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IN TR ODUCCIÓN AL MÓDULO
Introducción
Introducción a la unidad
Cierre de la unidad
Introducción
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Nos ocuparemos de la constitución subjetiva y sus trastornos. Desde nuestra perspectiva, el sujeto es una
configuración única e irrepetible y la entendemos como una singularidad que se constituye a partir de ciertas
marcas, de ciertas inscripciones y de ciertas identificaciones que provienen de un Otro. Para Lacan también
son 3 los registros o dimensiones que conforman la estructura del aparato psíquico: lo real, lo simbólico y lo
imaginario. Se trata de registros o dimensiones que darán cuenta de la realidad humana y psíquica del
sujeto. Como entendemos, desde el psicoanálisis, hablamos de una “realidad psíquica”. El inconsciente está
estructurado como un lenguaje y es el Otro con sus intervenciones y sus demandas quien ofrece un lugar
para el cachorro humano. Esto nos ubica en una hipótesis alterocéntrica fundamental: el psiquismo humano
se constituye de modo esencial en los años de la infancia. Por este motivo, este módulo los llevará a
profundizar en ese nudo constitutivo y sus avatares.
Figura 1. Elaboración propia (2019)
2.4. Alienación-Separación
2.10. El objeto a
Jacques Lacan
Lacan ofrece una conferencia en Lovaina en el año 1972. Nos queda un registro fílmico de ese encuentro
disponible en internet. Este documental elaborado por la más importante historiadora del Psicoanálisis,
Elisabeth Roudinesco, comienza en esa famosa conferencia.
Allí vemos a Lacan jugando con su micrófono y con las palabras (y sus equívocos): “Onentend?…
Onn’entendpas!”
El verbo “entendre” puede traducirse como “escuchar” y “oír”:
Pero el pronombre “on” puede traducirse como “se” y como “nosotros”: “¿Escuchamos?… ¡No, no
escuchamos!”, dice Lacan.
De ahí un auditorio que festeja con su risa el equívoco que dice poco acerca de un micrófono y mucho
acerca de una época: ¿Escuchamos al sujeto?… ¡No, no lo escuchamos! Lo etiquetamos, lo medicamos, lo
diagnosticamos, lo evaluamos, lo criticamos… ¡Pero no lo escuchamos! He ahí la apuesta clínica de un
Psicoanálisis. Un Psicoanálisis que fue, como lo titula el documental que les compartimos, “reinventado” por
Jacques Lacan en la segunda mitad del siglo XX. Invitamos a conocer quién fue Lacan y el por qué de su
vigencia en la actualidad.
Roudinesco, E. y Kapnist, E. (2001). Jacques Lacan. Reinventar el psicoanálisis. Recuperado en diciembre de 2019 de:
https://www.youtube.com/watch?v=dNI-NlX-1Fc
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Introducción a la unidad
Contenidos de la unidad
1 La Constitución subjetiva
2 La dimensión simbólica
7 La dimensión imaginaria
9 La dimensión real
10 El objeto a
Les proponemos pensar la constitución subjetiva humana que llevará a que un organismo vivo se transforme
en un ser humano. Iniciaremos el recorrido caracterizando la noción de sujeto del inconsciente en la
perspectiva del psicoanálisis de orientación lacaniana para ofrecerles un recorrido por el trípode que
sostiene la constitución de un psiquismo humano: las dimensiones de lo Real, lo Simbólico y lo Imaginario.
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Al escribir estas líneas, recordamos esa advertencia que nos hace el maestro José Pablo Feinmann, cuando
en sus clases reunidas bajo el título “La filosofía y el barro de la historia” (2008) debe introducirnos en el
pensamiento heideggeriano: “Heidegger es muy difícil. Están avisados. Y el que avisa no es traidor” (p.304).
Dice Feinmann que el traidor es el que “escamotea algo”, es decir, el que algo nos esconde. Pues bien,
parafrasearemos al maestro para decirles que Lacan es difícil y aquí intentaremos una transposición
didáctica de algunas de sus ideas, transposición no exenta de dificultades. Lecturas y relecturas (segundas,
terceras y hasta cuartas lecturas) les serán requeridas, así como consultas a otros materiales como, por
ejemplo, los diccionarios de psicoanálisis: recomendamos el Diccionario de Psicoanálisis (1996) de Jean
Laplanche y Jean-Bertrand Pontalis publicado por Paidós; y, muy especialmente, el Diccionario de
Psicoanálisis (1998) de Roland Chemama, publicado por Amorrortu (para nociones lacanianas).
Dicho esto, abordaremos la constitución del sujeto desde la perspectiva psicoanalítica. Ante todo, debemos
aclarar que la noción de “sujeto” no es exclusiva del psicoanálisis y, de hecho, no es un concepto que
encontraremos en la obra de Sigmund Freud. Debemos esperar a la orientación que Lacan elabora en su
retorno a Freud para introducir la noción de sujeto en el psicoanálisis.
Implica la relación del ser humano con el lenguaje. Lacan hace un retorno a la obra de Freud y lee allí lo
simbólico. Específicamente, retorna a unos textos de Freud que son aquellos en los que el vienés demuestra
cómo funciona el inconsciente: La interpretación de los sueños, Psicopatología de la vida cotidiana y El
chiste y su relación con el inconsciente. Allí se encuentra con términos muy particulares: escritura, huella
mnémica, representante, representación cosa, representación palabra.
Entonces, ubicamos en los primeros años de la enseñanza de Lacan (2014/1953) un retorno a Freud para
leer en algunos de sus textos la relación del hombre con el lenguaje, sosteniendo la idea de “una justa vuelta
al estudio en el que el psicoanalista debería ser maestro, el de las funciones de la palabra” (P. 237). Allí
postula al inconsciente estructurado como un lenguaje: “Digo como para no decir (…) que el inconsciente
está estructurado por un lenguaje” (2016/1973, P. 62) y, de ese modo, nos ubicamos en el registro de lo
simbólico.
La dimensión de lo simbólico está dada por el hecho, poco natural y más bien artificial, de que venimos a un
mundo donde las palabras nos son dadas por el Otro. Hay un lenguaje que nos precede y que transforma al
cuerpo viviente en un cuerpo humano, produciendo una pérdida estructural, un agujero en la dimensión de lo
real: el objeto de la satisfacción plena está perdido para siempre y el Sujeto del inconsciente queda
escindido de un Yo que buscará, a partir de entonces, la certidumbre (¿Será por eso que el Yo queda
seducido por los discursos de época a los que referimos cuando aludimos al individuo?).
