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Teoría Psicoanalítica – Cursada 2021

Duodécima Clase (de Casas – Volta)

12) El ideal, el padre y el tiempo primordial.

Planteo del “mito científico”: a) Totemismo y zoofobias: características comunes. b) El banquete totémico.
c) La horda primordial. El asesinato del padre y su efecto paradójico: un modo de sostenerlo en su
universalidad. Religión, eticidad, sociedad, arte y neurosis organizadas en torno al punto de la relación con
el padre. Identificación primaria.
Bibliografía obligatoria:
✔ “Tótem y tabú” (1913), cap. IV: “El retorno al totemismo en la infancia”, AE, XIII, 103-62.
Bibliografía ampliatoria:
✔ “Psicología de las masas y análisis del yo” (1921), cap. X y XII, punto B, AE, XVIII, 116 y 128-30.
✔ “Una neurosis demoníaca en el siglo XVII” (1922), cap. III: “El diablo como sustituto del padre”,
AE, XIX, 85-94.

En la clase de hoy vamos a dar un cierre a la segunda parte del programa. “La pulsión y su
ordenamiento”. En este tramo del año hicimos un recorrido iniciado por la introducción del
concepto de pulsión (1905) en sus diferencias con la fijeza pautada por el instinto, y desde allí
fuimos luego a revisar las “organizaciones” de la pulsión, tanto por el lado de los Complejos de
Edipo y Castración, como por el lado del Narcisismo. En torno a la cuestión del Ideal encontramos
una articulación posible entre estas diversas formas de organización de la satisfacción pulsional.
De hecho habíamos terminado la última clase situando al Ideal del yo simultáneamente como
heredero del narcisismo originario perdido y de la promesa de satisfacción no incestuosa
establecida a la salida del Edipo vía la identificación con el padre. Para poder pensar esto la
relación falo/narcisismo nos resultó clave.
Hoy vamos a retomar estas cuestiones relativas a la organización de la satisfacción pulsional y
nos vamos a meter nuevamente con el padre. Hemos visto que para plantear los roles
organizadores del Complejo de Edipo y del Narcisismo Freud acudió a referencias clásicas de la
Grecia antigua: la tragedia de Sófocles y el mito de Narciso. El complejo de Edipo mismo dentro
de la teoría psicoanalítica no deja de ser un mito, un relato ficcionado acerca de cómo se habría
perdido la satisfacción plena (“incestuosa”) por culpa del padre. Allí donde se trataba de un
imposible estructural a nivel de la satisfacción sexual completa y armónica (imposible por no ser
instintiva), el mito edípico introduce la idea de una “prohibición” agenciada por la amenaza del
padre. Entonces sólo será posible una satisfacción limitada, no incestuosa, tocada por la
castración. Por obra del padre se podrá -se promete- sólo con “algunas”, según lo establece el
régimen de la elección de objeto. La satisfacción supuestamente plena quedó perdida, interdicta.
Hoy vamos a revisar un segundo mito del padre. Un mito construido por Freud mismo y que nos
va a permitir seguir abordando estas cuestiones pero desde otro ángulo. Se trata entonces ya no
de un mito clásico, sino de un mito moderno, propuesto en 1913. Para inventarlo, tal como
habíamos comentado en la clase anterior cuando trabajamos “Psicología de las masas….”, Freud
indaga en otras disciplinas y formula diferentes argumentos que aportan luz sobre lo que le
interesa, la formalización de su práctica del psicoanálisis. El texto central que tenemos en esta
unidad es “Tótem y tabú” (1913 [1912-1913]). Ya su nombre nos sugiere lo que venimos
diciendo y en este caso las fuentes que explora Freud provienen de los desarrollos
contemporáneos a él de la Antropología (biológica, social y cultural). De hecho el subtítulo del
escrito es “Algunas concordancias en la vida anímica de los salvajes y de los neuróticos”. El
término mismo de “salvaje” nos da la pauta de que el paradigma antropológico reinante en ese
momento era el evolucionismo, surgido del capitalismo colonial. Freud está inscripto en ese
contexto, por lo cual tendremos que hacer un esfuerzo de lectura para captar la vigencia de su
planteo hecho en términos que ya resultan completamente obsoletos. De hecho, la hipótesis en
la que nos vamos centrar no tiene ningún valor antropológico como tal. Ha sido ampliamente
refutada por los especialistas en la materia. Sin embargo, dentro del psicoanálisis conserva todo
su valor y su importancia. Tenemos que ver por qué. ¿Por qué ese planteo sigue siendo vigente?
Nosotros nos centraremos sobre todo en el 4º capítulo, en el que Freud integra los resultados de
los tres ensayos anteriores. Su título es “El retorno del totemismo en la infancia”. Presten atención
a este “en”, ya que nos va a servir como clave de lectura para un texto de difícil acceso.

El método
Una vía interesante para meternos ahí es la metodológica. Ver cómo procede Freud en la
construcción de su hipótesis central, cómo se va nutriendo de distintas fuentes, y va componiendo
una especie de collage retorcido en el que hace confluir datos y preguntas pendientes de la
antropología con los aportes el psicoanálisis. Nos deja una enseñanza interesante el proceder
freudiano, sobre lo que implica investigar en psicoanálisis. Los pasos que sigue, el método que
utiliza. El artículo es publicado en 1913. Y los libros antropológicos de referencia son de la misma
época. Por ejemplo, los cuatro volúmenes de Frazer “Totemismo y Exogamia” son de 1910; o el
trabajo de Wundt “Elementos de la psicología de los pueblos” es de 1912. Freud está actualizado
y al tanto de lo que publican sus contemporáneos de otras disciplinas.
En este capítulo Freud intenta elucidar desde el psicoanálisis la génesis de la religión. La cuestión
del “padre”, que nos interesa en particular, va a estar ligada a esto. Pero nos aclara que él no
cree que pueda darse una explicación unilateral del problema. Anticipa que únicamente una
síntesis de diversos campos de investigación le permitirá avanzar sus formulaciones, por eso
desatacábamos el método escogido. Este interés que tiene Freud por la religión en su relación
con las neurosis y el padre, veremos luego en la tercera parte del programa, tiene sus
prolongaciones en otros artículos, como por ejemplo “El porvenir de una ilusión” (1927), o “Moisés
y la religión monoteísta” (1934-38).
El nudo del texto está ligado al armado de una historia, un relato sobre el origen de la humanidad.
Freud crea un mito. Decimos un “mito científico” porque lo construye con aportes de otra ciencia.
Este mito funciona como una explicación de algo que él supone como verdadero pero que no
puede ser verificado. Diferentes culturas recurren a mitos sobre los orígenes. Algo de esto
habíamos señalado ya también cuando comentamos la experiencia “mítica” de satisfacción para
dar cuenta del origen del deseo (sexta clase), o de las fantasías comparadas con las sagas de los
pueblos acerca de su origen (octava clase). Revisen lo que allí habíamos planteado sobre los
mitos

