Introducción
14 Cfr. Richard A. MCCORMICK, “La teología moral en el año 2000: tradición en transi-
ción”, Selecciones de Teología 32/125 (19993) 78-79.
15 Cfr. Antonio HORTELANO, El amor y la familia en las nuevas perspectivas cristianas,
Sígueme, Salamanca 1975, 194; Yves CALVEZ, “Morale sociale et morale sexuelle”, Études
378/1 (1993) 641-650; Hubertus ERNST, “Possibile un nuovo approccio?”, Il Regno-Doc 21
(1980) 504-505.
16 Cfr. Pilippe DELHAYE – Michel GUERET – Paul TOMBEUR, Concilium Vaticanum II.
Concordance, index, listes de fréquence, tables comparatives, CETEDOC, Louvain 1974,
250.
17 Cfr. Edouard HAMEL, “La scientificità in teologia morale”, en Fede cristiana e agire
morale, a cura di K. Demmer e B. Schüller, Cittadella, Assisi 1980, 23-24.
18 Cfr. Bernard SESBOÜE, Historia de los dogmas, vol. IV, Estudios Trinitarios, Sala-
manca 1997, 131-132: “Melchor Cano y los ‘lugares teológicos’”.
322 J. SILVIO BOTERO G.
19Ignacio CERVERA C. explica el sentido del término ‘contexto’ en sus diversas acep-
ciones, y señala cuál de ellas es la que se asume hablando de moral: “La contextualización
en el quehacer teológico”, Estudios Eclesiásticos 81 (2006) 149-152.
20 Stephen B. BEVANS, Modelos de teología contextual, Verbo Divino, Quito 2004, 22.
21 Marciano VIDAL, Diccionario de ética teológica, Verbo Divino, Estella (Navarra)
2000, 389.
22 Cfr. Bernardino LEERS, “Ensinar teologia moral”º.., 138-141.
23 Cfr. Giovanni CAPRILE, Il Sinodo dei Vescovi 1980, La Civiltà Cattolica, Roma 1982,
758.
¿UNA METODOLOGÍA ESPECÍFICA PARA LA ÉTICA TEOLÓGICA? 323
et Spes se refirió a los dos grandes criterios que deben estar a la base de la
metodología de la moral: “a la luz del Evangelio y de la experiencia huma-
na...” (46). La ética cristiana no puede prescindir de estos dos elementos,
Dios y el hombre.
B. Schüller ha subrayado la importancia de la experiencia cuando se
trata de la justificación de las normas de la conducta ética. Mientras la ley
inculca los valores humanos y cristianos a cultivar, la experiencia pone de
presente los hechos; tradicionalmente se procedió demasiado en el campo
de la moral por la vía deductiva.
Como el término ‘experiencia’ se presenta con una diversidad de signi-
ficados, Schüller la entiende como el tipo de conocimiento que las ciencias
experimentales (las de la naturaleza y las del espíritu) nos ofrecen; la expe-
riencia no tiene por objeto los valores sino los hechos24; por esta razón se
afirma que la psicología, la sociología, la biología, la economía, son cien-
cias que reclaman la atención sobre la experiencia.
27 Cfr. Philipp SCHIMTZ, Ricerca induttiva della norma morale, EDB, Bologna1977,
29, nota 29.
28 Cfr. Philipp SCHIMTZ, Ricerca induttiva della norma moraleºº.., 32.
29 Cfr. Enrique CAMBON, L’ortoprassi. Documentazione e prospettive, Città Nuova,
Roma 1974, 17-18.
30 José VICO PEINADO, Éticas teológicas ayer y hoyºº, 73.
31 Cfr. Joseph FUCHS, Teologia e vita morale alla luce del Vaticano II, Morcelliana,
Brescia 1968, 29-41.
¿UNA METODOLOGÍA ESPECÍFICA PARA LA ÉTICA TEOLÓGICA? 325
Häring, poco después del concilio, publicó una reflexión suya acerca del
cuidado especial que se debe poner en el perfeccionamiento de la teología
moral; entre otras cosas afirmaba que ‘el mejor y más pleno conocimiento
que la iglesia tenga de sí misma contribuirá a un mejor conocimiento de la
moralidad cristiana, pues la iglesia debe, mediante su propia vida, hacer
más patente a los hombres la persona de Cristo; de este modo, la teología
moral será fiel espejo de la naturaleza de iglesia32.
