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Mi amigo y yo.
Por, J. Brown.
Mi amigo y yo.
J. Brown
(seudónimo)

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Uno.

Para que no vayáis a creer que soy un hijo de nadie, comenzaré


diciendo que mi familia proviene de un linaje de antiguos señores;
tan antiguo como el tiempo y honorable como el cielo. Al menos
eso me gustaría pero en virtud a la verdad soy hijo del tiempo y el
mestizaje tan antiguo y olvidado como mis orígenes.
Puedo decir con exactitud el día en que empezó todo. Fue el 24 de
marzo de 1937 cuando coincidentemente mi madre decidió dar a
luz– no por deseo propio sino por acto de accidentalidad natural–
a un hijo que siendo recién nacido no tenía derecho a un padre;
después de todo no lo iba a necesitar y ese era el plan.
- ¿Cómo le va a poner?
- Creo que Shawn es un buen nombre. Tendría que
preguntarle pero es muy pequeño todavía – me dio un
beso, una carta magullada pidiendo perdón por si no me
gustaba el nombre y eso fue todo lo que dejó. Nunca
conocí quién fue.
Según supe después estuve algunos meses en un local de asilo
donde ponen a los niños desamparados a esperar adopción. Un
bebé de unos meses, blanco como la nieve y de perfectos ojos
azules no pasa demasiado tiempo desapercibido.
El primer recuerdo de Hansel y Betsy es un tanto trivial, o se
convirtió en trivial desde que las discusiones en casa eran tan
frecuentes como la cena o romper un baso. Por supuesto no
recuerdo el contenido pero si las formas. Llorar era una técnica
especial para calmar los ánimos y casi siempre funcionaba
mientras las cosas no estuvieran demasiado caldeadas. Tenía siete
años cuando fue la última vez que los vi. Pensaba en aquel
entonces que era como cualquiera de los otros niños del colegio
con sus dos padres perfectos, al fin y al cabo lo primero que te
enseñan a escribir es «Mama y papá».
Muy pronto aprendí a escribir «Shawn».
El 18 de agosto de 1954, según consta en registros legales fui
entregado nuevamente al Estado por la Señora Betsy Howen. Ya
no era Betsy Lemington y yo no usaría ninguno de los dos
apellidos nunca más. Luego de separarse me había convertido en
fruto de atropellos, una memoria no grata que era mejor olvidar.
Mi destino fue el Saint Augusto Memorial, una institución
religiosa de acogida que además se encargaba de la educación de
niños sin amparo filial. Yo no lo sabía y el desengaño sería el
primer trago amargo de mi vida.
- Este colegio mola– decía a Oliver, el niño que se sentaba
detrás– sobre todo porque no hay peleas. Mamá y papá
pelean todo el tiempo.
- ¿Y tú tienes mamá y papá?
- Pues claro, todo los niños tienen – aclaré con un ademán
de que era demasiado obvio.
- Ya quisiera tener una mamá y un papá que se pelearan.
¿Estás seguro?. Creo que eres un mentiroso – llamó a la
maestra y me acusó ante toda la clase, cosa que me
molestó mucho. La Señorita Laura me pasó la mano por la
cabeza y aclaró que yo no mentía. Luego antes de salir al
patio me retuvo un rato.

- Escucha Shawn...
No dijo demasiado. Creo que con el tiempo he olvidado algunas
cosas producto a que mi mente infantil bloqueo aquella
conversación y en en parte porque con el tiempo dejó de ser
importante. Si sé que en el momento no entendí mucho. Estaba
parado en el medio de un aula enorme cuyo techo se me trastocó
con cielo. Aguanté las lágrimas y aunque había llorado otras veces
intuí que era lo que tenía que hacer antes de que me soltarán en la
jungla con los niños del patio... en el resto del mundo. A partir de
ese momento llorar no sería tolerado y a nadie le importaría.
- ¿Entonces de verdad tienes mamá y papá?
- No... soy un mentiroso.
- Todo un gusto, Oliver.
Dos.

El sitio del colegio no estaba nada mal, enseñaban entre otras


cosas a querer al « Señor ». No sabía muy bien quién era, tenía
mis dudas sobre el Padre Deeming o el maestro de matemáticas,
pero uno de los dos seguro era el « Señor ». Por si las moscas yo
trataba a ambos con mucho respeto y al resto, bueno, según el
caso.
Era casi invierno y los abetos del patio desprendían unas
excelentes hojas amarillas dispuestas en todo momento para
preparar emboscadas. En aquel tiempo andaba mucho con Oliver,
quien se había convertido en mi compinche de maldades. Éramos
los hijos de Lucifer.
- Oye tío estoy harto de este colegio. Cuando cumpla 18 te
juro que me voy en la primera. No quiero terminar como
un jodido cura – dijo Oliver.
- Pero yo siempre pensé que te gustaba ir a los sermones – le
reproché bromeando mientras miraba de soslayo y de
repente me lanzó una gran cantidad de hojas y ramas por la
cabeza – ¡Así que quieres guerra he!
Ya en aquel entonces poco me importaba si realmente tenía padres
o no. El resultado final no había estado mal, en su ausencia
contaba con mi amigo. De vez en cuando me permitía releer la
carta de mi madre imaginando que era el mapa cifrado de un gran
tesoro o la clave para salvar al mundo en el futuro. Ese era mi
mundo personal, vaqueros e indios, Cristo y Lucifer, el bien y el
mal. Un escape para la imaginación y la triste realidad de un niño
sin padres. Por suerte por entonces todavía no conocía la
autocompasión y solo veía el infinito crisol multicolor de mi vida
proyectada en un techo de piedra, oscuro y mohoso.
Oliver y yo éramos sencillamente inseparables. Con trece años en
las costillas la inocencia de la niñez era historia y supurábamos
por conocer el mundo. Fue un día que me llamó hacia una esquina
del patio asegurándose de que estuviéramos solos.
- Tío esto es de puta madre mira lo que he conseguido –
registró en el bolsillo del frente.
- Joder qué es eso, de dónde lo sacaste.
- No importa, me lo he encontrado de uno que los arrojó al
suelo cuando fui a Murty’s.
- ¿Murty’s estás de coña?
- ¿Pero estás conmigo o no?
- Seguro, pero cómo encendemos eso, yo no tengo ni puta
idea – eran unos cigarros tan arrugados de esconderlos que
daban pena.
Conservo todavía mi cuaderno de notas en el que escribí lo
sucedido aquel día. Todos solíamos llevar una especie de diario,
era una regla del colegio. Le enseñaba todo lo que escribía a
Oliver pero él nunca me mostraba nada. Aquella práctica quedaría
grabada en mis huesos por toda la vida. Escribir es una entrada a
mi mundo interior, la posibilidad de enfrentarme al miedo de mí
mismo, una luz que alumbra la oscuridad del alma.
Lo sabía desde el día que Laura me había dicho que no tenía
padres, fue la primera vez que estuve en aquel lugar. Era negro
como la noche y de paredes infinitas. El aire era caliente y olía a
azufre. El infierno me dije. Aquella era mi vida, pero era la vida
de un demonio y yo debía ser hombre. Sería desde entonces el
pincel para darle color a aquello. Pero el azufre corrompe los
colores y muy pronto todo lo que pintaba se convertía nuevamente
en negro y monocromático.
Solo tenía una convicción y era no ceder el pincel a nadie, ni tan
solo por un minuto, qué diablos ni por un segundo. Bien es sabido
que lo que no es de uno termina siendo de nadie. Aquel mundo a
pesar de no ser la gran cosa seguía siendo después de todo mi
vida. Si yo era el pincel de mi vida entonces Oliver era la pintura.
Y vaya que fuente inagotable de color que día a día me permitía
seguir en la luz, lejos de la oscuridad. Así escribí aquel día en mi
diario.
- ¡Eres taaaan marica! – me respondió desde el extremo de
la cama imitando a esos chicos flojos que de vez en
cuando uno se topa en la calle. Me enfureció tanto que le
lancé una almohada que esquivó muy fácilmente.
- Y a ti que te encanta pasearte por Murty’s – abrió los ojos
como un par de platos y de un salto estuvo frente a mí.
Con su mano tapó mi boca.
- Vamos hombre no pierdas la cabeza que nos delatas – me
hizo una seña que comprendí al instante. La almohada
regresó como un misil del otro lado del albergue y esta vez
sí lo golpeó. Aquella noche irónicamente pasaría como la
Guerra Nocturna de las Almohadas, la última en que
estaríamos todos. Pero ya os contaré la historia.

Tres.
La primera vez que la vi fue increíble el hecho que haya sido de
pura casualidad. Es temible el destino cuando una cadena de
hechos tan dramática pueda desencadenarse por el simple hecho
de mirar hacia otro lugar por unos segundos. Estábamos los chicos
del salón tomando el sol en el patio casi como siempre cuando
pasó aquella figura que confundí con un ángel. No sé qué llamó
tanto mi atención pero fue como si el mundo se detuviera. Tuve
suerte de no ser descubierto y me sobrepuse al momento soltando
un chiste sobre Marcos– siempre funcionaban y todos echamos a
reír tan escandalosamente que llamó su atención. Mi alma se
inquietó al ver aquellos ojos azules como el cielo que de repente
no tuvieron más opción que reparar en los míos. Luego me atreví
a escribir:

Justo ahí, dentro de la multitud disjunta,


Tan disjunta, que prefiere no levantar la vista.
Precisamente allí, como siempre tratando de salvar el mundo,
Un mundo vacío, insolvente, mudo, nuestro mundo.