Para armar este nuevo mito sobre el padre Freud toma varios elementos:
1.- El Totemismo: La descripción por parte de los antropólogos evolucionistas de su época de un
modo de funcionamiento social que encontraban en ciertas comunidades aborígenes. Se centra
en las características del totemismo, como un “sistema religioso” y como “sistema de organización
social”, según el cual, los miembros de determinado clan se unían en torno a la adoración de un
tótem (un monumento que representaba a un animal), se daban el nombre del tótem, y no sólo lo
adoraban sino que se sentían sus descendientes. El tótem era un antepasado común, una suerte
de padre ancestral. Por lo general se trataba de un animal, por ejemplo, el oso, la jirafa, etc. pero
podría tratarse de una vegetal también. Veremos por qué resulta más significativo el ejemplo del
animal. Desde el punto de vista religioso Freud destaca el vínculo de respeto recíproco entre un
hombre y su tótem. Había reglas de relación muy precisa (tabúes) sobre cómo tratar a ese animal
representado en el tótem, que era sagrado y no se lo podía matar, ni tocar. La violación de esos
mandamientos era castigada con enfermedad o muerte. El linaje esperaba protección e
indulgencia del tótem. El miembro del clan buscaba asemejarse en lo externo, cubrir su cuerpo
con la piel, tatuárselo. Estas “identificación” con el tótem se mostraba en actos, palabras y ritos,
durante ceremonias especiales, o en danzas con propósitos mágicos.

En su aspecto social, el totemismo conlleva obligaciones de los miembros de un clan hacia otros,
y respecto de otros linajes. Por un lado, los miembros de un mismo clan eran hermanos y
hermanas. Estaban obligados a ayudarse y protegerse mutuamente. Entre ellos había un lazo
social muy estrecho. Es interesante el que ese tótem les daba un nombre y los cohesionaba como
grupo. Pero por otro lado, había otras reglas junto a las obligaciones establecían restricciones.
Reglas sobre los vínculos de los miembros de ese clan, prohibiciones en cuanto a la relación
entre sus miembros. Tenían prohibido el vínculo sexual entre sus miembros con las mujeres del
mismo clan, bajo el mismo tótem no se podía, las relaciones sexuales había que buscarla por
fuera, en otros clanes. Esta prohibición de casarse y de mantener comercio sexual entre los
miembros de un mismo clan los antropólogos la llaman “exogamia”.
Los antropólogos de la época postulaban entonces que el clan era un modo de organización
social y religión primitiva de la humanidad. ¿Qué hace allí Freud? Señala los puntos oscuros de
las explicaciones antropológicas. Dos cuestiones se plantean como enigmas abiertos en relación
al totemismo. Por un lado su origen. La pregunta por el origen es clásica de la perspectiva
evolucionista. ¿Dónde está el eslabón perdido entre el mono y el hombre? Pasó lo mismo en
lingüística con la cuestión del origen del lenguaje, y la teoría de la holofrase. Aquí van a ver que
Freud arma el “estado del arte” sobre el origen del totemismo (teorías nominalistas, teorías
sociológicas, teorías psicológicas) mostrando en cada caso sus alcances, pero sobre todos sus
limitaciones. Debemos decir que el posterior ingreso de la perspectiva estructuralista en las
ciencias humanas, tanto en lingüística como en antropología, suprimió más tarde estos intentos
metodológicamente improductivos de intentar encontrar “el eslabón perdido” señalando más bien
el corte y la discontinuidad entre naturaleza y cultura.
La segunda cuestión problemática señalada por Freud es ¿qué motiva la exogamia? ¿Por qué
ese tabú del incesto? Freud toma referencias de diversos autores (Frazer, Durkheim) y señala lo
insuficiente de sus explicaciones. No queda claro de dónde proviene el horror al incesto que está
en la raíz de la exogamia. No alcanza, nos dice, con invocar una repugnancia instintiva hacia el
comercio sexual entre parientes consanguíneos. Si fuese algo instintivo no necesitaría estar
reforzado por ninguna ley social. Sería como pensar en una ley que ordene a los hombres a
comer y beber o a no poner sus manos en el fuego! En este punto Freud agrega: “La ley sólo
prohíbe a los seres humanos aquello que podrían llevar a cabo bajo el esforzar {Drängen} de sus
pulsiones” (AE, XIII, p. 126). Es una idea interesante. La “prohibición” es solidaria de lo “posible”,
diríamos que lo hace existir: “podría ser pero está prohibido”. Freud agrega aquí que por los
descubrimientos del psicoanálisis sabemos que las primeras mociones sexuales del individuo son
de naturaleza incestuosa. Y deja por ahora abierto el tema: “No conocemos el origen del horror al
incesto y ni siquiera sabemos qué orientación tomar. No nos parece satisfactoria ninguna de las
soluciones del enigma propuestas hasta ahora” (AE, XIII, p. 127).

2.- La Hipótesis de Darwin. Freud le da un lugar aparte al trabajo de Charles Darwin (1871) y a
una hipótesis surgida de la observación de los hábitos de vida de los monos superiores. Es una
pieza que lo orienta en el rompecabezas que Freud intenta armar. Darwin describe como cierta
especie de gorilas vivían en pequeños grupos comandados por el macho más fuerte que
conseguía la comida y que tenía su harén de hembras todas para él. Ese macho no quería
competencia alrededor suyo, por lo que expulsaba a los machos más jóvenes de ese grupo
(denominado “horda”) e incluso en algunos casos de animales ni siquiera siendo muy pequeños
podían acceder a las hembras. Este comportamiento se puede observar en muchas especies
actualmente (hipopótamos, elefantes marinos, lobos, ciervos, etc.) donde las luchas por
desbancar al macho dominante o macho alfa son sangrientas, aunque salvo accidente nunca son
mortales ya que de lo contrario la manada perdería el segundo macho más fuerte1.

