Piedra, bronce, piedra, acero, piedra, hojas de roble
cascos de caballos sobre el empedrado. Y las banderas. Y las trompetas. Y tantas águilas. ¿Cuántas? Contadlas. Y tal apretamiento de gente. Apenas nos conocíamos ese día, ni conocíamos la Ciudad. Este es el camino al templo, y nosotros, tantos agolpados en el camino. Tantos esperando, ¿cuántos esperando? ¿Qué importaba en tal día? ¿Vienen? No, todavía no, Ya ves algunas águilas. Y oyes las trompetas Ahí vienen ¿Viene él? La vida natural de nuestro ego despierto es percibir. Podemos esperar con nuestras banquetas y nuestras salchichas. ¿Qué viene primero? ¿Los ves? Dinos. Son
5.800.000 fusiles y carabinas,
102.000 ametralladoras, 28.000 morteros de trinchera, no sé cuántos proyectiles, minas y cohetes, 13.000 aviones, 24.000 motoras de avión, 50.000 carros de municiones, ahora 55.000 carros militares, 11.000 cocinas de campaña, 1.150 panaderías de campaña.
Cuánto tiempo ha tardado, ¿será ahora él? No,
Esos son los capitanes de club de golf, esos los scouts, y ahora la société gymnastique de Poissy y ahora viene el alcalde y los hombres son librea. Mirad, ahí, viene ya, mirad: no hay interrogación en sus ojos ni en sus manos, tranquilas sobre el cuello del caballo, y los ojos vigilantes, aguardando, percibiendo, indiferentes. Ah, escondidos bajo el ala de la paloma, escondidos en el pecho de la tórtola, bajo la palmera en mediodía, bajo el agua que corre en el punto fijo del mundo que gira. Oh escondidos.
Ahora suben al templo. Luego el sacrificio.
Ahora vienen las vírgenes trayendo ánforas, ánfora que contienen polvo polvo polvo de polvo, y ahora piedra, bronce, piedra, acero, piedra, hojas de roble, cascos de caballos sobre el pavimento.
Eso es todo lo que pudimos ver. Pero ¡cuántas águilas!
¡y cuántas trompetas! (Y el día de Pascua, no nos fuimos al campo, así que llevamos al pequeño Cyril a la iglesia. Y tocaron una campañilla Y él dijo en voz muy fuerte, bollitos calientes). No tire esa salchicha, vendrá muy bien, Es muy ocurrente. Por favor, ¿quiere darnos luz? Luz. Luz. Et les soldats faisaient la haie? ILS LA FAISAIENT[*].
[*] ¿Y los soldaos lo estaban cubriendo? LO ESTABAN HACIENDO.
II. Dificultades de un estadista
Clamar, ¿qué he de clamar?
toda carne es heno: incluyendo a los miembros de la Orden del Baño, los caballeros del Imperio Británico, los Cavaliers, ¡oh Cavaliers de la Legion d’Honneur!, la Orden del Águila Negra (1ª. Y 2ª. Clase), y la Orden del Sol Naciente. Clamar, clamar, ¿qué he de clamar? Lo primero que hay que hacer es formar las comisiones: Los consejos consultivos, las comisiones permanentes, comisiones selectivas y subcomisiones. Un secretario sirve para varias comisiones. ¿Qué he de clamar? Arthur Edward Cyril Parker es nombrado telefonista con un sueldo de una libra diez por semana aumentado por incrementos anuales de cinco chelines a dos libras diez chelines por semana; con una gratificación de treinta chelines en Navidad y una semana de permiso al año. Se ha nombrado un comité para nombrar candidatos para una comisión de ingenieros que estudien el Suministro de Aguas. Se ha nombrado una comisión para Obras Públicas, principalmente la cuestión de reconstruir las fortificaciones. Se ha nombrado una comisión para discutir con una comisión de los volscos sobre la paz perpetua: los flecheros y fabricantes de jabalina y herreros han nombrado una comisión mixta para protestar contra la reducción de pedidos. Mientras tanto los guardias juegan a los dados en las marchas y las tapas (oh Mantuano) croan en los pantanos. Destellan luciérnagas relámpago contra la débil hoja. ¿Qué he declamar? Madre, madre. Aquí está la fila de retratos de familia, bustos deslustrados, todos con aire