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LISÍSTRATA “Primero el deber, luego el Placer” (Barbacoas, Nariño,

huelga de piernas cruzadas) (11 mujeres, 6 hombres)


Personajes
LISÍSTRATA.
CLEONICE, su vecina.
MÍRRINA, otra vecina.
LAMPITO, mujer del pueblo enemigo.
EL COMISARIO.
HOMBRE 1.
HOMBRE 2.
GUARDIA 1.
GUARDIA 2.
MUJER l.
MUJER 2.
MUJER 3.
MUJER 4.
MUJER 5.
MUJER 6.
MUJER 7.
CINESIAS, marido de Mírrina.
EL HERALDO DEL PUEBLO ENEMIGO.

(Es de mañana, y aparece en escena LISÍSTRATA).


LISÍSTRATA. Si a estas mujeres las hubiera invitado a una fiesta, no se podría ni
siquiera pasar por ruido y la algarabía. Pero, todavía no se ha presentado ninguna mujer.
(CLEONICE sale de su casa.) Bueno, aquí sale Cleonice.
CLEONICE. Hola, Lisístrata. ¿Por qué estás preocupada? No pongas esa cara, que te
vas a arrugar de tanto arquear las cejas.
LISÍSTRATA. Cleonice, estoy preocupada y muy afligida... No entiendo porqué las
mujeres, cuando se les ha dicho que se reúnan aquí para deliberar sobre el fin de la
guerra, se quedan dormidas y no vienen.
CLEONICE. Ya vendrán. Es muy difícil para las mujeres salir de su casa: una anda
ocupada con el marido; otra tiene que dejar lista la comida; otra tiene que acostar a sus
hijos; otra hacer el aseo.
LISÍSTRATA. Pero es que hay otras cosas más importantes que ésas.
CLEOLICE. ¿Cual el asunto por el que nos convocas? ¿En qué consiste?
LISÍSTRATA. Se trata de un asunto que yo he estudiado y al que he dado muchas
vueltas, en varias noches en blanco.
CLEONICE. Seguro que es delicado, ya que le has dado vueltas y vueltas.
LISÍSTRATA. La salvación de nuestro pueblo está en las mujeres. Si se reúnen aquí las
mujeres, salvaremos todas juntas a nuestro país.
CLEONICE. Y, ¿qué plan podrían realizar las mujeres si lo nuestro es permanecer
sentadas, bien maquilladas, luciendo bellos vestidos?
LISÍSTRATA. Pues eso, es lo que espero que nos salve: los vestidos provocativos, los
perfumes, el colorete y las enaguas transparentes.
CLEONICE. ¿De qué manera?
LISÍSTRATA. Qué los hombres no levantarán sus lanzas contra otros... ¡Pero por Dios!
Ya deberían estar aquí todas las mujeres?

CLEONICE. Aquí están, ya se acercan algunas. (Entran MÍRRINA y otras mujeres.)


MÍRRINA. ¿Llegamos tarde, Lisístrata?¿Por qué no dices nada?

