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Victoria Sendón de León

feminismo
holístico
De la realidad a lo real
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Victoria Sendón de León Feminismo holístico

Feminismo Holístico
De la realidad a lo real

Victoria Sendón de León

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Libro electrónico editado e impreso electrónicamente por:


fem-e-libros
creatividadfeminista.org
http://www.creatividadfeminista.org
autora@creatividadfeminista.org

Este libro no puede ser editado, cambiado, distribuido ni


reproducido en su totalidad ni en partes. Solo está permitido
imprimirlo en impresoras personales para el uso estricto de
lectura o estudio individual para el que fué adquirido.

México, 2004

Primera edición electrónica: fem-e-libros


México, 2004
© Victoria Sendón de León

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Victoria Sendón de León Feminismo holístico

Victora Sendón de León

Feminismo
holístico
De la realidad a lo real

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Victoria Sendón de León Feminismo holístico

INDICE
Presentación

Una ventana al mundo


PATHOS: Un Caos que engendra orden.- Imagen
en movimiento. Estructuras disipativas. Caos.
Las fluctuaciones. El modelo. La razón patriarcal.
Emancipación. Pathos.

El arco y la bóveda
PRADIGMA: El fin de un modelo perverso.- Episteme.
Encrucijada. Del carbono al silicio. Un nuevo paradigma
lógico. A la búsqueda del método.

Un mandala en la pared
HÓLOS: Hacia un feminismo-otro.- Un extraño
holograma. El lenguaje cifrado de “lo real”. Las
troyanas. Metáfora y metonimia. Un mecanismo
perverso. Los oráculos. El pacto de los patriarcas. El
triángulo y el vacío. Dos razones antagónicas. Hacia un
feminismo holístico.

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Una ventana al mundo

El mundo, la lejanía, el detalle que la mirada


conforma desde el ojo cuadrangular de la
ventana es también el espejo del ánima, la
medida del talante que sopesa el horizonte en
el que tierra y cielo resuelven sus nostalgias.
La mirada desea abstraerse y volar, sin
posar en un punto su descanso, pero la línea
rotunda del encuadre ciñe un espacio concreto,
definido, que doblega la atención y la cautiva.
La ventana hace presente lo eterno
y lo que sucede ahí a afuera reclaman una
presencia ineludible.

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PATHOS
Un Caos que engendra orden

“...ellos no se preocupaban ante la posibilidad de


caer en el enorme agujero de la muerte. Y la vida solo les era
preciosa cuando gritaban y gemían. Sentir la fuerza del odio
era lo que más querían. Yo me llamo pueblo, pensaban.”
(Clarice LISPECTOR: “Silencio”)

U
na gravidez de hastío revienta el mundo. Es
como si nos hubiéramos puesto de acuerdo en
la certidumbre de que este tiempo nuestro ha de
encontrar la fisura por la que rasgarse y soltar tanto lastre
acumulado. El desasosiego, sin embargo, proviene de no
encontrar la salida ni las esclusas por donde la podredumbre
tendría que verterse; claro que tampoco en los estertores del
siglo XIV cuando la peste asolaba Europa, los campesinos
descuartizaban a sus señores y los clérigos chamuscaban
a las brujas nadie imaginaba que allá, junto al Arno, en
la fértil Toscana, un hombre sólo buscaba el destino y el
sentido: “A mitad del camino de la vida,/ en una selva
oscura me encontraba/ por que mi ruta había extraviado”.

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Y de pronto, con el Dante, amanecía la olvidada serenidad


clásica, la alegría pagana del vivir, la aventura de la ciencia,
la pasión por el mundo, el viaje a los confines y los burgos
llenos de bullicio.
¿Estamos a punto de un nuevo Renacimiento? Una
titubeante llama de esperanza es alimentada por el robusto
deseo de los muchos, mientras en las antípodas de los
satisfechos se proclama el “final de la historia” como una
apoteosis de la gloriosa libertad de mercado. Sueñan con la
clonación al infinito del modelo, a pesar de las grietas que
amenazan implacables el “bunker” protector. No será posible
por mucho tiempo mantener el tongo de que “más de lo
mismo” pueda salvarnos de algo.
El mundo feliz de la opulencia ya no puede seguir
ocultando sus demonios: el paro, la criminalidad que rodea el
submundo de la droga, la locura, la epidemia, la corrupción
de sus instituciones, sus bolsas de pobreza, su racismo, su
intolerancia, la perversión de sus niños o el horizonte clausurado
de una juventud que envejece sin futuro.
Más hondo, en la desesperanza del olvido, despierta
embravecida aquella atávica seducción por la muerte que
arrastra a pueblos enteros en luchas de etnias, lenguas, territorios,
honras, odios, memorias del ultraje, religiones y delirios:
metafísica eterna de la sangre. Los señores de la guerra reinan
por un día en la tierra quemada de nadie y las pobres mujeres
del mundo siguen pariendo hijos famélicos en las fosas comunes
del hambre. Ni siquiera los ecos del horror perturban un ápice
las jornadas suculentas y febriles de los señores del dinero en sus
templos de bonanzas financieras, mientras los gobiernos de las
naciones sobrevuelan la realidad con ceremonias formalistas que
disfrazan la locura, la impotencia, la inercia irresponsable ante
un mundo que agoniza. Los ciudadanos... !ah, los ciudadanos¡
qué grave estado de somnolencia.

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Imagen en movimiento

D esde esta ventana veo moverse el mundo, que ya no es más


que realidad virtual. Nada más que imagen digitalizada
de las partículas de luz que fulgurantes viajan por la gran red
electrónica que ha sustituido a la visión. Ingenios de todo
tipo deambulan por los espacios cósmicos para mostrarnos
la pétrea superficie del planeta rojo, la gélida grandiosidad
de Júpiter, la inquietante turbulencia del señor de los anillos,
el silencio sideral de las estrellas. Aquí abajo cables y clavijas,
monitors, softwares, tipos, teletipos, parabólicas, editores,
teleobjetivos, rotativos, estudios, hardwares que pululan por
las redes invisibles de la comunicación para comunicarnos
¿qué?: los escorzos más morbosos del horror junto al triunfo
de lo banal, la pornografía de los sentimientos, verdades
a medias, vedetismos políticos, imágenes degradantes y
estúpidas de las mujeres, orgías de violencia, fútbol, muchos
fútbol, y béisbol, y boxeo... Tanta ciencia, tanta tecnología
punta, tantos esfuerzos, recursos, nóminas y dietas... para
esto, para negar veinticuatro “frames” por segundo la derrota
del modelo. ¿Tanta alforja para este viaje?
La visión desde aquí es la de una civilización que está
llegando al límite de su fracaso. Sí, a pesar de sus grandes
momentos, de las páginas de amor y libertad que en ella han
sido escritas. Toda la alegría que este mundo podría albergar
se desploma en la mueca, el gesto, la caricatura de un triunfo
demasiado brutal para ser cómico. Algo no ha funcionado.
Tal vez el programa no era el adecuado. Puede que el chip sea
ya insuficiente o que un espíritu burlón lo haya trastocado
todo, un virus viernes-trece que enloquece los datos en las
pantallas.
Ya no vemos. Sólo visualizamos. ¿Cómo restituir la
imagen real de la realidad del mundo? ¿Cómo recuperar

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los atardeceres y los verdes cambiantes de la tierra? ¿Cómo


sobresaltarnos con el temblor de las estrellas, con el fulgor de
un cometa, con el rostro de la Luna?
¿Para qué? Esos no constituye ninguna novedad
porque el sol amanece cada día. !Oh, la novedad¡ Es verdad:
la novedad, esos malos tragos con los que desayunamos cada
día... tal vez. Pero esa novedad de acontecimientos ocasional,
de imagen perecedera, de material fungible, de inflacción de
noticias nos hablan todo el tiempo de “lo mismo”: de que
esto no funciona. Pretenden inventar lo nuevo para ocultar
precisamente la repetición neurótica, el paso de rosca de una
situación que no podría mantenerse de no aparentar una
novedad galopante que nos excite los circuitos ya saturados
del cerebro.
La fragmentación infinita de los trozos del mundo
difícilmente nos va a permitir recomponer una imagen
coherente de la realidad. No es fácil elaborar una representación
del mundo que nos represente como generación histórica,
nada fácil recomponer la “imago mundi” que siempre ha
necesitado el “homo sapiens” para no enloquecer.
La fragmentación y las altas velocidades a las que
la actual tecnología aspira o se somete nos privan tanto
del instante que sustenta el presente como del punto de
referencia inferior. Nuestra civilización empieza a ser incapaz
de parar y mirarse: no soportaría la visión. Por eso intenta
seguir corriendo hasta que ninguna conciencia interior
pueda devolverle su imagen, o como dirá Paul Virilo, “de
este modo, el desarrollo de las altas velocidades técnicas
dará por resultado la desaparición de la conciencia en cuanto
percepción directa de los fenómenos que nos informan sobre
nuestra propia existencia”.(1)
Entran ganas de refugiarse en ese caleidoscopio
pequeñito y propio, al que llamamos ego, como en un

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microcosmos en el que todo está condensado, los mundos


pretéritos y los por venir, lo presente y lo ausente, como en
una “Aleph”, uno de esos “puntos del espacio que contienen
todos los puntos” tal y como Borges imaginó. A veces
reconforta, a veces tienta, a veces unifica coherentemente la
dispersión. A veces sueño con esa paz mientras el mundo se
desgarra en la pesadilla de la desaparición.

Estructuras disipativas

L a visión a través de esta particular ventana no es fruto de


un trance apocalíptico por la proximidad del milenio. Si
no fuera tan doloroso me parecería hasta normal. Normal en
estos tiempos de profundo cambio.
En el ocaso de la metafísica, la ciencia vislumbra
interesantes y alentadoras formas de comportamiento
en la Naturaleza. Es el caso del modelo que propone el
premio Nóbel Ilya Prigogine con el nombre de “estructuras
disipativas”, y que corresponde al descubrimiento de
que grandes perturbaciones de la energía hacen que los
sistemas vivos se desintegren para volver a integrarse de
nuevo en un orden más evolucionado, más inteligente. Es
precisamente en los momentos más distantes del equilibrio
donde es posible la transformación: “En condiciones muy
alejadas del equilibrio podemos tener una transformación
del desorden y el caos en orden. Pueden surgir nuevos
estados dinámicos de la materia que reflejan la interacción
de un sistema dado con su entorno. Hemos bautizado a
estas nuevas estructuras con el nombre de estructuras
disipativas”.(2)
El paisaje desolado comienza a tornarse esperanzador
porque es precisamente en las situaciones de mayor

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desequilibrio cuando una novedad superadora puede


aparecer. Cuando la crisis deja de ser coyuntural para hacerse
estructural. Exactamente lo contrario de lo que sucede en
las épocas “clásicas” en las que impera el equilibrio de una
forma determinada, de un modo de vida, de una estructura.
Pero la contradicción actual es que estando muy alejados del
equilibrio, se intenta exaltar el mantenimiento de un modelo
agotado, mientras la realidad explota en turbulencias mil.
Un nuevo orden acabará imponiéndose, pero sería deseable
que no fuera al precio del horror, aunque de seguir actuando
como si de una situación estable se tratara, el cambio tendrá
que hacerse muy violentamente.
Sí, efectivamente parece que estoy confundiendo
cuestiones bioquímicas con situaciones sociales, pero es el mismo
Prigogine el que lo advierte, pues “la analogía con problemas
sociales, incluso con la historia, parece inevitable”, y de hecho,
este modelo de funcionamiento ya ha comenzado a aplicarse
con éxito en las ciencias socio-políticas. En fin, la cuestión es
que la auténtica novedad triunfará sobre el simulacro de lo
novedoso. Una novedad que posiblemente no tenga que ver con
las altas velocidades de la desaparición de la imagen del mundo,
como tampoco con los mausoleos estáticos con los que sistemas
totalitarios de todas las épocas han pretendido eternizarse.

Caos

S egún hemos visto en Prigogine, el heraldo del cambio


es el caos, es decir, un orden que no se corresponde con
nuestros conceptos lineales ni con los automatismos causa/
efecto, porque el caos constituye un lenguaje cifrado que
guarda un secreto no aprendido aún por nuestra civilización:
que el futuro no está contenido en el presente. Frente a las

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leyes eternas de la física clásica aparece la imagen de un


mundo autoorganizándose espontáneamente. Lo propio de
la materia en equilibrio es la repetición, porque el equilibrio
no es más que el momento ciego de la naturaleza. Cuando de
nuevo comienza a buscar su modo evolutivo y se aleja de ese
equilibrio, se torna inteligente y, por tanto, imprevisible.
Con la tarde, la niebla va ascendiendo hasta mi ventana
y cubre todo un paisaje sin horizonte. Aparece tímidamente un
resplandor, luego otro sin que me dé información alguna sobre
dónde podrá aparecer un tercer elemento: es el Caos. Más y
más luces van desvelando con el tiempo el sentido de unas
trayectorias aparentemente inconexas que se irán configurando
en torno a un “atractor”, un nudo energético hacia el que todas
van convergiendo. Es lo propio de cualquier sistema dinámico.
Si eso no sucede, nada sucederá. Nada en absoluto. El caos
aparente, incausal, engendra su propio orden interno, un orden
que en un principio parece siempre desorden, capricho. El
inicio de cualquier novedad es así. “Lo otro” escapa a nuestra
lógica porque sólo la repetición compulsiva de “lo mismo”
se corresponde con la estructura de nuestro pensamiento
neurotizado. Sin embargo, la ciencia ha descubierto asombrada
que existe un proceso continuo de bifurcación y desarrollo que
está en armonía con los fines de la naturaleza. “La evolución es
caos con retroalimentación”, escribió Joseph Ford, un azar con
dirección que llega a producir una complejidad asombrosa.
Resulta un extremo obvio el hecho de que vivimos
uno de esos momentos históricos de profunda necesidad de
cambio. Nuestra situación actual responde a la descripción
de estructura disipativa en el sentido de un alejamiento muy
evidente del estado de equilibrio y una de las claves es que las
cosas suceden a una velocidad de vértigo.
El concepto de pueblo o nación se enfrenta al de
estado, las etnias se rebelan borrachas de diferencia, los

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fundamentalismos despiertan en una sociedad que se creía


laica, las contiendas puntuales sustituyen a la omnipresencia
de la guerra fría, los muros caen y los odios, resucitan,
los parámetros económicos no responden a las leyes
convencionales, la droga crea estados dentro del estado y
es utilizada como arma política, los políticos, a su vez, están
inmersos en procesos judiciales incoados por la ciudadanía,
las migraciones masivas amenazan con descabalgar las
fronteras, las sociedades más opulentas engendran paro, el
estado del bienestar toca a su fin y la obsesión por la salud es
azotada por oscuras epidemias sin nombre.
Diversas mitologías del origen están vinculadas al Caos
como si una intuición muy ancentral coincidiera con la ciencia
de ahora mismo. Esos puntos que surgen en la niebla son los
destellos producidos por las fluctuaciones que apuntan hacia
la novedad, hacia el nacimiento de algo diferente. No sabemos
qué figura conformarán las trayectorias originarias de lo nuevo
ni en torno a qué atractor van a converger, pero sí sabemos que,
en estos momentos de cambio radical, en aquello que atañe al
pensamiento, la fuerza no radicará en lo ya pensado, sino en
lo impensado, en lo profundamente “otro”. En estos cambios
de tanta profundidad lo ya pensado pierde su carácter de
fundamentación y, en contraposición, lo llamado a conformarse
como cosmovisión nace del caos, aquello esencialmente
distanciado de lo repetitivo y universal, aquello específico y
único, imprescindible en el amanecer de toda nueva época.

