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Republica parlamentaria

1.Luego de la derrota de José Manuel Balmaceda en la Guerra Civil de 1891, se impuso en


el país un régimen político parlamentario, sistema que perduró hasta 1925.

El establecimiento del parlamentarismo no significó reformar la Constitución de 1833 para


instaurar un gobierno del tipo inglés, sino que, por el contrario, sólo bastó interpretarla de
manera parlamentaria, limitando y disminuyendo el poder del Primer Mandatario a
niveles figurativos y otorgando facultades ejecutivas a los partidos políticos representados
en el Congreso.

Si bien el Presidente de la República podía designar a sus ministros libremente, estos


debían rendir cuenta de sus actos ante el Senado y la Cámara de Diputados, en las
llamadas interpelaciones. Sin embargo, como las mayorías políticas en el Congreso
cambiaban con cierta frecuencia, se producía una rápida rotativa ministerial. Así, los sietes
gobiernos de la época tuvieron, en promedio, 15 gabinetes que no duraron más de cuatro
meses cada uno, debido a las prácticas parlamentarias.

El sistema político se caracterizaba por una participación reducida, ya que sólo podían
sufragar los varones mayores de edad que supieran leer y escribir; cifra que no superaba
el 5% total de la población chilena.

A su vez, el sistema electoral impuesto desde 1891 por la ley de comuna autónoma,
permitía métodos cuestionables. Los alcaldes y regidores, al dejar de ser controlados por
el ejecutivo y pasar a depender de los partidos políticos que ganaban las elecciones,
tenían la facultad de intervenir en los padrones electorales, lo que fomentó el cohecho y
el fraude. Fácilmente un sillón parlamentario podía costar varios millones de pesos a los
candidatos, quienes siempre estaban dispuestos a gastar sus fortunas en adquirir los
honores y privilegios del cargo. Por lo mismo, los miembros del Congreso Nacional
constituían una oligarquía homogénea, de mentalidad burguesa y aristocrática y, más que
tomar decisiones en el Parlamento o La Moneda, lo hacían en los centros sociales de la
época como El Club Hípico, el Club de la Unión, logias masónicas o círculos ligados a la
Iglesia Católica. En este escenario, no era de extrañar que abundaran las relaciones de
parentesco en el mundo político. Los presidentes Federico Errázuriz Echaurren (1896-
1901) y Pedro Montt (1906-1910) eran hijos de dos presidentes del siglo XIX; Germán
Riesco (1901-1906) era cuñado de Errázuriz. En ministerios, parlamento y altos cargos
eclesiásticos, también abundaban los vínculos familiares.

A partir de la celebración del Centenario en 1910, surgió con fuerza dentro de la opinión
pública, la crítica al sistema político parlamentario, por su inmovilismo y falta de acción
ante la denominada "cuestión social". La sociedad chilena estaba cambiando y se
mostraba disconforme. Este malestar se materializó el 4 de septiembre de 1924, cuando
un movimiento militar tomó el poder y obligó al Congreso a aprobar, sin mayor debate, las
leyes de reformas sociales que estaban pendientes desde hacía años en el parlamento.
Unos meses después, en marzo de 1925, el Presidente Arturo Alessandri Palma reasumió
el poder y dio término al régimen parlamentario a través de la promulgación de una nueva
Constitución en la que se restablecía el sistema de gobierno presidencial.

Pese a sus deficiencias, el período parlamentario destacó por su estabilidad, paz interior y
regularidad. Los poderes políticos se renovaban formalmente a través de mecanismos
constitucionales y, progresivamente nuevos grupos sociales comenzaron a participar en la
política, lo que a la larga determinó la configuración de la democracia definitiva en 1925.
2. Este período se inaugura el 26 de diciembre de 1891, fecha cuando asume la
presidencia de la República Jorge Montt Álvarez, primer presidente del régimen
parlamentario, culminando el 18 de septiembre de 1925, con la promulgación y firma la
Constitución Política de 1925.

Tras el fin de la Guerra Civil de 1891 y la muerte del Presidente José Manuel Balmaceda,
este período se caracteriza por la existencia de un régimen político parlamentario. Sin
embargo, la preeminencia del Parlamento no significa reemplazar la institucionalidad
política emanada de la Constitución de 1833, sino que se la reforma e interpreta de
manera parlamentaria –por medio de las llamadas “prácticas parlamentarias”-, limitando
y disminuyendo el poder del Jefe de Estado y otorgando facultades ejecutivas a los
partidos políticos representados en el Congreso. Entre estas prácticas destacan las
facultades de pedir cuentas a los ministros en las llamadas interpelaciones, las que
provocan una marcada inestabilidad de los gabinetes, afectados por una frecuente
rotativa ministerial entorpeciendo el normal desenvolvimiento de la labor gubernativa.