De esa observación hecha en animales, Darwin plantea una hipótesis sobre el estado social
primordial del ser humano. Dice Freud: “De los hábitos de vida de los monos superiores, Darwin
infirió que también el hombre vivió originariamente en hordas más pequeñas, dentro de las cuales
los celos del macho más viejo y más fuerte impedían la promiscuidad sexual. Darwin postula que
los primeros agrupamientos humanos tenían esta forma de horda” (AE, XIII, pp. 127-128).
Menciona luego el trabajo de Atkinson (1903) como el primero en discernir que esta conformación
de la horda primordial darwiniana necesariamente establecía en la práctica la “exogamia” de los
varones jóvenes. Cada uno de los machos expulsados podía fundar una horda similar, en la que
rigiera igual prohibición del comercio sexual merced a los celos del jefe. En el curso del tiempo
habría resultado de esos estados la regla ahora consciente como ley. De todos modos le sigue
sin quedar claro si primero está el totemismo o primero la ley.

3.- Las Zoofobias infantiles. Fíjense que aquí Freud pega un salto abrupto. Sale del terreno de
la antropología y se mete con lo que sucede en el consultorio. Hace participar aquí el saber
surgido de la experiencia analítica. “Un solo rayo de luz arroja la experiencia psicoanalítica en
esta oscuridad” (AE, XIII, p. 129). Este tercer elemento considerado por Freud nos permite
entender el título del ensayo. Se trata del retorno del totemismo en la infancia bajo la forma de las

1
El libro del etólogo Konrad Lorenz “Sobre la agresión, el pretendido mal” (1963) desarrolla y actualiza el
funcionamiento adaptativo del instinto agresivo en las especies animales, para proteger el territorio, la comida que en
él se halla, y asegurar la transmisión de la mejor descendencia posible para la especie.
zoofobias infantiles. Freud compara y pone en relación el trato hacia el animal del tótem con las
zoofobias infantiles. “La conducta del niño hacia el animal es muy parecida a la del primitivo” (AE,
XIII, p. 129). La notable simpatía y acercamiento entre el niño y el animal, sin embargo puede
verse perturbado cuando el niño empieza de pronto a tenerle miedo a una determinada especie y
evita acercarse, tocar o mirar a sus individuos. Se produce una fobia, quizás la forma más
temprana de neurosis.
Trae el ejemplo del pequeño Hans que le tenía miedo a los caballos pero que también se había
mostrado interesado en ellos.

Si bien Freud aclara que no se puede afirmar un sentido general para la contracción de las fobias
infantiles, algunos casos que fueron accesibles al análisis le permiten una explicación: “En todos
los casos era lo mismo: la angustia se refería en el fondo al padre cuando los niños indagados
eran varones, y sólo había sido desplazada al animal” (AE, XIII, p. 130). Hans, en plena
configuración edípica, desplaza una parte de sus sentimientos desde el padre hacia el animal, y
resuelve de este modo el conflicto de ambivalencia. Retengan esta cuestión de la ambivalencia
hacia el padre porque es central. Un padre amado y odiado simultáneamente. Vamos a tener que
hacer una lectura de esto planteado en términos de ambivalencia hacia el padre. Freud entiende
que con el síntoma fóbico se procura un alivio al desplazar sus sentimientos hostiles y
angustiados sobre un sustituto del padre. La ambivalencia se desplaza hacia el caballo. Cuando
su angustia se reduce un poco, puede mostrar respeto e interés por el caballo, identificarse con el
animal, galopar como un caballo o incluso morder al padre. Freud plantea al caballo como
sustituto del padre con el consecuente desplazamiento del temor al padre hacia el caballo.
Del historial del pequeño Hans, pero también del caso Arpad (fobia a las gallinas) publicado por
Ferenczi concluye que “el padre era admirado como el poseedor del genital grande y era temido
como el que amenazaba el genital propio. Tanto en el complejo de Edipo como en el de
castración, el padre desempeña igual papel, el del temido oponente de los intereses sexuales
infantiles. La castración (…) es el castigo que desde él amenaza” (AE, XIII, p. 132).
Freud destaca allí dos rasgos de concordancia entre la zoofobia y el totemismo:
- La plena identificación con el animal totémico.
- La actitud ambivalente de sentimientos hacia él.
Aquí Freud toma posición: “debemos escoger precisamente ese punto y anudar a él todo intento
de explicar el totemismo” (AE, XIII, p. 134). El totemismo consideraba a determinado animal como
un antepasado común, era el padre de todos, su representación, lo mismo ocurre en la religión
cristiana por ejemplo donde hay un Dios como padre común para todos. Freud señala que en las
prohibiciones totémicas (no matar al tótem y no relacionarse sexualmente a ninguna mujer que
pertenezca a él) encontramos los dos crímenes cometidos por Edipo en la tragedia y las dos
prohibiciones que se imponen con el sepultamiento del complejo de Edipo: la prohibición de matar
al padre y de no desear o gozar del cuerpo de la madre.
- La prohibición de matar al animal totémico, es homóloga a la prohibición de matar al padre.
- La prohibición sobre tener relaciones sexuales en el clan equivale a la prohibición que recae
sobre las relaciones sexuales con la madre.
¿De dónde proviene esto? ¿Cómo explicar esta coincidencia?
4.- El banquete totémico. Freud retorna a su camino inicial y toma otro elemento de la
Antropología (William Robertson Smith - 1894) que es la descripción de un evento que
aparentemente no responde al funcionamiento de los sistemas totémicos. Había momentos
determinados en que los miembros armaban una ceremonia consistente en un banquete donde
mataban y comían al animal tótem que en los demás días estaba prohibido hasta tocarlo.