notablemente romano, notablemente parecidos unos a otros, iluminados uno tras otro por el fulgor de un sudoroso portador de antorchas, que bosteza. Oh, escondidos bajo el… Escondidos bajo el… Desde la pata de la paloma descansó y se cerró por un momento, un momento tranquilo, reposo de mediodía, posada bajo las ramas superiores del árbol más ancho de mediodía bajo el plumaje del pecho movido por el leve viento de después de mediodía allí el ciclamen extiende las alas, allí la clemátide cuelga [sobre el dintel] oh madre (no entre estos bustos, todos correctamente [rotulados] yo una cabeza cansada entre estas cabezas cuellos fuertes para sostenerlas narices fuertes para romper el viento madre y no podríamos alguna vez, casi ahora, juntos, si las matanzas, inmolaciones, oblaciones, imperfecciones, se observan ahora no podríamos oh escondidos escondidos en la clama del mediodía, en la silenciosa noche croante. Ven con el movimiento del ala del pequeño murciélago, con el pequeño fulgor dela luciérnaga o gusano de luz, «subiendo y bajando, coronadas de polvo», las pequeñas criaturas, las pequeñas criaturas gorjean débilmente a través del polvo, a través de la noche. oh madre ¿qué he de clamar? Pedimos una comisión, una comisión representativa, una Comisión de investigación DIMISIÓN DIMISIÓN DIMISIÓN La Mona Lisa de la literatura T. S. Eliot
En un libro que recoge varios de sus ensayos, Eliot
incluyó este trabajo sobre el "Hamlet" de Shakespeare, señalando críticas a una pieza que tradicionalmente es considerada como obra maestra. El texto es de 1919, abarca ocho nutridas páginas y sólo se recogen aquí algunos fragmentos. La traducción es de Sara Rubinstein.
EL RESULTADO final del examen de Robertson es,
creemos, irrefragable: que el Hamlet de Shakespeare hasta donde sea de Shakespeare, es una pieza que trata del efecto de la culpa de una madre sobre su hijo, y que Shakespeare no pudo imponer con éxito este motivo sobre el material "intratable" de la antigua pieza.
Sobre esta "intratabilidad" no pueden caber dudas. Lejos
de ser la pieza maestra de Shakespeare, la pieza es, con toda certeza, un fracaso artístico. En varios aspectos nos deja perplejos, y es inquietante como ninguna otra. De todas las piezas es la más larga y tal vez aquella que le costó más fatigas; y sin embargo ha dejado en ella escenas superfluas e inconsistentes que aún una revisión precipitada debería haber notado. La versificación es variable. Sin duda todo justifica que atribuyamos la pieza, junto con aquella otra profundamente interesante, de material "intratable" y versificación asombrosa, Medida por medida, a un período de crisis, al que siguen los éxitos trágicos que culminan en Coriolano. Coriolano puede no ser tan "interesante" como Hamlet, pero es con Antonio y Cleopatra el éxito más seguro de Shakespeare. Y probablemente son más los que han considerado a Hamlet una obra de arte porque lo encontraron interesante, que los que lo han encontrado interesante porque es una obra de arte. Es la Mona Lisa de la literatura.
Hamlet, como los sonetos, está lleno de cierto material
que el escritor no pudo arrastrar a la luz, contemplar, convertir en arte. Y cuando buscamos este sentimiento, lo encontramos, como en los sonetos, muy difícil de localizar. No se lo puede señalar en los parlamentos; en realidad, si se examinan los dos famosos soliloquios se ve la versificación de Shakespeare, pero un contenido que podría ser reclamado por algún otro, tal vez por el autor de la Revenge of Bussy d'Ambois, Acto V, esc. I. No encontramos al Hamlet de Shakespeare en la acción, ni en ninguno de los pasajes que se podrían seleccionar, tanto como en un tono inconfundible que sin duda no está en la pieza más antigua.
