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Pec1 2017-2018
DNI: 41738431-D
UNED_Huelva
Mail: almudainaster@gmail.com
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Primera Parte: Comentario de imágenes
Imagen nº1
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La primera imagen nos presenta el “Retrato de Isabella d’Este”, también conocido
como “Isabel en negro”, obra del pintor italiano Tiziano que terminó esta obra de pintura
al óleo sobre lienzo entre 1534 y 1536. En ella observamos la figura de Isabella d’Este (1475-
1539), marquesa de Mantua, hija de Ercole I d’Este, duque de Ferrara, y Eleanor de Nápoles,
duquesa de Ferrara.
Isabella está representada con un armiño zibellino, accesorio de moda femenino
popular en los siglos XVI y posteriores, colgado del hombro, y aparece como una mujer
joven en su esplendor, aunque realmente Isabella tenía sobre 62 años en ese momento.
Fue considerada como una de las mayores promotoras de arte del Renacimiento, una mujer
fuerte y ambiciosa que conocía perfectamente el efecto que la pintura de artistas punteros
tenía en su prestigio y reputación. Encargaría varios retratos suyos a Leonardo Da Vinci,
Andrea Mantegna o Rubens.
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tuvo la oportunidad de viajar a Mantua para que Isabella pudiera sentarse, pero se negó,
creyendo que pintaría mejor a partir del dibujo y la descripción escrita. Esto fue
conveniente para Isabella, quien le escribió que "de hecho nos hizo mucho más bellos con
su arte de lo que la naturaleza nos hizo". Sin embargo, luego tuvo dudas de que este trabajo
fuera la forma en que definitivamente la veía y recordaba; creía que hacía que sus ojos se
vieran "demasiado negros" y que las sombras eran demasiado pesadas, y pidió que ambos
se aligeraran. Los historiadores de arte que examinan el trabajo tienden a centrarse en su
vanidad, al tiempo que reconocen que las mujeres de la corte de la época estaban en
exhibición pública y se esperaba que fueran físicamente agradables y personalmente
encantadoras, mientras que al mismo tiempo mostraban signos de modestia y castidad.
Esta no era la primera vez que Tiziano había halagado a una modelo con una imagen
rejuvenecida, retrospectiva o idealizada.
Isabella, la primera gran dama del Renacimiento, era una mecenas de las artes y la
literatura del Renacimiento. Fue coleccionista de arte, promotora y una exitosa
coleccionista de antigüedades. Participó activamente en intrigas políticas entre las grandes
casas nobles de Europa, apoyó conventos y monasterios, y fundó una escuela para niñas
en Mantua. ¿Cómo llegó a ser el centro de la historia clave del Renacimiento y ser conocida
como la Primera Dama del Renacimiento y la Primera Dama del Mundo?
Como patrona de las artes, promovió la “maiolica” de Urbino con mitos, fábulas,
historias y paisajes representados en las piezas. Muchas de las piezas del servicio de cena
que ella encargó están hoy en museos de arte. Su casa estaba decorada con fuentes,
esculturas y pinturas de importantes artistas del Renacimiento, y en ella hospedaba poetas
a menudo.
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Imagen nº2
Isabella hizo decorar su studiolo con símbolos y emblemas heráldicos, por artistas
locales poco conocidos. Pronto, sin embargo, concibió nuevos y más ambiciosos proyectos
para el pequeño espacio privado dedicado al entretenimiento y a la música, y donde pasaba
largas horas en compañía de su pequeña corte. Era allí, sin duda, donde recordaba el
esplendor de la vida en Ferrara, donde su tío Leonello había instalado en la villa suburbana
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de Belfiore, un espacio dedicado a las Musas. Inspirándose en este ejemplo, y después de
una larga estancia en la corte de su padre en 1495, Isabella decide emprender una
renovación radical del studiolo. Ella quería que las paredes fueran decoradas con una serie
de lienzos con asuntos edificantes de excepcional belleza, encargándolos a aquellos artistas
que ella consideraba los mejores del momento: primero, Andrea Mantegna, después
Perugino y por último al ferrarés Lorenzo Costa. Isabella d’Este hubiera querido añadirles
Giovanni Bellini y, en 1501, Leonardo da Vinci. Pero, por diversas razones, ninguno de ellos
participó en la empresa. Sandro Botticelli y Filippino Lippi a los que también se había
mencionado como posibles autores de las pinturas del studiolo, se mantuvieron al margen
del grupo. La primera pintura realizada entre 1496 y 1497 fue “El Parnaso” de Mantegna.
