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NOI, EMIGRANTI

Queda hecho el depósito que marca la Ley 11.723 de Propiedad Intelectual. Pro-
hibida la reproducción total o parcial sin autorización del autor.

IMPRESO EN ARGENTINA
Editorial Martin

ISBN: 978-987-543-872-9

Se terminó de imprimir en los talleres gráficos de Editorial Martin


sitos en Catamarca 3002, de la ciudad de Mar del Plata, en noviembre de 2016.
Bettina Alejandra Favero - Víctor Nahuel Pegoraro
Vera Dormi

Compiladores

NOI, EMIGRANTI

Historia de vida de inmigrantes marchigianos

y amigos de la Unione Regionale Marchigiana

Mar del Plata


Il Console d` Italia in Mar del Plata, Argentina
All`Unione Regionale Marchigiana, Mar del Plata

E per me un piacere ed un onore rilasciare poche righe di


presentazione del libro “Noi, Emigranti: Historias de vida de ita-
lianos en Mar del Plata”
Nella mia lunga esperienza di lavoro all`estero ho avuto la fortu-
na di conoscere moltissimi emigranti italiani, sempre, ascoltando
le loro storie, vedendo il loro operato, mi sono sentito riempire di
orgoglio. Orgoglio per l`alto esempio di italianità che hanno saputo
portare nel mondo, con la cultura del laboro, della famiglia, e la
capacità di sognare e lottare per la realizzazione di un progetto
futuro migliore per se stessi e la famiglia
Ho sempre aprezzato in loro il coraggio, con il cuale hanno af-
frontato “il salto nel buio” che l`emigrare, il lasciare il propio paese,
comporta.
Ritengo che in realtá ogni emigrante sia un rivoluzionario: inten-
dendo per rivoluzionario una persona che non si rassegna al de-
stino che il caso gli ha assegnato facendo nascere in un dato luogo
ed una data época. Significa ribellarsi a questo e volere fortemente
cambiare il propio destino, plasmarlo con le sue proprie mani e
rivoluzionando cosi la propria vita. E´risaputo infatti che i più co-
raggiosi di ogni Paese affrontarono l`emigrazione, pur portando in
se il dolore che lo sradicamente dalla propia terra comporta come
altissimo prezzo.
Ringrazio gli Autori per le memorie che hanno voluto traman-
dare affinchè il coraggio ed i sacrifici dei nostri connazionali emi-
grati, resti sempre nelle memorie come esempio per noi e per
coloro che verranno.
Mar del Plata, ottobre 2016.

Console d`Italia Dott. Marcello Curci

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Prólogo

E ste libro nace al calor de los festejos del 40º aniversario de


la Unione Regionale Marchigiana. (URM). Tal acontecimiento
lleva a iniciar un proceso muy interesante que implicó, en principio,
armar un equipo de trabajo, conformando la Comisión de Cultura, en
la cual se trabaja, dependiendo ésta, de la presidencia de la Comi-
sión Directiva de la URM.
La vida me llevó “a tener” dos vocaciones, la de ser enfermera
y la de soñar… Esta última guía mis pasos, para dejar testimonio
de la vida de los italianos a través de las Iº y IIº Muestras de inmi-
grantes. Un sueño a ser plasmado es el de poder concretar algún
día “El Museo de los Inmigrantes Marchigianos”. ¿podremos lograr-
lo? Actualmente estamos abocados a la IIIª Muestra de Inmigrantes
cuya temática es “LOS BARCOS EN QUE LLEGARON NUESTROS
ABUELOS”
Ahora, el logro más tangible es el presente libro, donde los INMI-
GRANTES son los principales protagonistas de estas “HISTORIAS
DE VIDA”, porque construyeron su identidad a través del trabajo, la
cultura, los debates, las luchas sociales y políticas, la vida familiar
barrial y colectiva. Un papel importante logra cada uno al dejar sus
vivencias, que deseamos sean y formen parte de la documentación
a consultar cuando se desee conocer la impronta que dejaron los
italianos a la historia de esta ciudad, ya que estas anécdotas son
narradas por los propios protagonistas. Y que también sea, un lega-
do para nuestros hijos, nietos y bisnietos, para que, cuando deseen
consultar algo de sus antepasados o de sus orígenes, lo encuentren
en estas páginas. Quizás las historias no tengan rigor “literario”;
pero tienen el valor de trasmitir lo que pudo, sabia y con lo que de-
seaba homenajear a sus antepasados cada uno de nuestros relato-
res.
Testimonios como estos tienen la fuerza y la luz de un mensaje
para los futuros lectores. Es justo, que tanta riqueza no quedase es-
condida en el corazón de algunos “pocos”.
Confío en que muchos encontrarán similitudes, con quienes no se
conocían, y lograrán unirse, mediante la magia de los escritos que
cada familia, cada hijo, o cada nieto pudo plasmar en cada “Historia
de Vida”. Testimonio, muchas veces de sufrimiento, alegrías, logros,
vicisitudes y esperanza de nuevos horizontes sin fin, en el corazón
de cada INMIGRANTE.

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No quiero extenderme porque a partir de las próximas páginas,
cada uno podrá valorar los esfuerzos realizados por la URM para
la concreción de esta recopilación de anécdotas y fotos, que gra-
cias a los historiadores Dra. BETTINA FAVERO y Licenciado VICTOR
PEGORARO se hace posible el libro “NOI, EMIGRANTI: Historias de
vida de italianos en Mar del Plata”.
Quisiera agradecer a todos mis compañeros: Norma e Inés Fighe-
tti, Franca Lani, Aldo Mecozzi, Lucia Bravi, que acercaron datos,
información, nombres de personas a entrevistar, o presentaron a
marchigianos, socios y no socios de la Institución.
Un reconocimiento especial para Alicia Molinos, socia de la URM.
Quien semana a semana trabajó con la corrección, las entrevistas y
transcribiendo las mismas.
Una mención especial merece Ana Marcucci, por brindarnos su es-
pacio para reunirnos y dibujar el barco que ilustra nuestra portada.
Otras personas incondicionales fueron Lilina (Carmen) Bálsamo,
Stella Radicioni y Norma Beccerica, por sus correcciones de textos,
investigación y sugerencias.
Me gustaría aprovechar este reencuentro con cada uno de los “re-
latores y lectores de las queridas historias”, para agradecerles los
permanentes gestos de cariño, porque la idea del libro es que fuera
escrito por Ustedes, para Ustedes, y pensando en Ustedes, que eli-
gieron esta ciudad de Mar del Plata para vivir junto a una intere-
sante descendencia, a la cual pensamos y deseamos dejarle estos
testimonios de “VIDA”. Algunas veces difícil de relatar, de concretar,
de desarrollar.
El libro tiene la virtud de exponer relatos de “Marchigianos” y
“Amigos de los Marchigianos”, (que trabajan o estudian junto a no-
sotros) como Bibiana Meliffi, Inesita Tubello, Franco Santoro, Teresa
del Carmen Travé Madero y Pedro Bufachi.
Cada vez que transcribía las historias pensaba… “que dirían aque-
llos inmigrantes si vieran las semillas que sembraron en nuestro sue-
lo, colmándola de: nietos, bisnietos, tataranietos…Ellos que llegaron
“solos” transformaron “UNO” en “CIENTOS”!!! Y como dice el libro de
Rita Amabili-Rivet: “IN MIO FIGLIO VIVRAI PER SEMPRE”

Lic. Vera Dormi: Coordinadora Comisión de Cultura URM.


Prosecretaria URM
Mar del Plata, junio de 2016.

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Introducción
“Una historia, mil historias”

L as historias de vida de los inmigrantes son preciosos tesoros


que, para quienes estudiamos a la inmigración, nos permiten
enriquecer nuestras investigaciones. En ellas, se ponen en juego
dos elementos fundamentales en la vida de una persona: el recuer-
do y la memoria. Así, cuando nos proponemos recordar nuestro
pasado surgen un sin fin de imágenes, sonidos, olores, en fin, la
vida misma.
La posibilidad de remontarnos a los primeros años de vida re-
curriendo a las memorias familiares, el deseo de conocer los oríge-
nes de la familia en algún pueblo de Italia, la decisión de nuestros
padres o abuelos de migrar, son hechos que nos marcaron y nos
marcan como personas. Quién mejor que ellos para relatarnos sus
experiencias: la decisión de marchar, el viaje en el barco, las im-
presiones del “nuevo mundo”, la llegada a la ciudad, los primeros
trabajos, la vida social… un sin fin de experiencias que en los do-
cumentos oficiales no podríamos apreciar pero que a través de los
recuerdos es posible reconstruir.
En esta oportunidad, hemos tenido la posibilidad de conocer
distintas historias de inmigración, algunas similares y cercanas a
los cánones tradicionales y otras no tan felices. Lo que prima en
todas es el deseo de “fare l’America” que movilizó a millones de ita-
lianos a lo largo de casi un siglo a cambiar de país y establecerse
en nuevas tierras llevando, además de valijas de expectativas y de
esperanzas de un futuro mejor, un bagaje cultural muy rico que se
trasladó a estas latitudes.
Muchos fueron los llamados países de recepción, pero Argentina
ocupó un lugar destacado en los mismos. Desde fines del siglo XIX
comenzó a recibir inmigrantes de distintos países de Europa. Italia
y España fueron los que concentraron el mayor porcentaje segui-
dos por Irlanda, Francia, Alemania, Portugal, Dinamarca, Suecia,
entre otros.
La mayoría de estos hombres y mujeres que cruzaron el océa-
no llegaron a trabajar la tierra, muchos lo pudieron lograr, pero
un gran número se instaló en las crecientes ciudades de la zona

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pampeana. Buenos Aires, Rosario, La Plata y Córdoba crecieron
en forma constante, a ellas se sumaron las ciudades intermedias
como Bahía Blanca o Mar del Plata, que cambiaron su perfil en
pocos años. De pequeños pueblos pasaron a ser localidades con al-
tos porcentajes de población migrante, sobre todo en las primeras
décadas del siglo XX.
Centrándonos en nuestra realidad, Mar del Plata recibió desde
1874, año de su fundación, hasta fines de los años 1950 una gran
cantidad de inmigrantes que pudieron asentarse y lograr las ex-
pectativas que traían desde sus propias tierras.
Si tuviéramos que caracterizar a la ciudad desde su nacimiento
podríamos decir que es un lugar con un alto componente inmigra-
torio.
En el transcurso de las primeras décadas del siglo XX, la ciudad
se identificaba como una de las ciudades del interior con mayor
expansión dado que proyectaba una imagen de movimiento y de
cambio permanente que resultaba atractiva para los inmigrantes
ultramarinos, como también para los pobladores procedentes de
las provincias vecinas. Debido a dicha situación se generó un pro-
ceso de ampliación y diversificaciónn de actividades económicas
que tuvo como protagonistas a los sectores de la construcción, los
servicios, el comercio y la pesca.
Los italianos fueron los más numerosos, representados por todas
sus regiones desde el Piemonte, el Veneto y la Lombardia pasando
por Le Marche, el Abruzzo o el Molise hasta la Puglia, la Campania
y la Sicilia, nos encontramos con inmigrantes de muchísimos pue-
blos italianos que se insertaron en la sociedad marplatense y echa-
ron las raíces de sus familias.
Las historias que hoy tienen en sus manos representan este pro-
ceso histórico que resumimos en el párrafo anterior. Las mismas
describen ese arco temporal que va desde el nacimiento de algún
antepasado italiano hasta su propia descendencia en la actualidad
y recorren los miedos, las ansias, los deseos, los temores, las ale-
grías, en fin, un abanico de emociones propia de estas experiencias
de vida.
Nos gustaría agradecer a Vera Dormi Feduzi y a la Comisión de
Cultura de la Unión Regional Marchegiana por habernos dado la
posibilidad de conocer y ordenar estos recuerdos tan entrañables.
Como historiadores hemos podido observar, a lo largo de estas

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historias de vida, la experiencia inmigratoria de muchos hombres,
mujeres y niños italianos que encarnaron este fenómeno histórico.
Como nieta y nieto de italianos, hemos visto un espejo de nuestras
propias historias familiares. Es nuestro deseo que se sigan repli-
cando estas cajas de la memoria tan necesarias para la construc-
ción y el reconocimiento de nuestras identidades.

Doctora Bettina Favero y Licenciado Víctor Pegoraro


Mar del Plata, octubre de 2016

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L’ EMIGRANTE
di Anna Barbaresi

Avevo quasi dodici anni quando si parlava di emigrare,


un caro zio dall’America ci mandava a chiamare
Cos’era questa parola che non mi avevano
Spiegato bene le suore a scuola?
Emigravano le rondine quando finiva l´estate,
a cercare oltre orizzonte, per potersi alimentare.
Pero io ho mangiato sempre
Perche dovevo emigrare?
La mia mamma preoccupata mi ha spiegato dolcemente:
Qui in Italia, dopoguerra non c’è più lavoro.
Sia per te che per i tuoi fratelli
dobbiamo farci un futuro!!
Dopotutto l’ho pensato, non perdevo proprio niente.
Era come un’avventura di conoscere e viaggiare:
però ancora non capivo la parola
EMIGRARE.
Quando a Genova la nave già salpava
pian piano e s’addentrava verso il mare,
ho visto dei parenti e gente piangere,
Abbracciarsi e fazzoletti sventolare
E ho subito capito il significato di EMIGRARE.
Questo paese grande,
ci ha ricevuto a braccia aperte,
qui abbiamo avuto il futuro
che la mia mamma tanto anelava.
Sono cresciuta e ho lavorato anch´io,
ho aperto i solchi in questa terra, poi l’ ho anche seminata
e ho avuto grandi frutti- la casa, due figlie
e tre nipotine- per me questo è bastante!!
Allora ho sentito di non esser più EMIGRANTE.
Sono qui in Argentina da molti, molti anni,
non ne posso essere ingrata,
questa Nazione mi ha dato molto,
anch’io l’ho abbracciata:
Sarà per sempre la mia Patria, perche qui adesso ci ho tutto,
dove ci sono i cari miei.
Ma, se un giorno mi chiedessero un consiglio

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di voler andar via,
sempre gli suggerirei
Di andare, conoscere e viaggiare, però
Mai e poi mai, gli direi di EMIGRARE.

Poesía realizada por ANNA BARBARESI (alumna del 2° Nivel del


Curso de Lengua y Cultura Italiana de la URM- Prof. Gabriela Ma-
netta) seleccionada como 1° premio por la comisión directiva de la
U.R.M. para el concurso “Memorie di Immigranti” con motivo de
ser presentada en la I° Muestra de Inmigrantes Marchigianos en
año 2010. Coordinadora de la muestra: Licenciada Vera Dormi.

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Familia: ANCONETANI - BERTINI
Relata: Marta Anconetani

J osé Anconetani vino a la Argentina en 1919, junto a su her-


mano (Julio). Su mujer (Palmira Bertini) y sus hijos queda-
ron en Ancona, Italia. Vino porque su esposa le insistió que viniera
con su hermano a la Argentina, porque ella decía que era la tierra
de la redención.
Era marmolista, y en el cementerio de Ancona todavía existen
estatuas talladas por él en mármol de Carrara: en las mismas hay
una placa con su nombre. Su hijo (Atilio) vino desde Ancona en
1924: llegó con una hermana casada, su esposa y dos sobrinos pe-
queños. Además, tenía tres hermanos más grandes (mi padre era
el menor de 6 hermanos) y trajo con él sus sueños, un cincel y una
pequeña espátula: tenía 17 años.
Había conocido el horror de la guerra. A los 7 años, cursando el
año 1914, había llevado comida realizada por su madre a su padre
y a su hermano mayor (Francesco) que estaban luchando en la
guerra. A los 25 años se casó con Vaccalluzzo que era argentina,
pero descendiente de italianos de Sicilia y tuvieron dos hijas: Ilda,
que es Maestra Normal Nacional y Fonoaudióloga, y yo (Marta) que
soy Maestra Normal Nacional y Psicóloga.
Mi padre fue frentista y marmolista en la ciudad de La Plata.
Empezó a trabajar en la construcción, pero como sólo había ter-
minado la primaria acá estudió para constructor. Siempre trabajó
en edificios horizontales, desempeñándose como capataz. Hablaba
muy bien el castellano, pero en los andamios recitaba a Dante.
Falleció a los 80 años, el 12 de noviembre de 1987. Tenía códigos
y valores que supo trasmitir a su familia. Lo honramos todos los
días. ¡Te amamos papá! Gracias.
Anécdota de mi tío Julio:
Llegó con mi abuelo en 1919 y con el tiempo creó la única fábri-
ca de acordeones de América del Sur: “Acordeones ANCONETANI”.
Él había aprendido en Alemania a fabricarlos. La empresa estaba
en Chacarita y hoy en Guevara 478, vecino a lo que era la fábrica,
existe el Museo.
En el film “El Aura”, donde trabaja Darín, cuando pasan los sub-
títulos aparece: “música interpretada por acordeones Anconetani”.
También, en el film “No sos vos, soy yo”, donde trabaja Peretti, ha-

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blan con mucho énfasis que en su negocio de antigüedades había
entrado un acordeón para vender y el padre le dice a su hijo:
¡“ES UN ANCONETANI”!

Atilio Anconetani

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Familia: ANTONIUCCI - PASCUCCI
Relata: Sandra Crivelli

E l relato que a continuación van a leer es en homenaje a mi


amada abuela Aldina Antoniucci de Pascucci.
Recuerdo que mi nona me contaba siempre su niñez. Cuando yo
me quejaba de mi lánguida vida de niña en el colegio y las peleas
con mi hermana, con tristeza la escuchaba hablar de que eran
cinco hermanos, no había mucha comida para todos y tenían, por
ejemplo, un solo huevo, que su abuela se lo cocinaba y ella se lo
iba a comer debajo de su cama para no causar problemas con los
demás.
También me contó que durante la guerra los invadieron los ale-
manes y usurparon su casa teniéndose que ir toda la familia a vivir
al granero.
Después de mucho tiempo de estar en la Argentina viajó a Italia
con su hermana Anetta Antoniucci y volvió a su pueblo. Creo que
habrán sido tres meses, mucho registro no tengo ya que yo tenía
unos 5 años y lo único que recuerdo de esto es cuando fuimos a
buscarla a Buenos Aires porque llegaba el avión. Paramos en la
casa de una prima que tenía un patio grande de baldosas blancas y
negras y la veo a mi nona entrar a ese patio con dos muñecas enor-
mes para mi hermana y para mí, esas muñecas que “hablaban” y
era toda una novedad.
Tan abuela y tan nona, esa que me crió y me dio valores profun-
dos.
Aún la recuerdo con sus ojos inmensamente buenos y honestos
cuando me decía: “Hay que devolver el bien por mal”
La recuerdo también en las tareas de la casa como lavar, plan-
char, limpiar y cocinar aquellos tallarines domingueros amasados
a mano y usando la mesa del comedor para estirar la masa. En
simultáneo hacía el tuco, teniéndolo horas en el fuego. Me hacía
los pasattini, la polentina, la rempitura, la torta de queso o cresha
de pascua.
Recuerdo a mi nono, Luis Pascucci, lamentablemente nos dejó
cuando yo era muy chica, tendría 6 años, pero me acuerdo que
los días de lluvia cuando él llegaba a mi casa en su bicicleta con
una capa negra con capucha, ¡cómo nos asustaba a mi hermana
y a mí! No le podíamos dar un beso hasta que se sacaba la carpa.

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Ojos verdosos y un alma buena.Mi tía Neta, que en verdad era una
tía abuela mía, se llamaba Anetta Antoniucci de Turchi, hermana
de mi nona, ¡era una persona tremendamente amable y recontra-
buena! Era muy generosa, y tenía más predisposición a la alegría
que mi nona, que tuvo siempre un dejo de tristeza marcada en su
sonrisa que no alcancé a entender hasta que crecí.
Mi nona nació en el 1900, junto con el siglo y llegaron con mi
nono a la Argentina en el año 1923, sin saber el idioma ni enten-
der, a mi humilde parecer, de cómo era la vida siendo tan joven y
lejos de los suyos.
También tuve la suerte de conocer y disfrutar hasta los doce
años a mi bisabuela que era la madre de mi nona, se llamaba Ma-
rietta Feduzi, casada con Giuseppe Antoniucci.
Recuerdo que era una mujercita muy frágil, con rico olorcito,
que le dolían las rodillas y estaba sentada la mayor parte del tiem-
po y a mi me gustaba apoyar mi cabecita en su falda y que ella me
acariciara diciéndome “Cuente é buona esta munlina” (Cuán buena
es esta niña) Siempre me contaba mi mamá, que cuando faltaba
poquito para que yo naciera, le pidió que cuando se me cayera el
ombliguito se lo diera a ella, que iba a tirarlo a unos yuyos con es-
pinas así la “munlina” (niña) salía “cantarina” (cantante).
Y no tiene idea esa tremenda mujer-canal de LUZ de mi bisabue-
la Marietta de cómo me marcó y la razón que tuvo.
Cuando me proponen hacer una pequeña reseña de los itialia-
nos de esa época y de cómo nos marcaron no sabía cómo hacerla
hasta que me puse a escribir sobre mi nona.
Así, pude comprender lo mucho que marcó mi vida y mi carác-
ter, sin desmerecer el trabajo amoroso de mis padres, armó un
piso fuerte e importante en dónde poder pararme durante toda mi
vida y poder ser feliz. Su presencia es permanente cuando veo los
baúles que trajo en el barco, su máquina de coser, el martillo de
madera para aplastar la carne, el artefacto para hacer los passati-
ni, su cumudín (mesita de luz), el burshlín (monedero), todas esas
cosas que ya pertenecen a mi historia. También la forma en que
alentó mi vocación con la música, llevándome siempre a mis clases
de guitarra y sentándose a escucharme cada vez que practicaba en
mi casa, ponía su mano en la cintura tiraba la cabeza para atrás y
abría bien los ojos sintiéndose tan orgullosa y por carácter transi-
tivo haciéndomelo sentir a mí.
Dejame nona sentirme orgullosa hoy de la abuela que tuve, de

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tanto amor, respeto, cariño, sacrificio, contención y todas esas co-
sas que solamente puede dar una abuela, que generó un lazo único
y mágico donde a su vez me deja celebrar el llanto y la risa al escri-
bir estas palabras, y entre lágrima y lágrima es tanta la gratitud y
la emoción de todo ese amor que dejaste dentro de mí y que sigue
creciendo día a día en mi corazón.
¡Gracias nona! por este recuerdo de lo que fuiste y lo que soy
gracias a vos.
Y mirá que generosa que aún sos que, sin estar fisicamente,
recién ahora puedo ser consciente del regalo que me dejaste: la
capacidad de sentir tanto amor dentro de mí.
Te amo nona.
Mi nombre es Sandra Crivelli, hermana de Irene Crivelli y tía de
Santiago Delage, mis padres Mafalda Pascucci y Marcos Crivelli,
mis abuelos Aldina Antoniucci y Luis Pascucci, mis bisabuelos:
María Feduzi y José Antoniucci, mis tíos abuelos: Ana Antoniucci,
Celeste Antoniucci, Catalina Antoniucci y Ema Antoniucci, estos
últimos venidos de Sant’Angelo in Vado, Urbania. He aquí el árbol
genealógico por parte de mi madre.

Aldine Antoniucci de Pascucci

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Familia: ANTONIUCCI - SPADONI
Relata Marcelo Antoniucci

Q ueremos en este relato destacar la fecunda actividad de los


hombres que como Miguel Antoniucci, pusieron al servicio
de la incipiente Mar del Plata allá por el 1900.
Michelle era hijo de Rosa Sacchi (nacida en 1853) y Celeste An-
toniucci (nacido en 1850). Sus abuelos eran Florido Antoniucci y
Caterina Tacconi. Sus bisabuelos Marianna Capelli y Tommaso
Antoniucci, estos habrían nacido aproximadamente en 1794, se-
gún datos investigados en el árbol genealógico.
Florido y Caterina provenían de la “Città di Castello”, siendo muy
jóvenes se trasladaron a la colonia denominada “Il piano” (llamado
también “Pian de Mileto”) en Sant’Angelo in Vado. Cuando estos
son muy viejitos, su hijo Celeste junto a su mujer Rosa asumieron
la dirección de la familia. De este matrimonio nacieron Giuseppe,
Luigi, Marianna, Michele y Antonio.
Antonio Antoniucci (que vivió e Italia toda la vida) en sus memo-
rias nos cuenta: “Viviamos felices junto a nuestros queridos abue-
los, y la Tia Assunta. Estábamos alegres a pesar de la miseria, de
la vida de campo de esos tiempos. Y así un feo día, agravado por
una enfermedad de aquella época muere repentinamente mi papá
(Celeste) dejándonos a todos nosotros, todavía muy pequeños, con
nuestra madre (Rosa) con los abuelos y la Tía, sumidos en un pro-
fundo dolor”
Agrega Antonio: “Yo con apenas 3 años no comprendía lo grave
de la desgracia, pero recuerdo aún el desesperado llanto de mi ma-
dre. El tiempo aplaca el dolor, y trae la resignación a todos, menos
a mi madre que en su profundo dolor, mantuvo el luto toda su
vida, tanto es así que ¡nunca en el resto de su vida, pisó la ciudad!!
¡Pobre mamá! La vida continuó a cargo de mis abuelos severos y
rectos. Éramos chicos y rodeados de trabajo, polenta y una pobre-
za negra. Los abuelos hacían pan de grano duro, y siempre una
miga o un trozo lo reservaban para mí que era el más pequeño, y
yo recuerdo lo devoraba, aunque a veces tenía el gusto a tabaco”.
Antonio continua su relato de familia: “cuando murió mi abuelo
Florido, le toca a Giuseppe el más grande, la misión de Jefe de fa-
milia, estando todos los hermanos subordinados a él. Y así cuan-
do llegó su madurez se casó con María Feduzi. Y también al poco

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tiempo se casó mi hermana Marianna con Andrea Feduzi” (herma-
no de Maria).
Agrega Antonio: “el tiempo pasa, Giuseppe tenía varios hijos, y
también Luigi una gran prole, Michele después del servicio militar
quería formar su familia, pero todos en la casa paterna no había
posibilidad, y antes de decirse comprometerse con alguna mujer
decidió ir a América, con gran tristeza para nuestra querida mamá
y de todos nosotros”.
Así, Michele que pasaría a llamarse en Argentina Miguel (un
nombre que se repetirá por cuatro generaciones en la familia), sa-
lió de su pueblo de nacimiento, Sant’Angelo in Vado (provincia de
Pesaro y Urbino) hacia el nuevo mundo, desde el puerto de Geno-
va, en el Vapor “Italie”. Llegó a Buenos Aires el día 3 de febrero de
1911.
Michele Antoniucci había nacido el 13 de septiembre de 1884,
fue uno de los integrantes de la colectividad italiana que se radica-
ron en Mar del Plata, tierra de promisión, que ofrecía a los visiona-
rios, con capacidad y energía, gratos presentimientos! Desde joven
había realizado un curso de “Agricultura Práctica”, que le permitió
desarrollar la actividad de jardinería, floricultura y posteriormente
vivero. Siendo esto el puntapié inicial de su ascendente carrera.
Adele Spadoni, quien sería posteriormente su esposa, también
salió de Sant’Angelo in Vado rumbo a la Argentina al año siguiente.
La familia italiana, le da el encargo de que “si ve a Michele” le tras-
mita y haga llegar los saludos de su madre Rosa y hermanos; lejos
de suponer que, a partir de allí, en Mar del Plata, se conocerían, se
enamorarían, para luego casarse el 1 de septiembre de 1913.
Adele había nacido en “Pian de Mileto” y era hija de Vicente Spa-
doni y Lucia Topi.
En marzo de 1914, Michele se fue con Adele a trabajar como jar-
dinero y quintero en la Estancia “La Estela” propiedad del ingenie-
ro Rómulo Otamendi, ubicada en Campana, Provincia de Buenos
Aires. Allí, en 1914 nació su primer hijo Adelmo (Adelino Hilario).
Bautizado con el nombre de su madre y por nacer el día de San
Hilario, el 12 de diciembre. Su segundo hijo, Celeste Orlando nació
un 14 de enero de 1916. Al mes siguiente partieron los cuatro para
radicarse definitivamente en Mar del Plata. Se emplearon como ca-
seros del chalet “Villa Enriqueta” ubicado en la esquina de Falucho
y Corrientes; sus dueños eran Felicina Dorrego y Alberto del Solar
(poeta chileno que escribió sobre la “leyenda del Torreón del Mon-

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je” por expreso pedido de su amigo Ernesto Tornquist) Allí, en esa
casona, nacieron Enriqueta Lucia Rosa Antoniucci el 25 de mayo
de 1919, y luego llegó el mas pequeño Miguel Alberto Vicente Anto-
niucci, nacido el 4 de agosto de 1923. Desearía citar que el último
nacimiento fue el de Maria Adela, el 8 de agosto de 1929, quien
lamentablemente murió a los cuatro días de haber nacido.
Michele Antoniucci trabajó con la familia de Pedro Luro, en el
chalet que ocupa la manzana de Colón y Santa Fé correspondiente
al Dr. José Luro, lugar que actualmente ocupa el Automóvil Club
Argentino. Siguió su crecimiento personal y empresarial, compran-
do en el año 1920 la mitad de la manzana de Tucumán y Peña. En
ese entonces pastaban vacas y caballos y era una zona de quintas.
Allí plantaría, lo que luego vendería en el vivero de Colón y Tucu-
mán. Cuan visionario había sido que en esa zona de gran porvenir
se harían las residencias: Villa Mitre, Villa Victoria, Villa Silvina,
Villa Hardie, Anchorena, entre otras. Michelle lo transformó en un
pujante lugar de cultivo de plantas, al cual iban a comprar todas
las residencias circundantes.
Michele en 1935, edificó en la calle Colon 2046, un chalet de dos
pisos con una florería adelante. Se demolió en 1963 para construir
en ese lugar un edificio de Departamentos, en pleno auge en esa
época, sobre la calle Colón. A esa casa era común ver, en los días
domingo, a su sobrina Balbina Feduzi junto a su esposo Jose Dor-
mi que, semana a semana, devolvían el dinero prestado por Miguel,
para pagar los pasajes en barco y así concretar el viaje de los hijos
de la familia Dormi de Italia a Mar del Plata. Adele Spadoni cada
vez que los veía, con esa calidez que la embellecía, le decía: “Jose,
no te apures en pagar, primero está tu familia”.
Michele también realizó el “atto di richiamo” de su sobrino Atilio
Feduzi, hijo de su hermana Marianna.
Adelmo se casó en el 1938 con Lucia Raquel García. Ellos se
quedarán a vivir en la “Villa Enriqueta” mientras que el resto de la
familia se trasladó al Chalet de Colón donde funcionaba la florería.
Tuvieron tres hijos: Adela (la llamarían Beba), Liliana y Miguel.
Adelmo desarrolló paralelamente al vivero, una actividad de exito-
so emprendimiento inmobiliario. Bajo la firma “Anfio” (An de Anto-
niucci y Fio de Fiorentini asociados a los constructores: Leonfanti
y De Roni) construyeron junto a sus hermanos varios edificios: Los
Adele y Los Anfio.
Adela (Beba) tuvo dos hijas que las llamaría con el nombre de

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sus tíos abuelos: Mariana y Andrea. Liliana tuvo un hijo llamado
Guido con el que vive en España. Miguel contrajo matrimonio y
tiene tres hijos: Miguel, Julieta y Martin.
Celeste Orlando contrajo matrimonio en el año 1954 con Nelci
Rosa Dematteis. Sus hijos se llaman Claudia, Maria Rosa y Daniel.
Su hijo varón continúa atendiendo el vivero de la calle Tucumán,
llamado “Vivero Antoniucci Hnos.”
Enriqueta, se dedicaba a dar clases de piano y conoció a Mel-
chor La Rosa, con el que se casó en 1956, siendo una pareja muy
sólida y alegre, disfrutando de viajar y vivir con su casilla rodante
primero y pasar gran tiempo después en una hermosa casa en Mar
Chiquita.
Miguel Alberto se casó con Marta Delia Scandali en octubre de
1956. Tuvieron tres hijos varones: Alfredo, Fabian y Marcelo. Estos
tres hermanos están a cargo del vivero ubicado en la calle Juan B.
Justo e Italia, propiedad del Ingeniero Miguel Antoniucci, bajo el
nombre de “Vivero Antoniucci”.
Alfredo constituyó su hogar junto a su señora Pía y tiene tres
hijos: Javier, Nicolás y Lucas. Es común prender las radios de Mar
del Plata y encontrarse con la voz de Alfredo hablando sobre plan-
tas, flores y podas. Javier reside en Madrid, junto a su esposa y sus
dos hijos Franco y Sofía. Nicolás, también trabaja en el vivero con
su padre, tiene dos niñas Marisol y Aldana. A él, es común verlo
también en la televisión impartiendo conocimientos sobre jardines
y plantas. Lucas tiene dos hijos: Valentina y Juan Martín.
Alfredo Antoniucci tiene seis nietos que forman parte del amor
de su vida y son los bisnietos del matrimonio constituido por el in-
geniero Miguel Alberto Antoniucci y Marta Scandali. Son tataranie-
tos de Michele, quien, en el 1900 con su valijita llena de ilusiones,
gestó esta posibilidad luchando y venciendo.

Miguel Antoniucci y Adele


Spadoni

23
Familia: ANTONIUCCI - TURCHI
Relata: Dora Turchi de Niro

M i nombre es Ana Dora Turchi de Niro, casada, con tres hijos,


nacida en Mar del Plata. Soy hija de inmigrantes italianos,
provenientes de Sant’ Angelo in Vado y Mercatello (marche). Mi
mamá, Ana Antoniucci de Turchi, nació in Sant Angelo in Vado en
1905 y partió hacia la Argentina desde el puerto di Nápoli en el Pi-
róscafo Césare Battisti. Fue en abril de 1927, con 22 años de edad,
recién casada y junto a mi papá que ya había venido previamente.
Tuvo tres hijos, Olga, Roberto y Dora. La mayor falleció a los 15
años por un accidente doméstico. Cuando Anetta llegó a Argentina
le encantó este país, decía que se sentía acompañada por sus veci-
nos y amistades nuevas que le facilitaban su adaptación.
El barco tocó entre otros el puerto de Dakar, donde vio por pri-
mera vez a hombres de “raza negra”, que se zambullían para levan-
tar las monedas que la gente les tiraba al mar. Anetta sorprendida
preguntaba ¿quiénes son esas personas de esa fisonomía tan dife-
rente? (cuya existencia desconocía).
Apenas arribados se ubicaron en una habitación, cerca del Hos-
pital Materno y desde allí, ella recorría la zona para ir conociendo
la ciudad. Un día pasó por un castillo, rodeado de un gran parque
en la calle Saavedra y Buenos Aires y pensó para sí, yo jamás vi-
viría en semejante lugar… Al poco tiempo, papá le comentó que
necesitaban caseros en una mansión cercana, de la familia Hardy,
que resultó ser la que ella le temía y vivieron allí por 30 años…
Era muy religiosa y asistía a misa habitualmente. También se
radicaron en Mar del Plata dos de sus cinco hermanos: Aldina con
su esposo y, más tarde, Celeste Antoniucci de 17 años de edad,
quienes formaron sus familias en esta ciudad. En el año 1950, hi-
cieron venir a sus ancianos padres, María Feduzi y José Antoniuc-
ci, a quienes cuidaron hasta el fin de sus vidas.
Falleció a los 70 años (1976) tras una operación. Como último
dato, debo decir que mi mamá, Anetta, nunca regresó a su Italia
natal.
Sus seis nietos argentinos son:
Marcelo, Olga y Miguel Turchi y
Daniel, Martín y Verónica Niro.

24
Sus 11 bisnietos:
Darío y Rocío Turchi, hijos de Marcelo (Turchi),
Noelia y Sofía Turchi, hijos de Miguel, y
Florencia y Carla Espinosa hijas de Olga, y
Gerónimo y Mauro Niro, hijos de Daniel (Niro),
Caetana, hija de Martín Niro y Paula Palladino.
Mateo y Bruno Moreno, hijos de Verónica Niro y Mario Moreno.

“Quisiera recordar también a mi papá, Marcello Turchi, hijo de


Giovanni Turchi y Caterina Cucchiarini, nacido el 11/02/1897 en
Mercatello Sul Metauro, (Urbino). Completando la familia, Marcelo
tenía una hermana mayor, casada con Celestino Bernardini, con 3
hijos varones, que pereció en un bombardeo, por no querer ella (tal
vez por un ataque de locura) abandonar su hogar. Cabría agregar,
que Giovanni Turchi (mi abuelo) era aficionado a las leyes, contaba
con bibliografía al respecto, por lo que era comúnmente consultado
por el pueblo, como un abogado.
En su juventud, en Italia tocaba el acordeón y era muy solici-
tado, lógicamente era la única forma de contar con música en las
reuniones del pueblo. Como vivía en la zona montañosa, se tras-
ladaba con la bicicleta en la mano con el acordeón hasta llegar al
“piano”, o sea, el llano y continuar su camino.
Combatió en la guerra del ’14, teniendo 17 años, en el Lago di
Como. Fue herido en el muslo derecho y derivado a un hospital,
para evitar volver al frente de batalla, ensuciaba la herida con tie-
rra para que siguiera infectada. Finalmente, fue dado de baja. En el
año 1925, estando aún en Italia, recibió la Cruz de Guerra al valor
militar por haber conservado su ametralladora, mientras cruzaba
corriendo un campo rodeado por el enemigo, evitando ser captura-
do. Más tarde, en 1970, le llegaría a Argentina la condecoración de
Cavaliere dell’ordine de Vittorio Veneto, como reconocimiento a los
méritos de combate.
Marcelo, vino definitivamente a la Argentina el 24/04/27, re-
cientemente casado con Anetta Antoniucci, en el piróscafo Cesare
Battisti, que partió de Napolí y que hacía escala en Palermo, Dakar,
Santos y Montevideo, cuando ya había venido previamente a ver
qué posibilidades había para radicarse. Apenas llegó a Mar del Pla-
ta, se anotó en la escuela N° 1, Pascuala Mugaburu, para tomar
clase de castellano para inmigrantes: tanto se esmeró que, luego le
preguntaban si era español. Muy honesto y trabajador construyó

25
con mucho sacrificio, un chalecito para vivir tranquilo cuando se
jubilara, y así fue. Marcello no regresó nunca a su Italia natal.
Trabajó como jardinero y casero de una mansión. También tenía
otros jardines de la zona Divino Rostro y Playa Grande. Al tiempo,
la herida volvió a infectarse y fue internado en el Hospital Alvear
de Buenos Aires por varios meses, hasta que le fue extraída la bala
con gran riesgo para esa época.
Su deseo era morir súbitamente, sin estar en un lecho enfermo
y Dios se lo concedió; a los 75 años fallecía de un paro cardíaco.”

Marcelo Turchi, Olga Turchi, Roberto Turchi, Anna Antoniucci

26
Familia: AZCUNE - ANTONIUCCI
Relata: Olga Beatriz Antoniucci

M i nombre es Olga Beatriz Antoniucci, nacida en Mar del Pla-


ta, hija de padre inmigrante y madre argentina. Mi papá,
Celeste Antoniucci, nació en Sant’ Angelo in Vado el 23 de marzo
de 1908, dedicándose a tareas agrícolas en su Italia natal.
Como en Argentina (Mar del Plata), había dos hermanas, Aldina
y Anetta, y otros familiares, decidió radicarse también en esta ciu-
dad en el año 1927. Contaba con muy buena presencia y, apenas
llegó en busca de trabajo, se preparó para trabajar dentro del staff
del personal doméstico de las familias patricias de la alta sociedad
(Madero, Fortabat, entre otras): solicitaban como pre requisito de
trabajo preferentemente ser rubio y sin bigotes.”
“Posteriormente, fue mozo del emblemático Bristol Hotel de Mar
del Plata entre 1945 y 1950, establecimiento hotelero de gran ca-
tegoría en aquella época.” Durante el invierno hacia tareas de jar-
dinería y estuvo empleado en el Ministerios de Asuntos Agrarios, a
cargo de parques y jardines - municipales.
Pero su gran pasión fue la apicultura. Heredada de su abuelo
(Celeste Antoniucci), en Sant’ Angelo in Vado, quien le entregó un
manuscrito en tinta china del año 1898; donde describía diaria-
mente la labor de las abejas observadas por él en su propio apiario.
este documento motivó a mi papá a seguir esta actividad.
Recibió el diploma de Técnico Apicultor de Las Escuelas Lati-
no Americanas en Buenos Aires (1945). Lo caracterizó su famosa
barba de abejas a torso desnudo desde el mentón a la cintura,
realmente impactante, recibió publicaciones de sus fotografías en
distintos diarios y revistas, y en exposiciones, pudiéndose ver en el
Museo Histórico Municipal de Villa Mitre.
Siempre vivió en Mar del Plata, se casó en1940 con María Bea-
triz Azcune y tuvieron tres hijos: Olga Beatriz, Carlos Oscar y José
Alberto. Volvió a visitar su añorada Italia, encontrándose con nu-
merosos primos que habían convivido en la misma casa “IL PIANO”
en Sant` Angelo in Vado durante su infancia. Falleció en al año
1972, en Mar del Plata.

27
Celeste Antoniucci

28
Familia: BAGGIARINI - PAOLI
Relatan: Ana y Lea Paoli

N uestros padres Giuseppe Paoli y Elisa Baggiarini, originarios


de Sant’Angelo in Vado (Le Marche) decidieron partir hacia
“l’América”. Primero viajó nuestro padre, Giuseppe, que vino a la
Argentina en el año 1948 con el fin de luego traer a su familia.
Viajó con su hermano Settimio Paoli, su cuñada Maria Martinelli y
nuestra prima Paula Paoli.
En Italia, nuestra mamá, se levantaba a las 4 de la madrugada
para amasar el pan, que en ese entonces se hacía para ocho días.
Era común pasarse de chacra en chacra para ayudarse a elaborar
las grandes cantidades de pan para luego cocinarlo en el horno
comunitario y público. Cada familia hacia aproximadamente de 15
a 20 “pañotas” panes caseros.
Las tres hermanas, Ana, Lea y María, íbamos a la “scuola ele-
mentare” y después “scuola media”. Luego tuvimos que abandonar
la escuela para emprender el viaje a Sud América.
En 1949 nuestro padre decidió traernos, pero al presentar una
enfermedad, postergó el viaje y cuando mejoró (nosotros en Italia
no sabíamos de su enfermedad) hizo el “Acto de llamada” para que
viniéramos a Mar del Plata. Cuando nos íbamos nos vino a saludar
a la plaza del pueblo nuestro abuelo materno: Luigi Baggiarini,
para darnos su último adiós antes que subiéramos a la “corriera”
(Bus) y darnos los primeros racimos de uva de nuestros parrales y
disfrutarlos antes de partir. Salimos de la Piazza central del pueblo
en el Corso Garibaldi. Vino mucha gente a despedirnos. Estába-
mos muy emocionadas por venir a la Argentina porque podríamos
volver a ver a nuestro papá que hacia más de un año y medio que
no lo veíamos. Salimos en el barco “Santa Cruz”, un 8 de agosto y
llegamos a Buenos Aires un 3 de septiembre de 1949. Nos acom-
pañó Nelusco Benedetti, el padre de Curzio Benedetti y abuelo de
William y Mario Benedetti, quienes luego en Mar del Plata tendrían
el famoso Restaurant: Tio Curzio.
La travesía con la nave “Santa Cruz” fue riesgosa porque en una
oportunidad se produjo un incendio en las máquinas de la cocina,
generando miedo, angustia y zozobra. Veíamos que unos y otros
se abrazaban llorando y diciendo “non ci vediamo più” (no nos ve-
remos más). Controlado el incendio continuamos el viaje. En el

29
recorrido paramos en Nápoles, Tenerife y Brasil. En esta última
frente al golfo de Santa Caterina vivimos otra situación de temor
ante una tormenta de lluvia, viento y olas que tapaban el barco con
hundimiento de la proa, mas un excesivo balanceo. Otra parada
fue Montevideo y allí esperamos hasta tener permiso para entrar
luego en el puerto de Buenos Aires.
En el puerto nos esperaba nuestro papá junto a un amigo, Naza-
reno Conti. Nos llevaron a un hotel donde dormimos todos juntos.
A los tres días viajamos a Mar del Plata. Fuimos a vivir a la casa del
tío Domingo Bianchi durante unos tres meses, en un chalet ubi-
cado en Peña y Sarmiento. Luego conseguimos asentarnos como
caseros en el chalet de la familia de Atilio Mentasti (productor de
cine). En verano, cuando llegaban a pasar la temporada, nosotros
debíamos abandonar la casa y pasar a vivir con el tío Bianchi.
Papá trabajaba en el Hogar de Ancianos (llamado Asilos de An-
cianos) dependiente de la Municipalidad de General Pueyrredón.
Ana: “consiguió trabajar en ese lugar como ayudante de cocina y
luego pasar al sector de mucamas. El Asilo estaba a cargo de las
monjitas de la Divina Providencia. Tiempo después me dediqué a
coser pulóveres para la casa “De Paoli”, primera fábrica de tejidos
de Mar del Plata ubicada en Castelli entre Güemes y Alvear” Ac-
tualmente, Lea sigue trabajando con esa empresa realizando las
delicadas terminaciones de las prendas tejidas.
Mientras trabajábamos concurríamos a la Escuela nº 1 con el fin
de aprender la lengua española. Lea: “siempre le pedía a papá que
me llevara de vuelta a Italia. Le pedía que me firmara el permiso
para poder regresar. Aun siento nostalgia de no haber vuelto”.
Ana: “creo que fue muy acertado venir a esta tierra, aquí tuvimos
trabajo y comida. Allá en Italia había veces que no teníamos casi
nada, y algunos días nos arreglábamos con un plato de lechuga y
medio huevo para cada uno. También se hacía sopa de verduras
que comprábamos en la quinta ubicada al frente de nuestra casa,
por supuesto solo lo necesario para ese momento”.
Los italianos éramos una colectividad muy unida. Con frecuen-
cia nos reuníamos para bailar en el Hotel Pujol que se encontra-
ba en Las Heras casi Alberti o en el Hotel Venus ubicado en calle
Falucho casi Olavarría. Aún recuerdo los nombres de los primeros
italianos recién llegados como los de Giovagnoli, Vicente Lani, Lino
Bianchi, Giuseppe (Pino) Baffioni. Este último llegó a tener una
estructura edilicia muy importante frente al Hospital Privado de

30
Comunidad en Córdoba esquina O´Higgins.
En la quinta de los Tiribelli (Mario y Leopoldo) se reunía la co-
lectividad. Con esos encuentros disminuíamos la nostalgia. Mu-
chas veces los sábados preparábamos la comida que consistía en:
capeletis, tagliatelle, spaghetti, ravioles, etc. La quinta de Mario
estaba ubicada cerca de un lago, creemos a la altura 10.000 de la
calle Luro. La de Leopoldo Tiribelli estaba emplazada en la aveni-
da Jacinto Peralta Ramos, tres cuadras antes de la calle 39. Tenía
un estanque para bañarnos (típico tanque australiano) y había un
molino que permitía juntar el agua para el riego.
En Italia dejamos muchas amigas y cada vez que regresamos tu-
vimos el placer de reunirnos y disfrutarlas. Hablábamos de nues-
tras clases de francés, matemáticas, de gimnasia: “pallavolo”, y el
recuerdo de nuestra inolvidable maestra Felizita Brandinelli. No
queremos dejar de mencionar a la profesora de lenguas Marianina
Garulli, que era prima de Humberto Negroni, sin saber que con el
tiempo algún día sería mi esposo (Ana) Papá en las cartas nos decía
que no nos abrigáramos tanto, ya que en Mar del Plata no nevaba.
Y con increíble sorpresa, cuando llegamos lo hicimos bajo una llo-
vizna agua-nieve.
En esos encuentros entre amigos, Ana: “teniendo 16 años conocí
a mi actual marido. Nos pusimos de novios un año después, ca-
sándonos luego de cuatro años. Siempre nos acordábamos cuando
en Italia me tiraba nieve teniendo él 14 años y yo 11. Tuve muchas
dificultades para quedar embarazada, pero por fin logré tener dos
hermosos hijos: Mario y Alejandro, y maravillosos nietos que hacen
mi vida feliz”.
Lea: “Me casé muy enamorada, siendo muy feliz en mi matri-
monio. Los mejores años de mi vida fueron junto a mi marido Fran-
cisco Dini, mi querido Queco, al que perdí muy joven, con solo 35
años, así quedé al cuidado de mis adorables hijos: Patricia, Victor
y Laura. Con sabiduría y resignación comencé a transitar con do-
lor otra etapa de mi nueva vida, difícil a veces y sorteando muchos
obstáculos. Actualmente disfrutando de los nietos”.

31
Paoli- Baggiarini (Sr. José Paoli y Sra. Baggiarina año 1951)

32
Familia: BAGGIARINI - PASSERI
Relatan Ana y Lea Paoli

Q uisiéramos hacer un homenaje a nuestra querida tía María


Baggiarini, hermana de nuestra madre. María estaba ca-
sada con Quinto Passeri y vino a la Argentina en 1952, junto a
sus cuatro hijos. Mis primos Abramo, Caterina, Sergio y Domingo
Luis (llamado cariñosamente Luly), vivieron y trabajaron en Mar
del Plata.
Nuestro tío, junto a sus amigos paisanos italianos, disfrutaban
de jugar a las bochas. Cualquier baldío ubicado en la zona entre
Sarmiento, Juan José Paso, Buenos Aires y Rodríguez Peña era
ideal para armar la canchita. Si el terreno se vendía rápidamente
ocupaban otra tierra vacía. Los italianos aprovechaban entre par-
tido y partido para charlar de las vivencias de su añorada Italia y
de las que disfrutaban en Argentina.
En la familia Baggiarini era común comer ranas y caracoles.
Actualmente las ranas no las comemos, pero los caracoles siguen
siendo para nosotras, un manjar. Tiempo atrás con mi tía María
y el resto de la familia íbamos a buscar caracoles después de la
lluvia, en el barrio y hasta solíamos ir a Mar de Cobo. Aparecían
los caracoles se recogían y los tirábamos directamente sobre las
brazas, para luego comerlos.
Nuestra tía María murió muy joven. Martín Passeri, el actual
campeón de Surf lamentablemente no tuvo la oportunidad de co-
nocerla. Ella hubiera sido feliz de ver a su nieto brillar en el depor-
te. Martin Passeri es hijo de nuestro primo más pequeño: “Luly”.
Franca Lani, del Rotary Club Mar del Plata, nos contaba que el
windserfista fue distinguido por su actividad profesional y de com-
promiso con la vida; dedicando parte de su profesión a compartirla,
y capacitar a personas con alguna minusvalía. Su esfuerzo fue pre-
miado al lograr que un niño discapacitado cumpla el sueño de su
vida, en poder subirse a una tabla de surf y lograr deslizarse sobre
las olas. La disposición incondicional de Martin y la voluntad del
muchachito, se combinaron para armar un equipo de trabajo que
es reconocido por toda la comunidad marplatense. Martín tiene un
fiel heredero que es su hijo, que ama lo que su padre le enseñó.

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Familia: BALDUCCI - PRUSSIANI
Relatan: Marta y Mirta Balducci

Una historia de amor italiana

E n el año 1924 nacieron en San Lorenzo in Campo, Provincia


de Pesaro, Italia. Dos personas, un hombre y una mujer que
el destino los uniría para siempre. Ellos fueron nuestros Padres.
Él, Pietro Balducci, nació el 29 de enero de 1924. Ella, Palma
Prussiani, nació el 22 de setiembre de 1924. Eran hijos de campe-
sinos, dos familias muy amigas y numerosas. La familia de Pietro
eran ocho hermanos y la de Palma eran trece hermanos.
Pietro era un joven alegre y divertido, pasaba sus días en el cam-
po con toda la familia. Un día llegó la guerra y con ella la “carta
de llamada” para presentarse como soldado (era servicio militar
pero a su vez en combate). Pietro y su hermano Elio salieron de
San Lorenzo, pero fueron destinados a distintos batallones. Ambos
con los miedos de no haber tocado jamás un arma y tener que ir a
combatir. A Elio le tocó ir al frente, llegaron hasta Rusia en cambio
Pietro fue a Montecasino. Un día terminó la guerra pero uno solo
volvió a su casa: Elio murió en Rusia y Pietro regresó a San Loren-
zo.
Aquí empezó lo peor del destino de Pietro, su padre (Paolo Bal-
ducci) no le creyó a su hijo que la guerra había terminado, las noti-
cias no llegaban tan rápido como hoy, así que lo consideró desertor
y lo escondió hasta que todos volvieron diciendo que la guerra ha-
bía terminado. Pero Paolo, mientras esto pasaba, había hecho trá-
mites para que Pietro saliera del país. Se contactó con su cuñado
que vivía en Argentina, para que su hijo viniera "a la América". 
El tío que vivía en Argentina era Pietro Rossini, hermano de Te-
resa Rossini (la madre de Pietro). Un día llegó “la carta de llamada”,
su tío le había conseguido trabajo y permiso para que viniera a la
Argentina. Pero Pietro no quería venir, estaban bien en el campo,
no les faltaba nada, no pasaban hambre, además no quería sepa-
rarse de la familia.
Enfrentó a su padre y le dijo: “yo no quiero ir a Argentina” a lo
que su padre respondió: “Si no vas para mi será como si hubie-
ses muerto en la guerra. Yo ya di mi palabra y no puedo volverme
atrás”.
Para ese entonces, Pietro estaba de novio con Palma, a la que

34
le contó que tenía que viajar a Argentina obligado por su padre.
Palma, siempre sensata, le dijo que viajara, que no se hiciera pro-
blema que ella lo iba a esperar.
Así llegó el día de partida desde Génova hacia el nuevo mundo.
Durante el viaje llegó a pesar cuarenta kilos, el mar y su angus-
tia lo trataban mal. Arribó al puerto de Buenos Aires y de allí el
destino era la ciudad de Mar del Plata. Viajó junto a un amigo que
conoció en el barco y con el que siguieron toda la vida juntos: Luis
Accattoli, de Macerata.
Mientras en Italia, Palma esperaba las cartas de su amado que
tardaban en llegar y la familia le decía: “Palmina, ¿creés que se va
a acordar de vos desde tan lejos?”
El tiempo pasaba y entre carta y carta se tejía en telar, los hom-
bres jugaban a las cartas y el tiempo y el invierno pasaban. Siem-
pre las dos familias en compañía.
Palma era la menor de trece hermanos, su padre había fallecido
cuando ella tenía nueve años de fiebre española. Su casa siempre
estaba llena de gente y en la mesa no eran menos de veinte perso-
nas a almorzar. Por ser la menor no la llevaban al campo, se que-
daba en la casa haciendo la pasta y preparando todo lo necesario
para llevar a los hombres que estaban en el campo. Le gustaba
mucho coser y tejer en telar, hacía sus propios vestidos con las
telas que ella misma hacía y teñía, también para otras mujeres de
su familia.
Finalmente llegó el día tan esperado: Palma recibió una carta
donde Pietro le enviaba su carta de llamada y la orden del pasaje
para venir a Argentina. Una gran alegría invadió a aquella joven,
que creyó en el amor. Pero faltaba un pequeño detalle, ¿cómo iba
a viajar si no estaba casada? entonces se casó por poder. El re-
presentante de Pietro fue su hermano Ostilio Balducci. Así, Palma
pudo salir de Génova hacia los brazos de su amado Pietro.
Llegó a Mar del Plata, y su vida cambió completamente, no ha-
bía hermanos ni gran familia. Ellos solos en un país desconocido,
viviendo en la zona de Punta Mogotes en los años 1950. Para ir a
la casa de los tíos de Pietro tenían que ir caminando hasta el Puer-
to, porque no había colectivos para llegar hasta el centro.
Pero nada importaba porque estaban juntos.
Pietro trabajaba en la vieja Usina del Puerto, y era jardinero
junto a su tío, arreglaba los parques de la gente que veraneaba en
Mar del Plata.

35
Palma limpiaba las casas de esta misma gente y cuando venían
en verano la llamaban además para cocinar porque era muy buena
cocinera.
Eran dos personas incansables, pensaban que en diez años vol-
verían a Italia, pero no fue así. La vida siguió pasando y Palma
cosía para los que trabajaban en el pescado, cuidaba de los hijos
de los amigos, se dormía sobre la máquina de coser o con su teji-
do entre sus manos, siempre tenía algo para hacer. Construyeron
juntos un porvenir porque querían que a sus hijos al nacer no les
faltara nada.
Llegó el día de la buena noticia, un hijo en camino. Ya tenían
su casita hecha con un crédito del Banco Hipotecario. Su primera
hija, Rita Teresa, alegró la casa de los Balducci - Prussiani. Pero el
destino les jugó otra vez en contra y la nena de 18 meses de vida
contrajo una bronconeumonía y en pocas horas murió. Otra vez la
tristeza invadió la casa. Un dolor sin explicación.
Tardaron varios años hasta pensar en otro hijo, pero un día llegó
otra nena: Mirta Balducci y después de cinco años Marta Mabel, a
la que no esperaban, pero llegó.
Después de muchos años, cerca de treinta se pensó que alguno
tenía que viajar a Italia a ver a la familia, todos no podían viajar.
El que viajaría fue Pietro, Palma pensó que era lo correcto y ella se
quedaría con sus hijas.
Llegó el gran día y el 13 julio de 1975, Pietro viajó a Italia. Su pa-
dre de 80 años aún vivía, y sus hermanos y hermanas lo esperaban,
a pesar de las diferencias con su padre, dejadas ya en el pasado.
Fue muy bien recibido por todos, con un fuerte abrazo y con
lágrimas en los ojos y sin palabras padre e hijo se volvieron a reen-
contrar, ¿quien sabe lo que pensaba Paolo? Creo que hubo algo de
arrepentimiento por haber alejado a su hijo, pero todo fue grandio-
so, ver al tío americano porque ¡ya no era italiano!
Su regreso a casa fue fatídico ya que lo invadía la angustia de
dejar a todos allá, no podía dejar de pensar en el otro lado del
Océano. ¡Era otro Pietro! lo embargaba la amargura mezclada con
nostalgia y tristeza. Quería volver a toda costa, son su mujer y sus
hijas, lloraba todos los días y no hablaba más en castellano, sino
en italiano ¿qué le estaba pasando?
Palma se cansó y un buen día le dijo: “vendamos todo y nos va-
mos a Italia, pero yo no quiero verte más así”. En este transcurso
de tiempo y preparativos, llega la noticia de la muerte de Paolo su

36
padre.
Todo cambio y Pietro entró en una depresión que lo llevo a un
infarto masivo, lo vieron los médicos y se mantuvo en terapia in-
tensiva durante 28 días. Ya no era el hombre fuerte y luchador, era
otro era Pedro.
Fue en 1982 cuando terminó la guerra de Malvinas, por la cual
discutíamos con él, porque nosotras creíamos que ganábamos esa
guerra y él nos decía que era mentira y que la guerra era política.
En cinco días, después de haber declarado la rendición en Malvi-
nas, Pedro terminó con su guerra interna y vivida con otro infar-
to, donde no hubo tiempo de hacerle nada.
Quedamos en casa las tres solas: Mamá, mi hermana y yo, sin
hablarnos nos decíamos las mismas cosas las tres: estamos con
las manos vacías.
Palma siguió su camino sola junto a sus hijas, jamás quiso a
otro hombre, decía que “el amor de su vida era él” y no podía re-
emplazarlo con ningún otro. Vivieron 32 años juntos, y lo llevaría
dentro suyo toda la vida. Pudo ir a Italia con nosotras y ver a cua-
tro hermanos que aún vivían y sobrinos de las dos familias.
Así pasaron los años con amor y las tres unidas.
Su recibimiento cuando llegábamos a su casa a visitarla era una
alegría inmensa: nos recibía con sus brazos extendidos y nos de-
cía: “llegaron mis tesoros”, era el abrazo más hermoso del mundo
con ese apretón grande y fuerte como era ella ¡realmente de amor!
Palma se fue de este mundo el 29 de diciembre del año 2008.
Así recordamos a nuestros queridos padres que nos dieron todo
para ser felices. En homenaje a ellos y con lágrimas en los ojos,
vivirán en nosotras mientras vivamos.

Pedro Balducci y Palma Prussiani.

