Sei sulla pagina 1di 380

1

2
3
Traducción de

CARLOS VALDÉS

4
JANE HOLDEN KELLEY

MUJERES YAQUIS
Cuatro biografías contemporáneas

COLECCION

POPULAR

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA


MÉXICO

5
Primera edición en inglés, 1978
Primera edición en español, 1982

Título original:
Yaqui women. Contemporary lile histories
© 1978, University of Nebraska Press, Lincoln

D. R. © 1982, FONDO DE CULTURA ECONÓMICA


Av. de la Universidad, 975; 03100 México, D. F.

ISBN-96846-0717-1

Impreso en México

6
7
8
INTRODUCCIÓN

LA PRINCIPAL fuente para los estudios antropológicos es la


información obtenida de los individuos; pero a los
antropólogos generalmente les interesan las culturas o las
sociedades o los fragmentos de éstas. El análisis
antropológíco rara vez se ocupa de un individuo, ni éste
mantiene una identidad en el informe final, excepto en
breves historias, en biografías antropológicas, y en lo que
Swallow (1974:55) llama "la literatura de participación". Sin
embargo, hay problemas antropológicos que responden
favorablemente a los marcos analíticos más individuales y
limitados. Algunos temas susceptibles a este enfoque
estrecho son los cambios culturales, la movilidad humana, el
papel de los incidentes y el azar, los efectos de las
decisiones, las desviaciones, los valores, la socialización, la
personalidad, el campo de las variaciones en una sociedad,
el análisis de los papeles, la amistad y los factores que
afectan la estructura de las relaciones entre las personas.
Como señala Cronin (1970:12) : "Los antropólogos necesi-
tan estudiar a los individuos: extraen cultura de ellos." Este
estudio de la información biográfica de las mujeres yaquis
se basa en la creencia de que un enfoque en los individuos
como entidades complejas existentes en el tiempo puede
ser útil para examinar estos problemas.
Los usos reales y potenciales de los documentos

9
personales antropológicos o de las biografías fueron
revisados totalmente por Kluckhohn (1945) y Langness
(1965). Ambos concluyeron que este método estaba lejos de
haber sido explotado plenamente como un instrumento
antropológico El aspecto más afortunado del medio
biográfico, y su uso más universal, ha sido ampliar la
comprensión cultural y describir un modo de vida particular
en un marco personal y humanizado Otros usos no se han
desarrollado y están representados pobremente. Durante
algún tiempo, se creyó que los estudios culturales y de la
personalidad producirían un interés más directo y real en el
individuo, pero como Spiro (1972:580) y Langness (1965:50)
lo mostraron, no ha sucedido así. Las principales razones
para descuidar un nivel muy valioso de la investigación son
la desconfianza de la subjetividad (este tipo de investigación
se encuentra entre los más manifiestamente subjetivos), la
preocupación por culturas o sociedades completas, y el
concepto muy rígido de que la cultura modela al hombre.
Al determinar el método de investigación en que se
basaría este estudio, mi interés principal eran ciertos
aspectos del campo de la biografía, como los examina
Kluckhohn (1945) y Langness (1965). Entre otras cosas,
señalaron que: 1) la mayor parte de las bíografías tienen
como tema algunas personalidades sobresalientes; 2) muy
pocas sociedades están representadas por más de un
documento personal; 3) predominan muy pocas categorías
de edad y sexo; 4) es sorprendente que se haya hecho muy
poco uso analítico de estos documentos; 5) la escasez de
información sobre las condiciones en que se reúnen los
datos limita la utilidad de muchos docu-

10
mentos existentes; 6) el lector puede dudar en qué lugar
encaja el sujeto en la sociedad.
Dadas estas consideraciones, se establecieron las
siguientes metas para esta investigación: 1) los informantes
se seleccionarían basándose en consideraciones que no
fueran la personalidad sobresaliente, el status elevado, la
elocuencia o las vidas extraordinariamente dramáticas
(ninguno de estos criterios era indeseable en el informante,
pero la selección no se haría sobre esta base) ; 2) se
recogerían biografías múltiples; 3) se buscarían otras
categorías que no fueran la de los viejos; 4) se describiría la
relación entre el informante y el investigador; 5) se evaluaría
la posición de los sujetos en su sociedad.

LA BASE DE LA INVESTIGACIÓN Y LA METODOLOGÍA

La investigación, apoyada por el Consejo de Canadá,


tuvo los objetivos duales de elaborar narraciones biográficas
y explorar el método biográfico como un instrumento para
abordar ciertos problemas antropológicos. Entre 1968 y
1972, recogí información sobre las biografías de más de 25
individuos, la mayoría de los cuales vivía en las
comunidades y en los barrios yaquis de Tucson, Arizona
(Pascua, Pascua Nueva y Barrio Libre) o cerca de allí; en
Hermosillo, Sonora, y en las villas de Potam, Vicam Switch y
Torim, del valle del Yaqui sonorense. Viví un poco más de
seis meses, la mayor parte durante los veranos, en
compañía de estos informantes. Además, una adolescente
yaqui se hospedó en nuestra casa durante dos años. Hasta
unos meses

11
antes de que viniera a residir con nosotros, ella había vivido
en Pascua y antes en Torim.
Cuando decidí reunir biografías múltiples en un tiempo
limitado, comprendí que necesariamente debería sacrificar
la profundidad, la amplitud y el detalle. Las ventajas de
analizar un amplio campo de personalidades, experiencias
vitales y papeles compensaría esta gran limitación. Para
lograr el campo de las variaciones deseadas, no podían
limitarse los informantes potenciales a las personalidades
elocuentes, destacadas. Dos de las mujeres resultaron ser
informantes extraordinarias y fácilmente podrían haberse
convertido en el tema de otros libros, pero la mayoría de las
demás no habrían sído adecuadas para un tratamiento
biográfico prolongado.
La gran cantidad de información recogida de los
informantes junto con otras observaciones, resultó útil para
la interpretación. Las biografías individuales proporcionadas
por los informantes eran desiguales en cuanto a amplitud,
contenido, confiabilidad e importancia para la orientacíón
analítica. Sólo nueve personas dieron información suficiente
para las narraciones preliminares. Dos fueron excluidas,
porque no eran yaquis; una era una mexicana casada con
un yaqui, y la otra una mayo que vivía con un yaqui. Algunas
de las narraciones, especialmente las de una madre y sus
hijas, eran muy repetitivas, porque sus vidas estaban muy
relacionadas. Las narraciones biográficas de cuatro mujeres
se seleccionaron para ser presentadas en este estudio,
porque tenían mayor contenido y extensión, y ofrecían un
amplio panorama de experiencias vitales, y la repetición era
mínima. En la narración de Antonio Valenzuela, las historias
contadas por sus hijas y su

12
nieta se mezclaron para lograr un panorama complejo.

Seleccíón de ínformantes

Se eligió como informantes a las mujeres, porque la


información obtenida de ellas o acerca de ellas no ha sido
suficiente en las fuentes etnográficas yaquis, e igual sucede
en el campo más extenso de las biografías. Inicialmente, se
esperaba lograr un panorama equilibrado de papeles,
edades y experiencias, ya fuera por medio de nuestras
estadísticas de comunidades seleccionadas, o definiendo
una serie de categorías y buscando mujeres que
representaran esas categorías. Ambas ideas fueron
rechazadas, porque la extensión de la muestra, por las
limitaciones del tiempo y los recursos, sería poco confiable
en el aspecto estadístico, y no podía tenerse un
conocimiento previo de las categorías apropiadas.
Por diversas razones, decidí iniciar mi trabajo con una
sola unidad familiar. Mi trabajo biográfico anterior con un
yaqui, Rosalío Moisés (Moisés, Kelley y Holden, 1971), me
ofreció bastante información personal y genealógica de los
miembros de su grupo familiar. Mi anterior relación con él
me permitió tratar a sus parientes de sexo femenino Ade-
más, yo sabía que ellas habían tenido gran diversidad de
experiencias. Algunas fueron deportadas a Yucatán a
principios de este siglo y, como soldaderas, acompañaron a
sus esposos o amantes que fueron soldados en las batallas
de la Revolución; otras mujeres, nacidas en Sonora,
huyeron a Arizona con sus familias, y otras nacieron en
Arizona.
Era adecuado el panorama de las vivencias en

13
el grupo, pero no logré un éxito total en otras metas. Por
ejemplo, la gama de papeles desempeñados no era amplia.
Ninguna pariente cercana de Rosalío Moisés era cantora
(mujer que canta plegarias y ayuda en los servicios
religiosos), o curandera; ninguna era yaqui monolingüe. El
grupo familiar contaba con muchas jóvenes y niñas, pero
resultó difícil conseguir una representación adecuada de
edades debido a factores que no eran los procedimientos de
la selección, sino por falta de voluntad de las jóvenes a
cooperar, o porque no tenían tiempo para hacerlo, o no les
permitían cooperar los miembros importantes de la casa,
especialmente los esposos. Las informantes más jóvenes
consideraban que "no tenían historia", y no deseaban hablar
en situaciones de grupo.
En la fase de reunir los datos para la investigación, las
circunstancias hicieron necesario aumentar el grupo de
informantes, y se incluyeron grupos familiares más distantes
y mujeres sin relación con éstos. Las informantes más
destacadas a menudo consideraban necesario que yo
hablara con determinada persona, y hacían arreglos para
estos encuentros. Finalmente, se incluyó a dos mexicanas y
a dos mujeres mayo que tenían un vínculo cercano con los
miembros del grupo familiar original.
Al final resultó factible la meta de trabajar intensamente
con un solo grupo familiar: la mayoría de las mujeres
incluidas en el proyecto eran parientes cercanas de Rosalío
Moisés. Sin embargo, las tácticas de selección no pudieron
ofrecer ciertos papeles importantes. Es muy lamentable que
las jóvenes no hayan aportado suficiente información que
pudiera traducirse en narraciones. Sin embargo,

14
gran parte de la información sobre las jóvenes y las niñas la
incluí en las historias presentadas aquí por cuatro mujeres
adultas.

El incentívo de las ínformantes

La idea de registrar una biografía antropológica


generalmente surge de la cultura del investigador, y no de la
del informante. Por ello es importante conocer qué
individuos están interesados en contar su vida, y cómo y por
qué están interesados, para evaluar la información obtenida
y establecer la posición del sujeto en su sociedad.
Una condición básica para redactar una biografía es
que el sujeto posea un elevado sentido de su individualidad,
que considere su vida pasada algo distinto de otras vidas, y
su existencia algo digno de ser consignado Este síndrome
ha sido llamado el sentido del yo Ésta probablemente es
una expresión poco afortunada, ya que todos los individuos
"normales" supuestamente tienen un sentido de su yo. Pero
éste se expresa en formas diferentes en el mundo, debido a
factores psicológicos y culturales. La edad, el sexo, la
personalidad, el papel y el status son variables que pueden
hacer que con algunos individuos pueda lograrse una
biografía mejor que con otros en una misma sociedad, o que
pueden hacer que algunas sociedades produzcan individuos
más adecuados para un tratamiento biográfico que otras.
Leslie White, quien creía que los indios pueblo no eran
sujetos adecuados para una biografía, dijo que "una
autobiografía de un indio pueblo era tan personal como la
biografía de una llanta de automó-

15
vil (White 1943-327). Si consideramos que una de las obras
clásicas de todos los tiempos en la biografía antropológica
es la de un hopi, podría dudarse de la conclusión de White.
Sin embargo, su punto de vista, que fue ampliado por
Kluckhohn (1945: 119- 20) , hasta cierto punto es verdadero.
La cultura yaqui produce individuos con un sentido del yo
suficientemente fuerte y útil para el método empleado.
Después de superar la idea inicial común de que los
hombres adultos y viejos eran las fuentes adecuadas de
información acerca de los yaquis, se descubrió que las
mujeres poseían un sentido bastante fuerte del yo, de la
individualidad, de la historia y del cambio La idea de que
tenían un pasado, una historia digna de contarse, estaba
muy desarrollada en las mujeres adultas y en las viejas. El
sentido del yo parecía más débil en las mujeres a quienes
los demás consideraban, y que a sí mismas se tomaban por
yaquis marginales. Se cree a menudo que los jóvenes no
poseen conocimientos o que no tienen historia, y ellos
tienden a aceptar este juicio Trabajé con siete personas que
tenían entre diez y veinte años de edad en situaciones de
entrevista, pero los resultados fueron desalentadores, en
parte porque creían que no tenían historia.
Kluckhohn señaló: "Existe algo verdadero en la idea de
que los individuos felices, como las naciones felices, no
tienen historia —por lo menos ellos creen que no la tienen—
, por consiguiente —casi sobre la base de la probabilidad
estadística— una persona relativamente bien adaptada se
muestra menos interesada en hablar en muchas sesiones
largas" (1945: 117-18). Puede decirse que los hombres
felices no tienen historia, pero los yaquis sí la tienen. Muy
po-

16
cos yaquis no han tenido dificultades, desilusiones y
violencia. La palabra que usan más los yaquis para describir
su modo de vida yaqui, es dura. La ley yaqui es dura; la
manera de criar a los niños es dura; los individuos describen
sus vidas como duras; dicen que otras personas son duras.
Una consideración vital para recopilar las biografías yaquis
es la fuerza de su identidad étnica. Aparentemente había
una relación entre la identidad étnica y el control del
contenido cultural yaqui, por una parte, y un fuerte sentido
del yo, por la otra. Las personas que se mostraban débiles
en las primeras áreas también parecían tener un sentido del
yo muy poco desarrollado, y eran informantes inadecuados
para esta investigación. Esto puede ser más aparente que
real. Después de todo, yo estaba recogiendo vivencias de
yaquis, y no era ilógico que los individuos marginales
creyeran que podían contribuir menos.
La identidad de los yaquis no existe en una situación
de grupo compacto, sino que son una población móvil,
dispersa, en contacto íntimo con otros grupos étnicos. Sólo
un yaqui muy joven, y aun esto es raro, no puede distinguir
a los pápagos, mayos, mexicanos, apaches, "gringos",
negros, chinos y árabes. Las deportaciones y las
experiencias bélicas les dieron a los yaquis más viejos un
conocimiento forzoso de otras culturas, también elevaron su
conciencia de sí mismos como yaquis. Esta elevada
conciencia, a su vez, es importante para conseguir
biografías.
La idea de que las personas que se sienten atraídas a
cooperar en una investigación individualizada son las que se
apartan de la común, las que creen

17
que constantemente son mal comprendidas, y las que
desean tener una entrevista con un miembro de la sociedad
"superior" (Kluckhohn 1945:117-18) parcialmente se
muestra en este estudio; pero no había individuos que
abiertamente se apartaran de lo común. Una de las mujeres,
convencida de que siempre era mal comprendida, se quejó;
algunas mujeres, incluso algunas de las mejores
informantes, se mostraban contentas de relacionarse con un
miembro de la cultura "superior"; para otras, estos factores
virtualmente no existían. Al trabajar básicamente en una
unidad familiar única en situaciones de grupo, se volvió
relativamente fácil evaluar estos factores estimulantes.
A veces el estímulo para cooperar en la labor et-
nográfica es la necesidad de conseguir un confidente
extraño a la sociedad, que reciba la información que no
puede expresarse en un contexto normal con otros
miembros de la sociedad a la que pertenece el individuo
Puede transmitirse información secreta o especial, puede
expresarse la hostilidad reprimida, etcétera. En este estudio,
no surgió la trasmisión de información que no debieran
escuchar otras personas de esa sociedad, por la situación
de grupo en que se realizaron la mayoría de las entrevistas.
Ninguna mujer intentó tener entrevistas privadas, y cuando
se organizaron algunas como experimento, las ancianas se
mostraron definitivamente molestas. Fue necesario realizar
sesiones relativamente privadas para las mujeres
marginales o más jóvenes, que les molestaba hablar en un
grupo, pero aun en esos casos, virtualmente no existió la
sensación de que estuvieran diciendo cosas que no qui-
sieran que los otros supieran.

18
Esta situación contrastaba mucho con mi trabajo
anterior con Rosalío Moisés, con quien todas las entrevistas
se realizaron en absoluto aislamiento de otros yaquis. Dijo
cosas que dudo mucho que hubiera mencionado en
presencia de otros yaquis. Durante el trabajo etnográfico
que realizó mi padre con los yaquis en las décadas de 1930
y 1950, varios hombres hicieron arreglos elaborados, y
llegaron a situaciones extremas para dar entrevistas
secretas, privadas y casi clandestinas debido a la situación
militar y política prevaleciente.
Una persona que busca información sobre los yaquis
continúa siendo recibida con afecto por una gran parte de la
sociedad yaqui. La idea de que los antropólogos son
explotadores apenas comienzan a concebirla algunos
hombres en Arizona. No encontré esta actitud potencial de
rechazo a cooperar en ninguna de las mujeres a las que
traté.
Las mujeres a quienes les propuse que fueran
informantes, consideraron la proposición seriamente y con
calma. Se les aclaró que los resultados del estudio serían
publicados, y que indudablemente algunos de sus amigos,
vecinos y parientes leerían lo que habían dicho Cada una
discutió el hecho de que, si cooperaba, tendría que "decir la
verdad". Comprendieron que una parte de lo que dijeran no
las honraría, y que tendrían que cometer el pecado capital
de hablar mal de otras personas. Resultó interesante
observar cómo cada mujer llegaba a la conclusión de que la
responsabilidad de decir la verdad, desde su punto de vista,
era parte del acuerdo Pensaron que era diferente hablar mal
de una persona para crear problemas que para decir la
verdad.
Después de que decidieron cooperar, todas las

19
mujeres se opusieron a que sus nombres fueran cambiados
en el libro Ya que iban a contribuir, deseaban que se les
diera crédito Algunas incluso pensaron no contribuir al
proyecto si sus nombres eran cambiados, pero ninguna lo
hizo.
Vivencias variadas, a veces dramáticas y a menudo
tristes; el sentido del yo; la tenaz supervivencia de la
identidad étnica; la conciencia de sí mismos como yaquis en
un mundo de sociedades plurales, todo se combinó para dar
a los yaquis, como grupo, el necesario ambiente cultural y
psicológico para este tipo de investigación. El incentivo de
cada individuo fue, desde luego, una cuestión personal, pero
fue muy importante el gran valor dado al registro de la
historia y la cultura yaquis. Sin embargo, lo más importante
fue mi conocida relación con Rosalío Moisés y la situación
en que ésta me colocó con las mujeres que intervinieron en
mi trabajo. Mi valor como fuente de diversión (mi presencia
significaba romper la rutina) y los recursos económicos
ofrecidos a las informantes eran secundarios. Para algunas
mujeres, mi papel de oyente de quejas y confidente de otra
cultura fue importante en su decisión de participar.

El papel del ínvestigador como


lo entíenden los yaquis

Al estructurar mi papel como investigador, la referencia


más importante fue la larga relación entre mi padre y
Rosalío Moisés. Yo no estaba preparada para entender
hasta qué punto este hecho influiría en mis relaciones.
Cuando conocí por primera vez

20
a varias mujeres, les expliqué que conocía a Rosalío
Moisés, y que había trabajado con él en su autobiografía.
Sin embargo, hice énfasis en que yo era antropóloga de la
Universidad de Calgary (especialmente en el área de
Tucson, los yaquis están muy familiarizados con los
antropólogos). Yo creía que mi papel como investigadora de
la cultura y la historia yaquis sería importante, pero resultó
secundario.
Los yaquis generalmente explicaban a otros yaquis mi
presencia diciendo que yo era la hija del patrón de Rosalío
Moisés; a veces era presentada o identificada como su
patrona. Un patrón o una patrona es el equivalente de un
jefe, lo que implicaba haberle dado empleo en el presente o
en el pasado a uno o más miembros de una familia. Un
hombre o una mujer también pueden ser considerados
protectores o proveedores, no sólo de su empleado, sino a
menudo de familias enteras. El papel del patrón supera las
cuestiones económicas, y la relación puede sobrevivir
mucho después de que el empleo real ha terminado. Si
hubiera podido elegir mi papel, no habría seleccionado la
imagen de patrona. Consideraba que contenía
connotaciones de jerarquía social, de desigualdad y de
explotación, y un antropólogo blanco de clase media puede
sentirse muy molesto con estas connotaciones.
De acuerdo con el sistema de patrones sonorense, yo
no era yaqui, proporcionaba recursos económicos y, a
través de mí padre, representaba una relación antigua. Sin
embargo, en contraste con las prácticas comunes del
sistema de patrones mi interacción con los yaquis en
Arizona y Sonora se encontraba en un nivel de igualdad. La
interacción se

21
realizaba en tierras yaquis y no en el medio de desarrollo del
patrón; yo pedía información en vez de servicios domésticos
que las yaquis generalmente prestan a las patronas. Se
comprendió esta diferencia de la relación tradicional de las
patronas, y es justo decir que las mujeres consideraban que
yo estaba dentro de los límites del papel de patrona. El
hecho de que la hija más joven de Rosalío Moisés residiera
en mi casa durante una parte de la investigación, reforzó
aún más esta imagen.
En la cultura yaqui, la hospitalidad y las visitas son
bastante rígidas y limitadas. Por fortuna, mi imagen de
patrona y mi sexo me colocaban en el papel de visitante que
las mujeres aceptaban. Sin duda mi condición de mujer me
permitió realizar más rápidamente esta investigación. Las
yaquis reaccionan ante los hombres extraños, y también
ante los de su sociedad, de la manera definida que pres-
criben sus costumbres. Esto no significa que los an-
tropólogos del sexo masculino no puedan trabajar con las
yaquis (ya se ha hecho), pero muchos problemas en
potencia, principalmente en cuestiones de decoro, quedaron
eliminados por la correspondencia sexual de la
investigadora y las informantes. Podía estar sola con una
mujer o grupo de mujeres de cualquier edad sin tener que
dar explicaciones que pudieran tener repercusiones para la
informante, y que pudieran perjudicar mi armonía con otras
informantes.
A menudo otros yaquis consideraban el tipo de
información que discutíamos "pláticas de mujeres", y en
gran medida "chismes". Hablábamos de personas y de
sucesos comunes más a menudo que sobre religión y
política. En especial los jóvenes conside-

22
raban curioso que me interesara en esa información; pero lo
aceptaban porque yo era mujer. Un antropólogo del sexo
masculino tendría dificultades para mantener un status
masculino adecuado si se pusiera a contar chismes con las
mujeres en la mesa de la cocina o se interesara en esos
temas.
En diversas ocasiones presenté a hombres que no
eran yaquis en las casas de los yaquis donde vivían
informantes sobresalientes. En todos los casos las yaquis se
pusieron evidentemente a la defensiva, aunque el hombre
en cuestión fuera mi esposo En primer lugar, se suponía
que los hombres debían hablar con los hombres. Si estaban
presentes algunos yaquis adultos, inmediatamente
comenzaban a hablar con el extraño, y excluían a las
mujeres. Si no había ningún yaqui, las mujeres se
mostraban muy formalistas o rehusaban totalmente
comunicarse con el extraño, permanecían en silencio, y no
correspondían a una mano extendida para saludarlas o se
volvían de espaldas. Estas reacciones eran más notables en
las mujeres jóvenes o de edad mediana. Las mujeres viejas
mostraban más libertad en estas cuestiones.
La reacción de los varones yaquis ante un investigador
del sexo femenino no es igual que la de las mujeres yaquis
ante un investigador del sexo masculino Me resultó muy fácil
trabajar con hombres yaquis en muchos aspectos y en muy
diversas situaciones. En este caso, el papel de investigador
de la cultura y la historia yaquis fue mucho más importante.
Cuando estaban presentes los hombres, tenían prioridad en
la conversación sobre las mujeres, en especial los adultos
que eran jefes de familia o dirigentes civiles o religiosos. Mis
conversaciones con

23
estos hombres generalmente eran menos sencillas que con
las mujeres, y eran más formales y estructuradas. Los
varones procuraban dirigir y dominar las conversaciones
que tenían conmigo de una manera más firme que las
mujeres. Iniciaban conversaciones sobre temas muy
diferentes: política internacional, la guerra de Vietnam, los
astronautas, los asuntos económicos y los aspectos
institucionales de la cultura yaqui.
Si mi proyecto no se hubiera definido en relación con
las mujeres desde un principio, es dudoso que hubiera sido
fácil trabajar intensamente con ellas. A los extraños que
muestran interés en la cultura y en la historia yaquis, casi
automáticamente los envían con los hombres más viejos,
maduros, que pueden hablar de temas como las guerras o
la religión yaquis. En todas partes a donde fui, pero
especialmente en los pueblos del valle del Yaqui en Sonora,
mis anfitriones sistemáticamente me presentaban a los
hombres viejos para que los entrevistara. Fue necesario un
esfuerzo continuo y consciente para mantener un interés
básico en las mujeres.
Mi edad, mi estado civil y mis hijos constituyeron
referencias que modelaron activamente mi papel tal como lo
entendían los yaquis. Las mujeres de edad mediana y las
viejas me aceptaban, porque yo había vivido bastante como
para saber algo, lo que resultaba importante en virtud de
que los yaquis relacionan íntimamente la edad y el
conocimiento.
Durante los primeros años de mi investigación, me
encontraba sola o acompañada de una ayudante joven (una
en 1970 y otra en 1972). Los yaquis constantemente
interpretaban mi relación con ellas como algo basado en el
parentesco Aun después de expli-

24
carles que no éramos parientes, seguían presentándonos
como madre e hija, hermanas, primas, o tía y sobrina.
El hecho de que mi esposo me hubiera permitido
realizar esa actividad, era un tema constante en las
conversaciones. Durante una temporada, mi esposo y mis
hijos me acompañaron. Esta visita hizo que las historias
sobre mi esposo y mis hijos se transformaran de un mito
posible en una realidad basada en la experiencia personal
de las mujeres.
Otros aspectos de mi vida afectaron aún más mi papel
tal como lo entendían los yaquis e influyeron en mi armonía
con ellos. En primer lugar, mis experiencias en haciendas y
ranchos de Texas durante las décadas de 1930 y 1940,
además de mis conocimientos sobre temas esotéricos como
la cría de animales, hizo que se estableciera un medio
familiar y un punto de referencia intelectual y psicológico con
el estilo de vida en los pueblos del valle del Yaqui. En
segundo lugar, pasé dos años de mi niñez en un ambiente
totalmente católico internada en un convento En tercer
lugar, había vivido en México dos años. Fue de especial
importancia que yo conociera los lugares de México que
aparecían en forma prominente en sus biografías, y que
hubiera aprendido español allí. Uno de los comentaríos más
frecuentes que hacían, era que mi español era "mexicano"
(que no provenía de los libros ni del extranjero). Estos
aspectos especiales de mi vida no habrían tenido
importancia en otras investigaciones, y, si mi pasado
hubiera sido diferente, otros factores habrían entrado en
juego en mi obra sobre los yaquis. Ninguno de los factores
mencionados era importante para la investigación, pero lo
fueron por-

25
que afectaron la naturaleza de la relación entre el
investigador y el informante y modelaron el punto de vista de
los yaquis sobre mí como investigadora.

Las condíciones en que se recopiló el material

En el área de Tucson (yo y los que me acompañaban)


vivíamos fuera de las comunidades yaquis, y sólo
ocasionalmente permanecíamos durante la noche en una
casa yaqui. Por lo general visitábamos a las informantes
diariamente, y permanecíamos con ellas la mayor parte del
tiempo, desde el mediodía hasta muy avanzada la tarde. El
trabajo en Sonora requería contactos continuos, porque allí
me reunía con las familias.
La mayoría de mis contactos con las informantes eran
en situaciones de grupo Cambiaba el tamaño, la
composición del grupo (las familias variaban en número de
uno a 20 individuos) y la hora del día. Las mujeres preferían
realizar sus trabajos domésticos temprano en la mañana, y
a menudo nos pedían que no llegáramos hasta el mediodía
o un poco después. Por otra parte, llegar temprano en la
mañana nos permitía tener conversaciones menos públicas.
Nos sentábamos a la mesa de la cocina mientras la dueña
de la casa realizaba su trabajo doméstico. En las tardes
invariablemente llegaban mujeres y niños de otras casas, a
veces atraídos por la situación poco usual, y en otros casos
se trataba de visitas comunes.
En raras ocasiones estaban presentes los hombres en
las casas y llegaban muy tarde. Si estaban presentes
durante el día, los hombres permanecían en un área distinta
de la casa. En las familias donde

26
había hombres, regresaban del trabajo muy tarde, y
generalmente esto hacía que se interrumpiera mi
conversación con las mujeres.
Por la disposición de las casas y ya que la mayoría de
las entrevistas y las visitas se realizaban en grupo, en
cualquier momento podía haber toda clase de actividades
que nos distraían. La gente entraba y salía, los niños se
lastimaban y debían ser curados, llegaban visitantes, y le
daban preferencia a la hospitalidad que al trabajo de la
biografía, y a intervalos se presentaban diversos problemas.
En algunas casas, las órdenes que la madre daba a los hijos
era una cantilena constante. A pesar de estas
interrupciones, la situación de grupo era valiosa, porque
estimulaba la conversación. A veces los espectadores
recordaban temas olvidados o que habían sido eludidos por
las principales informantes, y la situación de grupo era una
de las mejores formas para verificar la confiabilidad y la
exactitud.
Descubrí que el método de entrevistas sin límite
combinado con visitas informales servía para conseguir
datos biográficos. Al iniciarse la visita, yo establecía un
marco simple cronológico: ¿quién, qué, cuándo y dónde?
Analizaba las partes de ese marco de referencia, y a las
informantes les permitía hablar sobre temas de interés
particular sobre una base individual. La personalidad de la
informante y el estado de desarrollo de su biografía eran
factores que afectaban las sesiones de entrevistas
particulares. En ciertas ocasiones, a algunas informantes
debía sacarles literalmente cada fragmento de información
haciéndoles preguntas directas. Otras veces, la corriente de
información duraba horas, y sólo necesitaba hacer algunas
preguntas o comentarios. Las

27
sesiones en que se podían desarrollar temas sustanciales
con un mínimo de dirección mía, a menudo se alternaban
con las dedicadas a aclaraciones y a preguntas que
preparaba de antemano. En ocasiones, una informante
dirigía la plática, como sucedió una mañana en Pascua.
Llegué con una lista de preguntas basadas en entrevistas
previas. Cuando crucé el umbral, la informante me dijo que
me hablaría de las brujas (su hermana había platicado de
las brujas el día anterior), y durante tres horas me habló de
eso.
Las entrevistas se diferenciaban de las visitas in-
formales, porque eran arregladas de antemano, y se
registraban las horas empleadas por la informante para
calcular su remuneración, porque yo tomaba notas
abiertamente y, si era posible, grababa las entrevistas.
Durante las visitas no tomaba notas y, aunque a veces les
daba regalos, la remuneración por hora no la calculaba en
forma precisa. Las entrevistas duraban poco tiempo o
podían prolongarse tres o hasta cinco horas. Era difícil
realizar entrevistas intensas de mayor duración; además
todas las mujeres tenían otras actividades que requerían su
tiempo y su atención.
Otra parte importante de la investigación era la
redacción diaria de las observaciones. Llevaba expedientes
genealógicos, principalmente como defensa propia para
poder recordar a cientos de personajes mencionados en los
relatos. Durante las dos temporadas en que tuve una
ayudante, conferenciábamos diariamente para revisar
nuestra posición, cotejar nuestras impresiones y planear el
trabajo futuro Entre una sesión de campo y otra, las
principales biografías se escribían en forma narrativa
preliminar,

28
procedimiento que inevitablemente revelaba las partes
débiles y los problemas nuevos que requerían aclaraciones.
Estos vacíos generalmente tenían prioridad en la siguiente
sesión de campo.
La mayor parte de las conversaciones se realizaba en
español. No hablo yaqui, y la mayoría de los yaquis hablan
con fluidez el yaqui y el español. Había un hombre
monolingüe en Torim que habría sido un excelente
informante, y con quien yo deseaba desesperadamente
trabajar; pero lo descarté porque me frustraba trabajar con
intérpretes. A menudo se hablaba en yaqui en mi presencia,
y era una desgracia que yo no comprendiera el lenguaje. A
veces lo empleaban deliberadamente para que yo no en-
tendiera: era una alternativa sencilla para no abandonar la
habitación y tener una plática privada. Trozos de
conversaciones en idioma yaqui surgieron en algunas de las
entrevistas grabadas y, cuando después fueron traducidas,
resultaron ser básicamente una repetición de la
conversación en español. Durante algunas visitas, en
especial con los viejos, cuando se consideraba que el yaqui
era el lenguaje adecuado, a menudo se hacían traducciones
al español para que yo entendiera. La única vez que creí
que hablaban de mí en forma despectiva, para que yo no
pudiera entender, fue cuando me convertí en el blanco de
los chistes de los pascolas en una ceremonia de
cumpleaños de Pascua (aniversario luctuoso). (Los pascolas
son bailarines que combinan los chistes seculares y las
caricaturas con motivos animales). A excepción del yaqui
monolingüe de Torim, el español era el instrumento
adecuado para las informantes seleccionadas.
s indudable que hubo prejuicios en la selección

29
que hizo esta investigadora en el momento de recoger los
datos. Tomaba notas en inglés o en una mezcla de inglés y
español, usando palabras, frases y párrafos grandes en
español cuando el inglés podría haber resultado ambiguo, o
cuando deseaba consignar las palabras precisas. Era más
sencillo registrar en español algunas palabras o frases, y los
términos que no podía traducir los apuntaba como los oía.
Mis notas no eran transcripciones textuales, estaban muy
lejos de serlo. Esta discrepancia se hizo muy evidente
cuando comparé una cinta grabada de una entrevista con
mis notas de la misma sesión. Muchos comentarios ajenos a
la información biográfica no los registré, pero anoté los
casos de confusión o contradicciones.
Los yaquis querían tener tanta información de mí como
yo de ellos. Principalmente me preguntaban por qué estaba
yo allí, me interrogaban sobre mi familia y mis reacciones
ante sus vidas. ¿Mi esposo se emborrachaba y me pegaba?
¿Tenía televisión? ¿Sabía bailar como los hippies? ¿Me
molestaba usar el retrete que estaba afuera de las casas?
¿Me gustaba su comida? ¿Cuáles eran mis creencias
religiosas? Los yaquis de las ciudades de Arizona deseaban
saber hasta qué punto conocía y había experimentado con
las drogas heroicas, y especialmente si mis hijos fumaban
mariguana, si usaban heroína o píldoras. En Potam a las
mujeres les interesaba saber por qué me lavaba el pelo
aparte del resto de mi cuerpo, porque ellas se lavaban el
pelo cada vez que se bañaban.
La impresión más profunda que tenía después de mi
trabajo de campo era que los yaquis y la cultura yaqui no me
parecían extraños. Las conmociones personales y culturales
fueron tan pocas que

30
podría hacer una relación de ellas. En Potam hubo un
periodo desagradable cuando los muchachos entre cinco y
doce años descubrieron que podían hacer reaccionar a mi
hijo de diez años cuando ellos lastimaban a un perro viejo
Me resultaba difícil aceptar que un niño en la casa vecina
estuviera muriéndose y sus padres se rehusaran a buscar
un médico Esta angustia la compartían los parientes de la
familia, que presionaron mucho a los padres, pero sin
resultado. Una informante tenía un bebé tan mal nutrido que
nunca lloraba, aunque poseía dinero para darle comida y
ayuda médica, o al menos así lo creía yo, igual que su
madre y sus cuñadas. El suceso aislado más desagradable
ocurrió en Empalme cuando un grupo de muchachos
mexicanos descubrió que eran yaquis las mujeres y los
niños que estaban conmigo. En cuestión de minutos, las
agresiones verbales se convirtieron en insultos a los yaquis
(decían que comían carne de caballo y burro, que eran
asesinos y ladrones y que, sin duda, eran inferiores) . Temí
que se desatara la violencia, pero las mujeres yaquis más
viejas aceptaron la situación con más realismo Sin embargo,
el hecho de que tanta pasión pudiera surgir tan
espontáneamente en un lugar de apariencia tan inocente
(nos habíamos detenido en una nevería en una tranquila
calle residencial) , hacía más vívidos los relatos de las
informantes sobre las ofensas que habían sufrido
En Arizona, mi ayudante o mi familia y yo volvíamos
todas las noches a nuestro mundo privado; en Sonora no
teníamos este respiro cotidiano Aunque no me afectaba la
presencia humana continua, quizá porque yo vivía con mis
cuatro hijos, casi a todas las personas que me
acompañaban tarde o tem-

31
prano les molestaba. Después de que una de mis ayudantes
se encerró en la tienda de campaña al mediodía, cuando el
interior parecía un horno, decidimos tomar un descanso en
Obregón. A mis hijos les desagradaba especialmente que
otros niños continuamente los observaran y los tocaran.
Hubo frustraciones cuando las informantes no se
presentaban a las entrevistas programadas o las entrevistas
resultaban sólo pérdida de tiempo. Necesité emplear
tácticas evasivas, como cuando me dieron un jarro de atole
que me era imposible beber. Rehusarlo habría sido poco
cortés (se suponía que me serviría para mis nervios
"alterados") , así que a medianoche salí a buscar al perro de
la familia, que cooperó conmigo En algunos incidentes,
como esquivar un tractor que avanzaba sin luces a través de
una plaza oscura y llena de gente en medio de una fiesta,
necesité emplear convenientemente mis pies.
Mi posición de extraña, huéspeda y patrona direc-
tamente relacionada con mujeres yaquis me protegía, a mí y
a quienes estaban conmigo, de las realidades más duras.
Cuando amenazaba ocurrir o pasaba algo desagradable, las
yaquis nos protegían. En una ocasión en la iglesia de
Potam, durante la fiesta de la Trinidad, un borracho se
acercó a mi ayudante y provocó una escena al preguntar en
voz alta qué, si ella era tan rica, ¿por qué estaba allí
mirando a los yaquis pobres? Insistía en que ella se comiera
una mugrosa tortilla dura que sacó de su bolsillo Dos
mujeres yaquis, una informante y otra desconocida,
observaron la escena durante unos minutos antes de co-
locarse decididamente enfrente de mi ayudante, y le
ordenaron al hombre con palabras claras que se mar-

32
chara, y lo empujaron vigorosamente, con lo que terminó la
escena.
En otra ocasión, en Pascua, un borracho nos acosó a
mi y a mi ayudante, alternando actitudes truculentas con
piropos. Tan pronto como la mujer a la que habíamos
acompañado a la fiesta observó lo que estaba sucediendo,
lanzó una diatriba contra el vicio de la borrachera, y aclaró
que nosotras estábamos con ella y no debíamos ser
molestadas. El resto de la noche nos sentó en unas sillas
junto al jefe de los matachines que descansaba (uno de los
grupos de bailarines ceremoniales) y nos aisló del borracho
En una fiesta familiar en Pascua un borracho puso su mano
alrededor de mi cintura, lo que inmediatamente observó la
dueña de la casa, quien le dijo que yo era su patrona, y que
si no me respetaba se metería en problemas con su marido
y con el mío, que estaba presente.
Estos sucesos (podría dar una lista de ejemplos
similares) muestran la protección que yo tenía. Las yaquis
también me protegían de otros modos, resguardando mis
posesiones que yo descuidaba y aconsejándome sobre
cuáles solicitudes de dinero u otras cosas eran genuinas, y
cuáles tendrían como fin una borrachera. En una ocasión
obligaron a un joven a devolverme algo que me había
robado.
La protección que yo gozaba no se extendía por igual a
todos los que me acompañaban. A los hombres que no eran
de raza yaqui que me acompañaban los situaban en una
categoría completamente diferente, igual que a mis hijos.
Para dar un breve ejemplo, los niños yaquis de la casa en
Potam eran regañados si me tocaban, si se apoyaban en mi
silla, si tocaban mis pertenencias o mostraban su presen-

33
cia en forma ruidosa e impedían que se realizara
normalmente la conversación entre los adultos. Sin
embargo, mis hijos no eran protegidos de igual manera, lo
que hacía que ellos y sus pertenencias fueran tocados
constantemente. Ya que mis hijos casi no sabían español,
sus protestas en inglés no eran eficaces. El "juego de
damas" de mi hijo fue virtualmente expropiado, por lo que
sufrió una aguda frustración ante las nuevas reglas.
Muchas facetas de la vida yaqui, en especial la
violencia y los castigos duros a los niños, me habrían
producido una conmoción personal y cultural si los hubiera
visto directamente, pero sólo me contaban esas cosas. Las
condiciones etnográficas entre los yaquis en la década de
1890 y a principios de 1900 eran muy distintas de las que
conocí. Fue preferible que yo no observara el castigo que un
niño sufrió en Potam durante el periodo de la investigación:
la madre le puso las manos al niño en carbones calientes,
porque había robado algunas monedas que no valían un
peso. Me habría resultado traumatizante si hubiera visto a
unos hombres no yaquis que violaron a una yaqui, quien
quedó paralítica, porque en forma cruel le introdujeron una
botella rota en la vagina, con tal fuerza que le lastimaron la
espina dorsal.

Los efectos de pagar y darles regalos


a los informantes

Langness (1965: 40) señaló que muy pocos informan-


tes han recibido remuneración por sus relatos. Quizá esto es
producto de lo que podría llamarse la psicología del
colaborador fomentada por la continua e

34
íntima relación entre el investigador y el informante. El pago
directo puede considerarse impropio en las relaciones que
se caracterizan por un parentesco o una amistad falsos, que
son los términos que se usan en la gran mayoría de las
biografías en las que se ha descrito la relación entre el
investigador y el informante (Langness 1965:40). Muchas
biografías antropológicas, quizá la mayoría, parecen haber
sido producto de una relación fortuita entre el investigador y
el informante, lo que es un elemento que también se opone
al pago.
El pago a los informantes (en una escala similar a la
que existía en las comunidades) fue incluido en mi
presupuesto para investigación concedido por el Consejo de
Canadá. A diferencia de la anterior biografía de Rosalío
Moisés, por la que no se le pagó directamente, esta idea no
era fortuita sino planeada. Surgieron complicaciones al
calcular los salarios de los informantes, porque las
entrevistas a menudo atraían a los parientes, vecinos y
niños, y a veces acudían en grandes cantidades. Éstos,
aunque no habían sido invitados, estimulaban a los
informantes y proporcionaban información; pero no
teníamos recursos económicos para pagar diversas
cantidades de dinero por la misma hora de entrevista.
Pagarles a todos los que proporcionaban información habría
causado otros problemas: habría atraído a cantidades cada
vez más numerosas de espectadores. Por consiguiente, se
tomaron varias decisiones arbitrarias. Se hizo una distinción
entre las visitas y las entrevistas, y los salarios se calcularon
formalmente sólo para las entrevistas concertadas de
antemano; En otras ocasiones, se le proporcionó dinero a la
anfi-

35
triona para que ofreciera la hospitalidad que considerara
adecuada.
A casi la mitad de las informantes les molestaba recibir
pagos directos en efectivo, y algunas viejas se negaron a
aceptarlos. Admitían regalos de dinero, comida o servicios;
sin embargo, cuando trabajábamos dando regalos, también
me correspondían con regalos. Es interesante observar que
la información que proporcionaban las ancianas no formaba
parte de los regalos recíprocos: ellas me daban hospitalidad,
comida y algunas cosas como fundas para almohadas,
piezas de tela, un rosario yaqui y una máscara pascola en
miniatura. Una mujer me obsequió su anillo de matrimonio y
unos aretes de oro El intercambio de regalos no se limitaba
a los informantes, sino que incluía a otros miembros de la
familia. Ninguna de las mujeres llevaba la cuenta de las
horas que duraba la entrevista; el cálculo de los salarios lo
dejaban a mi albedrío Sólo una mujer me ofreció trabajar por
dinero, y aunque yo deseaba trabajar con ella, resultó ser
una informante poco útil. Ya que no intenté reunir
ínformación sin pagar a los informantes, me es imposible
saber qué habría sucedido en otras circunstancias. Sin duda
algunas mujeres habrían platicado conmigo
espontáneamente y sin paga, pero seguramente yo no
habría sido recibida con tanto gusto si mi presencia no se
hubiera visto acompañada de recursos económicos
tangibles.
A algunos de los informantes les ofrecía transporte
gratuito. A algunas mujeres no les gustaba salir de sus
casas, pero la mayor parte de las mujeres y los niños
gozaban yendo de compras, viajando a la playa, les
gustaban los viajes largos y visitar a otras familias. En
Sonora muy pocos indivi-

36
duos tenían vehículos (no conocí a ninguna mujer yaqui que
manejara) por lo que las mujeres y los niños yaquis viajaban
menos que los de Arizona. Las mujeres y los niños debían
pedirles permiso a los hombres para salir de la casa y para
viajar. El comentario que se hacía más frecuentemente en
Potam era que cuando yo me marchaba echaban de menos
los viajes a la playa de Cócorit, Obregón y a los otros
pueblos yaquis. Cuando yo regresaba, su primer comentario
era que ya podrían viajar de nuevo Mis viajes de Arizona a
Sonora invariablemente los hacía acompañada de mujeres,
a menudo también los niños nos acompañaban en el viaje.
Hasta en Arizona, les daba servicio de transporte a las
mujeres, a especialistas en ceremonias para las fíestas,
etcétera.
Los efectos de recibir salarios variaban en cada
informante. Todos los informantes yaquis de Arizona
podrían clasificarse como miembros de la cultura de la
pobreza local, pero todos tenían algunos ingresos de dinero
en efectivo Los fondos que yo les ofrecía no afectaban
considerablemente su modo de vida, ni siquiera en forma
temporal. El dinero parecía usarse principalmente para
pagar deudas extraordinarias o para ayudar a costear las
fiestas familiares. La situación en Sonora era muy diferente.
Cualquier forma de recompensa afectaba definitivamente el
nivel de vída de quien la recibía. Con este dinero podían
comprar más carne para comer, tener una dieta más variada
y recibir la atención médica que no habrían tenido de otra
manera.
Resultaron más importantes los efectos en el caso de
Chepa Moreno, de Hermosillo En esa época ya era muy
vieja, estaba enferma, no podía trabajar

37
y vivía sola. Cada dos semanas una organización de caridad
católica le regalaba pequeñas cantidades de comida.
Mientras se conservó saludable, caminaba cada mes varias
millas para ver a una antigua patrona que le regalaba cinco
o diez pesos. Se había visto obligada a vender su pequeña
propiedad. Chepa tenía una dieta de hambre, y
gradualmente perdía la batalla por la supervivencia. Cuando
la vi por primera vez, me dijo que estaba agonizando,
porque era la "voluntad de Dios". El dinero que yo le ofrecí
cambió radicalmente su vida, en forma temporal. Su deseo
de carne fue satisfecho, su alacena ya no estaba vacía,
recibió atención médica, medicinas y unos lentes que
necesitaba mucho A pesar de que se había resignado a
morir y había aceptado la idea de que no saldría de su
barrio hasta el día de su entierro, de pronto volvió a viajar,
visitó lugares que creía que no volvería a ver. La gente dijo
que había mejorado En una ocasión me acompañó a Potam
y estuvimos allí un mes; me seguía como si fuera mi
sombra. Sus parientes de Potam le hacían bromas, porque
nunca se alejaba de mi lado.
Si alguien creyera que un informante puede cooperar
sólo por la recompensa, el caso de Chepa Moreno aclararía
esta cuestión. Los fondos que le ofrecí cambiaron su vida
durante algún tiempo, pero no creo que haya inventado
información para mantener nuestrarelación. Hasta cierto
punto era muy difícil 'trabajar con ella. A menudo se
mostraba renuente, se enojaba si yo no sabía tanto como
ella creía que yo debía saber, si le pedía que repitiera algo,
o si consideraba que yo escribía demasiado lentamente. A
menudo era un fracaso pasar el día entrevistándola entre
gatos, perros, palomas y pollos

38
en medio de un calor de 110° Farenheit. Estuve siete u ocho
semanas en su compañía, pero el contenido básico de su
biografía lo recogí en dos sesiones. Se mostraba coherente
en sus relatos, y las partes de su biografía que pudieron
comprobarse resultaron fidedignas.

Confíabilídad, seleccíón, dístorsíón y prejuicios

El investigador no puede observar los sucesos, el


comportamiento y las creencias del pasado ¿Cómo puede
saber que los informantes están diciendo la verdad tal como
la experimentan? La naturaleza subjetiva de la información
biográfica es uno de los principales problemas para lograr
que un enfoque tenga más valor analítico. El factor subjetivo
no puede eliminarse, pero puede disminuirse cuando el
investigador fija explícitamente su criterio para evaluar la
confiabilidad, y aclarar las relaciones entre el investigador y
el informante.
La información biográfica es, por su misma naturaleza,
algo idiosincrásico. Ninguna persona refleja fielmente la
realidad etnográfica. El azar, los accidentes históricos, su
posición en la sociedad, y muchos otros factores modelan la
expresión cultural de la conducta del individuo Los relatos
etnográficos son útiles para evaluar la confiabilidad de los
informantes, pero no sirven para cotejar detalladamente la
confiabilidad. Gran parte de la información puede cotejarse y
verificarse, pero el cotejo más cuidadoso aún dejará un
residuo que es imposible de verificar.
Siempre puede haber una falsificación delibera-

39
da, ya sea por lucrar económicamente, por diversión o por
simple maldad. El siguiente ejemplo sirve para ilustrar esto
Como todos sabemos, los libros de Carlos Castañeda han
logrado un gran efecto en el público, y el don Juan que
describe Castañeda es yaqui. Supongo que a todos los
antropólogos que han trabajado con los yaquis los han
acosado con preguntas sobre el empleo que hacen los
yaquis de las drogas heroicas, de la hechicería, y todo lo
demás.
He recibido cartas en las que me piden que les
presente a un brujo yaqui, y cuando menciono el tema de mí
investigación, siempre me preguntan si realmente existe don
Juan. ¿Lo conozco a él o a personas como él? ¿Todos los
yaquis son como don Juan? A estas preguntas solamente
puedo responder que no conozco a don Juan ni a nadie
como él, y esta respuesta hace disminuir inmediatamente mi
valor social.
A los yaquis hoy día los buscan los extraños que tratan
de encontrar a don Juan. Un jefe yaqui de Pascua Nueva
me contó que muchos autobuses Volkswagen, que
generalmente tienen placas de California, llegan a Pascua
Nueva. Los pasajeros de estos vehículos fueron descritos
como "hippies de cabellos largos", porque la palabra hippie
ha penetrado en la conciencia yaqui con vigorosas
connotaciones negativas. El jefe de Pascua Nueva me
explicó con gusto las tácticas que usaba para tratar a esos
intrusos. Cuando comenzaban a preguntar, les respondía
que no había oído hablar de don Juan. Poco a poco admitía
cautelosamente que existía don Juan, pero que debía
protegerlo Finalmente, se ablandaba y les informaba a los
interlocutores dón-

40
de vivía don Juan. En realidad hay un viejo que se llama don
Juan, que vive en Pascua Nueva, y que posee gran ingenio
y cuenta largos relatos. Todo mundo se divierte y los hippies
generalmente regalan un poco de dinero, cigarrillos, cerveza
y otras cosas antes de advertir que los han engañado.
Este mismo jefe de Pascua Nueva me preguntó cómo
sabía yo que lo que me decían era verdad, y me aseguró
que los yaquis son excelentes para inventar cuentos. Me
dijo que él sólo cree la mitad de lo que le cuentan, porque
conoce muy bien a los yaquis. También criticó mucho los
relatos antropológicos publicados, y aseguró que no han
entendido a los yaquis. La única sugerencía de que los
antropólogos son explotadores, me la hizo este hombre,
quien fue informante clave para otros antropólogos. Él se
pregunta: ¿cómo puede comprender realmente la religión
yaqui un antropólogo, si no conozco a ninguno que
realmente sea religioso?.
Ya se publicó la biografía de Rosalío Moisés (Moisés,
Kelley y Holden, 1971) . Su propio hijo consideraba el libro
un montón de mentiras, y hasta dudaba, cuando estaba de
mal humor, que Rosalío hubiera nacido en la fecha y en el
lugar especificados. Supe esta opinión del hijo, quien está
muy bien informado de los asuntos yaquis, al principio de mi
investigación, lo que hizo surgir vigorosamente el espectro
de la desconfianza. Me puse a cotejar la biografía de
Rosalía cuando me fue posible. Tenía errores que entran en
dos categorías: por una parte, hay mentiras relacionadas
con las personas íntimamente ligadas a Rosalío o acerca de
sí mismo, que obviamente eran deliberadas. Por ejemplo,
nos relató el trágico accidente en que se ahogó su medio

41
hermano y su familia en una inundación del valle del Yaqui.
Ese hermano vivió muchos años después de la inundación,
y ningún miembro de su familia se ahogó. Me mostró una
fotografía de una mujer, y me dijo que era una muchacha
italiana con quien había cometido bigamia al casarse con
ella en California, pero en realidad era una parienta que
vivía en Esperanza y Rosalío me dijo, al mencionar su
nombre, que era una hija que tuvo con otra mujer.
Puede considerarse que los relatos que se refieren a
las mujeres con las que afirmaba haber vivido eran la parte
en que podía haber mayor distorsión.
Creo que la otra categoría de errores no era tan
deliberada. Descubrí que los nombres de las personas que
él daba en ciertos lugares y épocas a menudo no
correspondían exactamente a los de las mismas personas,
según datos obtenidos de informantes más relacionados con
éstas, y supuestamente mejor informados. A menudo
resultaron equivocadas en los detalles las relaciones de
parentesco que él proporcionó sobre personas no
relacionadas o con un parentesco distante. Son incorrectos,
en cuanto a detalles, sus relatos sobre sucesos de la vida
de personas que no observó personalmente. Por ejemplo,
dio el nombre del lugar al que fue deportada Chepa Moreno,
pero estaba equivocado; pero el tono general de sus
observaciones sobre su deportación era correcto De manera
similar, afirmó que Dominga Ramírez y su madre regresaron
de Yucatán en 1907, y que fueron deportadas de nuevo en
1909. Esto es falso, pero fueron deportadas en condiciones
similares a las que describió. Rosalío contaba los relatos en
forma minuciosa; les ponía nombres a los

42
personajes, describía conversaciones, detallaba la ruta que
había seguido, daba una lista de los platillos de una fiesta,
etcétera. La naturaleza de los detalles minuciosos era
mucho más importante que los detalles en sí. Al cotejar
ampliamente su relato pude reconocer que su confiabilidad
en un "hecho" aislado no era tan elevada como yo
esperaba. Sin embargo, el panorama general resultó
verdadero, y los detalles eran totalmente yaquis.
Las críticas del hijo de Rosalío hicieron que yo tuviera
más conciencia del problema de la confiabilidad en mi nueva
investigación. La técnica de evaluación incluía recoger el
mismo relato a intervalos y cotejarlo ampliamente con otras
personas. Las entrevistas de grupo resultaron muy útiles
para descubrir omisiones, mentiras deliberadas y verdades
a medias. A medida que ampliaba mis conocimientos de la
cultura yaqui, trazaba gráficas genealógicas amplias, y al
tener mayor dominio de los datos importantes, logré hacer
evaluaciones mejores de la confiabilidad.
Es interesante observar que el área de prevaricación y
mentiras deliberadas expresadas por las mujeres era la
misma que la de Rosalío Moisés: el número y la identidad
de los esposos. Ninguna de las mujeres admitió haber
tenido uniones casuales con hombres con los que no
hubiera procreado hi- jos, pero es muy probable que esto
haya sucedido Cuando se les preguntó por qué habían
omitido varios hombres de sus relatos, invariablemente
respondieron que no creían que yo aprobaría su conducta.
Las mujeres contaban sus relatos de manera muy diferente
a la de Rosalío. Ninguna mujer pro-

43
porcionaba detalles compulsivamente (no relataban
minucias) , pero él las consideraba indispensables.
A pesar de las precauciones, gran parte de la in-
formación no pudo verificarse independientemente. Las
experiencias de un informante solitario no podían
compararse. Las experiencias de la deportación fueron muy
idiosincrásicas, y entonces ninguno de los informantes
deportados estaba en contacto con los miembros del grupo
de deportados. Por casualidad conocí a algunos miembros
de la familia Peón de Yucatán cuando ellos visitaban a unos
amigos mutuos en Calgary, y pude comprobar que la
hacienda Nokak, a la que fue deportada Chepa Moreno, en
realidad era propiedad de la familia Peón, como ella lo
señaló. Las experiencias de las soldaderas sólo pudieron
comprobarse en forma general con los relatos de la
Revolución Mexicana.
Básicamente, considero que las informantes no podrían
sostener durante mucho tiempo lo que Langness (1965:38)
llama la red de falsedades; si un informante resultaba
confiable cuando era posible cotejar su relato, podía
confiarse en su información posterior. El problema de la
confiabilidad, en última instancia, se reduce a evaluar a
cada informante a través del tiempo Parte de este panorama
son las actitudes de las demás hacia el informante, igual
que la comprobación por medio de varios informantes y la
consistencia interna del relato. Es vital la calidad de juicio
del investigador.
Comprobar y evaluar la confiabilidad como se ha
discutido antes, es algo independiente de la selección, de
los recuerdos lisonjeros o distorsionados y de los prejuicios.
Una vez Franz Boas dijo que las

44
autobiografías y las biografías "no son hechos, sino
recuerdos distorsionados por los deseos y las ideas del
momento Los intereses del presente determinan la selección
de datos y matizan la interpretación del pasado" (1943: 334).
Esta idea es muy razonable. Sin duda esta subjetividad es la
principal razón por la que los documentos personales han
desempeñado un papel poco importante como instrumento
analítico en la antropología. Creo que el investigador puede
darle una perspectiva a la naturaleza subjetiva de este tipo
de información, y si lo logra, la información individual será
muy adecuada para resolver ciertos problemas. En la
antropología están cambiando perceptiblemente las
actitudes ante la subjetividad, y estos cambios pueden hacer
que la investigación biográfica sea un instrumento
importante para los fines analíticos.
En este estudio, las informantes expresaron sus
recuerdos lisonjeros y mostraron sus prejuicios. Yo las
seleccioné y las guié, a veces consciente o incons-
cientemente. Si estos datos los hubiera recogido otro
investigador de las mismas informantes, si muchos
investigadores hubieran trabajado en esto, si el contacto con
cada informante hubiera sido más prolongado o más corto,
si las mujeres se hubieran mostrado sensibles a otros
aspectos de su pasado al usarse diferentes mecanismos en
el presente, se habrían conseguido documentos distintos.
Estas mujeres poseen personalidades complejas y vivieron
más experiencias que las que caben en unas cuantas pá-
ginas. Podría decirse que este estudio tiene algún valor a
pesar de estos factores subjetivos, pero prefiero afirmar que
este estudio logró su presente forma debido a ellos.

45
Representatívídad

A menos que el antropólogo busque proyectar un relato


cultural en un marco biográfico, como lo han hecho Radin
(1920, 1926) y Pozas (1962) , no importa qué tan "típico"
sea el sujeto, sino definir dónde encaja en su sociedad.
Puede seleccionarse a los individuos basándose en su
participación en lo que el antropólogo considera los
sistemas y las instituciones básicas, y algunos individuos se
aproximan más a los ideales culturales; pero esto no los
hace necesariamente más representativos. En este estudio
se intentaba lograr un amplio alcance y no algo "típico", y
por ello se procuró emplear biografías múltiples. Puedo
afirmar que estas mujeres no son atípicas o poco
representativas, pero esto no significa lo mismo que decir
que son típicas o representativas.
Como se dijo antes, se omitieron otras categorías
vitales debido a los procedimientos de selección empleados
en la investigación. La ausencia de cantoras y ayudantes de
la iglesia, que son los únicos papeles religiosos formales
que pueden desempeñar las mujeres, posiblemente resulta
más importante para los antropólogos que para los yaquis.
Por ejemplo, ellas consideran a las cantoras como yaquis
que, por azar, poseen otras facetas en su personalidad
social. A veces por casualidad se vuelven cantoras. La
selección se hace de diversas maneras, pero la más común
es un voto, o manda, que generalmente hace otra persona,
como la madre o la abuela, a causa de una enfermedad
física o nerviosa. La enfermedad también se trata de otras
maneras. Se pueden ofrecer otro tipo de mandas o emplear
otros medios de cu-

46
ración. En realidad, determinar quién se vuelve cantora es
mucho más complicado, porque se requiere saber leer y
escribir, y porque reciben un entrenamiento intenso Sin
embargo, en cierto modo intervino el azar en el hecho de
que ninguna de las informantes desempeñara esos papeles.
Las cantoras tienen casi igual número de esposos o
amantes que las mujeres seleccionadas, viven en familias
de composición similar, realizan el mismo tipo de
actividades cotidianas y tienen casi el mismo tipo de
experiencias.
En vista de que se excluyó a los yaquis monolingües,
ya que sólo una mujer usaba ropas tradicionales antiguas, y
debido a que no se incluyó a las cantoras (que son famosas
por su gran tradicionalismo), debe considerarse la
posibilidad de que mis informantes estuvieran al margen del
núcleo de la sociedad yaqui. Hay mujeres que rehusarían
hablar con una extraña como yo y hay mujeres a las que sus
esposos o sus padres no les permitirían hacerlo Quizá el
hecho de que las mujeres seleccionadas hablaran conmígo,
pueda considerarse otro indicio del fracaso de llegar al
núcleo tradicional.
Los yaquis monolingües posiblemente son menos
marginales que los individuos bilingües o que sólo hablan
español. Saber español, o aún inglés, no implica ser
marginal automáticamente. Algunas de las personas más
conservadoras son bilingües debido a las diversas
situaciones que han padecido los yaquis durante más de un
siglo En cuanto al vestido, pocas yaquis de Arizona, o
ninguna, usan generalmente el vestido típico Cuando una
mujer usa la falda y la blusa tradicional con un rebozo,
inmediatamente se supone que proviene del valle del Yaqui.
En los

47
pueblos del valle del Yaqui, el vestido sin duda es un indicio
de tradicionalismo y del nivel económico, pero no es algo
totalmente confiable. Entre las informantes, la única mujer
que usaba vestido tradicional era Chepa Moreno, de
Hermosillo, y en realidad vivía fuera de la sociedad yaqui.
El tradicionalismo es uno de los factores de los que
depende la voluntad de hablar con extraños. Pero la
personalidad es un elemento más importante. Las mujeres
extrovertidas pueden ser muy tradicionalistas, y aun así
conversan con los extraños. Una mujer que no era
informante, pero a quien yo conocí, fue descrita por su hija
(que era informante) como una parlanchina: "Habla hasta
con las personas que esperan el autobús." La madre perte-
necía definitivamente al núcleo tradicionalista de la sociedad
yaqui de Tucson. Una informante de Potam, que era una
vieja muy respetada, le causaba continuos sobresaltos a su
familia por su afición a conversar con los extraños. En
muchas ocasiones la vi platicando con yaquis y extraños.
Dos mujeres me aclararon que anteriormente habían
rehusado ser informantes etnográficas. Si en esta ocasión
aceptaban, sólo se debía a mi condición de patrona de
Rosalío Moisés, y porque mi padre y Rosalío se conocían
desde hacía 35 años. Algunas informantes estaban
acostumbradas a platicar con extraños, pero por lo menos
una tercera parte de ellas no tenían esta costumbre.
Como grupo, las informantes constituían una amplia
gama que iba de lo marginal a lo tradicional. Ninguna
pertenecía precisamente al núcleo tradicionalista, pero
algunas estaban muy cerca de éste. Otras se encontraban
en diversos niveles de la esca-

48
la, y una joven negó totalmente su herencia yaqui. La
posición relativa de cada una de las cuatro mujeres cuyas
biografías se incluyen aquí, será señalada en sus relatos.

EL MARCO INTERPRETATIVO

El principio básico que me impulsó a recopilar bio-


grafías es que los datos individuales pueden contribuir en
gran medida a resolver problemas antropológicos y que
pueden servir de manera perceptible al análisis en esta
escala de magnitud. La intención amplia que guió esta
investigación desde su comienzo fue el interés en los
elementos que afectan la estructura de las relaciones
interpersonales y las estrategias de adaptación frente a las
alternativas. En el trabajo de campo y en las etapas
posteriores se generaron temas de interpretación más
específicos. En otras palabras, la metodología se hizo muy
inductiva después de la orientación inicial, al surgir la acción
recíproca constante entre los meros datos y el marco de
interpretación. La cadena de unión para el tratamiento
interpretativo del relato de cada mujer se basó en la
consideración de la estructura de las relaciones
interpersonales y las estrategias de adaptación empleadas
por cada mujer.
Veinticinco informantes son una muestra demasiado
pequeña para pretender que se valide estadísticamente toda
la sociedad yaqui, y también debe considerarse el proceso
de selección. No se pretende que estos datos sean típicos o
que representen a todas las mujeres yaquis o a toda la
sociedad yaqui. Este estudio pretende principalmente
ofrecer un

49
punto de vista sobre algunos aspectos de la vida de estas
yaquis, que no pueden encontrarse en otros trabajos
etnográficos. Para evaluar estos hallazgos se emplearon
datos comparativos de otras fuentes. A continuación se
analizan los temas seleccionados para dar un marco de
referencia a los relatos biográficos.

La familia como elemento


clave para estructurar las relaciones interpersonales

La familia es y ha sido, hasta donde se tiene noticia, la


unidad básica de la sociedad yaqui. Una sola casa o un
grupo de casas que forman una familia incluye a un grupo
de habitantes que cambian periódicamente o que viven allí
por periodos largos. Su ílexibilidad la convierte en una
institución sumamente adaptable, y esta adaptación es un
factor importante para la tenaz supervivencia de la sociedad
yaqui. La familia es la unidad económica básica; sus
miembros canalizan la formación de vínculos emocionales
más profundos; es el principal lugar donde se cría a los
niños y contríbuye a proporcionar índividuos a los grupos
ceremoniales, en vista de que la afiliación a estos grupos a
menudo surge por los votos o mandas que hacen los
miembros de la familia.
La variación del tamaño y la composición de las
familias la estudió Spicer (1940: 79-81; 1954:58-60) ; y otros
casos los ofrecen las biografías que aquí se incluyen. El
individuo no sólo vive en familias de composición variada
(ya que cada individuo, en el curso de su vida, pertenece a
varias unidades familiares), sino que puede observar en
cualquier mo-

50
mento diversas familias además de la suya. Por
consiguiente, las experiencias diacrónicas y sincrónicas
hacen que los individuos estén familiarizados con las
variantes y la ílexibilidad de esta unidad básica.
La diferenciación sexual de los papeles y de las edades
son las características más sobresalientes en la estructura
familiar e influyen en cada fase de la vida dentro de la
familia. La diferenciación sexual es el elemento común para
resolver ciertos requisitos básicos: proporcionar recursos
económicos, mantener la casa y cuidar a sus miembros. Por
tradición, los hombres aportan los recursos económicos y
las mujeres cuidan la casa y a sus habitantes. Cuando no es
posible que haya una división del trabajo por sexos, se
mantiene esta división básica de los papeles. Por ejemplo,
en dos familias en que había sólo hombres adultos (en
ambos casos eran hermanos) en una comunidad de
Arizona, uno de los hombres cocinaba, lavaba y hacía los
quehaceres domésticos, y el otro proporcionaba el dinero
trabajando como asalariado No se creía que ello fuera
homosexualidad. Se presenta una división similar en las
familias en que las mujeres y los niños ganan una parte o
todo el dinero para los gastos. Sólo en los casos en que los
recursos económicos provienen de fuentes como la
beneficencia pública, el seguro social, las pensiones y los
seguros (lo que es más común en Arizona que en México),
se ve alterada esta división básica de los papeles. Por
tradición, el deseo de que haya un hombre que provea
ingresos y recursos ha sido un estímulo importante para
reorganizar rápidamente a la familia cuando este papel
nadie lo desempeñaba. Por el contrario, aunque los
hombres algunas veces lavan ropa, cocinan y limpian la
casa, se considera

51
preferible que una mujer realice estas labores. Si hay niños
en la familia, se vuelve casi indispensable que esté presente
una mujer.
Excepto en los casos de familias con un solo miembro
o de pequeñas unidades neolocales, la escala de edades
afecta la estructura de la autoridad, el reparto de las tareas y
la distribución de los recursos económicos. Cuando una
familia es más grande, estos efectos son más evidentes. A
medida que el niño crece en una sociedad yaqui, le
conceden mayor autoridad y respeto Idealmente, los miem-
bros más viejos que contribuyen al mantenimiento de la
familia y a su bienestar, poseen mayor autoridad y son más
respetados. Los miembros viejos que no contribuyen a esto,
tienen menos autoridad, pero aún los respetan.
No es raro que otros factores modifiquen la di-
ferenciación sexual y la escala de edades. En las familias
más grandes, las órdenes las imparte un núcleo familiar
compuesto por los miembros más estables que han residido
continuamente más tiempo; puede decirse que la casa es de
ellos. Otros grados de influencia surgen en la relación de los
individuos con los miembros más importantes de la familia:
el tiempo de permanencia en términos de su afiliación con
una unidad familiar, sus contribuciones relativas al
mantenimiento económico y su personalidad.
Es muy importante para la naturaleza adaptable,
flexible de la estructura familiar el hecho de que una
afiliación alterna a la familia era posible, y lo es, para la
mayoría de los individuos durante casi toda su vida. Los
infantes y los niños pequeños no pueden elegir, pero los
niños mayores y todos los adultos tienen cierta posibilidad
de cambiar de fa-

52
milia. Los muchachos y los hombres usan esta opción más a
menudo que las muchachas y las mujeres, aunque las
jóvenes antes de casarse, con frecuencia cambian su
afiliación familiar. Las biografías muestran que los varones
entre los once y los catorce años a menudo abandonan a la
familia en la que fueron criados. Esta mayor movilidad de los
hombres en diversas unidades familiares se debe en parte a
que trabajan durante periodos cortos en diferentes
localidades, pero los jóvenes también se marchan a vivir con
familias más compatibles en la misma comunidad, más a
menudo que las jóvenes. Esta libertad para cambiar la
afiliación familiar disminuye después del matrimonio.
Cuando se ejerce la autonomía para seleccionar otra
unidad familiar, los límites en gran parte los determina el
sistema de parentesco y la fuerza de las relaciones
interpersonales existentes. Las relaciones de parentesco
entre los hermanos de los padres (tíos y tías) y sus hijos
(primos hermanos) parecen influir más al seleccionar a otras
familias, aunque también se toma en cuenta a los
hermanos, a los abuelos, a los hermanos de los abuelos, a
los parientes más lejanos y las relaciones de parentesco
rituales. Dentro de estos límites, se prefieren las relaciones
en que hay un contacto prolongado y una relación
interpersonal activa.
Algunos individuos pueden no tener parientes co-
nocidos en un cierto momento y lugar. La ruptura de los
vínculos familiares y del parentesco en Sonora a fines del
siglo pasado, y a principios de este siglo, separó a algunos
individuos de sus parientes cercanos. No se sabe hasta qué
punto esta separación limitó el acceso a la afiliación familiar,
pero las

53
relaciones del parentesco ritual contrarrestaron esta
situación desafortunada, y en los momentos difíciles era
suficiente apoyarse en el parentesco básico de ser yaqui.
Un yaqui afirmó: "Todos los yaquis somos parientes. Si
supiéramos suficiente sobre nuestros padres y sus padres,
sabríamos que todos somos parientes."
En una sociedad móvil como ésta, la ubicación es una
consideración importante para seleccionar a qué familia
desea afiliarse. A menudo debe decidirse primero a dónde
se desea ir para saber a cuál familia unirse. A la inversa,
saber en qué parte hay familias con quien ir, influye mucho
en la elección del lugar a dónde ir. La mayoría de los yaquis
fácilmente pueden unirse a las familias en las diversas
comunidades urbanas y rurales de Arizona, en los pueblos
del valle del Yaqui y hasta en California.
La abundancia relativa de las unidades familiares y los
factores de la personalidad también afectan las decisiones
de unirse a alguna familia. En los relatos personales, se
observa que las personalidades fuertes y positivas atraían a
las personas a sus familias. Si una persona brillante preside
una familia que tiene una base económica adecuada y
estable, indudablemente existirá una familia numerosa. La
muerte de un miembro importante de la familia, por otra
parte, a menudo provoca la separación familiar. En muy
pocos casos la familia deja de ser una unidad física, ni se
produce la desunión total de sus miembros; sólo pequeños
segmentos se separan. Constantemente ocurre el proceso
de división, pero la desintegración de las familias, debido a
la muerte de un miembro muy poderoso e importante, tiene
carac-

54
terísticas emocionales que no se observan en otros cambios
de la unidad familiar.
Los factores que hemos considerado actúan desde el
punto de vista del individuo que elige las unidades
familiares. Algunos individuos también son recogidos por los
miembros de una familia o pueden ser enviados a otra
familia por razones específicas. Los niños pueden cambiar
de residencia al ser "recogidos" por un adulto Cuando se
necesita ayuda por una enfermedad o para cuidar a los
niños, se la piden a los parientes para que colaboren con la
familia. En especial se espera que los muchachos acepten
estas solicitudes. A las personas que no tienen
responsabilidades precisas en su propia familia, les resulta
difícil evadir estas peticiones, y si rehúsan hacerlo, son muy
criticados. Se llama a individuos o a familias enteras cuando
hay trabajo en la localidad o por temporadas. De igual
manera, cuando una familia se desintegra por la muerte de
un miembro importante, los parientes recogen a algunas
personas o partes de la familia por razones económicas o
arguyendo que los miembros de la familia ya no serán
felices en la familia que ha perdido su solidaridad.
Las unidades familiares más pequeñas (que constan
de un solo miembro, son neolocales o neolocales con unos
cuantos individuos más) son más comunes en Arizona que
en Sonora, porque los factores económicos y otros han
producido un cambio cultural diferencial. No podemos saber
cómo eran los modelos de residencia después del
matrimonio en épocas anteriores a 1890, pero los indicios
muestran que había alguna forma de residencia con los
parientes del esposo o cerca de ellos. Spicer (1940:75)
men-

55
ciona que en Pascua en la década de 1930, la pareja recién
casada permanecía temporalmente en la casa de la familia
del joven. Muchas mujeres mayores que participaron en
este estudio residieron después de su matrimonio con las
familias de los parientes de su esposo En las biografías se
advierte claramente la tendencia de las mujeres más
jóvenes a establecer una residencia neolocal o llegar a ser
la mujer más importante de una unidad familiar más grande.
Una mujer que no ocupó una posición predominante en la
familia hasta que tenía más de cuarenta años, tenía hijas
casadas que vivían en unidades neolocales cuando eran
adolescentes o tenían poco más de veinte años. No
sabemos si antes había un modelo dominante de formas de
residencia patrilocal u otras similares, pero hoy día la
situación varía mucho, y son más importantes las
consideraciones que hemos expuesto antes.
De preferencia el individuo pasa su vejez en una gran
familia en la que vivan algunos de sus hijos.
Tradicionalmente ha sido deseable, y sin duda esencial,
tener parientes cercanos de los que se pueda depender en
la vejez, como lo muestra claramente el contraste entre
Chepa Moreno y Dominga González en las siguientes
biografías.

La profundídad de los vínculos afectívos

Los lazos afectivos generalmente se desarrollan poco


en la sociedad yaqui. Sería tentador deducir que esta
insensibilidad afectiva surgió en el ambiente violento de las
guerras yaquis, por las deportaciones y las persecuciones.
Los relatos de los que vivieron en

56
Sonora a finales del siglo pasado ofrecen muchas noticias
de muertes violentas, separaciones forzosas de los
miembros de los grupos familiares y otros hechos
perturbadores. Los lazos afectivos pueden haberse roto y
debilitado, y quizá disminuyó la formación de vínculos
profundos debido a la amenaza y a la frecuencia real de
estos hechos. Los vínculos afectivos débiles serían un
mecanismo de defensa útil para la supervivencia personal,
cultural y social, en un mundo inestable y frecuentemente
violento Sin importar el origen de esta inestabilidad emotiva
—no contamos con noticias adecuadas anteriores a la
década de 1890— continúa siendo característica de la
mayoría de las relaciones interpersonales de los yaquis,
aunque las biografías muestran que había algunos vínculos
afectivos más profundos en la mayoría de las informantes.
Este tema es fugaz y subjetivo. Las siguientes
observaciones sólo se han basado en forma limitada en las
afirmaciones directas de las informantes. La interpretación
se basa en el panorama total que surgió a medida que las
informantes comentaban sus relaciones con otras personas.
La mayoría de las informantes señaló que solamente una,
dos o tres personas habían tenido gran importancia en sus
vidas y eran dignas de respeto Estos vigorosos vínculos
afectivos no pueden compararse con el "amor" o la
"amistad" en términos sencillos. Las emociones implicadas
son complejas y a menudo ambivalentes. A veces las
personas asociaban el sufrimiento con la relación afectiva y
sentían resentimiento por el trato duro o injusto.
Los vínculos afectivos más profundos a menudo
superan las barreras de las generaciones. Por regla

57
general, los vínculos emocionales que se forman en la etapa
más avanzada de la vida, carecen de la fuerza de los de la
primera etapa. Los vínculos más vigorosos frecuentemente
se forman en la niñez, y las mujeres a menudo tienen
vínculos afectivos más profundos que los hombres.
Los principales requisitos para desarrollar vínculos
emocionales profundos en la niñez son la proximidad y una
relativa continuidad de las relaciones interpersonales en el
periodo de formación del individuo Cuando se dan estas
condiciones, que el niño advierta a una persona como su
principal protector, puede ser un elemento decisivo, pero
otros miembros de la familia pueden eclipsar a la persona
que, de hecho, es el principal protector, lo que hace que el
vínculo emocional se establezca con una persona que
posea una personalidad más atractiva. El tipo del cuidado
del niño, como él lo advierte, también es una consideración
importante.
Es poco probable que se logre un vínculo afectivo
profundo con alguien que no sea miembro de la misma
familia en el periodo crítico del desarrollo emocional del niño
Es un requisito previo que haya cierta continuidad en la
interacción. Cuando las informantes me hablaban de la
persona con quien tenían el más profundo vínculo
emocional, a menudo usaban expresiones como "ella me
crió", "me defendía siempre". A esta persona puede
llamársele madre, pero este término no necesariamente
refleja el parentesco real.
Idealmente, la persona que cría a un niño debe ser la
madre. Muchos informantes, tanto hombres como mujeres,
aclararon muy bien que, aunque una persona puede tener
muchos esposos, muchos her-

58
manos y muchos hijos, sólo tiene una madre, y se siente
amor y respeto por la madre por encima de los demás. Sin
embargo, el número de niños que han sido criados por otras
mujeres es muy elevado. Las biografías dieron numerosos
ejemplos en los que la madre murió, se marchó de la familia,
o puso al hijo al cuidado de otra mujer, u otra mujer
"recogió" al niño, etcétera. Por diversas razones, muchas
madres no criaron y no crían a sus propios hijos. Cuando la
madre cría al niño durante sus años de formación, cuando
no se ve eclipsada por otra mujer más atractiva, cuando
tiene pocos hijos bajo su cuidado, o cuando un niño en
particular siente que puede realmente contar con la madre
para conseguir apoyo material y emocional, es muy
probable que se establezca un vínculo emocional fuerte con
la madre.
La principal alternativa de este patrón es que el vínculo
afectivo se establezca con otra mujer de la familia, situación
que puede surgir aun cuando la madre permanezca en la
familia y realmente cuide al niño Las candidatas más
probables son las parientas lineales o colaterales de
generaciones ascendentes que viven en la familia. Las
personalidades fuertes, positivas, producirán vínculos
emocionales más profundos que las pasivas. Las personas
"alegres" más a menudo que las "tristes" establecen
vínculos emocionales. La edad de las mujeres en la familia
también puede ser un factor en el desarrollo de los vínculos
afectivos por parte de los niños, ya que la edad
generalmente se relaciona con la autoridad y el status. Las
mujeres con una personalidad dominante, atractiva,
invariablemente eran maduras o viejas.