Las fluctuaciones

D e la mano de Prigogine hemos visto que en la interacción


de un sistema con su entorno pueden aparecer nuevos
estados dinámicos que sería el comportamiento propio de

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las estructuras disipativas, pero antes de producirse un


salto cualitativo es significativo que los sistemas presenten
grandes fluctuaciones cerca de las bifurcaciones. “El sistema
parece ‘dudar’ entre varias posibles direcciones de evolución,
haciendo colapsar la famosa ley de los grandes números
tomada en su sentido usual. Una pequeña fluctuación puede
generar una nueva evolución que cambiará drásticamente
todo el comportamiento del sistema macroscópico”(3) Así
es la fuerza creativa de la Naturaleza en contraposición a
nuestros pensamientos épicos y grandiosos sobre el cambio.
La naturaleza actúa del siguiente modo: una pequeña
transformación del 1% en el código genético del orangután
dio lugar al ser humano. !sólo un uno por ciento¡ Así de
simple y así de complejo. Un pequeño cambio contamina
todo el sistema y nace así una especie nueva que no estaba
contenida ni prefigurada en la anterior. Ese pequeño número
de genes provoca una transformación total, un sorprendente
salto evolutivo. Claro que para que esto suceda, el cambio
ha de acertar con la verdadera bifurcación evolutiva, porque
!cuántos intentos fallidos entes de encontrar el modo exacto¡
Las fluctuaciones son, pues, esos intentos. La búsqueda
desesperada de vías posibles para seguir avanzando. La mayor
dificultad es dar con el “quid” que nos abra las puertas de un
futuro evolucionado, más inteligente, más omnicomprensivo
y, sin duda, más compasivo. Nuestro mundo contemporáneo
con todos su errores y aciertos parciales es como un
laboratorio de pruebas en el que múltiples fluctuaciones
pugnan por encontrar el camino.
Resulta curioso que todo lo excluido en nuestro modelo
de civilización, aquello que Jung denominaba la sombra,
retorna como fluctuación, como intento de encontrar salidas
o como reivindicación que busca la inclusión negada. Los
movimientos solidarios con el tercer o cuarto mundo, la

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antipsiquiatría, la teología de la liberación, la legalización


de las drogas, la ecología, el neopaganismo, la cultura “new
age”, las filosofías orientales, los movimientos estudiantiles,
el antirracismo, el pasifismo, la emergencia de las culturas
indígenas sojuzgadas o el feminismo constituyen intentos
fluctuantes de cambiar el mundo. En la medida en que se
inventen más caminos o se profundice en los ya existentes,
en la medida en que se hagan más inteligentes, mayores
probabilidades habrá de acertar con el cambio. Digamos
que el azar es el ropaje con el que se reviste al necesidad
en tiempos de crisis, de evolución radical. Tal vez de ese
Renacimiento que soñamos.

El modelo

P arece lógico que si el mundo actual padece terribles


desequilibrios, habrá que poner en cuestión el modelo, el
paradigma por el cual sucede lo que sucede sin que tengamos
fórmulas para darle una salida que no sea un parche. Se
trata de una repetición ciega de sí mismo, cuyos horrores se
convierten en la supuesta novedad de la que se nutren los
medios de comunicación. En esa repetición ciega, la paz se
ha convertido en una simple tregua hasta la guerra siguiente,
la democracia es ya puro nominalismo que esconde la feroz
lucha por el poder de la partidocracia, la verdad radica en las
mil banderas de los florecientes fundamentalismos, el amor
es un concurso de televisión, el capitalismo y el socialismo se
han revelado como sistemas complementarios que albergan
idénticas mafias, el triunfo personal sólo puede certificarlo
la cuenta corriente y la vida es una pérdida de tiempo que
acaba en la muerte. Estudiamos para encontrar un trabajo que
nos permita pagar las letras del coche y la casa; descansamos

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para engrasar la máquina de trabajar y nos reproducimos


porque follamos. Hacer el amor es una gimnasia saludable
que termina en una especie de estornudo genital y en la
moda sucumben todas nuevas vanidades. La individualidad
es un señor frente a un ordenador y lo colectivo un rentable
concierto de rock o un partido de liga. Todo esto en el mejor
de los casos. Luego están los que lo tienen peor, mucho peor,
esa mancha negra de los márgenes a la que no nos atrevemos
ni a mirar.
Pues bien, desde nuestro punto de vista, ese modelo
de cien cabezas se llama Patriarcado, un sistema complejo
con múltiples claves, trampas, costumbres, creencias y
complicidades que a todos/as nos tiene colonizados.
No es sólo el modelo en el que vivimos sino el ojo por el
que miramos, los circuitos por los que transitan nuestros
pensamientos, nuestro modo de amar y de vivir.
El patriarcado ha venido desarrollando su paradigma a
lo largo de unos cinco mil años: es lo que llamamos la historia.
Atraviesa diversas épocas, culturas, lenguas y pueblos,
momentos gloriosos y terribles. El planeta entero gira en
torno a este paradigma, aunque lo hace de forma diacrónica.
Nuestro tiempo de mundo occidental es claramente el de
la decadencia, evidenciada por los varios movimientos
de emancipación. Son las fluctuaciones que no acaban de
encontrar una salida porque, tal vez, no atinen con el corazón
mismo del problema. Unos creen que la clave está en el
sistema económico, otros piensan que el mal acaba allí donde
se levantan nuevas fronteras, los de más allá procuran un
planeta limpio como toda solución y muchos más luchan por
conseguir “café para todos”, es decir, una supuesta igualdad
que cambiaría los porcentajes, un triunfo estadístico. Pero
¿quién cuestiona las reglas del juego? Es un juego que ni
unos ni otros comprendemos, un juego que manda sobre los

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propios jugadores, repleto de enredos, un bosque atiborrado


de símbolos indescifrables, un laberinto anudado a las mil
formas repetitivas de lo cultural, un juego con dos salidas:
la del que se alía -sin escrúpulos- a las propias trampas
que encierra el juego, y la de quien escapa de esa pesadilla
condenándose a observar desde los márgenes. Es un juego que
no favorece a los más inteligentes, sensibles o éticos porque
nada en ese juego premia las capacidades más cabalmente
humanas, sino a una forma muy particular de alienación que
a la larga es muy eficaz. Se trata de una alienación que incluso
puede hacernos felices sólo a costa de que otros muchos sean
desgraciados.
Es un juego de ganar o perder. Lógicamente, ganan los
más adaptados. Hemos conseguido que la vida se parezca
demasiado a ese juego.

La razón patriarcal

D esde un pensamiento feminista, una puede posicionarse


de muy diversos modos respecto al patriarcado. Inhibirse
lo más posible de sus trampas y situarse fuera, creando una
especie de burbuja donde inventar un mundo paralelo;
participando voluntariosamente para lograr una equiparación
justa; transformando las situaciones discriminatorias para
las mujeres... en fin. Otra opción es situarse en la peligrosa
bisagra de cuestionar las reglas del juego y construir desde
ahí un proyecto político.
Esta última postura responde a la necesidad de ubicarse
cerca de las bifurcaciones donde los saltos evolutivos son
propicios, porque así como los grandes cambios se operan en
lo más recóndito del código genético, del mensaje cifrado de
las células, también las revoluciones más reales acaecen en el
corazón mismo de la lógica, de las leyes más profundas que

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rigen el modo mismo del pensar, de representarse el mundo,


de actuar. Pero la lógica real no es esa disciplina formal que
clasifica los razonamientos en válidos o inválidos, correctos
o incorrectos... no. La lógica se manifiesta en la superficie
visible de todo un entramado complejo que se inicia en la
carencia y crece en el deseo, se configura en el símbolo y
alcanza su cúspide en una cosmovisión que impone sus
reglas a la razón. No se puede, pues, hablar de “la” razón,
sino de múltiples modos de utilizar la razón, dependiendo de
las anteriores instancias que la determinan o condicionan.
Pues bien, nuestra apuesta es la de analizar las reglas
más significativas que rigen el juego del patriarcado y que
evidencian su modo particular de razón: la esencia misma
de lo real, el código genético que subyace en cada una de las
parcelas de la realidad.
Así como se ha afirmado que “la filosofía es la ideología
de la etnia occidental”, una determinada versión del “logos”,
de la razón, sería la ideología del patriarcado, su modo
peculiar de hacer razonable el mundo: un tipo de razón
fundadora y fundante de enormes irracionalidades cuando se
mira desde otro lugar.
Más adelante recompondremos la imagen de ese
mecanismo, pero ahora me resta decir que esa razón
patriarcal juega sus bazas en la razón bélica, económica,
familiar, educacional, deportiva, cultural o religiosa. Inventa
dioses al igual que inventa guerras, entroniza valores de
cambio y hunde valores de uso, levanta fronteras o invade
territorios, atomiza el planeta en familias y la identifica en la
tarea inútil de sobrevivir, ejemplariza con sádicas torturas y
ensalza el amor, adora ídolos que luego sacrifica.
La lógica patriarcal es aquella que, no sólo ha
fundamentado ideológicamente la inferioridad de las
mujeres respecto a los varones, sino la expoliación de los

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recursos naturales al socaire del mandato implícito de


dominar la tierra o el recurso a la guerra como el método
habitual de solucionar conflictos que a su vez se crean para
provocar esas y otras muchas guerras. Es cierto que su lógica
expansionista y agresiva propicia la consecución de grandes
logros científicos y tecnológicos, pero ¿a qué precio? ¿en qué
dirección? No podemos ensalzar la razón sin más, sin acotar
muy claramente la direccionalidad y el sentido en los que esa
razón actúa.
Si es cierto que la solución de los problemas más graves
de nuestro tiempo ya no es una solución ideológica, sino lógica,
también lo es que no cualquier lógica puede transformar la
situación y menos la lógica que la ha provocado. De momento,
podemos adelantar la evidencia de que la lógica patriarcal no
coincide con la lógica de la vida. En este punto radica nuestro
cuestionamiento de las reglas del juego.

Emancipación

C on el vocablo emancipación designamos la acción de


liberarse de una tutela, de una esclavitud o de la patria
potestad, y se viene utilizando como concepto político referido
a sacudirse el yugo de la explotación, de la dictadura, de la
colonización. Es justo lo opuesto a alienación, que significa
vivir en una realidad ajena a uno mismo, en una realidad
subsidiaria al servicio de otros intereses; en una realidad en la
que uno no puede decidir por sí mismo sobre la orientación
de su existencia, de su trabajo, de sus proyectos y deseos.
Evidentemente, vivimos en general una existencia alienada
con más o menos márgenes de decisión, de poder. Es decir,
que la alienación es un concepto relativo, cuestión de
grados, al igual que la emancipación, porque también la

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libertad constituye una realidad relativa. Quiero decir, que la


emancipación no puede resultarnos ajena, ya que en alguna
proporción todos vivimos alienados.
Nuestro siglo convulso está jalonado de luchas
emancipatorias que han dado sus frutos colectivos
o personales. Los movimientos anticolonialistas,
antiapartheid, independentistas, proletarios, pacifistas,
ecologistas o feminis-tas constituyen un cúmulo de luchas
emancipatorias por la libertad, la autodeterminación o la
justicia. Sin embargo, el triunfo de estas luchas ha llevado
en muchos casos a la repetición del modelo opresor.
Transcurridos los primeros años de euforia aparece
de nuevo el Leviatán que reproduce las explotaciones,
dependencias y sufrimientos inútiles semejantes a la etapa
anterior, con el consuelo único de que “sarna con gusto no
pica”. No tenemos más que mirar, sólo mirar, para observar
cómo las antiguas colonias se debaten en genocidios étnicos,
cómo los socialismos han truncado los sueños de libertad
y los liberalismos los sueños de justicia social. Los verdes
en el poder no son muy diferentes de los socialdemócratas
a los que se alían y antes repudiaban; los pueblos que
han conseguido su independencia no proponen modelos
alternativos ilusionantes ni posibilitan otras exigencias
ciudadanas. Las mujeres emancipadas pagan a veces unos
precios demasiado altos por su realización personal porque
el mundo en el que se emancipan sigue siendo ajeno y hostil.
Hay quien opta por la serenidad interior, una opción muy
loable pero sin contenido político.
Si es cierto que en muchos casos las situaciones mejoran
ostensiblemente, pero ¿existe una relación proporcional
entre las energías que esas luchas devoran y el resultado
conseguido? La historia nos está demostrando que no ha
valido la pena, que todo vuelve a ser igual o peor, que existen

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unas “fuerzas del mal” que termina aplastando las enormes


esperanzas de bienestar, de libertad, de realización, de
alegría de vivir. Algo anda mal en el esquema mismo de la
emancipación.
La toma de conciencia de una situación alienada
precede a cualquier movimiento emancipatorio y es ahí
donde tal vez se hipoteque el futuro éxito del proyecto. La
toma de conciencia no es lo suficientemente innovadora como
para que la acción subsiguiente tenga lugar en un plano más
inteligente, más evolucionado, más humano.
El movimiento feminista, que nació al calor de la euforia
por las libertades y heredando esquemas emancipatorios de
la izquierda, puede que consiga integrar a muchas mujeres
en ese club exclusivo de los machos al que se ha llamado
“lo público”, pero no tiene visos de cambiar el modelo en
el que se integran cuando se evidencia cada vez más que es
el modelo el que no funciona. En las universidades ya hay
más mujeres que varones y ¿en qué ha cambiado el modelo
universitario? Es cuestión de poder, se me puede apostillar,
pero ¿qué clase de poder, bajo qué mecanismos se va a
ejercer? Los partidos políticos cada vez tienen más mujeres
que creyeron en ese camino hacia el poder ¿y qué son ahora
esos partidos? ¿Dónde encontrar los nuevos cauces? ¿Cómo
hacer saltar los engranajes?
En este trabajo pretendemos señalar algunas pautas
posibles para que la toma de conciencia pueda ser más
lúcida y la emancipación más real. Para que esas luchas no
reproduzcan los métodos de la guerra patriarcal por el poder
ni tampoco su modelo de emancipación. Todo está puesto
en cuestión: ya no existen palabras sagradas que justifiquen
nada. Los adjetivos comienzan a ser más definitorios que los
sustantivos. Emancipación: sí. Pero ¿qué emancipación?