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Familia: BARBONI - PETRECCA
Relata: Irene Petrecca y José U. Barboni

P roblemas económicos que nunca faltan y la situación de Ita-


lia en mil ochocientos ochenta y tantos… aceleraron el viaje
de Francisco Petrecca que hiciera sólo hacia Balcarce (provincia
de Bs. As., Argentina). Dejaba en su tierra a su esposa y tres hijas
(Irene, María y Asunción), las cuales arribaron a Balcarce en 1886,
siendo recibidas por la familia Cierrapico, cuyo jefe de familia era
empresario de la construcción y dio trabajo a Francisco, quien des-
pués con los años pudo construir su casa.
Acá nacieron José, Adela, Yolanda y Carmen. José sería quien
iba a dedicarse a trabajar con Ulderico Barboni, esposo de Irene.
Como tantos inmigrantes, estos dos italianos (Irene Petrecca y Ul-
derico José Barboni) se encontraron en esta América floreciente en
un pueblo del sur llamado Balcarce.
Se casaron en 1907 y de esa unión nacieron 10 hijos. Según ella,
las mejores condiciones para radicarse estaban en la parte alta del
partido, pero era tan difícil encontrar agua que, en general los ha-
bitantes optaron por elegir donde se levantó el pueblo: a pesar de
que en ese entonces se considerase un pozo proclive a inundarse
en temporada de muchas lluvias.
Él se dedicaba a la construcción como medio de subsistencia,
pero su gran pasión era ubicar a sus compatriotas en distintas
zonas del partido (rurales y urbanas). Tanto es así, que cuando
empezaron a comunicarse por medio de la correspondencia, ha-
bía familias que (debido a la distancia) no podían ir al correo en
horario de atención al público a retirar las cartas que venían de
Italia. Entonces, autorizaban al jefe del correo a enviarlas al alma-
cén “Eppur si mueove” del cual era propietario Ulderico Barboni,
llegando a tener más cantidad de cartas recibidas el almacén que
el correo.
A tal punto fue desatada su labor con los inmigrantes italia-
nos, que era considerado como un verdadero cónsul en la ciudad,
por ejemplo: llegaban familias enteras procedentes de Italia, como
los Campolietto y él les aconsejaba dónde instalarse. Conversando
hace pocos meses con un integrante de esa familia, recordaba a
pesar de los años transcurridos con mucha emoción y cariño a los
Barboni, porque es difícil ser inmigrante recién llegado y no tener

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el apoyo de alguien que, en forma desinteresada, los ubica, les
busca trabajo, los orienta, les brinda su casa, los alimenta.
Se despidió de la familia diciendo “Éramos como de la Familia”.

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Familia: BARTOLUCCI - CANUTTI
Relatan: Ana María, Miguel Ángel, Horacio y Juan Fernando
Bartolucci.

L a familia Bartolucci es originaria de Le Marche. Provienen de


un pequeño caserío de montaña llamado Mercatello sul Me-
tauro, vecino a Sant’Angelo in Vado (Provincia de Pesaro)
Su historia es como la de miles de personas o tantos inmigrantes
que, a inicios del siglo XX, año 1908, quieren cambiar el rumbo de
sus vidas y deciden probar suerte en otros países.
En ese entonces, América era un continente prometedor, con
mas oportunidades de trabajo que en la vieja Europa de modo que
un integrante, el mayor de tres hermanos de la familia, llamada
“Sparteno” abrió el camino de la inmigración. Era el hijo del primer
matrimonio de Egidio Bartolucci (nacido en 1854) con María Can-
tucci.
Egidio era el mayor de trece hermanos. Luego de cuatro años del
fallecimiento de María, contrajo matrimonio con Cecilia Canutti
en 1888. Tuvieron siete hijos: Pietro, Ernesto, Ferdinando, Luigi
(nacidos en Italia) y en América nacieron los mellizos Giuseppe y
Francesco coronando el final con la única mujer, María, nacida en
1900.
Sparteno que había nacido en 1881, llegó a Brasil, y luego de
unos años llamó a su padre. La familia hizo tomar la comunión a
sus hermanos y partieron todos juntos rumbo a Brasil. Estuvieron
tres años trabajando en una típica “fazenda” donde se cultivaba y
cosechaba el café, ubicada a 200 km de San Pablo.
No soportando el tremendo clima caluroso, nuevamente la fa-
milia siguió los pasos de este joven adelantado llamado Sparteno,
buscando mejorar día a día. En esa época se estaban radicando
muchos marchigianos en Mar del Plata y la familia Bartolucci vol-
vió a movilizarse esta vez todos juntos.
Se dirigieron a esa ciudad pujante, encontrando todos trabajo
y aprovechando las oportunidades que ese entonces había en una
ciudad pequeña, pero en plena expansión. Vivieron en una cons-
trucción de madera facilitada por el padre de José Deyacobbi, en
las proximidades de las calles Falucho y Jujuy, a pocos metros del
arroyo Las Chacras. Luego con la ayuda de sus hijos construyeron
su propia casa en la calle La Rioja 2738 entre Garay y Rawson.

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Corrían los primeros años de la década de 1920, cuando el jefe
de familia consiguió trabajo como casero y jardinero en un suntuo-
so chalet, hoy demolido, llamado “La Giaconda”, propiedad de un
acaudalado comerciante del área textil llamado Marcos Algier.
Esta práctica de cuidar chalet, también la hicieron sus hijos por
varios años, lo que les permitió ahorrar en alquileres, y trabajar en
otros oficios.
Egidio se dedicó a la construcción, desarrollando sus conoci-
mientos de albañilería. Spartero se dedicó a cuidar jardines y llegó
a tener su propio vivero. Ernesto comenzó como aprendiz de ye-
sero. Pedro y Fernando trabajaron en la construcción. Luigi fue
carpintero, y José (Pepino) trabajó de chofer durante muchos años
en la ciudad de Buenos Aires (su hermano mellizo había fallecido
a los 2 años).
Fernando Bartolucci tuvo a su cargo la modificación del llamado
“Arco del Triunfo” ubicado en la rambla. Con su blanco mameluco,
era como tantísimos albañiles italianos capaz de resolver cualquier
trabajo en su oficio.
Todos conformaron una familia que les dio fuerza y pujanza y,
como tantos otros extranjeros, convirtieron a Mar del Plata en lo
que es en la actualidad.
SPARTENO: sus hijas: Yolanda Ines, Maria Telma y Velia Mirta.
PIETRO (PEDRO) no tuvo descendencia.
ERNESTO: sus hijos: Américo, Elda, Cecilia, Leonel, Irma, Raul
y Aldo.
FERDINANDO (FERNANDO): sus hijos: Ángel Heraldo y Nelly
Elsa.
LUIGI (LUIS): sus hijos Lenir, Egel Uberdain y Nilce Selma
GIUSEPPE (JOSE): soltero.

Familia Bartolucci (año


1910). Brasil- Parados (Luigi,
Spartero, Pietro, Ferdinando
y Ernesto). Sentados (Inés,
Egidio, Giuseppe y
Cecilia Canuti)

41
Familia: BATTAZZI - SCHEGGIA
Relata: Silvia Scheggia

Una historia de inmigrantes

M i nono por línea paterna se llamaba Angelo Luigi Scheg-


gia (Ángel Luis Scheggia) nació en Menaggio (Provincia de
Como, comuna de Plessio, Italia), el 29 de enero de 1883.
Llegó a la Argentina en el año 1910 (se desconoce la fecha exac-
ta), con su oficio de albañil. Ni bien llegó a la Argentina se radicó,
por un pequeño tiempo en la ciudad de Dolores (Provincia de Bue-
nos Aires) y de inmediato se trasladó y se instaló en Mar del Plata,
ciudad en la que vivió hasta su muerte, ocurrida el 22 de junio de
1973. Los padres de mi nono eran José Scheggia (Falleció el 14-3-
34) y Dominga Angelinetti (Falleció el 14-3-1934).
Mi nona se llamaba Ana Battazzi y nació en Sant’Angelo Allisua-
ro (Le Marche, Italia) el 10 de febrero de 1895. Sus padres eran Pa-
cifico Battazzi (nació el 26-7-1870. Falleció el 5-12-39) y Anunciata
Ticchi (Falleció el 3-03-19). El deceso de la nona Ana ocurrió el 14
de julio de 1972. Pachin como lo llamaban a mi bisabuelo, vivía
en la calle Brandsen casi Olazábal. Cuentan que era “él zapatero”
de la época. Ambos se casaron el 22 de octubre de 1914, bajo la
firma de los testigos Pacifico Battazzi, Miguel Manelli, Juan Lemmi
y Benigno Nuño.
Mis nonos tuvieron siete hijos (una mujer y seis varones), naci-
dos todos en la ciudad de Mar del Plata, y sus nombres son: Eveli-
na, Armando, Orlando, Ricardo, Oscar, Alberto y Luis.
Mi nono y mi padre: Armando Scheggia me contaron que el
nono cuando vivía en Italia trabajaba haciendo obras en Alemania,
Francia y Italia, es por ello que algunos signos de esos estilos se
encuentran en la ciudad de Mar del Plata, edificaciones con in-
fluencias europeas. Por eso era que nuestro nono hablaba un poco
de alemán y un poco de francés. Dicen que el nono llegó “all’Ame-
rica” bastante chico con su hermano Carlos. En Italia quedó su
hermana Francesca, cerca del Lago di Como.
Recuerdo que me contaron que el nono trabajó con el constructor
Lemmi, haciendo los chalets tipo mansiones de la época, y cuando
a Lemmi le sobraban los trabajos, se los daban a mi nono ya que
él era mano de obra calificada. Cuando el abuelo estaba trabajan-
do en un bello chalet que está en la calle Salta y Libertad, la nona

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pasaba volviendo de su trabajo, se miraron, se conocieron y así
comenzó su relación. Se casaron un 22 de octubre. A los 9 meses
y dos días, un 24 de julio, nació mi tía Evelina la primera hija del
matrimonio; y como era propio de los conceptos de la época, ella
expresaba: “para que nadie ponga en duda su honor”.
Mi nono compró un espacio de tierra que le llamábamos la quin-
ta chica. Luego mis nonos junto al tío Carlos compraron una quin-
ta, cerca de Sierras de los Padres, en la zona comprendida entre el
Coyunco y el ingreso a la Sierra de los Padres. Una de las tierras
era de mis nonos y la otra que lindaba en la parte posterior, era del
tío Carlos. En esa quinta mi nono hizo construir una casilla de ma-
dera, donde vivía una persona que la cuidaba; quinta que después
la comunidad la llamó el portón verde.
A medida que mis nonos regresaban a visitar a sus familiares
en Italia, traían especies vegetales, recuerdo que las trasladaban
envueltas en papeles de diario, y luego las plantaban en la quinta.
Era un espacio poblado de especies exóticas europeas, que los no-
nos fueron trayendo desde sus comunidades. A esto hay que sumar
todos los arboles tipo pinos que plantaron en un sector del terreno
en hileras perfectas, que uno podía mirar y caminar bordeada hacia
uno y otro lado de frondosos árboles que enmarcaban el camino.
Después esa casilla de madera se transformó en una casa de
material, con su asfalto de ingreso, luces y vía blanca. Recuerdo
que en el año 1955 cuando íbamos hacia la quinta, vimos fuego,
se estaba incendiando. Nos contaron que, por quemar papeles, se
estaba quemando toda la tierra, y que mi tío Orlando había queda-
do atrapado por el fuego, nos pidieron que no le contáramos nada
a nuestros nonos. En este espacio teníamos chanchos, gallinas,
frutales, nogales, los que eran suministros para la familia y las
preparaciones, nos traían a cada rato los sabores y las tradiciones
de Italia.
En ambas quintas, la chica y la grande, como la llamábamos
siempre, nos reuníamos en familia, conservando esos espacios de
encuentro familiar entre tíos, nonos y primos. La nona prepara-
ba la comida, y el resto ayudábamos en poner la mesa y lavar los
platos. Las comidas que la nona preparaba eran típicas y propias
de su Italia natal, como ravioles, polenta frita y polenta con paja-
ritos, a esto se sumaron los típicos asados. También se hacían los
chacinados. Se mataba un cerdo y toda la familia se organizaba
como para elaborar los chacinados, y la nona hacia la morcilla. La

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recuerdo usando una cacerola grande y con una gran cuchara de
madera revolviendo la mezcla de sangre y grasa.
La sutileza de esa masa de ravioles casi no volví a encontrarla, ex-
cepto cuando participé de las comidas de la Unión Regional Marche-
giana. La nona amasaba esa masa, la estiraba delicadamente fina
y después le ponía el relleno, los niños ayudábamos en el cortado,
con la ruedita corta pasta. De igual forma se hacían con los fideos.
También en familia nos reuníamos en la casa de nuestros nonos,
en una construcción de la época “tipo chorizo” (angosta y larga),
con una galería central y habitaciones y ambientes, que desem-
bocaban en esa galería central y que se comunicaban por puertas
internas entre sí. En la galería también armábamos esa gran mesa,
para compartir en familia comiendo las pastas del domingo.
Había mucho amor entre mis nonos, primero falleció mi nona,
y al año siguiente mi nono, el que comenzó a entristecerse, y no
quería probar la comida que le hacia mi tía Evelina, decía que no
era la misma a pesar que la tía había asumido esta tarea cuando
los nonos ya fueron mayores. Pienso que las historias se repiten
ya que mis bisnonos murieron los dos en Italia el mismo día con
diferencia de horas, recuerdo que me decían: “que era por tristeza”.

Mis padres
Mi madre se llamaba Selma Elisabeth Calvo, hija de Jose Maria
Calvo y Juana Melitona Galli, vivía en 9 de Julio al 3500, se dedi-
caba a los quehaceres del hogar y mi padre era Armando Scheggia,
hijo de Luis Scheggia y Ana Battazzi, vivía en 20 de septiembre al
700. Con su padre se dedicó al rubro de la construcción. Se ca-
saron el 8 de noviembre de 1941 en Mar del Plata a la edad de 22
años mamá y 25 años papá. Tuvieron cuatro hijos: Nilda, Nora,
Néstor y Silvia Scheggia.
Yo soy melliza con mi hermano Néstor que vive en Balcarce y el
resto en Mar del Plata. Ahora disfruto mucho de los sobrinos de
mis hermanos.

Ana Battazzi Angelo Luiggi


Scheggia año 1910

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Familia: BECCERICA - D`ONOFRIO
Relata: Norma Beccerica

M i papá, Guillermo Beccerica, una abejita más en la colmena


de Marchigianos que se formó en Mar del Plata, había naci-
do en Pausula (Provincia de Macerata, Le Marche) un 11 de febrero
de 1910. Con el correr de los años el pequeño pueblito de Pausula
cambió su nombre por el de Corridonia, que es el que actualmente
ostenta.
Era el segundo hijo varón de cuatro hermanos. Dos varones Giu-
seppe y Guglielmo (mi papá) y dos mujeres más pequeñas, Rosa y
Fiora.
La vida familiar transcurría feliz y tranquila, hasta que la gran
guerra estalló, y su papá Agostino es llamado a las filas. La más pe-
queña de sus hijas estaba en camino, aún no había nacido cuando
él debió marchar. El pequeño y sonriente campesino debió mar-
char a luchar, aunque eso no era lo suyo. La mala suerte hizo que
nunca regresase, ni siquiera para conocer a su hija, Fiorina, pues
cayó prisionero en la batalla de Caporetto y falleció en prisión en
Alemania.
Ante semejante desastre, su mujer Laurina Pesallaccia, que
nunca llegó a saber con certeza el destino de su esposo, cuatro
años después decidió emigrar a la Argentina con sus cuatro hijos,
pues ya había hermanas de ella en este país. Tenía miedo y con
razón, de que una nueva guerra se llevara a sus dos hijos varones.
Y no estaba muy equivocada.
Con ayuda de sus padres la mamá, Laura, consiguió los pasa-
jes y un día de febrero de 1922, emprendió viaje para la Argentina
desde el puerto de Génova. Su hijo mayor debió hacerse cargo de
toda la familia, en los papeles por supuesto. Así reza el pasaporte,
a cargo de toda la familia, Giuseppe Beccerica.
El vapor “Córdoba” los trajo para Argentina. El 25 de febrero de
1922 partieron de Génova y el 18 de marzo 1922 llegaron a Buenos
Aires.
Una vez en Buenos Aires comenzó la lucha por la subsistencia.
Todos fueron a la escuela, los mayores también comenzaron a tra-
bajar, junto con su madre en lo que salga. Así, Pepe y Guillermo,
como los comenzaron a nombrar en Argentina, empezaron a traba-
jar en la madera donde estaban los primos hermanos del padre (la

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familia materna de papá).
Aprendieron el oficio en distintas carpinterías de Buenos Aires
y se fueron formando, tanto a papá como al tío Pepe, les gustaba
la carpintería de obra y las máquinas. Es así que juntando dinero
con mucho empeño y luego de varios años lograron comprar un
terreno en Buenos Aires y construir algo para su mamá. Pasaron
algunos años más y ya más grande se enamoró de la hermana de
sus amigos, los D’Onofrio vecinos en Flores, y se casó con María
Inés D’Onofrio en abril de 1932. La crisis se hizo sentir, pero él no
cejó y volvió a trabajar para otras personas dejando sus máquinas
a la espera de tiempos mejores.
Nació mi hermana Adhelma, y 6 años después yo. Luego apare-
ció la oportunidad de volver a abrir su carpintería mecánica como
se llamaba en esas épocas y después de dos años en Coronel Vidal,
se trasladó a Mar del Plata, donde finalmente se instaló con sus
máquinas. Compró unos terrenos en 14 de Julio esquina Castelli y
edificó su carpintería y su casa.
Era el año 1943 y todo estaba por hacerse en Mar del Plata.
Trabajando duro y sin parar, en el corralón de la Municipalidad y
por las noches por su cuenta. Salió adelante, no sin ciertos altiba-
jos, pero siempre tuvo la suerte o supo rodearse de buena gente
que trabajó a su par. Muchos jóvenes carpinteros le debieron sus
aprendizajes, sobre todo en el manejo de las máquinas. Luego ellos
pudieron continuar por su cuenta. También trabajó como maestro
de carpintería en la antigua escuela de Artes y Oficios nocturna,
donde dictaba clase de carpintería. Fue el inicio de la secundaria
de Artes y Oficios o Industrial que está en la calle 14 de julio entre
Gascón y Rawson.
Fueron pasando los años, fueron muchos los esfuerzos para sa-
lir adelante y muchas noches ayudábamos con mamá y mi herma-
na a completar sus trabajos, preparando los paquetes de maderi-
tas para pisos parquet que él cortaba para una fábrica y preparaba
en la máquina, logrando así una entrada extra a su presupuesto.
Trabajó para muchos constructores de la ciudad, y muchos cha-
lets de Mar del Plata tuvieron sus puertas, ventanas, muebles de
cocina, también departamentos que comenzaron a hacerse en esa
época.
Años más tarde, compró un aserradero ubicado en la calle Cin-
cuentenario, hoy Juan B. Justo entre Buenos Aires y Entre Ríos,
que tenía salida a la calle O’Higgins. Pasados unos meses de esta

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compra, cuando aún estaba comenzando, un voraz incendio dejó
su aserradero devastado, aún no tenía seguro, así que fue un de-
sastre.
Pero eso no lo amilanó. Al día siguiente ya estaba limpiando y
restaurando lo que se podía, para seguir trabajando y volvió a le-
vantar su aserradero y siguió en la lucha.
Allí, desarrolló todo su entusiasmo y trabajo, durante muchos
años, luego vendió la carpintería dedicándose a la compra de mon-
tes y manufactura de la madera. Llegaron a trabajar con él sus
nietos mayores.
Se mudó a Juan B Justo 2173 donde pasó sus últimos años ro-
deado del amor y respeto de sus hijas, yernos y nietos.
Con más de 70 años continuaba trabajando como en sus mejo-
res tiempos.
Cuando contaba 77 años enviudó, el fallecimiento de su gran
compañera lo entristeció, pero siguió adelante y la vida lo premió
pudiendo conocer a sus primeros dos bisnietos.
A los 80 años regresó a su pueblo natal por primera vez desde
su partida. Aún vivían primos Beccerica, y pudo volver a la casa
que fue de sus padres, donde el pasó su primera infancia. Ahora la
casa se encuentra en manos de familiares.
Fue siempre un hombre entusiasta, trabajador, que supo cose-
char muchos amigos y el respeto de sus colegas. Falleció a los 83
años, en la ciudad de Mar del Plata.
Las hijas formamos nuestra familia en esta ciudad. Mi hermana
mayor, Adhelma Beccerica se casó con Mario Godoy, tuvo tres hi-
jos Mario, Enrique, y Laura y dos nietos Facundo y Lautaro Godoy.
Yo, contraje matrimonio con Jorge Cábana, y tuve cuatro hijos:
María Norma, Cecilia, Mercedes y Martin y dos nietos Zoe Cábana
Castrege y Francisco González Cábana.

Guillermo Beccerica

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Familia: BERGAMASCHI - PAOLINI
Relata: Antonieta Bergamaschi

P asaron más de 66 años de aquel día y aún lo recuerdo muy


bien… con el tío Marino, hermano de mi madre tomamos el
tren desde San Benedetto del Tronto (Marche) hacia Génova, para
embarcar en el buque “Paolo Toscanelli” y dirigirnos hacia Argen-
tina.
Me parece oír todavía la sirena del barco al dejar el puerto y ver
alejarse la figura de mi querido tío, fue en ese momento que le pre-
gunté a mi madre: “adesso andiamo dalla nonna? Mai più la rividi”
Llegamos un 11 de mayo de 1948, con mi madre Vittoria Silenzi,
mi hermana y yo. Mi padre Pascual Bergamaschi ya se encontraba
en Argentina. Había partido en el 1937, cuando yo tenía nueve me-
ses y mi madre embarazada de mi hermana Emilia.
Viene a mi mente con nostalgia, que, ni bien llegué a Mar del
Plata mi padre me dio un libro y lo primero que leí fue: “Mamá sien-
to mucho frío, pero fuera la pereza, tienes razón hijo mío pues no hay
salud ni limpieza”. Ese lema lo apliqué hasta el día de hoy.
Tengo muy lindos recuerdos de mi infancia en Mar del Plata,
otros no tanto. Cuando calzaba unas botas italianas todos se bur-
laban, ahora, están de moda, también se reían de como pronuncia-
ba la erre, cosas de chicos.
Afloran recuerdos de mi primaria en el colegio Stella Maris, al
subir la loma de la calle Viamonte divisaba en la puerta a la Her-
mana Scrosatio, una vigilante de aquellas, mirando si el uniforme
estaba completo, si tenías la boina puesta. Si no era así, no entra-
bas.
Los lindos recuerdos, de los recreos en el patio con la imagen de
la Virgen de Lourdes, los chicos trepando al paredón para ver a sus
amiguitas. Mi padre Pascual Bergamaschi, con su duro trabajo de
pescador, al salir de madrugada y volver muy tarde con su aroma
a mar y sal, con su canasta trayendo pescado para la familia y
amigos.
Pasó el tiempo, estudié, me casé con el italiano Anselmo Paolini,
nacido en Urbania, también marchigiano. Tuve dos hijos, Marcelo
y Silvia y tengo dos hermosos nietos Martin y Mariano, hijos de
Silvia, los cuales actualmente viven en Bariloche.

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Familia: BERTINI - CIACCI
Relata: Ana María Bertini, nieta de Angelo. Marplatense por
elección desde hace 32 años.

El encuentro

Julio del 2002, desde el invierno en Argentina al calor de Italia.


Una vez en Roma hablo por teléfono: “Pronto Augusta!!! Ti parla
Ani Bertini da Mar del Plata, Argentina, ora sto a Roma penso an-
dare a Fano fra 3 giorni”.
Tres días después arribamos a Fano con mi marido y mi hija,
no sabíamos el horario de llegada, todo era aproximado, nunca
imaginamos que mis primos María Augusta y Giacomo estaban
buscándonos desde muy temprano entre la gente y los trenes que
pasaban, no puedo transmitir en palabras lo que fue el encuentro,
nunca nos vimos, pero fue como si nos conociéramos de toda la
vida, indudablemente corría la misma sangre de familia por nues-
tras venas.
La historia comienza un año antes cuando mi primo Ariel Ber-
tini, nieto de Giuseppe, en su viaje a Italia, decidió buscar a los
parientes en la guía telefónica, sabía de su existencia y tenía al-
gunos datos. ¡Oh, Sorpresa! ¡El primer llamado, y con su amigo
de traductor, los encuentra! Este fue el primer contacto con los
descendientes de una parte de la Familia Bertini, que retornara en
1924 a Italia.
A su regreso Ariel me cuenta con emoción sobre el encuentro
con los primos, me dice que aún tienen la correspondencia de mi
abuelo Angelo, que era quién mantenía el contacto por medio de
esas cartas con su hermano y sus padres hasta que la vista se lo
permitió.

El inicio
Ese día gris, el frío se hacía sentir con intensidad. El invierno se
acercaba en el calendario y sus ropajes ya formaban parte del colo-
rido marco de ese puerto de Génova. Eran tres hombres envueltos
en prendas gastadas, uno de ellos mayor y los otros dos, jóvenes
un tanto desgarbados. Observaban con cierto nerviosismo la mag-
nitud de ese buque, en el cual tal vez atravesarían un inmenso
océano, en busca de un destino que fuera un tanto más propicio

49
que la realidad que le brindaba su propia patria....
Miradas perdidas, oculto nerviosismo cruzado, el momento ame-
ritaba mostrarse seguro de la decisión que habían tomado. Y no
había lugar para retroceder; ellos partieron de la estación de tre-
nes de Fano, y esas vías fueron una senda a la esperanza, pero
también, a un futuro algo incierto para estos tres miembros de la
familia Bertini.
La llegada al puerto de partida no fue la esperada: la informa-
ción recibida no era correcta y el barco hacia Norteamérica había
partido apenas dos días atrás.
Mariano parecía ser el más desenvuelto, su actitud trataba al
menos de infundir ánimos tanto a Giovanni, su viejo padre de 54
años, como a su hermano Giuseppe, apenas un año menor que él.
Ante la inesperada situación, los tres hombres con sus bultos
de viaje en mano, tomaron conciencia que eran dos las alternati-
vas que se les presentaban: o esperar una larga semana - cuando
se produjera la partida de un nuevo barco hacia Nueva York - o
averiguar acerca de la posibilidad de formar parte del pasaje del
Aquitaine, una embarcación de singular tamaño que se fondeaba
a escasos metros de distancia. De la misma se anunciaba, partiría
en dos días hacia Sudamérica.
Giovanni dudaba al respecto; "i miei parenti lontani sono andati
agli Stati Uniti", repetía una y otra vez. Mariano afirmaba con un
lento e imperceptible movimiento de cabeza que ello era un dato
concreto. Asimismo verbalizaba que ante las circunstancias ac-
tuales, lo lógico era evaluar si emprender un viaje hacia otras la-
titudes, distintas a las programadas de antemano, podía ser una
aventura que desembocase en un futuro promisorio.
Se dirigieron entonces una vez más, a ese desvencijado local del
Puerto; allí habían sufrido el primer cimbronazo emocional de esta
aventura, dado que allí se habían enterado de la partida del Vapore
Colombo rumbo al puerto de Nueva York. Y una vez más fue el jo-
ven Mariano quien se animó a interrogar al empleado. Con un tono
que denotaba una larga jornada de trabajo, un hombre de nombre
Giorgio consultó una ajada planilla. De reojo y esforzando la vista,
en su borde superior Giuseppe alcanzaba a leer:"Vapore Aquitaine,
prossima partita". El oficinista les informó que aún había lugares
disponibles y que, si decidían viajar en él, de inmediato debían ini-
ciar los trámites de pre-embarco.
Por la mente de los tres marchigianos, comenzaron a cruzar-

50
se pensamientos embrollados, y un cúmulo de dudas y temores
explotaban con singular intensidad: la decisión debía ser tomada
casi de inmediato.
Esa noche, Giovanni, Mariano y Giuseppe se hospedaron detrás
del viejo edificio en donde funcionaba una taberna cercana al puer-
to. Se trataba de un anexo, un destartalado cuadrilátero en donde
existían un par de salones. En cada uno de ellos, se disponían en
forma paralela, una serie de catres un tanto desvencijados.
Antes de disponerse a conciliar el sueño, los tres hombres inter-
cambiaron el último de una serie de diálogos cuyo único objetivo
era nada menos que decidir si modificaban el rumbo de su viaje
hacia tierras aún más lejanas. La alternativa era los Estados Uni-
dos o la Argentina.

El viaje
Ser parte del pasaje del Aquitaine era ya una realidad; y esos tres
italianos sólo sabían que una tierra desconocida estaba allá ade-
lante, lejos. Una tierra en la cual buscarían dejar atrás un contexto
desfavorable, una vida sacrificada que no brindaba ni siquiera la
esperanza del devenir.
Giovanni se refugiaba en sus plegarias. Intentaba sentirse abra-
sado por el fuego de cierta seguridad y protección que la religión
sabía otorgarle. En aquel contexto, la devoción era, sobre todo,
atributo de gente que decidía enfrentar los riesgos de tan singular
proyecto. Iban en ese barco, gente de distintas clases, pero predo-
minaba un aluvión de campesinos pobres y analfabetos.
Atrás quedaban los recuerdos de Roncosambaccio, el paraje que
vio nacer a la familia Bertini en Le Marche; atrás quedaba parte de
esa familia, que se debatiría entre la incertidumbre de no saber, la
tristeza de no sentirlos, y el abrigo de una luz de bienestar, a alcan-
zar. Sólo estaba la certeza que ni uno ni otros recibirían noticias al
menos por varios largos meses.
En Fano, Doña María se había quedado al cuidado de los otros
dos hijos: Giacomo y Angelo. Y les hablaba acerca de la situación,
“aquí, el que nace pobre, casi siempre muere pobre”, en cambio “en
l'América, hay muchas ocasiones para aprovechar”. Y por lo gene-
ral, esas conversaciones terminaban con frases tales como “peor de
como estaban, no creo les pueda ir”
Mientras tanto, en altamar, la ausencia de higiene era un caldo
de cultivo para el tifus, la viruela y la difteria y los que enfermaban

51
se amontonaban en espacios restringidos. Los viajeros eran per-
sonas recias y habituadas al duro trabajo, pero esta experiencia
era novedosa y aportaba un elemento más de angustia. La travesía
sobre el océano era en sí, una aventura dentro de otra aventura.
A la altura del Brasil, un joven que hablaba una mezcla de ita-
liano con español pretendía establecer un diálogo con Giovanni,
pero fue Giuseppe esta vez, quien decidió ser el interlocutor del
desconocido. Pudo entender que el hombre les informaba que el
dinero que tenían no les iba a servir en la Argentina: allí, las liras
no tenían valor alguno, de modo que les ofrecía cambiarles el dine-
ro por unos papeles al cual denominó "peso". Una vez más, y luego
de un furtivo diálogo del cual participaron a solas, debieron tomar
una decisión: despojarse de sus liras para hacerse de esos nuevos
billetes. Pensaron que al menos ya tenían un inconveniente menos
para solucionar a su arribo a Buenos Aires. Al finalizar el viaje des-
cubrirían que habían sido estafados y que los papeles que habían
recibido no tenían valor alguno.
Y el viaje se acercaba a su fin, lo que significaba el inicio de otra
etapa. A medida que el puerto de Buenos Aires se avizoraba en el
horizonte, crecía la expectativa de conocer este nuevo mundo, este
incipiente país que sería la tierra de sus descendientes. Un 4 de
diciembre de 1901 el Aquitaine tocaba tierra argentina.

El comienzo
Fue muy duro, desde el hotel los inmigrantes donde se aloja-
ron buscaron tierras fértiles y la condición era trabajar juntos, no
separarse; de esta manera llegaron a Arroyo Seco, durante meses
fueron explotados en una chacra, en la siembra y cosecha de papa
y zapallo, que fue el único alimento que tenían. Dormían en un
tinglado de cañas. Acobardados por la situación, en su día franco,
Mariano decide ir en busca de un nuevo trabajo para mejorar sus
condiciones de vida, ahorrar y mandar noticias a Italia. En una
pulpería le dicen que hay una familia llegada años antes de Le Mar-
che que los podrían ayudar.
Es así, que deciden irse, al reclamar el pago adeudado de 4 me-
ses, no solo no le pagan, sino que los echan con los perros.
Ya en la chacra de Arroyo Luna comienza una nueva y mejor
etapa en sus vidas, la generosidad de la familia De Felipe - sus
patrones- permiten el viaje de los que habían quedado en Italia,
viajando María Antonia Ciacci, esposa de Giovanni, con sus dos

52
hijos, Giacomo y Angelo, en noviembre de 1908.
Con el tiempo, Angelo y Giuseppe se enamoran, casandose con
las hijas de la familia De Felipe.
Angelo con su esposa Catalina, tuvieron su único hijo Angel,
que se casó con una descendiente de italianos, Angela De Blasio y
nació mi hermano Miguel Angel y yo.
En el año 1924, mis bisabuelos, María y Giovanni, al no adap-
tarse al nuevo país, regresaron con uno de sus hijos, Giacomo.
Quedaron en Argentina los otros tres hermanos: Giuseppe, Maria-
no y Angelo.
Agradecidos a esta tierra que los acogió, siempre con la añoran-
za de algún día poder volver, de alguna forma cumplí ese sueño,
visitando y recorriendo aquellos lugares que los vieron crecer.

Angel Bertini y
Catalina De Felipe,
con mi hermano
Miguel Angel Bertini

53
Familia: BOLOGNINI - PASCUCCI
Relata: Américo Bolognini

V ine de Italia cuando era chiquito. Tenía 5 años cuando llegué


a Buenos Aires un 4 de abril de 1929. El barco Conte Verde
me vio recorrer todos los lugares, venia con mi familia en tercera
clase, pero siempre con astucia llegaba a primera clase.
Recuerdo que vine con la señora Linda Meliffi. Ya la conocía en
Italia porque vivíamos a pocas cuadras en “La Rubacha” (ubicado
entre Urbania y Sant’Angelo in Vado).
Yo nací en pleno invierno un 3 de enero de 1924, mi mamá se
llamaba Antonia Pascucci. Al poco tiempo fuimos a vivir con los
abuelos que por suerte estaban en el pueblo de Urbania, cerca del
valle del río Metauro, donde se emplaza “il Palazzo Ducale” o sea,
lugar de las delicias del Duque de Urbino: Federico II de Montefel-
tro.
De chiquitito cuidaba las ovejas. Los campos en primavera esta-
ban rodeados de esa flor amarilla llamada “ginestra”.
En Mar del Plata casi siempre viví cerca del barrio de la Terminal
Vieja. Fui a la escuela nº18, luego la nº10, terminando en la escue-
la nº1. Quiero destacar que en la escuela nº 10 en ese entonces, no
tenia 6to grado.
Cuando adolescente fui a trabajar a la empresa Tiribelli, ubicada
entre Catamarca y Alvarado. Allí durante tres años, desde los 15 a
los 18 años, aprendí el oficio de carpintería. Luego, pasé a trabajar
con otro italiano: Reinaldo Asari.
Con otros italianos jugábamos a las bochas, una de las canchas
estaba en Tucumán y Alvarado. Mi compañero de aventuras era
Damiani, con él ganábamos con frecuencia los campeonatos de
Bochas organizados en el Club Urquiza.Éramos un dúo insepara-
ble. Con él fui a la Escuela Nº 1, donde nos recibimos con el título
de “Dibujo Lineal”. Damiani practicaba boxeo, lo acompañaba y me
gustaba verlo pelear. Tuvo tres peleas, las dos primeras las ganó, y
como en la tercera lo bajaron del ring nunca más volvió a boxear.
Tuve posibilidades de entrar a trabajar a la Municipalidad, pero
decidí no hacerlo evitando el cargo por los vaivenes de la política.
Los lugares donde vivimos con mi familia fueron, al llegar en San
Lorenzo entre Lamadrid y Las Heras, en una casilla de madera.
Luego pasamos a cuidar un chalet en Alsina y Falucho, dejamos

54
esa casa en perfectas condiciones para trasladarnos a Luro y Fu-
nes, donde existía un local de la firma Peracca Inmobiliaria, quien
nos daba el trabajo de caseros.
Cuando vivía por la zona del Stella Maris, me convocaron junto
a mis amigos a hacer de monaguillos, y cuando había procesión y
fiestas la pasábamos “bomba” comiendo cosas ricas y chocolate.
Mi padre junto con otros amigos iba a Barranca de los Lobos o al
Faro donde cazaban palomas o pichones y luego era común comer-
los en estofado. Cuando estaba el Tiro a la Paloma en el Torreón
del Monje, nos sumergíamos en el mar para recuperar las palo-
mas heridas o muertas, nos mojábamos, pero llevábamos comida
a nuestra casa.
Mi padre Luigi Bolognini falleció a la edad de 83 años y mi ma-
dre Antonia Pascucci a los 70 años. En 1957, a través del Banco
Hipotecario, logré comprar un terreno y hacer mi casa y en la parte
posterior del mismo construí mi taller de carpintería.
A la edad de 24 años me casé con Edelma Elena Arce, originaria
de Cabildo, un pueblito muy cercano a Bahía Blanca. Edelma ha-
bía llegado con una familia que la había contratado como niñera.
Le gustó tanto Mar del Plata que decidió quedarse, tratando de
conseguir trabajo en lo que se le presentase. Gustaba del baile ya
sea del Club Nación, Quilmes, San Lorenzo o San Isidro. Fue allí
que un día la conocí, casándonos al año siguiente.
Tuvimos dos hijas, Alicia y Cristina Bolognini. Cristina se casó
con Peter Stabler, y tuvo dos hijas, provenientes de Tartagal, Sal-
ta. Las adoptaron cuando tenían 2 años Carolina y 3 años Anabel.
Son mis nietas. Alicia contrajo matrimonio con Jose Gabrielli, dán-
dome otra nieta llamada Ana Victoria. Anabel tiene dos hermosos
hijitos (mis bisnietos): Lisandro de 4 años y Mateo de 4 meses. A
diario me visitan y alegran el pasar de mis días.
En Italia tenia una hermana, Gina Bolognini y en Argentina na-
ció mi tercer hermano Juan Bolognini, quien tuvo a Susana Bolog-
nini (mi sobrina). Mi sobrino de Italia es escritor y poeta. Me dedicó
una poesía que, a continuación, publico en este libro.
“Gastone Cappelloni Bolognini: Questa poesia è dedicata allo zio,
meglio, un dialogo immaginario tra lo zio e mio nonno, suo padre...
che cosa ne pensi? Un carissimo abbraccio! Gastone”

Padre raccontami
Padre raccontami

55
con gli occhi miei,
il secolare
stormir del ruscello,
ove nel gentil febbraio,
cuor mio si abbeverava
di tiepidi gorgheggi di gioventù,
e il falco volteggiava,
per me,
sopra boschi di boriose querce,
sfidandomi
nei mulinelli del vento,
a rimirar l’essenza
del cielo, plumbeo.

Padre, ammaliami,
solo così, sarò vissuto,
nella realtà dell’immaginario!

A la izquierda Americo
Bolognini (soldado)

56
Familia: BRAVI - DONATI
Relato de Lucia Bravi de SanJurjo

“¡Qué emoción me da poderles contar algo de la decisión de mis


padres, de venir a echar raíces en Argentina!
Ellos eran italianos, marchigianos de Sant’Angelo in Vado (pro-
vincia de Pesaro – Urbino). Se casaron el 19 de noviembre del año
1949 en “Ai Palazzi” (la campiña, entre Sant´Angelo y Mercatello)
Partieron de Génova (Italia) el 8 de febrero de 1954, hacia Bue-
nos Aires (Argentina): un viaje de 21 días con escalas en Cannes,
Las Palmas, Rio de Janeiro, Santos y Montevideo, en el barco An-
drea C (Línea Giacomo Costa, antes Andrea). Llegaron a Buenos
Aires el 1 de marzo de 1954 llevando consigo “i suoi bagagli” (sus
equipajes). Muchas de las cosas eran regalos de casamiento, por
ejemplo: vasos, platos, etc. ¡Muchos se rompieron y sólo unos po-
cos objetos lograron llegar sanos! (cuánto lo lamentaron).
…y de allí, una vez realizados los trámites pertinentes, viajaron
a Mar del Plata. Acá los esperaba la familia Gorgolini (-gracias a
vos Francesca y a tu esposo, por todo lo que hicieron por mis pa-
dres, también a Domingo y Pepina Paiardini, a los Sacchi, Antonio
y María, etc.).
Aquí era todo diferente: la tierra, los paisajes, la gente, todo…
pero con mucho esfuerzo, ganas, sacrificios, mucho amor y trabajo
salieron adelante. Por supuesto que palos en la rueda no faltaron,
pero ellos vinieron a “hacer la América”. Les fue bien, por suerte,
y por algunos años enviaron a mis abuelos y tíos dinero todos los
meses. Dinero que ganaba mi mamá como modista (una gran mo-
dista), como así del que ganaba mi papá, como jardinero. Todo esto
para que allá en Italia mis parientes queridos pudieran mejorar su
situación económica. ¡Así fue! Cuántas veces mis padres durante
el año trataban el tema de “volver a casa”, “all’ amata Italia”, decían
ellos. Yo nací en Argentina en el año 1956.
Por primera vez, en el año 1973 (después de 19 años de vivir en
la Argentina) mi mamá y yo (Lucia) viajamos a Italia (mi papa se
quedó). Qué emoción fue llegar…. ¡No podría contar en palabras lo
vivido, fue maravilloso! Luego pudimos hacer otros viajes para allá,
disfrutando los tres (papá, mamá y yo). En otras oportunidades lo
hice junto a mi esposo (Héctor Sanjurjo) y mis hijos. ¡Qué belleza,
que lindo fue estar allá todos juntos!

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Mis padres trabajaron aquí en Mar del Plata como caseros de un
chalet en Playa Grande. Además de ser jardinero por varios años,
mi padre trabajó en la empresa constructora de Tomás Guarino,
dedicada a la demolición y la edificación. Así, fue durante 20 años
encargado del edificio “Guarino VIII”: por ser un empleado ejem-
plar, el Sr. Tomás Guarino le regaló la vivienda de la portería. Tam-
bién, tuvo frutería y verdulería, fueron muy felices en esta bendita
Argentina.
Ellos como tantos otros paisanos, los fines de semana se re-
unían en las casas de familia: una vez en una, otra vez en otra,
donde jugaban “a carte” (las cartas); “chiacchieravano del piú e del
meno” (charlaban de todo), “cantavano” (cantaban), las mujeres
preparaban ricas tortas, pizas y, por supuesto, algunas típicas co-
midas italianas.
Yo (Lucía Beatriz Bravi) siendo hija de italianos marchigianos,
me siento muy orgullosa de serlo: como me dicen muchas perso-
nas… “vos: Lucia sos mitad italiana y mitad argentina”. Y ¡¡si, por
supuesto, así me siento!! Muchas gracias por darme este espa-
cio. Tuve unos maravillosos padres, a quienes sigo llevándolos por
siempre en mi corazón ¡gracias!”

Frases en Dialecto de la región donde ellos vivían, mezclado


con italiano de Assunta Donati in Bravi y Giuseppe Bravi

* Chi’n ha amor ma l’besti, en l’ha manch mai cristièn Chi non ha


l' amore per le bestie, non l’ ha nemmeno per le persone (ristiani si
dice in tutta Italia ma non é riferito alla religione bensì all' essere
persona)
Quien no ama a los animales, tampoco a los cristianos
* Scusa burselin se ti disturbo Scusa borsellino che ti disturbo
Disculpa monedera que te moleste o sea que (quando capita
qualcosa da comprare che costa molto, si chiede scusa al borselli-
no di disturbarlo)
* Chi’n vol perda en ha da giochè Chi non vuole perdere non deve
giocare
Quien no quiere perder, no tiene que jugar
* Chi va alla cegghia e n’è invitet, arvà a chesa svergognet Chi va
alla festa e non è invitato, ben gli sta se ne è scacciato
Quien va a una fiesta sin estar invitado, bien le está si es echado
* Cun farem? Come faremo?

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¿Cómo hacemos?
* Prendere i fischi per i fiaschi Capire una cosa a fronte di un
altra
Entender una cosa por otra
* Dammi un cunccin – Dammene un cincinin, Dammene pochis-
simo (cioè appena appena)
Dame apenas

Giuseppe Bravi y Assunta Donati- Sant’Angelo in Vado


(año1954)

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Familia: BRINCIVALI - GNAGNI
Relatora: Mónica A. Gnagni

Y o soy la nieta de la Familia Gnagni- Brincivali. Mi abuelo,


Secondo Gnagni, nació en Sant’Angleo in Vado (“stato di Ur-
bino”) el 18 de febrero de 1901y era hijo de Giovanni Gnagni /Rosa
Palleri. Estos datos fueron extraídos de la siguiente documenta-
ción: “CASELLARIO GIUDIZIALE”- “RICHIESTA DI CERTIFICATO”,
emitidos por el tribunal de Pesaro, a pedido del “Síndaco” del Mu-
nicipio de Mercatello.”
A los 23 años pidió el Certificado de Vacunación, con el objetivo
de ser usado para emigrar al exterior, donde en forma graciosa se
lee…
“è stato con felice successo vaccinato li” (29 de mayo de 1903).

Por su parte, Anna Brincivalli nació en Mercatello el 12 de oc-


tubre de 1907. Era hija de Bernardo Brincivalli y Assunta Ugolini.
“Mi abuelo Secondo vino a América en el año 1926, se radicó en
Argentina para luego llamar a la que sería su esposa. Mi abuela
Anna era menor, por lo que para poder venir debía hacerlo acom-
pañada de un mayor. Es así que se solicita en el Municipio de
Mercatello la certificación de “Atto de accompagnamento e di sot-
tomissione; per L’ espatrio di un minorennne”.
El Sr. Brincivalli Bernardo, de 61 años, declara: “spontaneamen-
te di prendere in consegna e di accompagnare durante il viaggio al
minorenne Brincivalli Anna.”
Ambos emigraron a la Argentina con el propósito de emplearse
laboralmente, ella como modista y él como “colono”, de acuerdo a
las normas legales. Se casaron por “poder” en el año 1926. Final-
mente, mi abuelo se dedicó a la construcción y trabajó largo tiempo
con el famoso arquitecto Bustillo. Una forma de vivir reduciendo
los gastos consistía en ser casero de los chalets emblemáticos de
Mar del Plata. Tal es así que lo hicieron durante varias temporadas
en el que hoy sería Tío Curzio.
Mi abuela se dedicó a la familia. En 1927 nació su primera hija,
Elsa Gnagni, y en 1930 lo haría su segundo hijo, Humberto Juan
Gnagni. Luego, en 1948, llegaría su tercer hijo Carlos Antonio
Gnagni. Por esos años, Mar del Plata era una ciudad en constante
crecimiento, lo que les permitió poder brindarles una muy buena

60
educación superior a sus hijos, éstos a sus nietos y, a su vez, éstos
a los bisnietos. Mi abuelo tenía gran devoción por la actividad de
la construcción y con orgullo su nieto seguiría sus pasos. Falleció
un 26 de octubre del año 1966. Ocho años antes lo había hecho su
Sra. esposa: Anna Brincivalli (03-07-1958).
Elsa tuvo una hija llamada Adriana Storti.
Humberto, tiene dos hijos: Mónica Ana y Carlos Alberto, quien
tuvo a Franco y Bianca.
Carlos Antonio Gnagni tiene dos hijas: Marcelo y Patricia.

Secondo Gnagni y Anna Brincivalli con Humberto Juan y


Elsa Asunción- Año 1932

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Familia: CANTALAMESSA - BARBARESI
Relata: Anna Barbaresi

N ací en Roma el 14 de octubre de 1941, en plena guerra. Mis


padres, abuelos y bisabuelos eran todos “marchegianos”.
En 1954, más precisamente el 8 de diciembre a las siete de la
tarde, nos embarcamos en Génova, mi mamá María Cantalamessa,
mis hermanos Luigi con 17 años, Claudio de 14 años y yo, la más
chica, de 13. Era una tarde gris, típica de esa zona, que anuncia-
ba la llegada del invierno. Todavía recuerdo el sonido de la sirena
del barco cuando estaba por zarpar. Era un “piroscafo francese
a vapore” de nombre Florida. Se comentaba que ese iba a ser su
último viaje. Además de pasajeros, transportaba mercancías como
grandes cachos o racimos de bananas y combustible que, por el
inconfundible olor, era petróleo.
El viaje duró veintiún días y tuvo entradas en los puertos de
Marsella, Barcelona, Dakar, Río de Janeiro, Santos, Montevideo y,
por fin, en pleno mediodía del 30 de diciembre llegamos a destino,
al puerto de Buenos Aires. ¡Un día de verano sofocante! Mis tíos
nos estaban esperando. Nos quedamos un día en Buenos Aires y el
31 a la tarde, tomamos el Cóndor para Mar del Plata. Llegamos a la
ciudad junto con el comienzo del nuevo año (1955). Nos recibieron
las sirenas de las 12.
¿Se preguntarán por qué vinimos a la Argentina?
Mi padre, Aristeo Barbaresi, falleció en junio de 1943, a los 35
años, de una enfermedad incurable. Mi mamá quedó viuda a los
31 años, en el medio de la Segunda Guerra Mundial, con tres hijos.
Mis hermanos Luigi y Claudio tenían 6 y 3 años, respectivamente
y yo apenas 20 meses.
Cuando papá falleció nos refugiamos, tanto en Trisungo del Co-
mune de Arquata del Tronto, pueblo natal de mi madre, en la pro-
vincia de Ascoli Piceno como en Serra San Quirico en la provincia de
Ancona, pueblo de donde era nativo mi padre.
Cuando terminó la guerra, volvimos a Roma, al hogar donde na-
cimos y nos habíamos criado. Mi mamá consiguió trabajo en una
importante empresa, CISA Viscosa, que se dedicaba a la elabora-
ción de una seda artificial llamada rayón. Allí estuvo ocho años
hasta que la fábrica cerró, en 1954, por falta de demanda de sus
telas en el exterior, especialmente en América del Norte, su princi-

62
pal comprador. Por ese entonces el material que había revolucio-
nado el mercado era el nylon, patentado justamente en Estados
Unidos.
Asimismo, el edificio en el que vivíamos fue puesto en venta por
sus dueños. Mi madre se sintió acorralada y pensando en nuestro
futuro dejó a su gente, a su sangre, aceptando la propuesta de mi
tío Candido, hermano de mi padre, que nos mandó a llamar. Él,
nacido también en la provincia de Ancona, había llegado a la Ar-
gentina en 1948 con su esposa e hijos. Dos años más tarde tam-
bién había hecho llegar a estas tierras, a su madre, es decir, a mi
abuela paterna.
Así es que echamos raíces en este bendito país. A base de tra-
bajo y sacrificios cada uno se pudo hacer su casita. Mi madre y mi
hermano Claudio fallecieron en el año 2000 y sus restos descan-
san acá. Luigi, el mayor, volvió a Roma en 1986, con su familia.
Este es mi país y me quedaré aquí hasta que Dios quiera. Tengo
dos hijas y tres nietas preciosas que me adoran. Estoy conforme
conmigo y lo que hice.

Barbaresi (Izq. a der. Claudio, María, Anna y Luigi)

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Familia: CAPELLACCI - NEGRONI
Relata: Humberto Negroni

M i historia comienza en la República Argentina, en el año


1913.
Por esos años mi abuelo fue llamado por unos parientes, precisa-
mente su cuñado. Completada la “richiesta” se trasladó mi abuelo
Giuseppe Negroni con su esposa Decia Rossi y sus ocho hijos. La
novena hija nació en Argentina llamándose así, pero le decíamos
“Tina”.
Mi abuelo tenía un molino harinero en el pueblo de Sant`Angelo
in Vado, y además era músico y disfrutaba del arte de la música.
Mi papá Zefferino (Seferino Negroni, hijo de Giuseppe) regresó a
Italia a los 17 años como voluntario en la Primera Guerra Mundial
(1914-1918), desempeñándose en el área aeronáutica por sus co-
nocimientos de mecánica. Terminada la guerra conoció a mi mamá,
Anna Cappellacci, y en solo quince días se casaron. Permanecieron
en Italia hasta el año 1924, y es allí que decidieron regresar a la
Argentina.
En marzo de 1930 nací yo (Humberto) en el barrio obrero “Las
Cañitas” ubicado entre Palermo y Belgrano, en Buenos Aires. Cer-
ca del Hospital Militar donde trabajaba mi padre. Mi hermana ma-
yor: Decia Negroni había nacido en Italia.
Cuando tenía dos años y medio, toda la familias se trasladó a
Sant’Angelo in Vado donde permanecimos quince años, desde 1933
hasta 1948. Pasamos y vivimos la Segunda Guerra Mundial. Ter-
minada la misma recuerdo que pasaron a censar para saber quien
estaba vivo o quien estaba muerto. Al censarme tiempo después
tuve problemas porque me consideraron “Renitente alle arme”. Por
suerte luego de 16 años cuando regresé a Italia regularicé mi si-
tuación.
En mi pueblo, en Italia, teníamos un taller mecánico, trabajo
que desarrollábamos mi padre y yo. Además, teníamos la represen-
tación de las máquinas trilladoras de trigo, como así también de
las bicicletas “Bianchi”.
En el año 1944, más precisamente el día 23 de enero, ocurrió el
bombardeo del pueblo vecino: Urbania distante doce kilómetros.
Vino un vecino, que regresaba del trabajo, llamado “Ionio” para
avisarnos que había una gran humareda. Con nuestras bicicletas,

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mi padre y yo fuimos a ver ¿qué había pasado?
Describir lo visto, junto a llantos, desorden, incendios, cuerpos
apretados por el derrumbe, gritos, corridas, es imposible explicarlo
en pocas palabras. Lo más grave era que el avión militar de fuerzas
de Estados Unidos, un B17 nunca creyó que iba a matar a tantos
inocentes que salían de misa de las 11 horas. Aún se discute si fue
un acto de guerra o una equivocación, por mirar (los aviones desde
el cielo) tanta gente aglomerada, caminando por el Corso Garibaldi
a pocos metros del río Metauro. Aún tengo en mis oídos el clamor
de la gente viva que suplicaba debajo de los escombros. Nunca vi
tantos muertos, hasta cuerpos tirados que volaron arriba de los
techos. Los aliados, un grupo de alemanes comenzaron las tareas
de ayuda, orden y salvaron muchas vidas.
En Italia, dejamos la casa de mis nonos, en la que vivía mi abue-
la materna. También dejamos allí una hermosa chacra. Cuando los
visitaba (regresé varias veces en viaje de placer) hablaba el dialecto
a la perfección, los parroquianos del pueblo quedaban asombra-
dos, ya que ellos perdieron gran parte de esa lengua, porque en
época de Mussolini, se prohibía hablar dialectos.
En 1948 decidimos regresar a la Argentina. Lo hicimos en el
barco “Jerusalemme”, el cual arribó al puerto de Buenos Aires el
24 de junio de ese año.
Estuvimos un año viviendo en Buenos Aires y luego nos tras-
ladamos a la ciudad de Mar del Plata. Siempre junto a mi padre
continuamos con la actividad mecánica, armando nuestro primer
taller en Alberti y Sarmiento. Con los años, logramos tener una
Estación de Servicio “Isaura” ubicada en la esquina de Matheu y
Córdoba.
Mi recordado y último viaje a Italia fue en el año 2007.
Quisiera ahora dejar esos momentos y centrarme en mi suegro:
Giuseppe Paoli. Cuando fui a pedirle la mano de su hija, Ana, como
se estilaba en ese entonces, me respondió contento: “¡casate! ¡ca-
sate nomás!”. Junto a mi esposa y compañera Ana Paoli tuvimos la
alegría después de mucho esperarlos, dos hijos, Mario y Alejandro.
Mario, el mayor, me premió con Gianfranco, mi nieto de 9 años.
Alejandro tiene dos hermosas niñas, Maia, que tiene 20 años, y la
más pequeña Agostina de 18 años.

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Familia: CATANI - MARCHIONNI
Relata: Esther Marchionni y César Giovagnoli

V ittorio Marchionni nació el 7 de marzo de 1904, en Sant`An-


gelo in Vado. Comenzó trabajando como molinero, y a los 22
años decidió venir a la Argentina dado que ya no tenía familia allí
(madre fallecida y padre en Philadelfia). Siempre comentaba que
la idea original era venir en el “Principessa Mafalda”, pero como
también viajaba un primo en 1926 anticipó el viaje en otro vapor.
Dado que ese viaje terminó trágicamente, su primo puso de nom-
bre Mafalda a su primera hija.
Aquí trabajó como cocinero en una estancia de Mar de Cobo y,
durante 15 años, en una empresa alemana de electricidad, donde
participó del tendido de la red hacia la ciudad de Miramar. Fre-
cuentaba las reuniones de los paisanos de su pueblo y conoció
aquí a Elisa Catani, nacida en Acquanera (Piobbico), con quien se
casó en 1936 y tuvo tres hijos y una hija. Fallecería en 1960.
Su hija Esther Marchionni se casó con César Giovagnoli, dán-
dole una nieta a la cual llamaron
Valeria Giovagnoli.
“Es común que los domingos
nos reunamos en familia conser-
vando la tradición través de las
ricas comidas italianas basadas
en las pastas. Con estas breves
líneas mi mujer y yo queremos
dar un homenaje a Vittorio Mar-
chionni.”

Marchionni Vittorio

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Familia: CONTESSI - NOVELLI
Relata: Alejandra Contessi

M i padre (Federico Contessi) llegó a la Argentina, con casi 16


años, el 11 de agosto de 1947 a bordo del Vapor “Ugolino
Vivaldi”, junto con su madre (Felicina) y sus hermanos mayores:
Bautista (Antonio) de 20 años y Lucía de 18. Su padre (Domenico)
ya vivía en Mar del Plata desde 1931. La familia se había separado
en ese año cuando, siendo Federico un bebé de 40 días, Domenico
dejó su casa en San Benedetto del Tronto (AP) y se embarcó hacia
Argentina, esperando tener aquí buena fortuna y pronto poder en-
viar el dinero necesario para los pasajes del resto de la familia.
 
La realidad que encontró Domenico en Mar del Plata fue muy dis-
tinta a la que había experimentado en los años anteriores a su ma-
trimonio, cuando ya había estado pescando aquí. Domenico pasó
muchas tribulaciones hasta que pudo lograr construir su casa pro-
pia y ser el patrón de su propia lancha de pesca. Mientras tanto los
años fueron pasando. En 1937 las fronteras de Italia se cerraron
por la Guerra de Abisinia y luego por el inicio de la Segunda Gue-
rra Mundial. La familia quedó definitivamente dividida y con muy
pocas posibilidades de comunicación.
 
Mi abuela (Felicina) tuvo que hacer frente a la pobreza sola, la de-
solación de la guerra y la crianza de sus tres hijos. Federico con
sólo 6 años, y siendo aprendiz de carpintero naval en el taller de su
tío Ruggiero, obtuvo su carnet de “Jefe de Familia” el cuál le daba
acceso a una doble ración de alimentos durante los años más du-
ros de la Italia fascista.
 
Cuando finalmente la familia pudo reunirse, al pie del barco en el
puerto de Buenos Aires, Federico ya era todo un constructor naval.
Luego de pasar una corta temporada como pescador en la lancha
de su padre, Domenico lo presentó en el Taller Naval Bermúdez,
donde trabajó los siguientes dos años. Finalmente, en 1950 se in-
dependizó y fundó su primer Astillero “La Juventud”.
En 1956 se casó con Leonilda Novelli, también criada en San
Benedetto del Tronto (hija de sambenedetteses, aunque nacida en
Buenos Aires) y juntos fundaron la familia que hoy contabiliza cua-

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tro hijos, seisnietos y dos bisnietos.
 
Federico trabajó sin descanso, durante el resto de su vida y lo si-
gue haciendo aún hoy con sus casi 85 años en el astillero que lleva
su nombre. A lo largo de su trayectoria, ha construido 124 buques
y reparado centenares, trabajando siempre con la misma calidad
artesanal y esmero que aprendió en su Italia natal.
 
Durante su vida ha recibido muchas distinciones como: la “Orden
de Santa Brígida” y el “Premio Truemtum”, que es el máximo re-
conocimiento que otorga su ciudad natal. En 2009 fue declarado
“Ciudadano Ilustre” por el Concejo Deliberante del Partido de Gral.
Pueyrredón. La República de Italia lo condecoró sucesivamente con
los Títulos Honoríficos de “Cavaliere”, “Ufficiale” y “Commendato-
re”.
 