59
El tipo de atención al niño, como la advierte éste, no es
determinado en ningún sentido directo por la existencia o
ausencia de una disciplina dura. Se espera que la educación
del niño sea "dura", y en cierta medida, al impartir una
educación "dura" puede considerarse que el que se encarga
de ésta se preocupa por el niño y se esfuerza por educarlo
Una mujer de 70 años, que tenía que criar a un nieto dijo:
"Criar niños a la manera yaqui cuesta mucho trabajo"
Muchas mujeres adultas cuando eran niñas no sólo fueron
amenazadas con un látigo, sino que realmente fueron
castigadas con el mismo que las personas encargadas de
cuidarlas usaban para disciplinarlas, y algunas de estas
mujeres después emplearon el látigo con sus hijos. Se
comentó que otras medidas disciplinarias eran producirle
quemaduras a un niño o atarlo cerca del fuego, atar a las
niñas a los metates, atar a los niños a los postes o a la
cama, etcétera. Sin embargo, con las mujeres que ejercen
estas técnicas, los niños a su cuidado establecen vínculos
emocionales importantes.
Lo que parece ser más importante es el tipo de
disciplina que advierte el niño; el trato en comparación con
otros miembros de la familia, y con niños de otras familias.
Especialmente en las familias grandes hay muchos niños
que pueden ser medios hermanos, primos, parientes más
lejanos o aun no ser parientes. El ideal es que cada niño
sea tratado justa y equitativamente, de acuerdo con su edad
en cuanto a la disciplina, comida y otros bienes, o cualquier
otra cosa. De hecho, con frecuencia se da un trato diferente.
Algunos individuos no crean vínculos emocionales
profundos con otra persona durante su niñez.

60
Podemos tomar como ejemplo a la joven de un pueblo
del valle del Yaqui. Nació a consecuencia de un amorío de
su madre mientras aún vivía con su esposo Poco después,
la madre huyó de la casa con otro hombre, que no quería a
los hijos de la mujer. Ésta abandonó a sus seis hijos
legítimos, y le "dio" la niña a su esposo legítimo El esposo
pronto estableció una nueva relación, y con el tiempo na-
cieron seis hijos en esta familia. Desde el principio, la niña,
entre tantos niños, recibió el trato menos favorable, por las
circunstancias de su nacimiento. Le daban menos comida,
ropa de peor calidad, recibía poco afecto y una disciplina
errática. Ya que el castigo no era un intento de educarla a la
manera yaqui, sino una expresión de la agresividad de quien
la castigaba, ella advertía que el trato que le daban era
injusto A menudo le decían que no tenía derecho a
pertenecer a la familia, y que debía estar agradecida de
tener un techo que la protegiera. Esto hizo que no
estableciera un vínculo emocional positivo en su niñez.
Aparentemente los niños desarrollan vínculos
emocionales profundos con las mujeres porque éstas, por
ser las encargadas principales de la atención del niño, están
en contacto más continuo y significativo con ellos durante el
período crítico Los hombres son más inestables, cambian su
afiliación en las familias más frecuentemente. Es más
común que los niños se críen en familias donde residen sus
madres biológicas que sus padres bíológicos. Sin embargo,
en la mayoría de las familias hay hombres adultos que
pueden ser objetos potenciales de respeto y afecto La
proximidad y el contacto continuo son requisitos previos
para que un

61
niño logre establecer un vínculo emocional profundo con un
hombre, igual que en el caso de los vínculos con las
mujeres. Los atributos que caracterizan al hombre que se
convierte en objeto de un vínculo emocional básico son los
mismos que se han señalado para considerar a un hombre
digno de respeto Estos hombres ofrecen apoyo económico y
seguridad a una familia, son buenos trabajadores, y se les
considera bien informados y sabios. Ninguna informante
consideró digno de respeto y emocionalmente importante a
un borracho empedernido o a una persona que no ofrecía el
apoyo económico adecuado.
Los vínculos emocionales que se forman durante la
niñez parecen ser los más intensos de la vida, pero se
establecen otros vínculos a medida que el individuo avanza
en sus etapas de madurez. Los vínculos entre individuos de
la misma generación normalmente son menos vigorosos
que los que surgen entre las generaciones diferentes. Los
hermanos, primos hermanos y los esposos o los amantes
son considerados comúnmente como individuos de la
misma generación, aunque puede yariar mucho la edad y
hasta haber discrepancias entre las generaciones en casos
particulares.
Observé con cierto detalle a cinco grupos de hermanos
y reuní información de otros grupos de hermanos. Tengo la
impresión de que son poco comunes las relaciones afectivas
profundas entre éstos. Sólo descubrí vínculos emocionales
profundos entre hermanos y hermanas que se llevaban
únicamente uno o dos años, y que se habían criado juntos.
En vista de que las unidades familiares nucleares son
inestables, a veces a los hermanos los

62
crían en diferentes familias en lugares muy apartados, y
nacen con muchos años de diferencia (una madre tenía un
hijo 39 años mayor que otro que había procreado con otro
marido). Los hermanos y los medio hermanos que se crían
juntos compiten por obtener los bienes materiales limitados
y el afecto, y reciben un trato diferente, lo que puede
impedirles establecer vínculos emocionales mutuos
profundos.
No es común que los hermanos establezcan vínculos
emocionales profundos mutuos, pero son muy fuertes los
lazos de parentesco entre los hermanos y sus
correspondientes obligaciones. Es sintomático el énfasis de
las informantes al referirse a los vínculos con sus hermanos
al describir las relaciones de parentesco, en vez de citar a
los antepasados comunes en la generación de sus padres.
Los vínculos entre los hermanos y los primos hermanos a
menudo son la base de las cambiantes pero continuas y
prolongadas relaciones entre las familias. Un patrón
determina que los hermanos vivan en una proximidad libre,
pero el punto de atracción central puede no ser los
hermanos, sino un padre u otra persona vieja. Por ejemplo,
se obtuvo información de ocho décadas de la familia
Valenzuela. Constante pero no continuamente se relacionó
un grupo de hermanos en Sonora durante la década de
1890 y a principios de la de 1900, hasta que algunas causas
externas hicieron que se dividiera la familia, y uno de los
hermanos se marchó a vivir a Arizona. Mientras vivió este
hombre, la mayoría de sus hijos permaneció cerca de él.
Sus hijos viajaban constantemente porque cambiaban de
trabajo, pero gravitaban alrededor del padre, y por
consiguiente mantenían una gran inter-

63
acción. Al morir el padre, la cohesión de la familia disminuyó
mucho Otras dos unidades familiares grandes, de las que
tenemos información, muestran patrones similares.
El vínculo emocional entre los primos hermanos es a
menudo más fuerte que entre los hermanos de la misma
edad. Hay menos competencia entre los primos hermanos
para conseguir recursos materiales y afecto, excepto
cuando son criados en la misma familia. A menudo entre los
primos hermanos surgen los grupos de muchachos y
muchachas que se juntan según la edad (a veces en Tucson
se llaman pandillas) y que existen desde que son
adolescentes hasta que se casan. Los miembros de estos
grupos establecen amistades mutuas, hay mayor interacción
entre ellos que con otros segmentos de su sociedad, y los
unen los intereses comunes de sus edades casi semejantes.
La tendencia a formar grupos por edades iguales es más
vigorosa entre los niños que entre las niñas, especialmente
en los pueblos del valle del Yaqui, donde a las últimas las
cuidan más.
El matrimonio o la unión libre es generalmente débil en
términos de compromiso y duración emocionales; los
matrimonios o las uniones libres que duran toda la vida son
una excepción. Las informantes más viejas generalmente se
casaron por arreglos que hicieron sus mayores. Estos
matrimonios al principio provocaban reacciones
emocionales neutras o negativas, por la sencilla razón de
que la pareja no se había conocido antes. Muchos relatos
personales subrayaban la aceptación pasiva o la oposición
activa a los arreglos para lograr el matrimonio. Las mujeres
a menudo recordaban ha-

64
berse creído demasiado jóvenes para casarse, y no querían
dejar a sus madres o a la familia en que se habían criado.
El ideal en la sociedad yaqui es que los novios se casen en
la iglesia antes de tener su primera experiencia sexual. En
teoría a las jóvenes las cuidaban mucho para evitar que
tuvieran relaciones sexuales premaritales y,
tradicionalmente, las casaban a temprana edad. Los relatos
muestran que desde hace mucho tiempo se ha descuidado
este ideal, y que una vez que se realizaba el matrimonio
formal, a menudo se producían amasiatos. Muchas uniones
libres y matrimonios fueron resultado de la necesidad de
crear una unidad familiar que tuviera quien desempeñara los
papeles del esposo y la esposa. Pocas mujeres tuvieron
amantes porque estuvieran enamoradas de un hombre.
Para describir esta situación se usaron los verbos querer y
enamorar.
Los patrones emocionales prolongados parecen ser los
mismos, ya se trate de uniones libres o matrimonios
arreglados, estimulados por razones prácticas o ya sean
producto del amor. A veces se desarrolla el afecto, y otras
veces la alienación. En última instancia, la estabilidad y el
afecto parecen depender del grado en que se cumpla bien el
papel de esposo y de esposa. Si un hombre ofrece un apoyo
económico adecuado, si no es un borracho empedernido, si
restringe sus relaciones extramaritales; y una mujer maneja
bien la economía de su hogar, cría adecuadamente a sus
hijos, y administra su casa en forma satisfactoria, el
matrimonio o la unión libre tienen cierta posibilidad de durar,
y quizá surja un afecto débil. Las biografías mues-

65
tran que pocas veces los papeles del esposo y la esposa se
desempeñaban adecuadamente.
La evaluación que las informantes hicieron de sus
matrimonios y uniones libres, y las razones que dieron para
terminar estas relaciones, muestran la naturaleza
generalmente débil de este vínculo Sólo una mujer afirmó
que respetaba a su esposo y lo amaba a pesar de que le
daba un apoyo económico inadecuado y de que era un
borracho empedernido Otras mujeres mencionaron el apoyo
económico inadecuado, la embriaguez, que su esposo o
amante tenía relaciones con otras mujeres, y el maltrato
físico, como razones para abandonar a su esposo, o, si el
matrimonio o la unión libre se mantenían, daban las mismas
razones para no respetar a su esposo, y como una
racionalización de su propio fracaso en lograr los patrones
de conducta ideales de una esposa. Otro factor que citaron
las mujeres para abandonar a su esposo fue el lugar de
residencia. Algunas mujeres prefirieron separarse de su
esposo o amante que vivir en una localidad determinada.
Las mujeres no querían dejar el sitio donde vivían por
razones económicas o por otros motivos (preferían
quedarse cerca de algunos parientes, especialmente de la
madre) o consideraban indeseable el lugar al que iría su
esposo o amante (algunas mujeres por razones económicas
se negaron a irse a vivir a los pueblos del valle del Yaqui;
también consideraban que la vida allá era inferior y violenta:
"Esos yaquis asesinan a las personas") . Terminar un
matrimonio o unión libre a veces podía ser un hecho
emocional o tormentoso, pero a menudo era algo muy
casual.
Los vínculos emocionales que se establecen en

66
la madurez en general son más fuertes cuando el afecto
está dirigido a miembros de las generaciones más jóvenes
que a los individuos que son más o menos de la misma
edad. La fuerza de los vínculos emocionales entre un adulto
y un niño es asimétrica, porque el adulto generalmente
siente menos afecto por el niño que éste por el adulto
Cuidar a muchos niños hace que el adulto se involucre
emocionalmente de manera más difusa. Cuando hay una
demostración de afecto obvia, evidente hacia un niño mayor,
por su rareza se convierte en motivo de bromas agudas.
Las yaquis generalmente desean tener una familia
numerosa (es más evidente esto en las mujeres más viejas
que en las jóvenes, y en las yaquis de Sonora que en las de
Arizona). Los recién nacidos y los niños pequeños casi
siempre reciben gran atención y caricias de muchas
personas. Si hay en la familia niñas mayores, se encargan
de cuidar a los recién nacidos la mayoría del tiempo. A
veces se descuida a los recién nacidos, pero esto es una
excepción. Varias mujeres, en especial las viejas que
habían perdido a sus hijos pequeños, especificaron que era
tonto querer mucho a los recién nacidos y a los niños
pequeños, porque podían morirse. El gran placer que
sienten los yaquis por los niños pequeños y recién nacidos
es algo confuso Parecen querer en general a los recién
nacidos y no sienten gran apego por ningún niño en
particular. La educación del hijo generalmente cambia
cuando éste comienza a caminar o nace otro hijo La
obediencia, que a menudo se impone con una disciplina
dura, se le exige al niño cuando tiene entre tres y cinco
años, si lo están educando

67
a la manera tradicional. A menudo se establecen profundos
vínculos entre el padre y el niño, pero no cuando el hijo es
pequeño, sino como resultado de una continua interacción
posterior. Las madres y las hijas que tienen un contacto
permanente parecen desarrollar los vínculos emocionales
más profundos. La hija generalmente tiene un vínculo
emocional más vigoroso con la madre que a la inversa.
El vínculo de varias de las informantes con sus madres
era quizá el más fuerte que habían tenido durante toda su
vida. Muchas mujeres establecían lazos emocionales muy
débiles con sus hijas, y más fuertes con sus hijos. Por lo
contrario, se dice que los hombres están más ligados a sus
hijas. La diferenciación de los papeles masculinos y
femeninos, en el que las mujeres idealmente están
vinculadas a sus familias después del matrimonio y en el
que los hombres son menos estáticos, puede ser un factor
que hace disminuir el contacto entre las madres y las hijas
después de que éstas se casan. Hay una interacción menor
por la falta de refuerzo de los vínculos emocionales que
pudieran haber existido. Por su mayor movilidad social los
hijos pueden mantenerse en contacto con sus madres, y los
padres pueden fácilmente visitar a sus hijas que viven en
otros pueblos.
La interpretación de los factores que afectan el
desarrollo de los vínculos emocionales más profundos (las
informantes establecieron sólo unos cuantos) se basa en
sus juicios retrospectivos. Ya que la mayoría de las
informantes eran de edad mediana o viejas, sus juicios se
basaban en toda una vida de experiencias. No es extraño
que el yaqui, cuan-

68
do llega a la madurez, haya internalizado que es necesario
tener cierta precaución con los vínculos emocionales.

El parentesco rítual

La institución católica del compadrazgo existe en todo


el mundo con variaciones a través del tiempo y del espacio
(Gudeman, 1972). Mintz y Wolf (1950) afirmaron que los
yaquis han desarrollado esta institución en un grado muy
alto Posiblemente este desarrollo es una reacción ante las
condiciones perturbadoras que han caracterizado desde
hace mucho tiempo la vida yaqui. Si es así (puede haber
otras explicaciones), el sistema yaqui ofrece un gran número
de personas con quienes el individuo se vincula por medio
del respeto, las obligaciones, el contacto espiritual y las
relaciones de parentesco rituales. Este sistema es muy
ímportante en la estructura de las relaciones
interpersonales.
Los tres tipos de relaciones que establece el sistema
de compadrazgo son entre los padres y los padrinos (los
compadres), entre los padres y el niño (un vínculo de
parentesco) y los padrinos y el niño (al que llaman ahijado).
Estas relaciones se establecen en el momento del bautizo,
la confirmación, el rito yaqui de colocar un rosario al niño, el
matrimonio, al poner un vestido o hábito religioso a una
persona por un voto hecho durante una enfermedad, muerte
o compromiso ceremonial. A medida que se vuelven más
comunes las fiestas de quince años de las muchachas,
también surgen los compadrazgos. Spicer (1940:110-11)
afirma que

69
los padrinos ceremoniales de las iglesias y de las imágenes
de los santos ofrecen las fiestas adecuadas, y apadrinar las
iglesias y a las imágenes es una ceremonia del mismo tipo
que la que se realiza con los humanos.
La gente adquiere una relación formal con cada uno de
los individuos que participan en cada ocasión, por ello
resulta obvio que puede tener una gran cantidad de
relaciones de compadrazgo durante su vida. El sistema se
extiende más y llega a incluir a los parientes verdaderos y a
los parientes rituales de los afiliados. Cuando a veces yo
preguntaba por qué a alguien se le llamaba comadre o
compadre, las respuestas a menudo eran: "Bautizó al hijo
que mi esposo tuvo con su primera mujer", "es la hermana
de la mujer que bautizó a mi hijo", o "ella es comadre de la
comadre que bautizó a mi nieto".
Hay gran variedad en el número real de relaciones de
compadrazgo que tiene un individuo. El bautismo es el único
rito observado universalmente; las diferencias en la cantídad
de relaciones es resultado del número de ritos en los que
participa cada individuo. Las diferencias más importantes
provienen de la frecuencia con que le piden a una persona
que sea padrino o protector de otros. A algunas personas
les piden constantemente que acepten esta responsabilidad,
y consienten, pero a otros casi no les piden esto o se niegan
a aceptarlo A los individuos "alegres" les piden esto más a
menudo que a los "tristes"; a los jefes de ceremonias más a
menudo que a otros, y los que tienen un nivel alto son más
solicitados que los de nivel bajo. Se prefiere a los que se
sabe que responden afirmati-

70
vamente a estas invitaciones que a los que les desagrada
este papel.
Los recién nacidos deben ser bautizados. Se realiza un
gran esfuerzo por bautizar a un niño recién nacido que se
cree que está agonizando, y al bautismo con padrinos (si es
posible) se le da más importancia que a la atención médica.
Se bautiza hasta a los niños que nacen muertos. Dos hijos
de las informantes murieron en Potam en 1972. A ambos
sus madres los bautizaron con agua bendita después de
muertos. No hubo padrinos de bautizo, pero después
eligieron a los padrinos del funeral, y, en un caso, se
seleccionó a una persona como madrina de bautizo Se
afirma que en una situación crítica, cualquíer persona
bautizada puede hacer la señal de la cruz sobre la cabeza
del niño muerto y rezar: "Yo te bautizo en el nombre del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo", y creen que Dios
tomará en cuenta esto Estos casos son raros, y
generalmente se realiza la ceremonia del bautizo con
padrinos.
Uno de los padres u otro pariente (la abuela, por
ejemplo) elige a uno o a ambos padrinos del niño A las
familias muy pobres, con nivel muy bajo, y a los individuos o
familias que viven en comunidades donde conocen a pocas
personas, les puede resultar difícil encontrar padrinos.
Algunos relatos personales muestran qué desesperado
puede sentirse un padre cuando nadie quiere ser padrino de
su hijo.
Ser padrino de bautizo a la manera yaqui implica que
una misma pareja de padrinos —que no sean esposos o
parientes muy cercanos— bauticen consecutivamente a tres
niños. Según el modelo

71
mexicano, por otra parte, debe haber una pareja diferente
de padrinos para cada niño; con frecuencia los padrinos al
estilo mexicano son esposos o hermanos. Los yaquis que
eligen nuevos padrinos para cada niño o que les piden que
lo sean a unos esposos, se dice que se comportan como
mexicanos.
Existe un acuerdo general de que los padrinos o
protectores deben seleccionarse fuera del círculo familiar y
de los parientes cercanos, porque la principal razón social
de formar estas relaciones es entablar relaciones formales
con sectores más amplios de la sociedad. A veces este ideal
se expresa muy claramente. En una ocasión en Potam, un
grupo de mujeres discutía la demora en bautizar a un niño
La razón de la tardanza, entonces reprobable, era que el
padrino designado no había tenido tiempo de venir a Potam
desde Obregón. El padrino era medio hermano del padre del
niño Una cuñada del padre del niño habló largamente sobre
la inutilidad de pedirle a los parientes cercanos que fueran
padrinos: "Daría lo mismo que el niño no tuviera padrino
Gonzalo ya es su tío y por serlo tiene obligación de cuidarlo
¿Para qué sirve tener un padrino en Obregón? Debías
haber buscado a un padrino en este pueblo que no fuera
pariente."
A los parientes lineales directos no los eligen como
padrinos de bautizo A veces se escoge a los parientes
colaterales cercanos, como hermanos, primos, tíos, tías, o
tías abuelas y tíos abuelos. Durante mi trabajo de campo
conocí de diez casos en que se eligió a un hermano o a un
primo, y uno de estos casos ocurrió a principios de siglo en
Sonora. Sólo en un caso se escogió a un matrimonio
formado por un yaqui y un mexicano (eran los

72
padres del niño) y ninguno de ellos se calíficó como ejemplo
del tipo mexicano en lugar del patrón yaqui. En otro caso,
cuando la madre advirtió que iba a morirse después del
nacimiento de su hijo, y como deseaba asegurar que éste
quedara al cuidado de una familia determinada, le pidió a su
tía abuela que fuera la madrina de bautizo del niño Los
únicos casos de selección de padrino de bautismo entre los
miembros de una familia surgían cuando los recién nacidos
estaban en peligro de morir, y no había tiempo para tomar
otra alternativa. A menudo se elige a los parientes políticos.
Los siguientes ejemplos son típicos: un hombre bautizó y
después crió en su propia familia a dos hijos de la hermana
de su esposa; el yerno de una mujer confirmó a dos hijos de
la suegra; una mujer fue madrina chapayeka (sociedad
ceremonial farisea) del primo hermano de su esposo; un
yerno bautizó a la hija de su suegra.
No se realizan matrimonios o uniones libres entre
personas relacionadas por el compadrazgo. Una relación
entre padrinos y ahijados seria casi un incesto, y entre
compadres sería muy poco deseable. La tendencia a
extender los vínculos del compadrazgo más allá de los
miembros de este paradigma básico, no implica que no
pueda haber matrimonios o uniones libres entre las
personas incluidas en estos límites más amplios.
La selección de padrinos para los ritos vitales de un
niño y para el matrimonio generalmente la hacen los padres
u otras personas con autoridad para tomar estas decisiones.
Los viejos dominantes, como las abuelas, pueden tomar
estas decisiones. Los miembros de la sociedad ceremonial
pueden

73
pedir que ciertos individuos sean sus padrinos, o éstos
pueden ser elegidos por otros miembros de la sociedad
ceremonial En pocas ocasiones los individuos eligen a sus
padrinos, pero hubo una excepción notable: En 1970, una
informante de Potam nombró a sus padrinos de entierro en
su lecho de muerte; los mandó llamar e hizo arreglos para
que cooperaran en su funeral. Este caso es único, y
constituyó una innovación cultural idiosincrásica (véase la
autobiografía de Dominga Ramírez). Otra informante abuela
agonizaba (en Tucson, durante la década de 1930), mandó
traer a sus padrinos de entierro y dio instrucciones acerca
de su mortaja y de su funeral, pero no se especificó quién
realmente eligió a los padrinos del funeral.
Las personas que seleccionan a los padrinos siguen
una de estas dos tácticas. Amplían constantemente la red
del compadrazgo elígiendo diferentes padrinos para otros
ritos aparte del bautismo (los mismos pueden ser padrinos
de tres bautizos consecutivos), o reforzar los vínculos
existentes al pedir que participen los mismos individuos que
ya tienen una relación de compadrazgo De esta manera, a
los padrínos de bautizo les pueden pedir que sean los que
confirmen a sus ahijados o les coloquen los rosarios, o
pueden elegir nuevos padrinos. Si los padrinos de bautizo
están vivos y se encuentran presentes en el matrimonio del
ahijado, se considera conveniente que actúen como
padrinos de matrimonio, pero también pueden elegir a otras
personas. Los padrinos de matrimonio deben estar casados
por la Iglesia, requisito que elimina a algunas personas y les
impide desempeñar el papel de padrinos.

74
El sistema yaqui es esencialmente horizontal, porque
las relaciones de compadrazgo se efectúan con otros
miembros de la sociedad yaqui. Hay muy poca verticalidad,
ya que prefieren a los jefes ceremoniales e individuos con
nivel elevado En el sistema se ha incluido a algunos
extranjeros, principalmente por matrimonio o unión libre de
los yaquis con los mayos, mexicanos, pápagos y otros
grupos predominantemente católicos, o por su continua
interacción con familias de estos grupos étnicos que viven
en la misma comunidad. En pocos casos se han realízado
compadrazgos que produzcan una estratificación social
vertical, pero una rica mexicana de Arizona, que era
madrina de una iglesia católica en Pascua, se ofreció a ser
madrina de confirmación de unas niñas yaquis. Les compró
los vestidos de ceremonia y dio una fiesta para sus ahijadas,
pero esta relación no continuó activa por mucho tiempo.
Los padrinos deben aceptar la responsabilidad de su
cargo, deben estar presentes físicamente en la ceremonia, y
generalmente ofrecen algunos recursos económicos para la
misma, cuya cantidad y tipo varía según las circunstancias y
el nivel económico del padrino En teoría se establecen
relaciones para toda la vida y obligaciones mutuas, las que
exígen una conducta respetuosa y el uso de la terminología
del compadrazgo. Los términos que se refieren al
compadrazgo, aún hoy día, preceden a cualquier otra forma
de referencia y de tratamiento, como los nombres propios y
los términos que se refieren al parentesco Según mi
experiencia, las palabras' padrino y madrina se emplean
más como términos de referencia que como términos de

75
trato, y el término ahijado nunca se usó en mi presencia
como tratamiento, ni tampoco se usaba a menudo como
término de referencia. Una mujer decía: "Soy su madrina", y
no "ella es mi ahijada". Los compadres están incluidos entre
las personas a las que se les brinda hospitalidad y a quienes
se visita. No corresponder adecuadamente en estos
aspectos, es una grave falta al cumplimiento de las
obligaciones.
En los excelentes relatos de Spicer sobre el sistema de
compadrazgo en Potam (1954:60-62) y en Pascua (1940:91-
116) se analiza la naturaleza de otras obligaciones: "Al
pariente ritual es a quien primero se recurre para pedirle
dinero prestado, por ejemplo, para adquirir un par de
zapatos cuando no pueden comprarlo los miembros de la
familia" (1954:62). Los ahijados confían en que los padrinos
los ayudarán, y viceversa. A menudo el padrino decide el
tratamiento médico que recibirá un niño enfermo, y éste
puede ser llevado a la casa del padrino y ahí ser curado. Se
espera que los compadres se ayuden mutuamente (Spicer
1940: 101-3).
Idealmente, el sistema debería funcionar aún como lo
describió Spicer, pero en la práctica, según lo explicaron mis
informantes, la situación parece haber cambiado.
Se supone que los padrinos de bautizo están
dispuestos a hacerse responsables del niño si es necesario,
pero aparentemente sólo lo hacen cuando no tiene parientes
cercanos. En los relatos que forman este estudio, sólo hay
algunos ejemplos de niños criados por sus padrinos. Uno
aparecía en una biografía que, no se incluyó aquí, y se
refería a

76
una mujer que nació en Tucson en 1924. Su padre murió de
difteria cuando ella tenía un año de edad, y su madre se
marchó de Vicam poco después, y le encargó la niña a la
madre de su esposo muerto. La informante fue criada por su
abuela, que murió cuando la joven tenía quince años, y no
tenía ningún pariente conocido en la región de Tucson. Una
comadre de su abuela le pidió a la joven que se quedara a
vivir con su familia, y después arregló su matrimonio con un
sobrino que residía en la familia. A su debido tiempo nació
un hijo Cuando este matrimonio se separó, la vieja reclamó
al hijo y lo crió. La relación de compadrazgo que había en
este caso era remota, y todas las posibles alternativas de
parentesco habían sido usadas antes de esto.
Cuando les pregunté a las informantes qué esperaban
hacer por sus ahijados o compadres, me respondieron que
no creían poder hacer mucho Si moría un ahijado o un
compadre, ayudarían en los ritos fúnebres si era posible. No
consideraban que pudieran haber circunstancias que
justificaran que sus ahijados o compadres debieran irse a
vivir con sus familias, ya que esto sólo sucedería si no
tuvieran parientes que los protegieran y les ofrecieran
recursos económicos. Los relatos personales no muestran el
mismo nivel de relación íntima en las vidas de los
compadres como lo describió Spicer. ¿Por qué? La mayoría
de los cambios que han ocurrido en el sistema de
compadrazgo desde que Spicer escribió su obra, han
tendido a disminuir las diferencias entre el modelo mexicano
y el yaqui, y los más afectados son los yaquis de Arizona.
Los complejos hechos históricos que quizá pro-

77
vocaron el aumento de la importancia del parentesco ritual,
no se han presentado en la sociedad yaqui contemporánea.
El solo cambio cultural no puede ser responsable de las
diferencias entre la interpretación de Spicer y el panorama
pintado en mi libro Muchos de los informantes aún vivían en
la época en que hizo su obra Spicer, y residían en las
comunidades que estudió, de tal manera que las biografías
cubren esa etapa de tiempo y espacio En mi obra hice
hincapié en casos particulares: cómo se comportaban los
individuos en una situación partícular. Los compromisos con
el ideal en circunstancias individuales sin duda son más
obvios en este tipo de estudio Hasta donde pude observar,
el ideal no ha cambiado desde la época del estudio de
Spicer.
Este sistema es hoy día, como desde hace mucho
tiempo, una institución importante en la sociedad yaqui. Los
vínculos del parentesco ritual pueden crear lazos con los
individuos que no surgirían de otra manera, o si hay ya otros
vínculos, se ven reforzados por esta nueva liga. Es uno de
los elementos básicos para estructurar las relaciones
interpersonales y lograr la solidaridad social.

El cumplimiento de las obligaciones como


elemento que afecta La estructuración de
las relaciones ínterpersonales

Cada sistema social específico (parentesco, parentesco


ritual, ceremonias, política, etcétera) tiene sus obligaciones,
y éstas en un sistema pueden verse mezcladas con las de
otros sistemas. Algunas

78
obligaciones relacionadas con un sistema pueden definirse
claramente, pero otras están sujetas a distintas
interpretaciones, y hasta un conjunto de obligaciones
claramente definidas no siempre se cumple. El concepto de
cómo deben cumplirse las obligaciones es uno de los
factores más importantes en la evaluación personal y social
de los individuos y determina los modelos reales de
interacción. Tantas situaciones y acciones son interpretadas
en términos de este patrón que un juicio se añade a los
anteriores en forma acumulativa. La evaluación personal y
pública de los individuos se basa en gran parte en estos
criterios.
Está muy arraigada la idea de que los parientes deben
compartír los recursos económicos, prestarse ayuda, darse
hospitalidad y ofrecerse servicios. Pueden aislarse las
obligaciones más específicas, como el deber que tienen los
padres de enseñar a sus hijos quiénes son sus parientes,
pero la característica básica de las obligaciones que tiene el
sistema de parentesco es confusa. Casi todo lo que se
ofrece a los parientes o se les pide se considera que forma
parte de estas obligaciones.
El grado en que se considera que deben cumplirse las
obligaciones con los parientes, es quizá el factor único más
amplio para comprender la interacción entre los parientes
que tienen oportunidad de relacionarse. El alejamiento y la
alienación de los parientes a menudo se debe a la falta de
cumplimiento tangible de estas obligaciones. Pocas veces
persiste una interacción intensa si se consídera que se ha
descuidado seriamente el cumplimiento de las obligaciones,
excepto en el caso de los que siguen viviendo en la misma
familia, y aun aquí,

79
cuando no se cumple con las obligaciones, cambia el tipo de
la relación.
El sistema de parentesco es el que probablemente
actuará primero cuando un individuo o familia carecen del
sustento básico o de servicios, como el cuidado de los
enfermos o de los niños. Al seleccionar la fuente de ayuda
basada en el parentesco, desde luego tendrá que haber
parientes a la mano La disponibilidad no siempre significa
proximidad, aunque ésta puede ser necesaria, y se busca a
las personas que viven en la familia o a los parientes
cercanos. Las peticiones de ayuda pueden enviarse por
correo o con un mensajero a distancias considerables, y se
realizan viajes de cierta duración y distancia para buscar
ayuda o para cumplir con las obligaciones del parentesco.
La naturaleza de la ayuda ofrecida o solicitada, el lugar
en que se encuentran los recursos deseados, y la historia
previa de las relaciones interpersonales, determinarán quién
interactúa con quién. Si un joven pide un poco de dinero
para sus gastos, las parientas adultas cercanas serán las
más adecuadas, porque las mujeres generalmente manejan
los recursos económicos de las familias, incluso el dinero ¿A
cuál mujer se elegirá: madre, abuelas, hermanas, tías,
primas o cuñadas? Esto en gran parte depende de quién ha
respondido favorablemente a estas peticiones en el pasado.
La manera como en una localidad de escasos recursos
pueden canalizarse las peticiones de ayuda, lo demuestra
un hecho que ocurrió en 1970 en el área de Tucson. Un
grupo de mujeres, que eran parientas, se preocupó porque
la tumba de un pariente cercano no tenía cruz. Se consideró
que era

80
deber del hijo del muerto comprar la cruz, pero todas
pensaron que era improbable que lo hiciera. Un ebanista, tío
de una de estas mujeres, pero que no era pariente del
difunto, tenía una cruz de madera blanca, que le regaló a su
sobrina por ser su pariente. Si este grupo de mujeres
hubiera buscado un artículo más común, no le habrían
pedido a este hombre que las ayudara a cumplir con su
obligación de parientes con el muerto Los demás artículos
necesarios para la tumba (herramientas y flores de plástico)
los proporcionaron estas mujeres.
Los que tienen un gran apuro económico recurren a
muchos parientes y a otras personas, y no seleccionan
tanto; éste es un patrón que no difiere del de las limosnas
(mendigar de casa en casa) que piden los miembros de las
sociedades ceremoniales para conseguir donativos. Un
ejemplo de la zona de Tucson ilustra este patrón de
conducta. Un hombre que creía (los demás también lo
creían) que había sido hechizado por su suegro, se enfermó
y perdió su trabajo Posteriormente fue de casa en casa de
sus parientes, compadres y amigos, pidiendo dinero para
curarse de la enfermedad producida por la brujería. Otro
hombre, también de la zona de Tucson, se había enviciado
tanto con la mariguana, la heroína, el alcohol, y era tan
violento, que no había podido conservar un solo trabajo du-
rante años. Su esposa recibía dinero de la beneficencia
pública, pero lo dedicaba a sostener a la familia. Él
empleaba mucho tiempo y energías en recorrer las casas de
sus parientes políticos (porque él no era de ese barrio y no
tenía parientes que vivieran allí), mendigando algo de
dinero, pidién-

81
doles botellas usadas para venderlas, etcétera, para
pagarse sus "vicios".
Durante una ceremonia familiar se recibe una gran
cantidad de bienes materiales y servicios de los parientes,
de los parientes rituales y quizá hasta de otras personas.
Aunque la principal carga económica de las fiestas
familiares recae en los padrinos, los preparativos los
comparten los parientes y otras personas. De igual manera,
las ceremonias públicas son financiadas en parte por los
parientes y los parientes rituales de los padrinos. Este es un
ejemplo de las interacciones que existen: Una mujer de
Potam tenía un pariente en Torim que era fiestero azul en
Vicam. (Los fiesteros organizan las fiestas públicas y tienen
otras obligaciones. Los fiesteros rojos y azules son elegidos
cada año.) La mujer de Potam envió una caja de papas
cultivadas en tierras huirivis que labraban sus hijos; estas
tierras habían sido una herencia del último esposo de la
madre de la mujer.
Las noticias o la información circulan como parte de los
diversos sistemas, y dar cierta información se considera
obligatorio. Dentro del sistema de parentesco la obligación
más específica es notificar la agonía o el fallecimiento de un
pariente. El indicador más sensible del estado de las
relaciones entre los parientes se manifiesta cuando se
trasmite esta información vital. No informar a los parientes o
no responder adecuadamente a esta información es una de
las violaciones más serias de las obligaciones de los
parientes. A menudo las informantes juzgaban con este
criterio si había un distanciamiento social entre ellas y sus
parientes.
La edad se relaciona más o menos con el cono-

82
cimiento Se dice que los viejos "saben" más. Pocas veces
se afirma que los jóvenes "saben", y lo que ellos dicen a
menudo se disculpa por su edad. La información
genealógica y otra relacionada es un recurso de cierta
importancia, y está controlada casi totalmente por los viejos.
Es obligatorio dar esta información en el sistema de
parentesco para prevenir el incesto Es difícil separar la
información genealógica del resto de la información personal
que la acompaña, y que se mezcla con las murmuraciones.
Casi no tiene interés la información personal que no puede
incluirse en un marco genealógico Por consiguiente, la
información genealógica es un importante elemento en sí
misma, y ofrece el contexto o el vehículo que ordena la
transmisión de la información personal, que juega un papel
importante en el control social informal, y establece el status
público de los individuos y de las familias.
Ningún yaqui tiene la fuerza física y emocional, el
tiempo, o los recursos económicos para cumplir con todas
las obligaciones. Nadie puede cumplir con todas las
obligaciones potenciales y satisfacer a todos. Todo mundo
recibe algún reproche de alguien. La mayoría de los
miembros de las sociedades ceremoniales deberían saber
más, pocas madres han logrado el ideal al educar a sus
hijos; todos han rehusado dar ayuda o han ofrecido menos
de lo que los parientes esperaban. A medida que se
cumplen más obligaciones, se reciben más peticiones, y se
crean más obligaciones en potencia: es el "Catch 22" de la
vida yaqui. En cierto sentido, esto sólo significa que nadie es
perfecto, y los yaquis están muy familiarizados con este
hecho

83
de la vida. Pero también significa que hay limitaciones
reales en el sistema total del cumplimiento de las
obligaciones, limitaciones que contienen las semillas del
conflicto y la ruptura.
Por consiguiente, debe decidirse cuáles obligaciones
potenciales deben cumplirse. Los mecanismos de selección
resultan obvios en las siguientes circunstancias: definir los
límites exteriores de las obligaciones que se cumplirán,
interpretar las obligaciones que no estén bien definidas,
rechazar o negar las obligaciones claramente definidas, y
manipular el sistema de obligaciones con un fin.
Por el número casi infinito de obligaciones potenciales,
los límites exteriores generalmente se definen de alguna
manera. Una estrategia tosca debe aplicarse a cualquier
individuo del que se tenga suficiente información, pero el
límite cambia con el tiempo debido a las situaciones
específicas.
Las obligaciones imprecisas se someten a diversos
puntos de vista e interpretaciones. No son muy claras las
obligaciones que se tienen con un pariente lejano que vive
en Torim, del que nunca se ha oído hablar, y que llega a una
familia en Pascua después de entrar ilegalmente en Arizona,
y que no posee sino la ropa que lleva puesta. Es casi seguro
que lo recibirá la familia, le dará sustento y hospitalidad, y él
visitará a otros parientes durante algunos días. Puede
esperar que sus parientes le consigan trabajo o que le
ofrezcan diversos recursos, ya sea mientras dure su
estancia o para su viaje de regreso, que recibirá regalos
para que se los lleve a los parientes que viven en su pueblo,
etcétera. Estas expectativas serán interpretadas de manera
diferente por sus anfitriones de Pascua, que

84
estarán más conscientes de la dificultad de conseguir
trabajo para los inmigrantes ilegales, o que pueden
considerar que la relación es muy distante, y que sólo
amerita un cumplimiento mínimo de la obligación.
Las obligaciones que están bien definidas pueden no
cumplirse. Las madres abandonan a sus hijos o no los
educan correctamente, según creen algunos observadores.
Un fariseo (miembro de la sociedad ceremonial farisea), que
ha hecho un voto a perpetuidad, puede dejar de ser
miembro de la sociedad por razones que no se consideren
una justificación adecuada para su conducta. Un hombre
responsable de mantener a una familia puede emplear todo
o una parte de su ingreso para pagar sus "vicios", y los otros
miembros de la familia sufrirán privaciones.
Todo el sistema de cumplimiento de las obligaciones
está sujeto a manipulaciones con ciertos fines. Un hombre
que desea ser jefe civil o religioso quizá inicie más
relaciones de parentesco ritual, cumpla con más
obligaciones de parentesco, o asuma obligaciones como
intermediario ante la sociedad no yaqui que lo rodea, que si
no tuviera estas aspiraciones.
Potencialmente debe haber reciprocidad en todas las
relaciones que implican una obligación, pero en cualquier
momento son asimétricas y en algunos casos se
desequilibran en forma permanente. Los que por lo general
hacen visitas y ofrecen hospitalidad casi siempre centran su
interacción en una familia. Las expresiones concretas de
hospitalidad, como los alimentos o los regalos, pocas veces
son correspondidos con un intercambío equivalente. La
ayuda que se brinda a los parientes o parientes rituales se
intercambia por una valuación positiva y el aumento del
status; también sirve como seguro de protección para

85
una futura necesidad personal, lo que equivale a una forma
de ahorro bancario social.

La hospitalidad y las vísitas

Todas las mujeres entrevistadas hicieron mucho hin-


capié en los límites internos y externos de las visitas
aceptables y de las formas adecuadas de hospitalidad. Las
visitas y la hospitalidad son muy constantes entre los
parientes, los vecinos y los parientes rituales. La cercanía, la
personalidad y la historia de las relaciones de la interacción
previa (incluso haber cumplido con las obligaciones en el
pasado) afectan más al modelo real.
Hay muchas opiniones sobre cuántas visitas deben
hacerse y cuándo debe ofrecerse hospitalidad. Las
relaciones con los parientes lineales se desarrollan
mediante visitas; se desaprueba que los hijos y los nietos no
visiten a sus padres y a sus abuelos tan a menudo como
sea posible. Los hermanos adultos tienen mucha
interacción, lo que a su vez asegura que sus hijos tendrán
también un contacto frecuente.
La importancia que se da a visitar a los parientes
cercanos se observa en el siguiente ejemplo. Una
informante de Potam tenía varios hijos que vivían en el
pueblo Todas las mañanas recorría las cínco casas
próximas en las que vivían sus descendientes líneales, y
todas las tardes uno de sus hijos, y a menudo un hijastro
que vivía más lejos, acudía a visitarla. Sus nietos y bisnietos
que vivían en el otro extremo del pueblo iban o eran
llevados a visitarla con frecuencia. Una nieta adolescente
que vivía en otra comunidad, vino a Potam en 1968, y se
quedó en la casa

86
de su otra abuela (materna) como era la costumbre. La
forma de vestirse y de comportarse de la adolescente debió
haber sido muy criticada. En esa época se maquillaba
mucho los ojos, usaba pantalones de mezclilla ajustados y
camisetas de punto muy entalladas, y abiertamente
afirmaba que la vida yaqui era "incivilizada". Nada de esto
molestaba a su abuela paterna, quien decía: "Ella es joven y
después aprenderá." Pero la nieta no la visitaba a diario Su
ausencia era comentada largamente todos los días, y
después de que regresó a su casa, los parientes de la
familia continuaron comentando que ella no había visitado a
su abuela tan a menudo como debería haberlo hecho.
Las mujeres que tienden a permanecer dentro de los
límites físicos de su casa o en sus inmediaciones, tienen
menos relaciones; pero las tengan o no, las visitas y la
hospitalidad se limitan al terreno en el que se mueven.
Algunas mujeres, a las que se describía como apegadas a
la casa pasaron varios años dentro de su terreno limitado
Nunca lo abandonaron sino por razones de necesidad
económica o para asistir a los ritos fúnebres. Sus únicas
visitas eran las personas que acudían a verlas.
Las visitas entre miembros de sexos opuestos son
poco aceptables. Desde luego, los hombres pueden visitar a
sus madres, abuelas, hermanas y tías; los padres pueden
visitar a sus hijas; los tíos a sus sobrinas. Las viejas tienen
más libertad de hacer visitas que las jóvenes. Los niños, sin
tomar en cuenta su sexo, pueden entrar en las casas.
Excepto los parientes cercanos, los viejos y los niños,
generalmente se considera impropio que los hombres visiten
formalmente a las mujeres y viceversa.

87
Cuando un hombre necesita ir a una casa donde hay
sólo mujeres y niños, por una diligencia o por negocios, esta
actividad la realiza en terreno neutral: en la verja, en la
puerta, o en la calle, y de preferencia frente a la mayor
cantidad de miembros de la familia como sea posible reunir.
En Potam, el jefe de una familia arregló que yo entrevistara
a varios hombres considerados fuentes de información
adecuada de la cultura yaqui. Estos hombres generalmente
llegaban solos a la casa. En vista de que el jefe de la familia
había informado que los hombres venían a hablar conmigo,
debían ser admitidos en la casa y les ofrecían hospitalidad.
Su llegada inevitablemente provocaba una nueva definición
del terreno social, ya que las adolescentes y las mujeres
jóvenes se retiraban a otra parte de la casa. v sólo se
quedaban las viejas y los niños cerca de donde yo
conversaba con el extraño.
La segregación en unidades sociales de hombres y
mujeres generalmente ocurre cuando llegan visitantes de
ambos sexos, como un matrimonio o una familia. Esta
segregación se advierte en otros contextos además de las
visitas; en las fiestas se forman grupos de hombres y de
mujeres.
Una mujer que visita a otra, dentro de los límites de
una visita aceptable, espera ciertas manifestaciones de
hospitalidad. La anfitriona debe ofrecer un lugar para
sentarse y platicar, y algún tipo de refresco, aunque sólo sea
agua o café. Las mujeres mayores tienden a valuar mucho
más el protocolo de las visitas y la hospitalidad que las
jóvenes. Una vieja en Potam no podía concebir que un
visitante aceptable recibiera menos de lo mejor que ella
podía ofrecerle en ese momento. Le molestaba mucho no
estar

88
presente en una visita, porque sabía que sus nueras no le
ofrecerían al visitante que descansara después de haber
caminado mucho, ni le darían siquiera un vaso de agua.
Los parientes cercanos y las personas que tienen gran
familiaridad con la anfitriona, pueden forzar a que les
brinden lo que consideran una forma adecuada de
hospitalidad haciendo bromas agudas. En una familia de la
región de Tucson la hospitalidad generalmente era muy
limitada. Las hermanas del amo de la casa usaban todo su
ingenio para que ella les ofreciera comida o bebidas, y si no
lo lograban, como último recurso se servían ellas mismas.
Los parientes de una comunidad distante que llegan de
visita imponen una secuencia de hospitalidad, de
mantenimiento e intercambio de regalos que puede
significar un gasto considerable para los anfitriones. Una
visita de dos semanas que efectuaron cuatro parientes de
Potam a sus parientes en Pascua, implicó su total
mantenimiento durante su estancia además de los
siguientes regalos: un vestido nuevo para una de las niñas,
cerca de diez vestidos comprados en tiendas de segunda
mano para regalar a otros parientes de Potam, otra ropa que
regalaron los anfitriones, una caja de sal que le llevarían de
regalo a un fiestero de Potam, una radio de transistores,
comida para el viaje de regreso, y varios regalos de dinero
en efectivo, desde uno hasta cinco dólares. Los visitantes se
presentan casi con las manos vacías, o pueden llegar
cargados de regalos, lo que aumenta su aceptación social.
No es bien visto realizar demasiadas visitas, hacer visitas
que sobrepasen los límites aceptables, o visitar sin una
razón poderosa. La expresión "meterse en las

89
casas" a veces se emplea para designar este
comportamiento. A los que se meten en las casas los
consideran vagos, chismosos o probablemente brujos. Entre
1968 y 1972, las informantes con frecuencia señalaron a
tres mujeres de una comunidad como personas que se
metían en las casas. Se sospechaba que dos de ellas eran
brujas, y me contaron muchos relatos de las desgracias que
sufrieron las familias que aquéllas visitaban. Las mujeres
que se metían en las casas no se consideraban a sí mismas
perezosas o malas, sino amables, y que estaban
interesadas en sus vecinos, y que eran serviciales. Éste es
otro punto sujeto a diferentes interpretaciones.
Otro ejemplo de cómo se delimitan las fronteras de las
visitas aceptables. es el de un muchacho de 18 años de una
familia de Potam, a quien una muchacha de la casa vecina
le pidió que le ayudara a llevarle agua a su madre. El
muchacho aceptó ayudarla con gusto, pero fue detenido
abruptamente por las mujeres de su propia familia, quienes
afirmaron que ya no era un niño y que no podía meterse en
las casas como antes lo hacía.

El índíviduo y la angustia

Todos los individuos en todas las sociedades padecen


diversos tipos de tensión nerviosa. En la actualidad los
yaquis sufren un nivel relativamente elevado de angustia, y
en el pasado padecieron niveles aún mayores. Los yaquis
que personalmente sufrieron persecuciones, ejecuciones,
deportaciones, campañas militares contra ellos, y otras
penalidades en Sonora a finales del siglo pasado y a
principios de éste, pade-

90
cieron una angustia que superó a todo lo demás. Aquí se
seleccionaron y se analizaron las tensiones que se originan
internamente en la sociedad, como un panorama de las
reacciones del individuo frente a la angustia.
La familia es flexible y es la unidad fundamental, pero
no le faltan tensiones nerviosas y conflictos. La mayoría de
las tensiones nerviosas que sufren las mujeres se generan
aquí, pero los hombres padecen más angustias fuera de
ésta unidad. La principal fuente de angustia surge al
determinar cómo se desempeñan los papeles según la edad
y el sexo.
En las familias grandes, las mujeres mayores tienen
autoridad sobre las jóvenes. Una relación especialmente
sensible es la de las suegras y las nueras, pero la manera
como se maneja la autoridad basada en la familia afecta
también a otras relaciones. Varias mujeres mayores que
vivieron con sus suegras cuando acababan de casarse,
recordaban haber sentido resentimiento por haber sido
alejadas de las familias en que habían nacido, por tener
menos libertad personal en comparación con otros períodos
de su vida, por tener que trabajar arduamente bajo la
dirección de sus suegras, y por tener poco dominio de sus
propios hijos. Otras mujeres llevaron buenas relaciones con
sus suegras mientras vivieron en la misma casa. En ninguno
de estos últimos casos describieron a la suegra como muy
autoritaria o dominante. El grado de tensión nerviosa se
relaciona con la justicia al ejercer la autoridad, ya sea que
se mantenga o no una distancia social entre la figura
autoritaria y las demás.
La angustia en una familia puede surgir cuando el
hombre no ofrece un apoyo económico adecuado,

91
cuando las mujeres sufren maltrato físico (generalmente se
golpea a la esposa o amante) y también los niños, y por los
"vicios" que tienen los hombres. Las disputas por adulterio,
propiedad y la custodia de los niños a menudo también se
realizan o se inician en la familia. Con frecuencia las
informantes decían que sólo los tontos crean conflictos por
la conducta de los niños, pero a menudo los actos de los
niños ofrecen una excusa para entablar controversias dentro
de una familia o entre yarias familias.
En las familias pequeñas neolocales pueden producirse
tensiones nerviosas, porque no hay adultos que compartan
las responsabilidades familiares. Por ejemplo, una
informante abandonó a su esposo y a sus seis hijos, y dio
como razones principales para hacerlo que su esposo no le
daba apoyo económico y era un borracho empedernido Sin
embargo, también afirmó que habría actuado de otro modo
si hubiera habido en la familia otra mujer que la ayudara.
El tipo de vida familíar aparentemente ha cambiado en
las dos o tres últimas décadas. Los antropólogos que
trabajaron con los yaquis hace muchos años, igual que los
informantes viejos, han dicho que las familias más
modernas son diferentes. Yo pude apreciar hasta cierto
punto estos cambios, porque una familia de Arizona y una
de Torim, a las que conozco, parecen epitomizar el tipo de
familia que antes predominaba en la sociedad yaqui, pero
tengo poca información de primera mano sobre el carácter
de las familias más tradicionales, y el contraste que expongo
aquí sin duda resulta imperfecto. Idealmente, las familias
tradicionales presentaban un aspecto tranquilo ante el
mundo, y radiaban una aparente determinación y orden.
Quizá el nivel del ruido era menor: las

92
voces eran más suaves y a los niños los controlaban menos
con las palabras. (La abrumadora impresión que me dejaron
las familias no tradicionales fue la de las constantes órdenes
a gritos dadas a los niños, y mi impresión de dos familias de
corte antiguo fue la de tranquilidad y quietud.) El respeto a la
edad y a la autoridad se reflejaba en pequeños detalles de
deferencia. Las prácticas religiosas se centraban en la cruz
del patio y en el altar familiar. Las familias tradicionales que
aún existen tienden a practicar algún tipo de actividad
religiosa en familia.
No pude saber si las familias tradicionales sufrían
menos tensión nerviosa, o si ésta sólo era menos evidente.
Los relatos personales de las informantes más viejas
sugieren que antes había angustia igual que ahora.
Especialmente en Arizona, la tendencia a crear unidades
neolocales en las que las mujeres predominan cuando son
más jóvenes, elimina gran parte de la fuente de angustia
que proviene de las diferencias de autoridad entre adultos,
en especial entre las mujeres. Pero también puede
aumentar la tensión nerviosa la falta de individuos que
compartan la responsabilidad. Los cambios en los modelos
económicos, en especial el cambio de la producción directa
o las relaciones con el patrón, a una plena economía del di-
nero, han hecho cambiar la tensión nerviosa relacionada
con la subsistencia. Hay más oportunidades de reñir cuando
el hombre protector aporta dinero, porque existen más
oportunidades de que el dinero se utilice en otras cosas
además del mantenimiento de la casa. Parece adecuado
afirmar que las familias modernas dan muestras más
evidentes de angustia que las tradicionales, y que las zonas
donde se produce la tensión nerviosa han cambiado un
poco.

93
El término "vicio" se aplica al alcoholismo y a la embriaguez;
al consumo de mariguana, heroína y otras drogas heroicas
(especialmente en Arizona); al asesinato y a la violencia; y
aun al tatuaje. Muchos yaquis advierten que el vicio es uno
de los problemas más graves de su sociedad. En general se
considera que los vicios son propios de los hombres.
Aunque algunas mujeres beben o usan mariguana o juegan
a los naipes o se inyectan heroína, su conducta se
considera excepcional; en cambio, es permitido que los
hombres tengan vicios. Éstos pueden considerarse una
fuente de conflictos y una reacción ante la angustia. Además
de las peleas y otras disputas que surgen por la práctica de
un vicio, una gran parte de la tensión nerviosa que genera
éste se centra en la familia. Las privaciones económicas que
provienen de dilapidar los recursos económicos, el maltrato
físico a la esposa o amante o a los hijos, y el fracaso del
hombre en dar modelos adecuados de su papel, son una
fuente continua de conflictos.
Las reacciones individuales ante la tensión nerviosa
varían desde aceptar o tolerar la situación que produce ésta
(mediante diversas tácticas para reducir la angustia) hasta
las riñas abiertas, la confrontación o la violencia. Sería muy
simple afirmar que muchas situaciones conflictivas se
permiten, se aceptan o se soportan. Estas tensiones
nerviosas pueden producir un efecto negativo, falta de
cooperación, retiro del apoyo, un cambio de los patrones de
interacción, la activación de los controles sociales
informales, y las reacciones psicológicas de quienes se ven
implicados en esto son muchas y muy complejas. El efecto
de esto en muchas situaciones, es que las personas
continúan viviendo angustiadas. Las mujeres

94
toleran a veces pasiva y fatalistamente la embriaguez, la
falta de apoyo económico y el maltrato físico que les dan los
hombres. Las esposas dicen que, mientras permanezcan
con sus esposos, deberán soportar estas cosas. Una nuera
que vive bajo el dominio de una suegra autoritaria, acepta
esta situación. Los miembros de la sociedad ceremonial no
cumplen con sus responsabilidades, los funcionarios
venales siguen en sus puestos, y los robos y la violencia se
aceptan sin acudir a la ley.
La tolerancia a la tensión nerviosa debe, en parte,
compararse con la creencia básica de que la vida yaqui es
"dura". Hay numerosos ejemplos de vivir con angustia o de
tener conflictos, y la experiencia individual refuerza este
punto de vista. Creo que el fatalismo es un elemento
importante. Algunas categorías de los papeles más positivos
tienen cierta dimensión que refleja la actuación ante la
presencia de la angustia (una "buena" mujer hace lo mejor
que puede ante la adversidad; a menudo se considera
"buenas" a las mujeres que no molestan a sus esposos por
su embriaguez o su falta de apoyo económico). La
tolerancia a la tensión nerviosa también es producto del
costo social o de otro tipo, y de la ineficacia potencial de las
alternativas y de otras connotaciones negativas de "hablar
mal de alguien".
Los diversos controles sociales informales actúan en
parte para reducir la tensión nerviosa. La palabra hablar
abarca muchos de estos mecanismos de control social
encaminados a corregir la conducta que se considera
indeseable y para reforzar las ideas yaquis positivas.
Expresiones como "qué bien hablé", "él habló por mí" o "él
habla por su pueblo", se oyen frecuentemente. Los chismes
y la comunicación de

95
informes personales causan tensiones nerviosas (a los
hombres les gusta afirmar que muchos problemas surgen
por los chismes de las mujeres) y también es una forma de
control social que puede reducir la tensión. Se condena
totalmente "hablar mal de alguien". La delgada línea que
divide el ser honesto y exponer un tema, y hablar mal de
alguien para causar problemas, está sujeta a diversas
interpretaciones. No conocí a nadie que admitiera hablar
mal de alguien, pero a muchos los acusaban de hacerlo A
veces se refutan formalmente las murmuraciones. El rumor
de que ciertas familias no eran buenos yaquis y que se
habían "vuelto mexicanos", fue respondido por lo menos en
tres ocasiones: el acusado acudía con el acusador y le
aseguraba que la afirmación no era verdadera. Los rumores
sobre asuntos extramaritales se contestaban enfrentándose
a la persona que se suponía era la fuente del rumor.
Retirar la ayuda económica para conseguir un cambio
de conducta o de situación, es una forma de control social
que las informantes yaquis, en especial las residentes
urbanas más jóvenes, consideraban que debería ser más
eficaz de lo que era en la realidad. Cuando una mujer de
Tucson dejó de darle comida y dinero a su sobrino, en un
esfuerzo por hacerlo que dejara de usar heroína, él
sencillamente obtuvo apoyo económico en otra parte. En
vista de que es muy fácil retirar el apoyo económico y
aplicar el ostracismo, reestructurar las relaciones
personales, muy pocas veces resulta eficaz.
Las tensiones nerviosas individuales suelen aliviarlas
curándolas. La cura puede iniciarse en cualquier momento;
se da una explicación aceptable de la enfermedad y de las
desgracias, se localiza la cul-

96
pa y al individuo afectado se le ofrece atención seria y
personal. El retraimiento psicológico (introversión temporal o
rechazo a hablar o interactuar normalmente) es otra manera
como se logra volver tolerable la angustia. Ésta era una
reacción bastante común entre los niños mayores y los
adolescentes en una familia de Potam. Los adultos también
sufren periodos de depresión acompañados de una
disminución de la conversación y las actividades normales.
Este estado se define como tristeza o como estar enojado.
El retraimiento físico ante una situación que produce
angustia a veces hace que se cambie de afiliación familiar o
que el individuo se marche a otra localidad. Reestructurar
las relaciones interpersonales temporalmente o a largo
plazo es una reacción común.
A los adultos y hasta a los niños mayores los hacen
responsables de sus actos. No se culpa o se culpa poco a la
esposa de un asesino convicto, a los hijos de una unión
incestuosa evidente, o la familia cercana de los traidores
yaquis. Junto con la censura de "no te metas en lo que no te
importa" y el mandato de no hablar mal de las personas,
esta actitud sirve para aíslar la angustia al no mezclar en
esto a otros individuos. También significa que las
alternativas para reestructurar las relaciones interpersonales
y marcharse a otra localidad son siempre factibles.
Están bien desarrolladas las reacciones yaquis que
sirven para aislar, confinar y reprimir las tensiones nerviosas
o para eludirlas. Hay pocas tácticas para resolver el
problema más positivamente. Las tácticas de mediación se
han desarrollado muy débilmente, según los datos
existentes. Cuando fallan las tácticas de reprimir, soportar y
evadirse, puede recurrirse al vicio, a varias formas de
violencia, al conflicto

97
abierto y a los pleitos judiciales. Es elevada la incidencia del
vicio, incluso de la violencia.

Constelaciones de conductas

Los yaquis aceptan que no son singulares las dife-


rentes constelaciones de conducta, lo que es un fenómeno
recurrente que constituye un esperado campo de las
variaciones de la conducta en la sociedad yaqui. Algunas
son expresadas, o quizá sea más exacto decir que ciertos
términos castellanos de uso común son una especie de
resumen verbal para dar información sobre la conducta
individual o la personalidad. Otras constelaciones no se
expresan en términos sencillos, sino que forman, según
creo, categorías definidas. Es imposible hacer una definición
precisa de las categorías de la conducta (y el tono es más
importante). Algunas caracterizan situaciones temporales,
otras son resúmenes de tipos de personalidad, y otras más
tienen como referencia básica algunos aspectos del papel y
el desempeño del papel que predomina en la identidad de
una persona. Los papeles más definidos no se tomarán en
cuenta aquí, a fin de analizar las categorías menos obvias
en las que insistieron las informantes.
Estas categorías describen las formas de conducta
más claras y extremadas. Es más difícil tratar de ofrecer un
resumen preciso de los campos intermedios de la conducta;
los individuos "normales" o menos notables (quizá la
mayoría de los yaquis) no se adaptan fácilmente a estos
marbetes verbales. Las constelaciones de la conducta
evidentes son, en cierto sentido, una expresión de los
valores yaquis básicos.
Un par de categorías de la conducta se consi-

98
deran polos opuestos, y a menudo se definen
contrastándolas: la persona alegre y la triste. El extremo
triste de la escala está bien definido, y la palabra en español
se usa a menudo para describir este estado. El extremo
alegre es mucho más nebuloso, y no tiene características
claras, ni puede definirse con una sola palabra: para definir
esta categoría me basé en el contexto y en el contenido de
las descripciones personales que me dieron las informantes
sobre los individuos considerados (entre otras cosas)
alegres, y que parecían compartir esta constelación de
características de la conducta. Podría emplearse la palabra
alegre en contextos similares y las connotaciones advertidas
por las informantes se parecerían a las que se describen
aquí, pero la palabra a menudo se usa en otros contextos
sin estas implicaciones.
El elemento básico parece ser la extroversión. Las
personas alegres son positivas, hablan mucho, y tienden a
interactuar con un número de individuos superior al
promedio También se afirma que les gusta la música, las
fiestas, las reuniones y bailar. Las personas alegres tienen
más parientes rituales; pueden tener mayor número de
obligaciones, pueden convertirse en miembros
sobresalientes de las unidades familiares, y tienden a
establecer con los demás, vínculos emocionales profundos.
Sin embargo, alguien puede hacer bromas, ser muy
extrovertido, y tener muchas obligaciones, y no ser
catalogado en esta categoría nebulosa pero real. Las
personas alegres no pueden ser social o sobrenaturalmente
peligrosas para quienes las clasifican así. Los posibles
brujos, los que "hablan mal de la gente" o los que "se meten
en las casas" no entrarán en esta categoría, y si acaso los
llaman alegres, el marco de referencia será más

99
limitado. Todos pueden estar momentáneamente alegres,
pero sólo una mujer madura fue catalogada en esta
categoría de la conducta. Las mujeres así descritas son las
más admiradas de la sociedad yaqui —se acercan tanto
como es posible al desempeño ideal de su papel—. Las
características del síndrome son básicas del papel de las
mujeres. Cuando se habla de las virtudes de los hombres,
se emplea un conjunto de referencias diferente.
El triste tiende a la introversión, a la pasividad, habla
menos, tiene menos relaciones interpersonales, y es poco
probable que se diga que goza de lo frívolo, como oír
música en la radio o que le guste el baile secular, tampoco
asistirá con frecuencia, como los otros, a las fiestas ni
atraerá a los parientes rituales. La tristeza es una
enfermedad que se caracteriza por una depresión
extremada —una pérdida de interés en todas las cosas— y
a veces es mortal. Las personas pueden estar un poco
tristes, y la tristeza temporal puede sentirse en cualquier
edad. Un estado de tristeza temporal se caracteriza por un
retraimiento de las relaciones normales, una disminución de
la actividad normal y de las conversaciones o aun negarse a
hablar. La personalidad triste puede darse en los adultos de
ambos sexos.
La categoría de duro, como la de triste, tiene con-
notaciones bastante específicas. A las personas maduras de
ambos sexos las pueden considerar duras. Las gentes
duras tienen papeles dominantes que desempeñan con
autoridad a la manera tradicional, pueden castigar con
dureza a los niños, y a menudo se encuentran en el núcleo
conservador de la sociedad yaqui, apoyan el estilo de vida
yaqui, que en sí se considera duro.

100
Hay sorprendentes paralelismos entre las categorías
de alegre y duro Los que pertenecen a ambas consiguen
desempeñar sus papeles por arriba del promedio y en sus
vidas actúan basándose en los ideales fundamentales de la
cultura yaqui. Las principales diferencias entre las dos
categorías parecen ser el grado de la actividad emocional y
la manera como estructuran sus relaciones interpersonales.
Los duros favorecen la estratificación vertical y tienen
vigorosas relaciones dominantes como si los demás fueran
sus servidores y ejercen firmemente la autoridad, mientras
que los alegres prefieren las relaciones más horizontales,
igualitarias y los procedimientos menos autoritarios.
Se considera que el que bebe alcohol es un borracho, y
el que fuma mariguana es mariguano, y que hay adictos a la
heroína, asesinos y personas con otros vicios. Pero el
individuo al que se le llama viciado es malo en todos los
aspectos, y se cree que su alma inmortal está en peligro de
ser condenada al infierno por practicar múltiples y diversos
vicios. Un viciado.puede considerarse a sí mismo malo o
que está en las garras del demonio, y por esto puede
suicidarse. Cuando un adolescente adicto a la heroína se
ahorcó en una cárcel de Tucson a principios de la década
de 1970, se dijo que "era tan malo, estaba tan víciado, que
sabía que no podía seguir viviendo".
Por definición, las cantineras son las que pasan mucho
tiempo tomando bebidas alcohólicas en las cantinas.
Además, beben con los hombres y a menudo "se van con
cualquiera". También, es poco probable que desempeñen su
papel femenino adecuadamente en una familia, y que
permanezcan en la casa como deberían hacerlo, Las
cantineras no son necesaria-

101
mente malas, aunque, como los viciados, puede
considerarse que están en una bancarrota moral. A veces
se cree que las cantineras no pueden actuar de otro modo;
a menudo se piensa lo mismo de las ninfomaniacas o las
que "tienen que tener un hombre". En otras ocasiones se
considera irresponsables a las cantineras, ya que pasan
mucho tiempo en la calle, y así perjudican a sus hijos, a sus
familias o sus casas. Este punto de vista arroja la
responsabilidad de la propia conducta en los individuos, de
acuerdo con el modelo yaqui general de considerar los actos
propios una responsabilidad personal. Ninguna informante
consideró que esta conducta fuera una reacción legítima
ante los problemas abrumadores. Afirmaban que muchas
mujeres que sufrían penalidades similares o peores
sobrevivían sin tomar este camino ni volverse cantineras, y
que el tipo de vida personal no se ofrece como una
explicación razonable.
Las mujeres "pegadas a la casa" forman otra categoría
bastante definida. Ciertas mujeres continuamente toman
decisiones que les evitan salir de su casa. No visitan con
frecuencia a otras familias, o quizá nunca salen de sus
casas. Reaccionan más lentamente que otras mujeres ante
las presiones económicas para buscar empleo fuera de su
casa, o dejan de trabajar fuera tan pronto como pueden.
Pocas veces asisten a ceremonias públicas, y se limitan a
las ceremonias familiares en las que participan los parientes
cercanos. Las mujeres muy apegadas a la casa en general
tienen personalidades tristes, pero su afiliación a las dos
categorías no es idéntica.
En algunos aspectos las mujeres apegadas a su casa
también se aproximan al ideal del desempeño del papel
femenino en la familia, porque permanecen

102
en la casa y se interesan casi exclusivamente en los
asuntos familiares. Igual que las mujeres alegres y las
duras, las apegadas generalmente pertenecen al sector más
tradicional de la sociedad yaqui. Pero su postura
tradicionalista pocas veces es evidente o visible. Más bien
practican el tradicionalismo que ser partidarias de éste. Por
estar constante e invariablemente en un lugar, pueden
convertirse en el blanco fácil de los parientes que piden
ayuda, y se esfuerzan por darla siempre que no deban
abandonar su casa. Estas circunstancias hacen que las
mujeres apegadas a sus casas tengan muchas
obligaciones, principalmente con sus parientes. Estas
mujeres se distinguen por su tendencia a no murmurar, se
expresan bien de la gente y no se meten en los asuntos
ajenos. Las mujeres apegadas a su casa no son obligadas
por los demás a normar así su conducta, pero a algunas sus
esposos o padres les limitan sus movimientos. Más bien
dicho, estas mujeres han internalizado profundamente estos
aspectos del papel femenino o tienen personalidades que
vuelven el reducido mundo de la familia el mejor lugar para
ellas. En el polo diametralmente opuesto a las mujeres
apegadas a su casa están las que "andan metiéndose en las
casas".
Un individuo calificado corajudo tiene mal carácter y es
excitable. Se dice que son corajudos los hombres que
cuando se emborrachan se vuelven violentos e inician
peleas. También es propio de la conducta del corajudo, ya
sea hombre o mujer, mostrarse impacientes, insultar a los
demás y castigar injustamente a los niños.
A algunas mujeres las califican como buenas o malas.
La evidencia contextual de los relatos personales, así como
las respuestas a las preguntas directas

103
sobre las mujeres buenas, delinearon un conjunto de
atributos que se centraban en atender bien a la familia y en
cumplir las obligaciones. Una buena mujer trabaja mucho, a
menudo a pesar del apoyo económico inadecuado que
recibe y de la embriaguez crónica de los hombres de su
familia, cría adecuadamente a sus hijos, es justa, realiza sus
labores domésticas, maneja los recursos económicos de la
familia eficazmente, y se comporta de acuerdo con su edad
y su estado civil. La conducta adecuada puede consistir en
pedirle permiso a su esposo o a su padre para salir de la
casa o para hacer otras actividades. Generalmente no se
cíta el cumplimiento de las obligaciones ceremoniales como
criterio para esta evaluación, ni importa con cuántos
hombres ha hecho vida marital, mientras viva sólo con uno a
la vez. Tener hijos ilegítimos y amoríos no tiene gran
importancia al evaluar a una mujer soltera como buena.
Bueno y malo no son imágenes opuestas. Si una mujer
no está calificada como buena, puede decirse que no es
muy buena. Las mujeres realmente promiscuas y las
cantineras, por ejemplo, están muy leios de ser 'buenas,
pero generalmente no las consideran malas, a menos que
se comporten muy mal. Las mujeres malas son las que
"andan metiéndose en las casas" y "hablan mal de la gente",
las que se niegan a cumplir sus obligaciones con sus
parientes, aunque tengan recursos económicos, o que
causen problemas. Ocasionalmente, las mujeres señalan
que son malas las mujeres con quienes sus esposos o
amantes tienen relaciones sexuales, pero este empleo del
término es limitado Una mujer fue descrita apasionadamente
por una informante de Hermosillo como "mala, mala, mala",
era una persona que causaba

104
problemas, era conocida en todo el barrio y no cumplía con
sus obligaciones del parentesco Tenía un temperamento
corajudo que se manifestaba en una rudeza constante e
insultaba a los demás sin ser provocada, temperamento que
fue definido así porque, aparentemente sin ningún motivo,
una mañana mató con un cuchillo de carnicero a un perrito.
Las categorías descritas no representan juicios universales
del carácter, la conducta o la personalidad. Sólo un individuo
o unos cuantos pueden describir a otra persona en estos
términos, o la evaluación puede ser muy amplia. La
experiencia personal y el contexto específico afectan estos
juicios. El que es abandonado por su madre en su temprana
infancia, o poco tiempo después, durante toda su vida
puede sentir resentimiento, y llamarla una mala madre o
decir que no era una buena madre. A esta misma mujer
pueden describirla de manera diferente sus compañeras de
la misma edad que tengan más conocimientos y experiencia
de cómo cambian las relaciones y que no hayan sufrido un
trauma emocional por causa de ella.

REFERENCIAS

Boas, Franz. "Recent anthropology", en Science,


98:311- 14, 334-37, 1943.
Cronin, Constance. The sting of change, Chicago:
University of Chicago Press, 1970.
Gudeman, Stephen, "The compadrazgo as a reflection
of the natural and spiritual person", en Proceedings of the
Royal Anthropologícal Institute of Great Britain and Ireland
for 1971, Londres, 1972, pp. 45-72.

105
Kluckhohn, Clyde. "The personal document in
anthropological science", en The use of personal documents in
history, anthropology, and sociology, ed. Louis Gottschalk, Clyde
Kluckhohn, y Robert Angell, Social Science Research Council
Bulletin, 53, Nueva York, 1945, pp. 78-173.
Langness, L. I. The life history in anthropological science,
Nueva York: Holt Rinehart and Winston, 1965.
Mintz, S. W., y E. R. Wolf. "An analysis of ritual
coparenthood (compadrazgo)", en Southwest Journal of
Anthropology, 6:341-68, 1950.
Moisés, Rosalío, Jane Holden Kelley, y William Curry
Holden. The tall candle: The personal chronicle of a Yaqui
Indian, Lincoln: University of Nebraska Press, 1971.
Pozas, Ricardo. Juan de Chamula: An ethnological
recreation of the life of a Mexican Indian, Berkeley: University of
California Press, 1962.
Radin, Paul. "The autobiography of a Winnebago Indian",
en University of California Publications in American Archaeology
and Ethnology, 16: 381-473, 1920.
------ . Crashing Thunder: The autobiography of an
American Indian, Nueva York: Appleton, 1926.
Spicer, Edward. Pascua, a Yaqui village in Arizona,
Chicago: University of Chicago Press, 1940.
------ . "Potam, a Yaqui village in Sonora", en American
Anthropological Association Memoir 77, Mena-sha, Wis., 1954.
Spiro, Melford E. "An overview and a suggested
reorientation", en Psychological Anthropology, ed. Francis L. K.
Hsu, nueva ed., pp. 573-607, Cambridge, Mass.: Schenkman
Publishing Co., 1972.
Swallow, D. A. "The anthropologist as subject", en
Cambridge Anthropology, 1, No. 3, 1974, pp. 51-60.
White, Leslie A. "Autobiography of an Acoma Indian", en
New material from Acorna, Bureau of American Ethnology
Bulletin, 136, pp. 301-60. Washington, D. C.: Smithsonian
Institution, 1943.

106
LOS RELATOS

LAS CUATRO biografías presentadas aquí ilustran, hasta


cierto punto, la gama de los hechos históricos en que
participaron los yaquis desde la década de 1880 hasta el
presente. Desde esa época hasta el fin de la Revolución
Mexicana (1920), vivían más yaquis en los ranchos de
Sonora, en los pueblos mineros y en las ciudades, como
Hermosillo, que en los ocho pueblos tradicionales situados
en los estrechos bajos del río Yaqui (Belem, Huirivis,
Rahum, Potam, Vicam, Torim, Bacum y Cócorit). Los
conflictos con los mexicanos por la tierra y la autonomía
empezaron desde hace mucho tiempo, pero las guerras
yaquis de las décadas de 1880 y 1890 tuvieron un gran
efecto sobre Sonora. Es sintomático de los efectos de este
profundo conflicto en los patrones de los asentamientos
yaquis que los padres de las cuatro mujeres, cuyas historias
se cuentan a continuación, hayan nacido en los pueblos del
valle del Yaqui, aunque todas ellas nacieron en otras partes
de Sonora.
Dominga Tava nació en 1901, después que las otras
tres mujeres. Pero de las cuatro mujeres, ella era quien
recordaba más la historia, y ofreció algunos antecedentes
familiares que incluían las acciones militares y las vidas de
los hombres que participaron en las guerras yaquis. Algunos
miembros de la familia de su padre pelearon al lado de
Cajeme, el famoso (o nefasto, según el punto de vista) jefe
yaqui que fue asesinado en 1887.