Por eso, el inconsciente está estructurado como un lenguaje. Y reiteramos que con ese “como” se subraya
que no se está diciendo que el inconsciente sea un lenguaje: el inconsciente tiene la misma forma (la
misma estructura), que la estructura del lenguaje. Dicho de otro modo, las leyes que rigen para el
funcionamiento del lenguaje – metáfora y metonimia – son las mismas que Lacan encuentra como rigiendo
el funcionamiento del inconsciente, tal y como lo había postulado Freud en términos de la Física de su
época: condensación y desplazamiento. Hecha esta distinción, hay otra importante para subrayar: el
lenguaje como estructura no es la palabra. Más bien, la palabra tiene la función de hacer que el inconsciente
hable a través de las formaciones del inconsciente (actos fallidos, sueños, chistes).
Si Freud se sirve del paradigma de su época regido por la Física, Lacan lee a Freud en la perspectiva de la
Lingüística. Más específicamente, tomará la idea de signo lingüístico de Saussure para pensar el
inconsciente. Para Saussure el signo lingüístico se forma por una imagen acústica que arbitrariamente se
acopla sobre un concepto. ¿Qué quiere decir esto? Que es arbitrario que a un árbol lo llamemos árbol…
podríamos llamarlo de otra manera si otra hubiera sido la imagen acústica que hubiera caído sobre el
concepto árbol. Ahora bien, una vez que se constituye el signo lingüístico, es indisoluble y, por eso, se lo
representa dentro de una elipse con unas flechas que indican la relación biunívoca de un significado con un
significante: no pueden ser separados.
Imagen recuperada en enero de 2020 de:
https://i.pinimg.com/474x/64/a6/6a/64a66ac49ff73986d44473ad1626636f.jpg
Imagen recuperada en enero de 2020 de:
https://altbustelo.files.wordpress.com/2016/02/signo-lacan.jpg?w=584&h=590
¿Qué hace Lacan con el signo lingüístico para pensar al inconsciente estructurado como un lenguaje?
Elimina la elipse, deja de haber indisolubilidad. Elimina las flechas, deja de haber una correspondencia
biunívoca entre significado y significante. Y, finalmente, invierte el signo lingüístico: arriba, ubica al
significante; abajo, al significado.
¿Qué espera decir con esto? Que la dimensión simbólica se forma con elementos que, en principio, no
tienen ningún sentido. ¿Qué significa árbol para usted, lector/a? Nosotros no lo sabemos… ¡Díganoslo usted!
Si consultamos en línea el Diccionario de la Real Academia Española (2014) encontraremos allí que un árbol
es una “planta perenne, de tronco leñoso y elevado, que se ramifica a cierta altura del suelo”. Pero si usted
soñó con un árbol, esa definición no dice nada, no tiene ningún sentido para usted. Si le invitáramos a la
regla fundamental del psicoanálisis, la asociación libre, árbol para usted es aquel de su infancia al que se
trepaba cuando necesitaba soledad; o aquel que cobijó una escena amorosa; o bien lo que acontece Bajo el
árbol de los Toraya, la novela en la que Philippe Claudel describe cómo el pueblo de los Toraya le confía sus
muertos a un árbol “imponente y majestuoso” (P. 10) para que soldándose el cuerpo con el tronco se eleve
“poco a poco al cielo, según el pausado ritmo del crecimiento del árbol” (P. 11).
Aquí reintroducimos la figura del gran Otro. Decimos que el Otro es el tesoro de los significantes porque no
se trata de ninguna persona en particular, sino de un lugar que será encarnado por diferentes personas (los
padres, los maestros, los medios, los gobernantes, el clero, las instituciones, etc.). Recuerden que no se
trata del lugar de un semejante (el otro), sino del lugar del lenguaje. Por eso será el Otro quien constituya al
inconsciente, lo que nos lleva a la afirmación de que “el inconsciente es el inconsciente del Otro”. ¿Qué
significa esto? Que el gran Otro se ubica como tercero entre el Yo y el otro, como semejante. En ese sentido,
decimos que el Otro cumple una función pacificadora porque representa la Ley simbólica encargada de
anudar y puntuar el texto del sujeto. Será el lugar que los psicopedagogos también encarnaremos para
producir unas intervenciones posibles.
Retomando la inversión que Lacan produce en el signo lingüístico, ese nuevo signo que produce el
psicoanálisis – diferente al que propone la Lingüística – decimos que “mata la cosa”. ¿Qué quiere decir
esto? Que ya no estamos frente AL árbol, el mismo para todos, pretendido en la definición de un diccionario.
Más bien, estamos frente a UN árbol, singular, efecto de una representación psíquica. En consecuencia, ya
no accedemos directamente a la cosa: nunca vemos en un árbol una “planta perenne…”. Pero, además, lo
que viene al mundo es un organismo viviente (un cacho de carne) que se hará cuerpo humano en el
atravesamiento del lenguaje como estructura. Se trata de un organismo que incorpora al lenguaje y,
entonces, hace cuerpo (junto con el registro imaginario y real) llevando al organismo y sus órganos mismos
a la categoría de significante.
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Estamos en el momento del nacimiento. Nos encontramos allí con un infans que adviene a la estructura del
lenguaje, pero que aún no puede articularlo: no habla. El lenguaje se incorporará en el recién nacido en tanto
organismo viviente, haciendo de él un cuerpo humano. Ese pasaje de un soma a un cuerpo humano se
produce por el atravesamiento de la estructura del lenguaje. Y, en este encuentro del infans con la estructura
del lenguaje, se produce la dialéctica que da lugar al Sujeto: la necesidad, la demanda y el deseo.
Al instinto que nos caracteriza en un primer momento, le corresponde un objeto concreto que está
determinado por la especie. Los animales viven gracias a su instinto que les indica qué deben comer para
alimentarse, qué peligros deben evitar… así también llega al mundo el cachorro humano, cuya necesidad
llamará a un objeto concreto que responda a esa necesidad y que venga a reducir el incremento de tensión
en el aparato psíquico. El bebé tiene hambre y necesita leche para alimentarse. Esto le ocurre al bebé y al
resto de los mamíferos. Por eso, hablamos del instinto de una especie animal y de una necesidad biológica
—la alimentación— que espera ser satisfecha.
El instinto es común a la especie y responde a lo biológico: siempre alcanza su satisfacción porque existe
un objeto que le corresponde a una necesidad. El deseo es propio de cada sujeto, es insatisfecho e
inconsciente en su esencia y, por eso, no se satisface, sino que se realiza porque está en relación con una
falta: el objeto se ha perdido para siempre. La búsqueda para recobrar esa pérdida es lo que motorizará el
deseo en el sujeto. Por eso el deseo instala los desplazamientos: como su esencia es una falta, el deseo es
deseo de otra cosa y el sujeto queda dividido $.
