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El mundo en crisis: de la primera posguerra a la Segunda Guerra

Mundial

La primera posguerra

La paz firmada en Versalles por los 30 Estados involucrados en la Primera


Guerra Mundial, pronto demostró su fragilidad. Cuatro imperios se habían
hundido (Alemania, Austria-Hungría, Rusia y Turquía) y muchos países
hasta entonces dominados por ellos, reclamaban su independencia.
Mientras tanto, las burguesías europeas miraban con gran preocupación la
instalación en Rusia (1917) del primer estado socialista del mundo, que
había repartido las grandes propiedades entre los campesinos y dado a los
obreros el control de las fábricas. Italia fue una de las vencedoras de la
guerra, sin embargo, perdió territorios en la Paz de Versalles. Esto fue
vivido como una humillación por muchos italianos. Esta situación, se
sumaba a la grave crisis económica y la miseria que había dejado la guerra.
Los partidos obreros y los sindicatos organizaron grandes huelgas en las
ciudades y los campos. Los patrones temieron que se repita la experiencia
de Rusia y le brindaron su apoyo al Partido Fascista creado por Benito
Mussolini que prometía volver a las glorias del Imperio Romano y terminar
con socialistas y comunistas. Con el apoyo del gran capital italiano,
Mussolini llegó al poder en 1922 para no abandonarlo hasta 1945. Instaló
una férrea dictadura -el «Estado Fascista»- en la que existía un solo partido
y un solo líder «el Duce», el propio Mussolini. Por su parte, Alemania vivía
desde la derrota una situación económica y social gravísima que se vio
empeorada por la crisis de 1929. Creció la inflación hasta llegar a límites
increíbles. Un boleto de tranvía llegó a costar 13 millones de marcos. El
movimiento obrero alemán, históricamente poderoso, hizo oír su
descontento con grandes huelgas e intentos revolucionarios. Como en
Italia, la gran burguesía alemana, temerosa, buscó terminar a cualquier
precio con la «amenaza» obrera y depositó su confianza en el partido
nacionalsocialista, conocido popularmente como «nazi», liderado por Adolf
Hitler. El fascismo alcanzó su máxima expresión en Alemania con la
llegada al poder de Hitler en 1933. La vida política, económica, social y
cultural quedó bajo el total control del Estado y su policía secreta
(Gestapo).

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A diferencia de Europa, Estados Unidos salió de la primera guerra más
fuerte que nunca. Sólo en términos económicos había pasado de ser deudor
a acreedor, se había hecho con nuevos mercados en su país y en el
extranjero a costa de los productores europeos, y había establecido una
balanza comercial muy favorable. Con sus numerosos mercados, su
creciente población y su rápido avance tecnológico, parecía haber
encontrado la clave para la prosperidad perpetua. Aunque debió superar
una aguda depresión en 1920-1921 junto con Europa, la caída resultó ser
breve y durante casi una década su creciente economía experimentó tan
sólo fluctuaciones menores. Los críticos sociales que insistían en las
vergonzosas condiciones de los barrios bajos urbanos y rurales o que
hacían notar que la nueva prosperidad era compartida de forma muy
desigual por las clases medias urbanas, por una parte, y los obreros
industriales y los agricultores, por otra, fueron ignorados por no compartir
el sueño americano. La sensación general, consideraba que la «nueva era»
había llegado. En el verano de 1928, los bancos y los inversores
americanos comenzaron a restringir la compra de obligaciones alemanas y
de otros países para invertir sus fondos a través de la Bolsa de Nueva York,
que empezó consecuentemente a subir de forma espectacular. Durante el
alza especulativa del «gran mercado alcista», muchas personas con
ingresos modestos se vieron tentadas de comprar acciones a crédito. A
finales del verano de 1929, Europa estaba sintiendo ya la presión del cese
de las inversiones estadounidenses en el extranjero, e incluso la economía
americana había dejado de crecer. El producto nacional bruto
norteamericano llegó a su máximo en el primer cuarto de 1929, para
después ir bajando de forma gradual; la producción de automóviles
norteamericana descendió de 622.000 vehículos en marzo a 416.000 en
septiembre. En Europa, Gran Bretaña, Alemania e Italia estaban viviendo
ya las angustias de una depresión, pero, con los precios de las acciones en
alza continua, los inversores norteamericanos y los funcionarios públicos
prestaron escasa atención a estos signos preocupantes.