A pesar de ello, el régimen parlamentario se desenvuelve con una notable estabilidad


política, manteniendo las instituciones republicanas, las libertades públicas y la
alternancia en el poder de la Alianza Liberal y la Coalición Conservadora. Durante el
período se suceden de manera consecutiva en la Presidencia de la República el almirante
Jorge Montt (1891-1896), Federico Errázuriz Echaurren (1896-1901), Germán Riesco
(1901-1906), Pedro Montt (1906-1910), Ramón Barros Luco (1910-1915), Juan Luis
Sanfuentes (1915-1920) y en sus postrimerías, Arturo Alessandri Palma (1920-1925), a
quien se le considera un mandatario de transición.

Asimismo, se desarrollan las obras públicas, se impulsa la educación, se expande el


comercio y la economía da muestras de un gran vigor. Estas iniciativas se sostienen, en
gran medida, gracias a las abundantes riquezas que el Estado recauda por medio del
impuesto a la venta del salitre, principal producto de exportación del periodo.

Sin embargo, con ocasión de las celebraciones del Centenario en 1910, en la opinión
pública se hace presente una sensación de malestar y pesimismo, con fuertes críticas al
sistema político parlamentario, en vista del cerrado elitismo de clase oligárquica, su
ineficacia e inmovilismo, especialmente ante la denominada “cuestión social”.
Intelectuales como Enrique Mac Iver, Alberto Edwards, Nicolás Palacios, Tancredo
Pinochet, Alejandro Venegas, Francisco Antonio Encina y Luis Emilio Recabarren, fueron
parte de esta corriente crítica, desde diversas posturas.

En la primera década del siglo XX se promulgan las primeras leyes sociales de nuestra
historia, tales como la ley de la silla (1904), la ley sobre habitaciones obreras (1906) y la
ley de descanso dominical (1907). Estas iniciativas legales se muestran insuficientes para
solucionar las graves carencias que afectan a los sectores obreros y populares de nuestra
sociedad. Es por eso que esta coyuntura histórica que surgen las primeras agrupaciones y
partidos políticos de izquierda, tales como los movimientos anarquistas y el Partido
Obrero Socialista, -fundado en 1912 y que pasaría a convertirse en el Partido Comunista
de Chile, diez años más tarde-, quienes propugnan cambios radicales en la organización
política, económica y social chilena.

En consecuencia, el malestar hacia el régimen parlamentario persiste y se agudiza, hasta


manifestarse de forma abierta y masiva en el año 1920, con la elección presidencial de
Arturo Alessandri Palma. Alessandri asume la primera magistratura del país tras una
campaña presidencial que apela a los sectores medios y populares, haciendo una dura
crítica al sistema y a la clase política que sostiene al régimen parlamentario.

Durante su presidencia, Alessandri intenta implementar una serie de reformas a la


institucionalidad política parlamentaria y a la legislación social y laboral, con el objeto de
responder a las demandas ciudadanas y de impedir un estallido social. Sin embargo, la
clase política oligárquica se niega a acceder a tales reformas, lo que provoca un agudo
clima de frustración e impotencia ante el régimen político imperante.

Esta situación llega a una crisis terminal en septiembre de 1924, con la intervención militar
denominada “Ruido de sables”, que obliga al Congreso a aprobar sin mayor debate un
paquete de leyes sociales que estaban pendientes desde largo tiempo en el Congreso. En
vista de que los militares se constituyen en una junta militar, Alessandri renuncia al cargo
y sale del país. Pocos días después es disuelto el Congreso y la junta militar asume el
poder. En estos días comienza a destacarse la figura del coronel Carlos Ibáñez del Campo,
quien se transformó en una figura importante en la vida política chilena de buena parte de
este siglo.