El único modo de expresar una emoción en forma de arte
es encontrando un "correlativo objetivo"; en otras palabras, un grupo de objetos, una situación, una cadena de acontecimientos que sean la fórmula de esa emoción particular; tales que, cuando los hechos externos, que deben terminar en una experiencia sensoria, son dados, la emoción es evocada de inmediato. Si examinamos cualquiera de las tragedias más afortunadas de Shakespeare, encontraremos esta equivalencia exacta; encontraremos que el estado de ánimo de Lady Macbeth caminando en sueños nos ha sido comunicado por una hábil acumulación de impresiones sensorias imaginadas; las palabras de Macbeth al enterarse de la muerte de su esposa nos impresionan como si, dado el encadenamiento de los hechos, estas palabras fuesen automáticamente puestas en libertad por el último acontecimiento. La "inevitabilidad" artística está en esta completa y justa proporción entre lo externo y la emoción; y esto precisamente es lo deficiente en Hamlet. Hamlet (el hombre) está dominado por una emoción que es inexpresable porque está en exceso sobre los hechos tal como aparecen. La supuesta identidad de Hamlet con su autor es genuina hasta este punto: que el desconcierto de Hamlet por la ausencia de un equivalente objetivo de sus sentimientos, es una prolongación del desconcierto de su autor frente a su problema artístico.
En el personaje Hamlet es la bufonada de una emoción
que no puede desahogar se en acción; en el dramaturgo es la bufonada de una emoción que no puede expresarse en arte. El intenso sentimiento, extático o terrible, sin un objeto, o excediendo su objeto, es algo que ha conocido toda persona con sensibilidad; es sin duda un asunto de estudio para los patólogos. Ocurre a menudo en la adolescencia; la persona ordinaria adormece estos sentimientos o ajusta sus sentimientos al mundo de los negocios; el artista los mantiene vivos mediante su capacidad para llevar al mundo hasta la intensidad de sus emociones. El Hamlet de Laforgue es un adolescente; el Hamlet de Shakespeare no lo es, no tiene esa explicación y excusa. Tenemos que admitir sencillamente que aquí Shakespeare abordó un problema que resultó demasiado para él. Por qué lo intentó, es un enigma insoluble; bajo el apremio de qué experiencia intentó expresar lo inexpresablemente horrible, no lo podremos saber nunca. Coriolano, el antipopulista trágico Enrique Krauze 01-mayo-2015 Letras libres Núm. 195
“Cualquiera que estudie Coriolano –afirmó William
Hazlitt en Characters of Shakespeare’s plays (1817)– puede ahorrarse la lectura de las Reflexiones de Burke, Los derechos del hombre de Paine, los debates del Parlamento inglés desde la Revolución francesa.” De haber escrito en el siglo XX, habría agregado a Nietzsche, Marx y Freud. Así de amplio es el espectro de su compleja trama. Y hasta este confuso siglo XXI puede hallar en esas páginas más de un eco y una lección.
La historia, narrada por Plutarco en las Vidas paralelas,
ocurre en Roma, en el siglo V a. C. Un grupo de ciudadanos agraviados por la falta de trigo se amotina contra los patricios. El sabio senador Menenio, abogado del orden, trata de apaciguarlos. Aparece por primera vez el furibundo Cayo Marcio, joven de edad pero veterano de dos célebres batallas, que con su sola presencia repliega a los plebeyos y ferozmente les reclama su ignorancia de las cuestiones de Estado, y de paso sus defectos: volubilidad, cobardía, ingratitud y bajeza. La súbita amenaza del enemigo externo (los volscos, comandados por Aufidio, enemigo cerval de Marcio) desvía la acción a la guerra. Marcio tiene un desempeño digno de un héroe griego: él solo, sin ayuda de los soldados (“almas de gansos con formas humanas”, les dice),1 toma la ciudad de Corioles. Por aquel triunfo se le agrega el nombre Coriolano. Pero ese será el único laurel que, con reticencia extrema, tolerará.
