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Marcelino Cereijido*
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La medicina evolutiva
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La medicina evolutiva
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M. Cereijido, Ciencia sin seso locura doble y Por qué no tenemos ciencia, ambos de Siglo
XXI de México.
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La edad del universo, que se calcula sumando las edades de los personajes bíblicos a
partir del Génesis.
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Con base en dicho principio, algo es verdad o mentira dependiendo de quién lo diga
(la Biblia, el papa, el rey, el padre).
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La medicina evolucionista
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Por eso resulta inaceptable que nuestras escuelas médicas sigan sin
enseñar evolución, que esta materia ni siquiera se dicte en nuestros más
prestigiosos centros de investigación, que se siga insistiendo en formar
investigadores pero no científicos.
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¿Y entonces?
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P. Freire, La pedagogía del oprimido, La educación como práctica de la libertad, ambos de
Siglo XXI editores de México.
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de modo que todo ser humano sepa narrar su propia vida. Es decir, que
no se autodescriba como lo harían quienes lo dominan, sino que lo haga
utilizando palabras cuyo significado ha aprendido y adoptado como
propio. Freire diseñó un método basado en la discusión de lo que llama-
ba “palabras generadoras”, es decir, palabras cuidadosamente escogidas
para que el educando pueda entender su propia naturaleza, sus dere-
chos, la razón de su trabajo, las causas de su situación, los motivos por
los que se le había enseñado a interpretar su miserable realidad en térmi-
nos impuestos por aquellos que lo oprimen.
Mientras tanto, deberíamos pedirle a nuestros filósofos que no sigan
confundiendo “ciencia” con “investigación”; a nuestros historiadores que
no sigan ensalzando las obras de monjes que, si bien tuvieron el mérito de
clasificar plantas medicinales durante la Colonia, pertenecían a órdenes
que en esos mismísimos momentos quemaban en una hoguera a quienes
estudiaran química, observaran el cielo con un telescopio, o simplemente
tuvieran en sus bibliotecas libros de autores como Newton y Diderot.
Deberíamos pedirles a nuestros universitarios que no sigan omitiendo la
enseñanza de la evolución, y formando investigadores en vez de científi-
cos. Siguiendo las enseñanzas de Freire, deberíamos enseñar a nuestros
ciudadanos a no elegir funcionarios que mutilan la investigación clasifi-
cándola en “básica” y “aplicada”; explicarles el desatino de someterla al
antojo de “ejecutivos” ignorantes y de empresarios mercantilistas.
Por último, así como ejercemos un control de calidad con los fármacos
que permitimos vender a nuestras industrias farmacéuticas, o a los ali-
mentos que permitimos producir para nuestra sociedad, deberíamos por
lo menos advertir a los medios de comunicación que no sigan estupi-
dizando a nuestra población. Para ilustrar el punto, permítanme acabar
esta disertación con una anécdota. México está haciendo una tarea gi-
gantesca para divulgar la ciencia, para que nuestros jóvenes tengan ac-
ceso a libros y revistas en los que aprenden por qué hace calor, frío, hay
nubes, llueve, ilumina el Sol, es de día, verano o hay viento. Esas publi-
caciones llegan a miles de jóvenes. Pero la hermosa tarde en que el papa
Juan Pablo II llegó en su cuarta visita a México, las estaciones de televi-
sión aconsejaron a nuestra población que prestara atención “Hasta qué
punto la virgen de Guadalupe ama al papa, que ha despejado las nubes
y hecho brillar el Sol.” Ese mensaje llegó y fue incorporado por millones
de personas que fueron así sumidas en el oscurantismo más degradante,
ese que los convierte en deudores, miserables, desnutridos, desocupa-
dos. Ese sí que es un problema ético, pero ¿a quiénes encomendaremos
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A manera de conclusión
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