Justo ahí, de entre todos los lugares,


Lugares que le pertenecen, artífices de sus menesteres.
Precisamente allí, como siempre tratando de salvar el mundo,
Un mundo de señales divinas, causalidad, egoísta, nuestro mundo.

Justo aquí, dentro de la multitud disjunta,


Por favor mírame que tengo una pregunta.
Dos rostros hicieron uso del unísono:
¿Quién demonios puso dos caminos?

- ¿¡Quién Shawn!?– fue la expresión de Oliver cuando le


relaté la anécdota. Su expresión parecía desconcertada y
casi enojada.
- Ni yo sé bien. Pero creo que pasa por ahí todos los días.
¿Seguro no viste tú también?– meditó por unos segundos
que parecieron años y de repente su rostro cambió tanto
que me preocupe.
- No tienes idea. Joder tío en qué te has metido.
- Pero habla hombre que me provocas un infarto.
- Le dicen «Princesa». Su nombre mejor no te lo digo.
Tampoco le comentes a nadie lo que me dices. Pasaba de
pura casualidad – me dio unas palmadas en la espalda con
una risa pícara dibujada en su rostro y se fue a la cama. En
medio de mi preocupación regresó unos minutos después
que apagaran las luces en plantillas y semidesnudo.
- ¿Pero dime no notaste nada extraño?
- No. Ponte algo que vas a enfermar.
- ¡Wajajaja, genial!
No entendía nada. Oliver siempre había sido algo misterioso en
contraste conmigo pero esta vez me dejaba fuera de combate. Lo
más impresionante era que la conocía. Resultaba que mi amigo ya
conocía chicas, pero aún más terrible no me lo había dicho. ¿Las
querría todas para él?. Me sentí algo triste de que las chicas
pusieran distancia entre nosotros. En un instante aprecié como
perdía mi amigo de la misma forma que había perdido a mis
supuestos padres. Betsy Howen, Hansel Lemington.
- « ¡Qué te den puto Oliver Twist con nombre de alquiler! »-
fue mi último pensamiento aquella noche y no tenía ni
idea.

Cuatro.
- Shawn, Shawn... ¿Estás despierto? – susurró Oliver a la
orilla de la cama.
- Si hombre, ya me despertaste. Habla bajo que vas a
despertar a todo el mundo. Acaba de meterte en la cama–
puso cara de abrírsele los cielos y con una agilidad
tremenda se colocó debajo de las sábanas – ufff tío tienes
los pies fríos.
- Mañana voy a la feria. ¿Quieres ir?
- ¿A la feria?
- Si.
- Vale – se alegró y pasó su mano por encima de mi cuerpo
para evitar el frío.
Nos levantamos como nunca lo habíamos hecho un sábado, siete
en punto de la mañana. Era extraño para cualquiera darse el lujo
de ir a la feria del sábado, era difícil conseguir la autorización para
salir e incluso más difícil conseguir el dinero para pagar algo. No
nos daban nada. Oliver sin embargo tenía algunos negocios que yo
no conocía con el Señor Deeming y éste le pedía hacer algunas
compras de vez en cuando fuera del colegio.
El Señor Deeming parecía tener ochocientos años desde mi punto
de vista. Más o menos cuarenta en una escala aplicada a vosotros
que ya pasaron por la adolescencia. Tenía un rostro severo y usaba
siempre su traje negro como el azabache. En realidad era y sigue
siendo un enigma para mí, así que no soy capaz de elaborar una
descripción detallada de su persona. Por suerte, sus necesidades –
que yo desconocía en aquel entonces – nos abría las puertas a un
infinito de goce y satisfacción que colmarían a cualquier niño. Sin
lugar a dudas éramos dos niños que nunca habían podido ir de
feria.
Aquel día será inolvidable mientras la vida no me abandone.
Nunca había visto a mi amigo tan feliz, tan abierto y tan
espontáneo. La pasamos de maravilla entre montañas rusas, de
caramelos, de sustos, de risas. Todo era un exceso o eso le parecía
a mis ojos que siendo presos de la humildad se dejaban
impresionar por todo. Ya podía comprender por qué la feria era el
lugar preferido de los niños que pasaban llorando con sus padres
frente al colegio.
- Oye tío deberás enseñarme qué es lo que te traes con el
director. Definitivamente es algo que vale la pena – le
balbuceé a Oliver mientras me atragantaba con un algodón
de azúcar; que dicho y sea de paso nunca los había visto de
azul. Reflexionó por unos instantes en los que borró su
alegría y respondió.
- Eso no va a pasar. Hagas lo que hagas no puedes
acercártele nunca.
- Si claro, quieres invitar siempre...
- ¡Shawn no seas necio! Eso no tiene sentido – su mirada
encolerizada y fija en mis ojos me indicó que no quería
jugar al respecto.
- Disculpa no era mi intención...
- Vale– me interrumpió, cambió cólera por tristeza y tomó
de mis manos- promete... promete que...
- Escúpelo ya.
- ¿Seguirás siendo mi amigo pase lo que pase... aun si no
entiendes nada?
- No puedo.
- ¿No puedes? – como si en ello le fuera la vida.
- Soy un jodido mentiroso – le hice una seña secreta y
volvió su hermosa sonrisa, inamovible para quien la viera.
Regresamos aterrados con nuestros trajes de pantalones cortos de
domingo polvorientos. Oliver le dio los cigarros y otras cosas al
director no sin antes sustraer algunos. Este respondió con una
sonrisa y pasó su mano por la negra cabellera de mi amigo. Clavé
los ojos en el suelo. Me quedó la duda si simplemente le
recompensaba por ser un buen chico o para comprobar si tenía
cuernos – todos sabíamos que los demonios y criaturas del
inframundo los tenían.

Cinco.
La mañana estaba clara como el agua, simplemente tranquila. Tan
hermosa que cualquier tonto arrebatado como yo sería incapaz de
apreciarla. De hecho me consideraba como un tipo rudo de
cuentas y resultados numéricos. El romanticismo y las letras vivas
eran facetas que no iban conmigo, cosa que se contradecía con lo
que escribía todos los días. Luego uno aprende que cuando el
mundo crece es necesario rellenarlo con algo, por eso es que un
adolescente es incapaz de mirarse a sí mismo y reconocerse
porque todavía no tiene idea de con qué va a colmar su alma.
Oliver no venía conmigo, era extraño que la señorita Laura lo
despertara antes. Se lo había llevado medio dormido y con apenas
el tiempo de vestirse apropiadamente. Ni siquiera hizo la cama así
que me había tomado algo más de tiempo hacer la de ambos,
hubiese sido un problema si la señorita que inspecciona la llega a
encontrar así. Las lecciones fueron tremendamente aburridas y
Marcos Stein escapó de las burlas de todos los días.
Luego más tarde me enteré que así serían todos mis días en
adelante. Por alguna razón que yo desconocía Oliver había sido
transferido a otra escuela. No lo podía creer, era inaudito que no
me lo hubiera dicho. ¿Lo sabría de antemano?. Por mucho que
pedía explicaciones todos me decían lo mismo... « es lo mejor, no
es algo que te concierna... »
- ¡Pero cómo vas a decir que no es asunto mío, es mi amigo!
- Ya he dicho lo que necesitas saber.
- ¿Pero puedo escribirle al menos?
- Me temo que no.
- Quiero hablar con el director, él me dejará escribirle.
- El señor Deeming también ha sido trasladado y ya puedes
marcharte, eres muy joven para entender estas cosas.
Las cosas iban de mal en peor, fui corriendo hacia los dormitorios
y ni siquiera quedaba ya rastros de su existencia. Habían hecho
desaparecer todas sus cosas. Supongo que las habían recogido y
las habían tirado junto con él a las calles. Imaginaba a un pobre
niño asustado del mundo con apenas sus míseras pertenencias.
Sabía que eso no podía ser pues había sido trasladado a otra
institución, pero así lo imaginaba. Era mi amigo y estaba
preocupado, por qué todo tan de repente. Ni siquiera quedaba su
diario para averiguarlo, nunca tuve la oportunidad de saber qué
ponía. ¿Lo volvería a ver alguna vez para preguntarle?
« ...puede que todavía no haya crecido lo suficiente, puede que no
sepa muchas cosas de este mundo que todos los días me
sorprende. Con 13 años, diario, anota esto que te digo, pues será lo
último y la última verdad será también que encontraré a mi amigo.
La próxima vez será él quien te escriba...»

