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Tenemos a los hijos de Noé, Sem, Cam y Jafet, una lista invariable en el libro
del Génesis (ver Gén 5,32; 6,10; 7,13; 10,1). Dos actitudes contrapuestas: la
irreverencia de Cam y la actitud respetuosa y filial de Jafet y de Sem. El tema trata
de las bendiciones (o maldiciones) patriarcales, que tienen su efecto y que alcanzan a
una descendencia: la raza de Canaán estará sometida a Sem, antepasado de Abrahán y
de Israel, protegidos por el Señor, cuyos descendientes se desarrollarán al alero de
Sem (v.24-27). Ilustra, de alguna forma, la conquista de los cananeos y su
sometimiento a los hebreos, en el tiempo de la conquista y la monarquía de Israel.
Bajo ningún concepto es posible atribuir un valor literal a este relato. Estamos
ante el género literario llamado “genealogía”, cuya intención no es dar un informe
históricamente verificable, sino establecer las ramificaciones de una descendencia
que se multiplica en el mundo de acuerdo con una clasificación muy particular.
Tampoco aquí, como en el caso de los hijos de Caín (4,17-24), se trata de una
descendencia biológica.
El otro tercio del mundo está conformado por los descendientes de Sem, los
semitas. Son los pueblos del desierto que participan de un fondo histórico común que,
de un modo u otro, los acerca. Son pueblos hermanos por sanguinidad y por su suerte
histórica. Éste debería ser el criterio para una búsqueda de la paz en el Cercano
Oriente actual, no la lucha ni la exclusión del territorio.
El número total de pueblos y naciones que descienden de los tres hijos de Noé
es de setenta, número perfecto para la mentalidad hebrea. No se quiere decir con ese
número que el mundo y su historia sean perfectos; se busca consolar y animar al
pueblo diciéndole que, pese a los dolores y las tragedias de la historia ocasionados por
el egoísmo y por la “adamacidad” de tiranos, grupos de poder y de naciones poderosas,
pese a todo ello, el mundo y la historia están en manos de Dios. En esto consiste la
perfección, en que la historia y el mundo no se han escapado de las manos de Dios.
Según el texto de Gén 11,1, la humanidad nacida de los hijos de Noé, formaba
en sus comienzos un solo pueblo con una única lengua (vv 1.6). Esto se sugiere por el
ritmo sereno y cadencioso, con el que se presenta la tabla de los pueblos de Gén 10. El
texto de Gén 11 quiere explicar por qué se multiplicaron las lenguas y las naciones con
su separación correspondiente. Se trata, pues, de una relato de los orígenes, en
función de las diversidades lingüísticas y geográficas de los pueblos de la tierra.
Aun suponiendo que el autor final recoge una rica tradición precedente, es
probable que nos encontremos ante un relato unitario, bien organizado y dividido en
dos grandes partes: la primera que trata del intento de los hombres de construir una
torre (vv.1-4), y la segunda que presenta la intervención divina (vv. 5-9). Cada una de
ellas tiene seis ideas. En la primera: la mano de obra, la unanimidad de sentimientos,
los materiales de la construcción, la exhortación a edificar una ciudad y una torre y el
deseo de hacerse famosos.
Más allá de sus fuentes, el relato yahvista nos habla del último acto de la
historia religiosa de la antigua humanidad, de lo que podemos llamar “prehistoria de la
salvación”. Es la historia de una nueva rebelión de la humanidad contra Dios, motivada
por el afán de adquirir un nombre, conseguir la gloria y perpetuar el propio recuerdo
para siempre (v.4), algo que solamente le pertenece a Dios.
Se puede pensar que nos encontramos ante un relato histórico resumido, que
reúne en un episodio, claramente localizado en una dimensión espacio temporal,
diversos hechos que se extendieron a lo largo de un arco de tiempo indefinido.
También es posible suponer que los contrastes que surgen en la humanidad, originados
en el orgullo y la ambición, signos de una pecado de rebeldía contra Dios, hubieran
contribuido en primer lugar, a un progresivo estado de incomprensión entre los seres
humanos, después vino la desunión, la dispersión y la formación de las diversas lenguas
y pueblos (Sal 55,10). De cualquier forma, según el relato bíblico, al parecer se debe
afirmar que en la historia, hubo un pecado de la humanidad, que motivó una
intervención especial divina, por la que se separaron los pueblos y se dividieron las
diversas lenguas.