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Pathos

E l “pathos” tiene que ver con un sentimiento que


invade el estado de ánimo. Hace unos pocos años, una
frase de David Cooper podía servirnos de guía mientras
observábamos atentamente el devenir del mundo: “El
silencio y la esperanza circunscriben el corazón de la
revolución”. Esa tregua ya no es hoy posible y el “pathos”
que nos invade es la urgencia, la urgencia del decir, por si es
posible -al menos con la palabra- buscar una orientación para
actuar en una dimensión que logre ahuyentar las amenazas
de todo tipo que nos acosan. O, como se preguntaba Edgar
Pissani en un artículo reciente, “cómo vivir una historia en
la que orden y desorden ya no se excluyen mutuamente,
sino que se complementan. En la que el orden no aparece
como lo único deseable, porque el desorden es creador. En
la que el desorden no aparece como el único estado natural,
porque también es destructor”.
Es el momento de auscultar las entrañas del mundo
de un modo real, de barrera con ese nominalismo abstracto
que se gasta el poder para seguir vampirizando hasta el
último momento, para seguir danzando en el bullicio al
ritmo de la orquesta mientras el “Titánic” se nos hunde
irremisiblemente.
La economía no es la inflación; ni los tipos de interés, ni
la curva de la oferta y la demanda, ni el índice de la bolsa, ni la
balanza de pagos, ni el producto interior bruto, ni Wall Street.
La economía es la gente que no come o que pasa frío, los
45.000 niños que mueren diariamente, las órbitas secas de los
refugiados, la angustia del que le cierran su empresa, el recibo
del teléfono, las letras que no se pueden pagar, la búsqueda
desesperada de un empleo, la borrachera millonaria del
tráfico de armas, de drogas, de mujeres, de órganos. El tráfico,

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en definitiva, de la muerte, que ha llegado a ser el negocio


más entable y suculento de nuestro tiempo.
Hemos llegado a tales niveles de irracionalidad, de
barbarie, que a las mujeres -por imperativo de un código
genético en el que se amalgaman información e instinto- se
nos ha disparado la alarma como dadoras y cuidadoras de
la vida por miles y millones de años. Pero no sólo. Sabemos
implícita o explícitamente, en qué consiste la lógica de esa
vida, que no es supervivencia, sino fluir gozosos del existir
sobre la tierra. Ha llegado el momento de parar esa salvaje
amenaza de muerte, de exclusión, de infelicidad cotidiana
que no merecemos. Este es el “pathos” que nos invade, ésta
la necesidad de transformar el caos creador en un orden
civilizatorio superior. No ese orden piramidal con el que
el patriarcado rampante ha distribuido las jerarquías y las
sumisiones, los poderes y las exclusiones; con el que ha
marcado lo significante y lo insignificante, los valores y la
culpa.
No nos basta con la distribución paritaria de los despojos.
Hace unos pocos meses recorté del diario la siguiente noticia:
“El ´Parlamento paritario´ convocado por un grupo de
eurodiputadas portuguesas para llamar la atención sobre la
necesidad de una mayor participación femenina en la vida
política fue un gran éxito social de escaso significado político
(...) Quien esperaba una ruptura radical y hasta subversiva
con los hábitos y costumbres parlamentaristas quedó
decepcionado. Discursos de circunstancias, solemnes y llenos
de referencias históricas y citas literarias hicieron bueno el
dicho de que para los hombres las únicas mujeres grandes
son las mujeres muertas”. La estúpida solemnidad del
patriarcado siempre acaba por asimilar a sus reglas de juego
cualquier escaramuza que lo ponga en cuestión. Bellos gestos,
bellas palabras y hasta paridad en los modelos decrépitos y

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Victoria Sendón de León Feminismo holístico

obsoletos con los que nos sigue encandilando. Un mundo


nuevo aguarda en el umbral y no le dejamos paso.
La revolución solitaria, silenciosa y expectante ya ha
dado sus frutos en el crecimiento personal de muchas mujeres
y la copa de la privacidad comienza a rebosar. El paradigma
patriarcal esta tocado y se tambalea; el momento oportuno,
el “kairos” que dirían nuestros griegos, ha comenzado su
cuenta atrás. Los tiempos son propicios. Y las Diosas ¿por
qué no? despiertan de su letargo.
Los límites no los diseña ni dios ni el diablo, ni un
espíritu burlón que se divirtiera constriñendo o reventando
lindes. Es la propia historia con sus tiempos, sus parcas,
repeticiones o saltos la que abre sus portones, levanta
fronteras o tiende sus puentes; es ella quién sopesa la densa
carga del mundo, quien alumbra el tremor de un tiempo
nuevo, la que marca el tiempo exacto, cabal, en un devenir
incierto o caótico que posiblemente responda a un profundo
orden de simetría rotas.

NOTAS

1 Virilo, P., Estética de la desaparición, E. Anagrama. Barcelona, 1988.


2 Prigogine, I., La nueva alianza, Alianza Ed. Madrid, 1983.
3 Prigogeni, I., ibid.

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El arco y la bóveda

El arco siempre ha marcado un estilo


arquitectónico. Las tensiones, la altura, los
espacios se reparten de forma diferente, sustentan
otros muros y las columnas dilatan o estilizan las
medidas a su ritmo.
Los arcos de nuestra construcción
imaginaria, como vacuidad y clausura, apertura y
cierre de otra mirada, quieren marcar los nuevos
paradigmas de un tiempo nuevo, la nueva lógica
de pensamientos diversos.
Y la cúpula, remedo siempre de esferas
espaciales que albergan las estrellas, se pliega –en
este caso- a la redondez precisa de esta tierra.

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PARADIGMA
El fin de un modelo perverso

“Veo, escucho, constato y observo un cambio


inaudito. Es como si, por primera vez en la historia, tal vez
desde los egipcios, las mujeres hubieran decidido que tienen
derecho a la felicidad...”.
(Francoise GIROUD: “Hombres y mujeres”)

D
icen los astrofísicos que vivimos un universo
de simetrías rotas. Alguien extraño elemento o
situación novedosa tuvo que aparecer para que
aquel núcleo perfecto que flotaba inerme reventara en la orgía
de luz y sonido que fue el Big-Bang. La simetría perfecta es
silencio, orden, quietud absoluta, identidad sin fisuras.
No tiene por qué explotar. Pero lo hizo... y desde entonces
habitamos el reino de la diferencia generativa, es decir, un
Universo que engendra en cada instante universos nuevos
que se expanden en el sentido de la flecha del tiempo. El Caos
constituye la nebulosa de cada inicio y supone una profunda
armonía de acordes asonantes, disonantes, dodecafónicos o
imposibles cuya clave sólo aguarda a ser descubierta desde

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una lógica que no es simétrica ni dialéctica. Por el contrario,


la bellísima geometría fractal nos revela las formas del Caos,
de la Naturaleza, que nada tienen que ver con la abstracta
geometría euclidiana de rectas, planos, polígonos o círculos
perfectos o simétricos.
La física del caos nos muestra un universo insólito e
interrelacionado que Lorentz evocó magistralmente en su
artículo “¿Puede una mariposa volando en Brasil provocar
un terremoto en Minessotta?”, y mi monomanía de hablar
del Caos responde a la necesidad de superar nuestro
estrecho esquema lógico y poder así lanzarnos a la aventura
de comprender desde ese otro lugar que es la lógica de la
naturaleza, desde su increíble geometría fractal que nos lleva
a una representación del mundo más real, más compleja y
hasta más estética, porque “un fractal es una manera de ver lo
infinito con el ojo de la mente”1 o, si se quiere, de entender el
mecanismo autogenerativo de la naturaleza que se multiplica
según un mínimo lenguaje cifrado. Mandelbrot, uno de los
pioneros, decía que sólo hay complicaciones dentro de la
tradicional geometría de Euclides, que las estructuras fractales
ramificadas se explican con una sencillez transparente a partir
de pequeños fragmentos de información. Si entendemos su
lógica interna entendemos el mundo. Si lo fragmentamos
y de esos fragmentos hacemos estructuras jerárquicas y
contradictorias no entenderemos nada. Esto último es lo
que ha construido el patriarcado en contra de la lógica de la
naturaleza.
La historia del pensamiento patriarcal de Occidente
se ha ido decantando hacia la búsqueda de una simetría
abstracta de contrarios cuya ingenuidad aparente no está
exenta de perversión, como es el caso de Pitágoras al
dotar de carácter ético, modélico y salvador determinadas
concepciones del mundo. En Crotona, el filósofo-gurú fundó

30
Victoria Sendón de León Feminismo holístico

su escuela hermética e introdujo rigurosas formas ascéticas


que respondían a una visión maniqueista de la realidad. En
su famosa lista de contrarios colocó a “lo femenino” junto a lo
malo, la oscuridad, lo curvo, los muchos y el lado izquierdo;
mientras que “lo masculino” lo situó del lado de lo bueno, la
luz, lo recto, el uno y la derecha como Schindler a los judíos
de Cracovia en su famosa lista. No fue ajeno Pitágoras a
todas las aseveraciones posteriores de que la mujer es mala
por naturaleza, que llevó a tantas y tantas a la hoguera.
Evidentemente, una mariposa volando en Brasil puede
provocar un terremoto en Minessotta.
La cima de esa extraña lógica es conquistada en un
supremo esfuerzo dialéctico por Hegel, que pretendió nada
menos que un saber absoluto escalando la montaña por la
vertiente que mira al abismo. Supera la duda cartesiana para
zambullirse directamente en la ciénaga de la desesperación
porque, a cada instante, aquello que la consciencia toma
por verdad se revela ilusorio. Es como si la negación de un
término produjera un concepto nuevo, pero no. Sucede que
el Todo es inmanente a la consciencia, una consciencia que
va descubriendo la realidad dentro de sí en una continua
superación de trascendencia que es “el saber del saber”. No
hace ninguna concesión a la Naturaleza, a la que incluso
quiere arrebatarle la muerte como negación externa para
incorporarla a la negación interior del concepto y darle
así un sentido positivo. En definitiva, que lo real no tiene
otra esencia que lo racional y que el Espíritu es historia
como lo Absoluto es sujeto. Liquida el Universo, del que
formamos parte, lo hace inmanente a la consciencia, o
sea, trascendente, y sella la historia como el devenir del
Espíritu. Un panorama clausurado en el que el Sujeto
avanza de negación en negación, de muerte en muerte.
Todo queda justificado en un devenir especular, ya que “el

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mundo es el espejo en el que volvemos a encontrarnos”.


Sólo existe el Yo absoluto: ese Uno que señalaba Pïtágoras
del lado de lo masculino y al que las religiones monoteístas
han llamado Dios.
El espíritu de Hegel revoloteando en Jena pudo producir
desde las campañas napoleónicas a las dos guerras mundiales
pasando por cualquier locura actual. Pero no importa, son el
espejo en el que volvemos a encontrarnos, realidad especular
del Sujeto que se mira en el mundo para negarlo y seguir
ascendiendo... no se sabe hasta donde. Como diría Carla
Lonzi, “el axioma que todo lo que es racional es real refleja
la convicción de que la astucia de la razón no dejará de
concordar con el poder, pues la Fenomenología del Espíritu
es una fenomenología del espíritu patriarcal, encarnación de
la divinidad monoteísta en el tiempo”.2
A medida que la realidad ha ido revelándose como
más y más compleja y la ciencia comenzó a transitar por el
mundo paradójico de la microfísica, los grandes sistemas
estructurados al modo de una geometría euclidiana o incluso
de la gran física de Newton se han revelado insuficientes en
su pretensión de dar respuestas infalibles con leyes eternas.
El Caos exige otro abordaje epistemológico, así como el reino
de las diferencias, en el que lo antagónico queda aniquilado y
reclama ser pensado de nuevo.
Al igual que el tiempo –en un universo expansivo- es
redescubierto como una dimensión del espacio, la muerte
puede no ser más que una dimensión de la vida, la libertad
una dimensión de la necesidad, la mística una dimensión del
eros o la razón una dimensión más de la visión. En fin, que
la totalidad exige ser resituada porque la arquitectura –ya
ingenua- de la modernidad es insuficiente para albergar una
realidad que ha dejado de ser significante por la carencia de
un pensamiento actual capaz de significarla.

32
Victoria Sendón de León Feminismo holístico

Este “quiebre” metafísico ha dado lugar a la reciente


postmodernidad, conciencia vacía del tránsito, puente
perentorio y precario entre un mundo que se apaga y otro que
no consigue despuntar. Como otras tantas veces en la historia
humana, parece ineludible un salto epistemológico.

Episteme

U n salto epistemológico significa un cambio profundo


en el modo de pensar, de mirar, de representarse el
mundo. Kuhn lo llamó “cambio de paradigma”, entendiendo
el paradigma como un modelo que durante un cierto tiempo
nos sirve para explicar el mundo, para comprenderlo. Un
paradigma da sentido a la realidad, normalmente sirve a
unas cuantas generaciones y se puede tratar de un paradigma
científico, social, filosófico o religioso. Sin duda que los
descubrimientos científicos que provocan un cambio de
paradigma se suceden más rápidamente que los cambios
religiosos, por ejemplo. Cuando Newton descubrió la
revolución de los planetas en relación a la gravedad o Darwin
la evolución de las especies se transformó el paradigma
científico. También cambió el paradigma religioso con Pablo
de Tarso o con Mahoma, así como el paradigma político-
económico con Marx y Engels.
La nueva ciencia está preparando el terreno para un
cambio gigantesco, un cambio que va a coincidir con otro
de mucha más envergadura por tratarse de un modelo
más antiguo, más arraigado, más global y que constituye
el marco de todos los otros paradigmas que conocemos: el
patriarcado. No es casualidad que todos los datos vayan
convergiendo en un sentido. Una ciencia que se acerca
asombrada a la Naturaleza, un repentino amor por el

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planeta Gaia (Tierra), una repulsa en los jóvenes por los


juegos de guerra y una emancipación, que promete ser
planetaria, de las mujeres apuntan en una dirección que
parece irreversible. Al mismo tiempo, potentes fuerzas
de reacción se resisten brutalmente: guerras genocidas,
totalitarismos, fragmentaciones, fundamentalismos o
explotación de los más débiles constituyen los estertores de
esa bestia apocalíptica que se niega a perder sus privilegios.
A veces, sin darnos cuenta, la seguimos alimentando,
reproduciendo el modelo en supuestas emancipaciones que
no aciertan a serlo; por eso insistimos en apuntar al corazón
mismo de la bestia que, en este caso, es su cerebro, su mente,
su lógica perversa. Sin embargo, un cambio epistemológico
no puede ser dirigido, aunque sí podemos tomar conciencia
de él y aprender a interpretar sus signos. Michel Foucault
considera la “episteme” como un lugar desde el cual el ser
humano conoce y actúa en su propio entorno, pero este
lugar no responde a una creación voluntaria y consciente,
sino inconsciente, asimétrica, discotinua, dispersa, sin un
centro que la organice. No es el ser humano quien hace su
propia historia, sino que la episteme o paradigma es lo que
conforma un determinado tipo de ser histórico.
Estamos en el tránsito. Los viejos modelos son
insuficientes para comprender racionalmente el mundo y
los nuevos se debaten por abrirse paso en esta enmarañada
selva de conceptos, deseos, proyectos y contradicciones que
constituyen el Caos actual, promesa de un orden futuro que
aún no percibimos.
Otro modo de concebir la episteme es la formulada por
Piaget como “epistemología genética”, que compara con una
especie de embriología mental, un proceso que genera nuevas
formas de pensamiento, de saber, en las que sujeto y objeto se
autoimplican y hacen posible una estructura nueva, reforzada

34
Victoria Sendón de León Feminismo holístico

por los conocimientos ya conseguidos anteriormente. Como


en un proceso de gestación, sólo percibimos el cambio de
fase cuando la criatura es dada a luz, mientras los complejos
procesos internos se escapan a nuestra percepción, así en
la dinámica del caos las transiciones de fase incluyen un
comportamiento macroscópico, visible, difícil de predecir en
sus detalles microscópicos. Equivalen a los grandes cambios
históricos que, de repente, manifiestan unos movimientos
subterráneos cuya concreción era imprevisible. Por eso, en
el principio de todo cambio epistemológico o de paradigma,
siempre fue el Caos.
Es muy significativo que en muy corto espacio de tiempo
histórico estén sucediendo acontecimientos tan sorprendentes:
la caída del muro de Berlín, la guerra del Golfo, el genocidio
étnico de la ex Yugoslavia, la erupción fundamentalista en
Argelia, el desmantelamiento político italiano, el fenómeno
Zhirinovski y la regresión rusa, el despertar económico del
Sudeste asiático y de la propia China, la unión comercial de
México con los gigantes del norte y la sublevación neozapatista,
el fin del apartheid o las masacres de Ruanda son síntomas de
que algo se mueve en capas muy profundas. Son los últimos
o penúltimos coletazos de un mundo que agoniza al tiempo
que aparecen signos difusos en busca de otra cosmovisión,
abanderados tanto por los movimientos colectivos
emancipatorios como por la exploración más individualizada
de la ciencia o el crecimiento personal en una amalgama que
Marilyn Ferguson denomina “conspiración de Acuario”.
Sin embargo, seguimos analizando todo este cambio de
fase con una lógica de ordenador, cuantitativa, estadística, de
identidad-exclusión, de uno-cero; con una razón abstracta
de grandes números y grandes despistes, con una razón
fragmentada incapaz de pensar la interrelación, el sentido, el
cambio cualitativo y microscópico.