Seis.
Seguía recordando a Oliver todos los días de mi vida. Era una
carga que me angustiaba de una forma indescriptible. Tal angustia
no debía ser humana ni reparto para ser humano, pero había
aprendido desde hacía tiempo a guardar el dolor y las lágrimas
lejos del mundo y la luz. Por eso, en mi alma solo había crecido la
oscuridad en lugar de lo que debía completar a una persona
normal. Y seguía recordando.
Habían pasado varios meses. Temía que nunca más viera a Oliver
en la vida. ¿Me extrañaría de la misma forma que yo a él?. ¿Acaso
me recordaba o ya se había olvidado?. Las personas nunca me
recordaban. Mis padres me habían olvidado por su propio bien, tal
vez mi amigo había hecho lo mismo. Me dijeron que era lo mejor.
Quería estudiar en la universidad. Una linda carrera numérica y
cuadrada, cualquier cosa lejos de las relaciones humanas. Nunca
me habían resultado satisfactorias.
- Pero eso es sencillamente demasiado costoso – me dijo la
señorita Laura con los ojos desorbitados. Se había
convertido en la directora del Saint Augusto Memorial.
- ¿Qué se le puede hacer?
- Me temo que nada, la institución no tiene el presupuesto
para costearlo. Tal vez si algún benefactor...
- Entonces es imposible – suspiré con desánimo mientras
colocaba la mirada en el suelo.
- Shawn... ¿Has sabido algo de Oliver? - ¡Oliver, pero qué
demonios! ¿Nadie me había hablado de él en siglos y
ahora era yo quien debía saber? Mis oídos no daban
crédito a la pregunta y sin levantar la mirada me concentré.
- ¿Y por qué he de saber yo, acaso usted no sabe?
- Me temo que nadie sabe.
- Pero había sido trasladado... ¿No?. Eso me dijeron. ¿Ha
sucedido algo?.
- Se ha escapado de donde lo ubicaron. Sé que ustedes
tenían... bueno... una relación especial.
- ¡Era mi amigo! ¿Y por qué habría de escaparse? –esta vez
mis ojos como fiera fueron a parar a los de ella que se
hicieron efusivos.
- Hemos hecho muchas cosas mal. De cualquier forma si
sabes algo, si te contacta... – respondí que si con la cabeza.
- Claro.
Era increible, qué había sido de Oliver y por qué se escaparía. En
qué clase de lugar se encontraba para ser tan insoportable y por
qué no sabía nadie de él. Algo estaba claro y era que no quería que
nadie lo encontrara, ni siquiera yo y eso me angustiaba. La
señorita Laura nunca se enteraría si me contactaba por alguna
casualidad.

- « Un día, una semana, un mes... esperaré toda la vida así


muera sentado en este patio »
Ya era de noche y hacia un frío de mil demonios. La farola del
patio la habían encendido más menos a las ocho. No tenía hambre
así que ni comí. No sabía exactamente cuanto tiempo llevaba ahí.
Nevaba y pronto tendría que esconderme en la oscuridad para que
no me obligaran a entrar. Estaría ahí cuanto tiempo fuera
necesario. Tenía ganas de llorar, tenía ganas de huir, de gritar...
pero a nadie le importaría. Me arrastré hasta el árbol más cercano
y me senté en su tronco junto a una pila de hojas secas que todavía
quedaban. Puse mis rodillas contra el pecho para aguantarlo un
poco pues lo sentía vacío y con ganas de hacerme explotar, todo a
la misma vez. Dejé que nadie viera mis lágrimas.
- Hey– oí una voz que me llamaba desde afuera, de la calle.
Era la voz de un chico pero no veía porque estaba de
espalda. Cuando miré por poco como tierra. Algo parecía
conocido en aquel muchacho de hermosos ojos azules y
cabellos amarillos. Llevaba el pelo sobre los hombros, una
nariz superfina y labios todavía más delgados. Estaba
vestido extrañamente, con unos jeans tan apretados que se
le marcaba todo. ¿Por qué rayos me estaba fijando yo en
todo eso?. Sequé mis mejillas rápidamente.
- ¿Te conozco de algún lugar?
- Lo dudo mucho, aunque me gustaría. ¿Tienes algo para
fumar? – dijo mientras me acercaba a él. Se acomomodó
en la reja del patio como quien iba a estar dando la lata
mucho rato.
- Mira que venir a un colegio religioso a pedir cigarros...-
dije.
- Quién sabe, te asombrarías de lo que uno puede encontrar
aquí –miró directamente a mis ojos tan azules como los de
él – tienes unos ojos muy hermosos- ¡Joder ahora
recuerdo! ¿Cómo era que le decían?
- ¡Tú... tú...!
- Yo, yo – dijo divirtiéndose.
- ¡Pero si tú eras una chica!
- ¿Yo? Yo puedo ser muchas cosas. Ahora mismo estoy de
mensajero. Aunque tengo mis dudas.
- ¿Tienes dudas? No me interesa nada así que pirarte por
donde vienes.
- Si, definitivamente no me parece. Pero si él cree en ti no
hay más opción- diciendo esto tiró un papel entre la reja-
asegúrate de leerlo solo y no le digas a nadie. Lástima que
tienes esos ojos, no te pegan.
- A ti tampoco.

Siete.
Recogí lo que había arrojado, se trataba de una carta. « ¿Qué
mariconada se traerá este conmigo? ». ¡No era de parte de él, ya
sabía de quién era!. « Para: El mentiroso» ¡Esa letra era de Oliver!
- Buenas noches. ¿Qué hace usted por aquí? – el corazón se
me paró, la había cagado. Ahora me preguntaría que tenía
en las manos y descubrirían que era de Oliver. Entonces él
me acusaría de lengua floja y jamás volvería a confiar en
mí. Di la vuelta...
- ¡Uff Ben eres tú!
- Si pero igual no te vas a escapar. ¿Qué haces aquí tan
tarde? – Ben era el jardinero. Era singular por varias cosas,
era el único negro que conocía y además le faltaba como
que un tornillo. Pero no era como esa gente loca... solo no
era tan inteligente.
- Ahh estaba viendo los autos pasar – ésa era su obsesión.
- ¿En serio?. Sabes yo sé conducir. Tú podrías aprender pero
necesitas licencia primero- vean que lo que hace falta es
aprender primero y después sacar licencia, Ben
obviamente estaba equivocado- conozco a todos los
instructores que hacen las pruebas. Si quieres te ayudo con
eso– se acomodó conmigo parado en la reja, su altura era
increíble.
- ¿Es difícil aprender?
- No, uno aprende sobre la marcha. No hay otro remedio,
cuando yo aprendí me dejaban solo unos minutos en el
auto así que tuve que aprender a prueba y error.
- Igual pasa con la vida. Este cuerpo solo lo tenemos unos
minutos y tenemos que aprender sobre la marcha. ¿No es
así? – me miró muy serio con sus arrugas incipientes y
luego de unos segundos me dijo:
- Era un Ford, viejo como él mismo. Mi papá manejaba en
aquel entonces una locomotora.
- ¿Oye y tienes licencia?
- No hace falta. Solo los tontos necesitan una. Pero un día de
estos saco una y te llevo a algún lugar.
- ¿A la universidad?
- ¿Hace falta mucha gasolina?
- Si, mucha.
- Ya veremos, si te portas bien – era lo que siempre decía.
El corazón se me salía del pecho, mis pies tropezaban de torpes
uno con el otro. Las manos me temblaban y cargaban el tesoro
más frágil que existía en el mundo. Por más que avanzaba no
lograba encontrar un lugar para poder leer a mi amigo. Ninguno
me parecía lo suficientemente seguro, ninguno era el idóneo. ¡Se
acordaba de mi... yo era especial para él!. Me vendría a buscar, me
diría que estaríamos juntos por siempre. Nunca más tendría que
estar solo y podríamos ir a la universidad juntos. Seguro.
« Hola Shawn. No sabía como escribirte. Lo intenté muchas veces
pero no me dejaron. Por momentos no me acordaba de ti pero no
era culpa mía, estaba todo drogado por esos doctores. Dicen que
estoy enfermo y que me estaban curando. ¿Todavía sigues siendo
mi amigo?. Yo te extraño mucho pero me dijeron que eso era
malo, así que probablemente no le debes decir a nadie que sabes
de mí. Me hicieron daño en donde estaba, tuve que irme como
pude. De repente no me acordaba de nada así que a los meses vine
a acordarme de todo. Es culpa de Deeming. Dime que no te ha
hecho nada. Mejor no, no me escribas nada, es mejor que no sepas
de mí. Joder no sé si todavía sigues siendo mi amigo pero igual te
sigo queriendo. ¿Recuerdas cuando montamos en la estrella y
estabas tan nervioso que me agarraste por el cuello?. Aquel día
casi me matas. Eras una jodida gallina. Adiós mi amigo.»

Ocho.
Estaba enojado. Muy enojado. Casi me comía las uñas y era el
segundo lápiz al que le rompía la punta de lo duro que lo
presionaba. Estaba enojado con el mundo que me había quitado
los colores. Mi vida se había vuelto de negro por culpa de ellos.
Por qué se llevaron lejos a mi amigo. Era una conspiración.
- Shhhh, silencio.
- Jodida vieja loca, malparida hija de su... – susurré donde
estaba sentado.
- Shhhh, esta es la biblioteca.
Me paré de un tajo y salí por la puerta que se cerró como si la
hubiera tirado un fuerte viento. Todo el mundo me siguió con la
vista y siguió en lo suyo. Al rato me fue a ver Laura. Estaba
sentado en el árbol del patio donde mismo había visto a aquel
muchacho extraño de ojos azules. Quizas le podría preguntar por
Oliver.
- Se puede saber qué te pasa- me preguntó Laura desde
arriba y yo arrojé un puñado de hojas secas que estaban a
mi lado por delante mientras encogía los hombros- la
Señora Ferly estaba muy inquietada por tu
comportamiento. ¿Y esto que has escrito?.
- Solo algo que se me ocurrió.
- ¿Te sientes de esta manera?. ¿No querías ir a estudiar a la
universidad?.
- No importa lo que quiera. Sigo siendo quien soy y el
mundo se va a asegurar que siga siendo así.
- Un pobre huérfano.
- Un mentiroso.
- Pues bien, siento decepcionarte. Me tomé la libertad de
mandar tus diarios a una persona muy importante y quedó
muy impresionada.
- ¿Que hizo qué?– mi actitud indiferente se transformó en
una mezcla de enojo y alegría. Que combinación más rara.
No podía mostrarme alegre. No después de estar enojado y
sobre todo no sin mi amigo.
- Bueno ya me lo agradecerás después. De cualquier forma
esto que escribiste... es mejor... ¿Quieres que hablemos de
ello?
- No.
- Bien, te respeto– me devolvió el cuaderno y yo levanté la
mano para tomarlo. Se fue y yo seguí allí tirado.

