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Carta A Lady Welby
Carta A Lady Welby
Charles S. Peirce
Milford, Pa.
12 de octubre de 1904
No ha pasado un solo día desde que recibí su última carta en el que no haya lamentado
las circunstancias que me impidieron escribir ese mismo día la carta que estaba intentando
escribirle, no sin haberme prometido a mí mismo que eso debería estar hecho pronto. Pero
vivir en el país en esta parte del Atlántico, a menos que uno sea multimillonario se lleva
con enorme fricción. Aunque en los últimos años se ha hecho bastante, no es todavía algo
habitual, y en este país se espera que uno sea exactamente igual que todos los demás. Me
aventuraré a decir que su imaginación no pudo evitar la imagen del tipo de sirviente
doméstica que ofrece una chica americana. Además, el contrato tan desconsiderado que
firmé para conseguir a tiempo ciertas definiciones para un suplemento al Century
Dictionary me está volviendo como las furias. Para estar seguro podría haber garabateado
unas líneas para explicarme; pero siempre me estaba diciendo a mí mismo que en unos
pocos días tendría tiempo para escribir tal como deseaba, y hasta ahora mi idea de qué era
lo que quería escribir ha sido borrosa. Espero, no obstante, que usted habrá tenido fe para
saber que sólo una imposibilidad podría haber evitado que le escribiera; pues de alguien
que vive en el campo uno puede esperar más de esa clase de fe que de un citadin.
Pero quería escribirle acerca de los signos, que en su opinión y en la mía son
cuestiones de gran consideración. Creo que más en mi caso que en el suyo. Puesto que en
mi caso, el más alto grado de realidad sólo se alcanza por medio de signos, esto es,
mediante ideas tales como las de Verdad, Justicia y el resto1. Suena paradójico, pero
cuando le haya explicado mi teoría de los signos en su totalidad lo parecerá menos. Creo
que hoy le explicaré los esbozos de mi clasificación de los signos.
Usted sabe que apruebo especialmente la invención de palabras nuevas para nuevas
ideas. No sé si el estudio que llamo Ideoscopia2 puede considerarse una idea nueva, pero la
palabra Fenomenología se usa en un sentido muy diferente. La Ideoscopia consiste en la
descripción y clasificación de las ideas que pertenecen a la experiencia ordinaria, o que
surgen de modo natural en conexión con la vida ordinaria, sin considerar su validez o
invalidez o su psicología3. En la búsqueda de este estudio, después de tan sólo tres o cuatro
años de investigación, fui conducido tiempo atrás (1867), a clasificar todas las ideas en las
tres clases de Primeridad, Segundidad y Terceridad4. Esta especie de clasificación es tan
desagradable para mí como lo es para cualquiera, y durante años me esforcé por
menospreciarla y refutarla; pero hace tiempo que me ha conquistado por completo. Tan
desagradable como es atribuir tal significado a los números, y sobre todo, a una tríada, es
no obstante tan desagradable como verdadero. Las ideas de Primeridad, Segundidad y
Terceridad son suficientemente simples. Dando al ser el más amplio sentido posible como
para incluir tanto ideas como cosas, e ideas que imaginamos tener así como ideas que
realmente tenemos, definiría la Primeridad, la Segundidad y la Terceridad como sigue:
La Segundidad es el modo de ser de aquello que es como es, con respecto a una
segunda cosa pero con independencia de toda tercera.
La Terceridad es el modo de ser de aquello que es como es, en la medida en que pone
en mutua relación a una segunda cosa con una tercera.
