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Fee CRETRPO WVeiNAL GRAD a SIMON SCHAMA. AUGE Y CAIDA DEL IMPERIO BRITANICO 1776-2000 | A cinica, Capitulo 6 EL IMPERIO DE LAS BUENAS INTENCIONES: LOS DIVIDENDOS E19 de mayo de({85%, 85 cipayos indios del 3 Regimiento de Caba- leriaLigra del ejrclir'de Bengala Teton conducides al patio de snes de Meerut, a noreste de Delhi, para escenificar su degradaci6n. Su deli habia consistido en negarse a hacer la instruccién con cartuchos de 10s ri fles Lee-Einfield, que, segtin crefan, eran engrasados con sebo de vaca 0 com grasa de cerdo (animales tabd para hindies y musulmanes respecti- ‘amente), 0 con ambas cosas a 1a vez. Bajo el cielo encapotado les des- pojaron de sus guerreras, les quitaron las botas y les pusieron grillees en ‘os tobillos. Entre el ruido metélico producido por éstos, fueron escolta- ‘os hasta la prisién militar donde empezarian a cumplir la pena de diez ios de reclusién que les habfa sido impuesta por insubordinacién. Un jo- ‘en cometa, John McNabb, consideraba la condena demasiado severa: «Es mucho peor que Ia muerte, Nunca verdn a sus esposas ni a sus fami- ‘as, y un pobre viejo que leva en el regimiento cuarenta afios y habria Fodido disfrutar de’su pensién, ve ahora cémo echan por tierra todo el empo que ha prestado servicio». Al dia siguiente, los soldados del 3, del 11 y del 20 Regimiento de In- fanteria de Nativgs irrumpieron en la cércel para iberar a sus compafie- ‘ps. Incendiaron sus cabafias de adobe, mataron a cincuenta oficiales y ci- viles britnicos, entre ellos algunas mujeres, y cortaron los cables del telégrafo, Avanzando a toda velocidad a lomos de caballo en plena noche, Jos amotinados estaban en Delhi a la mafiana siguiente, 11 de mayo, para éeclarar el restablecimiegt logol. Este hecho puso al octo- genario «Rey de Delhix B: ‘timo representante del linaje imperial,“en Unw Situacién muy dolorosa. Con toda probabilidad habria Preferido que lo dejaran tranquilo escribiendo su elecante: nesta ful i ‘ 284 AUGE Y CAfDA DEL nerERIO uRITAWICO ‘Persa, sobre todo porque nunca se habla hecho muctias ilusiones acere&, del resultado final de la restauracién, Pero acorralade por la fuerza infla- ‘matoria de la sublevacién y presionado por la devoci6a, mitad embarazo- ‘sa, mitad emocionante, que hacia su persona mostraban los Kderes de la rebeli6n, Bahadur Shah no tuvo més remedio que prestar su nombre 5 distribuy Jas popresin del do Ife ex 108 Se Fa convertido en un deberineludible de tdd6 el pueblo, mujeres yy hombres, esclavos y esclavas, dar un paso adelante y matar alos ingle- 4s .. utilizando cafiones, carabinas y pistolas .., disparando flechas y lanzindolts piedras, ladrillos ... y cualquier cosa que se tenga a mano .. Los cipayos, los nobles, los tenderos y todos los dems habitantes de la ciudad, todos a una, deberian llevar a cabo un ataque simulténeo contra cellos .. algunos deberfan luchar y por madio de estratagemas destrozar al enemigo, otros deberfan golpearios con palos, otros con las manos y otros arrojarles tierra alos ojos..». ‘Antes incluso de que los cipayos sublevados llegaran a Delhi, el capi- tn Robert Tytler, del 38 Regimiento de Infanterfa de Nativos de Benga- Ja, sabfa que iba a pasar algo malo. Al amanecer del dia 11 se ley6 ante Jas tropas nativas Ia orden de ahorcamiento, como medida ejemplar, del primer lider de la rebeliGn en Barrackpore. La demostracién que preten- «dia hacerse con ello no sali6 bien. Mientras a orden era lefda en vor alta ‘en el abrupto tono propio de Ia milicia, Robert pudo escuchar Ia repuesta proveniente de la tropa: un mormullo que iba serpenteando entre las hile- ras de soldados. El capitén, que hablaba con fluidez el indostético (urdu), sabia exactamente lo que €50 significaba, Luego vio algunos grupos de ‘hombres quietos al sol y les dijo que se pusieran a Ia