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Para comprender y actuar coherentemente es preciso


cambiar de piel intelectiva, propiciar otro modo de mirar, dejar
los prejuicios lógicos de la modernidad y prepararnos para
un cambio de paradigma. Es preciso analizar dónde radican
los escollos de la razón patriarcal, los nudos gordianos que
nos ahogan un pensamiento destinado a ser libre, emancipar
–sobre todo- nuestra capacidad de interpretar el mundo.
Precisamente nuestra pertenencia a una cultura que
proviene en línea directa de la Ilustración, del siglo de
las luces, nos impide seguir arrastrando unos esquemas
de comprensión que fueron válidos y emancipatorios
en un paradigma histórico que se llamó la modernidad.
Una modernidad que hizo estallar la razón en el corazón
oscurantista de la contrarreforma para liberarnos de
prejuicios y terrores ancestrales bien custodiados por la
iglesia católica. Con el paso del tiempo ciertos juicios de esa
modernidad se han convertido en prejuicios en el contexto
de la postmodernidad. La razón moderna es ya antigua, y
si esa razón moderna es patriarcal necesita una revisión en
profundidad que no significa una agresión. Simplemente la
oruga se transforma en mariposa, la mariposa revolotea y no
sabemos qué destrozos podrá causar en Minessotta.

Encrucijada

E mpieza a ser cuestión de estrategias. Una se pregunta ¿le


hago caso a Hegel o a Heidegger? En definitiva se trata
de ir a lo seguro o de apostar por la aventura intelectual.
Me explico: Hegel afirma que lo ya pensado adquiere el
carácter de fundamentación. Como para él la Historia
es el Espíritu desplegándose, lo ya pensado significa los
momentos cumbre de este Espíritu revelados a ese Absoluto
que es el sujeto. Resulta tan solemne que si uno quiere ser

36
Victoria Sendón de León Feminismo holístico

“alguien” en el mundo académico mejor será que se pliegue


a la visión hegeliana y se fundamente en lo ya dicho, en la
marcha triunfal del Pensamiento: occidental, claro. Los otros
“pensamientos” son más bien supercherías o mística.
Lo que dice Heidegger es otra cosa: que la fuerza del
pensar no radica en lo ya pensado, sino en lo impensado. ¡Oh,
dilema! Una cosa es predicar y otra dar trigo. La seguridad frente
al riesgo de hacer el ridículo, porque vete tú a saber cómo va a
salirte ese no-penado que, lógicamente, trata de ser original.
No obstante, estas dos posturas no son más que
expresiones de dos paradigmas diferentes: el primero más
antiguo y el segundo más actual. Hegel lleva a su culmen
el proyecto de la modernidad, mientras Heidegger pone de
manifiesto su fisura. Hegel delira la plenitud de la Historia
como desarrollo dialéctico de la Idea, y Heidegger nos abre la
puerta a todas las incertidumbres, al fin de la metafísica y a
la perspectiva del fracaso histórico que supone el convulso y
trágico siglo XX.
A mí me parece que ambas posturas podrían
reconciliarse por aquello de que “la evolución es caos con
retroalimentación”. O sea, que la evolución del pensamiento
no surge por generación espontánea, sino que se retroalimenta
de lo ya pensado, pero también es cierto que la fuerza de la
evolución no radica en lo anterior, sino en ese plus de novedad
absoluta que comporta el Caos. O, como diría Prigogine,
“el futuro no está contenido en el presente”. Respecto a lo
pensado tiene que existir una discontinuidad, un salto, para
que lo nuevo exista: ahí se esconde su fuerza.
Dar un salto cualitativo en la manera de pensar, de
todos modos, no significa pensar cosas nuevas, sino pensar de
un modo diferente, situarse en otro lugar que tampoco será
el definitivo. Es, simplemente, ampliar el campo de visión,
cambiar la estructura misma de la lógica.

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El feminismo, si realmente pretende ser un pensamiento


político transformador, no puede conformarse con pensar
cosas nuevas, sino de modo diferente. Puede suponer cierta
inseguridad y hasta cierto riesgo de no ser reconocido,
porque es muy común cometer una falacia que Wilber define
como falacia PRE/TRANS, es decir, el error lógico por el que
se mete en el mismo saco lo que no alcanza la categoría de
racional –como el fanatismo, la sumisión dogmática, el miedo,
la superstición, ciertas ignorancias o vagos sentimientos- y
un tipo de pensamiento que va más allá de nuestra razón
occidental considerada como el no va plus de la sabiduría.
Por ejemplo, un pensamiento-objeto o el concepto estático
de “esencia”. Dice Wilber: “El hecho de que lo pre-racional
y lo trans-racional son parecidos (por el hecho de ser ambos
no racionales) el ojo ingenuo suele confundirlos. Tras esa
confusión es inevitable que los dominios trans-racionales sean
reducidos al estatus preracional o que los reinos pre-racionales
sean exaltados a la esfera de lo trans-racional”.3
Es la propia ciencia la que comprueba admirada cómo la
Naturaleza, en contra de esa lógica de Occidente, se manifiesta
dual y paradójica. La declaración más revolucionaria de la
física cuántica es que todos los seres, a un nivel subatómico,
pueden describirse de igual manera como partículas sólidas
o como ondas energéticas, pero ninguna de las descripciones
por sí misma es definitiva, sino ambas a la vez. Lo que
sucede es que la lógica clásica no admite esta posibilidad,
influyendo de tal modo en la tecnología que no hemos sido
capaces de inventar instrumentos que midan a la vez ambas
posibilidades. Sin embargo, la realidad es dual, pero no
contradictoria: onda/partícula. Su manifestación depende
de las condiciones del conjunto, entre ellas del observador.
Un observador a quien su lógica le impide percibir onda
y partícula como un todo. Sólo podemos observar onda

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Victoria Sendón de León Feminismo holístico

o partícula; sólo podemos medir posición o impulso. La


Naturaleza nos está diciendo que ella responde de acuerdo a
cómo le interroguemos, pero somos incapaces de preguntar
de un modo global, ya que la primera escisión que llevamos a
cabo es entre sujeto/objeto.
Cambiar el concepto de contradicción por el de diferencia
interrelacional, suplantar las habituales conjunciones
disyuntivas por copulativas e incorporarlo a la lógica política
y de la vida cotidiana supondría tanto como pasar de la
energía de fisión a la de fusión. La primera, desarrollada
con la bomba atómica, es normalmente destructiva, muy
cara y contaminante, mientras que la segunda sería barata,
copiosa, al alcance de todos y sin efectos contaminantes.
Pero la energía de fusión, como el aparato que nos permita
observar onda y partícula a la vez, no serán posibles hasta
que nuestros esquemas lógicos no estén preparados para
ello. Nuestra mente está educada para separar, dividir,
antagonizar y rechazar, por eso sólo aprovechamos el 10%
de nuestro cerebro. Estamos varados en un estadio muy poco
evolucionado y desde ahí no será posible ningún cambio real.
Pensar de un modo nuevo sigue siendo el reto.

Del carbono al silicio

S egún el biólogo Bricogne, “el género humano es una


encima que cataliza la transición de una inteligencia
asentada en el carbono a otra basada en el silicio”. Lo humano
supone ese salto evolutivo que cataliza la inteligencia de la
vida biológica (carbono) para convertirse en inteligencia de
un cerebro desarrollado (silicio), para convertirse en mente.
No quisiera parecer fría ni reducir la humanidad a simple
bioquímica. Más bien pretendo poner de manifiesto que

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esta maravillosa complejidad que ha creado arte, técnica,


pensamiento, religiones, proezas o historia brota de la propia
fuerza de la Naturaleza, de esa Diosa Madre engendra todas
las maravillas que conocemos y que desconocemos.
Hemos cometido otro gran error separando naturaleza
y cultura, materia y espíritu porque semejantes fronteras
no existen. En el reino de la Naturaleza las partículas más
elementales se nos presentan bajo dos formas básicas:
fermiones y bosones. Los fermiones se combinan para
formar materia (electrones, protones y neutrones) y son
esencialmente antisociales. Por el contrario, los bosones
(fotones y otros) constituyen partículas relacionales, poseen
una estructura inteligente que mantiene unido el Universo.
La ciencia humana no es más que una condensación de
bosones con un alto grado de coherencia. Esta coherencia
es la que hace posible la puesta en marcha, el encendido
de las neuronas de nuestro cerebro. Sin esta coherencia de
bosones nada tendría sentido, nada podría ser pensado, pero
tampoco sin los componentes del tejido nervioso. Así pues,
si la conciencia es el resultado de la interrelación cuántica de
la función onda proporcionada por los bosones y la función
partícula de los fermiones ¿cómo separar el yo del mundo, el
sujeto del objeto o la naturaleza de la cultura?
La posibilidad de que la lógica de la Naturaleza
trascienda a las mentes, a la cultura y a la política pone los
vellos de punta incluso a intelectuales que dieron muestra
en los setenta de un pensamiento rompedor y arriesgado.
A los políticos ni les perturba porque no creo que lo
entiendan, pero que Alain Finkielkraut se escandalice por la
posibilidad de que la tradición del pensamiento occidental,
y más concretamente la lógica de la modernidad, puedan ser
puestos en cuestión realmente resulta muy sorprendente. El
antropólogo Lévi-Strauss fue pionero en dudar del modelo

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Victoria Sendón de León Feminismo holístico

occidental como el más evolucionado, el más inteligente o el


más coherente con la realidad y en un discurso pronunciado
en la Unesco llegó a decir que “la era de la que se trata de
salir está tan marcada por la guerra como por la colonización,
tanto por la afirmación nazi de una jerarquía natural entre los
seres como por la soberbia de Occidente, tanto por el delirio
biológico como por la megalomanía del progreso”. Este
simple cuestionamiento le lleva al filósofo Finkielkraut a echar
venablos contra la exaltación de ciertas culturas, costumbres o
modos que pecan contra una razón que se reclama universal,
mientras se queda mudo ante los horrores que en nombre de
esa razón se han cometido. A lo primero lo llama “derrota del
pensamiento”, a lo segundo modernidad, una modernidad
que sigue creyendo en una historia al modo hegeliano, por
eso es aún más intransigente con Michel Foucault al que le
reprocha que “en lugar del proceso ascendente con el que nos
habíamos acostumbrado a identificar la historia, se ofrece a
nuestra mirada un caleidoscopio de diferencias”4. Una cosa
es la denuncia de la violación de derechos fundamentales en
virtud de ciertas tradiciones y supersticiones o la estulticia
de algunos post-modernos que pretenden justificar que “todo
vale”, y otra muy distinta es defender a ultranza un modelo
que se considera el abanderado del progreso cuando no sólo
se trata de un modelo decrépito y cruel en muchos casos, sino,
sobre todo, ineficaz en relación a los problemas actuales y
paralizador respecto a la evolución misma del pensamiento.
Lo que estoy tratando de decir de la lógica de la
naturaleza en relación a nuestra lógica, a la que otorgamos
la fundamentación de todo progreso, es que ha separado la
inmanencia de la trascendencia, suponiendo a ésta superior
e identificándola con Dios –que es trascendencia pura- o,
me da igual, con cultura, historia, razón o espíritu. Al igual
que hemos consumado el divorcio entre sujeto y objeto, yo y

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mundo o cultura y naturaleza, hemos dotado a la trascendencia


de una categoría de superioridad metafísica o teológica que
hace imposible concebir un alto grado de civilización unido
a cosmovisiones inmanentes o, lo que es lo mismo, hace
impensable una razón evolucionada como un continuo con
la naturaleza misma. Se trata de una lógica fundamentada en
la razón patriarcal que siempre ha sido descaradamente una
razón contra la naturaleza o trascendente respecto a ella.
Es un punto que especialmente me interesa porque el
matriarcado anterior a la invasión patriarcal construyó una
compleja y refinada civilización fundamentada en la pura
inmanencia, en la sabia interpretación de las leyes naturales.
Frente a las madres terrenales, los dioses uránico; un burdo y
simple esquematismo que sigue dominando esta civilización
a la que consideramos más evolucionada. La crisis entre
la antigua ley natural y la nueva ley de la ciudad estallará
en el conflicto trágico del personaje Antígona del que nos
ocuparemos más adelante.
No estoy proponiendo un materialismo grosero: todo lo
contrario. Un físico de la categoría de David Bohm, profesor
en el Birbeck College de Londres y antiguo colaborador de
Einstein, llama la atención contra esta incomprensible ceguera
de un pensamiento que para conocer fragmenta y divide,
reclamando la necesidad de “un acto de comprensión, en el
cual veamos la totalidad como un proceso real que, cuando se
realiza adecuadamente, tiende a producir una acción global
armoniosa y adecuada, que incorpora tanto el pensamiento
como lo que es pensado en un único movimiento, en el cual
el análisis en partes separadas (por ejemplo, pensamiento y
cosa) no tiene significado”5.
Bohm defiende que bajo un orden desplegado o visible de
la realidad existe un orden implicado en el cual determinados
conceptos no tienen validez, ya que nuestra conciencia

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Victoria Sendón de León Feminismo holístico

fragmenta para analizar cuando, en realidad, cualquier


elemento del universo contiene la totalidad del mismo, una
totalidad que incluye tanto materia como consciencia. Para
Bohm, la gran confusión radica en no saber distinguir entre
la diferencia y la mismidad: “Estar confundido acerca de lo
que es diferente y lo que no lo es, es estar confundido acerca
de todo (...) ¿Para qué sirven los intentos en la sociedad, en
la política, en la economía o en cualquier otro campo si la
mente queda atrapada en un movimiento confuso en el que
generalmente se está diferenciando lo que no es diferente y se
está identificando aquello que no es idéntico? Tales acciones
serán, en el mejor de los casos, inútiles y, en el peor, realmente
destructoras”6.

Un nuevo paradigma lógico

T oda esta digresión necesaria intenta desarrollar un nuevo


marco, no sólo teórico, sino lógico, que haga comprensible
y viable nuestra propuesta de “feminismo holístico”, pues
como acaba de decirnos Bohm ¿de qué nos sirven nuevos
planteamientos políticos, económicos o culturales si estamos
confundidos en lo fundamental?
El gran esfuerzo de todo este trabajo se va a centrar en
desmontar y poner al descubierto la lógica patriarcal, el mundo
simbólico que le precede y la realidad que le sucede para así
intentar construir un paradigma feminista que previamente
haya puesto en cuestión las reglas mismas del juego.
Queremos acercarnos lo más posible a ese punto
de bifurcación con el que toda estructura en crisis acaba
por encontrarse. Y así como la obra de Karl Marx incide
repetidamente en desmontar pieza a pieza la lógica y el
entramado capitalista para desde ahí construir un socialismo

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científico, nosotras intentamos explorar en lo más recóndito


del sistema patriarcal para superar la colonización milenaria
a la que estamos sometidas las mujeres. En este cambio de piel
tendremos que dejar en el camino teorías emancipatorias que
habíamos hecho nuestras, pero construidas desde la lógica
del patriarcado. Teorías que, desde este nuevo punto de
vista, están confundidas en lo fundamental: en la estructura
misma de su pensamiento. Por eso, la fuerza de este nuevo
planteamiento feminista radica en lo no pensado. Lo no
pensado es, precisamente, pensar de un modo nuevo.
Voy incluso más allá. Se trata de crear una matriz de
vibración que pueda retroalimentarse de otras vibraciones
similares que la hayan precedido. Y también para poder
hacer esta afirmación me baso en la ciencia biológica más
actual respecto al comportamiento de los seres vivos, una
teoría expuesta por Cheldrake en lo que él define como
“resonancia mórfica”. Este biólogo inglés parte de la
resonancia energética, que se produce cuando un sistema
es impulsado por una fuerza alternativa que coincide con
su frecuencia natural de vibración, ya que cada sistema
responde a una frecuencia determinada. Pues bien, para
Cheldrake, la forma también se transmite por resonancia y
el proceso sería como sigue: en torno a un germen se crea un
campo morfogenético determinado bajo cuya influencia nace
una unidad mórfica de nivel superior: el óvulo se transforma
en embrión, por ejemplo. El efecto resonante de la forma
sobre la forma a través del espacio y el tiempo no implica
una transmisión de energía como en la resonancia energética,
sino una transmisión de forma. Esté fenómeno sólo puede
darse entre sistemas que vibran, con la particularidad de
que la resonancia mórfica depende de matrices de vibración
tridimensional. La resonancia mórfica, más allá de la
energética, no está atenuada por el espacio-tiempo y sólo se