Nota: La Unione Regionale Marchigiana agradece al Sr. Contessi por apa-
drinar al “Balletto Marchigiano”, junto a la Profesoresa Felisa Pomilio

Primera foto de la familia reunida en Argentina en 1947

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Familia: CORIANDOLI - ROSSINI
Relata: Irvando Rossini

D espués de la guerra, mi padre (Américo Rossini) trabajaba


haciendo caminos en la zona de ‘Le Marche’. Los mismos ca-
minos de colinas, donde antes había trabajado para abrir el paso a
las fuerzas alemanas. Vivíamos en la ciudad de Cagli (Pésaro). Mis
dos hermanos: Claudio (el mayor), Laura y yo, Irvando (el menor),
junto a mi madre María Coriandoli.
Trabajábamos de cualquier cosa que nos diera un poco de dine-
ro. Por ejemplo, Claudio era músico y tocaba en las calles por algu-
na moneda. Yo era chico y andaba por ahí, buscando algún huevo
que el dueño no hubiera encontrado. Laura ayudaba a mamá en
casa y, con Claudio, cortaban el pelo al que necesitara.
El tiempo pasaba y trabajo no se conseguía. Estábamos pasando
hambre y necesitábamos tener un mejor pasar. Por eso, mi padre
decidió tomar otro rumbo. Entonces, escribió a su hermano (Pietro
Rossini) que estaba en Argentina por allá en los años 1930’, pidién-
dole si lo ayudaba a venir. Así, comenzó el viaje hacia un lugar que
le diera tranquilidad. Consiguió trabajo en la usina vieja del puerto
con su sobrino (Pietro Balducci) y su hermano.
Mis padres eran caseros de un chalet con una manzana de par-
que en donde mi madre, María, mantenía la casa y mi padre traba-
jaba el jardín. De esta manera, lograron salir del dolor de no tener
que comer.
Sus hijos fueron creciendo: Claudio entró en la orquesta muni-
cipal de Mar del Plata. Tocaba instrumentos de viento (clarinete,
saxofón, flauta traversa, etc.). A su vez, era peluquero de hombres
en su casa o a domicilio.
Laura estudió peluquería y trabajaba en su casa en el oficio.
Ya a mis 68 años, pienso ¡¡cuánto pasamos!! Trabajé también en
la usina “9 de Julio” de Mar del Plata, y teníamos con mi Claudio
una banda que tocábamos en fiestas y en donde conocí a William,
de Tío Curzio. Fuimos amigos de salidas y pasábamos días felices.
Hoy ya lejos de todo aquello, con pocos recuerdos de Italia, for-
mé mi familia: cinco hijos y ya tengo nietos grandes. Siempre sigo
con la preocupación de hacer cosas. No puedo parar, porque fue
tan fuerte la necesidad de tener un peso en el bolsillo, que hoy
busco siempre cosas para hacer y también ayudar a alguno de mis

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hijos que puede necesitar una mano.
Tengo un gran orgullo que es mi hijo menor, GIAN FRANCESCO
CLAUDIO ROSSINI, quien es violinista desde muy chico, y está
en Alemania becado por la Universidad de Frankfurt. ¡Es su vida!
Está allí con 20 años y tocó en varias ciudades como solista, entre
ellas Viena. ¡Qué puedo decir como padre! Pienso en él y se me
caen las lágrimas. Nos vinimos de Europa a América y él de Amé-
rica a Europa.
Doy gracias a Dios por todo lo que nos dio. Hoy, y ya con mis pa-
dres y mis hermanos fallecidos, sigo la vida en esta bendita tierra.

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Familia: CRAIA - FAVAROTTO
Relata: Amanda Craia

A manda Craia es de Casilda, provincia de Santa Fe. Ella vivía


con su familia marchigiana ya que habían venido de Mace-
rata y de Ascoli-Pisceno.
Un día fue a una fiesta en donde estaban los mayores, las mu-
jeres por un lado y los hombres por el otro. Un muchacho la invitó
a bailar y ella bailó con él. Se gustaron, pero lo que no sabía era
que el grupo donde estaba él, conformado por primos del lugar y
amigos de ellos, le había propuesto (a quien luego fue su marido, el
Sr. Favaroto, lo siguiente:
- “te damos un cajón de bebida” si logras sacar a bailar a esa chi-
ca… (“esa chica” era yo, Amanda. Como él gustaba de mí, lo supe
después de un tiempo, muy decidido vino a invitarme a bailar, y los
amigos y primos perdieron la apuesta).
El baile terminó a las 3 de la madrugada. Estaba lloviendo y él
la buscó para acompañarla hasta donde vivía con su familia. Le
dijo: - “la quiero acompañar a su casa en un taxi”. Como no había
ido con su madre, ella aceptó y el taxi la dejó a cuatro cuadras
porque había llovido y no podía entrar a esa zona por el barro. Eso
hizo que él no supiera su domicilio. Pero, como le interesaba, en los
días siguientes empezó a preguntar por el barrio, “donde vivía una
señorita” y… dio con ella y así comenzó su relación.
Silvio, que en realidad no era su nombre sino su apodo, vivía en
Mar del Plata donde trabajaba de carpintero. Había venido del Vé-
neto en el barco “Pablo Toscanelli “a los 20 años. Orfelo Favarotto
(Silvio) fue llamado a la Argentina por el hermano de su madre,
quien estaba casado con una señora de origen marchigiano y no
tenían hijos. Ellos eran 9 hermanos y se lo pidieron a sus padres.
Dejó a toda su familia para venir a trabajar en esta tierra. La re-
lación con su tío no fue del todo buena, y se complicó cuando la
hermana de su tía les dio una hija porque no podía cuidarla. Él
pasó a segundo plano.
Trabajó con ahínco durante cinco años mandándole dinero a su
familia y un día decidió viajar a Casilda a ver a sus primos de parte
de su padre. En esa oportunidad, y en esa ocasión es que conoció
a Amanda. Estuvieron cuatro meses de novios sólo por carta y en
1954 se casaron en Casilda, teniendo ella 22 años y él 26. Comen-

71
zaron su viva en Mar del Plata y él siguió trabajando de carpintero.
Tuvieron su primer hijo (Ricardo) el 15 de enero de 1956 y después
de 17 años llegó Alejandro.
La familia que había quedado en Italia los invitó a viajar porque
ya estaban mejor económicamente, pero Silvio no quiso. Cuando
pudo pagar su viaje fue a ver a sus 8 hermanos y a su madre. Tenía
41 años y el viaje pudo ser disfrutado durante dos meses. En ve-
rano trabajaba de mozo, eso los ayudó para mejorar y poder tener
su propia casa.
Ricardo es egresado del colegio Don Bosco y Alejandro del Pablo
Tavelli. Ambos siguieron la carrera de abogacía: Ricardo fue juez
y camarista. Estudió a distancia en la Universidad de Salamanca,
es profesor en la Facultad de Abogacía de Mar del Plata y escribió
varios libros de derecho penal; por su especialización, es invitado
para dar conferencias en Ecuador y España. Está casado y tiene
dos hijas. Una es psicóloga y la otra licenciada en Turismo.
Alejandro trabaja como abogado y ayuda a su madre ya que vive
con ella. Se nota una compenetración muy agradable entre ambos
por lo que cuenta su madre.
Silvio y Amanda siguieron las tradiciones italianas en las co-
midas y las reuniones familiares. Él era un excelente cantante,
siempre cantaba en la iglesia San José, la iglesia de su barrio. Ade-
más, trabajó mucho para la Union Regionale Marchigiana de Mar
del Plata, a pesar de no haber nacido en la región de Le Marche.
En este sentido, realizó los postigones en el salón de fiestas de la
asociación, pidiendo a la empresa Tiribelli maderas para hacerlos.
También atrajo a varias personas para que se hicieran socios, en-
tre ellos Dalmasio y Serpentini: personas que después ayudaron
intensamente a la institución.
Gustaba mucho de esta región italiana. Silvio había nacido el 30
de abril de 1929 y falleció a los 83 años. Los marchigianos disfru-
taron de su excelente voz de tenor en cada fiesta. ¡Él mismo ani-
maba con su canto, recorriendo las mesas llenas de comensales y
deseosos de escuchar canciones típicas italianas!
Amanda transmite mucha paz cuando habla de él y de su fami-
lia. Dice que fueron muy felices. Viajaron tres veces a Europa y una
de las veces con Celeste Grassi. Ella se refiere con inmenso cariño
¡“al siempre recordado Celeste”! Además, fueron a otros lugares de
Sudamérica siempre con ese respeto y cariño que se tenían.

72
Familia: DE SANTI - DINI
Relata: Ana María Dini

A ldo Dini (mi padre) nació el 26 de enero de 1926 en " il foss"


Sant’ Angelo in Vado, siendo el menor de cuatro hermanos
(Marcello, Antonia, Michelle, Aldo) e hijo de Carlo y Rosa Benedetti,
campesinos. De pequeño lo apodaban "il pirulin dal Foss".
Al tiempo, la familia se trasladó a otra chacra de los mismos
dueños, llamada "Ca'maspino", en dialecto lo pronuncian (que-
maspin), a 2 km del pueblo. Era una aldea donde habitaban varias
familias, entre ellas los Salvi, que en Mar del Plata tuvieron el an-
tiguo complejo Balneario Alfonsina Storni.
Pasaron la Segunda Guerra sufriendo la ocupación de las tropas
alemanas, quienes se instalaron en la casa habitación y dispusie-
ron de todos los alimentos que pudiese haber en la chacra. Al mis-
mo tiempo, eran víctimas de los bombardeos norteamericanos, de
células fascistas, y de los partisanos.
Luego, en la post guerra (época también muy difícil), quiso inde-
pendizarse. Estando de novio con Onorina, encontraría un trabajo
en el pueblo y lo rechazarían diciéndole que “vaya al campo de dón-
de es”. Tenía inquietudes como formar una familia y progresar, por
lo que no encontró otra salida que emigrar. En este sentido, eligió
la Argentina porque existían familiares directos, quienes le harían
un “acto de llamada”.
Por otro lado, Onorina De Santi (mi madre) nació en Apecchio, el
20 de setiembre de 1929, en plena montaña boscosa de Los Apeni-
nos. Sus padres eran Nazareno De Santi y Caterina Pruscini, y ella
era la menor de nueve hermanos (cuatro varones y cinco mujeres).
Todos eran campesinos leñadores y cazadores, muy pobres, inclu-
so ella era pastora de ganado: ovejas, cabras y vacas. Eran muy
religiosos concurriendo a misa todos los domingos.
En el período de guerra vivían ya en "Querublin", ubicado en
la campaña de Sant’ Angelo, cuya parroquia era San Pietro. Los
hermanos mayores estaban casados y con hijos, o sea que eran
muchas bocas para alimentar. A esto debe sumarse, que los varo-
nes fueron convocados para la guerra y estuvieron varios años fue-
ra de su casa hasta que regresaron ilesos. Sin embargo, su papá
(mi abuelo) ya había fallecido alrededor de 1940 por la depresión
de tener a sus hijos en el frente y no saber nada de ellos por largo

73
tiempo.
El cura párroco que asistió al velorio de Nazareno, papá de Ono-
rina, fue el Sacerdote Don William Benedetti; siendo nuevo, en su
parroquia, realizó su primera ceremonia a un difunto. Don William
era hermano de Curzio Benedetti, dueño del complejo Tío Curzio
de Mar del Plata, inclusive su cuñada Franca Guerra y flia. En
ese entonces, Franca era novia de Curzio Benedetti. Todos fueron
refugiados en tiempo de guerra en la parroquia San Pietro en Que-
rublin; como se situaba en una zona de alta montaña, era mucho
más seguro que en el pueblo; allí también estaban refugiados Cle-
mentina y Nelusco padres de Don William, Curzio, y Marianina, la
hermana más pequeña de William.
Alrededor de los 17 años, Onorina, comenzó una etapa de tra-
bajo en servicio doméstico, y se trasladó a la ciudad de Pesaro, y
luego regresó al pueblo empleada con otra familia. Allí se puso de
novio con Aldo.
Aldo emigró primero a la Argentina, para experimentar cómo
se vivía, si había trabajo y, si era positivo, llamaría a Onorina.
Se embarcó en 1950 en el vapor “Florencia”, junto a otros “paisa-
nos” como Angelo Lani, Giussepina Lusi (Pepina) y su hermana Lea
Lusi, y Ferdinando Felice (Nando) del pueblo “La Morciola”. Aquí
fue recibido por sus primos y tíos.
Comenzó a trabajar inmediatamente en una obra como ayudan-
te de peón de albañil; fue jardinero con su concuñado Francisco
(alias “Queko Amadio”); y, en temporada veraniega, fue ayudante
de cocina en el hotel Miglierina. Entonces, mandó a llamar a Ono-
rina, y se casaron por poder: ella en el pueblo, por iglesia y civil,
mientras que Aldo lo hizo en Mar del Plata, también por civil y por
iglesia.
Onorina llegaría a Buenos Aires un 22 de noviembre de 1951, en
la nave “Santa Fe” (era el último viaje de este barco): viajaría jun-
to a paisanos del Peglio, como Pietro Amatori, y su esposa (Anita
Girelli de Amatoria) junto a sus hijos (Rosalva y Celso). También
viajaba la familia Pagliardini Natalio oriundos de Borgo Pace.
Tuvieron que revalidar el matrimonio, ahora los dos juntos, en el
civil y en la iglesia catedral Santos Pedro y Cecilia. Ella comenzó a
trabajar como lavandera, y luego en el verano, después de mucho
insistir (porque la enviaban al campo), logró ubicarse en el área de
ropería en el “Hotel Manetti”: los dueños eran empresarios hotele-
ros que provenían de Sant`Angelo in Vado (Manetti-Miglierina), que

74
habían venido a la Argentina en décadas anteriores.
Con respecto a la vivienda, los primeros veranos se hospedaron
en un conventillo en la calle San Lorenzo al 1700 aproximada-
mente, cuyos dueños eran un matrimonio calabrés, quiénes hos-
pedaban a todos estos emigrados italianos en temporada: en época
estival, la gran mayoría de los inmigrantes debía desocupar los
chalets donde eran caseros en la zona de la Loma de Stella Maris,
Playa Grande o Los Troncos. Ellos fueron caseros en un chalet en
Las Heras entre Falucho y Brown, donde permanecieron diez años
hasta 1961. Onorina atendía los quehaceres domésticos de las fa-
milias mientras criaba a sus hijas.
Al poco tiempo, Aldo y Onorina (Rina, de sobrenombre), compra-
ron un terreno al lado de la "Casa del Puente", que después ven-
dieron para adquirir un “techo propio” (era prioridad) en Bosque
Alegre. Aldo, después, de trabajar en el hotel, fue pasando por dife-
rentes rubros: primero, ingresó a la fábrica de mosaicos “Catagno”,
perfeccionándose en la realización de escaleras que fueron instala-
das en varios edificios, hoteles y casas particulares; más tarde, se
dedicó a trabajar en la industria del tejido con máquinas de tejer
industriales, pero pronto tuvo que volver a emplearse en relación
de dependencia en una fábrica de mosaicos ("La Industrial"), pro-
piedad de los Sres. Moriconi y Giorlandini, hasta su cierre. Una vez
más, volvería a los tejidos haciendo repartos de mercadería, abas-
teciendo a los negocios muy famosos en Mar del Plata.
Permaneció en esa actividad muchos años, hasta que se tuvo
que jubilar por haber cumplido la edad reglamentaria. No obstan-
te, continuó dedicándose a la jardinería, con el tiempo tenía que
rechazar clientes porque no le alcanzaba el tiempo. Era su orgullo
llevar a sus nietos que durante sus vacaciones lo ayudaban en los
jardines y les decía: "tienen que aprender la cultura del trabajo
honesto en lo que sea".
En cuanto a la familia tuvieron dos hijas: Graciela Rosa, casada
con Gustavo J. Guixá (descendiente de catalanes) los cuales le die-
ron dos nietos, mis sobrinos: Federico J. y Juan Ignacio. Graciela
nació en verano en el conventillo; y (yo) Ana María (la menor) naci-
da en el invierno en el chalet propietario de los rusos.
Estudiaron en Nuestra Señora del Camino en Bosque Alegre, y
en 1965 entraron a Stella Maris y allí de recibieron de Perito Mer-
cantil, siguiendo la universidad por unos años. Fueron empleadas
en financieras y bancos. La última etapa laboral de Graciela fue

75
en Favacard, por 25 años; siendo Graciela encargada de llevar las
liquidaciones de sueldos y jornales de todo Favacard, casa central
y más de 42 sucursales en la Pcia. de Bs. As. Ana María también
se desempeñó laboralmente en financieras y en distintos bancos,
entre los cuales trabajó por 13 años en la Banca Nazionale del
Lavoro, atendiendo a los jubilados italianos, y muchas veces con
los paisanos del pueblo, intercambiando diálogos en dialecto san-
tangiolés ante la curiosidad de los otros italianos que no entendían
este dialecto.
Mientras tanto Onorina, después de su trabajo temporario en el
hotel, trabaja en los chalets, que estuvieron como caseros, aten-
diendo los quehaceres domésticos de las familias y criando a sus
hijas. En 1965 pusieron en alquiler su propia casa y se mudaron
trasladándose como caseros a un chalet en Alsina entre Falucho y
Brown. (El cual aún existe, siendo la familia de rancia aristocracia
argentina: "Alberg Cobo" su dueña, y “Alberg Cobo Duggan” los
sobrinos, descendientes de terratenientes e ingleses esclavistas,
integrantes del directorio del Diario La Nación).
Después de un año la familia decidió mejorar el trabajo de Ono-
rina, y se trasladaron como caseros a un chalet ubicado en Gasón
1060 (Familia Rossi). Allí permanecieron por siete años, yéndose
después a su casa propia en Arenales y Formosa, siempre en Mar
del Plata, donde viven felices hasta la actualidad.
Casualmente en ese último chalet, (de la familia Rossi) muchos
años antes, fue casero el padre de "Dyango" Pasquini. El cual fue
amigo de la infancia y compañeros de escuela en Italia. Dyango
(hijo) fue síndaco (intendente) de S. Angelo in Vado, por 25 años, y
trabajó también en la prefectura de Pésaro.
Esta es una historia muy particular, el papá de Pasquini había
emigrado a la Argentina, cuando el “Django” era bebé, que como
tantos otros inmigraron para mejorar el porvenir para él y toda su
familia. No lo puedo conseguir, y tampoco pudo regresar a Italia.
El Sr. Pasquini falleció sólo, acompañado aquí por los dueños de
ese chalet Sres. Rossi y su socio y vecino Sr. Liotta, otro italiano
excelente que lo ayudó a pasar su proceso de enfermedad en Bs.
As.; donde había sido derivado para su internación. De modo que
Dyango (pequeñito) no conoció a su padre.
En oportunidad del festejo del centenario de Mar del Plata
(1974), vino una comitiva de S. Angelo in Vado entre los cuales
estaba "Dyango". Aldo y Onorina facilitaron un encuentro con los

76
dueños de éste chalet (Sr. Rossi) y su socio, con los cuales conver-
só emotivamente sobre su padre. Dyango ama Mar del Plata. Por
muchísimos años, pasaba meses aquí veraneando disfrutanto de
encuentros con los marchigianos y comprando o recibiendo regalos
típicos del campo argentino (fustas, montura, lazos, boleadoras,
imágenes típicas de las estancias, música de tangos, recortes de
diarios marplatenses etc.) que adornan su casa de campo en San-
t´Angelo in Vado. En las reuniones y fiestas de la URMarchigiana
se lo escuchaba cantar las típicas chacareras, tangos y cuencas de
nuestro folclore argentino.
Aldo falleció el cinco de marzo del año 2009 a las 12.30 hs. apro-
ximadamente, y ante nuestro asombro la fecha, hora y forma de
muerte fue idéntica a la de su padre, Carlo. Esto fue confirma-
do también por los primos de Italia. Este año 2016 nos encuentra,
a Rina y sus dos hijas (Graciela y Ana María) jubiladas y en familia,
junto a los nietos (Federico J. y Juan Ignacio).

Aldo Dini y Honorina De


Santi.
Dia en que revalidaron el
matrimonio en MdP

77
Familia: DEL SERO - RANIERI
Relata: Lidia Ranieri

D urante muchos años tuve la esperanza de escribir algo de la


historia de mis queridos abuelos, confiando que algún día
seria realidad. La Unione Regionale Marchigiana me da la oportu-
nidad.
Corría el año 1901, un 12 de septiembre, caundo se casaban en
Bahía Blanca, Cesar Carlos Eugenio Ranieri y Fermina del Sero.
Ambos nacidos en Macerata, Le Marche, Italia. Ellos son mis abue-
los maternos.
El ferrocarril empleó al nono para atender las bombas de agua y
calderas instaladas en el parque de mayo de la ciudad. Los traba-
jadores estaban comunicados por teléfono y su función era proveer
de agua a la estación. Les dieron para vivir vagones donde tenían
cocina, comedor y dormitorio. Se dedicaron también a labrar la
tierra, criar aves y otros animales y hacer una hermosa quinta.
Siempre hacían el pan casero e hilaban la lana.
Así nacieron diez hijos que fueron colaborando en las tareas de
crianza. ¡No les faltaba nada! El arroyo “naposta” cruzaba esas tie-
rras antes de ser canalizado.
Era aproximadamente 1918 y mi papá tenía 12 años cuando se
produjo una gran crecida, del pequeño río. Eso puso en grave peli-
gro la vivienda y la familia; sobre todo los niños, que eran muchos.
El nono con inteligencia y decisión, los llevo a todos a la “piecita”
donde estaban los motores y las bombas de agua. Con abrigos,
mantas y comida podrían pasar el momento de la crecida. Los su-
bió a uno de los tanques para que el agua en su avance no los toca-
ra y para salvar la vivienda, abrió todas las puertas de los vagones
así el agua corría y no arrastraba la casa. De esa forma se superó
la terrible situación y con alegría todo estuvo controlado y a salvo.
¡BRAVOS nonos César y Fermina!
Quiero hacer con esta historia personal un homenaje a todos
los inmigrantes que con su sacrificio heroico dieron todo por esta
tierra. Pretendo que sus esfuerzos no sean olvidados. ¡Ésta es mi
esperanza!

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Familia: FEDUZI - DORMI
Relata: Lea Dormi

N ací el 18 de mayo de 1940, en Urbania, un pueblito “della


provincia delle Marche” en la Italia Meridional. Es muy pin-
toresco y está rodeado de montañas de la cadena de los Apeninos,
cuyo pico más alto es el significativo Monte Nerone (del cual disfru-
to cada vez que voy a Italia).
En la casa natal, “case Nuove”, vivíamos con el abuelo Agostino
Dormi, muy cariñoso, junto a los tíos y primos. Recuerdo que, a
mediados de 1944 llegaron un grupo de alemanes y (por suerte) no
hubo problemas: nos regalaban golosinas y chocolatines que dis-
frutábamos junto a mis primos (Corrado, Bruno e Irmo), sintiéndo-
nos muy felices. Según el relato de la familia, estuvieron aproxima-
damente tres meses y yo tengo en mi mente los recuerdos de sus
“capotes” (tapados) largos y su gran altura.
Mi madre Balbina Feduzi (Bina) hablaba de su hermano (Atilio
Feduzi), que trabajaba en las minas de Bélgica. Después de un
tiempo siento la palabra “Argentina”. Michelle Antoniucci, herma-
no de mi nona Mariana Antoniucci, ya vivía en Mar del Plata y
tenía conocimiento de las oportunidades de trabajo que existían
aquí, por lo que decide llamarlo.
Por su parte, mi padre (Angello Giuseppe Dormi) tenía una gran
ilusión de venir “alla América”, al enterarse que su cuñado Atilio
Feduzi vendría (en 1950), tocaba el cielo con las manos porque sa-
bía que él mismo haría los trámites de “llamada”. Mi padre, junto
a mi tía (Margherita Gnucci), la cual se casó por poder para poder
viajar, vinieron en el año 1950 en el “vapor Conte Grande”. Luego
de dieciocho meses, mi madre recibió “la richiesta” (llamado) por
parte de su esposo, y es así como salimos de Urbania junto a mis
hermanos (Enzo y Vera), mis compinches y compañeros de vida,
rumbo a Génova para tomar el vapor “Salta”, que nos llevaría a
Sudamérica.
Desde que supe que veníamos a la Argentina, por las cartas que
iban y venían, yo pensaba: - ¡qué hermoso! Seguro tendremos una
casa tan linda como la que veía en Italia cerca del “fiume Metauro”,
con un bello toldo rayado en verde y blanco, enmarcando la entra-
da… y así soñaba e imaginaba la futura América.
El viaje de dieciocho días fue muy tranquilo: recuerdo los timbres

79
para ir a desayunar, almorzar y cenar; los juegos con los chicos y a
un sacerdote que nos entretenía y nos hacía divertir. También me
acuerdo que, con otros chicos, veíamos a una señora gordita que
se lavaba los pies dentro del inodoro del baño, ubicado en el pasillo
que compartíamos con otros camarotes. (Desconozco el por qué)
Cabe aclarar que, en “tercera clase” no viajábamos con baño priva-
do. Aún no me he olvidado de la higiene del barco: ¡era impecable!
Llegamos el 18 de septiembre de 1951. En Mar del Plata, pa-
samos la tarde en casa de mis tíos Atilio y Margherita junto a mi
primo Andrecito de tan solo un mes de vida. A la noche fuimos al
lugar que papá había alquilado para vivir, ubicado frente al cemen-
terio (Bernardo de Irigoyen y Almafuerte), en la parte superior de
la florería.
Al subir al primer piso, sentí arena debajo de mis zapatos (el edi-
ficio estaba aún en construcción), y entramos a una habitación sú-
per grande con camas para los cinco. La cocina y el baño estaban
ubicados en el pasillo para ser compartidos con el resto del inqui-
linato: ¡cuán grande fue mi desilusión! ¡Con mis tan sólo 12 años!

Los primeros pesos que ganó mi hermana Vera, fue cantando en
italiano en las escalinatas del cementerio de la Loma, al lado de la
Sra. Carlota, que vendía golosinas. Dentro de su repertorio resal-
taba y repetía la canción “Santa Lucia”.
En el inquilinato habitábamos junto a dos familias de genoveses
que en verano abrían un restaurant en Playa Grande, y en invierno
se trasladaban a Buenos Aires para dedicarse a la costura. Una de
las señoras se llamaba Nuccia, y entre ellas hablaban el dialecto
genovés. Mi madre, al escucharlas, decía: “che bene che parla la
Nuccia la castilla” “cuando aprenderé yo a hablar como ella”? Esto
demuestra cómo los dialectos de las distintas regiones son a veces
incomprensibles para el mismo italiano. Hoy a la distancia, recor-
damos esos momentos con mucho cariño porque estábamos juntos
y felices.
Dos años después nos mudamos a la casita de los “Fulvi”, de
la cual eran propietarios Aurelia y Ridolfi Fulvi, ubicada entre las
calles Pringles y Lavalle. El alquiler de este lugar era mucho más
económico, pero el agua había que ir a buscarla a la canilla pública
que estaba a una cuadra. Un vecino había puesto una manguera
para llenar su tanque de agua, mi hermano Enzo decía: “le voy a
pedir a los reyes magos una manguera”. Así, se evitaba de cargar

80
los baldes con agua que le pedían mis padres porque trabajaban
todo el día y la misma serviría para usar en el hogar, regar la quin-
ta y bañarnos. Hoy con frecuencia pasamos por la calle Lavalle y
miramos ese lugar con mucho afecto y cariño. En el año 1955 nos
mudamos a nuestra casa frente al Colegio Divino Rostro y era la
única casa sobre la calle Sarmiento. ¡Faltaban muchas cosas para
estar terminada, pero era nuestra!
Durante los preparativos del viaje para venir “alla America”, mi
padre nos había comunicado por carta que a mi hermano (Enzo)
y a mí nos había inscripto en el colegio: Enzo en la Sagrada Fami-
lia y a mí en el Divino Rostro. Al día siguiente de haber llegado de
Italia, (septiembre del 1951), papá llevó a Enzo (de sólo 7 años) en
la bicicleta, mostrándole el recorrido del tranvía que lo llevaría a
la escuela. Lo dejó, y allí le indicó que a cuatro cuadras pasaba el
tranvía con el cual debía regresar a su casa. Le dio como referencia
que mirara la imagen del Cristo, en lo alto de la cúpula de la Iglesia
de la Sagrada Familia, y debía dirigirse frente a ella, para no per-
derse. Y agregó “debes seguir a los demás chicos que al salir van a
tomar el tranvía”. Desde esa vez, Enzo con solo 6 años viajó solito
ida y vuelta en el tranvía que costaba 0,30 centavos,
Por mi parte, se me ocurrió que como no me conocía nadie podía
cambiarme el apellido ya que Dormi no me gustaba porque aquí,
como en Italia, significaba lo mismo. Por temor a las cargadas de
mis compañeras, me lo cambié por el apellido de mi mamá: FE-
DUZI.
Por otro lado, mi papá con el fin de que no me sintiera solita en
el recreo, le dijo a la familia Paolini, que cuando su hija Liliana vie-
ra a Lea en el recreo se acercara para hacerle compañía. Luego con
los años me enteré que cuando Liliana regresó a su casa le dijo al
padre: “vino una italiana, pero no era la hija de Pepe Dórmia (así lo
llamaban a mi papá, “dialetizando” los apellidos.)
Días después, mi papá vio la etiqueta del cuaderno que decía
Feduzi y me preguntó ¿por qué? ¡Yo le respondí que no me gusta-
ba, por temor a las cargadas! Después de un buen reto me arrancó
la etiqueta. La maestra creo me había preguntado el nombre, pero
como yo no sabía hablar y explicarle, todo quedó en la nada.
La forma de hablar nuestra era “cocoliche”, por suerte compartía
los recreos con mi prima Dorita Turchi, Liliana Paolini y otras ita-
lianas. No me sentí jamás sola. ¡Las chicas todas fueron maravillo-
sas! No podría nombrar a todas, pero me vienen al recuerdo Mar-

81
tita Lauretti, Vilma Galli, Marta Ricci y Susana Díaz. En la escuela
había muchas extranjeras. Españolas: Pilar Romero; belgas: Maria
Bulth y las hermanas Cohene; yugoslavas: Elena Catik; húnga-
ras: Susana Bund; alemanas: Ana Eljersman. No recuerdo cuál de
ellas fueron encontradas por sus padres en el Hogar Unzué, luego
de una larga búsqueda, ya que la Guerra los había separado, sin
saber el paradero uno de otro.
Hoy en día, cuando nos reunimos todas las egresadas (ya en-
tradas en años), disfrutamos y nos divertimos con nuestras anéc-
dotas y como hablaban nuestros padres: Ej: la mamá de Liliana
Paolini decía: “sto canseta”, o “planchet trop” (estoy cansada, plan-
che demasiada ropa); Mi papá llamaba a la avenida “Juan B Jus-
to”: “GuanbeLgusto”; y, mi mamá un día fue a comprar un juego
de café a casa Fava y lo pidió así: “un servicio de café” (que así se
solicita en Italia), y la vendedora amablemente le respondió: “ no
tomamos personal de servicio”
Era común que los italianos se reunieran en casas de familia
durante la semana, mis padres decían ¿“gim alle veglia”? (¿vamos
de visita?). Con frecuencia íbamos a la casa de los “paesani” (pai-
sanos), que vivían no lejos de casa. Íbamos caminando, no había
colectivos en aquella época. Cuando cansados le preguntábamos a
nuestro papá ¿cuánto falta? Nos Contestaba: “ya llegamos” o “aquí
cerquita” y nosotros cansados nos daba la sensación de ¡que nun-
ca llegábamos! Si preguntábamos a qué familia íbamos a visitar,
era común que Enzo dijera: “no a esa casa no!!” ¡Porque no nos
convidan ni una galletita! Enzo se aburría, no le gustaba y siempre
hacía una de las suyas. Mis padres, antes de salir le decían “Enzo
¿queres cobrar ahora o a la vuelta?
En esas visitas, un día domingo mis padres fueron a la casa de
una señora llamada Margarita, de Sant’ Angelo in Vado. En la casa
había otras personas reunidas a las cuales no conocían. Entre
mate y mate, charla y charla, recordaron vivencias de la región y
de los pueblos. Estos dos señores relataron que el día en que bom-
bardearon Urbania (23 de enero de 1944), ellos estaban arreglando
canastos (para recolección de uva, frutas, verduras) a pedido de mi
“nono” Agostino Dormi, en la chacra donde vivíamos: “Case Nuo-
ve”. ¡La sorpresa fue muy linda! Porque, gracias a estos canasteros,
mi papá no fue a la misa del pueblo (única salida dominguera), y
así se salvó de morir bajo las bombas que cayeron justo en la Igle-
sia y los alrededores. Yo también corrí con la misma suerte ya que

82
mamá me preparaba y vestía con la ropa linda porque papá siem-
pre me llevaba en bicicleta a la función religiosa.
Mi hermana (Vera), cuando en 1975 trabajaba en el Hospital
de Bariloche, mi mamá le envió una encomienda conteniendo un
pollo. Vera compartía la casa con otros amigos que trabajaban en
el Hospital: Susana, Gustavo Florida, Juan Carlos, Isabel, Peto
(JCarlos Byrne) y Laura. (Excelentes personas muy queridas por
mi hermana) Me relataron que, al volver del cine a la noche, Vera
les dijo: “vamos a comer el exquisito pollo que mi mamá me man-
dó”. ¡Grande fue la sorpresa para todos cuando abrieron la enco-
mienda y el pollo estaba crudo!
Mi padre trabajaba en los jardines y en la construcción, buscan-
do siempre otra alternativa. Había comprado un terreno frente a
nuestra vivienda para hacer un local y abrir un almacén. Al serle
muy difícil el comienzo de todo emprendimiento, veía que día a
día no recaudaba nada, porque reinvertía en reponer mercadería
y la caja la veía vacía. Cada mañana que se levantaba, miraba su
almacén a través de la ventana y al vestirse, lo primero que se
escuchaba en nuestra casa era: “o Dio mio, Dio mio!! nos vamo a
fundí, no vamo pata pa arriba”!!! Por suerte, Enzo tomó las riendas
del negocio y atendía a los proveedores ya que mi papá se ponía
nervioso (como si viera el demonio), ¡cada vez que veía a los pro-
veedores ofreciéndole miles variedades de mercaderías y miles de
propuestas!
Pasaron los años y me casé con Juan Carlos Cangiano , com-
partiendo virtudes y defectos, luego llegaron nuestros hijos: Juan
José (Juanjo) y Andrea Verónica (Andy), de los cuales me siento
súper orgullosa, son muy buenas personas. En mi madurez nos
reunimos con mis primos y familiares pasando momentos muy fe-
lices, recordando momentos vividos en Italia y los pasados en la
Argentina.

Relata: Vera Dormi

S alí de Mar del Plata en septiembre de1975, haciendo el ca-


mino inverso de mis padres, pero en avión, a diferencia de
ellos que lo hicieron en barco. Llegar a Urbania en el año 1975,
con 24 años, fue entender (mejor dicho, re-preguntarme): ¿Cómo?
desde ese pueblito entre los Apeninos: Monte Nerone, las colinas,
los puentes, y la ciudad parte amurallada bordeado por el “fiume

83
Metauro”… decidieran entre el 1950/1951 venir a un lugar tan
distinto, tan desconocido… tan lejano… con idioma y cultura tan
diferente, y me preguntaba una y otra vez ¿“COMO SE HABIAN
DECIDIDO A PARTIR? a los 39 años mi papá y 35 mi mamá, em-
prender tal aventura con tres hijos.
En mi primera visita a Italia, viví en la misma casa en que nací
llamada “case nuove”, dormí en la misma cama matrimonial que
había sido de mis padres y donde yo (un 23 de enero, con mucha
nieve) había nacido. Los partos en ese entonces se hacían en el
mismo domicilio.
Mi tía Menca (Dominga Bravi), casada con el hermano de mi
papá (Gino Dormi), y sus hijos vivían en aquella antigua casa junto
a mis adorados primos: Bruno, Corrado, Irmo, Lice (Edvige) y Lu-
ciano DORMI. Un día habíamos ido al cementerio con Lice (Edvige
Dormi). Es común si vas a visitar a tu familia italiana que te lleven
a ver los muertos en el cementerio de Urbania. Estando en la co-
cina, después de almorzar ayudando a mi tía le pregunto ¿Por qué
hay tantos nichos y bóvedas con la fecha de muerte “23 di genaio”
fecha en que yo nací? Me respondió: fu` il bombardamento di Ur-
bania nel 1944”; momento en el cual murió bajo las bombas Irmo
Bravi. Su hermano
Allí entendí uno de los grandes sacrificios de mi padre ANGELO
GIUSEPPE DORMI- SESTINI y de mi madre BALBINA FEDUZI-AN-
TONIUCCI para decidirse venir “alla América”
Visitar a mi familia ya sea en Urbania, Fermignano, Sant`An-
gelo in Vado, Republica de San Marino, es lo más glorioso que me
puede pasar. La paso genial con mis primos, sus esposas, sus hi-
jos, con las viejas y nuevas familias y con los amigos que uno va
cosechando en cada encuentro. Entre Urbania y Urbino, visité la
chacra de mis abuelos (Mariana Antoniucci y Andrea Feduzi), lla-
mada “el Guerchin”, donde nació mi mamá y sus hermanos (Rafael
y Atilio Feduzi).
Mi padre vino en 1950 con mi tía (Margarita Gnucci) en el barco
“Conte Grande”. El esposo de mi tía (Atilio Feduzi) los recibió en el
puerto de Buenos Aires: fue él quien los llamó. En esa época, en
Argentina (para poder venir) un inmigrante debía ser llamado por
un familiar o amigo que se hiciera cargo de la persona, dándole
mínimamente un lugar donde estar y, en lo posible, facilitarle el
trabajo.
Al igual que mi papá nosotros salimos de Génova, pero en 1951,

84
en el vapor “Salta”. Yo tenía tres años y medio cuando junto a mi
madre y mis hermanos (Enzo y Lea) llegamos a Bs As en un mes
de septiembre. Nos alojamos por tres días en la casa del primo de
mi madre (Florido Antoniucci, el padre de nuestro querido primo
Mario).
En Argentina, mis padres continuaron trabajando la tierra como
lo hacían en Italia. Aprovecharon todo el terreno que rodeaba a
nuestra casa, de la calle Sarmiento 4029. La huerta era inmensa
rodeada de eucaliptus. Los almácigos al sol eran proveedores de
plantines de habas, arvejas, tomates, zapallitos, lechuga, achico-
rias, papas, etc. No faltaba nada de estación. Mi madre compra-
ba en la germinadora, ubicada en Independencia y Rivadavia, las
semillas acorde a la estación y plantaba según la luna. Tenía un
conocimiento extraordinario de la tierra, su rotación y lo que debía
plantar. Mi papá preparaba la tierra sacando hierbas y yuyos, de-
jándola ideal para cultivos. También teníamos gallo, gallinas, pollo,
pollitos. Por la nochecita cerrábamos el gallinero, ya que además
de darles maíz, salían a disfrutar libres comiendo todo lo apetecible
por los pastizales de la manzana ubicada en las calles Sarmiento-
Almafuerte - Laprida y Alsina.
Ah, quiero decir que, antes del gallinero, una vez, no sé cómo,
de pronto se armó en esa manzana una carpa gigante. Todos creía-
mos que era posible un circo; ¡pero a decir verdad no!, era un cam-
pamento gitano, que vivió durante los cuatro meses de verano.
Mi padre trabajó en la construcción de la usina del Puerto, luego
en la construcción del aeropuerto. Posteriormente se independizó
realizando jardines en el barrio Playa Grande. No había lavarropas,
y mi madre lavaba a mano la ropa en la casa de los ricos veranean-
tes. Eso, en verano y en invierno, se dedicaba a la costura, era una
excelente y reconocida modista.
Un día tristemente me despertó el llanto desconsolador de mi
madre, le habían robado más de 50 gallinas con sus pollitos de-
jando el gallinero vacío. Sabíamos muy bien que no habían sido
nuestros vecinos de la Villa de Paso. Los que lo hicieron fueron de
otro lugar con un camión, con infraestructura y además perversos,
envenenaron a nuestro perro.
Los domingos era común ir a visitar al hermano de mi mamá
(Atilio Feduzi), que era casero en un chalet de la calle Matheu y
Bernardo de Irigoyen. Allí cerca, junto a mi primo (Andrecito Fe-
duzi) tomábamos todos los domingos un cucurucho de helado en

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heladerías “Laponia”. Enfrente del cementerio de la Loma vivimos
cuando llegamos de Italia. Papá había alquilado en ese tipo con-
ventillo, una habitación en primer piso (arriba de la florería), con
cocina y baño compartido.
Con mis cuatro años, todos los días iba a la puerta del cemente-
rio, junto a la Sra. Manuela que, con su banquito lleno de carame-
los, los vendía, mientras yo cantaba en italiano y en mi repertorio
no faltaba: “Santa Lucia”. ¡Ese fue mi primer “sueldo” la gente me
regalaba moneditas y caramelos!
Enfrente del cementerio el escultor y plástico, Bruno Catani, te-
nía su taller de orfebrería, haciendo lápidas, angelitos, crucifijos,
grabado de placas…etc. para colocar sobre los nichos, bóvedas y
tumbas. Los angelitos (que eran blancos, no creo que hayan sido
de yeso) eran mi pasión: los abrazaba, los mimaba, ¡y un día se
me cayó uno y se rompió en mil pedazos! ¡Bruno, que seguramen-
te debía entregar el trabajo terminado en ese día, me tomó de las
piernas, me dio vuelta y simuló que me tiraba cabeza adentro en
un tanque de agua!
No aparecí en el lugar por mucho tiempo. Mi hermano Enzo iba
casi todos los días a visitar a Bruno Catani, nos quería mucho,
no tenía hijos, era un ser muy cálido, y un día viendo que todas
las placas decían “tu hijo” … “tus hijos te recuerdan” “en memoria
de tus hijos” …. le pregunta: - ¿Bruno? ¿Todos mueren de comer
tantos higos? (claro en Italia la “h” no existe y la “J” los italianos la
pronunciaban como la letra “G”, por lo tanto “hijos” se leía “higos”),
esto hacía que en nuestro principiante español entendiéramos otra
cosa.
Por ese lugar, Almafuerte y Bernardo de Irigoyen, pasaba gran
parte de italianos y de gente que aprovechaba a visitarnos por vivir
enfrente del cementerio. Un día alguien le pregunta a Enzo: -¿te
gusta vivir en Argentina? Y el pobrecito de 6-7 años respondía “y
si... pero acá muere mucha gente”
¡Los carros fúnebres llegaban transportados por hermosos caba-
llos, con un pelaje negro brillante! Los caballos blancos eran usa-
dos para el transporte y entierro de los niños. Un día desde la ven-
tana de mi cuarto (yo tendría unos 4 años), veo la calle Bernardo
de Irigoyen llena de gente, de flores, de gritos, de llantos. ¡Señoras
que se desmayaban! Luego entendí: Había muerto Evita Perón y se
hacía un homenaje junto al pueblo, por esas calles del cementerio.
Al poco tiempo, nos mudamos a una casita muy humilde ubi-

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cada en Gral. Pringles y Paunero, con luz, pero sin agua ni gas.
Teníamos una cocina económica a leña y calentador a alcohol. El
agua debíamos ir a buscarla a una cuadra a una canilla pública.
Todos los días mis hermanos y yo íbamos con baldecitos a buscar
el agua, para beber, comer y bañarnos. (Botellas de vidrio y baldes
de lata) Ahora entiendo porque mi hermano para reyes “les había
pedido una manguera”.
Todos los domingos íbamos a misa a la Iglesia La sagrada Fa-
milia del puerto. Caminábamos veinte cuadras de ida y veinte de
vuelta, ya sea con lluvia, con sol o viento. Por las noches rezába-
mos el rosario y al final del mismo, arrodillados en sillas tejidas de
mimbre (era como estar sobre granos de maíz), nos hacían rezar
“las letanías”, a veces nos cansábamos, a veces nos dormíamos,
nos retaban, nos despertaban, y al final, también cantábamos can-
ciones en italiano, en homenaje al niño Jesús y a la Virgen María.
La calle Juan José Paso era pequeña y de tierra, y los alrededo-
res estaban llenos de maizales y caminitos de huella, eso era lo que
veíamos cuando transitábamos del Cementerio a nuestra Casa de
la calle Pringles. Enzo y yo íbamos a la Escuela N° 1, en el centro
de la ciudad. Tomábamos a diario el Tranvía con asientos de ma-
dera. Lo esperábamos enfrente del golf, recorríamos Alem y bajaba
por Castelli, pasaba por la Terminal, plaza Colón y llegábamos a
la escuela. Todos de guardapolvo blanco y zapatos súper limpios.
Cuando llovía caminábamos unas nueve cuadras de barro, mamá
nos acompañaba con paraguas hasta la casa de unos vecinos ubi-
cados sobre la calle Alem y Pringles, allí nos hacía sacar el calzado
sucio y nos ponía los limpitos que llevaba en la bolsa. Al regresar
de la escuela volvíamos a cambiarnos los zapatos para volver a pi-
sar las calles de tierra.
A la salida de la escuela, Enzo siempre tenía una “aventura”: me
llevaba a ver estanques de peces, emplazado en ese entonces en la
plaza frente a la escuela Mugaburu. En otras oportunidades, íba-
mos al museo de Ciencias Naturales que estaba en el primer piso
de la actual Municipalidad.
Cuando vivíamos en Sarmiento casi Almafuerte, la manzana es-
taba bordeada por dos hileras de eucaliptus. Nuestra casa estaba
sola y, en aquel entonces año 1955, vivir en esa zona era la perife-
ria de Mar del Plata.
En Juan José Paso y Sarmiento, había una canilla pública y un
“Tambo”. Recuerdo que había una señora que, con su pañuelo en

87
la cabeza y sentada en un banquito, ataba las patas de atrás de las
vacas y procedía al ordeñe de las mismas. No recuerdo haber com-
prado leche en ese lugar. Nosotros teníamos un lechero que venía
todos los días con su camioncito a traer leche para el Instituto de la
Iglesia Divino Rostro, porque allí había unas 30 pupilas. El lechero
aprovechaba y nos vendía a todos los del barrio, que íbamos con
nuestro jarrito a buscarla.
En Juan José Paso, entre Olavarría y Alsina, había un criadero
de gallinas. Era un galpón inmenso con todas estanterías de paja:
inferior, media, superior, donde se ubicaban las cluecas ponién-
dose sobre los huevos para que, al poco tiempo, saliera un pollito,
que disfrutaría del campo que lo rodeaba junto a su gallina y al
gallo; que todas las mañanas cantaba y se oía desde casa. ¡Qué
diferencia el sabor de los pollos! Yo iba, casi tres veces por semana
a comprar huevos frescos con mi canastita verde de mimbre.
El panadero con su marca “La Marina” llegaba con una furgo-
neta a traer el pan a las monjitas y también el barrio se juntaba
para comprar a diario pan felipe, pebetes o flautitas. No había nin-
gún mercado ni almacén cerca. Mis padres debían ir una vez por
semana, en bicicleta, al mercado comunitario ubicado en la calle
(Centenario) actual Juan B Justo y Tucumán. ¡Gran sacrificio! Las
calles no estaban asfaltadas.
A cuatro cuadras de casa, estaban ubicadas las dos canteras
abandonadas, las del “Griego” y las de “Rizzo”. Habían desapareci-
do bajo la presión de un señor abogado que vivía en la calle Vieytes
y Tucumán, porque las explosiones que se realizaban en ese lugar
la consideraban de riesgo.
Como había quedado un gran paredón de piedra, se había for-
mado en la parte inferior un laguito, peligroso; ¡pero nosotros los
chicos nos gustaba ir a pescar mojarritas! Era todo un desafío y
una aventura. Actualmente ese lugar está ocupado por el Coman-
do de Policía (Tucumán entre Laprida y Juan José Paso).
También con mi hermano y los chicos, era nuestra aventura, en-
trar a la Villa Mitre por algún agujero, hecho al cerco, de ligustrina,
que rodeaba las tres manzanas, que en ese entonces ocupaba la
casa de Mitre con sus jardines e inmensa arboleda. Ocupaba desde
Las Heras hasta Tucumán. Estaban unidas, sin ser atravesadas
por calles. Actualmente se ubica el Museo Histórico Municipal, en
solo una manzana.
Con el tiempo, a los 8 años, pasé estudiar en la Escuela Divi-

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no Rostro, donde completé la primaria. Mis queridas y recordadas
maestras merecen una mención especial: Juanita Manelli de 3°
grado, Norma Beccerica de 4°, Nora de 5° y María Teresa Chiapori
de 6° grado. Mi secundaria fue cursada en el Instituto Stella Maris,
recibiéndome de Perito Mercantil. En 1968, ingresé a la Universi-
dad Católica egresando como enfermera. La Licenciatura en En-
fermería la realicé en la Universidad Nacional de Mar del Plata. El
postgrado en “Unidad Coronaria” en el Hospital Italiano, y el post
grado en “Control de Infecciones” en la Universidad Pontifica de
Chile.
Tengo sobrinos con los cuales disfruté de paseos en barco por el
mar, la playa, las sierras y las playas. Viajar con mi descapotable
(Citroën con el techo de lona abierto) por donde salían las cinco
cabecitas de ellos, contentos de tener el sol y viento en la cara, era
toda una aventura. Para mí, fue de mucho disfrute. ¡tan lindos son
los recuerdos!
A Juanjo (Juan José Cangiano), primer sobrino en nacer, lo re-
cibí en la sala de partos ¡Emocionante! Luego llegó Marcelo Dormi
(Machilindo), Andrea Cangiano también recibida en sala de partos
(es Andy mi ahijada y cascabelito), llegó luego Vanesa Dormi y, la
más chiquita, Silvana Dormi.
Marcelo tuvo dos varoncitos: el dulce Agustín (que lleva el mis-
mo nombre que su tátara abuelo (Agostino Dormi) y el arlequín
Julián. Vanesa tiene al genio de Mathew Orume Akpobaro y Lucia-
na Enita Akpobaro (una pequeña princesa, también, mi ahijada y
otro cascabelito) los cuales viven en Inglaterra. Silvana tuvo a un
súper “bambolo” llamado Lucas Jaureguy. Actualmente esperando
su segundo bebe, viven en Estados Unidos.
Cuando pronuncio el nombre de mi sobrinito (Julián Dormi), me
transporta a todos los que en Italia se llamaron: “Giuliano”, “parti-
gianos” que lucharon por la liberación de Italia, siendo parte de “la
resistencia”; ante los estragos nazistas y fascistas en Italia.
Actualmente, los primos que llegamos de Italia, junto a los que
nacieron aquí, y somos descendientes de los hermanos y primos de
mis padres: Dormi- Feduzi- Antoniucci- Turchi- Pascucci disfruta-
mos de juntarnos, reunirnos. También tenemos la posibilidad de
sentirnos y conectarnos, día a día por lo que hoy es el “whatsapp”
llamándose el grupo: “primos” ¿Cuál será el próximo sistema ci-
bernético que nos una? ¿Además del AMOR?

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Relata: Enzo Dormi.

Q uisiera hacer un homenaje a mis padres ya que mis herma-


nas (Lea y Vera Dormi) detallaron tantas historias de vida
de la familia.
Mi madre (Balbina Feduzi Antoniucci), falleció un 6 de diciembre
del 2006 en Mar del Plata, a los 93 años. En el recordatorio del dia-
rio de ese día nosotros, sus hijos, le habíamos escrito:
“El corazón nunca se equivoca cuando marcha en busca de sus
sueños. Has partido pero esta vez tu espíritu está libre. Aquella vez
saliste de Italia para comenzar a recorrer el camino de tus sueños,
comprometiéndote con él aceptando las posibilidades del presente,
con la certeza de mejorar el futuro.”
“Por el momento Nos golpea la tristeza, pero te recordamos llena
de vida y energía como cuando decías que: ^aunque sea en el pico
de una paloma te venías a la Argentina^”.
“Se recuerda tu especial mirada, tus gestos tan traviesos y gra-
ciosos como tus dichos ^tonta non é ma, sana tampoco^”.
“Agradecemos a tus sobrinos y sobrinas de Italia la misa cele-
brada en la ^Chiesa de Bataglia di Urbania^”.
“también agradecemos a tu nietada las flores que adornan tu
nicho y a todos los que te ayudaron a tu paso por esta vida”

Balbina nació en el seno de una familia en la chacra “poder


de cal Guarchin”. Su padre (Andrea Feduzi) y su madre (Mariana
Antoniucci), hermana de Michelle Antoniucci quien fue el primero
y único que emigró en 1911 y luego llamó al resto de la familia.
Nuestra mamá nos contaba que amaba ir a la escuela. Pero la si-
tuación de pobreza hacía que fuera, junto a su prima, día por me-
dio ya que un día ella usaba el guardapolvo y al día siguiente se lo
ponía su prima; la que se quedaba en la casa debía ir al campo a
cuidar del rebaño de ovejas.
También nos relataba que se escondían entre la campiña cuan-
do pasaban las milicias leales a Mussolini, ya que no usaban la
identificación (fajas negras) que exigían se usaran durante esa
dictadura. Con el fin de progresar personalmente deseaba irse a
Roma a trabajar como doméstica, cosa que no pudo concretar ya
que su padre no se lo permitía. Estudió corte y confección, lo que
le permitió desarrollar sus habilidades en la costura, logrando ser

90
una brillante “sarta”, o sea, una modista muy reconocida. En Ur-
bania, tejía en el telar que se lo alquilaba a un vecino del pueblo
y la llevaba a Vera: como hacía frio, le había preparado un jarrito
metálico con manija y adentro tenía brasas para que mi hermana
que la acompañaba pudiera calentarse. Allí con el hilado armó pa-
ños y enrollaos de tela para luego hacer sábanas, toallas y colchas
que terminó de cocerlas en Mar del Plata. Aún la veo cociendo en
nuestra casa de la calle Sarmiento al lado del fuego de la chimenea
del comedor.
Mi padre nació en Acqualagna, un 1 de diciembre de 1911. Era
el más alto de la familia, según nos decía él, pero a decir verdad en-
tre todos predominaba la baja estatura. Sus tres hermanos (Gino,
Olga y Herminia), con los cuales vivió en Urbania “Case nuove”, es-
tuvieron juntos hasta que se casaron. En ese entonces, las mujeres
cuando formaban matrimonio iban a vivir con la familia del varón.
Mi nono (Agostino) lo recuerdo como el abuelo de la serie televi-
siva de Heidi: alto, bonachón, con sus suecos, y súper cariñoso. Mi
papá me había hecho un carrito donde llevaba a pasear a Vera y
cuando estaba vacío lo usaba como coche de fórmula uno. Un día
con casi 6 años le di fuego a una parva de paja (“il paíe”) que se
acumulaba para cubrir el piso donde dormían los animales (chan-
chos, vacas o bueyes). ¡Aún recuerdo a todos los vecinos ayudando
con baldes para apagar el fuego! Era época de cosecha. Mi papá
estaba en Argentina, mi madre ayudaba en la chacra vecina, de “la
tía Olga”. Era habitual en ese tiempo intercambiar trabajo entre los
campesinos. En ese lugar, había un molino harinero, movido por
las aguas del “fiume Metauro”, formando una gran acequia. Eso
permitió apagar rápidamente el incendio evitando la propagación
a parvas vecinas.
En “Case Nuove” había una fuente de agua obtenida de un ma-
nantial natural, porque agua corriente no había. Recuerdo que
muchos vecinos del pueblo venían con sus damajuanas o bote-
llas a buscar agua para beber. Actualmente con la civilización, esa
fuente tiene un cartel que dice: “agua no potable”.
Mi papá era muy gracioso, simpático, jovial y pícaro. Nos con-
taba que, cuando tenía unos 11o 12 años, su abuela le decía que
no debía mirar a una señora que se mostrara amamantando a su
hijo en forma muy “desprolija” y que, si miraba, el “señor del cielo
lo iba a dejar ciego”. Como quería mirar, (se dijo a sí mismo: voy a
mirar con un solo ojo, mientras el otro me lo tapo). Y si quedaba

91
ciego sería de un solo ojo. ¡Cuando vio que eso no ocurría empezó
a mirar con los dos!
Nos contaba que lo mandaban de chico a aprender a tocar el
acordeón. Un día el profesor Ridolfi, que lo conocimos en Argentina
(porque vivía en calle Tucumán), le dijo a mi abuelo (Agostino): “no
lo mandes más a tu hijo, porque es perder el tiempo, porque, ni
que le parta la cabeza y le meta la fisarmónica adentro aprenderá
música.”
Era muy tolerante, pero me controlaba lo que hacía. Yo tenía mi
habitación en la parte alta de nuestra casa. Allí dormía, estudia-
ba, leía y también simulaba que estudiaba. Un día mi papá subió
sigilosamente la escalera, abrió imprevistamente la puerta de mi
cuarto, yo sorprendido tiré rápidamente la revista y tomé el libro,
haciendo que estudiaba. Mi papá me observó, miró otra vez y con
una palmadita en la cabeza me preguntó: ¿ahora lees al revés?
También era común que le dijeran en la pronunciación dialectal
Urbanies: ¡“Cristach de la Madona sta ferm”! (¡cristiano de la virgen
quédate quieto!).
Papá participó de la Segunda Guerra Mundial. Fue “assegnato”
al 327º Btg. Terr. Mobile in Mestre, en el sector aeronáutico. Eso
lo debe haber marcado, ya que amaba los aviones y al sentarme
sobre sus piernas me hamacaba y repetía: “questo bambino sará
un aviatore”. Nos relataba que los militares dormían sobre colcho-
nes rellenos con “chala” y, por cierto, es fácil suponer el por qué:
¡Allí en la región del Veneto, los mayores cultivos son de choclo y la
comida típica es la polenta, con los residuos del mismo se hacían
colchonetas para dormir! ¡Debe haber comido tanta que cuando
mi madre hacía polenta, le tenía aversión, no podía ni ver! Comía
poco y completaba su menú con pan mojado en vino: Concilio en la
semana y Ripober los domingos. Según comenta graciosamente su
nieto (Juanjo), si algún nieto le tiraba sin querer el vino… pobrecito
lo miraba como si se derramara oro, cada cosa costaba mucho.
Mientras papá participaba de la guerra en el norte de Italia, su
hermano (Gino) estaba en Yugoslavia. Mientras sobre el cielo de Ur-
bania se podían ver numerosos encuentros aéreos y los anglo-ame-
ricanos, derribados, trataban de encontrar refugio en la zona sel-
vática. Cabe destacar que, en mi pueblo donde yo nací era una
zona boscosa que una vez fue coto de caza, llamada la “delicia de
los Duques de Urbino”, que disfrutaban de su estancia veraniega.
En los campos urbanieses, los agricultores “tenían”, o “sentían”, la

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necesidad de proteger o esconder a los aliados aún a riesgo de su
propia vida, evitando ser descubiertos por los partigianos.
Un 23 de enero de 1944, la ciudad fue terriblemente bombardea-
da por los aliados. Unos dicen que fue un acto de guerra planifica-
do, otros dicen que fue una equivocación al ver tanta gente amon-
tonada a la salida de la Misa del domingo, único entretenimiento y
momento de encuentro entre amigos. Se destruyeron los puentes y
las vías de comunicación y, con ese bloqueo, evitaban el reabaste-
cimiento del enemigo, favoreciendo la guerrilla y las emboscadas,
preparando el terreno a los partigianos.
El saldo de esta acción bélica costó la vida de 250 ciudadanos
de Urbania, entre ellos había familiares nuestros, 515 heridos y
daños materiales con 284 casas destruidas. Otras quedaron da-
ñadas, debiendo la gente abandonar la ciudad. Hay que tener en
cuenta que, ese pueblito tenía alrededor de 2000 habitantes. Ac-
tualmente, tiene una población de 7000 personas y mis padres, al
regresar a Italia después de 25 años y verla reconstruida, pujante,
con un buen nivel de vida, la disfrutaron cada vez que pudieron
y seguramente se habrán preguntado: ¿Qué habría pasado si…?”