- ¿Estás viendo los autos de nuevo?


- Hola Ben.
- ¿Puedo leer?- me preguntó con la misma seriedad con la
que disimulaba entender algo. Yo pensaba que Ben era una
persona muy sabia aunque todo el mundo dijera que era un
retardado. Es solo que existen muchas formas de sabiduría.
- Seguro, toma- procedió entonces en voz alta.
- « Qué atrocidad »- pensé mientras leía.

Vengan a mi malos sueños,


Nazcan los actos siniestros,
Rompan mi alma en mil pedazos
Y háganme inmortal una vez más.
Vengan, oleadas de demonios,
Yo las invocaré,
Adelante, destruir,
¡Adelante destruir!
Soy el augurio de la tormenta
Soy la carne de sus anhelos
Úsenme, prendan fuego a todo
Juntos, vamos, mostremos el dolor,
El tormento en nuestras almas.
No habrá más luz,
Y no habrá más esperanza.
Y será éste nuestro mundo,
Y será esta su oscuridad.

Una luz se había encendido dentro de mí. Ya no eran los colores


de mi amigo. Tampoco tenía la claridad de cuando él estaba
conmigo, pero sería suficiente para encontrarlo. Saldría adelante y
sería quien iría a buscarlo esta vez.
- « Le diré que estaremos juntos por siempre, que nunca más
tendrá que estar solo y que iremos juntos a la universidad.
Seguro. »
Joder pero algunas cosas seguían molestándome, cosas que no
entendía. ¿Estaba enfermo?. ¿Por qué no lo dejaban escribir?. ¿Le
hicieron daño?. Si le hicieron daño iba a encontrar al culpable y lo
mataría. ¿El director Deeming tenía la culpa?. Definitivamente las
iba a pagar. ¿Pero dónde estaba?. De no haber puesto la rabieta le
hubiese podido preguntar a la señorita Laura pero en lugar de eso
había decidido actuar como un niño.
- « Debo tener sangre fría para que no sospechen que sé
algo. No digas adiós mi amigo. Te encontraré. Te
encontraré. »

Nueve.
Era primavera y todo estaba perfecto. Las calles más limpias que
nunca, las personas más amables que nunca, hasta el trinar de los
pájaros se oía alegre mientras jugaban a no sé qué en los árboles.
Había salido a comprar unos dulces con unos centavos que me
habían sobrado. Llevaba todo el mes sacando cuentas a ver si me
sobraba algo para los nuevos caramelos que el señor Dan tenía en
su tienda. Los había visto hacía unas semanas en el mostrador. Me
encantaba comer dulces pero pocas eran mis oportunidades.
Si estuviera Oliver lo compartiríamos entre los dos, aunque de
seguro él me regalaba su parte. Antes siempre lo hacía cuando...
- « ¿Cómo conseguía el dinero? »
Hacia tiempo que no lo veía. Era posible que hubiese cambiado.
Yo había cambiado. Era más alto, deseaba ser más alto que él,
siempre me lo había tirado en cara con eso de que era el más
grande y por eso tenía que obedecer. Yo era el día y él la noche,
con mi pelo amarillo como el sol y el suyo negro como la más
perra oscuridad. Por dentro, cambiábamos roles. Yo la
personificación del infierno y él... la luz de mi mundo. Cada vez
que reía y venía corriendo a donde yo estaba me devolvía el alma.
De vez en cuando, sobre todo cuando salía del colegio, moría de
un infarto. Aquel chico de la parada del bus, o aquel otro
recostado a aquella pared. Se le parecían tanto.
- « ¿Será? »
El corazón se disparaba y la respiración se trancaba en el pecho.
Luego un gesto, aquella mano en las caderas. No, no es él. Esos
pantalones tan anchos, a él no le gustaban así. Uff llegué.
- Buenos días.
- ¡Ohh buenos días Shawn!- qué raro, estaba contento de
verme. Generalmente era mal cliente...
- ¿Tendrá por ahí de esos dulces amarillos que vi la semana
pasada?- quedó meditativo unos segundos.
- Si, seguro. Espera que enseguida te los traigo- vino con
toda una bolsa de esas de papel. Me pareció que estaba
muy llena teniendo en cuenta la cantidad de dinero que
traía- ¿Te gustan mucho verdad?
- Mmmm...- encogí los hombros- creo que ha traído usted
demasiados. No puedo pagar tanto.
- No hay problema hijo. No todos los días me visita un
científico a la tienda- de qué estaría hablando. Me guiñó
un ojo y se quedó con el brazo extendido sobre el
mostrador.- Vamos que ya me enteré que vas a la
universidad.
- Ahh, bueno todavía no es seguro.
- Ya es hora que alguien del barrio se haga grande. Recuerda
que saliste de aquí.
- Si señor- sentí como que algo muy pesado se ponía sobre
mis hombros. Mis ojos fueron a parar a mis pies que se
topaban uno con el otro. ¿Acaso era yo importante para
esta gente del barrio?. ¿Por qué, si apenas me conocían?.
- ¿Bueno te llevas los dulces o qué?
- ¡Muchas gracias señor Dan!- tomé la bolsa sin mirarle a su
gran bigote y tuve suerte de que cuando fui a sacar el
dinero me mandó a volar sino me hubiese visto un par de
lágrimas en el rostro. Habría pensado que soy un
blandengue sentimental de mierda de esos. ¿Se habrá dado
cuenta?.
Segui de largo mi camino de regreso, iba por mi acera pero
aquellos chicos de la esquina me miraban raro. Se estaban riendo
de mí. Aquello era inaudito, nadie nunca se reía de mí. Estaban
vestidos raros, todo estrambólicos. Aquellos pantalones hasta
arriba con patas anchas les hacía ridículos. Por no hablar de las
camisas sin mangas. Era yo quién debería estar burlándose. Los
ignoré.
- Hola.
- ¡Joder tío qué espanto!. ¿Qué haces vestido así de esa
manera?- era el chico que me había entregado la carta de
Oliver, pero estaba vestido de chica. Me sacó un susto de
muerte. Imaginaís que de repente se encuentran con una
chica con voz de chico... de espanto.
- Vaya, mira a aquellos que risotada se traen, qué crees. ¿Le
damos un poco de envidia?- diciendo esto me dio un beso
resonado en una de las mejillas muy cerca de los labios.
- ¡Qué haces tío, qué asco!
- Mira que serios se pusieron qué crees- tenían razón de
estarlo porque ya fuera chica o chico ciertamente mi amigo
de ojos azules era muy hermoso. Ya me empezaba a
molestar el « ... qué crees... » detrás de cada cosa que
decía- pero pareces fachado a la antigua. ¿No tienes nada
mejor que vestir?. Por eso se estaban riendo.
- No tiene nada de malo vestir como visto. Así vestimos la
gente decente.
- Pshuu, precisamente...- torció los ojos y miró hacia el otro
lado como para probar un punto demasiado obvio que yo
no comprendía.
- ¡Dime de Oliver!. ¿Dónde está?. ¿Cómo se encuentra?. ¡Si
sabes dónde está debes decírmelo!
- ¿Quién?
- ¡Oliver!
- Con que así se llama, qué crees...- se quedó pensando- no
sé tío hace tiempo no lo veo, se fue con un tipo que no
conozco.
- ¿Con un tipo?
- Mira si él no quiere verte sus razones tendrá. Le hicieron
muchas cosas en esa escuela de gente decente como tú
dices. Es mejor que esté por su cuenta.
- ¿Pero tú sabes qué sucedió?
- Me dijo que eras ingenuo pero nunca pensé que lo fueras
tanto. Si quieres que te explique tendrás que pagar qué
crees.
- ¿Pagar?
- Piensas que visto de chica porque me gusta. Tengo clientes
y ahora mismo me los estás espantando- dijo muy
seriamente mientras le echaba el ojo a un tipo que miraba
desde el otro lado de la calle.
- Ahh...
- Ves que no eres tan ingenuo. Invítame a un café y
hablamos- acepté sin pensarlo dos veces.
- Si dejas de decir « ...qué crees... »
- Vale.

