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El compás del suspenso

Vida mía, lejos más te quiero.


Vida mía, piensa en mi regreso,
Sé que el oro
no tendrá tus besos
Y es por eso que te quiero más.
Vida mía,
hasta apuro el aliento
acercando el momento
de acariciar felicidad.
Sos mi vida
y quisiera llevarte
a mi lado prendida
y así ahogar mi soledad.
(Vida mía, Fresedo, 1933)

Luís invita a bailar un tango a su “cuñada” Laura. Es “Vida mía” la tonada que guía sus pasos, bastante
estrechos, coordinados y ciertamente coquetos. Esta escena, entre truculenta (por lo que supone desear la
mujer del prójimo, sobre todo si es la de tu hermano) y pasional (porque irremediablemente los cuerpos se
desplazan unidos) posee además un plano subjetivo llamativo, vale decir que al compás se mueve la
cámara para darnos a entender que esa danza es mucho más que un acto de cortesía. Hablamos de La
cifra impar (Antín 1962) una adaptación del cuento “Cartas de mamá” de Cortázar, publicado
originalmente en el libro Las armas secretas (1959).

Aunque para ser más estrictos en el uso de los términos, sería más preciso afirmar que hay mucho más de
creación que de seguimiento estricto de la trama del relato. El filme se presenta con un planteamiento que
evoca al texto literario, pero que lo enriquece a cada paso, bien sea con la construcción de información no
explicitada o con una estética singular que refuerza el suspenso, al tiempo que fortalece el carácter
fantástico con sendos parlamentos agregados que no solo transitan hacia la consecución de las acciones,
sino que representan interesantes reflexiones vitales y hasta filosóficas; dice Laura en una escena
importante de confrontación con su casi novio Nico: “A mí como mucha gente no me ha pasado nunca
nada. De pronto me pasa algo. Hay un cambio. Pero no sé qué es lo que me pasa, ni en qué consiste ese
cambio”. O cuando Luis, atribulado por su resquebrajada vida afirma: “ Cuando un hombre muere, muere
para ser olvidado… No hablar de él es permitir que se filtre por la puerta y las ventanas”.

Sin embargo, los aportes son considerablemente mayores en relación con las motivaciones propias del
conflicto del relato. Mientras que en el cuento no resulta tan evidente la competencia entre los hermanos
por el amor de la madre, la película no hace más que mostrar el complejo de Caín que padece Luis, frente
a la figura frágil, moribunda y sufriente de Nico. El débil ha gozado de la atención de la madre y es en el
discurso de las cartas donde ella misma logra instalarlo y regresarlo de la muerte para que continúe
atormentando la vida en pareja fría, distante y carente de pasión que poseen Luis y Laura en París
(aspecto que si es evidente en el texto literario). Si al cuento le podemos alabar sus elipsis que mantienen
la atención del lector, aun cuando sabe que nunca podrá resolver todo el misterio del retorno, o si es un
retorno en sí; en la película, es fascinante el juego de temporalidades que se refuerzan no solo con la
repetición de escenas, sino con primeros planos de los personajes, monólogos interiores donde parecen
ajustarse algunos hilos sueltos y el juego de planos subjetivos en donde el movimiento de cámara nos
instala en el punto de vista de una manera más que genial. Hay también juegos interesantes, los espejos
por ejemplo como forma de reflejo y distorsión de la realidad; incluso las tomas entre los barrotes del
lecho matrimonial que casi funcionan como metáfora de esa prisión en la que se convirtió su matrimonio.
Podría seguir enumerando consonancias y diferencias, o destacar el hastío que llegamos a sentir cuando
vemos la vida gris de todos los personajes: la madre solitaria y delirante, Luis acosado por los recuerdos o
Laura con sus pesadillas e invocaciones a su suegra. No obstante, para mí la fuerza argumental sería nula
sin la presencia musical de Virtú Maragno. Los sonidos estridentes de tambores, cuerdas e instrumentos
de vientos dotan de una significación cada escena. La espera en la estación de tren no sería los mismo sin
las notas que se despliegan; esa sensación de temor que constantemente acecha a los protagonistas es
perfectamente aderezado por una partitura que a la manera de Hitchcock nos recuerda no hay suspenso si
la música está ausente.

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