MdP Playa Grande (enero 1952) Lea, Angelo Giuseppe Dormi, Vera,
Balbina Feduzi y Enzo Dormi

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Familia: FALASCHINI - GIORGETTI
BARTOZZETTI
Relata: Norma Giorgetti

M i historia comienza en Porto Recanati donde mi abuelo For-


tunato Giorgetti, nació aproximadamente en el año 1885.
Contrajo matrimonio con Catalina Falaschini.
Su actividad la desarrolló en el mar Adriático, como pescador.
Un día junto a sus dos hijos: Julia (Tulia) y Francesco (Queco) de-
cidieron emprender el viaje hacia la “América”. Arribaron a Mar del
Plata, y se radicaron en el barrio Stella Maris.
Así, continúo trabajando como pescador y fue socio de Juan
Bronzini (papá de Teodoro Bronzini, intendente de Mar del Plata)
y dueño de la embarcación “Marchigiana Chica”, pequeña lanchita
amarilla. La misma era atracada en la actual Playa Bristol (antiguo
puerto de Mar del Plata.)
Es aquí donde nacieron sus otros dos hijos argentinos: Vicente
Giorgetti y Juana Giorgetti. Con el tiempo mi abuelo vendió y se
trasladó al Barrio del Hospital Materno Infantil.
Un día, el hijo mayor, Francesco, viajó a Italia para ordenar los
tramites de sucesión y venta de los bienes dejados en Porto Reca-
nati. Y es allí, en su pueblo natal, donde se enamoró y se casó con
Ida Bartozzetti. Enamorados viajaron a la Argentina. Ida mantenía
una fluida relación epistolar con su familia: mamá y hermanos, en-
viando cartas, fotos y recibiendo recíprocamente fotos y novedades
de su lejano pueblo. Sus cinco hermanos Luigi (Yiyo), Bianchina,
Teresa, Pascual y Pascualina vivían entusiasmados por conocer
algún día la Mar del Plata de la que le hablaba su hermana Ida.
Vicente Giorgetti, conoció por foto a Teresa Bartozzetti, y se in-
teresó por ella, hasta el punto de casarse por “poder” (Procura).
Teresa, como se acostumbraba en esa época, no podía venir sola
en el barco y la acompañó un tío, llamado Solazzi. Vicente y Teresa
armaron su nuevo hogar en la calle San Lorenzo y Córdoba. Lle-
garon prontamente sus tres hijos: Catalina, Norma (quien escribe
esta historia) y Francisco.
Mi padre Vicente, trabajaba en el sur en Rawson (Chubut). To-
dos los veranos él viajaba por mar y nosotros por vía terrestre,
junto al resto de las familias de los marineros. Viajábamos durante
dos noches y un día. Desde Mar del Plata a Bahia Blanca en “La
94
Costera Criolla”, desde Bahía Blanca a San Antonio, en tren y des-
de allí a Trelew en “Transportes Patagónicos”. La primera vez que
viaje tenía dos años. Me gustaba de esa aventura y lo hice hasta
los 20 años. Mi hermana no viajaba, se quedaba al cuidado de mi
tía, que tenia debilidad por ella. Mi papá adquirió varios barcos:
“la Marchigiana”, “El Intrépido”, “La Norma”, “El Rex” vendiendo
siempre y así llegar a estar en muy buenas condiciones y pudien-
do progresar y mejorar su calidad de vida. Los últimos barcos que
tuvo fueron el “Indómito” y “Santa Lucia”.
Luego de varios años llegó toda la familia Bartozzetti. Yiyo deci-
dió quedarse en Italia. El primero en llegar a la Argentina fue Juan,
años después arribaron Aída y Teresa ya casadas. Posteriormente,
Pascualina a los 19 años junto con Bianca. Estas últimas salieron
del Puerto de Génova el 4 de octubre de 1947. Antes de viajar hacia
Mar del Plata, Pascual cumplió con el Servicio Militar, luego de lo
cual, con 24 años, logró partir de Génova, en noviembre de 1948
en la nave Santa Cruz. Ese mismo año comenzó a trabajar en casa
“Zubillaga” (aserradero ubicado en Córdoba entre San Lorenzo y
Roca), pasando luego a cumplir actividades en la Gran tienda “Los
Gallegos”. En 1952, conoció a Venera Licciardello y se casaron en
el año 1956. Al año siguiente, nació Silvana, luego Juan Daniel y
Sandro en 1966. Pascual y Venera tienen hoy seis nietos: Agustina
(hija de Silvana) Antonella y Mailén (hijas de Juan Daniel) y Tomás,
Franco y Micaela (Hijos de Sandro)
Bianca, mi tía materna, se casó con Rino Lanchini. Tuvieron
cuatro hijos: Francisca Nélida, Ana María y Ricardo. Todos viven
en Mar del Plata.
Pascualina, mi otra tía, contrajo matrimonio con Raúl Pellizza-
ri y tuvieron dos hijos: Raúl y Daniel. Raúl tiene dos hijas: María
Gabriela y María Paula. Daniel también tiene dos hijas: Agostina y
Ornella Pellizzari (surfista).
Por mi parte, a los 29 años me casé con Genaro Vottola y tuvi-
mos dos hijos: Luciana y Jorge Vottola. Jorge se casó con Mirna
Zucconi y me brindaron dos hermosos nietos: Ciro de 5 años y el
pequeñín Vicente de 3 añitos. Luciana desarrolla su actividad en la
División Imágenes de la Clínica Colón.

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De izq. a der. Teresita Bartozzetti, Catalina, Vicente
sentados: Norma y Francisco Gioregetti

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Familia: FEDERICI - DINI
Relata: María Rosa Dini

M
rici.
is padres partieron de Italia en el año 1952. Mi padre Mi-
chele Dini tenía 40 años, estaba casado con Assunta Fede-

Vivían en Sant’Angelo in Vado (Pesaro - Urbino) Él se dedicaba al


campo en “il poder Ca`Maspina” y se conocieron en el pueblo don-
de vivía Assunta. El nombre de Michele se debe a que el patrono
del pueblo es el arcángel San Miguel. Muchísimos italianos católi-
cos de Sant’Angelo, les han dado ese nombre a sus hijos.
Decidieron venir junto a mi hermano, que en ese entonces tenía
5 años. El viaje lo hicieron en el barco Santa Fe. Armando Dini, mi
hermano, nació en Italia, yo nací en Argentina al poco tiempo de
llegar, toda mi familia a Mar del Plata.
En la ciudad primeramente se dedicaron a ser caseros, para lue-
go poder comprar un terreno, y hacerse su casa. Mis padres hicie-
ron dos casas sobre la calle Marcelo T. de Alvear casi Larrea. Allí
vivieron hasta fallecer.
Yo actualmente vivo en la casa que me dejaron mis padres en la
parte posterior. En la casa construida al frente del terreno habita
mi hermano.
Mi hermano se casó. Yo, de pequeña tuve una afección de polio-
mielitis, dejándome con una limitación parcial en brazos y piernas.
La misma no fue un obstáculo para caminar y desarrollarme en
las actividades de la vida diaria. Fui a la escuela obteniendo muy
buenas calificaciones.
Los domingos junto a mi papá íbamos a la misa de la capilla del
Divino Rostro.
Me siento orgullosa de haber tenido un padre tan humano, tan
comprensivo y con tanta paciencia. Los míos, han sido un ejemplo
de vida. Lucharon en la Argentina hasta lograr un bienestar para
la familia y en especial para nosotros, sus hijos.

97
-Assunda Federeci y Michele Dini Roma (1946)

98
Familia: FEDREGUCCI- PAOLINI
Relata: Enzo Paolini

R afael (Raflin como lo llamaban) nació el 22 de febrero de 1912


en Peglio, provincia de Pesaro. Todos en su familia eran cam-
pesinos, trabajaban la tierra sembrando trigo.
Se casó en el año 1937 con María Fedregucci en su pueblo Peglio
(PS). De esta unión nació su hijo Enzo Paolini, el 25 de febrero de
1939.
A fines de 1947, vinieron a la Argentina en el barco “Santa Fe”.
Esta decisión fue tomada por la situación económica que estaban
pasando, conflictiva familiar y con anterioridad parientes se ha-
bían trasladado a ese país.
En el barco vinieron con dos hermanos de María, Otelo y Pas-
cual y estos con sus familias. Al desembarcar vinieron directo a
Mar del Plata donde se encontraron con sus parientes. Esto ayudo
para que su adaptación a un nuevo país fuera satisfactoria.
Enzo curso sus estudios primarios en la Escuela Nº 10 y poste-
riormente se cambió a la Escuela Nº 5 donde terminó. Se integró
sin dificultad con sus compañeros.
María trabajaba cuidando chalet (caseros) y Rafael en la cons-
trucción. Posteriormente se asociaron con dos tíos y se dedicaron
hacer casas y venderlas. Luego compraron el Hotel Sousa y en el
año 1972 construyeron el actual Hotel Sousa ubicado en Rawson y
Alsina, donde siguen desarrollando la actividad hotelera.
Enzo realizó sus estudios universitarios en Buenos Aires. Luego
en el año 1962 se casó con Marta Galbani y tuvieron tres hijos:
Alejandro, Miguel y Alicia Paolini.
Alicia socia de la URM, fue Profesora del cuerpo de baile de la
Unión Regional Marchigiana. Este cuerpo representó a la Institu-
ción en todos los eventos de las colectividades italianas y cultura-
les.
Siempre siguieron conectados con sus compatriotas italianos,
sobre todo con Celeste Grassi. Fueron socios fundadores de la
Unión Regional Marchigiana con el fin de reunir a inmigrantes
marchigianos y sus descendientes que residían en la ciudad.
Enzo fue delegado de los Marchigianos en Mar del Plata, Buenos
Aires e Italia hasta el año 2008. Posteriormente sigue siendo socio,
dejando la Comisión por problemas familiares.

99
MARTA GALVAN (novia) Enzo Paolini ...Sra Maria Pedregucci
Elpidio Fedregucci

100
Familia: FELICI - FEDREGUCCI
Relata: Matías Marini

H abitó en un apacible barrio marplatense. Se llamaba Pas-


quale Fedregucci. Era de contextura robusta, de celestial
altura y andar cansino, imponiendo respeto con su sola presencia.
De ojos azules, quizás tan intensos como el océano Atlántico que
tantas veces acarició. Compartió su vida con su esposa Rosa, su
único hijo Juan Carlos, su nuera Nelly y sus tres nietos: María Pía,
María Cecilia y el menor, Juan Ignacio.
Él comentaba sobre este nieto, que pateaba la pelota en el patio
de la casa mientras Pasquale recibía visitas: “el consuelo del non-
no”.
La ciudad de Peglio, provincia de Pesaro, fue su cuna el 24 de
septiembre de 1920, cuando ni siquiera Il Duce había avanzado so-
bre Roma. Fue miembro de una familia de campesinos celosos del
trabajo sobre la tierra. Cuando ingresó al servicio militar anduvo
de aquí para allá hasta trascender las fronteras de Italia y pisar
suelo albanés y montenegrino, futuras tierras de odio y segrega-
ción racial. Belluno, Ferrara, Bari, Trieste, Gorizia fueron algunas
de las paradas en su itinerario como militar y luego carabiniere.
Su recorrido tuvo por corolario el fin del segundo conflicto bélico
mundial. Sus padres, un hermano y dos hermanas aguardaban su
regreso.
Unos tíos, residentes en Argentina desde la segunda gran ola
inmigratoria, clamaban por la presencia de su sobrino. Pasquale
decidió viajar, pero antes se comprometió con Rosa, quien se des-
empeñaba como modista de hombres a solo 40 kilómetros.
Dieciocho días en el buque “Santa Fe”, que partió del puerto de
Génova, fueron los necesarios para divisar la costa atlántica. Ca-
torce meses después, sus padres y hermano transitaron la misma
ruta hacia “El Granero del Mundo”, la Argentina.
Su primer trabajo fue de ayudante de cocinero. Más tarde fue
jardinero y albañil. Es como estar en mi pueblo, decía, por la enor-
me presencia de coterráneos que hablaban su dialecto.
Pudo reencontrarse con su paisaje nativo en cuatro oportunida-
des: 1980, 1986, 1988 y 1992.
Pasquale siempre aseguraba con un dejo de resignación que ex-
trañaba Italia. Sus suegros insistían hasta el hartazgo en que de-

101
bían retornar a la península, pero la descendencia que tuvieron ya
había echado sus raíces en Argentina.
A dos puntas, con sus dos patrias, Argentina fue más fuerte.
Siempre decía: Io l´Italia la baccerei di punta a punta” (Yo a Italia la
besaría de punta a punta).
ANCHE NOI, CARO PASQUALE, ANCHE NOI.

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Familia: GALBIATI - PALMA
Relata: Susana Palma de Florida

A quí inicio el milagroso evento, de recopilar mi existencia.


Con la esperanza de agradecer con honor y gentileza, a mis
amados antepasados, que un día, hicieron la continuidad de esla-
bones, que hacen posible, hoy y gracias a otras vidas que planea-
ron este recuerdo.
Siento un orgullo que no me pertenece al reconstruir esta histo-
ria, en una parte de la amorosa rama de mis bisabuelos y abuelo
paterno. Eslabones de una cadena de oro y plata, con mucho tra-
bajo, empeño esfuerzo y lucha por ellos realizados.
Mi nombre es Susana Palma, nací en Mar del Plata, en una casa
que aún perdura, en la calle Moreno 2548. Soy hija de Romeo Raúl
Palma uno de los nietos de Hugo Galbiati, de quien comienzo a
contar la historia.
Ugo Galbiati fue uno de los pioneros que actuó en la primera
hora de Mar del Plata, cuando todo estaba por hacerse, desarro-
llando actividades de significación en las horas liminares del bal-
neario.
Nació en Milán en diciembre de 1853, radicándose en Chaca-
buco, provincia de Buenos Aires, donde contrajo enlace en el año
1880 con Justina Aragón. Buscando nuevos horizontes decidió
trasladarse a Mar del Plata, que comenzaba a figurar tímidamente
en la carta geográfica de los últimos decenios del siglo XIX.
Mi bisabuelo fue un hombre de iniciativa, talento y gran capa-
cidad constructiva. Ocupó un puesto de vanguardia, habilitando
una de las primeras boticas, en la calle San Martín esquina Córdo-
ba; en el solar que ocupa hoy el Banco Provincia de Buenos Aires.
Su trayectoria evocada puede seguirse a través del primer pe-
riódico de Mar del Plata “El Bañista”. En el número inicial, en la
primera página se lee en aviso destacado “Fotografía del Puerto de
Galbiati yValentín”. También creó la “Sociedad Filarmónica Cos-
mopolita”, fue su secretario. Esta asociación reunía a músicos,
aprendices y aficionados, su director era Antonio Maranesi. Otros
integrantes de la Comisión directiva eran Bautista Crivelli, Eduar-
do Peralta Ramos, Clemente Cayrol, Ovidio Zubiaurre, Pedro S. No-
guez, Alejandro Camusso, Bernardo Ricaud, Juan B. Goñi, David
Durante, Felix Cayrol, Antonio Valentini, Alfredo Martinez Baya,

103
Cristobal Errea, Carlos Riva, Cipriano Larrea, Ernesto Fappoli,
Carlos Lanfranconi y Casio Macchiaroli. Todos ellos eran figuras
destacadas del ambiente local.
Ugo fue también representante de la Compañía Italiana de Na-
vegación “La veloce”; que generaba competencia en esa época en-
tre las empresas navieras, cobraba 12 pesos para viajar a Italia,
mientras que el pasaje normalmente costaba 60 pesos en otras
empresas navieras.
La botica de Galbiati como mencioné, ubicada en pleno centro
de la ciudad, tenía detrás, una amplia galería fotográfica. En la es-
quina se observaba un patio, y en el lado opuesto, las habitaciones
de la familia.
Mis bisabuelos Ugo y Justina tuvieron siete hijos: Amelia nacida
en 1882, Irene, Rodolfo Juan, Arnoldo, Emma en 1892, Hugo y Ro-
meo. A partir del año 1901 se trasladó toda la familia a la ciudad de
Bahía Blanca, viviendo en la calle Pasco 80. En esta ciudad nació
su último hijo, Julio Antonio. Luego se mudaron a Estomba al 300
donde falleció en el año 1933. Seis meses después murió Justina.
Guerino Palma oriundo de Loreto, llegó a Bahía Blanca aproxi-
madamente en el año 1906. Loreto se encuentra en la provincia de
Ancona (Le Marche), famosa por ser sede de la Basílica de la Santa
Casa, un popular lugar de peregrinación, que permite buenas vis-
tas de los Apeninos al mar Adriático.
Se relacionó con la colectividad italiana y es allí donde conoció
a Emma Galbiati, la hija de Ugo, de la cual se enamoró. Mi abuela
Emma se casó a los 16 años. Mi abuelo Guerino Palma era muy
seductor, coqueto, le gustaba vestirse bien, usar colonias y lucía
con elegancia sus gemelos de oro.
El abuelo Guerino, se dedicaba a la construcción, y hoy actual-
mente se pueden ver en Bahía Blanca, casas construidas por él.
Debido a la enfermedad que padecía, sus hijos lo hicieron atender
en Buenos Aires y es allí donde falleció, a la edad aproximada de
58 años. De ese matrimonio nacieron los cuatro hijos: Guerino,
Hugo, Amelia (mi querida tía) y Romeo Raúl en el año 1913, que
fue mi adorable papá.
Mi abuelita Emma, me regaló los momentos más felices de mi
infancia. Jugaba conmigo, me hacia vestidos para mi muñeca, me
enseño a bordar, aprendí el punto cadena y el yerba. Con ella coci-
né mi primera torta de manzana, me regaló momentos únicos que
me sirvieron para recordar y así aliviar, las angustias que la vida

104
siempre nos reserva. Su amor y compañía me acompañan hoy y
su “estampa” está siempre en el bolsillo de mi alma, adonde nunca
nada se pierde, y siempre se puede sacar para volver a ver.
Nota: algunas pequeñas partes del presente escrito fueron ex-
traídos de un artículo elaborado por Roberto Barilli publicado en
la “Revista Mutual”, Nº 11, año 1972.

Arriba, de izquierda a derecha: Romeo Palma - Irene Galbiati - Hugo


Palma - Julio Galbiati -
Sentados: Emma Galbiati - Hugo Galbiati - Agustina Aragón -
Guerino Palma
Sentada en el piso: Amelia Palma
Bahía Blanca (1930)

105
Familia: GENTILLOTI - PESCIARELLI
Relata: Silvia Pesciarelli

N ací el 23 de octubre de 1923 en Sassoferrato, Provincia de


Ancona, Región de Le Marche, Italia, Mis padres eran Gino
Pesciarelli y Elisabetta Gentilloti. Mi hermano, Spartaco Pesciare-
lli.
La historia de mi familia comienza con los primeros "explorado-
res" italianos que decidieron, con sus “valigie” llenas de esperanza
tomar está ruta, la de Argentina, tras un largo viaje en barco el
"Conte Rosso”. Mi padre Gino Pesciarelli, mi tío Menguino Pescia-
relli y un amigo Cafiero Tassi, pisaron suelo argentino en el puerto
de Buenos Aires tres años antes de nuestro arribo, en vez de emi-
grar a los Estados Unidos (porque habían cerrado la migración)
como otra parte de nuestra familia.
Nosotros viajamos en el "Conte Verde", junto a mí ma-
dre, mí hermano y la señora de Cafiero Tassi y sus dos hi-
jos. A tan corta edad, mantengo intactos los olores de esa
travesía a través del Atlántico que consisten, en una mez-
cla del gasoil del buque, con la cebolla y el puerro del "puche-
ro argentino”, me acompañan en mis más frescos recuerdos.
De esa manera, plenos de entusiasmo, tras quince días de viaje
desde Génova, arribé al país a los cuatro años de edad, el 14 de
septiembre de 1927.
Nuestra consigna era clara: ¡veníamos a “laburar"! al igual que
muchos otros “paesanos” que llegaban a la Argentina. Como a tan-
tos otros, nada nos fue fácil, no éramos bienvenidos; más bien éra-
mos recibidos con total indiferencia. 
Hombres, mujeres y niños, que llegábamos con la única opción
de progresar mediante nuestros oficios o lo que pudiéramos hacer
dignamente trabajando, para llevar el pan a la mesa de la familia y
tratar de construir un futuro en éstas tierras, en el cual todo esta-
ba por hacerse. Tanto empeño se puso en cumplir ese objetivo, que
en el lenguaje diario se reemplazó la palabra "trabajo" por "laburo",
derivada del verbo lavorare, que, en el idioma de Dante, significa
trabajar. 
No faltará hoy día quién diga que tuvimos “suerte". La suerte
que nosotros mismos construimos después de años de sacrificio
y perseverancia con un profundo compromiso por sacar adelante

106
a nuestras familias, a las que consagramos y dejamos como ense-
ñanza a nuestra descendencia, que la buena fortuna se alcanza
con compromiso y con actitud, padre y madre de la buena suerte.
No conocíamos el lenguaje, lo hablábamos a media lengua, y tampoco culpá-
bamos a nadie de nuestra realidad, solo deseábamos que se nos permitiera trabajar
y poder dar lo mejor, para salir adelante. En Sassoferrato, papá ejercía el oficio de
operario en la fábrica de armamento y mamá se dedicaba a criar gusanos de seda.
En Buenos Aires, papá se empleó en una fábrica de cocinas económicas y mamá
fue pantalonera. En Mar del Plata, al llegar, papá consiguió trabajo en el puerto,
como Mecánico Naval. Luego fue contratado por la Ford (de los hnos. Stantien)
hasta que se independizó asociándose con el que luego sería su yerno, Domingo
Troiano (hijo menor de tres hermanos, con padres emigrantes italianos, pero de la
región de Calabria) montando su propio Taller Mecánico.
Vivíamos en la calle Mitre al 3100, en un chalet de dos plantas más tres depar-
tamentos, que fue construido por partes. Arrancando desde una casilla de chapa
(1931) hasta su culminación en el año 1945. No me costó integrarme a esta nueva
sociedad y cultura por mi corta edad, pero sí tengo una anécdota de mi niñez que
describen esos primeros años de vida en este país que nos albergó: mi idioma de
nacimiento les causaba mucha gracia a los niños argentinos en la escuela prima-
ria, era blanco de bromas y burlas, fue por esa razón que decidí bloquearlo en mi
cabeza.Y nunca más volví a hablarlo con fluidez.
Tuve una infancia y adolescencia normal, acompañando a mis padres en las
distintas obligaciones que me imponían. Dejé la escuela primaria en sexto grado
para cuidar a mi madre, y nunca pude terminarla. A los diecinueve años me casé
con el que fue mi marido hasta el momento de su partida y fui madre de dos hijos,
Silvia y Carlos, que me dieron cada uno dos nietos, Pablo, Flavia, Maximiliano
y Georgina. 
Tengo seis bisnietos, Flavia me dio al primero, Emmanuel.  Luego Georgina
tuvo a Candelaria. Pablo tuvo a Martina y luego a Tomás y por último llegaron las
gemelas de Georgina, Alfonsina y Milagros. Maximiliano todavía no tiene hijos.
Nunca más, regresé a mi tierra. Por miedo a volar. Hoy tengo casi 93 años y los
recuerdos de mi infancia y juventud siguen latentes en mi corazón.

Familia Pesciarelli - Gentilloti


en Argentina

107
Familia GHELFI - RANZUGLIA
Relata: Ana María Ghelfi Ranzuglia

M i chiamo Ana María Ghelfi Ranzuglia, abito in questa bella


città di Mar del Plata dall’anno 1995. Ho 73 anni e sono
discendente dei miei nonni, paterni e materni, venuti dall’Italia.

Famiglia GHELFI
Il nonno Guglielmo Ghelfi, nato a Piozzano, Provincia di Piacen-
za, della Regione Emilia-Romagna, il 7 di Agosto 1876, essendo i
suoi genitori Rodolfo e Amalia Marchetti.
Mia nonna Emma Ettorina Romani, nata a Gazzola (nella stes-
sa provincia del nonno) l’8 Novembre 1876, e i cui genitori furono
Carlo e Carolina Scrivani, i quali hanno avuto 10 figli (7 maschi e
3 donne).
Quando il nonno Guglielmo diceva ai fratelli che la sua fidanzata
stava in Italia, loro no lo credevano, ridevano, ma era vero!! Per-
ché? Lui a 19 anni ha viaggiato solo in Italia a chiedere permesso
ai genitori di Emma per sposarla; ed il 7 Febbraio 1896 arriva da
Genova a Buenos Aires a bordo del vapore Manila, lasciando stu-
pefatti ai suoi fratelli.
I genitori della nonna Emma hanno fatto l’Accordo di Matrimo-
nio a Gennaio 1896 (ho l’Assenso di Matrimonio del 17 Dicembre
1895).
Con il passaporto rilasciato a Piacenza il 27 Dicembre 1895,
Emma viaggiò nell’Argentina, Rosario, Provincia di Santa Fe, nel
vapore Manila –sola a 19 anni- il 15 Gennaio 1896.
Si sposarono a Villa Gobernador Galvez, vicino a Rosario. Dopo,
i miei nonni si spostarono ad Alcorta, Provincia di Santa Fe, dove
anch’io sono nata.
Questa città, Alcorta, storicamente si conosce dalla rivolta agra-
ria, con maggioranza di contadini italiani e spagnoli, come “El Gri-
to de Alcorta”. Questa rivolta percorre tutta la zona della “pampa”
e, políticamente si riconosce la nascita della “Federación Agraria
Argentina”.
I fratelli Ghelfi di Alcorta uscivano sempre insieme. I vicini dice-
vano: “La vanno i “gringos” Ghelfi, nessuno osava dire niente per-
ché erano uniti (erano 7).
Ogni domenica visitavamo alla nonna con mia cugina Marta.

108
Ritornavamo sempre con un mazzo di rose. Che felici eravamo noi
due!
I miei nonni morirono ad Alcorta!
Secondo il racconto dei nonni, il cognome Ghelfi deriverebbe da
“guelfi” (vicini ai Papa) che nell’antitichità si scontravano con i Ghi-
bellini (vicini alla monarchia).

Famiglia RANZUGLIA
Mio nonno Giulio Ranzuglia, nato a Pollenza (Provincia di Ma-
cerata, Regione Marche), il 15 marzo 1882, essendo i suoi genitori
Luigi e Mariana Foglia.
Mia nonna Annita Ranzuglia, nata a Treia nella stessa provincia
del nonno, il 23 Febbraio 1890 ed i genitori furono Ilario e Virginia
Zamponi (morta in Italia). Incredibile, due cugini in matrimonio!
Sempre lo dicevo.
Annita aveva un fidanzato che era giardiniere.
Lei viaggiò a Buenos Aires, Argentina, con suo padre. Il nonno
Giulio è arrivato in Argentina dopo l’arrivo della nonna Annita. I
miei due nonni da prima non si conoscevano però, qui in Argenti-
na, Giulio con frequenza visitava suo zio Ilario e sua cugina Annita.
Un giorno, Giulio offerse a Annita un anello d’oro con un dia-
mante dicendo: “Che lo accettasse come fidanzato o come cugino”.
Il padre di Annita, Ilario, disse che Giulio doveva essere il suo fi-
danzato (questo detto da mia madre). Si sposarono a Buenos Aires
il 9 Ottobre 1909, lei a 19 anni.
Hanno avuto 7 figli (4 maschi e 3 donne). Dopo un tempo si
spostarono ad Alcorta, Provincia di Santa Fe, dove il nonno Giulio
era compratore di cereali, che in quel tempo avevano riduzioni di
prezzo sfavorevoli. Cosí non poteva pagare a tutti i contadini, che
in quei tempi fare un cosa simile era una vergogna.
Un giorno Giulio, senza dire niente a nessuno fuggì a Montevi-
deo.
La nonna Annita, molto triste, sentiva che la gente la salutava-
no, beffandosi, dicendo: “Tuttavia non è morto nessuno”.
Giulio aveva risolto il suo suicidio. In quel momento vide la im-
magine di suo sorella morta in Italia, che gli diceva: “Giulio, che
fai? Questo non é l’affare di un cattolico!” Loro erano molto religio-
si.
Dopo di aver sofferto tanto, Giulio ritornò ad Alcorta, dove mori-
rono i due nonni.

109
Ancora vedo al nonno Ranzuglia sempre prolisso, con l’orologio
e la sua catena d’oro in tasca.
Questo racconto l’ho scritto in italiano, perché sebbene sono ar-
gentina di nascita, il mio cuore ed il mio sangue sono italiani.
Italia la bella, la colta, quella di Dante Alighieri, Michelangelo
Buonarroti, Leonardo Da Vinci, la culla del Rinascimento con tanti
grandi uomini: Pittori, scultori, scrittori famosi!
La mia anima è italiana.

La abuela Emma Romani antes de partir para América (tercera de la


izq.) Piacenza-Italia, 1914

110
Familia: GIACOMINI - FULVI
Relata: Mary Fulvi

M is abuelos maternos (Giuseppe y Felicia Giacomini) vinieron


a la Argentina el 18 de marzo de 1927, en el barco “Ammi-
ralio Bettolo” de la compañía Transatlántica Italiana desde Napoli
a Buenos Aires. Llegaron con mi mamá (Quirina, “Guerina”) de 11
años de edad y dos hermanos mayores (Adolfo y Pascual). Vinieron
en busca de trabajo y prosperidad. Además, mi abuelo ya presentía
una segunda guerra y venía en busca de paz ya que había perdido
familiares en la primera guerra mundial. En cambio, mi padre (Be-
nedetto Fulvi) llegó a los 18 años sólo en busca de una vida mejor.
Su llegada fue en 1923, también por la compañía Transatlántica
Italiana.
Una vez instalados acá, mis abuelos maternos tuvieron una
pensión, que todos conocían como “lo de la abuela Felicia”, donde
hospedaban y les preparaban la comida a otros inmigrantes. Lle-
garon a albergar y cocinar para hombres solteros, generalmente,
quienes trabajaban para poder traer a sus familias italianas. Fue
allí donde mi madre y mi padre se conocieron. Él asistía a la pen-
sión de mis abuelos para almorzar o cenar. Mi madre ayudaba con
los quehaceres, y ya de más grande y casada atendía casas en la
zona del barrio Los Troncos, cuyos dueños le confiaban su cuidado
y mantención mientras no estaban en invierno.
Cuando mi padre llegó, comenzó a trabajar de jornalero y, poco
a poco, fue incursionando y afianzándose en la electricidad. Enton-
ces logró traer a la Argentina a sus hermanos (Alfonso y Rodolfo).
Alfonso llegó soltero y trabajó de jornalero, colectivero de "La Mar-
platense", y luego de electricista en la Usina eléctrica el resto de su
vida. Aquí se casó y tuvo dos hijos (Jorge y Susana). Por otro lado,
Rodolfo llegó tiempo después, ya casado con Aurelia. Ellos fueron
caseros en principio, y Rodolfo jardinero también. Mientras tanto,
Aurelia trabajaba en el lavadero del Hotel Hermitage durante los
veranos, y con el pasar de los años fue jefa de lavandería. Ellos vol-
vieron varias veces a su querida Italia a visitar a la familia de ella.
Mis padres se casaron acá en Mar del Plata, en el año 1936.
Tuvieron tres hijos: José Gerónimo, Rómulo Benedicto y a mí (Ma-
ría Felisa). Mi padre falleció joven, por lo tanto, mi madre nos crio
prácticamente sola. Mis hermanos siguieron los pasos de mi padre

111
en los trabajos de electricidad y yo colaboré desde los trece años
con mi madre en el almacén que teníamos (“La Martona”). Era uno
de los primeros almacenes que había, ubicada en la calle Córdoba
y Peña.
Asistí al colegio Divino Rostro dirigido por las monjas donde
también funcionaba un hogar de niñas. De adolescente iba a bailes
con la mamá de mis amigas. Frecuentaba el Centro Italiano (CIM) o
los típicos “asaltos” que se organizaban en casas particulares.
Pasaron los años y mi hermano mayor (José) se casó y tuvo tres
hijos: María José, Verónica y José Adrián Fulvi. Actualmente es
abuelo de seis nietos: Agustín, Morena, Juan Manuel, Candela,
Gerónimo y Santiago. Por su parte, mi hermano menor (Rómulo)
también se casó, pero no tuvo hijos. Finalmente, yo contraje matri-
monio con mi novio de toda la vida José Santos Aello, descendiente
de inmigrantes sicilianos y tuvimos dos hijos: Florencia y Germán,
padre de mi única nieta Sofía.

Relata: José Gerónimo Fulvi

N ací en Mar del Plata en la casa de mis padres ubicada en la


calle Primera Junta casi Olavarría. Mi padre era Benedetto
Fulvi y mi madre Guerina Giacomini .
Contaré pequeñas partes de mi querida vida: siempre pienso
que Dios no me quiere o me quiere mucho, y el diablo me tiene
miedo y quiere que siga así.
En una oportunidad mi madre sentía dolores, concurrió al médico y le infor-
maron que tenía un fibroma y que debía ser operada. No conforme con ese diag-
nóstico acudió a realizar una interconsulta con su médico de cabecera el
Dr. Benigno González Sueyro. Este profesional le comunicó que
el bendito fibroma tenía “patitas”. Con el tiempo nací yo, pesando
nada más ni nada menos que 5 kilos. La alegría de mis padres fue
total, era el primogénito.
Otro recuerdo que tengo de mi infancia es que mi madre llevó a
sus tres hijos, yo de 12 años, y mis hermanos María Felisa y Ró-
mulo de 7 y 2 años respectivamente, a la playa. Estábamos en el
famoso espigón de Gancia en pleno centro de Mar del Plata. Jugá-
bamos con la arena a la orilla del mar, bajo la estricta vigilancia
de mi madre, “la que le tenía mucho miedo” a esa inmensa masa
de agua, sumado a la gran cantidad de gente. En un determinado

112
momento, mi mamá siente un intenso ruido proveniente del mar,
nos toma en forma urgente de la mano y nos lleva presurosamente
hacia la zona de pared para apoyarnos y protegernos de una ola
gigante. Para mi era inmensa. La ola rompió a pocos metros de
nosotros y vimos como arrastraba todo a su paso. Incalculable el
daño. Y pienso otra vez “tuve suerte.
Un día de mucho sol en la playa Bristol entre los lobos marinos,
fuimos al mar con mi amigo Cacho Lódola. Teníamos para flotar
una cámara de auto, yo no sabía nadar, él sí. Como estábamos
muy en la orilla, él graciosamente (como era su forma de ser) me
empujó hacia adentro, le repetía una y otra vez “hasta acá nomas
por favor que no hago pie”, con tan mala suerte que una ola me
arrancó el flotador; asustado, vino otra ola y me arrastró, desespe-
rado mi amigo logró tomarme de los pelos (por suerte tenía mucho
pelo). Llegaron los guardavidas, me sacaron, me pusieron sobre la
arena, boca abajo “nunca tragué tanta agua” No lograba reaccio-
nar, los guardavidas estaban enojados y preocupados, me llevaron
hasta el servicio de emergencia y “otra vez me salvé”. Por eso ese
dicho que siempre llevo conmigo: Dios no me quiere o me quiere
mucho, y el diablo me tiene miedo y quiere que siga así
Hablar de la fiesta de los marchigianos es emocionante. Mi re-
cuerdo viaja hacia las primeras fiestas que se organizaban en el
Hotel Pujol (Las Heras casi Alberti). Los hombres se hacían cargo
de los gastos del salón, bebidas y música. Las mujeres llevaban
tortas ¡Y qué tortas!! ¡A cuál mas rica! Teníamos un amigo llama-
do Pascual Painelli que tocaba el acordeón que contaba con 120
bajos. Tocaba toda la noche, hasta la madrugada, era incansable,
pero había que surtirlo de combustible: vino y torta. Su hermano
Antonio Painelli (dueño de calzados “Pagi”) como buen hermano se
encargaba de esa función.
Jose Dormi era un incansable bailarín. Cuando tocaban un vals
giraba, giraba en ligeros círculos: usaba unos zapatos duros y gran-
des, si te descuidabas y te pisaba, debías hacer un reposo sentado
para que el dolor del pié disminuyera. También ocurría esto con
Roberto Miliffi y su señora Margarita, cuando danzaban “córrete
que te llevan por delante” ¡La verdad que una cosa es contarlo en
un papel y otra es vivirlo! Los italianos al son del acordeón cantá-
bamos canciones típicas italianas, ¡todos a coro! Era maravilloso.
Quisiera contar un recuerdo muy gracioso. Muchas veces iba a
bailar y los famosos sabañones me martirizaban los pies. Un día

113
voy a la farmacia y le pido al farmacéutico algo para disminuir la
picazón y el dolor. Me dio un frasco con pincel y me dijo que me
pasara por donde tenía tanto prurito. Yo, entusiasmado pincelé los
dos pies, usando el total del frasco. Esa noche baile, baile, baile
como nunca, no sentía picazón ni molestias. Al otro día fue el pro-
blema ya que se me salió la piel desde la punta de los dedos hasta
el talón, los tenía en “carne viva”. Increíble. Una cosa logré: los pies
no me dolieron nunca mas. Y podía bailar y bailar sin parar. Así
fue como disfruté de las fiestas en el famoso Hotel Hurlingam (hoy
destruido). Nos ayudábamos unos a otros para organizar la cena,
el salón y el “Quincho”. Fue una de las etapas más hermosas de
mi vida.
Con el tiempo contraje matrimonio con la que sería mi adorada
esposa Nilda Inés Moretti, oriunda de Necochea. Tenemos tres hi-
jos, la mayor, Maria José que llegó luego de cuatro años de espe-
rarla. Después la vida nos premió con Verónica Gabriela y el menor
José, que siguió la misma profesión mía y de su abuelo o sea elec-
tricista. Mis nietos son Morena, Agustín, Gerónimo, Juan Manuel,
Candela y Santi.
Escribir esta historia me dio mucha felicidad. Lo mismo deseo a
todos los que comparten las “historias de vida” con la Union Regional

BenedetoFulvi - Guerina
Giacomini Mar d Pata, año
1935

114
Marchigiana.

Familia: GIOVAGNOLI - BALDUCCI


Relata: Renata Balducci

S oy Renata nacida en Italia, hija de Clementina Giovagnoli y


Nino Balducci, originarios de Sant’ Angelo: pueblito ubicado
en la provincia de Pesaro y Urbino. Relato esto en nombre también
de mis hermanos: Franco, mayor que yo y Claudia, la menor que
nació en Argentina.
En el año 1946, después de haber terminado la Segunda Guerra
Mundial, mis padres decidieron casarse, y de esa hermosa unión
nacimos nosotros. A mi padre, con todo el dolor de su alma duran-
te la contienda, lo convocaron para participar en la guerra, cum-
pliendo con varias responsabilidades y compromisos que no hu-
biese querido afrontar ni cumplir. Por ejemplo, fue chofer de varios
móviles y hecho prisionero en Rusia, pasando allí y en otros países
de Europa, el sufrimiento y necesidades que todos sabemos. Tam-
bién hizo guardia en la tumba que contenían los restos del hijo de
Mussolini.
Mi madre cuidó en forma voluntaria a enfermos y heridos de la
guerra en su pueblo. Durante la contienda militar nuestra casa
quedó averiada por una bomba. Una amiga de ella fue alcanzada
por un estallido, que dispersó su cuerpo quedando el corazón en
sus manos (eso contaba mi mamá con lágrimas en los ojos, recor-
dando a su amiga).
Por todas esas horribles vivencias y experiencias, y viendo como
su país había quedado desbastado, pobre y con la amenaza de una
inminente Tercera Guerra, decidieron venirse a la Argentina al ser
llamados por sus tíos. Mi papá soñaba con tener una bicicleta y
mi abuelo se la compró, pero ¡la tuvo que vender para adquirir los
pasajes que nos traerían a la “América”!
Con la esperanza de encontrar un futuro mejor, dejaron familia-
res, amigos y su amado pueblo Sant ‘Angelo in Vado, y la cascada
de agua (orgullo de ese pueblo), formada por el río Metauro que
recorre la región de Le Marche. Mi mamá nos contaba que lavaban
la ropa a orillas del “fiume” (río), con calor o con frio.
Un día de agosto de 1949, en el puerto de Génova nos subimos
al barco “Julio Cesare” y acá estamos por supuesto. Mi padre, des-

115
pués de muchos trabajos junto a mi madre, permitió que lográra-
mos estabilizarnos lo mejor que pudimos. Tuvo un camión con el
cual transportaba lo que sus paisanos italianos le demandaban,
como materiales o mudanzas. Recuerdo que cuando se le rompía
veía desvanecerse sus ahorros en arreglos mecánicos (motor, rue-
das, chapa).
También se desempeñó junto a mi mamá como casero del chalet
de la familia Picaluga, (una hija descendiente de esta familia, se
la ve comúnmente en los almuerzos de Mirta Legrand) que ocupa-
ba una manzana entre las calles Almafuerte, Alsina, Olavarría y
Laprida. Los dueños, ya muy grandes, veraneaban en familia junto
a su hija y sus dos nietas. Recuerdo que tenían chofer con guantes
blancos, que los trasportaba a la Iglesia Divino Rostro que quedaba
a una cuadra de distancia.
Durante la caída del gobierno de Perón, en el puerto de Mar del
Plata bombardearon los tanques de YPF instalados ahí. Mi madre,
mucho antes de sentir el estruendo, y ante el simple sentir del ru-
mor de los aviones, nos dijo: “Nos van a bombardear” y, de inme-
diato, nos llevó al subsuelo de la casa. ¡Así recordaba ella con dolor
el ruido de los aviones en Italia!
Nino cuidaba del jardín y, en sus últimos años, se dedicó a la
jardinería, profesión que le permitió formar junto a nosotros un
futuro digno y una gran- hermosa familia. Tanto en Italia, como en
Argentina, somos un montón de gente hermosa. La vida me dio la
dicha de tener seis sobrinos.
Mi hermano mayor, Franco Balducci, me regaló tres sobrinos:
Fernanda, Mariela y Pablo. Mi hermana menor, Claudia Balducci,
me premió con Roberto, Melisa y Rodrigo. Hoy mis padres ya no es-
tán con nosotros, pero no pasaron desapercibidos por el amor que
nos brindaron, permitiendo ser personas llenas de agradecimiento
a la vida.
Quisiera agregar que yo, por circunstancias de la vida, desde
muy pequeña tuve que enfrentar una enfermedad crónica. Des-
pués de haber llegado a la Argentina y, con solo dos años, desen-
cadené un problema de salud complejo y largo, el cual me ha deja-
do con una severa discapacidad. Mis padres recorrieron médicos,
hospitales y especialistas. En Cerenil, en la época en que estuve
con el Dr. Tesone tuve mucha contención, capacitándome como
“exitosa encuadernadora”.
Gracias a mi temperamento, y a la ayuda invalorable de mis

116
padres, logré superarla, aunque no fue fácil insertarme en la so-
ciedad. He tenido complicaciones, pero estoy contenta de haber
logrado adecuarme y ser respetada. Mis sobrinos me han brindado
la posibilidad de disfrutar de mis siete sobrinitos nietos llamados
Lucas, Facundo, Valentina, Tomas, Santiago, Kiara y Agustín.
La vida me ha premiado con el amor de mi vida que es Omar Mu-
jica, el cual ha sufrido un severo accidente que lo dejó con una leve
discapacidad motora. En esta etapa de mi vida, vivo la experiencia
de ‘un gran amor’.”

Nino Balducci y Clemetina Giovagnoli con sus hijos


Franco, Claudia y Renata (1964).

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Familia Giovagnoli - Villarreal
Relata: Mario Rio Aldo Giovagnoli

E l señor Mario relata su historia visiblemente emocionado.


“Vivía en un pueblito muy chiquito que pertenecía a Offag-
na, era un poblado pequeñísimo de unas 10 casas. Actualmente,
tengo 91 años, y nací un 28 de junio de1924, en la provincia de An-
cona. Cerca de allí vivían mis abuelos por parte materna, pegado
a la Iglesia Santa Lucía. Se dedicaban a ordenar, limpiar y cuidar
dicho templo. A veces, ayudaba a mi abuelo en la Iglesia.
En Offagna había tres iglesias: Santa Lucía, Santísimo Sacra-
mento, y la del convento llamado Santo Tomaso. Mi mamá un día
me hizo una túnica y la lucía en los días de procesión. Los domin-
gos llevaba el estandarte mientras la orquesta tocaba adelante. En
esa banda, mi tío era uno de los integrantes. El cura le decía a mi
mamá “que pena que te vas a América porque habría hecho cura
a tu hijo”.
Un día mi papá se disfrazó. Consiguió una cabeza de vaca se
puso el yugo y así asustaba a la gente, y terminó preso. Enfrente a
la cantina de mis nonos había un “machelaio” (carnicería). Vi que
traían una vaca viva y la metieron en un pasillo al costado de la
carnicería, tirándola con una soga. También vi a un señor con un
martillo con el cual le dieron un “mazazo”, ¡quedé muy impresio-
nado!
En el pequeño pueblo había plantaciones de vid. En la época de
la cosecha, llegaban los carros tirados por bueyes llenos de uva.
Había un murallón llamado Conde Mala Cori, los chicos jugába-
mos allí, y en la parte de atrás aprovechábamos a juntar la uva.
Recuerdo que pasaba un pescador gritando “chi vuole vongole”
(quien quiere almejas) y la gente salía a comprar.
“I contadini” (campesinos) en los días domingos, llegaban con su
mejor ropa para la Santa Misa, y a la salida se reunían para hablar
y contarse cosas. El sacerdote se llamaba Don Quinto y mi papá
cuando lo veía le decía “eh Quinto, ve a fare il amore” (eh Quinto,
anda a hacer el amor).
Los campesinos que venían a la Iglesia le traían a la nona pro-
ductos del campo. Le decían que era para “il prete” (el cura) y mi
abuelo a veces lo repartía entre sus hijos. Me apenaba mucho que
no le daban nada a mi mamá ni a mi papá porque no era religioso.

118
Por parte paterna, la nona Pascualina se dedicaba al desarrollo
del gusano de seda, para después hilarlo. Pasaban mercaderes que
compraban dicha producción. Yo acompañaba al abuelo paterno,
(il nono Nanni). Él tenía cabritos y chivitos. Lo acompañaba a pas-
torear mientras la abuela llevaba la ropa a lavar al arroyo.
En San Bernardí (pueblo donde viví) mi casa era muy humilde,
con cocina abajo, los dormitorios en la parte superior, unida por
una escalera caracol. Allí en ese pueblo había un herrero al cual
yo le ayudaba tirando del fuelle. Me acuerdo de las nevadas, cerca
de allí había un monte plano que terminaba en un abrupto y pro-
nunciado descenso.
Con los chicos íbamos a buscar barro tipo arcilloso al lado de la
vertiente, y hacíamos muñecos, pesebres que dejábamos secar al
sol. Recuerdo a uno de mis amigos que lo llamaban “Pichofo” y a
una amiguita de la cual no me acuerdo su nombre. Mis hijos cuan-
do volvieron al pueblo vieron a esa amiguita mía de la infancia y se
acordaba de mí.
Me acuerdo que mi abuelo paterno tenía una cantina, donde la
abuela Rosina atendía a los parroquianos. Me llamaba para que
limpiara los chops, porque mi mano era chiquita. El abuelo a veces
me sacaba a caminar por Offagna, y hablaba con él. Lo acompa-
ñaba al sótano (“la grotta” cavada en la roca) y donde veía como
mezclaba el vino (hacia cortes), para darle mayor gusto.
Había un día en que cocinaba el pan, en un horno comunitario.
Todos traían su bandejita de masa tapadita con un lienzo. Mi ma-
dre era modista y tenía varias chicas que hacían costura con ella.
Recuerdo que mi padre me llevaba sobre sus hombros, y se volvía
solo de Offagna, porque yo me quedaba con mis tías (cinco herma-
nas de mi mami) que me colmaban de muchas cosas ricas.
¡Una mañana muy tempranito estando en el baño afuera (era
una letrina) siento que se mueve todo! Salgo, y veo que se movía la
casa, la leche se volcaba, gritando llamo a mi mamá. Siento como
un aullido. ¡Todo el pueblo salía fuera de sus casas a gritar! Fue el
terremoto (creo entre 1926- 1927).
Ciertos tíos una vez me llevaron a Ancona. Recorrimos la ciudad
para luego ir al cine al aire libre. No me gustó ver todo eso. Yo no
conocía a nadie y me sentía un extraño.
Me acuerdo de una triste experiencia. ¡Estando en el colegio no
me dieron la bandera por no llevar la camisa negra! Además, mi
papá había huido (era la época fascista), luego apareció en Argen-

119
tina. Nadie me contaba nada, todo era secreto.
Un día vi a mi mamá poner una bicicleta desarmada en un baúl.
Un tío mío vino de Ancona (no sabía quién era) a buscarnos. Cerra-
mos la casa. Junto a mi mamá y mi hermano de 3 años (yo tenía 6
o 7 años) nos llevaban de un lugar a otro. Aparecimos en Génova,
para partir hacia Buenos Aires. Terminamos en La Plata.
Según datos del pasaporte, partimos en el “Giulio Cesare” el 22
de octubre de 1931, junto a mi madre Fortunata Baldella y mi her-
mano menor. Recuerdo que mi hermano lloró todo el viaje, de día y
de noche. Decía a cada rato “quiero volver a casa”. Tampoco comía.
Yo me pasaba horas enteras mirando el mar en la popa del bar-
co. Me gustaba ver como se levantaba y hundía la nave. Recuerdo
un día que pasaron unas toninas y nos siguieron durante un largo
trayecto. El barco atracó de noche. Cuando me desperté grande fue
mi sorpresa al ver el puerto de Bs As. Todo muy sucio y desprolijo,
¡que decepción!
La alegría fue máxima cuando vi a mi padre (Marino Giovagno-
li). No sabía que estaba esperándonos ¡Vino a nuestro encuentro,
nadie me había dicho nada! ¡A distancia pienso que quizás se vino
por motivos del fascismo, en forma muy silenciosa!
Mi papá era “muratore” (albañil) en Italia” y también en Argen-
tina se dedicó a la construcción. Yo, en cambio, me dedique a la
mecánica.
En La Plata vivíamos en una casa humilde de un tío. Tenía barro
y humedad. Muy distinta de la que dejé en Italia. Con el tiempo,
me fui olvidando, y adaptándome al nuevo lugar. Conocí a muchos
chicos con los cuales jugaba. Mis padres se hicieron una casita
nueva en La Plata y siendo más grande ayudé a mi padre a termi-
nar la casa.
Tengo pasaporte sellado en
1928, y “Acto de Chiamata”

Mario Aldo Giovagnoli Italia

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Familia: GIORGETTI - BRONZINI
Relata: María Alicia Bronzini

M i abuelo (Giovanni Bronzini) había nacido en Porto Recanati


y partió de Italia recorriendo el mundo, por su trabajo de
pescador en barcos de altura. En principio, salió desde Génova en
el barco “Perseo” y vino a la Argentina por siete años, pero sin su
familia. Trabajó en el puerto de Buenos Aires y regresó a su país.
Más tarde, se casó con Luigia Giorgetti y nació su primer hijo, Do-
ménico (Domingo) para emprender el viaje a estas tierras con toda
su familia.
Se estableció en Capital Federal, volviendo a trabajar siempre en
actividades marítimas. Al cabo de un tiempo, por una necesidad
propia, decidió trasladarse a Mar del Plata para estar más cerca del
mar. Trabajó en la pesca, por aquellos años el puerto no existía: se
pescaba entrando y saliendo desde las playas del centro. Aquí tuvo
dos hijos (Teodoro y Luis).
El día 15 de noviembre de 1896, mi abuelo, junto con Cesa-
re Mancini, le solicitó al intendente (Eduardo Peralta Ramos) un
permiso para construir una cocina para la cocción del pescado: el
objetivo era transportarlo a capital. ¡Ésa fue una innovación! Esa
autorización le llegó un mes posterior y la cocina se estableció fren-
te a la Plaza Colón. Giovanni Bronzini falleció en el año 1908.
Mi abuelo fue Domingo, el hijo mayor (y único italiano) de Gio-
vanni. Él no siguió la línea de trabajo en el mar como su padre
porque se dedicó al comercio: era carpintero y abrió una carpinte-
ría, colchonería y mueblería en Mar del Plata. Se casó con Elvira
Falaschini y tuvo tres hijos varones y una mujer. Los hermanos
trabajaron con su padre en la mueblería.
Uno de esos varones, llamado Juan, fue mi padre que era car-
pintero y colchonero. Se casó con Antonia Baigorri, española de
nacimiento y tuvieron dos hijos: Juan Alberto y yo (María Alicia).
Mi padre falleció a fines de los años 70’.
Ellos hablaban en italiano cuando trabajaban en el negocio, no
así cuando estaban reunidos en familia. Mantuvieron las costum-
bres culinarias italianas. Juan gustaba del canto y se lo escuchaba
cantar en italiano.
Mi tío abuelo, Teodoro Bronzini, fue intendente de Mar del Plata
y siempre lo recuerdo, ya que vivíamos todos juntos muy cerca uno

121
de otros: ¡ésa es una costumbre típica italiana! Nos cuidábamos
mucho.
Es así que cuando en una oportunidad viajé a Italia y fui alojada
por mis parientes de Porto Recanati, mi tío (Teodoro) les envió una
carta de agradecimiento por haber hospedado a su sobrina, María
Alicia. En la carta les pedía perdón, porque no escribía bien en
italiano.
Hay en nuestra familia una tercera y una cuarta generación,
según donde nacieron los abuelos. Tengo un único hijo, Guido.
Nuestro caso es como muchas familias argentinas-italianas: Gui-
do vive en Italia con su esposa e hijita, específicamente en Milán,
desde hace 15 años.

Teodoro Bronzini

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Familia: GNAGNI - STORTI
Relata: Adriana Storti

M i papá, Roberto Storti, nació en Mercatello sul Metauro,


provincia de Pésaro (Italia), el 16 de septiembre de 1922.
Era hijo de Ernesto Storti e Ida Gnagni. Vivió en su pueblo y su
hogar, "Il Palazzacio", constituido por sus padres y diez hermanos.
Trabajó con mi nono en la compra y venta de ganado.
Cuando se desató la Segunda Guerra Mundial, mi papá y cuatro
hermanos más fueron enviados a distintos rumbos. En 1941, con
19 años partió de Bologna en tren hacia la ciudad de Kovo (Rusia):
viaje que duró 14 días. En esa época mi papá estaba en el servicio
militar y pertenecía a la Sexta Compañía, Sección Subsistencia.
Partió a la guerra como voluntario. Gracias a Dios, él y sus her-
manos regresaron ilesos a Italia. Cada tanto nos cuenta sus viven-
cias y agradece no haber asesinado. Dentro de esas vivencias nos
narra que cuando podía cabalgar, cabalgaba a toda velocidad sin
montura; incluso, haciendo acrobacias que eran elogiadas por sus
compañeros.
La situación que dejó la post guerra, más las particulares, y la
ilusión de un porvenir mejor, ayudaron a su decisión de venir a la
Argentina, donde ya residían sus tíos y muchos "paisanos". Fue
así que el 27 de febrero de 1950, partió del puerto de Génova en el
vapor “Gamberra” (construido en Panamá), con bandera inglesa y
llegó un viernes santo al puerto de Buenos Aires el 07 de abril de
1950.
Se radicó en Mar del Plata y vivió un tiempo con sus tíos. Traba-
jó en la construcción con quien sería su suegro, Segundo Gnagni
(quien era un pariente muy lejano de mi abuela Ida). Sus dolores
de columna vertebral lo llevaron a una operación que lo postró du-
rante nueve meses. Se recuperó gracias a los cuidados recibidos y
a su fuerza de voluntad. Hasta el día en que se jubiló, trabajó como
letrista y empleado cinematográfico en diferentes cines de nuestra
ciudad: Atlantic, Opera, Neptuno, Lido y Luro.
Se casó con mi mamá (Elsa) y yo fui su única hija (Adriana).
Quedó viudo muy joven (42 años) y él me crio con la ayuda de mis
nonos. Con esfuerzo y trabajo compró su casa, y en ella habita su
mano tanto en cuidados, así como en artesanías en piedra y ma-
dera. Es muy hábil. En el jardín hay rostros tallados en piedra y

123
en las paredes del comedor de su casa residen figuras como Don
Quijote, carritos italianos, iglesias, una calesita compuesta por un
carrusel y un molino que si se le arroja agua la pone en funciona-
miento, rostros y mucho más, todo tallado en madera. También
hizo mesas, alacenas, una puerta y un sillón donde hoy reposa.
Mi papá fue el único de su familia que emigró y, cuando en
1975 viajamos a Italia para que yo conociera a mi nona y a mis
numerosos primos y tíos, el cariño fue instantáneo y mutuo. En
los años 1990 y 1993 regresó a su tierra natal, teniendo la dicha
de compartir con sus hermanos momentos inolvidables, que es-
tán plasmados en fotografías. Siempre estamos en contacto, y me
emociona cuando mi papá conversa con sus hermanos, Remo de
96 años y Rodolfo de 90 años. El lazo que nos une con nuestra fa-
milia italiana no tiene fronteras y lo alimentamos con llamados o
simplemente recordando anécdotas.
Papá, "mi marchigiano", es una de las tantas semillas que emi-
graron de su país y germinaron aquí en Mar del Plata. Con su tra-
bajo y respeto consolidaron su lugar y construyeron su familia. ¡No
es fácil florecer en tierra ajena! Aunque ya es propia.
Hoy en día, mi papá tiene 93 años lúcidos y hermosos, vive con-
migo, somos inseparables, y está rodeado de sus nietos (Leonardo
y Estefanía), sus bisnietos (Matías y Bianca), de Natalia y Marcelo
(cónyuges de mis hijos que son sus nietos también). Lo amamos y
respetamos, es nuestro estandarte de vida y de ejemplo.
Muchas gracias por permitirme plasmar en estas líneas trozos
de la longeva y rica vida de mi padre. Felicitaciones por la idea de
editar un libro, donde muchas de las historias contadas seguro
que se entrelazan, reconoceremos en ellas a nuestros amigos y re-
cordaremos a los que ya no están.
OMAGGIO AL MIO PAPA...IMMIGRANTE

- Papá, cosa pensi?


- Tante cose, la mia vita quá, i giorni ragazzino a MERCATELLO.
- Vedo che la nostalgia acarezza i tuoi ricordi, ¿non sei contento
di essere
in questo paese?
- Si cara mi, tutto quello bello che ho é qua, siete tutti voi.
- Allora papá racontami, come tante volte, della tua immigrazio-
ne, a me piace ascoltarti, dai parla che io mentre preparo un caffé.
- Ma sará breve.

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- Papá sorride e comincia....
Ritorniamo a l950, ero un ragazzo, che come tanti, aveva lascia-
to il mio paesino, era per pocchi anni... e cosi con valigia in mano,
un bacio dei miei genitori e con il cuore piangendo sono partito per
l´Argentina
Arribo a Buenos Aires dopo trenta giorni di viaggio sula nave.
Nella cittá mi aspettaba uno zio, fratello della mia mamma, e mi
portó a Mar del Plata a vivere con lui e sua famiglia a loro casa.
Lá ho conosciuto la tua mamma, che bella ragazza!!!! Era un’
amica di loro.
Tempo dopo lavoro nella costruzione con il suo papá, ancora
ricordo le case che abbiamo costruito.... Ma la salute mi gioca con-
tro., il male schiena dorsale mi porta all´ospetale, otto mesi a letto,
senza muovermi, il dottore credeva che morivo, ma la volontá di
vivere ha vinto.
Si papá, come oggi, come sempre. Continua....
Il fatto che gli anni passavano e il ritorno a casa si alontanava...,
soltanto viaggiavano le carte e le fotografie...
Nel 1954 mi sono sposato, e dopo due anni, nascevi tu, avevamo
una bella famiglia, insieme in felicitá e insieme contro l´avversitá; e
cosi tu sei el dolce fruto della dolorosa imigrazione.
Il mio cielo diventa nero con la morte di tua mamma, “¿e adesso
che faró?” me dicevo una e tante volte, tu eri piccolina....
Papá, vieni al presente a prendi un altro café che adesso si parlo
io.
Non ti preocupare che hai fatto tutto bene, hai datto il meglio di
te, hai datto la tua vita a me e tuoi nipotini, che ti volgliono tantí-
simo bene. Io ti ringrazio con il cuore la tua devozione, ti ringrazio
la mia educazione
Il viaggio all¨Italia a conoceré la mia nonna, mie zii e cugini; e
soprattutto, ti ringrazio per i tuoi sessanta anni di immigrante, che
come tuoi “paisani”, hai seminato in questa terra, semi di lavoro,
integritá e famiglia.
Papá caro papá, me sento orgogliosa di essere tua figlia, figlia
di un immigrante; ti voglio tanto tanto. Grazie per i tuoi ottantotto
anni e grazie a te e a tutti gli immigranti per il vostro esempio di
vita. Figlia mia!! Ma perché mi fai piangere??