Diez.
- « Maldición. Debí pensarlo mejor, ahora tendré que gastar
el dinero que me había guardado. ¡En un puto café que ni
me gusta! »- le dediqué una mirada de horror a mi
acompañante que respondió con una descarada sonrisa. El
muy hijo de puta hasta me guiñó el ojo.
El lugar después de todo no estaba nada mal. Era un pequeño
negocio al que yo había visto muchas veces pero nunca había
entrado. No tenía nada que hacer allí sin dinero. Habían unas
pequeñas mesas en un entrepiso desde el que se podía divisar toda
la calle. Cualquiera se sentiría importante en aquel lugar. Vino un
señor muy elegante el cual nos trató de señores y todo. Me sentí
más relajado cuando se fue luego de dejar las tazas de café.
Hubiese muerto de vergüenza si oía la voz de aquel chico vestido
de chica.
- Y... ¿Precisamente cómo se llama... bueno eso a lo que te
dedicas?.
- ¿Yo?. Chapero- tragó un sorbo como si nada.
- ¿Y tienes que vestirte así?
- No precisamente. Pero llama menos la atención. Algunos
clientes me dicen que siga vestido así, otros me prefieren
como chico. ¿Entiendes?.
- Más o menos- hundí mi cara en una profunda vergüenza.
- ¿Sabes que lo hizo por ti... no?
- ¿Por mí?
- El trato era que no te tocara y él no le decía a nadie.
Cobraba por ello también pero ni muerto lo hubiese
hecho... ni siquiera por todo el dinero del mundo. Supongo
que hay hijos de puta en todos los lugares.
- ¿Entonces es... es como tú?
- ¿Cómo yo?. ¿Crees que alguien quiere ser como yo o
hacer lo que hago?- su hermoso rostro se estranguló en una
mueca de enojo. Había fuego en su mirada.
- Imagino que no- miré mis zapatos que casi no llegaban a
tocar el suelo avergonzado de nuevo.
- Fresco... no hay problema- volvió a sonreír.
Entrada ya la noche, eran casi las ocho y todavía seguía vagando
por las calles. Había pasado toda la tarde con aquel muchacho de
ojos azules y pelo amarillo. Se llamaba Michael y nada más: si se
ponía a decirle a cualquiera su apellido capaz que sus padres se
enterarán y lo buscaran. Teníamos la misma edad, yo cumplía 14
en marzo y él unos meses después. Le dije que ni así me diera la
dirección de sus padres iba a ser capaz de contactarlos, con eso y
todo, solo averigüe que se llamaba Michael.
Estaba preocupado, volverían a zurrarme si volvía tarde de nuevo,
pero la luz del alumbrado público rompiendo sobre el adoquín me
traía recuerdos. El aire de primavera, todavía frío hacía agua mi
nariz. Michael al final me dijo si quería ser su amigo. Le advertí
que la próxima vez viniera de chico y sellamos nuestro acuerdo
con saliva en las manos. Le dio asco al muy pelotudo. Mientras
caminaba me preguntaba por qué si podía pasear con una chica
que además era hermosa le había dicho que viniera como chico.
¿Sería tonto?.
Por suerte no me regañaron.

Once.
- Shawn, anda ve a buscar lo que te pedí.
- Vale- me dio un beso en la frente y una bolsa de plástico- «
joder que rico se siente »
- ¿Me quedo con el cambio?
- Si regresas verdaderamente rápido.
- ¡Gracias ma!- zas, casi rompo la puerta.
- ¡Shawn vas a romper la puerta!– era papá.
- Joder lo siento- ¿Donde quedaron mis pies que no los
veo?, zas zas. Joder tendré que arreglar la puerta del jardín.
No importa, miro hacia atrás y está papá en el jardín.
Corre para que vuelvas pronto.
- « No sonrías tanto que la gente va a pensar que eres tonto.
¿Qué hacen aquellos? Ahh juegan pelota, pero se detienen
y me están mirando. Me gritan algo... no los oigo. Ríen.
Pero no ríen como yo, se burlan... ¿Será mi ropa?. ¡Joder
cómo se me ocurre salir desnudo!. Ahora los oigo. »
- ¡Mentiroso!
- ¡Mentiroso!
- ¡Mentirosoooo!
« ¿Qué mierda hago soñando estas cosas?. » Me desperté en un
charco de sudor. Se estaba acercando el verano. « ¿Qué le importa
a la gente como visten los demás?. Acá todos vestimos igual,
excepto los domingos que hay que orar, igual que por las
mañanas. Es una pura suerte que dios lea el pensamiento porque
sería vergonzoso decir en voz alta todas las chorradas que uno le
pide. »
- « Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros,
pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. »
Esto que tengo en la cara no es sudor. Ohh no, por qué
yo... qué rayos hago llorando. No siento nada y sin
embargo estoy llorando. Me seco la cara y me paro de un
tirón. Ahora estoy enojado- « ¡Puto llorón! ».
Si tuviera dinero me compraba de esa ropa rara con tal de
quitarme los sueños estos. Como si vestir definiera algo
importante. Lo importante es lo que uno lleva por dentro. Michael
me dijo que la gente le decía « Princesa » porque era muy bonito
así que me pidió que le dijera Michael. Los amigos le llamaban
Michael porque cuando fuera viejo ya no iba a ser « taaan lindo »
y le gustaría conservarlos cuando eso pasara. Si tan solo lo
hubiese dicho como un chico normal pero ese « taaan lindo » sonó
taaan de chica.
- Los amigos son para siempre y « Princesa » solo sirve para
ahora.
- ¿Y tú tienes muchos amigos?.
- Solo dos.
- ¿Dos?- le pregunté.
- ¿Eres mi amigo ahora no...?
- Claro.
- Pues dos. Twist fue el primero.
- ¿Twist?- no entendía nada.
- Lo siento... Oliver. No me dijo su nombre.
- Claro por el libro. Es un copión.
- ¿Qué libro?- mi amigo entre sus tantas cosas en la calle no
había tenido tiempo de leer. No sabía que él también había
sido retratado en unas cuantas páginas de más de un libro.
- Olvídalo.
La renovación del guardarropa tendría que esperar entonces hasta
que me graduara. El uniforme de todos los días iba a ajustar. Sería
un desagradecido si no pensara de esa manera. Lo recogí de
encima de la silla y me lo puse como si fuera el último grito de la
moda, de la mejor calidad. « Qué bueno que está así de limpio y
no tiene ningún roto ». Probablemente iba a tener que usar de esas
batas blancas que usan los científicos en los periódicos.
Definitivamente estar a la moda iba a ser bien difícil. ¿Cómo
estaría vestido Oliver en ese momento?.

Doce.
Las clases de mates nunca mejoraban, siempre eran así de
aburridas. Estaba consciente de que no eran los números. Los
números me gustaban. Tan solo si el profesor fuera más animado.
Lo primero que debería hacer era quitarse el manto negro que
tenía por arriba. Si se vistiera con aquellos pantalones de colores
extravagantes y sobre las caderas seguro diera mucha gracia.
- « Permítame profesor. Cuidado no se incline usted que se
le rompe por detrás. Qué pantalones más ajustados... »-
aquello era hilarante y no pude aguantar las ganas de
reírme solo.
- ¿Se puede saber de qué se ríe usted señor?- ahora si estaba
en problemas. Solo a mi se me ocurría enseñarle las
muelas a ese tipo.
- ¿Yo?- mi única escapatoria era hacer de bobo.
- Señor Stein.
- Si señor- joder solo me quedaba que el polillón de clase
me delatara.
- ¿A oído usted a alguien más que al señor Spencer reír en
clase?
- No profesor- respondió el muy hijo de su madre.
- Vea usted. ¿Tiene algo que compartir con el resto de
nosotros?. ¿Por qué no lo comparte con la directora en su
despacho?. Seguro le hará mucha gracia- zaz, zaz... joder
no rompí la puerta. Qué lástima.
Ni muerto iba yo a estar por del despacho de la señorita Laura.
Los sermones eran demasiado largos y extenuantes. Siempre con
la misma historia; que si me conocía desde pequeño, que era casi
como mi madre y todas esas cosas. Además el tipo de matemáticas
estaba loco, ya se le olvidaría. « Señor Stein... » por eso tenía que
hacer tantos chistes para que se rieran de él. Si estuviera Oliver
por aquí le dábamos una zurra. Marcos el polillón de clase era
probablemente el único que se alegraba de que me fuera a la
universidad por la razón incorrecta.
- « Anda que mala suerte. Por allá viene la señorita Laura...
»- venía acompañada de un señor muy estirado. No llevaba
colores raros. Usaba traje pero no era de esos señores que
venían de la iglesia, era más soberbio. Mucho más joven
también.
- Buenos días Shawn. Señor Gates le presento a Shawn
Spencer- el estirado me tendió su mano. Pase un poco de
trabajo para sacar las mías de los bolsillos y encogí los
hombros.
- « Joder y yo que estoy de polisón »- pensé.
- ¿Sería tan amable de acompañarnos a la oficina?- aquel
hombre me dirigió la palabra. Su voz era medida y algo me
decía que podía confiar en él. Nunca nadie me había
hablado con tanto respeto ni me había pedido que le
acompañara «amablemente» a ningún lugar. Tenía gran
educación y yo era solo un chiquillo. Encogí nuevamente
los hombros- ¿Es que no habla usted?
- No. Es decir, si. Bueno en cualquier caso voy con ustedes.
- Muy bien muchacho- me guiñó el ojo.
Estuvieron largo tiempo hablando solos en la oficina mientras yo
esperaba afuera. Estaba un poco nervioso pues era posible que
estuviera en aquel lugar por la razón equivocada. Es decir, me
habían mandado de castigo.
- « ¿Será este estirado adivino? - me cayó una de esas dudas
que aunque se sabe son imposibles se quedan ahí dándole
la lata a uno- Seguro ahora me preguntan qué hacia fuera
del salón a estas horas. ¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! »
Me metí el último caramelo de los que me había regalado Dan.
- « Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es
contigo; bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito
es el fruto de tu vientre. Ten al señor Dan entre tus brazos
así como yo tengo este caramelo en mi boca. Amén. »
Me invitaron a pasar y me hicieron sentar en uno de los sillones
frente al buró de la señorita Laura. A mi lado en el otro sillón el
señor estirado. Aquello se sentía extraño, en aquella oficina no
podía sentarse uno. Es decir, siempre que íbamos era de castigo...
yo estaba de castigo solo que mis jueces no lo sabían. Casi me
atraganto con el caramelo cuando me dijeron de entrar.
- Señor Spencer- me dirigía la palabra desde el lado aquel
señor en un tono tan autoritario que hizo despegar todos
mis sentidos- tengo entendido que es usted un muy buen
escritor.
- Hace mucho tiempo que no escribo- noté que llevaba entre
sus manos mis cuadernos donde solía hacerlo. Aquel era el
hombre al que la señorita Laura le había entregado mi
diario- tengo entendido que ha podido hacer usted una
evaluación...
- Si, pido disculpas, un diario es algo que no debería
compartirse sin el consentimiento del autor- miró a Laura
con una breve sonoriza y se precipitó a entregar lo que era
mío- ¿Ha considerado usted una carrera profesional?
- No sabía que se pudiera ganar dinero escribiendo. De
cualquier forma me gustaría mejor hacer experimentos,
descubrir estrellas y esas cosas.
- ¿Se refiere usted a la química o la astronomía?
- Me da lo mismo- aquel hombre hizo una mueca que
corrigió rápidamente.
- Sería una pena perder a alguien como usted. Posee un
talento extraordinario aunque haya que pulirlo mucho.
¿Por qué no lo considera?
- Ya usted lo habrá leído. No pienso escribir más hasta que
no encuentre a mi amigo.
- Sin duda una triste historia. Qué tal... qué tal si...- se corrió
hacia adelante en su asiento como si estuviera cocinando
una mágica solución- qué haría si yo le ayudara a
encontrar a esa persona. Mientras, tendría que estudiar
mucho, prepararse claro. Las universidades de este país no
aceptan a cualquier tonto.
- ¿Y qué ganaría usted con todo esto precisamente?
- Shawn no seas irrespetuoso- intervino la señorita Laura. El
hombre sonrió como si lo hubiera estado esperando. Creo
que le agradó que preguntara.
- Bueno no tengo hijos y una absurda cantidad de dinero.
Claro soy joven todavía pero naturalmente soy un
filántropo. Me gustaría ayudarle y reducir mi deuda con lo
que me ha tocado. Solo quiero poner el talento en el lugar
adecuado- me quedé pensando un rato, realmente no me
pasaba nada por la mente pero debía dar la impresión de
que era un hueso duro de roer. Honestamente me moría de
ganas de decir que si.
- ¿Y me ayudará usted a encontrar a Oliver?
- Pondré el mismo esfuerzo que usted en sus estudios.
- Trato hecho- este no sería con saliva, mi nuevo mentor
jamás lo entendería. Ya le enseñaría yo de estas cosas.