De un modo solemne y obligatorio se levantaban las prohibiciones y esto también incluye las de
las relaciones sexuales entre los miembros. Este banquete es el modelo de lo que paganamente
conocemos como una “fiesta”, donde uno hace lo que habitualmente no hace, por ejemplo
emborracharse, drogarse, el descontrol del carnaval en Río de Janeiro por ejemplo. Entonces
está permitido que en ese momento se alteren estás normativas que regían al clan.
Este rito formaba parte del sistema totemista como tal. Los antropólogos intentan algunas
explicaciones de la institución del sacrificio. El sacrificio en el altar, con cosas para comer y beber,
no sólo es una ofrenda a la divinidad para reconciliarse con ella o ganarse su simpatía. Implica el
convencimiento de estar hecho de la misma sustancia. Por otro lado, el sacrificio está asociado a
la festividad. Comer y beber es algo que se realiza con otros. Es símbolo y corroboración de la
comunidad social, aceptación de las obligaciones recíprocas.
El sacrificio animal era una acción prohibida para el individuo, pero legítima cuando “todo” el clan
asumía la responsabilidad. Además, todo individuo participante del banquete sacrificial debe
obligatoriamente comer de la carne del animal sacrificado. Ese animal es tratado como un
pariente. Se establece una ligazón entre la comunidad, dios y el animal. Tienen la misma sangre,
son todos del mismo clan. Robertson Smith, con bastantes pruebas identifica el animal sacrificial
con el antiguo animal totémico y concluye que la matanza y devoración periódica del tótem fue
clave en la religión totemista en épocas anteriores a la veneración de divinidades
antropomórficas. En estas últimas el ceremonial del banquete se ha conservado a lo largo de los
siglos. ¿Qué toma Freud de todo esto? “Por nuestra parte, seguiremos a Robertson Smith en el
supuesto de que la muerte sacramental y la comida en común del animal totémico, prohibidas en
toda otra ocasión, han sido un rasgo significativo de la religión totemista” (AE. XIII, pp. 141-142).

El Totemismo
La Hipótesis de Darwin
Las Zoofobias infantiles El mito freudiano
El banquete totémico

El mito freudiano
Llegados a este punto Freud hace confluir las diversas piezas de este rompecabezas hecho de
aportes antropológicos (el totemismo y el banquete totémico), preguntas irresueltas sobre el
origen de la exogamia, la hipótesis de la horda darwiniana, y aportes clínicos provenientes de las
fobias infantiles en relación al padre (el tótem es un sustituto del padre). Va a plantear lo que aquí
llama su “hipótesis (…) fantástica” (AE, XIII, p. 142) y en “Psicología de las masas…” el “mito
científico” (AE, XVIII, p. 128)2.
Dice Freud: “Y si ahora conjugamos la traducción que el psicoanálisis ha dado del tótem con el
hecho del banquete totémico y la hipótesis darwiniana sobre el estado primordial de la sociedad
humana, obtenemos la posibilidad de un entendimiento más profundo, la perspectiva de una
hipótesis que acaso parezca fantástica, pero tiene la ventaja de establecer una unidad
insospechada entre series de fenómenos hasta hoy separadas” (AE, XIII, p. 142).
Agrega “Desde luego, la horda primordial (Urhorde) darwiniana no deja espacio alguno para los
comienzos del totemismo. Hay ahí un padre violento, celoso, (Ein gewalttätiger, eifersüchtiger
Vater) que se reserva todas las hembras para sí y expulsa a los hijos varones cuando crecen; y
nada más. Ese estado primordial de la sociedad no ha sido observado en ninguna parte. Lo que
hallamos como la organización más primitiva, lo que todavía hoy está en vigor en ciertas tribus,
son las ligas de varones compuestas por miembros de iguales derechos y sometidos a las
restricciones del sistema totemista, que heredan por línea materna. ¿Acaso lo uno pudo surgir de
lo otro? ¿Y por qué camino fue posible?” (AE, XIII, p. 142)