El 9 de septiembre de 1924, el país quedó a cargo del ministro del Interior, general de
división Luis Altamirano Talavera, en calidad de vicepresidente. Entre el 11 de septiembre
de 1924 y el 23 de enero de 1925, se organizó una Junta de Gobierno presidida por
Altamirano. Este último, le entregó el mando al general de división Pedro Pablo Dartnell
Encina, quien se mantuvo en el cargo hasta el 27 de enero de 1925. Ese día, asumió Emilio
Bello Codesido, hasta el 20 de marzo de 1925, fecha en que se le pidió al presidente que
regresara a cumplir el resto de su mandato. Tras el regreso de Alessandri a la Primera
Magistratura, éste impulsa la redacción de una nueva Constitución Política, que logró
fortalecer el Poder Ejecutivo sobre el Legislativo, alcanzó la separación definitiva de la
Iglesia y el Estado, y aumentó el período presidencial de 5 a 6 años.

A su vez, se suprimen las facultades de interpelación y censura del Congreso en relación a


los ministros de Estado, quienes pasan a ser de la exclusiva confianza del Presidente de la
República. Las leyes de contribuciones y de fijación de las Fuerzas Armadas pierden su
carácter de periódicas y la ley de presupuestos pierde su carácter de arma política del
Parlamento ante el Ejecutivo. Se prohíbe el acceso de diputados y senadores a cargos
ministeriales y se entrega el control de las elecciones a un ente autónomo, el Tribunal
Calificador de Elecciones. Con esto se pone fin al parlamentarismo, restaurando el sistema
presidencialista.

En síntesis, la Constitución Política de 1925 proporcionará el marco institucional del


proceso de ampliación y de incorporación de la ciudadanía al sistema político, que
predominó en gran parte del siglo XX.

Hitos del periodo

Surgimiento de la Alianza Liberal.

1891
Coalición de partidos políticos originada a partir de 1891 y que intervendrá hasta 1925 en
la escena política nacional. La alianza liberal se erige como la fuerza de avanzada
progresista y tiene como principales actores al Partido Radical y al Partido Liberal. En 1896
se unen a ella otros grupos, como el Partido Liberal Democrático y el Partido Liberal
Doctrinario. La coalición propugna como bandera de lucha política ideales basados en la
libertad individual, la lucha en contra de la influencia de la Iglesia, y a su vez, el
crecimiento de la industria, el comercio y la minería.

Acta de Deposición del Presidente Balmaceda.

01-01-1891

En vista de que el Congreso no aprueba la ley de presupuestos para el año 1891, el


Presidente Balmaceda decide gobernar con la ley de presupuesto aprobada el año previo
de 1890. El Congreso, ante esta maniobra que atropella sus atribuciones, sondea a las
fuerzas armadas en busca de apoyo para deponer al Presidente. El ejército se declara
partidario de Balmaceda, mientras que la Armada condiciona su respaldo a la previa
deposición del Presidente. En vista de ello, el Congreso acuerda firmar un Acta de
Deposición. Esta Acta, que será el antecedente legal de la sublevación de la Armada y el
estallido de la guerra civil, no se notifica ni publica sino varios meses más tarde, poniendo
en duda su legalidad. Respaldada por casi las tres cuartas partes de los parlamentarios,
solo tiene valor moral.

Cierre del Congreso Nacional.

11-02-1891

Se cierra el Congreso Nacional por decisión del presidente José Manuel Balmaceda, luego
de innumerables discusiones y trabas entre el poder Ejecutivo y Legislativo. Esta acción da
inicio a una Guerra Civil, en que el Congreso, apoyado por la Armada, se alzará con el
triunfo.

Suicidio del Presidente Balmaceda.

19-09-1891

En vista del triunfo del bando del Congreso en la guerra civil, el Presidente Balmaceda
delega el mando de la nación en el general Manuel Baquedano, asila a su familia en la
embajada de Estados Unidos y se refugia en la Legación de Argentina. Ahí permanece
oculto mientras los vencedores perpetran crueles represalias en contra de sus partidarios.
En esas difíciles circunstancias, Balmaceda espera hasta que se haya completado su
periodo presidencial, esto es, hasta el 18 de septiembre de 1891. Luego de ello, redacta
sendas cartas a sus familiares y amigos y su denominado “testamento político”, en el que
vaticina el fracaso del sistema parlamentario en la forma que se practica en Chile,
abogando por un gobierno popular y representativo con poderes independientes y
responsables. Terminados de escribir estos documentos, al amanecer del 19 de
septiembre, se recuesta en la cama y se suicida de un balazo en la sien. Su trágica muerte
marca el fin del régimen presidencialista, tal como se practicó en Chile a lo largo del siglo
XIX.

Elecciones Parlamentarias de 1891.