Una de las escenas más extrañas de la Biblia es la que cuenta que un día Noé se quedó
dormido a causa de una borrachera, y su hijo Cam entró a la habitación y vio su desnudez. Por ello
Cam recibió una tremenda maldición. El incidente tuvo lugar después del diluvio universal, cuando
Noé y su familia bajaron del arca y se establecieron en tierra firme. El Génesis lo relata así:
“Los hijos de Noé que salieron del arca eran Sem, Cam (padre de Canaán), y Jafet. Noé era
agricultor y había plantado una viña. Cierto día, en que había bebido vino, se embriagó y quedó
tirado y desnudo en medio de su tienda. Cam (padre de Canaán) vio la desnudez de su padre, y
avisó a sus dos hermanos que estaban afuera. Entonces Sem y Jafet entraron a la tienda mirando
para otro lado, y con un manto cubrieron a su padre, pero no vieron su desnudez.
Cuando Noé despertó de su borrachera y se enteró de lo que su hijo menor había hecho,
dijo: «Maldito sea Canaán. Será el sirviente de sus dos hermanos». Luego añadió: «Bendito sea
Yahvé, el Dios de Sem, y que Canaán sea esclavo suyo. Que Dios permita a Jafet extenderse, que
habite en los campamentos de Sem, y que Canaán sea esclavo suyo»” (Gén 9,18-27).
¿Cuál fue el pecado de Cam? ¿Era tan grave haber visto a su padre desnudo? ¿Por qué la
Biblia conservó el recuerdo de este hecho? Tales preguntas nos hacen sospechar que detrás del
relato se esconde algo que no se capta a simple vista. ¿Qué es? Ya al comienzo hay un detalle
curioso. Noé aparece como agricultor, plantando una viña. Y se nos ocurre preguntar: ¿de dónde
sacó la cepa de la vid, si el diluvio había exterminado toda forma de vida?
El relato no lo dice, ni le importa la incoherencia. Sólo busca con esta escena dejarnos un
mensaje, y es el siguiente: la tierra había quedado maldita por el pecado de Adán y Eva (Gn 3,17-
19). Era un inmenso desierto y sólo producía abrojos y espinas. Pero ahora las aguas del diluvio
habían saneado otra vez el mundo y lo habían purificado. Esto se comprende por las palabras que
Dios le dijo a Noé al terminar la catástrofe: “De ahora en adelante, y mientras exista la tierra,
siempre habrá siembra y cosecha, hará frío y calor, habrá invierno y verano, existirá el día y la
noche” (Gn 8,21-22). Es decir, el mundo se había normalizado.
El diluvio sanador
Por eso el autor del Génesis muestra a Noé cultivando una vid (la más preciosa y noble de
todas las plantas de la Biblia), sin importarle si esto era posible o no después del diluvio. Porque
quiere indicarnos que la maldición había sido levantada. Que Dios le había devuelto a la tierra la
fecundidad, al punto tal de producir nada menos que viñedos. Que, en el fondo, los enojos de Dios
duran poco. Noé, pues, aparece haciendo lo contrario de Adán. Adán con su pecado había traído el
sufrimiento y la esterilidad a la tierra. Noé, por su bondad, había traído el alivio y el consuelo al
mundo. Con razón cuando nació, su padre lo llamó así. Porque “Noé” en hebreo significa
“consolar”. La enseñanza del autor es clara: cuando alguien bueno como Noé aparece sobre la
tierra, la tierra vuelve a ser buena.
Entonces, sigue la narración: “Cam vio la desnudez de su padre y avisó a sus dos hermanos
que estaban afuera, los cuales no vieron la desnudez de su padre”. ¿Qué pecado hay aquí? ¿Qué
falta de respeto es ver a un padre desnudo? Y cuando Noé se despierta y advierte lo que ha
pasado, reacciona de una manera doblemente inesperada.
Primero, lanza una dura maldición, que hoy nos parece tremendamente exagerada, para lo
que Cam ha hecho. Y segundo, no maldice a Cam, responsable del hecho, sino al hijo de éste, esto
es, a Canaán. ¿Por qué Noé maldice a su futuro nieto y no al hijo que cometió el pecado? A esta
altura del relato ya no entendemos nada.