El Crack de la bolsa y la Gran Depresión

El 24 de octubre de 1929 —el «jueves negro» de la historia financiera


americana— una
ola de pánico provocó una venta masiva de acciones en la Bolsa, haciendo
que los precios de éstas cayeran en picado y eliminando millones de

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dólares en valores ficticios de papel. Otra oleada de venta se produjo el 29
de octubre, el «martes negro». El índice de los precios de la Bolsa, que tuvo
su punto máximo en 381 el 3 de septiembre (1926 = 100), cayó a 198 el 13
de noviembre..., y siguió cayendo. Los bancos exigieron el pago de los
préstamos, forzando aún más a los inversores a lanzar sus acciones al
mercado al precio que quisiera dárseles. Los americanos que habían
invertido en Europa dejaron de hacerlo y vendieron sus activos allí para
repatriar los fondos. A lo largo de 1930 continuó la retirada de capital de
Europa, situando a todo el sistema financiero bajo una presión insoportable.
Los mercados financieros se estabilizaron, pero los precios de las
mercancías bajaban cada vez más, transmitiendo la presión a productores
como Argentina y Australia.
La quiebra de la Bolsa no fue la causa de la recesión —ésta ya había
comenzado, en Estados Unidos y también en Europa—, pero fue una clara
señal de que estaba en marcha. La producción mensual de automóviles en
Estados Unidos descendió a 92.500 unidades en diciembre, y el desempleo
en Alemania alcanzó los dos millones. En los tres primeros meses de 1931,
el total del comercio internacional había descendido a menos de dos tercios
del valor alcanzado en el mismo período de 1929. En mayo de 1931, el
Creditanstalt austríaco, de Viena, uno de los bancos más grandes e
importantes de Europa Central, suspendió sus pagos, el pánico se extendió
a Hungría, Checoslovaquia, Rumanía, Polonia y, en especial, a Alemania,
donde la retirada a gran escala de fondos tuvo lugar en junio, provocando la
quiebra de varios bancos. Varios países fuertemente afectados por la caída
de los precios de sus productos primarios, como Argentina, Australia y
Chile, debieron abandonar el patrón oro. Entre septiembre de 1931 y abril
de 1932 lo hicieron oficialmente otros veinticuatro países y varios otros,
aunque nominalmente aún lo seguían, habían suspendido en realidad los
pagos en oro. Sin un patrón internacional común, los valores de las
monedas fluctuaban al azar, en respuesta a la oferta y la demanda, influidos
por la fuga de capital y los excesos del nacionalismo económico, como
reflejaban los cambios de los aranceles como medidas de represalia. Entre
1929 y 1932, el comercio internacional cayó de forma drástica induciendo
caídas similares, aunque comparativamente menores en la producción
fabril, el empleo y la renta per cápita. Una de las características principales
de las decisiones de política económica de 1930- 1931 había sido su
aplicación unilateral: las decisiones de suspender el patrón oro y de
imponer aranceles y cuotas habían sido tomadas por gobiernos nacionales

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sin una consulta o acuerdo internacional y sin considerar las repercusiones
o las respuestas de las otras partes afectadas. Esto contribuyó en gran parte
a la naturaleza anárquica de la confusión resultante. En 1933 Franklin D.
Roosevelt ocupó el cargo de presidente de EEUU en el punto más bajo de
la depresión; una de sus primeras medidas oficiales fue retirar a Estados
Unidos del patrón oro, algo que la Primera Guerra Mundial había sido
incapaz de hacer.