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LISÍSTRATA. Mírrina, porqué llegas tan tarde, siendo un asunto tan importante.
MÍRRINA. Es que me costó trabajo salir en la oscuridad. Habla a las que ya estamos
aquí.
CLEONICE. No, vamos a esperar un poco para que vengan todas las mujeres.
LISÍSTRATA. (Entra LAMPITO con dos muchachas.) Aquí viene Lampito.
LAMPITO. Dinos lo que quieres que hagamos.
CLEONICE. Sí, dinos ese asunto tan importante que te traes entre manos.
LISÍSTRATA. Antes de decirlo les voy a preguntar una cosa.
CLEONICE. Lo que quieras.
LISÍSTRATA. ¿No echan de menos a los padres de sus hijos, que están en la guerra? Sé
que todas tienen a sus maridos lejos de casa.
CLEONICE. Mi marido, lleva cinco meses por fuera…
MÍRRINA. Pues el mío, siete meses completos en batalla...
LAMPITO. Y el mío, apenas viene del frente, coge el escudo y desaparece volando.
LISÍSTRATA. Si yo encontrara la manera, ¿querrían poner fin a la guerra con mi
ayuda?
CLEONICE. Yo sí, aunque tuviera que empeñar mis vestidos.
MÍRRINA. Yo, me dejaría cortar en dos y daría la mitad de mi persona.
LAMPITO. Y yo, subiría de rodillas a la montaña más alta, se de algo sirviera.
LISÍSTRATA. Mujeres, si vamos a obligar a los hombres a hacer la paz, tenemos que
abstenernos...
CLEONICE. ¿De qué?
LISÍSTRATA. Pero, ¿lo van a hacer?
CLEONICE. Lo haremos, aunque tengamos que morirnos.
LISÍSTRATA. Pues bien, tenemos que abstenernos de tener relaciones con nuestros
maridos. ¿Pero, por qué se dan la vuelta? ¿Adónde van? ¿Por qué hacen muecas con la
boca y niegan con la cabeza? ¿Por qué lloran? ¿Lo van a hacer o no? ¿Por qué vacilan?
CLEONICE. Yo no puedo hacerlo: que siga la guerra.
MÍRRINA. Ni yo tampoco, que siga la guerra.
LISÍSTRATA. Y, ¿tú eres la que dices eso? ¡Si hace un momento decías que te dejarías
cortar por la mitad!
CLEONICE. Otra cosa… cualquier otra cosa que quieras. Incluso, estoy dispuesta a
caminar por el fuego. Pero eso, NOOOOOOO.
LISÍSTIZATA. Y tú, ¿qué? (A MÍRRINA.)
MÍRRINA. También yo prefiero caminar por el fuego.
LISÍSTRATA. Por esa razón, siempre estamos por fuera de las grandes decisiones.
CLEONICE. Y si nos abstuviéramos, ¿eso influiría para que se hiciera la paz?
LISÍSTRATA. Si. Porque si nos quedáramos quietecitas en casa, provocativas y bien
maquilladas, nuestros maridos arderán en deseos de tener relaciones, pero nosotras
no les haremos caso, y aguantamos, estoy segura de que harán la paz a toda prisa.
CLEONICE. Pero, ¿y qué pasará si nuestros maridos nos abandonan?
LISÍSTRATA. Nos dedicaremos a peinar pescados.
CLEONICE.¿Y si nos cogen y nos arrastran por la fuerza a la alcoba?
LISÍSTRATA. Te agarras a la puerta.
CLEONICE. ¿Y si nos pegan?
LISÍSTRATA. No hay placer en esas cosas cuando se hacen por la fuerza. Pierde
cuidado, en seguida renunciarán. Jamás disfrutarán si no están de acuerdo con la mujer.
CLEONICE. Si eso es lo que todas deciden, yo estoy firme.
LISÍSTRATA. Este es el plan. A las más viejas se les ha ordenado hacer esto: que
mientras nosotras nos ponemos de acuerdo en estas cosas, ellas, se apoderen del palacio.
Lampito, ¿por qué no hacemos un juramento sobre esto, para que sea inquebrantable?

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LAMPITO. Dilo y nosotras te seguiremos.
CLEONICE. Lisístrata, ¿qué clase de juramento nos vas a hacer jurar?
LISÍSTRATA. Pues, ¿cuál podría ser el juramento?... ¿cómo vamos a jurar? Ya sé.
Repitan exactamente lo que yo diga. Deben declarar esto bajo juramento de acuerdo
conmigo y lo mantendrán firmemente: «Ningún hombre, ni amante, ni marido»...
TODAS. «Ningún hombre, ni amante, ni marido»...
LISÍSTRATA.... «se acercará a mí».
TODAS. ... «se acercará a mí».
CLEONICE. ¡Ay, ay!, se me debilitan las rodillas.
LISÍSTRATA. «En casa pasaré el tiempo muy bien arreglada»...
TODAS. ... «En casa pasaré el tiempo muy bien arreglada»...
LISÍSTRATA.... «para que mi marido se ponga al rojo vivo»...
TODAS. ... «para que mi marido se ponga al rojo vivo»...
LISÍSTRATA.... «y nunca le seguiré la corriente a mi marido de buena gana».
TODAS. ... «y nunca le seguiré la corriente a mi marido de buena gana».
LISÍSTRATA. «Pero si me obliga por la fuerza contra mi voluntad»...
TODAS. «Pero si me obliga por la fuerza contra mi voluntad»...
LISÍSTRATA.... «me dejaré de mala gana y no le seguiré en sus meneos».
TODAS. ... «me dejaré de mala gana y no le seguiré en sus meneos».
LISÍSTRATA. «Si me mantengo firmemente, que la paz nos lo premie»...
TODAS. «Si me mantengo firmemente, que la paz nos lo premie»...
LISÍSTRATA. «Pero si no, que jamás nadie me hable».
TODAS. «Pero si no, que jamás nadie me hable».
LISÍSTRATA. ¿Declaran todas esto, de acuerdo conmigo?
TODAS. Sí, por Dios bendito. (Juran todas. Se oye un griterío de mujeres a lo lejos.)
LAMPITO. ¿Qué gritos son esos?
LISÍSTRATA. Es lo que yo decía: las mujeres se han apoderado ya del Palacio. Tú,
Lampito, ponte en camino y organiza bien a tu gente. (Se va LAMPITO.) Nosotras
vamos al Palacio para ayudar a las otras que están allí a poner las trancas.
CLEONICE. ¿No crees que los hombres van a venir en masa contra nosotras?
LISÍSTRTATA. Y si así fuera, nosotras resistiremos.
CLEONICE. Desde luego, porque si no, en vano habríamos obtenido el calificativo de
inconquistables y malvadas. (Las mujeres se van hacia el Palacio.) (Llega por otro lado
el coro de hombre; vienen cargados con troncos y brasas.)
II.
HOMBRE 1.° ¿Quién hubiera esperado que las mujeres, se apoderaran del Palacio,
cerrándolo con barras y trancas?
HOMBRE 2.° Hagamos una sola hoguera, y las quememos a todas. ¿No he de servir yo
con mi presencia de obstáculo a un atrevimiento tan descomunal?
HOMBRE 1.° Hay que prender fuego a las puertas y acosarlas a ellas con el humo.
Debemos vencer a las mujeres que pretenden tomarse el Palacio. (Entra las mujeres con
baldes de agua.)
MUJER 1. Unos hombres con muchos humos van hacia el Palacio,
y quieren quemar el edificio. Dicen terribles palabras amenazadoras “que hay que asar
con fuego a las impertinentes mujeres.
HOMBRE 2.° Esto que llega sí que no esperábamos verlo. ¡Un enjambre de mujeres
está ahí fuera para echarnos la mano!
MUJER 2. ¿Por qué tienen tanto miedo? ¿Les parecemos muchas? Pues aún no ven ni la
milésima parte de nosotras.
HOMBRE 1.°¿Cómo se atreven a decir semejantes disparates? Si no se rinden, los
guardias les van a pegar con sus cachiporras.