44
Victoria Sendón de León Feminismo holístico

produce desde el pasado: únicamente las unidades mórficas


que han existido previamente pueden ejercer influencia
mórfica en el presente. La influencia mórfica de un sistema
pasado puede “reaparecer” en el momento y en el lugar en
que se produzca una matriz de vibración similar. O bien, un
sistema dado podría estar influenciado por todos los sistemas
anteriores que tuvieran una forma o matriz de vibración
similares. La resonancia mórfica es causativa no sólo de la
forma externa, sino de los comportamientos y aprendizajes
que van aparejados a dicha forma. Determinadas secuencias
dormidas del código genético, así como sinapsis neuronales
del cerebro pueden “despertar” al entrar en resonancia.
Las teorías de Cheldrake han sido rigurosamente
comprobadas en aprendizajes determinados por parte de
animales y de personas. Así, si se enseña a miles de ratas
a sortear un laberinto en Londres y después se someten a
otras ratas de similares características en Japón al mismo
trabajo, estas últimas aprenderán mucho más rápidamente
que las primeras por un efecto de resonancia mórfica. Parece
que lo mismo sucede con los humanos según experimentos
realizados por la ITV de Gran Bretaña. La habilidad creciente
de los niños con los ordenadores también responde a este
fenómeno de la resonancia mórfica.
Crear, como apuntaba, una matriz de vibración que
pueda retroalimentarse de otras vibraciones similares que
la hayan precedido, supone abrirse a toda una corriente
subterránea que, a pesar de todo, subsiste de modos diversos,
en intentos de fuga, en tradiciones creadoras, en cierto
espíritu científico y en la arteria viva por la que circula la
poesía secular.
Los nuevos paradigmas, por muy nuevos que sean,
reciben una savia milenaria de aquello que ha sido reprimido
y que de algún modo retorna y se libera por los cauces de un

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pensamiento aglutinante que lo rescata del olvido. El modelo


que pretendemos persigue construir un puente entre las
leyes de la Naturaleza y el pensamiento propio de un tiempo
nuevo. Intenta provocar una mutación, un salto cualitativo
en el corazón mismo de la razón hasta transformarla en una
energía capaz de interrelacionar empáticamente sujeto y
objeto, naturaleza y cultura, yo y mundo, orden implicado y
explicado.
El paradigma del feminismo holístico quiere superar
esa lógica patriarcal del divorcio, de la separatividad, cuya
finalidad perversa ha consistido en dividir la realidad en dos
ámbitos contrapuestos y regidos por leyes diferentes: el de la
inmanencia y el de la trascendencia. Y no, precisamente, como
producto de la ignorancia, sino como sutil y rebuscada forma
de justificar un modelo jerárquico y jerarquizante, fundador
y fundante. Un modelo para ejercer un poder discriminatorio
y privilegiado cuyos frutos podemos contemplar desde esta
cima histórica que es nuestra época: un tiempo de balances y
de propuestas decisivas.

A la búsqueda del método

“ Méthodos”, como todo el mundo sabe, significa camino y


en este caso un camino hacia el conocimiento que puede
servir en momento dados y puede igualmente ser abandonado
para transitar por otros más pertinentes cuando convenga,
pues como bien ha puesto de relieve Feyerabend, el método
más eficaz para avanzar en el pensamiento es aquel que no se
compromete definitivamente, sino que se transforma según
las conveniencias de esta aventura que supone el conocer. Los
métodos más rígidos imponen una disciplina que nos bloquea
más que abrirnos a la amplitud de todas las percepciones

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Victoria Sendón de León Feminismo holístico

posibles, la rigidez sólo consigue “inhibir las intuiciones que


pudieran llevar a hacer borrosas las fronteras”7.
El método que propongo para el feminismo holístico
no está encaminado a descubrir concepciones abstractas que
nada tienen que ver con la experiencia, sino que parte de un
principio básico: los modelos de comprensión creados por la mente
tienen como finalidad resolver los problemas prácticos, porque lo
verdaderamente importante es avanzar, no adecuarse a la verdad,
ya que la verdad no puede existir en un mundo en transformación y
sometido también al azar.
La necesidad de buscar nuevos esquemas mentales para
una comprensión más amplia, más compleja y fluida obedece
a otro principio fundamental: que la realidad siempre acaba
por imponerse.
En función de estos presupuestos, creo que una
metodología adecuada puede ser la hermenéutica, pero no al
dictado de ninguna escuela en particular ni de concepciones
ortodoxas. Hermenéutica viene de “hermeneia”, que
significa interpretar. Aunque a primera vista no lo parezca,
la hermenéutica es más objetiva que otras metodologías por
el hecho de que se deja seducir por el objeto; lo que sucede
es que no es objetivante, paralizante, ya que la historia
con todo su bagaje constituye una variable definitiva en la
interpretación. La hermenéutica no comienza su investigación
desde un punto cero de ideas claras y distintas, sino desde el
propio horizonte del sujeto, así como su punto de llegada no
descansa en una respuesta definitiva, ya que ser histórico quiere
decir no agotarse nunca de saberse. Por tanto, la comprensión
hermenéutica consiste en no llevar a término directamente
las anticipaciones previas, como hizo Hegel al pensar
hasta el final la dimensión histórica, sino en confrontarlas
metodológicamente con el objeto. Un objeto que en cualquier
caso está del lado del sujeto, ya que ambos existen en devenir,

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en proceso, y porque sujeto y objeto existen en un universo en


expansión atravesado por la flecha del tiempo.
La principal regla hermenéutica consiste en comprender
el todo desde lo individual y lo individual desde el todo, de
modo que se vaya ampliando la unidad de sentido en una
especie de espiral o puzzle. El criterio, pues, para saber que
comprendemos algo es la congruencia de cada detalle con el
todo. Se trata de ir iluminando las condiciones bajo las cuales
se comprende, interpretando lo cercano desde una perspectiva
más amplia. La variable tiempo y la implicación del sujeto
con el objeto, hacen que el conocimiento hermenéutico tenga
una estructura similar a la experiencia, contrastada desde un
pensamiento crítico que interpreta.
Para la adopción de una metodología hermenéutica
tendríamos que comenzar por cambiar ciertos términos que
han tenido unas connotaciones muy claras con la modernidad
y cuyo contenido actual, sin embargo, ha sido vaciado de
sentido si no pervertido.
Si el sujeto es un sujeto epocal, histórico, la hermenéutica
se convierte en un “topos” desde el que el sujeto interpreta
instalado en su horizonte presente, de modo que los
términos estáticos y absolutos son sustituidos por términos
en evolución y relativos. Algunos términos pueden sernos
ilustrativos al respecto. Por ejemplo, CONSECUENCIA,
efecto de la causalidad o conclusión en las leyes de la lógica
formal, supone siempre un término excluyente que desplaza
otras posibles variables. Pues bien, más allá de la consecuencia
restrictiva, la hermenéutica propondría una COHERENCIA
constructiva, abarcadora de varias posibilidades. La
coherencia huye de lo lineal y en su representación circular
interrelaciona cosas dispares, diferencias múltiples, diversos
niveles de existencia y de conocimiento.

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Victoria Sendón de León Feminismo holístico

Para la metafísica de la modernidad, el resultado de la


consecuencia es la VERDAD o adecuación entre el concepto
y la cosa. La verdad se convierte en una estructura en la
que el sujeto esclerotiza al objeto, de modo que la verdad
sólo puede ser sustituida por otra verdad que la desbanque
en una relación de dominio o preeminencia. Este sería el
esquema propio de las religiones fuertemente jerarquizadas.
La metodología hermenéutica cambia el significante verdad
por el de SENTIDO, ya que el sentido permite la circulación
de muchas verdades simultáneas que se van transformando
en verdades más amplias, aunque relativas, no excluyentes
unas de otras. Permite la óptica del tiempo, de la perspectiva,
del proceso.
La hermenéutica también libera al objeto de los usos
interesados de una determinada RAZON y apela a la
EXPERIENCIA, que incluye en el conocimiento elementos
que van más allá de la abstracción y, por tanto, más cercanos
a la realidad.
Y por último, aquello que para lo lógica al uso significa
el FUNDAMENTO, contrastado únicamente por la autoridad
de la razón académica, se amplía en la hermenéutica hasta
un SABER enraizado en diversos saberes, tradiciones y
experiencias que sin duda despejan y enriquecen el horizonte
de la comprensión y hacen posible que la intuición adquiera
un carácter significante, porque un saber nunca es una línea
ascendente de genealogía pura, no es una cadena con eslabones
de semejante categoría lógica: es una red que interrelaciona
saberes de distintas procedencias, un tapiz que se remonta
a orígenes nebulosos y que en el presente seguimos tejiendo
con los mil colores y materiales que en cada época adquieren
una significación clarificadora. La posibilidad de una visión
globalizante se hace más factible a la mirada honesta a la que
nada resulta despreciable.

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La postura hermenéutica es ajena a la dialéctica


hegeliana cuando afirma que “a cada momento abstracto de
la ciencia corresponde, en general, una figura del espíritu que
se manifiesta”. ¿No será, más bien, que a cada momento del
saber una faceta de la naturaleza se hace presente? Porque la
Naturaleza no la consideramos como “una alienación original
del espíritu”. Esta inversión tan propia del patriarcado pone
de manifiesto que la construcción fantasmal del espíritu
proviene del desprecio por esa Naturaleza.
Hasta aquí el intento por desbrozar el camino para
adentrarnos en lo que propiamente entiendo por FEMINISMO
HOLISTICO. Lo expuesto hasta el momento pretende crear,
no solamente el marco teórico de referencia, sino la propuesta
de una nueva lógica más acorde con esta realidad nuestra,
más fractal que euclidiana, más cercana a la realidad que a la
abstracción sin vida de una metafísica caduca.

NOTAS

1 Gleick, J., Caos. Ed. Seix Barral, Barcelona, 1988.


2 Lonzi, C., Escupamos sobre Hegel. La Pléyade. Bs. As., 1975.
3 Wilber, K., Los tres ojos del conocimiento. Ed. Kairós. Barcelona, 1991.
4 Finkielkraut, A., La derrota del pensamiento. Anagrama, Barcelona, 1988.
5 Bohm, D., La totalidad y el orden implicado. Kairós, Barcelona, 1987.
6 Bohm, D., Ibid.
7 Feyerabend, P., Contra el método. Tecnos. Madrid, 1986.

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Victoria Sendón de León Feminismo holístico

Un mandala en la pared

Una pared desnuda y un mandala. La decoración


que ilustra nuestro espacio. Un mandala expresa
lo total y los múltiples colores que lo forman
reproducen cada uno la imagen que conforman.
Todo es TODO en el mandala.
Mandala es un todo sin un centro visible,
que se adentra en el alma en la mirada, que
transforma lo contemplado en contemplación,
lo pensado en pensamiento, la totalidad en un
vacío lleno que se esfuma y retorna, y retorna y se
esfuma, y se resuelve, al fin, en la visión holística
que entraña.

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Victoria Sendón de León Feminismo holístico

Holos
Hacia un feminismo-otro

“La mujer no se halla en una relación dialéctica con el


mundo masculino. Las exigencias que viene clarificando no
implican una antitesis, sino un moverse en otro plano. Este
es el punto en el que más costará que seamos comprendidas,
pero es esencial no dejar de insistir en él”.
(Carla LONZI: Escupamos sobre Hegel)

L
a necesidad de cambiar la lógica patriarcal para no
repetir un esquema colonizado de emancipación, nos
ha impulsado a optar por un feminismo holístico que
interrelacione de un modo global lo que ha sido polarizado.
Precisamente el feminismo, pretendiendo ser un movimiento
liberador, ha caído víctima de la fragmentación patriarcal,
limitando sus propuestas e inquietudes a cuestiones
específicas de las mujeres, lo que le ha dificultado la entrada
a un juego más universal de poderes, a la palestra política
en definitiva. De este modo, sus propuestas han pasado a
los programas de cualquier partido político por el interés de

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hacerse con los votos de la población femenina; los poderes


públicos han institucionalizado ciertos servicios dirigidos
al colectivo de mujeres y recogido en la legislación algunas
igualdades formales.
Pues bien, creo que resulta insuficiente limitar el
campo político del feminismo al tema “mujer”, porque
este movimiento puede tener entidad suficiente como para
construir un modelo de mundo que abarque desde la sanidad
a la industria, de la economía a las obras públicas o de la
cultura al ámbito militar.
También en el quehacer teórico sería preciso ampliar el
campo de nuestra reflexión. Ha sido definitivo el esfuerzo de
las mujeres que, desde el mundo académico, han recuperado
las aportaciones, escandalosamente ignoradas, de otras
mujeres a la creación, al pensamiento, a la política o a la
ciencia. Definitivo y perturbador ver surgir de la sombra
a tantas figuras señeras y fascinantes de mujeres olvidadas,
perseguidas o suplantadas por el vampirismo masculino.
De igual modo resultan insustituibles las investigaciones
en las que se ha introducido la variable del género, que ha
trastocado los parámetros mismos de diversas disciplinas.
En este campo de lo teórico lo que pretende aportar
el feminismo holístico es un cambio en el objeto material
por parte de las investigaciones feministas. Ya no podemos
reducirnos al tratamiento del género o al rescate de mujeres
olvidadas, porque nuestro campo de visión ha de abrirse al
horizonte de la totalidad. Es el mundo lo que nos interesa,
es el mundo lo que queremos cambiar, no sólo la vida. En
muchos casos, el feminismo ha transformado el sentido de
la vida de las mujeres, pero más allá de la privacidad todo
nos sigue siendo ajeno, nada nos pertenece: ni los símbolos,
ni su poder, ni sus representaciones ni siquiera nuestros
hijos. La supuesta paridad está a expensas de lo que ellos

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Victoria Sendón de León Feminismo holístico

decidan o nosotras podamos conquistar, pero sucede que


nuestro imaginario y nuestro deseo no suele satisfacerse con
ese universo que el patriarcado ha construido a su imagen y
semejanza. Seguimos existiendo de un modo vicario.
Por estos motivos fundamentales, el feminismo holístico
propone ampliar la lucha reivindicativa a la tarea política, así
como elevar su horizonte teórico y creativo a la categoría de
universal.

Un extraño holograma

“ Hólos” significa entero en griego, aquello que no puede


ser fragmentado, pues su sentido global se muestra, de
nuevo, en cada una de sus partes. Así, la holografía es un
método fotográfico sin lente en donde el campo de onda de
luz esparcido por un objeto se recoge en una placa como un
matriz confusa de interferencias. Cuando el registro fotográfico,
holograma, se coloca en un haz de luz coherente -como el
láser, por ejemplo- se genera una matriz de onda original.
Aparece entonces una imagen nítida tridimensional. Si
tratamos de ampliar o reproducir un detalle del holograma
no será posible, porque cada trozos del holograma reconstruirá
toda la imagen original. No podemos ampliar la cabeza del
caballo: en ella encontraremos de nuevo la imagen entera del
caballo original. Es algo así como el código genético, que se
reproduce completo en cada una de las células.
Pues bien, el feminismo holístico ha intentado proyectar
una luz coherente sobre la confusa matriz de nuestro mundo
actual y del mundo que nos ha procedido históricamente,
comprobando que en todos los hologramas subyace la misma
imagen. Una imagen que da sentido a cada fragmento. No
es una causa incausada ni un motor inmóvil, no es la razón

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primera ni la fundamentación de un gran prensamiento


creador. Todo es delirio. Es una gran metáfora a la que
llamaron Dios: un tótem lógico.
La técnica del holograma es la más adecuada al
pensamiento holístico, ya que interrelaciona los diversos
aspectos de lo existente concebidos como una pluralidad
de diferencias con sentido. Trata de descifrar la armonía, el
orden y el significado del Caos aparente en forma de matriz
de interferencias difusa, pero no como un modelo que
preexiste a la realidad, sino que niega el primado del original
sobre la copia, el modelo sobre la imagen, porque son la
copia y la imagen las que van conformando ese original,
ese modelo: los hombres siempre hicieron a los dioses a su
imagen y semejanza. No es, pues un pensamiento metafísico
que trate de conceptualizar “esencias” que siempre han sido
y serán. Es más bien un holopensamiento que recompone la
estructura tridimensional y cambiante de lo real, iluminando
la aparente confusión y complejidad que nos muestra la
realidad. El pensamiento holístico es un modo de pensar
arqueológico que utiliza una metodología hermeneútica. Es
decir, que busca el sentido real de las huellas que va dejando
la realidad, así como el camino de vuelta en el que lo real
se multiplica de infinitos modos en la realidad. Se trata de
una búsqueda abierta cuyos posibles sentidos irán siendo
interpretados en el discurrir de esa dimensión llamada
tiempo.
Lo real es similar al código genético que se reproduce
en cada una de las células de este organismo complejo que
es nuestro mundo y que constituye la realidad. Pero no
hemos de entender esto como algo estático, sino a partir
de un holomovimiento por el que ambas partes (lo real y la
realidad) se van acoplando y adaptando a cada momento
histórico.