En relación con el método didáctico, la Optatam totius hizo igualmente
una propuesta: “dado que la formación doctrinal no debe tender a la mera
transmisión de los conocimientos, sino a una genuina formación interior de
los alumnos, deberán revisarse los métodos didácticos, tanto por lo que
hace a las clases, coloquios y ejercitaciones, como en lo que se refiere al
fomento del estudio de los alumnos en privado o en pequeños grupos” (17).
Diez años más tarde la Congregación para la Educación Católica emanó
una ‘Instrucción sobre la formación teológica de los futuros sacerdotes’ (22
Febr. 1976)33; a la teología moral dedica este documento 7 numerales (95-
101). Allí encontramos la definición que posteriormente Juan Pablo II dará
de la teología moral: “compete a los teólogos (...) subrayar en la reflexión
científica el aspecto dinámico que ayuda a resaltar la respuesta que el hom-
bre debe dar a la llamada divina en el proceso de su crecimiento en el amor,
en el seno de una comunidad salvífica” (Veritatis Splendor 111).
La ‘Instrucción’ pone de relieve la necesidad de contar, más que en las
otras disciplinas teológicas, con el aporte de las ciencias de la naturaleza y
del hombre, como también de la experiencia humana; los resultados de las
ciencias humanas, si bien no pueden fundar o crear la norma moral, sí pue-
den dar una buena iluminación a la situación y al comportamiento del hom-
bre (n. 99). En el fondo de esta propuesta se descubre el planteamiento con-
ciliar cuando afirma en la Gaudium et Spes el doble criterio que lo animará
en su enseñanza sobre los problemas actuales: “a la luz del Evangelio y de
la experiencia humana” (46).
Juan Pablo II parece inspirarse en esta sentencia del concilio cuando en
la encíclica Fides et Ratio ((1998) escribe: “El Evangelio y los escritos
apostólicos proponen tanto principios generales de conducta cristiana
como enseñanzas y preceptos concretos. Para aplicarlos a las circunstan-
cias particulares de la vida individual y social, el cristiano debe ser capaz
de emplear a fondo su conciencia y la fuerza de su razonamiento” (68).
38 Cfr. Agostino MAYER – Giuseppe BALDANZA, “Il rinnovamento degli studi ecclesias-
tici”, en Il Decreto sulla formazione sacerdotale, LDC, Leumann (Torino) 1967, 464.
39 Cfr. Bernhard HÄRING, “Theologia moralis speciali cura perficienda”, Seminarium
esta tarea; de todas formas habrá unos parámetros fundamentales que sirvan
de base para cada una de estas ramas distintas.
G. Lorizio y N. Galantino en su obra Metodología teológica han señala-
do unas orientaciones metodológicas para las diversas disciplinas eclesiás-
ticas, pero no han indicado un camino concreto y específico para la ética42.
No se trata de establecer un ‘método-monismo’, tampoco es posible evitar
un ‘método-pluralismo’, pero sin romper la unidad de la ética, afirma K.
Demmer43.
La Gaudium et Spes ha hecho opción por una visión integral del hom-
bre: “es la persona del hombre la que hay que salvar. (...) Es por consi-
guiente, el hombre, pero el hombre todo entero, cuerpo y alma, corazón y
conciencia, inteligencia y voluntad...” (3). Esta centralidad del hombre en
la preocupación de la Iglesia ya había sido establecida por el mismo Dios y
por Cristo en la creación y en la redención; el hombre en su totalidad y en
su alta dignidad, con todas las relaciones y vinculaciones de tipo histórico
y social, material y espiritual, está en el centro del pensamiento conciliar44.
La cultura griega (‘dicotomista’) ha dado origen a un pensamiento ‘a-
dialéctico’ que contrapone las múltiples antinomias existentes en el ser
humano. P. Valori enuncia éstas: hecho y valor, técnica y norma, realidad e
idealidad, absoluto y relativo, abstracto y concreto, libertad y ley, subjetivi-
dad y objetividad, virtud y felicidad45. A esta antinomias o aporías se pue-
den añadir aún otras más: razón y sentimiento, cerebro y corazón, doctrina
y vida, individual y social, verdad y amor, naturaleza y cultura, tradición y
renovación.