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MUJER 3. Vamos a poner también nosotras los cántaros en el suelo, para que, si alguien
nos pone la mano encima, no nos estorbe.
MUJER 4. Aquí me tienes; ¡que alguien se atreva a pegarme!
HOMBRE 2.° Las voy a reducir a cenizas con mis puños. ¿Qué van a hacer?
MUJER 1. Te voy a coger a mordiscos.
HOMBRE 1.° Las vamos a asediar con fuego, a ver como salen de ésta.
MUJER 2. Yo voy a apagar tu hoguera con esta agua.
HOMBRE 2.° ¿Que tú me vas a apagar el fuego? (El coro de mujeres vacía sus cántaros
en los hombres.) ¡Ay, está muy fría!
MUJER 3. Si quieres la caliento, como para desplumar pollos. (Llega un COMISARIO,
acompañado de dos guardias)
COMISARIO. ¿Es que se ha vuelto locas todas las mujeres, y su desvergüenza amenaza
las instituciones de nuestro pueblo? Retírense a sus casas, y no tomaremos represalias.
HOMBRE 1.° Pues, ¿qué diría, señor si se enterara del descaro de éstas? Aparte de
insultarnos, para colmo nos han dado un baño con agua yerta.
COMISARIO. Esto es inconcebible. Este tipo de cosas han dado lugar a que yo, el
comisario de este pueblo, que tengo la necesidad entrar al Palacio, me encuentro puertas
afuera por culpa de las mujeres. Pero no vale de nada quedarse aquí de brazos cruzados.
(A un guardia.) Trae las barras para que yo acabe con su desfachatez. ¿Por qué te
quedas con la boca abierta, imbécil? (A otro guardia.) Y tú, ¿a dónde miras? ¿No van a
colocar las barras debajo de las puertas para moverlas? Desde aquí yo también voy a
echar una mano para empujarlas. (LISÍSTRATA sale, abriendo las puertas.)
LISÍSTRATA. No muevan nada. Ya salgo yo sin que me obligue nadie. No son barras
lo que se necesita, sino sentido común e inteligencia.
COMISARIO. ¿Conque sí, ah? ¿Dónde está el guardia? Deténla y átale las manos a la
espalda.
LISÍSTRATA. Como me ponga encima la punta de un dedo, me las pagará aunque sea
un agente público.
COMISARIO. (Al guardia.) ¿Qué, te da miedo? (Sale CLEONICE del Palacio.)
CLEONICE. (Al primer guardia.) Como la toques, aunque sólo sea con la mano, te vas
a llevar una golpiza de la que nunca te vas a olvidar.
COMISARIO. ¡Que tal, ah! ¿Dónde está el otro guardia? Aten a ésta primero. (Llega
MÍRRINA.)
MÍRRINA. Como le pongas encima la punta de un dedo, vas derechito al hospital.
COMISARIO. ¿Qué sucede? ¿Dónde están los guardias? Échenle el guante a ésa. Yo
haré que terminen sus ínfulas, una por una.
LISÍSTRATA. Como te acerques, te voy a hacer gritar a fuerza de arrancarte el pelo.
(Se va el guardia.)
COMISARIO. ¡Desgraciado de mí! Ha abandonado el campo el arquero. Pero
nunca cederemos ante las mujeres. Avancemos contra ellas, en línea de
combate, escitas, hasta llegar a las manos.
LISÍSTRATA. Por las dos diosas, vais a saber que también entre nosotras hay
cuatro batallones de mujeres preparadas para la lucha, completamente
armadas, ahí dentro.
COMISARIO. Retuérzanles los brazos a la espalda.
LISÍSTRATA. (Dirigiéndose a la demás.) Mujeres aliadas, salgan corriendo,
vendedoras del mercado, lavanderas, cocineras, salgan todas (Salen las mujeres al
ataque y los guardias huyen. Las mujeres vuelven al Palacio.)
COMISARIO. ¡Por Dios!, qué cobardes son estos guardias.
LISÍSTRATA. Pues, ¿qué pensabas? ¿Es que tú creías que intimidabas a unas esclavas,
o es que piensas que las mujeres no tienen arrestos?