La gloria deparaba a Cayo Marcio Coriolano el
consulado de Roma. Volumnia, su augusta madre, que lo ha criado desde niño como un émulo de Marte, da gracias a los dioses por sus heridas. (Según Plutarco, era huérfano de padre, dato que Shakespeare no recoge.) Roma lo aclama pero Coriolano detesta visceralmente los halagos: “no más de esto, no más, ofende mi corazón, os ruego, no más”. Para ser electo cónsul, según la costumbre, deberá mostrar sus heridas, lo cual le repugna aún más. Los oficiales discuten sus hazañas y escudriñan su alma: a uno su orgullo le parece una respuesta sensata ante la inconstante naturaleza del pueblo, otro aduce que sus actos hablan por él.
Los tribunos (representantes del pueblo, al que el
guerrero ha ofendido con sus invectivas) dan inicio a una elaborada campaña de manipulación para demeritarlo. ¿Pedirá con gentileza sus votos para obtener el consulado? Pero él se mantiene firme: no va a usar sus heridas como anzuelo. “¿Debo vanagloriarme ante ellos: ‘esto hice, y esto más’?” No mendigará sus votos con palabras: “No adiestré mi lengua a tal empeño.” Poco a poco, sintiéndose deshonrado e hipócrita, lamentando que el pueblo “vea el sombrero y no el corazón”, el guerrero concede: “Con gentileza, pues, os pido, señor, que me concedáis el voto. Tengo heridas que mostraros, mas lo haré cuando estemos a solas. Os pido el voto, buen señor. ¿Qué decís?” Cuando los votos llegan, Coriolano los recibe con tristeza: ¡Oh, vuestros votos! He luchado en la batalla por vuestros votos, he velado por vuestros votos, por vuestros votos he sufrido más de veinte heridas y por ellos he visto y escuchado el fragor de dieciocho batallas. ¡Todo por vuestros votos! Y ahora seré cónsul.
Sicinio y Bruto conspiran para que no lo sea. Advierten
que se volverá un tirano, buscan (y al final logran) revertir su designación. Tribunos y senadores discuten el destino de Marcio que encara a la “chusma” sediciosa. ¿Qué le reclama? Pedir sin dar, exigir por saberse mayoría: “Se les llamó a la guerra cuando peligraba hasta el alma misma del Estado, pero no fueron más allá de las puertas de Roma.” Por eso advierte a los senadores:
Cuando dos poderes se encuentran, el uno que desdeña
con razón, y el otro que sin motivo insulta [...], entonces no pueden ocuparse de lo realmente necesario y han de dar paso a lo voluble, a lo frívolo. Si la rectitud se doblega entonces nada se ha de cumplir con rectitud.
Aun en ese extremo, queda una salida: la petición
humilde (reiterada, convincentemente humilde) de los votos. Y eso es lo que Volumnia aconseja a su hijo: mentir, fingir, hablar con palabras falsas. Siempre fiel, el hijo obedece. Menenio lo acompaña a encarar al pueblo: “pensad que si no os habla como ciudadano, siempre podréis contar con el temple de soldado”. Pero es inútil. Los tribunos lo acusan de traidor y lo condenan al destierro. Y entonces el silencioso Marcio los maldice: ¡Soy yo quien os destierra! Aquí, quedaos con vuestra indecisión. ¡Que el rumor más leve haga temblar vuestro pecho; y que las crestas de los enemigos al agitarse sean el viento de vuestra desesperación! [...] Menosprecio, por causa vuestra, nuestra ciudad, y le vuelvo la espalda. En alguna parte, estoy seguro, ha de haber un lugar para mí.
Ese lugar es el seno mismo del enemigo. Marcio y Aufidio
se unen. Nada ni nadie (amigos, senadores, el propio Menenio) detiene el furor vengativo del héroe que acampa en las afueras de Roma, hasta que reaparece Volumnia, acompañada de la tímida esposa de Marcio y sus pequeños hijos. Shakespeare toma de Plutarco (su fuente principal) el discurso de la madre que termina por doblegar al guerrero, aunque entiende las consecuencias: salvando a Roma ha condenado a su hijo. Al acercarse a los volscos con una oferta de paz, recibe la muerte. Aufidio, sombríamente, recoge su cadáver y ordena “honrar noblemente su memoria”.