Los dos tiempos del mito freudiano


Freud establece entonces dos tiempos:
Un primer tiempo no observable como tal en ninguna de las sociedades llamadas “primitivas”, el
tiempo de la horda primordial con un padre tiránico, violento y celoso que poseía a todas las
mujeres para sí y expulsaba a los hijos varones al crecer. Este padre primordial es la imagen de
alguien que no estaría sometido a ninguna restricción a nivel de su satisfacción.
Y un segundo tiempo donde se observan organizaciones totemistas donde todos los miembros ya
están sometidos a iguales derechos y restricciones, en particular el tabú del incesto y la
obligatoriedad de la exogamia. Aquí las satisfacciones ya son limitadas y parciales.
Freud intenta armar un relato que haga de puente entre las hordas primordiales y la primera
forma de organización humana que sería el totemismo. Basándose en la antropología del
banquete totémico y en una idea de Atkinson, postula un hecho, arma una historia. Pongámonos
en la piel de estos jóvenes/monos expulsados, frustrados, con cierto resentimiento y celo.
Imaginémonos la reunión de estos alrededor del fogón quejándose. Un día estos "hermanos" se
alían y todos juntos se atrevieron a hacer lo que ninguno de ellos por sí solos podían hacer, es
decir, asesinar al padre y comérselo. “Un día los hermanos expulsados se aliaron, mataron y
devoraron al padre, y así pusieron fin a la horda paterna. Unidos osaron hacer y llevaron a cabo lo
que individualmente les habría sido imposible. (…) Que devoraran al muerto era cosa natural para
unos salvajes caníbales. El violento padre primordial era por cierto el arquetipo envidiado y temido
de cada uno de los miembros de la banda de hermanos.” (AE, XIII, p. 143). Con esta devoración
se consumaba la identificación con el padre. Recuerden aquí que en “Psicología de las masas
….” a la primera forma de identificación la ubicaba como un retoño de la organización oral y la
comparaba con la incorporación del caníbal (AE, XVIII, p. 99).
¿Qué ocurre después del asesinato del padre? Recuerden lo que en “Psicología de las masas…”
llamaba la “angustia pánica”, el momento de la caída del poder aglutinante del líder. La cosa no
puede durar mucho tiempo así. Atkinson avanza incluso con la idea de que tras la eliminación del
padre sobreviene una descomposición de la horda, por la lucha permanente entre los hijos
triunfantes. Aquí Freud diverge y hace participar el conflicto de ambivalencia: “la banda de los
2
Lacan lo llamará luego “mito moderno” (1959-1960) y “drama afásico” (1967-1968).
hermanos amotinados estaba gobernada, respecto del padre, por los mismos contradictorios
sentimientos que podemos pesquisar como contenido de la ambivalencia del complejo paterno en
cada uno de nuestros niños y de nuestros neuróticos. Odiaban a ese padre que tan gran
obstáculo significaba para su necesidad de poder y sus exigencias sexuales, pero también lo
amaban y admiraban. Tras eliminarlo, tras satisfacer su odio e imponer su deseo de identificarse
con él, forzosamente se abrieron paso las mociones tiernas avasalladas entretanto” (AE, XIII, p.
145).
Presten atención aquí a la secuencia propuesta por Freud respecto de la ambivalencia. Primero
se satisface el odio y por eso asesinaron al padre. Pero en un segundo momento, reaparece el
amor al padre. Si bien Freud aclara aquí que “No sabemos nada sobre el origen de esta
ambivalencia” (AE, XIII, p. 158), ténganla presente para contrastarla luego cuando en la tercera
parte del programa veamos el capítulo VII, de “El Malestar en la cultura”. Allí Freud invertirá el
orden en la operatoria de esta ambivalencia y las consecuencias clínicas a nivel del superyó
serán diversas.
Para trabajar esta cuestión de la ambivalencia frente al padre, tienen como parte de la bibliografía
de la unidad el capítulo III de “Una neurosis demoníaca en el siglo XVII” (1923 [1922]). Allí
Freud trabaja el caso de posesión demoníaca de un pintor medieval - Cristoph Haizmann- y de
un pacto celebrado con el Diablo. No nos centraremos en los detalles de la historia clínica del
caso, pero sí en el hecho de que Freud ubica al “Diablo como un sustituto del padre” y recupera
allí cuestiones centrales referidas a la ambivalencia.
Si bien puede sonar raro inicialmente escuchar esta sustitución, es posible comprenderla. La idea
de Dios como sustituto del padre o como padre enaltecido es más familiar. “Dios es un sustituto
del padre o, más correctamente, un padre enaltecido; dicho de otro modo: una copia del padre tal
como se lo vio y vivenció en la infancia —el individuo en su propia niñez, y el género humano en
su prehistoria, como padre de la horda primordial—. Después el individuo vio a su padre de otro
modo, más pequeño, pero la imagen-representación infantil se conservó, fusionándose con la
huella mnémica —heredada— del padre primordial para formar en el individuo la representación
de Dios. Sabemos también, por la historia secreta del individuo (según la ha descubierto el
análisis), que el vínculo con ese padre fue ambivalente quizá desde el comienzo mismo o, en todo
caso, devino tal muy pronto, vale decir, abrazó dos mociones de sentimiento contrapuestas: no
sólo de sumisión tierna, sino de desafío hostil” (AE, XIX, p. 87). Siguiendo esta concepción, la
misma ambivalencia tiñe el vínculo de la especie humana con su divinidad. Se pone en escena
allí “un antagonismo no resuelto entre añoranza del padre, por un lado, y angustia y negatividad
del hijo, por el otro” (AE, XIX, p. 87).
Acerca del demonio Freud plantea que es pensado como contraparte de Dios, aunque de todos
modos está muy cerca de su naturaleza. El demonio de la creencia cristiana es en el fondo un
ángel caído de naturaleza divina. “No hace falta mucha agudeza analítica para colegir que Dios y
Demonio fueron originariamente idénticos, una misma figura que más tarde se descompuso en
dos, con propiedades contrapuestas. En las épocas primordiales de las religiones. Dios mismo
poseía aún todos los rasgos espantables que en lo sucesivo se reunieron en una contraparte de
él” (AE, XIX; p. 88). Se trata según Freud, del caso ya conocido por el cual una representación de
contenidos contrarios —ambivalente— se descompone en dos opuestos contrastantes.
Ahora bien, estas contradicciones dentro de la naturaleza originaria de Dios reflejan la
ambivalencia que gobierna el vínculo del individuo con su padre personal. “Si el Dios bueno y
justo es un sustituto del padre, no cabe asombrarse de que en la creación de Satán haya
encontrado expresión también la actitud hostil, que lo odia, lo teme y le promueve querella. Por
consiguiente, el padre sería la imagen primordial {Urbild; el prototipo} individual tanto de Dios
como del Diablo. Pero entonces las religiones responderían a la repercusión inextinguible del
hecho de que el padre primordial primitivo era un ser ilimitadamente malo, menos parecido a Dios
que al Diablo” (AE, XIX, p. 88). El padre del primer tiempo del mito, es el padre capaz de captar
sobre sí toda la hostilidad del individuo, es un padre “satánico” que encarna la imagen de una
satisfacción irrestricta.
Freud pesquisa la huella de Ia concepción satánica del padre en la vida anímica del individuo. La
encuentra en los dibujos (monigotes y caricaturas del padre) que el niño realiza para burlarse de
él. Menciona también allí algunos terrores nocturnos ante ladrones y bandidos. Finalmente señala
una vez más a los animales que emergen en las zoofobias infantiles a los que identifica en su
mayoría con sustitutos del padre, como en la época primordial lo fue el animal totémico. “Pero de
ordinario no averiguamos tan claramente como en el caso de nuestro pintor neurótico del siglo
XVII que el Diablo es una copia del padre y puede servirle de sustituto” (AE, XIX; p. 88). En este
caso en particular, la fantasía histérica de seducción por parte del padre malvado, encuentra en el
delirio histérico de este pintor medieval la forma de una posesión demoníaca.
Pero volvamos ahora a “Tótem y Tabú” ¿Qué sucede con la reemergencia de las mociones
tiernas dirigidas al padre?
Ocurrió lo opuesto a lo que los hermanos esperaban, se dan cuenta de que ninguno de ellos por
sí mismos puede ocupar ese lugar porque no tienen la fuerza (a cada uno de ellos le hubiera
gustado ser como él). O acaso sucedió que alguno de ellos lo ocupara pero sufrió el mismo
destino, morir asesinado. Si con el asesinato saciaron su sed de odio, una vez consumado,
aparece la parte del amor y la admiración por el padre, surgiendo el arrepentimiento por lo hecho.
“Aconteció en la forma del arrepentimiento; así nació una conciencia de culpa que en este caso
coincidía con el arrepentimiento sentido en común. El muerto se volvió aún más fuerte de lo que
fuera en vida; todo esto, tal como seguimos viéndolo hoy en los destinos humanos. Lo que antes
él había impedido con su existencia, ellos mismos se lo prohibieron ahora en la situación psíquica
de la «obediencia de efecto retardado [nachträglich]» que tan familiar nos resulta por los
psicoanálisis. Revocaron su hazaña declarando no permitida la muerte del sustituto paterno, el
tótem, y renunciaron a sus frutos denegándose las mujeres liberadas. Así, desde la conciencia de
culpa del hijo varón, ellos crearon los dos tabúes fundamentales del totemismo, que por eso
mismo necesariamente coincidieron con los dos deseos reprimidos del complejo de Edipo. Quien
los contraviniera se hacía culpable de los únicos dos crímenes en los que toma cartas la sociedad
primitiva” (AE, XIII, p. 145).
Frente a estos dos factores de odio y amor dirigidos al padre, surge una especie de pacto o
contrato entre los hermanos por el cual todos se comprometen a respetar las dos prohibiciones
que el padre les imponía (tener relaciones con una hembra de la horda y disputarle algo a él
aunque estaba muerto). Es una “obediencia de efecto retardado”. Se trata de obedecer lo que ya
nadie le ordena. Obedecer a estas prohibiciones, permite generar una cierta organización de la
sociedad basada en esas dos prohibiciones, es decir el sistema totémico, que como ya dijimos
son las prohibiciones relativas al complejo de Edipo. O sea del asesinato del padre surge la
instauración de las dos leyes del complejo de Edipo, que además son las primeras dos leyes, la
instauración de los dos tabúes (el respeto por el animal totémico y la prohibición del incesto). Por
eso Freud dice allí que es el punto de surgimiento de la eticidad de los hombres.