Al sostener que el objeto está perdido para siempre y que el significante mata la cosa, para lo humano, no
cabe seguir hablando de instinto. El psicoanálisis tiene otro concepto fundamental para ello: la pulsión que
Laplanche y Pontalis (1996) definen como:
¿Qué diferencia fundamental encontramos entre el instinto y la pulsión? Para la pulsión lo más variable es el
objeto como eso que permite alcanzar la satisfacción (su fin). Si esto no fuera así, ¿Cómo interpretaríamos
que un fetichista se excite frente a un zapato? ¿O que una madre haga un duelo por su perrito muerto
mientras otra madre lo hace por su hijo muerto? Si el objeto es variable, entonces hay duelos y modos de
placer en plural. Ahí está la complejidad humana para el psicoanálisis y, por eso, no nos sirve el concepto de
instinto.
Por lo mismo, complejizamos la noción de necesidad con la demanda y el deseo. El bebé llora y grita por su
displacer, ¿y quién acude (o esperamos que eso ocurra)? El Otro materno que está esperando ser
demandado y empieza a interpretar ese displacer como un llamado, pudiendo realizar una “acción
específica” que lo cancele: darle de comer. Ahora bien, cuando la mamá responde, también está
introduciendo su propia demanda dándole un lugar a ese bebé, por ejemplo, el que le reclama sin descanso
porque quiere comer, porque quiere que lo levanten de la cunita, ¿y qué sucede? La necesidad biológica
también queda perdida. Lacan (2013) habla del sujeto mítico de la necesidad porque ya no puede alcanzar
directamente el objeto. De ese modo, toda demanda se estructura sobre un fondo de ausencia y no se dirige
al objeto que puede estar en juego en ella porque el objeto está perdido. La consecuencia de esto es que
todo objeto que se presente lo hace sobre una ausencia perdida para siempre y, por eso, el deseo hace que
lo buscado nunca coincida con lo encontrado. El deseo, entonces, se desplaza. Nunca se satisface, sino
que, en ocasiones, se realiza. Y, siempre, se relanza a otra cosa. El deseo como motor del aparato psíquico.
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Si el inconsciente es el inconsciente del Otro, entonces, el deseo también es el deseo del Otro: el sujeto
quiere ser objeto del deseo del Otro y objeto de reconocimiento. Esto es importante que sea remarcado y, por
eso mismo, iniciamos diferenciando la lógica del individuo de la lógica del sujeto que sostenemos. Como lo
expresa Anna Aromí (2003):
Lo que abre a pensar Aromí es otro desafío para la perspectiva psicopedagógica en el sentido de que
trazamos puentes posibles entre las perspectivas “puerocéntricas” centradas en el niño “con sus etapas
evolutivas de desarrollo, marcadas con anterioridad” (p. 129), según las cuales “el niño desarrolla
potencialidades que ya contiene como si fuera una semilla a la que bastaría con cuidar para que germinara
su código cifrado” (p. 129). Y la perspectiva alterocéntrica en la que hay un “malentendido fundamental de la
lengua” (P.129), por el cual “nunca se sabe lo que se quiere decir hasta que el Otro no lo sanciona con su
escucha” (P. 129), es decir, el Otro puntuando, editando el texto del hablante. Si bien Aromí sostiene que “hay
que elegir” entre ambas perspectivas, insistimos en que el desafío de una psicopedagogía clínica está en
ubicarse en la intersección de ambas perspectivas.
Por esa búsqueda de reconocimiento del Otro, el niño queda pegado al deseo de la madre. Es necesario que
se produzca una articulación entre el deseo y la Ley, castrando a la madre a través de la metáfora paterna
para que el niño quede liberado del goce del Otro materno. Esta operación lógica lleva el nombre de
alienación-separación, y Lacan sostiene que el sujeto se constituye en esa operación lógica en el sentido de
que el sujeto emerge entre unos significantes que le anteceden, con los que será nombrado y a los que se
alienará.
Hay un significante particular que actúa como terceridad al que llamamos “significante del Nombre del
Padre”. Se trata de la metáfora paterna que cumplirá la función de corte, de separación con la madre en el
Complejo de Edipo. Lo que hará esa función paterna es venir a poner en cuestión el propio deseo de la
función materna. Reparen que hablamos de funciones porque se trata de lugares simbólicos encarnados por
diferentes sujetos. No necesariamente el Nombre del Padre alude al papá, sino a quien encarne esa función
sea un varón o una mujer. De ahí el hecho de llamarlo “significante”, ya que es lo que le otorga a la función
paterna un lugar en la estructura del lenguaje.
¿Qué es lo que se espera que opere el significante del Nombre del Padre? La separación del infans alienado
en un primer momento a la función materna para, de ese modo, se acote el goce materno y advenga un
Sujeto. Por lo tanto, se hace necesario que el Nombre del Padre ponga bajo una barra al deseo materno para
que haya “función deseante”. Ahora bien, ¿qué sucede si no se inscribe este significante del Nombre del
Padre? El deseo del Otro materno termina fagocitando al cachorro humano. Lacan sostiene en su Seminario
17: El reverso del Psicoanálisis (2008) que, si el deseo materno no está frenado por el “palo” que se ubica en
“la boca del cocodrilo”, se torna bestial por su carácter insaciable. ¿Qué quiere decir esto? Que existe un
apetito en el deseo materno que debe ser regulado por el falo para que no resulte estragante. Así lo expresa
Lacan (2008):
Esto nos interesa particularmente porque, en función del deseo materno y la posición que ocupe el niño en
relación con el deseo de la madre, se darán tres respuestas posibles: psicosis, perversión o neurosis.
Cuando se sustituye el deseo de la madre por el significante del Nombre del Padre, se logra introducir al
sujeto en la estructura de la neurosis o de la perversión. Entonces, podemos hablar de ley y de deseo
solamente cuando un significante sustituya a otro haciendo metáfora. Por el contrario, cuando el significante
del Nombre del Padre está forcluido, la psicosis será la estructura del sujeto.
Advenir a la estructura del lenguaje implica, ocupar uno de estos tres lugares posibles, los que, a su vez,
están relacionados con los lugares en los que el niño es ubicado: como objeto de goce del fantasma
materno (la psicosis), como el falo que le falta a la madre (la perversión) o como síntoma de la pareja
parental (la neurosis).