En el segundo cuadro realizado por Mantegna en 1502, “Minerva expulsando a los Vicios
del jardín de la Virtud”, el artista se aleja todavía más de las suaves atmósferas en las que
se movía la pintura de este período y que gustaba especialmente a Isabella d’Este. Las
personificaciones de los vicios, sumergidos hasta la cintura en un estanque, se acompañan
de filacterias que hace posible su identificación: la Codicia, la Ignorancia, la Ingratitud, la
Ociosidad y el Fraude.
Durante ese tiempo, las negociaciones llevadas a cabo por Isabella d’Este para obtener una
pintura de Giovanni Bellini y otra de Leonardo da Vinci fracasaron. Isabella se dirigió
entonces a Perugino, quien en aquel momento disfrutaba de una posición preeminente en
la jerarquía de los pintores italianos, imponiéndole, para un cuadro que debía representar
“El combate entre el Amor y la Castidad” un programa iconográfico increíblemente
detallado, escrito por el astrólogo y humanista de la corte Paride de Ceresara.
El ciclo pictórico del studiolo de Isabella d’Este se completó en casi diez años, con la
colaboración de artistas venidos de distintas ciudades y un gran despliegue de recursos y
de energía por parte de su incansable comitente y de sus agentes y asesores, quienes
utilizaron textos de Boccaccio, Petrarca, Ovidio, Filostrato y otros autores menos
conocidos. El carácter fragmentario de aquella iniciativa no propiciaba la existencia de un
programa iconográfico unitario. Parece más bien que Isabella quiso representar en su
Studiolo el conflicto entre el vicio y la virtud, un asunto que se adaptaba a su naturaleza
femenina, y quiso que los mejores artistas de su tiempo se involucraran en esta ilustración.
Mientras se ocupaba de decorar su studiolo, Isabella d’Este no dejó de lado su afición por
los vestigios de la Antigüedad, reuniendo una colección de objetos clásicos de diversos
orígenes, entre ellos estatuas de mármol y de bronce. Aunque sus recursos financieros eran
limitados y residía lejos de Roma, Isabella quiso formar parte del mundo de los
coleccionistas, entre los cuales habían cardenales y príncipes, humanistas y nobles
romanos que libraban una feroz competencia entre sí. Para poder instalar el número cada
vez más creciente de objetos de su colección, Isabella hizo acondicionar otra estancia
situada encima del Studiolo. El lugar fue decorado alrededor de 1505 por los hermanos
Antonio y Paolo Mola, quienes realizaron paneles de marquetería en las paredes y el techo
con los escudos de armas de Isabella que aun existen.
Concebidos como lugares donde relajarse y meditar, los gabinetes de Isabella tomaron
rápidamente un carácter público. Desde principios del siglo XVI, los embajadores y los
aristócratas, los artistas, escritores y coleccionistas que acudían a la corte, eran invitados a
visitarlos. Entre sus invitados figuraba Pietro Bembo, gran coleccionista y uno de los
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escritores más influyentes del siglo XVI, y en 1519 los visitaron los pintores Tiziano y Dosso
Dossi, que llegaron juntos desde Ferrara para ver las colecciones de arte de los Gonzaga.
La fama de las colecciones de Isabella d’Este entre las cortes italianas, creció todavía más
gracias a los numerosos elogios literarios que asociaban invariablemente la virtud de
Isabella a sus colecciones.