Por cuanto el hombre es un compuesto de espíritu y materia, alma y
cuerpo, se explica por qué el hombre se halla en ‘tensión’ entre estas (apa-
rentes) contraposiciones. Pablo era testigo de esta tensión: “querer el bien
lo tengo a mi alcance, pero no el realizarlo, puesto que no hago el bien que
quiero, sino que obro el mal que no quiero” (Rom. 7,18-19).
M. Vidal afirma que “podemos y tenemos que hablar de una razón obje-
tiva y de una razón subjetiva en la instancia moral. No se puede plantear el
problema moral dentro de una sola dimensión porque desde ese momento
ya hemos falseado la estructura de la razón ética. Toda dimensión de la rea-
lidad humana tiene que tener las dos polaridades, de lo objetivo y de lo sub-
jetivo. De ahí que la moral ha de ser objetiva y subjetiva si quiere tener la
racionalidad o la criticidad propia de lo real”46.
Esta exigencia de ‘no falsear’, de no romper la dialéctica, es lo que lla-
mamos ‘tensión dinámica’; es decir, la necesidad de mantener en pie las dos
polaridades. R. Guardini alude a ‘contrastes’: “esta relación especial, en la
que dos elementos se excluyen el uno al otro y permanecen, sin embargo,
vinculados e incluso, se presuponen mutuamente; a esta relación que se da
entre los diferentes tipos de determinaciones -cuantitativas, cualitativas y
formales- la llamo contraste. Todo el ámbito de la vida humana parece estar
dominado por el hecho del contraste”47.
Guardini alude a “un orden peculiar formado por exclusión e inclusión a
la par, por diferenciación y afinidad, diversidad y unidad. No procede, pues,
una exclusión pura; esto sería contradicción. Ni tampoco una vinculación
pura; esto sería mismidad. Se trata de una forma peculiar de relación, for-
mada, a la par, por una exclusión relativa y una inclusión relativa. Justo esta
relación es lo que llamamos contraste”48.
Atendiendo a la necesidad de salvar el equilibrio entre las dos polarida-
des, se debe mantener la tensión entre ambos polos, que es un “ya sí, pero
todavía no plenamente”. U. Sánchez la designa como ‘síntesis innovadora’:
es “la fidelidad a los propios criterios pero con el deseo de ensancharlos y
sin el riesgo de cualquier radicalización. Como dialéctica, la síntesis inno-
vadora es la actitud humana que, situada ante dos alternativas en tensión,
logra que no se rechacen sino que se integren como partes complementarias
en un todo superior”49.
Entre las muchas polaridades que la moral debe atender, nos propone-
mos analizar solamente algunas de ellas: ‘doctrina-vida’, ‘verdad-amor’,
‘intellectus fidei’-‘intellectus amoris’ y naturaleza y cultura (historia),
según la clave del método dialéctico’.
- ‘Doctrina y vida’ es la primera aporía a exponer. Se podría afirmar
que sólo a partir del concilio cobró importancia; han sido, sin duda, los lai-
cos quienes la han planteado en forma explícita. Una pareja de esposos bel-
gas –Hermann y Lena Buelens- participantes en el Concilio Vaticano II,
analizaron la tensión entre ‘doctrina’ y ‘vida’ a propósito del problema de la
natalidad: se tiene un modo diverso de considerar el problema de la fecun-
didad y de la regulación si se parte directamente de la vida y no de las exi-
gencias abstractas de la doctrina; la misma teología considera hoy, desde la
perspectiva metodológica, la realidad de la vida como punto de partida de
su reflexión50.
Una vivencia concreta de esta tensión se experimentó en torno a la pro-
mulgación de la encíclica de Pablo VI Humanae vitae (1968). El Papa
hacía en esta encíclica la proclamación de los principios acerca de la
misión de los esposos de transmitir la vida en forma responsable. Por otra
parte, las conferencias episcopales de la Iglesia publicaron cartas pastora-
les colectivas haciendo la aplicación de la enseñanza pontificia a sus igle-
sias locales51.