sombra. Al fin y al ccabo hacfa més de 50°C. «Nos gusta el sol», le contestaron sin moverse. ‘Tytler dijo a su esposa Harriet un poco més tarde: «mis hombres se ¢s- ‘én comportando hoy de un modo infame. Han silbado y pateado mientras lefa la orden, poniendo de manifiesto con esa acciGn su solidaridad con el cipayo ejecutado». Al cabo de poco rato, mientras si marido iba de un Jado para otro intentando asegurar Ia integridad de log almacenes en pre- visién de lo peor, y entraba y salfa del bungalow para comprobar que su «esposa (ala sazén, embarazada de ocho meses de su ever hij) se encon- traba bien, ella pudo ver que «algo muy raro estaba sucediendo. Los cria- os corrfan de un lado para otro como locos y los cafiones eran arrastra- os calle abajo a toda la velocidad que permita el paso de los bueyes. Vi ala sefiora Hutchinson, la esposa del jue2, sin sombrero y con el cabello suelto y desordenado sobre sus hombros, llevando a uno de sus hijos en 1 EL IMPERIO DE LAS BUENAS INTENCIONES: LOS DIVIDENDOS 285 brazs mint preadr eva aloo, anand precptadament cen direccién opfesta a la de los caflones. ; Qué podfa significar todo aque- o?». La doncelld francesa de Harriet, Marie, que debi6 de estar en Parts ¢n 1848, sabia gxactamente lo que signficaba: «Madame, esto es una re- olution, Se dijo alas mujeres y alos nifios que se congregaran en la to- sme de Ia bandera. ¥ aunque Robert le habfa ordenado que no se moviera de sa casa, la sqfiora Tytler obedeci6 Ins nuevas érdenes, salvando ast a su familia de una muerte segura. En el interior de la torre, unas de pie y otras sentadas en Ia escalera, habfa un grupo tan silencioso como asusta- do de mujeres victorianas vestidas en exceso, sudando dentro de sus mi- sifiaques (al fin y al cabo hacfa més de 37° a la sombra), en compafia de ‘sus hijos y criadas. Empezaron a llegar malas noticias: un coronel del 54 Regimiento habja’sido asesinado a golpes de bayoneta por sus propios hhombres en la Puerta de Cachemira, apenas a unos cientos de metros. Frank, su hijo de apenas cuatro afs, le pregunt6: «Mam, :matardn a mi ‘apd e30s cipayos tan malos? ;Y me matarén a m{ también?», «Era un rio rubio, de ojos muy azules —escribiria Harriet més tarde—, me que- 44€ mirando su tiemo cuello blanco y me dije a mf misma: “;Pobrecito ‘fo, dentro de poco habrén cortado esta tiema garganta, sin que yo tenga poder para salvarte!”, Fue un momento terrible, pero me sobrepuse y con- testé: “No, carffo, no tengas miedo. Nadie te haré dafio. Quédate al lado de tu madre”.>. Harriet recibié otra vez malas noticias: la matanza de mu- cchos més oficiales; cuarenta mujeres y nifos sacados a rastras de su es- condite y asesinadas; una explosién enorme y una nube de humo blanco cemiéndose sobre Dethi cusndo el polvorin salt6 por lo aires. Por toda la ciudad se ofan gritos de Prithiviraj ki jai «jVictoria para el soberano del mundo. El hecho de ut Robért estuviera familiarizado con Ja lengua de sus cipayos probablelnenteindique que habfa suficiente simpatia en tos ha- cia su persona pata persuadir at menos a algunos de ellos de que debian permitir Ia salida'de su familia de Delhi, para que se refugiara en el gran acantonamiento shilitar de Umballa, a casi doscientos kilémetros al noro- este. Cuando pidi6 a sus hombres que fueran sinceros con él, algunos se le acercaron y 1a frente: una buena sefal. A Ia peligrosa luz de Ia funa se pusierbn en marcha, primero en un cochecillo en compafia de otra pareja, lo&Gardner (Ia esposa estaba también embarazada de ocho ‘meses), y luego, Euando se rompieron las ruedas, continuaron a pie. Ha- ret eargé con sis dos hijos y su pesado cuerpo por trochas y veredas. ‘Cuando eché la Vista atrés y vio ardiendo los bungalows del acuartela- nto, recordaift inds tarde, le parecié «un espectéculo doloroso, con

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