107
Las otras tres mujeres nacieron a principios y a finales
de la década de 1890 en la mina La Colorada, donde hubo
durante muchos años una importante comunidad yaqui. Los
yaquis de allí y de otras minas eran mineros hábiles y se
consideraba que eran de confianza y buenos trabajadores.
Los yaquis adultos de estas comunidades sin duda estaban
interesados y comprometidos en los asuntos yaquis más
amplios, aunque a los niños que nacieron allí deben
haberles parecido remotos. La vida era segura y agradable;
tenían un nivel de vida similar al de los trabajadores en otras
partes de Sonora.
La aparente seguridad de estos pueblos quedó
destruida a principios de 1900, cuando el gobierno mexicano
emprendía una campaña militar en gran escala para sofocar
la insurrección yaqui. Su fin era limpiar de yaquis las
montañas Bacatete, que desde mucho tiempo antes les
servían de base de operaciones y refugio Los yaquis se
dispersaron y fueron empujados hacia los refugios de las
montañas; y el 18 de enero de 1900, algunos
destacamentos militares mexicanos se reunieron en un lugar
llamado Mazo-coba. El jefe yaqui Tetabiate escapó, pero
murieron asesinados varios cientos de yaquis, otros se
arrojaron a los desfiladeros y perecieron, y
aproximadamente 2 mil mujeres y niños fueron apresados.
Después de esto, la vida de los yaquis fue mucho menos
estable. La unidad familiar a que pertenecían Antonia Valen-
zuela y Chepa Moreno se desintegró, y ellas se mudaron a
Hermosillo junto con una parte de la familia fragmentada.
Comenzó una nueva época, que se caracterizó por un nivel
de vida más bajo, y además los mexicanos los insultaban
por ser yaquis.
Sonora tuvo un nuevo gobernador en 1903, Ra-

108
fael Izábal (o Isábal o Ysábal) que emprendió una nueva
política para manejar a los yaquis: deportarlos a las
haciendas del sur de México Desde entonces hasta el
principio de la Revolución Mexicana en 1910, los yaquis
fueron capturados, arrestados, ejecutados, perseguidos y
deportados por los militares mexicanos. La amenaza de que
uno de estos actos afectara a una familia producía un miedo
constante, y las familias fueron separadas y diezmadas.
Chepa Moreno, que entonces estaba recién casada, y
Dominga Ramírez, que era una niña, se encontraron entre
los numerosos yaquis deportados, y a ambas las enviaron a
Yucatán. Sus relatos, que son los primeros que se publican
sobre estas experiencias, son un testimonio amplio de los
sufrimientos de los yaquis deportados.
Muchos yaquis decidieron refugiarse en los Estados
Unidos. Esta emigración comenzó en la década de 1880,
pero aumentó mucho durante la época de las deportaciones.
Antonia Valenzuela es un ejemplo de esto Su abuela la llevó
a Arizona y vivió como yaqui de Arizona, y todos sus hijos
nacieron y han vivido allí. Sin embargo, otros yaquis
permanecieron en Sonora en estos años difíciles. Dominga
Tava vivió sus primeros años en Hermosillo; en 1916
acompañó a su madre a Arizona, y a partir de entonces
pasó la mayor parte de su vida en Tucson.
La Revolución Mexicana en muchos aspectos fue
extraña a las preocupaciones principales de los yaquis por
la tierra y la autonomía. Sin embargo, para los individuos fue
una experiencia personal abrumadora. Los yaquis
deportados a Yucatán se unieron a algún ejército
revolucionario cuando los liberaron de lo que ellos
consideraban una esclavitud. Los yaquis de Sonora también
se unieron a diferentes ejér-

109
citos. Las mujeres yaquis se volvieron soldaderas, como
Chepa Moreno y Dominga Ramírez.
Después de la Revolución, los yaquis poco a poco
regresaron al valle del Yaqui. Los soldados regresaron
cuando los dieron de baja en el ejército y también lo hicieron
los que habían residido mucho tiempo en Arizona. Así
empezó la notable reconstrucción de la vida yaqui en los
ocho pueblos. Dominga Ramírez fue la única de las cuatro
mujeres que vivió en los pueblos durante esa época, y su
relato no refleja la importante y deliberada reconstrucción de
la organización civil, religiosa y militar yaqui, para convertirla
en una entidad funcional. Dominga Ramírez, según cuenta,
se sentía más interesada en sus asuntos personales
durante esos años. Vivió allí hasta que fue adulta, sin
participar en una situación en que funcionaban todas las
instituciones yaquis, pero podemos inferir que no observó
nada extraordinario mientras se reconstruía la sociedad
yaqui. Su actitud implícitamente muestra la actitud muy
extendida de que, aunque los yaquis sean refugiados o
desplazados durante muchos años, la cultura y la patria de
los yaquis trascenderá estos sucesos temporales. Aparece
algo del entusiasmo y de la realidad de los esfuerzos de
reconstrucción en el relato de Dominga Tava. Ella vivía en
Arizona en esa época, pero visitaba a su padre en Vicam
cuando se estaba reconstruyendo la iglesia: su padre era
capitán de Vicam, y por eso ella vivió (aunque poco tiempo)
cerca de donde se realizaban los trabajos de la
reconstrucción.
Los esfuerzos de la reconstrucción no carecían de
problemas. Entre los problemas externos más importantes
estaba el reparto de las tierras yaquis que el gobernador
Adolfo de la Huerta les entregó a unos

110
extraños en 1919. En 1926, Alvaro Obregón fue a Sonora a
hacer su campaña política para reelegirse como presidente
de México Muchos yaquis habían colaborado con él durante
la Revolución y algunos lo conocían personalmente. ¿Qué
podría ser más razonable (desde el punto de vista yaqui)
que hablar con Obregón de los problemas que tenían con
sus tierras? Sus intenciones fueron mal interpretadas (desde
el punto de vista de los yaquis) y cuando el tren de Obregón
se detuvo en estación Vicam, un enfrentamiento a tiros inició
la guerra de 1926-1927. Este fue el último conflicto abierto
entre los mexicanos y los yaquis.
Hay puntos de vista diferentes sobre la guerra de 1926-
1927 en los cuatro relatos. Dominga Ramírez se encontraba
entre los residentes de Potam que huyeron a las montañas.
Este grupo no participó en las acciones militares y al final se
rindió, pero a la mayoría de sus miembros los deportaron o
los reclutaron en el ejército mexicano, pero nada le sucedió
a Dominga Ramírez. Dominga Tava pertenecía a una familia
de Arizona que participó activamente en los planes de la
guerra yaqui y en adquirir armas para la rebelión, y su padre
desempeñó un papel militar activo en Sonora. Chepa
Moreno observó la guerra desde la atalaya de su empleo de
lavandera en Hermosillo, y reafirmó su anterior opinión de
que los yaquis sólo se dedicaban a pelear. Cuando supo
que habían abandonado la cosecha del año para huir a la
sierra, decidió que los yaquis eran más tontos de lo que ella
creía. Antonia Valenzuela no mencionó la guerra en su
relato; y aunque sabía mucho de ésta, no incluyó ningún
episodio, lo que indicaba que la había impresionado poco.

111
Después de 1927, la historia de los yaquis entró en un
periodo menos dramático, sin sucesos muy memorables.
Las cuatro mujeres continuaron viviendo donde antes: una
en el valle del Yaqui, otra en Hermosillo y dos en Arizona.
Son evidentes las diferencias en su tipo de vida, pero resulta
más interesante la posición de cada mujer en sus matrices
sociales a través del tiempo, y la estrategia que usó cada
una para definir y mantener su posicíón. Dominga Ramírez
progresó durante varias épocas para terminar siendo una
jefa de familia bastante respetable. Chepa Moreno se volvió
cada vez más una persona socialmente aislada; no tenía
hijos ni parientes cercanos. Antonia Valenzuela empleó sus
energías casi exclusivamente en su casa y en su familia.
Dominga Tava, por el contrario, dedicó su atención a
actividades fuera de su hogar.
En el verano de 1975, llevé los relatos revisados a
Arizona y a Sonora para cotejarlos por última vez con las
informantes hasta donde esto era posible. La historia de
Chepa Moreno no pude cotejarla porque, después de su
muerte, no dejó descendientes o amigos o parientes
cercanos que tuvieran información importante. Pude cotejar
muy poco en Potam con los descendientes de Dominga
Ramírez, pero me aclararon algunos puntos. Aún vivían
todas las hijas de Antonia Valenzuela, y una de ellas
escuchó toda la traducción del relato, como se afirma en el
prefacio de su historia. Dominga Tava revisó minuciosamen-
te su propio relato, y le añadió los detalles que creía que
debían incluirse.
Por costumbre los yaquis identifican a las personas
conforme al nombre del pueblo ancestral del yalle del Yaqui,
y afirman: "Él (o ella) es de Toril", o de Vicam o de Potam,
etcétera. Las expresiones "andar con" o "hablar con" se
dejaron

112
textualmente. "Andar con" puede significar, literalmente:
caminar al lado de una persona, tener una cita amorosa,
una relación sexual esporádica, y hasta tener relaciones
sexuales duraderas. El sentido de la frase surgía del
contexto, o en algunos casos no se aclaró. La flexibilidad del
verbo "andar" puede observarse mejor en la frase "andar
metiéndose en las casas", con sus connotaciones
relacionadas. Los nombres de las mujeres los cambié de
acuerdo con los seudónimos empleados en The Tall Candle,
ya que los mismos personajes aparecen en ambos libros.

113
DOMINGA TAVA

Había un aire de tranquila dígnidad en la apariencia y


conducta de Dominga Tava. Poseía un sutil sentído del
humor, pero generalmente no bromeaba ni contaba cuentos
graciosos. Era muy respetada por ser una anciana que
sabía mucho de la cultura y de la hístoria yaquis, y tenía
muchas obligaciones con sus parientes consanguíneos y
rituales. Era demasiado sería para poder llamarla alegre, y
sólo era dura cuando condenaba francamente la
embriaguez y la señalaba como fuente de los problemas
sociales y de la pobreza yaquis. Sín embargo, alegre y dura
eran los calífícatívos que más pueden aplícársele. No era
tríste, tímida o pasíva. Podía conversar con destreza en
yaquí y en español, se desplazaba fácílmente en el mundo
fuera de su casa, y trabajó hasta una edad avanzada en
lavanderías y como cocinera de un restaurante.
Dominga sólo tenía un parentesco remoto y vago con
las otras mujeres cuyos relatos se incluyen en este libro, y
las experiencias de su niñez fueron diferentes. Nacíó en
Hermosíllo en 1901, crecíó allí, y permaneció en Sonora
durante los años de las persecucíones y las deportacíones
de los yaquis, y en los prímeros años crítícos de la
Revolucíón Mexicana. En 1916 se trasladó a Arizona.
La madre de Dominga, Matílde Yaqui Larga, dominó su
vida (ninguna de las otras mujeres fue domínada por una
mujer adulta de esta manera).

114
Esto es evidente por la forma como Matílde Yaqui Larga
predomina en la primera mitad del relato La identidad de
Dominga surge lentamente. Es indudable que Matilde Yaquí
Larga fue el principal vínculo emocional de Dominga. Ésta
también estableció vínculos emocionales profundos con su
padre y su hijo. Sin embargo, su padre abandonó a la
familía, y su relación con él, que tenía matices afectivos más
fuertes que con su madre, careció de continuidad. Las
circunstancias hícíeron que no procreara hijos que la
sobrevivieran. En este aspecto se parecía a Chepa Moreno,
pero ella no experimentó las penalidades y las tragedias que
sufrió Chepa. Su posición social fue totalmente distinta.
Recogió a los hijos de otras mujeres y los crió, y también le
regalaron a otros niños. Después de retirarse de su empleo
activo, dedicó su atencíón a los asuntos de la iglesia yaqui
de barrio Libre; se esforzó mucho por cuidar a los santos y
el edifícío, y particípó en todas las actívídades del rito
organízado Activamente manejaba informacíón de todo típo,
desde el conocímiento de la cultura yaqui hasta el chísme
casual, a fin de elevar su posicíón socíal. Estas actívidades
positivas y la enorme cantidad de obligacíones que tenía
con sus parientes consanguíneos y rituales, compensaron
en parte el hecho de que no estuviera en la cúspide de una
pirámide de descendíentes. Sin embargo, ella advertía que
el panorama futuro de sus últimos años como mujer solítaría
sín hijos que la apoyaran económícamente y la cuídaran,
probablemente sería de soledad y penas.
Domínga fue una de mís mejores informantes, y
fácílmente yo podía haber escrito una biografía in-
dependíente con su vída. Estaba acostumbrada a ha-

115
blar líbre y extensamente con extraños, por ello 3¢
expresaba con facilidad, y yo necesitaba dirigirla muy poco.
Tuve la impresión de escuchar relatos que ya me habían
contado antes. Cuando le pedí que revísáramos los relatos
después de un intervalo de varíos días o hasta semanas,
ella los repitió casi textualmente. Como otras informantes,
se preocupó mucho por conseguír /a verificación
índependiente de cíertos epísodíos, me mostró cartas
antíguas y otros documentos, y me presentó a otras
personas informadas de cíertas creencias o hechos
particulares. Gran parte de la información sobre sus
primeras experíencías en Hermosillo, especíalmente de
hechos sobrenaturales, no pude cotejarla, y es
idiosincrásica, porque ninguna de las otras informantes
mencionó estas cosas, ni existe información publicada
importante con que pudiera compararla.
Domínga probablemente habría aceptado ser in-
formante en cualquíer círcunstancia, porque este papel era
compatíble con toda su conducta y su personalídad. La
relacíón entre la ínformante y la ínvestigadora fue más
profunda, porque yo había conocído a su padre en Estacíón
Vicam a princípios de la década de 1950, cuando fue
informante de W. C. Holden y de Robert Ravícz. En las
prolongadas grabaciones de estas entrevístas aparecen
algunos de los mismos hechos que describíó Dominga, lo
que resultó ser una útil fuente de ínformación independíente.
Su padre, Vicente Tava, le pidió a mí padre (W. C. Holden)
que le llevara una carta a Domínga. El amplio campo de
relacíones que mantenía ella, se manífestó 20 años
después cuando llegué a su puerta por primera vez y le llevé
un mensaje de un yaqui que vivía en Denver.

116
Sólo trabajé con ella durante la últíma temporada de
recolección de datos, pero ese verano realizamos juntas
muchas actividades. Dominga me acompañó a un viaje al
río Yaqui y visítamos a sus parientes en Hermosillo, Potam,
Torím, Estacíón Vícam y Esperanza. También visítamos a
sus comadres en barrío Líbre y en Pascua. Gran parte de
las entrevistas formales las hice en su casa de Barrío Líbre.
Cuando en 1975 cotejé el manuscríto con las ínformantes,
Domínga me aclaró varíos puntos (príncípalmente acerca de
quién estaba en un lugar en un momento dado), corrígió el
nombre de algunos lugares que yo no había entendido bien,
y añadió detalles (en especíal de los episodíos en que
intervenía su padre). Míentras viajamos juntas por Sonora
leímos el manuscrito y nuestra presencía en los lugares que
ella mencionaba en su relato, le hicíeron recordar detalles
adícionales. Me contó de nuevo varios relatos; estas nuevas
versíones eran casí íguales a las primeras. La mayor
díscrepancía surgió en la parte en que mencionaba a su
abuelo, a un fantasma, y el oro enterrado en Hermosillo
Incluyo aquí ambas versíones.
Regresé a Tucson durante la Semana Santa de 1977, y
estuve casi todo el tiempo con Domínga. Me dío más
información sobre su primer matrimonio, y por supuesto en
ese momento habían ocurrido cambios en su vida; los más
importantes eran que estaba vísitando a la familia de su
níeto y que se habían logrado progresos en la iglesia de
barrío Libre. Sin embargo, incurríó en una discrepancía
ímportante en relación con sus relatos anteriores, y no pudo
explicarla adecuadamente. Al príncipío me contó que su
medio hermano menor, Manuel Mosen, murió de in-

117
fluenza en Tucson siendo niño en 1918. En todas las
primeras entrevístas, Dominga constantemente afirmó que
sólo dos hijas de Matilde Yaqui Larga habían llegado a edad
adulta: ella y su hermana Lola. En 1977, de repente se
mencionó a un hermano adulto (que acababa de morir),
cuando se díscutieron los problemas legales del título de
propiedad de la casa de Matilde Yaqui Larga.
Dominga supo que un hombre en Pascua. Nueva
estaba diciendo cosas ínsultantes sobre su vida. Este
hombre. que era el mismo que había dicho cosas aun
peores de las vidas de Antonia Valenzuela y de sus híjas
(véase el prefacio de ese relato), al principio aprobé que yo
trabajara con Dominga, y afírmó que era una buena mujer
que sabía muchas cosas. Durante muchos años, su relación
con Dominga había sído respetuosa; eran compadres, por
haber bautizado juntos a un niño. Dominga estaba triste y
también se sentía insultada con su cambio de actitud.
Renovó sus esfuerzos por presentarme con individuos que
pudíeran comprobar sus relatos, y comentó amargamente
que, aunque él supiera mucho, ella era más vieja y sabía
más: "¿Qué sabe de mi vida en Hermosillo? ¿Qué puede
saber de la vida de mi padre en Vicam? No sabe nada."
Después de díscutir largamente conmígo y con sus amigos
las causas de esta enemistad, finalmente decidíó que era
por razones políticas. Este hombre intentaba consolídar la
identídad y la presencia yaquis en el sur de Arizona, en
Pascua Nueva (o New Pascua, o New Víllage, como
tambíén se le llama, pero que él llamaba Pascua Pueblo).
Entre otras cosas, él deseaba que las ceremonias religiosas
se realizaran en Pascua Nueva. Cuando surgieron disputas
legales por el terreno en que se

118
levantaba la íglesia de barrio Libre, apoyó a sus parientes
que deseaban que les devolvieran este terreno; Dominga
luchó porque la iglesia permanecíera ahí.

MATILDE ÁLVAREZ, mejor conocida como Matilde Yaqui


Larga, tenía 13 años cuando se casó con Vicente Tava (que
era un poco mayor) , a principios de la década de 1890 en la
catedral de Hermosillo. Ninguno de los dos quería casarse y
al principio ambos se rehusaron. No se tomó en cuenta su
opinión y entonces se escondieron. Aun en la iglesia, se
negaron a responderle correctamente al sacerdote, pero sus
madres, con un murmullo en yaqui, les dijeron lo que les
pasaría después, si se negaban a casarse. Así comenzó el
matrimonio de los padres de Dominga Tava.
Matilde pertenecía a la numerosa familia Alvarez,
encabezada por su padre, Manuel Alvarez, un famoso sabio
o zahorí, que poseía poderes especiales para proteger a su
familia y dominar a los brujos. Pertenecían al pueblo de
Torim, y los hombres de la familia, durante muchos años,
habían trabajado en una de las haciendas de Antonio
Gándara, pero también tenían una casa en el barrio de La
Mariachi, en Hermosillo La madre de Matilde prefería vivir
allí, donde crecíó su hija.
Vicente Tava pertenecía a la numerosa familia Tava
que vivía en el pueblo de Vicam. Vicente, sus padres y sus
hermanos vivían en La Mariachi en la época en que Vicente
y Matilde se casaron, y trabajaban en las haciendas
cercanas. Después de su matrimonio, la numerosa familia
Tava regresó a Vicam. Matilde Yaqui Larga, que creía que
era muy joven

119
para que la obligaran a casarse y que se vio forzada a dejar
a su madre, quedó rodeada de sus parientes políticos en
Vicam, que casi eran unos extraños para ella. Joaquina
Tava era una suegra dura.
La familia Tava vivió poco tiempo en Vícam; cuando se
intensificaron las hostilidades con los mexicanos, huyó a la
sierra. Todos los hombres estaban acostumbrados a las
penalidades de la vida errante, porque habían sido soldados
yaquis. El padre de Virente y varios de sus hermanos
mayores habían peleado al lado de Cajeme. Los relatos de
Vicente sobre Cajeme y las guerras, tal como se los contó a
sus hijos, y que aparecen en entrevistas grabadas, dan la
impresión de que realmente luchó al lado del jefe yaquí.
Contó que participó en varias batallas sólo con arcos y
flechas contra los mexicanos que traían rifles, y mencionó
que en la batalla de Capetemayo por primera vez disparó un
rifle. La batalla se efectuó en 1882. Si sus hijos decían la
verdad al afirmar que tenía 26 años en la época de la
matanza de Mazocoba en 1900, entonces tendría que haber
sido un soldado veterano a la edad de ocho años.
No sabemos si realmente sirvió bajo las órdenes de
Cajeme o sólo estaba reflejando los relatos y actitudes de su
padre y de sus hermanos mayores, pero él, y por
consecuencia sus hijos, constantemente describían a
Cajeme como un individuo que traicionó los más preciados
intereses de los yaquis. Vicente describió la derrota de
Cautorreón en 1887, como una vil traición: Cajeme envió a
todos los hombres sanos a una supuesta incursión, y
cuando partieron, encendió una fogata para darle aviso a los
soldados mexicanos que esperaban en Torocopobampo Mu-
chas mujeres, niños y viejos fueron asesinados y los

120
demás fueron hechos prisioneros y enviados a Rahum,
mientras que Cajeme se marchó en libertad a Guaymas.
Vicente hacía una clara distinción entre los mexicanos
y los españoles. Los últimos eran buenos amigos y
merecedores de la confianza de los yaquis, mientras que los
mexicanos eran sus enemigos. Su abuelo le contó a Vicente
cómo fue la primera reunión entre los españoles y los yaquis
en lo que hoy día es Guaymas. Los jefes de los ocho
pueblos se entrevistaron dignamente con los españoles,
intercambiaron regalos en una fiesta, a la que ambos grupos
contribuyeron con comida, y todos danzaron y tocaron
música tradicional. Los españoles solicitaron
respetuosamente que les permitieran construir muelles allí,
les pagaron a los yaquis por este privilegio, ya que entonces
las tierras yaquis se extendían más allá del sur de
Guaymas. Continuaron manteniendo relaciones cordiales
hasta que los mexicanos expulsaron a los españoles de
México En esa época los españoles les dieron a guardar sus
grandes tesoros a sus valiosos aliados, los yaquis, para que
los cuidaran. Los españoles se llevaron una copia del in-
ventario y otra quedó en manos de los yaquís viejos.
Durante varias generaciones, la copia del inventario que
tenían los yaquis estuvo segura, hasta que cayó en manos
de Cajeme. Sin embargo, él no sabía dónde estaba
escondido el tesoro Después de que les regaló o les vendió
el inventario a unos comerciantes de Guaymas, éstos le
pagaron a un general mexicano para que matara a Cajeme,
quien fue asesinado en 1887. La tía de Vicente, que caminó
hasta Cócorit para ver el cadáver de Cajeme, que había sido
enviado a su pueblo natal para enterrarlo,

121
también le contó a Vicente que el relato era verdadero.
Según Vicente (aunque los mexicanos no eran amigos
de los yaquis) se mantuvo cierto equilibrio hasta el régimen
de Porfirio Díaz (1876-1911) , quien envió a cinco mil
soldados a pelear contra los yaquis, lo que inició las batallas
en que participaron el padre y los hijos de la familia Tava.
Vivir en la sierra durante la década de 1890 significaba
caminar muchas millas a través de las escarpadas
montañas, dormir a la íntemperie, y sufrir continuamente
hambre y enfermedades. Vicente muy pronto llegó a ser
cabo, y estaba al mando de unos cien soldados yaquis y de
sus familias. Por razones tácticas y de subsistencia, sus
subordinados se dispersaban y dedicaban la mayor parte
del tiempo a buscar comida y agua. Todos aprendieron a
encontrar hasta el más pequeño manantial, porque cuando
los mexicanos llegaban se apoderaban de los manantiales
conocidos, en un intento de sacar a los yaquis de sus
escondites. Uno de los deberes de Vicente, como cabo, era
dirigir grupos para conseguir provisiones saqueando los
ranchos mexicanos aislados o los pueblos yaquis donde
vivían yaquis "domados". Vicente, y también Dominga,
insistían en que su grupo no mataba sin necesidad, porque
les divirtiera ver la reacción de terror de las personas a
quienes saqueaban.
Matilde Yaqui Larga odió cada minuto de su vida en la
sierra, o al menos es la impresión que le dio a su hija. Dos
de sus hijos que nacieron allí, murieron a los pocos días de
nacidos. Matilde creyó que su cuñada, Josefa Tava, los
había asesinado deliberadamente, ya que por el color claro
de su piel y de su pelo, dijo que los bebés no podían ser
hijos de Vi-

122
cente, que era moreno, y que Matilde "andaba" con
mexicanos. Josefa, que le sirvió como partera a Matilde,
cortó demasiado los cordones umbilicales de los niños y el
aire entró en sus cuerpos, lo que hizo que se hincharan y
murieran echando espuma por la boca.
En 1900, los mexicanos hicieron una batida militar en
gran escala en las montañas Bacatete, que culminó en la
terrible matanza de Mazocoba. Los Tava pelearon en Tatoi-
Tacusa, pero no en Mazocoba. Después de estas batallas,
subieron al cerro del Gallo e intentaron encontrar amigos y
parientes, pero no había nadie allí. Cerca de Samahuaca
participaron en un combate del que escaparon haciéndose
pasar por mexicanos. Pocos días después, cerca de Hermo-
sillo, el padre y varios hermanos y cuñados de Vicente
cayeron prisioneros. Sus esposas acudieron a pedir ayuda a
sus antiguos patrones, quienes lograron que pusieran en
libertad a los yaquis más jóvenes. pero al padre lo fusilaron.
Vicente y sus hermanos regresaron a Hermosillo, para
regocijo de Matilde. Ella juró no regresar jamás a la sierra ni
vivir en los pueblos yaquis, y cumplió su juramento. Habían
terminado los años de hambre y penalidades continuas. Lo
mejor de todo fue que volvió a reunirse con su madre,
porque Vicente y Matilde establecieron su residencia en la
casa de los Alvarez, en La Mariachi. Vicente consiguió un
buen trabajo en un molino de harina cercano, y gozaba de
una posición económica bastante buena cuando nació
Dominga en 1901; la madre de Matilde, Lucía Alvarez, fue la
partera. El color de Dominga era tan claro como el de sus
hermanos muertos, y Lucía sabía que en su familia había
personas de ese

123
color. En esta ocasión nadie sugirió que Vicente no era su
padre. Manuel Alvarez informó a su familia que Dominga
heredaría su poder curativo y su poder para proteger a la
familia, porque ella había nacido con el signo de la gracia en
la frente.
El padre de Matilde, Manuel, era blanco (tenía la tez
blanca y el cabello claro) como Dominga. Él y sus hijos
trabajaban en la hacienda Gándara como lo habían hecho
durante más de una década. En la hacienda guardaban sus
caballos, vacas, chivos y pollos. Los sábados llegaban a
Hermosillo montando a caballo, y se unían a Lucía y a las
otras mujeres y niños en La Mariachi. Aun cuando Manuel
estaba en otra parte, debído a sus poderes "sabía" lo que le
sucedía a su familia. En ciertas ocasiones predecía los
hechos que afectarían a los miembros de su familia.
Cuando Dominga estaba recién nacida, de pronto
enfermó gravemente. Su madre le contó muchas veces la
misma historia: ella deseaba mamar, pero Matilde
ímpacientemente la rechazaba. Dominga cerró fuertemente
sus ojos, y cuando los abrió, le comenzó a salir sangre de
ellos, y ni Matilde ni Lucía podían detener la hemorragia.
Desesperadas llevaron a Dominga con una curandera que
vívía en la casa vecina. Ella le chupó el "signo de la gracia"
que Dominga tenía en la frente, y también le sacó de ahí un
sapo con cuernos. Dominga se curó inmediatamente, y
Matilde y Lucía se sintieron felices. Esa noche, regresó
cabalgando Manuel de la hacienda, y estaba enojado
"Sabía" de la enfermedad de Dominga, y había regresado
tan pronto como había podido para curarla. Nadie le informó
sobre la curandera pero también lo "sabía". Dijo que su
esposa y su hija habían mostrado muy poca fe, y habían
provocado un

124
daño irreparable. La curandera le había robado á Dominga
su "signo de la gracia". Los poderes que deberían haber
sido de Dominga le pertenecerían a esa mujer. Cuando
disminuyó su ira, dijo tristemente que ya nadie protegería a
su familia cuando él muriera.
Por el resto de su vida, Dominga creyó que le habían
quitado algo muy valioso. Si hubiera tenido poderes, los
habría usado sólo para hacer el bien. La prueba de estos
poderes era que la curandera después se convirtió en una
de las más famosas del río Yaqui, aunque antes era
bastante mediocre. A Dominga sólo le quedó un pálido
reflejo de lo que podría haber sido su poder: la capacidad de
soñar hechos futuros.
Manuel tuvo más éxito en proteger a su hijo, José
María Alvarez, que era un tahúr empedernido Un día José
María jugó a la baraja con un brujo y le ganó, y éste se
vengó enfermándolo A los pocos días no podía moverse de
su petate. Una vez más, Manuel "supo" de la situación, y fue
a Hermosillo a salvar a su hijo. Pasó enfrente de la casa de
su familia, sin mirar a derecha ni a izquierda, y cabalgó
directamente a la casa del brujo Matilde lo siguió y lo vio
todo Cuando el brujo advírtió que Manuel se acercaba, huyó
a esconderse, porque sabía que Manuel era muy poderoso
La esposa del brujo corríó en dirección contraria gritando:
"Ahí viene don Manuel a matar a mi esposo" Manuel
desmontó calmadamente, y le ordenó al brujo que
regresara. Él no quería regresar, pero tuvo que hacerlo: el
poder de Manuel era muy grande: le ordenó al brujo que
excavara en un rincón de la casa y sacara una olla que
contenía espinas de cactus, uñas, "venenos", y una vela.
"Rompe la

125
olla y apaga la vela", le ordenó. "Si mi hijo hubiera muerto, lo
que habría sucedido si se hubiera consumido la vela, te
habría matado. Pero te perdono la vida." Entonces Manuel
cogió el largo chicote de cuero que siempre traía alrededor
de la cintura, y doblándolo, azotó al brujo. Con este chicote
Manuel dominaba a los brujos. Cuando Manuel y Matilde
regresaron a su casa, José María estaba curado.
Otro relato de los poderes del abuelo de Dominga se
refería a una mujer del barrio que estaba embrujada. Lucía
mandó llamar a Manuel para que la curara. En vez de curar
a la mujer directamente, mandó traer a la bruja que había
causado el daño: "La llamó con la mente, y ella tuvo que ir."
Le ordenó que preparara la medicina apropiada para
curarla, pero ella le respondió que no sabía hacerla. "Yo te
enseñaré con mi chicote", la amenazó, y ella intentó hacer la
medicina. En dos ocasiones él tiró la medicina que ella
había preparado Al tercer intento, él tomó una pequeña raíz
negra de su bolsillo, la mezcló con la medicina, y dijo que
estaba lista. Hizo que la bruja curara la enfermedad que ella
había provocado.
Dominga tenía poco más de un año cuando de nuevo
se enfermó. Lucía dijo que era porque Matilde no cuidaba
adecuadamente a la niña. Lucía hizo una manda: si
Dominga sanaba, Matilde caminaría desde Hermosillo hasta
Magdalena cargando a Dominga, para expiar su descuido.
Por supuesto, Dominga no se acordaba de esto, pero
Matilde le contó el relato tantas veces que Dominga podía
repetirlo detalladamente. Uno de los hermanos de Lucía,
Layo More, también debía cumplir una manda; acompañó a
Matilde en su peregrinación, pero él era viejo y estaba

126
baldado, por lo que ella tenía que ayudarlo, y también cargar
a Dominga y un bulto con un sarape y comida para la
jornada de seis días. A cada paso se enojaba más, porque
creía que no había descuidado a Dominga. El enojo de
Matilde aumentó cuando Lucía saludó alegremente al trío
desde la ventanilla de un tren que pasaba. Después Layo
dijo que creía que Matilde iba a reventar de ira.
Lucía los esperó calmadamente en la iglesia de
Magdalena. Sin darle a Matilde oportunidad de descansar,
ínsistió en que entraran de inmedíato a la iglesia y
ofrecieran a Dominga a San Francisco. En el momento en
que pusieron a Dominga sobre la figura reclinada del santo
de tamaño natural, ella tuvo una diarrea, y los resultados
fueron desastrosos. Lucía se puso furiosa, y dijo que eso
había sucedido porque Matilde había llegado en presencia
del santo llena de coraje y no con el corazón limpio Se reti-
raron de la iglesia y Lucía dejó a Matilde, a Layo y a
Dominga junto al muro de la iglesia mientras iba a comprar
medicinas. Toda la tarde curó a Dominga y sermoneó a
Matilde y le advirtió la importancia de tener el corazón
limpio. Al anochecer, Lucía decidió que todos estaban listos
para visitar de nuevo al santo Acercaron a Dominga para
que besara al santo, Matilde rezó pidiendo perdón y Lucía le
dio gracias a Díos y al santo por la recuperación de
Dominga. Se hospedaron con unos parientes que tenían
una panadería, y se divirtieron durante algunos días. A
Matilde se le permitió que regresara en tren a su casa. En
los años posteriores, cuando recordaba este incidente, le
decía a Dominga: "Cómo me hiciste sufrir."
Vivía en Hermosillo, pero Vicente aún era cabo

127
yaqui. En 1902, un general yaqui lo envió a Arizona a
comprar armas y parque, y fue la primera de varias
comisiones. Esto significó dejar su trabajo en el molino de
harína y, como los yaquis no tenían dinero, tuvo que
conseguir un empleo en el ferrocarril Southern Pacific en
Arizona para reunir dinero y hacer la compra. Caminó
durante la ida y el regreso Después de su regreso, consiguió
empleo en una destilería, y trasladó a Matilde y a Dominga a
una casa pequeña cerca de su trabajo, donde
permanecieron varios años. Allí nacieron las otras dos hijas:
Chepa en 1902 y Ramona en 1906. Chepa parecía normal
cuando nació, pero cuando sólo tenía tres años de edad,
quedó paralizada parcialmente, creció "chueca y torcida", y
tenía una mano como garra. Dominga no quería a la niña
deforme, y recordaba que tenía muy mal carácter y mordía a
las personas cada vez que podía. Cuando Chepa tenía
quizá dos años, mordió a Dominga en la mano, y esto le
produjo una herida profunda, dolorosa, que probablemente
se infectó, porque tardó dos semanas en sanar.
Vicente deseaba que sus hijas asistieran a la escuela
para que aprendieran a leer y escribir. Aunque Matilde
opinaba que eso era perder el tiempo, a Dominga la
enviaron a una escuela católica privada, y quizá estudió un
año Ella recordaba este periodo con mucho agrado, porque
todas las noches Vicente le pedía que repitiera sus
lecciones. Esto no sólo le permitía pasar horas maravillosas
con su padre, al que adoraba, sino que también la hizo ser
la más aplicada de su clase. Cuando entraba a la escuela
un nuevo alumno, le encargaban a Dominga que le
enseñara para que se pusiera al nivel de los demás. Por
desgracia, esto hizo que se atrasara en sus pro-

128
pios estudios. Esto enfureció tanto a su maestra que con un
pesado látigo golpeó a Dominga en la nuca. A la niña le
brotó sangre de la nariz durante varios días. Vicente ya no
quiso que ella siguiera bajo la tutela de esa maestra y la
cambió a otra escuela menos buena. Al final del año Matilde
insistió en que Dominga estaba demasiado grande para
asistir a la escuela, y, arguyendo que de todos modos ya
sabía suficiente, exigió que se quedara en casa para
ayudarla a cuidar a sus hermanas pequeñas. Vicente se
sintió triste, pero aceptó.
A veces a Dominga y a sus hermanas las llevaban a la
hacienda Gándara a visitar a su abuelo, Manuel, durante
algunos días. Lo mejor de estas emocionantes visitas era
viajar en los vagones cargados del tren que llevaba la
cosecha de la hacienda a Hermosillo La estación del tren en
Hermosillo tenía cosas fascinantes para las niñas. Un
cocinero que acompañaba a la partida de los Gándara
durante el viaje hacía las tortillas de harina más grandes que
había visto Dominga. Las extendía desde su hombro hasta
la punta de los dedos, y era necesario un enorme comal
para cocerlas.
A los yaquis de Sonora los estaban deportando,
asesinando, encarcelando y persiguiendo Algunos
miembros de la familia consideraron conveniente mudarse a
Arizona. Sin embargo, Manuel Alvarez se negó a hacerlo, y
aseguró: "No, yo moriré aquí. Pero les diré algo Cuando yo
muera, dejarán de matar a los yaquis. Yo moriré, pero por
mi gente." Un día de 1905, le dijo a su hijo Jesús: "Mañana
me ahorcarán los soldados." Además, profetizó que su
esposa, Lucía, moriría tres días después. Le dio a Jesús
instrucciones sobre la herencia de sus propiedades,

129
principalmente del ganado. Ya que Lucía moriría, los chivos
y las gallinas se entregarían a Matilde Yaqui Larga. De
nuevo lamentó que le hubieran robado el "signo de la
gracia" a Dominga, porque nadie podría ya proteger a la
familia.
Tal como lo predijo, los soldados mexicanos llegaron a
la hacienda, por informes recibidos de un traidor yaqui (un
torocoyori) . A Manuel lo acusaron de ayudar a los yaquis de
la sierra, lo que sin duda había hecho El capitán mexicano le
puso una cuerda alrededor del cuello, y les ordenó a los
soldados que lo levantaran y lo bajaran: "Ahora dime la
verdad sobre los yaquis." A lo que Manuel respondió:
"¿Quiéres saber la verdad? Bueno, ésta es la verdad. No
matarás más yaquis después de esto", y escupió tres veces
en la cara al capitán. Éste, furioso, ordenó que ahorcaran a
Manuel en un gran mezquite. Cuando murió Manuel,
reunieron a 15 yaquis, incluso a Jesús que tenía 15 años, y
los llevaron a una prisión de piedra gris en Hermosillo en
espera de su deportación.
El hijo mayor de Manuel, José María, se encontraba en
otra parte de la hacienda en ese momento, y los mexicanos
no lo aprehendieron. Regresó a Hermosillo a contarle las
noticias a su madre, pero supo que ella había sufrido un
ataque de susto, cuando le contaron que su esposo estaba
muerto. Él le mintió y le aseguró que Manuel vivía. Ella le
respondió: "Mi corazón me dice que está muerto" Murió a
los tres días, como había predicho Manuel, sin decir otra
palabra.
Lucía había muerto, pero Matilde Yaqui Larga decidió
que la única forma de conseguir que liberaran a Jesús era
pedir su libertad afirmando que su

130
madre estaba agonizando, y que en su lecho de muerte
deseaba ver a su hijo Por consiguiente, acudió a ver al
patrón de Vicente, al señor Cuvillo, y le contó esta versión.
Él habló a favor de Jesús con las autoridades militares, y lo
liberaron. Jesús permaneció el resto de su vida con su
hermana mayor, y murió "en sus brazos" muchos años
después.
A Jesús se le apareció Lucía en un sueño tres días
después de su muerte. Despertó repentinamente, luego
despertó a Matilde y le preguntó: "¿Dónde está Lucía?".
"Lucía está muerta." "Pero estaba aquí." Matilde le preguntó:
"¿Qué te dijo?". "Dijo que el dinero está enterrado en ese
rincón, y que será mío cuando me case." Inmediatamente
comenzaron a excavar, y como no encontraron oro en el
rincón señalado, buscaron en los otros tres rincones, y
después escarbaron afuera de la casa. En el rincón del
exterior que Lucía había señalado, encontraron un balde
con cruzeros de oro Jesús le pidió a Matilde que le guardara
las monedas, y ella volvió a enterrarlas en secreto para
protegerlas.
Poco después, a Matilde se le aparecíó un bulto
durante varias noches seguidas. Quería que lo siguiera,
pero ella sintió miedo. Le platicó sobre el bulto a su vecina y
comadre, Dominga Cruz (quien le había puesto el nombre y
había bautizado a Dominga) , y a una vecina mexicana
llamada Ramona, y las dos mujeres acompañaron a Matilde
para poder seguirlo juntas. Esa noche también apareció, y
las tres mujeres y Vicente lo siguieron, llevando palas,
alrededor de la colína de La Mariachi hasta un peñasco
donde desapareció. El ruido que hacían al excavar despertó
a un panadero que vivía al otro lado del camino, quien fue a
ver qué estaban ha-

131
ciendo Su envidia hizo que el oro se convirtiera en huesos y
cenizas. El panadero les preguntó si habían encontrado un
entierro. "No." "Entonces ¿qué están haciendo?" "Sólo
estamos cavando." "¿A medianoche?" Se rindieron y
regresaron a su casa.
El oro que ellos estaban buscando Manuel lo había
encontrado, muchos años antes, cuando iba de la hacienda
a La Mariachi. En ese mismo lugar se le aparecieron un
bulto negro y una lumbre. Antes de que pudiera investigar,
tuvo que calmar a su asustado caballo frotándole tierra.
Después el bulto lo saludó con una voz profunda que
parecía venir del centro de la tierra. Manuel le preguntó:
"¿Eres de este mundo o del otro? ¿Qué quieres?" El bulto
contestó que era un alma en pena. "Si mandas decir una
misa por mi alma, te diré dónde está enterrado mi oro"
Manuel ordenó que se dijera la misa y el bulto le mostró
dónde estaba oculto el oro Sabía que la gente lo mataría si
de pronto fuera dueño de tantas riquezas; dejó el oro donde
estaba, y sólo recogía algunas monedas cuando pasaba. De
ahí provenía el oro enterrado en el rincón de la casa. A
Matilde se lo habían contado, y creyó que Manuel había
enviado al bulto para recordárselo Sintió miedo de excavar
de nuevo, y nunca recogió el oro. Años después, cuando fue
dinamitado el peñasco para nivelar el terreno y construir
casas, Dominga oyó decir que habían encontrado oro allí.
Cuando en 1975 revisé el manuscrito con Dominga, me
dio una segunda versión de este relato Un difunto detuvo a
Manuel cuando cabalgaba una noche hacia La Mariachi.
Manuel no tenía miedo, pero su caballo sí, y lo calmó
frotándolo con tierra. Después le preguntó al difunto: "¿Eres
de este mundo

132
o del otro?" El difunto no contestó, pero lo condujo a cierto
lugar y desapareció. Manuel excavó allí con el machete que
siempre traía consigo, y encontró una caja de cobre llena de
cruzeros de oro Tomó algunas monedas y volvió a enterrarla
tal como estaba. Cuando llegó a su casa, le dio a Matilde
algunas monedas, y le ordenó que preparara una fiesta.
"Voy a celebrar un velorio hoy en la noche, pero primero
debo ir a la iglesia." Fue al templo y le dio un poco de dinero
al sacerdote. Cuando regresó, Matilde había llamado a los
pascolas y algunas mujeres estaban cocinando, y la fiesta
estaba a punto de empezar. Invitaron a todos sus amigos y
vecinos. Algunos extraños supieron que había fiesta y
también vinieron. Les dieron alimentos a todos. Manuel le
regaló dinero a su hermana, Angela Alvarez. Ella lo
escondió en la cocina en un hoyo que hizo bajo el pretil.
Nunca lo sacó de allí, pero muchos años después de que
murió, su hijo y una nieta demolieron la vieja cocina para
construir una nueva. Encontraron el oro No era mucho, pero
pudieron pagar con éste la nueva cocina y todavía les sobró
algo.
Cuando ya no tuvieron la protección de Manuel
Alvarez, a los miembros de la familia les comenzaron a
suceder desgracias, igual que a sus parientes y hasta a sus
compadres. En 1907 a los padrinos de bautizo de Dominga,
Dominga Cruz y a su hijo José Juan Cruz, los apresaron y
los deportaron. La joven Dominga, que consideraba que en
parte había sido criada por su madrina, le pidió a Matilde
Yaqui Larga que le rogara a los patrones que intercedieran
por ellos, pero Matilde dijo tristemente que sería inútil. La
madre y el hijo murieron en Yucatán.
Durante varios años Manuela More, una de las

133
primas de Vicente, formó parte de la familia. Había visitado
a Matilde Yaqui Larga cuando a sus padres y hermanos los
deportaron de la hacienda de los Gándara en Topahue, y
desde entonces Matilde la cuidó. Manuela después se casó
con Rosarío Romero, de la familia de Matilde. A menudo se
quedaban en Topahue, donde trabajaba Rosario, pero
siempre vivían en la casa de Matilde cuando estaban en
Hermosillo Estuvieron viviendo allí gran parte de 1907,
cuando sus dos hijos pequeños, Filiberto y José María
murieron sucesivamente con poco tiempo de diferencia.
Estos dos niños habían sido los favoritos de Chepa, que en
los demás aspectos era una niña infeliz. Chepa no podía
hablar, pero hacía señas pidiendo que vinieran sus
compañeros de juego, y los buscaba inútilmente. Cuando
Chepa murió a los cinco años de edad, se dijo que había
fallecido de tristeza por la ausencia de sus dos amigos.
José María Álvarez fue uno de los últimos yaquis que
apresaron los soldados. Lo capturaron después de que la
Revolución ya se había iniciado en otras partes, pero los
soldados federales aún ocupaban Hermosillo Matilde trató
frenéticamente de conseguir su libertad, recurrió a sus
antiguos patrones y directamente a las autoridades militares.
Pero le dijeron que había órdenes de que José María fuera
fusilado tres días después. "No malgastes la comida", le
aconsejaban los soldados cuando le llevaba frijoles y tortillas
a la vieja prisión de piedra gris.
En esos momentos, entró en Hermosillo el general
Bule, un yaqui que antes había sido soldado junto con
Vicente y otros miembros de la familia Tava en el ejército
yaqui de la síerra, y que posteriormente se había unido al
Ejército Federal Mexicano.

134
Al enterarse de su llegada, Matilde inmediatamente
acudió a verlo. Él ordenó que liberaran a José María.
Matilde se lo agradeció y visitó la catedral para darle gracias
a Dios.
Vicente decidió acompañar a su madre y a sus
numerosos hermanos a Vicam. Matilde, que en ese
momento estaba embarazada, le recordó que ella había
jurado no vivir nunca más en los pueblos yaquis ni regresar
a la sierra. Como decía Dominga: "Cada quien tenía su
propio camino" Cuando él se marchó terminó su matrimonio.
Pronto se vio envuelto en las luchas de los pueblos yaquis, y
a Vicente y a un primo los hirieron en una escaramuza cerca
de Torim. La herida en el pie de Vicente se curó y pudo
continuar sirviendo como soldado yaqui, pero jamás pudo ya
bailar los intrincados pasos de la danza de los matachines.
Tan pronto como se organizó el ejército revolucionario en
Sonora, Vicente se enroló en éste, y los siguientes cuatro
años fue soldado. La mayor parte del tiempo estuvo
asígnado a los batallones sonorenses de Alvaro Obregón,
pero por algún periodo sirvió a las órdenes de Pancho Villa
en la famosa División del Norte.
En cierta época estuvo estacionado en Nogales, donde
conoció a Ignacia Yoimere nacida en el Barrio Anita de
Tucson, quien buscaba a un miembro de la familia Tava,
porque ella tenía un hijo procreado por Guadalupe Tava,
hermano de Vicente, que había estado en Tucson. Cuando
su embarazo fue evidente, su madre la corrió, la llamó puta,
y le dijo que nunca aceptaría al niño Una patrona amable le
permitió a Ignacia quedarse en su casa y dar a luz a su hijo.
Ella pensó que su madre se ablandaría, pero se equivocó.
Ignacia decidió entregarle el niño a la familia Tava y,

135
acompañada de una tía vieja, fue a Nogales a buscar a un
miembro de esa familia. Vicente acompañó a Ignacia y a su
tía a Hermosillo, donde le entregaron el niño a Dominga. No
se sabe por qué Vicente no le dio el niño a Matilde, pero
Dominga continuamente repetía con firmeza: "Vicente me
dio el niño a mí." Ignacia regreso a Tucson con su tía, y
entonces su madre le permitió volver a su casa.
Sin la ayuda de Vicente, la familia de Matilde estaba
muy pobre, aunque sus hermanos solteros ayudaban
económicamente. El niño necesitaba leche todos los días,
pero no podían comprarla. Por consiguiente, Matilde envió a
Dominga, a Ramona (que era más joven) y al níño, con su
tío (hermano de Lucía), Domingo More, un hombre muy
bueno que trabajaba en una hacienda cerca de Zacatón,
Sonora. Allí a Dominga le enseñaron a ordeñar chivas y le
encomendaron totalmente al recién nacido.
Después de la batalla de Hermosillo (en noviembre de
1916), en la que Pancho Villa no pudo quitarle la ciudad a
las tropas de Plutarco Elías Calles, los soldados de éste
llegaron a Zacatón, aparentemente buscando desertores
(para capturarlos) y soldados muertos (para cremarlos),
pero en realidad venían a saquear. Muchos trabajadores de
la hacienda, incluso Domingo y su familia, se subieron a las
carretas y huyeron a Topahue, que estaba a 30 millas. Los
que se quedaron, vieron cómo los soldados saqueaban las
casas y reunían el ganado Mataron una de las vacas de
Domingo. Los soldados le ordenaron a un viejo paralítico,
que no había podido escapar, que les cocinara la vaca. Este
hombre no podía caminar. Empleaba dos bancos y se
sentaba en uno mientras movía el otro, y después se
deslizaba sobre él. Dando

136
saltos de rana, lograba avanzar lentamente. Los rudos
soldados lo empujaron con las culatas de sus rifles y lo
hicieron caer del banco, mientras se reían con una risa
bronca. Aunque muy lastimado, pudo hacer lo que le pedían
antes de quedar agotado Dominga describió la desoladora
escena que vieron los que regresaron de Topahue: casas
saqueadas, las pertenencias poco valíosas diseminadas por
el suelo; animales que se pudrían; y el viejo estaba agotado,
pero vivo A las chivas lecheras de Domingo las habían
matado sin ningún motivo, junto con el resto del ganado Por
falta de leche, Ignacio, el recién nacido, enfermó y murió.
Matilde había tenido a la última hija de Vicente en
1910, varios meses después de que se marchara de la
familia. La niña se llamó María Luisa. Cuando ella tenía
quizá un año, Matilde se juntó con Lorenzo Mosen, que vivía
en La Mariachi en la casa vecina a la que Matílde había
heredado cuando murió Lucía. Lorenzo vivía en la vieja casa
de Dominga Cruz, y de hecho era sobrino de José Juan
Cruz, que era padrino de bautizo de Dominga, y con quien a
menudo había visitado a la familia para hablar con Vicente.
Con el tiempo se fue a vivir con Matilde; era soldado federal
y algunos aseguraban que era torocoyori (delator yaqui).
Cuando estalló la Revolución, se enroló en la División del
Norte. El primer hijo de Matilde y Lorenzo nació en 1911 o
1912.
Entonces ella tuvo la mayor parte de la responsabilidad
de mantener a la familia. Su primer trabajo fue de lavandera
en una casa de mala nota, y esto hacía que su hijo recién
nacido se quedara solo a veces, porque Dominga y los
demás estaban en Zacatón con el niño Ignacio También
ganaba dinero

137
cazando víboras de cascabel en el monte; colocaba un vaso
de leche para atraerlas a donde ella las esperaba con un
hacha y las mataba; las vendía a los toreros que creían se
volverían ágiles si comían esa carne. Después vendió
tortillas en los mercados. Una comadre le sugirió que podría
obtener más dinero si en su casa les vendía comida a los
soldados. Pronto tuvo una clientela de casi 20 soldados y
venían a su casa todos los días a la hora de la comida.
Bromeaban con ella y la llamaban "madre".
Poco antes de la batalla de Hermosillo, los soldados
llegaron a la casa como siempre. "Madre, hoy vamos a
pelear contra Pancho Villa en Zamora, pero no tendremos
que pelear mucho, porque dicen que no tiene muchos
hombres, y cuenta sólo con 30 'yakas' [como ellos llamaban
a los yaquis]. Sólo tendremos que reunirlos y meterlos al
corralón." Pero al principio Villa peleó bien y se apoderó de
la plaza de Hermosillo Para alentar a las tropas, un capitán
dijo que había muchas mujeres que podían violar en
Hermosillo si ganaban la batalla. Los 30 yaquis que estaban
con Villa, que eran de Hermosillo, pensaron en sus esposas,
hijas y hermanas. El capitán yaqui le dijo al tambor yaqui
que tocara a retirada: "Para atrás, para atrás". Entonces
Villa vio que perdía la batalla; la mayoría de sus tropas de
Chihuahua habían muerto y los yaquis no querían seguir
peleando. Le dijo al capitán yaqui: "Ustedes son de esta
ciudad. Aquí están sus familias. Váyanse a su casa."
Escondiéndose, los yaquis guardaron sus rifles entre los
árboles o a lo largo del río, y se marcharon a sus casas con
sus familias. Lorenzo Mosen se reunió con su familia, y
pudo ver, por primera vez, a su hijo Lorenzo. Sin embargo,
Lorenzo tenía miedo de que lo

138
vieran en Hermosillo, porque era conocido como torocoyori y
como villista, y Matilde lo envió a que se juntara con
Dominga y Domingo More en Zacatón; por eso él estaba allí
cuando saquearon la hacienda.
Después de la muerte de Ignacio, no había razón para
quedarse en Zacatón; Dominga, Ramona y Lorenzo
regresaron con Matilde a La Mariachi. Lorenzo perdió el
entusiasmo por ser soldado, y decidió trabajar en
Hermosillo. A medida que los días se convertían en
semanas, resultaba evidente para Matilde y sus hijas
mayores que Lorenzo no era un buen sustituto de Vicente.
No era muy trabajador, continuamente bebía mucho y
golpeaba a Matilde y a los niños cuando llegaba
tambaleándose tarde a la casa. En una ocasión atacó a
Matilde con un cuchillo de carnicero, pero Matilde (cuyo
tamaño le hacía honor a su nombre de Yaqui Larga)
fácilmente le quitó el cuchillo de la mano, lo rompió contra la
cabecera de fierro de la cama y tiró los pedazos a la calle.
Echó a Lorenzo en la cama, y lo retuvo allí, mientras
Dominga corrió a la casa vecina y despertó a sus tías,
gritando: "Lorenzo está matando a mi mamá." Las mujeres
llegaron con gruesos palos. Lorenzo, que ya estaba algo
sobrio, preguntó con la mayor dignidad que pudo: "¿Qué
están haciendo aquí?" "Venimos a apalearte." Lorenzo se
zafó de Matilde y corrió a esconderse fuera de la casa.
Una vez Lorenzo regresó ebrio a la casa, y encontró a
Matilde planchando a la luz de una lámpara de petróleo; los
niños estaban dormidos. Sin decir una palabra, arrojó la
lámpara de petróleo prendida hacia la cama en que dormían
los niños. Por fortuna, falló su puntería y la lámpara explotó
en el piso de tierra. Esto despertó a Dominga, quien salió
co-

139
rriendo y gritando para que vinieran sus tías y golpearan a
Lorenzo con sus palos. Él se apresuró a huir, porque Matilde
le arrojó la base de fierro de la lámpara, y no esperó a que
llegaran las tías.
Entonces Dominga tenía suficiente edad para ayudar
en los quehaceres domésticos. Generalmente ayudaba a
moler el maíz, a hacer las tortillas y a cocinar, pero su
principal trabajo era hacer mandados y llevar agua a la
casa. Conseguía el agua como a una cuadra de distancia, y
para traerla Dominga debía pasar frente a una casa donde
vivían tres niñas mexicanas. A menudo ellas hacían
comentarios sobre "la yaqui incivilizada" cuando ella
pasaba. Un día le tiraron con una piedra la cubeta con agua
que traía sobre la cabeza. Dominga se vengó arrojándoles
piedras, dándoles puñetazos y jalándoles el pelo.
Cuando Matilde Yaqui Larga regresó de vender tortillas
en el mercado central y descubrió que Dominga se había
peleado, la castigó y la regañó diciéndole que era malo
pelear. Todo habría terminado allí, pero la madre de las
niñas mexicanas fue a discutir con Matilde sobre la conducta
de Dominga, y dijo que Matile era responsable de la pelea,
porque no había sabido educar a su hija. La mujer tomó un
rebozo de Matilde, se lo llevó a su casa y lo quemó.
Entonces Matilde fue a la casa de la mujer a preguntarle por
qué había quemado su rebozo Hubo un pleito y los vecinos
llamaron a la policía, que arrestó a las dos mujeres. El juez
determinó que la mujer no tenía derecho de quemar el
rebozo y liberó a Matilde.
Continuaron los problemas con las tres niñas me-
xicanas. Una de ellas les preguntó a los soldados, a quienes
Matilde les daba de comer regularmente:

140
"Muchachos, ¿dónde está la yaqui?" Dominga salió a
enfrentársele, y le dijo: "Aquí está la yaqui", y se pusieron a
pelear en la calle jalándose el pelo, y a Dominga la
castigaron de nuevo. Al día siguiente, cuando Dominga
regresaba a su casa de la tienda en donde había comprado
pan para la familia y sal para los puercos, la misma niña
estaba emboscada y tenía un alambre grueso que pretendía
usar como látigo. Dominga forcejeó, le quitó el alambre de la
mano y le dijo: "Tres de ustedes me atacaron la primera vez,
pero ahora estás sola. Ahora veremos quién gana."
Dominga le pegó en la cara, le jaló el pelo, la tiró al suelo, le
pateó el estómago y le mordió la mano antes de que
Matilde, que iba a un mandado, parara la pelea. "Dominga,
¿qué le estás haciendo a Carmelita? ¿Están peleando de
nuevo?" Dominga defendió su causa, y una mujer que lo
había visto todo, le contó a Matilde que Carmelita había
iniciado la pelea. Carmelita gritó: "Yaqui desgraciada, me la
vas a pagar." Divertida por esta nueva declaracíón de guerra
Dominga le contestó: "¿Cuánto te debo? Te lo voy a pagar
ahora", y se pusieron a pelear de nuevo Matilde le pegó a
Dominga con el balde que traía y se la llevó a su casa.
La abuela de Carmelita llevó a la niña a la casa de
Matilde y le dijo: "Vean la cara de Carmelita. Dominga lo
hizo" Matilde se enojó y le dijo a Dominga que era "una de
esas malas mujeres que se pelean en las calles". De nuevo
Dominga defendió su causa, diciendo que en todos los
casos la habían atacado primero La abuela, que era más
razonable que la madre de la niña, dijo que creía que
Dominga tenía razón. Muy temprano ese día había visto a
Carmelita con un grueso alambre. "No vine a culpar a

141
Dominga, sino a pedirle que cure a Carmelita." Matilde, que
era curandera, hizo lo que le pedían.
Apenas se habían calmado todos, cuando apareció la
madre de la niña, con deseos de pelear con Matilde. Había
estado "acumulando su coraje" desde que el juez le dijo que
había obrado mal al quemar el rebozo de Matilde. Entonces
dijo muchas cosas feas de Matilde y de los yaquis. Matilde
la escuchó y declaró: "No deseo pelear con usted."
Finalmente la mujer se marchó a su casa, y Matilde se
quedó furiosa con Dominga por haber causado todo el pro-
blema.
Al día siguiente, cuando Dominga regresó de acarrear
agua, Matilde decidió que había estado peleando de nuevo,
aunque no lo había hecho Pensó que era necesario tomar
medidas más drásticas para evitar que Dominga se
convirtiera en una mala mujer, y sacó el pesado látigo de
cuero. Un soldado mayo que se llamaba Nacho le quitó a
Matilde el látigo y le dijo: "Escuche, madre. Somos soldados.
Si el enemigo nos ataca, perdemos o ganamos. Eso le
sucedió a Dominga. Fue atacada y ganó. Será mejor que
aquí termine esto".
Aconteció un suceso triste en 1912 que afectó a Ángel
Castillo, un pariente de Matilde, a su esposa y a su
hermana, quienes vivían en la familia. Habían venido de
Torres después de que murió la madre de las dos mujeres.
La esposa de Ángel tuvo un niño y Matilde fue su partera. La
madre y el hijo enfermaron y parecía que el niño moriría.
Ángel, preocupado por bautizar a su hijo, buscó
frenéticamente a un hombre que fuera padrino, y Matilde
designó a Dominga, que tenía 11 años-, madrina. Las tres
personas que intervendrían en el bautizo corrieron hasta

142
la catedral, donde el sacerdote inició el rito El niño murió
antes de que terminara la ceremonia, pero el sacerdote les
dijo que era inocente y que se iría al cielo Dominga era la
madrina de bautizo, por lo que tuvo que intervenir en los
ritos del funeral. Dos días después también murió la esposa
de Ángel.
En 1912 hubo otras tragedias en la familia. Murió María
Luisa. Se pensó que Dominga, sin advertirlo, había
provocado su muerte al mojarle la mollera mientras jugaba
con la niña en el canal. Dominga no conocía el peligro y
nadie la culpó, pero la familia se sentía muy triste. Algunos
dijeron que el accidente lo había causado la brujería. De los
síete hijos de Matilde, sólo sobrevivían tres.
En 1913 se propagó en Hermosillo una fuerte epidemia
de viruela que mató a cientos de personas. Los soldados
patrullaban las calles buscando a los enfermos. Las casas
donde había enfermos de viruela las marcaban con una
bandera roja en la puerta para que no se acercara nadie
hasta que recogieran al enfermo los hombres de El Polvorín.
Éste era un grupo de casas, que se encontraba junto a una
ladrillera, atendidas por un puñado de enfermeras. Una vez
al día recogían en carretas a los que morían de viruela en
este centro y los llevaban a la fosa común.
Cuando Dominga se enfermó de viruela, los soldados
hicieron que Matilde la llevara a El Polvorín. Jesús Tava
tenía una hija que acababa de morir allí, y los vio llegar con
Dominga, quien estaba inconsciente y la sangre le brotaba
de la nariz. Jesús se desmayó, porque así también había
llegado su hija. Matilde vio que colocaran a Dominga en el
piso de una de las casas antes de regresar corriendo a
ayudar a Jesús. Cuando Jesús pudo caminar, ambos se
dedi-

143
caron a cuidar a Dominga, a quien le había disminuido la
fiebre. Cuando recobró el conocimiento, Dominga vio que
los otros cinco o seis pacientes acostados en petates
estaban desnudos, totalmente cubiertos con una pomada
blanca. Le pareció que una niña hablaba, y Dominga se
arrastró hasta ella, pero sólo descubrió que la niña
inconsciente respiraba con dificultad. Dominga estaba
sentada al lado de Matilde y Jesús cuando llegó una
enfermera con una medicina. Jesús le murmuró a Matilde
que esas gotas eran veneno, y que su hija había muerto
después de tomárselas. "Dile a la enfermera que le daremos
la medicina a Dominga dentro de un rato." Jesús le dio las
gotas a un perro que pasaba, que murió dos horas después.
Así confirmó que era veneno Dominga creía que ellos
pensaban que, en vista de que la mayoría de los enfermos
iban a morirse de todas maneras, y ya que las enfermeras
tenían mucho trabajo, era mejor que no murieran
lentamente. Sobrevivía sólo uno de cada veinte.
Los pacientes debían permanecer en El Polvorín hasta
que se les secaran las costras, y generalmente se quedaban
un mes. La comida la proporcionaba el gobierno, pero a los
enfermos debían cuidarlos sus parientes. No sobrevivió casi
ninguno que no tuviera parientes; como muchos soldados
eran de otras partes de México, quizá fueron los que
sufrieron la mortalidad más elevada. Matilde Yaqui Larga,
que había tenido viruela cuando era niña, atendió a
Dominga durante su larga estancia en El Polvorín, y le hacía
una medicina con civeri (un pequeño cactus) para disminuir
la comezón y secar las costras.
Tan pronto como salió Dominga, llevaron al pequeño
Lorenzo a El Polvorín. Tuvo menos suerte

144
que ella, pues murió casi de inmediato Entonces a Matilde
sólo le quedaron dos hijas vivas, Dominga, de 12 años, y
Ramona, que tenía 7. Ya que la familia padecía tragedias y
tenía problemas continuos, Matilde a menudo pensaba en
los poderes que Dominga había perdido y en la protección
que Manuel Alvarez les había dado.
El siguiente problema de Matilde fue una enfermedad
causada por la hechicería. Angela Tava, una de las tías de
Vicente, le pidió a Matilde un rebozo que le gustó. Matilde le
dijo cortésmente que era el único que tenía, pero que le
compraría a Angela uno igual la próxima vez que fuera al
mercado central. Angela sabía algo de brujería. Molesta por
la negativa de Matilde, comenzó a hacerle daño, e hizo que
"se torciera, que se jorobara como si sus brazos estuvieran
atados a sus rodillas". Su cabeza se inclinaba sobre sus
hombros. Cuando Luis Flores y su esposa Carlota llegaron
de visita, de inmediato advirtieron que a Matilde le sucedía
algo raro. Luis le dijo: "Ven a mi casa al anochecer y te
curaré." No quiso dejar solas a sus dos hijas por temor a
que también las embrujaran, y Matilde se las llevó a ver a
los Flores, quienes le untaron todo el cuerpo con una
medicina. "Vete a tu casa y acuéstate, pero levántate
cuando salga el lucero [la Estrella de la Mañana] y muele el
nixtamal [maíz que se ablanda al remojarlo con cal y con el
que se prepara la masa para las tortillas]." A la mañana
siguiente muy temprano, Carlota Flores entró en la casa y
murmuró: "Matilde, ya se levantó el Lucero Levántate a
moler." Matilde se incorporó ya sin ninguna deformidad, y
comenzó a moler el maíz.
Muchos, incluso Luis Flores, le dijeron a Matilde

145
que una poderosa brujería estaba afectando a su familia.
Recordándole todas sus tragedias, le aconsejaron que se
alejara de la fuente del mal. Matilde les respondió que se
quedaría donde estaba, y preguntó: "¿A dónde podría
irme?" Tres acontecimientos le hicieron cambiar de parecer.
En primer lugar, Dominga, cuyos poderes sobrenaturales
entonces se limitaban a soñar el futuro, soñó que caminaba
por un carrizal en el río. Un hombre trató de agarrarla. Cada
vez que el hombre se abalanzaba sobre ella, ella volaba y
se ponía fuera de su alcance; pero volvía a aparecer y
trataba de agarrarla de nuevo La familia y los vecinos
estuvieron de acuerdo en que el sueño le vaticinaba
claramente mayores peligros. En segundo lugar, Matilde
soñó que Angela Tava le clavaba teas ardiendo en los ojos.
Pronto comenzaron a lagrimearle los ojos y a dolerle todo el
tiempo, y temieron que quedara ciega. En tercer lugar,
Ramona murió después de que enormes mariposas
predijeron la muerte de alguien de la familia. Jesús Tava
mató a una de las mariposas, y Matilde dijo que era el
chichal de una bruja.
Matilde pensó que si se quedaban allí, morirían todos.
En especial le preocupaba la suerte de Dominga, la única
hija que le quedaba. Se despidió tristemente de Domingo
More, porque él se negó a acompañarlas; y Matilde,
Dominga, Lorenzo Mosen, Jesús Alvarez, Manuela More y
su esposo, Rosario Romero, partieron en tren a Arizona en
1915 o 1916. Después de la batalla de Santa Ana quedaron
destruidos los puentes. Los soldados les aconsejaron que
volvieran a Hermosillo en el mismo tren que los había traído,
pero Matilde dijo que le daba vergüenza regresar. Cruzaron
el río a pie, y abordaron un tren del ejér-

146
cito que los llevaría al Norte. Sin embargo, encontraron otro
puente destruido Matilde prendió una fogata e hizo café. Un
soldado que pasaba le preguntó si quería venderle una taza
de café. Esto hizo que a Matilde se le ocurriera instalar una
cocina para venderles comida a los soldados. Con sus
provisiones, puso a Dominga a hacer tortillas mientras ella
cocía frijoles. Hicieron dinero rápidamente, y vendieron
todos sus alimentos antes de regresar a Hermosillo, donde
todos se sorprendieron al verlos regresar. Cuando repararon
los puentes, volvieron a partir, y el 14 de marzo de 1916
cruzaron la frontera. Inmediatamente se dirigieron a la casa
de José María Alvarez en Nogales, Arizona. Él y su familia
se habían mudado antes, y tenía un buen trabajo en el
ferrocarril.
A uno de los primeros que encontraron cuando llegaron
a Arizona fue a Pedro Alvarez, el primo de Matilde que
estaba casado con Chepa Moreno (cuyo relato aparece más
adelante) antes de que a ellos los deportaran a Yucatán.
Había desertado del ejército mexicano y vivía en Tucson.
Después de saludarse, él dijo: "Matilde, una bruja te ha
hechizado, pero puedo curarte." Pedro era un buen
curandero, y algunos decían que era brujo En poco tiempo
le curó los ojos a Matilde.
Los yaquis de Arizona en esa época podían conseguir
buenos empleos en la Fundidora Sasco, así que se
marcharon para allá. Lorenzo y Jesús entraron a trabajar en
la fundidora, y Matilde y Dominga se dedicaron a cocinar y a
lavar para un hombre llamado Baldenegro. Allí vivían
muchos yaquis que habían conocido en Hermosillo, y a
Matilde y a Dominga les pidieron que bautizaran a algunos
niños

147
recién nacidos. Durante algún tiempo, fue el periodo más
tranquilo y de abundancia que había conocido la familia
desde hacía muchos años.
Lorenzo pasaba mucho tiempo en la cantina, y lo veían
muy poco Pronto se enfermó y perdió su trabajo,
probablemente por beber demasiado; Matilde acudió a
visitar a un antiguo amigo de su padre, un viejo que vivía
con su hija Guadalupe, y su esposo, Juan Kutah Maesto,
que era maestro (miembro de una de las sociedades
ceremoniales de hombres que realizan ciertos deberes
religiosos), y le dijo que Lorenzo ya no podía trabajar. El
viejo le rogó a Matilde que viniera a atenderlos a su esposa
y a él, e hizo arreglos para que viviera en la casa vecina.
Matilde y Dominga ya no trabajaban para Balde-negro, sino
que hacían tortillas y las vendían de casa en casa, además
de atender al viejo amigo del padre de Matilde.
Juan Kutah Maesto fue la figura principal de un sueño
que Dominga tuvo en 1917. Algunos individuos jugaban a la
baraja, pero un hombre estaba sentado aparte. Tres
grandes perros la atacaron. El hombre que estaba sentado
aparte sacó su cinturón, que en realidad era un chicote de
cuero, y se lo dio Ella les pegó a los perros y éstos huyeron.
Entonces aparecieron tres lobos enormes, y también
salieron corriendo cuando vieron el chicote. Finalmente llegó
Juan Kutah Maesto y le gritó que ella era muy mala, y que
por eso la habían atacado los perros y los lobos. Dominga le
respondió: "Ah, tú los enviaste. Ahora verás. También a ti te
pegaré", pero él se retiró. Dominga sabía que su abuelo,
Manuel Alvarez, la había protegido dándole el chicote con el
que él dominaba a los brujos. Matilde estuvo de

148
acuerdo con su interpretación. Cuando Dominga fue a pedir
prestada un poco de manteca a Guadalupe a la mañana
siguiente, encontró a Juan Kutah Maesto tendido en la
cama, con la cara cubierta con un trapo Dominga le
preguntó: "¿Amaneciste enfermo?" "Tú me pusiste así
porque eres mala. No tengo ganas de volver a jugar contigo"
Dominga le contestó: "Yo tampoco quiero volver a jugar
contigo", y añadió: "Yo no sabía que fueras un perro. Yo le
pegué a los perros y a los lobos, pero no te toqué." Él
guardó silencio.
Esa tarde, Juan Kutah Maesto le dijo a su suegro que
Dominga lo había enfermado, "aunque yo sólo estaba
jugando". El suegro se rió y le dijo que había escogido para
jugar a alguien muy peligroso "¿No sabes quién fue su
abuelo? Fue Manuel Álvarez, y él sabía mucho", y comenzó
a platicarle de los poderes que tenía Manuel. Juan Kutah
Maesto nunca más trató de jugar con Dominga. Ella comen-
taba sobre este episodio: "Esa vez yo gané." En los años
siguientes Dominga bautizó a muchos niños, pero la
mayoría murieron. Ella creía que Juan Kutah Maesto les
causaba la muerte, porque nunca le había perdonado los
chicotazos, pero cuando años después ella le preguntó si
les había hecho daño a sus ahijados, él le respondió: "Oh,
no, no soy tan malo" Dominga alzó los hombros y dijo:
"¿Quién sabe?"
Matilde se mudó junto con su familia a Tucson, y
compró una casa al sur del moderno barrio de Pascua en la
calle Trece. Uno de sus vecinos, el viejo don Nicho García,
que era mexicano, visitaba a Matilde todos los días y ella le
preparaba café. Él decía que era el mejor café del mundo.
Lorenzo había mejorado de salud, consiguió un

149
trabajo en los patios del ferrocarril, y Jesús se puso a
trabajar en una hacienda vecina, y volvía a su casa los fines
de semana. Los dos hombres ganaban buenos salarios,
pero Matilde recibía poco dinero porque lo gastaban en
bebida. Sin embargo, no se embriagaban juntos, porque
Lorenzo era malo cuando se emborrachaba, y siempre
quería pelear. Matilde decía que era un milagro que no
hubiera matado a alguien. Por el contrario, Jesús se
emborrachaba tranquilamente hasta perder la conciencia.
Matilde y Dominga mejoraban sus ingresos vendiendo
tortillas. Dominga decidió que era mejor conseguirse un
verdadero trabajo Primero trabajó en la tienda de Jácome,
pero su ropa pasada de moda y el hecho de que no sabía
inglés la inhibían, y se fue a trabajar a una lavandería donde
hablaban español.
Matilde dio a luz a su octavo hijo en 1918, un niño al
que llamaron Manuel Mosen. Nunca había tenido problemas
en sus partos, esa vez sencillamente se retiró al cuarto
posterior, se acuclilló, tuvo al niño, lo recogió y lo envolvió.
Pocos minutos después, salió y se dedicó a realizar sus
quehaceres. Matilde y Dominga se sentían felices de tener
un niño en la casa, pero la influenza española apareció en
Tucson a fines del año Murieron muchos yaquis, y también
el niño Manuel. A muchas familias les fue imposible celebrar
velorios y novenarios (ceremonias posteriores al funeral que
se realizan durante nueve días) por los muertos, pero
Matilde insistió en enterrar decentemente a su pequeño
Dominga también se enfermó. Durante algún tiempo Matilde
temió que muriera, pero su hija se recuperó.
Al siguiente año, Matilde tuvo otra hija, Lola Mosen,
que sobrevivió. Manuela More también dio a

150
luz una hija en esa misma época. La niña, a quien Dominga
le puso nombre y bautizó, sólo vivió unas cuantas semanas.
Ese año vino a Tucson la esposa de José María Alvarez a
buscar a Matilde para decirle que su hermano José María,
Vicente Tava y su madre, Joaquina Tava, estaban en
Nogales y esperaban verla. Dominga se sintió feliz. Creyó
que quizá entonces su madre dejaría a Lorenzo y regresaría
con Vicente. Sin embargo, Matilde dijo que había jurado no
regresar a México, y envió a Dominga con la esposa de
José María. El encuentro de Dominga con su padre fue una
de las experiencias más emocionantes de su vida. Vicente
era un buen hombre, y Dominga lo quería y lo respetaba.
Cuando le preguntó detalles sobre Matilde, Dominga trató
de persuadirlo de que fuera a Tucson, porque estaba segura
de que si él le pedía a Matilde que vivieran juntos otra vez,
ella aceptaría, porque a menudo comparaba las buenas
cualidades de Vicente con la mala conducta de Lorenzo
Pero Vicente le respondió: "Me gusta tu madre y la respeto,
me gustaría volver a vivir con ella, pero no es posible. Yo he
tomado mi camino y ella ha tomado el suyo Mi camino está
en los pueblos yaquis, y soy capitán del pueblo de Vicam.
Matilde ha dicho que nunca regresará a los pueblos.
Debemos vivir aparte."
Se sentía triste porque no conseguía volver a unir a sus
padres, pero Dominga escuchó emocionada el relato que su
padre le hizo de sus experiencias desde que se separó de la
familia en 1910 para regresar a Vicam. Después de
enrolarse en el ejército revolucionario, había militado con
Villa algún tiempo antes de unirse a las fuerzas de Obregón.
Llegó a la ciudad de México cuando asesinaron a Francisco
I.