Pero si analizamos la historia con cuidado, notaremos algo que nos puede ayudar: el texto
original no dice que Cam vio a su padre desnudo, sino que “vio la desnudez de su padre”, que no es
lo mismo. Y repite tres veces esta expresión. ¿Qué significa “ver la desnudez”, en la Biblia?
El libro del Levítico trae unas 30 veces esta frase, y la emplea para referirse a las relaciones
sexuales con una persona. Por ejemplo, dice: “No descubrirás la desnudez de la mujer de tu padre”
(es decir, no tendrás relaciones con la mujer de tu padre) (Lev 18,8). “No descubrirás la desnudez
de tu hermana” (es decir, no tendrás relaciones con tu hermana) (Lev 18,9).
“No descubrirás la desnudez de tu nieta” (es decir, no tendrás relaciones con tu nieta) (Lev
18,10). “No descubrirás la desnudez de tu tía” (es decir, no tendrás relaciones con tu tía) (Lev
18,12). “No descubrirás la desnudez de tu nuera” (es decir, no tendrás relaciones con tu nuera) (Lev
18,15). Por lo tanto, que Cam haya visto “la desnudez de su padre”, alude a una relación sexual de
Cam.
Pero ¿con quién? ¿Con su padre Noé? A primera vista no es eso lo que sugiere el texto; no
hay aquí ninguna referencia a un acto homosexual. Además, que dos veces se diga que “Cam es el
padre de Canaán” más bien nos aleja de un posible acto homosexual.
El lenguaje de la Biblia
¿Con quién, entonces, tuvo relaciones sexuales Cam? Aquí el Levítico nos ayuda otra vez.
Cuando “la desnudez” que se prohíbe ver a un hombre, no es la de una mujer, sino la de otro
hombre, no se está prohibiendo la relación homosexual con “ese” hombre (las relaciones sexuales
entre hombres se sobreentendían prohibidas), sino con la esposa de ese hombre. Para decirlo con
otras palabras: en la Biblia, la desnudez de un hombre es “su esposa”.
Por ejemplo, la desnudez del padre es “la esposa” del padre. La desnudez del hermano es
“la esposa” del hermano. Eso lo expresa claramente también el Levítico: “No descubrirás la
desnudez del hermano de tu padre, es decir, la de su esposa” (Lev 18,14). O: “Si un hombre se
acuesta con la mujer de su padre, ha descubierto la desnudez de su padre” (Lev 20,11). O también:
“Un hombre ha descubierto la desnudez de su hermano, si se casa con la mujer de él” (Lev 20,21).
¿Por qué Noé maldijo a su hijo Cam que lo vio desnudo? En todos los casos, “la desnudez”
de un hombre es su esposa. Por lo tanto, y volviendo a nuestra historia, que Cam haya visto la
desnudez de su padre Noé significa, en lenguaje bíblico, que se acostó con la esposa de Noé. En
definitiva, con su propia madre.
De este modo se aclaran todos los interrogantes; a) se entiende por qué Noé al enterarse
lanzó una maldición: porque su hijo, aprovechando su borrachera, cometió un incesto, uno de los
pecados más detestables que existe en la Biblia; b) se entiende por qué Noé no maldice a su hijo
Cam sino a su nieto Canaán: porque nacerá como producto del incesto; c) se entiende por qué se
insiste que Cam es el padre de Canaán: porque el relato no pretende centrar la atención en Cam el
pecador, sino en su futuro hijo Canaán, que será maldito desde sus orígenes por haber nacido
como fruto de un pecado.
Después de que Cam “vio la desnudez de su padre”, dice el Génesis que “avisó a sus dos
hermanos que estaban afuera”. Este “aviso” era, evidentemente, una invitación para que ellos
hicieran lo mismo. Pero el libro aclara que ellos “no vieron la desnudez de su padre”, sino que
entraron a la tienda de espaldas y lo cubrieron. Con esto se muestra la negativa de Sem y de Jafet a
caer en el incesto, y explica la posterior bendición que su padre les dio a ellos.
Nos falta resolver una última cuestión. ¿Por qué el recuerdo de un pecado tan doméstico y
privado, como fue el incesto de Cam y su madre, fue conservado en las Sagradas Escrituras? ¿Sólo
para decirnos que está mal el incesto? No, porque si atendemos a las palabras finales del relato, o
sea, a las maldiciones y bendiciones que lanza Noé al despertar (vv. 25-27), veremos que éste no es
un simple acontecimiento familiar, sino que está cargado de intenciones políticas.