Un modo de sostener su universalidad


“La necesidad sexual no une a los varones, sino que provoca desavenencias entre ellos. Si los
hermanos se habían unido para avasallar al padre, ellos eran rivales entre sí respecto de las
mujeres. Cada uno habría querido tenerlas todas para sí, como el padre, y en la lucha de todos
contra todos se habría ido a pique la nueva organización. Ya no existía ningún hiperpoderoso que
pudiera asumir con éxito el papel del padre. Por eso a los hermanos, si querían vivir juntos, no les
quedó otra alternativa que erigir —acaso tras superar graves querellas— la prohibición del
incesto, con la cual todos al mismo tiempo renunciaban a las mujeres por ellos anheladas (die von
ihnen begehrten Frauen verzichteten) y por causa de las cuales, sobre todo, habían eliminado al
padre” (AE, XIII, p. 146). Se pone un juego una renuncia a nivel de la satisfacción.
Hay una diferencia entre las prohibiciones autoimpuestas por los hermanos que tienen valor de
ley y las restricciones impuestas de manera caprichosa y déspota por el padre, ya que valían para
todos menos para él. Todos somos iguales frente a la ley. En este “para todos” se juega una
universalidad. Quien no está sometido a la ley, quien se exceptúa como el padre primordial queda
ubicado en el lugar de la satisfacción imaginariamente plena, del capricho tiránico. Por eso suele
caer tan mal cuando se descubren casos de corrupción en políticos, empresarios o gobernantes
que hacen uso de algunos privilegios para exceptuarse y no cumplir con el “para todos” de la ley.
La ley autoimpuesta por los hermanos, vale para todos porque el único que podría tener la fuerza
para poder no cumplirla, ya está muerto (aunque lo veneremos y digamos “qué lindo hubiera sido
tener acceso a la plenitud de su satisfacción y ser como él”). El asesinato marca el comienzo de
una ley, "vale para todos", es decir, la instauración de algo propiamente humano. “El sistema
totemista era, por así decir, un contrato con el padre, en el cual este último prometía todo cuanto
la fantasía infantil tiene derecho a esperar de él: amparo, providencia e indulgencia, a cambio de
lo cual uno se obligaba a honrar su vida, esto es, no repetir en él aquella hazaña en virtud de la
cual había perecido {se había ido al fundamento) el padre Verdadero” (AE, XIII, p. 146).
Freud está planteando que en el origen de la humanidad, lo que hay es un crimen. Por eso la
última frase del artículo es “En el comienzo fue la acción” (AE, XIII, p.162). A diferencia de la
Biblia, que plantea que en el comienzo fue la palabra, el verbo, Freud trae la idea de que el inicio
de la humanidad descansa sobre un crimen perpetrado en común. El asesinato del padre sería
una suerte de Bing Bang de las instituciones propiamente humanas. Entonces el sistema
totémico, y todo sistema humano posterior, supone en el origen este asesinato del que "todos
somos responsables". Debemos hacernos cargo del “gran episodio con que se inició la cultura y
que desde entonces no dio reposo a la humanidad” (AE, XIII, p. 163). La sociedad entera
descansa para Freud en la culpa compartida. De allí también se desprendería la importancia del
mandamiento religioso “no matarás”.
A la luz de este planteo se puede pensar al banquete totémico como una conmemoración, lo que
hacían era recordar de dónde vino todo, reafirmar el asesinato, confirmar y fortalecer la cohesión
(todos deben participar y nadie puede negarse, nadie puede quedar afuera), basándose en eso la
cohesión de la sociedad.
Las religiones posteriores, derivadas del totemismo y surgidas de la conciencia de culpa, no son
más que un cierto contrato con "el padre común" que no está entre nosotros porque fue
asesinado. Los miembros de una iglesia se llaman "hermanos", lo que nos hermana es una
responsabilidad común de haber asesinado al padre. Por eso la necesidad de ofrendas,
sacrificios, adoración, etc. al padre para que no se enoje demasiado. Uno de las ceremonias más
importantes del cristianismo "la comunión" consiste en darnos el pan y el vino, que es el cuerpo y
la sangre de Cristo. Es un sutil banquete totémico. Entonces aunque resulte absurdo, todos
somos "culpables" de aquel asesinato.
En los dos apartados finales del texto, Freud intenta extraer consecuencias y prolongaciones
actuales de todo esto tanto en las religiones actuales, como en el arte y en la tragedia griega. Ej.
el héroe debe padecer la culpa trágica. Concluye sus indagaciones planteando que “en el
complejo de Edipo se conjugan los comienzos de religión, eticidad, sociedad y arte, y ello en
plena armonía con la comprobación del psicoanálisis de que este complejo constituye el núcleo
de todas las neurosis” (AE, XIII, p. 158). Se muestra sorprendido de la coincidencia hallada:
“también estos problemas de la vida anímica de los pueblos consientan una resolución a partir de
un único punto concreto, como es el de la relación con el padre (Verhältnis zum Vater)” (AE, XIII,
p. 158).