¿Qué causó la recesión? Después de noventa y un años todavía hoy no hay


un consenso
general sobre esta cuestión. Para algunos, las causas fueron principalmente
monetarias, un drástico descenso de la cantidad de dinero en las economías
industriales importantes, especialmente en Estados Unidos, que extendió su
influencia al resto del mundo. Para otros, las causas estuvieron en el sector
«real»: una caída autónoma del consumo y de las inversiones que se
propagó por toda la economía, y por todo el mundo, a través del
mecanismo multiplicador- acelerador. Se han ofrecido más explicaciones:
la previa recesión de la agricultura (1920 – 1921), la extrema dependencia
de los países del Tercer Mundo de los inestables mercados de sus productos
primarios, una escasez o mala distribución de las reservas de oro
mundiales, etc. Una visión ecléctica es la que considera que no hubo un
único factor responsable, sino que una desgraciada concatenación de
acontecimientos y circunstancias, monetarios y no monetarios, dio origen a
la recesión. Se puede afirmar además que estos acontecimientos y
circunstancias pueden remontarse en parte (quizá en gran parte) a la
Primera Guerra Mundial y a los acuerdos de paz que la siguieron. La
quiebra del patrón oro, la interrupción del comercio, que nunca se recuperó
por completo, y las políticas económicas nacionalistas de la década de 1920
también tienen cabida en la explicación.
Cualquiera que fuese la causa (o causas) precisa de la recesión, hay un
acuerdo más general respecto a las razones de su rigor y duración, que se
relacionan con las políticas y situaciones relativas de Gran Bretaña y
Estados Unidos. Antes de la guerra, Gran Bretaña, como principal nación
comercial, financiera y (hasta finales del siglo XIX) industrial, había
desempeñado un papel clave en la estabilidad de la economía mundial. Su
política de libre comercio significaba que las mercancías de todo el mundo
podían encontrar allí un mercado. Sus grandes inversiones en el extranjero
permitieron a países con déficits considerables en sus balanzas de pago

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obtener los recursos necesarios para equilibrarlas. Su adhesión al patrón
oro, junto con el predominio de Londres como mercado de dinero, significó
que naciones con problemas temporales en su balanza de pagos podían
obtener ayuda descontando letras de cambio u otro papel comercial.
Después de la guerra, Gran Bretaña ya no pudo ejercer tal liderazgo,
aunque esto no fue del todo evidente hasta 1931. Estados Unidos,
claramente la economía mundial dominante, no se mostró muy dispuesto a
asumir el papel de líder, como pusieron de manifiesto su política de
inmigración, comercial (arancelaria), monetaria y su actitud ante la
cooperación internacional. Si Estados Unidos hubiera llevado a cabo una
política más abierta en la década de 1920, y en especial en los años
cruciales de 1929 a 1933, la recesión habría sido, casi con total seguridad,
más suave y más breve.

Las consecuencias de la recesión a largo plazo también merecen atención.


Entre ellas, cabe destacar el aumento del papel del gobierno en la
economía, un cambio gradual en la actitud hacia la política económica (la
llamada revolución keynesiana) y los esfuerzos por parte de los países de
Latinoamérica y otros del Tercer Mundo por desarrollar unas industrias
propias que sustituyeran a las importaciones. La recesión también
contribuyó, a través del sufrimiento y el malestar que causó, al surgimiento
de movimientos políticos extremistas tanto de izquierda como de derecha,
sobre todo en Alemania, y de este modo, indirectamente, a los orígenes de
la Segunda Guerra Mundial.

F. D. Roosevelt y el New Deal


En el contexto de esta gran crisis económica que hemos descrito, en EEUU
gana las elecciones presidenciales de 1932 el candidato del partido
demócrata Franklin D. Roosevelt, que anuncia un “nuevo trato” (New
Deal) para el pueblo americano, es decir, un gran cambio en la política y la
política económica interna, con el objetivo fundamental de recrear la
confianza y revertir la caída del nivel de actividad económica y el empleo.
Cuando Franklin Roosevelt juró su cargo como trigésimo segundo
presidente de los Estados Unidos, en un frío y tormentoso día de marzo de
1933, la nación estaba sumida en la peor crisis desde la guerra de Secesión,
con más de 15 millones de parados —casi la mitad de la mano de obra
industrial y un cuarto de la población activa—, la industria prácticamente
paralizada y el sistema bancario al borde del colapso completo. En ese