En efecto, los personajes principales de la historia son los tres hijos de Noé, es decir, Sem,
Cam (con su futuro hijo Canaán) y Jafet. Y para la mentalidad popular hebrea, estos tres hermanos
simbolizaban a tres pueblos. Sem representaba a los “semitas”, y por lo tanto a ellos mismos.
Canaán, a los cananeos, sus tradicionales enemigos. Y Jafet, a los filisteos, pueblo que compartió
con los israelitas la Tierra Prometida durante varios siglos.
Ahora bien, cuando Israel se apoderó de la Tierra Prometida (que entonces se llamaba
Canaán), pudo derrotar a sus principales habitantes (los cananeos) y esclavizarlos (Jos 24,11-13).
Pero en Canaán hubo también un pueblo al que jamás logró dominar ni someter: los filisteos. Éstos
habían llegado a la Tierra Prometida casi al mismo tiempo que los israelitas, sólo que por otro lado:
éstos entraron por el este, mientras que los filisteos lo hicieron por el oeste, y se instalaron en la
costa del país, de la cual nunca pudieron ser expulsados.
El pueblo misterioso
Israel veía cómo, siglo tras siglo, fallaba en su intento de dominar a los filisteos. Éstos se
mantenían libres y fuertes, e incluso llegaron también a someter a los cananeos vecinos. Y una
duda comenzó a atormentar a los israelitas: ¿Acaso Dios no les había dado la Tierra Prometida a
ellos? ¿No les había asegurado que someterían a todos los pueblos que la habitaban (Ex 23,23)?
¿Qué pasó con los filisteos? ¿No tuvo Yahvé el poder suficiente para cumplir su promesa hasta el
final? Esta cuestión los perturbaba enormemente.
Hasta que, reflexionando, e inspirados por Dios, encontraron la respuesta. Los filisteos se
quedaron en el país, no porque Dios no pudiera expulsarlos, sino porque ésa fue su voluntad desde
el principio. Dios había dispuesto que los filisteos también se apoderaran de una parte de la Tierra
Prometida, así como los israelitas se adueñaron del resto. Únicamente a los cananeos había que
esclavizar y someter, por los pecados aberrantes que cometían. Los cananeos tenían fama,
además, de ser muy lascivos.
Por eso imaginaron este relato, con finalidad didáctica, en el que Noé ya al principio del
mundo aparece profetizando lo que en realidad ellos descubrieron más tarde en la historia: “que
Canaán (es decir, los cananeos) sea maldito, y sea el sirviente de sus dos hermanos. Que Sem (es
decir, los israelitas) sea bendito y que Canaán sea esclavo suyo. Que Jafet (es decir, los filisteos) se
extienda y habite en medio de los campamentos de Sem, y que Canaán sea esclavo suyo” (vv.25-
27).
Por lo tanto, esta narración no tiene sólo connotaciones sexuales sino políticas, y fue
compuesta para explicar una situación que se había dado en la historia de Israel: la esclavitud de
los cananeos y la supervivencia de los filisteos.
Que esta interpretación es correcta se ve por otro episodio del Génesis: el origen de los
moabitas y amonitas (Gén 19, 30-38). Éstos eran dos pueblos vecinos de Israel, que habitaban al
oriente del río Jordán, y sumamente odiados por los israelitas. Tal odio se debía a que, en varias
oportunidades a lo largo de la historia, habían cruzado la frontera para invadir, saquear y cometer
toda clase de vejaciones contra las poblaciones hebreas. Incluso cuando Nabucodonosor destruyó
la ciudad sagrada de Jerusalén, ellos colaboraron con la destrucción, cosa que jamás perdonaron
los judíos (2 Re 24,2).
Tanto era el odio que sentían por estos dos pueblos, que la Ley judía prohibía
terminantemente admitir a alguno de ellos en el pueblo elegido hasta la décima generación. Es
decir, no sólo a los amonitas o moabitas, sino a todo aquel que tuviera a uno de ellos entre sus
antepasados, aunque fuera remotísimo (Dt 23,4). ¿Y cómo cuenta la tradición judía el origen de
ambos pueblos?
Dice que cierto día las dos hijas de Lot (el sobrino de Abraham), tuvieron un diálogo muy
angustioso. No quedaban hombres con quiénes casarse, ya que recientemente había bajado fuego
del cielo sobre Sodoma y Gomorra, y había destruido también las ciudades de los alrededores.