Con este relato en italiano, Adriana Storti fue ganadora y acree-


dora del Segundo Premio otorgado por la URM con motivo de la I°

125
Muestra de Inmigrantes Italianos (año 2010). Coordinadora de la
Muestra Lic.Vera Dormi.

Roberto Storti (derecha) y su primo Leterio Storti (izquierda).


Mercatelo sul Metauro (Pcia. de Pesaro). 2-6-47. Fiesta de
casamiento de Romolo Storti

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Familia: GNUCCI - FEDUZI
Relata: Andrés Pedro Feduzi

M i padre (Atilio Francisco Feduzi, “Cucagna”) nació en Urbi-


no en el año 1920, en una casa de campagna llamada “El
Guercín”, donde vivían abuelos, padres e hijos, haciendo tareas
de campo, con las privaciones y penurias propias de la época para
toda Europa. Los abuelos eran Andrea Feduzi y Mariana Antoniuc-
ci, apellidos muy comunes en pueblos cercanos como Santángelo
in Vado, Fermigniano, Urbania, etc.
Mi madre (Margherita Gnucci), nació en Apeccio en 1930 y a
muy temprana edad la familia se mudó a Cittá di Castello, don-
de residen actualmente en su mayoría. También eran “contadini”,
gente absolutamente humilde y trabajadora. Los abuelos (Pietro
y Anunciata) vivieron largamente, especialmente ésta última, que
falleció luego de cumplir los 101 años. Como se verá, mi nombre
(Andrés Pedro), es consecuencia del de mis abuelos, tal la usanza
de la época.
Atilio soportó la hambruna de la posguerra (los años 20’) y, como
tantos jóvenes, marchó a la segunda guerra. Fue destinado a Al-
bania, donde lo tomaron como prisionero casi tres años y pudo
retornar Italia ya finalizada la contienda, para sorpresa y felicidad
de su familia que para entonces lo consideraba fallecido.
En cercanías del Guercín, había una suerte de almacén y bar de
campagna, cuya propietaria era prima de Margherita; en oportuni-
dad de enfermarse aquella, le pidió a mi madre que fuera a ayudar-
la con el negocio ya que debía hacer reposo por un buen período de
tiempo. Cuando el apuesto Atilio pidió un atado de cigarrillos y vio
la sonrisa de la joven de 18 años que lo atendía, no pudo menos
que enamorarse de inmediato de la que sería su mujer hasta su
muerte.
Buscó trabajo en Italia y se fue a Bélgica a trabajar a las minas
de carbón. Maldecía su suerte de trabajo casi esclavo y miseria
cuando, milagrosamente, su tío (Michelle Antoniucci) le ofreció en-
viarle los papeles para que viajara a la soñada América a probar
fortuna.
De inmediato, con sus vitales 28 años se embarcó sólo hacia
Buenos Aires, donde arribó en el año 1949 a bordo del vapor “Paolo
Toscanelli”. De allí a Mar del Plata, a trabajar de jardinero, como

127
albañil en la construcción de la Usina 9 de julio o, bien, asfaltando
calles y en cualquier otro trabajo que apareciera. En 1950, viajó mi
madre con 18 años, que se había cazado por poder para viajar en
compañía de mi tío (José Dormi, “Pepín”).
En 1951 nací yo (Andrés Feduzi) y en 1958 mi única hermana
(María del Carmen Feduzi). Continuaron el derrotero familiar mis
hijos (Gustavo, Andrea y Romina) y sus hijos (mis maravillosos nie-
tos): Nicolás y Lucas Feduzi (viven en Inglaterra), Tyler y Thomas
Feduzi Lopez (vive en Estados Unidos), Matthew Feduzi Panagos,
(también en USA), además de Agustín, Valentina y Benjamín Fe-
duzi (en Mar del Plata). Por el lado de mi hermana, viven también
en Mar del Plata su hijo (Claudio) y sus nietas (Sofía y Valeria).
Éstos, nuestros hijos y nietos, prolongarán el apellido y lo portarán
con orgullo y agradecimiento.
Quiero resaltar esto último, ya que mi padre, pese a haber fa-
llecido a la temprana edad de 42 años, dejó en sus paisanos de
la comunidad italiana y en todos aquellos que lo conocieron una
muestra imborrable de trabajo, honradez y humildad, que lo hacen
estar siempre presente entre nosotros pese al tiempo transcurrido
desde su desaparición física.
No puedo sino recordar aquellas noches de tertulia, bríscola o
baile, del Hotel Pujol y vienen a mi memoria las familias Pasaglia,
Pagliardini, Montagna, Bertozzi, Crinelli, Mariani, Grassi y tantos
otros paisanos.
En lo que a mí respecta, a la temprana edad de 14 años ingresé
a la Armada Argentina, donde permanezco trabajando luego de 50
años de servicio. Ello me permitió, entre otras cosas, conocer el
mundo entero, vivir en Estados Unidos y Alemania, pero, funda-
mentalmente, me posibilitó, cumplir mi sueño tan ansiado por en-
tonces de ir a Italia. En el año 1981, durante un viaje a Alemania,
con el permiso de mis superiores mediante, hice escala de tres días
y logré pasar por las casas de mis padres y las respectivas familias.
Siempre lo recuerdo porque supongo que, por aquello de las raí-
ces, las tradiciones y todo lo que representa el pasado para cada
uno de nosotros. Conocer Italia fue indudablemente una de las
cosas más emocionantes que me sucediera en la vida, tanto es así
que a partir de ello siempre dije que más allá de los papeles, en mi
corazón existen dos países que siento propios, míos: Argentina e
Italia. Retorné siempre que pude y tengo una relación fluida con
todos mis familiares italianos. También tuve el inmenso placer de

128
recibir en mi casa a mis primos (Letizia y Fabrizio), pero no pude
traer al resto, casi todos personas muy mayores, que nunca en su
vida subieron ni subirán a un avión.
Y por esas cuestiones de la vida y los vaivenes del desarrollo
de los pueblos, así como alguna vez nuestros padres vinieron del
extranjero a probar fortuna buscando mejores horizontes, hoy me
toca añorar a mis hijas (Andrea y Romina) que decidieron, gracias
a Dios con fortuna, probar suerte en otro país, en el que se casaron
y tuvieron sus tres maravillosos hijos, a quiénes por suerte vemos
año tras año.
Hoy, mi familia está ligada por afecto y por sangre con las fami-
lias Dormi y Antoniucci. Con muchos de sus integrantes compar-
timos encuentros frecuentes llenos de afecto y, por supuesto, de
recuerdos para aquellos que ya no están pero que, con su ejemplo
y su grandeza, marcaron definitivamente nuestro camino.
Dios bendiga a todos aquellos inmigrantes que alguna vez su-
pieron juntar sus pocas pertenencias y sus muchos sueños y se
aventuraron rumbo a esta tierra, que los cobijó y les posibilitó,
luego de mucho esfuerzo, hacer realidad sus anhelos de progreso
y bienestar.

Atilio Feduzi, Italia (1940)

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Familia: GUERRA - BENEDETTI
Relata: William Benedetti

“Corría el año 1943 en la guarnición de guerra balcánica, te-


rritorio de la ex-Yugoslavia. El soldado de primera clase Curzio
Benedetti, recibió la orden junto a todo un pelotón de realizar una
ronda de Inspección de rutina. Partieron a la mañana temprano
casi al alba, la excursión contemplaba la suma de 12 soldados y un
sargento, todo transcurría en forma normal, como casi todas las
anteriores salidas, de pronto al cruzar un arroyo y detrás de una
hondonada, se toparon con los alemanes que estaban esperándo-
los, atónitos no pudieron realizar ningún movimiento, a partir de
ese momento quedaron en calidad de detenidos de guerra en un
campo de prisioneros.
La estadía en ese lugar duró poco, fueron cuatro días, pero en
ese breve período supieron de la dureza del alemán, que los asom-
bró ya que ¡hasta poco tiempo atrás, Alemania e Italia habían sido
aliados!
Al caer la tarde, les comunicaron que los iban a transportar en
tren a un destino no conocido, ni por ellos ni por los propios solda-
dos. Al arribar el convoy, pudieron ver que estaba lleno de soldados
prisioneros de otros frentes, los mismos les trasmitieron a dónde
los llevaban: a los tan temidos ¡CAMPOS DE CONCENTRACION!
Estuvieron viajando toda la noche, la mente nunca estuvo en
paz, pensaba y pensaba la posibilidad de escapar, no quería dejar
atrás a su familia, su mujer, sus amigos, su pueblo, su vida… Al
promediar la media mañana del siguiente día, el tren se detuvo en
un puesto de agua, de esos tanques elevados y con mangueras,
para recargar ese líquido esencial y así poder enfriar el motor de
la locomotora. De improvisto, las puertas se abrieron para que se
pudiese cambiar el aire viciado de la respiración de los soldados
amontonados.
Enfrente de cada una de las puertas, se hallaban los alemanes
apostados con sus metralletas cuidando que nadie saltara y/o se
escapara. Sin saber nada del idioma de sus adversarios, y con ges-
tos y muecas (bien al estilo italiano), le pidió al custodio de turno
que quería bajar al pasto a evacuar el intestino. Después de varios
intentos fallidos, el vigilante le permitió bajar, ordenándole estar
a su lado haciendo las necesidades. Se bajó los pantalones y se

130
puso en cuclillas, esperando el momento oportuno para poder sa-
lir corriendo. Solo bastó un segundo de descuido para que Curzio
comenzara a correr en forma alocada, escuchando detrás suyo los
gritos de los demás soldados, mientras las balas de las ametralla-
doras rozaban y pasaban al lado de su cuerpo.

Fueron segundos de estar entre la vida y la muerte. Sin saber hacia
dónde seguir corriendo y qué rumbo tomar: siguió y siguió corrien-
do, sólo veía árboles y árboles como una forma de protección. Con-
tinuó el paso hasta caer exhausto y sin fuerza. Nadie lo perseguía,
suponían que lo habían matado o mal herido.
De pronto, “sólo” y en un lugar que no sabía dónde estaba…
pero ¡estaba libre! …. Continuó caminando por el bosque, guiándo-
se solamente por la salida y puesta del sol, temiendo encontrarse
con algún otro nazi. Sin contactarse con nadie, comenzó la heróica
tarea de regresar a su lugar de origen en forma clandestina.
Sin comida ni pertrechos, estuvo caminando por la ladera de los
Alpes, siempre protegiéndose bajo la zona boscosa, de los Alpes
primero y de los Apeninos después; comiendo lo que encontraba en
el camino: bellotas, frutos, verduras… Alternativamente, encontró
alguien que lo ayudara a hacer más corto el viaje, indicándole el
camino o llevándolo a caballo o en carreta, hasta el siguiente lugar.
De repente, a la altura de la Toscana divisó un pelotón de alema-
nes que seguía sus pasos. Volvió a correr desesperadamente hasta
guarecerse en un pozo de casi tres metros (oscuro y silencioso), se
tiró de inmediato en él: vivió allí casi una semana. Cuando todo
estuvo más tranquilo, emprendió la difícil tarea de llegar y regresar
a su hogar. En la travesía, poco a poco empezó a reconocer sus
montes, el color de su tierra, las praderas, hasta que llegó a las
afueras de Arezzo. ¡Sabía que estaba a poco más de 50 km. de su
casa! Al iniciar la subida a Boca Travaria, encontró un paisano,
que lo llevó con su carro hasta Borgo Pace. Desde allí, sabía que
sólo faltaban 10 km para llegar a Sant’ Angelo y abrazar a su fami-
lia. Estando en las afueras de su pueblo natal, toda su familia ya
lo estaba esperando, confundiéndose en un eterno abrazo. Jamás
supo cuál había sido la suerte corrida por sus 11 compañeros res-
tantes (¿prisioneros?).
Tiempo después, decidió emigrar a Sudamérica y llegando a Ar-
gentina, para radicarse en Mar del Plata donde había tantos in-
migrantes conocidos. En un principio, Curzio se desempeñó como

131
albañil. Franca Guerra (su señora, mi madre) cuenta que protegía
el pecho con diarios, para que el viento no lo perjudicara cuando
se dirigía al trabajo en bicicleta.
Con el tiempo llegó a comprar el chalet ubicado en Colón y la
costa. Desde allí, desarrolló una intensa actividad gastronómica,
además de eventos, fiestas y canto, en el emblemático “Tío Curzio”.
Nosotros (sus hijos, Willy, Mario y sobrinos) continuamos con su
emprendimiento. Qué orgulloso se sentiría mi papá si viera que su
trabajo inicial ha tenido una continuidad de éxitos y reconocimien-
to en la ciudad.

Franca Guerra con su


marido Curzio Benedetti
(1961)

132
Familia: LABORDE - RADICIONI
Relata: Stella Radicioni

E sta es la sencilla historia de mi abuelo, Ciriaco Radicioni, su


vida fue tranquila y sin estridencias…
Nació el 14 de marzo de 1908 a las 09.20 hs en la hermosa
Numana, en la casa ubicada en Via della Torre 147, donde viviría
toda su infancia. Era el hijo menor de Emilio Radicioni y Michelina
Moroni.
El 16 de noviembre de 1925 partió de Génova en el “Re Vittorio”
junto con sus hermanas (Teresa y Luisa) y su madre (Michelina),
dejando en Italia a Vicenzo (su hermano, sacerdote), que “vivió” la
guerra y más tarde sería obispo de Montalto e Ripatranzone.
Aquí, en Mar del Plata, lo esperaban su padre (Emilio) y su her-
mano mayor (Josafat). El primero era marinero, por lo que viajaba
asiduamente a Europa. Tal vez por esto, adoptó a su hermano ma-
yor como su protector.
Al poco tiempo, su madre enfermó y decidió retornar a Italia con
la esperanza de una curación, sin embargo, allí fallecería. Ciriaco
siempre decía que, si ella hubiera conocido su delicada condición
de salud, no lo hubiese dejado aquí, lo hubiese llevado con ella. Tal
vez, aun extrañaba su traviesa infancia de la que se desprendían
esas anécdotas que siempre nos contaba…: el inolvidable aroma
del “pannettone” de mamá Micaela, o cuando arrojaba al gato de la
casa con cáscaras de nuez en sus patas para escuchar el ruido que
éstas producían… o su asombro al ver que aves y caballos volaban
y corrían, antes de que ellos mismos pudieran percibir los sismos
o temblores…
Él amaba el mar y, a pesar de no haber trabajado nunca en el
puerto, conocía sus movimientos, su gente, se movía allí como si
perteneciera. Supongo que la “gente de mar” es así…Era común
verlo entre las lanchas, charlando con los pescadores.
Apenas llegó a la Argentina, trabajó como “bañista” (todavía no
existía el vocablo guardavidas ni bañero) en la playa de La Perla,
del “Negro” Giacaglia (creo que tenían parentesco), “bañando” a
las familias de buena posición. Su función en aquellas épocas era
acompañar a las señoras al agua, tomarlas de la mano para que no
trastabillen con la fuerza de las olas, cubrirlas al salir y enseñarles
los primeros movimientos en el agua. Sus fotos de joven, evidencian

133
y confirman su fama de “buen mozo”, según dichos de su hermano
y cuñada… y recuerdo comentarios acerca de las “oportunidades”
desechadas por él, de relacionarse con muchachas de dinero.
Durante muchísimos años trabajó en la playa… en Playa Gran-
de, como lo muestra un diario de 1934 dando clases de natación
en el mar, en el balneario Neptunia (frente al Hotel Normandie) y
otros. Más adelante, en Punta Mogotes, en el balneario de su her-
mano Giosafat.
Formó parte de ese grupo de bañeros italianos que también en-
señaban el oficio a otros jóvenes y les tomaban una prueba de su
aptitud para esa función. En invierno, se dedicaba a trabajar en los
frentes de piedras de los típicos chalets de la ciudad. Por eso, ya
abuelo, nos paseaba por la ciudad mostrándonos las construccio-
nes más bellas y lamentándose de algunas de sus reformas.
En 1935 se casó con Esther María Laborde (hija de un Juez de
Paz y jefe del Registro Civil, fallecido ya por esos años) y en 1937
nació su hijo (Miguel) y en 1940, su hija Esther, a la que apodaron
Nené. Vivieron en Mar del Plata hasta el año 1946, cuando el Sr.
Fito Grego (dueño de la fábrica de cigarrillos Particulares), que ve-
raneaba en el balneario donde él trabajaba, le propuso emplearlo
como encargado de su casaquinta en Merlo, provincia de Buenos
Aires (donde hoy funciona el Museo de la ciudad). Estuvo a cargo
de esa quinta por 18 años y, además, participó activamente en la
Sociedad Italiana y en el Club Deportivo Merlo.
En 1964 (año en que se convirtió en abuelo) volvió a Mar del
Plata, a la casa de Garay 2323 que construyó con sus propias ma-
nos cerca de la llegada de su primer hijo. En ella, a pesar de los
cambios de la fachada, aún se puede ver parte de la construcción
original, señal ésta de que la edificación era buena como las reali-
zadas por la mayoría de los italianos.
Entró a trabajar en la fábrica “Cascabel” de la familia Inda (al
que lo unía una amistad) para completar los años de aportes que
le permitirían jubilarse. En el lugar, los empleados lo trataban con
respeto y cariño, evidenciando que era un buen jefe, recuerdo que
me impresionaba ya que trataba al personal de “Ud.” (aunque eran
mucho más jóvenes).
A partir de allí, sus días transcurrieron entre su trabajo, las visi-
tas a la familia de su hermano mayor y la visita de sus hijos y sus
nietos, que fueron cuatro, durante algunos días del verano. Los
nietos lo adorábamos porque tenía un carácter tranquilo, jamás un

134
gesto de violencia ni un grito, aunque nos decían que si las cosas
daban muchas vueltas…la “tanada” aparecía. Nosotros jamás lo
experimentamos. Al contrario, cuando emprendíamos nuestro re-
greso a Merlo, siempre lo veíamos secarse las lágrimas…tal vez le
recordaba otras partidas que no pudieron resolverse en regresos…
Finalmente, un ataque al corazón se lo llevó un 17 de mayo de
1982 (el mismo día que su nieta mayor cumplía 18 años), cuan-
do había comenzado un tratamiento para una cruel enfermedad.
Nunca volvió a su Italia natal, agradecía a Argentina por lo otorga-
do, pero jamás cambió su nacionalidad.
-Hijos:
Miguel Alberto y Esther María

-Nietos:
Hijas de Miguel: Stella Maris y María de los Ángeles
Hijos de Esther: Fernando Vélez y María Eugenia Vélez

-Bisnietos: Luciano Martín Eyras, Ignacio Julián Eyras, Wanda


Marignac y Selena Marignac
Mateo y Ángelo Vélez

Ciriaco Radicioni 1934 Mar del Plata

135
Familia: LEONARDI - CASTAGNARI
Relatan: Ana Rita Castagnari y Marcelo Castagnari

A lfredo Castagnari nació en Castelfidardo (Le Marche) y sus


padres eran Luis Castagnari y Enrica Sampaoli.
María Luisa Leonardi nació en Loreto (Le Marche) y sus padres
se llamaban Pedro Leonardi y Elisa Marchione.
 Sus hijos en Argentina son Ana Rita, Carlos Alfredo y Marcelo
Claudio

“Una historia de amor”


Este relato verdadero y apasionante nos trasportará en el tiem-
po, nos deslumbrará y nos mostrará una gran historia de lucha, de
supervivencia, de perseverancia, pero, por sobre todas las cosas,
una gran historia de amor...
En un bello lugar de Italia, en la zona de Le Marche, precisamen-
te en la ciudad de Castelfidardo (una región cercana al Mar Adriá-
tico), una zona de pescadores y de gente de campo trabajadora,
vivía una familia humilde, con varios hijos y muchas ilusiones de
progresar y superarse día a día a pesar de las limitaciones econó-
micas de esa época.
Alfredo era el mayor de ocho hermanos y se encargaba, como tal,
de cuidarlos y protegerlos, además de darles su comida, mientras
su papá (Luigi) trabajaba todo el día en la campiña en sus tareas
rurales. La mamá (Enrica) diariamente iba muy temprano con su
carrito a cortar el pasto para alimentar a sus animales de granja,
que poseía en su hogar, para darle la comida diaria a su numerosa
familia.
Además, Enrica llevaba a lavar en un canasto la ropa al Fiume
Mussone, que hacía su sinuoso recorrido cerca de allí. En esta
humilde familia, siempre se priorizó la contención y la protección
de sus hijos, enseñando firmemente los valores con mucho amor.
Cuando apenas llegaba a la edad de la pubertad, Alfredo fue a
trabajar a una chacra: cuidaba animales de granja y realizaba las
tareas afines. Este trabajo lo alejaba de la escuela y de la familia, y
solamente volvía a su hogar dos días al mes. Desde ese entonces,
jamás dejó de trabajar.
Esta historia de vida, se enriquece y marca el destino de este
gran personaje de nuestras vidas… Es nuestro querido padre.

136
Siendo adolescente aún, conoció en su barrio (del otro lado del
Fiume Mussone, en Loreto, cerca de la Basílica de la Madonna Ne-
gra) a María, la otra importante integrante de este relato… (nuestra
madre).
Aquí comienza la verdadera historia de amor, que continuará
a través del tiempo durante 60 años, como le prometieron a Dios
cuando contrajeron matrimonio… “Hasta que la muerte nos sepa-
re”.
María era la sexta hija de siete hermanos en una familia humilde,
donde la mamá (Elisa) luchaba cotidianamente contra la pobreza
que se había instalado en el hogar desde mucho tiempo atrás. Su
papá se llamaba Pedro, trabajaba todo el día en la campiña de sol a
sol, pero en el poco tiempo disponible que tenía se preocupaba por
educar y cuidar a sus siete herederos con mucha responsabilidad.
Esta joven muchacha italiana, también tenía su destino marca-
do…
En la etapa de la vida en que las niñas aún juegan con sus her-
manos, sus juegos de fantasía, María fue a trabajar de niñera a la
ciudad capital en la casa de una familia que tenían varios niños.
Este trabajo le llevaba la mayor parte del día y estaba ausente de
su casa toda la semana.
Así, paulatinamente, parecía que iba preparándose para su fu-
turo, no tan lejano, donde transcurriría toda su vida, en otro país...
en otro continente... lejos, muy lejos de la familia, con la persona
que tanto amó y con quien compartió esta tierna historia de vida.
Alfredo, por su parte, fue convocado para realizar el Servicio Mi-
litar Obligatorio, período en el que se alejó durante dos años de su
casa paterna.
Quiere caprichosamente el destino, que se declare la Segunda
Guerra Mundial, y el personaje de nuestra historia fue convocado a
luchar para defender a su patria, su querida Italia. Tuvo que ir le-
jos, muy lejos de su pueblo… con su uniforme, su fusil y su enorme
moto con sidecar. Lo llevaron a la antigua Yugoslavia, a Austria,
a Suiza y a otros lugares estratégicos de esa parte del continente.
Alfredo cuenta, con lujos de detalles, sus luchas, las inclemen-
cias del tiempo, la falta de comida, las heridas lacerantes, las em-
boscadas en las que cayeron y muchas otras tristes historias más,
de una guerra absurda…
Así… pasó mucho tiempo hasta que fue tomado prisionero en un
campo de concentración, en Alemania. Junto a otros compatriotas,

137
pasaron muchos días y noches de castigos, de frío, de hambre y de
inmensa tristeza… Hasta que, cuando su vida ya no resistía más,
llegaron aviones norteamericanos, atacaron y bombardearon ese
triste lugar y los prisioneros empezaron a correr y a correr: no sa-
bían hacia dónde iban, solamente estaban guiados por su instinto
de salvación…y corrían y corrían…. hombres, mujeres, niños, to-
dos corrían y escapaban de ese lugar.
Así, Alfredo y un pequeño grupo de ciudadanos italianos logra-
ron salvar sus vidas y emprender el lento regreso a casa. Habían
pasado cinco años desde que se había ido de su hogar para cum-
plir con su deber. Se fundieron en interminables abrazos, besos,
llantos de tristeza por lo pasado, y de alegría por el regreso a casa
y haber podido salvar milagrosamente su vida.
Alfredo y María se reencontraron y continuaron su noviazgo,
juntos armaron proyectos a futuro y se juraron amor eterno como
tantas parejas enamoradas.
Corría el año 1947, mi nono Luigi escuchaba la radio en su casa
de un modo clandestino, una noticia muy preocupante: volvía el
rumor y el temor que se declarara nuevamente otra guerra en Eu-
ropa. Esto llenaba de dudas e incertidumbres a Alfredo, que temía
que lo llamaran otra vez para luchar en el frente de batalla, ha-
ciendo uso de su experiencia en la última contienda bélica. Así,
rápidamente, escribió una carta a su tío materno (que residía en
Argentina, en una ciudad santafesina) para que lo recibiera en su
chacra, para trabajar y vivir aquí, escapando de una posible bata-
lla, que finalmente, con el tiempo, nunca sucedió.
Así continúa esta historia de vida. Alfredo armó sus valijas, pre-
paró sus pocas pertenencias y se despidió de sus padres, herma-
nos y de María, pensando que en algún día (no lejano) volvería a
verlos.
Se embarcó en Génova junto a otros compatriotas, con sus ilu-
siones y esperanzas, dejando en su querida patria sus raíces, sus
historias y también su gran amor, a quien le prometió volver pronto
para casarse con ella. Alfredo no sabía que todavía su vida tendría
grandes vaivenes, idas y vueltas, y seguiría hasta el final en este
hermoso y solidario país, que le abrió sus brazos a él y a tantos
otros inmigrantes de tantos países del mundo.
Laboralmente, nuestro personaje logró reubicarse y adaptarse al
nuevo país, a la nueva gente del lugar, a las nuevas costumbres,
al idioma desconocido y a las tradiciones. Aprendió a sembrar, a

138
cosechar, a arar a caballo, a criar animales de granja, a esquilar, a
hacer facturas y embutidos de cerdo. También, trabajó de albañil
y se construyó su propia casa, fue operario, estibador en el puerto,
sereno, entre tantas otras cosas más.
A la noche, al término de cada jornada laboral, cuando se recos-
taba en su lugar de descanso, pensaba una y otra vez, en su Patria,
tan distante, en sus padres y…en su amor, tan lejano y tan presen-
te. Alfredo trabajaba todo el día, todos los días de la semana, sentía
que podía progresar, crecer, armar su casa, formar una familia y
criar a sus hijos en esta tierra que lo había cobijado.
María escribía cartas a su prometido, le pedía que volviera a
Italia, le decía que no había más guerras y que el país se estaba
reconstruyendo lentamente. Alfredo le aseguraba a su amor que
aquí, en la Argentina, estaba todo por hacerse, todo por crear, el
futuro estaba en esta tierra…
María en su pueblo, rodeada de su familia, entendió que debía
dejar todos sus afectos y viajar a la Argentina a encontrarse con
su novio, casarse y armar la familia que tanto soñaron juntos… en
esta tierra. La suerte estaba ya definida, y el destino estaba marca-
do para Alfredo y María…
Y volvió a repetirse la historia, armó sus valijas y preparó su
baúl, donde guardaba su hermoso ajuar, que tantas noches, luego
de regresar de su trabajo, cosió, armó y bordó con sus manos, pen-
sando en el día que se iba a casar… Se despidió de sus padres, de
sus hermanos y de toda su familia, embarcándose con todas sus
ilusiones en el Puerto de Génova.
Después de muchos días y largas noches, de muchas incógnitas
sobre su futuro, cruzando el inmenso mar, María llegó a Améri-
ca…a Argentina, al Puerto de Buenos Aires. Se hospedó, juntos a
muchos italianos, en el Hotel de los Inmigrantes, lugar con tantas
historias, de tantas personas que arribaron con un cúmulo de ilu-
siones y esperanzas a esta bendita Patria.
El encuentro de estas dos grandes personas, tan caras a nues-
tros afectos, se realizó luego de dos años de separación, solamente
geográfica, porque sus corazones estuvieron siempre juntos, siem-
pre estuvieron cerca… Corría el año 1949, era el mes de diciembre,
en la ciudad de Necochea, se casaron por civil y de allí fueron a ju-
rar…su amor eterno…hasta que la muerte los separe…ante Dios.
Esta historia se completa de felicidad, cuando en diciembre del
año 1950 nació su hija mayor (Ana Rita); luego, en marzo de 1953,

139
llegó su segundo hijo (Carlitos); y, en enero del año 1957, nació su
tercer hijo (Marcelo). Esta hermosa familia siempre estuvo unida y
protegida por el amor de sus padres, que los cuidaron con ternura
y dedicación. En esta familia hubo buenos ejemplos, hubo decen-
cia, hubo honestidad…
Mi mamá nos decía: - “Tenemos que caminar con la frente bien
alta…” “Debemos mirarnos a los ojos al hablar y jamás mentir…”
También, nos educaron en buenas escuelas porque querían que
tuviéramos las herramientas necesarias para defendernos en la
vida, - “no queremos que sean burros de carga, como fuimos noso-
tros”. Así crecimos, nos enseñaron a querernos y cuidarnos entre
hermanos.
Además, recuerdo que mi papá lloraba cada vez que escucha-
ba el Himno Nacional Argentino porque decía que también era su
Himno… Después de 40 años, pudieron volver con mucho sacri-
ficio y esfuerzo a Italia, a su querida Patria, a abrazar a sus her-
manos, sus sobrinos y a toda su familia. Recuerdo nítidamente,
cuando regresaron, mi mamá me dijo…
- “el viaje fue emocionante, nos impactó, lloramos de emoción
cuando nos encontramos y lloramos de tristeza cuando regresa-
mos…pero te tengo que confesar, hija mía…Mi Patria ahora es esta,
la Argentina, porque aquí, armamos esta hermosa familia, aquí na-
cieron los tres hijos maravillosos que tenemos y aquí nos abrieron
las puertas y nos cobijaron con mucho amor…”
Nunca olvidé esa confesión de mi mamá, la llevo en mi corazón.
Ellos estuvieron 60 años juntos, en un matrimonio que es digo
de admirar. Lucharon y trabajaron juntos, siempre con un pro-
yecto de vida, de mejorar, de progresar, de crecer, de tratar de que
sus hijos fueran personas de bien, era el objetivo que tenían como
padres.
El tiempo pasó, los hijos crecieron, se casaron, formaron sus
familias y…llegaron los nietos… Cuando eran ancianos ya, Alfredo
comenzó el proceso de una enfermedad propia de la edad avan-
zada, que le cambió su actividad diaria durante un lapso de casi
cuatro años. María, por su parte, en forma simultánea, le sucedió
algo similar. Y…juntos, como se habían prometido, emprendieron
su partida definitiva… Juntos terminaron esta emocionante HIS-
TORIA DE AMOR… Este relato verdadero llegó a su fin en el año
2007…
Mis hermanos, Carlitos, Marcelo y yo, estamos orgullosos de ha-

140
ber tenido dos padres maravillosos como tuvimos…
 

Alfredo Castagnari
Necochea, 1949

Maria Luisa Leonardi


Necochea, 1949

141
Familia: LEONI - GUERRA
Relata: María Teresa Guerra (Pepina)

M is abuelos maternos vivieron en Sant’Angelo. El abuelo de


mi mamá se llamaba Filippo Leoni y la abuela María Bal-
ducci (tía de Nino Balducci)
Se casaron muy jovencitos, tuvieron cuatro hijos. La mayor, mi
mamá, que luego se casó con el que fue mi papá Domenico Gue-
rra. Mi madre Giuseppina Leoni falleció a los 26 años en el parto
cuando yo nací.
Los abuelos paternos vivían cerca de Mercatello. Luego fueron
a vivir a “I Palazzi” donde está la iglesia (cerca de la actual ruta).
El párroco del pueblo era propietario de una parcela de tierra
“poder” y mi familia trabajaba la tierra de esos lotes. Tenían vacas,
galletitas, gansos, conejos, palomas, y cultivaban porotos, garban-
zos y otras legumbres.
En esa chacra vivieron en tiempos de la Segunda Guerra Mun-
dial, los alemanes. En esa época era habitual que los aliados a
Mussolini ocuparan casas de campo que los proveían fácilmente
de alimentos.
Desde muy pequeña conocí la dura vida de trabajo en el campo.
Fui a la escuela en Sant`Angelo hasta tercer grado y luego cuarto
y quinto en Mercatello cuando mi papá, contrajo matrimonio ocho
años después de su viudez.
Mi padre trabajaba como encargado de un “tabacchificio” lugar
donde se cultivaba y cosechaba tabaco. En la región Pian de Mile-
to y Fermignano había grandes plantaciones tabacales.
Me crié hasta los 16 años con mis abuelos. Hacia las cosas del
campo y del hogar, como también cosía y tejía.
Mi tía Francesca Leoni de Gorgolini, había perdido sus dos hijos
en el post-parto inmediato. Vivía en la Argentina, trabajaba en el
Hotel “Nuevo Ostende” de Magnanelli, habló con mi papá y solicitó
que viniera a vivir con ellos.
En Argentina, desarrollé las actividades de modista: para ami-
gos y familiares, mientras tanto ayudaba a mi tía a limpiar chalets
en Playa Grande antes de llegar la temporada veraniega.
En Mar del Plata, donde viví desde que llegué, conocí a Domingo
Paiardini, con el que me casé en 1958, teniendo 22 años.
Fuimos a vivir en el mismo lugar donde trabajábamos y aten-

142
díamos la despensa y Fiambrería “La Penisola”, la estructura tenía
forma de herradura, desarrollando en otro extremo el bar y la pi-
zzería. Después de varios años, hicimos nuestra casa ubicada en
Lamadrid 2940. Cuando nos mudamos a vivir allí, mi primer hijo
tenía 9 meses. Más tarde, nació el segundo varoncito.
Compramos el “Hotel Italia” en Lamadrid 2941, desarrollando
por el lapso de 28 años la actividad hotelera.
Recuerdo gratamente nuestros primeros años llenos de vida y
energía. Con Domingo junto a sus amigos de la colectividad ita-
liana hacíamos fiestas, primero en el Hotel Pujol y luego en el
Hotel Venus. Las mujeres llevábamos tortas y dulces; ¡los hombres
se distribuían y pagaban los gastos alquiler, las bebidas y alguna
“choripaneada” de medianoche!
Actualmente soy muy feliz junto a mi marido, hijos y nietos.

Alberto, Domingo y Mario Paiardini con María Teresa Guerra


1972 - Mar del Plata

143
Familia: LEONI - MESCHINI
Relata: Ernesto Meschini

E
ca”.
n 1894 llegaron al país, Ernesto, mi abuelo, con tan solo 4
años, sus padres y sus hermanos en el buque “Nord Ameri-

Sus hermanos, Marino de 17 años, Antonia de 15 años y Nazare-


no de 13 años viajaron con su familia desde la región de Le Marche,
Italia.
Ernesto había nacido en Montecassiano el 19 de agosto de 1890.
Hijo de un labrador llamado Vicente Meschini y de su esposa Ma-
ría, también labradora.
Al llegar a la Argentina se afincaron en Bahía Blanca. Ahí cria-
ron a sus hijos, pero con el tiempo Antonia y Marino fueron a vivir
a la provincia de Santa Fe. Tanto Nazareno como Ernesto siguieron
con sus padres en Bahía Blanca.
Ernesto tuvo el primer título de la familia como capataz ajusta-
dor del ferrocarril. Se casó con Elisa Leoni y tuvieron cinco hijos:
Aída, Avelino Ricardo, Aurelia y María Inés con dos hijos cada uno
y Marino con una sola hija. La más joven fue María Inés.
Mi padre fue Avelino Ricardo. Nosotros somos dos hermanos. Yo
soy el mayor y mi nombre completo es Ernesto Ricardo, como ven
siguieron lo que se estilaba antiguamente: ¡poner los nombres de
los abuelos o padres! Sobre todo, al mayor: mi hermano es René
Alberto.
Avelino Ricardo se casó con Alicia Berta Vázquez teniendo 24 y
23 años respectivamente. Él fue comerciante en el rubro de distri-
buidor mayorista. Falleció en 1996.
Siempre en la familia prevaleció el esfuerzo y la dedicación. ¡Mi
abuelo fue un lindo ejemplo de ello!
Para llegar a ser maquinista de primera estudió de grande. Co-
menzó con los ingleses de fogonero, tirando leña a las calderas de
las locomotoras. Luego, vinieron las máquinas a carbón, después a
petróleo y más tarde a diesel. Esto lo obligó a estudiar día y noche
para rendir el examen que le habilitaba a conducirlas.
Fue un ejemplo para los trabajadores de la Fraternidad (sindica-
to de los ferroviarios).
El salto generacional se vio reflejado en el estudio, ya que mu-
chos de sus descendientes completaron o comenzaron carreras

144
universitarias o tienen buenos trabajos.
Marino se jubiló como gerente del Banco Hipotecario Nacional y
su hija María Elisa obtuvo el primer título universitario de la fami-
lia. Ella es abogada.
La reunión familiar de los domingos era inevitable con buena
comida y naipes de por medio. ¡Se jugaba por centavos, pero algo
se apostaba!

Alicia Vazquez de MESCHINI sus hijos Lalo y René


Avelino Ricardo Meschini

145
Familia: LUCA - GABBANELLI
Relata: Alicia Molinos

“33” … tres, tres; “45” … cuatro, cinco; “67” … seis, siete; …


Así era después de una rica comida italiana. Los domingos en
familia rodeando a mi abuela Marietta y jugando a la lotería. ¡Cómo
le gustaba jugar a la lotería!¡ Pero más le gustaba ganar!
Yo, Alicia, dormía en la misma pieza con ella y era otra la expre-
sión de su cara cuando había ganado. Era lindo vivir con ella por-
que la familia estaba siempre en casa visitándola. Sus hijos venían
mucho, pero el tío Victorio venía todos los días en colectivo. Mi her-
mana y yo lo íbamos a buscar a la parada, nos traía un chocolatín
blanco. ¡Creo que mi debilidad por el chocolate blanco viene de ahí!
A mi dame blanco, no chocolate oscuro.
Yo la conocí a ella (mi abuela) y no a su esposo, mi abuelo. Sé
su historia porque se contaba en mi casa o quizás porque fui pre-
guntando y me fui enterando cuando unos primos quisieron hacer
nuestro árbol familiar. Comienzo por el principio.
Vittorio Gabbanelli y Rosa Vitali tienen cuatro hijos nacidos to-
dos en Montecassiano (provincia de Macerata, región de Le Mar-
che- Italia del este): Augusto, Elvira, Zefferino y Adriano.
El primero en venir a la Argentina fue Adriano con sólo 17 años,
el 21/02/1886 ¿Se imaginan venir a un país desconocido sin co-
nocer su idioma, sólo y a esa edad? Impactante, ¿no? Los demás
fueron llegando entre el año1899 (Elvira y Zefferino con 34 y 24
años, respectivamente) y 1910 (Augusto, con 55 años).
Elvira no se halló en este país y regresó rápidamente a Italia
donde estaban su marido e hijos. Viviría en Montecassiano hasta
su muerte. Estuve dos veces en el pueblo y conocí a sus descen-
dientes. Ellos me contaron historias familiares que no conocía y
me mostraron la casa donde habían vivido los Gabbanelli. Es la
única casa amarilla con ventanas y puertas enmarcadas con ma-
terial blanco al estilo italiano.
El pueblo de Montecassiano es un típico pueblo italiano en la
montaña rodeado de una muralla. La casa de los Gabbanelli está a
la derecha de una de las tres entradas a la muralla. Hoy en día el
pueblo se ha extendido fuera de la muralla, pero la parte más linda
es la de adentro.
Zefferino nació el 25/02/1875 y se casó con Marietta Luca el

146
02/06/1897. Del matrimonio, nacieron en Montecassiano: Argeni-
de, Rosa y Vittorio, cuyo mellizo murió al nacer. Más tarde, vino en
el buque “Città di Milano” y los trajo el 15/06/1905 a los 30 años.
¡No, no sacaron mal las cuentas!: los hijos fueron naciendo entre el
año 1898 y 1904. En Mar del Plata nacieron Ceferino Emilio, María
Rosa (mi madre), Armando Roberto, Nélida y Raúl Alberto; también
unas mellizas y otra nena que lamentablemente nacieron muertas.
Esto fue relatado personalmente por mi tío Victorio y mi mamá.
Un total de doce hijos. Era ebanista de profesión y comenzó, jun-
to a sus hermanos, con un aserrado en la diagonal Pueyrredón e
Independencia. Aproximadamente en 1914 inauguraron otro ase-
rradero entre las calles Moreno, Mitre, Belgrano y La Rioja. Salvo
Raúl, todos trabajaron en la carpintería. Por su parte, Rosita falle-
ció a los 8 años de una pulmonía.
Los tres hermanos también eran aficionados a la música. Como
verdaderos músicos, tocaban varios instrumentos, pero se desta-
caban con el violín: Zefferino y Adriano formaron parte de la banda
municipal de música llamada “La popular” (banda muy famosa en
esos tiempos). Como carpinteros y ebanistas también eran muy
buenos, llegando a hacer carpintería de obra de la época.
Mi abuelo Zefferino se destacaba como ebanista. Entre los tra-
bajos realizados en la ciudad, se pueden observar:
-bancos de la catedral
-chalet Victorica en la avenida Colón
-lugar para perros en Colón y Santa Fe, muy utilizado en la Épo-
ca.
-trabajos para la familia Peralta Ramos
-carpintería de la casa antigua de Garay y Lamadrid
Antes de 1922, el aserradero se incendió por negligencia de un
empleado. Esta tragedia fue un duro golpe, tanto económico como
emocional, para Zefferino a sus 47 años. Tuvieron que despren-
derse de todas las cosas de valor para poder sobrevivir. Entonces,
Adriano con su familia y su hermano mayor (Augusto), decidieron
trasladarse a la Capital.
Zefferino instaló un taller en su casa e hizo trabajos de carpin-
tería para el hospital Materno Infantil de Mar del Plata. Argenide,
su hija mayor, era muy bonita y ganó varios concursos de belleza,
pero por una depresión (provocada por la ruptura de su noviazgo)
terminó internada en un psiquiátrico, donde murió a los 33 años.
Los descendientes de Zefferino se quedaron en la ciudad menos la

147
tía Nélida. Ella estudió en Capital una carrera universitaria y des-
pués se casó, pero nunca ejerció.
Existimos descendientes de tercera o cuarta generación, según
donde nacieron nuestros padres. Marietta tenía muy linda voz y
perteneció al coro de la Iglesia Catedral. Si bien todos sus hijos
varones empezaron a trabajar en el casino de Mar del Plata, dos
de ellos siguieron relacionados con la profesión de su padre. El tío
Armando era techista y el tío Raúl lustrador, como así también su
hijo mayor Ceferino.
Hay algo que identifica a mi nona Marietra: la lotería y las co-
midas italianas, pero principalmente la polenta a la mesa con es-
tofado de perdices. Perdices que cazaban mis tíos. Una vez por
mes íbamos a “visitar” a sus muertos al panteón de los italianos.
Mientras mi madre y ella arreglaban las flores, mi hermana y yo
jugábamos a la escondida entre las tumbas. ¡No éramos las únicas!
Mi primo Roberto averiguó que Gabbanelli, viene de “gabbiano”
(gaviota). Esto que les estoy contando son relatos de mi tío, de la
nona y de una tía de parte de los Luca, pero, principalmente, todo
lo fue investigando mi primo (Roberto Gabbanelli), hijo mayor de
Armando (hermano de mi madre). ¡Tengo lindos recuerdos de mi
viejita Marietta y de toda la familia!

Luca-Gabbanelli (de iz. a der. Emilio, Marietta Luca, María, Argenide,


Zefferino y Vittorio Gabbanelli)

148
Familia: LIBBI - FELIZIANI
Relata: José Alberto Kochur

E l primer integrante de la Familia Libbi llegó a Mar del Plata


entre 1910-1911, proveniente de la ciudad de San Benedetto
del Tronto (Provincia de Ascoli Piceno). Pietro, partió desde Italia y
dejó a su esposa Gemma Feliziani y a dos pequeños hijos (Federico
de 2 años (nacido en1908) y Giuseppe recién nacido (1910). Como
la mayoría de los emigrantes arribó a la ciudad de Buenos Aires e
inmediatamente se dirigió a Mar del Plata donde ya se habían esta-
blecido algunos paisanos de su mismo pueblo, entre ellos algunos
con lazos familiares con él como los Mascharetti y los Ricci. Bus-
caría un trabajo y su destino, ya que en su ciudad natal la Familia
Libbi se dedicaba a la pesca, y poseía un par de embarcaciones
pequeñas; entendió que en esta ciudad de Mar del Plata podría
conseguir trabajo practicando el oficio que había heredado y que
tanto conocía.
Fueron duros los primeros años, pero logró salir adelante, y para
1914 (antes de que comenzara la guerra), pudo traer a su esposa
y sus dos hijos. Un par de años más tarde nacería el tercer varón
Guido, en la tierra adoptada como propia.
Pietro trabajó duro en el oficio de artes de pesca, y luego de años
de sacrificio llegó a ser propietario de dos pequeñas embarcacio-
nes, las tradicionales lanchitas amarillas. Años más tarde las ven-
dería, ya que su esposa Gemma muy asustada y atormentada por
la posibilidad de perder a su marido y sus hijos, le hizo prometer a
Pietro que no seguirían con ese trabajo de riesgo, luego de que un
temporal muy fuerte azotó la ciudad y se perdieran algunas embar-
caciones y cobrara algunas víctimas entre los marineros.
Con el dinero de la venta de las lanchitas, y manteniéndose liga-
dos al rubro, la familia ya constituida emprendió un negocio pro-
pio y montó una Pescadería llamada “La Esmeralda” que funcionó
hasta mediados de la década de 1970, atendida por Pietro y los tres
hermanos Libbi y ubicada siempre en el mismo lugar, Santa Fe y
Alberti. Fue una de las primeras que abasteció de pescado fresco y
mariscos a los tradicionales Bares de La Rambla. Como era habi-
tual en la época la vivienda de la familia formaba parte de la misma
construcción del negocio, y abarcaba toda la esquina. En la esqui-
na misma le alquilaban uno de los locales a un verdulero, y junto

149
a éste se encontraba la pescadería (sobre calle Alberti).
Sobre Santa Fe junto a la verdulería, se ingresaba a la casa
familiar; a la entrada había un Hall que daba a la pescadería por
detrás, y también una habitación que hacía las veces de Cámara
Congelador donde almacenaban el pescado que se iba a comprar
a diario a la Banquina con una pequeña camioneta. La propiedad
era grande y cómoda, y moderna para la época. Con un patio abier-
to en el centro a donde daban los dormitorios, el baño, la cocina y
el garage. El terreno formaba una L, y ocupaba un octavo de man-
zana. Allí en ese barrio crecieron los hermanos que fueron activos
participantes y asiduos concurrentes al Club Peñarol. De hecho,
Federico Libbi fue arquero del primer equipo de Fútbol del Club
que competía en la Liga Local.
La familia comenzó a agrandarse de a poco y los hermanos fue-
ron contrayendo matrimonio; el primero en casarse (1938) fue Fe-
derico Libbi con Manuela Sanjurjo Viqueira (nacida en Villa Ma-
yor, Galicia, España (1918-2000), de cuya unión nació Stella Libbi
(1948). Aunque inusual para la época, el primero en continuar la
familia aún sin casarse (lo hicieron en 1953) fue José Libbi (el
pequeño Giuseppe), que formó familia con Celina Nieves (oriunda
de Balcarce (1919-2003) y de cuya unión nacieron Emma Libbi
(1945) y Pedro Libbi (1947). Otra costumbre habitual fue poner a
los primeros nietos el nombre de los Nonos, costumbre que aún
se mantiene en mi familia. Ya que más adelante llegaremos a otra
pequeña Emma. Y por último el hermano menor Guido Libbi con-
trajo matrimonio con Alicia y de cuya unión nacieron Guido Libbi
(h) (1955) y Alejandro Libbi (1960). Los tres hermanos con sus
familias vivían cerca del hogar paterno, tal cual era habitual en la
época. Federico vivía en Avellaneda casi Alsina, y Guido en San-
tiago del Estero casi Garay. En el caso de José Libbi y su familia,
al comienzo vivían dentro del hogar paterno, ya que era amplio el
Nono Pietro edificó para ellos una habitación, baño y cocina, lugar
donde dieron sus primeros pasos Emma y Pedro Libbi. Luego ad-
quirieron su propia vivienda en la calle Roca entre Buenos Aires y
Entre Ríos. En el barrio también vivían otras familias oriundas de
San Benedetto, todos cerca del Club Peñarol.
La Nona Gemma Feliziani, eje central y núcleo de la familia Libbi
falleció en 1960. Pero dejó una huella profunda en sus nietos que
la recordaban con mucho amor, resaltando su carácter fuerte y
dominante, y la belleza y gran cultura que poseía. Ambos pudieron

150
regresar a Italia un par de veces (1950 y 1955 aprox). Pietro ya viu-
do, volvió a San Benedetto por última vez a mediados de la década
de 1960 para visitar a la familia, y para participar del matrimonio
de una sobrina. Pasó sus últimos años en casa de Federico (el hijo
mayor) y atendido por su nuera Manuela. Ya que antes de él, pre-
maturamente le tocó perder a dos de sus hijos: José Libbi falleció a
fines de 1971 y el menor Guido Libbi a principios de 1972, ambos
de causas naturales. Federico era el mayor y fue el más longevo, ya
que vivió hasta el año 1990.
La primera generación de los Libbi (Emma, Pedro, Stella, Guido
y Alejandro) hicieron sus estudios primarios en la escuela nº 5,
cerca del Club Peñarol y también en la nº 10 Manuel Belgrano, que
aún funciona en la calle Avellaneda y Entre Ríos. Aunque también
algunos años en la escuela nº 31 Sargento Cabral (España y San
Lorenzo), y los estudios secundarios en la escuela que funciona en
Santiago del estero y Avellaneda y otros en la Escuela Normal de
Mar del Plata.
El primero en agrandar la familia fue Pedro Libbi, que contrajo matrimonio
con Nidia Collman (oriunda de Dolores) y de cuya unión nacieron Gustavo Lib-
bi (1969) y Sergio Libbi (1970); así es como aparecía ya la segunda generación
nacida en Argentina. Pedro luego de algunos años formó otra familia en España,
a donde había ido por trabajo para una compañía naviera, allí conoció y se casó
(1980) con Purificación Villanueva (oriunda de Pontevedra, Galicia) y de cuya
unión nacieron Janet Libbi (1982) y Yovanna Libbi (1985). Se radicó en la ciudad
de Pontevedra, España. Sus últimos años trabajó como portero en el museo de esa
ciudad, pero por esas cosas de la vida falleció repentinamente en su ciudad (Mar
del Plata) cuando vino a visitar a su familia (1987).
La nieta mayor Emma Libbi, se dedicó a hacer cursos de costura y también de
mecanógrafa y taquígrafa, trabajó varios años para Nestlé como secretaria, hasta
que en 1974 decidió dedicarse a criar sus hijos (mellizos). En 1969 contrajo ma-
trimonio con Pablo Kochur, de cuya unión nacieron Maria Celia y José Alberto
Kochur Libbi (1971). Se divorció en 1985 y volvió a casarse en 1995, con Hector
Montero, fue ama de casa hasta que falleció en 2007, rodeada de sus hijos y nietas.
Stella Libbi obtuvo en 1966 una beca con American Field Service e hizo un
año de estudios secundarios en el estado de California. A su regreso a Mar del
Plata se recibió de Maestra en la Escuela Normal. Más tarde, ingresó en la Univer-
sidad Católica de Mar del Plata ya que ese año abrieron la carrera de Traducción
Pública de Inglés. Allí estudió un poco más de dos años, pero eran épocas delica-
das y la Universidad Católica comenzaba a tener muchos problemas. En octubre
de 1971, regresó a los Estados Unidos. Allí siguió su carrera educativa donde

151
obtuvo su título y luego un Master. Contrajo matrimonio en 1982 con José H.
Auday, nacido en Rio Negro Argentina, quien era un cirujano ortopedista con su
práctica en la ciudad de Filadelfia. Del fruto de esa unión nació Joseph Frederick
Auday Libbi (1984), que nació en Filadelphia (Pennsilvanya) en Estados Unido.
Stella no volvería a residir en Argentina, aún vive en Estados Unidos, actualmente
en Redondo Beach, California.
Guido ha sido artesano toda su vida, y Alejandro Libbi actualmente es retirado
de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, aunque todavía cumple funciones.
Gustavo y Sergio Libbi, los bisnietos mayores de Gemma y Pietro, vivieron
su infancia en el mismo barrio. Y también hicieron sus estudios primarios en la
Escuela N°10. Gustavo contrajo matrimonio con Patricia Lorenzo, y de esa unión
nacieron Bárbara Libbi (1994) y Juan Martin Libbi (1996). Actualmente Sergio
trabaja para una empresa farmacéutica de Mar del Plata, y del matrimonio con
Andrea Arouxet nacieron Abril Libbi (2000), Agustin Libbi (2006) y Fabricio
Libbi (2010).
Maria Celia Kochur Libbi hizo sus estudios secundarios en la escuela Poli-
valente de Arte, ha trabajado en distintas ocupaciones y actualmente es ama de
casa, aunque ha procurado especializarse tomando cursos de Reiki, y temas rela-
cionados con el crecimiento espiritual. Formó pareja con Claudio Otero y de esa
unión nacieron Giovanna Otero Kochur (2002) y Franco Otero Kochur (2003).
Años más tarde volvió a formar pareja con Adolfo Martínez y de esta unión nació
Lorenzo Martínez Kochur (2008).
José Alberto Kochur Libbi hizo sus estudios secundarios en la Escuela Indus-
trial, y actualmente trabaja en Control de Calidad en una empresa de Mar del Plata
(Cabrales SA). Tuvo la oportunidad de trabajar en el mismo rubro en una empresa
de la Regione Marche (en Mattelica), ya que participó en 2002 de un Proyecto
organizado por Le Marche para descendientes. En ese mismo viaje sucedió el
reencuentro entre las dos partes de la Familia, ya que el mismo se había interrum-
pido por más de 30 años. Aprovechando que estaba cerca de la ciudad natal de su
abuelo, fue allí por un contacto del Municipio de San Benedetto del Tronto el Dr.
Luigi Cava, al cual había conocido en Mar del Plata con motivo de la ratificación
del hermanamiento entre las dos ciudades en 2002. Luego de algunas gestiones
pudo ubicar a su familia y reencontrarse con ellos, compartir anécdotas, fotos
antiguas e historias en común. Pasó unos días en “familia”, en casa de Silvano Li-
bbi (primo del bisabuelo Pietro) con su mujer Nunzia, sus hijos Franceso, Enrica
y Federico Libbi. Los encuentros se repetirían en 2003 y 2004, una experiencia
maravillosa y emocionante. Poder pasar unos días en San Benedetto, recorrer las
mismas calles y lugares donde había comenzado la historia y sentirse como “en
casa”. José contrajo matrimonio con Marcela Dopchiz y de esa unión nacieron
Lucía Kochur (2002), Emma Kochur (2006) y Sol Kochur (2008).

152
Otra columna de esta familia que está en Estados Unidos es Joe Auday Libbi
que terminó sus estudios secundarios en Harriton High School en Bryn Mawr,
Pennsylvania y sus estudios superiores en Penn State University también en Pen-
nsylvania. Sus estudios en ingeniería fueron una base para desarrollar su carrera
actual que son las finanzas. Joe hoy es el Associate V.P. de Steel Peak una compa-
ñía de Wealth Management en Beverly Hill, California y Vice Presidente & CEO
de REOP, un website de su creación.
Y la otra columna de la familia se encuentra en España, en
Pontevedra. Allí viven juntas Yovanna y Janet Libbi con su madre
Pury. Yovanna es enfermera al igual que su madre, y Janet se ha
formado en la Dirección de Empresas Turísticas y actualmente de
ocupa de dirigir una Agencia y Hoteles del rubro, en 2006 se con-
virtió en madre de Mayra.

Así es que parte de la Famiglia Libbi, que comenzara su histo-


ria en San Benedetto con Pietro y Gemma, nos encuentra un siglo
después repartidos por distintos lugares, pero conectados y co-
municados. Tratando de preservar la historia y los vínculos, para
recordar de dónde venimos y de esta manera vivir el presente sin
olvidar el pasado, preservar las raíces del origen para alimentar los
retoños del futuro.

De izquierda a derecha Federico, Guido, Gemma Feliziani, Pietro


Libbi y José (Giuseppe)

153
Familia MAGI - MARCUCCI
Relata: Ana Marcucci

“Partimos de Génova en el año 1947 con mi padre (César), mi


madre (Gina Magi), mis abuelos (Antonio Magi, casado con Antonia
Magi que tenía el mismo apellido, pero no eran parientes) y herma-
nas. Yo, Ana, soy la menor de cuatro hermanas: la mayor se llama
Nella, luego sigue María Antonia y Elia.
Salimos en el barco “Buenos Aires” (de la Empresa Dodero) y
nos despidieron tíos, tías junto a otros familiares que lloraban y se
abrazaban. Vinimos a la Argentina con esperanza de trabajo, es-
capando de la guerra, llamados por mis tíos abuelos que ya tenían
un saladero y matarife en Mar del Plata.
Me acuerdo hasta el día de hoy de la travesía, sobre todo del
aroma de la comida y del comedor con pilas de platos blancos que,
cuando el mar se agitaba y el barco se movía, se caían todos. Todas
las noches había un conjunto que tocaba tango y en su repertorio
era común escuchar la canción “Celos” o “la Cumparcita”.
Las olas subían y llegaban hasta la cubierta, recuerdo a Nella y
Mimi (Ma. Antonia) verlas muy descompuestas porque al pasar por
las costas de Brasil, en el golfo de Santa Caterina, donde se veían
palmeras en la costa, el barco se movía quedando cubierto por las
olas.
Al llegar a Buenos Aires me llamó la atención el color del río,
muy distinto al color del mar que yo conocía y que habíamos visto
durante 17 días. En el puerto nos esperaban miles de pañuelos
blancos que se agitaban mezclados con sombreros, donde se veía
la alegría del reencuentro, la emoción... Nos vino a buscar el tío
que más quería (Pedro Magi) con su auto Mercedez Benz negro.
A distancia me pregunto, cómo habremos hecho para entrar to-
dos en el auto: mi mamá, mi abuela, mis hermanas y yo. Tomamos
la ruta 2, era pequeña y por ratos me parecía que era de tierra. Por
otro lado, mi padre y el abuelo tomaron el tren. Me siento orgullosa
de saber que mi abuelo materno (Antonio Magi) recibió una meda-
lla de honor por su paso en la guerra en África.
Mi mamá (Gina) ya había estado en Argentina desde chica hasta
sus 12 años. Luego, había regresado a Italia y, al tiempo, se ca-
saría allí. Del mismo modo, otro pariente (Paulo Marcucci, alias
Chambello) de joven había vivido en Santa Fe y luego regresó a

154
Italia donde falleció.
Cuando estábamos en Castelfidardo (lugar donde vivimos y na-
cimos en Italia), mi padre tocaba el acordeón, bailábamos y can-
tábamos todos los chicos con los grandes. Nos divertíamos mucho
junto a un papá alegre, entusiasta y lleno de vida. Trabajaba en la
empresa “Pablo Soprano”, donde se fabricaban acordeones, hasta
que renunció para emigrar a la Argentina. Mi papá no quería venir
a estas tierras, pero mi madre y abuela quisieron volver, porque
habían pasado por una Guerra Mundial por lo que no querían vol-
ver a pasar por situaciones similares.
Volviendo a retomar el momento de nuestra llegada a Mar del
Plata, nos fuimos a vivir en la calle 3 de febrero y Guido, casa de
Cesar Magi (hermano de Pedro). A los pocos meses nos mudamos
a una casa alquilada, ubicada en Funes y 11 de septiembre, barrio
Pompeya.
Fui a la Escuela N° 5, cerca de casa, de muy buen nivel. Luego
pasé a estudiar el Magisterio en la Escuela Normal Nacional, ubi-
cada donde ahora está la Biblioteca Pública Municipal. Tomé mi
primera comunión en la Iglesia Pompeya. Por su parte, mis herma-
nas Nella y Mimi se casaron en la Iglesia del Barrio (nueva Pompe-
ya). Elia se casó en la Iglesia San Francisco y yo en la Catedral con
Vincenzo Mario Bertino (lo llamábamos Enzo).
A Vincenzo lo conocí en los bailes que organizaba el CIM Centro
Italiano Marplatense. Un lugar de encuentro para los jóvenes de
la colectividad, íbamos a bailar jazz con la orquesta en vivo de Ar-
mando Blumetti y la típica con la cual se bailaba tango. Enzo era
originario de Acireale (Scicilia) y participaba de la comisión del CIM
junto a Dino Sabattini, uno de los fundadores del Club.
Cuando conocí a Enzo, él tenía 24 años y yo era muy joven, 16
años. Nos casamos al año siguiente de conocernos y tuvimos unos
hijos maravillosos: nuestras mellizas Ana y Sandra, Claudia y Pa-
blo. Enzo era muy ingenioso, inteligente y emprendedor: trabajaba
muchísimo haciendo y diseñando la primera máquina de corte del
Pan Lactal, llegando a ser un exitoso empresario. También realizó
los primeros guinches para pequeños barcos de pesca, luego los fa-
bricaría para los grandes barcos con marca “Noruega”. Actualmen-
te, nuestra marca “Bericar” es una industria local de envergadura
donde desarrollan la actividad mis hijos.
Mis nietos, Alejandro Fagiolini y Federico Fagiolini (sus abuelos
de Ascoli Piceno) son hijos de Ana y Alejandro Fagiolini; Claudia,

155
junto a Daniel Fernández, me dieron los siguientes nietos: Flo-
rencia Belén Fernández, Agustina Rocío Fernández; Mi hijo (Pablo
Bertino) se casó con Karina Mauri, y tuvieron a Delfina, Constanza
María y Anita Bertino.
En este momento, tengo mi taller de arte ubicado en la calle
Alvarado casi Buenos Aires. Allí disfruto de la pintura, de los cua-
dros y telas donde expreso mi arte. A diario tengo la compañía de
amigos que me visitan y comparten un cafecito junto a las imá-
genes que decoran el “Espacio de Arte”. El Comité de Cultura de
la Unione Regionale Marchgiana me ha distinguido con el honor
del diseño y pintura del Barco con el cual emigré. Será la TAPA de
dicho libro, donde se relatan más de 90 historias de vida de inmi-
grantes italianos.
Por otra parte, mi hermana (Nella) tuvo dos hijas (Silvana y
Adriana Sabatini); Mimi tuvo a Eduardo Haurié y Elia contrajo ma-
trimonio con Luis Campagna, del cual nació su hijo Julián.