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HOMBRE 1.° Señor, ¿por qué pierde el tiempo discutiendo con estas fieras?
MUJER 1. No hay que ponerle la mano encima al prójimo; si haces eso, forzosamente
tendrás los ojos hinchados. Porque lo que yo quiero es estarme quietecita, toda prudente
como una jovencita, sin fastidiar a nadie y sin mover ni una paja, a menos que alguno
me enfurezca, y verán un avispero.
COMISARIO. Pero por Dios, ¿porqué se han tomado nuestro Palacio?
LISÍSTRATA. Para poner en custodia el dinero y para ésta guerra intestina.
COMISARIO. ¿Es que combatimos por el dinero?
LISÍSTRATA. Sí, y también por él se originan todos los demás males que nos aquejan.
Pues los que andan detrás de los puestos públicos, para poder robar, arman siempre
algún conflicto. Así que el dinero ya no está para que lo malgasten y financien ésta
guerra inútil.
COMISARIO. ¿Y qué es lo que vas a hacer?
LISÍSTRATA. Lo vamos a administrar nosotras.
COMISARIO. ¿Ustedes lo van a administrar?
LISÍSTRATA. Si, ¿por qué te parece chocante? ¿No somos nosotras las que
administramos todo en nuestras casas?
COMISARIO. Pero no es lo mismo.
LISÍSTRATA. ¿Cómo que no es lo mismo?
COMISARIO. La guerra hay que hacerla contando con ese dinero.
LISÍSTRATA. Pero lo primero de todo, es que no hay que hacer la guerra.
COMISARIO. Pues, ¿de qué otra manera estaremos a salvo?
LISÍSTRATA. Nosotras los salvaremos.
COMISARIO. ¿Ustedes?
LISÍSTRATA. Sí, nosotras.
COMISARIO. ¡Es ridículo!
LISÍSTRATA. Los vamos a salvar, aunque no lo quieran.
COMISARIO. Lo que dices es absurdo.
LISÍSTRATA. Te enfadas, pero se hará de todos modos. Vamos a ponerlos a salvo.
COMISARIO. ¿Aunque no lo pidamos?
LlSÍSTRATA. Si.
COMISARIO. ¿Y de dónde les sale esa preocupación por la guerra y la paz?
LISÍSTRATA. Ahora se los explicaremos.
COMISARIO. Pues dilo pronto, o si no lo vas a lamentar.
LISÍSTRATA. Escucha, e intenta calmarte.
COMISARIO. No puedo, me es difícil aguantarlas por la ira.
CLEONICE. Pues entonces te vas a lamentar mucho más.
COMISARIO. Habla entonces.
LISÍSTRATA. Eso voy a hacer. Nosotras, en las primeras fases de la guerra y durante
un buen tiempo, aguantamos, por lo prudentes que somos, cualquier cosa que hicieran
ustedes los hombres , nosotras no podíamos ni oponernos. Pero nosotras, muchas veces,
estando en casa, nos enterábamos de una mala resolución sobre los asuntos castrenses.
Y después, sufriendo por dentro, les preguntábamos con una sonrisa: «¿Qué han
decidido, en relación con la tregua?» «¿Y eso a ti, qué te importa? –decían nuestros
maridos- ¿Por qué no te callas?», y nosotras nos callábamos. Pero cada vez nos
enterábamos de una decisión peor que la anterior. Y, luego, preguntábamos: «Amor,
¿por qué actúan de ésta manera tan disparatada?». Y él, echándome una mirada asesina,
me decía en seguida que si yo no me ponía a hilar, mi cabeza iba a gemir a gritos. «De
la guerra se ocuparán los hombres»
COMISARIO. Bien dicho.
LISÍSTRATA. ¿Cómo que bien dicho, estúpido, si ni siquiera cuando sus decisiones