18-10-1891

Tras la derrota de Balmaceda y la disolución del Congreso Constituyente, las nuevas


autoridades se ven enfrentadas a la tarea de constituir un nuevo Congreso. Preocupados
los revolucionarios de no aparecer vulnerando la Carta en defensa de la cual sostienen
haberse alzado, respetan el mandato de los senadores que expiran el año 1894. Sin
embargo, de cinco senadores balmacedistas, solo uno mantiene su cargo. El resto de los
senadores son todos partidarios del nuevo gobierno. Por su parte, la Cámara de Diputados
se renueva completamente, pues todos los diputados han dejado de serlo el 31 de mayo
de 1891, al expirar sus periodos. En esta elección se aplica la consigna de los vencedores:
la “libertad electoral”, pero ésta no significa el voto libre y soberano, sino el fin del manejo
de las elecciones por parte del Ejecutivo. Desde el año 1891 y tras el triunfo del Congreso,
las elecciones quedan sometidas al manejo de la clase dirigente, es decir, de la oligarquía.

Reformas a la Constitución de 1833.

12-12-1891

Modifica la convocatoria a sesiones extraordinarias del Congreso Nacional, especialmente


la efectuada por la Comisión Conservadora. En desmedro del Ejecutivo, prescribe la
aprobación de la Cámara Alta o de la Comisión Conservadora –si el senado está en receso-
, para los nombramientos de agentes diplomáticos.

Ley de Comuna Autónoma.

24-12-1891

Promulgada en el Ministerio presidido por Manuel José Irarrázaval. Crea una


municipalidad en todas las capitales de departamento y en las demás poblaciones que el
Presidente de la República lo estime. Establece que la elección de los municipales se hará
en votación directa, por los electores del respectivo territorio municipal, de conformidad a
las disposiciones de la ley de elecciones.

Reforma a la Constitución de 1833. Incompatibilidades parlamentarias.

09-07-1892

Reforma sobre incompatibilidades en el ejercicio de cargos parlamentarios, refrendando


nuevas inhabilitaciones para ser electo Diputado.

Ley de Higiene Pública.

01-09-1892

Ley que establece un Consejo Superior de Higiene Pública y un Instituto de Higiene, con el
objeto de estudiar e indicar las medidas de higiene que exijan las condiciones de
salubridad de las poblaciones o de los establecimientos públicos y particulares.

Constitución del Partido Liberal Democrático o Balmacedista.

05-11-1893

Se organiza como partido político hacia fines del gobierno de José Joaquín Prieto y
especialmente, durante del gobierno de Manuel Bulnes. Sus antecedentes provienen del
bando pipiolo, derrotado por el bando pelucón y duramente reprimido durante el decenio
de 1830. Tras dos décadas en la oposición política, llegan al gobierno en 1861 bajo la
presidencia de José Joaquín Pérez. A partir de entonces consolidan su poder e influencia
política, implementando una serie de reformas de corte liberal a la Constitución de 1833.
Durante el siglo XX el Partido Liberal representa el ala más avanzada de la derecha
política, participando activamente desde la década de 1930 hasta la de 1960, en la
mayoría de las elecciones. Posteriormente va coincidiendo cada vez más con su histórico
oponente, el Partido Conservador, y a partir del sistemático descenso electoral que ambas
colectividades viven en la década de los ´60, el 16 de junio de 1966 se unen para formar el
Partido Nacional (1966).
3. Durante 1891 y hasta 1925 se manifestó un claro predominio del Legislativo sobre el
Ejecutivo. La práctica parlamentarista de hacer caer los gabinetes ministeriales mediante
la censura determinó que en el transcurso de ese período pasaran por los sucesivos
gobiernos: 530 ministros de Estado, a través de 121 cambios, tomando en cuenta las crisis
totales y parciales.

Los presidentes de la segunda etapa de la "República Parlamentaria" (que nunca fue


completa y efectiva) fueron: el Vicealmirante Jorge Montt Álvarez (1891-1896); Federico
Errázuriz Echaurren (1896-1901); Germán Riesco Errázuriz (1901-1906); Pedro Montt
Montt (1906-1910); Ramón Barros Luco (1910-1915); Juan Luis Sanfuentes Andonáegui
(1915-1920), y Arturo Alessandri Palma (1920-1924). Todos, salvo Jorge Montt Montt,
ejercieron anteriormente como parlamentarios.

La década del desencanto

A principios de siglo (el siglo XX), el ambiente que se vivía era una mezcla de pesimismo
por los valores que se dejaban atrás y falta de confianza en las clases aristócratas y
políticas, que no sabían comprender ni reaccionar ante las carencias económicas de la
gran masa.