El padre en “Psicología de las Masas…” (1921)


Algunos años después, y habiendo despejado ya la función del Ideal del yo, Freud pudo explicar
la estructura libidinal que liga identificatoriamente a los diferentes miembros de la masa entre sí y
con su líder. Pues bien, en el capítulo XI Freud recupera su tesis de “Tótem y Tabú” y la lee a la
luz de esta nueva perspectiva, hasta cierto punto inversa. Señala allí que al igual que en la horda
primordial, las masa humanas nos muestran en su funcionamiento la imagen de un individuo
hiperfuerte en medio de compañeros iguales: “La psicología de estas masas (…) responde a un
estado de regresión a una actividad anímica primitiva, como la que adscribíamos justamente a la
horda primordial. De este modo la masa se nos aparece como un renacimiento de la horda
primordial” (AE, XVIII, pp. 116-117). Sin embargo, este planteo tiene algunas enmiendas y
precisiones que relativizan la comparación.
Los actos del padre primordial eran libres, fuertes y completamente independientes, “su voluntad
no necesitaba ser refrenada por los otros. En consecuencia, suponemos que su yo estaba poco
ligado libidinosamente, no amaba a nadie fuera de sí mismo, y amaba a los otros sólo en la
medida en que servían a sus necesidades. Su yo no daba a los objetos nada en exceso” (AE,
XVIII, p. 117). Sus celos sexuales y su intolerancia mantenían impedida para los hijos la
satisfacción de las aspiraciones sexuales directas. Este padre de excepción si bien empujaba en
cierto sentido a la unificación opositora de los hijos no desempeñaba una función aglutinante y
pacificante en torno a él.
En oposición, lo que sucede en las masas artificiales como la Iglesia y el ejército, necesita de un
conductor “que ama a todos los individuos por igual y justicieramente. Ahora bien, esta no es sino
la adaptación idealista {Umarbeitung} de la constelación imperante en la horda primordial” (AE,
XVIII, pp. 118-119). El ideal tiene una cara más ordenadora que el líder despótico. La
organizaciones sociales subsiguientes, del clan totémico en adelante, descansan en la misma
premisa: “el idéntico amor al padre”, aquel que instituye el padre muerto, el padre simbólico. Esto
implica que en el caso de las masas, como vimos un líder se coloca en el lugar de ideal y eso es
lo que da unificación a la masa. Si el líder quiere asumir ese rol de padre despótico, como en las
dictaduras o él mismo viola la ley que promueve, la cosa suele terminar mal, con revueltas, sin
poder sostenerse. Nadie puede ocupar ni intentar ocupar ese lugar porque es condición para el
funcionamiento de la sociedad que nadie lo haga. Es lo que siempre vuelve tan problemática la
relación con los jefes en las instituciones, o con los líderes políticos en otros ámbitos, ese margen
en el que puede aparecer como demasiado “vivo”. En este planteo de 1921, el padre primordial
deviene “el ideal de la masa, que gobierna al yo en reemplazo del ideal del yo” (AE, XVIII, p. 121).
Una idea similar plantea Freud finalmente en el punto B del capítulo XII, cuando nos recuerda que
ninguno de los miembros de la banda de hermanos triunfante pudo ocupar ya su lugar: “todos
ellos debían renunciar a la herencia del padre. Formaron entonces la hermandad totémica, en la
que todos gozaban de iguales derechos y estaban ligados por las prohibiciones totémicas,
destinadas a preservar y expiar la memoria del asesinato” (AE, XVIII, p.128).

Comparación entre los dos mitos del Padre


Si comparamos los dos mitos del padre que por el momento hemos encontrado en la obra de
Freud3, podemos señalar algunos puntos a considerar. Si nos separamos del cuento, del relato de
ficción e intentamos despejar la estructura que se pone en juego podemos decir que se trata de
dos modos en que Freud nos logra contar cómo se perdió para el hombre la posibilidad de una
satisfacción plena y armónica a nivel del sexo.

PULSIÓN ORDENAMIENTO POR EL PADRE


COMPLEJO DE EDIPO TÓTEM Y TABÚ
Tiempo 1 Supuesta satisfacción Imagen del goce incestuoso Imagen de padre
plena, armónica o con la Madre, no regulado. primordial “vivo” que
(No hay ley absoluta goza ilimitadamente de
ni En realidad es una todas las mujeres. Padre
regulación) satisfacción “tirano y celoso” que
“imposible” (pulsión priva a sus hijos.
no es instinto)
Tiempo 2 Satisfacción parcial Padre como agente de la Padre “muerto” que
“arruinada” pero amenaza de castración. pervive como “ley”
(Instauración regulada. Instauración de la “prohibición”, autoimpuesta
del Ley) La satisfacción “Renuncia al goce” y promesa (obediencia de efecto
“imposible” deviene de otros objetos posibles retardado). “Renuncia a
“prohibida” o ocupar ese lugar de
“extirpada”. excepción en el que la
satisfacción plena sería
posible”.
Relación ambivalente con el padre

En esta manera de plantear las cosas, el padre del segundo tiempo es sostenido en su
universalidad. Sostenerlo en su universalidad implica hacer del padre algo simbólico, una ley que
aplica “para todos”, incluso para él mismo. El padre como agente de la amenaza de castración no
es el padre tirano, no es el padre terrible de las fantasías imaginarias del neurótico. Tampoco es
el padre del que se queja el adolescente ¡¡“no me dejás vivir”!!. Él padre mismo está sometido a la
ley que transmite. De lo contrario fracasa en su función. Cuando el neurótico arma la imagen del
padre gozador (Ej. el padre seductor de las histéricas, o el padre terrible y prohibidor del Hombre
de las Ratas), cuando el neurótico no avanza en relación a su deseo mientras se queja de que
otros sí pueden gozar fácilmente, no hace más que darle consistencia a la imagen de un goce
pleno, de una satisfacción absoluta, pero que a él le es arrebatada “por culpa del padre”. Darle
consistencia a la imagen del padre primordial, al goce del otro, es finalmente un modo de intentar
rechazar la castración.
En realidad, ninguno de nosotros puede acceder a ese goce, satisfacción que suponemos que
tuvo ese primer padre asesinado. En otras palabras podemos pensarlo como la castración que

3
Hay un tercer relato sobre el padre propuesto como lectura en la última unidad del programa con “Moisés y la
religión monoteísta (1934-38)”. Allí ya no será cuestión de matarlo para sostenerlo en su universalidad sino de “poner
en cuestión” al padre.
nos toca a todos. Debemos entonces pensar a la castración como cierta imposibilidad de la
satisfacción absoluta. Es decir que en ese sentido el único no castrado sería el "padre originario",
un padre de excepción. Pero siendo universal, estamos todos castrados. Por ejemplo, el niño no
puede acceder a la relación con la madre, ni lograr tener entonces plena satisfacción. O sea, el
complejo de Edipo ya no depende del papá y de la mamá de carne y hueso, de si vio a la
hermanita, etc., sino que esa es la anécdota donde se reproduce una estructura común a toda la
humanidad equivalente al mítico relato del asesinato del padre originario y del que se derivan
consecuencias para toda la humanidad. La identificación primaria con el padre muerto es
equivalente a la entrada al orden simbólico, al lenguaje, a la cultura, e implica una renuncia
primordial a la satisfacción plena. Este relato permite ordenar toda la cultura humana, dimensión
social, ética, en torno a un único punto: la relación con el "padre originario" que dictó las leyes
pero a condición de su propia muerte.
En conclusión, el valor de esta construcción mítica freudiana reside en las consecuencias. No se
trata de constatar la veracidad del asesinato, Freud no piensa en impulsar una búsqueda
arqueológica de la tumba del padre primordial. Conjetura una formulación que explica
consecuencias clínicas del complejo nuclear de la neurosis y como ya dijimos ordena la cultura.