Sentados,
Cesar Marcucci-
Gina Magi_

Parados,
María Elia
Nella, Anna
Marcucci
Mar del Plata
año 1980

156
Familia: MAGNANINI - GRASSI 
Relata: Cristina Iriondo de Grassi

Recordando con el corazón 
Corría el año 1945, Celeste regresa de la guerra, después de es-
tar alejado por cinco años de su país y sus seres queridos, decide
proponerle matrimonio a María, su amor de la adolescencia. Ella
acepta y en setiembre de ese año contraen matrimonio, proyectan-
do juntos una nueva vida llena de desafíos que los lleva a radicarse
en la ciudad de Mar del Plata, Argentina.  

En 1951, nace su hijo Luis Juan y en 1953 Juan Vicente. Ellos ron-
daban sus jóvenes 30 años, y sus vidas eran benditas por sus hi-
jos. Estaban llenos de proyectos: familia, trabajo, amistades y
el sueño de construir su propia casa. Por aquellos años, Celeste
trabaja en la construcción, comienza a recibir diferentes propues-
tas de trabajo, haciendo departamentos, casas, refacciones, mien-
tras construía su propia casa. 
En la década del 60 forma una sociedad con los señores Leo
Betti y José González alquilando el Hotel El Patio (Buenos Aires
2447) durante los años posteriores lo van refaccionando. Celes-
te compra la parte societaria y en 1969 adquiere toda la propie-
dad, con el nombre de Hotel Piemonte.
Mientras transcurrían estos años, Celeste y María, junto a sus
amigos marchigianos, que vivían aquí, solían reunirse en el Hotel
Pujol donde pasaban momentos amenos, contando anécdotas, bai-
lando y cantando sus típicas canciones. De alguna manera sentían
que traían a este lugar un pedacito de su querida tierra natal, Ita-
lia. 
Pasaron los años, en la década del 70 sus hijos se casan, Luis
con Cristina Iriondo (quien escribe estas líneas) y Juan con Roxana
Huerta. La familia comienza a ser más grande y a vivir momentos
felices con la llegada de sus nietos: Pablo Luis, Gustavo Ángel, Ca-
rolina y Franco. 
Celeste tenía un anhelo muy fuerte en su corazón, era la crea-
ción de un Club que representara a su amada Le Marche, en su
ciudad. Unido su proyecto al de otros marchigianos, en julio de
1976 fundan la “Unione Regionale Marchigiana” con el objeto de​

157
desarrollar actividades sociales, recreativas, culturales y deporti-
vas. Y es en los años 80 cuando con mucho esfuerzo construyen el
salón para fiestas y la Villa recreativa. Teniendo el honor de ser du-
rante varios años su Presidente. 
El apoyo y la presencia de su familia y amigos ayudaron a Celes-
te a superar    la ausencia física de su inseparable compañera Ma-
ría. El carácter afectivo de Celeste, le permitió vivir, sus últimos años
con una nueva compañera Olimpia Marchi con quien compartió
muy felices momentos, persona que ya era querida amiga de la fa-
milia.  María y Celeste fueron un ejemplo de trabajo, esfuerzo, dedi-
cación, honestidad y profundo amor por sus seres queridos y ami-
gos. 
Deseo rescatar muy especialmente que el carácter siempre so-
lidario en todos los aspectos de Celeste, fue retribuido con gene-
rosidad y amplitud por familiares, amigos y compatriotas en los
momentos que le fueran necesarios, como finalizar el ambicio-
so proyecto del Hotel Cosmo.  
Cada persona que transitó por mi vida ha dejado una huella en
ella. Celeste y María, también lo hicieron, señalándome la senda
de amor y respeto hacia los seres cercanos, como también a acep-
tar los duros momentos con que todos nosotros, tarde o temprano,
debemos enfrentar. 
Asimismo, ellos reafirmaron las enseñanzas y principios de
trabajo, honestidad y lealtad inculcadas por mis queridos pa-
dres, Elida y Ricardo. 
Para finalizar esta breve síntesis, deseo expresar que me siento
bendecida por Dios por haberme permitido ser parte en la vida de
seres tan especiales. Ellos me brindaron además de su amor el te-
soro invalorable de su ejemplo. ¡Gracias Celeste y María!

Celeste Grassi
Primer
presidente
d la Unione
Regionale
Marchigiana

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Familia: MANETTA - GUERRA
Relata: Gabriela Manetta

H istoria de vida de LUIGI MANETTA (Sant’Angelo in Vado,


Pesaro Urbino, Italia 19/01/1920- Mar del Plata- Buenos
Aires, Argentina 16/11/1997)
Luigi no hablaba mucho de Italia. Cuando llegó a la Argentina,
dejó su pasado atrás y empezó una vida nueva, relegando los re-
cuerdos tristes de su tierra natal para aprovechar todas las oportu-
nidades que este joven y rico país ofrecía a todas aquellas personas
de gran cultura de sacrificio y trabajo como lo era él (y como todos
en su familia).
En Italia, Luigi vivía en una casa de campo en el “Quartiere San-
ta Lucia” en las afueras de Sant’Angelo in Vado, Provincia de Pesa-
ro, Italia. Era una casa muy humilde, tipo establo, en la cual vivían
los animales abajo y la familia arriba. La familia pasó muchas pe-
nurias en Italia. Eran campesinos, peones de una familia que les
dejaba trabajar la tierra por un porcentaje y se alimentaban de lo
que producía el campo, tierra pobre y estéril, y los animales que
tenían. Cultivan la vera del camino para poder alimentarse. Los
recuerdos de haber vivido la Primera Guerra Mundial eran memo-
rias que Luis nunca contaba. “A la vaca la tapábamos por la noche
y a los animales los cuidábamos más que a nosotros mismos” o
“¡Cuando se moría un animal, era una fiesta, porque comíamos
carne!” recordaban con tristeza él y sus hermanos.
Pero estas frases nunca las decía como lamento. Sólo las men-
cionaba cuando la familia insistía que hablase de su niñez. No ha-
blaba mucho de su pasado. Sus hermanos más grandes tampoco,
eran cosas de las que no se hablaba.
Si bien recordaba el italiano, nunca lo usaba. Una vez, poco an-
tes de fallecer, hablando con su nieta mayor (quien en ese momen-
to comenzaba a estudiar italiano) le hacía preguntas y le respondía
fluidamente para probar cuanto sabía esta última, lo que fue una
sorpresa para todos.
Luigi arribó al Puerto de Buenos Aires el 30/04/1930 con 11
años (aunque en la familia siempre se dijo que era mas grande y
que lo habían anotado más tarde). Llegó en el Buque Conte Rosso,
acompañado de su mamá Annunziata Guerra, Luisa y Annetta Ma-
netta, sus hermanas mayores. Venían junto a primos de la familia

159
paterna. La reunión familiar fue muy emotiva ya que su papá Vin-
cenzo (al que llamaban LILI y animaba las fiestas de los paisanos
con su acordeón tocando, aunque parecía dormido) y sus dos her-
manos mayores María y Giovanni, estaban aquí desde hacía siete
años (1923). Su mamá también había estado en Argentina. Ella
había viajado junto a su marido e hijos mayores y luego de varios
años volvió a buscar a los tres hijos que habían quedado al cuida-
do de unas tías allá en Italia. Hacía muchos años que la familia no
estaba toda reunida.
Para Luigi, su papá y sus hermanos mayores eran sólo recuer-
dos borrosos ya que contaba con sólo 3 años cuando la familia
se desmembró. Vincenzo trabajaba en las vías de tren, Maria era
casera y Juan era yesero. Era una familia muy trabajadora y muy
unida. Juan fundó una yesería que luego trabajó junto a Luigi,
María llegó a tener su propio restaurante “La colmena” (que fun-
cionaba en Independencia y Belgrano) y las hermanas más jóvenes
formaron su hogar y seguían el ejemplo de su madre. Todos los
hermanos se ayudaban.
Luigi fue siempre una persona de gran entusiasmo y talento y
como sus hermanos mayores, con una gran visión. El trabajo no lo
asustaba y estaba siempre listo para arremeter con nuevas tareas
y emprender nuevos rumbos. Trabajó como su hermano Giovanni
en la construcción y como yesero. Aprendió el oficio desde cero y
luego junto a él constituyeron una yesería dedicada a la venta de
materiales y la construcción de propiedad horizontal en Mar del
Plata y zona; que funciona aún hoy en nuestra ciudad y que lleva
en su honor el nombre de “LUIS MANETTA e HIJOS” (en este mo-
mento al comando de sus hijos como dice la razón social).
También fundó una cerámica que hacía murales, jarrones, ceni-
ceros, floreros, venecitas y cuanto elemento decorativo se pudiese
fabricar (de los cuales aún hoy se pueden encontrar murales en
edificios como el ubicado en Alberti y Sarmiento- hecho junto a un
socio Magnani- Manetta). Era un hombre muy emprendedor.
Luigi echó raíces en Argentina, país que amaba por sobre todas
las cosas y que siempre destacaba que debería estar mejor con
toda su extensión y su riqueza. Él adoptó a Argentina como su
hogar. No tenía acento italiano (ni una “traccia”) y se comunicaba
con todos en su perfecto castellano. Era como si hubiese borrado
su identidad.
En Mar del Plata, formó su familia y junto a su esposa Alba

160
Pozzi, también hija de italianos, tuvo a sus tres hijos: Rubén, Jor-
ge y Romina. Era un abuelo compinche y cariñoso con sus cinco
nietos (Gabriela, Cristian, Belén, Celeste y Pamela) los invitaba a
jugar al Bowling en el Club Argentinos del Sud del cual era uno de
sus fundadores y siempre los mimaba y daba los gustos. Era un
hombre muy generoso, humilde, bueno, siempre dispuesto a dar
una mano a quien lo necesitase.
Luigi disfrutaba de su vida argentina. Jamás quiso volver a Ita-
lia, ni volver a ver a su pueblo natal. Tal vez nostalgia, tal vez
tristeza. Sin embargo, en su Ford Fairlane tenía un sticker con el
emblema de Sant’Angelo in Vado (PU) su pueblo natal. Su pasado,
aunque escondido, estaba también presente en su nueva vida.

Familia Manetta Guerra


Sentados: Giovanni. Annunziata Guerra, Vincenzo y Luigi Manetta
Arriba: Luisa, Annetta, Pepina y María
(1935)

161
Familia: MANGANI - MEZZOLANI
Relata: Haydeé Emilia Mezzolani

“Ésta es una pequeña historia como la de tantos italianos que


quisieron probar suerte en Argentina. Les contaré que mi papá,
Doménico Mezzolani, viajó con un amigo saliendo de Génova en el
“Vapor Conte Verde” el 6 de octubre de 1927, no sé tantos detalles,
porque era de poco hablar: sólo sé que tenía 26 años.
Después de diez años de duro trabajo, tenía su terreno y una
pequeña casita, así que ya era hora de formar una familia. Por eso,
junto a su amigo, regresó a Italia con el fin de encontrar una com-
pañera para comenzar una nueva aventura.
Corría ya el año 1937, allí en el Peglio, su pueblo natal, ya sa-
bían que llegaban los “americanos” a buscar “sposina” para llevar-
la a América. Mi mamá con sus 25 años y, según nos cuenta ella,
enamorada de alguien a quien sus padres no querían, “aun” no
se había casado. Mamá, Orsola Mangani, provenía de una familia
conocida y muy acomodada. En cambio, papá era campesino. Eso
no influyó en ella, decidida de algún modo a alejarse del pueblo y
llegar a la ciudad de Mar del Plata.
Siempre nos contaba que en quince días lo decidió: se casaría
con Doménico y viajaría a “la América”, y de ese modo lo hicieron.
En dos meses ya casados viajaron a la Argentina. Salieron de Gé-
nova el 7 de octubre de 1937, en el barco “Conte Grande”, de ban-
dera italiana.
En 1938, estaban felices cursando el primer embarazo (se los
puede ver en la foto), pero la beba solamente vivió 18 días. Mi
“mami” como así la llamábamos, quería quedar embarazada rápi-
damente otra vez (caso contrario se volvería a Italia). Es así que en
1939 nació mi hermano (Tomás). Tiempo después, nació mi adora-
ble hermana Teresa.
Orsolina siempre fue alegre, nos contaba con lujo de detalles
de sus padres, de sus hermanos, de sus amigos… y de su amado
“Peglio”.
Nos cantaba en italiano, y nos enseñaba a leerlo. Desde peque-
ñitos, todos los días al acostarnos nos contaba alguna historia de
su pueblo, familia o amigas.
Quisiera contar la alegría que nos invade al hablar de los hijos
y de los sobrinos. Teresa tuvo a su hijo Sebastián, y de él nació su

162
nieto Santiago. Junto a mi marido (Alberto), mi compañero desde
hace cincuenta años de casados y cinco años de noviazgo, tuvimos
a Fabián, María Laura, María Isabel, y María Judith.
Fabián no tiene hijos.
María Laura tiene tres hijos: Guadalupe, Nicolás y Julián.
María Isabel (que está en el cielo) tuvo dos hijos: Joaquín y Or-
nella.
María Judith tuvo dos hijitas, que no están en este mundo. Se-
guramente, comparten otra vida, el cielo, junto a (mi hermanita)
su tía Teresa.

Los hijos y nietos forman parte “vital” del aire que respiramos.
Bueno, no voy a extenderme en detalles, sólo les contaré que Orso-
la y Doménico (Dodin), como así lo llamaba mamá, formaron una
hermosa y amorosa familia, que disfruté junto a mi hermano To-
más y mi hermanita Teresa. Siempre di las gracias por los valores y
enseñanza que ambos nos inculcaron. Nos ayudaron a ser adultos,
responsables, para así poder transitar la vida con alegría a pesar
de las tristezas.

Domenico Mezzolani y
Orsola Mangani. MdP año
1938

163
Familia: MARINANGELI - DA MAREN
Relata: Rosana Marinangeli

N ació en Amandola, provincia de Ascoli Piceno, el 6 de enero


de 1926. En el seno de una familia campesina y numerosa.
Era el sexto hijo de once hermanos.
Teniendo 24 años y contando con el consentimiento de su padre
y no el de su madre, partió del puerto de Genova en el barco “Paolo
Toscanelli”. Su tía le envió una carta, y por esto decidió a venir a la
Argentina. Arribó al puerto de Buenos Aires el 4 de junio de 1950,
con un solo zapato. En las reuniones familiares siempre contaba
que, al pasar el barco por un puerto de Brasil, con otros amigos
compraron un cajón de bananas. Luego de comerlas, al quedar va-
cío el cajón, lo tiraron por la borda de una patada, y detrás de él se
fue también uno de sus zapatos. Lo más irónico es que era el único
par de zapatos que tenía.
Al llegar a Buenos Aires lo recibió su primo, y emprendieron
en tren el viaje hacia Allen, en el valle de Río Negro, donde vivían
sus tíos y primos. Allí estuvo trabajando junto con su familia en la
chacra, por un año. Finalizado el mismo, retornó a Buenos Aires, y
se hospedó en una pensión, donde conoció a un piamontés y con-
siguió trabajo como albañil. Pasados dos años, le ofrecieron venir a
Mar del Plata, a trabajar de mozo en la temporada de verano, en el
Hotel Vitta. Aceptó el trabajo para juntar el dinero suficiente para
un pasaje de ida a Italia. Pero no todo se dio como lo planeó, ya que
le encantó la ciudad, se radicó en ella, conoció a una hermosa mu-
jer (Teresa Marta Da Maren) con la que se casó y pasó el resto de su
vida, y formó una pequeña familia. Tuvo tres hijas (Nora, Silvana
y Rosana), una nieta (Lucia Chinni) y un nieto (Santino Di Pace).
En Mar del Plata se dedicó a trabajos de pintura con su socio
piamontés de la pensión, en mansiones y chalets de los barrios
Playa Grande, La Loma, Stella Maris, Los Troncos, entre otros.
Después de casi treinta años, retornó a Italia con su esposa,
para visitar a su madre y sus hermanos. No será la última vez que
irá, ya que regresó tres veces más.
Alfredo era muy trabajador, amante de estar en familia, y de los
domingos de pasta casera. Fanático acérrimo de los juegos de car-
tas, la briscola y el mus, los cuales le acercaron muchos amigos,
algunos de los que conservó hasta sus últimos días. Vivía haciendo

164
chistes, y todos los chicos se divertían con él. Bailaba la tarantella
como ninguno (no muy bien), y se divertía mucho. Se desvivía por
sus nietos, a los cuales les transmitió valores italianos que aún
ellos conservan con mucho cariño, como las canciones de cuna y
los platos típicos de Le Marche.
Falleció a los 89 años, rodeado de su familia, vecinos y amigos.
Y lo más importante, se fue en paz.

Familia Marinangeli

165
Familia: MECOZZI - CARUCCI
Relata: Aldo Mecozzi

A pochi mesi dalla morte l’Unione Regionale Marchigiana ri-


corda Pompeo Mecozzi

A pochi mesi dalla scomparsa di Pompeo Mecozzi, fondatore e


fautore dell’associazione marchigiana di Mar del Plata, mor-
to lo scorso 7 giugno, l’Unione Regionale Marchigiana lo ricorda in
un commosso messaggio in cui si ripercorre la vita e l’esperienza
migratoria del connazionale, la sua alta levatura morale e il suo
instancabile contributo all’associazionismo italiano in Argentina.
Vice presidente dell’Unione Regionale Marchigiana per 25 anni,
Mecozzi ne è stato soprattutto “collaboratore entusiasta mosso
da autentico spirito di volontariato nelle più svariate circostanze.
Uomo onesto e generoso – scrivono da Mar del Plata – Pompeo ha
saputo onorare la sua terra di origine con il lavoro, la imprendito-
rialità e l’attaccamento alla famiglia. La sua storia di vita è sempli-
ce, ma piena di significati e certamente comune a tanti emigranti
italiani”.
Cresciuto in una famiglia di contadini che viveva nelle ristret-
tezze e primogenito di nove fratelli, Pompeo era nato ad Amandola
nell’allora provincia di Ascoli Piceno, oggi Fermo, il 2 agosto 1925.
Suo padre Enrico, Cavaliere di Vittorio Veneto, era un invalido de-
lla Prima guerra mondiale, così Pompeo oltre a frequentare la scuo-
la ha dovuto adoperarsi sin da piccolissimo negli ardui mestieri
della campagna e non solo. «In mezzo alla terra delle mille colline
e delle vallate ubertose – raccontano da Mar del Plata – Pompeo
trascorse i primi anni della sua gioventù. Ma le voci che parlava-
no di una terra promessa d’oltreoceano, suonavano intensamente
nelle orecchie del giovane «amandolese». Perciò, non appena i can-
noni della Grande Guerra si sono spenti, Pompeo, portatore dello
spirito avventuriero di ogni emigrante e pronto alle sfide, decise
l’espatrio in Argentina con la promessa ai suoi genitori di rientrare
in pochi anni. Arrivò a Buenos Aires l’11 novembre 1949 a bordo
della «Francesco Morosini» e nonostante la lingua, non trovò grandi
difficoltà per inserirsi immediatamente nel mondo del lavoro della
grande urbe.
Certamente, i primi tempi risultarono duri e pieni di privazioni,
ma la voglia di progredire e la volontà erano più forti. Iniziò a lavo-

166
rare da cameriere presso il bar dell’ippodromo porteño e contem-
poraneamente in alcuni noti ristoranti ed a l b e r g h i dell’epoca.
Intanto, nelle ore libere prendeva lezioni sulla riparazione e ins-
tallazione di impianti elettrici, che col tempo sarebbe diventata
una delle attività preferite. Come fecero tanti altri emigranti, anche
Pompeo aiutò i suoi genitori inviando in Italia delle rimesse».
«Nel ‘52 – proseguono – arrivò Irene, sua moglie, anche lei ori-
ginaria di Amandola. E quindi c’era bisogno di farsi la casa per
formare una famiglia. Proprio in quegli anni gli viene offerto il con-
tratto di lavoro per il montaggio degli impianti elettrici in un edi-
ficio di nove piani nella città di Mar del Plata, distante 400 km
della capitale argentina, dove questo tipo di opere si sviluppavano
velocemente. Fondò quindi la sua propria ditta P. Mecozzi & Cia,
senza abbandonare il suo primo mestiere a Buenos Aires. Ma poi
la grande espansione del settore edilizio lo ha spinto a trasferirsi
definitivamente nella fiorente città balneare insieme alla moglie e
ai sui due piccoli figli. E qui trovò tanti italiani, molti corregionali
con i quali fecce particolare amicizia».
«In poco tempo, Pompeo è riuscito a costruirsi la sua propria
abitazione in un quartiere caratteristico marplatense. I tempi era-
no favorevoli, il luogo meraviglioso, la vita in famiglia serena, ma la
piena felicità non c’era. La nostalgia per il paese natio, i genitori,
i fratelli, gli amici, era sempre presente nella mente e nel cuore di
Pompeo. D’altra parte, non dimenticava che aveva un impegno da
portare a compimento. Quindi, dopo tredici anni di assenza, fece il
suo primo rientro in Italia in compagnia della famiglia al comple-
to. L’incontro con i consanguinei fu emozionante ma soprattutto
gioioso. L’aria dei Sibillini, il profumo della terra bagnata, del fieno
appena tagliato, gli mancavano ed in ogni successivo ritorno al
paese, Pompeo provava un immenso piacere, la perfetta armonia,
«la somma felicità possibile dell’uomo» come disse tanto tempo fa
Giacomo Leopardi».
«All’inizio degli anni ‘60 – scrivono ancora da Mar del Plata – in-
traprese un’altra attività che abbracciò con notevole passione: la
gastronomia. Studioso entusiasta della cucina italiana in partico-
lare, apprese l’arte del buongustaio nel famoso ristorante dell’Hotel
Vita, che apparteneva ad una famiglia di marchigiani qui appro-
dati nel primo dopoguerra. Poi decise di farsi strada da solo nel
mestiere e quindi acquistò uno spazioso locale nelle vicinanze del
lungomare ed aprì una tavola calda «BellMar» che riscosse grande

167
successo nelle stagioni estive per un quarto di secolo. Nei lunghi
inverni marplatensi invece, si dedicò all’edilizia, tentativo pure che
gli è stato pienamente favorevole raggiungendo lo sviluppo d’un
piccolo quartiere nei dintorni della città».
«Pompeo era convinto che le nostre tradizioni, le nostre usanze,
i nostri valori più cari, potevano essere preservate e quindi tra-
mandate alle future generazioni purché ci sia la volontà ferma di
diffonderle e sostenerle. Ideali di vita – concludono – che ha saputo
onorare e trasmettere a tutti coloro che abbiamo avuto occasione
di conoscerlo ed apprezzarlo. Grazie Pompeo. Ti ricorderemo con
affetto. Riposa in pace».
Lazio Oggi (http://fedelazio.org)

Pompeo Mecozzi y su
esposa Irene Carucci
en El Rosedal (
Bs. As.)

168
Familia: MELIFFI - DURANTI
Relatores: Inés Tubello, Aldo Meliffi y Bibiana Meliffi

G iuseppe (José) Meliffi -hijo de Pascual Meliffi y María Bettini-


nació el 14 de mayo del año 1890 en la Villa Cataranzano,
zona perteneciente a los terratenientes Rafaelli y ubicada a 2 kiló-
metros del pueblo de Urbania (provincia de Pésaro). Su infancia y
adolescencia se desarrollaron ayudando a sus padres a trabajar la
tierra.
A los 20 años fue llamado a realizar el servicio militar, siendo
trasladado a Abisinia (antiguo nombre con que se la conocía a Etio-
pía, en continente africano). Cuando cumplió con el tiempo estipu-
lado, pudo volver a su tierra natal, pero pronto fue enviado nueva-
mente al frente, en tiempos de la I Guerra Mundial (1914-1918),
junto a su hermano (Doménico) quien lamentablemente fallecería
al explotar una mina. Hasta la finalización del conflicto bélico es-
tuvo bajo custodia de los alemanes y, finalmente, pudo regresar
a Italia en condiciones penosas: él y varios compatriotas tuvieron
que trasladarse a pie, al no contar con recursos económicos ni
apoyo alguno, teniendo que alimentarse de lo poco que encontra-
ban o los residentes les daban.
Al poco tiempo, se casaría con Teodolinda Duranti en su pueblo
natal (15/11/1919), donde nacería su primera hija (Gina Meliffi).
Dada la difícil situación económica y social que había dejado la
Gran Guerra, tuvieron que trasladarse a Villa Calavictoria: allí na-
cieron Renato Meliffi (12/06/1925) y Aldo Meliffi (16/10/1927). Su
nivel de vida era muy precario, trayendo como consecuencia una
difícil situación para poder alimentar a su familia. Ante esta rea-
lidad, el cabeza de familia decidió viajar a la Argentina, donde se
encontraba su primo hermano Bettini. Éste le había escrito sobre
las grandes posibilidades de progreso que había en estas tierras.
Finalmente, un 1º de agosto de 1928 (y con 38 años) decidió
emigrar hacia el Nuevo Continente. En la ciudad de Mar del Plata
se le abrieron nuevas posibilidades, con mucho esfuerzo y trabajos
varios, pero al extrañar enormemente a su familia ya estaba decidi-
do a retornar a Italia. Sin embargo, fue Teodolinda quien, sabiendo
que la situación económica de ella y sus hijos era muy mala, deci-
dió viajar a la Argentina para apoyar a su esposo. Y así lo hizo, en
barco con varios italianos entre ellos la familia Bolognini.

169
Los tres hijos se quedarían al cuidado de su tía Anetta Meliffi y la
abuela María Bettini. Allí recibieron todo el cariño y protección, no
obstante, ellos contaban que comían el pan que dejaban los solda-
dos que se retiraban, y estaba tan duro que lo dejaban un tiempo
en el agua del arroyo para que se ablandara y de esa manera poder
comerlo, cazaban pajaritos y hasta comían los frutos de los dife-
rentes árboles frutales que encontraban.
Mientras tanto, José y Teodolina realizaron diferentes trabajos:
cuidaban un chalet en la loma de Stella Maris con el propósito de
poder juntar dinero y traer a sus hijos que habían quedado en Ita-
lia, preocupados por una eminente Segunda Guerra Mundial. En
1930 nació el cuarto hijo Roberto Meliffi, quien tendría la empresa
de venta artículos para el hogar en calle San Luis y Juan B. Justo.
Recién en octubre de 1937, pudieron juntar el dinero para los pa-
sajes de sus hijos. De esta forma, Gina con 15 años, Renato con 12
y Aldo con 10 tomaron el barco para la Argentina. Dado que eran
menores de edad, pudieron viajar a cargo de un paisano que se
solidarizó con la situación. El viaje fue toda una experiencia para
ellos, donde se unía la alegría de encontrarse con sus padres, pero
también el miedo a lo desconocido, costumbres, idioma.
Ya todos juntos, la familia viviría en un chalet ubicado en Bolí-
var Nº1053 perteneciente a la familia del músico Alberto Williams.
Gina se dedicó a cuidar niños en el Hotel San Carlos, ubicado en
Castelli y Güemes, aunque con dificultad con el idioma. Pronto,
conocería a Carlos Tubello con el que se casó en 1941 y tuvieron 2
hijos (Inés y Carlos). Ines se casó con Jorge Cheringou con el cual
tuvo dos hijos (Esteban y Carla). Carlos Tubello tuvo a dos hermo-
sos hijos: Ariel y Cristian
Por su parte, Renato y Aldo continuaron sus estudios en la Es-
cuela Primaria N° 1 y, posteriormente, aprenderían el rubro de ga-
sista y plomería. En particular, el primero trabajó en la carpintería
“Tiribelli” y, más tarde, junto a su hermano desarrollarían múlti-
ples tareas en la construcción de casas, trabajos de obras sanita-
rias y gas durante toda su vida. Renato a los 18 años conocería
a Clara Venturini con la que se casaría un 22 de mayo de 1951:
de esta unión nacerían Norma y Bibiana. Más tarde, Bibiana se
casaría con Raúl Oscal Minjolou y tuvieron a Valeria y Natalia;
Norma se casó con Oscar Ferrari, quienes tuvieron tres hijos: Ma-
riano, Carolinay Florencia. Asimismo, Aldo se enlazaría con Nelsi
María Durosier el 12/05/1961, en la iglesia San José, y de esa

170
unión nació Aldo Luis (actualmente odontólogo).
En un principio, los tres hermanos tuvieron dificultades para
adaptarse a un nuevo país sobre todo por el idioma. Empero, Ar-
gentina les brindo numerosas posibilidades de progresar, integrar-
se y poder mirar un futuro mejor, superando todos los pesares
que vivieron en su infancia a consecuencia de la Guerra. De esta
forman, pudieron lograr todo lo que habían deseado: casa propia,
trabajo digno y una familia. Siempre estuvieron muy orgullosos
de sus orígenes y, a pesar de haber llegado con las manos vacías,
supieron construir su vida y amar a este país.
Nunca permanecieron desconectados con sus compatriotas ita-
lianos. Por ejemplo, en el año 1976 fueron socios fundadores de
la Unión Regional Marchigiana, junto a sus amigos que actuaron
como primer Presidente (Celeste Grassi) y Vicepresidente (Pompeo
Mecozzi), institución que tenía el fin de reunir emigrantes de aque-
lla región y sus descendientes residentes en la ciudad. El propósito
radicó en conservar, promover y difundir las tradiciones, costum-
bres y el folklore de “Las Marcas”. Es interesante resaltar que Gina
Meliffi fue nombrada socia vitalicia, a la edad de 92 años, en el año
2014 por la Unione Regionale Marchigiana.

Relatores: Inés Tubello y Cristina Cattani

J osé Meliffi había dejado a dos hermanas en el pueblo de Ur-


bania: Annetta y Rosa. Ésta se casó en el año 1918 allí mis-
mo y tuvo una hija llamada Doménica Poggiaspalla (Tina), quien
contraería matrimonio con Bruno Cattani el 24/09/1939. Bruno
había nacido en Roma (19/08/1910) y, más tarde, combatiría en
la Segunda Guerra Mundial.
En 1947 José Meliffi, radicado ya en la Argentina, mandó llamar
a Bruno y a su propia hermana Annetta (hermana mayor soltera,
que había cuidado a sus hijos casi diez años), dada la difícil situa-
ción económica que estaban pasando. El 27/02/1948 se embar-
carían en el vapor “Buenos Aires” rumbo a la Argentina, Mar del
Plata. A los pocos meses hicieron lo mismo Rosa y su hija Domeni-
ca, conocida como “Tina”. Todos fueron a vivir con José hasta que
hicieron su propia casa en San Lorenzo y Mitre.
Tina y Bruno tuvieron una hija a la que llamaron Cristina, la
cual le brindó dos nietas (Anabella y Laura). Su madre trabajó
como modista de alta costura mientras que su padre se dedicó al

171
oficio de escultor. Él pondría un taller frente al cementerio de la
Loma donde hacía grabados en mármol, esculturas por pedido,
punteados de placas, etc. A la vez, confeccionaba las carrozas, re-
presentando a la Unión Regional Marchigiana, que participaban de
los desfiles de inauguración de la temporada estival. Dentro de la
misma confeccionó un gran caracol de tierra que es el símbolo de
Urbania (“la lumaca”).
Aun hoy se puede apreciar un hermoso Escudo Nacional de la
República Argentina, tallado en piedra, en frente de las oficinas
de los silos que se encuentra a la salida del puerto. Otro igual fue
realizado para la ciudad de La Plata. También, fue condecorado por
la Asociación Italiana en Mar del Plata por ser excombatiente en
la Segunda Guerra Mundial y socio de la Unión Regionale Marchi-
giana. A partir del año 1971 se dedicaron al rubro de la hotelería.
Tenían el Hotel Urbania en Las Heras 2976, donde la familia se
reunía los sábados a comer “escachata, crostoli, fideos” y recordar
los tiempos pasados en su tierra natal.
La tía Annetta vivió hasta sus últimos días con el cariño de sus
sobrinos y sobrinos nietos. En cambio, Bruno volvió a su querida
Urbania en abril de 1995 y falleció en su “paese” en mayo de ese
mismo año. Justamente, era su deseo descansar en el cementerio
donde yacían sus seres queridos. A su sobrina Inés aún le acongoja
recordar su fuerte abrazo, su mirada húmeda, cuando se despidió
con un beso. Ahí se dio cuenta que era la despedida final, que no
volvería. Al tío Bruno siempre lo recordaremos como un ser alegre,
afectuoso, un enamorado de las cosas bellas.

Renato
Meliffi, Aldo
Meliffi,
Roberto
Meliffi, Carlos
Tubello,
José Meliffi,
Ines Tubello,
Teodolinda
Duranti y
Gina Meliffi

172
Familia: DISTEFANI - MINGARELLI
Relata: Gabriele Mingarelli

M i nombre es Gabriele Mingarelli, vine a Argentina con tan


solo 21 años de edad, junto con mi padre Luis Mingarelli,
mi madre Marcela Distefani y una hermana Anna.
Soy nacido en Corridonia, Macerata, actualmente tengo 80 años.
Partí el 27 de octubre de 1956 del puerto de Genova y llegué a
Buenos Aires el 30 de noviembre del mismo año. El barco en que
salimos se llamaba Santa Fe, en el cual tuvimos que hacer un par
de escalas antes de arribar en Buenos Aires. Primero fue a Napoli
y luego como se produjo una avería en el barco, paramos en Ca-
narias. Lo que se había roto en el barco era la provisión de agua
dulce, por lo que hubo muchos pasajeros que se descompusieron
por beber agua salada.
En Italia trabajaba con mi padre en la fragua, y ya cumplidos los
21 años debía hacer el servicio militar. Todavía quedaban los mie-
dos de la guerra, entonces decidimos emigrar a Argentina donde
ya estaba radicado en Buenos Aires mi hermano mayor, quien me
iba conseguir trabajo.
Llegamos a Buenos Aires y en ese tiempo había una huelga muy
grande de metalúrgicos y le fue difícil a mi hermano conseguirme
el trabajo, pero al fin lo logró y trabajé en YPF. Luego tuve un acci-
dente en la zona ocular y perdí mi ojo por una mala praxis.
En el año 1960 me casé con Emma con la cual tengo tres hijos:
Jorge, Daniel y Nancy. De estos tres hijos tengo diez nietos. Con
los años me separé de Emma e hice una nueva pareja con Sara,
teniendo una corta relación y al poco tiempo nace una hija llamada
Katya, de ella tengo un nieto más.
Al poco tiempo, me separé y regresé a Italia, a mi pueblo tan
querido. Comencé a trabajar, pero estuve un año y no pude inte-
grarme, ya no me quedaba familia directa solos primos y decidí
regresar a la Argentina.
Este viaje de regreso lo hice con un amigo y una vez que llegamos
a la Argentina, nos fuimos a conocerla y recorrerla. Así, viajamos
a Bariloche, donde conozco a Nora, con quien nos comenzamos a
tratar a través de la distancia: yo en Buenos Aires y ella en Neco-
chea. Luego me fui a vivir a Necochea, donde disfrutamos 21 años
juntos hasta que falleció hace dos años.

173
Desde hace doce años participo en la Asociación Famiglia Mar-
chigiana de Necochea, soy socio activo, ademas estoy en todo even-
to que tenga que ver con la colectividad italiana y hace unos cuan-
tos años participo en el coro “Italia Viva”, es una forma de recordar
mi Italia querida y sentirme bien, brindando mis experiencias.
Del barco tengo muchas anécdotas, una de ellas fue que venía-
mos mal y cuando llegamos al puerto de Buenos Aires se equivoca-
ron a la entrada y tuvimos que estar otro día más en el barco hasta
que suba la marea e ingresar nuevamente al puerto.
Otra historia que recuerdo es que cuando salíamos de traba-
jar de YPF, nos íbamos a la Boca a una cantina, a jugar al paso
inglés. En ese lugar conocí muchas personalidades importantes
como Quinquela Martin, Alfredo Gobi, el negro Brizuela Mendez,
entre otros.

Gabrielle en Moorvale Macerata

174
Familia: DEL BELLO - CASACCIA-MARCHIONI
Relata: Aída Agueda Mercedes Nuñez

S oy Aída Agueda Mercedes, todos me conocen en la vida con


el apodo de MECHI. La historia de mi familia comienza en un
pueblito cercano a Ancona, llamado Camerano, en Le Marche. Allí
vivió mi abuelo Amedeo Euriolo Casaccia.
De acuerdo a los datos recogidos a veces por el relato verbal de
la inmensa familia, otras por la búsqueda anagráfica y otras por
internet, comienza la historia con el bautismo de mi bisabuelo Gio-
vanni Casaccia en el año 1851. Giovanni, de profesión “carretiere”,
con sus 33 años se casó en su pueblo de origen: Camerano, con
Agata del Bello, la misma tenía 27 años. Este matrimonio se vio
alegrado con el nacimiento de sus hijos: Amedeo Euriolo (1881),
Cesira Nazarena (1876), Ada Maria Cristina (1878) y Adamo Maria-
no Orlando (1884).
Giovanni viajó a la Argentina en el año 1885 aproximadamente
mientras que Agata de 33 años y sus hijos (Cesira de 13 años, Ada
de 11 años, Amedeo de 9 años y Adamo de 7 años), viajaron en el
barco “America” y llegaron a Buenos Aires el 14 de agosto de 1891.
Giovanni falleció en la Argentina un 31 de julio de 1938.
Amedeo Euriolo Casaccia, mi abuelo, en algún momento fue re-
gistrado con el apellido Casacci (sin la “a”). Cuando tenía 17 años
y habiendo estudiado en una escuela politécnica, lo contrataron
e incorporaron como jefe de calderas, en la Fragata Libertad. Era
poseedor de una formación técnica muy valiosa para la época, des-
empeñándose con solidez en cada trabajo para el que era contra-
tado. Un ejemplo de ello es que, cuando Amedeo tenía 22 años, se
presentó en su trabajo un empresario que vivía en la provincia de
Tucumán, llamado Don Juan Ramón Paz Posse. Este señor tenía
referencias de que un señor italiano muy capaz, trabajaba en la
Fragata Libertad. Lo entrevistó, lo sedujo y lo contrató en el ingenio
de azúcar “San Juan” en Tucumán.
Quisiera aquí hacer una breve reseña histórica: el señor “Juan
Posse fue un político argentino gobernador de la Provincia de Tu-
cumán.Era primo de José Posse y hermano de Wenceslao Posse
fundador del Ingenio Esperanza y de Emidio Posse fundador del
Ingenio La Reducción. Juan Posse dedicado a las actividades de la
industria azucarera, en 1870 fundó el Ingenio San Juan. En 1882

175
se asoció con don Leocadio Paz. El gobierno de Posse tuvo una
serie de dificultades políticas agravadas por la epidemia de cólera
1886-1887”. (Juan Ramón Paz Posse, es un descendiente de este
grupo familiar)
Volviendo a mi historia, mi abuelo Amedeo decidió viajar e ins-
talarse en Tucumán y hacerse cargo de la cadena de producción
del trabajo en el Ingenio San Juan. Observó las dificultades en la
recolección, transporte, y trituración de la caña de azúcar; ante lo
cual decidió inventar un balancín. Ese balancín tenía la propiedad
de fijar y atar los fardos de cañas y permitía que no se dispersaran
las cañas de azúcar. Fue patentado con el nombre “Casaci”.
Amedeo se casó con mi abuela: Doña Jesús Macchioni en Pozo
del Alto, Departamento Cruz Alta, Banda del Río Sali, en la provin-
cia de Tucumán. Junto a ella tuvieron catorce hijos: nueve varones
y cinco mujeres. Todos nacidos en Tucumán.
Mi madre, fue la hija séptima, después de seis varones. Mi abue-
lo estaba embelesado con la llegada de su primer hija mujer, a la
que bautizaron con el nombre de Agueda Isolina Casacci.
Mis tíos mayores se llamaban: Juan, Domingo, Marcelo, Carlos,
Orlando y Ricardo y los menores eran Julio Cesar, Aida, Stella
Maris, Susana, Amadeo (que llamaban Angora) Víctor Manuel e
Isabel. En la fábrica de azúcar de caña, trabajaron tres hijos de mi
abuelo.
Mi abuela Jesús falleció a los 50 años, cuando mi mamá tendría
aproximadamente 35 años. Como mi abuelo había comprado casas
muy cerca una de otras, cuando muere su esposa decide regalarle
una casa para cada uno de sus hijos (es decir, tenía catorce pro-
piedades) que heredaron mis tíos y mi madre.
Recuerdo las hermosas fiestas que hacían en las casas de mis
familiares, al igual que las grandes mesas, la inmensa cocina llena
de hornallas y piletones.
Mi tío Orlando era amigo de un joven llamado Fernando Núñez.
Salían juntos, eran muy pícaros, gustaban de trasnochar y de salir
con amigas. (Fernando seria mi futuro padre).
Tanto el papá como la mamá de Fernando Núñez, fallecieron
cuando él, y sus hermanos eran pequeños. Murieron como causa
de la epidemia de cólera, desencadenada en Tucumán, quedando
los tres hermanitos a cargo de las madrinas de cada uno de ellos
Cada vez que llegaba Fernando a la casa de mis abuelos, miraba
con interés a mi madre (Agueda Isolina), enamorándose. Luego se

176
casaron y a posteriori de esa relación nací yo.
Mi madre gozaba de una muy buena posición económica, y mis
abuelos no querían que “noviara” con Fernando Núñez. Él siem-
pre fue trabajador y no empresario. Entre los empleos que tuvo
fue vendedor en Gath y Chaves. Yo lo recuerdo al igual que mis
hermanos, como un padre muy buen mozo; yo diría un joven her-
moso. Mis compañeras de escuela cuando él me venía a buscar a
la salida de la escuela, lo miraban admiradas de lo “buen mozo que
era”. Además, considero que era inteligente, adorablemente travie-
so, bueno, “comprador”, muy leído y también “un loco lindo”.
En una oportunidad, mi tío Orlando junto a mi padre Fernan-
do, instalan en común un bar, y para ello solicitan a mi madre la
escritura de la casa como garantía de ese proyecto. Con el tiempo
el emprendimiento fracasó y mi madre junto a nosotros tuvimos la
pena de perder la casa. A partir de ese momento alquilamos. Vi-
víamos con mis padres, junto a mis cuatro hermanos: Fernando,
Francisco, Mario y Maria Eugenia.
Yo, me casé y tengo dos hijos: Alberto Fernando y Luisa. Como
se ve el nombre Fernando esta en casi todas las generaciones. Mis
hijos son los bisnietos de Amedeo Eureolo, ese visionario que a
inicios del 1900 creó una súper familia y gestionó una empresa
reconocida.
Alberto tiene tres hijos: Fernando, María y Andrea. Luisa que
ahora vive en España tiene un niño llamado Tomás.
¡Aquella persona que era mi abuelo, y que ya no está, tendría,
si viviera, el placer de disfrutar a 62, de sus tataranietos! Aun vi-
ven en San Miguel de Tucumán dos tías abuelas, hermanas de mi
mamá: Aída y Polita.

Familia
Casaccia

Amadeo
Euriolo y
Sra. Jesús
Marchioni

Foto de la
familia en
Tucumán

177
Familia: PAGANINI - CAPPANNARI
Relata: Aquiles y Luisa Paganini

Francavilla D’Ete: “Las Raíces Maternas”


“En el siguiente relato, pasaremos a contar los hechos que die-
ron origen a nuestra familia materna.
Durante el año 1917, nacía la señora Pía Cappannari, en la loca-
lidad de Francavilla D’Ete, Provincia de Fermo- Región de Le Mar-
che (Italia). Ella era la más pequeña de cinco hermanos y, en poco
tiempo, esta familia sufrió una tragedia cuando nuestra protago-
nista, con apenas 6 meses de vida, quedaba huérfana de madre, a
causa de una fiebre de la época. Posteriormente, su papá, contrajo
nuevamente matrimonio, del cual nació otro hijo.
Esta familia, así constituida, decidió emprender un viaje hacia
el “nuevo continente”, en búsqueda de horizontes de prosperidad y
futuro, dejando atrás, una Europa signada por la Guerra y el ham-
bre. Con tal fin, elaboraron un itinerario de viaje y el destino quiso
que se embarcaran en el buque “Principessa Mafalda”, que supo
ser una nave de gran innovación para la época, siendo capaz de
unir Italia con Argentina en tan sólo 14 días, y poseía así el privi-
legio de ser uno de los buques más veloces. Era un impresionante
trasatlántico de 9.210 toneladas, que medía 485 pies de eslora y
55 de manga, fue la nave predilecta de las familias latinoamerica-
nas pudientes que viajaban al viejo continente, y un constante in-
troductor de inmigrantes en sus travesías de regreso. El cantante
Carlos Gardel había sido uno de sus ilustres pasajeros en un viaje
a España.
De acuerdo a las estadísticas de esos años, y según los diferen-
tes Registros Históricos, la migración hacia la Argentina desde la
Península Itálica, entre los años 1921 y 1930, fue mayor al medio
millón de personas.
Una vez desembarcados, corría ya el año 1926 durante el mes
de agosto, la familia de nuestra madre, se instaló en la ciudad de
Santa Fe (Capital), y allí fue donde se comenzó a escribir la histo-
ria familiar en nuestro país. El Puerto Granero de esa ciudad del
interior por esos días, le proporcionó al abuelo, la posibilidad de
desarrollar su labor diaria, como agente ferroportuario, otorgán-
dole así una remuneración acorde, para el sustento de su familia
numerosa. Con el transcurso del tiempo, y al ir creciendo los dos

178
hijos varones, los mismos desarrollaron su actividad laboral en el
mismo ámbito que su padre.
Una anécdota simpática de nuestra madre: siendo ella una mu-
chacha de unos 18 años de edad aproximadamente, los hermanos
le regalaron una radio para su cumpleaños sin que su padre, supie-
ra nada. Al llegar del trabajo, la Nonna, le comentó: ¡“Se escuchan
voces de varones dentro de la habitación de tu hija”! Entonces,
para sorpresa del progenitor, ya con cierta predisposición al enojo,
al abrir la puerta y ver a la joven, escuchando la radio de manera
relajada, comenzó a reír todo el entorno familiar, quedando dicha
situación como un recuerdo imborrable.
Antes de seguir con el relato, podemos describir que nuestra
madre, se crio en un hogar, con amplias tradiciones italianas bien
arraigadas. Las pastas, la huerta, los animales y las bochas, eran
infaltables como pasatiempos de toda la familia, sobre todo los
fines de semana. En el barrio “Sargento Cabral”, lugar donde la
familia vivía, nuestro abuelo y tíos se encargaron de inaugurar la
primera cancha de bochas techada de toda la zona.
Pasado el tiempo, y al cumplir aproximadamente 25 años, co-
noce a un muchacho, alto, delgado, rubio y de ojos color celestes,
hijo de italianos genoveses, ¿su príncipe azul, acaso?, con el cual,
a posteriori, se casa en matrimonio. Fruto de dicho enlace con ese
joven, de profesión obrero ferroviario, nacen dos hijos, una mujer
y un varón, cronológicamente hablando.
Por razones de trabajo, nuestro padre, fue trasladado por el fe-
rrocarril, hacia la Ciudad de Buenos Aires mejorando las condicio-
nes de su carrera laboral. A partir de allí, Pía, ve como sus hijos se
casan y comienza tiempo más tarde a disfrutar de sus nietos. Ya
transcurrido algunos años más, y por razones de salud, nuestra
madre tuvo que emprender otra mudanza, pero ésta vez a la ciu-
dad de Mar del Plata, lugar donde residía su hija, que la ayudaría
hasta los últimos años de vida.
Y fue aquí en ésta región balnearia, donde se reencontró con sus
relaciones “marchigianas” que, desde antaño, no disfrutaba como
era de su gusto, ya que, Pía, era una persona muy sociable y ami-
gable. En el mes de abril del año 2002, y a los 85 años de edad,
fallece, terminando una historia acá en Mar del Plata, que había
comenzado en Italia en el año 1917 durante su nacimiento.
Pero a la Señora Pía Cappannari de Paganini, ama de casa de
profesión, la acompañaron hasta el final, su marido de 84 años

179
de edad, dos hijos casi sexagenarios, cuatro nietos, su yerno, su
nuera y las amistades que supo cosechar durante toda una vida de
grandes sacrificios.”

Aquiles Paganini y María Luisa Paganini (Hijos)


Noviembre de 2015

Pía Camppannari

Pasaporte 1926

180
Familia: PAIARDINI - FERRI
Relata: Domenico Paiardini

N ací y viví en el pueblo de Borgo Pace hasta los 6 años. Mi pa-


dre murió cuando yo tenía tan solo 3 años. Mi madre, Anita
Ferri afectada por un proceso pulmonar, falleció cuando yo conta-
ba con 6 años. Por ese motivo, mi hermana y yo fuimos a vivir con
mi tía Adelina Grassi.
En Italia un día llegó al pueblo un señor que venía “dall’America”,
se llamaba Eliseo Benedetti, el cual en su visita traía saludos de
Don Celeste Grassi que vivía en la Argentina. En esa oportunidad,
me invitó aque viniera a un país en Sud América llamado Argenti-
na.
Cuando me decidí, partí de Génova y llegué a un país muy dis-
tinto y lleno de desafíos. Mi primer trabajo fue en el antiguo Hotel
“Mar del Plata”, ubicado en las calles Buenos Aires y Bolívar, ac-
tualmente hay unos rascacielos emplazados enfrente a plaza Co-
lón.
También trabajé en el Hotel Virrey (Buenos Aires y Almirante
Brown) por el lapso de dos años, como sereno encargado del turno
nocturno. Era un hermoso hotel estilo colonial español. Esa acti-
vidad era intensa en el verano. Durante el invierno, como tantos
inmigrantes, trabajaba en la construcción
En el año 1954 y en busca de nuevos horizontes y estimulado
por algunos amigos, me voy a Venezuela con Enrico Bozzi, origina-
rio de Urbania (sobrino de Nino Pascucci) y Silvio (no recuerdo su
apellido).
En ese entonces, Venezuela era el país más fuerte de Sudaméri-
ca. Un empresario con el cual íbamos a trabajar se presentó a una
licitación y la perdió, entonces, al no tener una fuente laboral segu-
ra, regresé a Mar del Plata para concretar mi noviazgo con “Pepina”
María Teresa Guerra.
A los 10 días de estar en Mar del Plata, corría el año 1955, con-
creté una sociedad con la familia Fighetti. Emprendimos un nego-
cio en el que llegamos a ser uno de los más importantes en la zona
de la vieja terminal y Playa Grande. Ubicado en Alvarado 1776,
poseía un sótano. En la estructura interior no se veía el techo de
la cantidad de jamones, mortadelas, salamines y bondiolas que
colgaban del mismo. Contábamos con una moto furgoneta que re-

181
partía a domicilio (ahora se diría Delivery) los pedidos. El horario
de entrega se extendía desde las 7 horas hasta que terminaran en
la noche, con cada domicilio de la loma Stella Maris y Los Troncos.
En 1958 compartí durante tres temporadas veraniegas, con el
amigo Juan Gostoli, trabajos de construcción. Con él hicimos el
“Hotel Italia”. También trabajé con Angelo Lani y Jorge Tegli rea-
lizando obras. En verano me dedicaba de lleno a la actividad de
Hotelería junto a mi esposa.
Tuvimos dos hijos varones. Alberto, el mayor, es ingeniero elec-
trónico y me dio dos nietas: Agustina y Gabriela. Mario, el menor,
es arquitecto del cual tengo tres nietos: Micaela, Tiziano, Ismaela.

María Teresa
Guerra
y Domenico
Paiardini

182
Familia: PAOLI - MARTINELLI
Relata: Paula Paoli y Carlos Paoli

S ettimio nació el 17 de junio de 1918 en Piobbico, Provincia


de Pesaro. Se casó con María Martinelli, del mismo pueblo,
quien lo esperó (súper enamorada desde sus jóvenes 15 años), sin
saber si volvía o no de la guerra. María les contaba a sus hijos que
cuando era bombardeado el Piobico, por prevención se escondían
en refugios debajo de la tierra, sufriendo privaciones de comida
junto al dolor por los fallecidos y desaparecidos.
Él perteneció al “Corpo della specialita di Artilleria” (Cuerpo de
artillería) con el grado de “Caporale” (Comandante). Llamado a las
armas el 4 de abril de 1939, perteneció a “13 batteria” (batallón) del
5º Regimiento de la Armada. El 9 de abril de 1940 el territorio fue
declarado en estado de guerra. Con fecha 28 de mayo de 1940 pasó
al “grupo della 5º batteria” por un período de 2 años y 8 meses,
cumpliendo con la función de “incarico d´impegnato magazzineria”
(encargado de almacenamiento). Más tarde, el 13 de diciembre de
1940 fue trasferido al último “corpo di appartenenza” (cuerpo de
pertenencia): 40° batallón “artiglieria” (artillería) de la Armada.
Después de la guerra, en el año 1948 partieron desde el Pueblito
del Piobico hacia Génova para embarcarse en el “Barco Mendoza”.
Settimio viajó a la Argentina con su primera hija (Paula, de 2 años)
y su mujer embarazada de su segundo hijo (Carlos). Ya en el país,
nacería el tercero (Raúl).
Aquí desarrollaría la actividad de “calzolaio” (zapatero). Tenía
su negocio en la calle Alsina, casi Peña. Luego pondría su peque-
ño emprendimiento en su propia casa y un quiosco. Allí todos los
chicos del barrio compraban sus golosinas ya que era único en el
barrio Divino Rostro. Settimio era muy querido por los chicos de
los alrededores, entre ellos había una niña muy humilde que le
pedía caramelos con “demasiada frecuencia”. Un día como tantos,
la chiquita que sufría de convulsiones a repetición (y en el barrio
todos sabíamos de esa enfermedad), lo chantajeó a Paoli. Ella le pi-
dió caramelos y él le respondió: - “no, ahora no te doy; ya te di esta
mañana”. Y la niña, muy astuta, le dijo: - “mire don Paoli que me
agarra”. ¡En definitiva, se vio obligado rápidamente a darle dulces!
(Tenía miedo de verla convulsionar).
Cuando alguien egresaba como profesional, Paoli decía tocándo-

183
se los bolsillos: - “Mucho, mucho curriculi-curriculi-curriculi-cu-
rriculicum pero.... nada en los bolsillos! ¡Algunas veces las reem-
plazaba por alguna otra sílaba!
Paula Paoli se casó con José Martinelli y tuvieron tres hijos:
Maximiliano, Silvia y Nicolás; Carlitos contrajo matrimonio con
Cristina Cilio y tiene cuatro hijos: Pablo, Carla, Martín y Fernando;
Raúl Paoli (Raulito) tiene en Argentina a sus cuatro hijos: Yohana,
Yanina, Darío, Leandro. Sus bisnietos son: Ludmila, Martina, Elisa
y Carolina. Próximamente llegará otro…

Carlos Paoli y Sptimio Paoli (1950)

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Familia: PAOLINI - CAPORALETTI
Relata: Natalio Caporaletti

L a Unione Regionale Marchigiana, en este año 2016, presenta-


rá una muestra sobre los barcos en los cuales los inmigrantes
italianos hemos llegado a la Argentina, como también las historias
de vida de los inmigrantes italianos, y en especial Marchigianos.
Esta es una síntesis de mi historia:
Me llamo Natalio Caporaletti, nací en Porto Recanati el 25 de
diciembre de 1931; mis padres fueron Giuseppe Caporaletti y Or-
landa Paolini, y tengo tres hermanos Roberto, Ana María y Nicola;
mi padre, de profesión pescador, tuvo que soportar cuatro años de
guerra en Italia como parte del desarrollo de la guerra en el mar.
Cuando mi papá estaba embarcado en un barco pesquero, el
gobierno italiano decidió militarizarlo para cumplir con la función
de controlar en el mar mediterráneo las minas explosivas allí dis-
tribuidas. Los pescadores no tenían ni el conocimiento ni la edad,
para ir al frente del combate en la Segunda Guerra Mundial pero
los fascistas consideraban que con el barco podían, en forma des-
apercibida, hacer la supervisión y el mantenimiento de los explo-
sivos.
Una vez que la guerra terminó, como en el caso de casi todos
los inmigrantes italianos, la situación no era muy buena para mi
familia. En el año 1947, un tío que vivía en la Argentina, le pagó y
envió un pasaje a mi padre que viajó solo a esta desconocida tierra.
Quisiera destacar que mi “nonno” paterno, de profesión pesca-
dor, había venido unas seis veces a Mar del Plata. Se quedaba dos
o tres años y luego regresaba a Italia. En su último viaje había
llegado junto a su hijo Luigi Caporaletti. Él era el hermano de mi
papá. Se quedó en Argentina, pasaron los años, formó su familia, y
estabilizado logró el “atto di richiamo” para mi familia.
Después de un año, mi padre me llamó. Partí a la edad de 18
años desde Porto Recanati el 3 de mayo hasta Génova; el 5 de mayo
de 1949, me subí al barco Américo Vespuccio el cual me trajo a la
Argentina. En el año 1951 vino el resto de la familia.
Una vez en Mar del Plata, mi padre siguió trabajando como pes-
cador. Los tres hermanos varones abrimos un taller mecánico para
reparación de bombas de inyección diesel ubicado en la calle Alva-
rado casi San Juan. Mi madre y mi hermana, vivieron como amas

185
de casa.
Con el paso de los años todos los hermanos fuimos formando
nuestra propia familia. Yo formé la mía junto a mi querida espo-
sa y compañera de vida: Angelina Licciarello; ella es originaria de
Sicilia, y en 1948 con 11 años, partió de Génova, en la nave Parti-
zanka, hacia estas tierras.
Mar del Plata se convirtió en un nuevo hogar, aquí nacieron
nuestros tres hijos: Gabriella, Orlanda y José Caporaletti, los cua-
les nos dieron la dicha de tener nueve nietos y poder disfrutarlos
a diario.
Ellos también participan activamente en la vida societaria de la
Unione Regionale Marchegiana, donde colaboran activamente, con
su trabajo y presencia.
Nunca olvidamos nuestras raíces y por eso, inculcamos a nues-
tros hijos y nietos la cultura de nuestra querida tierra.