Trece.
La idea de irme ilusionaba y entristecía a la vez. Era realmente
contradictorio pero estaba convencido de que era algo necesario.
Tendría que decir adiós a muchas cosas que conocía, al único
lugar que me había abierto las puertas, a las únicas personas que
conocía. El resto del mundo era un armazón desconocido,
emocionante, excitante e intimidante; todo a la misma vez. Estaba
acojonado pero no importaba, si seguía en aquel lugar terminaría
perdiéndome de la misma forma que había perdido a Oliver.
¿Cómo sería Londres?. Me iba a mudar allá, qué cosa más extraña
ir de pronto a un lugar en el que no se conoce a nadie. Oliver ya
no estaba y Michael ni se acercaba al colegio. Malo para los
negocios, me había dicho una vez.
- ¿Vas a vivir en Londres?- noté cierto ápice de tristeza que
enseguida corrigió para que no me diera cuenta- Estoy
celoso tío. ¿Sabes la paqueta que haría en Londres?.
- Mejor ni me cuentas. ¿Y tu has estado en Londres?
- Claro que no. No estuviese hoy pudriéndome en este antro
de ciudad de mierda. ¿Cómo hiciste para salir. No tienes
clases?
- Si pero como me voy la semana que viene me di la fuga
para despedirme.
- ¿La semana que viene...?- afirmé con la cabeza- ¡Te... te
invito al cine!
- Es... es que no tengo dinero.
- No importa yo pago- respondió automáticamente como si
fuera acto reflejo.
- A decir verdad nunca he ido a un cine...
- ¡No jodas!- sonrió con su característica cara de picardía y
le empujé por el hombro y reí también- vale no importa
vamos igual, no puedes llegar a Londres sin ver una buena
peli.
El cine era increíble. Gigantescas personas que me hablaban al
oído y se movían por toda una cortina- luego aprendí que se
llamaba pantalla. Eso me costó mucho. Descubrí que Michael
vivía en un apartamento en St. Dreks junto con otros muchachos
chaperos igual que él. Me contó que Oliver había pasado ahí unas
semanas luego de haberse escapado.
- ¿Quieres venir?
- ¿Yo... y por qué debería?
- Te enseñaría el lugar y así te doy mi dirección para que
escribas. ¿Me escribirás cierto?. Eso sí, no puedes poner
mi nombre en ningún sitio- le prometí que escribiría a la
menor oportunidad. Tal vez hasta le llamaba por teléfono.
De noche ya cada cual tenía que regresar a su respectivo pedacito
del mundo. A la hora de irnos me abrazó por encima de los
hombros y me rodeó con sus manos. Sus ojos humedecieron mi
cuello pero no dijo nada. Cuando finalmente quedé libre y ya se
iba regresó y me dio un beso en los labios. Al muy pelotudo le
daba asco cerrar un trato con saliva pero estaba bien besándome.
Mi cuerpo apenas se movió. Él salió corriendo. No había estado
mal, qué diablos... había sido genial. ¿Acaso era que había estado
queriendo besar a Oliver así?
- « ¡Naa!- sacudí mi cabeza de un lado para el otro mientras
pensaba- esas son cosas de mariquitas... ¿Joder?»
« ¡Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte... y si resulta que soy
mariquita que te den por puta! Amén. »

Catorce.
Todos me despidieron con besos y muchos abrazos. Mary la
pequeña me regaló una flor roja, algo así como mi tótem personal
para cuando estuviera triste. Sabía que estaban recelosos, en
nuestra alegría veía que hubieran dado cualquier cosa por estar en
mi lugar. Había logrado conseguir el deseo oculto de todo niño
que no tiene familia... que alguien nos venga a recoger y cuide de
uno.
Michael estaba afuera mirando por la reja. Seguro quería lo
mismo que todos nosotros: alguien que le quisiera y le dijera que
todo iba a estar bien. Nos miramos desde lejos y no hizo falta
decir nada. Nos despedimos.
La señorita Laura me acompañó hasta la estación. Ben llevaba mi
maleta de madera con algunas mudas de ropa que entre todos
habían comprado para mi de una tienda de segunda mano. Ya no
iba a poder andar con el uniforme todo el día. Me dio un beso en
la frente y Ben me dijo que cuando aprendiera a manejar le fuera a
ver.
- Hijo vas al mundo, parece que fuera ayer que llegaste.
Dios sabe que he hecho todo lo posible. Me alegro... me
alegro...- no pudo decir más y echó a llorar así que la
abracé por debajo de los brazos y apoyé la cabeza en su
pecho, Laura era tan alta...
- Este no es el final. Regresaré y los ayudaré a todos.
- No es necesario. Sé feliz hijo mio, no dejes que nadie te
quite eso.
- Encontraré a Oliver.
- Haz eso por mi y quiero que me disculpes con él. Nunca
he entendido nada.
- Él la quería mucho, no debe culparse- siguió llorando a
moco tendido y no pude evitar hacerlo yo también. Las
personas que nos veían miraban de manera extraña y
seguían de largo.
« ¡Su atención señoras y señores! El expreso con destino a
Londres partirá en breve por la plataforma 3¼. Les pedimos
que aborden y tengan consigo los tiquets de viaje. Gracias. »
Al llegar a Londres el ruido era exorbitante y abrumador. La
marea humana arrastraba a cualquiera que diera un paso dentro de
ella. Mi primera reacción ante la gran ciudad fue de terror, de no
ser por las personas que insistían en bajar hubiera subido
nuevamente al tren.
Aquel destino no tenía nada que ver con el lugar de donde había
salido. Enormes techos que protegían un espacio aún más enorme
con muchos asientos, pequeñas cercas, colillas de cigarros, humo.
Alguien debía esperarme, tenía la esperanza que tal vez el señor
Gates porque no conocía a nadie más. Me quedé con mi pesado
equipaje y los pies muy juntos a la orilla del andén. Todo me
tembló cuando un encargado del lugar solicitó que me moviera
pues no debía permanecer allí así que me senté en unos de los
asientos que había visto. Alguien me ofreció unos dulces que no
me apetecieron.
- « ¡¿Quién puede comer en este estado?! »
El mundo sencillamente se movía a una velocidad inédita, tan
rápido que mi vida parecía la de un caracol.
- « ¿Cuántas de estas personas habrán crecido sin conocer a
sus padres?. Si Oliver estuviera aquí nos estaríamos riendo
de aquel viejo feo encorvado. ¡Dios por qué le diste esa
nariz tan grande! »
El reloj grande de la pared del fondo marcaba la hora y llevaba
sentado más de cuarenta y cinco minutos.
- Señor Spencer, llevo algún tiempo buscándolo- una figura
delgada con traje elegante y famélica apareció frente a mi
con una expresión sumamente relajada que no concordaba
con sus palabras.
- Por favor, solo Shawn.
- Muy bien, solo señor Gates si le complace. ¿Pretende
quedarse toda la vida ahí sentado?.
Tomamos un taxi a la salida en el que estuvimos una eternidad.
Casi muero cuando el conductor cobró su tarifa. Con mucho
menos que eso la habría pasado en grande en Liverpool, saqué
cuentas. « Diez caramelos de naranja, dos waffers y tal vez tres
cosas extrañas de esas de chocolate. No mejor cinco pasteles de
fresa. No mejor... ¿Ya llegamos?. ¿Donde está la casa?. Ahh esa es
la casa. ¡No jodas! »
El señor Gates tomó mi maleta pues se percató que yo estaba
pasando algo de trabajo incluso con ambas manos. Pasó su mano
por encima de mi hombro y juntos miramos la enorme casa
parados en el portillo del jardín. Una cerca, árboles y césped
verde.
- ¿Qué, te gusta?
- Me encanta. ¿En serio usted vive aquí?
- Bueno la mayor parte del tiempo. La compré hace unos
años. ¿Entramos?
La casa era de madera y no estaba precisamente en el corazón de
la ciudad- ninguna casa de madera hubiera sobrevivido allí. Tenía
dos pisos y a pesar de lo grande que era resultaba acogedora. Nos
estaba esperando la señora Pod, una anciana que no parecía tan
anciana y que me resultó una buenaza. Tenía una gran sonrisa e
incluso se alegró de verme.
- ¿Qué habitación le preparamos al señorito?- preguntó ella.
- La que da al jardín le será adecuada- contestó el señor
Gates- ahora si me disculpan estaré en mi oficina
revisando la correspondencia. Señora Pod no me pase
llamadas por favor- diciendo esto se dirigió a unas puertas
que abrió de par en par y desapareció. Entonces la señora
Pod me miró y sonrió aún más.
- Bueno y ahora podemos dejarnos de formalismos. No me
habían dicho que tenías esos lindos ojos azules. ¡¿Quieres
explorar?!- debió leer lo que tenía dibujado en el rostro
porque mis ojos no podían dejar de mirar todas las cosas
que habían en aquel salón. Me instó por la espalda a que
diera unos pasos y se quedó observando mi reacción desde
donde estaba parada.
Los cuadros eran hermosos y tuve oportunidad de detenerme en
todos y cada uno de ellos. La alfombra era roja como la sangre y
tenía unos mosaicos dorados que me obligaron a pasar unos
minutos descifrándolos. La lámpara en lo alto tenía decenas de
luces. Pero lo que más me llamó la atención fue lo que hallé en la
habitación contigua. ¡Millones de libros!. Al parecer era cierto que
habían personas que se ganaban la vida con ellos. Entré como
quien se aventura en una jaula de leones. Los estantes llegaban al
techo y habían cuatro de ellos repletos. Vale realmente no eran
millones.