Enrique Mac-Iver Rodríguez, en su ya clásico discurso sobre la crisis moral de la república,


lo había expresado en 1900 y lo reiteraba Alberto Edwards en 1901: "... sólo vivimos del
recuerdo de un pasado glorioso sin aliento de continuar la obra de nuestros padres,
perdidas las ilusiones y la fe, heridos en el alma por la implacable lógica de los
acontecimientos".

Este desencanto, producto sin duda de la incapacidad de los políticos por encarar y dar
respuesta satisfactoria a los graves problemas económicos y a la "cuestión social", que ya
se vislumbraba como uno de los más serios, deja ver claramente que Chile vivía por esos
días el agotamiento de un estilo de vida que no se adaptaba a una realidad que cambiaba
radicalmente.

Los ideales de regeneración planteados por la revolución de 1891 no lograban


concretarse, esto sumado al fracaso del régimen parlamentario por la incapacidad de la
clase aristocrática para asumir su rol de conductora era ya reconocido en 1894 por
Francisco Valdés Vergara, el opositor a Balmaceda que decía: "Duro es confesarlo, pero los
hombres que hicimos la revolución con la mejor de las intenciones hemos causado daños
mayores que los bienes prometidos".

La década que pasó sin dar una respuesta satisfactoria a los nuevos cambios, dio cabida a
discusiones que se alejaron de los espacios públicos tradicionales, como el Congreso o el
Palacio de gobierno. Por el contrario, se creó un ambiente de participación en centros
sociales o asociaciones prominentes como el Club de la Unión, el Club Hípico y el de
Septiembre, entre otros lugares.

La existencia de una gran cantidad de partidos políticos no era de gran relevancia. Todos
tenían escasas diferencias ideológicas y estaban inspirados por el pensamiento liberal,
representando en mayor o menor grado las ideas o intereses de la oligarquía, el grupo
social dominante.

Esta elite se había formado por la fusión de dos grupos: la aristocracia tradicional que
tenía en la posesión de la tierra su principal fuente de ingresos y los comerciantes e
industriales enriquecidos en el siglo XIX.

Los autores de la época denunciaron la relajación moral de esta nueva casta que se inclinó
por un tren de vida aristocrático y para quienes el dinero es un instrumento para
mantenerlo, de ahí que no importaba tanto la forma de obtenerlo como la de gastarlo.

Los créditos se conseguían fácilmente, si era preciso endeudarse y los impuestos internos
eran casi inexistentes, pues nuestra economía giraba en torno al salitre, el que se
exportaba en grandes cantidades a Europa y a través de los derechos aduaneros de
exportación el estado chileno obtenía su participación en esta enorme fuente de riqueza.

Paralela a esta conducta de la clase dirigente y en forma para ella imperceptible en esta
primera década del siglo XX se inició un cambio trascendental en los sectores medios.

Ellos, fruto del liceo, eran profesionales, intelectuales y empleados que comenzaron a
tomar conciencia y aceptando su propia identidad, abandonaron su actitud imitativa de la
clase alta. Estaba llegando el momento para que este importante y dinámico
conglomerado asumiera crecientes responsabilidades en la conducción del país.

Inés Echeverría de Larraín, más conocida como "Iris", así lo reconoce y explicando los
reales móviles del Club de Señoras inaugurado el 19 de agosto de 1916 afirma en la revista
"Silueta":

"Con nuestra mayor sorpresa apareció una clase media que no sabemos cuándo haya
nacido, con mujeres perfectamente educadas, que tenían títulos profesionales y
pedagójicos, mientras nosotros sabíamos apenas los misterios del rosario... Entonces
sentimos el terror de que si la ignorancia de nuestra clase se mantenía dos jeneraciones
mas, nuestros nietos caerían al pueblo i viceversa ".

La cosa no daba espera... Los síntomas eran alarmantes, era necesario reemplazar la
organización existente por otra capaz de ofrecer nuevas opciones, lo que sería tarea de las
próximas décadas.

Así, no obstante, la esterilidad política de esos años, hubo continuidad administrativa lo


que permitió el desarrollo de planes generales de obras públicas.

Pero en el país, desde fines del siglo anterior, fermentaba, lenta pero inexorablemente, un
nuevo conflicto que tuvo fuertes repercusiones en la relación entre el Congreso y el
Ejecutivo.