Decíamos que esperábamos que hubiera “función deseante” en la operación que realiza el Nombre del
Padre sobre el deseo materno. Lo decíamos porque la función materna no consiste en un mero pasaje de
órdenes o de consignas al cachorro humano. ¿Acaso no podría hacerlo un robot? Hay algo más que aporta la
madre que se ubica en un más allá de la necesidad o la demanda y que hace de su oficio una “función
materna”: la madre hace de pasadora de deseo a sus hijos al haber renunciado a tragárselos abandonando
la tentación de “cerrar la boca del cocodrilo”. Esto implica una apuesta por del Otro materno a imaginar en
ese otro a un Sujeto.
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Para escribir sobre esta temática, nos apoyamos en una separata de Barrionuevo y Sánchez, Deseo, deseo
del Otro y fantasma (2013). El fantasma es la respuesta al interrogante acerca del deseo del Otro: ¿Qué
quiere de mí? ¿Qué espera de mí? Surge a partir de los significantes que vienen del Otro materno en cuyas
palabras siempre hay algo incomprensible, en los intersticios de su discurso siempre surge el enigma de su
deseo: “Me dice tal cosa, pero ¿quiere realmente lo que dice? ¿O me está queriendo decir otra cosa?”
Porque el interés de Lacan es estudiar cómo el sujeto construye la realidad y se ubica en ella con relación a
los otros significativos y en función del deseo que al Otro adjudica para construir su propio deseo.
La realidad es vista por el sujeto desde el fantasma, así como supongo que soy mirado, así me veo, dicha
mirada indicará el lugar que se ha ocupado en el fantasmamaterno. La misma habilitará la posibilidad de la
construcción del Yo cuerpo unificado. Hasta ese momento, la vivencia era la del cuerpo fragmentado y es
esa mirada la que otorgará la posibilidad de dicha unificación.
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En 1936, Lacan presenta su ponencia titulada El estadio del espejo como formador de la función del yo (je)
tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica que podemos leer en sus Escritos 1 (2014). Lo que
hará es retornar al texto de Freud, Introducción del narcisismo (1914). Allí, Freud presenta al narcisismo
como una fase intermedia entre el autoerotismo y el amor de objeto. Justamente, es en ese intermedio
donde se produce la formación del Yo como un nuevo acontecimiento psíquico.
En el amor de objeto como objeto total será la construcción que tendrá lugar en el atravesamiento del
Complejo de Edipo y, más específicamente, en el primer momento del Complejo de Edipo. Lacan retoma
estas ideas de Freud para plantear que no existe desde el comienzo de la vida humana una unidad que sea
comparable con el Yo. Más bien, algo debería suceder en el transcurso de esos primeros tiempos de vida del
cachorro humano para que esa unidad yoica se produzca. Eso que debería suceder es un nuevo acto
psíquico al que llamó “estadio del espejo”.
Para Freud, en su Introducción del narcisismo, el Yo implica una unidad que se construye y, antes de esa
construcción, lo que hay es del orden del autoerotismo originario. En el autoerotismo no hay un Yo
constituido como instancia psíquica y, por eso, algo tiene que suceder para que el Yo se precipite.
En el estadio del espejo, Lacan comienza planteando cómo el cachorro humano entre los 6 y los 18 meses
es capaz de reconocer su propia imagen en el espejo. Piensen que estamos en el momento en el que un
bebé no tiene dominio sobre lo motriz y, sin embargo, reconoce su imagen en el espejo con movimientos que
expresan la alegría que esto le produce. Se trata, entonces, de una identificación por la que se produce una
transformación que es consecuencia de la asunción por parte del sujeto de una imagen y en eso consiste el
estadio del espejo. La identificación formadora del yo parte de la insuficiencia orgánica del infans debida a la
prematuración del nacimiento, prematuración respecto del desarrollo del sistema nervioso que aún no
cuenta con la mielinización de los axones neuronales y que es lo que se manifiesta en la incoordinación de
los movimientos.
Entonces, se produce una identificación por la que el niño se anticipa a su propio desarrollo todavía
inmaduro, por la captación de esa imagen de dominio que tiene del otro, que en este caso es quien lo
sostiene en brazos frente al espejo; se anticipa a sí mismo en el otro del espejo y de esta manera alcanza
una totalidad unificada que resuelve la fragmentación corporal originaria, consecuencia de su inmadurez. La
asunción de esta imagen como propia vía identificación implica el pasaje del autoerotismo al Yo ideal, el
nuevo acto psíquico que coincide, además, para Freud, con la constitución del narcisismo primario,
reservorio libidinal en el yo que carga los objetos del mundo (los libidiniza) para volver como narcisismo
secundario cuando esa libido retorna al Yo una vez que se abandonan o se pierden esos objetos.
Además de Introducción del narcisismo, hay otro texto de Freud sobre el que Lacan vuelve para remarcarnos
allí algo muy importante. Se trata de El Yo y el Ello (1923). Dice Freud lo siguiente: “El Yo es, sobre todo, una
esencia-cuerpo; no es solo una esencia superficie, sino, él mismo, la proyección de una superficie” (P. 27).
Reparen que Freud está caracterizando al Yo como la proyección de una superficie corporal. Esto queda
mucho más claro cuando leemos en el pie de página agregado, con posterioridad, lo siguiente:
O sea que el yo deriva en última instancia de sensaciones corporales,
principalmente las que parten de la superficie del cuerpo. Cabe
considerarlo, entonces, como la proyección psíquica de la superficie
del cuerpo, además de representar, como se ha visto antes, la
superficie del aparato psíquico. (P. 27)
¿Qué hará Lacan con esto? En su Seminario 1: Los escritos técnicos de Freud (1981), recurre a una
experiencia de la Óptica, una rama de la Física. Se trata de lo que se conoce como “Experiencia de Bouasse”
que se utiliza en Óptica para explicar cómo se forman las imágenes. A Lacan le sirve como modelo para
proponernos lo que ocurre en el Estadio del Espejo y la estructuración imaginaria del cuerpo humano, es
decir, para dar cuenta de la constitución de un Yo inicialmente fragmentado para constituirse como una
totalidad unificada y poder representar al propio cuerpo también como unidad y no fragmentos.
Schémaoptique de Jacques Lacan - Esquema óptico de Lacan. Recuperado en enero de 2020 de:
https://www.youtube.com/watch?v=WOyS09haiGc
Por efecto del espejo cóncavo se forma la imagen real de las flores arriba de la caja como dentro del orificio
del florero. Lacan quiere proponernos la idea de un cuerpo como un continente con orificios. Para eso, saca
al ramo de flores del florero y los invierte: al ramo lo ubica sobre la caja y, al florero, lo ubica adentro de la
caja. ¿Qué se forma? La imagen real del florero con el ramo de flores. Así representa la idea del cuerpo con
agujeros por los que pueden entrar y salir los objetos que, en la experiencia, están representados por las
flores. Tenemos al cuerpo como continente y a las flores como contenido que pasan por los agujeros, es
decir, las zonas erógenas, borde del florero. La imagen que se refleja por efecto del espejo cóncavo hace a la
unificación del cuerpo propio y al Yo como totalidad unificada. El florero dentro de la caja representa al
cuerpo fragmentado, o sea, el cuerpo anterior a la unificación ¿Qué sucede si no se logra la unificación del
Yo? Queda un cuerpo fragmentado, lo propio de la esquizofrenia.