Quince.
Aquella experiencia con Michael me había convencido de que
estaba perdidamente enamorado de Oliver y saberlo me había
ayudado a comprender el por qué me sentía tan mal sin él. No
tenía ni idea de si era recíproco o si lo volvería a ver, pero también
comprendí que no había cosa alguna que pudiese hacer más que
aceptarlo a pesar de mi educación católica a la que había mandado
a la hostia.
En mi nueva vida todo flipaba, excepto quizás por las
interminables horas de estudio. El señor Gates no me había puesto
en un colegio y en su lugar se aseguraba que un reducido grupo de
profesores del mejor nivel me atendieran personalmente. Quería
que estos me dedicaran toda la atención y así aprendiera más
rápido. En lo personal me parecía genial, sin reglamentos de
colegios ni golpes de profesores malvados. Me la pasaba todo el
día de un lado a otro de la ciudad en metro sin preocuparme por
otra cosa que no fuera responder a la atracción sexual que
representaban las calles, claro solo en los minutos que tenía para ir
de un lugar a otro.
Fue así como un día fui a parar al concurrido Soho de pura
casualidad, un lugar de lo más raro pero aún así tan atractivo. Las
personas se movían de un lado a otro sin detenerse, hacían
movimientos extraños, se regodeaban en sus excentricidades,
colores y manías. Nadie se fijaba en el de al lado excepto para
comérselo con la vista pero nunca en si aquel lucía extraño con
sus pantalones apretados o su camisa descuadrada.
En esa fecha al menos no vestía de una manera tan anticuada
aunque nunca con aquellos colores que me parecían vulgares y de
tercera. Me había dejado crecer un copete todo rubio que dejaba
caer sobre la frente y sobrepasaba mis ojos cuando caía. Tenía 14
años y poseía una mente que no cabía en mi cuerpo adolescente.
Todo mi ser era un pulso de energía nova que alimentaba a las
personas que se atrevían a acercarse. En mi vida solo faltaba una
persona, Oliver y estaba seguro que lo encontraría.
Como me había hecho adicto a caminar por el Soho luego que
terminaba Literatura Griega por las tardes de vez en cuando me
topaba con alguien que estaba interesado en compartir sexo
conmigo. Lo mismo era un chapero que quería ganarse la vida o
cualquier otro tipo que me confundía con chapero. Con la escusa
de que pesaban mucho dejaba los libros en casa o con la profesora
para dar más margen a que la gente me confundiera. Aquello tenía
algo que me ponía a mil aunque rechazaba todas las propuestas y
me hacía el ofendido.
En una vida tan ocupada como la mía, que tal vez me la habían
puesto de esa manera a propósito, ese tiempo que estaba
caminando en la calle de regreso a casa era el único espacio en el
que dejaba que los demás me dijeran que era guapo, que tenía un
cuerpo fenomenal o que era «taaan lindo». Extrañaba muchas
cosas de Liverpool pero esta nueva vida era retadora, desafiante y
me hacía tener las manos todo el tiempo en los bolsillos para
variar.
Además de la maratón de clases el señor Gates me obligaba a leer
muchos libros continuamente y entregarle un reporte de ellos
semanalmente. Eso aunque no me molestaba tampoco me dejaba
mucho tiempo libre. Era el más exigente de mis maestros y a la
vez el más cariñoso. En una ocasión mientras nos encontrábamos
en su despacho y leía uno de mis escritos sobre un ensayo de T.S.
Elliot imaginé que aquel señor con gafas tan estirado era mi padre
al que nunca conocí. Creo que incluso se dio cuenta de lo que
estaba pensando, ya que casi siempre lo hacía y me sonrió por
encima de los espejuelos. ¿Acaso sabría ya de mi apetito por los
chicos?

Dieciséis.
En varias ocasiones estuve en aprietos pues a la señora Pod le
encantaba entrar a mi habitación a husmear. Tenía que esconder la
revistas hasta en los más insoportables lugares para que no las
viera. No lo hacia a propósito ya que su trabajo era entrar a
limpiar pero aún así hubiese sido vergonzoso que las viera.
Había retomado mi hábito de escribir todos los días. Mucho de lo
que hacía por aquellos días terminaba en el cesto de la basura pues
vivía en una incoherencia constante, tal vez por mi propia
adolescencia o tal vez porque extrañaba mucho a mi amigo. Cierto
día dejé olvidado mi cuaderno sobre la mesita de al lado de la
cama y cuando la señora Pod lo recogió sin querer cayó un pedazo
de papel en el que había estado garabateando algunas cosas la
noche anterior sobre él.
« Estoy aquí de tarde, pensando en ti, y no hay forma de
que lo sepas. De hecho, no hay forma que lo imagines y sin
embargo, eres el río que impulsa el agua al mar. Igual que
la tierra recibe la luz, y el sol no puede evitar darla soy el
océano que recibe tus aguas. Es de esa forma aún si el
celador universal sentado en su trono de umbrío cristal no
lo quiere. ¿Qué sería si el agua del mar pudiera remontar
hasta la alta ladera, donde tus orígenes se funden con las
estrellas? »
Aquel descuido me costó muchas explicaciones. Sobre todo
porque nadie tenía idea de lo que realmente estaba pasando.
- ¡Ahh pero si nuestro jovenzuelo está enamorado!- exclamó
la señora Pod cuando de regreso de clases pasé por la
cocina a robar alguna cosa.
- ¿Si?. No me diga eso- tomé una fruta del centro de la mesa
y me senté divertido sobre esta.
- Vamos no te hagas el tonto conmigo. En mis tiempos si
alguien me escribiera algo parecido caería en sus brazos
sin pensarlo- hizo algo así como una dramatización de
tercera y se me abrazó al cuello. Estaba bien ágil para sus
64 años.
- Ahh, no es nada de eso. Solo palabrerías.
- Cuéntame quién es la afortunada que me da envidia.
- « Es para un chico güevona »- dije para mis adentros- Si te
cuento tal vez no la vuelva a ver.
- Un amor complicado... ya veo...
- Anja- le di un beso en la frente y subí para mi habitación
haciéndome el tonto.
Esa noche salí a dar una vuelta, tener que mentir a las personas
que me rodeaban y que me querían era agotador. Como casi
siempre fui a parar al Soho y me senté en un banco bajo un alero.
Llovía un poco y todo parecía casi mágico pues el ruido y el
gentío se había trasladado hacia el interior de los bares. Mi mente
divagaba en un sin sentido tras otro regodeada en su soledad.
Sentía un vacío que había sentido demasiadas veces y me enojaba.
Estaba enojado por ser cobarde, por no tener a mi amigo, por no
haber salido a buscarlo como un loco. Pero esa noche sucedió algo
diferente. Al levantar la vista encontré a alguien que me miraba
del otro lado de la calle. Era un chico delgado y parecía frágil.
Llevaba la ropa pegada al cuerpo y el pelo largo. Tenía esos ojos
felinos que parecen que no te ven y al mismo tiempo te atraviesan
el alma. Recordé aquel sueño en el que había salido desnudo a la
calle y de repente tuve la misma sensación. El muchacho estaba
parado recostado a la pared con una sombrilla morada en su mano
que abrió con mucha agilidad. Miró hacia ambos lados de la calle
como si fuera alguien muy precavido y al llegar a mi lado cerró la
sombrilla y se quedó de pie.
- ¿Te importa si me siento a tu lado?
Mi corazón iba a mil por segundo, estaba muy nervioso porque
estaba casi seguro de cuales eran las intenciones de aquel lindo
chico. Solo había que echar cuentas a las mates para caer en que
éramos dos adolescentes en el barrio de la voluptuosidad.
- Tienes unos ojos muy hermosos- me dijo.
- Si... me lo han dicho... ... tú... tú también.
- Gracias. ¿Qué haces aquí tan solo?
- Quién sabe. Paso el rato.
- A qué es hermosa la noche, pero me pone triste. La lluvia
es algo brutal si estás solo- ni siquiera me miraba y parecía
que recitaba alguna poesía ancestral que hechizaba a quien
la oía. No dije nada- ¿Qué tal si nos hacemos compañía?.
Porque tú estás solo también. ¿No?.
Había dejado de llover y de pronto la luz del alumbrado público
nos pareció la luz del sol. Su piel blanca parecía un degradado
perfecto que hacía juego con sus finas manos y delicado perfil. No
era chapero, era alguien como yo que solo quería conocer a un
chico lindo. Probablemente se había escapado de su casa con
algún otro destino y había ido a parar a aquel lugar que era como
un latido eterno y torturante.
Cuando accedí a ir a otro lugar casi no se contuvo de la emoción e
inocentemente me tomó de la mano. Fue entonces cuando notó lo
nervioso que estaba y fue cuando noté que sus manos temblaban
tanto como las mías. Solo que las de él sudaban o tal vez se les
había mojado del paraguas que llevaba cerrado. Terminamos en un
parque más adelante que estaba todo oscuro. No había ni un alma
en todo el lugar y quedamos sentados uno frente al otro como si
de repente ya no hubiera nada más que decir.