Caporaletti 1946,
Porto Recanati (Italia).
Izq a der. Natalio (17
años), Ana Maria (14),
Roberto (19).
Abajo Nicola (7),
Geremia

186
Familia: PAOLINI - GUERRA
Relatora: Liliana Paolini

M i papá, Luigi Paolini, nació en el pueblo de Peglio (provincia


de Pésaro). Mi mamá, Gertrudis Guerra, nació el 17 de sep-
tiembre de 1912 en la misma localidad, casualmente catorce días
después que mi papá. Y más sorpresivo, con los años supieron que
habían sido hermanos de leche porque mi abuela materna, Stelin-
da Amatori (madre de Gertrudis), fue quien los amamantó.
Ambos crecieron muy cerca uno de otro. Mi abuelo, Giovanni
Paolini, vivió frente a la Iglesia del Peglio con mi papá y sus dos
hermanos: Secondo y Anna. Mi abuelo se casó en segundas nup-
cias con mi nona Marietta, con quien tuvo a Rosina, Tina y Alfre-
do. De los cuatro hermanos, solamente vinieron a la Argentina mi
padre Luigi y Rosina.
Mi papá emigró en el año 1948 junto a toda su familia. Lo acom-
pañaron Gertrudis y sus hijas: Rosa, Marisa y yo. Vinimos en el
Barco “Tucumán”, en el cual también viajaba el director de Cine
Aldo Fabrizi, filmando la película “EMIGRANTES” (creo que se ti-
tulaba así, según recuerdo). Durante el rodaje de la misma, el di-
rector le pidió permiso a mi mamá para filmarnos a nosotras cami-
nando por la cubierta, e hicimos una segunda escena que consistía
en aparecer sentadas en el cine/ teatro del Barco.
Vi la película hace muchísimos años atrás, cuando Mar del Plata
tenía solamente Canal 8. ¡¡¡Me gustaría alguna vez poder volver a
mirarla o disponer de una copia de ese film para volver a verme y
dejárselo de recuerdo a mi familia!!! Yo tenía siete años y recuerdo
que la película trataba sobre una mujer que, estando embaraza-
da, no quería tener a su hijo fuera de aguas y territorio italiano.
Cuando nace la criatura (en la película) el director envolvió con la
bandera italiana el vientre de la madre en el momento de nacer.
Con mis hermanas Rosina de 10 años, y Marisa de 5, mirába-
mos con sorpresa como los marineros y la tripulación del barco
tomaban con un sorbete, o algo similar, en un vaso grande y lo
pasaban de mano en mano… Después con el tiempo supimos que
era el famoso “mate”. Llegaríamos al puerto de Buenos Aires el 1º
de abril de 1948.
Nos esperaba el tío Pascual Feduzi junto a su hijo Alfredo, que
tenía aproximadamente 18 años. Paseábamos por la Capital con

187
mi primo Alfredo, mientras mi papá trataba de conseguir un lugar
donde vivir en Mar del Plata. Un día Alfredo nos llevó al Zoológico
y, como no entendíamos el idioma que él hablaba, no le hacíamos
mucho caso, y un día él desesperado para hacerse entender nos
dijo “gim mas macua” (vamos para acá).
Conocer comidas o frutas diferentes de nuestra tierra, a veces
era un sufrimiento. Por ejemplo, la banana que todos los días me
daba mi tía: “mangia che ti fa bene”, para mí era un suplicio!!!
Recuerdo que mamá me contaba que ella, junto a su prima Lidia,
iban a Urbania y pasaban por el “poder”, chacra de los “Dormi”, ro-
baban uvas y verduras… las corrían y les gritaban… pero volvían.
Un día en el apuro se olvidaron un monederito, y los DORMI, Gino
o Giuseppe de “le cas nove”, vaya a saber quién de los dos (¡eran
tan parecidos!), no se lo querían devolver.
Primeramente, en Mar del Plata vivimos en Sarmiento y Alsina
como caseros, usando un espacio muy reducido del chalet (garaje,
baño y cocina) en calidad de préstamo. Empezamos a ir al colegio
Divino Rostro, ubicado en la calle Sarmiento y Almafuerte, dejan-
do a mi madre llorando y cuando volvíamos seguía llorando. Des-
pués, nos fuimos a vivir como caseros al chalet típico del barrio
Playa Grande (San Lorenzo y Alsina), que ocupaba ¾ de manaza.
Fue demolido durante el año 2015, para construir departamentos,
volviéndose a destruir parte de la identidad y el patrimonio histó-
rico de Mar del Plata.
En el chalet, mi papá y mi mamá hacían el jardín y la huerta
además de cuidarlo. De ésta, en más de una oportunidad, se envió
la producción a los dueños en Buenos Aires. No obstante, era tanto
lo que se cosechaba que nosotros comíamos también, sin depen-
der de la verdulería. Cabe destacar que, mi papá era contratista de
obra, y no tenía idea de cultivos ni la época de plantar o sembrar;
era común que les preguntara a sus amigos paisanos “contadinos”,
cómo y en qué forma se hacía cada cosa, verdaderamente tenía
una férrea voluntad.
Todos los años, en noviembre, en el día de los muertos (1º de
noviembre) era común ir al cementerio a ver a nuestros difuntos.
Recuerdo que una vez fuimos al cementerio de la loma y aprove-
chamos a visitar a una familia que hacía poco había llegado a la
Argentina y vivía enfrente del cementerio, en un primer piso, arriba
de las florerías. Era la familia de Giuseppe (Joseé) Dormi con su
Sra. y tres hijos.

188
Recuerdo que, no habiendo gas, cocinábamos con dos calenta-
dores “Primus” que funcionaban a Kerosene, en invierno lo hacía-
mos en la “cocina económica” a leña. Cuando terminé la escuela
primaria, le rogaba a mi papá que me enviara a Italia a cuidar a
mi adorada abuela: Stelinda. Yo lloraba que quería irme a vivir con
ella para cuidarla hasta que muriese, pero mi papá me decía - “si
vos te vas, no vuelves nunca más a la Argentina, y no quiero sepa-
rar a la familia”.
Más tarde, mi papá envió a llamar a su hermana, mi Tía Rosina,
que estaba casada con Alfredo Marchi. Luego, invitaría al hermano
de mi mamá, Ferdinando Guerra, y a su mujer, Olympia Marchi.
Finalmente, llamó a un sobrino (hijo de su hermana mayor) llama-
do Anselmo Paolini, quien se casó con Antonia Bergamaschi. A éste
le enseñó el oficio de “muratore” (albañil), porque mi papá era “muy
buen constructor”; levantó muchas casas y chalets en la zona Güe-
mes y la Antigua Terminal.
En ese chalet (como caseros) viví hasta los 20 años. Prontamen-
te, con solo 23 años me casé con Luis Carlos Binotto (Yiyi). Su
papá era de origen veneciano, y vino escapando de la Guerra en
Italia, con sólo 18 años mientras que su mamá, Catalina Vega, era
hija de españoles. Mi suegro fue mayordomo de la Estancia de los
“Bosch”: actualmente se ubica el campo de recreo y deportivo de
los Hermanos Maristas.
Tuve dos hijos: Claudio Luis y Pablo Javier. El mayor se casó
con Elizabeth Falaschini, y me dieron dos nietos: Nicolás, que ac-
tualmente tiene 23 años y estudia Ingeniería; y Matías de 19 años,
que estudia periodismo en Buenos Aires. ¡Estoy casi segura que se
dedicará al periodismo deportivo!
Lamentablemente, enviudé a los 41 años (mi marido tenía mi
edad). Cuidé y crié a mis hijos. Cuando Claudio contrajo matri-
monio, tuve la “fortuna” de que me llamara María de los Ángeles
Liberatti a trabajar como vendedora. Actualmente, estoy desem-
peñando esa función medio turno, lo que me ha permitido tener
una mejor calidad de vida para mí y mi familia. Por ello le estaré
eternamente agradecida.

189
Luigi Paolini- Rosina, Marisa, Gertrudis Guerra y Liliana
(1948) IL Peglio

190
Familia: PELLEGRINI - LANI
Relata: Franca Lani

M i papá Pietro Lani y mi madre María Pellegrini vivían en


Sant`Angelo in Vado, un pueblo entre los Apeninos de la
Región de Le Marche. En Italia, era común que cuando una mujer
se casaba iba a vivir a la casa de su marido.
Mis padres se casaron en 1944, época de Post-guerra, con mu-
cha miseria y necesidades. Mi madre me contaba que el día que se
casaron, fueron llevados en un carro tirado por bueyes, desde el
campo hasta la iglesia por la cantidad de lluvia y barro.
Yo Franca, soy la primera hija, nací un 4 de octubre el día de
San Francisco y por eso me llamo Francesca. Al poco tiempo sien-
do aún bebé enfermé de Tifus. Mamá me contaba queme dieron
muchas inyecciones, y como estaba mejor la que sobraron se las
dieron a otra nena y tuve una recaída y les fue muy difícil volver a
conseguirlas, pero por suerte salí adelante.
Mi mamá vivía en el poder (chacra) “Cabaleo” y mi padre en “San
Martin in Selva Nera”.
Cuando yo nací, para comunicar mi nacimiento y al vivir sobre
una colina, mi familia colocó una sábana blanca sobre una pra-
dera. Esa fue la señal que había nacido para que la familia de mi
mamá, que vivían en una colina más abajo, se enteraran.
En el campo, donde vivíamos, éramos 23 y de ellos, 13 éramos
chicos. Allí vivían los cinco hermanos (por parte de mi padre con
sus mujeres) junto a mi abuela paterna: Maria Painelli. El abue-
lo Vincenzo Lani ya no estaba entre nosotros. Todas las cuñadas
cocinaban una vez por semana en forma rotativa, siempre regidas
por la mirada de mi abuela.
Mi papá hizo el servicio militar e inmediatamente fue convocado
a participar de la Segunda Guerra Mundial. Estuvo en Yugosla-
via (Korenica) durante tres años y el año restante en Italia. De los
hermanos, solamente mi padre soltero participó, porque los demás
eran casados con hijos.
Dada la falta de trabajo y sabiendo de parientes que habita-
ban en la Argentina, los estimularon e incitaron a que fuéramos
“all’América”. No recuerdo bien quien hizo el “atto di richiamo”
pero creo fue un tío Lani.
Llegamos en junio de 1948 en el Barco “Buenos Aires”. Yo con-

191
taba con solo dos años y medio. Fuimos a vivir un mes a la casa
de mi tío Leopoldo que era de Sant’Angelo in Vado, casado con Ma-
rianna Silvestrini con dos hijos varones. Un día recuerdo que me
quedé encerrada en el baño detrás de una puerta enrejada. Aún
recuerdo como gritaba desesperadamente, ¡era recién llegada!
Luego fuimos a vivir como caseros a un chalet ubicado en Alvear
entre Falucho y Gascón, en una casa de al lado había una casera
italiana y quería hablar conmigo porque le daba placer escuchar-
me hablar en italiano. La señora propietaria de la casa, una señora
mayor, me llevaba al Teatro Auditorium, a ver espectáculos de Eva
Perón, clásicos de esa época.
Mi papá entró a trabajar en Obras Sanitarias de la Nación, y
además desarrollaba actividades como jardinero. Se trasladaba en
bicicleta, recorriendo grandes distancias.
Las primeras cartas de y hacia Italia tardaban un mes. Las espe-
rábamos con ilusión. Y fue así, por esa vía, como comunicamos el
embarazo y nacimiento de mi hermano en 1951, quien se llamaría
Argentino Juan (en honor a la Argentina) y luego conocido como
“Tino” Lani. En ese mismo año llegaron mis dos primos hermanos:
Vincenzo Lani y Arnaldo Lani.
Mi madre trabajaba en domicilios lavando ropa de la gente que
venía a veranear (no había lavarropas) y me decía que en 1952,
cuando falleció Eva Perón, mientras se enteraba de esa noticia,
lavaba la ropa y lloraba añorando su familia y querida Italia. Mien-
tras tanto yo debía cuidar a mi hermano. Mamá me dejaba en la
casa de una vecina la cual nos ponía una manta en el césped.
Posteriormente fuimos a vivir a Matheu y Alvear, al chalet del
señor Bottoli y Corona. Estos venían solamente para veranear. Fe-
lizmente con ellos paseaba, me llevaban a Playa Grande, a ver Ba-
llet y actividades artísticas. Un día, como mi hermano de 6 años
se aburría, jugaba con muchas monedas que tenía en los bolsillos
y, al caérseles en el teatro, fue tal el ruido y la dispersión que la
señora Corona no nos llevó nunca más al teatro. Ella era muy soli-
daria, con su máquina de coser hacia baberos, ropita para la Casa
Cuna. Nos relataba como dejaban a los bebés en una puerta que
tenía transferencia.
Con el tiempo nos hicimos nuestra casa en el barrio “El Mono-
lito” (año 1960). Teníamos un amplio terreno donde se plantaban
ciruelos: blancos y rojos, muchas flores y una hermosa quinta.
Tampoco faltaban los pollos y las gallinas. Al poco tiempo de dis-

192
frutar de casa, mi padre con tan solo 51 años falleció. Mi mamá
vistió de luto estricto por el lapso de un año. Cada año, el día de los
muertos en noviembre, se iba a misa, se vestía de negro y cubrían
un cajón (simbólico) con un manto negro y una cruz morada junto
a grandes velones.
Tuvimos una buena educación basada en el respeto y el amor.
Fui a la escuela de monjas “Divino Rostro”. Con ellas íbamos al
cine en colectivo, recuerdo la línea General Belgrano que pasaba
por la calle de ripio, Tucumán y Almafuerte a cuatro cuadras.
Mi mamá regresó a Italia después de 22 años.
La diversión cuanto aun estaba mi papá, era juntarse en mi casa
o en casa de otros italianos a jugar a las cartas a la bestia, murra,
bríscala.
En 1968, con 22 años me casé con José Luis Oyanto. Con el que
comparto el feliz día a día hasta la fecha. Mi hermano Tino se casó
con Amalia Leonor Alí. Ellos actualmente viven en Sant’Angelo in
Vado. Tuvieron en Argentina dos hijos: Romina y Gabriel Lani. Mis
sobrinos son muy queridos y mimados por mi marido y por mí. Ac-
tualmente, Romina está en Mar del Plata, junto a su marido, y eso
me permite disfrutarla y tenerla muy cerca nuestro.

Pietro Lani-
María Pellegrini
y sus hijos
Franca y
Argentino

193
Familia: PERSICCHINI - DARIOZZI
Relata: Anna María Gatti

E l matrimonio de Federico Antonio Dariozzi y Marianna Per-


sicchini vivían en Corridonia, provincia de Macerata. Ellos
llegaron a la Argentina en el año 1899 y se radicaron en la ciudad
de Morón (Pcia. de Bs As.). Vivieron en esa ciudad catorce años y
tuvieron cuatro hijos: Federico (1901), Isolina (1903), Albina (1905)
y Adelina Filomena (1907).
Regresaron a Italia en el año 1913 y se radicaron nuevamente en
la ciudad de Corridonia. Luego, se fueron a vivir a un pueblito lla-
mado Petriolo, en la misma provincia de Macerata. En el año 1933
Adelina Filomena Dariozzi contrajo matrimonio con Fiorino Gatti.
“Ellos fueron mis padres. Adelina Filomena Dariozzi fallece el
15-08-1982 en Argentina. De los demás hijos del matrimonio Da-
riozzi/ Persicchini todos fallecieron y desconozco los datos para
poder contarlos”.
Marta Bartolacci
y Alberico Gatti

Dariozzi padre e hijo padre de


Adelina Gatti

194
Familia: BARTOLACCI - GATTI
Relata: Anna María Gatti

E l matrimonio de Alberico Gatti y María Rosa Bartolacci partió


desde Génova con destino a la Argentina el día 20 de setiem-
bre de 1912, a bordo de un barco denominado “San Giovanni” y
con un hijo de tan sólo nueve meses llamado Fedele. Llegarían al
país un mes más tarde, el 26 de octubre de 1912.
En la ciudad de Corridonia (Italia) dejaron un hijo de tres años,
a cargo de su abuelo materno, llamado Fiorino Gatti quien a los 18
años viajó a la Argentina en un navío llamado “Pincio”, que partió
de la ciudad de Génova: su objetivo era encontrarse con sus pa-
dres.
Arribó un veinte de setiembre del año 1927, pero tres años des-
pués regresó a Italia, cuando en enero de 1947, una vez terminada
la guerra, emprendió la vuelta en el barco “Campana”. Fiorino se
casó con Adelina Filomena Dariozzi, y de ese matrimonio nacieron
dos hijas en la ciudad de Corridonia: Anna María Gatti (25-05-
1934), actualmente residente en Necochea; y, Angelita Gatti (26-
12-1937), que vive en la ciudad de Bahía Blanca. Fiorino fallecería
en este país un 26 de abril de 1979.
Por su parte, Anna María Gatti partió desde Génova el día 13 de
agosto de 1949 a bordo del “Santa Cruz”. Llegaría a la Argentina
el 3 de septiembre de 1949 y se radicaría en la ciudad de Bahía
Blanca. “A los dos años (1951), seguirían igual camino mi madre
(Adelina Filomena Dariozzi) junto a mi hermana (Angelita Gatti), en
el barco denominado “Corriente”. Su llegada fue el día 9 de abril y
se radicaron también en la ciudad de Bahía Blanca. Adelina Filo-
mena falleció el 15 de agosto de 1982 en Bahía Blanca.
Yo, Anna María Gatti, desde que me casé con Juan Julio Verde-
nelli (fallecido 01-02-1997) vivo en la ciudad de Necochea, y tengo
dos hijos. Mi marido era argentino y había nacido en la ciudad de
Bahía Blanca.”

195
Familia: PESALLACCIA - BECCERICA
Relata: Norma Beccerica

El abuelo AGOSTINO /AUGUSTO

U n recuerdo emocionado, amoroso, nostálgico, para el abue-


lito que nunca pudimos conocer.
Saber de sus dulzuras, de sus risas de sus penas. Todo nos fue
negado por la guerra, “la gran guerra”, a quienes favoreció lo sabe-
mos y a quienes desamparó también.
La nonna Laurina en su desamparo nunca llegó a saber que ha-
bía sido de su amado esposo, tampoco sus hijos. Murió, le dijeron
secamente.
Cuando algunos combatientes que pudieron regresar al pueblo
dieron vagas noticias, supo que había estado prisionero, enfermo
en prisión, quizá muerto, pero nada más. Jamás tuvo una comu-
nicación oficial.
Hoy sus nietos, bisnietos y tataranietos gracias a la tecnología
pudimos enterarnos de sus últimos pasos.
En el mes de julio de 2013 inicié una investigación ante el Mi-
nisterio de la Defensa, en Roma por intermedio de Internet. Ante el
“Commissariato generale per le onoranze ai caduti in guerra”. Cum-
plí con todos sus pedidos, para poder identificarlo y ubicarlo gra-
cias también a la atención de la gente del “Ufficio di Corridonia” en
Macerata, Le Marche
Así luego de varias comunicaciones pude saber fehacientemente
su historia.
Murió el 22 de noviembre de 1918 en prisión de guerra en Ale-
mania, Dusseldorf, y está sepultado en Colonia, Alemania. (Partici-
pó del combate de Caporetto en la frontera austro italiana).
Así fue su historia:
Fue llamado a las armas como soldado de Infantería el 19 de
diciembre 1916 según acredita “Il ruolo matriculare volumen 110”.
Participó como soldado de infantería y fue tomado prisionero de
guerra en la mal llamada batalla de Caporetto mejor conocida como
el desastre de Caporetto.
Como final de búsqueda el Ministerio de Defensa nos comunicó:
Año 2013
MINISTERO DELLA DIFESA
COMMISSARIATO GENERALE PER LE ONORANZE AI CADUTI

196
IN GUERRA
Direzione Storico–Statistica - Ufficio Estero e Rimpatri – Sezione
Caduti in Stati Europei
Indirizzo Postale: Via XX Settembre 123/a - 00187 R O M A
Posta elettronica: onorcaduti@onorcaduti.difesa.it
Posta elettronica certificata: onorcaduti@postacert.difesa.it
Pdc: Ass. Amm. Manuela Ceccantoni - tel. 0647354289
Allegati: 2
Oggetto: Soldato BECCERICA Augusto, nato a Pausula (MC) il
16.08.1879.
Prat. C.G.O.C.G. n. 140297.
Alla Signora Norma BECCERICA
Mar del Plata Bs As ARGENTINA
e-mail: nbeccerica@gmail.com
*********************************
Rife. e-mail del 17.07.2013
*********************************
1. In esito a quanto chiesto con la e-mail in riferimento, Le co-
munico che, agli atti di questo Commissariato Generale, il Soldato
BECCERICA Augusto, già effettivo al 262° Reggimento Fanteria,
risulta deceduto il 22 novembre 1918 in prigionia ed è attualmente
sepolto nel Cimitero Militare Italiano d’Onore di Colonia (Germa-
nia), riquadro 6, tomba n. 101.
2. Le Spoglie dei Caduti per la Patria costituiscono un prezioso
patrimonio spirituale nazionale. È per tale motivo che lo Stato ita-
liano cura e segue le sepolture dei Resti mortali in appositi Sacrari
o Cimiteri Militari monumentali, in Italia ed all’estero, ove sono
solennemente custoditi ed onorati.
3. Nella certezza di fare cosa gradita, Le invio, in allegato, copia
della pagina dell’Albo d’Oro della Regione Marche ove, tra gli altri, è
ricordato il Suo Congiunto e copia di una scheda
notizie riguardante il Cimitero di Colonia.
4. In calce alla presente sono elencati alcuni
Enti a cui rivolgersi per chiedere documentazio-
ne di eventuale Suo interesse.
Con i sentimenti della massima comprensio-
ne.
IL COMMISSARIO GENERALE
(Gen. D. CC. Silvio GHISELLI)

197
Familia: PISPILLI - BOCCIO
Relata: Mary Boccio

M i nombre es Otello Boccio, nací en Sant’Elpidio a Mare (Pro-


vincia de Ascoli Piceno - Italia). Mis padres se llamaron Er-
nesto y María Anna y mis hermanos Adelina y Egidio.
Crecí en un hogar donde los valores eran muy importantes,
transmitidos con el ejemplo; el amor al trabajo, y el respeto a los
abuelos y maestros que fueron un complemento en la formación.
Pasaron los años, hice el servicio militar en Belluno, trabajé con
mi padre en el campo.
Lamentablemente llegó la guerra, perdimos todo, solo quedaron
los brazos para comenzar de nuevo y un rosario en las manos de
mis abuelos donde todas las noches rezábamos en familia. Des-
pués, mi madre se enfermó y no teníamos ni una lira para sus re-
medios, hasta que un día decidí viajar a la Argentina.
Me embarqué en Génova, en el mes de Julio de 1950, en el barco
“Tucumán”, era el último viaje que hacía, se rompió en Barcelona,
después en las Islas Canarias, y arribó a Buenos Aires el 17 de
agosto de 1950 (Año del Libertador José de San Martín).
De ahí viajé a Tres Algarrobos, partido de Carlos Tejedor, provin-
cia de Buenos Aires. Comencé a trabajar nuevamente en el campo.
Pasó el tiempo, allí formé mi familia y seguí buscando nuevos ho-
rizontes.
En 1966 formé una sociedad con un primo hermano Héctor Er-
nesto Boccio, pusimos un corralón de ventas de materiales para
la construcción. Fueron tiempos de mucho trabajo y esfuerzo, que
finalmente dieron sus frutos.
En 1970, viajé después de 20 años a Italia, el reencuentro fue
maravilloso, con mi familia y mis amigos de la infancia; lamenté
muchísimo que mis abuelos ya no estuvieran. Por suerte he podido
volver a Italia varias veces más.
Cuando me jubilé, me retiré de la sociedad. Ya, hace 24 años
que estoy radicado en Mar del Plata. Quiero agradecer a Dios, a
mi familia y a este maravilloso país que me dio todo, soy un eterno
agradecido a esta tierra ¡ARGENTINA!

198
Otelo Boccio Sant Elpidio a mare Año 1970

199
Familia: PREGO - BRUNORI
Relata: Héctor Brunori

M i abuelo Venanzo Brunori nació en Cingoli, Provincia de


Macerata en la región de Le Marche, el 20 de junio de 1888.
Sus padres eran Annibale y Rosa Francucci.
La historia que voy a contar, hace pocos años que la pude termi-
nar de armar, ya que mi abuelo murió cuando yo todavía no había
nacido. Como pertenecía a una familia muy pobre decidió, siendo
muy joven (16 o 18 años), venir a la Argentina. La entrada a nues-
tro país no la pude encontrar en ningún registro de barcos por lo
cual creemos en la posibilidad que lo haya hecho vía Uruguay.
Llegó a nuestra zona, más precisamente a Balcarce, por datos de
otros paisanos venidos con anterioridad. Se dedicó a la cosecha de
la papa y a tareas de albañil. En 1909 conoció a mi abuela, Virginia
Prego, española nacida en la Provincia de Vigo. Ya en ese entonces
trabajaba en Mar del Plata. Se casaron el 26 de julio de 1911 como
lo refleja la foto que adjunto.
Tuvieron cuatro hijos: José, Roberto, Haydée y Manuel (mi pa-
dre) nacido el 1 de enero de 1920. Mi abuelo Venanzo, después de
una larga enfermedad falleció el 25 de junio de 1931 con tan solo
43 años, dejando cuatro hijos muy pequeños.
Mi padre Manuel también falleció muy joven (37 años) cuando
yo tenía 11 años, motivo por el cual no llegué a conocer la historia
de mi abuelo como me hubiera gustado.
La mayor parte de esta información recién la pude conseguir en
el año 2005 y de una manera muy particular que paso a narrar.
En 1983 llega a nuestra ciudad el sacerdote Annibale Urbani que
entre otras cosas venía con un mandato muy especial: encontrar a
sus parientes Brunori que pudieran estar por acá. Este sacerdote
era primo hermano de Venanzo y cuando llegó a Mar del Plata trató
de contactarse con gente de este apellido. Es así que llega hasta el
Casino, lugar de trabajo de mi hermano Aldo. Desgraciadamente
no lo encontró ya que ese invierno había sido transferido a otra
ciudad. Como debía regresar a Italia dejó la dirección y el teléfono
de otros primos hermanos de mi padre a un compañero de trabajo
de mi hermano. Así nos enteramos que María Brunori y su esposo
Adelelmo Tonini viven en la casa natal de mi abuelo, en Castrec-
cioni, una colina a las afueras de Cingoli, alrededor de 57km de

200
Ancona, capital de la región.
Inmediatamente, mi esposa Alicia y yo nos comunicamos tele-
fónicamente con ellos. No fue fácil ya que ninguno de nosotros
hablábamos italiano en ese momento, pero las ganas por hacer-
nos entender pudieron más y en sucesivas llamadas nos ayudaron
nuestros amigos del alma, la familia Balsamo, y logramos esta-
blecer un buen vínculo a la distancia. Estos amigos nuestros, en
octubre de 1985, viajaron a Italia, y a nuestro pedido fueron a
conocerlos entablando una muy buena relación.
Uno de los motivos por los cuales mi señora comenzó a estudiar
italiano fue el de poder comunicarnos mejor con esa parte de la
familia recién descubierta.
Año tras año nos manteníamos informados de todas las nove-
dades por carta o por teléfono hasta que, en el 2005, Alicia y yo,
pudimos viajar por primera vez a Italia. Nuestro encuentro muy
emotivo, fue en la estación de trenes de Ancona. A pesar de no sa-
ber bien cómo éramos físicamente bastaron pocos segundos para
reconocernos (solo contábamos con una foto muy vieja de ellos).
Pasamos unos días maravillosos en la casa natal de mi abuelo y
recién ahí pude reconstruir parte de su historia.
Por María nos enteramos de casi todos los detalles de su veni-
da y cómo mi bisabuela todas las mañanas de ese año posterior a
su partida salía de su casa para ver si su hijo volvía. Cuando mi
abuelo se casó en Mar del Plata, envió la foto que les adjunto con la
dedicatoria a su madre. Esa foto estaba colgada en la sala principal
de la casa de María.
Yo jamás había visto una foto de mi abuelo. En las charlas que
mantuvimos nos cuenta que tres años más tarde de llegar Venanzo
a la Argentina, decidió viajar también Esuperanzio (papá de María)
con apenas 16 años. Trabajaron juntos tan solo dos años porque
Esuperanzio se enfermó y su hermano mayor decidió que regresara
a Italia. Así lo hizo y mantuvieron una relación epistolar hasta poco
antes que mi abuelo fallezca.
A partir de ahí dejó de tener noticias de la Argentina, pero empe-
zó a inculcarles a sus hijos que intentaran por todos los medios de
saber dónde y cómo estábamos los descendientes de Venanzo. Ma-
ría fue muy tenaz y es la que le hace el encargo al sacerdote Anni-
bale Urbani, cuando se entera que viaja a la Argentina. En ambas
visitas ella no dejaba de preguntarnos por nuestra tierra, nuestra
pampa, el mate, todo lo que le había relatado su padre.

201
Volvimos a juntarnos en el año 2013 y otra vez un montón de
anécdotas que enriquecieron aún más nuestro vínculo. Todavía
hay muchas preguntas que nos hacemos respecto a la llegada de
mi abuelo a la Argentina. A pesar de ello lo maravilloso de esta his-
toria es el haber podido recuperar una parte de la familia que no
sabíamos que existía.

Hector
Venanzo
Brunori
Virginia Prego
de Cingoli
(Macerata)
1911

202
Familia: SABATTINI - MONTAGNA
Relata: Basilio Montagna y sus hijas (Laura y Cristina)

B asilio Montagna nació en Il Peglio el 24 de noviembre de


1920 e hizo el servicio militar en Módena.
Cuando se declaró la Segunda Guerra lo destinaron a África.
En Libia lo tomaron prisionero y lo trasladaron en una caravana
de unos 30-40 camiones: iban todos apiñados como hormigas para
enviarlos a Inglaterra. Despojados de sus ropas por los ingleses,
todos estaban desnudos. “Lo que más lamenta Basilio es que le
tiraron todas sus pertenencias y, entre ellas, un trozo de esquirla
de una bomba que había dado contra su cuerpo. Milagrosamente
se salvó ya que había pegado contra su rifle “Winchester”, el cual
se partió en dos. Pero eso le salvó su vida”.
Basilio nos relata que fueron “tratados como animales, peor que
en un transporte de hacienda”. Los hicieron caminar unos 2 km,
para luego darles nueva vestimenta inglesa. Ya en Inglaterra lo
volvieron a ubicar en camiones con destino final a Escocia. Allí
estuvo como prisionero unos tres a cuatro meses en un campo de
concentración en tiendas de campaña, con fríos y nieve intensos.
Todos los días una camioneta repartía a los italianos prisioneros
en las tareas del campo. Se hizo amigo del dueño del campo de
la familia Brown y es allí que le solicitó que interceda frente a los
militares para que lo dejaran vivir junto a ellos ya que había lugar.
Finalmente, la fuerza inglesa accedió y Basilio se dedicó a trabajar
en el campo: arando, cultivando y cosechando. La familia lo trató
como a un verdadero hijo. En esa oportunidad, simpatizaba con
Inés Mills, que frecuentaba a la familia, y con ella tuvo una rela-
ción afectiva.
Terminada la guerra, volvió a Italia (ya desbastada) y su familia
decidió emigrar a la Argentina. En Mar del Plata se casó por poder
con Barbarina Sabattini y tuvo dos hijas (Laura y Cristina).
Luego de 60 años se encuentró con su otra hija (Gina Montagna
Mills), quien logró ubicarlo desde Scotland UK: él siempre pensaba
en ella. Cada año Gina visita a sus hermanas y a su padre, tratan-
do de recuperar tantos días y años sin verlos. ¡Sus nietos también
forman parte de su intensa vida!

203
Familia: SCHIAVONI - BONCI
Relata: Gianfilippo Bonci

S oy Gianfilippo Bonci. Al llegar a la Argentina me cambiaron


el nombre por Juan Felipe Bonci. Nací en Villa Strada, “Fra-
zione de Cingoli” (provincia de Macerata, Italia) un 10 de marzo de
1945.
Mi padre era hijo de campesinos. Su nombre era Guido Bonci,
fue carabiniere a caballo en Roma, por supuesto le tocó participar
de la Segunda Guerra Mundial. Mi madre Guglielmina Schiavoni,
ama de casa al igual que mi padre eran originarios de Cingoli.
Cuando terminó la guerra mi padre no quiso volver al cuerpo de
Carabineros y pidió el retiro. Tampoco le agradaba la vida de cam-
po, y trabajar como “contadino”.
Mi mamá tenía una hermana en Mar del Plata. Atraídos por los
comentarios favorables, deciden venir “all’America”. En esa época
tenían que tener ya asegurado un trabajo y se les pedía “la richies-
ta” o “atto di richiamo”, creo que así le decían.
El 19 de mayo de 1949 llegamos a Buenos Aires, nos esperaba
un primo de mi padre y al otro día tomamos el tren hacia Mar del
Plata, con todo el equipaje que no era mucho, ¡partimos casi inme-
diatamente! Siempre me contaban que el dinero que traían, esas
pocas liras, apenas alcanzaron para llegar a destino. El 21 de mayo
de ese mismo año, mi padre consiguió trabajo en una fábrica de
pescado en el puerto.
Vivíamos con mis tíos que en la familia eran cuatro. Al llegar
nosotros éramos tres más, en la casa ubicada en Jujuy entre San
Lorenzo y Avellaneda, quedando chica para un total de siete perso-
nas. Mis padres muy emprendedores logran a los tres meses alqui-
lar en Calle Roca entre Catamarca e Independencia. Nos mudamos
rápidamente.
Antes del año siguiente mis padres lograron comprar su terreno
y con ilusión construimos lo básico: pieza, cocina. Era nuestro y no
pagábamos alquiler. En ese ínterin nació mi hermana Rosalía. Mi
madre había venido embarazada de tres meses. Mi madre también
logró comenzar a trabajar, en la fábrica de una actividad pesquera.
Yo empecé la escuela, hablaba muy bien el idioma castellano. A
los 11 años no quería seguir estudiando entonces mi papá me con-
siguió un trabajo en una ferretería cerca de casa “De Angeli Hnos.

204
S. A.”
A mi padre le gustaba la música, tenía nostalgias y extrañaba
las canzonetas italianas. También a mí me gustaba la música en-
tonces deciden enviarme a estudiar y aprender a tocar el acordeón
a piano. A los 19 años egresé como profesor, con muy buenas
notas. ¡No se imaginan como estaba mi viejo! ¡Orgullo y emoción!
A los 18 años conseguí trabajo en otra ferretería y aserradero,
cuyos dueños eran paisanos italianos “Tiribelli Hnos S. A”. Trabajé
con ellos durante 25 años. Disfruté del trabajo de carpintería. Es
allí donde conocí algunos marchigianos, que al saber que era de la
misma región, me atraparon, para integrar la comisión.
Me casé muy joven. Mi hogar formado, se vio alegrado con el na-
cimiento de tres hijas: Alejandra, Jorgelina y María Fernanda. La
familia siguió creciendo sumándose tres yernos y cinco nietos (dos
varones y tres niñas). Muy tempranamente y con solo 49 años en-
viudé. Después de un tiempo rearmé mi vida volviéndome a casar
con Teresa.
Siempre participé en la vida institucional, como integrante de la
comisión de la Unione Regionale Marchigiana, fundada por Celeste
Grassi y otros inmigrantes italianos visionarios y luchadores. Ocu-
pé varios cargos, el de tesorero lo desarrollé hasta mediados del
año 2015. Actualmente ocupo el cargo de Presidente de la URM.
Siento mucho orgullo por haber sido honrado con esa distinción
y oportunidad de realizar una actividad con proyección de futuro.

Guglielmina
Schiavoni,
año 1945 y
Guido Bonci
(año 1943)

205
Familia: SERPENTINI - ROMERO
Relata: Josefina Romero y sus hijas Gladys y Flavia Serpentini

A ristarco Serpentini nació el 14 de mayo de 1926 en Cumu-


nanza, Ascoli Piceno. Hijo de Luigi (Serpentini) y Clarice Ca-
fferri. Tenía tres hermanos: Pío, Claudina y Flavia. Flavia murió a
los 3 años en la guerra.
Fue paracaidista en la Segunda Guerra Mundial y su padre fue
hecho prisionero en África desde el principio del conflicto. Resulta
que lo dieron por muerto y fue abandonado, pero después de mu-
cho tiempo que había finalizado la guerra, un día, llego a su casa.
Aristarco emigró a la argentina teniendo aproximadamente 26
años. Trabajó en una empresa de electricidad y en el diario clarín
de Capital Federal. Más tarde, conoció al señor Salustro de la Fiat
y fue recomendado a un trabajo muy bueno. Se casó en Buenos Ai-
res con Josefina Romero y a los 48 años decidió trasladarse junto
con su familia a Mar del Plata. Tuvieron dos hijas: Gladys y Flavia,
cuatro nietos y seis bisnietos. Murió a los 82 años, en el año 2008.
Le gustaba mantener las costumbres italianas: pasta y conejo
(como lo hacía su madre) y, sobretodo, la familia unida. Fue uno
de los fundadores de la Unión Regional Marchigiana de la ciudad.
Siempre recordó las costumbres de su tierra.
Gladys relata: “hace un tiempo me pidieron que escribiera sobre
mi papá, y tengo que ser sincera. Una y otra vez intenté hacerlo,
y cada vez me costaba más. No entendía por qué no podía escri-
bir sobre él. Ahora pude darme cuenta el por qué. ¡Realmente me
entristece hacerlo!
Ya pasaron ocho años que él no está con nosotros y, por supues-
to, se siente mucho su ausencia. Él no pasaba desapercibido en
ningún lado. Era la alegría. Llegaba él y todo cambiaba para bien….
Recuerdo una infancia hermosísima, sobre todo por él. Cuando me
llevaba en moto al colegio primario (Nuestra Señora del Pilar); nues-
tras salidas al zoológico de Capital, ya que en esa época vivíamos
allí; nuestras vacaciones en Mar de Ajó, juntando almejas. Él nos
enseñaba que en la arena cuando había un globito, ahí teníamos
que escarbar para sacarlas y… nosotros chochas. Tanto mi herma-
na como yo juntábamos y llenábamos nuestros baldecitos con sus
enseñanzas.
Fui muy afortunada por ser su primera hija: Todo me daba, todo

206
me consentía. A mis 11 años intentó enseñarme a manejar su
‘Gordini’. Tengo que reconocer que mucha, mucha paciencia no te-
nía, era… un poco cascarrabias. También tengo que reconocer que
no tenía rencor y en cinco minutos se le pasaba todo.
Un ser maravilloso. Con un corazón realmente de oro y solidario
como pocos. Recuerdo que cuando me casé, me fui a vivir a la ciu-
dad de La Plata y ellos venían una vez por mes aproximadamente.
¿Y qué hacía mi papa? Iba a la feria y me traía de todo, absoluta-
mente de todo… Recuerdo que hasta me traía rabanitos (que nunca
me gustaron). ¡Había pasado la guerra en Italia y, por ende, había
sufrido hambre! No podía ver las heladeras medias vacías y me
compraba para verla llena. Lo mismo pasaba con los nietos. ¡Todo
les quería dar!
Por último, les quiero contar que amó mucho a su suegra como a
su mamá. Fue tan grande su amor por ella, que siempre pidió que
el día que no estuviera quería estar cerca de ella. Ese pedido lo hici-
mos realidad el año pasado, ya que llevamos sus restos a La Rioja,
donde está mi abuela materna, ya que ella es oriunda de ahí. Tengo
el orgullo de decir que Aristarco Serpentini fue un gran padre y siem-
pre me lleno de satisfacción cuando alguien me habla de él.
Relata Flavia: me pidieron que escriba sobre mi padre... Un ser
encantador, gracioso y, sobre todo, muy generoso. Salir a pasear
junto a él era volver con bolsas de regalos. Le encantaba recibir
visitas y compartir ricas comidas. Siempre atento, que no faltara
nada. Tal vez al haber estado en la guerra necesitaba que no faltara
nada. Fuimos muy dichosas mi hermana y yo de tener un padre tan
maravilloso. Muchos son los recuerdos de él y todos son muy lindos.
Sus nietas lo amaron y lo disfrutaron hasta sus últimos días. Estoy
eternamente agradecida por lo feliz que fui junto a él.

Aristarco
Serpentini
y Josefina
Romero (1999)

207
Familia: SERRIONI - RECCHIONI
Relata: Attilio Recchioni

N ací en Porto San Giorgio, un puerto sobre el Adriático, perte-


neciente a la Provincia de Ascoli Piceno (actualmente perte-
nece a la Provincia de Fermo)
Vi la luz de este mundo un 4 de Julio de 1925. Mi madre llamada
María Serroni nació en 1901 y mi padre Atilio Ricchioni en 1897.
Mi padre nació en Argentina, Buenos Aires frente a la cancha de la
Boca. Porque mi abuelo Luigi Ricchioni y mi abuela Adelina Manzo-
ni vivieron en los famosos conventillos de la Boca. Mi padre cuando
tenía 15 años se fue a trabajar a Estados Unidos, regresando a Ita-
lia para participar de la Primera Guerra Mundial como voluntario.
Mis padres se casaron aproximadamente en el año 1920. Cuan-
do yo tenía solamente un año mi padre decidió viajar a Estados
Unidos y se quedó más tiempo del prometido. Regresó cuando yo
tenía 10 años, ¡no lo conocía! Durante su ausencia, sufrimos faltas
de cosas para la vida, y no nos iba muy bien, fue nuestra abuela
la que nos alimentó y sostuvo. Ella tiraba la red y pescaba a orillas
de Porto San Giorgio.
Papá se dedicó a pescar. Llevaba el barco a remo hasta el lugar
donde soplaba el viento que permitía mover la nave a vela, y con
la red adecuada para lenguado, pescaba. Esa misma red, ahora se
usa para pescar langostinos. Siguió trabajando con mucho sacrifi-
cio. Le iba relativamente bien, teníamos una casa de cuatro pisos
frente al mar, pero no todo era perfecto, se avecinaba la Segunda
Guerra Mundial, y mi padre decidió liquidar todo: casa, muebles,
utensilios varios; y así poder marcharnos hacia Sudamérica.
Nos embarcamos con mucha ilusión en el barco “Augustus”. Era
una nave genial y ¡comíamos fenomenal! A tres días de embarca-
dos llegó una contraorden y el capitán junto a toda la tripulación y
pasajeros regresó a Génova para vaciar el barco porque debía ir al
Puerto La Spezia a transportar soldados (Ubicado en el Golfo de la
Spezia, entre Génova y Pisa, bañada por el mar de Liguria).
Anclados en Génova, no podíamos volver al pueblo porque no
teníamos donde vivir. Decidimos esperar a que llegara otro barco
de pasajeros que nos pudiera llevar a Argentina.
Fue así que a los 15 días llegó un barco de bandera españo-
la, que nos transportaría. Se llamaba Barco Cabo San Antonio (su

208
gemelo era el Buena Esperanza). Salió lleno de pasajeros rumbo
a Barcelona. Otro barco alemán, que había bajado a sus pasaje-
ros, también los ubicaron en nuestro barco, habilitando bodegas y
cualquier parte de la nave. Desde allí viajamos hacinados.
Pasando el estrecho de Gibraltar, se nos puso a la par un bar-
co de guerra alemán. La tripulación indicó a todos los pasajeros
ponerse chalecos salvavidas. La gente asustada, gritaba, era un
tumulto difícil de contener. El capitán hizo miles de señas y con
banderas en alfabeto Morse logró evitar que nos destruyan con los
cañones dirigidos hacia nosotros.
Logramos seguir de viaje y al poco tiempo nos siguió un barco
francés. Nos paró, subieron a bordo y nos hicieron colocar todos
los pasaportes sobre la escotilla. Por suerte pudimos seguir viaje,
comíamos muy poco porque las raciones eran minúsculas ya que
lo que se había cargado para unos cientos de pasajeros se debía
repartir entre el doble de viajeros. Por suerte nuestro padre había
traído embutidos que le había dado un amigo, y lo comíamos en el
camarote.
En Santos y Río de Janeiro el barco fue pintado con todas ban-
deras españolas, para evitar conflictos en el mar. Cabe recordar
que España era un país neutral en la contienda bélica.
Yo con mis doce años viajaba en el barco con mis padres y con
mis hermanos mellizos Giuseppe y Adela, que tenían 16 años.
Cuando llegamos el 29 de noviembre de 1939, nos esperaba un
amigo de mi papá que nos había alquilado una habitación, coci-
na y baño (letrina) para 3 personas. No sabía que éramos cinco.
Vivíamos en Dock Sud. Mi madre lloraba todos los días, no podía
creer adonde habíamos llegado, ¡dormíamos sobre chinches!! No
había desinfectantes capaces de eliminarlas. Una vez por semana,
venía un señor con un soplete y sopleteaba los tirantes de metal de
nuestras camas. Mamá extrañaba lo dejado en Italia, familia y una
casa de cuatro pisos.
El puerto de Buenos Aires en esa época, estaba paralizado, no
entraban ni salían barcos. Finalizada la guerra, el puerto quedó
lleno de barcos abandonados unos 60 aproximadamente: italianos,
franceses, alemanes, rusos. La tripulación vivía en el Hotel de In-
migrantes. Perón llamó a los dueños de esas naves para que ense-
ñen el manejo de las mismas, con lo cual se formó la Flota Mercan-
te del Estado. Mi papá trabajo en uno de esos barcos llamado “Rio
Paraná”. Como sabía hablar inglés (por haber vivido en Estados

209
Unidos) le hicieron un uniforme haciéndolo pasar por capitán. Con
el tiempo yo también trabajé en ese buque.
Cuando trabajé en el Barco “Río Luján”, hacía un recorrido espe-
cial por Puerto San Julián, Río Gallegos y Santa Cruz. Cargábamos
en las cámaras frigoríficas “capones” transportando los mismos en
una oportunidad hasta Letonia.
Hice muchos viajes a España. Italia, Estados Unidos y muchos
otros países. Un viaje especial fue cuando transportábamos pezu-
ñas y huesos de caballo. Al pasar por el Ecuador los mismos fer-
mentaron eliminando gusanos y olor nauseabundo. La carga tenía
como destino final, Holanda. Ese producto los holandeses lo vol-
carían sobre las zonas que habían quedado inundadas de aguas
saladas y ese fertilizante les permitiría recuperar las tierras anega-
das. (Quiero recordarles que Holanda durante la 2da Guerra Mun-
dial había abierto todas las compuertas destruyendo e inundando
tierras cultivables, para que no pasaran los alemanes).
Mi padre con el tiempo, trabajó como encargado de una de las
pizzerías pertenecientes a la cadena “Tunín de la Boca”, ubicada en
la zona de la Chacarita, a unas dos cuadras del Cementerio.
Estudié en un colegio católico. Era boy scout. Los curas me ha-
bían elegido junto a otros compañeritos como mejor alumno, y
como premio nos llevaron a conocer Mar del Plata. Por eso, mi pri-
mer contacto con el mar y esta ciudad, fue a los 12 años. Armamos
nuestras carpas cerca de la Torre del Agua. Un temporal de lluvia
y viento desarmó todas las tiendas, y tuvimos que alojarnos en una
casa vacía de una señora viuda que se la había ofrecido a los cu-
ras. Recorrimos el puerto, el faro, las playas, la Sierra y Laguna de
los Padres. Pero a la noche, debíamos rezar el rosario por el alma
del señor que había dejado viuda a nuestra benefactora. Un día
llegaron a la puerta dos mujeres ofreciéndose para lavar la ropa.
Una de ellas hablaba el italiano como el de mi región. Le pregunté
de dónde era y me responde: de “San Giorgio” ¡cuán grande fue mi
sorpresa! Pertenecía a la familia Propersi.
Trabajé alternando entre estaciones de servicio, ser chofer de
colectivos hasta desempeñar tareas en el Yacht Club Argentino.
Teniendo conocimiento del auge en la pesca del tiburón en Mar
del Plata, decidimos viajar y probar suerte con mi padre y mi her-
mano. No nos fue bien, y decidí regresar a Buenos Aires. Me em-
barqué en la flota mercante, viajando por Bélgica, Alemania, pos-
teriormente Norteamérica y Rusia, realizando esta actividad como

210
marino por unos 15 años, también de contramaestre y según nece-
sidad, como fogonero. Cerca de 1950 regresé a Mar del Plata para
instalarme definitivamente.
Me llaman el “Hombre de Mar”, Zorba, o también “Popeye”, tengo
amplia experiencia en los barcos a vela (me enoja cuando me dicen
“abuelo”). A mis 91 años, recibí un premio del Club Náutico de Mar
del Plata, trabajé allí desde 1970 prestando servicios a remo pri-
mero y luego como control del puente. En la cabina que conecta el
Club con la playa se descubrió una plaqueta muy especial, como
reconocimiento y como testimonio de mi paso por esa entidad.
Simultáneamente a mi trabajo en el mar, conseguí trabajo en
el Hospital Regional desde las 22 hs hasta las 6 de la madrugada.
Para luego ir al Náutico de 12 a 20 hs, llevando a la gente; repa-
rando las averías de los botes de madera, pintarlos y prepararlos
para el verano.
Actualmente, todos los socios del club tienen su propio barco
de plástico, yo soy el único que sigo con los de madera: “Titanic”
y “Cristóforo”. Todas las mañanas no dejo de salir en bicicleta y
llegarme hasta el Club. En cada año, represento a Neptuno, el rey
del mar, en la tradicional semana del Yacht. Me gusta acompañar
y llevar a los chicos y jóvenes del Club que comienzan a forjar vín-
culos con el mar.
Volví a Italia unas tres veces. La primera vez con permiso del
capitán llegué solo a Puerto San Giorgio, llevando café, azúcar, pa-
quetes de cigarrillos, los cuales desaparecieron en el acto. Las dos
veces siguientes, viajé acompañado de mi esposa actual: Susana
Álvarez. La última vez, en el año 2000, me resultó muy difícil que-
darme, ya que no tenía a mis amigos y viejos parientes.
Mi primera esposa fue Clelia Gasparini oriunda de Olivos, con
la cual tuve dos hijos Roberto y Clelia. Mi segunda esposa Brigida
Castaño, murió muy joven, con ella tuve a Sergio que trabaja en
Mar del Plata y Alejandro que vive en Estados Unidos. Tengo dos
nietas mellizas: Juliana y Florencia. Mi hijo Roberto casado con
Alicia Wilches, me ha dado dos nietos Mauricio y Alina.

211
Familia Recchioni

212
Familia: TARDIOLI - LUCA
Relata: María Inés Luca

E n el año 1905 llegó a la Argentina un italiano llamado Do-


mingo Luca (Domec) proveniente de Montecassiano (provin-
cia de Macerata, Le Marche). Venía a reunirse con sus parientes,
los Gabbanelli, que estaban en el país desde 1886.
Partió desde Porto Recanati, cargado de ilusiones por llegar a la
tan ansiada América. Dejó en el pueblo a su mujer Emidia Tardioli
de Luca y a sus seis hijos: Camilo, Clara, Rosa, Livio, Yolanda y
Gustavo (nacido luego de su partida).
Domec llegó al puerto de Buenos Aires y de allí a Mar del Plata,
donde se instaló y comenzó a trabajar como albañil.
Fue un artesano de la construcción, parte de la cúpula de la Ca-
tedral de los Santos Pedro y Cecilia de Mar del Plata fue trabajada
por él. Eran años en los que los trabajadores no ganaban lo sufi-
ciente, razón por la cual no podía traer a su familia.
En Montecassiano, Emidia, tenía a sus hermanos, uno de ellos
llamado Tiziano Tardioli, le dijo que una mujer no podía estar lejos
de su marido y le pagó a todos el viaje.
Al llegar, la familia se encontró con mucha pobreza. En el año
1910 nacieron los mellizos Ema y Federico, quien fuera mi padre.
En 1912, nació Emilia y en 1914, Amelia, la única sobreviviente a
la fecha con 102 años y gozando de muy buena salud.
Pasan algunos años y Emidia, para aportar dinero a la casa co-
menzó a trabajar en el Hospital de Mar del Plata (hoy Hospital de
Niños), siendo la primera serena de dicha institución.
En el año 1928 murió la melliza, Ema. Entre 1931 y 1932, falle-
ció mi abuelo, Domec.
En ese tiempo, mi padre Federico, con unos muchachos del ba-
rrio fundó el Club San Lorenzo, destacándose como Nº 5 en el equi-
po de fútbol. Algunos años después lo convocaron para jugar en el
Club Platense de Capital, donde conoció a mi madre. Se casaron y
volvieron a vivir a Mar del Plata.
Comenzó a trabajar en la Pileta Municipal, en Punta Iglesias,
junto a su amigo Capella y bajo la dirección de Justo Román. Éste,
los había entrenado como preparadores físicos, por esta labor fue
entrevistado por diferentes periodistas marplatenses.
Mi padre, un hombre sensacional, mantuvo las tradiciones ita-

213
lianas a pesar de haberse casado con una española. Tuvieron tres
hijos: Ema, Norma y María Inés quien relata esta historia. Actual-
mente, viven otros descendientes en Capital Federal y en Mar del
Plata, hemos llegado a la cuarta generación.

Emidia Tardioli con sus hijos


Italia (1906)

214
Familia: TEGLI - GIAMPAOLI
Relata: Cayetano Mario Giampaoli

S oy el único hijo de Lorenzo Giampaoli nacido en Peglio el 4


de junio de 1912 y de María Tegli oriunda de Borgo Pace, que
nació el 27 de octubre de 1916.
Mi padre tenía como profesión carpintero y me comentaba que
fue llamado a cumplir con el Servicio militar en el año 1932. Ingre-
só al Centro de Aeronáutica de la ciudad de Padova, (Gorizia y Par-
ma) según dice “il foglio matricolare”: Gorizia y Parma. Permaneció
allí durante cuatro años dándole luego de baja.
A causa de la guerra es convocado nuevamente el 14 de sep-
tiembre de 1940 a formar parte de los “carabinieri”. Recuerdo que
me comentaba de los distintos lugares en los que estuvo: Bologna,
Cesena, Forli. Mi padre estuvo de guardia en Rocca delle Camina-
te, una residencia estiva en el Comune de Predappio, ciudad donde
nació Benito Mussolini, cerca de la ciudad de Forlí. Esta residen-
cia había sido restaurada por los ciudadanos de la Romagna en
los años 1930, para luego ser donada al Duce, que la usaba para
descanso con su mujer e hijos. Me contó que un día estando de
guardia en el puesto de ingreso a la residencia, vio acercarse un
vehículo en el que llegaba en persona Benito Mussolini. Ingresó el
vehículo, se detuvo y una vez realizado el saludo, el “Duce” le pre-
guntó: “¿hace mucho tiempo que no ve a su familia?” y mi padre le
contestó que verdaderamente hacía demasiado tiempo que estaba
alejado de la familia. Mussolini le contestó que se quedara tran-
quilo y que en poco tiempo iría a su casa. Y fue cierto se estaba
acercando el final de la Segunda Guerra Mundial.
Otra de sus interesantes anécdotas se desarrolló en España. En
la península Ibérica se desarrollaba la Guerra Civil Española. Ha-
bía voluntarios que se ofrecían para ir a pelear en España a favor
o en contra de Franco. Una noche se enteró que su jefe de batallón
se había ofrecido como voluntario para ir a combatir a España y
por supuesto que esa decisión, incluía a todo su batallón. Él no
quería participar de esa decisión, la consideraba inadecuada, por-
que según le dijo a su amigo que realizaba los trámites para ese
traslado: “yo solo combato en Italia y por Italia”. Tanto fue su in-
sistencia que logró hacer el cambio, y en su lugar fue otro soldado.
¡Cuan triste fue saber que de su batallón regresaron muy pocos!

215
Entre los que habían perdido la vida estaba el soldado que había
ido en su lugar. Cuando me lo relataba se le caían las lágrimas.
Mi madre vivía en un pueblo llamado Lamoli. Allí tenían una
casa de dos pisos ubicada cerca del río y del puente que separaba
el pueblo de la campiña. En pleno invierno, cuando llegaron los
alemanes y considerando que esa casa era un punto estratégico de
vigilancia, decidieron demolerla totalmente. Mi madre junto a fa-
miliares y otros damnificados escaparon de esta situación y de los
alemanes. Decidieron escaparse y esconderse en el bosque, entre
la foresta. Huyeron con muy pocas cosas, casi nada. Escaseaba la
comida, escarbaban debajo de la nieve juntando raíces y hierbas
para poder ponerlas en la olla comunitaria y así poder comer y to-
mar algo calentito.
Mis padres llegaron a Mar del Plata como tantos inmigrantes,
buscando tranquilidad y trabajo en una tierra tan prometedora.
Tuvieron el Hotel San Lorenzo, ubicado cerca de la Estación Ter-
minal, calle Alsina entre Alberti y Rawson. Lorenzo, mi padre, fa-
alleció en junio de 1995 y mi madre al poco tiempo, en febrero de
1997.
Dar a conocer las historias de nuestras raíces, a nuestros des-
cendientes, es acercar mediante la escritura lo relatado en forma
verbal por mis padres. Se los dedico a mis hijos: Matías y Alejandro
como también a mis nietos: Rodrigo, Martina, Milagros, Victoria y
Aioros.

Lorenzo Giampaoli (1945) y María Tegli (1950). Italia

216
Familia: TICCI - BRANDINELLI
Relata: Norma Marta Brandinelli

M i padre Artemio Brandinelli, nació en Sant’Angelo in Vado


(provincia de Pesaro-Urbino) el 17 de diciembre de 1899 y
llegó a Mar del Plata en 1923, donde ya vivía su hermano mayor
Francisco, arribado en 1911.
En Italia, mi padre participó muy joven como voluntario en la
Primera Guerra Mundial, sus relatos sobre esta contienda queda-
ron por siempre en mi memoria y de la misma manera, él se las
narró a sus nietos.
En su tierra natal se dedicaba al cultivo de la tierra y aquí junto
con su hermano, se ocuparon del cultivo de flores y plantas para
jardinería. Después de un tiempo fundaron la florería “La Primave-
ra”, que hoy es extensamente conocida como “Florería Brandinelli”.
En 1959, tuve la suerte de conocer Sant’Angelo y ver con mis
propios ojos lo que mi padre me contaba: Monte Picchio, el Monte
de la Justicia y otras tantas cosas que a través de los años queda-
ron en mí, sobre todo “L’Isola”, la casa donde nació y se crió junto
a sus seis hermanos, a los que tuve el gusto de conocer y los que
me brindaron un gran cariño como si yo hubiera nacido allí.