Las flores sueltas representan al cuerpo del niño que no puede sostenerse solo por su falta de unidad y su
escasa coordinación motriz. Esas flores son como un cuerpo despedazado, fragmentado por ser
neurológicamente prematuro. Por eso tiene que ser asistido por el Otro materno. Piensen que estamos
hablando de un cuerpo que, en sus inicios, ni su cabeza puede sostener por sus propios medios. Sin
embargo, para la mamá y para el papá ese cuerpo está completo, unificado… no está fragmentado. Desde el
ojo del Otro (los padres) se proyecta ese florero y eso le da al cachorro humano un continente que, en
principio, no tiene porque su experiencia corporal sí es fragmentada. Este ver al otro completo es el Ideal del
Yo como “un modelo al que el sujeto intenta adecuarse” (Laplanche y Pontalis, p. 180). De un modo más
sencillo, diremos que el Ideal del Yo son todos esos atributos que los padres construyen en torno de sus
hijos, incluso antes de que lleguen al mundo: “¡Será un niño inquieto porque no deja de moverse en la pansa
de la mamá!”; “¡No para de moverse porque ya quiere correr maratones con su papá!”; “¡Qué dedos largos
tiene! Será pianista como su tía”; etc.
Queda claro que ese “Ideal del Yo” en realidad es un “Ideal del Otro”
movido por el deseo inconsciente de los padres respecto del bebé.
Justamente, es también ese Ideal del Yo el que le anticipa al cachorro
humano una imagen unificada proveniente de los propios padres
(desde el Otro). Gracias a esta anticipación que ven los padres, el bebé
se ve reflejado en los ojos del Otro: el florero imaginario aparece,
entonces, como una imagen virtual detrás del espejo. ¿Qué quiere
decir esto? Que el sujeto se ve unificado en el campo del Otro, o sea,
de los padres. Fundamentalmente, en el campo de la madre quien
oficia de espejo y quien le anticipa la certeza de su unidad corporal. Y
todo esto ocurre antes de que pueda dominar sus movimientos. Entre
los 6 y los 18 meses el cachorro humano empieza a reconocerse a sí
mismo como unificado a través de los ojos de su madre y quiere
hacer movimientos para los que, todavía, no alcanzó la madurez
suficiente.
Ahora bien, ¿desde dónde le anticipa un cuerpo unificado la mamá a su bebé? Desde su falta estructural.
Esa misma falta estructural desde la cual una madre desea a un hijo ¿Qué desea inconscientemente una
madre? Que sea su hijo quien venga al lugar de esa falta para taparla. Esto que mencionamos aquí es
importantísimo y será retomado en otro momento. Por ahora, sigamos con la idea de unidad y señalar con
Baudes de Moresco (2011):
Tomemos esta última frase que dice que la imagen que nos refleja nos viene del Otro (la madre, como
decíamos) para dar una vuelta más sobre la noción del inconsciente y el deseo que nos vienen del Otro. Al
hacer referencia a la participación del Otro estamos vinculando la dimensión imaginaria con la intervención
fundamental de la dimensión simbólica… ¿Se dan cuenta que la forma de lo humano que transforma un
organismo vivo en un cuerpo viene deafuera del cachorro humano? Lacan en su Seminario 2: El Yo en la
teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica (1984) toma una idea de un poeta, Arthur Rimbaud, que dice
que el “Yo es otro” para dar cuenta de la perspectiva alterocéntrica del psicoanálisis. Nosotros podríamos
decir: Yo es Otro (con mayúscula) y así afirmar que el Sujeto está descentrado con respecto al Yo.
Nuevamente, la distinción entre Sujeto y Yo, donde éste busca la certeza, mientras desconoce al Sujeto que
aparecerá en los resbalones y los equívocos del Yo que habla (actos fallidos, sueños, etc.).
¿Qué implica esta posición alterocéntrica y esta escisión que constituye al Sujeto y que se manifiesta
como una “otra escena” que toma, por momentos, la escena del Yo? Algo fundamental: algo le retornará de
un otro (un semejante) que le parecerá al Yo muy ajeno, pero que expresa algo muy propio, aunque no sabe
que lo es. Aquí entramos en la estructura del fantasma como modo de relacionarnos con la realidad por el
cual, así como supongo que soy mirado por el otro, así me veo, aunque no lo sepa. ¿Por qué no lo
sabe? Porque es del orden de lo inconsciente: esa mirada que viene del otro nos indicará el lugar que se ha
ocupado en el Otro materno (en el fantasma materno).
La relación con ese semejante – el otro – que mira es imaginaria, pero está regulada por un vínculo
simbólico, el Otro. Es decir, es la dimensión simbólica —la relación con el Otro— la que define la posición del
sujeto como observador. La palabra es la que traza, organiza, define, de modo más o menos completo, lo
imaginario (el Yo, el cuerpo). Es desde lo simbólico como ese Otro que preexiste a la llegada del bebé al
mundo, que se producirá en el cachorro humano el anudamiento entre Real-Simbólico-Imaginario. Allí es
donde se anuda un mundo humano, por decirlo de algún modo.
¿Por qué nos interesa a los psicopedagogos estos planteos que exponemos aquí? Si venimos diciendo que
la imagen con la que se identifica un bebé está afuera (en el espejo, en el Otro materno) esto significa que,
como punto de partida, no hay Sujeto, ni mundo externo, ni realidad humana. Para que haya todo esto es
necesario que se produzcan las operaciones de alienación y separación y así generar la estructura… ¡O no!
Cuando esto no se genera estamos en la experiencia del autismo, por ejemplo. Pero también nos
encontraremos con déficits de estructura, por ejemplo, como sucede en aquellos niños clasificados por
otras perspectivas teóricas, como con “Trastorno por Déficit Atencional con o sin Hiperactividad”. Desde
nuestra perspectiva, y en línea con lo que venimos presentando, leemos en la hiperactividad una Ley que no
tomó al cuerpo (imaginario-real) para darle forma, produciendo, de ese modo, un anudamiento que regule
tiempos de aprendizaje y de juego.