Sucedió que entre los vaivenes de la situación económica y social, miles de obreros que
habían quedado cesantes, como consecuencia de la crisis de la minería del salitre en el
norte del país, retornaban al centro con sus familias, en busca de trabajo y hogar... Y el
Estado carecía efectivamente de las leyes necesarias para enfrentar la grave crisis social.

Así, en 1920, luego de un estrechísimo resultado electoral, Arturo Alessandri Palma


asumió la Presidencia de la República, apoyado por amplios sectores liberales, radicales y
demócratas que vieron en él la posibilidad de salvar la situación.

Contando con un gran fervor popular, Arturo Alessandri trató de impulsar un paquete de
leyes sociales y laborales ante un Congreso que, aunque dividido, le fue contrario; en
especial, el Senado, que no aprobaba los proyectos de ley...

Nuevamente la pugna entre el Legislativo y el Ejecutivo determinó un grave colapso


institucional que llevaría al fin de la Constitución de 1833. Y así, en septiembre de 1924, la
Junta de Gobierno que asumió el poder en reemplazo del presidente Arturo Alessandri
Palma, disolvió el Congreso Nacional, el 11 de aquel mes.

Es necesario destacar que durante los días finales de esta crisis, acentuada por la
intervención militar, el Senado aprobó la legislación social y laboral que durante años
rechazó.

Al año siguiente, 1925, nuevamente al mando de la nación Arturo Alessandri Palma, se


promulgó la "Constitución Política de la República de Chile".

La nueva Carta Fundamental comenzó a regir en octubre y, como se estipulaba en ella, el


Ejecutivo resultó favorecido en comparación con el Legislativo, el cual ya no podía derribar
ministerios mediante la censura. Además, se debía clausurar los debates de proyectos de
ley en un plazo determinado; no se podían postergar las leyes de presupuesto para
presionar al Ejecutivo pues éstas se aprobarían automáticamente luego de discutidas.

También se declaró la incompatibilidad del cargo de parlamentario con el de ministro. El


mandato de los diputados fue ampliado de 3 a 4 años y el de los senadores de 6 a 8. Por
otro lado, la idea del presidente Arturo Alessandri de reducir el Senado a un cuerpo
solamente consultivo no prosperó. La Cámara Alta mantuvo todas sus prerrogativas,
incluso las políticas.

Entre 1925 y 1927 ejerció el mando de la nación el presidente Emiliano Figueroa Larraín,
primer Mandatario elegido según la Constitución de 1925.

Ante la presión militar aplicada principalmente por su Ministro de Guerra, Carlos Ibáñez
del Campo, el presidente Figueroa renunció el 7 de abril. Aquel mismo día, Carlos Ibáñez
alcanzó finalmente la Primera Magistratura, como Vicepresidente de la República, sin
embargo no disolvió el Congreso. Su pretensión fue reducirlo a labores meramente
técnico-legislativas. Y el Congreso colaboró.

En 1930, el ya presidente Ibáñez convino con los líderes de las colectividades políticas en
no realizar los comicios parlamentarios, sino ponerse de acuerdo en la distribución de los
escaños.

Así fueron proclamados los nuevos parlamentarios del Congreso llamado "termal", por
haberse realizado las negociaciones en las Termas de Chillán.

El presidente Carlos Ibáñez utilizó con frecuencia el instrumento de los decretos leyes para
gobernar, pero también contó con la aprobación del Congreso en numerosas iniciativas,
como la reorganización de la Administración Pública que creó instituciones nuevas y
concretó otras que eran iniciativas ya contenidas en el paquete de leyes sociales y
laborales del gobierno del presidente Arturo Alessandri.

A comienzos de 1930, la crisis económica internacional comenzó a repercutir fuertemente


en Chile, creando una gran efervescencia política que fue generando un irritante
descontento nacional.

Al año siguiente, el presidente Ibáñez solicitó al Congreso, y le fueron concedidas,


facultades extraordinarias para hacer frente a la crisis económica. Finalmente, la grave
situación política, los movimientos sindicales y las manifestaciones populares llevaron a
Ibáñez a renunciar el 26 de julio de 1931, delegando el mando en el presidente del
Senado, Pedro Opaso L.
En octubre resultó electo presidente Juan Esteban Montero Rodríguez , quien durante
este turbulento período también había ejercido la Vicepresidencia de la República. Desde
los inicios de su gobierno, Juan Esteban Montero fue el blanco de ataques tanto de
sectores ibañistas como de alessandristas.