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Victoria Sendón de León Feminismo holístico

El feminismo holístico hizo una foto sin lente a “la


realidad” y vio que su aparente dispersión y fragmentación
constituía, sin embargo, una matriz de interferencias y de
interrelaciones. Al iluminar esa placa con luz coherente, pudo
entonces contemplar la nítida imagen original que subyace a
esa confusión: la lógica patriarcal, el corazón mismo de “lo
real”.
Es la interpretación de los acontecimientos lo que nos
puede poner en la pista de cómo fue conformándose un
paradigma que se reproduce de modo obsesivo, por lo que
resultan inexcusables algunas referencias históricas.

El lenguaje cifrado de “lo real”

H ace unos 5.000 años que el paradigma de nuestra


civilización cambió violentamente. El tiempo de las
Madres se había consumado. Su ley era la de la Moira y el
sentido de la vida se superponía continuamente a la vida, no
contra ella ni más allá de ella. Su lógica era inminente y su
estructura simbólica trasunto de la naturaleza: la dualidad
como pluralidad diferenciada. En la mujer-madre cohabitan
otros seres diferentes a ella misma y gesta indistintamente
lo masculino y lo femenino en una co-existencia ajena a la
exclusión. Todo responde a la lógica holística de la vida. No
habían nacido los “contrarios” ni los “simétricos”, todo era
pura diferencia, engrendrando un modelo de civilización
altamente refinado y rico, propio de los momentos históricos
en los que todo coadyuva a la vida.
El milagro del Neolítico eclosionó por toda la cuenca
mediterránea bajo el imperio de las Madres. Tal vez lo mejor
de nuestra civilización hunda sus raíces en aquella tierra
ignota que los mitos recuerdan como Edad de Oro o Paraíso

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perdido. Sin embargo, no pudo sobrevivir a las migraciones


de los nómadas cazadores que, desde estepas y desiertos
olvidados, galopaban junto a sus dioses cornudos. Dorios,
indoasiáticos o semitas sólo conocían un modo de existencia:
la caza y la guerra itinerantes.
Sus dioses eran variaciones sobre el mismo tema,
pero tal vez el más emblemático sea Yahvéh Séboat, señor
de los ejércitos, que entra -cómo no- en antagonismo con la
Diosa. Pretende apropiarse de la capacidad de engendrar,
de socializar, de crear un linaje al modo de las Madres, pero
en él no habita la dualidad creadora inmanente. Habrá que
construir, pues, toda una civilización trascendente a fin de
inventar la figura del Padre que pasa, lógicamente, por la
apropiación de las mujeres y sus hijos. Nace la familia y se
consuma el matricidio. La “madre” pasa a ser un personaje
subsidiario, una “mamá patriarcal”. Y aunque, de algún
modo perverso, la imagen familiar sigue resultando idílica,
etimológicamente significa “conjunto de esclavos o siervos
que viven bajo el mismo techo a las órdenes de un jefe”.
En fin, como Yahvéh no puede engendrar al igual que
las fértiles diosas del Neolítico, decide crear desde la nada.
Una prueba, por cierto, no de su omnipotencia, sino de su
impotencia: la impotencia de gestar; de ahí que el concepto de
naturaleza esté totalmente ausente en el Antiguo Testamento.
En este doloroso tránsito se va conformando un profundo
cambio simbólico por el que la dualidad generativa e inmanente
del mundo de las Madres se transforma -no por superación
dialéctica, sino por impotencia- en un dualismo binario en el
orden de lo trascendente. Al dos-plural matriarcalista se opone
una relación excluyente de uno-cero: el modelo matemático,
el totem lógico de todo patriarcado que se precie. El Uno sólo
puede ser tal por oposición violenta a otro-uno que, una vez
vencido, pasa a ser un cero.

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Victoria Sendón de León Feminismo holístico

El modelo patriarcal es siempre binario, excluyendo,


combativo, proselitista. El grito de guerra: “Yo soy El que
soy”. La gran metáfora del patriarcado se ha impuesto, lo más
auténticamente real de todo nuestro puzzle. La realidad es
cada una de sus piezas metonímicas, reproducción universal
de la matriz originaria.
Los héroes, hijos de los dioses, imponen su lógica
en la tierra de los mortales. Desde el Hércules de Nemea
al Sylvester Stallone de “Demolition man”. Nada es
significante en nuestra civilización si Uno no vence, desde la
confrontación política al fútbol pasando por la guerra; desde
el logro amoroso (conquista) al coche más potente; desde los
porcentajes de audiencia al número de votos. Todo lo que
no pasa por la confrontación, por el esquema del dualismo
binario, son florituras insignificantes.
La imagen holográfica que nos devuelve la placa después
de iluminar coherentemente la matriz de interferencias (la
realidad) es la de un dios, un patriarca, una lógica (lo real). La
lógica justifica al dios y al patriarca, que a su vez construye
esa lógica cómplice de sus privilegios: una lógica interesada
que se convierte en un tótem poderoso e intocable. La lógica
dualista binaria esconde y manifiesta el lenguaje cifrado de lo
real.

Las troyanas

L as invasiones patriarcales van cambiando el orden


simbólico, la cosmovisión y los modos de utilizar la
razón. Por supuesto que no de modo alevoso y premeditado,
sino por la fuerza misma de las cosas. Es la realidad la que
va conformando lo real, que una vez entronizado actúa como
modelo y se multiplica en todos los ámbitos.

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El enfrentamiento violento entre un mundo y otro, así


como la transformación paulatina que lo acompaña suelen
estar envueltos en densos nubarrones que conocemos como
“siglos oscuros” en las diversas culturas. Siglos que no
consiguieron borrar la memoria del horror, transformada
una y mil veces en la repetitiva escena de “los orígenes”.
El primer libro de Occidente narra, según lo previsto, la
historia de una destrucción: la de Troya (Ilión). Al final de
esta guerra arquetípica, el botin de los vencedores es el
siguiente: Casandra fue entregada a Agamenón, Andrómaca
a Neoptólemo, para Aquiles fue Polixena, Menelao se llevó
a Helena y la anciana reina Hécuba cae en manos de Odiseo
como esclava. Nada más ilustrativo como prólogo de nuestra
“alegre” historia con los patriarcas.
Los historiadores coinciden en situar la tragedia griega
en ese período de transición entre la antigua religión y otra más
estatal y judicial que le sucederá. Esta cambio estructural debió
de forcejear largo tiempo con el sentido de la existencia como
para dar origen a tanta profusión de arquetipos, personajes
y situaciones. Sin embargo, en medio de tanta complejidad,
Girard ve en la obra trágica un elemento que lo vincula
todo: la oposición de personajes simétricos, de modo que la
aparición del “tercero” no introduce novedad alguna, pues
lo esencial del debate trágico es siempre el enfrentamiento de
sólo dos personajes a la vez. Digamos que estos dos personajes
escenifican el dualismo binario patriarcal, cuestión que Girard
no se plantea, pero sí señala que la crisis sacrificial que impone
el nuevo orden es una crisis de diferencias, ya que lo que
consigue la violencia es borrar toda diferencia, es borrar un
orden cultural en su conjunto. En la cadena continuada de
violencias que constituye el patriarcado, los antagonistas
son siempre “idénticos” en el fondo porque su lucha en sí
es una lucha contra la diferencia: “Cuando las diferencias

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Victoria Sendón de León Feminismo holístico

surgen, aparecen casi necesariamente como la causa de las


rivalidades a las que proporcionan un pretexto (...) El orden,
la paz y la fecundidad reposan en unas diferencias culturales.
No son las diferencias sino su pérdida lo que provoca la insana
rivalidad”.(1) El esquema dualista binario está condenado, por
su mismo modelo fundacional, a destruir violentamente las
diferencias y reducirlas a “lo mismo” representado por un jefe,
un héroe, un vencedor único en la confrontación.
En la tragedia de Edipo se representa de modo
arquetípico la cadena de violencias que se origina en la
Necesidad de anular al “otro”, a ese diferente percibido
siempre como rival: “Layo, inspirado por el oráculo, aparta a
Edipo violentamente, temeroso de que ese hijo ocupe su lugar
en el trono de Tebas y en la cama de Yocasta... Edipo, inspirado
por el oráculo, aparta a Layo, y después violentamente a la
esfinge, y ocupa su lugar... Edipo, inspirado por el oráculo,
medita la muerte de un hombre que tal vez piensa en ocupar
su lugar... Edipo, Creonte, Tiresias, inspirador por el oráculo
intentan eliminarse recíprocamente...”(2)
El oráculo, como trasunto de la voluntad de los dioses,
sacraliza la violencia y la justifica. No hay más que elevar al
orden trascendente entelequias como patria, honra, enemigo,
extranjero... en fin, para que cualquier tipo de violencia pueda
desatarse casi impunemente.
El esquema original se va adaptando, a lo largo de la
historia, a las nuevas circunstancias y saberes, a los nuevos
dioses, pero sin que suponga auténtica novedad. Sospecho
que ni siquiera la dialéctica supone una auténtica superación
de aquel modelo originario, sino que Hegel cree descubrir un
movimiento dialéctico en un mecanismo que no es más que
repetición de una violencia fundacional que para perpetuarse
requiere tres elementos tomados de dos en dos: el vencedor,
el vencido y el vengador.

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En Hegel, el sujeto-amo, el sujeto-Uno, el sujeto-


absoluto debe mostrarse como tal en el límite de la muerte,
de la superación de un “otro”, pues ese sujeto es en realidad
la metonimia de la gran metáfora del dios-masculino como
representación pura de la Idea, o sea de la lógica binaria
patriarcal: “Cada uno debe conocer necesariamente si el otro
es una conciencia absoluta; debe ponerse necesariamente en
sus enfrentamientos con el otro en una relación tal que eso
salga a la luz; debe ofenderlo. Y cada cual puede saber si el
otro es totalidad sólo obligándole a asomarse hacia la muerte;
y, del mismo modo, cada uno se muestra a sí mismo como
totalidad sólo asomándose a la muerte.”(3)
Digamos que la lógica patriarcal en su manifestación
más elaborada se sigue mostrando como lo que es: una
violencia sublimada, pensada, justificada. Una lógica que,
para existir, no puede prescindir de la muerte; una lógica que,
desgraciadamente, no es sólo literatura, sino que hoy mismo
podemos comprobar que el modelo goza de buena salud en la
guerra de la ex Yugoslavia, en la de Ruanda y en otras muchas.
Los contrarios se hacen simétricos, llegan a representar “lo
mismo”, y su deseo es aniquilar las diferencias (étnicas,
religiosas, etc.) con el triunfo de Uno. El botín de mujeres,
de esas eternas “triyanas”, ha protagonizado una orgía de
violaciones sin nombre. Los vengadores están asegurados en
el odio de esos niños que no podrán olvidar la masacre.
Lo incomprensible es cómo un mundo aparentemente
civilizado puede convivir con semejantes conductas
ancestrales, con semejantes odios atávicos que en cualquier
momento pueden desatarse y, de algún modo, justificarse.
Esto confirma la tesis central de este trabajo: que no podemos
comprender la realidad sin desvelar lo real, que no podremos
cambiarla sin destruir la estructura profunda que la sustenta.

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Victoria Sendón de León Feminismo holístico

Metafora y metonimia

L a metáfora, en su sentido más simple, constituye una


analogía, una comparación, pero si hablamos de una
realidad compleja como es la sociedad, la cultura o toda una
civilización deja de ser simple para adentrarse por vericuetos
realmente intrincados. Retomando todo lo anterior, lo que
trato de plantear es cómo el patriarcado ha construido su
propia metáfora o contenido (significante/ significado) de lo
real.
Según Foss, cuando la metáfora es creativa introduce
nuevos significados de cara a la comprensión, pero sin omitir
ninguno de ellos. Se trata de una transposición de significante
a significante en una correlación diáfana. Pero cuando la
metáfora tiene algo que ocultar o reprimir, recorre laberintos
de sombra en los que se pierde el significado original.
Lévi-Strauss utiliza el término como sinónimo de
paradigma: “La metáfora (paradigma, sistema) se contrapone
a, y complementa con, la metonimia. La metáfora es en este
sentido un sistema según el cual se organizan loshechos
sociales y los culturales y la forma comodeterminadas
entidades ocupan una posición social”. Por tanto, la cuestión
sería por qué determinados contenidos se han ocultado tras
la metáfora y han conseguido organizar todo un sistema
social y cultural en torno a ellos. Buceando en el contenido
profundo de los significantes-metáfora podemos acercarnos
al significado que ocultan.
Lacan dice que lo oculto reprimido se transpone o
transfiere y emerge en lo consciente bajo una máscara, siendo
los dos operadores de esta transposición el desplazamiento
(metonimia) y la condensación (metáfora). ¿Bajo que figura,
pues, se presenta esa máscara capaz de organizar todo un
mundo en torno a su significante?