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eran erradas nos estaba permitido sugerir nada? Y ahora se quejan por las calles: «¿Es
que no queda ni un hombre en este país?». «Desde luego que no, por Dios»; después de
esto, acordamos salvar a nuestra patria todas juntas.
COMISARIO. ¿Ustedes? Es ridículo lo que dices; no lo puedo aguantar más.
LISÍSTRATA. Cállate.
COMISARIO. ¿Callarme yo porque tú lo dices. Primero muerto.
LISÍSTRATA. ¿Por qué no te callas?
CLEONICE. Dedícate a cardar, o a cocinar, que «de la guerra se ocuparán las mujeres».
CORO DE MUJERES. Dispuesta estamos a realizar cualquier cosa, con tal de terminar
con esta guerra sin fin.
LISÍSTRATA. Si Dios nos infunde a nosotras deseo en las entrañas, algún día nos van a
llamar las «Acabaguerras».
COMISARIO. ¿Por haber hecho qué?
LISÍSTRATA. En primer lugar, si hacemos que dejen de estar con armas en el mercado
y de hacer tonterías.
CLEONICE. Sí, por Dios bendito.
COMISARIO. ¿Y cómo van a hacer para reconciliar y poner fin a ésta guerra?
LISÍSTRATA. Muy simple.
COMISARIO. ¿Cómo? Explícamelo.
LISÍSTRATA. Igual que el hilo, cuando se nos ha enredado, lo cogemos así y lo
desenmarañamos, lo haremos con esta guerra, si es que nos dejan hacer, poniendo las
cosas en su sitio.
COMISARIO. ¿Así que con lanas e hilos, creen que van a poner fin a estos asuntos tan
terribles? ¡Qué ingenuas!
LISÍSTRATA. Sí, y también ustedes, si tuvieras una pizca de sentido común, según
nuestras lanas gobernarían muy bien todo.
COMISARIO. ¿Cómo? A ver.
LISÍSTRATA. Primero, a la ciudad habría que limpiarla de los sinvergüenzas y sacarle
los obstáculos.
COMISARIO. ¿No es terrible que éstas arreglen el asunto dando consejitos caseros,
ellas que ni siquiera tomaron parte ninguna en la guerra?
LISÍSTRATA. Nosotras la aguantamos por partida doble. Primero, damos a luz a
nuestros hijos y los enviamos como carne de cañón. Además, cuando debemos disfrutar
y sacarle partido a la juventud, dormimos solas por culpa de las campañas militares. Me
dan pena que las chicas, envejezcan en sus habitaciones.
COMISARIO. ¿Es que los hombres no envejecen?
LISÍSTRATA. Por Dios, no se compara en nada. Pues cuando el hombre regresa,
aunque esté lleno de canas, en seguida lo tienes casado con una jovencita. Pero el
momento de la mujer es muy breve, y si no lo aprovecha, nadie quiere casarse con ella,
y ahí se queda alimentando ilusiones. Necesitamos hablar del asunto.
COMISARIO. ¿Por qué tengo que soportar esto? (Se alejan los dos.)
HOMBRE 2. Pues es terrible que éstas ahora se pongan a reprender a los ciudadanos;
que discutan, ellas, unas mujeres, sobre la guerra, un asunto de hombres. Pero lo que es
a mí, no va a tiranizarme esta.
CLEONICE. Pues no los vamos a tiranizar, ustedes mismos se dejar amansar con una
formula que nosotras conocemos. Vamos a ver cuanto tiempo resisten.
HOMBRE 1. Ninguna mujer puede contra los hombres.
MÍRRINA. Ya lo veremos. (Pausa larga, a la espera que regresen)
LISÍSTRATA. La actuación de algunas mujeres débiles de carácter, me tiene muy
desanimada.
LA CORIFEO. ¿Qué dices?