151
Madero, y visitó el lugar, donde aún estaba fresca su
sangre. En 1914 regresó a los pueblos yaquis. El 31 de
diciembre de 1915, a él y a 38 yaquis más los mandaron los
generales yaquis y los jefes de los pueblos a Guaymas a
negociar con los mexicanos. Cuando a Vicente le hablaron
de la misión, él dijo que iría, pero no quiso nombrar a los
hombres que lo acompañarían, porque creía que la misión
probablemente sería un fracaso Por consiguiente, los viejos
nombraron a los otros hombres. Uno de los seleccionados
era el hermano de Vicente, Guadalupe Tava.
Al llegar a Guaymas, todos, excepto Guadalupe, fueron
a comer a un pequeño mercado, y pusieron sus rifles a un
lado Los soldados arrestaron al grupo y les confiscaron las
armas. Vicente protestó en vano y dijo que habían venido a
negociar un tratado de paz para los ocho pueblos. Sin
escucharlos, a los 38 yaquis los deportaron a las islas
Marías, a donde llegaron el 9 de enero de 1916, después de
un viaje en barco que duró cuatro días. El alcaide de la
prisión les dijo que su delito era haber reclamado tierras en
el valle del Yaqui que entonces pertenecían al gobierno.
También los acusaban de cuatreros. Los obligaron a trabajar
en los campos de la prisión, o a cortar leña, o a trabajar en
los talleres de la prisión, o a cazar en las montañas.
Guadalupe, que no había sido arrestado, regresó a la sierra
a avisar lo que había sucedido.
El relato de los hechos siguientes fue hecho por el
propio Vicente en las entrevistas realizadas en 1950, por su
hijo que vivía en estación Vicam, y por Dominga. Los tres
relatos varían en su secuencia y en algunos detalles, y se
incluyó aquí la versión de Vicente, aunque Dominga y su
medio hermano esta-

152
ban bien informados. Por razones que no son claras, un
norteamericano llegó a las islas Marías pretendiendo ser un
cazador y fotógrafo alemán. Habló con el grupo yaqui,
aseguró que era representante del gobierno de los Estados
Unidos y que trataba de hacerle justicia a los yaquis.
Después de tomar nota de todas sus quejas, dijo que
enviaría a un barco de guerra norteamericano para
liberarlos, y abandonó la isla.
En junio de 1916, a los 38 hombres los pusieron bajo
cubierta en un pequeño guardacostas mexicano que tenía
dos cañones, y que se dirigió a Mazatlán. Apareció un barco
de guerra norteamericano con 20 cañones. Un oficial
norteamericano le preguntó al capitán mexicano sobre la
carga y el destino del barco, mientras tanto los yaquis bajo
cubierta se reían y hacían bromas, seguros de que serían
salvados. Sufrieron una gran desilusión cuando el capitán
convenció a los norteamericanos de que el barco mexicano
participaba en un movimiento regular de tropas, y el barco
continuó su marcha, pero rumbo a Manzanillo y no a
Mazatlán.
Vicente había abordado el barco con dos cosas que
había comprado en las islas Marías: un pollito blanco y un
perrito llamado Otelo Todos se divertían con el pollo que
vagaba mareado por el barco Otelo mostró ser un buen
marinero.
En Manzanillo, enviaron al grupo a prisión y bajo
estrecha vigilancia. Les permitieron encender fogatas y
cocinar los alimentos que habían traído de la isla, antes de
ser enviados el día siguiente hacia el Este en un furgón. La
vigilancia disminuyó en Colima, y después les dieron
permiso de bajarse del tren en las paradas de las
estaciones. Vicente no sabía qué hacer

153
con Otelo, porque creía que iban a llevarlos a la ciudad de
México para fusilarlos. En una parada en Jalisco, tomó al
perrito, se lo regaló a una mujer, y le dijo: "Sabemos a
dónde vamos y lo que nos va a pasar. Quiero que Otelo
tenga una buena casa. Tómelo, le dará suerte." En
Guadalajara, un grupo de mujeres a quienes les gustaron
los yaquis, preguntaron si podían irse con ellos." A ver que
tan buenas tortillas saben hacer", contestaron los hombres.
Las tortillas que hacían las mujeres no eran mejores que las
que ellos hacían, y no quisieron llevárselas.
En la ciudad de México, los enviaron a un batallón
yaqui, donde encontraron a muchos viejos amigos. Pocos
días después, a los 38 hombres los distribuyeron en varias
compañías para que no estuvieran juntos, y les dieron rifles.
A Vicente le divertía mucho que los mexicanos se hubieran
tomado tantas molestias por 38 yaquis que habían ido en
misión de paz. Creía que los mexicanos esperaban que
ninguno sobreviviera a la revolución ni regresaría a los
pueblos yaquis a luchar de nuevo por sus tierras. Sólo
sobrevivieron siete de los 38 yaquis.
A Vicente lo dieron de baja del ejército en 1919, por la
intervención del general Méndez, que era medio yaqui y
medio mayo, quien envió a Vicente a su casa de Vicam e
hizo que le pagaran todos sus salarios atrasados. Recogió a
su madre y se fueron a Hermosillo a buscar a sus parientes.
De allí se marcharon a Nogales, donde los encontró
Dominga. Vicente dijo que todos deberían asistir a la fiesta
del día de San Francisco en Magdalena, y partieron muy
alegres. Encontraron a otros amigos y parientes, incluso al
primo hermano de Vicente, un maestro llamado Miguel
Tava, y a su esposa, Epifania. Vicente le había

154
dado a guardar su bolsa con el dinero (toda su paga de
soldado) a su madre. Sin embargo, Epifania hizo otros
planes cuando descubrió que era rico Buscó a una sobrina,
Loreta, y sugirió que Vicente y ella se unieran. Al principio
Vicente se negó alegando que ya tenía esposa. Epifania no
tomó en cuenta sus palabras, y dijo que Matilde había
estado viviendo con otro hombre durante años, y aunque
esto no hubiera sido cierto Matilde nunca volvería a Vicam.
Epifania era persuasiva, y Loreta era joven, bonita y
entusiasta. Vicente consintió. Para sellar el trato, tomó la
bolsa con el dinero de manos de Joaquina y se la entregó a
Epifania. Dominga vio esto con tristeza, porque no había
perdido la esperanza de que su madre y su padre vivieran
juntos de nuevo Más tarde Vicente lamentó haberle dado el
dinero a Epifania, porque no volvió a ver ni un centavo.
Vicente, con Loreta pegada a su lado, insistió en que
Dominga fuera a Vicam para conocer su pueblo y a sus
parientes los Tava. Dejaron a José María Alvarez y a su
esposa en Hermosillo y el grupo se marchó a casa en tren.
Era la primera vez que Dominga visitaba los pueblos yaquis.
Renovó su relación con los parientes que había conocido en
Hermosillo, y conoció a muchos más. Vicente quería que se
quedara con él, pero ella le respondió que su madre la
necesitaba, y regresó a Arizona.
Jesús Alvarez murió en 1919 o 1920; le brotaba sangre
por la boca. Matilde había presenciado muchas tragedias,
pero al parecer no soportó más esta última. Entonces
estaba triste todo el tiempo. Lloraba días enteros
recordando cómo había salvado a su pequeño hermano en
1905, cuidándolo como si fuera su hijo "Era un buen
hombre. Pobre Jesús. Nunca se casó. Nunca obtuvo la olla
con el oro."

155
La composición de la familia cambió varias veces en
los siguientes años. Primero, Rosario Romero decidió
regresar al río Yaqui. Manuela More se negó a ir, y prefirió
quedarse con Matilde. Poco después de la partida de
Rosario, Manuela comenzó a andar con Simón Medina, y
pronto él se fue a vivir a la casa. Después compraron un
terreno en Barrio Libre, y se mudaron tan pronto como
quedó terminada la casa.
En 1920, José María Alvarez, su esposa Juana y su
hijo Juan regresaron a la familia de Matilde Yaqui Larga; ya
habían sido parte de ésta en Hermosillo Juan era sólo dos
meses más joven que Dominga. Habían sido compañeros
de juegos y habían crecido juntos, eran los únicos niños que
habían sobrevivido desde que estuvieron en Hermosillo
(José María y Juana habían perdido a varios hijos), eran
muy unidos y Dominga se sintió feliz de que hubieran
regresado estos miembros de su familia. También Matilde
Yaqui Larga se sintió un poco más contenta porque su
hermano vivía de nuevo con la familia. José María comenzó
a levantar un enorme horno para pan en la parte trasera de
la casa de Matilde, porque quería volver a desempeñar su
oficio de panadero. Creía que Juan iba a ayudarlo. El horno
nunca quedó terminado, porque José María murió en 1921,
lo que le causó más tristeza a la familia. Juan no quiso ser
panadero, y prefirió trabajar en los patios del ferrocarril.
En 1921, Vicente le escribió a Dominga pidiéndole que
fuera a Vicam. Matilde meditó sobre esto, y finalmente dijo:
"Es tu padre y debes ir con él." En secreto, Dominga se
sentía feliz de marcharse, no sólo porque podría visitar a su
padre, sino porque

156
Lorenzo le había estado haciendo sugerencias claras de
que ella le gustaba mucho, que quería acostarse con ella y
que hasta le gustaría huir con ella. Esto le molestó mucho a
Dominga y aumentó su disgusto por su padrastro, pero no
quería contárselo a Matilde. En Vicam por la construcción de
la nueva iglesia había gran actividad y excitación. Dominga
les ayudaba a las mujeres que cocinaban para los
trabajadores y era como estar de fiesta todos los días.
Mientras sucedía esto, una vieja fue sentenciada por
las autoridades de Vicam a morir en la hoguera por el delito
de brujería. Metieron a la bruja en una burda jaula de palos
mientras apilaban leña verde. Pusieron la jaula encima de la
pila y le prendieron fuego. La ejecutaron a cierta distancia
de la nueva iglesia, porque "ella no pertenecía a la Iglesia".
A medida que subían las llamas, ella le echaba maldíciones
a la gente que la había condenado, y cruzaba las muñecas
una y otra vez. Por ser capitán de Vicam, Vicente tuvo un
papel activo en este asunto.
Cuando Dominga regresó a Tucson, Matilde la recibió
con la nueva de que Ignacio (Nacho) Flores había pedido
casarse con Dominga. Ella se sorprendió un poco, porque
había oído que Nacho estaba comprometido con otra
muchacha. Matilde dijo que eran chismes, y no tomó en
cuenta el poco entusiasmo de Dominga en hacer planes de
matrimonio Matilde señaló que Nacho era sobrino de doña
Carlota y don Luis Flores, quien la había curado de la
brujería que le había hecho Angela Tava en Hermosillo
varios años antes.
Nacho nació en una hacienda cerca de Guaymas.
Después de que murió su madre en 1912, su padre,
Guadalupe Flores, se mudó a Hermosillo para vivir

157
con su hermano Luis. Ellos y otros miembros de la familia
después se trasladaron a Tucson. Matilde consideraba que
Guadalupe Flores era un buen hombre y él también la
respetaba. Ellos dos hicieron los arreglos, a pesar de la
oposición de la futura esposa de Nacho y de doña Carlota.
Dominga pidió que la boda se aplazara para que Nacho y
ella se trataran como novios. Los mayores aceptaron. Nacho
la visitaba diariamente, pero casi siempre hablaba con
Matilde, a quien trataba con respeto y afecto Por lo general,
Dominga poco le decía aparte de los "buenos días", y no lo
acompañaba a ninguna parte. Sin embargo, un día sintió
curiosidad y le preguntó si en verdad había sido novio de
Pancha González. Al principio creyó que no le respondería,
pero luego dijo: "Está bien que conozcas la verdad." Doña
Carlota y su madrastra querían que se casara con Pancha;
él había estado de acuerdo y se hicieron los arreglos. Sin
embargo, después de que la encontró en el asiento posterior
de un auto con un lechero mexicano, él decidió no casarse
con ella. Desde entonces, había sabido que ella andaba con
otros hombres, y pensaba que había hecho bien en romper
con ella, porque parecía que era una mujer que siempre
tenía que andar con hombres.
Poco después de esta conversación, Dominga y
Matilde sin querer se vieron envueltas en los problemas de
Pancha González. Según parece, andaba con otro
mexicano, que trabajaba recogiendo basura. Aparentemente
ella creía que eran novios y que se casarían. Pero él ya
estaba casado y su esposa tuvo noticias de la existencia de
Pancha. Un día apareció la esposa en Pascua, en busca de
Pancha. Fue a ver a Matilde y a Dominga, entre otras
personas, y les

158
dijo que quería matar a Pancha. Naturalmente Matilde le dijo
que nunca había oído hablar de Pancha González. Pocos
años después, a ese hombre lo asesinó un marido enojado.
En el periodo en que Dominga y Nacho fueron novios, el
padrastro de ella se enfermó. Probablemente esta
enfermedad le vino por su embriaguez crónica. Después de
que él perdió su empleo, Dominga regresó a trabajar en la
lavandería y adoptó un estilo de ropa moderno, el cual
siguió usando el resto de su vida. Matilde vendía tortillas,
como lo hacía siempre que tenía apuros económicos. El
entierro de Lorenzo en 1921 se efectuó con los ritos yaquis
adecuados. Matilde quedó embarazada por última vez. La
familia entonces estaba formada por Matilde, Dominga, Lola,
Juana y Juan Alvarez, y el hermano de Lorenzo que había
vivido con ellos durante algún tiempo. El matrimonio de
Dominga se fijó para principios del año de 1922. Ella pidió
que se pospusiera hasta que el cumpleaños de Lorenzo
(fiesta que se realiza después de un año de muerta una
persona) se hubiera celebrado, ya que sería impropio
casarse durante el periodo de luto, pero Matilde insistió en
que la boda se realizara como se había planeado.
Dominga tenía poco qué contar sobre su boda; e
insistió mucho en que ésta significaba dejar a Matilde, ya
que Nacho rehusó unirse a la familia de Matilde, y prefirió
vivir con su propia familia. Cuando Nacho y varios de sus
hermanos y primos decidieron ir a Chandler, Arizona, a
trabajar en las granjas de algodón, Dominga tuvo que
acompañarlo, lo que significaba una separación real de su
madre, una separación que sintió más profundamente que
las que habían tenido en Hermosillo Le daba tristeza dejar

159
a Matilde sola y embarazada al cuidado de la familia, porque
Lola era demasiado pequeña para poder ayudarla. Sin
embargo, Dominga se alegró algo en Chandler y gozó un
poco más de la compañía de Nacho.
En junio de 1922 le avisaron a Dominga que Matilde se
había golpeado seriamente. Le pidió permiso a Nacho para
ir a Tucson a cuidarla, y Dominga salió de Chandler. Se
enteró de que Matilde, al llevarle su comida al hermano de
Lorenzo, había sido arrojada de la carreta cuando el caballo
se asustó con un tren en el cruce de la calle Anita. Las
pesadas faldas de Matilde se atoraron en la carreta, que la
arrastró cierta distancia hasta que se desatoró. Un tendero
detuvo al caballo y llamó a un doctor. El accidente activó la
labor del parto, y el niño, llamado Juan, nació pocos días
después. El doctor deseaba operarla, pero Matilde se
rehusó. Afirmó que sabía que si la operaban moriría, pero si
no lo hacían, viviría aún mucho tiempo Mientras Dominga
atendía a la familia, Matilde preparó sus medicinas para
curarse la matriz y poco a poco se alivió sin ayuda. El niño
murió al mes de nacido. Después de los ritos fúnebres,
Dominga tristemente regresó a Chandler con Nacho, a
petición de Matilde. Juana Alvarez murió poco después, y
Dominga hizo un corto viaje a Tucson para asistir a sus ritos
fúnebres, y regresó de nuevo con Nacho.
Algunos amigos que trabajaban en la misma hacienda
decidieron casarse en la fiesta de San Francisco en
Magdalena, Sonora. Le pidieron a Dominga que fuera su
madrina de boda. Nacho los acompañó, y el viaje resultó un
éxito; fue el momento culminante de su matrimonio.

160
Matilde Yaqui Larga, que entonces se sentía mejor, y la
pequeña Lola fueron a visitar a los Flores en Chandler
durante la temporada de pizca del algodón, y dejó la casa al
cuidado de los otros miembros de la familia. En ese
momento el embarazo de Dominga estaba avanzado, y
Matilde quería estar a su lado Cuando comenzó la pizca del
algodón, acampaban y todos trabajaban: los hombres, las
mujeres y los niños.
Al atardecer de un frío día de octubre de 1923, nació el
hijo de Dominga en el campo de algodón, y Matilde fue su
partera. Dominga, que había recogido algodón todo el día,
se desmayó. Al amanecer, el níño comenzó a llorar. Nacho
trató desesperadamente de que le prestaran un auto para
llevar a Dominga y al recién nacido con un doctor en
Chandler, pero el niño murió de frío La pesadilla de esa
noche era el peor recuerdo de la vida de Dominga.
Nacho decidió que estarían mejor en Tucson, y aceptó
ir a vivir con Matilde. Los dos o tres años siguientes fueron
quizá los más felices en la vida de Dominga. Nacho
consíguió buenos empleos y con su salario mantenía a la
familia, y las mujeres no tenían que trabajar. No les sucedió
ninguna tragedia. Dominga y Matilde bautizaron a algunos
niños, cocinaban para las fiestas familiares, recibían visitas,
y gozaban de una vida agradable en muchos aspectos. El
segundo hijo de Dominga, Vicente, nació en 1925 y era
gordo y saludable.
Poco después del nacimiento de Vicente, a Dominga le
dieron a criar a otro recién nacido. Esto sucedió porque el
primo de Matilde, Juan More, dejó a su esposa con Matilde
cuando se marchó a Hermosillo a ver a su padre que
agonizaba. Sus papeles de inmi-

161
gración no estaban en orden y no pudo regresar a Arizona;
su esposa, Francisca Ibarra, tuvo su hijo y Matilde fue la
partera. Francisca no se recuperó del parto difícil cuando
nació María More, y cuando estaba muriéndose le dio la
niña a Dominga y le dijo: "Tú la has cuidado desde que
nació; ahora tú serás su madre."
Dominga, Nacho y Matilde estuvieron muy involucrados
en varios aspectos en la insurrección yaqui de 1926.
Constantemente recibían a los refugiados de la sierra del
Yaqui, y los recogían en Mezquital. Durante casi un año
formaron parte de la familia diversos refugiados yaquis de la
sierra, y se quedaban allí hasta que encontraban parientes
con quienes irse, y luego llegaba otro grupo.
Vicente Tava estuvo aún más involucrado en la guerra,
ya que presenció el incidente de la estación Vicam que inició
el conflicto Presento aquí uno de los relatos sobre el inicio
de la guerra que hizo Dominga. Juana Tava Martínez,
hermana de Vicente, vivía en Nogales cuando Obregón
hacía su campaña política, antes del episodio de la estación
Vicam. Juana fue a verlo, como muchos otros lo hicieron.
Mientras caminaba junto con la multitud, escuchó que
alguien decía que Obregón iría a Cajeme (la ciudad que
luego se llamó Obregón) a venderle algo a unos
norteamericanos. Temiendo que fuera a vender las tierras
yaquis, decidió ir a la estación Vicam en el mismo tren en
que viajaba Obregón, a avisarle a Vicente.
Mientras tanto, Obregón recibió un telegrama en el que
le avisaban que los yaquis planeaban atacar su tren. Para
desbaratar ese plan, él telegrafió órdenes de que los
soldados yaquis de Vicam se fueran

162
a Hermosillo (en un movimiento estratégico) y que el
destacamento mexicano de Potam acudiera a la estación
Vicam. Cuando el tren llegó a la estación Vicam, Vicente y
los otros tres únicos soldados yaquis que se quedaron en el
pueblo detuvieron al tren con sus linternas. No había
soldados en el tren con Obregón, y Vicente le preguntó:
"¿Por qué no trajiste a los soldados yaquis de Hermosillo?"
De pronto llegaron disparando los soldados mexicanos de
Potam. Vicente le dijo a Obregón que se metiera en el tren,
porque podría herirlo una bala mexicana. Entonces llegaron
los soldados yaquis en otro tren; habían estado cambiando
disparos con los soldados mexicanos desde Oros (al norte
de Vicam) , y allí murió Juan Rivera. Antes de abandonar el
tren, Vicente le preguntó a Obregón por qué los mexicanos
estaban peleando con los yaquis otra vez. Afuera encontró a
su hermana Juana, escuchó su advertencia y le pidió que
continuara en el tren hasta Cajeme, porque creía que pronto
los pueblos yaquis se volverían peligrosos para vivir.
Poco después guió a sus soldados a la sierra, donde
realizaron ataques contra los mexicanos. Desde allí les
escribió a Dominga y a Matilde, y ellas sirvieron como
enlace de las cartas y la información de muchos jefes yaquis
en relación con las armas y otros asuntos.
Adolfo de la Huerta fue en secreto a Tucson desde su
exilio en California para entrevistarse con los jefes yaquis.
Como gobernador de Sonora de 1919 a 1923 había
conseguido cierto apoyo de los yaquis por la ayuda que les
dio para que se reconstruyeran sus iglesias, pero también
les había distribuido las tierras yaquis a otros. Entonces le
interesaba la guerra como un medio para restablecer su
posición, por-

163
que lo habían expulsado de su puesto de gobernador. Entre
los jefes yaquis que llegaron a conversar con él estaba
Vicente Tava, quien había viajado desde las montañas
Bacatete. Los detalles los arreglaron por medio de Dominga,
Nacho y Matilde.
Cuando llegó Vicente, se puso a conversar cortés-
mente con Matilde, y Dominga una vez más intentó
reconciliar a sus padres. Vicente dijo que él era capitán de
Vicam y que su lugar estaba allá con su segunda familia. Le
pidió a Dominga que lo llevara al hotel en que se hospedaba
Adolfo de la Huerta, y ella estuvo presente en su larga
entrevista. Los dos hombres comenzaron a platicar y
recordaron su niñez en Sonora, porque los dos tenían la
misma edad y Vicente había nacido en la hacienda de De la
Huerta, donde trabajaba su padre. Siendo niños, habían ju-
gado juntos. Recordaban el día en que el padre de don
Adolfo les preguntó a los dos: "Muchachos, ¿qué piensan
ser?", a lo que don Adolfo contestó: "Cuando crezca, voy a
ser un gran hombre y hablaré por mi nación." Y Vicente le
respondió: "Yo también seré un gran hombre, y hablaré por
el pueblo yaqui." El viejo De la Huerta se rió de Vicente y le
dijo que sería mejor que fuera un buen hombre.
Vicente le contó a De la Huerta sobre el fracaso en la
misión de paz en 1915-1916, y le dijo que quizá hubiera sido
mejor que los 38 hombres hubieran peleado Don Adolfo le
contestó que había sido bueno que no lo hicieran, porque
seguramente los habrían matado "Ahora aún estás vivo para
ayudar a tu pueblo Los dos estamos peleando por nuestra
gente. Por el momento, hemos tenido que huir a causa de
las gentes malas, pero ganaremos."
Después se pusieron a discutir sobre la crisis del

164
momento y sobre sus planes para vencer a los malos.
Aunque prácticamente don Adolfo era un refugiado, porque
a él y a su esposa los habían obligado a huir de Sonora sólo
con la ropa que traían puesta, tenía amigos en California
que estaban consiguiendo dinero para comprar armas, las
que serían enviadas a Tucson y luego transportadas a pie
por los senderos hasta las montañas Bacatete.
Después de la entrevista, Vicente regresó caminando a
la sierra y don Adolfo volvió a California. Dominga, Matilde y
Nacho participaron aún más en los preparativos que se
hacían en el lado norteamericano El nombre en clave de De
la Huerta en las numerosas comunicaciones era nuestro
abuelo, porque sabían que las cartas a veces eran leídas
por los mexicanos o los torocoyoris.
Desde California trajeron a Tucson un cargamento de
armas Francisco Ferriz y un hombre llamado Luis, que
permanecieron en la casa de Matilde Yaqui Larga. Los
agentes federales llegaron a la casa y arrestaron a los dos
hombres, a Nacho y a Matilde. Nacho y Matilde afirmaron
que no tenían nada que ver con el cargamento de armas, y
liberaron a Matilde. A Nacho lo detuvieron y después los
enviaron a él y a Matilde a California para ser juzgados. Don
Adolfo abogó por ellos, y se descubrió que las armas no
estaban destinadas a los yaquis, sino a sus oponentes.
Cuando quedaron en libertad, Matilde regresó de inmediato
a Tucson, pero Nacho permaneció con don Adolfo y trabajó
por la causa hasta que terminó la guerra de 1926-1927.
Después de que Nacho regresó a Tucson, comenzó a
portarse de modo diferente. Antes trabajaba mucho y se
quedaba en su casa, después llegaba tarde en la

165
noche y a veces no regresaba a dormir. Sus amigos pronto
le informaron a Dominga el motivo de este cambio de
conducta: había una mujer llamada Pancha Papaga que
vendía licor clandestinamente en barrio Libre. Su casa era
una especie de cantina a la que acudían muchos hombres,
pero Nacho se quedaba con ella. Después de varias
semanas, el padre de Nacho, Guadalupe Flores, fue a ver a
Dominga un lunes en la tarde. El padre y el hijo trabajaban
juntos, y por primera vez Nacho no se había presentado a
su trabajo. Guadalupe le preguntó: "¿Dónde está Nacho?"
Dominga contestó que no lo sabía. Guadalupe le dijo:
"Sabemos dónde está. Ve a buscarlo y dile que le ordeno
que venga a trabajar." Guadalupe arregló que su sobrino
llevara a Dominga en auto a barrio Libre. Se dirigió a la casa
de Pancha Pa-paga y le preguntó a un muchacho en la
cocina si estaba Nacho "Sí, pero está dormido." "Por eso
estoy aquí", contestó Dominga, "vengo a despertarlo". El
muchacho insistió en que estaba dormido. Sin temor,
Dominga entró al dormitorio, donde Nacho y la Papaga aún
dormían. Dominga les quitó las cobijas que ocultaban sus
cuerpos desnudos, lo que hizo que despertaran. Nacho
estaba furioso La Papaga afirmó que los problemas
matrimoniales de Nacho y Dominga no tenían nada que ver
con ella, a lo que Dominga le respondió: "No, pero siempre
duermes con él." Después Dominga le dio el recado de
Guadalupe y le dijo: "El padre manda más que la mujer."
Nacho se levantó, se vistió y regresó en silencio a Pascua a
trabajar. Dominga pensó que Guadalupe había hablado con
Nacho, porque estuvo yendo a su casa durante algún
tiempo Sin embargo, sus relaciones no mejoraron mucho

166
Pocas semanas después, la familia Flores se marchó a las
granjas cercanas a Marana a pizcar algodón. Pancha
Papaga se encontraba entre los muchos trabajadores
contratados, y a menudo Nacho se ponía a pizcar cerca de
la Papaga. Decidieron huir juntos el siguiente día de pago.
Pancha les comentó a varias personas que le había
"ganado" a Dominga, y les contó sus planes de irse a
Phoenix. Estas personas se lo contaron a Dominga y ella
decidió hacer un último esfuerzo por retenerlo. El día de
raya pidió ayuda a varios parientes para desinflarle las
llantas al auto de Nacho Muy enojado, Nacho las infló de
nuevo, pero antes de que hubiera terminado, Pancha
Papaga llegó con su padre. Después Pancha dijo que si ella
no podía quedarse con Nacho, tampoco lo haría Dominga,
pero Nacho se quedó.
Poco después Nacho se enfermó de tos y su salud
comenzó a empeorar. Regresaron a Tucson, donde
Dominga comenzó a trabajar de nuevo en una lavandería,
porque Nacho ya no podía trabajar. Matilde cuidaba a los
niños. Un doctor dijo que él no tenía nada; sin embargo,
cada vez su salud empeoraba. Su enfermedad duró nueve
meses.
Una amiga de la lavandería le preguntó a Dominga por
Nacho Ella le contestó: "Está muy malo Los doctores dicen
que no tiene nada, pero en mis sueños lo he visto morirse."
La amiga le dijo: "Llévalo con mi madre: es una curandera
muy buena." Nacho se negó a ir, pero Dominga fue, en un
último esfuerzo por salvarlo. La mujer puso sobre la mesa
una bola de cristal. Le preguntó a Dominga si reconocía a la
mujer que aparecía en la bola. Era Nacha Félix, la esposa
del primo hermano de Nacho Se desvaneció esa figura y
apareció otra mujer: la tía de Nacho y

167
suegra de Nacha, Francisca Flores. La curandera dijo:
"Estas dos mujeres le están haciendo daño a Nacho. Trataré
de ayudarlo, pero el mal está muy avanzado y posiblemente
muera."
La salud de Nacho empeoró y Dominga decidió que no
podía dejarlo solo. Cuando llegó Chepa Álvarez, Dominga le
pidió que se quedara: "La brujería es muy fuerte." Francisca
Flores se aproximó a la casa, lo que hizo que Nacho
empeorara, y le dijo a Dominga: "No la dejes entrar en la
casa. Habla con ella afuera. Apenas puedo respirar."
Cuando Dominga le impidió a doña Francisca que pasara a
ver a su sobrino, se enojó, y el mal aumentó. Nacho murió a
fines de 1928. La muerte de Nacha Félix, que ocurrió poco
después, se atribuyó al mal que ella le había causado a
Nacho.
Otras gentes dieron versiones distintas acerca de quién
había causado la muerte de Nacho mediante la brujería, y
algunos sugirieron que Dominga era responsable, porque
creía que Nacho bebía demasiado y le guardaba rencor por
sus amoríos con Pancha Papaga. Dominga admitió que
estas dos cosas eran ciertas, pero dijo: "Yo no le hice daño
Traté de salvarlo." En sus recuerdos consideraba que Nacho
había sido un buen hombre, muy preocupado por los
asuntos yaquis, digno de respeto y afecto, lo que había
demostrado ella con su conducta correcta de esposa yaqui.
Podía haber tolerado que bebiera y tuviera amoríos.
Pocos meses después Angel Vázquez le pidió a
Dominga que se fuera a vivir con él. Había ido a la casa a
visitar a uno de los primos de Lorenzo, Eligio Tecu, que se
unió a la familia después de una larga ausencia en
California. Sin duda muchos hombres

168
venían a visitar a Eligio Angel, que era de barrio Libre, había
trabajado con Eligio varios años antes, y después de ver a la
joven y atractiva viuda, acudía muy a menudo; finalmente,
un día cuando ya se marchaba, le entregó una carta que
contenía la vital pregunta. Desde luego, él nunca había
hablado con ella. En su siguiente visita, le preguntó si había
leído la carta. "Sí." "Bueno, ¿quiéres hacerlo?" Ella contestó
que no se había decidido: "Sé lo que es tener un mal
padrastro, y no quiero que Vicente y María tengan las
mismas malas experiencias." Ángel le prometió que sería un
buen padrastro y le dijo que tenía un buen trabajo y que
Dominga no tendría que trabajar. Finalmente ella aceptó, y
después de casarse por lo civil se mudó a la casa en barrio
Libre, en la que Ángel vivía con su madre, Lorenza Medina.
Dominga se decidió a dar este paso por los terribles
rumores que corrían en Pascua. "A todas partes a donde
iba, las personas murmuraban cosas malas de mí. Mis
comadres pasaban sin hablarme." Pronto la gente comenzó
a decir que andaba con muchos hombres. Una mujer en
especial parecía la responsable de la mayoría de los
rumores. Esta mujer, doña Josefa, se encontró un día a
Dominga en la calle, e inició un enfrentamiento público al
comentar que, aunque Dominga aseguraba que trabajaba
en una lavandería, no era cierto, porque si lo hiciera tendría
las manos blancas por el jabón. Dominga replicó que
trabajaba en una lavandería, pero que no tenía las manos
blancas porque ella planchaba. Doña Josefa continuó
hablando en voz alta: "Si no trabajas en una lavandería,
entonces ¿qué haces todo el día? ¡Andas con hombres!"
Sintiéndose completamente indefensa ante lo que

169
describió como ataques inmerecidos, Dominga discutió la
situación con Matilde. Después de que otras mujeres se
volvieron contra ella, Matilde le dijo: "Mejor vete a barrio
Libre. Una vez que te acomodes con un hombre, terminarán
los chismes." Discutieron si era conveniente que Dominga
se casara de nuevo antes del cumpleaño de Nacho, pero
decidieron que la seriedad de la situación ameritaba actuar
así.
Dominga se llevó a Vicente y dejó a María More con
Matilde. Dominga no recordaba haber sido feliz con Ángel. A
pesar de sus promesas, se portaba como Lorenzo Mosen:
estaba borracho la mayor parte del tiempo y se volvía malo
cuando bebía. Dominga quería y respetaba a su madre,
Lorenza Medina, y las dos mujeres se aliaron contra la
embriaguez de Ángel y las mujeres con las que andaba. Por
su parte, él alegaba que no tenía caso regresar a una casa
donde había dos mujeres que lo regañaban. Dominga
pronto tuvo que trabajar en la lavandería, y dejar a Vicente
al cuidado de Lorenza. En realidad, la madre y la nuera
mantuvieron a la familia durante muchos años; Dominga
brindaba el apoyo económico y Lorenza atendía la casa.
En las dos décadas siguientes, parece que no hubo
hechos dramáticos importantes en la vida de Dominga.
Contó pocas anécdotas de ese periodo. La mayor parte de
éstas se referían a las borracheras de Ángel, a sus
numerosas amantes, y a su falta de aportación económica.
En dos ocasiones la atacó con un cuchillo, pero ella había
aprendido de su madre cómo repeler este tipo de ataques.
El cambio más notable en su vida fue cuando dejó su
trabajo en la lavandería, porque el vapor la estaba dejando
cie-

170
ga, y entró a trabajar de cocinera en un restaurante. Con las
patronas del restaurante donde trabajó, tuvo relaciones que
continuaron mucho después de que su trabajo terminó.
Creía que "es mejor encontrar una buena patrona y
quedarse con ella que tomar otro trabajo por una paga más
elevada, porque si has sido fiel, tu patrona te cuidará
cuando estés vieja y enferma".
A principios de la década de 1940, Dominga adoptó a
dos niños, que habían quedado huérfanos cuando una
mujer de barrio Libre tomó veneno, y murió frente a ellos,
después de haberles preparado el desayuno Vicente tenía
entonces cerca de 20 años, y Dominga se sentía feliz de
tener niños a quienes criar. Le preocupaba haber tenido sólo
dos hijos, y ninguno con Ángel. Los niños que adoptó no
tenían parientes o padrinos que pudieran cuidarlos, y Do-
minga "sintió lástima". Ambos la llamaban "madre", y con el
tiempo se casaron con parientes de su familia.
Quizá una década después, Dominga crió a otros dos
niños. Matilde Yaqui Larga pensó que Lola, su hija menor
que aún vivía, era descuidada y sencillamente no atendía a
sus hijos. A diferencia de Dominga, Lola no era buena ama
de casa. Cuando no había qué comer en la casa, se
sentaba a llorar en vez de conseguirse un empleo. Matilde
había ayudado a Lola tanto como había podido, pero
cuando Lola decidió irse con otro hombre que no quería a
los hijos que ella había tenido en una unión anterior, Matilde
se sintió demasiado vieja para criar a dos niños. A Matilde la
mantenía María More, que ya era grande, a quien ella había
criado María, que era una mujer buena y trabajadora, no
ganaba lo sufí-

171
ciente para alimentar a dos bocas más. Por consiguiente,
Matilde llevó a los dos niños con Dominga a barrio Libre y se
los dio.
En 1958, Matilde fue con Dominga a "morir en sus
brazos". Ninguno de los muchos parientes que habían vivido
con Matilde fue a verla cuando estaba agonizando, ni
siquiera Lola, ni ayudaron en el velorio o la novena. Sólo
acudió María More. Dominga, que siempre había cumplido
con estas obligaciones, consideró que su conducta había
sido inexcusable, especialmente cuando los ritos del funeral
se dedicaban a su madre que había sido tan buena. Sin
embargo, Lola apareció después en compañía de un
abogado para reclamar la casa de Matilde y los tres terrenos
que Matilde, en su lecho de muerte, le había heredado a
Dominga. Ésta quería que María More se quedara con las
propiedades, pero el abogado aseguró que si Dominga no
las quería, Lola era la segunda en derecho para
reclamarlas. Posiblemente los honorarios del abogado
fueron mayores que lo que valían las propiedades, y María y
Lola terminaron viviendo allí, aunque el título legal estaba a
nombre de Dominga.
Dominga había sostenido correspondencia regular con
su padre, aunque no lo veía desde 1926. Él le escribió
diciéndole que estaba en Nogales y que deseaba verla. Lo
encontró enfermo y demacrado. Después de varios fracasos
por arreglar sus papeles migratorios para que ella pudiera
atenderlo en barrio Libre, hizo un plan para trabajar toda la
semana e ir a Nogales todos los fines de semana para
alimentarlo y cuidarlo. Pasaba muchas horas en el
restaurante y a menudo regresaba a su casa en la madru-
gada, por lo que durante varios meses durmió sólo

172
el mínimo Un fin de semana descubrió que Vicente se había
marchado de Nogales, se había aburrido y había regresado
a estación Vicam.
La vida familiar de Vicente no había sido feliz en
muchos años. Él y Loreta procrearon tres hijos en los
primeros años de su unión. Durante la guerra de 1926-1927,
Loreta fue una de las muchas mujeres y niños de Vicam a
los que arrestaron y enviaron a Potam, donde ella atrajo la
atención de un soldado mexicano, Juan Gutiérrez. En poco
tiempo ya vivían juntos. Vicente llevó a la sierra a sus tres
hijos y a su madre. A pesar de ser tan vieja, doña Joaquina
cuidaba a los niños cuando el grupo viajaba, y a menudo
tenían que acampar al aire libre, lo que se volvió algo común
para doña Joaquina. La hija más joven de Vicente se cayó
en unas rocas y se hirió de gravedad en la cabeza. Se creyó
que este accidente, además de otras penalidades y el
trabajo duro que debió realizar siendo muy pequeña, habían
debilitado tanto a la niña que, poco después de su regreso a
Vicam en 1926, se resfrió y murió en 24 horas. Cuando aún
estaba en la sierra, Vicente comenzó a andar con una joven
llamada Vicenta, quien, junto con su madre, era uno de los
residentes de Vicam que estaban bajo el mando de Vicente.
A finales de la guerra, Vicenta quedó embarazada. Ella y
Vicente pensaron que el matrimonio con Loreta había
terminado, en especial cuando supieron de Juan Gutiérrez y
del hijo que habían procreado Sin embargo, Loreta tenía
otros proyectos. Se mudó a casa de Vicente con su hijo, y
amenazó con matar a Vicenta. Por temor a que esto no
fuera sólo una amenaza, Vicenta y su madre se fueron de
Vicam sin avisarle a nadie a dónde se dirigían.

173
Loreta le preguntó a Vicente si le daba permiso de
ponerle a su hijo el apellido de la familia Tava, y él consintió.
Loreta y Vicente continuaron viviendo en la misma casa,
pero la mujer fue amante varios años de Juan Gutiérrez.
Con reticencia Vicente aceptó que les pusieran el apellido
Tava a otros dos hijos de Gutiérrez. Cuando Loreta intentó
darle el apellido de Vicente a otro hijo más, él le dijo que se
marchara con su amante y usara su apellido. Ella partió,
pero los tres hijos de Gutiérrez se quedaron con Vicente que
los crió. A fines de la década de 1950, Vicente presidía una
numerosa familia, pero no había una mujer adulta que lo
cuidara. Simona, la hija que tuvo con Loreta, era una buena
mujer, pero estaba en la ciudad de México estudiando para
enfermera.
En la Navidad de 1959, llegó a vivir con Vicente una
hija a la que no conocía. Antes no sabía si Vicenta había
tenido un niño o una niña, y aun si el hijo vivía. Entonces
supo que tenía una hija llamada Marcela. Ella le escribió
desde Obregón, preguntándole si podía ir a estación Vicam.
En su lecho de muerte, Vicenta le dijo: "Te quedarás sola.
Ve con tu padre. Él es un buen hombre." Vicente se sentía
abrumado: "Eres mi hija", le dijo, y la aceptó en la familia y
le dio un lugar en la casa. Marcela ayudó a que Vicente
pasara bien los últimos días de su vida.
Dominga advirtió que la prolongada enfermedad de
Vicente le imponía un gran gasto, y agotaba sus ahorros
guardados con tanto cuidado. Durante una época recogía
algodón durante el día y trabajaba en un restaurante por la
noche a fin de mantener su propia familia y tener dinero
para Vicente. Iba a Vicam tan a menudo como podía; y
aunque estos viajes

174
aumentaban el esfuerzo físico que realizaba, le gustaba
reforzar los múltiples vínculos con la familia Tava que tenía
en Vicam, participaba plenamente en la pepena (recoger el
sobrante de las cosechas en los campos) junto con las
mujeres, cocinaba para la familia y hacía visitas.
Cuando Vicente murió en 1960, la familia llamó a
Dominga. Recibió el mensaje mientras trabajaba. Se marchó
rápidamente a su casa para preparar el viaje, pero
descubrió que su casa se había incendiado, y que los dos
hijos de Lola habían muerto quemados. Tuvo que preparar
su velorio y su entierro antes de ir con su padre. En estación
Vicam los parientes consideraron que las dos hijas de
Vicente deberían ver su cadáver, pero Dominga no había
llegado, y Simona debía venir desde la ciudad de México.
Durante dos días pusieron su cuerpo en hielo. Esto no logró
retrasar la descomposición, por lo que decidieron enterrarlo,
pero le pusieron al féretro un pedazo de vidrio sobre la cara
del muerto, y así cuando llegaran sus hijas, lo
desenterrarían y ellas podrían verlo. Sin embargo, sus hijas
consideraron que esto no era necesario, y dijeron: "Ya tiene
su lugar."
Era la primera vez que se veían Dominga y su medio
hermana, Marcela. Simpatizaron y ambas determinaron que
la otra era buena. En los años siguientes, Dominga se
convirtió en defensora de Marcela en las disputas familiares.
Surgieron algunas fricciones por el derecho de Marcela a
residir en la familia, y su cuñada insistía en que Marcela no
tenía derecho de permanecer allí, porque se había criado
en. otra parte. "Ella ni siquiera habla yaqui, y ¿quién sabe si
es realmente hija de Vicente?"

175
Dominga sostenía que Vicente había aceptado a Marcela
como hija, y eso le daba derecho a vivir en la casa y
compartir las propiedades. Éstas fueron otro motivo de
controversias, en especial cuando el hijo de Vicente vendió
un terreno y no compartió el dinero de la venta con sus
hermanas.
El mismo año que murió Vicente, Dominga soñó que
moriría su hijo Vicente. No parecía haber ningún motivo para
esa predicción, porque él había regresado del ejército, se
había casado con una joven bonita con quien había
procreado tres niños saludables, y tenía un buen trabajo en
el aeropuerto Dominga no le contó su sueño, pero ella creía
que él había tenido una premonición de su propia muerte,
porque le había pedido a un abogado que titulara la casa de
barrio Libre a nombre de Dominga, la que Lorenza Medina
al morir le había heredado a él, aunque Ángel Vázquez (hijo
de Lorenza y esposo de Dominga) aún vivía; Vicente
también nombró a Dominga beneficiaria de su pensión de
veterano de guerra. Le entregó los papeles y le dijo: "Mamá,
si algo me sucede, quiero que esto sea tuyo Hay personas
que querrían quitártelo" Pocos días después se quejó con
un compañero de trabajo en el aeropuerto de que tenía frío.
El hombre le prestó su abrigo, pero él seguía tiritando. Murió
esa noche.
Aunque parezca extraño, Dominga contó pocos relatos
sobre su hijo, y él aparece sólo en forma incidental en sus
narraciones, probablemente porque no le sucedió nada
especialmente dramático Su devoción por él sólo era
comparable con la que sentía por su padre y su madre.
Perder en un lapso de tres años a esas tres personas a
quienes ella quería mucho, la privó de sus relaciones
emocionales más pro-

176
fundas. La muerte de su hijo fue el golpe definitivo y más
duro, porque ella había confiado en que él la enterraría
decentemente y que estaría junto a ella hasta ese día.
Como había previsto Vicente, hubo personas que
deseaban quitarle a Dominga la seguridad que él le había
dado, por ejemplo, su propia viuda, quien creía tener
derecho a la pensión. Las discusiones y los problemas
legales que se produjeron disgustaron a la nuera de
Dominga, quien "se llevó a los niños", y no les permitía que
visitaran a Dominga. Después de que la nuera se casó de
nuevo, la familia "se volvió mexicana".
Dominga se "retiró" con la pensión. Ya no tenía que
trabajar largas horas regularmente, pero no dejó de trabajar,
porque creía que el trabajo era bueno y el ocio malo.
Cambió su patrón de trabajo Aumentó sus relaciones con
sus antiguas patronas al trabajar para ellas en sus casas.
Consiguió una clientela estable para sus tortillas caseras,
sus gorditas, sus buñuelos, sus tamales, su carne machaca
y otras especialidades. Ponía un puesto en las fiestas en el
centro de Tucson, y se enorgullecía de su sistema de
producción que le permitía vender 400 tacos en una hora,
mientras que los puestos vecinos sólo vendían 50. Creía
firmemente que la producción en gran cantidad y el precio
competitivo rendían mayores ganancias.
El "retiro" de Dominga le dejaba más tiempo para visitar
a sus parientes del barrio, en otras partes de Arizona, y en
Sonora, y le permitió viajar más. En un viaje que hizo a
Vicam para visitar a su medio hermano, se enteró de que él
iría a la ciudad de México, y ella lo acompañó. Otro cambio
que sufrió

177
su vida fue que pudo participar más en la actividad
ceremonial de barrio Libre. Siempre había sido muy
religiosa, y había acumulado santos y estampas religiosas
durante varios años. Entonces, junto con una sacristana, se
encargó de cuidar gran parte de la iglesia de barrio Libre y
sus santos. Cuando se construyó la nueva iglesia de San
Martín, fue una de las mujeres que ayudó activamente a
cocinar para los trabajadores y a preparar grandes
cantidades de tesquine (una bebida alcohólica hecha con
maíz fermentado) para que se refrescaran. Asistía a todos
los servicios religiosos cuando estaba en la población, y
cocinaba para todas las fiestas familiares.
Después de que Dominga tuvo el título de propiedad de
su casa, envió a Ángel a vivir permanentemente en una
pequeña cabaña que estaba afuera, y así terminaron 32
años de vivir juntos. Es probable que los primeros años de
su matrimonio hayan sido más normales y tradicionales que
lo que indica en su relato, y quizá generalizó su
insatisfacción de los últimos años a todo su matrimonio. Sin
duda éste desmejoró a fines de la década de 1930, cuando
Ángel por primera vez la atacó con un cuchillo, y también
resulta evidente que él no consiguió ni pudo conservar por
mucho tiempo su respeto y su afecto Ella no respetaba a
Ángel, y su unión se desarrolló en líneas muy distintas de
las de su matrimonio con Ignacio Se volvió más
independiente y autosuficiente, y nunca le pedía a Ángel
permiso para hacer algo La posición de Ángel en una familia
donde dominaba la mujer se volvió cada vez más periférica,
hasta que definitivamente fue expulsado
A Dominga le interesaban las "cosas". Su casa de
cinco cuartos, que fue reconstruida después del

178
incendio, estaba atestada con varios muebles de recámara,
un sofá, por lo menos dos refrigeradores, estufas, un
impresionante rincón lleno de santos, radios, un televisor,
etcétera. Las paredes estaban cubiertas con pinturas al óleo
(un retrato de Dominga hecho por un maestro de escuela;
una escena romántica azteca con palmeras, pintadas por su
media hermana que vivía en la ciudad de México),
fotografías y pinturas religiosas. Los recuerdos de muchos
años estaban envueltos en plástico o guardados en cajas en
toda la casa o puestos en pilas altas en la alacena de la
cocina y en la bodega trasera de la casa. Lamentaba la
pérdida de las cosas que se quemaron en el incendio de
1960, en especial la colección de cartas sobre la guerra de
1926-1927. Si se necesitaba tela para vestir a un santo, si
era necesario un brazalete de brillantes falsos para
confeccionar la corona de la Virgen, si se buscaban flores
de papel o jarrones de vidrio, todo mundo en el barrio decía:
"Pídanselo a Dominga."
Muchas yaquis aceptaban pasivamente el alcoholismo
y la embriaguez de los hombres. Dominga no lo aceptaba.
Creía que beber era malo, no porque fuera pecado, sino
porque la embriaguez de los hombres hace que sus familias
padezcan privaciones. Entre sus conocimientos culinarios
estaba hacer tesquine, y aprobaba totalmente que se
tomara en público en ciertas ocasiones. Beber de otra
manera, lo consideraba Dominga, al contrario, como algo
privado y que no beneficiaba a la comunidad. No podía
respetar a los borrachos empedernidos, porque casi siempre
eran malos y sin duda derrochaban el dinero que su familia
necesitaba para comer. Mostraba total desprecio por
cualquier borracho En vez de pa-

179
sar a su lado tranquilamente, por lo general hacía algunos
comentarios en voz alta sobre sus pobres familias
hambrientas. Si alguno le pedía dinero o alimentos, sólo le
daba un sermón detallado sobre lo mal de su conducta,
sosteniendo tenazmente su punto de vista hasta que el
borracho desaparecía, sin recibir ayuda. A menudo
aseguraba que sabía cómo correr a los borrachos. En las
fiestas públicas, Dominga se encontraba a otras personas
respetables, sobrias y viejas, y juntas condenaban la
borrachera que observaban.
En el momento de la entrevista Dominga tenía 70 años,
aproximadamente, y se movía constante y eficientemente en
la extensa red de sus relaciones con sus parientes
consanguíneos y rituales, cumplía con sus obligaciones
consiguientes y con su trabajo ceremonial. A pesar de que
era esencialmente optimista, se sentía muy desilusionada
por su existencia solitaria después de haber pasado toda su
vida en familias grandes y activas, y le preocupaba no tener
quién la cuidara en su agonía y la enterrara decentemente.

180
CHEPA MORENO

Síempre la consideraban los demás y ella misma se


identificaba como yaqui. Pero esta mujer se separó de los
segmentos funcíonales, signíficativos de la sociedad yaqui
por una serie de acontecimientos histórícos. Su relato es la
historia de la pérdida de la cultura provocada por la
separacíón de la socíedad de su lugar de origen.
Durante los 80 años y fraccíón que vívió Chepa
Moreno, cambió el aspecto de Méxíco. En su relato se
advíerten las presíones que afectaron a los yaquis de
Sonora y que los empujaron a participar en los
acontecimientos más amplios que modelaron al país. Nació
en un seguro ambíente local yaquí hacía 1890, y pasó los
prímeros diez años de su vída lejos de las persecuciones y
las penalidades. La matanza de 1900 de Mazocoba
destruyó la paz de su mundo y díspersó a su famílía. Los
síguíentes años los pasó en el ambiente de Hermosillo que
tenía diferencias muy marcadas, donde los yaquís vívían
bajo fuertes presiones. Después de su matrimonío
arreglado, fue deportada con su esposo y su híjo. La
deportación, las penalidades que padeció, su vida como
"esclava" en Yucatán, la muerte de sus síete hijos, y la
disolucíón de su matrímonio (se quedó sola en Yucatán que
estaba en guerra) fueron recuerdos amargos. Atrapada en
medio de la Revolución, se hízo soldadera con su segundo
esposo, y atravesó Méxíco síguiendo a los ejércitos. Al final
de la Revolución, cuan-

181
do se separó de su segundo esposo, víajó a Hermosíllo, se
quedó a vivír con la familía de un pariente, y se labró una
posición económíca trabajando como lavandera.
Los accidentes históricos evítaron que estableciera
vínculos vitales de parentesco consanguíneo y rítual, lo que
hizo que en su vejez a menudo carecíera de la seguridad
que ofrecen esos vínculos. Cuando murió su tercero y últímo
esposo, y también sus pocos amigos víejos, sus parientes
consanguíneos y rituales, se quedó más sola. Fínalmente,
cuando estaba demasiado ancíana y enferma para poder
trabajar, su destíno fue sufrir de nuevo prívaciones y
penalídade..
Desde que regresó de Yucatán, vivió esencialmente
como una yaqui fuera de la sociedad yaquí. Hasta cierto
punto este aislamiento fue una decísión consciente, aunque
los factores que influyeron en esto son muy complejos.
Después de la Revolucíón, podía haberse unido a la família
de la madre de su segundo amante en el área de los mayos
(Huatabampo) o podía haber regresado a los pueblos del río
Yaqui. Por ser una adulta solitaría, prefíríó regresar a una
comunidad conocída, porque nunca había vivido en los
pueblos yaquis, y ni síquiera los había conocido cuando era
níña, y por ello le dio prioridad a la realídad económíca de
conseguír su sustento Para mantenerse como lavandera
necesítaba tener clíentes. Y para conseguirlos, tenía que
vívir en un lugar en que hubiera gente más ríca que pagara
por este servícío. Al no contar con vínculos afectivos de
parentesco, promovíó las relaciones con sus antiguas
patronas que se remontaban a su anteríor estancia en
Hermosillo Las relaciones con sus

182
patronas fueron su príncípal preocupacíón hasta su muerte.
La estrategía de adaptacíón que reguló todas sus
decísíones desde su regreso. a Sonora fue la independencia
económíca.
La ropa de estílo antíguo de Chepa, su preferencía por
hablar yaquí, y su casa de carrízo le indicaba a todo el
mundo su ídentidad índígena. Nunca se díjo que ella se
hubiera vuelto mexicana. En los últímos años de su vida,
cuando sus amigos viejos muríeron y fue más pronunciada
la tendencia de los yaquis a mexicanizarse, Chepa era quizá
la yaqui que más se veía en los dos barrios vecínos.
Durante el período de mi ínvestígación, Chepa vívía
sola en su casa de carrízo y piedra construida por su último
amante en el barrio Las Pílas de Hermosíllo, un barrío que
surgíó de otro más antiguo y próximo: La Matanza. Muchos
yaquís víven allí y lo han hecho por lo menos desde la
década de 1890, pero estos barríos nunca fueron
comunídades yaquís. Más bíen son barrios de mexicanos de
clase baja en los que se han concentrado los yaquís. El
índice de matrímoníos con los mexícanos es alto, y las
relacíones de parentesco con los mexicanos son más eleva-
das que en otras comunidades yaquís. En la actualídad, las
ceremonías yaquis han dismínuído, aunque los rítos de la
Pascua, que se realízan en todo Hermosíllo, atraen a los
yaquis de toda el área urbana. Las costumbres
ceremoníales famílíares tienden a ser semejantes a los
modelos mexicanos.
Chepa definítivamente tenía límítacíones como
ínformante de la cultura yaquí. Por haber vívido poco en una
comunídad yaquí actíva, sabía poco de las instítucíones
yaquís formales.
El recuerdo de los hechos de su vida era bastante

183
precíso, aunque a veces olvidaba algunos nombres. Su
conocímiento de las relaciones famílíares a veces era
limitado por haber perdido su contacto con éstas durante
mucho tiempo Mantenía correspondencia con algunos
parientes; le díctaba las cartas a alguna persona y hacía
que le leyeran las respuestas, porque no sabía leer ní
escribír. Así se mantenía relativamente bien ínformada de
los nacimientos, de las muertes, del lugar donde estaban
ciertos parientes, y de los sucesos importantes de sus vidas.
Igual que a otras informantes, a Chepa le molestaba hablar
de sus múltíples relacíones con hombres. Durante muchas
semanas, sólo admítió haber vívído con su esposo legítimo
La ídentidad de su segundo amante me la reveló otra mujer,
después de que yo había estado luchando con
incongruencias y omisíones obvias en su relato sobre los
años de la Revolución. Durante muchas semanas, logró
ocultarme la existencia de un tercer hombre en su vída,
hasta que su identídad me la reveló otra ínformante, a quien
le dívírtíó mucho que Chepa hubíera podído eludir en su
conversacíón a este hombre durante tanto tiempo.
Chepa me colocaba en el papel de patrona en forma
más pronunciada que las otras informantes, por la obvia
razón de que ella estaba más acostumbrada a tratar con los
extraños en este marco de referencia. De acuerdo con mi
imagen de patrona, yo híce el plan, decidí sobre nuestras
actívidades, y le di dínero, que ella aceptó sín hacer
comentarios. Dentro de estos parámetros externos,
predomínaba el factor de la edad. Ella era una víeja que
ínstruía a una mujer más joven. A menudo dírigía la con-
versacíón, se impacíentaba porque yo tomaba notas
lentamente, y en los días en que se sentía más en-

184
ferma que de ordínario, no cooperaba. Con frecuencia me
daba lecciones sobre la conducta correcta; un día me hizo
regresar a una casa que habíamos visitado para que me
despídíera de mano correctamente de nuestro anfítríón. Es
probable que su rebeldía ocasional se debiera al prolongado
período de aislamíento social que había padecído antes de
conocernos. Tenía tan pocas relacíones personales que casi
con nadie podía desquítar sus frustraciones. Si hubiera
reñido con la mexícana que vivía en la casa de enfrente y
con la que platícaba más que con nadie, podría haber
pagado un precío demasíado alto. Me usaba como auditorío
de sus sentimientos reprímídos, y esto a menudo significaba
que las horas de la entrevista fueran improductivas.
A Chepa le agradaban nuestras relaciones. Tenía un
status muy bajo en el barrío, no porque fuera una índígena
tradicional, sino por su pobreza y su aislamíento social. Mi
ínvestígacíón contríbuyó a elevar su status, mejoró su nível
de vida, le permitió viajar, y reforzar sus vínculos familíares
en Potam. Le llenaba de felícidad que alguíen se ínteresara
en escucharla, lo que la volvía una persona socíalmente
ímportante; y le parecía aún mejor que su interlocutora fuera
una extranjera más ríca que sus vecinos, y que le
proporcíonaba los recursos económícos que necesítaba
mucho.
Chepa había tenído muy pocos vínculos emocionales
profundos con los demás. Su vínculo más profundo durante
su niñez lo establecíó con la mujer que la crió: la esposa del
medío hermano de su padre. La muerte de sus híjos le
impidíó establecer afectos fuertes y duraderos con ellos. Su
relación emocional con su esposo y sus dos amantes no fue

185
ímportante. Cuando regresó a Sonora, sus relaciones con
algunos parientes lejanos y amígos le ofrecíeron poco
contacto socíal. La amistad con una colega lavandera en
Hermosíllo fue una de sus relaciones emocionales más
vigorosas. Chepa le daba importancia alas obligaciones con
los parientes y a las sutilezas de las visitas y la hospitalidad,
pero tuvo pocas oportunidades de participar en esto.
La mayor parte de los que conocieron a Chepa la
clasificaron en la categoría de tríste, y la descríbieron como
pasíva, seria y tímida. Parece que su íngenío, su habilidad
para imítar, sus bromas y su agudeza espontáneas sólo se
manífestaban en pocas ocasiones; generalmente se
ocultaban en su rutina cotídiana. Por fortuna, estas facetas
de su personalídad a veces aparecieron en nuestras
relaciones, pero su sentido del humor no se reveló en su
relato. Éste sólo se manifestaba en las sítuaciones
contemporáneas; y las personas que estuvíeron presentes
en las entrevístas comentaron a menudo que nunca la
habían vísto tan anímada. Sin embargo, los recuerdos de su
pasado eran seríos y trágícos.
Todas las informantes se mostraron fatalistas en algún
aspecto, pero Chepa lo era más. La pauta general de su
vída (ella vívió periodos de grandes penalidades) fue
modelada en gran parte por el azar y los accídentes que le
sucedíeron. Su vida muestra claramente lo que sucede
cuando los vínculos del parentesco rítual y consanguíneo se
debílítan, y no se reemplazan con algo más importante.
Chepa vívió gran parte de su vída fuera o al margen de la
socíedad yaqui, pero vivíó y murió como yaquí.

186
JOSEFA (CHEPA) MORENO nació en la mina La Colorada,
Sonora, hacia 1889 o 1890. Su padre era Francisco, hijo de
Rosario Moreno y Juana Sewa del pueblo de Torim en el río
Yaqui, donde, como contaban los viejos, ellos habían sido
dueños de muchas vacas y caballos. Cuando Francisco
llegó a La Colorada, iba acompañado de su esposa, una
mujer de Torim llamada Carmen Domínguez, con quien
procreó tres hijas legítimas: Eulalia, Jesús y María. Cuando
murió Carmen, Francisco trasladó a su familia a la casa de
su medio hermano, Abelardo Cochemea. Francisco, el
"Blanco" que tenía un gran bigote rojo (el color de su piel
hacía que todos pensaran que era hijo de un español,
probablemente de un antiguo patrón de Rosario), pronto
comenzó a vivir con Antonia Sasueta; su hija, Chepa, creía
que tenía algo de sangre pima. Antonia murió antes de que
Chepa cumpliera un año, y Eulalia, la media hermana mayor
de Chepa, murió en esa misma época.
Los primeros recuerdos de Chepa son haber vivido con
relativa comodidad en la familia de Abelardo Cochemea. De
la esposa de Abelardo, María Valencia Palos, ella declaró:
"Es la mujer que me crió." La familia estaba integrada por el
hijo de María, Miguel Palos, y su esposa y sus hijos; su hija
Camilda, su esposo y sus hijos; y Chepa, su padre,
Francisco y su anciana madre, Juana Sewa. Chepa cuidaba
a los hijos de Miguel y de Camilda, que eran menores que
ella. Dos de los hijos de Miguel eran Rosalío Moisés, cuyo
relato se narró en The Tall Candie (1971), y Antonia
Valenzuela, cuyo relato aparece más adelante. Conoció
poco a sus medias hermanas, porque eran mayores y
estaban casadas.
Hasta 1900, cuando Chepa tenía diez u once años

187
de edad, la numerosa familia era una unidad social sólida,
no tenía necesidades económicas ni sufrió persecuciones.
Después de 1900, varias de las principales familias
quedaron divididas a consecuencia de la matanza de
Mazocoba y del posterior endurecimiento del control
gubernamental sobre los yaquis. El padre de Chepa,
Francisco, su media hermana María y su esposo, José
Yomaiza, se mudaron a Princhera, otra mina de oro; Miguel
Palos, que también era minero de profesión, se llevó a su
esposa y a su hijo a otra mina, y dejó a sus hijos mayores
Rosalío y Antonia con su madre, María, en la mina La
Colorada. Al esposo de Camilda lo asesinaron unos
mexicanos. Abelardo, María, Camilda, Chepa y los otros
niños pronto se marcharon a vivir a Hermosillo, donde
Abelardo consiguió trabajo en un huerto llamado La Playita;
vivieron allí cinco años.
Su vida cambió radicalmente en Hermosillo María, que
en La Colorada se había mantenido un poco apartada de la
vida de los niños, pero que era gentil y amable, asumió
firmemente la autoridad predominante en la familia, la cual
ejerció plenamente. Se convirtió en una mujer "dura". Chepa
afirmaba: "María no había golpeado a nadie en La Colorada,
pero en Hermosillo le pegaba a todos los niños con el menor
pretexto." No se escapaba de esto ni su hija mayor,
Camilda. Si María pensaba que Camilda había estado
hablando con hombres durante el camino al pueblo a donde
iba a vender tortillas, le pegaba como si ella fuera un
hombre. Los hijos de Camilda no podían recurrir a su madre
para protegerse, María los mandaba. En La Colorada,
Chepa tenía poco quehacer, sólo cuidaba a los niños más
pequeños, pero en Hermosillo todos tenían que trabajar
para sobrevivir.

188
Comenzó ayudándole a Camilda a hacer tortillas para
venderlas, y también ayudaba a María a lavar ropa para las
patronas.
Cuando Chepa tenía 14 o 15 años, Pedro Alvarez le
pidió a su tío que hiciera arreglos para casarse con ella.
María hizo los trámites y Abelardo dio su consentimiento
Nunca le preguntaron su opinión a Chepa, que se oponía al
matrimonio. Amenazó con ahorcarse si la casaban con
Pedro, pero María sólo le contestó que estaba bien, porque
si no se casaba, ella misma la ahorcaría.
Para su boda en la gran catedral, María le hizo a
Chepa un vestido con tela blanca, le compró un rebozo azul
y un par de botines negros. María, Abelardo y Camilda
representaron a la familia de Chepa en la boda; y el tío de
Pedro, Domingo Alvarez y su esposa, Josefa Aldama,
representaron a la familia del novio Domingo y Josefa, que
eran de Torim, también habían vivido en La Colorada, y la
madre de Josefa se apellidaba Valencia y era pariente de
María. Después de la boda todos regresaron a La Playita.
María preparó una comida para la boda, pero no hubo una
fiesta de bodas, porque el gobierno había prohibido que los
yaquis se reunieran. Chepa recordaba que la fiesta de su
boda había resultado muy deslucida.
Pedro vivía en otra de las casas de los trabajadores en
La Playita con su tío, quien, como Abelardo, trabajaba en la
huerta. Por consiguiente, llevó allá a Chepa a pasar su
noche de bodas. "¡Qué miedo!", decía ella al recordar. Aún
vivía en La Playita, por ello podía visitar todos los días a
María y a su antigua familia, y parece que continuó
realizando allí sus actividades para subsistir. Pedro no
trabajaba en la

189
huerta, sino para Agustín León en una granja llamada Llano.
Después de algún tiempo del matrimonio, Chepa perdió el
miedo inicial que le infundía su esposo y se enamoró de él:
"Hubo un tiempo en que quise mucho a mi esposo." Él tenía
por lo menos diez años más que ella y se emborrachaba
mucho; sin embargo, Pedro era bien parecido, encantador y
ganaba un buen salario Como muchos otros yaquis, se
marchaba a Hermosillo el sábado, y no regresaba a su casa
hasta el domingo en la noche. Gastaba su dinero en mezcal
y con las mujeres yaquis "malas". Chepa explicó claramente
que nunca había conocido personalmente a una mujer yaqui
"que se fuera con cualquiera", y que nunca había hablado
con alguien así. Sin embargo, sabía mucho sobre dos
mujeres, Isidora y Civilagua. Con una de ellas, Pedro a
menudo se quedaba hasta el alba del domingo Chepa
estaba segura de que las mujeres con quienes se iba Pedro
todos los sábados eran yaquis, y no mexicanas. Chepa
constantemente decía que las mujeres con quienes salía
Pedro eran "malas", pero no consideraba que fueran
prostitutas. Las relaciones de Pedro con Isidora y Civilagua
parecen haber sido bastante estables: las frecuentó durante
varios años, y sus relaciones se iniciaron mucho antes de su
matrimonio Probablemente las dos "andaban con otros
hombres", que, igual que Pedro, les daban dinero
periódicamente.
Chepa quedó embarazada al año de su matrimonio Ella
veía su embarazo con cierto fatalismo: "Así es la vida."
Parece que ignoraba totalmente el proceso real del parto, a
pesar de que Camilda había procreado un hijo o
posiblemente dos mientras Chepa vivió con la familia
Cochemea, y tenía suficiente

190
edad para comprender lo que sucedía. Cuando nació su hijo
ella estaba en casa de María, como a veces acostumbraba
hacerlo, y no en casa de los Alvarez. Su descripción del
nacimiento de su primer hijo es la siguiente:

Yo no sabía que iba a tener un hijo. Me dolía el estómago.


Toda la noche caminé en el patio sintiendo ganas de orinar.
Finalmente, al amanecer, los dolores aumentaron tanto que
me colgué de un poste y el niño cayó al suelo. Yo no sabía
qué me había sucedido. María estaba en el cobertizo de la
cocina. Vio al niño en el suelo, salió al patio lo lavó con agua
y lo envolvió. Cuando salió la placenta, María la puso en una
olla y la enterró. Luego me dijo que me fuera a la cama. Allí
permanecí cinco días, después me levanté y me puse a
ayudar a Camilda a hacer tortillas otra vez.

Su hijo se llamó Carlos. Su madrina de bautizo fue


Candelaria Buitimea, que vivía en Ranchito; su esposo,
José, fue el padrino. Ni Candelaria ni José eran parientes
consanguíneos. Chepa recordaba que era una buena mujer
la esposa del patrón de Pedro, la cual le regalaba leche para
su bebé.
Pocos meses después del nacimiento de Carlos, los
soldados aprehendieron a Abelardo, y María no pudo lograr
que lo liberaran. Todos los yaquis podían ser arrestados y
deportados. A los patrones les imponían multas elevadas si
no entregaban a sus trabajadores yaquis, pero ellos no
querían hacerlo, porque eran buenos empleados. Muchas
cosechas se arruinaron en los campos, porque les quitaron
sus peones yaquis a los patrones.
Poco después de que Abelardo fue deportado, a

191
Pedro lo llevaron a la misma prisión en que había estado
aquél en espera de su deportación. Los soldados le
preguntaron a Pedro si tenía esposa, y torpemente dijo la
verdad. Chepa creía que si él hubiera guardado silencio, los
soldados no la habrían buscado. La mayoría de los yaquis
no respondían cuando les preguntaban por sus esposas,
pero Pedro habló, por lo que también fueron a buscarla. Le
permitieron recoger una muda de ropa para ella y para
Carlos, pero nada más.
Tardaron un mes en reunir un tren completo de yaquis
para deportarlos. Fue un mes muy triste para Chepa y para
su hijo, ya que estaba embarazada de nuevo Desde luego,
nadie podía visitarlos, porque a los visitantes también los
habrían aprehendido La comida de la prisión la cocinaban
unos hombres, y eran pésimos cocineros; compraban pan
(que a Carlos no le gustaba y no se lo comía) en vez de
hacer tortillas. Carlos estaba acostumbrado a tomar leche y
a comer tortillas de harina, y no había nada de esto Los
hombres hacían pozole (un guiso de maíz machacado) que
era casi pura agua, y también arroz y frijoles aguados, pero
nunca hacían suficiente. Ésta fue la primera hambruna
grave que sufrió Chepa. A ellos los amontonaron en una
pequeña celda, en la segunda hilera de celdas, junto con
otros yaquis. No había espacio para que todos los de la
celda se acostaran al mismo tiempo Todos tenían que
comer y hacer sus necesidades en la celda, y no la limpia-
ban con frecuencia. Todos los días les permitían hacer
ejercicio durante 15 minutos en el patio. El niño pronto se
enfermó.
Cuando reunieron a más de 300 yaquis, los metieron
en varios furgones del ferrocarril, donde los

192
"amontonaron como chivos". En Guaymas los embarcaron
en un pequeño buque que iba a San Blas, y a todos los
pusieron bajo cubierta en camarotes atestados. No podían
encender fogatas para cocinar, así que de nuevo comieron
frijoles y tortillas fríos. Chepa y el niño estaban muy
enfermos. Sólo podía quedarse acostada, porque a nadie le
permitían subir a cubierta.
De San Blas, los yaquis caminaron a Tepic, donde
separaron a los hombres y a las mujeres y los colocaron en
diferentes partes del cuartel. Allí murió Carlos de hambre y
sed. Un soldado fue a informarle a Pedro, pero no le
permitieron que viera a Chepa. Un soldado la acompañó a
un hospital que estaba como a media hora de distancia,
donde la obligaron a dejar al niño envuelto en un rebozo,
sobre una mesa blanca. Rogó que le permitieran enterrarlo,
pero la sacaron por la fuerza y a punta de bayoneta la
obligaron a regresar al cuartel. Lloró durante todo el camino
Estaba convencida de que ellos le habían tirado a su hijo a
los perros, porque no la habían dejado enterrarlo.
Después de pasar un triste mes en Tepic, los hombres
y las mujeres yaquis estaban juntos otra vez; fueron
escoltados a San Marcos, donde estaba la estación del
ferrocarril más cercana. Tomaron el tren para Guadalajara,
donde descansaron dos días en un cuartel. Por primera vez
desde que los habían aprehendido les dieron un poco de
jabón. Después los enviaron en tren a la ciudad de México,
y fueron amontonados como antes en furgones para ganado
Allí los soldados se mostraron más eficientes. En vez de
acarrear a los yaquis de un lugar a otro, como se les
antojaba, formaron un sólido "corral humano"

193
y los condujeron al cuartel Alfonso, donde encerraron a los
hombres. A las mujeres las alojaron en las casas vecinas.
A Chepa le tocó vivir en una casa que estaba a unas
dos cuadras del cuartel con otras cuatro mujeres, y una de
ellas tenía un niño Les daban a cada una diez centavos para
pagar su alojamiento, y cincuenta centavos al día para
comprar comida para ellas, sus hijos, si tenían, y para sus
maridos que estaban en la prisión. Todos los días al
mediodía las mujeres formaban fila para recibir la escasa
ayuda. Luego acudían a un pequeño mercado cercano,
llamado Mixcalco, donde compraban café, frijol y tortillas, y
ahorraban para poder llevarle comida a sus hombres en la
mañana y en la noche. Chepa tenía suerte: sólo debían
alimentarse ella y su viejo; le causaban lástima las mujeres
que además tenían que alimentar a sus hijos.
Las yaquis, que venían de las tierras calientes y que
sólo tenían ropa de algodón, sintieron mucho el frío en la
ciudad de México Chepa había dejado uno de sus rebozos
junto con su hijo Carlos en Tepic. Los mexicanos no les
daban sarapes ni ropa para el frío. Ni siquiera tenían un
petate para dormir, y se acostaban en el suelo desnudo y
frío. Chepa se preguntaba por qué no se había enfermado
en ese clima frío, con esa hambre constante, y estando
embarazada, pero por alguna razón no se enfermó.
Las mujeres yaquis podían caminar por la ciudad
libremente. A veces Chepa y sus cuatro compañeras de
cuarto se paseaban por el centro de la ciudad. Una vez
fueron a un lugar en que había muchas pistolas viejas y
otras armas. Asistían todos los domingos a una iglesia
cercana.

194
Un día cuando le llevó su comida a Pedro, le dijo que
sus nombres habían sido mencionados; partirían a Yucatán.
("A los yaquis los vendían como chivos.") Los patrones
yucatecos vendrían a la ciudad de México y "comprarían" la
cantidad de peones que necesitaran, y generalmente eran
tres, cuatro o seis hombres con sus esposas e hijos. El que
"compró" a Pedro se llamaba Manuel Peón "porque tenía
peones". Compró esa vez a seis hombres y a sus familias:
Pedro y Chepa, Miguel Irrabas y su esposa, Alvina; Luciano
Angulo y su esposa, Chepa de Angulo, y a sus dos hijos,
Alvino Luciano y José (que tenían edad para trabajar y
contaban como dos hombres); y a un viejo llamado José que
no tenía familia. Viajaron a Veracruz en tren y a Progreso en
barco, pasando por Mérida en camino a la hacienda Nokak.
En la hacienda a los hombres los enviaban a trabajar a los
cultivos de henequén. Chepa no tuvo que trabajar en el
campo; durante varios meses trabajó en la cocina comunal
donde preparaban frijoles negros y tortillas de maíz para los
trabajadores que no tenían esposas que les cocinaran. La
mayor parte del tiempo se dedicaban a moler "montañas" de
maíz para la masa, y a hacer tortillas.
Después de estar allí cerca de un mes, ella y Pedro
salieron sin permiso a visitar a unos yaquis que estaban en
otra hacienda. Los capturaron y los castigaron
públicamente. A Pedro le dieron 50 latigazos en el trasero y
a ella (que entonces tenía un embarazo avanzado) le dieron
25. Como castigo adicional, los separaron durante algún
tiempo. Continuaron trabajando, pero en las noches a
Chepa la encerraban en la casa del capataz y a Pedro en
una pequeña cabaña que servía de cárcel en la hacienda.

195
Después de que terminó este periodo de castigo, a
Pedro y a Chepa les asignaron una casa que tenía techo de
paja y estaba pintada con cal. Colocaron las hamacas que
les habían dado cuando llegaron, y organizaron su casa.
Los sábados el patrón le pagaba a Pedro en su despacho
dos pesos cada semana, y le daba una ración de maíz y
frijoles. A Chepa nunca le pagaron por su trabajo en la
cocina de los peones, pero cuando le dieron su casa, fue
relevada de esa obligación. Entonces sólo tuvo que atender
la casa para Pedro.
En Navidad nació el segundo hijo de Chepa. Lo
llamaron Nicolás en honor del santo del día en que había
nacido. Cuando estaba a punto de nacer el niño, el patrón
envió a una partera yucateca, la cual ayudó a Chepa
frotándole el vientre, pero no tenía medicinas. La partera le
cortó el cordón umbilical al niño, lo bañó y recogió la
placenta. Chepa no supo si ella enterró la placenta
debidamente. La madrina de bautizo de Nicolás fue Cruz
Buitimea, una mujer de Torim que había conocido Chepa en
la mina La Colorada. A ella y a su esposo, Luis Coyote, los
habían deportado antes y ya estaban en la hacienda cuando
llegaron Chepa y Pedro.
El padrino de bautizo fue un peón yucateco llamado
Luciano Ek, que era "muy buena persona". Chepa dijo que
los yaquis sentían gran aprecio y respeto por los mayas
yucatecos, como lo demuestra que Chepa y Pedro hubieran
preferido a un padrino maya en vez de un residente yaqui.
Cuando una yaqui pasaba, los mayas la saludaban, la
conocieran o no, y le decían: "Adiós, chum", que era un
saludo respetuoso Chepa aprendió palabras mayas, incluso
los saludos y algunos términos culinarios básicos.