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El Complejo de Edipo es uno de los conceptos centrales del psicoanálisis. En su Seminario 5: Las
formaciones del inconsciente (1999), Lacan reformula el Complejo de Edipo freudiano en tres tiempos. Lo
que hace es integrar este concepto a la constitución del sujeto del inconsciente, situando el deseo y, por lo
tanto, la falta estructural de la existencia humana. Cada uno de estos “tiempos” establece un modo de
vincularse con el campo del Otro y con la castración de un modo peculiar.
PRI M E R T I E M PO S E G U N D O T I E M PO T E RC E R T I E M PO
La relación madre-hijo está marcada por un vínculo de fusión entre ambos. El hijo queda identificado con el
falo materno, es decir, el único objeto que puede satisfacer a la madre. A su vez, la madre representa para el
niño un Otro absoluto, omnipotente. En este primer momento el padre queda por fuera de ese vínculo
madre-hijo. Por eso decimos que aparece de forma “velada”. ¿Qué significa esto? Que el padre solamente
circula como significante en el discurso de la madre, pero su presencia como tercero capaz de hacer un
corte a la unidad madre-hijo no tiene lugar aún.
PRI M E R T I E M PO S E G U N D O T I E M PO T E RC E R T I E M PO
El padre interviene como tercero la relación de fusión que existía entre la madre y el hijo. Esto produce una
separación que lleva al niño a preguntarse por su falta. Con esta operación el padre pasa a ocupar el lugar de
un significante: el significante del Nombre del Padre. ¿Por qué un significante? Porque el padre constituye
una metáfora de la ausencia de la madre tras la separación de su hijo, ocupando así el lugar del significante
del deseo materno.
A partir de ahí, tiene lugar un desplazamiento por el cual el niño imagina que el falo de la madre es el padre
(imaginario) y ya no él. Entonces, padre y falo son confundidos por el niño. Pero se trata de un falo imaginario
que otorga al padre la característica de ser omnipotente y privador. ¿Por qué privador? Porque el padre
interviniendo como tercero en la separación madre-hijo, lo que hace es castrar a la madre privándola de su
hijo.
PRI M E R T I E M PO S E G U N D O T I E M PO T E RC E R T I E M PO
Tiene lugar un nuevo desplazamiento: el niño ya no está centrado en ser o no ser el falo, sino en tener o no
tener el falo. Ahora el falo aparece como simbólico y, entonces, puede circular por la cadena significante en
procura de objetos fálicos. Se instala la función simbólica y el padre es investido como Ideal del Yo.
La función paterna será la que le permita al niño abandonar un lugar pasivo y ocupar en más un lugar activo
como sujeto deseante. La constitución como sujeto deseante se da a condición de encontrarse con la falta
estructural: porque algo le falta al niño es que estará en la búsqueda permanente de un objeto que,
sabemos, está perdido para siempre. Aquí juega un papel central la función paterna porque es la encargada
de introducir al sujeto en la castración simbólica a partir del corte que produce entre un sujeto y el Otro, ¿qué
efecto tiene este corte? Impide el goce mortífero del Otro materno sobre el niño.
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Imaginen la siguiente situación: estamos viajando en avión desde algún punto de la Argentina con destino a
Santiago de Chile. Es la primera vez que hacemos este tramo. Durante el vuelo, conversamos con alguien
sentado a nuestro lado. De pronto, escuchamos al Capitán anunciando “abrocharse los cinturones de
seguridad”. Se acerca el cruce, no pocas veces turbulento, sobre la Cordillera de los Andes. Pasados unos
minutos, avistamos, desde nuestra ventanilla, la inmensa y majestuosa presencia de un relieve nunca visto.
Sacamos el teléfono celular para intentar fotografiar aquello, ¡pero no logra captar aquello! Entonces,
decidimos filmarlo, ¡en vano, nuevamente! Finalmente, nos entregamos al espectáculo de la naturaleza y
guardamos silencio en serenidad y armonía con el paisaje. Somos uno con la Cordillera y el tiempo-espacio
en el que estábamos hasta hacía unos minutos, parece haberse esfumado.
He ahí un ejemplo que solemos poner con nuestros estudiantes para diferenciar en Lacan la realidad de lo
real. Hablábamos en un avión (lo simbólico) con una compañía (lo imaginario, el otro como semejante) y, de
repente, irrumpe lo real: no hay palabras, no hay representación posible, no hay imagen que lo capture, ¡eso
es algo del orden de lo real! Lo real es lo que está por fuera tanto lo simbólico como de lo imaginario y, en
consecuencia, no se puede ni representar, ni tampoco imaginar (si no vivieron esa experiencia, no alcanzan
las palabras para describirla aquí).
¿Qué hacemos frente a esta experiencia de lo desligado? Jacques-Alain Miller (2001) dice que inventamos
nombres que no son más que meros significantes, que circulan socialmente y que “tocan (…) a la relación
entre lo simbólico y lo real” (P. 272). La época inventa nombres que vengan al lugar de la falta para su
clausura y evitar la angustia: “depresión”, “ansiedad”, “ataque de pánico”, “bournout”, “mobbing”, “crisis”,
“ADHD”… son significantes que la época pone a la mano para que podamos señalar, de algún modo, algo que
resulta innombrable y que produce malestar.
Así es como Freud encuentra en su práctica clínica la “compulsión de repetición” como la tendencia a repetir
lo displacentero que define como “perpetuo retorno de lo mismo”. Este hallazgo lo expresa de este modo:
A esto llama “neurosis de destino”, la repetición del rasgo del Sujeto que implica tanto fijaciones pulsionales
de la libido como las fantasías inconscientes concomitantes. Refiriéndose a la neurosis de destino, Freud
(1920) dice:
(…) desde el comienzo el psicoanálisis juzgó que ese destino fatal era
autoinducido y estaba determinado por influjos de la temprana infancia.
La compulsión que así se exterioriza no es diferente de influjos de la
temprana infancia. La compulsión que así se exterioriza no es
diferente de la de compulsión de repetición de los neuróticos (…). Se
conocen individuos en quienes toda relación humana lleva a idéntico
desenlace: benefactores cuyos protegidos (…) se muestran ingratos
pasado cierto tiempo (…); hombres en quienes toda amistad termina
con la traición del amigo; otros que en su vida repiten incontables
veces el acto de elevar a una persona a la condición de eminente
autoridad para sí mismos o aun para el público, y tras el lapso señalado
la destronan para sustituirla por una nueva; amantes cuya relación
tierna con la mujer recorre siempre las mismas fases y desemboca en
idéntico final, etc. (Pp.22-23)
¿Qué es lo que rompe la homeostasis del principio del placer? La pulsión de la que no podemos huir como sí
podríamos hacerlo ante un estímulo externo (ante una luz intensa cerramos los ojos, por ejemplo). Si no
podemos huir de la pulsión como eso que insiste en satisfacerse, la pulsión resulta del orden de lo
traumático. Por eso Freud equipara a la pulsión con la neurosis de guerra, es decir, a la pulsión con el trauma.
