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En los contratos consensuales anteriores, contratos intuitu rei, las partes se interesaban,
sobre todo por el objeto material del mismo, mientras que la personalidad del otro
contratante era relativamente indiferente; por tanto, en caso de muerte, las partes eran
sustituidas por sus herederos. Vamos a estudiar ahora dos contratos consensuales en los
que las partes se obligan esencialmente, en vista de las cualidades personales y morales de
la parte contraria. Son el mandato y la sociedad: contratos intuitu personae.
El mandato era un contrato por el cual una persona, el mandante, encargaba a otra,
el mandatario, que realizará determinado acto, por cuenta y en interés de aquella. 134
Era un contrato consensual, y el consentimiento podía manifestarse en forma
expresa o táctica. El mandante acepta tácitamente, si se daba cuenta de que alguien
realizaba actos en su interés y por cuenta de él, y no se opina ya que qui tacet cumloqui
potuit et debuit, consentire videtur (el que se calla, aunque pudiera y debiera hablar, parece
dar su consentimiento). El mandatario aceptaba tácitamente, si comenzaba a ejecutar el
mandato. 135
En caso de aceptación tácita, por tanto el mandatario tenía su disposición, para la
recuperación de sus gastos, la actio mandati contraria y no la actio negotiorum gestorum
(que procedía en caso de gestión de negocios ajenos, sin que hubiere habido forma alguna
de consentimiento).
Se trata de un contrato bilateral imperfecto —o sea, eventualmente bilateral—, ya
que el mandante tenía que indemnizar los eventuales gastos necesarios erogados por el
mandatario; pero este no podía reclamar una remuneración por su intervención, ya que el
mandato romano era esencialmente gratuito.136 Para el jurista romano, si un mandato no
era gratuito, era en realidad una locatio-conductio.
A pesar de esto, se introdujo la costumbre de considerar la relación entre médicos o
abogados 137 con sus clientes con una relación de mando, por no querer ser tratados estos
profesionistas como locatores sobre la misma base que los simples obreros. De este modo
surge la anomalía del mandato remunerado, cuyos litigios fueron tramitados por el pretor
mediante un procedimiento extra ordinem.
El mandatario tenía el deber de realizar el acto que le hubiera encomendado el
mandante, apegándose estrictamente a las instrucciones recibidas.
134 El derecho moderno limita el mandato a actos jurídicos (art. 2546 del Código Civil); el derecho
romano, no (1. 3. 36. 13).
135 Cfr. art. 2547 del Código Civil, in fine.
136 D. 17. 1. 1. 4; contrariamente al mandato moderno (art. 2549 del Código Civil).
137 La remuneración del mandatario-abogado no podía consistir en un porcentaje del resultado
obtenido: D. 17. 1. 7.
En caso de exceso (por ejemplo, comprando en quince mil sestercios lo que un mandante
quería comprar por diez mil) los sabinianos opinaban que no había habido ejecución del
mandato, por el cual la compra se había hecho por cuenta del mandatario. Los
proculeyanos, empero, reconociendo el carácter bonae fidei de este contrato, siguieron la
sentencia benignior, por la que, en tal caso, solo la cantidad que excedía del precio corría
por cuenta del mandatario. Justiniano aceptó esta solución.138
En la ejecución del mandato, el mandatario respondía de la culpa leve.139 Esto
Parece injusto, ya que no aprovechaban el mandatario del contrato; pero por otra parte,
como con frecuencia se trataba de encargos delicados, se consideraba que el mandatario
no debía aceptar si no estaba dispuesto a realizar con sumo cuidado el acto en cuestión.
Parecía lógico suponer que el mandatario, si bien respondía de la culpa leve, por lo
menos quedaba libre de responsabilidad en casos de fuerza mayor. Efectivamente, Juliano,
en D.47.2.62, hizo la observación de que nemini officium suum damnosum esse debet. 140
Sin embargo, en 17.1.26.6, Paulo opinaba que el mandatario respondia de la pérdida por
robo, naufragio y otras desgracias, opinión rigurosamente correspondiente al principio de
que res perit domino, pero que, desde los glosadores, ha sido muy criticada. Más justa es la
cita D.17.1.26.7, en que Neracio Reconoce que el mandante era responsable del daño
causado por un esclavo, comprado por instrucciones del mandante, el cual roba algún
objeto al mandatario.
Además de este deber de responder de dolo, culpa grave y culpa leve, encontramos
que el mandatario debía rendir cuentas e incorporar al patrimonio del mandante los
resultados positivos de la ejecución del mandato. Este último punto pertenece extraño, pero
se explica inmediatamente si se sabe que el mandato romano no se combina, sino en casos
excepcionales, con una representación jurídica directa. Para terceros, el mandatario era
considerado como alguien que obrara por cuenta propia. El acto en cuestión tuvo
consecuencias, en primer término, en el patrimonio del mandatario.
En la actualidad, por el contrario, estamos tan acostumbrados a unir mandato y la
representación directa, que todo lo referente a poderes generales o especiales se trata en el
Código de 1928 como parte del título del mandato. Sin embargo, mandato y representación
son dos conceptos distintos, que no van necesariamente juntos, como demuestra el
mandato romano.
Solo mediante actiones adjetitiae qualitatir —como la exercitoria, sin un capitán
obrada como mandatario del armador; la historia, si un gerente obraba como mandatario del
propietario de un negocio, y la quasi institoria, en casos análogos —el derecho justinianeo
reconoció una relación jurídica entre el mandante, por una parte, y los terceros que hubieran
contratado con el mandatario, por otra. El derecho romano nunca dio el último paso, o sea
reconocer, en forma general, que los actos realizados por el mandatario, en ejecución del
mandato, puedan tener sus consecuencias, directamente, en el patrimonio del mandante.
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