196
Después de que nació Nicolás, el patrón incluyó en su
ración semanal una lata de leche condensada. Por esto, a
Chepa le sorprendió que el recién nacido se enfermara.
Cuando estaba en agonía, prendieron velas y las colocaron
alrededor de su cuerpo "para que muriera con velas".
Después de que murió, lo bañaron, le colocaron dos
rosarios yaquis alrededor de su cuello y lo vistieron con un
hábito Al pequeño velorio privado sólo asistieron Chepa,
Pedro, y los padrinos y sus esposas. No hubo sacerdotes ni
maestro, pero ellos rezaron. Chepa y Cruz recogieron flores
silvestres y las pusieron sobre el pequeño cadáver. En
Nokak, aunque existía una iglesia, no había cementerio El
patrón les permitió a los dolientes ir al cementerio más
cercano, en Suetunte, en una pequeña plataforma que fue
jalada por dos mulas en las vías del ferrocarril a lo largo de
dos leguas. Los padrinos efectuaron el entierro, pero Chepa
y Pedro se escondieron tras el muro del panteón para no ver
descender el féretro.
Chepa tuvo siete hijos, y todos murieron pequeños.
Sólo bautizó a los primeros cuatro: Carlos, Nicolás, Luis y
Eulalia. Los nacimientos y las muertes en la hacienda Nokak
fueron parte de un panorama repetitivo, nebuloso, y a
Chepa le resultaba difícil distinguir en sus recuerdos un
episodio trágico de otro Quizá si Pedro hubiera bebido
menos mezcal, uno de sus hijos podría haber sobrevivido
No podía andar con otras mujeres, así que gastaba casi
todo su dinero en borracheras, y le quedaba muy poco para
la comida extra y otras necesidades. Siempre había mezcal
los fines de semana y valía 12 centavos la media botella,
que era suficiente para emborracharse. En una ocasión,
cuando estaba borracho, Pe-

197
dro trató de golpear a Chepa. Ella tomó una pala y le dio un
fuerte golpe. Nunca trató de golpearla de nuevo Chepa
afirmaba: "Hay mujeres que corren cuando su hombre
quiere pelear. Están equivocadas. Es mucho mejor
agarrarlos, y … zas."
Tiempo después les avisaron en la hacienda que la
esclavitud de los yaquis había terminado, y que podían irse
si querían. Todos se fueron inmediatamente, excepto Chepa
y Pedro Ella estaba a punto de dar a luz a su séptimo y
último hijo Una semana después del éxodo general, Pedro
decidió que se marcharían a Mérida. Después de caminar
un día y medio, se detuvieron en la hacienda Techo, porque
Chepa comenzó a sentir los dolores del parto No había
partera; una mujer le ayudó y, por primera vez también lo
hizo Pedro Chepa sufrió una hemorragia y no podía
levantarse de su hamaca. Su hijo, que vivió una semana,
fue enterrado en el cementerio de Techo, pero Chepa
estaba demasiado enferma para asistir al funeral. Por la
enfermedad de su mujer, Pedro se quedó en Techo y
trabajó en la hacienda. Cuando el trabajo de los esclavos
terminó, los hacendados les pagaron mejores salarios.
Pedro ganaba 75 centavos al día en Techo, pero no les
daban alimentos, así que en realidad no estaban mejor.
Después de tres meses continuaron su viaje a Mérida,
donde encontraron bastantes "esclavos" libres, y había poco
trabajo A muchos de los trabajadores sin empleo que
buscaban trabajo los alojaban en el gran cuartel de La
Mejorada, a donde llegaban los cabeceras (patrones) de las
haciendas para contratar peones para el corte del
henequén. Durante otros tres meses Pedro trabajó por
periodos cortos con las partidas de peones que organizaban
los cabeceras y

198
principalmente trabajó en las haciendas cercanas a Mérida.
Cuando llegó la libertad (la Revolución), los yaquis
pudieron danzar de nuevo Chepa y Pedro vieron el primer
rito yaqui desde su deportación, cuando algunos pascolas
danzaron en La Mejorada. Los patrones de la hacienda
Nokak habían prohibido los ritos yaquis por considerarlos
paganos, y le habían ordenado al sacerdote local que
bautizara a los yaquis. Esto indignó mucho a Chepa; como
todos los yaquis en la mina La Colorada ella había sido
bautizada decentemente en San José de Pima.
Mientras trabaja en la hacienda Xóchitl, Pedro
abandonó a Chepa por otra mujer yaqui. Desde mucho
tiempo antes Chepa ya no quería a su esposo, pero su
partida significaba que, por primera vez en su vida, tendría
que mantenerse sola. Regresó a La Mejorada y firmó un
contrato para cortar henequén, el cual partía como el
cuchillo a la carne, pero con el tiempo sus manos se
endurecieron. Durante varios meses cortó henequén con las
cuadrillas de peones, pero regresaba a La Mejorada cuando
terminaba una temporada de trabajo Trabajaba junto con
Luz Bakasewa, que había estado en Nokak con su hija, Na-
cha Bakasewa, el esposo de su hija, Juan Flores, y su hijo
Manuel, que tenía suficiente edad para trabajar en la
hacienda. Cuando llegó la libertad, Juan se unió al Ejército
Federal, y se llevó a Nacha y a Manuel y dejó a Luz en
Mérida. Luz, que era mucho mayor que Chepa, también
hacía poco se había vuelto independiente.
Chepa y Luz trabajaban en la hacienda Muchaché,
cuando les dijeron a los yaquis que todos serían enviados a
Veracruz, Chepa no supo por qué los tras-

199
ladaron de un lado a otro, pero las condiciones económicas
del norte de Yucatán eran tan miserables por las grandes
cantidades de yaquis y mayas sin empleo, que ella pensó
que era buena idea marcharse de ese lugar. Después de
regresar a Mérida, caminaron hasta Progreso y abordaron
un barco que tardó un día y una noche en llegar a Veracruz,
y del barco los llevaron directamente a un tren que se dirigió
a la ciudad de México Allí Chepa y Luz consiguieron una
pequeña casa de adobe cerca de la Escuela de Tiro Al
yerno de Luz, Juan Flores, lo transfirieron a la ciudad de
México, y pronto él y su familia se unieron a ellas. De nuevo
contaban con un ingreso estable, pero la paga de un
soldado no era suficiente para mantener a cinco adultos.
Primero, Chepa y Luz pidieron limosna en las calles y
lavaron platos para los vendedores ambulantes, con la
esperanza de recibir un taco Pronto comprendieron que les
iría mejor si asistían a los soldados que no tenían mujeres;
empezaron a darles de comer a los soldados en su casa de
adobe y a vender tortillas en las calles.
Poco después, Chepa se enfermó. A diario sentía
escalofrío y tenía fiebre, se sentía mareada y demasiado
débil para moverse; ella diagnosticó que era paludismo No
podían comprarse un sarape o un rebozo extra. Durante
algunos meses Luz la alimentó lo mejor que pudo Acostada
e indefensa en un lugar extraño, en un clima frío,
dependiendo completamente de una amiga que era su
comadre (habían bautizado juntas a varios niños en
Yucatán), Chepa pasó la peor época de su vida: "Allí pasé
hambres y hambres y enfermedades."
Después de varios meses, Chepa mejoró y pudo
trabajar de nuevo Su existencia paupérrima con-

200
tinuó durante unos dos años. Cuando los soldados federales
abandonaron la ciudad de México y entró el Ejército
Revolucionario del Norte, Chepa y Luz consiguieron otro
grupo de abonados; muchos de ellos eran de Sonora. Uno
de los que iba a comer a su casa de adobe era Salvador
Muñoz, un indio mayo de Huatabampo; era carrancista y
miembro del Sexagésimo Séptimo Batallón que comandaba
el general Chito Cruz. El general y la mayor parte de los
miembros de ese batallón eran mayos.
Pronto Chepa se unió con Salvador: "Me junté con él."
Sus recuerdos más vivos son de su vida de soldadera. Se
ha escrito mucho sobre la difícil vida de las soldaderas
mexicanas, y sin duda era, en muchos casos, muy difícil,
pero para Chepa ese periodo resultó mucho mejor que los
años que vivió con Pedro en Yucatán y las épocas peores
que siguieron. Ella mantuvo su identidad yaqui toda su vida,
pero, cuando fue soldadera, parece que Chepa gozó de una
situación en la que ser yaqui no era el factor más importante
en las reacciones de los demás hacia ella. Además,
Salvador le brindaba más apoyo económico que Pedro, y no
se embriagaba tanto.
Los años de la Revolución que pasó con Salvador se
dividen hasta cierto punto en tres periodos. Antes de que se
dividiera el movimiento revolucionario, a Salvador lo
asignaron durante seis meses a Puebla (que era más frío
que la ciudad de México) , a Pachuca, y a diversos lugares
de Veracruz (Orizaba y Córdoba) . En una fotografía que les
tomaron a Chepa y a Salvador en Orizaba, ella se ve joven,
fuerte y atractiva, y usaba una bonita blusa de encaje
blanco. Su cara no revelaba las tragedias y las penalidades
que había padecido.

201
Después de que las tropas de Pancho Villa se
apartaron del grupo revolucionario y regresaron al norte,
muchos batallones fueron a perseguirlos, incluso el
Sexagésimo Séptimo Salvador estuvo durante un mes en
Irapuato, donde se concentraron las tropas. Un día mientras
Chepa caminaba por el gran campamento, vio a un hombre
que se parecía a su padre, Francisco Moreno; pero, como
era tímida, no se atrevió a aproximarse. Sin embargo, él la
reconoció y le habló. Alguien le había contado que estaba
viva y que se encontraba en uno de los batallones, y él la
había estado buscando Estaba solo y no tenía mujer que le
cocinara, así que acudió a comer con ella todo el tiempo que
vivieron en Irapuato.
Chepa supo que, aunque a su padre lo habían
arrestado junto con su hija María y su esposo, José
Yomaiza, en la mina de oro La Princhera, no lo deportaron.
Mientras estaban en la gran prisión de piedra gris de
Hermosillo en espera de su deportación, un oficial llegó a la
prisión, observó a los prisioneros, y preguntó: "¿Qué está
haciendo aquí ese hombre? Él no es yaqui." Francisco
parecía español. Desde luego, María y José Yomaiza no
dijeron una palabra, y las autoridades lo dejaron libre. A
María y a su esposo los deportaron y nunca volvieron a
saber de ellos. Después Francisco se marchó al huerto de
La Playita, donde consiguió el empleo que antes había
tenido Abelardo Cochemea y trabajó para Jesús Terelli.
Permaneció allí hasta que se unió al Vigésimo Segundo
Batallón (yaqui), que comandaba el general Lino Morales,
que era un yaqui de Huirivis.
El antiguo esposo de Chepa, Pedro Alvarez, también
estaba en Irapuato con el Vigésimo Segundo Batallón.
Desde luego, ella no le habló ni tampoco

202
a su mujer. Se había unido (o lo habían obligado a unirse) a
las fuerzas federales en Yucatán, donde él y su nueva mujer
habían permanecido cuando a la gente (a los yaquis) la
enviaron a la ciudad de México. Después abandonó el
Ejército Federal y se unió al Ejército Revolucionario, y
estaba allí esperando perseguir a las tropas de Pancho Villa.
En Irapuato, Chepa vio por última vez a su padre y a Pedro
Alvarez, porque su padre murió en la siguiente batalla y
Pedro saltó de un tren del ejército en Tucson, sin su nueva
mujer, y se quedó en Arizona el resto de su vida.
La persecución del ejército de Pancho Villa fue para
Chepa la parte más sangrienta de la Revolución. Vio los
resultados de muchas batallas, pero las peores fueron la de
Aguascalientes, la de Zacatecas y la de Celaya, en
Guanajuato La versión que dio Chepa de la batalla de
Celaya no concordaba totalmente con los relatos. Ella contó
que los villistas tenían la ciudad cuando llegaron los
carrancistas. Después de una larga batalla, los villistas se
retiraron de la población y atraparon a los carrancistas
adentro después de que se apresuraron a entrar en la
ciudad. Por lo general dejaban a las mujeres detrás de las
líneas de combate, pero en Celaya no fue posible hacerlo.
Hubo muchos muertos.
Ninguno de los dos ejércitos enterró a sus muertos,
sino que dejaron que los cadáveres hinchados los
enterraran las gentes de la ciudad después de la batalla. Por
primera vez Chepa vio morir a la gente en forma violenta y
no le gustó. La matanza de Celaya fue de los pocos
recuerdos horribles que Chepa tenía de los años de la
Revolución, los que para ella fueron relativamente seguros y
emocionantes.

203
Después de las batallas contra el ejército de Villa, al
batallón de Salvador lo enviaron primero a Mazatlán (puerto
que estaba en manos de los carrancistas) y después a
Manzanillo, desde donde se embarcaron rumbo a Acapulco
(que también estaba en manos de los carrancistas) para
tomar parte en las operacíones militares contra el ejército de
Emiliano Zapata. A los soldados les concedieron varios días
en Manzanillo para prepararse para el viaje de cinco días en
barco, ya que las soldaderas debían llevar toda la comida
que sus familias necesitaran durante el viaje. Cuando
desembarcaron en Acapulco escaseó la comida, porque las
fuerzas de Zapata habían saqueado la ciudad antes de
retirarse. Chepa describió el Acapulco de los días
revolucionarios como una población pequeña, fea, caliente y
apestosa. Los carrancistas debieron comer lo que había, en
especial mangos verdes.
La mayoría de las mujeres que acompañaban a los
soldados del batallón maya eran del norte de México. El
hambre y el ambiente extraño del sur las abatió totalmente;
la mayoría lloraba mucho, y estaba convencida de que
moriría en Guerrero Este sentimiento aumentó cuando las
tropas persiguieron durante seis semanas al ejército de
Zapata, y dejaron que las mujeres se cuidaran solas en la
pequeña población de San Jerónimo Chepa no sucumbió
ante la desesperanza y la depresión, y dijo: "Si me muero,
pues me muero", y se las arregló lo mejor que pudo.
Después de la campaña contra el ejército de Zapata,
que durante periodos breves los llevó a Coyuca de Catalán
y Umgarabato, al batallón de Salvador de nuevo lo
concentraron en la ciudad de México, en el cuartel Alfonso.
La vida ellí era relati-

204
vamente fácil. Chepa no padecía frío y comía bien, y allí
estaban muchos yaquis de Yucatán y otras personas que
había conocido, y tenía tiempo para hacer visitas y
reuniones. De las cuatro veces que estuvo en la ciudad de
México, ésta fue definitivamente la temporada más
agradable, y posiblemente la mejor de toda su vida.
En los años de la Revolución, Chepa había cocinado
de cuando en cuando para uno de los jefes del batallón, el
general Alfredo Martínez. Por no estar acompañado de su
esposa, que prefirió estar en Sonora que seguir al ejército,
al general le preparaba sus alimentos un soldado, ya que no
había un rancho organizado Él prefería los guisos de Chepa,
y frecuentemente la llamaba a cocinar. Le gustaba en
especial su café, su menudo y su pozole, y se los pedía con
frecuencia. Chepa se sentía orgullosa de que sus
habilidades culinarias las apreciara tanto un general. Por
esto podría ser creíble su afirmación de que ella conoció a
las principales figuras de la Revolución, excepto a Francisco
I. Madero y a Emiliano Zapata. Conoció a Pancho Villa, a
Venustiano Carranza, a Alvaro Obregón y a Plutarco Elías
Calles, en México o cuando era soldadera. En esa época
casi habían terminado las campañas militares de la
Revolución. Durante casi un año, al batallón donde servía
Salvador le dieron misiones de rutina en diferentes lugares.
Pasó varios meses en Baja California, y después regresó a
la ciudad de México por última vez. Allí el batallón mayo se
desbandó y a muchos hombres, como a Salvador,
sencillamente los dieron de baja.
En esa época, Salvador la abandonó para irse a vivir
con otra mujer; pero Chepa se quedó con la madre de él,
Silvana Bachomo, que entonces residía

205
en la ciudad de México con sus dos hijos más pequeños.
Chepa había conocido al padre de Salvador, Mariano
Muñoz, que pertenecía al Cuarto Batallón, en la gran
concentración de tropas que había tenido el principal
campamento de Irapuato A Mariano lo habían dado de baja
antes, y había regresado a su casa en Huatabampo,
Sonora. Chepa y la familia de Silvana le pidieron boletos de
tren al presidente Obregón para regresar a su casa, y él se
los otorgó. Después ellos viajaron juntos hasta Navojoa. Allí
Silvana y sus hijos se marcharon a Huatabampo, y Chepa
continuó sola su viaje a Hermosillo.
Chepa llegó a una ciudad que no había visto en
muchos años, y nuevamente no tenía medios para
mantenerse. Sus parientes más cercanos se habían
marchado de allí o habían muerto Lo primero que hizo
Chepa fue buscar a un pariente con el que pudiera vivir.
Pronto encontró a Micaela Amarillas, a quien llamaba tía. La
madre de Micaela, Jesús, era una media hermana mayor del
padre de Chepa, Francisco Moreno; habían sido hijos de la
misma madre, pero de distinto padre. El matrimonio de
Micaela con Gregorio Wickoi era muy estable. Habían vivido
en la mina La Colorada a fines de la década de 1890, y su
hija mayor, Angela, nació allí. A toda la familia la deportaron
a Yucatán, pero sobrevivió a la esclavitud. Después de la
libertad, Gregorio se enroló en el Vigésimo Segundo
Batallón. Su hijo Luis nació en Colima en los años de la
Revolución. Gregorio y Micaela habían regresado a
Hermosillo poco antes que Chepa. La relación de Chepa
con esta familia fue uno de los últimos vínculos personales y
duraderos que tuvo en los años que vivió en Hermosillo. Sé
mudó a su casa que estaba en una ladera escarpada

206
del cerro de la Campana, en el barrio La Matanza. El que
actualmente es el barrio Las Pilas al pie del cerro el cual aún
no se construía.
Después de encontrar un lugar donde vivir, Chepa
rápidamente se relacionó de nuevo con los patrones con
quienes habían trabajado los miembros de su familia. Fue a
visitar primero a la familia Terelli en la calle Serdán. Había
muerto el viejo Jesús Terelli, que había administrado el
huerto La Playita cuando Abelardo Cochemea y Francisco
Moreno trabajaron allí; pero su hija, Luisa Terelli,
inmediatamente le dio trabajo de lavandera a Chepa. Ésta
buscó a otras familias que pudieran darle ropa para lavar, y
pronto consiguió seis encargos. Compró una plancha para
poder planchar además de lavar ropa, y así ganar más
dinero.
El trabajo rutinario de Chepa consistía en lavar.
Recogía la ropa de sus patronas, la llevaba a la casa de
Micaela, la lavaba en el río, la planchaba y la regresaba.
Intentaba lavar y planchar la ropa de dos familias a la vez,
quedándose con la ropa sucia dos días: un día lavaba toda
la ropa en el río, y al siguiente la planchaba y la entregaba, y
recogía otro bulto de ropa sucia. Durante varias décadas
caminó por lo menos cinco millas para recoger la ropa y
entregarla. Para lavar en el río tenía que pararse en el agua
poco profunda, inclinarse y tallar la ropa en las piedras, y
después la secaba colgándola en los arbustos. Chepa creía
que lavar durante mucho tiempo en el río provocaba artritis y
reumatismo, y probablemente era cierto Su rutina a veces la
interrumpía las inundaciones anuales del río, que volvía el
agua demasiado lodosa para lavar, y los periodos de
enfermedad, que eran interrupciones inoportunas, porque si
no trabajaba no ganaba dinero.

207
Después de Pedro y de Salvador, Chepa no tuvo
ningún interés en los hombres durante varios años, o al
menos eso decía ella. Sus relaciones personales se
centraban en la familia de Micaela y en la compañía de otra
lavandera, que también trabajaba en el río En especial se
hizo amiga de Victoria Soto Por lo que decía Chepa, y por
los informes más amplios que dieron las hijas de Victoria,
ése fue uno de los vínculos emocionales más profundos de
Chepa. A diferencia de otras relaciones, no sucedió nada
desastroso que le pusiera fin. La amistad duró hasta la
muerte de Victoria hacia 1967, y fue reforzada por muchos
factores: lavaron juntas durante más de 40 años; las dos
hablaban yaqui; eran parientas (aunque ninguna sabía
exactamente cuál era la relación, estaban de acuerdo en
que la madre de Chepa, Antonia Sasueta, era parienta de la
madre de Victoria, Lina Soto); ambas habían nacido en la
mina La Colorada, donde se conocieron cuando eran niñas.
Además, sus personalidades parecían complementarse.
Chepa se mostraba taciturna por periodos indefinidos, y
frecuentemente la describían como triste o solitaria. Sin
embargo, tenía un agudo sentido del humor que
manifestaba en ciertas círcunstancías. Las hijas de Victoria
decían que las dos mujeres platicaban constantemente,
bromeaban, reían y podían hacer imitaciones sarcásticas de
otras personas, pero las hacían sólo en el río o en su propia
casa.
Victoria Soto y su madre, Lina, se habían mudado de la
mina La Colorada a Hermosillo en la época de las
persecuciones y las deportaciones de los yaquis. En el
barrio La Matanza se hicieron amigas de Antonio Wong, un
chino que tenía una pequeña tienda. En los años de la
persecución de los yaquis, Victoria

208
y Lina se ocultaban en el sótano secreto de la tienda de
Antonio cuando los soldados mexicanos acudían a buscar
yaquis para deportarlos. Con el tiempo, Victoria se quedó a
vivir con Antonio y tuvieron tres hijos. No se sabe si se
casaron legalmente, pero es probable que no lo hicieran.
Hacia 1930 los chinos de Sonora fueron perseguidos y
deportados a China. Mariana Wong, hija de Victoria Soto y
Antonio Wong, afirmaba que "la gente les temía" porque los
chinos estaban apoderándose de todos los negocios
pequeños. Antonio Wong fue deportado, y no volvieron a
saber de él. Victoria pudo mantener a sus pequeños hijos
lavando ropa, y, como Chepa, no deseaba tener relaciones
con otro hombre.
Hacia 1933, un carpintero que hacía sillas, Antonio
Mesa, fue con Micaela y "pidió" a Chepa. Ésta nunca había
hablado con él, pero cuando a su regreso lo había visto en
el barrio. Era mayo, nacido en Alaseo, y vivía con su madre
en el barrio nuevo vecino llamado Las Pilas. Micaela le
contó a Chepa el deseo de Antonio, y ella lo aceptó "porque
él era muy respetable". Él vivió en la casa de Micaela
durante un mes, tiempo que tardó en construir una casa en
el terreno que había comprado en Las Pilas. Después
Chepa y él se mudaron a la casa, que tenía un solo cuarto, y
era de estilo mayo o yaqui, hecha de carrizo y piedras.
Poco después de que Chepa se mudó de la casa que
estaba en el cerro, murió Micaela. Su esposo, Gregorio, que
había trabajado en la fábrica de cemento, había muerto a
fines de la década de 1920, y Micaela había tenido que
mantener a Luis lavando ropa. El joven Luis, que tenía unos
doce años, se quedó solo Micaela era dueña de la casa, así
que

209
Luis no tuvo que abandonarla, y prefirió vivir solo que irse
con Chepa y Antonio, que le pidieron que se uniera a su
familia. Enriqueta Oruno le daba de comer a Luis. Enriqueta
era una yori (una mexicana) que había sido amiga de
Micaela, pero no era madrina ni pariente. Chepa explicó la
actitud de Enriqueta al tomar esa responsabilidad, diciendo,
simplemente: "Era una buena mujer." Luis consiguió empleo
en la fábrica de cemento cuando tenía 15 años y vivió solo
hasta que tenía casi 40 años; después se casó con Catalina,
una viuda yori con cinco hijos; posteriormente tuvieron tres
hijos más. Luis y Catalina, como antes Micaela, fueron
amables todo el tiempo con Chepa.
Antonio Mesa era un poco mayor que Chepa; ella lo
describió como alto, gordo, prieto, simpático y respetable.
En ocasiones trabajaba haciendo sillas y durante una breve
temporada consiguió empleo en la fábrica de cemento Pero
generalmente Chepa se mantenía a sí misma y a él lavando
ropa. Otros informantes señalaron que Chepa tenía que
trabajar mucho para mantenerlo Subrayaron su buena
apariencia, y dijeron que Chepa casi lo consideraba un
adorno Se preocupaba porque usara diariamente una
camisa blanca muy limpia, pantalones planchados y
zapatos. Todas las mañanas después de que ella salía a
lavar la ropa, él colocaba su silla frente a la casa,
precisamente junto a la calle. Se sentaba allí y le agradaba
platicar con todos los que pasaban. Era un conversador
divertido y constantemente estaba hablando Después de la
comida, diariamente iba al centro de la ciudad a enterarse
de las últimas noticias.
Chepa se reía y aceptaba que él no había sido

210
muy trabajador, pero no lamentaba haber vivido con él ni
haberlo mantenido A ella le enorgullecía que fuera un
hombre importante y respetable. Era un compañero
divertido, no se emborrachaba, sabía leer y escribir, y la
cuidaba cuando estaba enferma. Durante una enfermedad,
sus piernas se pusieron tan hinchadas que no podía
caminar. Antonio la cargaba y "hacía todo" el quehacer por
ella, incluso le preparaba la comida. La enfermedad
continuó durante algún tiempo, y Antonio fue a buscar a una
curandera vecina llamada Cruz. Ella curó a Chepa
frotándole durante cuatro días todo el cuerpo con una
medicina hecha de hierbas. Antonio le pagó bien a la
curandera, pero no le dijo a Chepa cuánto dinero le dio.
Al comparar a los tres hombres con los que había
vivido, Chepa dijo que había estado más "enamorada" de
Salvador, por lo que lo siguió a la Revolución; Pedro era un
borracho y sólo le causó penas; pero Antonio era agradable,
no se emborrachaba y hasta que murió vivió con ella.
En el tiempo en que vivió con Antonio, Chepa a
menudo visitaba a la madre de él (hasta que murió) y a sus
tres hermanas. Siempre tuvo relaciones cordiales con las
tres hermanas Mesa, y sólo terminaron cuando ellas
murieron años después. Chepa se sentía desilusionada
porque los hijos de ellas, aun los dos a los que ella bautizó,
no le hablaron ni la ayudaron después de que murieron sus
madres.
Chepa cumplió bien (lo que ella consideraba) sus
deberes de esposa con Antonio. Siempre le pedía permiso
para hacer cualquier cosa que estuviera fuera de sus
actividades económicas normales, y si él no se lo daba, ella
no lo hacía. Varias veces le per-

211
mitió ir a Huatabampo a visitar a la madre de Salvador.
Antonio nunca la acompañó, ni tampoco regresó a su casa
en el río Mayo en los años que ella lo conoció. Llegó a
Hermosillo cuando era niño; no tenía recuerdos del río Mayo
ni deseaba conocerlo A ella le agradaba asistir a la fiesta de
Gloria yaqui, e iba cuando Antonio le daba permiso Él iba
rara vez y no le interesaban mucho las actividades
religiosas, pero en una ocasión fue padrino de un fariseo
yaqui llamado Luis Valencia. Durante los tres años que duró
la carga (obligación) que contrajo, asistió a las fiestas en el
río y cumplió con sus deberes. También bautizó a dos hijos
de un matrimonio yaqui que vivía en La Matanza.
Durante el tiempo en que Chepa vivió con Antonio tuvo
un pleito grave con otra mujer. Carmen Muñoz creía
(equivocadamente, según Chepa) que su esposo, José
Valenzuela, andaba con Chepa. Carmen la persiguió por la
calle, la alcanzó y la golpeó con un leño La sobrina de
Carmen llamó a la policía, y ésta se llevó a las dos mujeres
a la penitenciaría de piedra gris donde, muchos años antes,
Chepa había esperado su deportación. Antonio no la regañó
por el incidente. Sólo fue a hablar con el hombre encargado
de la penitenciaría, que por casualidad era patrón de Chepa
y ella le lavaba su ropa. A Chepa la dejaron en libertad
después de pasar una noche en la prisión; pero Carmen
permaneció encarcelada un mes. Dormir una noche en la
penitenciaría le había traído recuerdos tristes; Chepa decía
que no podía pasar delante de ese edificio maldito sin
recordar cosas malas y sentir miedo.
Antonio se enfermó del corazón y estuvo muy malo un
mes antes de morir. Llamaron al doctor

212
Nava (no a un curandero) quien le puso inyecciones y le dio
píldoras que le calmaron el dolor, pero no lo curó; murió en
1948. Su hermana favorita, Josefa, consiguió a las cuatro
madrinas que eran necesarias; una de ellas era Venena
Yocupicio, a cuyos hijos él había bautizado Sólo lo
enterraron las mujeres, porque todos los hombres que
habrían podido ser padrinos estaban trabajando lejos de
Hermosillo Chepa lavó el cadáver, y dos de sus sobrinos lo
vistieron con su mejor ropa; no se utilizó ropa fúnebre yaqui.
El velorio se efectuó en la casa de Josefa con un maestro
yaqui, cuatro cantoras y los familiares más cercanos. No
asistieron ninguno de sus numerosos sobrinos, algo que
Chepa siempre les reprochó. Chepa y sus hermanas
rentaron una carroza fúnebre y un auto para el viaje hasta el
panteón.
La novena y el cumpleaños se realizaron en la casa de
Chepa. Consiguió que sus patronas le dieran la comida
necesaria. Almira Valenzuela fue muy generosa, porque su
esposo tenía una pequeña tienda de abarrotes, pero todas
las patronas colaboraron, porque conocían a Antonio, quien
muchas veces había acompañado a Chepa cuando iba a
recoger la ropa, y todas recordaban que "era un buen
conversador".
Chepa me llevó a visitar la tumba de Antonio; tenía un
montículo de tierra al estilo mayo o yaqui. La cruz entonces
estaba un poco destruida y contrastaba con las losas de
cemento, las criptas, las estatuas y las flores artificiales que
había en otras tumbas del panteón.
Después de la muerte de Antonio, Chepa continuó
trabajando como lavandera. Pudo mantenerse
decorosamente hasta cerca de 1963; entonces sus manos
eran torpes y ya no pudo lavar. En adelante

213
su vida se hizo más difícil. No recibía ninguna ayuda del
seguro social ni de ninguna otra dependencia
gubernamental, por lo que dependía de sus antiguas
patronas y de una pequeña despensa que le daba una
asociación de beneficencia religiosa, y de sus pocos amigos
y parientes. Cuando murieron sus patronas, tuvo menos
dinero y alimentos. Una de las patronas que aún existía en
los últimos años de la vida de Chepa era Angela Terelli.
Angela (que según Chepa era yaqui) la había recogido la
familia Terelli cuando era muy pequeña, y le dieron su
apellido. La hija legítima de la familia, Luisa, no se casó, por
lo que Angela heredó la casa y el dinero de la familia
cuando murió Luisa. Chepa visitaba todas las semanas o
cada quince días a Angela Terelli, y ésta le regalaba
algunos pesos (nunca eran más de diez, y generalmente
sólo le daba tres o cinco pesos) y también pequeñas
cantidades de frijol, harina y otros alimentos. Ema
Bustamante era la otra patrona que aún vivía, y residía en
Hermosillo, y le daba a Chepa una ayuda semejante. AImira
Valenzuela era más generosa, pero casi al final de la vida
de Chepa, doña Almira vivía en Nogales o en la ciudad de
México junto con sus hijos la mayor parte del tiempo Cada
dos semanas la sociedad de beneficencia religiosa, que
funcionaba en una pequeña escuela católica, le daba a
Chepa aproximadamente un kilo de frijoles, una pequeña
bolsa de café, un pan de jabón amarillo y uno o dos
pequeños artículos más.
Hacia 1958 se mudó a la casa de enfrente de donde
vivía Chepa, una mujer llamada Juana Gómez. Juana era el
ejemplo clásico del "capitalista centavero". Parecían ser
infinitas sus artimañas para conseguir dinero Compraba
petróleo en barril y lo vendía suel-

214
to, y obtenía una gran ganancia; tenía el monopolio de leña
en el vecindario, y la vendía por pieza; les vendía la comida
del mediodía a algunos hombres en su casa; rentaba catres;
tenía una máquina de coser donde hacía cosas para vender,
etcétera. Juana se presentó conmigo diciendo que era el
ángel guardián de Chepa. Ella le permitía a Chepa sentarse
en su sala (que era más fresca y estaba menos polvosa que
la de la casa de Chepa), en ocasiones le daba comida, y le
proporcionaba leña y petróleo Sin embargo, Chepa pagaba
la generosidad de su vecina. En un término de ocho años,
Chepa le traspasó a Juana un pequeño lote que estaba al
oeste de su casa. Juana inmediatamente construyó una
casa con un cuarto y la rentó. En 1969, Chepa le cedió a
Juana la propiedad de su pequeña casa de carrizo, y
comenzó a preocuparle cuánto tardaría Juana en echarla de
allí. No sé cómo trataba Juana a Chepa en mi ausencia,
pero creo que en términos generales Chepa no había hecho
un mal arreglo, pero su relación alejó a los pocos amigos
yaquis que tenía Chepa. Sin duda se sentía más en
confianza en la casa de Juana que en la de cualquier otra
persona, y me dijo varias veces (cuando no estaba presente
Juana) que en los últimos años esta amiga la había ayudado
más que cualquier pariente.
Cuando Victoria Soto murió en 1967, su hija Mariana
continuó ayudando a Chepa en varias ocasiones. Por
desgracia, Mariana y Juana Gómez se odiaban, y ninguna
de las dos ayudaba a Chepa cuando intervenía la otra.
Mariana ayudó a Chepa en una enfermedad grave, cuando
no podía caminar y, por consiguiente, no podía conseguir
comida ni agua. Mariana la llevó a un hospital (que era
gratis para la

215
gente pobre) , pero el médico cobraba y Mariana dio el
dinero necesario Chepa estuvo en el hospital durante cinco
meses.
Mariana continuamente le pedía a Chepa que fuera a
vivir con ella (y con su hermana y su numerosa familia) en
su casa en lo alto de la colina. Su casa era de adobe
recubierto y tenía agua corriente, un excusado que a veces
funcionaba, un baño con regadera y una estufa de gas.
Chepa se negaba, porque, como decía Mariana, era
"demasiado independiente". Sin embargo, Chepa aseguraba
que si Juana la hubiera echado de su casa, ella le habría
pedido a Mariana un pedazo de terreno para levantar otra
casa de carrizo, y así conservar su independencia.
Además de la ayuda que recibía de Juana y de
Mariana, Chepa podía recurrir a uno o dos antiguos amigos
y parientes. Luis Wickoi y su esposa, Catalina, a veces le
regalaban comida. Rosalío Moisés, a quien había cuidado
cuando era niño, le envió dinero con cierta frecuencia
durante 18 años. Cuando murió Rosalío en 1969, empeoró
el nivel de vida de Chepa. En ciertas ocasiones sufría
verdaderas hambres. Pensaba que su situación no tenía
remedio y estaba dispuesta a morir "cuando Dios quiera".
En el verano de 1970 Chepa me acompañó a Potam,
donde se hospedó con Dominga Ramírez, que era medio
hermana de Rosalío Moisés. Dominga le rogó que se
quedara a vivir en Potam en su casa, y afirmó que así
Chepa ya no pasaría hambre y estaría entre yaquis. Durante
un día o dos Chepa se sintió muy tentada a aceptar, y hasta
se mostró de acuerdo con el plan. Pensó que pronto moriría
y que no habría nadie en Hermosillo que le preparara un
funeral yaqui, como ella deseaba. Pensaba que la echarían
a

216
la fosa común anónima para los pobres. Si moría en Potam,
seguramente tendría un velorio y probablemente le rezarían
una novena y la enterrarían frente a la iglesia al lado de los
yaquis. Sin embargo, pronto cambió de parecer. Creyó que
si se quedaba en Hermosillo, aún podría contar con sus
patronas que le regalaban pequeñas sumas de dinero En
cambio en Potam, no tendría ningún ingreso, y por
consiguiente no podría darse sus pequeños lujos, como
cigarrillos. Fumaba casi una cajetilla de cigarrillos
mexicanos fuertes y baratos diariamente cuando podía
comprarlos, y pensaba que fumar era el placer mayor que
podía darse a su edad.
Su gato fue otra consideración importante para que
Chepa regresara a Hermosillo. Durante años había tenido
en su casa un gato corriente de color amarillo y blanco, que
era tan raro que todos se reían de él. En las casas yaquis y
en los barrios bajos de Hermosillo eran comunes los perros,
pero casi no había gatos. Los alimentos que conseguía los
compartía con el suyo Chepa comía muy mal, y
especialmente le faltaba la carne, que casi no podía
comprar. Cuando obtenía carne, le daba la mitad a su gato
Cuando Chepa fue a Potam durante varias semanas en
1970, su principal preocupación era su gato Juana había
prometido alimentarlo, pero Chepa dudaba de su palabra.
Cuando regresamos a Hermosillo, el gato no aparecía.
Chepa supuso que lo habían matado, y se sintió muy
deprimida. Pero el gato regresó al día siguiente, y ella se
alegró mucho Le obsequió una buena parte de la carne que
yo le había comprado a ella.
En el otoño de 1970 empeoró la salud de Chepa, pero
aún pudo asistir a la fiesta anual de San Fran-

217
cisco en Magdalena. A su regreso, cayó en cama y Juana
se la llevó a su casa aparentemente para cuidarla. Varias
personas que lo presenciaron, me contaron dos versiones
diferentes de su última enfermedad y de su muerte. Observé
una gran amargura en ambos relatos. El hecho era que
Chepa permaneció en casa de Juana hasta el lo de
diciembre, cuando Luis Wickoi (el nieto de Micaela) se la
llevó a su casa, donde se quedó hasta su muerte el 21 de
diciembre de 1970. Juana afirmó que la había cuidado como
si fuera su propia madre; le había comprado medicinas y la
había alimentado Ella atribuía el repentino interés de Luis
Wickoi en Chepa al hecho de que quería heredar la casa de
Chepa y robarle sus pertenencias; Juana hizo énfasis en
que Chepa murió en brazos de Luis y no en los de ella. Por
otra parte, Luis Wickoi aseguró que Chepa le había enviado
un mensaje urgente y secreto, con el hijo del tendero,
pidiéndole que la apartara del lado de Juana, porque ella la
estaba matando Me dijo que cuando él llegó, Chepa le echó
los brazos alrededor del cuello y llorando le pidió que la
salvara. De inmediato la llevó cargada a su casa. Su
esposa, Catalina, me dijo que el frágil cuerpo de Chepa
estaba negro y morado por los golpes que Juana le había
dado con un leño, y que estaba sucia, mal vestida y casi
muerta de hambre. Chepa les contó que Juana
deliberadamente cambiaba las medicinas y no le daba de
comer con la esperanza de que se muriera más rápido, y así
poder quedarse con todas sus propiedades.
Chepa le rogó a Luis que fuera a su casa y le trajera
algunas de sus propiedades más preciadas. Él le informó
que nada de lo que ella quería estaba

218
en la casa, porque la habían saqueado. La familia Wickoi
insinuaba que Juana era la culpable, pero ella aseguraba, a
su vez, que ellos habían saqueado la casa.
El 20 de diciembre, Chepa entró en agonía. A
medíanoche Catalina la llevó a ver al doctor en Villa Seri,
que la había estado atendiendo, pero él estaba en el
hospital. Regresaron a la casa sin verlo y Chepa murió en la
madrugada. El velorio se realizó en la casa de Luis Wickoi y
sólo asistieron cuatro adultos: la hija de Victoria Soto,
Mariana, una sobrina (hija de una de las medias hermanas
de Chepa) y la familia Wickoi. Luis pagó la misa de muertos
y el entierro. Como había previsto Chepa, en su funeral no
se hicieron ritos yaquis. Si hubiera vivido, le habría
entristecido mucho la muerte de su adorado gato, que
apareció apuñalado cruelmente una semana después.

219
DOMINGA RAMÍREZ

Era una mujer posítíva, felíz y hermosa que tenía mucho


sentído del humor. En su vída sufrió algunas penalídades y
presíones sociales y físícas; pero en su relato se muestra
básícamente cómo enfrentó con éxíto estas presiones. La
aculturación en los típos de vída yaqui y mexicano le
permítió desempeñarse bien en díversos contextos
culturales. Su vída muestra el ascenso lento a la posicíón de
sabíduría, respeto y autorídad que es posible en la socíedad
yaqui.
Era medía hermana de Rosalío Moisés y de Antonia
Valenzuela, y Dominga comenzó su vida en la mina La
Colorada. Igual que a Chepa Moreno, la deportaron a
Yucatán siendo níña, junto con su madre. Maduró en la
época de la Revolución, y finalmente se casó en la cíudad
de México con un yaquí que pertenecía a un batallón yaqui.
También como Chepa Moreno, viajó junto con el ejército a
muchas partes de Méxíco Su esposo la llevó junto con sus
hijos a Potam cuando lo díeron de baja en el ejércíto. Las
reaccíones algo negatívas de Domínga ante una vída
confinada y el domínio de su suegra, muestran la tensíón
nervíosa que puede surgir cuando la suegra y la nuera viven
bajo el mísmo techo. Su famílía huyó a la síerra junto con
otros habitantes de Potam, durante la ínsurreccíón yaquí de
1926, y se ríndíeron a los mexicanos después de varias
semanas de penalídades y de inactividad. A su esposo

220
se lo llevaron a Guaymas, y él prefíríó ser deportado sín su
esposa y sus dos hijos, y entonces termínó este matrímonío.
El resto de su vida Domínga vívíó en Cócorit, en Potam, y
en una ranchería cerca de Potam. Es la úníca mujer, de los
relatos que aquí se incluyen, que pasó sus años de madurez
en el valle del Yaqui. En los síguíentes años, tuvo dos
amoríos y dos uniones libres formales en las que procreó
cinco híjos más. De sus siete híjos que vivieron, Dominga
sólo crió personalmente a los tres últimos. A uno de ellos lo
recogíó la abuela paterna, y la madre de Domínga críó a
otros tres. Durante los síete años que vívíó en la ranchería
Palo Parado, con el que fue padre de sus últimos tres híjos,
permanecíó límitada al trabajo tedíoso de su casa. La mayor
parte de su vída de adulta, aparte de ese lapso doméstico,
la dedícó a asuntos no doméstícos, porque desempeñó
díversos trabajos y fue vendedora ambulante. La madre de
Domínga daba estabilídad a la famílía durante esos
periodos y actuaba como fígura dominante en la numerosa
famílía. Cuando muríó su madre, Dominga asumió el papel
de jefe de la famílía, y el resto de su vída dedícó su atención
a estos asuntos. A su vez, le dieron a críar a algunos nietos
y a otros paríentes.
Domínga fue la mejor ínformante de las mujeres que
partícíparon en este estudio; sí hubíéramos pasado más
tíempo juntas, habría podido hacer más extenso su relato
Por fortuna la conocí primero en Tucson, a donde ella había
ído a vísítar a su medía hermana, Antonía Valenzuela, la
cual partícípaba en mí investigación en esa época. Yo
planeaba conocer a Dominga en Potam, y este encuentro en
Tucson

221
resultó ser una presentación muy buena. Después
estuvímos juntas en Tucson, en Magdalena y en Hermosillo;
visitamos a muchas familías en Potam; asistimos a fiestas
en Potam y Rahum; platicamos con sus parientes de Torím,
estacíón Vícam, Esperanza y El Papalote, y víajamos a
Obregón, Guaymas, la playa de Cócorít, Empalme, y a la
parte este de las montañas Bacatete. Estos víajes me
permitieron observarla en diversas sítuacíones y evaluar su
actitud cuando manifestó diferentes reacciones. Sus
parientes de Tucson la consíderaban una víeja perversa
cuya conducta extrovertida podía resultar embarazosa. Pero
por otra parte parecía que la respetaban como una anciana
que "sabía" (aunque no síempre) y que se interesaba mucho
en cumplir con las obligaciones del parentesco
consanguíneo y rítual, de la hospitalidad y de los sistemas
ceremoníales. Para ascender a esta posición recorrió un
camino largo y difícil.
Más personas tenían vínculos emocíonales posítívos y
profundos con Domínga que con las otras mujeres de este
estudio, lo que se manífestó en la conducta de sus
descendíentes después de su muerte. Sus hijos hicíeron
algo poco común: tomaron el féretro de manos de los
padrínos del funeral y lo cargaron en hombros hasta el
cementerio. Se comentó que todos sus hijos, híjas, nueras y
nietos la lloraron mucho. Me aseguraron que esta
demostración franca y poco usual de pena, era la medída
real de la estímación que le tenían.
En cuanto a sus propios vínculos emocionales, el más
fuerte que Domínga estableció fue con su madre. Ésta era
una mujer "dura", e indudablemente crió a todos los niños
con "dureza". La personalídad extrovertida, alegre de
Domínga se manífestó a tem-

222
prana edad, pero desafíó a su madre, por lo que consíguíó
tener un trato especial. El trato díferente que la madre les
dio a las dos niñas que crió en Yucatán, es un ejemplo de
los efectos que en parte fueron producto de sus reaccíones.
Aparte de con su madre, Domínga tuvo vínculos
emocíonales con algunos de sus híjos y quízá con dos
amígas.
Mi relación con Dominga era ígualítaría, y nos
hacíamos muchas bromas. Me trataba ígual que a sus
paríentes más jóvenes del sexo femeníno, un tipo de
ínteraccíón que contrastaba con el trato más formal y
respetuoso que les daba a sus hijos. Dominga estaba
acostumbrada a platicar abíertamente con muchos extraños.
La vi ínícíar conversaciones con extraños en situaciones en
que otras yaquís ní siquiera soñarían hacerlo Yo sólo era
una extraña más en una larga cadena.
Dominga poseía pocos recursos económicos que
pudíera usar para conseguír prestígio y posícíón social.
Pero manejaba la ínformacíón. Por ser mayor de edad,
poseía una gran reserva de ésta, pero su verdadero talento
consistía en almacenar chismes e ínformación actuales. Se
dedícaba a esta actívidad, y una y otra vez ella tenía la
última palabra antes que cualquiera del grupo familiar de
parientes. Por su decídído "papel" de buscadora de
ínformación, ella se ínteresaba en mí, y se propuso
descubrir lo más que pudiera de mí.
Domínga tenía buena memoria, y sus percepcíones del
pasado parecían exactas, hasta donde pude verifícar sus
relatos. Me hizo hablar con personas que pudieran
verifícarlos, y para esto procuraba mandarme a un gran
número de individuos. La seleccíón fue un factor más
ímportante en el caso

223
de Dominga que con las otras informantes; porque hacía
que muchas personas más me dieran detalles, que me
preguntaran si ella me había contado cierto relato, o
corregían sus versíones. Los aspectos que ella
delíberadamente me ocultaba de su vída eran el número y la
ídentidad de sus amantes (a tres no los mencíoné durante
dos sesiones de campo) y los castigos duros que daba a
sus hijos. Una vez que se aclararon estos puntos, aunque
afírmó que se sentía avergonzada de su actuacíón en estos
dos aspectos, ella habló tranquilamente de esto Algunos
puntos no se aclararon. Ella podía haber usado muchos
apellidos: Precíado (el apellído de soltera de su madre),
Leyva (el apellído de su padrastro), Palos o Valenzuela (por
su padre), Romero (que era su apellido legal de casada, o el
apellido de alguno de sus muchos amantes. Pero era muy
conocida con el nombre de Domínga Ramírez, y no pude
descubrir por qué se apellidaba Ramírez. Se mostró mucho
más renuente que otras ínformantes a recíbír dínero.
Tambíén otras se negaron a aceptarlo, pero ella habló muy
claro al respecto.
Como Chepa Moreno, Domínga se preocupó por mí, y
me daba instruccíones precísas sobre la conducta correcta,
en especíal cuando vísítábamos otras casas. Me decía a
quíén debía saludar de mano, dónde sentarme y de qué
debía hablar con cierta persona. Fue la úníca ínformante
que trató de enseñarme a hablar yaquí. Yo no era una
buena alumna, pero ella insistió, y constantemente repetía
palabras y frases en yaquí míentras conversaba conmigo.
Se mostró muy feliz cuando empecé a entender algunas
palabras, y le respondía adecuadamente. Con frecuencia
también me corregía mi español.

224
DOMINGA nació en la mina La Colorada hacia 1898 o 1899,
y era hija de Miguel Palos y Agustina Preciado. Por
consiguiente, era media hermana de Rosalío Moisés y de
Antonia Valenzuela, que eran hijos del mismo padre, y
llamaba prima hermana a Chepa Moreno, que era prima de
su padre.
Las familias de su padre y de su madre eran del pueblo
de Torim. Dos de los hermanos Preciado trabajaban en la
mina: Gregorio y Francisco, quien más tarde fue un capitán
del ejército yaqui bastante prominente, y participó en
algunas negociaciones entre los yaquis y los mexicanos.
Los tres hijos mayores de Gregorio y de su esposa legítima,
Charla, también trabajaban en la mina. Agustina, su cuarta
hija, tenía entre 20 y 30 años de edad cuando se unió a
Miguel Palos. Dos hijos menores de la familia Preciado,
Leonardo y Concepción, eran casi de la misma edad que
Dominga.
Creía firmemente Dominga que Agustina y Miguel se
casaron decentemente en la iglesia de San José de Pima y
que ella era hija legítima. Sin embargo, por otros informes
esto parece dudoso Otros descendientes suyos afirmaron
que Miguel Palos se casó con Cecilia Hurtado en la iglesia
de Torim a finales de la década de 1880. Cecilia vivía con
Miguel en La Colorada cuando nació Dominga. Los yaquis
no conocían el divorcio en esa época. Es también dudoso
que Miguel haya pertenecido formalmente a la familia
Preciado con la cual vivía Agustina.
Dominga recordaba muy poco de su vida en La
Colorada, y sólo se acordaba de algunas cosas "como en
sueños". Sus recuerdos personales se mezclaban con los
relatos que Agustina y otras personas le contaron; y como le
platicaron muy a menudo sobre

225
La Colorada, tenía una idea bastante precisa de los
parientes que vivían allí, de los sucesos importantes, y del
tipo de vida que allí había. El panorama que mostró era muy
similar al de otros relatos: la vida era segura y agradable.
Dominga recordaba en especial que vivían en una casa
bonita que tenía unas lindas cortinas. Agustina cocinaba
para la "gente rica", pero interrumpió su trabajo cuando
nació Dominga. Después regresó a su empleo y dejó a
Dominga al cuidado de su madre, Charla Preciado Sólo los
hombres hablaban bastante español. Las mujeres vivían a la
manera yaqui y sólo se hablaba yaqui en sus casas.
Comentó que Agustina se vestía como india y tenía el pelo
largo, que le llegaba hasta la rodilla, y se lo peinaba en
trenzas.
La matanza de Mazocoba en 1900 hizo insegura la
vida para los yaquis en todo Sonora, incluso en La
Colorada. Muchas familias se marcharon de la mina. Uno de
los primeros en partir fue Miguel Palos, su esposa legítima y
su hijo más pequeño, quienes se mudaron a otra mina. La
familia Preciado permaneció en la mina a pesar de que hubo
yarias redadas de yaquis para deportarlos después; a ellos
también los aprehendieron hacia 1904. En esa ocasión, los
soldados seleccionaron a 30 o 40 yaquis, incluso a Gregorio
y Charla Preciado, a sus seis hijos, a Dominga y al recién
nacido hijo de Agustina, José. Dominga creía que Miguel
Palos era también el padre de su pequeño hermano, pero
esto parece dudoso, a menos que él hubiera regresado a La
Colorada a visitar a Agustina.
Los soldados sólo les dieron a los yaquis unos cuantos
minutos para recoger sus pertenencias antes de llevárselos
a Torres, la estación de ferrocarril más

226
cercana, donde los enviaron a Guaymas. Sin duda Agustina
era una mujer muy alegre y atractiva, y se mostraba
dispuesta a emplear sus encantos para que los soldados le
ayudaran a cargar sus bultos y conseguir un trato especial.
Otra mujer, Lupe Moreno, se escandalizó por la conducta de
Agustina, comenzó a criticarla abiertamente y la llamó
traidora y disoluta. Tuvieron una pelea y se tiraron del pelo;
cuando Agustina comenzó a ganar, tuvieron que sujetarla
para que no echara a la otra mujer fuera del tren en
movimiento Dominga recordaba claramente este incidente y
decía: "Cómo peleó mi madre, cómo gritaba." Aseguraba
que Agustina no le había contado en los años siguientes
acerca de la pelea, porque pelear era malo.
A los yaquis de La Colorada los encerraron en
Guaymas durante varios días en lo que actualmente es el
Palacio Municipal, hasta que se reunió un grupo de yaquis y
los embarcaron rumbo a San Blas. De allí los transportaron
en tren a la ciudad de México, donde los encerraron en un
cuartel militar hasta que los "compraron" los hacendados.
Agustina, su hermana menor, Concepción, Dominga,
que entonces tenía cuatro o cinco años, y José, el recién
nacido, fueron "comprados" para la hacienda Tanihl en
Yucatán. A los otros seis miembros de la familia Preciado
los enviaron a una hacienda en Quintana Roo, donde
murieron cinco de ellos de hambre y por el mal clima. Esto
lo supo Agustina muchos años después cuando encontró al
único superviviente, Leonardo, en la ciudad de México
durante la Revolución.
Los recuerdos de Dominga sobre Tanihl son mucho
más amplios que los de sus años anteriores. Vi-

227
vían allí por lo menos 30 trabajadores yaquis y mayos, o
más, junto con peones mayas locales. Lupe Moreno, quien
había peleado con Agustina en el tren que iba a Guaymas,
también fue "comprada" para la hacienda Tanihl; la
acompañaban su esposo y varios hijos pequeños. Las dos
antiguas enemigas hicieron amistad, y posteriormente se
hicieron comadres. Entre otros indios sonorenses estaban
en Tanihl Juan María Valenzuela (un pascola de Vicam);
Nicolás Butimea (también pascola de Vicam) ; José María
Escalante (un venado mayo, danzante del baile del venado);
Magdalena y Velorio Valenzuela (deportados de Hermosillo)
; Juan y Juana Zúñiga, de Vicam; Manuela Bartasal y su
esposo, de Torim; María Jeca y su esposo, de Bacum;
Feliciana Basolihtimea, de Belén (que la deportaron sola);
tres hermanos Leyva deportados de Ures (Luis, que era
soltero; Ignacio y su esposa Manuela Flores, y Juan, su
esposa Juana Yokehua, y su joven hijo, Juan María);
Adelina Caumea (una curandera), que vivía con su esposo,
Santiago Caumea; Guadalupe Valenzuela y su hermana,
Carmen Valenzuela; José María Galavis (un fariseo), y José
Suvai (un maestro de Potam) , que vivía con su esposa
María Bauitimea, de Torim.
A cada familia le prestaron una casa con techo de paja
y algunas hamacas. Cada familia tenía que proporcionar por
lo menos un adulto para trabajar en el campo Agustina no
pudo unirse con otra familia o no quiso hacerlo Por esto, no
había ningún hombre en su familia; Agustina tuvo que
trabajar en los campos de henequén como si fuera hombre,
y a los niños los dejaba atendiendo la casa. El trabajo en los
campos de henequén al principio resul-

228
taba muy duro para las manos del peón. Las manos de
Agustina se endurecieron con el tiempo, y después logró
tolerar físicamente este trabajo El capataz le decía
continuamente que para que ya no trabajara tan duro, debía
casarse con un maya; pero ella invariablemente le
respondía que no pensaba casarse con "uno de esos
animales". Los comentarios que hizo Agustina al capataz y a
sus compañeros de trabajo mayas, le fueron repetidos a
Dominga muchas veces, y ella comentaba: "Cuántas cosas
les decía mi madre."
Concepción, que quizá tenía diez años o menos al
principio de su estancia en Yucatán, molía el maíz,
preparaba la comida, lavaba y planchaba la ropa, etcétera.
La consideraban triste desde que nació, y se volvió más
introvertida y pasiva. Por cualquier motivo se convertía en el
blanco de la hostilidad y de las agresiones de Agustina.
Rápidamente Agustina se volvió una mujer dura, aunque
había tenido buen carácter en La Colorada, y la mayor parte
de su dureza la descargaba en Concepción, a quien
entonces regañaba y golpeaba constantemente. El maltrato
que Agustina daba a Concepción y la aceptación pasiva del
maltrato por parte de ésta, fue una de las partes más largas
y detalladas del relato de Dominga sobre la época de Tanihl.
Si la ropa de Agustina no quedaba lavada, almidonada y
planchada correctamente, le pegaba a Concepción. Si ésta
hablaba con otras muchachas junto al pozo, la golpeaba. Si
las tortillas salían demasiado gruesas, le pegaba, y así
sucedía continuamente. Concepción era la víctima de la
casa.
Dominga creía que ella no recibía un trato tan drástico
porque, cuando su madre le gritaba, ella

229
también le gritaba; sin embargo, Dominga fue criada a la
"dura" manera yaqui. Por ser menor que Concepción, tenía
menos responsabilidades. Al principio su tarea más
importante consistía en mantener prendido el fuego
Después la pusieron a moler maíz y le gustaba tanto que
voluntariamente les ayudaba a molerlo a otras yaquis. Era
definitivamente una niña extrovertida y feliz, gozaba de gran
libertad y era bien recibida en otras casas, al contrario de la
triste Concepción.
El pequeño José siempre había sido delgado y
enfermizo Poco después de llegar a Tanihl, Agustina hizo
arreglos para que le pusieran los rosarios, según el rito
yaqui, y eligió a Magdalena y Velorio Valenzuela como
padrinos. Las continuas enfermedades que padecía el niño,
obligaron a Agustina a hacerle una manda a un santo: vistió
a su hija con un hábito. Adelina Caumea, la curandera
yaqui, intentó sin éxito curarlo, con el tratamiento usual, de
la caída de la mollera (caracterizada por una mollera
oprimida o "caída" y por palpitaciones, náuseas, diarrea y
fiebre). Murió tan tranquilamente que al principio no se
dieron cuenta ni Concepción ni Dominga. Concepción corrió
al campo a avisarle a Agustina, a quien el capataz le
permitió regresar a su casa. Agustina pasó el resto del día
preparando el velorio que se celebró esa noche. Seleccionó
a los padrinos de entierro, desde luego incluían a los
padrinos de rosario de José; cocinó carne con chile e hizo
grandes tortillas de harina al estilo Sonora. Los padrinos
vistieron el cadáver con una mortaja, o hábito,
confeccionado de acuerdo a la manda hecha al santo; le
colocaron en la cabeza una corona de flores de papel crepé
y pusieron también de estas

230
flores sobre el cadáver, que estaba en un pequeño petate.
El velorio se efectuó en la casa de Magdalena y Velorio
Valenzuela; comenzó en la noche con la cena. Al cadáver
de José le pusieron cinco rosarios yaquis; cerca de la
medianoche, comenzaron a bailar los danzantes pascolas la
danza del venado En la madrugada, todo el grupo caminó
hasta un gran cementerio que estaba afuera de la hacienda.
Cuatro madrinas enterraron el cadáver, y Agustina, Dominga
y Concepción se escondieron atrás de las paredes del
panteón. Todos se persignaron ante la cruz de la tumba
antes de regresar caminando a la hacienda. Agustina se
sentía contenta de que su hijo tuvo un funeral yaqui con
maestro, pascolas y venado. Como los demás, ella tenía
que regresar a los campos y le esperaba un largo día de
trabajo.
En Tanihl no había tienda de raya, pero los frijoles y el
maíz los entregaban en la casa del capataz. Los
trabajadores cobraban 25 centavos al día, y les pagaban los
sábados. Gastaban su dinero en la tienda del señor Guzmán
que estaba en una hacienda vecina. Agustina no quería
llevar a Concepción ni a Dominga a la tienda los sábados en
la tarde, por lo que sufrían una desilusión cada semana;
pero Agustina traía a casa pequeñas cantidades de
alimentos que, por lo menos un día, variaban la dieta
constante de tortillas, frijoles y chiltipiquines (pequeños chi-
les picantes), que recogía en el campo Concepción.
Dominga recordaba que nunca tomaron café, porque
costaba mucho, pero generalmente tomaban chocolate,
comían carne y pan los domingos, que era su día de
descanso, de hacer visitas y de ofrecer hospitalidad lo mejor
que podían.

231
A pesar de que no podían realizar ceremonias yaquis
importantes, las fiestas familiares ocasionales rompían la
monotonía. Feliciana Basolihtimea, que extrañamente había
sido deportada sola, se casó con Luis Leyva en la iglesia de
la hacienda cercana de Ulucman, que contaba con un
sacerdote residente. La fiesta de bodas en Tanihl fue
inolvidable para Dominga, porque hubo pascolas, un
venado, y participaron casi todos los indios de Sonora. Por
primera vez hubo comida abundante y variada.
El peor suceso en Tanihl fue cuando el capataz castigó
severamente a Agustina. Dominga no recordaba qué había
hecho su madre para recibir ese castigo Cuando supo que
la iban a castigar, Agustina huyó a una hacienda cercana,
pero un yucateco la hizo regresar. Por esta doble falta, el
capataz ordenó que la colgaran de un árbol con una soga
que pasaba por debajo de sus brazos, encima de una
pequeña fogata, que le quemó gravemente los pies.
Después, la bajaron y la llevaron a su casa con Concepción
y Dominga, que la curaron lo mejor que pudieron. Antes de
que sanaran totalmente sus pies, tuvo que regresar a
trabajar en el campo Aunque a otros peones los azotaban
por no cumplir su cuota de trabajo, a Agustina ya no la
castigaron. Por lo demás, Dominga recordaba que la vida en
Tanihl, aunque monótona, especialmente la comida, no era
en especial desagradable o dura. A diferencia de la
hacienda Nokak que describió Chepa Moreno, en Tanihl se
mantenía cierta apariencia del tipo de vida yaqui, porque
había una gran cantidad de yaquis y mayos, varios
especialistas en ceremonias y una curandera, y por la
actitud hasta cierto punto moderada de los dueños de la
hacienda y de los capataces,

232
que permitían que se celebraran fiestas familiares. Dominga
aprendió español, pero el yaqui continuó usándose en las
casas y entre los yaquis de la hacienda.
Cuando la Revolución Mexicana llegó a Yucatán,
liberaron a los "esclavos". En esa época Dominga tenía
unos doce años. Los peones de Tanihl se dirigieron a
Mérida, donde a muchos los albergaron en el gran cuartel
llamado El Castillo En ese momento, las fuerzas del Ejército
Federal controlaban Yucatán. A muchos peones liberados
los enrolaban en el Ejército Federal. A algunos les dieron
uniformes negros que tenían una raya roja en un costado, y
gorras negras altas con viseras brillantes, lo que a Dominga
le impresionó mucho Una de las pantomimas que más le
gustaba hacer, era describir el uniforme y la conducta de los
soldados federales.
Agustina encontró una casa pequeña en El Castillo
para ellas tres y para Nicolasa Bakasiari y su esposo,
Francisco Leyva, que también habían venido de Tanihl (hay
una confusión aquí o en otra parte, porque Francisco Leyva
era uno de los tres hermanos Leyva, a quienes ella les dio
nombres diferentes con anterioridad). Concepción seguía
siendo la víctima de la familia: tenía que moler maíz y
ayudar a hacer las tortillas que Agustina les vendía a los
soldados que vivían en El Castillo Dominga acompañaba a
Agustina en sus recorridos, agarrada de sus faldas.
Agustina y Dominga consideraban emocionante la libertad
de acción, y el intercambio en el mercado Una vez se oyó el
tremendo pero distante rugido de la multitud. Se podían
escuchar gritos ocasionales de "Viva Madero". Cuando
Dominga le preguntó a Agustina qué sucedía, ella la calló

233
diciéndole que no era nada importante, sino sólo
"propaganda".
Con los yaquis y los mayos liberados de las haciendas
yucatecas, que estaban en Mérida, fue posible reunir a un
grupo completo de especialistas ceremoniales. La primera
ceremonia yaqui importante que Dominga vio en su vida, fue
la gran Fiesta de Gloria (o ceremonia de Pascua), celebrada
en una ramada construida afuera de El Castillo.
Cuando su clientela de soldados yaquis se trasladó a
Valladolid con las tropas federales durante algunos meses,
Agustina, Concepción y Dominga fueron tras ellos, porque
sus ingresos dependían de venderles comida a las tropas
yaquis. Regresaron a Mérida cuando el ejército
revolucionario desembarcó en Progreso A las mujeres y a
los niños los encerraron en el cuartel de La Mejorada
durante la batalla de Mérida, y podían escuchar a distancia,
pero no sabían quién estaba ganando Cuando los soldados
yaquis les abrieron las puertas, salieron rápidamente del
cuartel y vieron que éstos, felices, se quitaban los uniformes
federales a medida que corrían. En El Castillo, los hombres
y las mujeres saquearon las barracas de los federales,
reunieron todos los uniformes federales que pudieron
encontrar y los arrojaron a una gran fogata que habían
hecho en el centro del cuartel. Los revolucionarios traían
con ellos a cuatro yaquis para que los ayudaran a que se
unieran a la causa revolucionaria los numerosos yaquis que
estaban en Yucatán: eran el coronel Francisco Pájaro, el
mayor Esiquio Chávez, el capitán José Bakasewa, y un
tamborilero, Luis N. León. Evidentemente tuvieron éxito en
su misión, ya que Dominga recordaba hasta sus nombres.

234
En cierta época durante su estancia en Mérida, un
yaqui llamado Juan Montes le pidió a Agustina si podía
visitar a Concepción; a lo cual ella accedió inmediatamente.
A Concepción y a Dominga él les parecía viejo Sin embargo,
era muy respetable, porque era ayudante de un licenciado y
sabía leer y escribir. Sus visitas le resultaban menos
fastidiosas a Dominga porque les regalaba bolsas de dulces,
pero esto no era suficiente para ganarse la buena voluntad
de Concepción. Pronto pidió la mano de la muchacha,
Agustina accedió de nuevo, y no le importó que Concepción
amenazara con suicidarse. Juan era muy religioso y pidió
que a Concepción le dieran instrucción religiosa. Agustina
contrató a un viejo ciego para que les enseñara catecismo a
las dos jóvenes. Después de que Agustina supo que el viejo
había apagado la vela y había tratado de acariciarlas en la
oscuridad, ella las mandó con una anciana a que les diera
clases. El día de su boda en Progreso, Concepción le dijo a
Juan Montes que lo odiaba.
Poco después comenzaron a marcharse los yaquis de
Yucatán. Dominga conocía a algunos que prefirieron
quedarse, como Guadalupe Valenzuela, que se había
casado con una maya yucateca en Tanihl, y su hermana,
Carmen, que se había casado con un cubano en Mérida. Sin
embargo, la mayoría caminó hasta Progreso para conseguir
pasajes a Veracruz. Con Agustina y Dominga estaban los
otros miembros de su familia que vivían en Mérida: Nicolasa
Bakasiari y su esposo, Francisco Leyva, y otras personas de
Tanihl; Luis Leyva y su esposa, Feliciana Basolihtimea, y
Lupe Moreno y su familia. Por esto, Agustina y Lupe
llegaron y se marcharon juntas de

235
Yucatán. En esa época, Juan Montes estaba en el Vigésimo
Segundo Batallón del Ejército Revolucionario, y él y
Concepción viajaban en el mismo barco Los pasajeros se
amontonaron bajo cubierta, y cuando ésta se llenó, se
pusieron al aire libre. Al grupo de Tanihl le agradó que le
hubiera tocado viajar sobre la cubierta, donde por lo menos
gozaba del aire fresco. Durante los tres días del viaje, les
dieron raciones escasas de alimentos que se cocinaban en
la atareada cocina del barco. A Javier Basopolemea, que
murió durante el viaje, lo envolvieron y lo arrojaron por la
borda sin ninguna ceremonia.
Al desembarcar en Veracruz fueron directamente a la
estación de Buenavista y tomaron el tren para la ciudad de
México Una epidemia de viruela les impidió hacer una
parada para descansar. Al Vigésimo Segundo Batallón lo
enviaron al cuartel Teresita, por lo que Agustina alquiló una
casa en las cercanías para establecer a la familia cerca de
Juan Montes. Unas horas después, ya estaba Concepción
moliendo maíz y vendiendo tortillas y otros alimentos a los
soldados yaquis.
Una de las primeras cosas que recordaba Dominga de
la ciudad de México era haber visto una ejecución. La
habían mandado a Jalpan para que moliera el maíz para el
nixtamal en un molino. En el camino vio a una multitud
reunida en el cementerio. Estaban tres zapatistas con los
ojos vendados con pañuelos. Uno de ellos hizo la señal de
la cruz a los otros dos, luego se colocó junto a ellos, y les
ordenaron a seis soldados carrancistas que dispararan. Un
oficial le dio el tiro de gracia a uno que "no se quería morir".
A Dominga no le impresionó esto.
Durante los años que estuvieron en la ciudad de

236
México se cambiaron de las proximidades de un cuartel a
otro, siguiendo al Vigésimo Segundo Batallón y a Juan
Montes. Después de unos cuatro años, se trasladaron a un
cuartel que estaba al oeste de la Escuela de Tiro, y allí sus
vidas cambiaron. Un día estaban Agustina y Dominga en el
pequeño mercado de Nocalpa, cuando un teniente coronel
se les acercó. Era José María Leyva Cajeme, sobrino del
famoso jefe yaqui del mismo apellido, y que había sido
minero en La Colorada, donde conoció a la familia Preciado,
incluso a Agustina. Él y su esposa legítima, Venina
Yokehua, eran de Cócorit y se habían casado en la iglesia
del lugar en la década de 1880; por consiguiente, era mucho
mayor que Agustina. Toda su familia se había librado de ser
deportada y había vivido en Sonora durante los años de la
persecución. Cuando el general Alvaro Obregón reclutó a
los batallones yaquis en Sonora para el Ejército
Revolucionario, se le unieron Cajeme y su hijo. Venina
prefirió quedarse en Cócorit y su única hija huyó a Arizona.
En este encuentro casual en el mercado de Nocalpa,
Cajeme le dio a Agustina una bolsa con dinero, y le dijo que
"la güera", como le decían a Dominga, necesitaba zapatos.
Agustina le contó dónde vivía. Tres días después vinieron
unos soldados a buscar a Agustina para llevarla con
Cajeme, y se quedaron solas Dominga y Concepción. Los
tres días siguientes estuvieron aterrorizadas; Dominga
nunca había pasado una noche sin su madre. Se les acabó
la comida, pero sin el apoyo de Agustina, no se atrevieron a
ir al mercado Finalmente Agustina fue a .recoger a
Dominga. No se sabe qué sucedió con Concepción, pero
parece que se quedó donde estaba.

237
La vida de Dominga cambió de la noche a la mañana.
Cajeme era rico, vivía en una bonita casa de dos pisos y
tenía sirvientes. Tener un entrego de leche diario era una de
las evidencias más impresionantes de su nueva riqueza. De
ser una muchacha que caminaba descalza por el mercado,
Dominga se convirtió en una joven que usaba zapatos y
medias, y que tenía un ropero lleno de vestidos nuevos.
Al verse liberada Agustina de la necesidad constante
de trabajar, comenzó a jugar a la baraja de nuevo, como lo
había hecho en La Colorada. Allá la habían considerado una
joven liviana, porque iba a las cantinas con Miguel Palos,
jugaba a la baraja con los hombres, y le gustaba bailar
bailes seculares. A Cajeme no le gustaba que jugara a la
baraja, y ella hacía que sus compañeros de juego fueran
cuando él estaba ausente. Dominga recordaba que su
madre era una jugadora hábil, que ganaba con regularidad,
y esto a menudo disgustaba a sus oponentes del sexo
masculino.
Cajeme era oficial del Cuadragésimo Segundo
Batallón. Pronto todos tuvieron que marcharse, y
generalmente viajaban junto con el Vigésimo Segundo
Batallón; por ello Concepción parece haber estado en los
mismos lugares y quizá formaba parte de la familia en
movimiento Dominga mencíonó haber estado brevemente
en Puebla, San Martín Texmelucan, Toluca, Orizaba,
Soledad, Veracruz, Atlixco, de nuevo en la ciudad de
México, Xochimilco, Salazar y Morelia. Cuando Antonio, el
hijo de Ca-jeme, murió en la batalla de El Verde, cerca de
San Martín Texmelucan, su familia se entristeció mucho A
Cajeme lo hirieron en una pierna en Morelia. En San Juan
del Río, otra mujer yaqui logró atraer

238
la atención de Cajeme, hasta que Agustina apareció, y ganó
una pelea pública en la que hubo gritos y tirones de
cabellos. Esto hizo que se reforzara mucho su posición de
amante de Cajeme.
Las actividades revolucionarias se desplazaron hacia el
Norte cuando los carrancistas pelearon contra la famosa
División del Norte de Pancho Villa. Con cierto orgullo,
Dominga afirmaba que ganaron los carrancistas, porque
tenían a los batallones yaquis, y añadía: "Pancho Villa sólo
era valiente con las mujeres." En Torreón, los yaquis y los
mayos de los Batallones Vigésimo Segundo, del
Cuadragésimo Segundo, del Vigésimo y del Trigésimo
Quinto, hicieron una fiesta especial para los generales
Carranza y Obregón. Les entregaron provisiones a las
yaquis para que hicieran comida para la fiesta. Poco antes
habían llegado los funcionarios en un tren. A las mujeres las
habían alineado y les habían dado flores para que se las
arrojaran a los generales a medida que pasaban por la
ramada en la que bailaban los matachines, los pascolas y
los danzantes del venado La fiesta fue un éxito.
Estos mismos batallones participaron en la sangrienta
batalla de Saltillo, en la que los carrancistas hicieron huir a
los villistas. El general Obregón ordenó que se hiciera otra
fiesta para celebrar la victoria. De nuevo se prepararon
grandes cantidades de comida para la fiesta, y bailaron los
danzantes pascolas, coyotes y najis. Dominga comentó que
los danzantes najis imitaban a los pájaros, aunque la
palabra naji significa libélula. Fue la única vez que vio esta
danza.
En 1919, el Cuadragésimo Segundo Batallón se quedó
en Parral durante casi un año. Por su vida

239
más estable y como correspondía a su situación social,
Agustina envió a la escuela a Dominga. Ésta no aprendió
nada, o al menos eso decía ella, porque la maestra se
sentía muy interesada en un joven cuyo principal mérito era
no ser soldado Como a él no le permitían visitarla en su
casa, iba a la escuela, y la cortejaba ante los fascinados
ojos de los alumnos. El carácter de la maestra empeoraba
cuando él no acudía a verla.
La más grande fiesta de Gloria se efectuó ese año en
Parral. Agustina hízo una urna, que era una caja de un
metro de largo, decorada con flores y encaje, para sostener
la figura de Cristo el Viernes Santo después de la crucifixión.
Este arreglo se lo regalaban a las autoridades de la fiesta.
Concepción, que se había vuelto una figura más trágica
que nunca, comenzó a gastar en las cantinas el dinero que
le daba Juan Montes para la comida: compraba mezcal y se
emborrachaba con regularidad hasta perder el sentido Se
hizo una rutina ir a buscar a Concepción para regresarla a
su casa. A Juan Montes le molestaba cada vez más la
conducta de su esposa. Finalmente, en una ocasión sacó su
pistola y amenazó con matarla si la volvía a encontrar en
ese estado, pero no logró hacerlo Otra vez, Dominga la
encontró en una pocilga una mañana al alba. Después de
que Dominga pudo despertarla, Concepción se puso a llorar.
Le contó que había estado bebiendo con unos hombres, que
la llevaron hasta la pocilga, después todos se acostaron con
ella, y la abandonaron donde estaba. Esto colmó la pa-
ciencia de Juan Montes, que la dejó a merced de Agustina,
y terminó su matrimonio Agustina de nuevo asumió su papel
duro y autoritario, y encerró

240
a Concepción en la casa. Ella no podía escaparse, y sus
borracheras terminaron abruptamente.
Dominga sólo vio sonreír a Concepción una vez más.
Un grupo de muchachas visitaba a Concepción una tarde.
Mientras platicaban y se reían, cayó una tormenta breve,
que pasó casi inadvertida. Cuando Agustina regresó a
buscar las cobijas, que habían sido puestas a asolear en la
mañana, estaban empapadas, y por ello golpeó a
Concepción con un palo de escoba. Concepción nunca
volvió a sonreir.
Dominga se había convertido en una joven
excepcionalmente bonita; su piel era de color claro como la
de su abuela paterna y su tía. Agustina y Cajeme decidieron
que era buena idea que Dominga se casara con Felipe
Amarillas, hermano menor del general Amarillas. Su familia,
que estaba ansiosa de romper la relación incestuosa que
tenía éste con una prima, estuvo de acuerdo. Agustina se
portó en forma muy distinta con Dominga que con
Concepción al arreglar su casamiento. Decidió acompañar a
Dominga a uno de los bailes de los soldados, para que los
prometidos pudieran conocerse en circunstancias
favorables. Por desgracia, no funcionó el plan. Agustina se
sentó decididamente a un lado de Dominga, y Felipe en el
otro lado Junto a Felipe se sentó su prima hermana con
quien él había estado viviendo Le reclamó abiertamente su
inconstancia y su falta de atención, e hizo comentarios
despectivos sobre Dominga. Ésta se negó a verlo, a hablarle
o a bailar con él, y salía a bailar con cualquiera que se lo
pedía, ignorando las terribles miradas de Agustina. Ésta ya
no quiso hablar del matrimonio, Felipe se quedó con su
prima hermana, y Dominga consideró que había sido la más
bella del baile.

241
De Parral, al Cuadragésimo Segundo Batallón y a otros
más los enviaron a la ciudad de México. Ca-jeme rentó una
casa de dos pisos, que tenía un balcón, cerca del Cuartel
Teresita. A Dominga la cuidaban y la acompañaban mucho
más que antes. Sólo le permitían asistir sola a la escuela
particular en la que la había inscrito Agustina. Ella deseaba
tener vestidos elegantes, pero la obligaban a usar vestidos
escolares de niño. A Dominga le interesaban los hombres, y
empleaba varios medios para atraer su atención, y- el más
eficaz era adoptar una pose de reina en el balcón. (Un
hombre que había estado presente en las entrevistas en
Potam en 1970, que había sido un recluta joven en el
Cuadragésimo Segundo Batallón en esa época, recordaba
que cuando ella se colocaba en el balcón, ignorando
intencionalmente los comentarios que se hacían abajo,
parecía muy seductora.) Iba y regresaba a la escuela por las
calles en que pudiera atraer más la atención de los
hombres. Una carbonera servicial (una joven que vendía en
la calle) ayudaba a Dominga como si fuera un buzón para
las cartas de sus admiradores. Agustina pronto descubrió
que Dominga recibía mensajes, y diariamente le revisaba
los libros y sus ropas, y la golpeaba cuando descubría
cartas que la delataran. Sin embargo, logró rescatar algunas
de estas cartas, que para Dominga se convirtieron en una
de sus posesiones más queridas. Estuvo interesada en un
sargento llamado Félix, hasta que descubrió que había
dejado a su esposa en Sonora. Después se interesó en un
soldado mayo, y finalmente se fijó en Anselmo Romero
Matos.
Anselmo se había unido al Cuadragésimo Segundo
Batallón en 1920 en su pueblo natal Potam. En

242
esa época tenía 20 ó 22 años de edad, era alto y muy bien
parecido Él también comenzó a enviarle cartas con la
carbonera y se ingenió para platicar con Dominga algunas
veces. Acordaron fugarse. La recogió después de salir de la
escuela y se ocultaron en un cuarto que él había conseguido
Desde luego, Agustina y Cajeme se pusieron furiosos, y
éste le ordenó a algunos soldados que los buscaran. Al día
siguiente los descubrieron, y Agustina insistió en que los
encarcelaran juntos a los dos. A Dominga, que aún llevaba
sus libros escolares y su uniforme, la enviaron a una celda
de mujeres, y a Anselmo lo encerraron con los hombres.
Después las autoridades decidieron encerrar a Dominga en
una pequeña celda solitaria para evitar la mala influencia de
las mujeres mayores y más experimentadas. Sin embargo,
Dominga lloró con tanta histeria que la regresaron a la celda
común para que las mujeres la consolaran.
Después de pasar allí una noche y un día, el "cuñado"
de Anselmo, el coronel Chávez, envió a su ayudante para
que los dejaran libres, y los llevó a su casa. La amante del
coronel Chávez era la hermana mayor de Anselmo, Isabel
Romero Isabel era una mujer alegre. Ni ella ni el coronel
Chávez habían estado casados legalmente, ni ellos tampoco
consintieron en casarse. Cuando Isabel era niña en Potam,
había bailado la danza de los pascolas tan bien que la gente
le arrojaba monedas. Cuando años más tarde Dominga
regresó a Potam, le contaron algunos relatos sobre la alegre
Isabel. No conforme con bailar con los pascolas, Isabel se
marchaba a Guaymas a bailar bailes seculares yoris
(mexicanos). Allí conoció al coronel Chávez, con quien
huyó.