¿Qué tienen en común? Un aumento de excitación corporal que produce una perturbación a nivel del aparato
psíquico, como un exceso vivenciado como displacentero.
Pero, además, desconoce que, cuanto más se aproxima a ese objeto, más cerca se está de la muerte. Un
ejemplo de esto lo encontramos en la ingesta compulsiva de cierta droga en el toxicómano: se trata de una
satisfacción vivenciada como placentera, pero en el más allá del principio del placer. Y eso es goce y la
pulsión misma es deriva de goce por algunas zonas del cuerpo o por el pensamiento, como le sucede a la
neurosis obsesiva.
Pertenecer a la especie humana implica una renuncia de goce y un objeto perdido para siempre que pone en
marcha el deseo. Si el encuentro con la estructura del lenguaje conlleva para el ser hablante una pérdida de
goce, entonces, la castración proviene de la estructura misma del lenguaje. Otro nombre para lo real es Das
Ding —la Cosa— ese elemento aislado, ajeno en mi interior, que Freud conceptualiza en su texto Proyecto de
psicología, elaborado en 1895 y publicado en 1950, años después de la muerte de Freud.
En Inhibición, síntoma y angustia (1926), texto de lectura imprescindible, Freud elabora una secuencia:
trauma, angustia, represión (defensa), síntoma. La angustia es el afecto ligado al trauma, más aún, es el
afecto del trauma. Por eso, Lacan sostiene en su Seminario 10: La angustia (2007) que la angustia es lo que
no engaña. No engaña respecto dela irrupción de lo real que desarrolla angustia por el peligro ¿Peligro ante
qué? Ante la castración. Es decir, la angustia se presenta ante la pérdida de objeto y, por lo tanto, el trauma lo
es ante la castración: ausencia, pérdida de objeto… ¡No hay el objeto!
Sigamos la secuencia: trauma, angustia, represión como defensa. Entonces, se presenta la represión como
la defensa ante lo pulsional. Y, finalmente, tenemos los síntomas que se forman para evitar el peligro y para
escapar de la angustia. El síntoma es una formación de compromiso que envuelve una satisfacción
sustitutiva (una modalidad de goce) y que tiene en su base - ¡siempre! - a la angustia.
Así, el trauma, en tanto que real, tiene una función estructural y estructurante. Y si la angustia es premisa
necesaria de la formación del síntoma, es porque el trauma, en tanto que real, es insoslayable para todo ser
que habla: Ser hablante y trauma (lo real) van juntos. Y lo que se genera a partir de ese momento es la
estructura.
TAVIL, M. (15 de marzo 2018). Real, simbólico e imaginario - Lacan. Recuperado en enero de 2020 de:
https://www.youtube.com/watch?v=M5tR1s-Yh74
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El “objeto a” está ubicado en la intersección de lo Real, lo Simbólico y lo Imaginario. Se trata del objeto
perdido. Puede venir de modo imaginario viniendo al lugar de la falta (del agujero de lo real) a taparlo. Cuando
decíamos que un hijo viene a tapar una falta estructural en la pareja, decimos que ese hijo está ubicado
como objeto a. En ese taponamiento, el “objeto a” se hace con los objetos perdidos: seno, heces, mirada,
voz… todo lo que se desprendió. Gracias a ese desprendimiento es que el deseo en el cachorro humano se
pone en movimiento. Por eso decimos que el “objeto a” funciona como causa del deseo. Todo esto marcada
por el deseo del Otro materno dejando su impronta, como lo sostiene Baudes de Moresco (2011):
Ningún objeto podrá satisfacer a la pulsión, solo trazará un circuito a su alrededor. Otro modo de sostener
que el objeto está perdido para siempre. El circuito pulsional para Lacan se produce “por la intervención de
algo que no pertenece al campo de la pulsión” (2013, p.185) y ese elemento es “la demanda del Otro”. Si no
fuera por la demanda del Otro, no habría pulsión ni circuito pulsional.
Imagen recuperada en enero de 2020 de: http://revistacythere.com/wp-
content/uploads/2019/07/Sanabria-06.png
Observamos un circuito pulsional que da una vuelta sin tocar el objeto a. Se mueve alrededor del objeto a y
pasa por allí sin tocarlo. Lo que sí toca es la zona erógena del sujeto y la recorre, pero sin detenerse. El objeto
queda siempre perdido y la pulsión en su circuito no puede satisfacerse nunca completamente. Si lo hiciera,
si tocase el objeto a, ya dijimos que entra en el plano de lo mortífero y deja de moverse. Ahora bien, el “objeto
a” está perdido para lo Simbólico y lo Imaginario, aunque encuentra cierta presencia o materialidad, por
decirlo de algún modo. ¿En qué momento se da esto? Cuando el objeto a aparece dislocado en una escena
de modo desnudo, es decir, sin un ropaje simbólico-imaginario. En ese caso es causa de angustia.
Quizás un ejemplo que muchos tenemos presente fue el ataque televisado en 2001 a las Torres Gemelas de
Nueva York. Un real que irrumpe y deja sin palabras, atónitos, a millones de personas en el mundo. Luego,
comienzan los trabajos, por ejemplo, en las escuelas sobre ese evento traumático, angustiante, intentando
una inscripción posible de lo real. El libro del pedagogo Philippe Meirieu, Éduqueraprès les attentats (2016),
puede venir a ilustrar esto como intento de elaborar el trauma ocasionado por los atentados terroristas que
tuvieron lugar en Francia en 2015 y 2016.
Entonces, si la aparición del “objeto a” desnudo es causa de angustia, el trabajo de revestimiento simbólico
e imaginario es causa de deseo: motoriza, relanza, inscribe algo de lo traumático para que se ligue a lo
simbólico. Aromí (2003) dirá:
Revestir de simbólico aquello que irrumpió como real, impactando directamente sobre lo imaginario del
cuerpo, causando angustia. Allí hay una clave para todo trabajo que se pretenda psico-pedagógico.
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Como sostiene Claudine Blanchard-Laville (1998), luego de la muerte de Freud, pocos son los psicoanalistas
que se ocupan de los mecanismos del pensamiento. Más bien hay una preocupación por los mecanismos
neuróticos en línea con el texto Inhibición, síntoma y angustia. Justamente, serán Lacan y Bion quienes
produzcan la “resurrección del pensamiento en el psicoanálisis” (p. 80).