¿Morirían ellas solteras y sin hijos?
Como vemos, esta narración tiene una coincidencia asombrosa con la de Noé: el padre
borracho, la relación incestuosa, el hijo concebido por ella, un pueblo enemigo que desciende de
él. Las dos narraciones, pues, fueron compuestas con el mismo fin: explicar y justificar la situación
política que había entre Israel y estos pueblos.
Había tres hermanos: Sem, Cam y Jafet. Nacidos en la misma familia, del mismo padre y la
misma madre. Felices. Llenos de proyectos magníficos. Llamados por Dios para algo grande y
glorioso. Pero uno terminó esclavo, y los otros dos libres. Uno quedó sometido, y los otros se
volvieron sus amos. A uno la vida se le volvió un infierno, y a los otros una plenitud. Y todo por
culpa del pecado.
Esta es la primera vez que la Biblia habla de la esclavitud, la institución más terrible y
espantosa que haya inventado el ser humano. Donde uno prueba la muerte en vida. Donde uno no
puede decidir por sí mismo, ni hacer lo que le gusta, ni ir a donde quiere, ni tener amigos, ni ser
feliz. Sólo tiene un amo que lo manda; alguien que desde arriba le ordena lo que él no quiere
hacer, que lo priva de sus sueños, le amputa sus ilusiones y lo degrada.
Y aunque hoy entre nosotros no existe ya esa institución, sin embargo en la vida diaria, con
cada pecado nuestro, nos volvemos esclavos, menos libres, menos dueños de nosotros mismos,
más dependientes. De lo que hicimos, lo que dijimos, del mal que generamos, del vicio en el que
nos empecinamos. Hasta que ya no podemos levantar la cabeza, ni mirar al mundo de frente, ni ir
a donde queremos. Debemos hacer lo que nos pida el nuevo amo que hemos adquirido: el pecado.
Jesús lo dice con toda crudeza, sin historias de por medio y sin ambages: “El que peca, se
vuelve esclavo” (Jn 8,34). Y hay que creerle. Por eso, librarse del pecado es sacarse de encima un
pesado yugo que no nos deja gozar de la libertad de los hijos de Dios. Jesús vino para devolvernos
esa libertad. Para que todos los hombres y mujeres vuelvan a ser como aquellos tres hermanos,
antes de que Cam pecara.
La torre de Babel
Entrevista al P Ariel Álvarez Valdés, biblista
Según cuenta el libro del Génesis (cf Gén 11,1-9), la torre de Babel era un inmenso edificio
que los primeros pobladores de la humanidad habían empezado a construir, y la que pretendían
levantar tan alta que llegara hasta el cielo. Dios, ofendido les propinó un severo y ejemplar castigo:
hizo que aquellos hombres empezaran a hablar en idiomas distintos, de tal manera que no
pudieran entenderse. Así, extrañados y ofendidos, los frustrados constructores se dispersaron cada
uno con su propia lengua. Según este relato, así nacieron los diversos idiomas que existen en el
mundo.
Esta narración, ofrece numerosas dificultades para quien se decide a leerlo con cuidado. En
primer lugar, el relato de la torre de Babel aparece de golpe, y en total contradicción con lo que el
Génesis había contado antes, referente a los hijos de Noé. En efecto, en el capítulo 10, versículo 5
al hablar de los descendientes de Jafet, hijo menor de Noé, afirma: “Estos se desparramaron y
poblaron las islas de las naciones y sus diversas regiones, cada cual según su propia lengua, familia
y nación”. Lo mismo se dice en los versículos 20 y 31 sobre los descendientes de los otros hijos de
Noé. O sea que la Biblia ya había enseñado anteriormente la dispersión de la gente, a partir de los
hijos de Noé, así como la aparición de idiomas y pueblos distintos. Y no atribuye tal división a un
castigo de Dios, sino al natural desarrollo y evolución del ser humano.
Esta contradicción tan evidente, nos hace pensar que el relato de la torre de Babel no
pretendía explicar realmente el porqué de las distintas lenguas en el mundo.
Antes de explicar eso, vamos a ver que las cosas se complican más todavía si analizamos
con mayor atención el relato. Lo que a simple vista parece una sola narración, en realidad son dos
historias superpuestas, magistralmente fundidas.