243
Entonces intervino Isabel, puso a los culpables en cuartos
separados y los regañaba constantemente. Considerando
que el daño ya estaba hecho, propuso que se casaran e
hizo arreglos para que se celebrara el matrimonio en la
catedral una semana después Feliciana Uriarte, esposa de
un mayor del Cuadragésimo Segundo Batallón, fue la
madrina de boda, y el teniente Antonio Yocupicio, que era
mayo, fue el padrino. Agustina y Caj eme no fueron a la
boda, y hasta le prohibieron a Concepción que asistiera.
Después de la boda, Dominga y Anselmo formaron su
propia familia. Por supuesto, Dominga ya no regresó a la
escuela, y se sentía muy enamorada de su apuesto marido.
Con el tiempo Agustina lo perdonó y llegó a estimar mucho
a Anselmo. Casi un año después de su matrimonio nació su
primer hijo, Rosendo, y a Dominga la ayudaron en el parto
Agustina y una partera yaqui. Después, le dieron a beber
pulque para estimular la producción de la leche materna.
Siempre insistía en que ella no tomaba hasta
emborracharse, como Concepción, pero admitía que le
gustaba el pulque, especialmente con mole. Consideraba
que el pulque era una bebida más decente que el mezcal o
el tequila.
En esa época Cajeme empezó a sentirse viejo e inútil.
En realidad la Revolución ya había terminado, y él tenía un
tumor en el cuello. Poco después de que nació Rosendo, él
le pidió a su antiguo general, Obregón (que entonces era
presidente de México) que lo enviara a su pueblo a morirse.
Obregón arregló que dieran de baja del ejército a Cajeme.
Además, le dio una pensión, mi boleto de tren a Cócorit, y le
proporcionó documentos que señalaban

244
dónde había peleado Cuando Cajeme, Agustina y
Concepción se marcharon al norte, Dominga por primera
vez quedó separada de su madre por una distancia real.
Hacia 1923, hubo dos muertos en la familia Romero El
hermano de Anselmo, Teófilo Romero, murió en una
pequeña escaramuza revolucionaria cerca de Puebla, y dejó
huérfanos a dos hijos que había procreado en su unión libre
con una mexicana, con quien había vivido en la ciudad de
México Poco después Rosendo murió de diarrea cuando
tenía casi un año de edad. Al año siguiente Dominga y
Anselmo tuvieron otro hijo en la ciudad de México Le
pusieron el nombre de su padre: Anselmo, y era sano y
alegre. De nuevo Dominga, por obligación, bebió pulque.
Ocho meses después a Anselmo lo dieron de baja del
ejército y le regalaron boletos de tren para el río Yaqui.
Dominga se sentía feliz ante la perspectiva de estar de
nuevo cerca de Agustina.
A su llegada, Anselmo alquiló un tiro de caballos y una
carreta para que los llevara a ellos y sus pertenencias a la
casa de sus padres en Potam. Dominga continuó siendo
feliz a su llegada, y durante el viaje que hizo a Cócorit para
visitar a Agustina, a Cajeme y a Concepción. Sin embargo,
pronto su vida sufrió un cambio drástico.
Como "hija" de un oficial y después como esposa de un
soldado, había tenido una existencia bastante privilegiada.
No había lavado ropa ni molido maíz desde que Cajeme las
había encontrado en el mercado Nocalpa. De pronto tuvo
menos dinero, sus vestidos comenzaron a hacerse viejos y,
lo que era aún peor, a otras mujeres de la familia tuvo que
regalarles algunos vestidos que le gustaban mucho. Ya no

245
apreciaban su talento para bailar, ni para hablar
inteligentemente, ni para estar bien arreglada. La
consideraban una joven arrogante. Perdió su libertad de
acción por la autoridad de su suegra, que sólo le hablaba
para darle órdenes o indicarle lo que había hecho mal. El
trabajo físico duro que realizaba desde el alba hasta el
atardecer rápidamente arruinó sus delicadas manos, que
habían sido su alegría y su orgullo.
En vista de que no había practicado sus habilidades
domésticas, tuvo que volver a aprender a moler el maíz
durante horas, a hacer tortillas de maíz delgadas más o
menos aceptables (nunca logró aprender a hacer las tortillas
de harina grandes), etcétera. Le servía de maestra su
simpática cuñada, María Jeca que era prima de María Jeca
de Tanihl, que había sido una de las madrinas de entierro
del niño José. En dos metates, una al lado de otra, Dominga
y María se arrodillaban durante horas. También acarreaban
agua, llevaban ollas de comida caliente al campo para
alimentar a los hombres en los periodos intensos de la
cosecha y caminaban hasta Oros donde iban a recoger
canastas de garbanzos cuando era la temporada, y luego
las cargaban sobre sus cabezas hasta su casa.
Anselmo en su casa se portaba en forma muy distinta a
cuando había sido soldado en la ciudad de México. Se
volvió duro, comenzó a beber mucho y ya no le interesaba
Dominga. Ella creía que la influencia de su suegra, que no la
quería, había hecho que él cambiara. Una vez ella creyó
que él la golpearía por un incidente trivial, y, por estar ya
cansada de su vida miserable, huyó súbitamente. No se
llevó nada de comida ni de ropa, y aun dejó sus

246
queridos aretes chinos, uno de sus recuerdos más
apreciados de su mejor época. Caminó hasta Torim para
quedarse con Pancha González. Ésta era la última amante
de José González, quien a su vez había sido amante de
Cecilia Hurtado, la esposa legítima de Miguel Palos, el
padre de Dominga. No era por esta relación por lo que
Dominga se refugió con Pancha, sino porque ella la había
tratado bien desde su regreso a Potam. Pasó allí una noche,
y luego se marchó a Cocorit a la casa de Agustina. El
pequeño Anselmo también estaba allí, porque Agustina lo
estaba curando. Durante un mes Dominga trabajó feliz como
cocinera en una casa rica y vivió en un ambiente más
agradable. Finalmente, Agustina le preguntó si creía
realmente que Anselmo la golpearía, y cuando ella admitió
que en verdad no lo creía, Agustina le dijo que regresara a
Potam con el pequeño Anselmo.
Dominga sólo relató una anécdota interesante de su
suegra. Esta mujer se puso muy emocionada por la
ejecución de una bruja en Rahum. Se sentía desilusionada
por no haber sabido a tiempo la noticia para ir a ver cómo
quemaban a la bruja, que se llamaba Rosa, y de quien se
contaba que le había hecho daño a mucha gente infeliz;
pero decidió que de todas maneras valía la pena hacer el
viaje. Organizó a las mujeres y a los niños de la familia para
caminar hasta Rahum; llegaron allá cuando las cenizas aún
estaban calientes.
Otro suceso interesante que ocurrió mientras Dominga
pertenecía a la familia Romero, y que despertó interés en
todo el río Yaqui y aun en otras partes, fue el arresto
espectacular y el juicio del general Mori. Éste era un general
yaqui que a principios del

247
siglo había sido jefe de los yaquis de la sierra en sus luchas
contra los mexicanos. En el momento de ser arrestado vivía
en una bonita casa de dos pisos en Pitahaya. Se contó que
le dieron a guardar una suma importante de dinero que se
había recogido para la iglesia de Torim. Rápidamente corrió
el rumor de que se había robado el dinero y que había
contratado a dos albañiles para construir una bóveda
subterránea para ocultarlo en el monte negro frente a
Pitahaya. Alguien dijo que después asesinó a los albañiles
para evitar que revelaran el lugar donde estaba la bóveda,
pero otros afirmaban que sólo había asesinado a un albañil
y que el otro había escapado Se informó que el albañil que
escapó se había marchado a vivir a Arizona, a Hermosillo o
a otra parte. Todos soñaban encontrar este tesoro
escondido Dominga creía que era muy difícil descubrir la
bóveda, porque la montaña negra era muy rocosa, pero que
quizá podría encontrarse el hoyo que taparon con concreto.
El general Matus, que parece que reaccionó ante la presión
del pueblo, envió a unos soldados yaquis a arrestar al
general Mori. Su juicio se realizó en Vicam ante los
gobernadores de los ocho pueblos; lo azotaron en público,
le quitaron su rango militar yaqui (aunque algunos yaquis y
yoris continuaron llamándolo general), y fue recluido
indefínidamente en la cárcel de la guardia yaqui de Potam.
Dominga no pudo asistir al juicio, pero todos los días lo veía
en la cárcel de la guardía de Potam cuando ella acarreaba
al molino baldes de trigo. La esposa de Mori, una mujer
impresionantemente gorda y que usaba aretes de oro
enormes y peinetas extravagantes, se mudó a Potam para
estar cerca de su esposo, y Dominga observaba sus actos
con mucho interés.

248
Milo fue el último hijo que Dominga procreó con Anselmo, y
nació el 5 de septiembre de 1926, en la época de la
cosecha. No había partera, y las otras mujeres de la familia
la ayudaron en el parto El 13 de septiembre los cinco
gobernadores del pueblo fueron de casa en casa
informándoles que los yaquis estaban de nuevo en guerra
con los mexicanos y que debían huir a la sierra. Potam fue
evacuado casi de la noche a la mañana. Los gobernadores
les ordenaron a los habitantes que se llevaran sólo lo
esencial. La familia Romero a toda prisa recogió las pistolas,
los cuchillos, unas cuantas cobijas y ropa, algo de comida y
un balde. Igual que otros, huyeron y abandonaron su
cosecha en las trojes, así como sus pertenencias, su
ganado y sus gallinas. Algunos hombres se llevaron sus
caballos, pero dejaron a los perros. Al ex general Mori
también se lo llevaron muy bien custodiado.
Los poteños, como llaman a los habitantes de Potam,
se reunieron en Huapari, una de las concentraciones de
refugiados más cercanas a la sierra. Los yaquis de otros
pueblos se juntaron en otros lugares más adentro de la
sierra. Dominga recordaba, como una pesadilla, la caminata
de tres días hasta Huapari y su estancia posterior. Cuando
les avisaron que debían partir, ella aún estaba en cama
recuperándose del parto, sangraba mucho y se sentía muy
débil, quizá porque su dieta sólo era de atole aguado. Le
pareció interminable la caminata mientras cargaba al
pequeño Milo que tenía una semana de nacido, y le daba
ánimos al pequeño Anselmo. En Huapari no había nada
más que un manantial, sin árboles, ni casas, ni un fuerte:
sólo había rocas expuestas a los rayos del sol. Aunque Milo
sufrió fuertes quema-

249
duras de sol porque lo acostaron en las piedras, se mantuvo
saludable y nunca lloraba. Cuando llovía, el antiguo capote
de soldado de Anselmo servía para cubrir a los niños, pero
todos los demás se mojaban. Después, dejaban que sus
ropas se secaran en sus cuerpos.
Pronto se acabó la comida. Entonces los hombres iban
a escondidas en la noche a Potam y saqueaban las casas
en busca de provisiones. El pueblo desprotegido era
sistemáticamente saqueado por los yoris. Por ello las
incursiones de los hombres de Potam cada vez tenían
menos éxito Desaparecieron las cartas que Dominga tenía
guardadas como un tesoro, aquéllas que le habían enviado
por conducto de la carbonera en la ciudad de México Más
que nada lloró su pérdida. Los hombres se pusieron a cazar,
y durante varias semanas la carne de la cacería fue el
principal alimento de los refugiados.
Los yaquis de Huapari no pelearon contra los
mexicanos, y después de dos meses parece que la mayoría
decidió que todo era inútil. Los pocos que aún deseaban
pelear se unieran a otros grupos que estaban más adentro
de la sierra. Pero la mayoría, incluso la familia Romero, se
marcharon a Huarache, cerca de Pitahaya, para rendirse a
los soldados mexicanos. Éstos estaban fuera de allí, por lo
que el grupo esperó pacientemente su regreso En ese
momento terminó la jurisdicción que los soldados yaquis
tenían sobre el ex general Mori. Después de que los
mexicanos les quitaron las pistolas, los cuchillos y los
caballos, los enviaron por tren a Guaymas para recluirlos en
El Corralón. Las provisiones de manteca, trigo, frijol, café y
azúcar que recibió cada familia, fueron un cambio agradable
de dieta.

250
Además de Anselmo, Dominga y sus dos hijos, había
otros miembros de la familia Romero en El Corralón: el
hermano de Anselmo, Ceno, su esposa, María Jeca, y su
hija Magdalena; su hermana Emilia, su esposo mayo,
Maximiliano Rodríguez, y su hija Julia; y la bisabuela de
Anselmo, María Beahaewah, y su amante, el anciano Miguel
Obomea. Dominga no mencionó a su suegra, cuyo paradero
en esa época y en sus relatos subsecuentes es
desconocido.
Como resultado de la rebelión de 1926-1927, de nuevo
deportaron a los yaquis, pero no como peones a las
haciendas del sur. A algunos los reclutaron en el ejército y a
otros sólo los llevaron a otras partes de México y después
los dejaron libres. Luego de permanecer tres días en El
Corralón, a los yaquis los formaron y los subieron a un barco
Anselmo le dijo a Dominga que ella era un estorbo y que se
llevara a los niños a su casa con Agustina. El víejo Miguel
Obomea, que había abandonado un gran rebaño de vacas y
una rica cosecha en Potam, le dijo a María Beahaewah que
era preferible que se quedara sola y no intentara
acompañarlo Las dos mujeres se quedaron juntas y vieron a
los otros alejarse de sus vidas. Las mujeres y los niños que
no fueron deportados se prepararon para ser llevadas a otro
centro de reclusión en El Águila, cerca de Empalme.
Cajeme, Agustina y Concepcíón habían permanecido
en Cócorit durante la insurrección. Pero supieron a dónde
habían llevado a Dominga. Tan pronto como se enteraron
que el grupo de Huapari había sido llevado a Guaymas, se
apresuraron a buscarla. Cuando llegaron, ella se encontraba
en un vagón que estaba a punto de salir a El Águila. Cajeme
pudo "hablar" a favor de Dominga, y logró que la dejaran

251
libre junto con sus dos hijos. Los soldados no quisieron
liberar a la anciana María; y después se supo que murió de
tristeza en El Águila. El grupo, entristecido, regresó a
Cócorit.
A Agustina le molestó saber que Milo no había sido
bautizado, y decidió regresar a Guaymas para que unos
antiguos compañeros del ejército fueran sus padrinos. Se
hospedaron con sus amigos el general Luis Buitimea y su
esposa, una yori, Librada Ramírez. El bautizo se realizó en
secreto en su casa, porque "a los curas los habían corrido
de las iglesias". Durante la visita, doña Librada tenía fiebre y
estaba nerviosa, y se pasaba la mayor parte del tiempo en
una gran tina de agua en la que flotaban flores recién
cortadas, y esto parecía tranquilizarla. De cuando en cuando
en medio de las flores gritaba: "Aleluya ... yo creo."
Doña Librada había sido madrina de muchos niños. A
uno de sus ahijados lo abadonó su madre a la puerta de su
casa, con una nota que decía que los padres del niño lo
regalaban. Aunque se puso furiosa, se quedó con él.
Cuando a Milo lo bautizaron, el niño adoptado tenía quizá
cinco años. Dominga en especial recordaba que doña
Librada usaba un pequeño silbato de plata para llamarlo.
Cuando murió doña Librada un año o dos después, la madre
del niño tuvo que recogerlo.
Los tres días que permanecieron en Guaymas fueron
de nostalgia, les recordaron los tiempos mejores en que
ellos también vivían en una casa de dos pisos, que tenía un
balcón y sirvientes que se encargaban del trabajo doméstico
El regreso a Cócorit fue menos agradable. La pensión de
Cajeme les había servido para mantenerse a los tres en su
mo-

252
desta casa de adobe. La llegada de Dominga hizo disminuir
los recursos familiares. Ella consiguió trabajo como cocinera
en una familia yori rica. El salario usual era de nueve pesos
al mes más la comida. Sin embargo, la patrona vigilaba
cuidadosamente que ella no se llevara a su casa un poco de
comida. En la época de la cosecha, Dominga oyó decir que
pagaban buenos salarios por cortar chícharos. Se fue a
trabajar en esto, y se llevó al pequeño Anselmo para que la
ayudara.
A los pocos meses, Dominga andaba con un yori de
Sinaloa llamado Severo Jiménez. Su familia era una de las
más ricas de Cócorit, en donde había muchos residentes
yoris. Sus relaciones, que duraron varios años, tenía que
realizarlas a escondidas. Agustina no les permitía entrar en
la casa, porque desaprobaba sus relaciones, y
constantemente le decía a Dominga que debía esperar el
regreso de Anselmo La madre de Severo tampoco aprobaba
esto, porque quería que él se casara con la hija de unos
ricos amigos yoris; pero él perdió todo interés en ella
después de conocer a Dominga. Nunca vivieron juntos, pero
él era generoso, y le compraba a Dominga vestidos y
comida para la familia.
El primer hijo que Dominga procreó con Severo nació
en 1928 o 1929. Severo le pagó a una partera yori, compró
las medicinas necesarias y, por primera vez, entró
libremente a la casa de Agustina. Al niño, llamado Ramón
Jiménez, lo bautizaron los vecinos yoris que escogió
Dominga, al estilo mexicano: dos esposos fueron los
padrinos. La familia de Severo se negó a aceptar a
Dominga; pero la madre, Librada Masillas, enviaba a sus
sirvientes casi todos los días para que le llevaran de visita a
su nieto Hacia 1930,

253
nació José María Jiménez, el segundo hijo de Dominga y
Severo De nuevo Severo actuó decentemente y se encargó
de los gastos. Por primera vez, Dominga eligió a unos
padrinos yaquis, y lo bautizó al estilo yaqui.
Varios años antes, la esposa legítima de Cajeme había
muerto Por consiguiente, Cajeme podía casarse con
Agustina; así, como su esposa legítima, podría recibir la
pensión militar. La boda se efectuó poco antes de la muerte
de Cajeme en octubre de 1930. Agustina gastó todo su
dinero en hacerle un bonito velorio y una novena. Pero para
su sorpresa, la pensión dejó de llegarle. Invirtió mucho
tiempo y esfuerzos hasta su muerte tratando de que le
enviaran de nuevo la pensión, que ella consideraba que le
correspondía por ser la viuda legítima. Le escribió al
presidente de la República, y cuando entró al poder un
nuevo presidente seis años después, también le escribió, y
también les escribió a las autoridades militares. Viajó a
Hermosillo y le pagó cinco pesos al gobernador para que
escribiera a su favor. Aun después de la muerte de
Agustina, Dominga guardó una pequeña caja con los
documentos de Cajeme, en la creencia de que algún día
recibiría la pensión. Esperaba ir a la ciudad de México para
arreglar este asunto personalmente.
Poco después de la muerte de Cajeme, Rosalío Moisés
regresó de Arizona para vivir en Torim. Pocos días después
fue a Cócorit a buscar a Agustina y a Dominga. Él era medio
hermano de Dominga, porque era hijo legítimo del padre de
ella. Dominga pocas veces había visto llorar a Agustina, ni
aun cuando murió Cajeme. Entonces empezó a llorar
desconsoladamente, repitiendo una y otra vez: "Cómo

254
quería a Miguel Palos." Rosalío parecía tener mucho dinero
y les compró comida. La tía Chepa, cuya relación con
Miguel Palos no era clara, fue invitada a las fiestas, y
después la tía Chepa y Dominga fueron de visita a Torim
con Rosalío. Hubo un momento embarazoso en Torim
cuando varios hombres que estaban sentados frente a una
pequeña tienda les gritaron en yaqui: "Ahí van unos yoris
hijos de puta", porque creyeron que no entenderían la
lengua. Rosalío compró pan virote (un pan largo y redondo)
como algo especial, y se hospedaron con Manuel González,
que era medio hermano de Rosalío por parte de su madre.
Rosalío les dio dinero para que regresaran a Cócorit.
La muerte de Cajeme fue el principio de nuevas
penalidades y de mala suerte. El niño más pequeño, José
María, murió de quemaduras cuando se cayó al fogón desde
un banco donde Dominga lo había puesto Agustina intentó
curarlo aplicándole tinta de escribir en las quemaduras, pero
fracasó. A menudo tenían hambre. Agustina y Concepción
trabajaban lavando ropa ajena y cuidaban a los niños.
Dominga había vuelto a trabajar de cocinera con un sueldo
de nueve pesos. Severo perdió el interés en Dominga y dejó
de ayudarla. Él nunca se casó con la joven yori rica, y en los
años posteriores la familia Jiménez perdió su fortuna; ya no
se distinguían de los otros pobres, y hasta usaban
huaraches. Sólo Dominga y el pequeño Ramón comían
bien: ella, porque le daban de comer en su trabajo, y él,
porque visitaba diariamente a su abuela paterna.
Hacia 1932, Ignacio Leyva, un pariente lejano de
Cajeme, fue a visitar a Agustina. Le hizo muchos elogios a
Dominga, que aún era bella, y pronto empe-

255
zaron a andar juntos. De nuevo Agustina habló seriamente
con Dominga, pidiéndole que esperara a Anselmo, y le dijo
que se estaba convirtiendo en "una mujer de la calle". En
esa época, Dominga había oído decir que Anselmo se había
unido, durante el viaje en barco entre Guaymas y Mazatlán,
con una mujer mayo, llamada Lena Yocupicio, y que aún
vivían juntos en el Trigésimo Quinto Batallón, al que habían
asignado a Anselmo Por consiguiente, los regaños de
Agustina no le importaban mucho y Dominga continuó
viendo a Ignacio Leyva. Él era peor que Severo desde todos
los puntos de vista. Le mentía diciéndole que sólo andaba
con ella. Pero en realidad tenía una novia, con quien se
casó por la iglesia el mismo día en que Dominga dio a luz a
su hijo Cuando fue a verla a ella y a su hijo, Guillermo
Leyva, su amante negó haberse casado. Dominga se volvió
hacia la pared, y le dijo con disgusto que se marchara con
su esposa. Nunca regresó, ni le dio un centavo.
Cócorit les pareció un lugar pobre. Al saber que se
necesitaban cocineras para las cuadrillas de trabajadores
que levantaban los diques de irrigación de Potam, Dominga
se mudó a la casa de Fermín Cajeme, uno de los sobrinos
de Cajeme, en Potam. Sólo se llevó a Guillermo, a quien
todavía amamantaba. Consiguió empleo en la cocina al aire
libre instalada en una ribera del canal. Como de costumbre,
los hombres que pasaban admiraban su belleza. Jesús
Suárez pastoreaba a diario su rebaño de vacas por el canal.
De inmediato se fijó en Dominga y pronto se unieron.
Cuando le pidió que se fuera a vivir con él a su ranchería de
Palo Parado, ella aceptó.
Jesús Suárez y su esposa legítima, Magdalena

256
Valencia, eran mayos de Huatabampo y tenían una buena
casa y cinco hijos en Obregón. Como otros, él había
recibido tierras en Potam en recompensa por ayudar a
Yocupicio, que era mayo, en su triunfante campaña política
para gobernador. En la época en que Dominga lo conoció
permanecía más tiempo en Potam y en Palo Parado que en
Obregón. En la década de 1970, él aún era una figura
conocida y controvertida, y muchas otras personas, aparte
de Dominga, hablaban de él. En todas las descripciones se
hacía énfasis en su físico (era alto, gordo y bien plantado) y
en su evidente riqueza, que se advertía por las grandes
sumas de dinero que por lo general traía consigo, en su
enorme rebaño de vacas, y en la impresionante cantidad de
mujeres que había tenido en diversas épocas y en varias
circunstancias.
Al principio Dominga estaba enamorada de él, se
sentía orgullosa de su espléndida figura, le gustaban los
regalos que le compraba, le fascinaban sus encantos y
apreciaba su habilidad como amante. Él no permitió que
ninguno de los hijos de Dominga, aparte de Guillermo,
viviera con ellos. Pero esto no le importó a ella, porque los
demás estaban acostumbrados a vivir con Agustina. Sin
embargo, su felicidad duró poco Ya no le daba regalos, era
prácticamente una prisionera en la ranchería de Palo
Parado, y su vida llegó a ser una rutina fastidiosa que en
comparación al tiempo que pasó en la familia Romero, bajo
el régimen autoritario de su suegra, pareciera agradable. Lo
peor de todo fue que pronto volvió a interesarse en otras
mujeres. Al principio sólo se ausentaba en la noche.
Después traía mujeres a la casa, y les pagaba con el queso
que hacía Dominga, mientras que a ella la enviaba a dormir
a un rincón

257
de la casa, que sólo tenía un cuarto Durante algunos años
mantuvo a otra mujer, una mayo llamada Teresa Yocupicio,
en una casa de Potam, y repartía su tiempo entre sus tres
casas, y ocasionalmente andaba con otras mujeres. A veces
les pagaba a otros hombres para que le arreglaran
entrevistas con mujeres a las que había visto caminar por la
calle.
Dominga creía que Jesús empleaba poderes so-
brenaturales "para tenerla atada" y "cegar sus ojos" ante sus
defectos: "¿Por qué otra razón me habría quedado con él?"
Él usaba como amuleto para el amor una pequeña figura de
San Benito. Cuando años después perdió este pequeño
santo, maldijo su pérdida, y desde entonces ya no tuvo tanto
éxito en el amor.
Los siete años que vivió con Jesús Suárez fueron los
peores de la vida de Dominga. A pesar de su fortuna, le
daba alimentos suficientes sólo para mantener la casa en un
nivel de hambre, y nunca le daba dinero en efectivo Una vez
ella por descuido dejó un fajo de billetes en los bolsillos de
su pantalón cuando lo lavaba. Todos los billetes (algunos
estaban tan descoloridos que ya no se notaba su
denominación) los secó cuidadosamente al sol. Sintió miedo
cuando imaginó lo que él le haría. Pero cuando llegó a
caballo y observó los billetes arruinados, sólo le dijo: "burra
estúpida".
Agustina y Concepción no podían ganar suficiente
dinero lavando ropa para alimentarse bien ellas y a los
niños. Dominga necesitaba enviarles algún dinero de
cuando en cuando, pero nunca tenía dinero en efectivo,
aunque Jesús dejaba grandes sumas en una caja que
guardaba sobre las vigas de la casa. Años después
consideró que había sido una tonta

258
en no tomarlo, como lo hacía por lo general uno de los hijos
de Jesús (que vivía en Obregón) ; pero consideró que
habría sido malo robar. Además, le tenía miedo a Jesús.
Para conseguir dinero para Agustina, decidió vender en
secreto un poco de manteca, o azúcar, o harina a sus
vecinos. Le enviaba las pocas monedas que ganaba con
una amiga que iba a Cócorit.
Dominga se quedaba sola la mayor parte del tiempo
después de que, a petición de Jesús, envió a Cócorit al
pequeño Guillermo a vivir con Agustina; él se marchaba
todo el día, y a menudo dormía en la noche fuera de la casa.
En una familia pequeña, el trabajo doméstico y cocinar no
eran demasiado pesados, aunque, por no haber molino en
Palo Parado, tenía que moler trigo en el metate, lo que no le
gustaba. Además, Jesús le exigía que lavara y planchara
bien su ropa. Lo que le quitaba más tiempo era hacer los
quesos con la leche que daba el gran rebaño de vacas. Una
vez comentó que cuando pensaba en Palo Parado, siempre
se acordaba de los quesos.
Uno de los aspectos más desagradables de la vida al
lado de Jesús era que no la trataba con respeto o dignidad
frente a las mujeres que traía a la casa ni de los hombres a
quienes invitaba a jugar baraja y a emborracharse. Por
ejemplo, Juan Tava de Vicam fue a su casa una noche, y
Dominga se encontraba en un estado de embarazo
avanzado. Sin ninguna razón, Jesús comenzó a golpearla.
Ella se defendió, pero no pudo luchar con él. Al terminar la
pelea Jesús arrojó a Dominga a un rincón y le ordenó que
durmiera en el suelo, y ella obedeció. La esposa de Juan me
contó ese relato y luego Dominga me lo confirmó.
Agustina tuvo más suerte. A pesar de ser tan vieja, don
Miguel Molino le pidió que se fuera a vivir

259
con él. Ella aceptó rápidamente su ofrecimiento Vendió por
unos cuantos pesos la casa de Cócorit, que había heredado
de Cajeme, y se mudó con los hijos de Dominga a Potam.
La suerte de Concepción (que fue una figura importante y
trágica en los relatos de los primeros años de vida de
Dominga) me es desconocida. Se mencionó su presencia en
la casa de Cócorit, pero desapareció de los relatos después
que Agustina se cambió a Potam.
Anselmo y Milo eran suficientemente grandes para
trabajar en las tierras de don Miguel en Rahum (él era de
ese pueblo) . Aunque los muchachos debían caminar varias
millas diariamente, y a menudo no almorzaban al mediodía,
sus vidas en cierto modo eran más seguras. Agustina una
vez les permitió a Anselmo y a Milo ir a Palo Parado a visitar
a Dominga, pero nunca volvieron, porque Jesús consideró
que era muy divertido emborracharlos con tequila. Este
incidente confirmó la idea de Agustina de que Jesús era
muy malo, y que no era un buen modelo para unos
muchachos a los que ella estaba educando en forma "dura".
A Ramón lo raptó el hermano de su padre para llevárselo a
su cariñosa abuela, doña Librada, en Cócorit, y nadie fue a
reclamarlo.
La mayor parte del tiempo Dominga se sentía solitaria
en la casa de Palo Parado con sus montañas de queso
Jesús le prohibía salir de la ranchería. Aunque lo
desobedecía y se marchaba a visitar a los vecinos cercanos
(la mayoría eran mayos a quienes les había dado tierra el
gobernador Yocupicio) ella temía alejarse más. En esos
siete años no fue a ninguna fiesta, sino sólo a Potam a
visitar a Agustina cuando nacieron los dos hijos de Suárez, y
fue a Cócorit para que los padrinos de bautizo de Guillermo

260
le pusieran los rosarios yaquis, según el rito yaqui. Guillermo
era el único hijo suyo al que habían bautizado al estilo yaqui
y por eso sólo a él le hicieron este rito En todo lo demás, su
mundo se reducía a Palo Parado.
El primer hijo de Suárez se llamó Jesús. Agustina fue la
partera, y escogió a Teófila N. León y a Cipriano Castro, que
eran mayos, como sus padrinos de bautizo El bautizo fue al
estilo mexicano Si hubiera sido posible, los yaquis de
Cócorit que habían bautizado a Guillermo, habrían cumplido
su manda de bautizar a tres hijos de Dominga. Agustina
también elogió, a nombre de Dominga, a los padrinos para
el segundo hijo de Suárez, Lázaro.
Por vivir en Palo Parado, Dominga no pudo librarse de
la mala voluntad de Pancha, la hermana de Jesús. Esta
mujer parece haber sido la más odiosa que conoció
Dominga. Cuando Pancha llegaba a Palo Parado, esperaba
ser muy bien atendida y trataba a Dominga como sirvienta.
Le gustaba informarle las últimas noticias sobre los amoríos
de Jesús, y describía detenidamente los atractivos
superiores de Teresa Yocupicio, a quien Jesús mantenía
con más lujo que a Dominga. Pancha le preguntaba a Jesús
frente a Dominga: "¿Por qué vives con esta pobre india?
¿Por qué no te consigues una blanca bonita?" Pancha
también fue responsable de la peor paliza que recibió
Anselmo Vio al muchacho un día en la calle y
autoritariamente le ordenó que la ayudara a llevar unas
gallinas al mercado de Guaymas. Suponiendo que debía
obedecer a su "tía", la acompañó. Cuando regresó a casa
de Agustina, ésta le dio una paliza inolvidable con un largo
látigo para mulas por haberse marchado sin su permiso.

261
Jesús no deseaba tener ninguna responsabilidad de los
hijos mayores de Dominga; sin embargo, se oponía a que
Agustina los criara a la manera "dura" yaqui y que tomara
todas las decisiones sobre sus vidas sin consultar a
Dominga: "Tu madre abusa demasiado" Él desaprobó
francamente que Agustina arreglara el matrimonio de
Anselmo con Carmen Saila en 1940, sin consultar a
Dominga ni a Anselmo Jesús alegaba que Anselmo era
demasiado joven para casarse (tenía 16 años) y que
necesitaba más tiempo para tener experiencia, y, si era
necesario que se casara, resultaba lamentable que tuviera
que hacerlo con una mujer poco atractiva y mayor que él.
Domínga le dijo que no creara problemas, que los
muchachos habían sido criados por Agustina y estaban "en
sus manos". Además, Agustina haría exactamente lo que
quisiera, tal como lo había hecho siempre. La boda se
realizó en la catedral de Guaymas. A Dominga no la
invitaron.
Agustína eligió a Carmen después de pensarlo mucho,
porque la joven había sido criada adecuadamente de
manera "dura"; era muy religiosa, sólo hablaba yaqui, tenía
el debido respeto por sus mayores y era muy trabajadora.
En pocas palabras, era la nuera ideal tradicional. Anselmo y
Carmen establecieron su casa en las tierras de don Miguel,
en Rahum. Una vez casado, Anselmo podría comenzar a
cumplir la manda que Agustina había hecho en su nombre
cuando era niño: ser un fariseo; esto era muy importante
para Agustina.
Ese mismo año (1940) Dominga dejó a Jesús Suárez y
huyó junto con sus dos hijos a la casa de Agustina. Dijo que
ya lo había soportado bastante y que deseaba vivir en
Potam donde sus hijos podrían asis-

262
tir a la escuela. Jesús se sintió encantado de librarse de
Dominga, porque estaba muy enamorado de una joven de
16 años llamada Angela, de quien se decía que era tonta,
pero muy dulce y bonita. Le construyó a la joven una casa
de dos pisos y le daba todo lo que le pedía. Este romance
era distinto de los anteriores, porque él estaba muy
comprometido emocionalmente. Con el tiempo las otras
mujeres le habían dejado de interesar. Sus amoríos
anteriores habían sido de proporciones descomunales y
habían sido tan notables, que toda la comunidad observaba
este último con gran interés.
Después de todo lo que había sufrido con Jesús, éste
le despertaba fuertes emociones a Dominga, y sobre todo lo
odiaba. La antigua fascinación que sintió por él no
desapareció totalmente y rezaba porque la casa de dos
pisos de Angela se derrumbara. Sus plegarias fueron
escuchadas durante una tormenta, pero por desgracia sus
hijos Jesús y Lázaro en ese momento visitaban a su padre.
A Dominga le avergonzaba haber deseado esa desgracia y
le pedía a Dios que la perdonara, y al mismo tiempo le daba
gracias porque nadie había resultado herído Angela se
convirtió en la defensora de Dominga ante Jesús, y le decía
que la trataba muy mal y que debía mantener a sus hijos.
Pero él nunca le dio a Dominga ni a sus hijos un centavo De
cuando en cuando Angela, por lástima, le enviaba a
Dominga un balde con masa.
Dominga estaba embarazada de nuevo cuando dejó a
Jesús, y después nació su única hija: Julia; Agustina de
nuevo fue su partera. Integraban la familía don Miguel,
Agustina, Milo, Guillermo, Dominga y los tres hijos de
Suárez. Dominga decidió

263
que la mejor manera de contribuir al sostenimiento de la
familia era trabajar de vendedora ambulante, porque las
familias de Potam no eran tan ricas como para contratar
cocineras o lavanderas. Agustina continuó manejando firme
y hábilmente a la numerosa familia, y Dominga se unió a
otras mujeres que llevaban mercancías a vender a
Guaymas en un viejo camión, propiedad de un árabe
llamado Ismael. Su suéter rojo hacía juego con el color rojo
de su camión y él afirmaba sonriendo en un español
rudimentario: "Yo rojo, carro rojo".
Por lo general se necesitaban dos días para tener lista
la carga, y Dominga casi siempre se marchaba a Guaymas
cada tercer día. Los petates que en Potam compraba en un
peso, los vendía en Guaymas a $ 2.50 o $3.00. Si podía
reunir dos o tres docenas de petates, sus ganancias podían
ser hasta de 90 pesos, pero pocas veces eran tan altas.
También llevaban a revender huevos, calabazas, maíz, frijol,
pollos y lechones. El camión recogía a las mujeres y sus
mercancías en la mañana temprano y las llevaba hasta el
mercado central de Guaymas. Si tenían suerte, vendían
todo en el mercado Si no, tenían que ir de puerta en puerta,
tratando de vender lo que habían traído antes de que el
camión partiera entrada la tarde.
Para Dominga este trabajo era agotador, y me contó
varias veces que caminaba por las calles cargando bultos
pesados, que a veces no tenía dinero para comer y que se
sentía desilusionada cuando no podía vender toda su
mercancía, pero se veía libre de la esclavitud doméstica
(especialmente cuando había tenido que elaborar quesos), y
creía que el mercado era más divertido que la solitaria
ranchería

264
de Palo Parado. Una de las principales vendedoras
ambulantes, una mujer gorda llamada Tila, le pedía a
Dominga que lavara su ropa, y generalmente no le pagaba
con dinero, sino con otras cosas, como boletos para el circo
A Dominga le gustaba asistir a las diversiones públicas. Las
ventas se suspendían todos los años después de la
cosecha, porque las mujeres pasaban varias semanas
recogiendo los sobrantes que tradicionalmente se dejaban
"para el pueblo", labor que se llamaba pepenado Recogían
canastas de garbanzo, frijol, maíz, trigo, o vegetales para
comer o para venderlos.
Así continuó trabajando varios años, en los que
Dominga dejaba a su familia la mayor parte del tiempo. Su
principal quehacer era acarrear baldes y más baldes de
agua para Agustina. A pesar del dinero que ganaba y de las
cosechas que levantaba don Miguel, los recursos
económicos de la familia eran limitados para alimentar a
tanta gente. No era raro que sólo comieran una vez al día y
que los niños se acostaran con hambre. La ropa de los
niños era un problema continuo, y si no asistían a la escuela
era porque sus ropas les quedaban chicas y estaban raídas.
Ninguno de los hijos aprendió a leer ni a escribir en la es-
cuela. Pero Anselmo, después de que se casó, aprendió él
solo a leer en los libros que le regalaba Rosalío Moisés.
Don Miguel Molino murió en 1944 y les heredó sus
tierras de Rahum a Anselmo y a Milo, y la casa de Potam y
un terreno grande a Agustina. Su muerte hizo disminuir los
ingresos de la familia y pasaron una época de verdadera
penuria, similar a la de los años en que vivían en Cócorit
después de que murió Cajeme. Agustina consideraba que
ya no podía diri-

265
gir a la familia ni criar a los niños sin ayuda, por lo que le
pidió a Dominga que se quedara en la casa. Ella aceptó
rápidamente, porque los viajes a Guaymas la dejaban
agotada, especialmente cuando casi no tenía qué comer.
Anselmo tuvo que endeudarse mucho con un tendero,
llamado Adolfo León, para comprar semilla y otros productos
básicos para el cultivo Gran parte de las utilidades de la
cosecha las dedicaba a pagar esa deuda. Dominga
recordaba que iba al campo y observaba a Anselmo, que
estaba delgado como un poste y trabajaba todo el día sin
haber comido ni un bocado Desde luego, Agustina
contínuaba arreglando la vida de todos, e hizo la manda,
cuando el pequeño Lázaro se enfermó, de que sería fariseo;
curaba a los hijos de Dominga y de Anselmo cuando se
enfermaban y los criaba a todos en forma "dura". Servía de
madrina a los chapayekas (una de las categorías de la
sociedad ceremonial farisea) cada Cuaresma y bautizó a
muchos niños.
La antigua fascinación que Dominga sentía por Jesús
Suárez desapareció completamente en esos dos o tres años
de penalidades. Constantemente me describía cómo él
caminaba por la calle, con los bolsillos repletos de billetes y
monedas, sin mirar siquiera a sus hambrientos hijos. Y no
escapaba a la maledicencia de su hermana Pancha, que
"hablaba mal" de Dominga, propalaba rumores y la insultaba
cuando se encontraban. La peor afrenta la sufrió en 1946,
cuando Pancha se presentó ante el consejo del pueblo y
acusó a Dominga y a Isabel Flores (hija de Pancha) de
enviarle cartas anónimas donde le decían "cosas cochinas".
Pidió que a las dos mujeres las encarcelaran en Guaymas.
Las enviaron a la cárcel

266
donde las custodió la guardia, y parecía que las iban a
enviar a Guaymas. Agustina le rogó a un hombre que la
acompañara a Vicam, donde habló con el general Guerrero,
que era jefe del destacamento militar mexicano en él río
Yaqui. Parece que aún servía de algo que ella fuera la viuda
de Cajeme, y después de explicarle que Pancha era una
mala mujer, el general ordenó que pusieran en libertad a
Dominga y a Isabel.
Milo Romero, el segundo hijo de Dominga, era muy
distinto de su hermano mayor. Anselmo trabajaba mucho,
era obediente, serio, muy religioso y no andaba con mujeres
ni se emborrachaba, y trataba de aprender a leer y a
escribir. Su familia crecía satisfactoriamente. Milo también
trabajaba en las tierras de Rahum, pero le gustaba
emborracharse y correr a caballo, y andaba con Candelaria
Ríos. En la época en que murió don Miguel, trajo a
Candelaria a la casa a vivir con él. Agustina, que advertía el
encanto engañoso de Milo, como todos los demás, no
aprobaba la negativa de la pareja a casarse por la iglesia, ni
le agradaba Candelaria, porque no se parecía nada a la
novia bien educada tradicional, que había elegido para
Anselmo.
Candelaria afirmó que Agustina había dominado
totalmente su vida. Ella esperaba seguir yendo a los bailes y
a todo lados con Milo, pero descubrió que debía quedarse
en casa y realizar los quehaceres que Agustina le ordenaba.
En realidad Dominga era su suegra, pero Agustina
desempeñaba ese papel y se portaba como una suegra
dura. A sus dos primeros hijos los acaparó Agustina, y
Candelaria recordaba haberse sentido frustrada por no
poder mandar a sus hijos. Ambos niños murieron, y
Candelaria dijo acre-

267
mente: "Murieron en brazos de Agustina, y no en los míos."
Dominga defendía, peleaba y hablaba a favor de
Candelaria, ya se tratara de Agustina, Milo o cualquiera que
la criticara. Esto hizo que Candelaria y Dominga
establecieran una afectuosa relación que duró hasta la
muerte de Dominga. De hecho, Candelaria dijo que la única
razón de que ella hubiera vivido tantos años con Milo era
Dominga.
Jesús y Francisca Valencia vivían en la casa de
enfrente a la de Agustina. Un día, en 1946, cuando estaba
sola en su casa, Francisca sufrió uno de sus ataques
periódicos (quizá era epilepsia) y se cayó al fogón del pretil
de la cocina. Se pensó que si la hubieran encontrado de
inmediato, podría haberse salvado Sin embargo, esa misma
noche murió por las graves quemaduras. Dominga asistió al
velorio y a la novena de su amiga. Unos cuantos días
después, Jesús le pidió a Dominga que se fuera a vivir con
él, y afirmó que ambos tenían muchos hijos pequeños y que
la unión los beneficiaría a los dos. Dominga se negó
alegando que sería malo vivir juntos cuando había pasado
tan poco tiempo de la muerte de Francisca. Agustina
convino en que un arreglo tan apresurado sería indecente.
Dominga y todos los nietos a quienes ella había criado,
especialmente Anselmo, sintieron profundamente la muerte
de Agustina que ocurrió en 1947. Parecía que se habían
destruido los cimientos de la familia. Dominga se convirtió
en el jefe reconocido de la casa y de la familia, posición que
conservó hasta su muerte. Pero actuaba de manera
diferente al modo tradicional de Agustina. Su personalidad
no le permitía asumir un papel rígido, autoritario con sus
nueras. Pero consideró que debía seguir el sis-

268
tema "duro" de educación que aplicaba Agustina en los
niños. Lo hacía empleando menos el látigo, que había sido
el símbolo de autoridad de Agustina.
Poco después de que murió Agustina, se celebró el
cumpleaño de la muerte de Francisca Valencia. A la semana
siguiente, Jesús Valencia envió a dos de sus hijos a la casa
de enfrente con una cubeta de masa y le pidieron a
Dominga que les hiciera tortillas. Al aceptar este encargo,
ella aceptó su oferta de vivir juntos. Él de inmediato trasladó
a su familia a la casa que entonces le pertenecía a
Dominga.
Jesús Valencia fue el mejor de los hombres con que
vivió Dominga. Pocas veces se emborrachaba y era muy
trabajador. Los aretes de oro que ella usó el resto de su vida
eran un regalo suyo Con tan enorme familia (casi eran 20
personas las que vivían allí por haberse unido las dos
familias) la vida no era fácil. Dominga sólo tenía a su nuera,
Candelaria, como ayudante adulta. La comida y otras cosas
no eran abundantes ni lujosas, pero había suficiente para
comer, y la mayoría de los niños tenía por lo menos una
muda de ropa presentable. Jesús daba un buen apoyo
económico y a veces iba hasta Huirivis a cortar leña. Los
siguiente siete años que vivió con Jesús, fueron los más
agradables de la vida de Dominga en el río Yaqui.
Por desgracia, Dominga creía que Jesús era aburrido
Se sentía un poco culpable de no poder enamorarse de un
hombre tan bueno que obviamente la amaba. Tampoco sus
hijos lo respetaban ni se portaban bien con él, lo que
Dominga consideraba "una lástima". Ella debía trabajar duro
constantemente, y tenía pocas compensaciones frívolas; a
veces estaba triste y castigaba a los niños más severamente
que

269
antes. A veces azotaba a algunos de los niños por
desobedecerla, pero era más estricta con su hija Julia. Un
día ésta no molió su parte de maíz y Dominga reaccionó
golpeándola y atándola al metate por el resto del día. Esto
no me lo contó Dominga voluntariamente. Otras mujeres,
incluso Julia, me relataron los detalles. Una vecina que vio a
Julia echada en el piso, entró y la desató, y le dijo a
Dominga que ése no era el modo adecuado de tratar a su
hija.
La fortuna de Jesús Suárez tuvo un revés a finales de
la década de 1940. Sus cosechas en Palo Parado fueron
pobres y ya no lograba atraer a las mujeres. Era dueño de
dos casas cerca de la iglesia de Potam, y una de éstas
desde hacía mucho tiempo la ocupaban sus dos hermanas
gruñonas. Entonces se vio obligado a vivir con ellas para
tener alguien que le cocinara, porque no deseaba regresar
con su esposa a Obregón, ni ella quería verlo Ángela desde
hacía mucho lo había corrido de su lado Su ruina financiera
ocurrió cuando perdió su gran rebaño de vacas. Al rebaño lo
llevaron de Potam a Agua Caliente unos vaqueros
contratados por él. Pocos días después envió a su hijo
Lázaro (hijo también de Dominga) a Agua Caliente con una
suma importante de dinero atada en un pañuelo rojo para
que se la diera a Nicho, el vaquero principal. Lázaro hizo lo
que le ordenaron y regresó. Después Jesús Suárez cabalgó
hasta Agua Caliente para revisar su rebaño Nicho le
preguntó: "¿Sus vacas? ¿Cuáles vacas? ¿De qué me está
hablando? Estas vacas tienen mi hierro. Usted no tiene
ningún papel que pruebe que son suyas." No pudo o no
quiso hacer nada, y Nicho también se quedó con el dinero.
Cuando regresó a Potam, Jesús Suárez era pobre.

270
Entonces vagaba por Potam usando ropa vieja; ya no
era apuesto ni fornido ni traía los bolsillos llenos de dinero
Sus hermanas no lo atendían bien, y a veces tenía que
comer de limosna. Dominga me contó varias veces que él
llegaba a la ventana de su cocina y le pedía una tortilla. A
veces ella estaba parada en la misma cocina a que se
refería la narración de ese episodio, e imitaba la forma como
ella, en silencio, le había entregado las tortillas envueltas en
un papel. Él se enfermó en 1953. Vendió una de sus casas
por unos cuantos pesos, pero este dinero no le alcanzó para
curarse. Su última enfermedad la pasó acostado en un
petate escuchando cómo peleaban sus hermanas. Pancha
le dijo que cuando se muriera lo iba a enterrar en un corral
de vacas. Julia, que siempre había querido a su padre,
sabía que muy pocas veces le daban de comer, y le llevó un
plato con frijoles y algunas tortillas. Después de devorar la
comida, él le pidió a su hijo, Jesús, que se llevaba bien con
él, que le comprara un refresco Después se le hinchó el
cuerpo y murió esa noche. Se díjo que murió solo Dominga
afirmó: "Dios lo castigó."
Las hermanas de Jesús no quisieron vestirlo para el
funeral. A medianoche llamaron a Milo Romero, el hijo de
Dominga, quien a su vez llamó a su medio hermano, Jesús
Suárez. Juntos lavaron y vistieron el cadáver, y bajo su
brazo encontraron doscientos pesos, que le entregaron a
Dominga. Sin embargo, ella le envió el dinero a Manuel
Suárez, el único de los hijos legítimos de Jesús que la
quería. El joven Jesús eligió a los padrinos de entierro El
viejo Jesús había sido fiestero azul en Potam, y les avisaron
de su muerte a los otros fiesteros azules. Le pusieron un
listón azul alrededor de la muñeca y asistieron al

271
velorio. Aunque nadie de su familia lo había ayudado en su
enfermedad, su esposa, sus hijos legítimos, sus hermanas y
otros parientes le hicieron un buen velorio Sin embargo,
Dominga recordaba que el último alimento que él comió
salió de su cocina. Al recordar a los hombres que tuvo en su
vida, ella me dijo: "Los buenos tiempos al lado de Jesús
fueron los mejores", pero añadió rápidamente: los malos
tiempos con él fueron los peores.
Poco después de que murió Jesús Suárez, Julia, que
tenía 13 años de edad, huyó con Cayetano Amado, y se
marchó a vivir a Oros; Milo mudó a su amante y a sus hijos
a la ranchería donde trabajaba de vaquero. Por esto,
Dominga no tenía mujeres que la ayudaran en la casa
cuando se enfermó Jesús Valencia. Cada vez se iba
paralizando más, hasta que, cuando murió un mes después,
ya no podía moverse. Dominga caminó varias millas para
buscar a un curandero que supiera curar esa enfermedad,
pero todos los curanderos le dijeron que no podían hacer
nada. Dominga enterró al viejo Jesús decentemente y le
hizo un velorio y una novena. Los hijos de Valencia se
marcharon de la familia de Dominga, y regresaron a la casa
de su padre que estaba enfrente. Sin el generoso apoyo
económico de Jesús Valencia, la vida de Dominga
nuevamente se volvió dura, y los hijos que le quedaban a
menudo sufrían hambres.
La etapa final de la vida de Dominga comenzó al
terminar la década de 1950. No se unió ya con ningún
hombre, sino que se dedicó a desempeñar el papel de pilar
y pivote de su familia. Durante algún tiempo, en su casa sólo
vivieron ella y sus tres hijos. Jesús y Lázaro pasaban la
mitad del tiempo fuera de su casa; habían heredado una
parte de las tierras de Palo

272
Parado, propiedad del viejo Jesús y preferían quedarse allá
cuando trabajaban en el campo Otras veces andaban con
muchachas, se emborrachaban o asistían a bailes.
Sólo Guillermo se quedó junto a Dominga. Trabajaba
en las tierras de Suárez con sus medios hermanos, o
cuando podía hacerlo, como asalariado con otros hombres.
Desde niño había sido triste y "loco", y a medida que creció,
empeoró su situación. La época de la luna nueva le era
desfavorable; entonces se ponía muy perturbado Una vez el
médico de la localidad lo envió a curarse al manicomio de
Hermosillo, pero Dominga creyó que estar forzosamente con
locos de verdad lo haría empeorar, e hizo arreglos para
regresarlo a su casa. Una de las preocupaciones más
grandes de Dominga era que Guillermo no había heredado
tierras. Si él hubiera tenido tierra, quizá hubiera sido menos
loco; aunque esto fuera cierto o no, habría vivido con mayor
comodidad.
Poco a poco comenzó a aumentar de nuevo la familia
de Dominga. Julia, que había huido, le dejó encargado a su
primer hijo que nació en Oros, porque ella había
abandonado a Cayetano para marcharse a Bataconsica a
trabajar de sirvienta. Años después le encargó a Dominga
dos hijos más, cuando abandonó a su padre para marcharse
a Guaymas. Rosalío Moisés, medio hermano de Dominga
que estaba en Torim, también le dio a criar a su hijo cuando
él partió de Sonora para vivir en Estados Unidos. Cuando
Jesús formó una unión libre, llevó a su amante a la casa de
Dominga. Ésta me dijo que ella había terminado como
Agustina, criando a los hijos de los otros.
Cuando se estableció el sistema del ejido para la

273
tribu yaqui, ya no era necesario que Anselmo viviera en sus
tierra de Rahum; el nuevo sistema de cultivo había
establecido sociedades o cooperativas yaquis, que hacían
contratos con el Banco Ejidal para conseguir semilla, agua
de riego, fertilizantes y mano de obra. Por consiguiente,
Anselmo construyó para su familia una pequeña casa de
adobe en un rincón del gran terreno de Dominga; él
entonces ya había procreado seis hijos.
Anselmo no había vivido cerca de Dominga desde que
era pequeño, pero pronto se convirtió en la persona más
importante para ella. Después de que su esposa Carmen lo
abandonó por otro hombre, y le dejó como regalo de
despedida a su último hijo ilegítimo, Anselmo pasó uno o
dos años mal. Su hija mayor, que debió encargarse de la
familia, prefirió marcharse junto con su madre, que lo dejó
con sus cinco hijos y el recién nacido Él tenía que cocinar y
lavar la ropa de ellos. Dominga acudió en su ayuda: dividió
su tiempo entre las dos casas vecinas.
A Dominga nunca le había gustado mucho Carmen, y
no lamentó su partida. Tampoco criticó severamente el
modo como Anselmo llevó su vida, porque Dominga siempre
había sido tolerante con las faltas de los jóvenes. Cuando
tenía 36 años, Anselmo comenzó a andar con una joven
mayo de 13 años llamada Refugio Moroyoki. Cuando quedó
embarazada, él formalmente les pidió a sus padres permiso
para que ella viviera con él. Su nueva relación con una joven
moderna simbolizaba su nuevo estilo de vida. Aprobaba que
ella usara ropa moderna, e insistía en que no se pusiera las
faldas y las blusas tradicionales. En su familia se acordó
hablar sólo español. Antes era profundamente religioso,
pero dejó de dan-

274
zar como fariseo, y declaró que la religión yaqui (con sus
costosas ceremonias que alentaban la embriaguez) era una
'de las causas de la miseria de su pueblo.
Dominga decía que era una lástima que los hijos de la
nueva unión no aprendieran a hablar bien el yaqui. A ella no
le gustaba que Anselmo se hubiera alejado de la religión y
se negaba a aceptar que pudiera convertirse en un
descreído No se sentía contenta con su nueva nuera, pero
admitía que la joven Refugio manejaba muy bien esa
numerosa familia.
Anselmo se sintió mucho más feliz y su fortuna
mejoraba continuamente. Lo eligieron secretario de Potam,
sus tierras prosperaban y consiguió un puesto en el Banco
Ejidal para vigilar la nueva Cooperativa Ganadera Yaqui. Se
convirtió en el hijo más importante y rico de Dominga. No se
dedicaba a emborracharse, pero sabía beber como debía
hacerlo un hombre. Algunos parientes comentaron que se
había vuelto yori y que se estaba haciendo rico con los
asuntos que arreglaba, por ser secretario de Potam y
empleado del Banco Ejidal; pero Dominga lo defendía
vehementemente y señalaba que era bueno con ella, que le
había conseguido un empleo a su hermano y que mantenía
a mucha gente. Cuando comenzó a andar con otras
mujeres, Dominga sólo dijo que se portaba como un
hombre.
A mediados de la década de 1960, había cuatro
familias emparentadas que vivían en el terreno de Dominga.
Guillermo había establecido su propia familia; y Julia, que
había regresado de Guaymas con su nuevo amante, vivía
en la cuarta casa. Por consiguiente, Dominga vivía en medio
de una gran cantidad de descendientes. Visitaba a diario
todas las

275
casas y era el único adulto de la familia que lo hacía. De sus
hijos únicamente Lázaro vivía en otra parte de Potam, pero
la visitaba todas las tardes, como lo hacía también Manuel
Suárez cuando estaba en la población. Milo no vivía en
Potam, pero visitaba a Dominga cuando estaba en el pueblo
Por esto, ella estaba mejor informada que cualquiera de la
familia. También tenía más relaciones de compadrazgo y
visitaba a más familias que los otros miembros de su familia.
También era la fuente principal de noticias del exterior. Las
noticias, los rumores y la información eran elementos que
ella manejaba, y lo hacía consciente y deliberadamente.
Aunque no sabía leer ni escribir, era un antiguo usuario del
correo; dictaba cartas y las respuestas se las leían, con lo
que aumentaban sus fuentes de información.
Para Dominga compartir era una manera de vivir.
Compartía todo, hasta la comida de su plato. Cuando comía,
los niños se paraban junto a ella, porque sabían que les
daría en la boca pedazos escogidos de comida. Cuando sus
nietos necesitaban útiles escolares o ropa, la buscaban, y si
tenía algo se los daba, o los apoyaba para que consiguieran
lo que necesitaban con sus padres. Si era posible, a los
visitantes les obsequiaba un regalo de despedida. Nadie
que comparte así, puede acumular muchas posesiones.
Para Dominga era muy importante el tipo de hos-
pitalidad que ofrecía y recibía, y era uno de sus temas de
conversación favoritos. Le parecía inconcebible que un
visitante aceptable que llegara a su casa recibiera menos de
lo que ella podía ofrecerle. Las jóvenes de la familia tenían
conceptos diferentes y, según Dominga, éstos eran
inferiores; ella se sentía molesta varios días si alguien
pasaba a visitarla cuan-

276
do estaba ausente, porque sabía que al visitante no lo
habían atendido bien.
Dominga admiraba mucho la habilidad para conversar.
Expresiones como "qué bien hablé", "qué bien habló", "él
realmente sabe hablar", o "ella nunca ha podido hablar
bien", acentuaban su constante fárrago en cada visita.
En ninguna de estas biografías se muestra el buen
humor de la vida yaqui. Hasta las mujeres alegres, como
Dominga, hablaban en forma muy concreta de su pasado, y
procuraban hacer énfasis en las tragedias y en las
penalidades por considerarlas más importantes, más dignas
de contarse. El relato de Dominga no estaría completo si yo
no señalara esos otros elementos de su personalidad y de
su conducta. Era excelente haciendo mímica: imitaba al rico,
gordo y fanfarrón Jesús Suárez; a un tieso maestro de
escuela de Vicam; o a un vaquero presumido que usaba
pantalones ajustados. Cuando escenificaba sus relatos,
podía hacer que la gente llorara de risa.
Mantenía relaciones más constantes con sus parientes
y compadres. Parece que tuvo una amistad profunda con
una o dos mujeres de su edad y que perduró durante los
años que vivió en Potam. Sólo la superó el vínculo
emocional con Agustina y con sus hijos. Las hermanas
Castro en especial le ofrecieron a Dominga un oasis para
sus sufrimientos y su miseria. Se sentía en libertad de
visitarlas con regularidad, y estaba segura de recibir una
acogida respetuosa y una gran hospitalidad. Ellas se cono-
cieron mucho durante cuarenta años o más, y no les
agradaban los esposos borrachos, las nueras flojas, y
estaban de acuerdo en otros problemas mutuos; pero
guardaban suficiente distancia para no com-

277
prometerse y permanecer relativamente fuera de un
problema específico, lo que resultaba una combinación
ideal. Dominga afirmaba que cuando las cosas se hacían
insoportables en su casa, podía ir a visitar a la familia Castro
y cambiar temporalmente su mundo.
Dominga afirmó que nunca había conocido la religión
yaqui, pero su ignorancia debe haber sido relativa, porque
Agustina cumplía puntualmente las prácticas religiosas. Sin
embargo, Dominga no vio los ritos yaquis en público, sino
hasta la época de la Revolución, y consideró emocionantes
la mayoría de éstos, pero como actos esencialmente
seculares. Las fiestas eran divertidas, pero creía que la
religión yaqui era "aburrida". Esta actitud cambió en los
últimos 15 o 20 años de su vida. Su hijo Anselmo comentó
que ella no sólo creía en la religión yaqui, sino que la vivía.
Ella estableció una extensa red de compadrazgos durante
esos años al bautizar a muchos niños, colocarles rosarios, y
servir como madrina de funerales. Agustina había hecho
varias mandas a nombre de los niños enfermos, pero
Dominga nunca las hizo, y prefería métodos de curación
más prácticos. Al final de su vida, la invitaron a participar en
el sistema ceremonial fiestero; primero fue ayudante de una
fiestera azul en Potam, y después fue fiestera azul en
Rahum. Cuando en 1971 le anunciaron que tenía cáncer
incurable, su mayor preocupación fue que no viviría
suficiente para completar su manda como fiestera.
Cuando su muerte era inminente, le dedicó a ésta el
mismo entusiasmo que había caracterizado su interés en
vivir. Hizo un análisis de su vida, y en especial trataba de
recordar los lugares donde había

278
dejado caer algo de cabello, porque creía que una persona
debe, antes de morir, recoger todo el pelo que ha perdido
Decidió que sólo debía buscar en los pretiles de la cocina,
porque ella siempre había quemado cuidadosamente el
cabello que se le había caído.
Anselmo insistió en que Dominga se mudara a su casa,
porque creía que Jesús no la atendía bien. Cayó en cama
en la Navidad de 1971. El día de Año Nuevo, mientras
varios de sus hijos habían salido a emborracharse, llamó a
sus dos nueras para planear junto con ellas el velorio y el
funeral. Eligió a las personas que quería que le sirvieran de
padrinos, incluso a tres mujeres que tuvieron el mismo cargo
en el funeral de Agustina. En las dos semanas siguientes,
los parientes de Dominga les rogaron a estas personas que
acudieran a verla para que ella personalmente les pidiera
que aceptaran el encargo A continuación les pidió a sus
nueras que le cosieran el hábito religioso que ella había
jurado usar si recuperaba la salud. Después envió por el
viejo Anselmo Romero, su esposo legítimo, y cuando llegó,
le pidió perdón por haber vivido en concubinato con otros
hombres desde que se separaron en 1926.
Finalmente, pidió que vinieran todos sus hijos (incluso
Ramón, que pocas veces la había visto desde que era niño),
junto con sus mujeres, sus hijos y sus nietos. Cuando
estuvieron reunidos les pidió a las parejas que le
prometieran casarse por la iglesia antes de que ellos
murieran. Le pidíó a Mílo que dejara de emborracharse,
porque eso hacía que él peleara, y era malo para su familia.
Milo le respondió tristemente que no podía prometérselo (ya
estaba muy enviciado), pero que intentaría hacerlo.

279
Dejó a todos sus hijos "en manos de Anselmo, porque
él es bueno y los ayudará". Anselmo aceptó el encargo de
ser jefe de la familia.
Dominga murió el 20 de enero de 1972, rodeada de no
menos de 50 miembros cercanos de la familia. Sus
madrinas le pusieron un vestido blanco de encaje sobre el
hábito que ella había decidido usar para morir. El velorio se
efectuó en una ramada construida especialmente en la casa
de Anselmo Algunos de sus ahijados le colocaron rosarios al
cadáver. Sus hijos la lloraron mucho, tomaron el féretro de
madera de manos de los padrinos y lo cargaron ellos
mismos, como señal de respeto, hasta el cementerio que
estaba frente a la iglesia, y enterraron a Dominga junto a la
tumba de Agustina.

280
ANTONIA VALENZUELA

En su vida adulta, Antonia representaba en general la


conducta yaqui bastante común (por lo menos entre las
mujeres de mediana edad y las ancianas): era triste y
silenciosa, y dedicaba su atención casi exclusivamente a su
familia. Su naturaleza íntrovertida, su papel pasivo, y el
hecho de que su vida no había sido dramática, la
convirtieron en la informante cuya biografía me resultó más
difícil de redactar. Por diversos acontecimíentos históricos,
su vida se desarrolló de manera muy diferente de la de las
otras dos informantes nacidas en la mina La Colorada
(Chepa Moreno y Dominga Ramírez). Antonia permaneció
en Arizona 67 de los 77 Míos que duró su vida.
Era una niña ruda y agresiva, y parece que no
manifestó el síndrome de ser triste, pasiva y silenciosa hasta
su adolescencia; esa actitud ya era muy firme cuando se
arregló su matrimonio. Los datos de su biografía por
desgracia no ofrecen una base para evaluar el alcance o las
razones de los cambios de la conducta atribuidos a Antonia.
Cuando era adulta, Antonia actuaba en forma selectiva en la
cultura yaqui de Arizona, y consideraba que su familia era
su refugio adecuado. Se convirtió en una mujer apegada a
su hogar, y salía lo menos posible de los límites de su casa.
Allí, cumplía muy adecuadamente con los aspectos del
papel femenino relativos a la atención continua de su
familia.

281
La mayoría de sus parientes afirmaba que no contaba
chismes ni hablaba mal de los otros; era estable, discreta,
confiable, su conducta era previsible, y había ínternalizado
profundamente los preceptos de sus obligaciones. Más
tarde estas cualidades, además de su poca movilídad,
hicieron que sus parientes buscaran su ayuda más que la de
otras personas de su mismo nível económico. Ella
respondía favorablemente dentro de los límites de sus
recursos.
Estableció su vínculo emocional más profundo con la
abuela que la crió, y tuvo vínculos menos fuertes con su
padre y su hermano Sentía poco respeto o afecto por su
esposo, con quien se casó por arreglo de sus mayores. En
su relación con su segundo esposo manifestó respeto, pero
poco afecto Afirmó que amaba a sus híjos cuando eran
pequeños "como todas las madres", pero resulta difícil
evaluar la profundidad de ese vínculo afectivo. Sus hijos no
advertían que su relación tuvíera una dimensión afectiva
vigorosa. Excepto uno, todos sus hijos se marcharon de su
lado a los 12 o 14 años de edad. Cuatro de sus cínco hijas
se volvieron relativamente independientes de Antonia, y por
ello los pocos vínculos emocionales que tenían no los refor-
zaron. Sin embargo, su hijo regresaba constantemente al
lado de Antonia cuando era adulto, lo que hizo que éste
fuera el vínculo emocional más fuerte de su edad adulta. Su
relación con sus nietos, en especial con los ocho que ella
crió, era mucho más afectuosa que la que estableció con
sus propios hijos cuando tenían la misma edad.
A Antonia no le era fácíl hablar el español, y se sentía
mejor cuando se expresaba en yaqui. La mayor parte de su
biografía la reuní en entrevistas a

282
las que asistieron sus hijas y otros parientes, quienes me
servían de intérpretes, y generalmente adían una parte
sustancial de información. Haciendo grandes esfuerzos,
Antonia y yo podíamos comunicarnos directamente; ella
comprendía bastante español, y yo le repetía mi versión de
los relatos y observaba sus reacciones.
En ocasiones anteriores, Antonia había rehusado ser
informante de otros antropólogos. Sólo aceptó colaborar
conmigo por la antigua relación entre mi padre y su hermano
En realidad estaba bíen informada de la cultura y de los
asuntos yaquis, pero le daban poco crédito como anciana
conocedora, porque no acostumbraba hablar mucho Su
deseo de cooperar sorprendió a sus conocidos; la palabra
"asombrar" no basta para expresar la amplia reacción que
esto provocó. Muchas personas asistían a las entrevistas
sólo para escucharla. Un sobrino que tenía muy pocas
relaciones con Antonia dijo que si él hubiera sabido que ella
conocía tantas cosas, habría conversado con ella.
Constantemente decían: "Nunca la habíamos oído hablar
tanto" Con regularidad asistían a las sesiones sus hijas, y no
sólo por la curiosidad de escuchar a una mujer que
generalmente se mantenía silenciosa, sino para enterarse
del pasado de su madre. Comentaban que si yo no hubiera
ido a entrevistar a Antonia, ella habría muerto sin contarles
nada. Antonia les respondía que nadie había hablado así
con ella antes, ni le habían preguntado sobre su pasado.
Como informante, Antonia cumplió seríamente con su
responsabilidad; mostraba gran paciencia y tenía buena
memoria. Nunca iniciaba una conversación, pero respondía
ampliamente a las preguntas y

283
a los temas que le formulaban sus hijas. Como Dominga
Ramírez, ella se negó a recibir dinero en efectivo, y sólo
aceptaba regalos y me daba algo a cambio.
Cuatro de las cinco hijas de Antonía también me
contaron sus vidas, y lo mismo hizo una nieta. Dos de las
hijas mayores ofrecieron bastante información como para
hacer una biografía detallada; con la información que me
proporcionaron las dos hijas menores y la nieta sólo habría
podido hacer un bosquejo breve. En este estudio, elaboré
una narración interpretativa combinada de las vidas de estas
mujeres, para eliminar un número sustancial de
repeticiones.
Los hijos de Antonia siempre habían vivido en Arizona.
Su conocimiento de la historia yaqui no era amplio; se
limitaba a una idea vaga de las guerras yaquis, de las
persecuciones y de las deportaciones, que obligaron a
muchos yaquis a huir de Sonora a Arizona. El pasado de su
pueblo en Sonora les parecía remoto, y los nombres de los
jefes yaquis y de las batallas no los conocían o
sencillamente sólo eran nombres para ellos. Los hijos de
Antonia consideraban que la cultura yaqui era la de Arizona,
y no tenían una información detallada de la organízacíón
cívil ni de las leyes yaquís, o de los aspectos ínstitucíonales
de la cultura yaqui excepto de la que se trasplantó al norte
de la frontera.
Su conocimiento de la religión yaqui estaba de acuerdo
con su partícipación mínima en la estructura religiosa formal.
Algunas hijas de Antonia consideraban más importantes las
creencias sobrenaturales menos institucíonalizadas, como
los métodos de curación y la brujería, y tambíén el culto a
los animales, el destino y los augurios. Estas creencias
afectaron la

284
conducta de tres de las hijas en forma muy importante; pero
Antonia, que estaba bien informada, le daba igual
importancia a estos asuntos que a la religión
institucíonalizada. Antonia creía en Dios, en los santos, en
las brujas y en los augurios, pero pensaba que a ella nunca
la habían embrujado. Por otra parte, dos de sus hijas creían
haber estado embrujadas, y una de ellas con frecuencia
explicaba los acontecimientos como producto de la brujería.
Antonia era un ejemplo típico de la conducta "triste", pero a
ninguna de sus hijas o nietas la describieron como triste o
pasiva, ni tenían una personalidad, papel o características
de la conducta que pudieran considerarse dentro de la
generalidad de la conducta que antes definí; no eran buenas
ni malas, tristes ní alegres, sino que correspondían más bien
al término medio.
Cuando regresé en 1975 a Pascua para cotejar el
contenido de las narraciones, Antonia Valenzuela había
muerto. Leí el manuscrito, en su traducción española, a su
hija mayor, Amelía, que había sido una informante principal,
y que había estado presente en muchas de las sesiones con
su madre y sus hermanas. Loreta, que había sido otra
informante principal, no pudo ayudarme, porque su hijo
mayor murió el día de mi llegada. En una parte de la sesión
de cotejo estuvo presente. Manuela, otra de las hermanas,
no había participado en el proyecto original de la biografía.
En términos generales, aprobaron el relato, pero surgió
una díscrepancia importante entre los datos recogídos antes
y lo que se afirmó, en 1975, ser la "verdad". Se relacionaba
con el segundo esposo de Antonia, Perfecto Valencia, y su
afilíación a la Igle-

285
sia Protestante. Las notas que tomé en las sesiones
anteriores señalaban que Perfecto se había convertido a la
Iglesia Protestante de Pascua; algunas mujeres de la familia
consíderaban esto (y yo también lo entendí así) algo
adecuado al punto de vista que él tenía. Sólo su hija más
joven, Ramona, entonces afirmaba que él no era un
converso. En 1975 Amelia y Manuela afirmaron que nunca
había sido un converso; en especial Manuela aseguraba
que ella sabía mucho sobre los miembros de la Iglesia
Protestante de Pascua, porque su suegra era muy
importante dentro del grupo. Decidí dejar la narración tal
como estaba, en especíal porque la mayor importancia de
que él se hubiera convertido o no, residía en sus relaciones
con su hija mayor, Martina, y no pude encontrarla para que
cotejara el relato.
Las reacciones de Manuela ante el relato resultaron
muy interesantes en otros aspectos. Criticó mucho los datos
proporcíonados por sus hermanas, excepto los de Amelia, y
se mostró disgustada, en especial, con los relatos de
brujerías: "Mi hermana está loca si cree esas cosas", o "no
crea nada de lo que dice". También criticó las partes que se
referían a su vida, y creyó que ella las habría contado de
otra manera (y yo estoy segura de que así habría sido), pero
no dijo que algo de lo incluido fuera falso.
El problema de la confiabilidad en este relato resultó
más importante, en parte porque es una combinación de los
recuerdos de varias personas y de las diversas
ínterpretaciones implícitas. Además, el hecho de que estas
mujeres hubieran trabajado para relatar sus vivencias era,
en 1975, una materia de controversia entre unas cuantas
gentes. Amelia se veía muy molesta cuando me contó que
un primo

286
suyo había estado diciendo que la biografía no serviría,
porque Amelia y sus hermanas no sabían nada, y además
eran unas mentirosas. Su primo era un jefe ceremonial y
político. Amelia decía que él sabía mucho sobre los yaquis,
"pero no sabe lo que a mí me sucedió, y eso es lo que yo le
conté a usted".
Otro hombre fue a ver a Amelia durante una de las
sesiones de cotejo, principalmente porque sentía curiosidad
de conocerme. Cuando supo que estábamos haciendo unas
biografías, él dijo: "Si quiere saber historias sobre los yaquis,
la llevaré con mi tío. Él sí conoce la historia. Amelia no sabe
nada. Su esposo ha pasado su vida en prisión. No puede
usted confiar en nada que ella le diga." Estas palabras
parecían reflejar dos cosas: un partidarismo, que en la
sociedad yaqui es muy real y profundo (las bíografías
aportaban leña para el fuego de la controversia), y la actitud
universal de que la única historia yaqui interesante se refiere
a las guerras yaquis o a otros sucesos dramátícos, que
parecen ser casi del dominio exclusivo de los ancianos. Me
esforcé en especial por cotejar la información de este relato
combinado y por indicar a quién pertenecían los puntos de
vista que se presentaban, cuando lo creí conveniente.