En Tres ensayos de teoría sexual (1905) Freud postula la pulsión epistemofílica como pulsión de saber que
tiene lugar “a la par que la vida sexual del niño alcanza su florecimiento entre los tres y los cinco años” (p.
176) cuando el niño se hace la pregunta por su origen:
A diferencia de Freud, que sitúa esta pulsión de saber alrededor de los 3 y 5 años, para Bion se trata de una
pulsión primera y de carácter elemental. Considera que está en la base de todo el desarrollo del cachorro
humano. En verdad, Bion no hablará de pulsión, sino más bien de vínculo. Y postula tres que para él son
esenciales como son el amor, el odio y el conocimiento a los que va a identificar con la letra inicial de cada
palabra: vínculo L (love), vínculo H (hate) y vínculo K (knowledge). Vamos a encontrar el uso de letras del
alfabeto latino y del alfabeto griego porque dice no querer producir una “penumbra de asociaciones” (Bion,
1980, P. 25)
Lo que a Bion le interesa es cómo se construye ese vínculo K, es decir, cómo se construye un aparato para
pensar. Piensa que el aprendizaje comienza con la experiencia sensorial del bebé con su primer objeto, el
seno materno. Allí comienza a construirse el vínculo K (conocimiento) acompañado de los vínculos L y H,
amor y odio. Al igual que encontramos en otros pensadores de su época (pensamos en Jean Piaget o en
Melanie Klein, por ejemplo) también Bion recurrirá al sistema digestivo como metáfora para pensar un
aparato psíquico.
Ahora bien, no todo es “digerible” por el bebé. Y eso no digerible, no elaborable, en lugar de guardarlo dentro
de sí, el bebé lo expulsa al exterior por un mecanismo de “identificación proyectiva”, término introducido por
Melanie Klein para aludir a unas fantasías por las cuales el bebé proyecta al cuerpo materno partes
escindidas de su propio Yo en constitución (Laplanche y Pontalis, 1996, Pp. 189-190). A esos elementos
expulsados por identificación proyectiva, Bion los denomina elementos “Beta”:
Los elementos Beta van a parar a la madre con quien constituye su primer vínculo de amor y odio. Aquí tiene
un rol fundamental la madre porque esos elementos Beta son como proyectiles que la atacan. La madre
debería poder contener estos elementos Beta de modo empático con lo que el bebé siente y usar su propio
aparato para pensar para tratar los elementos Beta, elaborarlos, tratarlos y devolverlos ya digeridos al bebé
por su propio mecanismo de identificación proyectiva. Así, esos elementos Beta vuelven al bebé como
elementos Alfa. Esa capacidad de transformar elementos Beta en Alfa es lo que Bion denomina “capacidad
de reverie”.
Esa capacidad de la madre de transformar y elaborar para devolver amorosamente elementos expulsados
por el bebé no significa su satisfacción plena. De hecho, sabemos que la frustración por el objeto que falta
es la que pone en marcha el deseo, la búsqueda y, en consecuencia, hace nacer el pensamiento. Para Bion,
solamente si el bebé puede soportar la frustración, entonces habrá aprendizaje por experiencia en el sentido
de un pensamiento que se desarrolla y con él un aparto que le hará de continente.
Lo que estamos sosteniendo con Bion es que la capacidad de reverie de la madre y la capacidad de soportar
la frustración del bebé postergando y difiriendo la acción, van conformando un continente para pensar. Ahora
bien, si la frustración no es tolerada por el bebé o la mamá no puede hacer reverie, entonces se produce una
hipertrofia en el aparato para pensar por dominio de la identificación proyectiva y los elementos Beta.
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Nos basamos en los aportes de Janin (2011) para abordar trastornos en la constitución del aparato psíquico.
Aquí haremos una mención introductoria como invitación a una lectura más profunda en el texto de la autora
El sufrimiento psíquico en los niños. Psicopatología infantil y constitución subjetiva.
Cuando piensa en la consulta de niños, Janin se ve llevada a realizar una primera distinción entre niños que
presentan síntomas neuróticos, es decir, aquellos que están determinados por un conflicto intrapsíquico; y,
por otro lado, los trastornos en la constitución del aparato psíquico:
Estos trastornos ponen de manifiesto fallas en el camino de la subjetivación. Es decir, en ellos podemos leer
alteraciones de los mecanismos, funciones, complejos y procesos presentados hasta aquí que nos
requerirán unas “intervenciones estructurantes” (P. 36).
TAVIL, M. (27 de septiembre 2017). Función y Campo de la Palabra y del Lenguaje en Psicoanálisis - Lacan (parte 1).
Cierre de la unidad
Para el Psicoanálisis, el sujeto es efecto de un lugar ofertado por el Otro, que el cachorro humano acepta o
rechaza ocupar. Esa aceptación tiene sus propios tiempos, pero no se pueden conocer a priori. Solamente
con un análisis podría armarse un rompecabezas imperfecto que se acerque de algún modo a las marcas de
ese lugar ocupado[I1].
[I1] [Aclaración: “Otro” se escribe con mayúscula cuando se lo presenta de ese modo porque es un concepto en
Psicoanálisis]
Conclusión
Un niño es un sujeto del inconsciente, eso que encuentra su modo de expresión en el juego, en los sueños,
en los dibujos: el sujeto es un efecto del lenguaje. Por eso, decimos que es un hablante ser, designación
para la que Lacan (1975) crea el término parlêtre: un neologismo formado por los verbos parler (hablar) y être
(ser) por el que da la prioridad del habla por sobre el ser. Esto quiere decir que para la perspectiva
psicoanalítica lacaniana el ser humano nunca se encontrará como una entidad separada del lenguaje. Lo
humano le viene del lenguaje y está llamado a partir de su nacimiento a ocupar un lugar en esta estructura. El
inconsciente está estructurado como un lenguaje y es el Otro con sus intervenciones y sus demandas quien
ofrece un lugar para el cachorro humano. Esto nos orienta hacia una hipótesis alterocéntrica fundamental en
la perspectiva del psicoanálisis: el psiquismo humano se constituye de modo esencial en los años de la
infancia. Este es el motivo por el cual hemos dedicado un extenso recorrido a dilucidar el nudo Real,
Simbólico e Imaginario para pensar la conformación de un aparato psíquico y abrir la vía para desarrollar con
posterioridad los trastornos que pueden ocasionarse en este período nuclear de la vida psíquica y la elección
de una estructura —neurosis, perversión, psicosis— por parte del sujeto.
Bibliografía
de referencia
–
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Barrionuevo, J. y Sánchez, M. (2013). Deseo, deseo del Otro y fantasma, Cátedra 1: Psicología Evolutiva
Adolescencia, UBA.
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