Llego ahora a la Terceridad. Para mí, que he considerado durante cuarenta años la
cuestión desde todos los puntos de vista que pude encontrar, la inadecuación de la
Segundidad para cubrir todo lo que hay en nuestras mentes es tan evidente que apenas sé
cómo comenzar a persuadir de ello a cualquier persona que no esté ya de antemano
convencida. Sin embargo, veo un gran número de pensadores que están intentando construir
un sistema sin colocar en él ninguna terceridad. Entre ellos se encuentran algunos de mis
mejores amigos, quienes se confiesan en deuda conmigo por sus ideas aunque nunca
aprendieron la lección principal. Muy bien. Es altamente conveniente que la Segundidad
deba buscarse en su fondo auténtico. Sólo así se puede comprender la necesidad e
irreductibilidad de la terceridad, aunque para aquel que posea el entendimiento capaz de
comprenderlo es suficiente decir que no se obtiene una ramificación de una línea de colocar
una línea al final de otra. Mi amigo Schröder se enamoró de mi álgebra de las relaciones
diádicas. Las pocas páginas que le dediqué en mi nota B en los Estudios de lógica por
miembros de la Universidad Johns Hopkins8 eran proporcionadas a su importancia. Su
libro9 es profundo, pero su profundidad sólo hace más claro aún que la Segundidad no
puede abarcar a la Terceridad (él se cuida mucho de evitar decir en todo momento que
puede, pero va tan lejos como para decir que la Segundidad es la más importante. Y lo es,
considerando que la Terceridad no puede ser entendida sin Segundidad. Pero en sus
aplicaciones es tan inferior a la Terceridad como para estar en ese aspecto en un mundo
bien diferente). Incluso en la forma más degenerada de Terceridad, y la terceridad tiene dos
grados de degeneración, se puede detectar algo que no es mera segundidad. Si usted toma
cualquier relación triádica ordinaria, en ella encontrará siempre un elemento mental. La
acción bruta es segundidad; toda mentalidad implica terceridad. Analice, por ejemplo, la
relación implicada en "A da Ba C". ¿Qué es dar? No consiste en que A se deshaga de B y
después C lo recoja. No es necesario que tenga lugar ninguna transferencia material.
Consiste en que A convierta a C en poseedor de acuerdo a una Ley. Debe haber algún tipo
de ley antes de que pueda haber algún tipo de donación ―no siendo sino la ley del más
fuerte. Pero suponga ahora que aquel regalo consistiera meramente en que A deje a un lado
el B que seguidamente C recoja. Eso sería una forma degenerada de Terceridad, en la cual
la terceridad es añadida externamente. No hay terceridad en que A se deshaga de B. No hay
terceridad en que C se apropie de B. Pero si usted dice que estos dos actos constituyen una
única operación en virtud de la identidad de B, trasciende el mero hecho bruto e introduce
un elemento mental. En su libro10, que es superficial hasta la náusea, Russell hace algunas
observaciones estúpidas acerca de mi álgebra de relaciones diádicas, sobre mi “adición
relativa”, etc., que son meros disparates. Él o Whitehead dice que rara vez sucede tal
necesidad. Nunca hay necesidad de ello si usted introduce el mismo modo de conexión de
diferente manera. En ese sistema es indispensable. Pero dejemos a Russell y Whitehead
llevar a cabo su propia salvación. La crítica que hago de dicha álgebra de relaciones
diádicas, por la que en modo alguno me siento cautivado, aunque creo que es una cosa
bella, es que las mismas relaciones triádicas que no reconoce son las que ella misma
emplea. Pues cada combinación de relativos susceptible de hacer un nuevo relativo es una
relación triádica irreducible a relaciones diádicas. Su inadecuación se muestra de otras
maneras, pero de esta manera lo hace en un conflicto consigo misma si se considera, como
yo nunca lo he hecho, que es suficiente para la expresión de todas las relaciones. Mi
álgebra universal de relaciones, con los índices subyacentes y sigma y pi es susceptible de
expandirse hasta abarcarlo todo; y de ese modo, todavía mejor, aunque no perfectamente
ideal, constituye el sistema de los gráficos existenciales. No me he aplicado
suficientemente al estudio de a las formas degeneradas de Terceridad, aunque me parece
advertir que posee dos grados diferentes de degeneración. En su forma genuina, la
Terceridad es la relación triádica existente entre un signo, su objeto y el pensamiento
interpretante ―él mismo un signo― considerado como lo que constituye su modo de ser
un signo. Un signo media entre el signo interpretante y su objeto. Tomando el signo en su
sentido más amplio, su interpretante no es necesariamente un signo. Cualquier concepto es
un signo, por supuesto. Ockham, Hobbes y Leibniz ya lo han dicho suficientemente. Pero
podemos tomar un signo en un sentido tan amplio que su interpretante no sea un
pensamiento, sino una acción o experiencia, o podemos incluso extender el significado de
signo de tal manera que su interpretante sea una mera cualidad de sentimiento.
Un Tercero es algo que pone a un Primero en relación con un Segundo. Un signo es un tipo
de Tercero. ¿Cómo lo caracterizaremos? ¿Diremos que un Signo pone a un Segundo, su
Objeto, en una relación cognitiva con un Tercero? ¿Que un Signo pone a un Segundo en la
misma relación con un primero en la que él mismo está con respecto a ese Primero? Si
insistimos en la conciencia, debemos decir lo que queremos decir con conciencia de un
objeto. ¿Diremos que nos referimos al Sentimiento? ¿Diremos que queremos decir
asociación, o Hábito? Estas son, en su superficie, distinciones psicológicas que
particularmente evitaré. ¿Cuál es la diferencia esencial entre un signo que se comunica a
una mente y uno que no se comunica de ese modo? Si el problema fuese simplemente lo
que entendemos realmente por signo ésta se resolvería pronto. Pero esa no es la cuestión.