Parados Artemio Brandinelli, Carlo, Agustino, Giulia, Teresa


Pietro, sentados Giuseppe y Margherita 1914
Sant-’Angelo in Vado Italia

217
Familia: UBALDI - AGOSTINI
Relata: Mario Ubaldi

N ací en Borgopace, Provincia de Pesaro el 9/09/1940 y soy


hijo de Luigi Ubaldi y Gina Agostini. En el año 1949 mi pa-
dre vino a la Argentina llamado por su hermana María que residía
en la Pcia. de Buenos Aires.
Luego de un extenso viaje llegó el 8/04/49 dejándonos en Italia
a nuestra madre y a nosotros: Nazareno, Vittoria, Michela y yo,
Mario, de 9, 6, 3, y 8 años respectivamente.
Como su cuñado trabajaba de jardinero Luigi comenzó a traba-
jar con él. A los pocos meses se independizó trabajando en Villa
Devoto y Villa del Parque.
Trajo a su familia en 1950. Viajamos en el barco “Gamberra”.
Mis padres comenzaron en un departamento prestado y al año
siguiente compraron un terreno en Caseros y levantaron su casa.
Gina empezó a trabajar como así su descendencia.
Más grandes Nazareno y yo teníamos una empresa de yesería
llamada Ubaldi Hnos. Decidimos venir a vivir a Mar del Plata, por-
que nos gustaba la perspectiva de tener una vida más tranquila.
Así lo hicimos y al llegar comenzamos a trabajar en la construcción
junto a nuestros hijos.
Nazareno vino a Mar del Plata casado con 5 hijos en el año 1973
y yo, Mario, en el año 1976 con 5 hijos. Luego tuvimos 2 hijos mar-
platenses. En Caseros quedaron mis padres con mis dos hermanas
pequeñas. Hoy solo vive Vittoria, ya que Michela falleció. Tuvieron
3 hijos cada una.
Luigi, mi padre, era oriundo de Mercatello, vecino a Borgopace
y volvió con mi madre 4 veces a su pueblo. ¡Pueblo que recordaba
siempre!
Visitó a sus parientes de Umbria entre ellos dos de sus nietos,
mis hijos Leonardo y Mario.
Leonardo está casado con Monia, una italiana que por herencia
tiene un agroturismo que se llama “La Casciana” (la quesería). Está
ubicado en la cima del Apenino entre Lamoli en Le Marche y San
Giustino en Umbria. En él, uno tiene alojamiento y la posibilidad
de comer comida regional estrictamente biológica. La miel la traen
de Apecchio, Le Marche.
Todo lo que no se produce en el agroturismo debe ser comprado

218
en otro establecimiento biológico y eso hace a la prosperidad del
prójimo.
Mario, mi otro hijo, está casado con Samuela, también italiana y
trabaja donde se elabora el Prosciuto di Parma (jamón de Parma).
En ese establecimiento se producen 2500 jamones por día.
Luigi era amante de las costumbres italianas tanto de la música
como de la comida acompañada de una reunión familiar. Habla-
ban el dialecto marchigiano en nuestra casa. Una de mis hijas Pao-
la, estaba en el “Balletto Marchigiano” y una de mis nietas Katia ha
desfilado el traje Marchigiano en diversas oportunidades.
Luigi cuando trabajaba de jardinero iba en bicicleta de Caseros a
Devoto cuatro veces por día. ¡Hizo seis casas con su trabajo!
Cuando cumplieron las bodas de Oro la familia completa estuvo
con ellos.
Luigi tuvo una salud muy buena trabajando hasta el último día,
pero al verla enferma a su compañera tuvo un ACV que lo postró,
siendo siempre atendido por los suyos. Vino a veranear a Mar del
Plata con su muy buen humor y alegraba las reuniones familiares.
Falleció a la edad de 83 años en Caseros y su señora, mi madre
Gina, falleció a los 79 años.
Siempre decía “guarda, che nessuno dica niente di i miei nipo-
tini che sono Ubaldi” (ojo, que nadie diga nada de mis nietos que
son Ubaldi) y completaba diciendo “quando la gente dicono Ubaldi,
basta!!!!” (como diciendo que el apellido era suficiente).
Marcelo, mi hijo mayor, trabajó siendo un adolescente con Luigi,
su “nonno” (abuelo). El tiempo hizo que después de haber trabaja-
do siempre con negocio, decidiera volver a sus orígenes haciendo
jardines en Mar del Plata.
Una hermana de Luigi, Doménica, cuyo apodo es Menca, hoy de
94 años, vive en Pesaro. Ella va las 6 cuadras largas que la separan
de la playa en bicicleta y cuando hace mucho calor con una mano
lleva el manubrio y con la otra tiene una sombrilla.
Siempre que pude colaboré en las fiestas de los marchigianos.
Recuerdo las que se hacían en el Hotel Hurlinghan. Mi trabajo está
en la parrilla.

Entrevistadora: Quiero recalcar el amor de la señora de Mario,


Alda, para ayudar en el relato de la historia de la familia directa de
su marido. ¡Gracias por su compenetración en el recuerdo de todo
lo vivido!

219
De izq. a derecha: Mario Ubaldi con Michela, Vittoria y
Nazareno (hermano) con sus padres. Capital Federal 1952

220
Familia: VIRGINI - MAGI
Relata: Alejandra Magi, de Necochea

M i nombre es María Alejandra Magi y les paso a contar la his-


toria de mis abuelos y padres que vinieron de Le Marche.
El matrimonio de Liduina Virgini y Marcelo Magi vino junto a
sus dos hijos menores de edad (Sauro y Enzo). Partieron del puerto
de Génova en el vapor “Tucumán” y llegaron a la Argentina el 1 de
abril del año 1948. Mis abuelos (Liduina y Marcelo) se radicaron en
la ciudad de Mar del Plata porque ya, por esos tiempos, se encon-
traban mis bisabuelos y primos de mi abuelo, quienes lo ayudarían
a conseguir trabajo. Marcelo se desempeñaba por cuenta propia
y también arreglaba/ afinaba acordeones. Liduina era modista y
ama de casa.
Tanto Sauro como Enzo, continuaron sus estudios aquí, cre-
ciendo y formando sus propias familias. Sauro (mi padre) nació en
Castelfidardo (Ancona- Italia), el 8 de setiembre de 1940, se casó
con Marta María Frandsen (5 de junio de 1971) y el 2 de diciembre
de 1972 nací yo: la única hija del matrimonio. El 23 de diciembre
de 1978 mi padre falleció. Por su parte, Enzo, había nacido el 1
de mayo de 1938, en el mismo pueblo y se casó con Marta Scalla.
Tuvieron dos hijos (Marta y Mauricio), y falleció en mayo de 1987.
Al morir Marcelo, en julio de 1999 en Mar del Plata, decidí traer
a mi abuela a vivir conmigo a la ciudad de Necochea, donde falle-
cería el 20 de junio de 2004. A pesar de la dificultad que le origi-
nó su enfermedad (ACV), con mucho esfuerzo y con rehabilitación
trabajó en la movilidad del brazo. Es más, en sus tiempos libres se
dedicaba a “escribir” como forma de entretenimiento.

LA POESIA DE MI ABUELA (Luidina Virgini)

"infanzia"

quanti ricordi dell`infanzia mia


tengo rinchiusi qui nella mia mente,
quanto tutto al mundo riluceva e
tutto era gioia e rosa senza spine

le campane suonavano sempre a festa,

221
il cielo era sempre stellato,
i giardini tutti fioriti.

il bacio e le carezze della mamma


annullavano il male con la loro dolcezza.

presi nelle mani del tempo


cqamminano gli anni della vita
e ora che mi sento molto stanca
ricorro a te, cara infanzia mia,
perche mi faccia vivere questi ultimi anni,
felice e contenta come a dieci anni.


Mis abuelos nacieron en Castelfidardo Crocette y todos los años
se juntan en ese lugar a festejar “le fiere” que se realiza todos los
años en el mes de setiembre. Los primos de mi papá, que actual-
mente viven allá, me lo cuentan y disfrutan de la misma. Muchas
personas que se han ido del pueblo, por razones de trabajo o por
otros motivos, para esa fecha regresan y se juntan para festejar
con un gran almuerzo.
Hay un padre, ya muy mayor que se llama "don Alberto Piggini",
que fue un gran promotor de estos eventos y como los familiares
del sacerdote tienen una gran imprenta, le realizaban las impresio-
nes de sus libros. En esa oportunidad, armaron un libro con todas
las familias “delle crocette” y allí se puede disfrutar de la poesía de
mi abuela.”

Enzo y
Sauro Magi
Castelfidardo
(1954)

222
Historias de vida de emigrantes de

otras regiones italianas

amigos de la Unione Regionale Marchigiana

223
Familia: BARONE - SORTINO
Relata: María Nieves Catalina Sortino

E n Italia, más preciso en Pozzallo (Sicilia), vivía la familia


Sortino. El grupo familiar se componía de Carmelo (padre),
Carmela (madre), Jorge (albañil), Juan (zapatero), Bartolo (mar-
molero), Vicente (picapedrero), Gaetano (mi padre) y José (el más
pequeño). Cuentan que muchos hermanitos pequeños fallecieron
por una epidemia contagiosa.
Eran propietarios de una casa a tres cuadras del mar y tenían
una burra para la carga. También eran todos artesanos y alquila-
ban un terreno donde cultivaban la huerta familiar. El arroz y las
legumbres se compraban por bolsas.
Gaetano padecía una enfermedad crónica, su papá llegó a con-
tratar un carpintero para que le confeccionase su ataúd. Por gra-
cias de Dios, logró salir adelante. Cuando el hijo mayor terminó el
servicio militar, prosperó en su cabeza la idea de emigrar por un
amigo con el que se carteaba. Finalmente, pidieron un préstamo y
primero viajó Jorge, luego le seguiría mi abuelo.
A medida que aquellos primeros hombres empezaron a migrar se
fueron asentando poco a poco. Comenzaron a hacer lo que mejor
sabían: pescar, cultivar la tierra…. Sabemos que ellos se dedicaron
a completar la construcción el Cerro de la Gloria con las escalina-
tas y el estacionamiento. Esto los llenaba de esperanza para poder
trasladar a la otra parte de su gran familia. A esta tierra bendita y
fecunda la adoptarían como su segunda patria.
Al cabo de cuatro años pudieron reunir el dinero para trasladar
al resto, pero el banco había quebrado. Entonces le pidieron a mi
abuela que vendiera la casa y viajara: lamentablemente, la venta
de la casa no resultó del todo suficiente, por lo que se decidió de-
jar dos de los hijos al cuidado de una vecina. ¡Que pasaría por la
mente de esa madre, sabiendo que dejaba a sus muchachos de tan
sólo 16 y 17 años…!
Partieron desde Génova en el año 1928, donde se embarcarían
en el buque “Alsina” con destino a Buenos Aires. Nos contaban
que, durante el viaje al pasar por Brasil comían las cáscaras de las
bananas porque no podían comprarlas. Traían sólo 1000 liras que
Carmela guardaba en su corpiño, pero que aquí no alcanzaba ni
para comprar un sombrero. Pasaron algún tiempo en un galpón de

224
inmigrantes, trabajaron a destajo, sin medir esfuerzos. El alimento
consistía en habas: mañana, tarde y noche.
Después de mucho sacrificio llegaron a Mendoza, pero todavía
restaba traer a Vicente y a Francisco: después de un tiempo viaja-
rían por separado. Cuando lograron estar todos juntos, la alegría
fue inmensa. En ese tiempo, hacían cualquier cosa con la que se
podía ganar dinero como ir a las viñas a cosechar. Pudieron com-
prar un terreno, que dividieron en 7 partes para cada uno de los
hijos. Cada uno se casó y tuvieron numerosos hijos (todavía con-
servamos la unidad entre los primos).
La visita de los tíos era motivo de algarabía y reuniones familia-
res, sobre todo en Navidad y Año Nuevo. La música italiana ocupa-
ba un lugar muy importante, cantábamos todos y los tíos tocaban
el violín, la mandolina y el acordeón, sin tener demasiada experien-
cia musical. Otros festejos importantes eran San Juan, San Pedro
y San Pablo con grandes fogatas y bailes donde participábamos
todos…
Mi abuela realizó una gran tarea de evangelización y nos llevaba
a las procesiones. Mientras que mi padre solía realizar antorchas
artesanales para todos y cultivábamos flores blancas para llevar a
María. Así crecimos con humildad y con gran fortaleza.
Papá nunca demostró entusiasmo por volver a Italia (sabía que
era casi imposible hacerlo). Pero un día decidimos aunar esfuer-
zos con mis hermanos y ayudarlos a realizar su primer viaje a su
soñada tierra: fue un viaje maravilloso e inolvidable por el gran
reencuentro con su familia.
Cuando el Cayeta (como le dicen sus nietos y bisnietos) cumplió
90 años le hicimos un homenaje. La Madre Teresa de Calcuta es-
cribió que los pequeños o grandes homenajes debemos hacerlo en
vida de las personas. Justamente, con mi esposo nos animamos a
escribir algunas razones por lo cual debemos agradecerle:

Porque nos ensañaste a amar a Dios desde muy pequeños…


Porque diste todo aun cuando no tenías.
Porque siempre quisiste que confiáramos en la Providencia.
Porque te sentiste un héroe junto a tus hijos y nietos cuando
llegaste al pie del Lanín.
Porque sabes querer a tus yernos y nueras como si fuesen tuyos.
Porque sabes escuchar a quienes vienen a compartir sus dolores
y alegrías.

225
Porque siempre perdonas en el silencio del alma.
Porque compartiste con tus nietos jornadas de pesca y le prepa-
rabas la ensalada con los frutos de la tierra que cultivabas.
Porque amas a los niños y jóvenes y te sabes hacer uno con ellos
en las pequeñas cosas.
Porque tu sonrisa y tu bondad te hicieron ganar muchos corazo-
nes para acercarte a Dios.
Porque no te gustaba mucho el fútbol, pero sos capaz de ver dos
o tres partidos cuando alguien necesita compañía.
Porque llegaste a un canal de televisión, para acompañar a tu
nieta en sus proyectos.
Porque acudiste a trabajar siempre en las casas de tus hijos,
nietos y vecinos, con esfuerzo, voluntad y alegría.
Porque siempre te esmeras en dejar tu presencia con la obra de
tus manos.
Porque tenes límites y defectos, pero sabemos que el camino de
la santidad es posible cuando se ama inmensamente.

Cuando el abuelo partió, sus hijos, nietos y bisnietos crearon un


grupo en el facebook denominado “El abuelo Cayetano es el mejor
de todos”, donde comparten experiencias, fotos y recuerdos con
mucho amor.

La abuela coloca
la mano sobre el
papá de Ma Nieves
Catalina Sortino
(Italia 1926)

226
Familia: BUFACCHI - POMPILI
Relata: Pedro Bufacchi

El viaje de Roma a Buenos Aires

N o hay fechas definidas antes ni después de la salida de Ná-


poles, 20 de Marzo 1949, y la llegada a Buenos Aires, 8 de
Abril 1949. Era muy joven, 11 años, y solo una parte de la docu-
mentación ha quedado en mi poder. Todas son vivencias que han
quedado encendidas en la mente y en el corazón de quien escribe,
especialmente cuando conversaba con un marinero y el timonel
amigos de papá (después con más detalle) quienes a su turno me
puntualizaban datos y escenas sobre el viaje.
El viaje a Buenos Aires comienza el 19 de Marzo de 1949 desde
nuestro domicilio en Roma, Via Arduino N° 11, hasta la Estación
Central Termini. Los pasajeros del tren a Nápoles eran Yolanda (mi
madre), Ana María (mi hermana), Pedro (yo), Lucia y Ada (tías); los
tres primeros iban rumbo a la Argentina y las dos últimas, her-
manas de papá acompañaban a despedirnos. En Nápoles todos
cenamos con pizza, nos quedamos un buen rato en la costanera
frente al mar, la luna brillaba esplendorosa, tal como son las estro-
fas de la famosa canción “Marechiare”, y pasamos la noche en un
hotel cercano al puerto; al día siguiente preparamos el equipaje de
mano, hicimos tiempo paseando por la ciudad partenopea hasta la
hora de embarcarnos. Ante la belleza casi natural que nos muestra
Nápoles, su golfo, sus palacios, los castillos, el Vesubio, sus alre-
dedores; los italianos y los turistas dicen “Vedere Nápoli e poi mo-
rire”, aquí digo “Vedere Napoli, e poi ritornare”, cosa que relataré
en otro momento.
El 20 Marzo 1949, con pasaporte italiano N°1062318 P con
mamá y hermana nos embarcamos en el “Buenos Aires”. La des-
pedida de las tías fue emocionante que, por largos años, siguió a
través de la correspondencia mediante la cual intercambiábamos
las vivencias familiares entre Buenos Aires y la lejana tierra natal.
Las tías, desde 1940, nunca más volvieron a ver a su hermano.
Se hizo escala en Génova donde subieron más pasajeros. Al pa-
sar por el Golfo de León (Francia) y por la Costa Brava (España)
soportamos una tormenta con mucho revuelo de los bagajes en el
camarote N° 19, camastros 10, 11 y 12.
Al atravesar el Estrecho de Gibraltar sucedió otra tormenta, ésta

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mucho más fuerte que la anterior. A partir de aquí enfermé y se
dio la casualidad que en el camerino del médico conocí a un mari-
nero y a un oficial timonel, ambos conocían a papá, quien también
había sido marinero. Esto me hizo mejorar mi salud porque tuve
buena atención médica y mejor comida. Además, ellos me llevaron
a conocer todo el navío y muchas veces estuve con el oficial timonel
en su cabina (pido perdón por no recordar los nombres).
Nueva escala en Las Palmas (Isla Gran Canaria-España) donde
se repusieron provisiones y otras cosas necesarias para la travesía
del Océano Atlántico. No recuerdo si desembarcaron y embarcaron
pasajeros.
Al cruzar el Ecuador, de norte a sur, a la media tarde, se con-
formó una fiesta con la presencia del Capitán y tripulación que
terminó al amanecer del día siguiente.
Al llegar frente a la costa de la Isla Santa Catarina (Brasil) nues-
tro barco debió estacionarse por desperfectos en las máquinas im-
pulsoras. Esto duró aproximadamente un día y medio, tiempo que
aprovechó parte de la tripulación para pescar tiburones y otras
especies grandes, no delfines. Fue la primera vez que había visto
esas especies, aún vivos sobre la cubierta. Eso sirvió para la pre-
paración de nuevos platos culinarios.
Continúa el viaje y frente a Río Grande (Brasil) tuvimos casi todo
el día lluvia. Cabe destacar que desde el Estrecho de Gibraltar has-
ta aquí fueron días muy lindos, con buen clima y el mar calmo
avistándose variedades de peces, entre los que se destacaban los
delfines, fieles seguidores nuestros.
Al ingresar al Río de la Plata nos llama la atención el color del
agua, tan distinto del mar. El oficial timonel me aclara que ese co-
lor viene desde el norte de Argentina, por el arrastre de sedimentos
por dos ríos, especialmente por el Paraná. También me informa
que el barco-faro que es guía de todo navío que ingresa al Río de
la Plata, anteriormente de llamaba “Amabilitas” de la Marina Mer-
cante Italiana. Había sido el navío en cual papá trabajaba que se
quedó en Bahía Blanca en 1940, bloqueado por la Armada Inglesa
durante la 2° Guerra Mundial.
También nuestro barco se cruzó con otros, entre ellos algunos
de bandera argentina, como el “Río de la Plata”, “Salta”, “Tucu-
mán” y “Río Tunuyán”; hubo emoción cuando se saludaban con
sus fuertes bocinas. Tiempo después en el puerto, a esas naves las
pude volver a verlas y/o visitarlas, porque papá trabajaba en ellas,

228
perteneciente a los equipos de reparación de la Flota Mercante del
Estado, luego llamada ELMA (Empresa Líneas Marítimas Argenti-
nas) donde llegó a jubilarse.
Cabe destacar que, debido a las buenas condiciones climáticas
durante el viaje, los emigrantes siempre se reunían en cubierta
para conversar, cantar, bailar y contar historias, todo con referen-
cia a los distintos pueblos y ciudades de donde procedían. Al mis-
mo tiempo todos estaban esperanzados mirando al futuro y que en
el nuevo destino los recibieran cordialmente.
Por fin, el día 8 abril de 1949, a las 17,30 hs., el “Buenos Ai-
res” perteneciente a la Cía. Marítima Dodero S.A., amarraba en el
Puerto de Buenos Aires. En Argentina gobernaba el General Juan
Domingo Perón, tal como se visualizaba en los carteles entonces
existentes en la zona de embarque/desembarque.
Al desembarcar nos estaba esperando mi padre, ya en Argentina
desde 1940, quien nos recibió e ingresamos en Migraciones. Ese
día se hizo muy largo con los trámites de ingreso al país, por lo que
tuvimos alojamiento en el Hotel de Inmigrantes (hoy Museo) porque
recién en la mañana siguiente terminamos nuestra documentación
y pudimos acompañar a papá hasta nuestro nuevo domicilio. Los
cuatro tuvimos que reacomodarnos a vivir en familia después de 9
años de separación, 2° Guerra Mundial por medio.
Nuestro nuevo domicilio fue French 34, Avellaneda, Pcia. de Bs.
As., por un día y luego en el barrio de Barracas en la calle Luján,
no recuerdo el N°, pero era frente al Riachuelo y al Frigorífico La
Negra, en la orilla de enfrente. Hubo otros domicilios, pero esa es
otra historia.
En cuanto a la familia, los mayores fallecieron. Mi hermana Ana
María se casó con otro connacional: Tuvieron 2 hijos: Claudio y
Patricia, quienes les dejaron 8 nietos. En cuanto a mí, completé
los estudios primarios con especial énfasis en hablar y escribir
muy bien el español. Luego terminé los estudios secundarios y ter-
ciarios. Me desempeñé durante más de 50 años en 16 empresas,
siendo las principales General Motors Argentina S.A., Volkswagen
Argentina S.A., Assist Card International, S.A. y Supermercados
Tanti, S.A.
Hoy jubilado, casado, con 2 hijos y 6 nietos, estoy con mi espo-
sa, radicado en Mar del Plata donde participo en asociaciones ita-
lianas, como así también en audiciones de radio, colaborando en
transmitir a los jóvenes descendientes de italianos la cultura y la

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obra que sus mayores trajeron a esta enorme y maravillosa tierra
que, particularmente, he podido conocer -por mi trabajo- desde La
Quiaca a Ushuaia y desde casi toda la Cordillera de Los Andes al
Litoral y a la costa marítima. (Actualizado respecto del entregado
a Migraciones Bs. As.)

STORIA DI VITA: Pompili-BUFACCHI


Relata: Pedro Bufacchi
NOME: Pietro Bufacchi, nací el
DATA DI NASCITA: 27 di Novembre di 1937 en Roma Italia

A Roma ho realizzato la scuola preelementare ed elementare,5ª


classe, fino a Febbraio del 1949, interrotta nella 2ª Guerra Mondia-
le, perché mamma (Jolanda Pompili) aveva deciso stare in Orvieto/
Ficulle (Umbria) e li ci sorprese il fronte bellico tra 1943 e 1944.
Praticamente abbiamo vissuto in refugio antibombe durante quasi
tutto quel tempo.
Papá (Camillo), marinaio della flotta mercantile italiana, era ri-
masto nella cittá di Bahía Blanca (Argentina) dal 10/06/1940, a
causa che l’armata britannica aveva chiuso le vie marittime verso
l’Europa.
Nel 1948 papá ci richiama a venire a Buenos Aires; mamma,
Anna Maria ed io siamo partiti da Napoli il 20/03/1949 e arrivati
a Buenos Aires l’8/04/1949, cosí la famiglia si trova di nuovo riu-
nita.
L’08/04/1949, siamo entrati al porto alle ore 17. A papá lo ab-
biamo visto subito (avevamo in mente le sue fotografie) e lui pure
rispondeva il saluto. Dopo 9 anni ci rincontrammo. Quella notte ci
alloggiarono nell’Hotel dell’Immigrato (oggi Museo). Leggere il rac-
conto completo del viaggio “Viaje de Roma a Buenos Aires” (In spa-
gnolo e aggiornato) presentato nel 2010 al Museo dell'Emigrazione
a Buenos Aires.
Gia riunita la famiglia in Argentina, abbiamo abitato in diversi
posti, finché in Los Polvorines, Provincia di Buenos Aires, dove ab-
biamo costruito, tutti noi, la nostra casa nel 1959. Io finiró gli studi
elementari (1950), con l’apprendimento dello spagnolo mediante,
gli studi secondari (commerciale 1955) e poi universitari.
Prima é stata mia sorella (Anna Maria) a formare sua famiglia
con un connazionale, Giuseppe Gerardo Petrocelli, nato nella Lu-
cania.

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Nel 1956 avevo entrato nella General Motors Argentina SA, (1º
lavoro, durante 22 anni); qui ho conosciuto mia moglie che è di-
scendente d`italiani (Agnone, Provincia di Isernia, Molise) e ci sia-
mo sposati nel 1962.
Nel 1970 ho finito gli studi terziari (Ragionieria). Abbiamo due
figli, Daniel nel 1966 (é professionale nelle istallazioni p/trasmis-
sioni satellitali e teléfoni cellulari) e Marcelo en 1970 (é avvocato
ed ha lavorato e lavora come assessore in diverse aree governative
argentine). Ambidue figli sono sposati: Marcelo con Marcela Iellimo
(discendente di padre calabrese), con un figlio (Gabriel Alessan-
dro), e Daniel con Laura Sanchez (unica “straniera”), genitori dei
primi 4 nipoti (Fernando, Luciano, Mariana e Antonella).
Con il mio impiego, tanto nella General Motors (22 anni), come
nella Volkswagen (4 anni), tra altre imprese (17 in totale) ho cono-
sciuto quasi tutto questo paese da Ushuaia (Terra del Fuoco) alla
Quebrada de Humahuaca (Gola di Humahuaca-Provincia di Jujuy)
e dalle Ande al mare; questo é per come ho potuto circondarmi di
affetti famigliari, di lavoro e di amici, sono un innamorato dell’Ar-
gentina, mi sento un “criollo” in piú, della quale conosco economie
e tradizioni regionali, le popolazioni di diverse colectivitá autoctone
e straniere (molte di loro di origine italiano).
Conformiamo una famiglia che rispetta le tradizioni argentine e
italiane, tutti con cittadinanza italiana e della Comunitá Europea
includendo nuore e nipoti.
Da molti anni che conosciamo Mar del Plata (dal 1964). Da Di-
cembre 1970 sempre presenti nella stagione estiva. Da quando mi
sono pensionato nel 2003 (Rosa é pensionata da prima) poco a
poco abbiamo assaporato questa cittá, dove adesso risiediamo e,
crediamo, di avere incontrato il nostro posto nel mondo. Peró, non
possiamo perdere di vista al resto della famiglia che abita, lavora
e studia a Buenos Aires e dintorni; per questo abbiamo l'obbligo
morale di riunirci diverse volte all'anno.
Che faccio a Mar del Plata? L’estate la passo con mia moglie, i
miei figli nuore, consuoceri, nipoti, amici. Tutti conformiamo la
“Famiglia Unita”. Sono un riconoscente della gente di questa cittá,
la cui mi ha permesso participare delle diverse societá italiane, dal
Centro Laziale Marplatense, la Famiglia Laziali Uniti, Le associa-
zioni dell’Umbria (Protesoriere), Mafaldesa e Molisana, del Friuli,
della Emilia-Romagna, delle Marche, del Molise, ecc. Devo dire che
il Centro Laziale Marplatense e la Regione Lazio, nel 2005, mi han-

231
no permesso ritornare in Italia (dopo 56 anni) e rivedere, tra altre
cose, la mia cittá nativa, e in essa, la mia prima casa, la parrocchia
dove mi battezzarono e la scuola dove fece le elementari.
Pure, nel 2005, il Consiglio Deliberativo di Mar del Plata mi ha
distinto per i miei piú di 50’anni in Argentina e lo stesso ha fatto
l’Istituto Istórico Italiano. Nel 2015 il Consolato Italiano di Mar del
Plata mi ha permesso contribuire ad essere uno in piú nel Comita-
to nelle elezioni del Co.Mi.Tes.
Ho partecipato nella radio FM99.1, Ciudad, nelle audizioni “Sen-
ti Molise”, in omaggio a mia moglie ed a suo padre (di Agnone, Pro-
vincia di Isernia,Molise) e “Umbria, Cuore Verde d’Ítalia”, in omag-
gio a mia madre (di Orvieto, Provincia de Terni).
Racconto storie, curiositá, gastronomia, storia generale anti-
ca e moderna dell’Italia, sulle sue regioni ed i suoi abitanti, storia
della musica, della opera, del jazz, descrivo sui paesaggi regionali,
etc. sempre sull’Italia e la sua cultura.

Dal 2013 formo parte del “Coro Celeste Grassi” della Unione Re-
gionale Marchigiana di Mar del Plata, anche un'altra associazione
che mi permette mantenere in alto tutto quello che ho ricevuto da
bambino: La Cultura Italiana. Dal 31-10-2015 partecipo nel pro-
gramma “Antenna Italiana” nella FM96.5, con una “colonna” sugli
origini e attualitá della musica, musicisti, cantanti, ecc. di ogni re-
gione d’Italia (abbiamo giá passato Emilia-Romagna, Valle d’Aosta,
Vaticano, Puglia e Trentino-Alto Adige).
Nel 2015 siamo ritornati in Italia a conoscere Calabria, La Cos-
tiera Amalfitana, Sicilia, Agnone e Dintorni (Molise), Firenze e Na-
poli e rivedere Roma e Cittá del Vaticano.

Pasaporte 1948
Pietro Bufacchi,
Pompili, y ANNA
Maria Bufacchi

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Familia: DE CRESCENZO - BALSAMO
Relatora: Carmela Balsamo

M i padre, Umberto Balsamo, nació en Nápoles el 14 de abril


de 1910. A los 17 años comenzó su carrera militar como
marino, llegando a ser suboficial electricista, a cargo de la parte
eléctrica de cada buque en el que se desempeñó. Estuvo embar-
cado en distintas naves entre ellas el Zara, crucero que sirvió en
la Regia Marina italiana durante la Segunda Guerra Mundial. En
el puerto de Nápoles, el 26 de noviembre de 1936, sobre el Zara
se realizó la Revista Naval con la presencia del Rey Vittorio Ema-
nuele III di Savoia, el Regente de Hungrìa (Miklos Horthy) y Benito
Mussolini. Ese día entre la tripulación de la nave estaba mi padre,
quien recibió una foto postal como recuerdo de ese momento.
Con el advenimiento del fascismo en Italia, Benito Mussolini em-
prendió un programa de italianización de las llamadas Islas del
Dodecaneso italiano que fue un grupo de doce islas que pertenecie-
ron al Reino de Italia y más tarde a Italia, entre 1912 y 1947. Están
ubicadas frente a las costas de Turquía, en el mar Egeo. Durante la
guerra entre el Imperio Otomano y el Reino de Italia (1911 -1912),
concluida con la ocupación de Libia, Italia decidió acelerar el fin de
la guerra ocupando las islas del Dodecaneso.
En 1938, mi padre fue trasladado a una de las más importantes
bases navales de ese archipiélago por aquel entonces bajo el domi-
nio italiano: Leros.
En esa isla, en 1939 conoció a mi madre Filomena De Crescenzo
(nacida en Nápoles el 7 de julio de 1921) y se enamoraron. ¿Por
qué mi madre estaba allí? Porque a mi nonno materno, Gennaro
De Crescenzo, también perteneciente a la Regia Marina como mi
padre, le ofrecieron trasladarse a Leros con su familia compuesta
por mi abuela Lucía Algrante y ocho hijos de los cuales mi madre
era la mayor. Mi abuelo eligió esta alternativa ya que por aquella
época vivir en Italia era muy caro, mientras que en esas islas había
mayor tranquilidad.
Pero Mussolini le declaró la guerra a Francia e Inglaterra, en ju-
nio de 1940 e hizo entrar a Italia en la Segunda Guerra Mundial. Al
empezar esta gran contienda, la Regia Marina Italiana era la cuarta
flota más grande del mundo. En abril de 1943, mis padres se casa-
ron por civil en Leros y, a pesar de tener organizado el casamiento

233
por iglesia para el 26 de abril (que en ese año se festejaba la Pas-
quetta), las mujeres y los niños debieron abandonar la isla el día
anterior, es decir el domingo de Pascua, por orden del Almirante
Luigi Mascherpa, comandante de la misma.
La foto tomada por mi abuelo muestra el momento en que partía
hacia Rodas, la lancha que transportaba a mi abuela materna con
sus hijos y de allí con aviones de combate, las familias de los mi-
litares fueron llevadas a Italia. Los uniformados que aparecen en
la foto (entre ellos mi padre) se estaban despidiendo de los suyos
ya que debieron permanecer defendiendo la isla. ¿Defenderla de
quién?
Después de la rendición del Reino de Italia, las islas se convirtie-
ron brevemente en un campo de batalla entre fuerzas alemanas e
italianas. Firmado el armisticio en septiembre de 1943, Mascherpa
ofreció una tenaz resistencia de 53 días a sus ex –aliados alemanes
en la denominada Batalla de Leros. Pero al quedarse sin provisio-
nes y abastecimiento, los alemanes prevalecieron ocupando la isla,
fusilando a docenas de oficiales y soldados italianos. Los super-
vivientes (entre ellos mi padre y mi nonno) fueron enviados a los
campos de concentración en Alemania. Allí permanecieron hasta
la finalización de la guerra, aunque en lugares distintos por lo cual
su regreso a Italia fue también en distintas fechas y desconociendo
cada uno el paradero del otro. Mi abuelo, debido a una hemorragia
gástrica fue hospitalizado y regresó a Italia apenas terminada la
guerra. En cambio, mi padre fue uno de los últimos en volver a tal
punto que mi madre creyó que había muerto.
En cuanto al Comandante Mascherpa fue también capturado
y transferido a un campo de concentración. Más tarde, entregado
a la República Social Italiana, encarcelado en Verona y después
en Parma en espera del juicio. Esta última cárcel fue asaltada por
un grupo de partigianos con el objeto de liberar a varios detenidos
políticos, pero Mascherpa se negó a huir. Finalmente, a pedido de
Mussolini, fue condenado a muerte por alta traición y fusilado el
24 de mayo de 1944.
Mi padre, después de haber pasado dos años como prisionero de
guerra, regresó a Nápoles donde vivían sus hermanos mayores con
sus respectivas familias. Allí comenzó a buscar a mi madre. En la
Marina le informaron que la familia De Crescenzo se había transfe-
rido al puerto de Taranto (Puglia). Cuando pudo localizarlos, reini-
ció la relación con ella y en mayo de 1947 se volvieron a casar por

234
civil y por iglesia. Al año nací yo, en Nápoles.
Debido a que las condiciones en Italia, como resultado de la gue-
rra, eran muy difíciles de sobrellevar, mi padre decidió retirarse de
la Marina y emprender una vida más tranquila fuera de su país. Le
ofrecieron ir a América: entre Estados Unidos, Venezuela y Argen-
tina, decidió probar suerte en esta última nación.
Partió de Génova solo, según consta en su pasaporte, el 14 de
marzo de 1949 en el buque Philippa, llegando a Buenos Aires el 8
de abril del mismo año. Allí se alojó en un hotel donde había varios
inmigrantes italianos y comenzó a trabajar en el oficio de electricis-
ta que había aprendido en la Marina. Como no le sentaba bien el
clima de Buenos Aires, y además lo estafaron no pagándole traba-
jos realizados, tomó la decisión de regresar a Italia. Pero antes de
concretarla, llegó al hotel donde se alojaba don Luis Varese, inmi-
grante italiano de fines del siglo XIX, quien buscaba personal para
su prestigioso Hotel Centenario, ubicado en Playa de los Ingleses
de Mar del Plata, sobre lo que es hoy el Paseo Jesús de Galindez y
Playa Varese.
Y así mi papá llegó a Mar del Plata, para trabajar en dicho hotel
al principio sólo en la temporada de octubre a mayo. Era el en-
cargado de las compras de mercaderías que necesitaban los chefs
para cocinar. Luego también se desempeñó como casero del hotel
cuando el mismo cerraba durante el invierno. Mar del Plata y su
trabajo tan cerca del mar era algo que a mi papá le daba mucha
tranquilidad y veía un futuro en esta ciudad. Por ello decidió ha-
cer el “atto di chiamata” a fin de que mamá y yo viniéramos a la
Argentina a emprender una nueva etapa. Así llegamos al puerto de
Buenos Aires el 16 de abril de 1950 en el Conte Grande, un año
después que papá. Yo tenía apenas dos años. Nuestra llegada fue
accidentada pues nos derivaron al Hospital Muñiz debido a una
epidemia de varicela desatada entre los niños del barco. Por suerte
y gracias a mi pronta mejoría, a los pocos días los tres pudimos al
fin reunirnos y viajar a Mar del Plata.
En la década del 90’, cuando coincidimos como docentes y com-
pañeros de trabajo con el Profesor de Filosofía Blas Aurelio Primo
Aprile (para muchos, Elio), en una de las tantas charlas hechas
durante los recreos, nos sorprendimos descubriendo que había-
mos llegado a Buenos Aires, en la misma fecha y en el mismo barco
siendo él un bebé de alrededor de un año. Aprile, como muchos
saben, llegó a ser intendente electo de nuestra ciudad, en 1995.

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Mis padres siempre siguieron manteniendo vínculos muy estre-
chos con sus respectivas familias, las cuales son muy numerosas.
Tuvieron la oportunidad de viajar y visitarlos más de una vez. Tam-
bién algunos de ellos han venido a la Argentina. A pesar de que mis
padres ya fallecieron, continúo sosteniendo una fuerte relación con
la mayoría. Afortunadamente, la tecnología me permite mantener
una comunicación muy fluida con algunos tíos y muchos primos
e hijos de primos que están en distintas regiones de Italia y en In-
glaterra.
En Argentina y en particular en Mar del Plata, mis padres tuvie-
ron trabajo, paz y muchos amigos, por lo que siempre estuvieron
agradecidos de haber llegado a estas tierras. Escribir estas líneas
ha removido muchas cosas del pasado, algunas dolorosas y otras
alegres como es la vida misma. Sin embargo, lo hice como un ho-
menaje y una manera de agradecerles la educación y el amor que
siempre me brindaron.

Filomena De Crescenzo
Carmela Liliana Balsamo

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Familia: FIGHETTI - BARBIERI
Relatan: Norma y Maria Inés Fighetti

L a fría estadística de la lista de quienes llegaban a la Argentina


nos dice:
FIGHETTI LUIGI, 23 Años, NACIDO en BORGHETTO, PROFE-
SION AGRICULTOR, FECHA DE ARRIBO 01/12/1948.
Luigi llegó al puerto de Buenos Aires, como muchos que llega-
ban a América en busca de un futuro mejor. El viejo continente se
encontraba devastado luego de años de guerra, nuestro padre lu-
chó primero como soldado (hacia su servicio militar obligatorio en
el comienzo de la misma) y luego en la resistencia. Así, dejó atrás a
sus padres, hermanos y cualquier otro lazo afectivo.
En esa época cuando llegaba algún pariente de Italia se acos-
tumbraba a invitar a los paisanos a recibirlos al puerto, es así
como un primo de papá invitó a mi abuelo a recibirlo, y así fue que
el nonno fue con mamá, BLANCA BARBIERI de 17 años, nacida
en Argentina, hija de padres italianos. Papá siempre contaba que
arriba del barco miraba si encontraba sus parientes, y allí junto a
ellos la vio. Al verla tan bella y joven, su primer pensamiento fue:
“Con esta chica me voy a casar”.
Y así fue, meses después, el 28 de mayo de 1949 se casó con
Blanca Inés Barbieri. Al poco tiempo llegaron a Mar del Plata donde
formaron su hogar.
Una vez en Mar del Plata comenzó a hacer amistades dentro de
la colectividad italiana, de allí nuestro acercamiento a los Mar-
chigianos, Las familias Grassi, Dormi, Lani, Pagliardini, Gostoli,
Giampaoli, Mecozzi, Sdrigotti, Manetta y muchos otros eran nues-
tro círculo más cercano.
En noviembre de 1950 nació María Inés y 14 meses después, en
enero de 1952, Norma Noemí.
Papá encontró en la gastronomía su forma de vida, así comenzó
junto a mamá su primer emprendimiento comercial, el recordado
“Los Mendocinos”, en la esquina de Arenales y Rawson. Luego le
siguió “La Penísola”, en Alvarado al 1700 que empezó como bar y
despensa, recordadísima por sus jamones crudos. “La Penísola”
quedó luego a cargo de Albino Fighetti, Domingo Pagliardini y en
un primer momento también Dominguito .
Siguieron junto a mamá forjando nuevos negocios. La casa origi-

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nal se había transformado: la quinta de adelante era un local y dos
departamentos, y nuestra casa estaba atrás.
En un nuevo emprendimiento y junto a la familia Gallo, alquila-
ron por la temporada la emblemática esquina de Las Heras y Bou-
levard Marítimo. Temporadas de oro de Mar del Plata.
Luego de la temporada en Mar del Plata, en invierno partía a
Termas de Rio Hondo con otro negocio. Junto a Arturo Borassi,
frente al Casino abrieron el famoso “Punto y Banca” conocido por
esos pagos como el bar de “Los Tanos”. Un par de años después y
siempre junto a Borassi compraron el “Edén Rock” icono de aque-
lla época de oro de Mar del Plata.
Los inviernos en Mar del Plata nos encontraban junto a mamá,
recordamos hasta el olor de las tardecitas en que llegábamos a
casa y mamá nos esperaba en la cocina con la maicena calentita en
los platos hondos y escuchábamos la novela en la radio. Octubre
era una fiesta porque llegaba papá luego de muchos meses.
Si bien mamá iba en las vacaciones a verlo, no podíamos ir las
tres, entonces nos quedábamos en Buenos Aires con nuestros
abuelos maternos y nuestra tía.
De nuestra niñez nos quedan hermosos recuerdos: los bailes del
Pujol al que mamá nos llevaba, ver a los grandes bailando y noso-
tros corriendo por ese salón enorme. Una imagen siempre nos que-
dó reflejada, la que creímos siempre que era Vera Dormi bailando
y luego supimos era Lea Dormi, su hermana, con un hermoso ves-
tido de moda girando al compás de la música.
Y los años fueron pasando. Papá dejo el negocio en Termas,
(iban solo de vacaciones), vendió sus otros negocios y edificó de-
partamentos.
En el año 1970 preparamos todos los bártulos y partimos los
cuatro a Italia. Papá y mamá llevaban todo preparado para comen-
zar algún negocio, una semana después de llegar nos dijo, chicas,
guarden todo lo de trabajo y saquen lo de pasear, aquí no hay lugar
para buenos negocios.
En una pequeña recorrida se dio cuenta que sus amigos estaban
igual como los dejara, el aquí pudo “hacer la América” y ahora sus
amigos estaban aquí. Así fue como por casi seis meses recorrimos
Italia los cuatro juntos.
Volvimos a Argentina y con mamá pensamos que papá se que-
daría un poco más tranquilo, pero fue un error. Compró la esquina
de Falucho y Lamadrid, que estaba destruida y luego de un año de

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reformas allí se instaló el restaurante ALFIO. Era de verdad más
allá que un laburante, un visionario. Luego de unos años de oro,
con toda la familia trabajando y con ambas ya casadas, vendió el
mítico Alfio y se retiró de la actividad gastronómica.
Vivieron sus últimos años junto a nosotras y nuestros esposos
acompañándonos en todos los emprendimientos comerciales que
iniciamos.
Siempre estuvieron firmes junto a nosotros, mamá nos apuntaló
en nuestra infancia, cuando papá estaba lejos, ayudándonos con
nuestra tarea, vistiéndonos como reinas. Salíamos a pasear con la
tía Anita (Ana Parato, casada con Albino Fighetti). Con nuestros
primos Raúl y José Luis, caminando, (éramos muchos no había
plata para el colectivo), la Plaza Colon era Disney para nosotros.
La ruleta de la vida nos dio dos seres maravillosos que nos deja-
ron no solo lo material sino grandes valores: el trabajo, la amistad,
la dignidad, pero sobre todas las cosas, el ser buenas personas.
Las dos formamos nuestras familias. Tratamos de darles los mis-
mos valores a nuestros hijos.
La vida nos dio regalos que nos llenan el corazón y el alma, papá
y mamá, nuestros hijos y ahora nuestros nietos.
Un círculo de amigos maravillosos dentro de la Unión Regional
Marchigiana. Y aquí terminamos con el cuentito, pequeña historia
de nuestra familia.

Luigi Fighetti
Bianca Barbieri
Mar del Plata (1998)

239
Familia: GANCITANO - CALANDRINO
Relata: Ana Calandrino

M i familia vivía en Mazara del Vallo (Trapani, Sicilia)


Mi nombre es Giovanna Gancitano. Tenía 13 años cuan-
do dejé mi ciudad, mi familia y mis amigos en Mazara. Salimos de
Génova con mis 5 hermanas y mi mamá. Mi hermano y mi papá
nos esperaban en Mar del Plata, donde trabajaban en la pesca des-
de hacía un par de años.
Llegamos al puerto de Buenos Aires en abril de 1951, después
de 20 días de viaje en el barco “Corrientes”. Luego partimos hacia
Mar del Plata y, aunque al principio extrañábamos mucho, nos
fuimos acostumbrando a esta nueva tierra. Nos establecimos en
la zona del Puerto, cerca del trabajo de mi papá. Muchos de los
vecinos eran paisanos, de esa forma no perdíamos el contacto con
nuestro idioma y nuestras costumbres.
Mientras mis hermanas más chicas iban a la escuela, las más
grandes hacíamos las labores de casa y ayudábamos a mamá, una
mujer luchadora y de grandes valores. A los 17 años me casé con
Francesco Calandrino, también oriundo de Mazara del Vallo. Tuvi-
mos tres hermosos hijos: Salvador, Silvana y Carina, y dos mara-
villosos nietos, Rocio y David.
Pasaron los años. El resto de mis hermanos también se casaron,
tuvieron hijos, y ahora son abuelos. No fue una vida fácil, pero soy
una inmigrante siciliana orgullosa de mi tierra natal, y me siento
muy feliz de haber construido mi vida y mi familia en Argentina,
una patria generosa con quienes creen en la cultura del trabajo,
del esfuerzo y el respeto.

Giovanna
Gancitano
Carmela
Gancitano

Italia
(1950)

240
Familia: GAZZO - SANTORO
Relata: Francesco Giuseppe Santoro

C omo inmigrante que soy, debo agradecer a esta bendita tie-


rra argentina, que nos acogió en una época de postguerra
con todo lo que ello significa.
Pertenezco a una familia de origen campesino establecida en la
región de la Campania, provincia de Salerno. El núcleo familiar pa-
terno era muy numeroso, estaba compuesto de catorce hermanos,
de los cuales llegaron a la Argentina seis de ellos (tres varones y
tres mujeres).
Mi padre Eugenio Santoro y mi madre, María Josefa Gazzo, nos
trajeron a mí, con poco más de dos años, y a mi hermano Leopoldo,
de nueve meses, en el barco Corrientes, arribando a Buenos Aires
el 25 de agosto de 1949.
Por lo que nuestros padres nos fueron transmitiendo, los prime-
ros tiempos fueron muy duros, por el idioma, por el desarraigo y
las condiciones de habitabilidad, pero ellos tenían muy claro que
esas precarias condiciones se superarían, porque ellos traían con-
sigo ese espíritu y la cultura del trabajo y sacrificio, por haber ex-
perimentado la guerra. Venían para hacer “L’America in Argentina”
y esto era un paso adelante.
Nuestra familia aumentó en el país, con tres hermanos más, en
total somos cinco. Hemos crecido y fuimos educados en un clima
de afecto, buenos valores, en un nivel de clase media-baja, pero
siempre en una cultura de trabajo y responsabilidad por lo cual
agradezco a mis padres por guiarnos por ese camino en la vida.
Tengo un hijo y dos nietos que son mis amores.Como anécdotas
de vida, tengo muchas, de las cuales relataré solo alguna.
En el año 1996, a la edad de 49 años, recién tuve la dicha de
conocer mi tierra natal junto a mi esposa Delia (ya fallecida). Fue
un viaje muy emocionante, también el conocer a mis parientes que
nos colmaron de atenciones.
En el ‘99, volví con mi hijo y su novia, para que pueda conocer
sus raíces. Años más tarde, conocí a Teresa del Carmen con quien
integramos la Unione Regionale Marchigiana de Mar del Plata, como
socios y como coreutas de su coro “Celeste Grassi”.
241
Este es mi aporte para transmitir la experiencia de mi inserción
en la sociedad argentina la que deseo, sea mejor día a día, como
nación, con un destino a futuro, inmenso por el potencial que po-
see.

Eugenio Santoro-María Giuseppa Gazzo, Franco, Inmaculata,


Leopoldo y Giuseppe
Mar del Plata (1952)

242
Familia LA TORRE - GALLI
Relata: Vilma Celestina Galli

Y o, Vilma, relato las vivencias de mi padre Aristide Galli Bian-


chini, nacido en Cattolica - Rimini, un 4 de febrero de 1900.
Su decisión de migrar tuvo inicio, a través de su tío Demetrio
Gigli, que ya se encontraba en Mar del Plata, para hacer (como se
decía) “l’América”.
Llegó a la Argentina en el año 1926, habiéndose embarcado en el
Buque “Sofia” de la empresa Cosulich. Con su pequeño baúl, valija
de cartón, algo de ropa y un libro para leer en la larga travesía por
mar.
De inmediato, inició su primer trabajo como buzo (usando esca-
fandra y zapatos de plomo). Es contratado por la empresa francesa
Aldosivi, dedicada a la construcción del puerto y escollera en nues-
tra ciudad de Mar del Plata. Posteriormente se desempeñó en el
Yath Club Argentino, amarradero y balneario Playa Grande. Ahí es
donde conoce a mi mamá, que seria su esposa, Elizabeth La Torre,
hija de Domingo y América, también italianos.
Sus días transcurrían felices: trabajo, familia y proyectos en ésta
tierra que prometía bienestar.
De vez en cuando una carta que iba y otra que venía, en las
cuales Celeste y Raffaelle (mis abuelos en Italia) esperaban que mi
papá regresara a casa. Cosa que no sucedió. Mi padre regresó a
Italia luego de 28 años y pudo visitar “su Cattolica natal”.
Era de destacar que su lenguaje italiano se había perdido, adop-
tando un castellano claro y perfecto.
La ambición de la casa propia se hizo realidad. Compró un terre-
no en barrio Playa Grande, y en esa casa vivió hasta el final de sus
días: “Mi lugar, su lugar, Primera Junta y Alvear”.
Único, de siete hermanos, con ansias de aventura, buscando
nuevos horizontes, y ¿por que no? alejarse del recuerdo de la Pri-
mera Guerra que, en 1914, tuvo que vivir y sufrirla.
Decir “emigrante” significa un sinfín de vivencias. Así es que
bendijo ésta tierra argentina. Aristide un emiliano-romagnolo, don-
de su pequeña ciudad: Cattolica, linda con Le Marche a través de
Gabice Mare y sus montes.
Siendo yo, única hija, contraje matrimonio en Mar del Plata con
Luis Torre, muy querido y aceptado por papá. Nuestros hijos: Luis

243
Guillermo y Miguel Fernando. Mis nietos: Lucía, María, Ana, Fede-
rico, Josefina, Eliseo y Marcos Torre. La esposa de Willy es Mariel
Divita y de Fernando, Marcela Gonzales.
Ésta hija, vio y sufrió al ver a su padre con esos días de tristeza y
melancolía, que solo se superan, siempre, con esfuerzo y dignidad.
Y digo: “gracias por ser hija, nieta y bisnieta de emigrados”

Mi poesía: “Reflexión”
Que dejó? Todo!
Que encontró? Mucho!
Que sufrió? La distancia!
Que disfrutó? La familia!
Cuanta nostalgia!
Cuanta pasión!
Cuanta tristeza!
Cuanta alegría!!
Queridas Patrias MIAS!!! Italia: Grazie!! y Argentina: Gra-
cias!!

Matrimonio Aristidi
Galli y Elizabeth La
Torre

244
Familia: SALERNO - CAPUCCIO
Relator: Giuseppe Salerno

L a familia Salerno llegó a la Argentina atraída por la posibili-


dad de trabajo, varios de sus familiares ya estaban radicados
en la ciudad de Mar del Plata. “Mi padre José era pescador en Ita-
lia, y siguió con esa profesión también aquí. Vinimos en un barco
donde los hijos dormían con la madre y el padre en la bodega del
barco. Nosotros éramos pequeños y nos divertíamos corriendo por
la cubierta de la moto- nave; mientras nuestros padres no veían la
hora de llegar a estas tierras”.
“Vivimos en la calle San Martín y Marconi porque a mi madre no
le gustaba vivir en la zona portuaria. Mi padre obtuvo un crédito
del Banco Hipotecario a 30 años para poder hacer su casa, la que
construyeron en la calle 9 de julio y Nasser (ex-168)”.
“Yo (José) estudié la carrera de técnico en construcción naval en
la Escuela Técnica Industrial Nº 1, y así, de alguna manera, mis
estudios me daban la posibilidad de colaborar con el trabajo de
mi padre. Con el tiempo me casé con Stella Capuccio e instalé un
negocio de venta de artículos de pesca en la zona portuaria. Junto
a ella tuve dos hijos (Claudia y Gustavo), éste último ha quedado
a cargo del negocio, ayudado por mi señora Estela, mientras yo
en mi domicilio me entretengo preparando artículos para la pesca
deportiva. Mi hija Claudia tiene dos hermosas hijas (Micaela y So-
fía). Gustavo me ha brindado la posibilidad de disfrutar de Delfina,
Isabela y, el más pequeño, Santino”.
“Soy una persona alegre que no cuenta penas; mi vida se cons-
truye de los mejores recuerdos y de los buenos momentos…
Quisiera agregar que nací en Trípoli (Libia), porque mi papá esta-
ba contratado por el ejército italiano para transporte de elementos
en el camión que era de su propiedad. En 1942, dejamos esa parte
del norte de África y nos radicamos en Siracusa. Mi padre, Adriano
Salerno, nacido en 1913 y mi madre, Yolanda Rao, tenía 10 años
menos que mi padre. Para poder venir “alla América” partimos del
puerto de Nápoles; vinimos todos juntos en el barco “Tucumán” en
el año 1948. Yo contaba con 8 años de edad y mi hermano menor,
Silvio Gaetano Salerno, tenía 6 años”.

245
Familia: MATTERA - CIGLIANO
Relata: Liliana Marta Cigliano

S oy Liliana Marta Cigliano, nací en Argentina el 27 de abril de


1958, soy hija de Juan José Cigliano y Concepción Mattera.
Ambos nacieron en Nápoles, (Ischia), mi padre en 1903 y mi
madre en 1911. Concepción tuvo una infancia muy difícil, ya que
su padre enfermó de fiebre española y murió. Tenía muchos her-
manos, inclusive, su madre estaba embarazada cuando enviudó.
Este hijo, falleció cuando en la guerra bombardearon el submarino
en el que navegaba.
Cuando mi padre se fue a trabajar a Alemania, mi madre estaba
embarazada, ese bebé se enfermó de neumonía y falleció al año.
Mi papá regresó. Más tarde, nació Antonio, que a los dos años
enfermó de meningitis sobreviviendo, con secuelas graves que lo
dejaron discapacitado.
Mi madre quería irse de Italia, ya que tenía dos hijos varones y
ya no quería perder ninguno más.
Mi padre ya había estado en Argentina y contaba que aquí había
trabajo. Finalmente, en 1948 vino solo, se instaló y comenzó a tra-
bajar para traer a su familia. En enero de 1951, llegaron mis her-
manos Luis y Cayetano y en agosto del mismo año, llegó mi madre,
con sus hijos Antonio, Carmen y María, en el barco Santa Cruz.
Se instalaron en 12 de octubre y calle Cabildo (actualmente Pa-
dre Dutto) donde también se alojaban muchas otras familias. Mi
madre empezó a trabajar en la fábrica “La Campagnola” hasta que
se jubiló y mi padre navegaba en las “lanchas amarillas”. Yo nací
en 1958, mi madre tenía 47 años y mi padre 55.
En esta tierra pudieron hacerse su casa con un crédito hipoteca-
rio que saldaron antes de tiempo porque para ellos era muy impor-
tante asegurarse un techo. Siempre trabajaron, lucharon.
Mi hermano Luis, fue carpintero y tuvo 3 hijos; Cayetano, pesca-
dor como papá. Mi hermana María tuvo dos hijos y Carmen, tres.
Mis padres extrañaron toda su vida a su tierra y familiares. Papá
no regresó jamás; mi madre a los 70 años fue de paseo por tres
meses a visitar algunos hermanos y sobrinos.
Ella era feliz aquí, a pesar de todo, había adoptado a Argentina
como su tierra, le había dado trabajo, bienestar y paz.

246
Indice
Nota del Console d`Italia Dott. Marcello Curci.......................... 5
Prólogo.................................................................................... 7
Introducción............................................................................ 9
Familia: ANCONETANI - BERTINI............................................ 15
Familia: ANTONIUCCI - PASCUCCI.......................................... 17
Familia: ANTONIUCCI - SPADONI............................................ 20
Familia: ANTONIUCCI - TURCHI.............................................. 24
Familia: AZCUNE - ANTONIUCCI ............................................ 27
Familia: BAGGIARINI - PAOLI.................................................. 29
Familia: BAGGIARINI - PASSERI.............................................. 33
Familia: BALDUCCI - PRUSSIANI............................................. 34
Familia: BARBONI - PETRECCA............................................... 38
Familia: BARTOLUCCI - CANUTTI............................................ 40
Familia: BATTAZZI - SCHEGGIA.............................................. 42
Familia: BECCERICA - D`ONOFRIO......................................... 45
Familia: BERGAMASCHI - PAOLINI.......................................... 48
Familia: BERTINI - CIACCI...................................................... 49
Familia: BOLOGNINI - PASCUCCI............................................ 54
Familia: BRAVI - DONATI........................................................ 57
Familia: BRINCIVALI - GNAGNI............................................... 60
Familia: CANTALAMESSA - BARBARESI.................................. 62
Familia: CAPELLACCI - NEGRONI........................................... 64
Familia: CATANI - MARCHIONNI ............................................. 66
Familia: CONTESSI - NOVELLI................................................ 67
Familia: CORIANDOLI - ROSSINI............................................. 69
Familia: CRAIA - FAVAROTTO................................................. 71
Familia: DE SANTI - DINI......................................................... 73
Familia: DEL SERO - RANIERI................................................. 78
Familia: FEDUZI - DORMI ...................................................... 79
Familia: FALASCHINI - GIORGETTI - BARTOZZETTI................ 94
Familia: FEDERICI - DINI........................................................ 97
Familia: FEDREGUCCI- PAOLINI............................................. 99
Familia: FELICI - FEDREGUCCI.............................................. 101
Familia: GALBIATI - PALMA..................................................... 103
Familia: GENTILLOTI - PESCIARELLI...................................... 106
Familia: GHELFI - RANZUGLIA................................................ 108
Familia: GIACOMINI - FULVI .................................................. 111
Familia: GIOVAGNOLI - BALDUCCI......................................... 115

247
Familia Giovagnoli - Villarreal.................................................. 118
Familia: GIORGETTI - BRONZINI............................................. 121
Familia: GNAGNI - STORTI...................................................... 123
Familia: GNUCCI - FEDUZI ..................................................... 127
Familia: GUERRA - BENEDETTI ............................................. 130
Familia: LABORDE - RADICIONI.............................................. 133
Familia: LEONARDI - CASTAGNARI ........................................ 136
Familia: LEONI - GUERRA....................................................... 142
Familia: LEONI - MESCHINI.................................................... 144
Familia: LUCA - GABBANELLI................................................. 146
Familia: LIBBI - FELIZIANI...................................................... 149
Familia MAGI - MARCUCCI...................................................... 154
Familia: MAGNANINI - GRASSI ............................................... 157
Familia: MANETTA - GUERRA................................................. 159
Familia: MANGANI - MEZZOLANI............................................. 162
Familia: MARINANGELI - DA MAREN....................................... 164
Familia: MECOZZI - CARUCCI................................................. 166
Familia: MELIFFI - DURANTI................................................... 169
Familia: DISTEFANI - MINGARELLI......................................... 173
Familia: DEL BELLO - CASACCIA-MARCHIONI........................ 175
Familia: PAGANINI - CAPPANNARI........................................... 178
Familia: PAIARDINI - FERRI..................................................... 181
Familia: PAOLI - MARTINELLI.................................................. 183
Familia: PAOLINI - CAPORALETTI............................................ 185
Familia: PAOLINI - GUERRA.................................................... 187
Familia: PELLEGRINI - LANI.................................................... 191
Familia: PERSICCHINI - DARIOZZI.......................................... 194
Familia: BARTOLACCI - GATTI................................................ 195
Familia: PESALLACCIA - BECCERICA...................................... 196
Familia: PISPILLI - BOCCIO..................................................... 198
Familia: PREGO - BRUNORI.................................................... 200
Familia: SABATTINI - MONTAGNA........................................... 203
Familia: SCHIAVONI - BONCI.................................................. 204
Familia: SERPENTINI - ROMERO............................................. 206
Familia: SERRIONI - RECCHIONI............................................. 208
Familia: TARDIOLI - LUCA....................................................... 213
Familia: TEGLI - GIAMPAOLI................................................... 215
Familia: TICCI - BRANDINELLI................................................ 217
Familia: UBALDI - AGOSTINI................................................... 218
Familia: VIRGINI - MAGI.......................................................... 221

248
Familia: BARONE - SORTINO ................................................. 224
Familia: BUFACCHI - POMPILI................................................. 227
Familia: DE CRESCENZO - BALSAMO..................................... 233
Familia: FIGHETTI - BARBIERI................................................ 237
Familia: GANCITANO - CALANDRINO...................................... 240
Familia: GAZZO - SANTORO.................................................... 241
Familia LA TORRE - GALLI...................................................... 243
Familia: SALERNO - CAPUCCIO ............................................. 245
Familia: MATTERA - CIGLIANO............................................... 246

249
250
9 789875 438729

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