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LISÍSTRATA. La verdad.
LA CORIFEO. ¿Qué paso? Dilo, nosotras te apoyaremos.
LISÍSTRATA. Me da vergüenza que no podamos resistir.
LA CORIFEO. No nos ocultes lo que pasa.
LISÍSTRATA. En dos palabras: sexo débil. Las cosas están así. Yo no soy ya capaz
de mantenerlas apartadas de los hombres: se escapan. A una la pillé saliendo por una
gruta para encontrarse con su hombre; otra, se deslizaba serpenteando por los
corredores; y otra mas, planeaba bajar hasta la casa de su amante, y yo la arrastré por los
pelos. Ponen todas las excusas posibles con tal de marcharse a su casa. Aquí está una de
ellas. (Entra una mujer.) Oye, ¿a dónde vas tan aprisa?
MUJER 5. Tengo que ir a la casa, la comida se me va a quemar.
LISÍSTRATA. ¿Qué comida, ni que nada? ¿Es que vas a ceder?
MUJER 5. Pero si ya vengo, solo me demoro 5 minuticos y ya…
LISÍSTRATA. Nada de minuticos, ni de salir a ningún sitio.
MUJER 5. ¿Tengo que dejar que se eche a perder la comida?
LISÍSTRATA. Si hace falta, sí. (Entra otra mujer.)
MUJER 6. ¡Desgraciada de mí, desgraciada!, ¡Toda mi ropa se me va a dañar!
LISÍSTRATA. Aquí sale otra en busca de lo que no se le ha perdido. ¡Vuelve aquí!
MUJER 6. Yo sólo voy a recoger mis prendas y vuelvo en seguida.
LISÍSTRATA. No, déjalas que se pierdan, yo te las repongo. Si empiezas con eso, otra
mujer querrá hacer lo mismo. (Entra una tercera mujer.)
MUJER 7. ¡Permiso, que estoy a punto de parir!
LISÍSTRATA. ¿Qué bobadas estas diciendo?
MUJER 7. Estoy a punto de dar a luz.
LISÍSTRATA. ¡Pero si ayer ni siquiera estabas embarazada!
MUJER 7. Pues hoy sí. Déjame ir a casa, Lisístrata, a buscar a la comadrona.
LISÍSTRATA. ¿Qué historia es ésa? ¿Qué es eso que tienes ahí? (Le palpa el vientre.)
MUJER TERCERA. Un chiquillo.
LISÍSTRATA. No me mientas, más bien parece como una cosa hueca. Ya mismo voy a
enterarme. (La registra.) Majadera,¡conque tienes aquí el casco de tu marido y decías
que estabas embarazada!
MUJER TERCERA. Y lo estoy, ¡por chuchito!
LISÍSTRATA. Si, ¿y por qué llevas ese casco?
MUJER TERCERA. Para que si me cogía el parto en el Palacio, pudiera dar a luz
metiéndome en él casco.
LISÍSTRATA. ¿Qué dices? Son puras mentiras: la cosa está clara.
MUJER CUARTA. Pero yo, pobre de mí, debo ir a mi casa, ya que veo humo desde
aquí y es posible que se este quemando mi hogar.
LISÍSTRATA. ¡Dichosas mujeres! Basta ya de tantos disparates. Están desesperadas
por estar con sus hombres, seguro. (Se dirige a otra de ellas.) Pero, ¿crees que ellos no
se están volviendo locos por estar con nosotras? Yo se que son terribles estas noches sin
compañía. Pero debemos resistir con valentía, y soportarlo por algún tiempo más; yo les
juro que vamos a vencer si nos mantenemos unidas y no flaqueamos. Vamos adentro:
sería bochornoso si traicionamos nuestro juramento.¡Mujeres, vengan a mi lado, rápido!
MÍRRINA. ¿Qué hay? Dime, ¿por qué esas voces?
LISÍSTRATA. Un hombre se acerca trastornado y poseído por la excitación.
MÍRRINA. Ah, sí, por Dios, ahí está, y, ¿quién puede ser?
LISÍSTRATA. Fíjense bien: ¿Alguna de ustedes lo conoce?
MÍRRINA. Sí, por Dios, yo; ¡es mi marido, Cinesias!
LISÍSTRATA. Lo que tienes que hacer ya es ponerlo en el asador, darle vueltas,
seducirlo con el quiero y no quiero, y decirle que sí a todo menos a lo que sabemos.