ANTONIA VALENZUELA nació el 3 de mayo de 1893,


según la fecha que aparece en su tarjeta de migración de
los Estados Unidos. Sus recuerdos de la mina La Colorada
se parecen mucho a los de los otros relatos, aunque ella
oíreció versiones un poco distintas de la composición
familiar y otros detalles. La diferencia más interesante se
refiere al nombre y a los antepa-

287
sados de su notable abuela. Su hermano, Rosalío Moisés,
dijo que el nombre de su abuela había sido María Daumier
Valencia Palos, e insistió en que sus antepasados eran
franceses. Antonia nunca había oído el apellido Daumier,
pero dijo que María fue hija de un patrón español, por lo que
el color de su piel era muy claro, y lo heredó su hija
Camilda, y su nieta Dominga Ramírez, pero no Antonia.
María dominaba en la familia en la mina La Colorada y
dirigía hábilmente las vidas de las jóvenes (su hija y su
nuera) y de los niños. Todas las personas a las que crió,
incluso Antonia, dijeron: "Fue la mujer que me crió", y a
María la describieron como alegre, vivaz, gregaria,
platicadora, magnética, y dijeron que había sido una buena
curandera, una buena yaqui y una buena mujer.
En La Colorada la familia tenía suficiente comida, y
ropa abundante y bonita. Los laboriosos mineros yaquis y
sus familias llevaban una vida agradable. Antonia realizaba
algunos quehaceres como acarrear agua, pero la mayor
parte del tiempo jugaba con otros niños. A menudo
describieron a Antonia en su niñez como una maldita: era
desobediente y peleaba con los otros niños. Parece haber
sido la única a quien María castigaba constantemente en La
Colorada, y en una ocasión su padre, Miguel Palos, le dio
una tunda por atormentar a un niño más pequeño Cecilia
Hurtado, su madre, nunca la castigó y, de hecho, parece
que se ocupaba poco de ella.
Antonia tenía unos siete años en 1900, cuando la
matanza de Mazocoba cambió sus vidas. Miguel Palos,
Cecilia y su pequeño hijo se marcharon a otra mina; poco
tiempo después Cecilia abandonó a Miguel y se fue a vivir
con otro hombre. Cecilia residió

288
en Sonora hasta que murió en 1950, y Antonia vivió en
Arizona. Nunca volvieron a estar en el mismo sitio y ella no
volvió a ver a su madre. Algunos miembros de la familia
también partieron a otras minas. Otros se mudaron a
Hermosillo Durante casi cinco años, la unidad familiar la
integraban María Valencia Palos; su esposo, Abelardo
Cochemea; su hija, Camilda, y su pequeña hija (se creyó
que al esposo de Camilda lo mataron unos soldados
mexicanos) ; Chepa Moreno (la sobrina de Abelardo);
Rosalío Moisés, y Antonia. El viejo Abelardo consiguió
trabajo en el huerto La Playita, donde se estableció la familia
en una de las casas para los trabajadores.
Entonces todos tenían que trabajar para sobrevivir.
María se hizo lavandera, Camuda vendía tortillas en las
calles, y los niños ayudaban a estas labores. Su nivel de
vida empeoró y era difícil alimentar a una familia numerosa:
sólo comían frijoles y tortillas. Ya no podían comprar jalea
enlatada y otros productos sabrosos en la tienda de la
compañía, y sus finos vestidos, rebozos de seda, zapatos y
medias los sustituyeron con las tradicionales blusas y faldas
de algodón y con los huaraches. Bajo las presiones sociales
y para subsistir, María se convirtió en una mujer "dura";
mostraba menos los aspectos alegres de su personalidad y
más a menudo castigaba a los niños. Igual que antes,
Antonia recibía más castigos que los otros.
Al viejo Abelardo lo describían sus conocidos como
triste, pasivo, silencioso y trabajador, que no se
emborrachaba ni asistía a fiestas. Rosalío Moisés afirmó
que Abelardo no creía en la religión yaqui, y hasta dudaba
que creyera en Dios. Antonia (y Chepa Moreno) afirmaron
que él no participaba en ningún

289
rito religioso, pero lo defendieron decididamente afirmando
que era creyente. Antonia no recordaba haber oído hablar a
Abelardo, excepto con los hombres que llegaban de visita.
Pronto se estableció una rutina para las mujeres y los
niños. María se levantaba primero, encendía la lumbre y
comenzaba a hacer el desayuno. Antonia y Chepa lavaban
el nixtamal que María había puesto a remojar la noche
anterior, y después lo molían para hacer masa. Camilda,
María y Chepa hacían varias docenas de tortillas y le
enseñaban a Antonia esta habilidad. Las primeras le
salieron gruesas y torcidas, y las dejaron para el consumo
familiar. El desayuno que se servía a las 9 de la mañana era
tan sustancial como lo permitían sus recursos: comían
chicharrones con frijoles, atole, chile con jitomate, tortillas
recién hechas, y tomaban café cuando era posible. En
épocas de penuria sólo comían tortillas y café.
A media mañana, María empezaba a lavar ropa en el
canal de riego, y le ayudaban las niñas que se quedaban en
la casa. Cada dos o tres días María iba al pueblo a entregar
la ropa lavada y a recoger bultos de ropa sucia. Camilda
recorría diariamente cinco millas desde La Playita al
mercado de Hermosillo para vender tortillas. Uno de los
niños la acompañaba, en parte como chaperón, porque
Camilda era una joven atractiva a quien le gustaban los
hombres, y en parte porque una yaqui sola se veía expuesta
a recibir insultos y otras groserías. La reacción usual ante
estos insultos era ignorarlos y retirarse del lugar. Sin
embargo, cuando Antonia la acompañaba, su reacción era
menos pasiva. Los niños mexicanos parecían sentir gran
placer en insultarlas, y su in-

290
sulto favorito era gritar: "Los yaquis comen caballos." Aun
siendo anciana, Antonia se enojaba cuando recordaba estos
insultos. A menos que la detuvieran Camilda o María
cuando los muchachos hacían estos comentarios, Antonia
sacaba una honda y una bolsa con piedras de su blusa y se
vengaba. Tenía muy buena puntería.
Un día Antonia acompañó a Camilda al mercado El
Parián. Una mexicana, aparentemente celosa de la belleza
de Camilda, la que le ayudaba mucho a vender las tortillas a
los soldados que frecuentaban el mercado, inició una pelea
que, aunque violenta, sólo fue de palabra. Sin embargo,
Antonia buscó a la hija de la mujer, se le abalanzó y la atacó
con los puños cerrados. Antonia recordaba con gran
satisfacción cómo le ganó a su enemiga, aunque a ella la
castigó Camilda en ese mismo momento por crear
problemas. Después también le pegó María cuando
regresaron a la casa.
A veces enviaban a Chepa y a Antonia a Hermosillo a
llevar recados, entregar la ropa lavada o por otras razones.
Antonia recordaba que Chepa era muy tímida y miedosa, y
siempre estaba a punto de llorar. Para llegar a Hermosillo
debían pasar frente a Ranchito, donde las pandillas de
muchachos mexicanos estaban esperándolas para
arrojarles piedras e insultar a las muchachas yaquis. Chepa
comenzaba a llorar antes de llegar a Ranchito, y esperaba lo
peor. El miedo que mostraba Chepa la convertía en un
blanco muy propicio, pero la cara decidida de Antonia y su
honda cargada hacían que la molestaran menos.
Varios relatos (que luego confirmó Antonia) contados
por personas que conocieron a Antonia

291
cuando era niña afirmaban que su conducta era dura,
agresiva, desobediente y que nunca se arrepentía. No
lloraba después de ser castigada severamente, y si le
preguntaban si el castigo había sido justo, contestaba que
no, lo que significaba que sería castigada de nuevo por la
misma falta. Chepa Moreno contó que una vez a Antonia le
dejaron a cuidar a la hija de Camilda. Antonia levantó a la
niña, la miró cuidadosamente, afirmó que estaba muy prieta,
y la volvió a dejar en el suelo Le pegaron con un látigo de
cuero, pero no dio señales de arrepentimiento.
Chepa también contó que una vez María le ordenó a
Antonia que fuera con ella en burro a vender tortillas.
Antonia se rehusó, por lo que María subió a Antonia al
burro, y ató a las dos muchachas juntas con una soga.
Antonia comenzó a pelear con Chepa y el burro se desbocó
colina abajo Las muchachas se cayeron y Antonia sufrió una
grave cortada con un hacha que el burro traía amarrada a
un costado La soga se aflojó y Antonia corrió a ocultarse
entre los arbustos. Después de varias horas la encontraron,
y estaba débil por la sangre perdida. María primero la azotó
con un látigo, luego la llevó a lomo de burro a una ranchería
cerca de Magdalena para que la curara Agustina Preciado
Esta referencia a Agustina Preciado no concuerda con la
información que dio sobre ella su hija, Dominga Ramírez;
pero Chepa y Antonia, por separado, afirmaron que
Agustina era curandera. Después de permanecer tres días
con Agustina, asistieron a la fiesta de San Francisco en
Magdalena; Antonia recordaba que este paseo fue el mejor
momento que pasó en los años que vivió en Hermosillo, y la
única ocasión que le permitieron asistir a una fiesta.

292
La agresividad y la bravura de Antonia no se mostró
ante los soldados mexicanos que venían a llevarse a los
yaquis para ejecutarlos o deportarlos. No le importaba
encontrarse a los soldados en las plazas o en las calles, y la
clientela de la venta de tortillas era casi toda de soldados.
Pero cuando llegaban a La Playita o se sabía que estaban
buscando yaquis, Antonia se sentía aterrorizada. María les
ordenaba a los niños que se escondieran entre los árboles,
en el monte, en el campo o hasta en el canal de riego,
cuando los soldados se acercaban a la casa. Antonia les
recordaba vívidamente el miedo que sentía de pensar que
los soldados la encontrarían y se la llevarían, o que
regresaría a la casa y descubriría que se habían llevado a
algunos miembros de la familia.
A muchos de sus conocidos los arrestaron y los
deportaron. Entre ellos estaba un famoso curandero que
vivía en Ranchito, José Juan Bakasewa, con quien María
había llevado a Antonia para curarla de sus repetidos
ataques. Desde su infancia, Antonia había padecido
desmayos que le duraban unos momentos o hasta dos
horas, a veces iban acompañados de convulsiones. José
Juan Bakasewa preparaba una medicina con hierbas y agua
de tierra; después de que lo deportaron, María preparó esa
medicina.
Finalmente llegó el día temido Los soldados llegaron y
aprehendieron a Abelardo Cochemea, y se lo llevaron
fuertemente custodiado a un cuartel de Hermosillo María
visitó a todos sus patrones y les pidió apasionadamente que
intervinieran para conseguir su libertad, pero fracasó.
Antonia no volvió a ver a Abelardo porque no le permitían
acompañar a María y a Camilda al cuartel a llevarle comida.

293
Sin embargo, estuvieron presentes cuando tres o cua-
tro semanas más tarde lo subieron a un tren, y no volvieron
a tener noticias suyas.
Su nivel de vida empeoró otra vez, y, Antonia, en el
siguiente año o dos sufrió grandes privaciones. Como ya no
había un hombre que trabajara en el huerto, no pudieron
quedarse en la casa de La Playita. María rentó una pequeña
casa en Ranchito. Entonces ella y Camilda tenían que
ganarse totalmente el sustento; redoblaron sus esfuerzos
lavando ropa y vendiendo tortillas. En esa época, Chepa
había sido deportada junto con su esposo, por lo que no
podía ayudarlas. Antonia lavaba ropa y molía maíz desde el
alba hasta el atardecer. Escaseaba la comida y a menudo
tenían hambre, excepto en la época de cosecha, cuando
María se llevaba a Antonia a pepenar los sobrantes de la
cosecha en los campos vecinos. Aunque debían caminar
muchas millas cargando pesados sacos, temporalmente
tenían suficiente comida.
Además de sus recuerdos del hambre, del duro trabajo
continuo, de los fuertes castigos y de las ropas raídas,
Antonia relató algunos acontecimientos del tiempo en que
vivió en Ranchito. Le enseñaron un metate en miniatura y
algunos pequeños platos, y le dijeron que los habían dejado
los surem, los antepasados enanos de los yaquis. Por esto,
el cuento de los surem cobró realidad e importancia para
Antonia. A quienes se burlaban de la leyenda, ella les
replicaba que sabía que era cierta, porque personalmente
había visto sus pequeños utensilios.
Los soldados buscaban regularmente a los yaquis en
las minas. Por ello se volvió poco seguro para el padre de
Antonia, Miguel Palos, trabajar de minero.

294
Después de que Cecilia lo abandonó, él se unió a los
soldados yaquis de la sierra; luchó bajo las órdenes del
general Sibalaume durante varios años y tomó parte en
algunas batallas contra los mexicanos. Varias veces visitó a
la familia en La Playita cuando acudía a Hermosillo a
conseguir provisiones, armas y parque. Por las actividades
de Miguel, deportaron al viejo Abelardo. Poco después,
Miguel huyó a Arizona. Meses más tarde envió por María y
el resto de la familia. María se había juntado con un hombre,
quien los escoltó durante el viaje. Posiblemente los
funcionarios de migración de Estados Unidos no
entendieron el nombre de Antonia, y la registráron como
Gertrude Valenzuela. Al aparecer en los documentos
oficiales, éste se volvió su nombre legal. Durante algunos
años, la familia se concentró en la casa de Miguel Palos
construida en Tucson, en el barrio yaqui Anita. La
composición familiar era casi la misma de Ranchito, excepto
que Miguel los visitaba periódicamente y venía desde las
minas de Arizona donde trabajaba.
Antonia sólo pudo asistir poco tiempo a la escuela, y
recordaba que le permitían ir a la escuela sin compañía;
esto era un respiro del duro trabajo de la casa, y tenía
maestros amables. Ésta fue una de las experiencias más
agradables de su vida. Cuando María y Miguel decidieron
que ella era demasiado grande para asistir a la escuela, ella
protestó la decisión con su manera vehemente habitual,
pero sólo le contestaron que las jóvenes debían permanecer
en su casa. ¿De qué le serviría aprender a leer y a escribir
en inglés?
Muchos yaquis, entre ellos Miguel y Rosalío, se
mudaron a Sasco cuando la fundidora abrió sus puer-

295
tas. María no quiso dejar su casa de barrio Anita, por lo que
a Antonia la enviaron a Sasco a atender la casa de su padre
y de su hermano Allí Miguel encontró a Tomás Muina (o
Molina) , un antiguo amigo de Torim y compañero de armas
en la sierra bajo las órdenes del general Sibalaume. Tomás,
su esposa Carlota (que era cantora) , y varios hijos mayores
(algunos ya casados y con familia) vivían en una casa
grande. Tomás y Miguel pensaron que sería buena idea que
Antonia se casara con uno de los hijos de Tomás. Esto lo
aprobaron Carlota y María, quienes hicieron todos los
planes matrimoniales sin consultar a Antonia. María
seleccionó a los padrinos de boda y lo planeó todo.
En esa época él se llamaba Ignacio Villegas; era alto,
moreno y fuerte; le llevaba varios años a Antonia, y había
vivido con una mujer en Sonora, con quien procreó dos hijos
antes de abandonarla en Imuris para reunirse con sus
padres y sus hermanos en Arizona. Él no se había casado
por la Iglesia, por lo que podía hacerlo con Antonia. A ella le
disgustaba tener que casarse con Ignacio; pero, después de
todo, debía obedecer las órdenes de sus mayores. El
matrimonio se realizó en la gran catedral de Tucson.
Después hubo una gran fiesta con pascolas, en la casa de
María en el barrio Anita. Antonia se mostró indiferente y
resignada, pero María se divirtió como nunca, y hasta danzó
con los pascolas y los hombres le arrojaron dinero para
premiarla.
No pude saber cuándo Antonia dejó de hablar claro, de
ser vehemente y agresiva. El último relato en que aparece
esta actitud fue cuando sufrió una desilusión porque la
obligaron a salirse de la escuela. Sin duda en la época en
que se casó ya era consi-

296
derada triste, silenciosa y pasiva. Desde entonces se
preocupó sólo por cuidar a su familia. En todas las
descripciones se considera que ella trabajaba duro todo el
día, y diariamente. Pasaba horas e incluso días sin hablar.
Prefería no salir de su casa y, durante las entrevistas, no
hizo ningún comentario que sugiriera que deseara tener más
libertad, que quisiera divertirse, o que hubiera preferido otro
tipo de vida. Sin importar el motivo y en todas las etapas de
su desarrollo, ella firmemente internalizó los aspectos del
papel de mujer entregada al cuidado y al sostenimiento de
su familia.
Todos, excepto María, regresaron a Sasco la mañana
siguiente después de la fiesta de bodas. Antonia se quedó a
vivir con la gran familia presidida por su suegra, Carlota. No
está muy claro si Antonia era la única joven, o si sólo era la
más joven de las nueras. Sin embargo, parece que Antonia
tenía que realizar la mayor parte del quehacer doméstico
bajo la dirección de Carlota. Ella era muy distinta a Antonia,
hablaba constantemente, era extrovertida, visitaba las casas
de sus parientes y compadres, y a menudo se quedaba en
otras casas varias semanas junto con sus hijas. Con
frecuencia la llamaban a desempeñar sus deberes de
cantora, y muchas personas le pedían que bautizara a sus
hijos. Por consiguiente, la tendencia básica de Carlota era
estar en la calle, por lo que se mostraba encantada de tener
una nuera apegada a la casa. No era una suegra opresiva,
aunque no dudaba en darle órdenes o regañar a Antonia,
pero casi siempre dejaba que se las arreglara sola.
Tomás Muina por lo general era un hombre silencioso
cuya principal preocupación era regresar a Sonora y pelear
otra vez contra los mexicanos. An-

297
tonia le encontraba parecido con el viejo Abelardo
Cochemea en Hermosillo, quien se animaba sólo cuando
hablaba de la lucha con otros yaquis. Por lo general a
Tomás no le importaba que Carlota estuviera
constantemente en la calle; pero cuando se emborrachaba
quería pegarle, y le decía que debía permanecer en su
casa. Cuando sucedía esto, Carlota salía de la casa y
caminaba rápidamente por la calle, manteniéndose fuera de
su alcance, mientras él trataba de pegarle y le gritaba que
era una mala mujer por "andar paseándose" tanto Después
de una de estas peleas unilaterales, Antonia los regañó a
los dos: "¿Por qué hacen esto? Los dos ya son mayores. No
deberían hacerlo" Después de cada altercado, Carlota
permanecía en su casa durante unos días, pero pronto
volvía a salir a hacer visitas.
Los mayores consideraban a Ignacio (Nacho) Villegas
un buen esposo: tenía más edad, daba buen apoyo
económico, sabía leer y escribir el español porque había
asistido a la escuela en Hermosillo Antonia pronto descubrió
que era muy corajudo La mayor parte de sus pertenencias
eran pistolas, y casi siempre llevaba consigo una enorme
pistola. Podía tomar licor moderadamente, y aunque a veces
bebía mucho, nunca lo consideraron borracho, porque no
perdía su empleo En sus ratos libres jugaba baraja con sus
compañeros de la fundidora en una cantina de la localidad.
Antonia se relacionaba poco con él, excepto en la cama, por
lo que no sentía un gran afecto por su esposo.
Antonia pronto quedó embarazada, lo que no provocó
ningún comentario Cuando pensó que se acercaba el
momento del parto, tomó un tren sola, y se fue a la casa de
María a barrio Anita. Antonia co-

298
mentó que no habló con Nacho ni con nadie acerca de su
embarazo ni de su próximo parto. Cuando vio a Antonia,
María "supo" que pronto nacería el bebé. Por ser curandera
y partera, María le dio a comer tostadas, atole y una bebida
medicinal. Durante el parto, María hizo que Antonia se
agarrara de un poste en posición acuclillada hasta que nació
el niño, que estaba muerto María hizo el sígno de la cruz
sobre la frente del recién nacido y dijo la oración del
bautismo. Después colocó la placenta en una olla pequeña y
la enterró lejos de la casa, para que no le dieran los rayos
del sol porque creía que caerían donde ésta estuviera
enterrada. Antonia se sentía demasiado enferma y débil
para intervenir en el entierro de su hijo María le pidió a Juan
Buanamea Ronquillo, que vivía en la casa vecina, que
hiciera un pequeño féretro. Su esposa, Lucía Cervantes,
llevó el cadáver hasta el cementerio, cavó una pequeña
tumba y lo enterró. No se eligieron madrinas ni padrinos, ni
se realizó ningún ríto, ni le pusieron nombre al niño Lucía
Cervantes no era pariente ni comadre de María ni de
Antonia. Juan Buanamea Ronquillo era un minero que había
trabajado junto con Miguel Palos en La Colorada, y más
recientemente en las minas de Arizona: Amole y Silver Bell.
Los dos hombres habían sido amigos durante más de 20
años y jugaban baraja y se emborrachaban juntos.
No se comentó nada sobre el niño muerto cuando
Antonia regresó a Sasco Algún tiempo después Antonia
quedó embarazada de nuevo, y también entonces se fue a
la casa de María durante el parto El 9 de abril de 1912 nació
una niña a quien llamaron Amelia Villegas, que era el
apellido que Nacho

299
usaba entonces. María le perforó las orejas a la niña, arregló
que Carmen Matus fuera su madrina de bautizo, y eligió al
maestro que efectuaría el bautizo. Se hizo casi lo mismo en
1914 cuando nació el siguiente hijo de Antonia, Nicolás
Villegas.
Una noche en 1916, Nacho jugaba a la baraja en la
cantina cuando llegó un individuo con una prostituta de la
localidad. Otro hombre le pidió a Nacho que le prestara su
pistola, porque quería matar a la prostituta. Nacho se negó y
esto produjo una pelea que rápidamente se convirtió en un
disturbio, y se extendió hasta la calle. En la confusión
salieron a relucir varias pistolas y cuchillos; Nacho le dio un
tiro en un ojo a la mujer, a quien nunca había visto antes.
Sabía que lo arrestarían si lo capturaban. Por ello esa noche
se marchó a pie a Sonora. Pasó los dos años siguientes en
Imuris, donde había vivido con su mujer anterior y con dos
hijos. Antonia no sabía, ni le importaba, si él había
regresado con esa mujer o vivía con su hermana, que
también residía en Imuris.
Nacho tenía unos días (o unas semanas) de haber
partido cuando Antonia tuvo otra hija, Manuela. En esa
ocasión no fue a la casa de María, sino que se quedó en
Sasco; Carlota le ayudó en el parto A Manuela le pusieron el
apellido Muina (o Molina), porque Nacho decidió que,
después del tiroteo, era conveniente dejar de emplear el
apellido de su madre, Villegas, y ponerse el mismo que
usaban varios de sus hermanos.
Cuando nació Manuela no había en Sasco un maestro
yaqui. Por consiguiente, la bautizó un sacerdote católico en
la tienda de campaña que servía de iglesia cuando él los
visitaba. Antonia describió el altar principal: era una mesa
cubierta con una

300
tela blanca en la que había una estatua de la Virgen María y
arriba de ésta se encontraba colgado un crucifijo Lino Tecu,
un pascola muy conocido, y Locaria Valencia fueron
elegidos por Carlota como padrinos de bautizo.
Después de esto, Antonia decidió mudarse a barrio
Anita con sus tres hijos en lugar de quedarse con sus
parientes políticos. Miguel y Rosalío le enviaban algo de
dinero a María desde Sasco, pero no le bastaba para
mantener adecuadamente a la familia. María lavaba ropa
para algunas patronas mexicanas de Tucson en sus casas,
y Antonia se quedaba a cuidar a sus hijos. Los dos años
siguientes fueron difíciles. Los primeros recuerdos de
Amelia Villegas se refieren a su bisabuela, María, cuya
personalidad alegre la impresionó profundamente. Amelia
comparaba la pasividad y la tristeza de Antonia con la vi-
vacidad de María, y concluía que: "María siempre le ganó a
Antonia."
Cuando Nacho regresó de Sonora, primero fue a la
casa de sus padres en Sasco, donde le informaron que la
fundidora iba a cerrar sus puertas, y que no habría trabajo
Había venido de Imuris acompañado de su hermana Luisa,
y su familia. Sin embargo, ella partió directamente para
Chandler, Arizona, porque su esposo deseaba trabajar en
las haciendas, y no en una mina o en una fundidora. Nacho
y su padre decidieron llevar al resto de la familia a Chandler
y emplear el gran auto negro de Tomás Muina para
venderles mercancías a los yaquis y a los mexicanos que
vivían en las granjas y en los ranchos. Después de empacar
todo, fueron a Tucson a recoger a Antonia y a los niños, y
partieron a reunirse con Luisa en Chandler.

301
A la familia le fue muy bien durante algún tiempo
Nacho, Antonia y sus hijos se convirtieron en vendedores
ambulantes; vivían dentro y alrededor del auto, e iban con
frecuencia de un lugar a otro Nacho también compró una
carreta y unos caballos para poder conseguir trabajo
recolectando trigo Después compró dos terrenos en
Chandler que se convirtieron en el centro de su propia
familia y de los parientes de Nacho que estaban con ellos en
esa época. Vivían en dos grandes tiendas de campaña.
Siempre tuvieron la intención de construir una casa, pero
nunca lo hicieron.
Sin embargo, el verdadero núcleo familiar estaba en la
familia de Luisa. Su esposo, Juan María González (que
también se llamaba Juan María Wapo) consiguió empleo en
la hacienda Allen, donde a los trabajadores les prestaban
casas para vivir. Ahí vivía Tomás Muina, que ya estaba muy
viejo para trabajar, y Carlota, y allí se reunían Nacho, sus
hermanos y medios hermanos; algunos trabajaban para el
señor Allen y les prestaban casas para vivir en la misma
hacienda. La principal ocasión en que salían del área de
Chandler era cuando asistían a la ceremonia de Pascua en
Guadalupe, cerca de Phoenix, donde Carlota era cantora.
Amelia Villegas ofreció más información de la época de
Chandler que Antonia. Amelia creía que Chandler era su
hogar, donde creció. Relató que una tarde, cuando ella tenía
casi siete años, poco después de que su familia inició su
vida trashumante en el auto negro (Nacho trabajaba en la
hacienda y no me aclararon dónde estaba Antonia) y Amelia
y Nicolás se habían quedado solos en el auto, vieron una
vaca y sintieron ganas de beber leche. Amelia era

302
mayor y más valiente, y preguntó: "¿Crees que la vaca nos
hará daño si tratamos de ordeñarla?" Se aproximaron a la
vaca, comenzaron a acariciarla moviéndose lentamente a su
parte posterior para alcanzar la ubre (Amelia en un lado y
Nicolás en el otro), y finalmente se pusieron a chuparle las
tetas. La vaca daba unos pasos y luego se detenía; ellos la
alcanzaban y bebían más leche. Pero Nicolás la mordió muy
fuerte, y la vaca ya no les permitió seguir mamando. De
pronto se les ocurrió pensar que serían castigados si alguien
se enteraba de lo que habían hecho; su mejor recurso era
esconder la vaca, y la ocultaron a cierta distancia entre unos
arbustos. Antonia no se enteró durante muchos años de
esta travesura. Cuando buscaba su vaca, el granjero les
preguntó si la habían visto, y por supuesto le respondieron
que no.
En otra ocasión Nicolás y Amelia estaban solos en el
auto junto a un campo de chiles. Sabían que no debían
tomar nada sin permiso, pero se pusieron a recoger chiles
en un saco, y todo el tiempo estuvieron hablando de la
paliza que recibirían. Tal como lo esperaban, su padre los
azotó, pero se quedaron con los chiles.
En 1918, Antonia recurrió a Carlota y no a María para
el parto de su hija Loreta Muina, y una vez más Carlota,
aunque no era partera, presidió el alumbramiento, bañó al
niño con aceite, enterró adecuadamente la placenta y
arregló el bautizo Mientras Antonia tenía el niño y se
recuperaba en casa de Carlota, a la hija de Luisa, Loreta, la
enviaron a cuidar a la familia de Antonia. Amelia Villegas
recordaba que Loreta los cuidaba bien y que en esa ocasión
le enseñó a bordar.

303
En diciembre de 1918 un amigo les dio la triste noticia
de que María y Miguel habían muerto la semana anterior.
Antonia inmediatamente tomó el tren a Tucson, aguardó
sentada en la estación hasta la mañana siguiente en que
abordó un taxi que la llevó a la casa de barrio Anita. Le
contaron que ellos habían muerto a causa de la brujería y
que los habían enterrado en la misma tumba, "para que
siempre estén juntos". Antonia y su hermano creían que la
muerte de esas dos personas activas, que habían modelado
sus vidas, significaba el fin de una época. Camilda había
muerto cuando Antonia se casó, por lo que ya no vivía
ninguno de los adultos que habían estado en su familia
cuando ellos eran niños.
Después de la novena, Antonia regresó a Chandler.
Ella y sus hijos viajaron a Tucson para asistir al cumpleaño
de María y Miguel; esta ceremonia acabó con los recursos
económicos de los miembros de la familia más cercanos.
Rosalío fue al basurero de la ciudad para recoger de la
basura los alimentos que tiraban los ricos de Tucson, para
poder alimentar a su familia y a la familia de Antonia
después de la ceremonia.
La vida en Chandler y en sus alrededores continuó
siendo muy variable; sin importar dónde estuvieran durante
la semana, los sábados eran especiales, porque todos
acudían al pueblo Las mujeres y los niños viajaban en
carreta y los hombres a caballo A los niños les daban dinero
para gastar de acuerdo a su edad, cuando había suficiente,
y tan pronto como llegaban, los niños se dispersaban para
buscar a sus amigos y comprar helados y refrescos. Antonia
y las demás mujeres compraban las provisiones para la
semana, y los hombres se reunían en

304
las esquinas de las calles o iban a las cantinas, donde
permanecían hasta muy tarde. Los hijos de Antonia siempre
se sentían desilusionados, porque ella no se quedaba
bastante para que ellos pudieran ir al cine como los demás
niños. Había un carnaval anual que era el máximo de la
felicidad para los niños.
Ningún hijo de Antonia asistía a la escuela re-
gularmente y con seriedad. A menudo estaban demasiado
lejos del pueblo y se mudaban mucho para poder asistir a la
escuela. Aun durante el año en que permanecieron sin
viajar, cuando vivían en las dos tiendas de campaña en
Chandler, y que los enviaban a la escuela todos los días,
sus experiencias escolares resultaron más inolvidables por
las peleas que tuvieron que por lo que estudiaron. Ni Nicolás
ni Amelia aprendieron a leer ni a escribir. Manuela era más
consciente y asistía con regularidad a la escuela, pero
Nicolás y Amelia se volvieron expertos en partir a la escuela
y regresar a casa a la hora adecuada, pero empleaban ese
tiempo en irse a nadar o a jugar con los puercos en el
campo. Manuela era chismosa, y le informaba a Antonia:
"Mamá, ellos se fueron de pinta." En esa época Antonia
parecía no entender qué quería decir "pinta", o al menos no
los castigaba. Durante las entrevistas para la biografía, ella
comentó que sabía que no asistían a la escuela. La
terquedad y la independencia de Amelia era evidente aun en
la escuela, y a menudo relataban la anécdota de que Amelia
había tratado de "enseñar al maestro". El profesor se
aproximó al mesabanco de Amelia, se sentó junto a ella y le
dijo: "Vamos a leer aquí." Amelia puso su dedo en otra parte
de la página y dijo: "No, mejor leamos acá."
Una de las amigas mexicanas de Amelia, que es-

305
taba en la escuela de Chandler, le contó que su padrastro y
su madre eran muy malos, y que le pegaban continuamente.
Las dos muchachas hicieron un plan para que su amiga se
fuera a vivir con Amelia. El día señalado, Amelia llevó a la
joven con Antonia, le cortó el pelo que le llegaba a la cintura
y le puso uno de sus vestidos para disfrazarla. Esa noche el
padrastro llegó en una carreta a buscar a su hijastra que
había escapado Antonia en silencio le indicó dónde estaba
escondida. Nicolás y Amelia se sintieron furiosos por la
traición de Antonia. Después la joven les contó que la
habían azotado como nunca. Amelia guardó el pelo cortado
y lo trenzó con su propio cabello largo hasta hacer unas
trenzas que le llegaban a la rodilla. Pero sólo le duraron
hasta que en la escuela se peleó tirándose del pelo, y el
pelo añadido salió volando.
En cierta ocasión Amelia se puso muy enferma y tuvo
fiebre alta durante algunas semanas. Carlota no podía
curarla, ni tampoco los curanderos. Un resultado de esa
enfermedad fue que Amelia perdió el vello oscuro que
cubría su cuerpo, que antes le molestaba tanto que ella se
pasaba las horas sentada sola entre los arbustos, y trataba
de quitárselo frotándolo con piedras ásperas. Por desgracia,
el cabello de su cabeza también disminuyó, y ya nunca le
crecieron las trenzas largas, gruesas, bellas, que ella
consideraba el mejor atributo de su belleza.
La mujer que había abandonado Nacho en Imuris
murió en 1919 o 1920, y sus dos hijos grandes deseaban
reunirse con su padre. Uno de los hermanos de Nacho fue a
recogerlos. A la hija, Francisca, inmediatamente le
desagradó Antonia, aunque el hijo era muy agradable. Se
marchó a California y nunca más

306
se supo de él. Antonia sufrió una grave enfermedad
mientras permaneció en su casa Francisca, y las hijas de
Antonia la atribuyeron a la brujería de Francisca, arte que
ellas creían que había heredado de su madre, de quien se
decía que había sido una bruja mala. Antonia no estaba de
acuerdo con este diagnóstico y no procuró que la curaran de
un mal provocado por hechicería. Pero se sintió feliz cuando
Francisca decidió marcharse a vivir con su abuela, Carlota.
En 1921, Tomás Muina y Carlota fueron informados por
sus parientes de Sonora, que ya no era peligroso regresar a
los pueblos del río Yaqui. Con gran emoción se prepararon
para regresar a su casa. Tomás Muina vendió su gran auto
negro y compró uno más pequeño para el viaje. Trataron de
convencer a toda la familia de que regresara, pero sólo un
hijo soltero y su nieta, Francisca, decidieron partir. Nacho y
sus otros hermanos consideraban que los empleos eran
mejores en Arizona.
Los miembros de la familia Muina que se quedaron en
Chandler asistieron a la íiesta en Guadalupe, cerca de
Phoenix, para la ceremonia de Pascua en 1922 o 1923,
como era su costumbre. Unos yaquis creyeron que Nacho
era un torocoyori, o traidor yaqui, y lo atacaron con unas
cadenas mientras estaban en su carreta. La pelea hizo que
los caballos se encabritaran y Nacho fue derribado al suelo;
el asiento de la carreta le cayó encima. La pelea atrajo a la
gente, y los atacantes corrieron y no le causaron más daño.
Durante varias semanas le dolió un costado, pero no se
preocupó mucho. Gradualmente se le formó un tumor y él se
lo curaba empapándolo diariamente con agua caliente.
Cuando empeoró la enfermedad, consultó a varios
curanderos, que le frotaron el tumor

307
y le dieron medicina. Hasta consultó a un médico, pero le
tenía más fe a los curanderos. Posteriormente el tumor le
creció tanto que Nacho decidió que debía abrirlo Rompió
una botella de vidrio, afiló uno de los fragmentos hasta
dejarlo tan filoso como una navaja y le dio instrucciones a su
hermano para que le abriera el tumor. Su hermano lo
obedeció con mucha renuencia después de "calentar" el
tumor con toallas calientes. Salió tanto pus que se llenó un
plato pequeño, y tenía la consistencia de la masa. Después
de esto, el tumor se volvió duro como una piedra y tenía la
consistencia de un cuerno de vaca.
Carlota se enfermó y regresó de Cócorit a consuitar a
los curanderos que ella conocía y en quienes confiaba.
Durante casi un año fue a curarse acompañada de Nacho,
pero después murió en casa de Luisa. Sus hijos, incluso
Nacho, que aún podía trabajar la mayor parte del tiempo,
llevaron en una carreta su cadáver dentro de un féretro
hasta Guadalupe y realizaron el velorio en la casa de la
prima hermana de Carlota. Después del entierro, la nume-
rosa familia Muina regresó a Chandler para trabajar esa
semana, y después volvieron a viajar hasta la casa de la
prima en Guadalupe para asistir a la novena. Le escribieron
la noticia a Tomás Muina, pero no quiso ir. Sin embargo,
asistió al cumpleaño de Carlota, que se efectuó en la casa
de Luisa al año siguiente en la hacienda Allen. Cuando
terminó éste, regresó a Cócorit, afirmando que ya era viejo y
deseaba morir en tierra yaqui.
Loreta Muina recordaba poco a su padre, Nacho, pero
un incidente la impresionó mucho Loreta tenía unos cuatro o
cinco años de edad cuando Sahual Wickiit (Pájaro Amarillo)
llegó a caballo un domingo

308
en la tarde a visitar a Nacho en su tienda de campaña en
Chandler. Nacho estaba enfermo y no podía trabajar, pero
aún caminaba. Los hombres se sentaron bajo un árbol para
platicar y beber cerveza; durante un rato estuvieron
tranquilos y se mostraron amigables. Sahual deseaba que le
prestara algo o quizá sólo pretendía llevárselo. Nacho de
pronto se puso furioso, le ordenó al hombre que se
marchara o que lo mataría, y fue a buscar su pistola a la
tienda de campaña. El hermano de Nacho lo detuvo
aprisionándole los brazos contra el cuerpo, hasta que
Sahual se marchó cabalgando Este relato lo empleaban
para ilustrar el temperamento corajudo de Nacho Todos los
hijos de Nacho lo recordaban como un hombre duro, de mal
carácter, siempre dispuesto a azotarlos con un látigo para
mulas a la menor falta. A Amelia y a Nicolás siempre los
describieron como desobedientes, independientes, tercos,
malditos, y por ello recibían más castigos que las niñas más
pequeñas. Parece que a Nicolás lo azotaban casi a diario
por diversos motivos, como robar pollos y huevos, los que,
sin embargo, guardaban en la casa para el consumo
familiar.
Nacho no había podido trabajar desde la época en que
Carlota murió. Durante un año o dos aún pudo vivir, pero sin
su salario, la familia sufría muchos apuros.
Infortunadamente, Nacho comenzó a vender los caballos, la
carreta y finalmente hasta los dos terrenos de Chandler. Se
mudaron a la casa de Luisa, quien había estado
ayudándolos lo más que podía. Finalmente, Nacho decidió ir
a Tucson a consultar a los curanderos de más prestigio
Amelia entonces tenía 13 años y le ordenaron que fuera con
él a cuidarlo en la casa de su medio hermano en barrio

309
Libre. Su hermano, Ramón León, envió por un famoso
curandero mexicano que vivía en Nogales, quien le dio
medicinas, pero le explicó que la enfermedad ya estaba muy
avanzada y que el destino de Nacho estaba en manos de
Dios. Otros curanderos dijeron lo mismo Después de tres
meses, Amelia les avisó que Nacho estaba muriéndose.
Antonia y sus otros hijos se fueron para acompañarlo y
murió tres días más tarde.
Ramón León decidió que Nacho debería ser enterrado
en la misma tumba junto con María y Miguel para "que no se
pierdan". Antonia se opuso, porque no quería que a su
esposo, por quien no sentía gran afecto o respeto, lo
pusieran "por toda la eternidad" junto con su adorada abuela
y su padre. La voluntad de Ramón se impuso: abrieron la
antigua tumba doble y enterraron a Nacho encima de Miguel
y luego colocaron una cruz con tres brazos para indicar que
era un entierro múltiple.
Antonia y sus cuatro hijos regresaron a la casa de
Luisa, cuya numerosa familia la mantenía el esposo de ella.
El cumpleaño de Nacho se efectuó en esa casa y fue una
gran fiesta con maestros y cantoras de Guadalupe,
pascolas, un danzante del venado y matachines. Asistieron
todos los hermanos de Nacho y muchos parientes. Después
del cumpleaño, que acabó con los recursos económicos de
la familia, Antonia consideró que no podía continuar viviendo
con Luisa, porque sencillamente era demasiada gente a la
que debía mantener sólo un hombre. Su hermano Rosalío le
dijo que las mujeres podían conseguir trabajo en las casas
de los mexicanos en Tucson; ella decidió mudarse a
Pascua, y se llevó a Loreta y a Nicolás.
Amelia y Manuela se negaron a acompañar a An-

310
tonia a Pascua, prefiriendo quedarse con Luisa. Con ella,
con su esposo y sus hijas, ellas habían tenido vínculos
emocionales más fuertes que con sus propios padres o con
su hermana menor, Loreta. Luisa era activa y Antonia
pasiva, aquélla era alegre y ésta era triste. Amelia de nuevo
usó la frase que empleó para describir a su bisabuela,
María: "Luisa le ganó a Antonia." Luisa les ayudaba a todos
los que llegaban, era amable, extrovertida, y después de la
muerte de Carlota, era sin duda el centro de la dispersa
familia Muina. En retrospectiva, la única crítica que le hizo
Amelia fue que Luisa no era suficientemente estricta, y que
le permitía andar por todos lados y hasta llegar tarde a la
casa. La hija mayor de Luisa, Carmen (que había nacido de
su matrimonio legítimo con un hombre en Sonora que fue
asesinado por los mexicanos) , era el único aspecto
desagradable de la familía de Luisa. Carmen era corajuda y
se peleaba con todos. Su esposo hacía mucho tiempo que
la había abandonado, y aun a la calmada y amable Luisa le
disgustaba la conducta de su hija. Carmen era de la misma
edad que Antonia, por lo que creía tener derecho a corregir
a Amelia y a Manuela y les pegaba con el látigo al menor
pretexto Nicolás dejó a Antonia cuando tenía unos 13 años,
para volver con Luisa y con Amelia a Chandler. Pronto se
reunió con sus tíos Muina y trabajó en las haciendas del
área de Chandler y de Phoenix. Amelia y Manuela
permanecieron en la familia hasta 1929, y ayudaron a cuidar
a Luisa en su última enfermedad en 1928; también se
quedaron a ayudar a preparar su cumpleaño. Después que
cumplieron con su deber con Luisa, se mudaron a Tucson,
para alejarse de Carmen que tenía un carácter insoportable.

311
Mientras tanto, Antonia y sus dos hijos (hasta que
Nicolás se marchó) se había unido a la familia de Rosalío en
Pascua. Ella trabajó algunos meses en las casas de los
mexicanos lavando ropa y haciendo el aseo, mientras que la
esposa de Rosalío, Loreta Sánchez, cuidaba a los niños de
las dos familias en su casa, que sólo tenía un cuarto. Por
primera vez en la vida de Antonia no había una mujer
dominante más vieja o un marido duro que dirigiera su
conducta. Ejerció su libertad descartando la falda y la blusa
tradicionales, y adoptó los vestidos de algodón de una pieza
que tenían faldas más cortas, anchas y plegadas. Los
rebozos los sustituyó con pañuelos que ataba alrededor de
su pelo Continuó usando este tipo de vestido hasta su
muerte, y señaló que si Nacho hubiera vivido, no le habría
permitido hacerlo.
Supieron que se obtenían mejores salarios reco-
lectando algodón cerca de Phoenix. Por ello la familia dejó
la pequeña casa de Pascua y se trasladó a Scotsdale,
donde todos, incluso los niños, trabajaban muchas horas en
los calurosos campos. Antonia no había vuelto a trabajar tan
duro desde que era niña en Hermosillo Sufría dolores por
arrastrar sacos pesados y estar inclinada todo el día;
también le molestaba no poder mantenerse limpia. Le
entristecía que sus hijos trabajaran como hombres; Nicolás
podía recoger más algodón que ella, y entre los dos
ganaban más que Rosalío y Loreta. Cuando terminó la pizca
del algodón, regresaron a Pascua y Antonia volvió a trabajar
para las mexicanas.
Antonia abandonó momentáneamente su pasividad
característica cuando una mujer, llamada doña Josefa
González, comenzó a hablar mal de ella y de sus hijos;
decía: "Ellos se hicieron mexicanos", por-

312
que los niños hablaban español en público y no yaqui, y
Antonia vestía ropas modernas. Aunque todos los niños
hablaban al mismo tiempo yaqui y español, usaban el yaqui
en la casa, porque Antonia casi no sabía español. Molesta
por el chisme, Antonia acudió a ver a doña Josefa a su casa
y francamente le dijo: "Doña Josefa, somos yaquis y mis
hijos hablan yaqui." Sin embargo, doña Josefa continuaba
murmurando cuando pasaba frente a la casa de Antonia, y
siguió hablando mal de ellos durante muchos años, lo que
continuó provocando enfrentamientos y problemas.
Doña Josefa encontró una nueva oportunidad para
murmurar cuando Antonia volvió a casarse. Perfecto
Valencia era soltero y tenía cerca de 30 años; vivía en la
casa vecina a la de Rosalío con su hermana mayor, Juana
Valencia. Era el menor de los cinco hijos de Juan María
Castro y Juana Valencia, nacidos en Sonora. A Juan María
lo mataron los soldados mexicanos en 1902 en el rancho
Milpitas, cerca de Guaymas, donde trabajaba. Juana
Valencia era otra yaqui admirable, era una figura dominante
que mantenía unida a su numerosa familia. Consideró que
era peligroso ser yaqui en Sonora, reunió a sus cinco hijos
(algunos eran mayores, se habían casado y ya tenían
familia) y se mudó junto con ellos a Tucson, donde se
unieron a la familia de su tío, que vivía en lo que
actualmente se conoce como Blue Moon. Pero entonces
sólo era un grupo de casas de adobe, sin nombre, rodeadas
de monte. Juana pertenecía a la numerosa familia
Wahuechia, y era tía del famoso jefe yaqui Tetabiate, o Juan
Maldonado Juana nunca se unió con otro hombre; con la
ayuda del joven Perfecto se mantuvo vendiendo tortillas.
Ella insis-

313
tió en que él asistiera a la escuela, por lo que sabía hablar
inglés, y leer y escribir. Cuando Perfecto, que no había
vivido con ninguna mujer, se casó con Antonia por lo civil,
doña Josefa fue la que más criticó ese matrimonio
Comentaron que estaba mal que Perfecto se casara con
una viuda, y como Antonia ya se había casado por la Iglesia,
ella ya no debía casarse de nuevo Perfecto se fue a vivir
con Antonia, pero no se llevaba bien con Rosalío Éste se
puso triste (igual que Antonia) y decidió vivir en un hoyo que
había en el suelo, que era una especie de sótano, donde
podía evadir a todos. Por supuesto, Antonia de inmediato
dejó de trabajar, porque Perfecto tenía un buen empleo.
Antonia sólo participó en el sistema ceremonial yaqui
en 1927, cuando su cuñada Loreta insistió en que usara la
corona y cargara los santos en la Semana Santa. Loreta no
tenía ningún cargo ceremonial formal, pero en su edad
adulta participó en todas las fiestas públicas como fiestera,
bautizó a una cantidad increíble de niños y asistía a muchas
fiestas familiares. Antonia no compartía el entusiasmo de
Loreta ni participaba profundamente en la religión yaqui.
Recordaba que se había sentido avergonzada cuando usó
la corona, porque no sabía cómo debía actuar, y dijo que no
participaría de nuevo en las ceremonias relígiosas.
El primer hijo que Antonia procreó con Perfecto nació
en 1928, y Loreta Sánchez la ayudó en el parto Antonia no
se recuperó rápido y no pudo amamantar a la recién nacida
Martina, y debió alimentarla con leche en polvo que le
regalaron de caridad. Los ataques y los desmayos que
había sufrido Antonia desde su infancia, ya no los padecía
en esa época y nunca

314
más tuvo otro ataque. Las tensiones entre Rosalío y
Perfecto habían afectado seriamente el estado de ánimo de
toda la familia. Un día la hermana de Perfecto, Loreta
Valencia, le dijo: "Rosalío no te quiere. Mejor vente a vivir
conmigo" La familia se mudó al día siguiente y durante unos
dos años su centro de actividades fue la casa de su
hermana, aunque pasaban gran parte del tiempo en las
granjas y en los ranchos donde trabajaba Perfecto.
Loreta Valencia se casó en Guaymas con Antonio
Cota, padre de sus dos únicos hijos. Después de que a
Antonio lo mataron los mexicanos, ella se juntó con Chico
Valenzuela, un danzante pascola, al que a menudo
llamaban Mazo-bue-oo (el gan venado gordo), quien se
marchó a vivir con ella a Arizona. Las hijas de Antonia de
apellido Muina (Amelia, Manuela y Loreta) recordaban que
ellos eran muy buenos.
Después de que en 1930 nació la última hija de
Antonia, Ramona, en la casa de Loreta Valencia, Antonia se
sintió muy enferma durante varios meses. Durante su
enfermedad, hubo problemas entre los dos grupos de
adultos de la familia por la conducta de los hijos de Antonia
y por la responsabilidad de su educación. Por consiguiente,
Perfecto compró un terreno contiguo a la casa de su
hermana Juana, y se mudaron para allá. Antonia aún se
sentía demasiado débil para dirigir a la familia. Hizo que
viniera su hija mayor, Amelia, y que se encargara de la
casa. Ella cuidó a Antonia, a Martina y a Ramona durante
varios meses. Cuando tenía casi 40 años, Antonia
finalmente tuvo su propio hogar, y no debía compartirlo con
otros miembros de una numerosa familia ni otra mujer
ocupaba la posición principal.
Mientras Amelia permaneció con Antonia, doña

315
Josefa González volvió al ataque, por un pleito que tuvieron
en la escuela los niños de las dos familias. Doña Josefa y
una vecina se pararon frente a la verja de Antonia y le
gritaron que Antonia debía educar mejor a sus hijos, e
insistieron en el antiguo tema de que Antonia no era buena
yaqui y que no criaba a sus hijos a la manera yaqui.
Apoyada por Amelia, que era impresionantemente alta,
Antonia le respondió a doña Josefa que primero debía
cuidar a sus hijas malcriadas antes de criticar a los demás.
En los siguientes años las hijas de Antonia (de apellido
Muina y Villegas) establecieron vínculos afectivos profundos
con dos de los primos hermanos de Antonia, Viviana y
Simón Valenzuela, y se unieron a sus familias. Viviana era
la hija mayor de su tía Camilda y nació en La Colorada.
Viviana no recordaba a su padre (al que asesinaron los
mexicanos cuando ella era muy pequeña) y había cierta
confusión respecto al nombre de su padre. Sin embargo, las
informantes estuvieron de acuerdo en que era el esposo
legítimo de Camilda y que se habían casado por la Iglesia.
Simón era producto de un amorío que Camilda logró tener a
pesar de la estricta vigilancia de María, y nació en La
Playita, en Hermosillo. Camilda decidió usar el apellido
Valenzuela (que a veces también empleaba su hermano
Miguel Palos) para ocultar la identidad de su amante,
porque su esposa era amiga suya. Viviana y Simón
crecieron en la misma casa que Antonia, y como a ella, los
había criado la extraordinaria María.
Los tres hijos de Viviana murieron siendo niños, y su
esposo, Juan Castro, falleció en la epidemia de viruela de
1921; a partir de entonces, ella vivió en la casa de su
hermano Simón en barrio Libre. Co-

316
menzó a andar con Bernardo Maldonado, con quien tuvo en
1925 un hijo llamado Pedro Valencia; le puso el apellido de
su abuela, María Valencia Palos. Posteriormente se marchó
a vivir a Pascua con Bernardo Maldonado; a su segundo hijo
también le puso el apellido Valencia, pero sus tres últimos
hijos se apellidaban como su padre. Viviana era una buena
mujer, pero era triste y silenciosa como Antonia. Sin
embargo, las hijas de Antonia consideraban que su familia
era más agradable que la de Antonia, porque Viviana era
menos pasiva. Además, a ellas les disgustaba Perfecto, a
quien consideraban duro y que no tenía buen humor. De
todas formas, él había aclarado perfectamente cuando se
casó con Antonia, que no creía tener ninguna
responsabilidad por las hijas de ella (de apellido Muina).
La primera esposa de Simón fue Pancha Wahuechia,
miembro de la enorme familia Wahuechia a la que
pertenecía Perfecto por parte de su madre. Pancha se
convirtió en comadre de Antonia cuando Loreta Valencia,
que presidió el nacimiento de la última hija de Antonia, le
pidió a Pancha que fuera la madrina de bautizo de Ramona.
Las jóvenes apellidadas Muina se sentían con derecho a
unirse a esa familia por la relación de Simón con Antonia;
pero en realidad la verdadera atracción era Pancha. Simón
era triste como Antonia, Rosalío y Viviana; pero Pancha era
alegre, comunicativa, gozaba de las cosas y dirigía una
familia agradable.
Amelia, Loreta y Antonia dieron versiones un poco
contradictorias sobre la época exacta en que las tres
jóvenes Muina vivieron con Viviana y con Simón. Pero
ambas familias permanecían en estrecho contacto y había
muchas relaciones entre ellas. Ame-

317
lia y Manuela se marcharon a vivir con la familia de Viviana
cuando partieron de Chandler en 1929. Parece que Manuela
se mudó con la familia de Simón en 1930 o 1931, y también
llegó allí Loreta cuando dejó a Antonia poco después del
nacimiento de Ramona. Luego que Amelia cuidó a Antonia e
hizo que recobrara la salud, Viviana formalmente le pidió
prestada a Amelia para que la ayudara a atender a su
familia en la casa que tenían en Rillito, donde vivía
temporalmente con su amante.
Uno de los recuerdos más vívidos de Amelia era la
única vez que se emborrachó. Simón les dio cerveza hecha
en casa a Amelia y a Manuela, sólo para ver qué hacían.
Ellas creyeron que era un refresco que sabía horrible. A
Simón le divirtió mucho su conducta. En su desesperación
buscaron a Viviana, que estaba preparando la comida para
un velorio en casa de una comadre; ella las cuidó. Amelia
recordaba que se había sentido avergonzada cuando se
sentó tambaleándose en una silla, y sentía que todos los
ojos de los que asistían al velorio la miraban con desa-
probación. Viviana después le dijo a Simón que su broma no
había resultado graciosa.
La joven Loreta asistió a la escuela con mayor
frecuencia que Amelia y Nicolás, aunque durante un año se
fue de pinta regularmente, y se pasaba los días en un
basurero; Antonia descubrió la verdad y le pidió a Simón
Valenzuela que la ayudara a impedirle que hiciera eso. A
pesar de todo, aprendió un poco de inglés y a leer y a
escribir. Cuando se preparaba para su confirmación en la
iglesia de Santa Rosa, durante algún tiempo tuvo un fuerte
vínculo emocional con el catolicismo; asistía a misa regular-
mente, rezaba, asistía al Viacrucis y al catecismo

318
Joaquina García era una rica mexicana que fungía como
protectora de la iglesia de Santa Rosa y pidió ser la madrina
de confirmación de Loreta: le regaló un vestido blanco y un
velo para esa ocasión (Antonia no asistió a la ceremonia), y
después ofreció una fiesta para las niñas confirmadas;
Loreta recordaba que éste había sido uno de los
acontecimientos más felices de su vida. A partir de
entonces, doña Joaquina se interesó en Loreta: la invitaba a
comer los días de escuela, le regalaba vestidos y le
aconsejaba constantemente que no huyera con un
muchacho, sino que continuara educándose.
pesar de los consejos de doña Joaquina, Loreta pronto
se casó con Néstor Paredes, quien era parte de la
numerosa familia de Loreta Valencia. Néstor era hijo de
Severa Valencia (otra de las hermanas de Perfecto) y de
Manuel Paredes, un mayo, que había sido padrino de
bautizo de Ramona. Néstor y Loreta Muina no se hicieron
novios, sino hasta que ella se marchó a vivir a la casa de
Simón poco después del nacimiento de Ramona; habría
sido impropio "hablar" con Néstor mientras vivían bajo el
mismo techo Loreta quería poco a Antonia y tampoco le
gustaba la evidente tensión que había entre su madre y
Loreta Valencia. Antonia no había establecido un vínculo
emocional básico con Loreta, y tampoco con Amelia, Nicolás
y Manuela. Loreta afirmó: "Antonia no me crió, sino las dos
Loretas", refiriéndose a Loreta Sánchez y a Loreta Valencia.
El vínculo emocional más profundo que tuvo en su vida fue
con Loreta Valencia.
Otra razón para que Loreta abandonara a la familia fue
que le desagradaba Perfecto Éste desaprobaba la relación
de Néstor y Loreta, y creía que él

319
era demasiado joven para casarse o formar una unión; pero
también creía que la bonita e independiente Loreta, de 13
años, debía casarse de inmediato Fracasó en su intento de
arreglar un matrimonio para ella con un hombre más viejo
Éste parece haber sido el estímulo que finalmente hizo que
Loreta abandonara la casa paterna. Se negó a casarse con
un "viejo borracho", como llamaba al novio propuesto
Antonia de nuevo abandonó su actitud generalmente
silenciosa y pasiva para defender a Loreta. Cuando ésta
tenía 14 años amenazó con huir con Néstor, y Antonia
acudió con Severa Valencia para arreglar el matrimonio,
porque consideraba que era mejor que Loreta se casara
decentemente por la iglesia.
Era el primer matrimonio de una de las hermanas
Muina, por lo que Amelia y Manuela se interesaron mucho
en los preparativos. Perfecto rehusó ayudar mucho en esa
ocasión. Por ello Amelia se puso a trabajar y ahorró todo el
dinero que pudo para pagar la boda, comprar la tela y
confeccionar el vestido de novia de Loreta. Cometió el error
de darle el resto del dinero para la fiesta a Néstor. Loreta se
marchó a vivir a la casa de Antonia poco antes de la boda,
para poder salir de la casa de su madre el día de su
matrimonio.
La boda planeada con tanta anticipación tuvo que
posponerse, porque Néstor no se presentó el día señalado
Cuando apareció, ya había gastado el dinero de la fiesta. La
boda de Loreta se efectuó una semana después en la
iglesia de la Sagrada Familia; asistieron sólo los padrinos de
boda y no hubo fiesta. La boda resultó tan triste como si la
pareja hubiera estado viviendo junta y no como si hubieran
sido novios. Le dieron las gracias a los padrinos (quienes al

320
menos debían haberles ofrecido a los asistentes una taza de
chocolate) y prosaicamente se fueron a vivir con la
numerosa familia de Loreta Valencia. Cuando se casó en
1935, apenas tenía 15 años.
La segunda hija de Antonia que se casó fue Manuela, y
también eligió a un joven de la numerosa familia Wahuechia.
Luis Lara era nieto de la hermana de Perfecto, Juana
Valencia. Esa vez Perfecto consideró que podía pagar la
fiesta de bodas. Por ello, en 1936, Manuela se casó mejor.
Regresó a vivir con Antonia poco antes de la boda, igual que
lo había hecho Loreta.
La vida diaria de Antonia se centraba en su familia,
como siempre. Residía donde trabajaba Perfecto. Hasta la
segunda Guerra Mundial él trabajó en varias granjas y
ranchos o en el Ferrocarril Sud-pacífico. La casa de Pascua
que les servía de residencia central, cuando ellos estaban
temporalmente en otra parte, la ocupaban Loreta y Néstor.
Después del matrimonio de Manuela, Amelia a veces
acompañaba a Antonia y a Perfecto y trabajaba en el campo
como si fuera un hombre. Pero a veces se quedaba con
Loreta y Néstor, o con Viviana o con Simón Valenzuela.
Cuando Antonia y Perfecto trabajaban fuera del pueblo, a
menudo dejaban a Martina con Loreta Valencia, lo que hizo
que ella dijera que la había criado Loreta Valencia; también
esta hija de Antonia estableció vínculos emocionales
básícos con esta mujer.
Perfecto quería mucho a su hija menor, Ramona.
Aceptó dejar a Martina en Pascua mientras la familia residía
en las granjas y en los ranchos o en la casa que le
proporcionaba el ferrocarril, pero se negó a dejar a Ramona.
Cuando apenas podía caminar, él la

321
llevaba al campo y conversaba con ella constantemente. Le
sorprendía que tuviera tanta imaginación, la que manifestó
desde que era muy pequeña. Pero él la defendía
resueltamente ante los que la acusaban de ser mentirosa y
de robar. Ella a menudo se acercaba a los yaquis y a los
mexicanos extraños del pueblo, y les contaba que Antonia y
Perfecto no eran sus padres, sino que era huérfana y que
ellos le pegaban y no le daban de comer. A pesar de que
Perfecto continuamente defendía a Ramona, Antonia y sus
hijas mayores creían que él sabía que ella hacía esto, pero
consideraba que era por una enfermedad de la que ella no
era culpable. Quizá por creer que no era responsable de sus
actos, él la mantenía constantemente a su lado. Por ello
eran inseparables y Ramona creció en los campos y no en
la casa con Antonia. Pocas veces asistió a la escuela por
unos días o unas semanas. Ramona no aprendió casi nada
de inglés ni a leer ni a escribir. Sólo tenía vínculos
emocionales con su padre, a quien adoraba, y con Néstor
Paredes, que era su padrino, su cuñado y su primo.
Hacia 1940, Amelia se vio envuelta en un íncidente y
ella creía que podía haberle causado gran daño. Perfecto,
Amelia y Nicolás trabajaban todo el tiempo en la hacienda
Allen, cerca de Marana. Gracias a sus salarios juntos la
familia tuvo una época de bonanza poco común. En las
casas de los trabajadores también vivían algunos yaquis y
mexicanos. Una mexicana de Texas que vivía al otro lado
del canal con su familia, comenzó a portarse igual que doña
Josefa González en Pascua, y hablaba mal de la familia de
Antonia, murmuraba cuando pasaba frente a su casa y
contaba chismes malignos. Amelia se sentía cada vez más
enojada. Dijo que el coraje se le acumuló en su

322
interior varios meses, hasta que explotó. Una mañana la
mujer pasó enfrente de la casa, Amelia la detuvo y le dijo
que a su familia no le gustaban sus malignos rumores ni su
conducta. La mujer se mostró muy cortés y le dijo que no
había pretendido causarles daño Pero Amelia sospechó
algo y se puso en guardia por si quería embrujarla o
pegarle. El asunto quedó en suspenso en las siguientes
semanas. Por último, la mujer acudió a la casa de Amelia a
preguntarle dónde podía comprar unos pollos y si podía
servirle de guía. Amelia creyó que había llegado el día del
enfrentamiento final, y que sólo era un pretexto para alejarla
de la protección de su familia, y para que los mexicanos
pudieran pegarle. Creyó que si se hubiera negado a ir
habría habido más problemas. Amelia durante todo el
camino estuvo pensando cómo defenderse. No sucedió
nada. Ella se sintió tranquila y casi desilusionada. Pensó
que los problemas entre las dos familias provenían de la
envidia por su riqueza relativa y los pleitos que había entre
los niños.
Perfecto se enroló en el ejército en la segunda Guerra
Mundial, igual que Nicolás. Ya no había ningún hombre que
trabajara para la familia, por ello no pudieron quedarse en la
hacienda Allen. Las mujeres y los niños regresaron a
Pascua. Antonia manejaba la casa, mientras Amelia y
Ramona se marchaban con los grupos de trabajadores que
diariamente juntaban los contratistas mexicanos para que
trabajaran en los campos de algodón próximos. Se podía
conseguir trabajo doméstico en Tucson, pero Amelia
siempre prefirió trabajar al aire libre. Durante los tres años
que Perfecto estuvo ausente, a ninguna de las hijas solteras
de Antonia la cuidaron tanto como a Loreta cuando era
joven y vivía en la

323
casa de Perfecto Él por lo general era poco autoritario con
los niños, pero castigaba severamente a las jóvenes por
hablar con los muchachos o andar con ellos. Ramona,
Martina y Amelia, que era mucho mayor, aprovecharon esta
ausencia para tratar a los hombres, e ir al cine y a bailar con
ellos. Ramona y Amelia se las ingeniaban para viajar en los
mismos camiones en que iban los hombres, con quienes
posteriormente se casaron o se unieron. Antonia no trataba
de impedirlo, o, si lo intentaba, no obtenía resultados.
El último pleito de la familia con doña Josefa González
ocurrió en 1945. Esa mujer no había dejado de hablar mal
de Antonia y de su familia, pero entonces comenzó a
murmurar de Amelia. Afirmaba que andaba con varios
hombres. Igual que cuando se enfrentó con la mexicana en
la hacienda Allen, Amelia sintió que "se llenaba de coraje".
Conocía el camino que a diario recorría doña Josefa; la
esperó en la calle y cuando pasó la detuvo por la fuerza.
Amelia le dijo que había llegado el momento oportuno para
que le repitiera en su cara los chismes que le había contado
a los demás. Al principio doña Josefa se defendió diciendo
que quizá era demasiado habladora, pero que no había
querido hacerle daño Amelia rechazó esta afirmación. El
pleito aumentó de tono, lo que atrajo a una multitud.
Finalmente doña Josefa acusó a Amelia de haberle robado
a su novio; Amelia negó acaloradamente andar con él: "¿A
quién puede interesarle andar con un viejo como él?", o con
cualquier otro hombre; "todos saben que yo me quedo en mi
casa". Amelia le dio un golpe fuerte en la cara a la mujer,
que era más vieja, y le aseguró que si doña Josefa fuera
más joven, entonces

324
en verdad la habría golpeado. Ya no hubo más problemas
con doña Josefa, y en los años posteriores hasta trató de
ser amable. Amelia consideró que era una "locura" primero
hablar mal de la gente y causar problemas, y luego intentar
ser amable. Antonia y los demás miembros de la familia
creyeron que doña Josefa ya no contaba chismes debido a
que el enfrentamiento público había convencido a "la gente"
de que eran falsos los rumores.
Ramona conoció a su novio, Chico Flores, en la es-
cuela Richey en Pascua, en uno de los periodos breves y
poco frecuentes en que asistió a la escuela. El padre de él
había abandonado a su família antes de que naciera Chico,
y su madre había muerto recién nacido Por ello lo cuidó su
tía abuela y madrina de bautizo, doña Simona Soto Desde
que era niño padecía asma crónica y bronquitis, necesitaba
tomar medicinas y que lo curaran constantemente. Una vez
que estuvo muy malo, doña Simona hizo la manda de que él
sería matachín, y el joven comenzó a cumplirla a los quince
años. Había empezado a trabajar cuando tenía 12 años,
porque la familia necesitaba dinero Pero el trabajo en los
campos polvosos de algodón agravó sus padecimientos
respiratorios. Así que una parte del tiempo trabajaba y otra
estaba enfermo Además, prefería cumplir sus deberes de
matachín, y por ello trabajaba muy poco.
Cuando a Perfecto lo dieron de baja del ejército,
Ramona andaba con Chico Les gustaba en especial asistir a
La Pasadita, un salón de baile que era muy popular
entonces entre los jóvenes de Pascua. Perfecto no lograba
hacer que se portara decentemente; la esperaba despierto a
que llegara y le pegaba con su cinturón; si se quedaba
dormido antes de que ella

325
regresara, le pegaba al día siguiente antes de que la
muchacha se levantara. No se supo si Ramona estaba
embarazada, pero Chico le pidió permiso a Perfecto para
vivir con ella y, ante lo inevitable, Perfecto aceptó. Chico se
fue a vivir con la familia y pronto nació su primer hijo. El
sobrino de Perfecto, Antonio Cota Valenzuela (un hijo de
Loreta Valencia que era compañero de borracheras de
Chico) , le pidió permiso a éste para bautizar a su hijo a la
manera yaqui, lo que significaba que él bautizaría también a
sus siguientes dos hijos. Chico estuvo de acuerdo Antonio
eligió como madrina a su tía, y juntos bautizaron a los tres
hijos de Ramona y Chico, que nacieron respectivamente en
1946, 1948 y 1950.
Después de que nació el primer hijo de Ramona,
Antonia tuvo su primer pleito grave con Perfecto Dijo que no
recordaba cuál había sido la causa, pero fue tan grave el
disgusto que lo abandonó y se marchó con su hija Loreta
varias semanas. Cuando él fue a recogerla, ella en silencio
regresó con él.
En 1947, Amelia comenzó a ver con frecuencia a Joey
Castillo, a quien había conocido en los camiones durante la
guerra. En esa época Amelia vivía a veces en la casa de
Simón Valenzuela, como lo había hecho durante 20 años, y
en otras ocasiones se quedaba con Antonia. Ni a Antonía ni
a Pancha Wahuechia les agradaba Joey, pues lo
consideraban malo y viciado. Pancha trató de minar la
influencia de Joey y le presentó a Amelia otros hombres, y
hasta trató de arreglar su matrimonio con un hombre de
barrio Libre, pero Amelia continuó viendo a Joey.
José Castillo (a quien llamaban Joey Chato) nació en
Hermosillo en 1910. Su madre murió cuando él tenía dos o
tres años; dejó a Joey y a otro hijo más

326
pequeño al cuidado de su padre, José Valencia. En las
actividades militares de poca importancia que se efectuaron
en 1914, el padre decidió que era urgente salir de Sonora.
Caminó de Hermosillo a Tucson, cargando al bebé y
llevando de la mano a Joey. Compró mucho parque y se
preparó para regresar a Hermosillo Joey, que tenía cuatro
años, se sintió muy agotado para caminar de regreso y
prefirió quedarse a vivir con la hermana de su padre,
Gregoria Valencia. Desde entonces, se dijo que "creció
como un huérfano". Las relaciones con su tía se volvieron
tensas y se marchó a vivir a la casa de Carlos Quintana. Los
Quintana eran unos mexicanos que residían en Pascua, y
parece que no tenían ningún vínculo de parentesco o de
compadrazgo con él. Joey Chato decía que don Carlos
Quintana lo había criado. Desde niño, Joey Chato se
portaba como un salvaje. Cuando tenía 13 años huyó a
Chandler, y allí dos viejos mariguanos, parientes de su
madre, lo iniciaron en el vicio Era como una piedra rodante:
pronto se marchó a California y los siguientes cinco años
trabajó breves periodos en varias haciendas.
Joey había andado con mujeres desde que era ado-
lescente. La primera mujer con que vivió era una mexicana
de Yuma, y tuvo un hijo suyo hacia 1928. Después se contó
que había andado, había vivido, o tenido hijos con muchas
mujeres yaquis, papagos y mexicanas. Tenía el vicío del
alcohol, era mariguano y trataba mal a las mujeres, y se
peleaba. Estuvo en las prisiones de Arizona y California
desde los 20 años acusado de asaltos, embriaguez, de
fumar mariguana y venderla. Cuando Amelia lo conoció por
primera vez en 1944, acababan de liberarlo de la
penitenciaría estatal de Arizona después de pasar tres años
alli por

327
haber herido con un puñal a otro yaqui en una pelea de
borrachos en una hacienda próxima a Marana.
Los que conocían a Joey Chato estaban de acuerdo en
que era excepcionalmente encantador cuando no estaba
borracho o mariguano; pero cuando lo estaba, se ponía
"bravo". Amelia se sentía cegada por sus encantos y no
hacía caso a los ruegos de los demás de que no lo
frecuentara. Antonia y Perfecto le prohibieron verlo y no
querían recibirlo en su casa. Por consiguiente, Amelia se
citaba con él en secreto, y se llevaba a Pancha Wahuechia
como chaperona involuntaria. Su noviazgo estuvo lleno de
subterfugios, porque no podían contarle la verdad ni a
Antonia ni a Simón Valenzuela. Simón desaprobaba sus
relaciones igual que Antonia y Perfecto.
Este asunto culminó en 1947. Amelia asistió a la fiesta
que hicieron para celebrar el bautizo del último hijo de
Viviana y Joey descaradamente llegó a buscarla: era la
primera vez que lo hacía. Antonia se sintió furiosa de que se
hubiera atrevido a presentarse abiertamente y le preguntó a
Amelia si había andado en secreto con Joey. Amelia, que
entonces tenía 36 años, le respondió: "Sí, ya estoy grande."
Antonia le repitió que Joey era malo y le sugirió a Amelia
que se fuera del pueblo hasta que se enfriara su pasión.
Amelia aceptó irse a Phoenix a vivir con su tía, Felipa
Muina. Después buscó a Joey y le pidió que la acompañara
a la casa de Pancha Wahuechia, porque había demasiado
ruido en la fiesta para poder hablar. Le informó que saldría
para Phoenix tan pronto como Antonia le entregara su
dinero (ella le guardaba todo el dinero a los miembros de la
familia). Joey Chato le dijo que si ella quería se irían juntos.
Ella aceptó. Él dijo: "Tú sabes lo que haces, si te vas

328
conmigo." Amelia fue con Antonia a recoger el dinero y le
hizo creer que dejaría a Joey. Luego se reunió con él en la
estación del autobús para viajar juntos a Phoenix.
Felipa Muina lloró cuando vio a Amelia con Joey, y
afirmó que ella siempre había sido buena y Joey muy malo.
Predijo que él no se casaría con ella, como tampoco se
había casado con las numerosas mujeres que habían sido
sus amantes. Joey se disgustó con los comentarios de
Felipa y le dijo a Amelia que no podían ser felices en una
casa donde sus amoríos eran bien conocidos. Después de
una o dos semanas, decidió marcharse a Florence a buscar
trabajo Allí Joey le dijo a Amelia que, aunque había
seducido a muchas mujeres, nunca se había casado, y que
deseaba hacerlo con ella. Después de su boda civil, Amelia
con bastante alegría les comunicó la noticia a Felipa y a
Antonia. Joey y ella pasaron su luna de miel en un campo
de algodón cerca de Coolidge. Usaron de cama unas pacas
de algodón; Amelia recordaba que era una cama muy
caliente.
Los primeros seis meses Amelia fue muy feliz (los más
dichosos de su vida) , aunque a menudo tenían hambre y
carecían de dinero Una vez pudieron comprar un borrego y
se lo comieron todo. Sin embargo, Joey volvió al vicio:
comenzó a embriagarse y a fumar mariguana de nuevo
Como de costumbre, se volvía violento cuando estaba bajo
su influencia. Alternativamente golpeaba a Amelia o se
sumía en un silencio total durante varios días. Cuando se
emborrachaba, enloquecía de celos y la acusaba de andar
con otros hombres. "Vete a la casa. Voy a pegarte; eres una
puta." No dejó de pegarle, aun cuando su estado de
embarazo era avanzado.

329
Vivían en una casa alquilada cerca de Scotsdale
cuando Amelia comenzó a sentir los dolores del parto
Acudió sola con una partera mexicana de Phoenix, donde
nació su hijo, Joey junior. Al principio estaba contrahecho
"como si hubíera salido de un huevo", parecía ciego y
estaba casi moribundo No había comida en la casa, por lo
que Amelia dudaba que pudiera sobrevivir. Joey por fin
consiguió trabajo y pudieron comer. Una de las primas de
Amelia, de apellido Muina, le recomendó que le untara acei-
te de comer al bebé, que lo envolviera como un tamal y lo
colocara en un horno tibio en la mañana y en la noche;
Amelia creía que ese tratamiento le salvó la vida. La casera
mexicana se compadeció de Amelia y le dijo: "Yo bautizaré
a tu hijo. No tendrás que andar por las calles buscando a
alguien que lo haga." El esposo de la casera fue el padrino,
al estilo mexicano El niño continuó teniendo muchas graves
enfermedades, y los curanderos y los médicos le dijeron que
se debía a la mala nutrición que había tenido Amelia en su
embarazo y a la mala alimentación que había recibido el
niño cuando nació. Partieron a Tucson para que Amelia
pudiera llevar a su hijo a una clínica infantil de beneficencia.
Una vez que Joey junior estuvo enfermo en Pascua, un
fariseo llegó a ver cómo seguía. Era el padrastro de la
chapayeka de la que Amelia, en su juventud, había
prometido ser su madrina chapayeka durante tres años.
Creyeron que en ese momento el niño estaba agonizando.
El fariseo a menudo estaba borracho, pero ese día se
encontraba sobrio Permaneció mucho tiempo mirando al
niño. Finalmente dijo: "Se curará. Haré una manda en su
nombre. Vivirá para poder bailar como fariseo."