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Imagen nº3
“Tú que tomas tu nombre de los cielos mismos, Urania, divina Musa, renombrada hija de Júpiter,
habla de los fuegos que brillan en el cielo, de las constelaciones que se mueven mientras el mundo
está en silencio; di con qué estrellas brilla más el gran Zodiaco, y cómo siguen los Planetas sus
cursos errantes; y que las castas hermanas se unan a tu himno. Y mientras tu canción resuena en
los valles vacíos, lleva a Febo, tú que eres padre y soberano del coro, guía y autor del canto, y a
Diana, ornato de la noche, y a todos los dioses y diosas que gobiernan los ciclos, sí, y tú, madre
Venus, compañera de las Musas y guía excelente de los poetas (hemos cantado lo suficiente los
fuegos de tu hijo...) Oh, si las Charites me inspiraran, y si la Gracia propicia tocase los labios del
cantor con licor de inspiración y tú, Cupido, das comienzo a la gran empresa y atraviesas conmigo
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los resplandecientes confines de los cielos, pues Mercurio, cuyo antepasado es Atlas, el que
soportaba los cielos, estará contigo, que como niño enseñarás al niño los fundamentos del arte.”
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a los pies de la pareja a Apolo y al coro de las Musas. Es cierto que la presencia de Vulcano parece
poner en tela de juicio la legitimidad de la unión, pero hay que pensar que, dada la gran popularidad
que alcanzaron los amores adulterinos de Ares y Afrodita y la trampa que el marido burlado les
tendió, desde que con tanto detalle los cantara el aedo Demódoco en el canto VIII de la Odisea, la
referencia al dios de la fragua era casi inevitable. Pero se observará que aparece en un plano muy
secundario y como anulado por el gesto de Cupido, cuya presencia, a modo de activo escudero
junto a los amantes, parece proteger y bendecir el amor de la pareja, fruto del cual no hay que
olvidar que nació Harmonía.
La finalidad de esta obra, por tanto, no era representar una fábula mitológica, sino
fundamentar una visión del mundo y la de los príncipes que lo gobiernan, sirviéndose para ello de
una lectura simbólica de la mitología clásica tan típica del Renacimiento.
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El mecenazgo consiste en el patrocinio de un artista que le permitía a este
desempeñar su profesión. A lo largo de la historia el Mecenazgo no ha sido como pueda
parecer una acción desinteresada, ya que dentro de la esfera pública las labores de
mecenazgo eran un instrumento de posición social. El arte al servicio del poder y del
posicionamiento en la sociedad fue una herramienta muy importante a la hora de
comprender la vida pública de la Edad Moderna, y de justificar la creación de importantes
obras. A través del encargo de pinturas, de esculturas… o del coleccionismo o incluso de la
financiación de excavaciones, las familias de la realeza, la nobleza y la aristocracia creaban
su identidad y marcaban su ascenso social.
Sí, las mujeres dedicadas al arte a lo largo de la historia han sido menos que
hombres, pero las usuarias del arte eran la mitad: ellas eran retratadas, encargaban obras
para lugares públicos, poseían obras de arte, coleccionaban… ¿por qué sus nombres a
penas nos han llegado? ¿O nos son desconocidos?
Isabella D’Este fue Marquesa de Mantua a principios del siglo XVI, una de las cortes
italianas más importantes de la época. Nacida en Ferrara, su padre ya le mostró las
bondades que el coleccionismo de arte podían suponer para el prestigio de su familia. Ya
en Mantua protegió a grandes artistas como Mantegna, Rafael o Giulio Romano. Reunió
una colección de Antigüedades tan importante que sorprendió a sus contemporáneos, y
mantuvo una extraordinaria correspondencia con humanistas, artistas, nobles… de la
época para negociar tanto la adquisición como la producción de obras de arte. La
decoración de sus habitaciones privadas en la corte de Mantua de la mano de Andrea
Mantegna con obras como El Parnaso supone una de los ejemplos pictóricos más
importantes del Renacimiento Italiano.
