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14 Mas
él le dijo: Hombre, ¿quién me ha puesto sobre vosotros como juez o partidor? 15 Y les dijo:
Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la
abundancia de los bienes que posee. 16 También les refirió una parábola, diciendo: La
heredad de un hombre rico había producido mucho. 17 Y él pensaba dentro de sí, diciendo:
¿Qué haré, porque no tengo dónde guardar mis frutos? 18 Y dijo: Esto haré: derribaré mis
graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; 19 y diré a
mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe,
regocíjate. 20 Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has
provisto, ¿de quién será? 21 Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios.
13
Uno de entre la multitud le pidió:
14
—Hombre —respondió Jesús—, ¿quién me nombró a mí juez o árbitro entre
ustedes?
15
»¡Tengan cuidado! —advirtió a la gente—. Absténganse de toda avaricia; la vida
de una persona no depende de la abundancia de sus bienes».
16
Entonces les contó esta parábola:
—El terreno de un hombre rico produjo una buena cosecha. 17 Así que se puso a
pensar: “¿Qué voy a hacer? No tengo dónde almacenar mi cosecha”. 18 Por fin dijo:
“Ya sé lo que voy a hacer: derribaré mis graneros y construiré otros más grandes,
donde pueda almacenar todo mi grano y mis bienes. 19 Y diré: Alma mía, ya tienes
bastantes cosas buenas guardadas para muchos años. Descansa, come, bebe y
goza de la vida”. 20 Pero Dios le dijo: “¡Necio! Esta misma noche te van a reclamar la
vida. ¿Y quién se quedará con lo que has acumulado?”.
21
»Así sucede al que acumula riquezas para sí mismo, en vez de ser rico delante de
Dios».
Un espíritu egoísta
Por medio de Moisés, Dios había dado instrucciones en cuanto a la transmisión de la
herencia. El hijo mayor recibía una doble porción de la propiedad del padre, mientras que los
hermanos menores se debían repartir partes iguales. Este hombre cree que su hermano le ha
usurpado la herencia. Sus propios esfuerzos por conseguir lo que considera como suyo han
fracasado; pero si Cristo interviene obtendrá seguramente su propósito.
En medio de la solemne instrucción que Cristo había dado, este hombre había revelado su
disposición egoísta. Podía apreciar la capacidad del Señor, la cual iba a obrar en beneficio de
sus asuntos temporales, pero las verdades espirituales no habían penetrado en su mente y en
su corazón. La obtención de la herencia constituía su tema absorbente.
Jesús, el Rey de gloria, que era rico, y que no obstante, por nuestra causa se hizo pobre,
estaba abriendo ante él los tesoros del amor divino. El Espíritu Santo estaba suplicándole que
fuese un heredero de la herencia “incorruptible, y que no puede contaminarse, ni marchitarse”.
Él había visto la evidencia del poder de Cristo. Ahora se le presentaba la oportunidad de
hablar al gran Maestro, de expresar el deseo más elevado de su corazón. Pero sus ojos
estaban fijos en la tierra. No veía la corona sobre su cabeza. Como Simón el mago, consideró
el don de Dios como un medio de ganancia mundanal.
Ese hombre no era culpable de ser rico, sino que su error estaba en
pretender quedarse con sus riquezas. Se mostró altivo y puso su
esperanza en atesorar sus bienes por “muchos años”. Pero el único que
sabe nuestro futuro es Dios, así que no se puede precisar cuánto tiempo
estaremos en este mundo.
A veces los que más tienen son los que menos dan, y los que no tienen
mucho, lo dan todo, tal como la viuda que dio todo lo que tenía para
honrar a Dios:
“Jesús estaba en el templo, y vio cómo algunos ricos ponían dinero en
las cajas de las ofrendas. También vio a una viuda que echó dos
moneditas de muy poco valor. Entonces Jesús dijo a sus discípulos: —
Les aseguro que esta viuda pobre dio más que todos los ricos. Porque
todos ellos dieron de lo que les sobraba; pero ella, que es tan pobre, dio
todo lo que tenía para vivir” (Lucas 21: 1-4)
Por otro lado, los bienes materiales pueden tentarnos con mucha
facilidad y envanecer nuestro corazón. Pero la verdadera riqueza, de
acuerdo con Jesús, es ser generoso con nuestros hermanos, con nuestro
prójimo, así como lo hizo Dios cuando entregó a su único hijo para
salvarnos a nosotros.
La actitud correcta hacia las riquezas es no codiciar siempre más. No estoy diciendo
que no te esfuerces por ser mejor o por aumentar porque no hay nada de malo en
eso. Si puede ser promovido o ganar más dinero, adelante, simplemente hágalo con
la actitud correcta, contento con el lugar en el que se encuentra en la vida, ya que
Dios bendice y trae más a su vida. Cuando tienes la actitud correcta, tu búsqueda
no se vuelve integral y no pierdes de vista tu relación con Dios en el proceso. Si no
tienes esta actitud, entonces te vuelves como el tonto rico que tuvo suficiente
almacenado durante años y simplemente decidió construir graneros más grandes
para poder adquirir más. Esta es la actitud con la que Jesús estaba tratando de
lidiar y aquí hay algo que Salomón dijo en Eclesiastés para resaltar esto.
“Así que, no pongamos los ojos en lo que se ve, sino en lo que no se ve; ya que lo
que se ve es temporal, pero lo que no se ve es eterno.”
Cuando miras la mirada de este hombre estaba en todas las cosas que tenía. Esta
fue una mirada temporal. El engaño de buscar siempre más puede hacer que dejes
a Dios en un segundo plano porque, después de todo, necesito el dinero extra, la
posición más alta, la casa más grande, lo que sea. Si no tiene cuidado, puede caer
en la misma trampa que cayó este hombre y ser rico en todas sus actividades, pero
no ser rico en su relación con Dios. No hay nada más grande en esta vida que ser
rico para con Dios. Esto es lo más importante, y nada debería reemplazarlo jamás.