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momento, la mayoría de los norteamericanos demandaban acciones
inmediatas, y Roosevelt respondió con una importante serie de nuevos
programas. La mayoría de los programas que constituyeron el New Deal
fueron desarrollados con la ayuda de un grupo informal de asesores que se
conoció como el “grupo de cerebros” (brain trust) que incluía a profesores,
abogados y otros profesionales que se instalaron en Washington para
aconsejar a Roosevelt, sobre todo en cuestiones económicas.
Las políticas y medidas del New Deal pueden ubicarse en dos fases de
acuerdo con el período en que fueron desarrolladas. La primera fase (de
1933 a 1934) apuntó sobre todo al alivio de las peores consecuencias de la
Gran Depresión y a la recuperación de la economía, a través de programas
dirigidos a la reforma financiera, la estabilización de precios, y obras
públicas, más otras medidas para promover el empleo. Para ello, el
Congreso se reunió en un período especial de sesiones que se conoció
como “los primeros 100 días”, durante el cual se aprobaron numerosas
leyes de emergencia, entre las que se destacó la Ley de Recuperación de la
Industria Nacional (NIRA). La segunda fase del New Deal (1935-1939)
incluyó, aparte de medidas de alivio y recuperación, legislación social y
económica para beneficiar al conjunto de la clase trabajadora. Las leyes
impositivas de 1935 y siguientes proveyeron medidas para hacer más
progresiva la estructura tributaria nacional. En 1935 se estableció el sistema
de seguridad social y la Administración para el Progreso del Empleo, la
Ley Nacional de Relaciones Laborales, y la Ley Nacional de Vivienda. La
Ley de Recuperación de la Industria Nacional (NIRA), aprobada por el
Congreso en junio de 1933, fue quizás la medida más innovadora de las
que constituyeron el New Deal. Esta ley tenía tres partes constitutivas. En
primer lugar, estableció la Administración de Obras Públicas (PWA) para
manejar los proyectos de obras públicas que generaran empleo.
Comprendía la construcción de rutas, edificios públicos y otros proyectos,
en los que la PWA invirtió más de US$ 4.000 millones y empleó a millones
de personas. La segunda iniciativa del NIRA consistió en otorgar a los
sindicatos el derecho de negociar con los empleadores, para lo cual se creó
el Consejo Nacional del Trabajo (NLB). La inscripción de nuevos
asociados a los sindicatos se incrementó notablemente luego de esta ley. La
NIRA, en tercer lugar, estableció la Administración para la Recuperación
Nacional (NRA) con el objetivo de negociar reglamentos específicos con
los líderes de las mayores industrias nacionales. Los puntos más
importantes eran el establecimiento de pisos anti-deflacionarios por debajo

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de los cuales ninguna compañía pudiera bajar precios o salarios, y acuerdos
para el sostenimiento del empleo y la producción. La NRA fue declarada
inconstitucional por decisión unánime de la Corte Suprema en mayo 1935.

Las políticas empleadas en el New Deal resultaron efectivas a la hora de


recuperar la demanda agregada y coordinar las acciones del sector privado
a fin de evitar una mayor contracción de la economía. Esto produjo un
retorno de la confianza en el sistema financiero, siguiendo por el nivel de
actividad y el empleo. Si no se hubiera realizado el conjunto de políticas
contenidas en el New Deal, probablemente la economía de Estados Unidos
hubiera entrado en un proceso de recesión más prolongado y profundo. Sin
embargo, la recuperación no fue completa hasta la movilización de recursos
que implicó la Segunda Guerra Mundial. Tomando el período del New
Deal como un todo, la expansión de la demanda fue acompañada por un
aumento mucho mayor de los precios mayoristas y una correspondiente
menor recuperación de la producción y del empleo que en las ocasiones
anteriores. Incluso el desempleo no recuperó su nivel de 1929 hasta 1943,
en plena Segunda Guerra Mundial. Esto fue así, por un lado, porque se
iniciaron políticas fiscales y monetarias contractivas antes de tiempo,
arrojando una serie de señales recesivas al mercado cuando los efectos de
la crisis de 1929 aún estaban vigentes y, por otro lado, porque el comercio
internacional no se recuperó sino lentamente.1

La Segunda Guerra Mundial (1939 – 1945).