El 4 de junio de 1932 el presidente Montero fue derrocado por un nuevo movimiento


militar dirigido por el coronel Marmaduke Grove V. Comenzó la efímera "República
Socialista", que durante ese mes implantó varias Juntas de Gobierno. El 6 de junio fue
disuelto el Congreso Nacional.

La incertidumbre y el descontento nacional ante la prolongada anormalidad institucional,


determinó, en septiembre de 1932, la renuncia de quien en ese momento detentaba a
Presidencia Provisional de la República Socialista, Carlos Dávila E., sucediéndole también
como Presidente Provisional de la República, el general Bartolomé Blanche E. En octubre
éste entregó el mando al Presidente de la Corte Suprema de Justicia, Abraham Oyanedel
U., quien convocó a elecciones Presidencial y Parlamentarias a fines de aquel mes.

Con el apoyo de distintos sectores políticos, el nuevamente candidato a la Presidencia de


la República Arturo Alessandri Palma ganó ampliamente.

Desde ese momento, la institucionalidad de 1925 logró imponerse, después de un largo


período de ocho años de vacíos de poder y de reacomodo de las instituciones, lo que en la
práctica significó que el Ejecutivo fue ejercido por diecisiete gobiernos distintos.

Por su parte, el Congreso Nacional sufrió dos clausuras (11 de septiembre de 1924 y 6 de
junio de 1932), lo cual no impidió que hubiera actividad parlamentaria en cada uno de los
ocho años del período.

Preocupación entre intelectuales, universitarios, eclesiásticos y políticos por las


condiciones de vida de los sectores populares. Soluciones propuestas.

Continuidad y cambio en la “cuestión social” de nuestro país

En nuestro país la noción e idea de “cuestión social” llegó a constituir una de las
principales temáticas de preocupación y de discusión pública desde fines del siglo XIX
hasta las primeras dos décadas del XX.

Durante ese período, y tal como ocurre en el caso europeo, procesos como la expansión
urbana, las dificultades para la constitución de una “sociedad salarial” y, más lentamente,
el desarrollo de la actividad industrial inciden directamente en la aparición de una serie de
fenómenos que se dan precisamente en las grandes ciudades y en las concentraciones de
trabajadores de la zona salitrera.

En general, a nivel de las principales ciudades, puertos y oficinas salitreras, se constatan


precarias condiciones de vida de la clase obrera y, en especial, de la propia relación
laboral, al carecer de protección y seguridad.

Las precarias condiciones de vida en las ciudades se ven agravadas por los problemas de
vivienda que acarrean los flujos migratorios desde las haciendas del valle central y,
posteriormente, de los centros mineros ubicados en la zona del salitre.

Las ciudades asisten a un notable crecimiento demográfico que deviene en una fuerte
demandas por habitaciones y viviendas. Del mismo modo, este déficit habitacional, unido
al vertiginoso crecimiento de las ciudades provoca diversos problemas de hacinamiento,
violencia y la propagación de enfermedades contagiosas.

Todas estas expresiones de la “cuestión social” dan inicio a una serie de denuncias y
conflictos sociales y políticos que evidencian también un cuestionamiento y malestar por
parte de amplios sectores.

Una de las reacciones deriva de segmentos específicos pertenecientes al mundo popular,


específicamente, por parte de los artesanos y de las primeras organizaciones obreras:
mutuales y mancomunales.

Desde fines del siglo XIX se produce un recrudecimiento de las distintas expresiones de la
lucha y de la protesta obrera que afectan a la mayoría de las ciudades, puertos y centros
mineros. Por otro lado, son las elites y la oligarquía quienes ven a la precariedad de los
trabajadores y sectores populares como una amenaza para la estabilidad del orden social.

También existieron otros representantes de las elites, entre ellos la Iglesia Católica y
algunos grupos de legisladores, que promovieron ciertas normas e impulsaron las
primeras reformas sociales.

Como vemos, hasta las primeras décadas del siglo XX, la “cuestión social” connota diversas
manifestaciones que, desde nuestra perspectiva, hacen evidentes las dificultades para la
integración y la participación de un amplio sector de la sociedad chilena.
Junto a las carencias en los sectores populares —en salubridad, educación y vivienda—, la
desprotección de los trabajadores y el aumento de la conflictividad social, sobresalen
también dos importantes interpretaciones manifestadas por los actores más protagónicos:

En primer lugar, concebir la “cuestión social” como un fenómeno estrictamente urbano y


asociado a la clase obrera. En segundo término, entender a la “cuestión social” como
sinónimo de “crisis moral”, tanto por parte de los sectores oligárquicos como por quienes
realizan una crítica social más profunda.