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MÍRRINA. Descuida, yo lo haré.
LISÍSTRATA. Pues yo me quedo aquí contigo para ayudarte a seducirlo y ponerlo a
punto. (A las demás mujeres.) Ahora, márchense. (Salen; entra CINESIAS.)
CINESIAS. ¡Ay de mí, desdichado, qué convulsiones me dan, y qué rigidez, como si
me torturaran!
LISÍSTRATA. ¿Quién está ahí?
CINESIAS. Yo.
LISÍSTRATA. ¿Un hombre?
CINESIAS. Un hombre, pues claro.
LISÍSTRATA. ¡Largo de aquí!
CINESIAS. ¿Y tú por qué me echas? Por favor, te lo ruego, llámame a Mírrina.
LISÍSTRATA. ¡Que te llame a Mírrina!, ¿y quién eres tú?
CINESIAS. El marido de ella, Cinesias.
CINESIAS. Si, ve y llámala.
LISÍSTRATA. Bueno, voy a bajar a llamártela. (Se va.)
CINESIAS. Deprisa, ya que ninguna ilusión tengo en mi vida, desde el momento en que
ella se marchó de casa; sufro al entrar en ella, todo me parece un desierto. La comida no
he podido ni probarla. Estoy desesperado. (MÍRRINA se deja ver.)
CINESIAS. Mirrinita, encanto, ¿por qué haces eso? Ven aquí.
MÍRRINA. No.
CINESIAS. ¿Te llamo, y yo no vas a venir? Estoy destrozado sin ti.
MÍRRINA. Me marcho.
CINESIAS. (A MÍRRINA.) No, por favor ¿Ni siquiera vas a tener lástima de tus hijos
que llevan seis días sin su madre?
MÍRRINA. Sí, me da mucha lástima, porque tienen un padre muy descuidado.
CINESIAS. Ayyy mujer, ven, por favor.
MÍRRINA. ¡Lo que es ser madre!, ¿qué es lo que quieres? (Se acerca MÍRRINA.)
CINESIAS. (Para sí.) Dios, ahora la encuentro mucho más joven y de mirada más
tierna. Sus arrebatos hacia mí y su indiferencia, me tiene destrozado por el deseo.
Mamita, ¿por qué se portas así y le haces caso a las otras mujeres? Me haces sufrir a mí
y lo pasas mal tú también. (Se acerca a ella.)
MÍRRINA. No me arrimes la mano.
CINESIAS. Las cosas de la se están echando a perder.
MÍRRINA. Me importan un comino.
CINESIAS. ¿Te importa un comino todos tus vestidos y tus joyas?
MÍRRINA. Sí.
CINESIAS. ¿No vas a volver?
MÍRRINA. No, a menos que hagan las paces y pongan fin a la guerra.
CINESIA. Hecho, si eso es lo que quieres, eso haremos.
MÍRRINA. Bien, si acceden, todas regresaremos. Pero todavía no.
CINESIAS. Mamita, estemos junticos solo cinco minuticos y ya. ¿Si?
MÍRRINA. No puedo. Sin embargo, debo decirte que te quiero.
CINESIAS. ¿Me quieres? Entonces ¿por qué no estás conmigo, Mirrinita?
MÍRRINA. ¡Insolente!, ¿aquí, casi en la calle?
CINESIAS. ¡Por Dios! ¿Dónde más, si la cosa es de urgencia?
MÍRRINA. Y, ¿dónde se podría hacer eso, sin que nos vieran?
CINESIAS. ¿Dónde? En la gruta, ese es un buen sitio.
MÍRRINA. Y entonces, ¿voy a faltar a lo que he jurado, hombre comodón?
CINESIAS. No estés preocupada por ese juramento.
MÍRRINA. Lo voy a pensar. (Sale MÍRRINA.)
CINESIAS. Mi mujer me quiere, mi mujer me quiere… (Regresa MÍRRINA.)