Una discusión contemporánea


Un punto interesante para al menos dejar planteado en pocas líneas es el debate contemporáneo
acerca del carácter machista y patriarcal supuestamente promovido por el mito freudiano
expuesto en “Tótem y Tabú”. Existen algunos desarrollos teóricos actuales que vienen del ámbito
de las teorías del género y de los feminismos – usamos el plural ya que no es un campo unificado
y preferimos evitar generalizaciones abusivas – que se apoyan en el mito freudiano para plantear
que en la base de las sociedades patriarcales ha existido o hay un pacto fundador que es, en
realidad, previo al que usualmente se considera fundador de las sociedades humanas, el que
Rousseau denominó “contrato social” en el siglo XVIII. El verdadero pacto fundador sería un
“contrato sexual”4 (Carole Pateman) y consiste en un pacto no pacífico entre varones
heterosexuales para distribuirse entre sí el acceso al cuerpo femenino. Se trataría de un ejercicio
del poder masculino que haría que la desigualdad entre los sexos expresada luego en relaciones
laborales, violencia de género, acoso sexual, falta de reconocimiento, y otras formas de sexismo,
sea un producto de la organización patriarcal de la modernidad. Esto se basa en una lectura del
primer tiempo del mito, el que corresponde al padre vivo de la horda primordial. Según esta
autora, ya allí se instauraría una primera ley, previa al contrato social propiamente dicho, el que
según Freud se funda en el segundo tiempo, con la “obediencia de efecto retardado”. En ese

4
Pateman, Carole, “El contrato sexual”. En particular el capítulo 4, pp. 140-161. Pueden descargarlo
gratuitamente en https://drive.google.com/file/d/0B0eSNzKvGUMNMHloZEhtSUk4U0E/view
primer tiempo se instalaría según esta autora una ley de género, basada en el estatus, y que es
una suerte de mandato de violación. Este padre primordial, que dispone para su satisfacción de
todas las mujeres, que viola a las mujeres impunemente, según Carole Pateman está instituyendo
una ley que luego se cuela, se infiltra en el contrato social promoviendo la desigualdad en
diversos niveles.
Desarrollos conceptuales locales actuales como los de Rita Segato que ubican al “violador como
el hijo sano del patriarcado”, un moralizador y civilizador que pretende aplicar su ley a las mujeres
y los hombres que no se ajustan la heteronormatividad tradicional, se desprenden de esa misma
línea de pensamiento.
Sin embargo, nos parece importante aclarar, para evitar confusiones, que en Freud justamente
esto no reviste el carácter de “ley”. En el primer tiempo del mito, sólo está en juego la fuerza bruta
del padre, de un “padre orangután” como dirá Lacan (1969-1970). Ese que viola y dispone
plenamente de las mujeres no expresa en Freud ninguna ley y es un grave error querer encontrar
allí alguna forma de complicidad del psicoanálisis con los abusos de poder masculino. Por el
contrario, en el mito freudiano es el asesinato del padre y el pasaje a la sociedad de hermanos lo
que instituye recién ahí y en un segundo tiempo, de modo retroactivo, una ley. El padre que
instituye la ley es el padre muerto, un padre simbólico. Si luego hay algún sujeto que ejerce la
función del padre, ya no podrá ubicarse en el lugar de la excepción, del poder absoluto, de un
padre violador. En la perspectiva freudiana, el padre en tanto agente de la castración soporta
encarnar la instancia de una autoridad que lo atraviesa a él mismo, para hacer pasar la
interdicción que articula la ley y el deseo. En el planteo de Segato se desliza que todo hombre,
por ser hijo del patriarcado, es un violador en potencia. Se queda solo con el primer tiempo del
mito de “Tótem y tabú”, y plantea que allí se funda una ley, un mandato machista. En verdad, en
el planteo freudiano, se trata de todo lo contrario. El pasaje por el Edipo y la castración es lo que
impide que un “macho” sea tomado por el supuesto mandato de violación. Ya ninguno podrá
ocupar el lugar del padre gozador de la horda, el de “ese que las tiene a todas”.
Pero entonces, ¿los violadores y los femicidas no existen para el psicoanálisis? Claro que sí. Las
manifestaciones importantes de movimientos como “Ni una menos” lo demuestran ampliamente.
En todo caso su existencia nos conduce más bien a pensar que allí falla o no está operando la
lógica que articula Edipo y castración a la ley del padre. Eventualmente, el problema de la época
será pensar las consecuencias que el discurso capitalista en conjunción con el discurso de la
ciencia tienen a nivel del sujeto, al dificultar las coordenadas de configuración edípica clásica.
Algo de esto también habíamos planteado respecto de la fragmentación de los ideales y la
declinación del padre cuando comentamos “Psicología de las masas…”
Ahora bien, ¿qué lugar reservarle entonces a la incidencia del padre vivo, el del primer tiempo del
mito de la horda primordial? ¿Tiene algún retorno localizable en la clínica psicoanalítica? Si bien
el padre erigido por las mociones tiernas es un padre que regula y ordena con fuerza de ley, el
padre al que se le dirigen las mociones hostiles, ese padre imaginario retornará clínicamente de
diversas maneras. En el campo de la psicosis, muchas veces retorna bajo la forma de un
perseguidor que se encarga de arruinarle al sujeto todo proyecto, todo lo que intenta para su vida.
Es frecuente escuchar en el delirante paranoico que el otro goza y se satisface impunemente a
costa suya. En la neurosis, los restos de ese padre vivo y no del todo atravesado por la ley es
introyectado bajo la figura obscena del superyó, de una “ley insensata” en la que se va a sostener
un imperativo de satisfacción anclado en la privación de goce. Esto nos deja en el umbral que
atravesaremos a partir de la próxima clase, cuando comencemos a desarrollar el tercer tramo del
programa denominado “las paradojas del orden”. En las próximas clases retomaremos algo de lo
planteado hoy para pensar en la génesis del superyó, cuando abordemos la formulación del
segundo modelo de aparato psíquico freudiano.

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