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Sin duda que se trata de una máscara que nos remite


a un contenido suprehumano, inefable, todopoderoso, algo
en lo que debemos creer porque, desde luego, no puede
ser visto. Es que si pudiera verse... !qué gran ridiculo¡
Auténticas nimiedades se transforman en terribles poderes
cuando se ocultan tras máscara. El origen de las religiones
positivas no suelen ser más que una puesta en escena con
rayos y truenos, voces de ultratumba, animales deificados
y unos cuantos sacerdotes metidos a tramoyistas detrás del
tinglado. Y -eso sí- miedo, muchas dosis de miedo destinadas
a los “creyentes”, ríos de sangre que confirmen la potencia
del dios, un dios celoso y voraz que gusta de sacrificios
cruentos. Esas estupideces originales, al correr del tiempo,
van adquiriendo una complejidad extraordinaria paralela
a su poder. También con el tiempo, las creencias religiosas
conforman toda una cosmovisión de la que no se escapan
los no-creyentes, ni siquiera en una posible sociedad laica,
porque llegan a construir una especie de “vaciado” que
puede ser rellenado con diversos contenidos, pero con
idéntica estructura. Es también lo que dice Lacan respecto a
que “la existencia de ciertos significantes-clave colocados en
posición metaforizante tienen la propiedad de orden todo el
sistema del lenguaje humano”.(4)
Pues bien, la gran metáfora que ha construido el
patriarcado ha sido la de su dios-padre. Es un significante-
clave creador de todo lo demás, es decir, se trata de un orden
masculino, jerárquico, trascendente y monopolizador del
poder; pero como todo ello constituye una gran impostura, ha
de ocultarse tras la máscara de lo inefable, de lo divino, de lo
eterno, de la ley suprema. En realidad, el significado oculto es
que el varón tuvo que inventar un nuevo orden para suplantar
el poder de las Madres. La fuerza física no bastaba para
imponer el nuevo modelo, ya que la fuerza biológica de poder

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transmitir la vida era muy superior, por eso ellos tuvieron que
investir al progenitor de una representación divina que lo
convirtiera en Padre metonimia, como veremos, de su Dios.
El sueño, siguiendo a Lacan, es la metáfora del deseo.
Como ese deseo, por alguna circunstancia represora, no
se manifiesta directamente, aparece bajo otro significante
que es su metáfora. Así, los deseos de poder masculino se
hicieron metáfora y soñaron los mitos, esos relatos épicos
de los orígenes. Y con los mitos, los significantes que los
representaban en forma de símbolos.
Todo este nuevo orden mantiene su estructura compleja
con un modo de pensar que lo justifica y hace coherente: su
lógica dualista binaria. Pues bien, ese complejo entramado de
deseo, ocultamiento en la metáfora, mitos, símbolos y lógica
es lo que constituye lo que hemos llamado lo real.
Soy consciente de que este planteamiento puede
parecer demasiado abstracto en relación a los problemas
que nos preocupan, en relación al mundo que habitamos
cotidianamente, sin embargo, es lo más auténticamente real
de lo que podemos hablar en cuanto constituye aquello que
determina la realidad, al igual que el lenguaje cifrado de las
células es la pauta por la que se rige la naturaleza viva en sus
diversas formas. ¿Quién podría poner en cuestión la relación
determinante entre nuestro código genético y nuestro propio
cuerpo? No alcanzamos a ver ese alfabeto secreto que se
combina de infinitos modos y, no obstante, está ahí como lo
más constitutivamente presente.
Con esta analogía simple podemos comprender la
relación existente entre lo real, que no distinguimos a simple
visa, y la realidad que vivimos cada día, que nos vive, a veces,
a nuestro pesar.
La cuestión entonces es cómo lo real va determinando
la real y cómo ésta modificada a su vez lo real. Para ello

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tendremos que entrar en el ámbito de lo metonímico, que


complementa la función de la metáfora.
Pues bien, si la metáfora implica condensación de
significados en un significante, la metonimia se origina por
desplazamiento, en una serie de mediaciones, en conexión
de sentido, a través de una cadena de significantes, y es
precisamente la mediación la que provoca que se vaya
perdiendo el significado.
Desde el punto de vista de la lingüística, la metonimia
es una figura retórica por la cual una palabra se pone en lugar
de otra de la cual da a entender la significación. Los casos
más comunes de metonimia son: tomar la causa por el efecto,
el continente por el contenido, el nombre del lugar donde se
fabrica el producto en sustitución del mismo, el signo por
la cosa, lo abstracto por lo concreto, el antecedente por el
consecuente, el uso en lugar de la cosa o la parte por el todo. Si
la metonimia es diáfana, al igual que sucede con la metáfora,
la significación aparece evidente, pero si la metonimia se
origina por el desplazamiento de una metáfora que ya de
por sí es oscura y compleja, el significado se resiste a ser
desvelado. En este sentido la metonimia sería equivalente a
esa matriz difusa de interferencias que aparece en la fotografía
sin lente del holograma.
Conclusión: Si la metáfora conforma lo real, la metonimia
equivale a la realidad. Es decir, la metáfora del patriarcado como
dios-padre se va multiplicando en diversas representaciones
a través de la metonimia: en la familia, en el estado, en la
educación, en la lengua, en el arte, en la arquitectura, en el
trabajo, en el sistema económico, en el progreso, en la ciencia,
en la política, en el modelo de desarrollo, en el cuerpo, en la
moda, en la sexualidad...
La metáfora, salvo en sistemas teocráticos, no se
presenta directamente, pero impregna, escondiéndose en

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la metonimia, todos los fragmentos de la realidad. Cuando


esa realidad cambie muy profundamente puede ir afectando
a la metáfora, pero normalmente los cambios suelen
ser superficiales aunque aparezcan con el ropaje de las
grandes revoluciones. Si los cambios no afectan a la lógica
patriarcal... todos seguirá casi igual y las aguas volverán a
sus cauces. Es como una enfermedad de origen genético. La
podemos tratar, sí, pero de no curarse en el gen mismo que
la origina, esa enfermedad será transmitida en cadena a los
descendientes. El patriarcado se retroalimenta de sí mismo.
Es precisamente la interdependencia existente entre lo
real y la realidad lo que el feminismo holístico quiere poner
de manifiesto. Intentando iluminar con una luz coherente
la matriz confusa de interferencias de la realidad, vamos
descubriendo esa imagen nítida y tridimensional que se
reproduce íntegra en cada fragmento: el dios-padre que da
sentido a todo el holograma de la civilización patriarcal.
El feminismo holístico, como pensamiento crítico
frente al patriarcado, trasciende necesariamente el umbral
de lo reivindicativo para convertirse en una cosmovisión con
proyección política propia. Pero una cosmovisión que rompe
con el reduccionista dualismo binario y lo sustituye por una
lógica holística no excluyente de ninguna de las diferencias que
conforman la vida, la cultura y el sentido mismo de la existencia.

Un mecanismo perverso

E l desconocimiento de las complejas relaciones entre


lo real y la realidad, entre la metáfora patriarcal y
sus metonimias hace, como vimos anteriormente, que los
movimientos emancipatorios estén condenados a perder
su sentido original, después incluso de conseguir ciertos

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objetivos reales de cambio, un cambio que termina por


convertirse en la novedad necesaria para que “lo mismo”
se reproduzca neuróticamente. Se trata de un mecanismo
perverso que consigue ocultar el “sentido” en una relación
sustitutiva de significantes que tienen entre sí un vínculo de
similitud. La gran metáfora se oculta detrás de las analogías,
de modo que el tótem lógico logra sobrevivir intacto en el
“sancta sanctorum” del modelo originario.
El movimiento emancipatorio feminista es, sin duda, el
más vivo de los movimientos, el más evolucionado y el que
ha producido, en su variedad de posiciones, un sorprendente
“corpus” teórico. La denuncia de la misoginia en el pensamiento
patriarcal, la denuncia de la ausencia de las mujeres en el devenir
histórico por cuestión de género y de su discriminación en lo
económico-político, así como la afirmación de una diferencia
liberadora han mantenido el pulso original. Sin embargo, el
mecanismo de la lógica binaria consigue que los planteamientos
teóricos sean transformados en una peligrosa reproducción de
las pautas más profundas que guían el patriarcado. Las reglas
del juego permanecen inalterables.
Como venimos insistiendo, la compulsiva necesidad
de transformar lo igual en lo idéntico representado en el Uno
significante, asigna a las diferencias funciones no-significantes,
diferencias que pasan a ser desigualdades “necesarias” en
un esquema que se multiplica hasta el infinito en cualquier
pareja de “contrarios”. La lógica patriarcal reduce la igualdad
a la demolición violenta de las diferencias y la diferencia a un
sin fin de desigualdades fundamentadas en el sexo, la raza, la
etnia, la cultura, la religión, la clase o la edad.
Este es el esquema que funciona desde aquellos orígenes
y que, extrañamente, escapa a cualquier interpretación que
desvele esta lógica, por eso, también Freud, se equivocó de
triángulo en la interpretación de su tragedia favorita. Lo digo

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sin pretensiones, aunque sin renunciar por ello a la fundada


sospecha de que los engranajes se acoplan de otro modo.
Hay un triángulo, sí. Y existe una artera intuición al
elegir al “Edipo” de Sófocles como arquetipo de relaciones. Sin
embargo, el hecho de que aparezcan como figuras centrales un
padre (Layo), un hijo (Edipo) y una madre (Yocasta) no supone
más que una puesta en escena circunstancial. Pero el nudo de
la tragedia no es familiar, sólo que la familia le sirve a Sófocles
como trasfondo para representar el parricidio y el incesto,
que constituye el hilo argumental. El hecho de que hayan de
desarrollarse en ese contexto no implica el deseo de la madre
–que no existe en el triángulo clásico- ni siquiera el deseo de
la madre, así como tampoco la rivalidad que, supuestamente
a causa de ella, se establece entre padre e hijo. Podemos
olvidarnos tranquilamente de “la madre”, que en este caso
se suicida y no ocurre nada: no se la vuelve a mencionar,
en contraste con lo que sucede con el difunto Layo que está
continuamente presente aún después de muerto. Yocasta es
el único personaje que no es protagonista ni antagonista, pues
no pertenece al nudo de la tragedia, que nos relata siempre las
contradicciones de unos enloquecidos personajes impulsados
por los deseos de violencia y venganza de los dioses.
Hay un triángulo, sí, pero es otro: Layo, Edipo y
Creonte.

Los oráculos

L a locura siempre tiene su lógica en otro lugar. En este


caso, la locura patriarcal que se vierte en toda tragedia es
perfectamente lógica sólo en la dimensión de lo trascendente. Es
en ese plano donde mantiene su coherencia, ya que reproduce
metonímicamente la gran metáfora que constituye lo real.

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Los oráculos que marcan la pauta del Edipo, amén


de situar el desarrollo de la acción en el plano de la
trascendencia, nos revelan meridianamente el esquema,
porque los dioses trágicos refuerzan la voluntad de violencia
que da continuidad al patriarcado.
Veamos: el primer oráculo de la obra clama así: “Layo, hijo
de Lábdaco, suplicas una próspera descendencia de hijos. Te daré
el hijo que deseas. Pero está decretado que dejes la vida a manos
de tu hijo. Así lo consintió Zeus Crónida...” El está decretado, que
siempre hemos considerado como el poder del “fatum” o destino,
encierra un significado de enfermedad crónica, de “pecado
original” inherente al dualismo binario y excluyente de la lógica
patriarcal. Se trata de un modelo de confrontación entre un uno y
otro-uno en el que alguno de ellos ha de quedar vencedor: ese es
el decreto. Los dioses han apostado por Edipo, ya que es él quien
puede continuar la cadena de violencias hasta ser vencido por el
tercer elemento del triángulo: el vengador del vencido.
El segundo oráculo lo trae Creonte desde el lugar en
que Apolo se manifiesta, pidiendo venganza por la muerte
de Layo: “El murió y ahora nos prescribe claramente que
tomemos venganza de los culpables con violencia”. A esa
muerte violenta de Layo se debe el que la ciudad de Tebas
sufra una terrible epidemia, por lo que Edipo, sin saber aún
que es él la causa, jura venganza del muerto, de la ciudad y
del dios “de manera que veréis también en mí, con razón, un
aliado para vengar a esta tierra al mismo tiempo que al dios”.
Por último, el adivino de la ciudad, Tiresias el ciego, el
representante privilegiado de la comunicación con lo divino,
muestra la clave definitiva del mensaje del más allá: “Tú eres
el azote impuro de esta tierra”, dice señalando a Edipo.
Al final, es Creonte, hermano de Yocasta, el encargado
de desterrar al propio Edipo, ejerciendo de vengador de Layo.
La muerte de Yocasta, contrariamente, no estaba prevista por

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ningún oráculo, es un acto personal y libre en el orden de la


inmanencia. Creonte, pues, condena a Edipo al destierro sin
la compañía de sus hijas Ismene y Antígona por más suplicas
dirigidas al nuevo tirano: “No quieras vencer en todo, cuando
incluso aquello en que triunfaste, no te ha aprovechado en la
vida”. El poder de la ciudad queda así en manos del último
vencedor: Creonte. El triángulo se ha cerrado. Layo, Edipo y
Creonte, siguiendo los designios de los dioses, reproducen una
vez más la cadena de violencias necesarias en la lógica binaria.
Sólo un vencedor, que de nuevo tendrá que ser vencido.
El Uno inicial era Layo, que intentó matar a su propio
hijo, entregado por Yocasta a un pastor para mantenerlo
con vida lejos de Tebas. Edipo; pues, pasa a ser un Cero, un
excluido. Pero Edipo, cuando llegue el momento decretado
por los dioses, matará a su padre ignorando su identidad: “El
conductor y el mismo anciano me arrojaron violentamente
fuera del camino (...) pero yo, movido por la cólera, maté a
todos”. La violencia y la cólera presiden el ascenso de Edipo
a la categoría de vencedor, de Uno. Ahora es Layo el Cero
confinado al reino de los muertos. Pero Layo, a su vez, ha
de ser vengado por Creonte en la persona de Edipo, que
cumple la misión de “chivo expiatorio”, liberando a la ciudad
de la peste. Pasa a ser, en el juego binario, el Cero de turno,
quedando como vencedor Creonte, el Uno que representa la
victoria del dios, el triunfo del modelo. El “fatum” evoca más
un pacto que un destino.

El pacto de los patriarcas

H ablar del pacto de los patriarcas es hablar del pacto


de los pastores nómadas, de aquellos pueblos de
galope largo, de horizonte abierto, de piel curtida, de feroz

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mirada y brazo combativo. Es hablar de soledad profunda


y desarraigos seculares, de frugalidad compartida y vigilia
bajo las estrellas. Es hablar de fiebre Y espejismos, de dioses
uránicos que braman con el trueno, que arden sin quemarse
en las zarzas del desierto.
No es difícil imaginar que en esa experiencia terrible
y mantenida, la vida no alcanzara a ser otra cosa que un
combate contra la muerte. Un descuido podía ser fatal,
una sombra un enemigo, el zarpazo final un crujir de hojas
secas. En este enfrentamiento brutal y continuado con una
naturaleza tan hostil no es extraño que fuera configurándose
una lógica de supervivencia: tú o yo, nosotros o vosotros,
muerte o vida. Y con toda esa tradición a cuestas, bajaron de
sus montañas, vislumbraron, desde lo alto de los farallones
que les separaban de la civilización, las ricas ciudades
neolíticas, olfatearon en el aire los perfumes, los guisos, el
humo de los lares, el olor a mujer. Entraron a saco porque,
instalados durante tanto tiempo en la desolación, lo querían
todo... Pasarían muchas lunas hasta que la fuerza de las cosas
les fuera domando.
Domesticadas, intercambiadas y colonizadas, las
mujeres y sus hijos pasaron a formar parte de la nueva
jerárquica familia patriarcal. Tal vez por entonces, los nuevos
jefes ya instalados, hicieron su gran pacto, temerosos de
perder la fuerza tribal originaria con la que habían conseguido
el poder, las mujeres, el hogar, dar nombre a una estirpe y la
paz de una vida doméstica. La violencia les abrió las puertas
de la felicidad. Era necesario seguir manteniendo a toda costa
ese instrumento sagrado, esa lógica binaria excluyente. Y
es necesario, ahora, comprender ese momento fundacional
desde el que la violencia se perpetúa como un elemento
clave en la nueva civilización. Aquellos rudos guerreros de
las montañas tenían que afianzar lo conquistado porque en

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el fondo de sus corazones sabían que “el espíritu del valle no


muere jamás: es lo Eterno Femenino”, como dice el Tao. Y, tal
vez, algún día el espíritu del valle volvería a imponer su ley.
Como bien ha demostrado René Girard, la violencia
destructora de todos contra todos debía ser canalizada en
una violencia unánime contra un “chivo expiatorio” que
encarnara, cada vez, todos los males. No había que destruir
la violencia originaria, sino encauzarla y sacralizarla. Es la
violencia sagrada de los dioses patriarcales: “Al destruir
la víctima propiciatoria, los hombres imaginarán librarse
de su mal y se librarán en efecto de él, pues no volverá (de
momento) a haber entre ellos una violencia fascinante”. Y
son precisamente los oráculos divinos los que instigan a la
violencia, pero pautando el camino. Edipo será ese chivo
expiatorio que finalmente, con su expulsión, traerá la paz
a Tebas al ser identificado como la causa de todos los males
de la ciudad. ¿No es esta ley la que marca nuestra historia
y nuestras instituciones? El estado, la religión, la guerra,
el derecho, la medicina o los nacionalismos ¿no son los
instrumentos de esa violencia unánime en busca de un chivo
expiatorio que restituya la paz efímera en un supuesto orden
casi sagrado? El pacto de los patriarcas consiste en sacralizar
su violencia. Una violencia que constituye la esencia misma
de esa locura que es su extraña lógica.