330
A principios de su matrimonio Amelia descubrió que
Joey tenía algo de brujo Ella pensaba que podría haber sido
un brujo poderoso si no hubiera estado siempre borracho o
mariguano Después de que le confesó a Amelia sus
poderes, gozaba asustándola al contarle las cosas que
podía hacer y las que había hecho Gran parte del éxito
amoroso que tenía con Amelia, y con otras mujeres, él lo
atribuía a los amuletos de amor que poseía. Tenía un chone
(un cuero cabelludo o una muñeca a la que se le agrega
cuero cabelludo, que tiene poderes sobrenaturales), que le
había regalado un viejo en su lecho de muerte, y quien le
dijo: "Joey, llévate esto, te protegerá." Era pequeño (sólo
medía dos o tres pulgadas de altura) , pero como todos los
chones podía crecer hasta un pie de alto o más. Se debe
cuidar a los chones; cobran vida en la noche para que los
peinen. Joey le contó a Amelia que los pímas que vivían
cerca de Zacatón tenían muchos chones hechos con cueros
cabelludos de apaches; debían ser muy antiguos porque,
¿en dónde podrían conseguirse ahora cueros cabelludos de
apaches? Muchos chones pimas andaban vagando sueltos,
porque los ancianos que sabían cómo mandarlos y
controlarlos habían muerto y los más jóvenes los habían
tirado, porque los chones son peligrosos sí no se tiene ese
conocimiento. Finalmente, Joey también tiró el suyo.
En 1949, Joey y Amelia fueron a la hacienda cercana a
Eloy, en donde vivían Antonia y Perfecto, y les contaron que
en California se conseguían empleos mejor pagados. Joey
le pidió a Perfecto que lo acompañara a él y a Marcelo
Muina (uno de los muchos primos de Amelia) y le dijo que
viajarían en el auto de éste. Perfecto renunció a su trabajo, y
los hombres

331
llevaron a Antonia y a Amelia a Pascua y las dejaron con
Loreta Muina. Uno o dos meses después, Joey Chato envió
dinero para que Amelia y Joey junior se unieran al grupo en
California. Antonia no quiso que Amelia partiera sola e hizo
que la acompañara Martina.
En California todos consiguieron empleos bien pagados
recolectando jitomates, ciruelas, duraznos y nueces.
Cuando se terminó el trabajo, partieron a Merced, cerca de
Fresno, donde los esperaba la esposa de Marcelo Muina. El
auto de Marcelo se descompuso en Los Baños, y mientras
esperaban que lo compusieran, Joey Chato encontró una
cantina y ya no quiso salir de allí. Marcelo decidió
abandonar el auto descompuesto y a Joey Chato en la
cantina y los demás se marcharon en autobús a Merced, a
donde llegaron después de la medianoche. Los dos días
siguientes Marcelo se emborrachó en una cantina de
Merced; cuando por fin llegó a la casa, ya no traía dinero,
por lo que todos se pusieron de nuevo a trabajar recogiendo
fruta. Al final de la semana, Marcelo regresó a Los Baños a
recoger su auto y a Joey Chato.
El auto aún estaba allí, pero ya no podía arreglarse y
tuvo que abandonarlo. Sin embargo, Joey Chato había
desaparecido Marcelo buscó a Joey durante varios días y
posteriormente lo buscó cada fin de semana durante varias
semanas. Fue a los lugares en que pensaba que podría
estar, incluso viajó a San Francisco donde Joey tenía
amigos. Amelia le preguntaba a todo mundo por él. La
esposa de Marcelo, que era la única alegre de la familia, le
dijo a Amelia que Joey sencillamente había huido con otra
mujer. La única explicación posible era que Joey se había

332
ahogado en una de las grandes inundaciones que hubo en
esos días. Amelia olvidó los malos ratos que pasó cuando le
pegaba y sólo recordaba lo agradable que había sido
Lloraba constantemente, y aún años después, cuando
alguien mencionaba California, ella se sentía enferma.
Martina le dio dinero a Amelia para que regresara a Arizona
con Antonia.
En Pascua se había producido un problema grave.
Loreta Muina había abandonado a Néstor y también a sus
hijos. En el relato que ella hizo de su matrimonio y de su
repentina terminación, subrayó las penalidades que padeció;
pero su madre y sus hermanas se mostraron más
intransigentes e hicieron énfasis en que abandonó a sus
hijos pequeños. Al principio estaba enamorada de Néstor,
pero después dijo que Perfecto la había impulsado a
casarse siendo muy joven, por su trato duro y por haber
intentado arreglarle un matrimonio. Néstor le brindó un buen
apoyo económico durante algún tiempo Año y medio des-
pués de que se casaron, compró un terreno y una casa en
Pascua, lo que le permitió a Loreta tener su propio hogar y
manejarlo a su manera cuando tenía 17 años.
En la época en que tuvo sus tres primeros hijos, Loreta
fue feliz. Loreta Valencia, que la había criado, era una
buena partera y la ayudó en esos partos. La joven Loreta dio
a luz acuclillada en el vano de una puerta y agarrándose de
una soga suspendida del techo, para evitar que tuviera
contacto con alguna cosa fría o metálica, lo que les habría
causado daño, y hasta la muerte, a la madre y al niño Loreta
insistió en que ella llevara a cabo estrictamente el
tratamiento de 40 días, y que evitara el contacto con el
metal (por ejemplo, no podía usar agujas de coser) y con el
frío (no debía andar descalza) , además de las restriccio-

333
nes en la comida y en sus actividades. Sus siguientes tres
hijos nacieron con la ayuda del equipo de parteras formado
por la madre y la hija: Juana Valencia y Manuela Paredes.
Ellas preferían que se empleara una posición inclinada en el
alumbramiento, que Loreta consideraba menos adecuada.
A los seis hijos de Loreta los bautizaron decentemente;
a algunos los bautizaron parientes de apellido Valencia.
Loreta Valencia los "llamó" o los reclamó para la Iglesia
Bautista Mexicana de Pascua, a la que asistieron con
regularidad, vestidos con su mejor ropa, durante varios
años. Afirmaron que gracias a la Iglesia Bautista estos seis
niños habían resultado buenos. Por esta influencia
protestante (ninguno después siguió siendo protestante)
ninguno participó en ritos yaquis ni católicos (como recibir
rosarios o la confirmación) y en los años posteriores tuvieron
problemas con la Iglesia Católica cuando quisieron casarse
en ésta.
El cariño de Loreta por Néstor comenzó a enfriarse en
la época en que nacieron sus tres últimos hijos. Él había
comenzado a emborracharse mucho cuando era
adolescente, pero esto no impedía que tuviera empleo ni
que aportara dinero para el sostenimiento de su familia.
Gradualmente se emborrachaba más y más y por fin se
negó a darle el cheque de su salario a Loreta. Ella tuvo que
trabajar en una lavandería en 1943, poco antes de que
naciera su sexto hijo No había otra mujer adulta en la familia
y dejaba a sus hijos menores al cuidado de su hija mayor,
Gabriela (que sólo tenía ocho años cuando Loreta comenzó
a trabajar) . La pequeña Gabriela hacía todo lo que podía,
pero asistía a la escuela y no podía cuidar bien a sus
hermanos. A los niños los

334
cuidaban muy poco, excepto cuando asistían a la escuela
dominical en la Iglesia Bautista. Loreta sentía una profunda
amargura, porque Néstor ya no le daba dinero y por la
pobreza constante que había en su familia. En los últimos
cinco o seis años de su matrimonio pocas veces durmieron
juntos, y Néstor con frecuencia se ausentaba de la casa. El
placer que le habían ofrecido sus hijos se convertía cada
vez más en molestia debido a su comportamiento revoltoso
Continuamente se sentía cansada y creía que ya nunca le
sucedería algo agradable. Su depresión aumentó cuando
Gabriela, que tenía 13 años, huyó con un hombre. A Loreta
le entristecía pensar que su hija, que había sido tan
estudiosa en la escuela, pronto se vería llena de niños y
tendría que trabajar duro sin haberse divertido nunca.
Loreta afirmó que ya no podía resistir más. Si hubiera
habido otra mujer en la familia para ayudarla a cuidar a los
niños y al quehacer, habría continuado allí. Un día
sencillamente no regresó a su hogar después de su trabajo;
se marchó a la casa de una compañera de trabajo de la
lavandería que era su amiga. No se supo si ella pensaba
que este paso era temporal o permanente. Los días
siguientes se sintió aliviada, libre y tranquila. No era claro si
Loreta pensaba regresar o no. Pero la noticia de que Néstor
se había marchado con la mujer con quien había estado
saliendo por algún tiempo, la hizo tomar una determinación.
Regresó a la familia que antes había presidido Loreta
Valencia, para comenzar una nueva vida. Loreta Valencia y
Chico Mazo-bue-oo habían muerto en 1937, y le heredaron
la casa al hijo de Loreta Valencia, y su esposa, Mariana
Vacamea, estaba entonces al frente de la familia. Era triste,
tími-

335
da, apegada a su casa, como Antonia, y era sobrina de ésta
y era la hija menor de Camilda y de su último amante,
Claudio Vacamea.
Antonia se encargó de los hijos de Loreta. No tenía
dinero Por ello debió trabajar pizcando algodón. Partía
diariamente en los camiones que salían de Pascua, y los
niños se quedaban solos todo el día y hacían lo que
querían. Le escribió a Perfecto, pidiéndole que enviara a
Martina a la casa para que la ayudara, porque Amelia, que
estaba atontada y embarazada, no podía ayudarla. Martina
llegó para encargarse de los niños y cuidar a Amelia, y
también pronto regresó Perfecto A pesar de que él consiguió
un buen trabajo sindicalizado, Antonia no pudo dedicarse a
su actividad favorita: ser ama de casa, porque tenían que
mantener a muchas personas. Cambió su empleo en el
campo, que tanto odiaba, por un trabajo menos lucrativo
pero más aceptable: hacer la limpieza y lavar ropa en las
casas de las mexicanas.
Antonia y Perfecto decidieron quedarse en la casa de
Néstor y vender su casa más pequeña que estaba a dos
cuadras de distancia. Ramona y Chico se fueron a vivir con
ellos, así que entonces la familia tuvo 13 miembros. Los
cinco hijos de Loreta y los hijos de Ramona dijeron que
Antonia los había criado y no sus madres. Antonia logró
establecer un vínculo emocional básico con sus nietos, lo
que no había conseguido con sus hijos.
Cuatro meses después de que Amelia regresó de
California, Perfecto habló con uno de los amigos borrachos
mexicanos de Joey Chato, quien le preguntó: "¿Por qué dice
que Joey está perdido, si acabo de verlo retratado en un
periódico de Fresno?" A Joey lo habían arrestado y
encarcelado seis meses, en cas-

336
tigo por poseer y vender mariguana. Cuando lo liberaron,
viajó a Tucson y caminó varias horas alrededor de la ciudad
antes de acumular valor suficiente para presentarse ante
Amelia. Ella se sintió horrorizada por su aspecto flaco y
demacrado Él le dijo que estaba muy enfermo, y lo atribuyó
a los efectos del encarcelamiento y del clima de California;
pero ni los médicos ni los curanderos pudieron ayudarlo.
Amelia lo llevó con un médico "que le sacó mucha agua de
los pulmones". Después acudieron a ver a su vieja tía
Gregoria Valencia, quien le aseguró que estaba embrujado y
dijo que podía notarlo por el aspecto de sus ojos. Gregoria
inmediatamente se marchó a Nogales a traer a un famoso
curandero que se especializaba en enfermedades
producidas por la brujería. Afirmó que Joey estaba casi
agonizando Puso sus manos sobre la cabeza de Joey, luego
rezó, y bañó todo el cuerpo de Joey con agua de colonia
que traía en una botella en forma de cajita, porque los brujos
no podían soportar los olores fuertes. Partió después de
darle a Joey la botella de agua de colonia para que la usara
diariamente y una medalla de aluminio con una estrella
grabada, para darle buena suerte. Cuando el curandero
regresó cinco días después, Joey ya se sentía muy
mejorado Había comido normalmente por primera vez en
varios meses. Cuando estaba enfermo, la comida le sabía a
pasto y apenas podía comer. Esa vez el curandero les dijo
que sabía por qué estaba enfermo Joey: una mujer había
enterrado su retrato en el cementerio de Nogales.
Llegaron a la conclusión de que esa mujer era
Filomena Osuna. Era medio tarasca, medio mexicana y
aproximadamente tenía la misma edad que Amelia. Se
afirmaba que tenía tatuajes en los brazos, en las

337
piernas, en los pechos y en el abdomen. Amelia la conoció
poco después del nacimiento de Joey junior; Filomena la
detuvo en la calle y le ofreció curar a Joey Chato de sus
borracheras y del vicio de andar con mujeres, si le daba cien
pesos. En otra ocasión llegó a la casa de Amelia y le ofreció
curar a Joey si Amelia le daba las joyas que llevaba
puestas. Ella le respondió que Joey había pagado mucho
dinero por la cruz y su gruesa cadena, por el brazalete y por
el anillo, y que seguramente pronto los echaría de menos;
que prefería no tener un hombre si para ello debía emplear
la brujería. En un tercer encuentro, Filomena ofreció curar
gratuitamente a Joey.
Amelia tenía dos opiniones sobre la razón de Filomena
para ofrecer curar a Joey. Por una parte, Filomena
probablemente quería quedarse con él porque ella siempre
tenía relaciones con hombres (a veces eran gigolos que
traía de México) y empleaba su brujería y filtros de amor
para tenerlos sometidos. En años posteriores, Amelia la vio
embrujar a un hombre que la había abandonado; usaba
velas negras colocadas boca abajo, rezaba ante una imagen
de la Virgen que tenía un caimán en sus pies, gritaba
maldiciones y deseaba que le ocurrieran cosas horribles a
su antiguo amante. Por otra parte, Filomena se mantenía
vendiendo filtros de amor, uno de éstos era el baso-pejol,
una raíz que se vendía molida y que en la localidad se
conocía como la bruja del amor. Quizá Filomena sólo quería
conseguir una clienta. Amelia recordaba muy bien los
efectos de la curación que Filomena le hizo al esposo de
otra mujer. El hombre realmente dejó de andar con otras
mujeres, dejó de emborracharse y de fumar mariguana, pero
también era bien sabido que la mujer se convirtió en una bo-

338
rracha promiscua mientras estuvo bajo la influencia de
Filomena. Ésta no había podido quedarse con Joey, por lo
que probablemente lo había embrujado, empleando un
retrato de él que le robó a su amiga Gregoria, a quien
visitaba con regularidad.
Joey había mejorado cuando Amelia tuvo a su segundo
hijo, Alejandro, en el hospital Santa María. A diferencia de
su primer hijo, el segundo era gordo y saludable. Tan pronto
como Joey pudo trabajar de nuevo, se mudaron a una casa
alquilada. Por primera vez en su vida Joey se inscribió en un
sindicato y trabajó mezclando concreto Aunque todavía se
emborrachaba, fumaba mariguana y les pegaba a su esposa
y a sus hijos, Amelia ya no le tenía tanto miedo como antes
y durante varios años de su vida fue relativamente estable.
Antonia sólo sirvió de madrina cuando Luz Contreras le
pidió que le bautizara a tres hijos suyos, a finales de la
década de 1940 y a principios de la de 1950. Luz era una
antigua amiga cuyos padres tuvieron relaciones amistosas
con María Valencia Palos, Miguel Palos y con otros
miembros de la familia de Antonia. Los abuelos de Luz
habían sido Luis Contreras (quien había trabajado muchos
años junto con Miguel) y Nicolasa Waibel, que había tenido
una vida pintoresca y dramática. Después de que a Luis lo
asesinaron en una pelea en la mina Silver Bell, Nicolasa se
marchó con otro hombre a Sasco Miguel le prohibió a
Antonia que platicara con ella, porque trabajaba de sirvienta
en un lupanar. Los relatos variaban, pero algunas personas
dijeron que había matado al hombre con el que vivía. De
todas maneras, partió apresuradamente rumbo a Sonora,
donde vivió con otro hombre, al que asesinó. En el juicio

339
(fue uno de los más famosos juicios que se realizaron bajo
la ley yaqui) se decretó su muerte y la de su joven hijo; un
pelotón de soldados yaquis los fusiló en Vicam. Mickey
Contreras, su hijo mayor, vivió con la abuela de Antonia,
María Valencia Palos, desde que su padre falleció en la
mina Silver Bell hasta que también murió María.
Posteriormente el joven se casó con Ignacia Lolatcha, hija
de Juan Pistola. Ignacia murió cuando nació Luz y Mickey
se marchó a California. A Luz la crió en Pascua una tía
vieja, que arregló su casamiento con Victorio Valencia. Luz
era una de las pocas personas, fuera del círculo familiar,
con la que Antonia tenía relaciones amistosas, y hasta la
década de 1960, cuando Antonia ya no volvió a salir de su
hogar, sólo frecuentaba la casa de Luz. Cuando murió uno
de los hijos de Luz, Antonia participó en los ritos del funeral.
Años después, sus dos ahijados que sobrevivieron, se
pusieron de luto por Antonia el día de su cumpleaño.
Antonia ante la religión y los fenómenos sobrenaturales
era más bien indiferente. Creía en Dios, en los santos, en
las brujas, en los suawakás (seres de otro mundo), etcétera,
pero le desagradaban las ceremonias públicas yaquis. No
asistía a la misa ni a confesarse, nunca creía en la brujería y
aparentemente no tomaba en cuenta los augurios. Nunca
mencionó que hubiera habido ceremonias yaquis en La
Colorada. Igual que su abuelo Abelardo, en Hermosillo ella
no asistió a éstas. Sólo después que se marchó a vivir a
Arizona asistió a ceremonias yaquis públicas, primero
acompañando a su abuela, María, y después iba con la
familia Muina por influencia de su esposo y de su suegra.
Después de que ellos murieron, usó la corona en la
procesión de Pascua para

340
agradar a su cuñada, pero ya nunca partició en nin gún rito
religioso Sus hijas comentaron que ellas insistían en que
asistiera como espectadora, y de cuando en cuando las
complacía. Pero se sentía incómoda en la multitud. Les
decía que aquello era una tontería y regresaba a su casa.
Parecía que Perfecto era menos pasivo en su rechazo
de las ceremonias y la religión yaquis. Su verdadera actitud
es difícil de determinar, pues los parientes que le
sobrevivieron mantenían puntos de vista diferentes sobre su
posición. Ramona, la hija que adoraba, insistía en que él era
creyente, pero que, como Antonia, no participaba en la
religión. Martina, Antonia y algunas de las hijas de Antonia
(de apellido Muina) afirmaron que se había convertido a una
secta protestante, que se oponía activamente a la religión y
a las ceremonias yaquis y al catolicismo, y que consideraba
que éstas eran la causa del vicio de la embriaguez y de la
pobreza del pueblo yaqui. A Perfecto también le
desagradaban otros aspectos de la cultura yaqui, como lo
ilustra una anécdota que se repetía continuamente: un
hombre blanco detuvo a Perfecto para preguntarle la
dirección de la casa del "jefe" yaqui. Perfecto le contestó:
"No tengo jefe. Aquí mando yo".
Varios miembros del grupo familiar de apellido
Wahuechia, parientes de Perfecto, fueron los primeros en
convertirse al protestantismo La Iglesia Bautista Mexicana
de Pascua atrajo a Manuela Paredes (hija de Juana
Valencia) y a Loreta Valencia, entre otros muchos. En
distinto grado ellos influyeron sobre otros miembros de la
familia: por ejemplo, Loreta Valencia "pidió" que los hijos de
Loreta y Néstor asistieran a la iglesia regularmente. Cuando

341
el grupo eclesiástico de la Asamblea de Dios ocupó el
edificio que antes tenía la Iglesia Bautista Mexicana,
también atrajo a una gran parte de la congregación, y la
mayoría eran miembros de la familia Wahuechia. A pesar de
que Ramona afirmaba que su padre había continuado
siendo un católico yaqui, otros datos confirmaban su
conversión y su participación activa en la Iglesia de la
Asamblea de Dios. Martina también perteneció a ésta, pero
a Antonia no le interesaba esta religión y tampoco el
catolicismo institucionalizado.
Una mañana de 1950, dos meses después del na-
cimiento del tercer hijo de Ramona, ocurrió un drama en la
familia. Chico Flores se ahorcó en el patio trasero durante la
noche, aparentemente debido a la depresión nerviosa que
padeció después de un ataque muy fuerte de asma.
Perfecto lo descubrió cuando fue a la letrina en la
madrugada. Primero despertó a Antonia, quien tuvo que
avisarle a Ramona y a sus dos hijos mayores que Chico se
había suicidado El hijo mayor se sintió muy perturbado;
Chico había sido un padre muy afectuoso, jugaba con el
muchacho durante horas, le enseñaba los pasos de los
matachines y llevaba el ritmo con unas cucharas. Ramona
continuó viviendo con la familia diez años, pero la
responsabilidad de los tres niños recayó en Antonia y
Perfecto.
Cuando era niña Martina vivió poco tiempo con Antonia
y Perfecto, y sólo hasta que regresó de California para
ayudar a Antonia con los hijos de Lo-reta se quedó
permanentemente con la familia. En esa época era muy
independiente, había cursado hasta el octavo grado en la
escuela, trabajaba para mantenerse y le gustaba divertirse.
Su independen-

342
cia se reflejaba en el viaje que hizo sola a Hermosillo, para
visitar a la madre de Antonia, Cecilia Hurtado.
Martina descubrió que su abuela era fascinante y que
tenía una personalidad fuerte, positiva y alegre. Desde que
Martina había vivido con Loreta Valencia, nunca había
estado con una yaqui que supiera tanto y que quisiera
compartir sus conocimientos. Le contó relatos de las guerras
yaquis, los chismes y la historia de la familia, y las creencias
yaquis; estas narraciones surgían como un torrente
interminable de labios de la vivaz Cecilia, que entonces
tenía 75 años. A Martina le maravillaba su fuerza y agilidad
cuando graciosamente cargaba latas de agua de cinco
galones en su cabeza desde el río hasta su casa, a lo largo
de los caminos empinados del cerro de la Campana en el
barrio La Matanza. Además, caminaba varias millas para
recoger y entregar la ropa lavada, porque Cecilia, como
Chepa Moreno, se mantenía lavando ropa ajena. Hermosillo
tenía otros encantos para una joven yaqui, delgada y
atractiva, que venía de Tucson, y Martina gozó de la
compañía de la hija de Cecilia (que nació de su última unión
libre con un mexicano) y de la de los hijos de ella. Martina,
por deber, visitaba a Chepa Moreno que vivía colina abajo
de la casa de Cecilia, pero le pareció que era silenciosa y
más bien aburrida.
Durante algunos años Martina tuvo conflictos con su
padre. Él desaprobaba que ella asistiera con frecuencia a
los bailes. Además, no le pedía permiso para salir de la
casa, se emborrachaba y salía a pasear con un grupo de
primas hermanas Wahuechia Valencia, quienes no
respetaban los convencionalís-

343
mos ni a sus padres, igual que Martina. A Antonia no la
tomaba en cuenta, pero Perfecto la regañaba
constantemente, le prohibía todos los placeres que a ella le
gustaban, y la golpeaba continuamente por su constante
desobediencia. La situación empeoró a su regreso de
Hermosillo, porque comenzó a salir con un mexicano adicto
a la heroína, a quien conoció en una cita a ciegas planeada
por una de sus primas Wahuechia. Juan (Johnny) Quintana,
nació en Pascua y era hijo del viejo Carlos Quintana, que
crió a Joey Chato; era uno de los primeros dos hombres que
usaron heroína en Pascua, y adquirió este vicio después de
regresar de la guerra de 1946. Conseguían la heroína en
Nogales. Cuando Martina comenzó a fumar mariguana, sus
padres y hermanos pensaron que se había vuelto una
viciosa sin remedio, y Loreta Muina rogaba por su alma
diariamente. Se consideraba que Martina era la muchacha
que mejor bailaba en Pascua, y los cuatro años que anduvo
con Johnny fue muy feliz, excepto por los problemas que
tenía en su casa, porque ellos frecuentaban por lo menos
dos veces por semana los salones de baile y asistían a
muchas fiestas. En esa época a Martina no le disgustaba
que Johnny fuera adicto a la heroína; se reía cuando
Perfecto lo llamaba viciado Martina afirmaba que ella
realmente no se había portado mal durante esos años, y
que no le reconocían que no hubiera hecho muchas cosas
malas que podría haber realizado, como volverse cantinera
promiscua.
Martina y Johnny se casaron por la Iglesia Católica en
1954, después de que ella dejó de fumar mariguana y le
pidió a Johnny que ya no se inyectara heroína. Quizá
durante un año, continuaron asis-

344
tiendo a una serie de fiestas alegres y bailes, aun después
de que Martina evidentemente había quedado embarazada.
Cuando nació su hijo, Erasmus, era evidente que Johnny no
se esforzaba por abandonar la heroína. Después de algunos
pleitos por su vicio, Martina lo abandonó, desmanteló su
casa rentada mientras Johnny estaba trabajando, y regresó
con todas sus pertenencias con Antonia. Johnny fue a
recogerla tan pronto como descubrió que su casa estaba
vacía. Pero ella se negó a regresar, y le dijo: "Es mejor que
tú sigas tu camino y yo el mío" Johnny se quedó en la casa
de su hermana hasta que recibió su salario, y se lo llevó a
Martina. Ella rechazó el dinero y le dijo: "úsalo en tus vicios."
Ese mismo día regresó en la noche y le prometió dejar la
heroína, apartarse de sus amigos drogadictos y ser bueno
con Martina y Erasmus.
Johnny cumplió su palabra y no volvió a inyectarse. Los
síntomas agudos por falta de droga le duraron casi un año, y
otros síntomas menores le duraron más tiempo Durante las
horas de trabajo (seguía trabajando a diario) tenía pocos
problemas, pero en las noches padecía grandes torturas.
Ninguno de los dos podía dormir. Martina le había prometido
darle todo su apoyo para que él realizara este esfuerzo. Se
ponía a caminar junto con Johnny, rezaba, le preparaba una
infusión de hojas de naranjo para que se calmara. Cuando
él lloraba como un bebé pidiendo que lo inyectara, le daba
grandes cantidades de jarabe para la tos, porque contenía
codeína. Johnny tuvo que sufrir mucho para dejar el vicio.
Cuando se iniciaron los programas a base de metadone
hace veinte años para ayudar al número cada vez mayor de
adictos a la heroína que había en Pas-

345
cua, Johnny y Martina afirmaron que esa curación sólo
significaba sustituir un vicio por otro, y que el único camino
para dejar el vicio era el sufrimiento.
En esa época Perfecto le ofreció un vigoroso apoyo a
Martina. Sus pleitos de muchos años desaparecieron
cuando él seriamente habló con ella sobre cómo ayudar a
Johnny a desterrar su vicio y a vivir bien. Por su influencia,
ella buscó al ministro de la Iglesia de la Asamblea de Dios y
juntos rezaron fervientemente por la recuperación de
Johnny. Pronto ella se unió a esa Iglesia, y Perfecto la
acompañaba... Cuando hice las entrevistas para las
biografías, Martina dijo que Perfecto era el único yaqui a
quien ella respetaba; era bueno, trabajador, no tenía vicios,
y cuidaba a su familia. Afirmaba que anteriormente había
tenido razón en castigarla, porque ella había sido
desobediente y su conducta no le agradaba a Dios. Cuando
Johnny superó la adicción, y con el apoyo decidido de las
familias de Johnny y de Martina, la pareja vivió varios años
de felicidad.
El hijo favorito de Antonia, en los años posteriores, sin
duda fue Nicolás. Aunque no fueron muy unidos cuando él
era niño, y la abandonó cuando era muy joven, al volverse
adulto llegó a depender de la ayuda de Antonia. Podía viajar
más que sus hermanas, por ello visitaba a Antonia con
frecuencia. Sus hermanas repetían constantemente: "Cómo
defendía ella a Nicolás." El curso de su vida fue muy variado
Por ser hombre, tuvo más acceso a la cultura yaqui cuando
era niño por medio de sus tíos Muina y de su abuelo, que
estaban bien informados de los asuntos históricos, militares
e institucionales. Lo que pudo aprender fue muy superficial y
él afirmaba que no tenía grandes conocimientos. Comen-

346
zó a emborracharse y a fumar mariguana cuando era
adolescente, aunque estos vicios no le causaron
enfermedades hasta muchos años después. En una ocasión
fumó opio con un tendero chino de Pascua. Su deber como
soldado en la segunda Guerra Mundial lo llevó a Alemania;
desde allá le envió a Antonia fotografías de la joven
alemana con la que vivía y de su hijo.
A su regreso a Pascua, Nicolás comenzó a vivir con
Olivia Mendoza, una papago de San Javier; su hija se llamó
Silvia. Se involucró profundamente en el negocio de la
mariguana, lo que hizo que en 1950 lo arrestaran por
venderla, y lo sentenciaron a dos años de cárcel en la
Penitenciaría Federal de Leavenworth. Regresó a vivir con
la joven papago, pero poco después se separaron; Silvia se
marchó con su abuela papago después de que Olivia partió
para Phoenix en compañía de un negro Antonia quería
mucho a su nieta, que la visitaba con todo respeto hasta que
fue grande.
Durante varios años, Nicolás trabajó en empleos no
especializados en las granjas durante breves temporadas.
Otras veces vivía de la beneficencia pública, a veces se
emborrachaba mucho con otros yaquis, y tuvo amoríos poco
constantes principalmente en sus borracheras que duraban
varios días. Gran parte del tiempo vivía con Antonia y
Perfecto, pero también viajaba mucho. Su relación
afectuosa positiva con Antonia surgió en estos años de
adulto, cuando ella le servía de refugio.
En 1954 se unió libremente con Chepa Moreno (no es
la misma cuya biografía aparece en este libro) y esta unión
duró, aunque había pleitos frecuentes y él regresaba con
Antonia. La vida de Che-

347
pa Moreno, antes de unirse con Nicolás, era compleja. Se
crió en Hermosillo, donde nació en 1918, pero abandonó a
su madre para irse sola a Arizona cuando era joven. Era
alegre, graciosa, y se dedicaba a divertirse; posteriormente
en 1938 se casó con Jesús Soto por la Iglesia. Murieron sus
dos hijos pequeños. Después Jesús se enfermó y también
falleció; algunas personas dijeron que había sido por culpa
de una brujería. Después Chepa se casó con José Frías por
lo civil. Él también había sido casado antes, pero a su
esposa la había asesinado un mexicano con quien se
acostaba periódicamente y a quien ella y José le habían
robado una fuerte suma de dinero José y Chepa tuvieron
dos hijos antes de que a él lo enviaran a la cárcel por
atropellar a una niña cuando estaba borracho.
Chepa había estado saliendo con otros hombres,
incluso con Nicolás, después de que se casó con José hacia
1943. Mientras José estaba en la prisión ella tuvo dos hijos
con otro hombre. Le quitaron legalmente la custodia de
todos sus hijos pequeños y los adoptaron otras familias.
Después Chepa se unió libremente con Marcelo Moreno,
que era de Sonora. Esto terminó cuando se presentó de
visita una tía de Hermosillo, y descubrió con horror que
Chepa y Marcelo eran primos hermanos: "¿Por qué vives
con tu primo? ¿No lo sabías? Dios tenga piedad de ti." Este
acontecimiento a menudo lo contaban las informantes para
ilustrar la importancia de enseñarles a los niños quiénes
eran sus parientes y evitar que ocurriera un incesto
involuntario.
A Chepa y a su quinto hijo los deportaron a México
hacia 1949, porque ella no tenía papeles legales de
migración. Los siguientes cuatro años, desde Her-

348
mosillo llegaban a Tucson las noticias de su conducta
promiscua. Dejó a su hija con su madre (que entonces vivía
con el padre de Joey Chato), y se marchó a Nogales.
Nicolás supo que estaba allí; fue por ella, y en 1954 arregló
los papeles para que pudiera entrar legalmente a los
Estados Unidos. Antonia y las hermanas de Nicolás
consideraban que Chepa era esencialmente buena. Su
antigua promiscuidad la atribuían al hecho de que era una
mujer que debía estar siempre con un hombre. Cumplía con
sus obligaciones rituales y de parentesco, trabajaba mucho,
y aunque no crió a ninguno de sus cinco hijos,
posteriormente educó a cinco nietos. Siempre se portó
decente y respetuosamente con Antonia y con las hermanas
de Nicolás, y aunque ella y Nicolás se peleaban a menudo
con violencia, fue una buena compañera y dejó de andar
con otros hombres.
Nicolás comenzó a emborracharse más y a trabajar
menos. Finalmente la beneficencia pública se volvió su
fuente regular de ingresos. En sus borracheras prolongadas
se iba con otras mujeres; Antonia y otras personas creían
que una de ellas había tratado de conquistarlo por medio de
la brujería, lo que provocó su prolongada enfermedad.
Cuando Loreta Muina, que había estado viviendo cerca
de Chandler varios años, regresó a Pascua en 1959, volvió
a tener relaciones amistosas y frecuentes con Antonia.
Después de abandonar a su esposo y a sus hijos en 1949,
se marchó con Pedro Vacamea, el medio hermano menor
de Mariana Vacamea, a quien había conocido en la antigua
familia de Loreta Valencia. El padre de Mariana, Claudio
Vacamea, se había unido a otra mujer después de la muerte
de Camilda y había procreado tres hijos más.

349
Pedro se había casado anteriormente por la Iglesia,
pero había abandonado a su esposa y a sus hijos y vivía
solo, pero comía con Mariana cuando Loreta se unió a la
familia. Después de que comenzaron a vivir juntos, se
mudaron a la antigua casa de Claudio que estaba frente a la
de Mariana, hasta que Pedro decidió que podía conseguir
un empleo mejor cerca de Coolidge. En los siguientes años,
su residencia principal fue la hacienda Green Acre, donde
nacieron cuatro de sus seis hijos. Igual que Néstor, Pedro se
emborrachaba mucho, pero le entregaba a Loreta su salario,
y era agradable vivir con él. Durante una temporada ella fue
más feliz que nunca; pero a él le fascinaban las mujeres, y
hacía 1953 o 1954 abandonó a Loreta y a sus hijos para irse
a vivir en las cantinas de Phoenix, donde encontró a Felipa
Muina, tía de Loreta, que se había vuelto cantinera.
Una mujer llamada Catalina, que vivía en Green Acres,
deseaba que Loreta abandonara a Pedro y se fuera a vivir
con su hijo Juan. Con el pretexto de cuidarle a los niños
mientras Loreta trabajaba en el campo, ella hablaba
constantemente mal de Pedro e hizo arreglos para que Juan
hablara con Loreta. Sin embargo, Loreta trató de ignorar a
Juan e hizo muchos esfuerzos por alejar a Pedro de Felipa,
y hasta fue a Phoenix por él. Después de un periodo
dramático, Pedro regresó; pero volvió a marcharse a
Phoenix a buscar a Felipa después de que nació su cuarto
hijo.
Pedro regresó de nuevo para llevarse a Loreta y a los
niños a la casa de Felipa, porque deseaba trabajar en
Phoenix. Felipa se sentía muy avergonzada de verse
envuelta en amoríos con el amante de su

350
sobrina, y evitaba ver a Loreta tanto como le era posible,
permaneciendo en las cantinas. Loreta dijo: "Pedro, no me
gusta vivir con Felipa. Creo que lo que la gente dice de ti y
de Felípa es cierto" Le contestó que estaba loca, pero pocos
días después le dijo que se irían a Chandler. En esa ocasión
Pedro tardó un mes en regresar con Felipa, y para pagar el
viaje usó el dinero que Loreta le había dado para comprarle
leche al recién nacido. De nuevo Loreta fue a Phoenix y le
dijo a la otra mujer: "Mira, Felipa, si quieres a Pedro,
quédate con él. Terminemos con esto." Ella le contestó
tranquilamente: "No, Lo-reta, yo no ando con hombres
conocidos." Pedro se decidió por Loreta y nunca más se fue
con Felipa.
Las relaciones de Loreta con Catalina y con otra yaqui
en Green Acres empeoraron cada vez más, porque Catalina
continuó su campaña para hacer que Loreta dejara a Pedro
y se fuera a vivir con su hijo, Juan. No sólo hablaba mal de
Pedro a los demás, síno que hablaba mal de él en su
presencia, como si él no estuviera presente, por lo que
Pedro decía: "Se porta como si fuera tu madre."
Comenzaron los problemas cuando una amiga de
Catalina, Magdalena Valencia, llegó a Pascua de visita.
Supo que estaba en el pueblo un famoso curandero del río
Yaqui; acudió a verlo y le preguntó cómo podía alejar de la
hacienda Green Acres a los que ella no quería. El curandero
estaba curando al tío de Loreta Sánchez (ésta era la anterior
esposa del hermano de Antonia), y a ella le informaron de
esta peligrosa petición. Loreta le avisó a Antonia, porque
sabía que dos de sus hijos trabajaban en Green Acres
(Nicolás y Chepa Moreno también estaban allí). Poco
después Loreta Muina llegó a Pas-

351
cua de visita, y Antonia le pidió que no regresara allá. Loreta
consideró que esto era una tontería, por lo que regresó con
Pedro A los pocos días comenzó a sentirse triste, y en la
noche escuchaba a tres chichihuales (murmullos que
significan que alguien pensaba en uno). Éstos podían ser
buenos o malos, y por ejemplo podían significar que alguien
que agonizaba pensaba en uno En este caso eran malos.
Loreta no sólo los escuchaba, sino que los sentía cuando la
golpeaban en la cara. Le comenzó a doler el cuerpo, y no
podía soportar quedarse encerrada en su casa. Por ello
salía a caminar incansablemente, empujando en el carrito a
su hijo más pequeño Sus dolores aumentaban mucho
cuando se acercaba a la casa de Magdalena. Parecía que
las llamas le abrasaban el cuerpo, lo que hacía que se
desmayara; luego recobraba las fuerzas y se alejaba de allí.
También se enfermaron otras personas. Una mexicana que
experimentaba síntomas similares cuando se acercaba a la
casa de Magdalena, perdió a un hijo cuando lo atrapó la
recolectora mecánica de algodón que manejaba su propio
padre. Cuando empeoró la salud de Loreta, Pedro la llevó al
hospital Coolidge, donde le dijeron que no tenía nada. En
diversas ocasiones en que Loreta ya casi no podía respirar,
la llevó desesperado con otros médicos, pero el diagnóstico
fue el mismo. En ese momento Loreta decía que estaba
físicamente enferma, pero después que los médicos le
dijeron que estaba loca, se convenció de que era brujería,
porque los médicos no sabían nada de ese tipo de
enfermedades.
Todas las noches soñaba que estaba muerta dentro de
un féretro en la iglesia yaquí de San Ignacio en Pascua, y
muchas personas acudían a verla. Un

352
día una víbora le enseñó la lengua en su casa, pero cuando
ella parpadeó, el animal ya había desaparecido Una de sus
hijas también vio a la víbora y ella también se enfermó.
Desesperado, Pedro llevó a Lo-reta y a sus cuatro hijos con
Mariana en Pascua, dejó su auto allí con Loreta y regresó
en autobús a su trabajo La inquietud de Loreta continuaba, y
pasaba un día con Amelia, se marchaba luego con Antonia,
regresaba a la casa de Mariana y así actuaba siempre. No
podía dormir. Amelia recordaba que cuando Loreta estuvo
con ella, se despertaba varias veces en la noche y le
preguntaba: "¿No oyes ruidos?" Amelia sin miramientos le
contestaba que éra el gato o una rata, y volvía a dormirse.
Una noche en casa de Antonia, un espíritu maligno se sentó
en la terraza de la entrada, pero no se metió en la casa.
Antonia y Mariana decidieron que Loreta debía acudir a
consultar a una curandera papago en San Javier; era la
señora Mendoza, la madre de Olivia y abuela de Silvia. Al
hijo mayor de Viviana le encargaron que la llevara, porque
ella se negaba a conducir el auto, y como Loreta, por ser
una buena mujer, consideraba que no podía ir sola con un
hombre, Amelia los acompañó. La señora Mendoza curaba
rezando plegarias en español; no recetaba medicamentos ni
le tocó el cuerpo a Loreta. Al día siguiente Loreta se sentía
peor, y Nacho Valencia y Amelia la llevaron a ver a la
anciana madre de la señora Mendoza, que cantaba en
papago mientras agitaba un cascabel. Igual que su hija, ella
no recetaba medicinas. Le dijo a Loreta que algo grave le
sucedería esa noche; pero que si Loreta sobrevivía, al día
siguiente ella la llevaría a consultar a un curandero más
poderoso Loreta creía que estaba a pun-

353
to de morirse, y como le habían predicho, empeoró mucho.
Mariana le dio a beber agua bendita.
A la mañana siguiente Loreta le pidió al hijo de Mariana
que la llevara en auto a Green Acres. En el camino, a las
11:45 a.m., tuvo una visión igual a la de sus sueños acerca
de la iglesia de San Ignacio, pero esa vez estaba despierta.
Al principio Pedro se negó a abandonar su trabajo, pero ella
desesperadamente le dijo que se estaba muriendo y que él
debía cuidar a los niños. Cuando regresó a la casa de
Mariana, sufrió otro ataque a medianoche, y sentía como "si
su corazón se le saliera del cuerpo poco a poco". Pedro se
vistió y la llevó con la curandera Mendoza más anciana;
pero se había emborrachado con la cerveza que había
comprado con el dinero que Loreta le pagó el día anterior.
Lloraba y le decía: "Pobrecita, estás muy mala." La señora
Mendoza los acompañó a la casa del viejo curandero
papago, pero éste se negó a abrir la puerta, porque oía los
gritos de borracha que daba la señora Mendoza. Ya no
insistieron; dejaron a la señora Mendoza en su casa y
fueron directamente con el curandero yaqui de barrio Libre,
don Román Sánchez. En ese momento eran casi las 3:00
a.m. Loreta creía que él ya sabía que irían a verlo, porque
estaba vestido, las luces estaban encendidas, y parecía
estarlos esperando Les preguntó qué querían, aunque "él ya
lo sabía". Ella le respondió: "Estoy muy enferma." "¿Qué
sientes?" "Veo cosas. Escucho ruidos. Siento que me
ahogo. Mi corazón está abandonando mi cuerpo" Le contó
de los chichihuales, de las cosas que volaban por su cara,
de los animales y las mariposas que golpeaban contra las
puertas y las ventanas durante la noche, y de la víbora que
se le

354
apareció en Green Acres. "Sé que no estoy loca, pero nadie
más lo cree."
En silencio don Román fue al cuarto donde guardaba
sus santos, para preparar una medicina con agua bendita y
yerbas; después se puso a rezarle a sus santos. Cuando
Loreta la bebió, se sintió mejor, y finalmente él le dijo que se
marchara a su casa, y que esa noche él soñaría algo
relacionado con su caso. Regresaron exhaustos a la casa
de Mariana, donde Pedro de inmediato se durmió, pero
Loreta permaneció nerviosamente sentada en una silla. De
nuevo se le aparecieron chapulines, hormigas, mariposas y
otros pequeños animales que intentaban entrar por las
ventanas y las puertas.
A la mañana siguiente, Mariana contó que un gran
bulto se había sentado en la cabecera de su cama, pero que
desapareció cuando ella se despertó. Al recién nacido hijo
de Loreta lo habían colocado en la cama entre Mariana y su
esposo cuando Loreta y Pedro salieron de la casa a
medianoche, y ellos creían que el bulto buscaba al bebé. La
hija de Mariana le dijo a Loreta que una gran víbora había
estado en su cama, más o menos cuando Loreta se
encontraba en la casa de don Román. Evidentemente la
brujería era tan fuerte que estaba afectando a otras
personas cercanas a Loreta.
Don Román soñó con tres mujeres que estaban juntas.
Le preguntaron: "¿Por qué estás curando a esta mujer?
También te enfermarás." Identificó a las tres mujeres como
Magdalena Valencia, Catalina More, y una mujer papago
que una vez vivió con Joey Chato. Les contestó: "Sí, voy a
curarla." Le dio a Loreta dos frascos de medio galón con una
medicina color verde oscuro Sin embargo, ella no

355
se la tomó "porque parecía veneno". En la siguiente visita la
obligó a colocar su cara en el humo de unos chiles que se
tostaban, lo que por supuesto hizo que se le quemara la
piel.
Marcelo Muina, que era su primo, llevó a Loreta con
Luz Muina (su cuñada) para que la curara. Pero Luz vivía
demasiado cerca de la fuente del mal (Magdalena y
Catalina) . Después de que Loreta escuchó pájaros en la
línea telefónica, y que luego comenzaron a cacarear como
gallinas, ella dijo: "Aquí no podré curarme", y regresó a la
casa de Mariana. Se mudó con inquietud a la casa de la
hermana de Pedro en Marana, y luego regresó a Pascua.
A continuación, Pedro, su hermana y su amante
papago (que era un curandero de fama) llevaron a Loreta
con una famosa pareja de curanderos mexicanos (marido y
mujer) que vivían en Sasabe, Sonora. Primero la esposa
revisó a Loreta e hizo un diagnóstico, que no le comunicó, y
le dio una medicina hecha a base de romero Loreta regresó
tres veces más, llevando las plantas que la mujer usaba en
la curación. La mujer descubrió que la brujería era muy
fuerte, y le pidió ayuda a su esposo.
Después de que se curó Loreta, le dijeron que había
tenido cosas malas dentro, pero que era preferible que no
supiera quién le había hecho el daño: "Olvida lo que pasó y
piensa en el futuro con un corazón limpio. Nunca pienses
mal de nadie." Además, le dijeron cómo tratar a los
chichihuales en el futuro: insúltalos y se marcharán. A partir
de entonces, cuando escuchaba su chi-chichi, ella murmu-
raba: "Cabrón, chingado, ¿por qué me sigues? Lárgate", y
escupía en el suelo.
La enfermedad de Loreta ofreció un pretexto pa-

356
ra salir de Green Acres e irse a Pascua, donde ella y Pedro
de nuevo habitaron en la vieja casa de Claudio Vacamea.
Sus dos últimos hijos, el decimoprimero y decimosegundo,
nacieron en hospitales en Tucson. Los médicos le
propusieron que se dejara hacer una histerectomía, pero
ella se negó afirmando que debería confesárselo al
sacerdote, y que eso sería muy "feo".
A Loreta no la consideraban triste, pero en ciertos
aspectos se parecía a Antonia: constantemente atendía su
casa y cuidaba a sus hijos y nietos que estaban con su
familia. Prefería no trabajar fuera de la casa, aunque a
veces se veía obligada a hacerlo, y pocas veces visitaba
otras familias. Sólo acudía a ver a Mariana, a quien visitaba
diariamente, a su madre, a su hermana Amelia y a Simón
Valenzuela. Nunca ponía un pie en la casa de sus hijas
mayores. En otros aspectos era totalmente distinta de
Antonia. Ésta por lo general era pasiva, y sólo dejaba su
rutina silenciosa en algunas ocasiones. Pero Loreta hablaba
mucho, platicaba abiertamente de temas familiares y de las
miserias de la sociedad yaqui. Cuando un periódico local
publicó un artículo extenso sobre la pobreza y los problemas
sociales en Pascua, Loreta fue una de las informantes más
elocuentes.
Cuando Loreta regresó a Pascua, todos los hijos de
Antonia vivieron de nuevo cerca de ella; y aunque su
pasividad no cambió, en la casa de Antonia se realizaban
las reuniones familiares. Hacia 1960 las presiones
económicas de la familia de Antonia disminuyeron, porque
Ramona se fue a vivir con Pete Espinoza. El sueldo que
recibía Perfecto en su empleo sindicalizado en la rama de la
construcción, les alcanzaba entonces para mantener a la
familia. Los

357
hijos de Ramona eran suficientemente grandes para trabajar
de cuando en cuando, por lo que Antonia pudo al fin dejar
su empleo de sirvienta. Nunca volvió a ir a una tienda ni al
centro del pueblo; sus nietos y sus hijos le hacían los
mandados. No volvió a visitar a ninguna otra familia, excepto
a Martina, que vivía en la casa vecina, a la que llegaba
cruzando los patios traseros. Sin embargo, hizo dos viajes a
Sonora.
En 1960 Perfecto hizo arreglos para legalizar la
situación migratoria de él y de Antonia. Ese año ella pudo
regresar a Sonora por primera vez desde 1904. Le
entristeció no haber podido regresar antes de que muriera
su madre Cecilia; pero le gustó tanto el viaje que
permaneció allá tres meses, en vez de unos cuantos días,
como había planeado También visitó a Chepa Moreno, a
quien no había visto desde hacía más de 50 años; conoció a
su media hermana (la hija de Cecilia) ; visitó a su otra media
hermana, Dominga Ramírez, en Potam. Asistió a la fiesta de
San Juan en Vicam, y a la fiesta de la Virgen del Camino en
Lomas de Bacum. Parece que estas dos fiestas fueron las
únicas que realmente le gustaron. Perfecto estaba molesto
por su tardanza. Él también viajó a Sonora en 1963. Así
realizó por fin el viaje que tanto había esperado; en otra
ocasión Antonia asistió a la fiesta de San Francisco en
Magdalena acompañada de su hija Loreta.
En 1964 Perfecto se golpeó la cabeza con una cubeta
cargada de material en un edificio en construcción. En ese
momento pensaron que había muerto Tan pronto como le
fue posible regresó a trabajar, aunque podía haberse
retirado y recibir su pensión por invalidez. La familia creía
que "se enfermó de

358
la sangre" por ese accidente, lo que después hizo que lo
hospitalizaran. En el hospital sufrió un ataque nervioso, y lo
transfirieron al hospital para enfermos mentales de Phoenix.
Martina fue a verlo, y les informó que la había reconocido y
podía caminar y cuidarse solo. Por ello la familia se
sorprendió cuando una semana más tarde le notificaron que
él había muerto. Una trabajadora social trató de convencer a
la familia de que lo enterraran en la fosa común, para que
no gastaran dinero Pero Martina impuso su voluntad y
arregló que llevaran el cadáver a Tucson. El velorio, que se
efectuó en la casa de Martina, provocó controversias
familiares, porque ella,. que era protestante, se negó a
hacer un velorio yaqui como querían Ramona y otros
parientes. Asistió un sacerdote, pero no hubo pascolas ni
matachines. Antonia estaba de acuerdo con Martina en que
Perfecto no habría deseado que le hicieran un velorio yaqui.
Antonia recibía con regularidad los cheques del seguro
social por el empleo sindicalizado que había tenido Perfecto
Ella tenía uno de los ingresos económicos más estables de
la familia. Además, gastaba muy poco Guardaba el dinero
en sus medias, en sus zapatos y en la parte superior de sus
vestidos. Cuando alguien le pedía ayuda (lo que a menudo
hacían Nicolás y sus nietos) sacaba de allí uno o dos
dólares.
A finales de la década de 1960, la tercera hija de
Antonia, Manuela, perdió a su marido. Ella había
permanecido al lado de Luis Lara desde que se casaron, en
1936, pero a las pocas semanas de su bonita boda, sus
relaciones se deterioraron; Luis comenzó a emborracharse
mucho, y enloquecía de celos por Manuela; a menudo le
prohibía que visitara a su madre

359
y a sus hermanas o que éstas la visitaran. Cuando ella a
veces salía de compras, en secreto veía a Antonia y a
Amelia. Pero Luis la acusaba de tener tratos con otros
hombres y la golpeaba cruelmente cuando estaba borracho
Ella sintió un gran alivio cuando él se enroló en el ejército
durante la segunda Guerra Mundial; Manuela entonces
podía ver cuando lo deseaba a Antonia y a sus hermanas.
Sin embargo, cuando él regresó, ella continuó su vida de
antes. Tuvo una niña que murió en 1946, pero sus otros
siete hijos vivieron hasta la edad adulta. A finales de la
década de 1960 Luis se marchó a California, y no se supo
nada de él durante algún tiempo Después de que varios
cheques de la ayuda a los veteranos de guerra fueron
devueltos sin abrir, del domicilio que él tenía en California, la
familia comenzó a buscarlo Después, su hija mayor
descubrió en Phoenix que era su padre un borracho no
identificado, al que habían asesinado en un parque a
puñaladas y enterrado en una fosa común.
A Manuela le desagradaba Pascua, donde había sido
muy infeliz. Le regaló su casa a uno de sus hijos, y se mudó
a un departamento moderno en Tucson, y vivió con una de
sus hijas casadas; cuidaba a sus pequeños nietos e insistía
en que se educaran lejos de las borracheras y de la
violencia de Pascua. Temporalmente decidió vivir lejos de la
sociedad yaqui, pero su identidad yaqui siguió siendo fuerte,
y continuó visitando a su madre y a sus hermanas.
Las relaciones de Ramona con Pete Espinoza em-
peoraron, y a finales de la década de 1960, ella recurría casi
a diario a Antonia en busca de apoyo emocional y
económico. Pete no era malo cuando Ramona lo conoció, y
quería mucho a su hija, que nació en

360
1961. Durante varios años las mantuvo bien, pero a finales
de la década de 1960, podían decirse de él pocas cosas
positivas. Ya no podía trabajar, y su familia continuamente
vivía de la beneficencia pública. Ramona empleaba este
dinero para comprar comida, para pagar la renta y la ropa, y
obligaba a Pete a conseguir dinero por su cuenta para
mantener sus numerosos vicios. Él visitaba constantemente
a las hermanas de Ramona, a Antonia y a otras personas
del barrio, y les pedía dinero, o recogía botellas vacías y
pedazos de metal y los vendía; también vendía mariguana.
Vendió hasta los santos de Ramona.
A Ramona no le preocupaban muchos sus vicios,
porque ella se emborrachaba, fumaba mariguana y conocía
a muchos adictos a la heroína. Lo que más le molestaba era
que él la maltratara frente a sus compañeros de vicio En vez
de practicar sus vicios en otra parte, a menudo traía a sus
amigos a la casa. No era raro que se entablaran peleas
cuando los hombres estaban ebrios o mariguanos; Pete a
menudo la \golpeaba, le decía que era una puta y la
acusaba de acostarse con alguno de los hombres que él
llevaba a su casa y que se quedaban allí algunos días. A
medida que Pete se hacía más vicioso, elegía peores
compa- ñeros y aumentaba su violencia. La policía de
Tucson mantenía vigilada su casa, y arrestaba con mucha
regularidad a Pete y a sus amigos. Su vicio por la heroína le
costaba mucho dinero y provocaba otros incidentes
desagradables. Hubo varios pleitos serios y peleas a
cuchilladas. Una vez a Pete lo hirieron gravemente unos
antiguos amigos que lo sorprendieron borracho y lo
golpearon salvajemente.
Con el tiempo Pete se volvió un solitario; estaba tan
atrapado por la heroína que casi dejó sus otros

361
vicios. Su salud se deterioró rápidamente; se negaba a
inyectarse insulina (era diabético), y casi había dejado de
comer. Por último, tristemente aseguró que el diablo se
había apoderado de su alma: "Deseo recibir al Espíritu
Santo y ser un buen hombre, pero estoy perdido sin
remedio." Era un alma muy atormentada, constantemente
recordaba sus pecados, conversaba con el diablo y buscaba
la muerte. Pero creía que "los malos no pueden morirse;
deben vivir y sufrir", y él sufría mucho, y sabía que le
esperaban el infierno y la condenación eterna. Una vez
Amelia le preguntó francamente si no temía morir. Él le
contestó emocionado: "No le tengo miedo a la muerte. Que
me lleve la chingada muy pronto".
En estas desgracias y tribulaciones, Antonia, hasta su
muerte, fue el único refugio de Ramona. Podía quedarse en
su casa mucho tiempo, y Antonia les daba de comer cuando
era necesario. Loreta, Manuela y Martina no respetaban a
Ramona, a quien consideraban floja, promiscua, deshonesta
y egoísta: "¿Por qué hemos de ayudarla cuando ella sólo se
ha ayudado a sí misma y a nadie más?" Amelia recibía a
Ramona y a Pete y, como Antonia, los ayudaba lo más que
podía. El padrino de Ramona, que era la única persona que
ella respetaba y quería además de su padre, la habría
ayudado, según decía ella, pero vivía en Eloy. No podía
recurrir a nadie más.
Durante años Amelia no tuvo una existencia agradable.
A finales de la década de 1950, a Joey Chato y a Amelia los
arrestaron por vender mariguana. Amelia aseguró que ella
no sabía nada de esa cochinada y la pusieron en libertad.
Sin embargo, a Joey lo sentenciaron a cinco años de prisión
en la penitenciaría estatal de Florence. Una operación de
hernia

362
le impidió trabajar durante algún tiempo a Amelia. Pasó una
temporada de verdaderas privaciones en la que ella
literalmente soñaba con poder comprarle a sus hijos cajas
bonitas para el lunch, como las que llevaban los otros niños,
y llenarlas con comida buena todos los días; fue un sueño
que nunca pudo realizar. Por el contrario, en la escuela se
burlaban de sus hijos hambrientos y Amelia se puso a
trabajar lavando ropa ajena. Siempre había sido algo
corajuda, pero entonces se enojaba más a menudo por su
mala situación. Golpeaba a sus hijos severamente y por
cualquier motivo Antonia, después de hablar con ella para
intentar que cambiara su conducta, finalmente la denunció
con la policía y ésta la reprendió seriamente. Cuando a Joey
Chato, después de purgar cuatro años de su sentencia lo
dejaron libre por buena conducta, volvió a vender
mariguana. Una mujer se puso furiosa porque Joey había
iniciado en el vicio a su hijo; lo amenazó con denunciarlo a
la policía, pero la persuadieron de que no lo hiciera.
En 1965, un día Joey sencillamente se marchó a
California, y desapareció de la vida de Amelia hasta 1967.
Pocos días después de que ella supo que él estaba en
Phoenix, Marcelo Muina le contó a Amelia que al joven
Eusebio Muina (nieto del hermano de Nacho Muina) lo
habían asesinado de un balazo y le pidió que fuera con él al
velorio a Phoenix, y ella aceptó. Acordaron partir al día
siguiente en la mañana muy temprano. Ese mismo día en la
noche, Néstor Paredes acudió a ver a Amelia y le preguntó
si sabía la noticia: "Tu Joey mató a Eusebio" Amelia se
sintió enferma.
En Phoenix encontró a Joey en la cárcel y estaba muy
golpeado. Amelia le preguntó por qué había he-

363
cho esa cosa horrible. Joey le contestó que creía que había
perdido el juicio y que se había vuelto loco: "Creo que
tendrán que matarme." Amelia contrató a un abogado para
que "hablara a favor de Joey".
El relato que me hizo Amelia sobre el asesinato se
basó principalmente en lo que Joey le contó, y sus parientes
de apellido Muina agregaron algunos detalles. Al regresar
de California traía en su cartera varios cientos de dólares.
Joey se encontró a dos primos de Amelia, Eusebio y Lucas
Muina, quienes insistieron en que se emborrachara con
ellos, y le robaron la cartera después de golpearlo hasta
dejarlo inconsciente en el excusado de la cantina. Al
principio Joey no sabía quién lo había atacado, pero
descubrió su cartera vacía y sus papeles en la casa de
Eusebio Durante varios días los primos se escondieron,
pero Joey los encontró y les preguntó si lo habían robado
Ellos lo negaron. Les mostró como evidencia su cartera y les
exigió que le pagaran, porque el dinero era para su familia
de Tucson. Lucas realmente consiguió un empleo, en
apariencia para pagarle a Joey. Pero no le devolvió ni un
centavo y pronto dejó de trabajar. La siguiente vez que se
los encontró, ellos golpearon a Joey y le dijeron que no le
pagarían nada. Tirado en el suelo, él les advirtió: "Eso es lo
que quería oír. No me van a pagar. Pero óiganme bien. Con
su vida me van a pagar." Ellos se rieron.
Pocos días después encontró a Eusebio con su esposa
en la mesa de una cantina y le dijo: "Ahora vas a morirte", y
lo mató de un tiro Lucas, que se había quedado parado en
la barra de la cantina, le arrebató la pistola a Joey de la
mano Joey forcejeó hasta que llegó la policía, y lo golpearon
aún más, porque se

364
resistió a ser arrestado Después dijo que recordaba haber
entrado en la cantina y al ver a Eusebio sintió mucha rabia,
pero casi no recordaba lo que sucedió después. Lo
sentenciaron a cadena perpetua en la penitenciaría estatal
de Florence. Joey quería que, aunque muriera en la prisión,
lo enterraran entre los yaquis: le desesperaba pensar que
iba a quedar condenado por toda la eternidad bajo el suelo
de una prisión. Se había portado bien y sólo había cometido
un delito en la prisión: una vez él y otros prisioneros se
pelearon después de beber cerveza casera. Recapacitando
sobre su vida pecadora, llena de vicios, había decidido
enmendarse y estudiar para volverse maestro Aprendió a
rezar y cómo cumplir los deberes de un maestro, para que si
lo dejaban en libertad, poder ser útil a su pueblo Amelia se
reía y decía que, cuando llegara ese día, ella con mucho
gusto comería huacabaqui, el platillo principal de las fiestas;
y que si Joey junior cumplía su manda heredada y se volvía
fariseo, quizá ella se convertiría en cantora y así todos
asistirían juntos a las fiestas.
Después de que a Joey Chato lo encarcelaron, la vida
de Amelia se hizo más ordenada. Joey junior comenzó a
trabajar de medio tiempo, y con el dinero de la beneficencia
y lo que Amelia recibía por lavar y planchar ropa, lograron
superar su miseria. Casi era un alivio saber dónde estaba
Joey Chato, y que su impetuosa presencia no aparecía en la
casa. Joey junior y Alejandro no lamentaban su ausencia,
porque nunca lo habían respetado Amelia dedicaba casi
todo su tiempo y sus energías a atender a sus dos hijos. La
gente decía que ella era capaz de hacer cualquier sacrificio
por ellos, y su profundo vínculo emocional se convirtió en
materia de numerosas bromas

365
en la familia: decían que eran sus "bebés". Amelia pocas
veces salía de su casa, excepto para visitar a Antonia.
En esa época también Martina experimentaba ciertas
tensiones en su vida. Ella y su esposo se peleaban
continuamente, tanto que ella se mudaba a la casa de
Antonia después de cada disputa grave que tenía con
Johnny. En vez de actuar "como los blancos", de asistir
juntos a las fiestas, seguían el modelo más común de los
mexícanos y los yaquis: Johnny se emborrachaba con los
hombres y Martina se relacionaba con las mujeres. Johnny
entonces se embriagaba mucho, pero esto no le impedía
trabajar diariamente en un camión recolector de basura. Sin
embargo, su alcoholismo se había convertido en el principal
punto de fricción en la casa. Que Martina no cuidara bien a
su familia era otro motivo de conflicto.
Algunas de las mujeres (por ejemplo Antonia, Loreta y
Amelia) tenían un aspecto cotidiano similar. Amelia y
Antonia se recogían el cabello en la cabeza de la misma
manera todas las mañanas y sus vestidos eran de típo
común. En contraste, Martina (la talla de sus vestidos había
aumentado con los años) variaba mucho su apariencia. Para
su casa o su trabajo prefería los uniformes blancos. Cuando
asistía a las ceremonias especiales en la Asamblea de Dios
o iba de cuando en cuando a fiestas con Johnny, ella se
aplicaba mucho maquillaje, usaba vestidos sofisticados, un
peinado alto y hasta zapatos dorados. Cuando se sentía
deprimida, no se peinaba ni usaba maquillaje. Su apariencia
era una señal muy sensible de su estado de ánimo y de su
actividad.
Martina pertenecía a la Iglesia Protestante, pero

366
era evidente que no aceptaba por completo las creencias
protestantes. Continuó rezándole a Tata Dios igual que
Amelia y Loreta. Era improbable que les rezara a los santos,
pero no negaba su existencia. Era sensata en materia de
brujería, y, como Antonia, pensaba que nunca le habían
hecho daño por este medio, pero creía en las brujerías. Su
rechazo de la religión yaqui se debía a otras causas. Los
parientes con quienes tenía vínculos emocionales
profundos, los Wahuechia Valencia, permanentemente
formaban el núcleo de las sectas protestantes de Pascua.
La conversión de Martina ocurrió en una época de gran
tensión emocional que terminó satisfactoriamente: de hecho
Johnny superó su adicción a la heroína. Hasta el momento
de su conversión, Martina no se interesaba en los
problemas sociales; sin duda su conducta poco ejemplar
indicaba que se dedicaba a divertirse. Su conversión fue el
inicio de un cambio de sus actitudes básicas y de sus
intereses, y la influencia normativa única y más importante
fue la de su padre y el punto de vista de éste sobre la vida.
A finales de la década de 1960, cuando ella tenía casi 40
años, su posición quedó claramente definida. Éste no era un
modelo raro entre los yaquis, porque el conocimiento, la
autoridad y la responsabilidad a menudo aparecen con la
madurez. Como su padre y otras personas, ella aceptó el
punto de vista de que el sistema ceremonial yaqui alentaba
los vicios y desalentaba el deseo de tener un empleo fijo, y
que por consiguiente contribuía de manera importante a la
pobreza de los yaquis. Ella creía que los dirigentes
religiosos no eran modelos adecuados para los miembros
de la sociedad yaqui más jóvenes e impresionables. "La
mayoría de los maestros están siempre borrachos y muchos
son ho-

367
mosexuales", dijo ella y citó algunos ejemplos. Su afiliación
al protestantismo le daba oportunidad para creer y actuar en
lo que ella consideraba los aspectos importantes de la
religión.
Su participación en la Asamblea de Dios no era la
única característica del enfoque de la vida de Mar-tina.
También era distinta su actitud ante la educación, el trabajo
y los vicios. Cursó más años escolares, antes de abandonar
la escuela, que los otros hijos de Antonia, y aprendió inglés
bastante bien, pero lamentaba mucho no haber continuado
su educación. Cuando tenía 40 años comenzó a asistir al
Colegio Pima, y le interesaban mucho sus tareas escolares
que realizaba en la noche después de regresar de su trabajo
La gente consideraba que ella era una partidaria fanática de
que sus hijos asistieran a la escuela y le interesaban
muchos los avances que lograban. Se mostraba muy
contenta porque Erasmo recibió premios escolares y se
graduó en preparatoria y deseaba que asistiera a la
Universidad de Arizona. Para Martina la educación era la
clave fundamental para lograr un mejor nivel de vida.
Si se tenía educación, entonces también se podía
conseguir un empleo permanente y bien pagado y se
lograba un nivel de vida mejor. Martina había fijado metas
para sus hijos en cuanto a empleos, lo que resultaba poco
común a finales de la década de 1960 y a principios de la de
1970, aunque varios miembros de la siguiente generación
tenían actitudes similares. Durante muchos años había
trabajado esporádicamente como sirvienta en un motel,
porque necesitaba dinero para sus gastos inmediatos y
había descubierto que ese ambiente era mucho mejor que
estar metida en su casa; pero este empleo sólo era una va-

368
riante del trabajo tradicional doméstico para las mujeres
yaquis. Cuando fue adulta, tuvo oportunidad de convertirse
en empleada de una clínica de salud de la comunidad que
dirigía la escuela de medicina de la universidad. Ésta fue
una oportunidad que coincidió con la total cristalización de
sus actitudes. Su trabajo se volvió valioso en sí mismo:
"Ahora realmente hago algo" Esta clínica era muy solicitada,
porque le brindaba servicio médico a los residentes de
Pascua, y ella creía que "ayudaba a la gente". Martina
consideraba que los vicios eran el grillete de los yaquis
incautos. Intentaba modificar la conducta de sus sobrinos
instruyéndolos en los males que causaban los vicios; no
ayudaba económicamente a quienes se emborrachaban
mucho o usaban mariguana o heroína, y ayudaba a los que
procuraban tener una educación superior. Por ejemplo,
mantuvo parcialmente al hijo mayor de Ramona durante un
año en un colegio de California, pero le retiró su ayuda y
activamente trató de cambiar su conducta cuando él regresó
a su casa convertido en un hippie de cabellos largos y
víctima de los vicios. Creía tanto en el elevado costo social
que tienen los vicios, que estaba decidida a informar a la
policía cuando había violencia y le causaban daños a la
propiedad privada. Estaba convencida de que era en
beneficio de los moradores de Pascua que se denunciara a
la policía a los vendedores de droga y a los drogadictos,
pero no se atrevía a hacerlo por miedo a una venganza. En
su relato nos muestra que la venganza que más temía era
que le causaran algún daño a su hijo, en el que ella tenía
puestas sus esperanzas y centraba sus planes futuros. En
1969 un grupo de sobrinos suyos bebió licor toda la noche.
En la ma-

369
drugada estaban muy borrachos. Se sentían muy enojados
con Martina por algunas de sus lecciones morales, y
decidieron derribar su buzón de la correspondencia; ella vio
esto y se lo comunicó a la policía. Esto hizo que la policía
fuera a visitar a cada uno de ellos, lo que los enojó aún más.
Dos de los culpables acudieron a su casa y le preguntaron
por qué los había acusado, cuando su esposo y su hermano
eran peores. Ella les respondió tranquilamente: "Fue por el
bien de ustedes. Son jóvenes; Johnny ya es demasiado
viejo para cambiar." Los sobrinos se vengaron
amenazándola con llevarse a Erasmus para "volverlo un
verdadero hombre": le presentarían a jóvenes perdidas, lo
emborracharían, lo harían fumar mariguana y aun quizá le
inyectarían heroína. Ellos estaban conscientes de que
expresaban los temores más profundos de Martina.
Las actitudes bien conocidas de Martina y su afiliación
religiosa habían hecho que hasta cierto punto se quedara
aislada socialmente, había tenido fricciones de diversos
tipos con sus parientes y con su esposo, y también le
habían causado algunas frustraciones. Johnny no compartía
sus actitudes básicas, y sufría las repercusiones sociales
que periódicamente le causaba la conducta de Martina.
Ellos recibían muchas solicitudes de ayuda, porque su casa
era la más grande de su numerosa familia; sus ingresos
económicos cuando ambos trabajaban eran los mejores del
barrio; tenían teléfono y eran quienes hablaban mejor inglés
en la familia. Los juicios morales que expresaba Martina y
las restricciones que imponía a su ayuda, eran contrarios al
sistema básico de obligaciones. Ella manejaba el sistema
más allá de los límites aceptables. Además, prefería me-

370
jorar el nivel socioeconómico de su familia directa, y ella
consideraba que era algo que no habría podido lograr si
hubiera atendido todas las solicitudes de ayuda que recibía.
A sus parientes les molestaba en especial su influencia no
yaqui que manifestaba en las ceremonias mortuorias
familiares.
La frustración de Martina era que advertía de manera
realista su fracaso en lograr los cambios que consideraba
deseables. Cuando se negaba a ayudar a sus sobrinos
perezosos y viciados, ellos sencillamente saqueaban su
cocina mientras ella estaba en su trabajo o conseguían
dinero con Amelia o Antonia. Comprendía que tenía que
vivir en Pascua, porque no tenía intenciones de abandonar
la sociedad de Pascua como lo había hecho su hermana
mayor, Manuela; por ello mantenía un precario equilibrio y
hacía lo que creía bueno y procuraba no entrar en conflicto
con demasiadas personas. Conscientemente evaluaba los
efectos probables de ciertas acciones, como cuando Johnny
y ella compraron un auto nuevo, lo que era muy raro en
Pascua. Los autos eran un bien en el sistema de
obligaciones y amistad: debían prestarse a los parientes y a
los amigos y tenían una función integral en la conducta
social, especialmente en la de los hombres que los usaban
para ir a emborracharse. Al esposo de otra informante le
pedían prestado regularmente su auto no menos de 20
personas. Martina sabía que cuando compraran el auto
nuevo, inevitablemente se lo pedirían prestado muchas
veces, y así sucedió. De antemano decidió acceder a un
mínimo de peticiones, y predijo casi por completo las
consecuencias de su política y el margen de seguridad
social que tendría entonces.

371
A pesar de las características que la volvían algo fuera
de lo común, Martina no era marginal ni estaba fuera de la
sociedad yaqui. Las preocupaciones que le hicieron
mantener su afiliación protestante las compartían algunos
yaquis que continuaban dentro del marco de la religión
yaqui, igual que algunos que habían decidido no participar
en ésta. En su familia, sus respuestas favorables a las
solicitudes de ayuda pesaban tanto como sus intentos por
modificar la conducta ajena. En muchos aspectos, ella se
acercaba más al ideal de la conducta femenina que las otras
mujeres de su familia. Una gran parte de sus creencias y de
su conducta las compartían otras yaquis de Arizona. No "se
metía en las casas", era circunspecta y decente en sus
relaciones con los hombres y crió a sus hijos. Sin duda se
consideraba a sí misma yaqui y poseía uno de los requisitos
principales para ser identificada como yaqui: hablaba bien
esta lengua; pero su mundo se centraba en el escenario
contemporáneo de Pascua. Su madre era quizá la única que
no criticaba a Martina y pensaba que el viejo Abelardo
Cochemea habría aprobado sus actitudes ante la religión.
Martina comprendía con tristeza que su religión protestante
probablemente le impediría convertirse en un agente del
cambio social en su barrio.
A mediados de la década de 1960 a Antonia le
diagnosticaron que estaba enferma de cáncer. Después de
tratarla mediante radiaciones, ella se negó a continuar
visitando a los médicos y afirmó que moriría cuando Dios
quisiera. Pasó sus últimos años casi totalmente recluida en
su casa, atendía a los parientes que llegaban allí de cuando
en cuando, cuidaba sus numerosas plantas y veía el box por
la

372
televisión. A sus hijos y a sus nietos les encantaba
observarla cuando veía el box, porque se emocionaba
mucho y actuaba casi como si estuviera en el ring. Amelia
comentó que sólo cuando observaba a su madre reaccionar
ante el box, podía creer los relatos de la agresividad de
Antonia cuando era niña.
Cuando terminé la tercera etapa de entrevistas en
1970, Antonia me dijo que ya no me volvería a ver, y me
regaló un par de aretes de oro y el anillo de matrimonio que
Nacho le había dado Sus hijas interpretaron esto como un
augurio Poco después de que partí, ella sufrió su última
enfermedad y rechazó la ayuda de los médicos, hasta que
ya no pudo caminar ni cuidar sus amadas plantas.
Finalmente sus hijas insistieron en que fuera a un hospital.
Uno de sus nietos llevó a un curandero papago muy famoso
para que determinara la gravedad de su enfermedad y para
que la curara, porque suponía que los médicos no sabían
nada. Después de poner sus manos sobre la cabeza de
Antonia y de rezar, le dijo al nieto: "Está muy mala. Pero la
misericordia de Dios es muy grande. ¿Quién sabe? Está en
manos de Dios." Pocos días después, el 4 de agosto de
1970, murió tranquilamente. El velorio se efectuó en la casa
de Martina. No asistieron los parientes que consideraban
que Antonia debía tener un velorio yaqui, con ramada,
pascolas, matachines, maestros y cantoras. En lugar de
esto, pusieron el cadáver de Antonia en la sala de la casa
de Martina. Todos aprobaron la manera como estaba
vestida para el entierro: tenía puesto un bonito vestido color
de rosa, sus mejores aretes de oro y los lentes negros que
había usado continuamente durante varios años. Los
ahijados de Antonia y una mujer que una vez que había
estado

373
ella enferma le había puesto un hábito, le pidieron permiso a
Amelia, su hija mayor, para colocarle rosarios al cadáver. No
participó ningún especialista en ceremonias yaquis. Pero el
único sacerdote yaqui ordenado, el padre Felipe Rojas (de
Obregón, Sonora) que en ese momento visitaba a las
comunidades yaquis de Arizona, asistió y guió los rezos. A
Antonia la enterraron al lado de Perfecto en el cementerio
Good Hope en una tumba bien cuidada y rodeada de una
pared de cemento Se añadió el nombre de Antonia en la
placa de bronce junto al otro nombre. A poca distancia de
allí, en el mismo cementerio, se encontraba la tumba triple
de María, Miguel y Nacho, que era un promontorio de tierra,
sin hierba, al estilo yaqui. Me es imposible saber qué tipo de
entierro habría considerado más adecuado Antonia, o que
expresara mejor una evaluación de la totalidad de su vida.
Quizá si hubiera podido elegir, habría deseado pasar la
eternidad cerca de María. Pero resultó característico de su
vida silenciosa, pasiva, resignada, que el rito de su funeral lo
hubiera elegido su hija más dominante: Martina.
La novena, como el velorio, se realizó en la casa de
Martina, y atrajo a muchos parientes del grupo familiar, que
comúnmente estaba muy dividido. Uno de los primos de
Perfecto, que vivía en Potam, hizo un largo viaje por tren y
autobús para poder asistir. Los parientes que no estuvieron
conformes con que el velorio y la novena de Antonia no se
hubieran hecho al estilo yaqui, planearon y ahorraron dinero
para celebrar su cumpleaño, y lo realizaron en agosto de
1971 en la casa de Loreta Muina. Se había rechazado el
ofrecimiento de Simón Valenzuela de construir la ramada
para el velorio, pero en el cum-

374
pleaño cooperó en esta tarea con Nicolás, con el hermano
menor de Antonia que vivía en barrio Libre, con sus yernos,
nietos y otros parientes. Loreta y Pedro Vacamea pagaron la
mayor parte de los gastos y consiguieron pascolas de
Guadalupe, un danzante del venado y músicos. de Vicam,
matachines de los dos barrios de Tucson y de Marana, y a
un maestro y cantoras de barrio Libre. La intervención de
Pedro era adecuada, porque se había convertido en un jefe
ceremonial de Pascua, después de que los jefes
ceremoniales más viejos se mudaron al pueblo de Pascua
Nueva recién fundado.
Martina era el miembro más práctico de la familia, por
lo que arregló que Amelia se quedara con la casa de
Antonia. Esto enfureció a Ramona, pero todos estuvieron de
acuerdo en que la hija mayor debía quedarse con la casa.
Los hermanos se pusieron en contacto y en una reunión
común reconocieron a Amelia como sucesora de Antonia.
No podía considerarse que Antonia fuera el jefe de la
familia, porque no daba instrucciones, no tomaba decisiones
que afectaran a toda la familia, y era demasiado introvertida
y pasiva; pero a pesar de su conducta tranquila, era el
soporte de la familia. Continuamente estaba presente,
siempre podía confiarse en ella y predecirse sus actos; era
un ejemplo de los aspectos de los valores yaquis que
subrayan la autonomía individual. Sin importar lo que sus
descendientes hicieran, ella no formulaba juicios morales,
pocas veces intentó cambiar su conducta y les brindó ayuda
a los que la solicitaron.

375
376
AGRADECIMIENTOS

PARA explorar las posibilidades de las biografías


antropológicas o de las narraciones personales, me
ofrecieron un punto de partida Clyde Kluckhohn y L. L.
Langness. Este estudio en particular se basa en mi trabajo
sobre Rosalío Moisés. Mi investigación en gran parte fue
patrocinada por el Canadá Council y la Universidad de
Calgary también me brindó ayuda. Frances Roback y Laurie
Nock fueron mis ayudantes; ambas contribuyeron en la
recolección de datos y en otros aspectos de la investigación.
John Molloy me ayudó a formular algunas partes del sistema
interpretativo La señora Dorothy Stockbridge, de Cambridge,
Inglaterra, mecanografió el primer borrador extenso del
estudio, y Edward Spicer tuvo la gentileza de leerlo y lo
criticó con su amabilidad y precisión habituales. El texto
definitivo lo mecanografió y fue editado por la señora E. L.
Wittig; Laura Nader leyó el texto final y me hizo algunas
críticas útiles. Lesley Nicholls y Hildur Anderson me
señalaron algunos detalles cuando revisaron el manuscrito.
Barry MacDonell dibujó los mapas y Anne Burkholder realizó
los dibujos de las cuatro mujeres.
Es muy larga la lista de yaquis y de otras personas de
Arizona, Sonora y Texas que me recibieron, hablaron
conmigo, me brindaron su hospitalidad y de diversas
maneras me ayudaron en la investigación: Matilde
González, Juan González, Crescencio

377
Arenas, Julián Arenas, Juana Choque, Consuelo Zúñiga,
Anita Espinoza, Fausto Espinoza, Matilde Espinoza,
Francisco Murillo, Francisca Moroyoki, Epifania Moroyoki,
Chata Guzmán, Magdalena Wong, Catalina Wong, Josefa
Alvarez, Francisco Contreras, Rufina Valencia, Julia
Valencia, Anselmo Valencia, Cristina Valenzuela, Lupe
Aguilar, Evangelina Valencia, Luz Valenzuela, Secundina
Alvarez, Cástula Valencia, Juana Frías, Carmen Frías,
Maura Valenzuela, Francisco Ochoa, Filomena Ochoa,
Manuel Valencia, Juana Bracamontes y Ana Valencia. A
estas personas, al Canada Council y a la Universidad de
Calgary deseo darles las gracias.

378
ÍNDICE

INTRODUCCIÓN 9

La base de la investigación y la metodología 11

Relación de informantes, 13; El incentivo de las


informaciones, 15; El papel del investigador corno lo entienden
los yaquis, 20; Las condiciones en que se recopiló el material,
26; Los efectos de pagar y darles regalos a los informantes, 45;
Representatividad, 46

El marco interpretativo 49

Las familias como elemento clave para estructurar las


relaciones interpersonales, 50; La profundidad de los vínculos
afectivos, 56; El parentesco ritual, 69; El cumplimiento de las
obligaciones como elemento que afecta la estructuración de las
relaciones interpersonales, 78; La hospitalidad y las visitas, 86;
El individuo y la angustia, 90; Constelación de conductas, 98

Referencias 105

LOS RELATOS 107


DOMINGA TAVA 114
CHEPA MORENO 181
DOMINGA RAMÍREZ 220
ANTONIA VALENZUELA 281
AGRADECIMIENTOS 376

379

Potrebbero piacerti anche