Esto es posible descubrirlo gracias a los “duplicados” que tiene. En efecto, en el v. 4 se dice
que los hombres construían una ciudad; pero luego aclara que lo que construían era una torre. En
el mismo v. 4 está escrito de tal manera, que los estudiosos descubren dos propósitos distintos de
la construcción: el de la ciudad para hacerse famosos; el de la torre, en cambio, para que su altura
los orientase y no se dispersaran por la faz de la tierra.
• NO ME HABÍA DADO CUENTA PERO ES CIERTO. COMO QUE NO ESTÁ MUY CLARO LO QUE
HACÍAN Y QUERÍAN ESAS PERSONAS.
Pero Dios desciende, también dos veces del cielo, una para ver la construcción (v. 5); y la
otra para confundir las lenguas de la gente (v.7). Finalmente, vemos a Dios mandar dos castigos
distintos a los hombres; la confusión de las lenguas (v. 7), y su dispersión portada la tierra (v. 8). Por
ese motivo los exégetas están de acuerdo con que son dos relatos diversos, que fueron tejidos para
formar uno sólo.
• POR LO TANTO, PADRE, PARECE QUE HUBO DOS RELATOS FUNDIDOS PARA HABLAR DEL
PECADO DE ESA GENTE.
Si te fijas cuando tratamos de averiguar qué pecado cometieron esos hombres, quedamos
sorprendidos ya que el texto no lo dice en ninguna parte. Algunos suponen que fue el pecado de
orgullo, por intentar edificar una torre que llegase “hasta el cielo”. Pero sabemos que en lenguaje
oriental, decir que algo llega “hasta el cielo” es una simple expresión que significa “muy alto”, sin
que eso tenga nada de arrogancia ni de desafío a Dios.
• ¿SE PUEDE DETERMINAR QUÉ TIPO DE TORRE ERA LA QUE SUPUESTAMENTE SE ESTABA
CONSTRUYENDO?
La arqueología nos ha ayudado a entender qué clase de torre construían estos hombres. Se
trata de un edificio religioso, llamado “ZIGURAT”. Era una especie de pirámide escalonada,
generalmente de siete pisos, en cuya cima una pequeña habitación servía para la divinidad. Eran
construcciones muy comunes en la Mesopotamia, a tal punto que cada ciudad tenía su propio
zigurat. Las excavaciones han descubierto unos treinta.
Parece que no. Más aún, según el versículo 8 Dios los castigó para que dejaran de edificar
la ciudad, no la torre, pues dice: “Desde allí los dispersó Yahvé por la faz de la tierra, y dejaron de
edificar la ciudad”. Por lo tanto, el texto sagrado no dice claramente cómo fue que los hombres
pecaron al intentar construir un zigurat en su ciudad.
Todas estas dificultades muestran que el relato de la torre de Babel tuvo una prehistoria
larga y compleja, antes de terminar en el Génesis a continuación de la historia de Noé y el Diluvio.
Los biblistas han intentado reconstruirla, a fin de comprender mejor su sentido. Para ello
distinguen tres etapas por las que atravesó.
• NARRACIÓN
Ahora bien, Babilonia era una ciudad grandiosa, riquísima y deslumbrante, que se había
convertido en el corazón del mundo antiguo. No sólo era famosa por sus majestuosas
construcciones (templos, palacios, jardines colgantes, fortificaciones, esculturas), sino sobre todo
porque dentro de sus murallas se agrupaban y convivían gentes de todas las razas y pueblos,
atraídos por el comercio, las riquezas, y la cultura que en ella se respiraba.
Sí señor. Y estos comentarios no tardaron en ser conocidos por los habitantes del desierto,
los nómadas y los beduinos. Ahora bien, estos desconfiaban y rechazaban de la vida de las
ciudades y del culto a sus dioses. En especial, sentían desprecio por Babilonia, que había obtenido
su grandeza y esplendor gracias a la mano de obra y a la riqueza de los pueblos vecinos, a los
cuales habían sometido.
Pues sí. De este modo, la vida en la gran ciudad, sus vicisitudes y la dificultad de la
comunicación derivado de la mezcla de la gente y de lenguas diversas, aparecían frente a los ojos
de los habitantes nómadas del desierto como una maldición y un castigo de Dios por sus pecados.