Esto último tiene a su vez dos significados. Para algunos expresa la sensibilidad frente a
las condiciones de vida de los sectores populares; pero también, situaciones que van
desde el alcoholismo y la violencia urbana son percibidas como transgresoras de las
normas y del orden social.

En síntesis, la “cuestión social” es asumida en distintos niveles, pero se restringe a la


realidad de los sectores populares urbanos. Logra también dar cuenta de una especie de
“crisis integral”, dada las implicancias sociales y políticas que tuvo para la época.

Junto a ello, por el hecho de que ciertos sectores tuvieron que abocarse a reconocer e
identificar aquellos rasgos que estaba tomando la constitución de la sociedad chilena,
permitió definir las particularidades de la idea de nación.

No es casual que buena parte de los ensayos críticos, como los de Valdés Canje,
Recabarren y el mismo Encina, se hayan realizado cercanos al primer centenario de la
independencia, en 1910.

Lo cierto es que la emergencia de la “cuestión social” va a traer enormes repercusiones


para el conjunto de la sociedad chilena, la que inicia una significativa modificación en el
plano institucional, provocando así una reorientación de la función del Estado.

Las primeras legislaciones obreras, que datan de principios del siglo XX, dan paso a un
sistema de protección garantizado, desde los años veinte, por un marco institucional
promovido desde el Estado.

A partir de ese momento, las relaciones laborales y el conflicto estarán mediadas por un
marco regulatorio y de protección, generando con ello una suerte de consenso entre los
actores involucrados. Consenso que asienta las bases del llamado Estado de compromiso,
constituido a fines de los años treinta.

Pero también, al asumir las demandas y las problemáticas que lleva implícita la “cuestión
social” , el Estado da inicio a un importante ciclo de extensión de las políticas sociales, en
un primer momento en materia de salud, aunque luego también hacia vivienda y
educación.

¿Por qué se deja posteriormente hablar de la “cuestión social” ? En gran medida, desde
mediados de los años veinte se configura un nuevo marco institucional que permite la
participación de sectores que hasta principios de siglo se habían mantenido al margen de
las instancias de decisión y que carecían de un sistema de protección y seguridad social:
los grupos medios y sectores de la clase obrera organizada.

Pero además es importante destacar que buena parte del siglo XX, o más bien hasta
principios de los años setenta, la sociedad chilena asiste a un gradual pero extensivo
proceso de promoción de la ciudadanía. Esto asegura la incorporación y el sentido de
pertenencia a la “comunidad nacional”.

Con ello no se desconoce la constante presión de grupos que históricamente mantienen


una condición de marginados, no cuentan con canales adecuados de expresión y por tanto
carecen de reconocimiento por el conjunto de los actores sociales y políticos.

Incluso, hacia fines de los años cincuenta y comienzos de los sesenta, cuando la irrupción
del movimiento de pobladores pone en evidencia el problema de la marginalidad —de
aquellos sectores que fueron emigrando desde el campo a los grandes centros urbanos—
no se explicita el tema de la “cuestión social” como se conoció y asumió en la fase
anteriormente descrita.

No obstante, el discurso académico y, en menor medida público, habla de “crisis integral”


y de la necesidad de generar y promover más “integración” y “participación”.

Buena parte de esta nueva problemática, que es manifestada, en un primer momento por
el grueso de la población femenina y luego por pobladores y campesinos, será asumida
desde el Estado que entregará y fomentará nuevos canales de participación.

De este modo, las demandas por integración y participación, y por ende los elementos
subyacentes de la “cuestión social”, son asumidos mayoritariamente desde el Estado y
canalizados por una serie de instancias.

La expansión de la ciudadanía, a este respecto, cumple un importante papel en cuanto


asegura la participación a nivel del sistema político y permite gozar del conjunto de los
servicios y de las políticas sociales impulsadas desde el sector público.

También lo son otros dos importantes mecanismos. Por un lado, el sistema de seguridad
social y de protección en materia de relaciones laborales. Recordemos que en este nuevo
contexto es el Estado el que fomenta buena parte de las actividades productivas. Por otro,
el papel desempeñado por la educación, en especial tras las medidas de fomento y
extensión que se impulsan a mediados de los años sesenta.

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