El triángulo y el vacío

N o es muy comprensible que una frase de Yocasta pudiera


iluminar de tal modo a Freud que le oscureciera el resto
de su discurso. Por supuesto que Yocasta es la más sensata
de toda la obra, quien no revela la mentira que subyace al
entramado trágico. Se dirige a Edipo tratando de quitar hierro

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a esos locos oráculos divinos: “Tú no sientas temor ante el


matrimonio con tu madre, pues muchos son los mortales que
antes se unieron también a su madre en sueños. Aquel para quien
esto nada supone más fácilmente lleva su vida”. Sin embargo,
Freud, sólo se quedó con lo subrayado del parlamento. Es
extraño que no entendiera lo que Yocasta quería decir y se
enredara con lo del deseo inconsciente de la madre. Ella le
dice a Edipo, hijo y esposo, que eso del incesto es lo de menos,
que no se amargue la vida, y que el incesto no es más que la
excusa que distrae del objetivo final de la violencia: elegir a
Edipo como chivo expiatorio porque sí, porque le ha tocado,
porque la cadena de violencias del patriarcado necesita
víctimas propiciatorias que sacien a sus dioses, que cumplan
los pactos jurados.
Es incomprensible que lo inverosímil de la teoría
freudiana haya sido tan universalmente aceptado.
También Girard incide en esta cuestión: “El deseo del
parricidio y del incesto no puede ser una idea del niño;
es, evidentemente, la idea del adulto, la idea del modelo.
En el mito es la idea que el oráculo susurra a Layo, mucho
antes de que Edipo sea capaz de desear lo más mínimo (...).
El elemento mítico del freudismo es la conciencia del deseo
parricida e incestuoso”, por mucho que luego se reprima
y olvide. Es algo así como si esta conciencia en el niño
le hiciera rechazar dichos deseos porque realmente lo ha
sentido y reconocido como tales.
Parece como si Freud se hiciera cómplice del secreto
patriarcal y desviara la atención sobre cuestión en lugar de
desvelar la clave de la tragedia: la violencia fundacional que
se esconde de una y mil formas “civilizadas”. Sófocles no
trata del castigo de Edipo por su incesto y parricidio, sino del
pacto, de la violencia unánime que reclama siempre un chivo
expiatorio.

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Las vértices del triángulo trágico están ocupados por


tres hombres que se disputan el poder a través de la violencia.
Yocasta, en el centro de dicho triángulo, no es nada por sí
misma. Es pura mediación en las relaciones de parentesco de
los protagonistas: esposa de Layo, madre de Edipo, hermana
de Creonte. No aparece siquiera como objeto de deseo o
disputa entre ellos. Es solamente el vacío necesario para
que los tres vértices del triángulo no se reduzcan a un solo
punto. Ella, siendo la nada, es la que hace posible la identidad
diferenciada de los tres personajes.
En ningún momento de la tragedia se percibe relación
deseante alguna respecto a Yocasta, ni por parte de Layo
ni por la de Edipo. Este la recibe en el lote que significa
el trono de Tebas y ni siquiera se lamenta de su muerte.
Y si el destierro de Edipo tiene un sentido glorioso por el
que es venerado como héroe, la muerte de Yocasta carece
de significado trascendente. Queda reducida al olvido, al
silencio, y de ningún modo alcanza la magnitud que Freud
le otorga.
Yocasta parece que hubiera comprendido su función de
vacío, de pura mediación, y cuando ni siquiera esta mediación
tiene sentido alguno, desaparece de la circulación en un
alarde de coherencia argumental. De modo alguno se siente
avergonzada por el incesto y se suicida porque los vértices
del triángulo que la sustentan ya no existen. Ya sólo su
hermano Creonte se queda con el poder en representación de
ese Uno que ha destruido a sus rivales y, con ellos, cualquier
amenaza de “diferencia”. Yocasta no forma parte de triángulo
trágico y ni siquiera puede aspirar a ser un Cero vencido. Es,
sencillamente, la nada.
Sin embargo, diversas tradiciones mitológicas si nos
hablan de un personaje realmente deseado y que Sófocles no
recoge en su versión del mito: Cuando Layo fue desterrado de

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Tebas, se refugió en la corte de su amigo Pélope, enamorándose


de su hijo Crisipo y raptándolo. Pélope entonces maldijo
a Layo y con él a todo su linaje. Conservamos incluso las
palabras del oráculo: “Layo, hijo de Lábdaco, suplicas una
próspera descendencia de hijos. Te daré el hijo que deseas.
Pero está decretado que dejes la vida en manos de tu hijo.
Así lo consintió Zeus Crónida, accediendo a las funestas
maldiciones de Pélope cuyo hijo querido raptaste. El imprecó
contra ti todas estas cosas”.
Otra versión lo complica aún más, añadiendo que
también Edipo se enamoró de Crisipo y, en este conflicto de
rivalidades, mató a su padre. Crisipo, lleno de vergüenza,
terminó suicidándose.
Frente a la figura de Crisipo, la de Yocasta palidece a
ojos vista. Crisipo sí que provoca el deseo y la rivalidad entre
padre e hijo y no Yocasta. Realmente ¿cómo pudo Freud
interpretar el mito de Edipo de un modo tan simple? ¿Cómo
pudo elaborar una teoría tan compleja sobre una base tan
débil?

Dos razones antagónicas

L a saga de la familia gobernante en Tebas continúa en


“Antígona”. Si en “Edipo rey” hemos comprobado cómo
funciona la lógica binaria, en esta otra tragedia veremos que
esa lógica no posee un carácter universal; que pueden existir
otros usos de la razón más acordes con las leyes naturales, con
las leyes de la vida.
Creonte, señor absoluto de Tebas, es quien administraba
las leyes de la ciudad, lo cual le confería autoridad para
prohibir que el cuerpo del difunto Polinices, hijo de Edipo,
recibiera sepultura como castigo por haber luchado de parte

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de los argivos. Será pasto de las aves carroñeras y no alcanzará


el descanso en el reino del Hades. Su hermana Antígona
desobedece este mandato, en virtud de otra ley originaria que
coincide con la ley de su corazón, y entierra a Polinices según el
ritual prescrito enfrentándose al tirano. Antígona será enterrada
viva ¡qué menos para una altiva y desobediente mujer! Pero
antes se enfrenta cara a cara con Creonte, argumentando
esa otra ley, esa otra lógica que nada tiene que ver con los
decretos de la “razón de estado”: “No fue Zeus el que los ha
mandado publicar, ni la Justicia que vive con los dioses de
abajo lo que fijó tales leyes para los hombres. No pensaba que
tus proclamas tuvieran tanto poder como para que un mortal
pudiera trasgredir las leyes no escritas e inquebrantables de
los dioses. Estas no son de hoy ni de ayer, sino de siempre, y
nadie sabe de dónde surgieron”. Amenazada de muerte por
Creonte, Antígona no se amilana y asegura no importarle, pues
“si hubiera consentido que el cadáver del que ha nacido de mi
madre estuviera insepulto, entonces si sentiría pesar. Ahora,
en cambio, no me aflijo. Y si te parezco estar haciendo locuras,
puede ser que ante un loco me vea culpable de locura”5.
Antígona representa, sin duda, las antiguas leyes
anteriores al patriarcado, aquellas que “no están escritas
y que nadie sabe de dónde surgieron”. Ella, precisamente,
no se opone a Creonte según la lógica binaria, tratando de
eliminarlo. Y podía haberlo hecho aliándose con Hemón,
hijo de Creonte y prometido suyo, pero no lo hizo porque su
lógica era coherente con las leyes de la vida.
Antígona pone de manifiesto la locura de Creonte, esa
locura que se ha perpetuado hasta nuestros días y que, por lo
que se ve, es considerada como una razón superior más allá de
las razones de la vida. Sucede que cualquier razón económica,
política o estratégica pesan más que todas las desgracias
humanas que pueden provocar. Y mientras, las mujeres de

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este absurdo mundo siguen resistiendo y actuando según


aquellas antiguas leyes. Su dedicación comunitaria a la vida,
al bienestar o a la felicidad es absolutamente insignificante.
Esta es la gran cuestión. Y no se trata de que las funciones
que han venido desempeñando las mujeres accedan a la
categoría de significantes con el fin de seguir reproduciendo
roles milenarios, no. Se trata de cambiar el paradigma lógico
tanto en lo privado como en lo público, un paradigma que
prime o signifique todo lo que vaya a favor de la felicidad,
de la alegría, de la vida plena sobre esta Tierra nuestra. Los
intereses de Creonte, del estado, no pueden estar en contra de
los derechos, libertades y necesidades más profundos de la
gente. Sólo los medios justifican el fin.

Hacia un Feminismo Holístico

E s en el corazón mismo de la lógica patriarcal donde el


feminismo holístico plantea su lucha, y es en la superación
de ese “tótem lógico” el lugar donde se inicia su reflexión.
El holofeminismo, pues, sería algo similar a una teoría
de campo unificada por la que es posible una aproximación
tanto a la microfísica como a la macrofísica, tanto al mundo
simbólico de relaciones y metáforas que conforman lo real,
como a las múltiples metonimias en las que la realidad oculta
y desvela el paradigma patriarcal, porque ya no basta con
pensar cosas nuevas, sino de modo realmente nuevo; así como
no es suficiente pensar desde lo ya pensado, sino aventurarse
por los caminos de lo impensado.
Pensando, pues, desde otro lugar, desde otra lógica, el
feminismo holístico puede crear un mundo más habitable.
No es posible seguir arrastrando tanto lastre sin que la nave
se vaya a pique. Lo que sucede es que muchos ignoran que

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navegamos todos en el mismo barco, tanto los que mueren


hacinados en las bodegas, como los que trabajan en las
máquinas, los que disfrutan de la brisa marina en cubierta o
los que brindan con champagne en el puente.
No basta, sin duda, con soltar lastre sin dar a la vez un
golpe de timón, aunque algunos parecen tan contentos con
encallar en las rocas blancas de Dover, que están ahí mismo.
Y un golpe de timón comienza con la toma de conciencia
de quienes en este momento histórico pueden salvar la
carga humana de este navío sin rumbo: las mujeres. ¿Por
qué las mujeres? ¿Es que además nos va a tocar ahora tener
que salvar al mundo? Bueno, en realidad es lo que estamos
haciendo, pero en desventaja. Cuando oigo que los hutus
matan a los tutsis en Ruanda, tengo bien claro que son “los”
hutus los que matan a “las” y “los” tutsis incluidos niñas y
niños. Los campos de refugiados en Africa están repletos de
madres con criaturas y con viejos. No existe un mínimo de
recursos para su alimentación, mientras los varones adultos
de las diversas etnias andan bien pertrechados de armas
carísimas y lo suficientemente alimentados como para
pasarse años jugando a la guerra. Cuando son las madres
de la Plaza de Mayo las que siguen clamando por sus
desaparecidos, “las mujeres de negro” quienes piden la paz
en Serbia o las madres, otra vez, de los drogodependientes
las que se organizan para resolver los problemas de sus hijos
¿cómo no voy a suponer que son precisamente las mujeres
quienes están luchando denodadamente por la vida? Lo
que sucede es que esa luchas no son significantes en el
patriarcado porque son luchas casi de subsistencia, gritos de
hembra desgarrada por el dolor, aunque al mismo tiempo
se empieza a exigir que esas luchas tengan una significación
política de primer orden, porque, paradójicamente, tienen
un mayor protagonismo quienes declaran una guerra

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o quienes matan por causas inconfesables que quienes


salvaguardan las pocas esperanzas y la exigua dignidad que
nos van quedando.
Sin duda que el salto a lo significante en política hace
ineludible la creación de un Sujeto-femenino que participe, no
desde donde se toman las mismas decisiones de siempre, sino
desde donde deberán tomarse en adelante: desde la ciudadanía.
Y no en el contexto de la sórdida partidocracia que gobierna
al mundo, sino en una democracia jamás conseguida en la
historia de la humanidad más allá de un puro nominalismo.
Un Sujeto-femenino planteado tanto desde el imaginario de las
mujeres, o sea desde sus deseos más reales y profundos, como
desde sus específicas situaciones socio-políticas; tanto desde las
leyes inmanentes de la naturaleza como desde los avatares de
la historia; tanto desde la biología de que nos conforma como
desde la cultura radicalmente humana que nos aguarda. Sin
embargo, sabemos que no será fácil y, de hecho, los primeros
pasos para conseguirlo están sacudiendo bravamente la
identidad misma de quienes ostentaban la cualidad de únicos
sujetos reconocidos como tales. Ya lo advertía, hace veinte
años, la lúcida Carla Lonzi: “De hecho, el varón, en tanto que
sujeto patriarcal, tiene necesidad no sólo de ser identificado, a
su vez, como sujeto, y por lo tanto por los varones que detenten
la subjetividad –este nivel no puede ser alcanzado por la
mujer-, sino que, además, necesita ser mitificado por quien no
ha llegado a ser sujeto, por la mujer (...) Su rango de sujeto ha
dependido siempre del grado de sujeción y de veneración que
ha logrado imponer sobre ellas”6.
Si las mujeres no tomamos conciencia de sujeto
histórico en estos momentos de agonía patriarcal, no habrá
muchas otras oportunidades de hacerlo. Claro que una
toma de conciencia como mera postura intelectual no es
suficiente para crear un sujeto: habrá que volver a soñar los

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mitos matriarcales y reinventar los ritos que nos faciliten el


paso al nuevo paradigma. Habrá que retomar la maternidad
en su sentido radical de dignidad y poder, más allá de la
función subsidiaria de beneficencia y dedicación servil
que el patriarcado le ha asignado. Sin culpa, sin dolor, sin
miedo, en un retorno a un modo de neo-paganismo liberador
de todos los dioses trascendentes que ahogan el sentido
de la vida. Tendremos que ampliar el concepto de razón
superando la tiranía ejercida desde los diversos poderes y
saberes. Tendremos que unir el mundo fragmentado que
hemos heredado y reconciliar esa maldita polaridad existente
entre sujeto y objeto, yo y mundo, naturaleza y cultura. Y
desde la nueva razón reformular los conceptos interesados
de “igualdad”, “diferencia”, “género”, “discriminación”,
“emancipación”, “liberación”, “familia” o “poder”, los
conceptos pervertidos a lo largo de una historia ajena. Ya
nada podrá ser aceptado en los términos propios de una
lógica binaria bajo la apariencia de “progreso”, “desarrollo”,
“bienestar”, “patria” o “nación”.
Más allá del sentido interesado del economicismo
mercantilista, el feminismo holístico propone una economía
pegada a la realidad, plegada a la lógica misma de la vida
y no a la abstracción de los grandes números, porque los
grandes números son, en definitiva, metáforas de muerte que
terminan sacrificando la existencia concreta a superestructuras
desalmadas.
El engaño, la gran mentira patriarcal, ha llegado a todos
sus límites posibles. La huida hacia delante que pretenden
hará encallar la nave, la única que tenemos. Sin embargo,
hay mucha gente en esa nave que está empeñada en detener
el desastre, en cambiar el rumbo que nos marcan, mujeres y
hombres que luchan por que el fantasma del fin se abra a un
amanecer brillante hacia otros puertos.

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El holofeminismo sabe que su impulso y acometividad


no radica en una posición lacrimógena de victimismo ni
en una mera conciencia de discriminación, sino en la vital
afirmación de saber que podemos crear un mundo nuevo.
Muchas de esas propuestas no pueden ser
adecuadamente desarrolladas en este ensayo, pues el trabajo
colectivo exige nuevas rondas de discusión y exposición de
los temas. Sin duda, estamos comprometidas en ello y serán
objeto de próximos trabajos.
Podemos aventurar, eso sí, propuestas, orientaciones
y temas para un debate que esperamos dará sus frutos en
el momento adecuado, pues como dije anteriormente, el
“kairós” ha comenzado su cuenta atrás.

NOTAS

1 Girard, R., La violencia y lo sagrado. Anagrama, Barcelona, 1983.


2 Girard, R., Ibid.
3 Hegel, G.W.F., Fenomenología del Espíritu. Siglo XXI, México, 1978.
4 Lacan, J., Escritos. Siglo XXI, México, 1971.
5 Sófocles, Antígona, Gredos-Madrid, 1986.
6 Lonzi, C., Escupamos sobre Hegel. La Pléyade-Bs.As., 1975.

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