La dialéctica ‘doctrina y vida’ aparece claramente en estas cartas pasto-
rales y, sobre todo, en tres instancias magisteriales (Conferencia Episcopal
USA, Congregación del Clero y Osservatore Romano del 16 Febr. 1989)
que manifiestan expresamente esta dialéctica52; estas tres instancias men-
cionadas representan una clave de solución.
Una explicitación concreta de esta dialéctica, entre otras, fue la pastoral
de los obispos franceses: de una parte, los esposos son conscientes de
deber respetar la apertura de cada acto conyugal a la vida; en conciencia
sienten, de otra parte, el deber de evitar una nueva vida y no están en con-
diciones de atenerse a los ritmos biológicos y no ven la posibilidad de
renunciar a la expresión física del amor sin que esto afecte la estabilidad de
su unión. A este respecto, escriben los obispos, la enseñanza constante de
la moral ha afirmado que en un caso de conflicto de deberes, si cualquiera
que sea la decisión tomada no se puede evitar el mal, la prudencia prevé
que se debe buscar delante de Dios aquel deber que en el caso presente es
el más urgente53.
58 Cfr. Joseph Ratzinger, “Omelia nell’Initium Conclavis”, Acta Apostolicae Sedis 97/5
(2005) 687-688.
59 Cfr. BENEDETTO XVI; “Udienza in occasione dell’Inaugurazione dell’Anno Giudi-
ziario del Tribunale della Rota Romana: l’amore per la verità, fondamentale punto di incon-
tro tra diritto e pastorale”, L’Osservatore Romano 29 Gennaio 2006, 5.
60 Jon SOBRINO, El principio-misericordia. Bajar de la cruz a los pueblos crucificados,
Sal Terrae, Santander 1992, 72-3.
61 Cfr. César IZQUIERDO, “La teología, intellectus y affectus fidei”, Ciencia Tomista 397
(1995) 310.
¿UNA METODOLOGÍA ESPECÍFICA PARA LA ÉTICA TEOLÓGICA? 333
62 Cfr. Manuel SÁNCHEZ C., “El saber como amor”, en Etica e società contemporanea.
Atti del III Congresso Internazionale della S.I.T.A, vol. III, Editrice Vaticana, Città del Vati-
cano 1992, 277-279.
63 Cfr. Sto. Tomás DE AQUINO, Suma Teológica I-II, q. 28, a. 2.
64 Cfr. Daniel GOLEMAN, La inteligencia emocional, Kairós, Barcelona 1996.
65 César IZQUIERDO, “La teología, intellectus y affectus fidei”......, 317.
66 Karl BARTH, Introduzione alla teologia evangelica, Bompiani, Milano 1990, 196.
67 Cfr. Karl BARTH, Introduzione alla teologia evangelica, Bompiani, Milano 1968,
181.
68 Han U. VON BALTHASAR, “Théologie et sainteté”, Dieu Vivant 12 (1948) 30.
334 J. SILVIO BOTERO G.
73 Cfr. Joseph FUCHS, Ricercando la verità morale, S. Paolo, Milano 1996, 80-101;
Paolo CARLOTTI, Storicità e morale. Un’indagine nel pensiero di A. Auer, LAS, Roma, 1989;
Raffaelle RUSSO, “La storia in teologia morale”, en Teologia e storia, a cura di B. Forte, M.
D’Auria, Napoli 1992, 93-106; ÍDEM, “L’impegno storico del cristiano. Per una fondazione
teologica”, Asprenas 35 (1988) 312-319.
74 Cfr. Bernhard HÄRING, Libertad y fidelidad en Cristo. Teología moral para sacerdo-
tes y seglares, vol. II, Herder Barcelona 1982, 86, 90, 98, 309, 315.
75 Bernhard HÄRING, Libertad y fidelidad en Cristo. Teología moral para sacerdotes y
seglares, vol. II, 90-91.
76 Bernhard HÄRING, Libertad y fidelidad en Cristo. Teología moral para sacerdotes y
seglares, vol. II, 309.
336 J. SILVIO BOTERO G.
Conclusión