Según Maquiavelo (Discursos sobre la primera década
de Tito Livio, Libro I, Capítulo VII) su caída era necesaria para preservar el orden legal. En las antiguas repúblicas, la defensa de la civilidad correspondía al Senado. Las repúblicas modernas, sin negar la soberanía originaria del pueblo (representado, a su vez, por los tribunos o diputados), conservaron esa arquitectura clásica. Equilibrio siempre difícil: por un lado, los cuerpos aristocráticos (que Maquiavelo llama “los grandes”) debían atajar la tentación dictatorial y tiránica. Por otra parte, en tenso diálogo con los tribunos, debían moderar mediante la persuasión (como Menenio) la voluntad a veces ciega e imperiosa del pueblo. Por eso Maquiavelo aprueba la mediación de los patricios y tribunos, y aun el ostracismo de Coriolano: su asesinato por el pueblo habría desatado la guerra civil.2
Hazlitt resaltaba la sutil simpatía de Shakespeare hacia
Cayo Marcio, no solo por motivos políticos derivados de su oposición a los motines de la época, sino poéticos: “El lenguaje de la poesía tiene una afinidad natural con el lenguaje del poder.” Tal vez por eso T. S. Eliot, conservador y tradicionalista, la consideraba la mejor obra de Shakespeare. Bertolt Brecht quiso ver en ella una prototípica lucha de clases. Otras representaciones clásicas suelen omitir ciertos pasajes y discursos para resaltar la nietzscheana soledad del héroe. Hay interpretaciones freudianas sobre la filiación edípica de Coriolano o la liga homoerótica con Aufidio.
Ningún demócrata puede leer las invectivas de Cayo
Marcio sin repugnancia. Uno se siente tentado a llamarlo fascista. Pero vayamos por partes: los fascistas afincaron su poder en el vínculo afectivo y verbal con el pueblo, que es justamente lo contrario de lo que hace Coriolano. Marcio no es un fascista. ¿Tirano? Menos aún: Marcio, de muy joven, había combatido al tirano Tarquinio. Un tirano no defiende con su vida a su ciudad. ¿Inmisericorde? En una escena fugaz, tras el triunfo de Corioles, Marcio recuerda a un volsco preso que lo había hospedado, se atormenta por no retener su nombre y pide a su lugarteniente que lo libere. Desde nuestro tiempo, Coriolano adquiere una dimensión aleccionadora: es el antipopulista. Hablan por él los hechos, no las palabras, y defiende con su vida su polis, su ciudad. Es un líder tocado por la virtud en el doble sentido clásico de la palabra: valor físico y valor moral. “La virtud –escribe Séneca en sus Cartas a Lucilio– [...] consiste en servir antes que todo a la patria, después a los tuyos y solamente en tercer lugar a ti mismo.”
Para juzgar a Coriolano no basta con conocer su
biografía: hay que escuchar a Shakespeare defenderlo con la poesía de la virtud, no del poder. Y es una poesía estremecedora. A la luz de esta tragedia, una de las más sombrías y misteriosas, nuestro tiempo revela su miseria, no solo en la política sino en todos los órdenes. Vivimos huérfanos de líderes virtuosos, y los corrompidos cuerpos aristocráticos y representativos han perdido autoridad. En cambio abundan quienes ganan los votos del pueblo con engaño, insidia, mentira y manipulación.
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1 Cito la traducción del Instituto Shakespeare bajo la
dirección de Manuel Ángel Conejero Dionís-Bayer, Shakespeare, Coriolano, Madrid, Cátedra, 2003.↑ 2 John P. McCormick, Machiavellian democracy, Cambridge University Press, 2011, pp. 68, 117 y 126.↑
Viaggi straordinarissimi di Saturnino Farandola. Parte quarta. La ricerca dell'elefante bianco: Nelle 5 o 6 parti del Mondo ed in tutti i paesi visitati e non visitati da Giulio Verne