Las potencias occidentales más importantes de la época (EEUU, Inglaterra


y Francia), no vieron con desagrado la llegada de Hitler al poder en 1933.
Lo veían como un posible aliado en el control del movimiento obrero y un
freno al expansionismo soviético. Todo cambió cuando en 1939 Alemania
firmó el pacto de no agresión y el reparto de Polonia con la Unión
Soviética. El 1º de septiembre Alemania invadió Polonia, lo que provocó la
reacción inmediata de Inglaterra y Francia, que ahora sí vieron amenazados
sus intereses y se dispusieron a frenar el avance alemán, dando así
comienzo a la Segunda Guerra Mundial.
Hasta 1941 la guerra tuvo carácter marcadamente europeo. Se enfrentaban
Inglaterra y Francia contra Alemania e Italia. Pero en 1941 ocurrieron dos
1
Resico, M., Gómez Aguirre, M. La crisis de 1930 y las políticas del New Deal: un examen desde la
economía y las instituciones [en línea]. Ensayos de Política Económica. 2009, 3. Disponible en:
https://repositorio.uca.edu.ar/handle/123456789/2132

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hechos que cambiaron la historia: por un lado los nazis invadieron la Unión
Soviética, provocando la entrada de este país en el conflicto, y por otro, los
japoneses atacaron la base norteamericana de Pearl Harbor en el Pacífico,
provocando el ingreso de los EE.UU. a la guerra. De esta manera quedaron
conformados dos bandos: los Aliados, en el que se encontraban Inglaterra,
EEUU, y la URSS (Francia había sido ocupada por los nazis en 1940); y el
Eje, formado por Alemania, Italia y Japón. La guerra se desarrolló en
diferentes frentes: Europa Occidental, el frente ruso, el Norte de África y el
Extremo Oriente. A partir de 1943, la victoria pareció estar más cerca de
los Aliados. Italia comenzó a ser ocupada y el ejército alemán sufrió una
terrible derrota en el frente ruso y perdió cientos de miles de hombres y
equipos. El 6 de junio de 1944, recordado como el «Día D», las tropas
aliadas lanzaron la mayor invasión marítima de la historia sobre las costas
de Normandía en Francia. Desde allí las tropas fueron reconquistando
Francia con la ayuda de la población civil enrolada en los grupos
guerrilleros de la Resistencia. Al avance aliado desde el occidente le
correspondió el implacable avance soviético por el este. A esto se sumaron
los permanentes bombardeos sobre las principales ciudades alemanas.
El dictador italiano no pudo frenar el avance de las tropas aliadas. Con
apoyo alemán se refugió en el norte de Italia e intentó seguir gobernando
pero fue capturado por un grupo de partisanos (guerrilleros italianos) y
poco después fusilado.
Hitler decidió resistir los ataques y los bombardeos hasta el último
momento, aumentando inútilmente el sacrificio de la población civil
alemana. Se encerró junto a su mujer y sus colaboradores más cercanos en
un refugio antiaéreo y a fines de abril de 1945 se suicidó. Alemania
capituló el 2 de mayo. A pesar de la rendición de sus aliados, Japón seguía
combatiendo en el Pacífico. El ejército japonés lanzaba a los pilotos
suicidas (kamikazes) contra barcos e instalaciones norteamericanas. Los
Estados Unidos evaluaron que la guerra podría prolongarse demasiado y
decidieron probar en territorio japonés la bomba atómica. Así ocurrió: el 6
de agosto de 1945 la ciudad de Hiroshima fue destrozada, falleciendo o
quedando gravemente herida la mayoría de la población. El infierno volvió
a repetirse tres días después, cuando la aviación norteamericana lanzó otra
bomba atómica, esta vez sobre la ciudad de Nagasaki. El 2 de septiembre
Japón firmó la rendición incondicional. Terminaba la Segunda Guerra
Mundial. El saldo en vidas humanas fue terrible: cerca de 50 millones de
muertos. El mapa político europeo volvió a cambiar. Alemania quedó

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dividida en dos estados: Alemania Occidental (bajo la influencia
norteamericana) y Alemania Oriental (bajo la influencia soviética). La
Unión Soviética compensó con creces sus pérdidas de 1917 y aumentó su
territorio. En las conferencias de Paz de Yalta y Postdam, los dos grandes
vencedores del conflicto, los Estados Unidos y la Unión Soviética,
acordaron combatir el fascismo, evitar su rebrote y se repartieron las áreas
de poder e influencia en todo el mundo.2

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Fuente www.elhistoriador.com

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