Sí. Es entonces que estas historias de la ciudad y de la torre, comenzaron a teñirse con otro
sentido. Y lo que era expresión de piedad original en ellos, se convirtió en signo de idolatría y
orgullo en la reflexión teológica de los beduinos. Transformados ambos relatos, ahora en el
primero se contaba que un grupo de hombres decide construir una ciudad para “hacerse famoso”,
y adquirir gloria y renombre a través de los siglos. Mientras llevaban a cabo esta empresa, Dios
interviene descendiendo del cielo y confundiendo sus lenguas, de modo que “no entiendan cada
cual a su prójimo”. Este relato quedó en sus versículos 1.3a. 4ac. 6a. 7. 8b. 9a.
• ¿Y LA TORRE?
Cuando los nómadas antepasados de los israelitas llegaron a Palestina, trajeron esta
leyenda popular entre sus tradiciones. Y el Dios poderoso que bajaba a castigar a aquellos hombres
idólatras, fue más tarde llamado Yahvé (cf. v. 5). De este modo, el episodio de Babel comenzó a
formar parte de las tradiciones orales que en pueblo hebreo se trasmitían de generación en
generación para fomentar la fe en Yahvé, el único Dios verdadero.
En tiempos del rey Salomón, alrededor del año 950 a. C., un anónimo escritor a quien se le
llama el “Yahvista”, compuso las primeras páginas del Génesis. Y al hallar en la tradición hebrea
esta narración, la encontró muy apropiada para agregarla a continuación al arca de Noé. De esta
manera, la historia de la Torre de Babel, quedó incorporada al Génesis, y adquirió un significado
mucho más profundo. Entró así, en su tercera y última etapa, la actual.
El relato anterior sobre el pecado de Adán y Eva (cf. Gén 2, 3), mostraba cómo la
comunidad conyugal se debilita y sufre cunado se deja de lado a Dios. Con la Torre de Babel, quiere
demostrar cómo la ciudad social y política se dispersa, se desintegra y pierde cuando se acomete
una empresa a espaldas de Dios. En esta tercera etapa de la evolución del relato los constructores
de la Ciudad y la torre, ya no son gente religiosa (como en la primera etapa), ni tampoco gente
idólatra (como en la segunda). Ahora (en la tercera etapa), se trata de gente que desprecia a Dios
en sus iniciativas.
El mensaje religioso es claro: ninguna sociedad puede mantenerse cuando sus habitantes
emprenden cualquier proyecto, cualquier obra, cualquier actividad, en la que se descarte a Dios.
Las consecuencias serán desfavorables: Habrá ruptura en la unidad y la armonía, será imposible
que la gente se entienda, y la obra quedará irremediable a medio hacer.
Esta hipótesis que los especialistas enseñan sobre las circunstancias literarias de la leyenda
de la Torre de Babel, es la que mejor explica las incoherencias y duplicados que tienen actualmente
el relato. Por ello, es la más aceptada.
Nada de esto le quita su valor actual de la Palabra de Dios. Pero el conocer mejor las
transformaciones que sufrió en su redacción, nos ayuda a extraer mejor el mensaje y a precisar su
verdadero significado.
Pues no, señor. En los Hechos de los Apóstoles, hay un episodio que hace referencia a la
Torre de Babel: El de Pentecostés (Hech 2). Allí se cuenta que al bajar el Espíritu Santo sobre los
Apóstoles, ocurrió lo mismo que la Torre de Babel, pero al revés. En Babel los hombres se
encontraban en una torre elevada, intentando sus trabajos de espalda a Dios; y Dios bajó para
confundir las lenguas. En Pentecostés, en cambio, los apóstoles estaban en una habitación elevada,
intentando construir un nuevo mundo, según Dios; y el Espíritu Santo bajó para que sus lenguas
fueran entendidas por todos los extranjeros, “cada uno en su propio idioma” (Hech 2,6).
Hoy en día las naciones intentan su reconstrucción social y política. Pero con frecuencia lo
hacen de espaldas a Dios. Como en Babel. Por eso, nuestras sociedades están saturadas de
engaños, fraudes y corrupción, no hay entendimientos entre la gente y cada uno propaga su propio
discurso, que resulta poco creíble para los demás. Sólo para cuando los políticos y constructores de
la sociedad dejen de lado sus intereses personales (como en Babel), y se muevan bajo la guía del
Espíritu Santo (como en Pentecostés), podremos ver amanecer la justicia, la armonía y el
entendimiento social.