Su castillo fue concebido como una estructura de planta cuadrada con cuatro torres
en cada esquina, así como tres puertas y puentes levadizos. Luca Fancelli, un escultor y
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arquitecto italiano, construyó un impresionante pórtico renacentista que rodea el castillo
en sus dos lados después de que se convirtió en parte del Palazzo Ducale y adquirió un
propósito no defensivo. Después de mudarse al Castillo San Giorgio, Isabella habitó su
propio apartamento, que no estaba muy lejos de la cámara degli sposi (cámara nupcial).
La cámara degli sposi estaba ubicada en la esquina de la torre noreste conocida como la
cámara picta interamante (habitación completamente pintada). En su habitación había
una serie de habitaciones más pequeñas y dos cámaras (cámara). Las habitaciones más
pequeñas contenían un oratorio, una biblioteca y la habitación que era su orgullo y alegría:
su studiolo. La suite que pertenecía a Isabella incluía una cámara delle Armi (espacio de
recepción), que se abría a una capilla, un dormitorio, una biblioteca y un camerino de bagno
. La primera vez que se registró algún trabajo relacionado con la construcción del studiolo
fue en el verano de 1491, poco después de que Isabella se mudara para estar allí con su
esposo. Fue en este momento que una habitación en el segundo piso de la torre de San
Nicolás, adyacente a los apartamentos de Isabella, estaba siendo preparada para
eventualmente convertirse en su studiolo.
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Fue después de que ella visitó la corte de su
padre en Belfiore en 1495 que Isabella persiguió
apasionadamente las renovaciones de su pequeño
estudio, lo que tomaría diez años en completarse. Al
estilo renacentista, el studiolo de Isabella era un
símbolo de su estatus y demostraba que era capaz de
adquirir todos los modales de productos de lujo.
También fue un espacio en el que escribió numerosas
correspondencias, muchas de las cuales dieron a los
historiadores una clara visión de la personalidad y la
mente de Marchesa. A pesar de que el studiolo estaba
lujosamente decorado, aún conservaba gran parte de
la calidad de células monásticas de studioli anteriores
debido a su diminuto tamaño. El studiolo no podría
tener más que la propia Isabella y tal vez tres invitados adicionales. El espacio medía 3,65
metros de altura, aunque era de 5,05 metros a través del techo abovedado, con 2,73
metros de ancho y 6,98 metros de largo. Esto significaba que no había muchas opciones
para los arreglos de asientos; muchos de los invitados tendrían que sentarse en bancos
verticales o sillas de madera. Sin embargo, había una hermosa vista panorámica de los lagos
de Mantua que se podía ver desde la ventana.
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podrían haber actuado como patronas; la mayoría, sin embargo, lo hicieron como
matronas. Como indica Clifford Brown la conciencia artística de Isabella incluso sorprendía
a sus contemporáneos, tan asombrados por la importancia intrínseca de la colección como
por el hecho de que hubiera sido reunida por una mujer. No resulta extraño que la
historiografía haya pasado de limitarse a describir y ensalzar el patronazgo de Isabella a
preguntarse por qué empleó tantos esfuerzos en la creación de esta colección, qué réditos
esperaba obtener de la misma, por qué se diferenció de otras patronas nobles de la época
dedicándose tareas “infrecuentemente asociadas con su género”. Por un lado parece claro
que Isabella estaba movida por un genuino interés artístico y anticuario, convertido casi
(según algunas interpretaciones) en una compulsión algo obsesiva. Por otra parte, tampoco
conviene olvidar que tal interés y tal compulsión estaban indudablemente reforzados por
la conciencia de que esa actividad contribuía notablemente al reforzamiento de la posición
social y política de su familia y su persona. Además de buscar razones que justifican que
existieran tan pocas patronas, habría que intentar analizar con más detalle la actividad de
matronazgo de la mayor parte de las mujeres.
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