Estamos en la misma situación de un zoólogo que quiere saber cuál debería ser el
significado de “pez” para hacer de los peces una de las grandes clases de vertebrados. Me
parece que la función esencial de un signo es hacer eficientes relaciones ineficientes ―no
para ponerlas en acción, sino para establecer un hábito o regla general por medio de la cual
actuarán cuando sea oportuno. De acuerdo a la doctrina física, nunca pasa nada excepto las
continuas velocidades rectilíneas con las aceleraciones que acompañan a las diferentes
posiciones relativas de las partículas. Todas las demás relaciones, de las que conocemos
tantas, son ineficientes. De algún modo, el conocimiento las hace eficientes; y un signo es
algo por lo que conocemos algo más. Con la excepción del conocimiento, en el instante
presente, de los contenidos de conciencia en ese instante (la existencia de cuyo
conocimiento está abierta a duda), todo nuestro pensamiento y conocimiento se da en
signos. Por consiguiente un signo es un objeto que por un lado está en relación con su
objeto y por el otro con un interpretante, de tal modo que pone al interpretante en una
relación con el objeto que se corresponde con su propia relación con el objeto. Podría decir
"similar a la suya propia", ya que una correspondencia consiste en una similitud; pero tal
vez correspondencia es más adecuado.
Ahora estoy preparado para ofrecer mi división de los signos, tan pronto como haya
señalado que un signo tiene dos objetos, su objeto tal y como está representado, y su objeto
en sí mismo. También tiene tres interpretantes, su interpretante tal como se representa o se
supone que será entendido, su interpretante tal y como es producido, y su interpretante en sí
mismo. Ahora, los signos se pueden dividir en función de su propia naturaleza material, en
función de sus relaciones con sus objetos y en función de la relación con sus interpretantes.
1. Primero, un argumento sólo puede ser presentado a su interpretante como algo cuya
razonabilidad será reconocida.
1. Primero, aquellos que son interpretables en pensamientos u otros signos del mismo
tipo en series infinitas.
Ahora, si usted estima (como yo lo hago) que, en conjunto, hay mucha verdad valiosa
en todo esto, estaría agradecido si lo incluyera en la próxima edición de su libro, después de
editarlo y, por supuesto, de eliminar las referencias personales de tipo desagradable,
especialmente si van acompañadas de una o más críticas severas (apresuradas o de otro
tipo), pues no tengo la menor duda de que en ellas hay más o menos algún error.
Mi esposa me dice que debería intentar persuadirle para que venga aquí y nos haga
una visita. Desearía con todo mi corazón que lo hiciera, aunque no estoy seguro de si no
nos agotaremos y nos marcharemos a Francia.
muy atentamente,
C. S. Peirce
P.S. En conjunto, por tanto, diría que hay diez clases principales de signos:
1. Cualisignos
2. Sinsignos icónicos
3. Legisignos icónicos
6. Símbolos remáticos
10. Argumentos13
Notas
5. La cursiva aquí indica que en el manuscrito original esta frase estaba subrayada con
lápiz. Hardwick sugiere que tal vez fueran obra de Lady Welby, aun cuando no era
costumbre suya hacer anotaciones en las cartas de Peirce. Cfr. SS 26 [Nota del T.].
8. Johns Hopkins Studies in Logic S. Peirce (ed.), Studies in Logic by Members of the
Johns Hopkins University, Little & Brown, Boston, 1883 [Nota de SS].
9. Se refiere al libro de E. Schröder, Vorlesungen über die Algebra der Logik, 1890
[Nota de SS].
10. B. Russell, The Principles of Mathemathics, 1903. Peirce reseñó en 1903 el libro
de Russell junto con What is Meaning? de Lady Welby para la revista The Nation. En esa
reseña Peirce llega a decir que son "libros sobre lógica verdaderamente importantes", si
bien despacha el de Russell en apenas un breve párrafo para concentrarse en el de Lady
Welby. Cfr. SS xvi; 157-159 [Nota del T.].
12. Tal como señala Hardwick (1977: 35), el orden de estas tricotomías resulta extraño
en Peirce. Más sentido tendría si se intercambiaran el "tercero" y el "primero". No obstante,
Peirce modifica dicha tricotomía en su carta a Lady Welby del 23 de diciembre de 1908
[Nota del T.].