8
MÍRRINA. Aquí estoy.
CINESIAS. Déjame que te bese.
MÍRRINA. Espera. (Sale MÍRRINA.)
CINESIAS. ¡Ay, ay, ay! No te demores que me voy a enloquecer.
MÍRRINA. Me voy a maquillar.
CINESIAS. Pero si no lo necesitas, ¡estás divina! (Pausa larga, dos minutos de espera;
se desespera, aúlla. Regresa Mírrina con un vestido muy sensual) Ven aquí, tesoro.
MÍRRINA. Y recuerda: no vayas a engañarme con lo de hacer las paces.
CINESIAS. ¡Que me muera, por chuchito bendito!
MÍRRINA. ¡Pero si no puse colorete!
CINESIAS. No lo necesitas.
MÍRRINA. Vengo en seguida. (Sale.)
CINESIAS. Mi mujer me va a enloquecer con el bendito maquillaje. (Entra MÍRRINA.)
MÍRRINA. ¿Quieres que te eche perfume?
CINESIAS. No, por Dios, no.
MÍRRINA. Sí señor, hueles horrible, te lo vas a poner, quieras o no. (Sale.)
CINESIAS. ¡Ojalá se le derrame el bendito perfume! (Entra MÍRRINA.)
MÍRRINA. Extiende la mano, coge y úntate.
CINESIAS. (Untándose.) No es agradable este perfume, sino que parece pachulí.
MÍRRINA. ¡Qué boba! He traído el linimento para los animales.
CINESIAS. Bueno, déjalo así, lo que quiero es estar contigo.
MÍRRINA. Pero si hueles peor que antes. (Sale.)
CINESIAS. ¡Ay Dios mío, que paciencia que hay que tener! (Vuelve MÍRRINA.)
MÍRRINA. Coge este frasco.
CINESIAS. ¡Ya no más!, no me traigas nada más.
MÍRRINA. Esta bien. Pero, mi amor, tienes que votar para que se haga la paz.
CINESIAS. Lo tendré en cuenta. (MÍRRINA se va.) Me ha olorizado, me ha hecho
trizas, y encima de todo, se marcha y me deja así, todo alborotado. ¡Ay!, ¿qué hago?
HOMBRE 1. Tienes el alma afligida por haber sido engañado. Te compadezco.
CINESIAS. ¡Ay, Dios, estoy a punta de explotar!
EL CORIFEO. La verdad es que eso te lo ha hecho tu mujer. (Llega un HERALDO.)
HOMBRE 1. Aquí viene un mensajero de nuestros enemigos.
HERALDO. ¿Donde está el Concejo de la ciudad? Quiero decir una noticia.
HOMBRE 2. ¿Quién eres? ¿Un ser humano o un alma en pena? Háblame con
franqueza. ¿Cómo andan los asuntos en su pueblo?
HERALDO. Tenemos que pactar la paz inmediatamente, porque o si no, las mujeres nos
van a enloquecer; estamos a punto de explotar. Estamos tan ganosos, tan fogosos, que
ya caminamos por las paredes. No podemos seguir así.
HOMBRE 1. Este asunto es una conspiración de todas las mujeres, ahora lo veo con
claridad. Rápido, di que envíen aquí a los embajadores con plenos poderes para tratar la
paz. Y yo le diré al Consejo que elija a otros embajadores aquí.
HERALDO. Voy volando, que lo que se ha dicho me parece requetebién. (Salen los
dos personajes en distintas direcciones.)
HOMBRE 2. ¿Por qué no llamamos a Lisístrata que es la única que podría
reconciliarnos? (Entra LISÍSTRATA.)
HOMBRE 1. No hace falta que la llamemos, ella por su propia cuenta, ya viene.
LISÍSTRATA. No es difícil saber por qué me necesitan ¿Dónde está Conciliación?
(Traen el acuerdo) Escuchen mis palabras: Mujer soy, pero tengo inteligencia ¿Creen
que yo no los voy a reprochar a ustedes, hombres de guerra? ¿No se dan cuenta que esta
guerra inútil solo beneficia a los mercaderes de armas, y algunos otros que solo buscan
su beneficio personal? Siendo pueblos hermanos, ¿por qué seguir luchando y no acabar

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de una buena vez, con esta absurda hostilidad? ¿Por qué no se reconcilian? Por Dios,
¿qué se los impide?
HERALDO. Nosotros queremos, si ustedes también están de acuerdo.
LISÍSTRATA. Cuando nos reconciliemos, podremos disfrutar de todas las privaciones
que hemos tenido durante tantos años.
HOMBRE 2. Pues nosotros también estamos de acuerdo.
LISÍSTRATA. Bien dicho. Ahora darán juramentos de fidelidad mutua. Y después cada
uno de ustedes cogerá a su mujer y se irá.
HERALDO. Perfecto, pero hagámonoslo rapidito que estoy que me muerdo un codo.
(Salen con los firmantes del acuerdo. Vuelven a aparecer felices y dándose la mano en
son de paz; y, más atrás, LISÍSTRATA y las restantes mujeres.)
LISÍSTRATA. Como todo ha salido muy bien, vayan señores donde sus esposas, que ya
están dispuestas a celebrar la paz. Y ustedes, no sufran más. Que el marido esté junto a
su mujer, y la mujer junto a su marido, y, después de bailar y festejar por estos sucesos
tan gratos, que tengamos cuidado en lo sucesivo de no volver a cometer los mismos
errores nunca más.
(Música, bailan y salen todos festejando. FIN)

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