Diecisiete.
- ¿Te puedo dar un beso?
No me dejó responder y se adelantó tomando con ambas manos
mis cachetes. Lo que sentí no puede ser descrito. Era la primera
vez que fundía mi respiración con otra persona y podía detenerme
a saborearlo. Pasó sus manos por toda mi cara como si fuera un
ciego tratando de aprenderse a otra persona. Acarició mis oídos
primero con las manos y luego con sus labios. Para ese entonces
ya tenía sus manos en mi pecho y desesperadamente buscaba
alguna franja de piel en la que colarlas. Se acercó más como si no
fuera suficiente y la física de nuestras almas se interpusiera en la
meta de ser uno solo. El calor de su cuerpo me recordó que en
otras ocasiones ya había sentido aquello. Un dolor increíble
recorrió todo mi cuerpo y no pude evitar que un par de lágrimas
salieran al mundo, cosa que hizo que se detuviera de inmediato y
me mirara para mi sorpresa con cara de quien comprendía todo.
- Disculpa, yo tampoco puedo. Es que... en el lugar donde te
sentaste... es donde esperaba a alguien todos los días- se
había sentado ya de frente y miraba hacia sus pies, como si
no hubiera pasado nada-. Sus padres le descubrieron y le
prohibieron verme. Creo que se mudan y ni siquiera le
pasan llamadas.
- Qué putada- le dije por decir algo, pero realmente deseaba
que mi situación fuera parecida a la de él. Yo ni siquiera
sabía donde estaba Oliver.
Regresé a casa más deprimido de lo que había salido y más
enojado que antes. El señor Gates me esperaba tranquilamente en
la sala leyendo el diario como siempre devorando todas las letras
que podía.
- Estaba esperándolo. Llega tarde.
- Se fija usted en cosas poco importantes- le dije de paso
para seguir de largo.
- Espere un segundo. ¿Qué tiene?
- Cómo le digo, se detiene usted en cosas sin importancia.
- Puede ser, pero no creo sea el caso. Venga aquí cuénteme.
- ¿Ha sabido algo de Oliver?- le pregunté como se pide un
sorbo de agua en el desierto.
- A decir verdad...
- ¡¿Si?!
- No quiero que usted se vea implicado en mi parte de
nuestro acuerdo. ¿Recuerda, usted estudia y yo le
encuentro a su amigo?. Aunque es una tarea complicada y
debo admitirlo no necesito su ayuda- diciendo esto
extendió su mano a la mesa de centro sin levantarse y
tomó unas hojas sueltas-. Me he tomado el trabajo de
mecanografiarle esto. Es un manuscrito muy interesante.
La semana próxima me da sus impresiones.
- Sin falta- lo tomé como cualquier cosa y todavía más
deprimido no me quedó otra que echar un suspiro.
- Vamos anímese que pronto le encontramos. Además no
estaba usted enamorado.
- ¿Yo?- por un momento me sentí descubierto pero hacia
referencia al episodio con la señora Pod-. No eso fue un
mal entendido.
- Ya veo- dijo dando por terminada la conversación.
Encendió un cigarrillo y volvió a su periódico.

Dieciocho.
« Al inicio no existía nada. Entonces Dios decidió hacer algo y en
seis días lo hizo todo. Pero para mi todavía no existía nada. Siete
años después, todavía la Tierra, los Cielos y el Infierno seguían
insuficientes para llenar lo insaciable. Fue un día que conocí la
verdadera creación, la belleza y lo divino que Dios había creado
para mí y se presentaba en otro cuerpo de siete años. Otros siete
años tardé en darme cuenta de que viéndome tan triste y
desdichado, Dios había enviado mi alma gemela. El día que lo
supe mis lágrimas en forma de lluvia unió cielos con infiernos por
el tiempo perdido. Después de todo un desdichado no puede ser
feliz sin ser infeliz... »
Así comenzaba el manuscrito que me habían entregado. No sabía
de que iba a aquello pero estaba convencido de que no era nada
como lo que había leído antes. No eran las palabras difíciles e
inentendibles y sin embargo me atrapó de una forma casi adictiva.
Aquella noche no pude hacer otra cosa que devorar página tras
página y en la medida que leía una sensación extraña me invadía.
Era como si yo fuera el protagonista de aquella maravillosa
historia. Casi estaba convencido de que se trataba de una mala
pasada y que alguien me la estaba jugando.
A la mañana siguiente me salté las clases e inventando una extraña
fiebre repentina me quedé en cama. Aproveché entonces para
terminar lo que estaba leyendo.
« ...estoy aquí de tarde y estás pensando en mi y yo estoy
pensando en ti. Soy el río que lleva el agua al mar, pero eres tonto
y no sabes que la lluvia que me nutre son siempre tus aguas... »
Esas últimas palabras las leí varias veces. Me restregué los ojos y
toqué mi frente para ver si tenía fiebre realmente. ¿Quién estaba
respondiendo mis palabras?. ¿Quién había escrito aquel
manuscrito?. Me levanté de un tirón de la cama y fui directo a
pedirle una explicación al señor Gates. Obviamente había un
malentendido que debía aclararse.
Descalzo bajé las escaleras y abrí las puertas de su despacho de
par en par. Era cruel que jugara con mis sentimientos de esa
manera. Estaba sentado en su escritorio muy calmado e inefable
como siempre y al verme me miró por encima de sus gafas de
lectura. Su mirada era inexpresiva e incapaz de mostrar el más
mínimo estado de ánimo, ni siquiera se inmutó. No estaba solo,
había un chico de espaldas. Tenía el pelo de un negro más oscuro
que la noche y era alto, más alto que yo. El señor Gates le miró y
asintió con la cabeza.
- Espero que no te haya molestado. Es que no encontraba
otra forma- esa voz... la voz de ese chico... se volteó y me
miró de pies a cabeza- no haz crecido nada, sigo siendo
mayor.
- « Ohh no, por qué yo... ¡Mierda!. ¡Mierda!. ¿Por qué tengo
que llorar ahora? »- pero no era el único. Esa persona que
estaba frente a mi también lloraba y lloraba más que yo y
había estado más triste que yo y había pasado por más
malos ratos que yo- « Abrázame... Te encontré... Te
encontré... Te encontré... »
Epílogo del autor.
Desde que finalmente decidí a escribir esta pequeña historia hasta ahora,
cuando escribo estas últimas líneas, muchas cosas han pasado en mi
vida. Creo que ahora, para bien o para mal soy alguien distinto. Pido
disculpas a quienquiera que haya leído hasta este punto por no darle un
final adecuado, sin embargo creo que el final es más de ustedes que mío.
No deseo imponer un punto de vista amargo a algo que pretendió ser
ingenuo. Se me ocurren muchas cosas con las que terminar y hacer un
relato relativamente más largo, pero nuevamente decídanlo ustedes.
Mi amigo y yo, pretendió ser algo modesto, una historia de amor
adolescente, un momento en nuestras vidas que quisiéramos conservar
por siempre. Pido disculpas también por enmascarar mi nombre tras un
seudónimo, pero lo encuentro mucho más atractivo así. No sé si vuelva
a animarme en algún otro momento a escribir, en cualquier caso muchas
gracias por haber leído a un novel en este mundo de la literatura: se los
agradezco eternamente.
Finalmente, dedico todos mis pensamientos a aquellos que de una
manera u otra se ven obligados a utilizar sus cuerpos para sobrevivir, a
aquellos que la sociedad les impide estar juntos. Al niño con el que
soñaba todas las noches y en un momento desapareció de mi vida.
Pienso en ti todos los días, donde quiera que estés: espero por ti.

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