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La Última Oportunidad
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La Última Oportunidad

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Año 2014 - Ancona

Un científico, descendiente de Guglielmo Marconi ha inventado un tipo de humanoide muy especial que cambiará la Humanidad

Año 7485
Los animales se han adueñado de la Tierra y los humanos se han convertido en sus esclavos.

¿Qué ha sucedido realmente?
LanguageEspañol
PublisherTektime
Release dateJul 1, 2019
ISBN9788893981675
La Última Oportunidad

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    La Última Oportunidad - María Acosta

    Prólogo

    Primavera de 2014, Ancona (Le Marche)

    Se había despertado a las seis de la madrugada. Estaba tan nervioso que no había conseguido volver a dormirse después de habérsele ocurrido la solución a sus problemas, así, por pura casualidad, mientras estaba en la cocina comiendo un trozo de crostata di mele.¹ A veces este dulce le ayudaba a relajarse, otras personas  lo conseguían tomando una taza de té o un vaso de leche caliente. A él, la crostata di mele le hacía el mismo efecto que una tisana. La comía despacio, deleitándose. En ese momento su cerebro dejaba de pensar en el problema y su mente hacía borrón y cuenta nueva y recomenzaba desde el principio. A veces funcionaba y a veces no. Pero esta vez lo había hecho: el problema había dejado de existir.

    Vivía en un piso en vía Flaminia, cerca del mar; tenía casi doscientos metros cuadrados, era lo que los ingleses llaman un loft, un espacio enorme con los muebles precisos para vivir con comodidad, con estrechas alfombras de colores que dividían el espacio en distintos ambientes. Al fondo, con una ventana que iba desde el suelo al techo, estaba la cocina. Le gustaba cocinar, y comer, pero no lo hacía a menudo porque debía trabajar como un loco en su laboratorio, un edificio moderno no muy alejado del antiguo faro de Ancona, donde estaba la vieja estación de telégrafos desde donde su antepasado, Guglielmo Marconi, había conseguido llevar a cabo sus primeros experimentos con las señales de radio, en el año 1904. Aquella histórica fecha quedaba muy lejos, la tecnología había evolucionado muy rápidamente y, ahora, en el siglo XXI, era algo cotidiano. La tecnología estaba por todas partes.

    Siempre había sido un loco de la tecnología, de los ordenadores y de la electricidad; había comenzado a desmontar sus juguetes desde edad muy temprana, luego los arreglaba. Siempre había sido así. Después se convirtió en ingeniero, aprendió todo lo necesario para desarrollar sus ideas y desde hacía diez años trabajaba por cuenta propia, poniendo en práctica sus proyectos que tenían como base los ordenadores y el bienestar de los ciudadanos. Tenía un montón de patentes y ahora estaba a punto de acabar un invento tan revolucionario que le haría ganar no sólo un montón de dinero, incluso podría convertirse en un benefactor de la Humanidad. La verdad es que le importaba un pimiento. A él, lo que en realidad le gustaba, era el reto en sí: pensar que podía hacer algo y conseguirlo. No trabajaba solo, por supuesto. Un proyecto tan ambicioso no habría sido posible sin la ayuda de su equipo, un grupo de ingenieros de diversos campos, inteligentes y trabajadores, a los que les gustaba formar parte de su empresa, donde nadie era subvalorado: eran los mejores de toda Italia, hombres y mujeres de todas las edades con la ambición y la experiencia necesarias para sacar adelante cualquier idea revolucionaria pero factible. Todos eran fantásticos, todos eran imprescindibles. El era el jefe del equipo, pero esto no significaba que no trabajase duro. Él era el propietario, tenía el dinero, las ideas, había construido el edificio donde trabajaban, había comprado la maquinaria, pero, al mismo tiempo, era un trabajador de la empresa, uno de ellos. Los beneficios se dividían a partes iguales: estaba el activo para invertir en tecnología y luego los beneficios que se repartían entre todos.

    Gianluca encendió el ordenador que estaba al lado de la cocina, en la parte opuesta de la ventana: tenía que hacer una cosa antes de salir. Todavía era muy temprano. ¿Podría desarrollar su idea antes de ir a trabajar?

    Creía que sí.

    El piso donde vivía había sido reestructurado por él mismo. Todo lo que tenía relación con la tecnología era obra suya: el suelo autolimpiable, las luces que se encendían solas dependiendo de donde se encontrase en ese momento, los estantes escondidos entre las paredes, los muebles transformables y provistos con ruedas que se movían por medio de control remoto con la ayuda de leds colocados en los laterales, las alfombras ignífugas que cambiaban de color dependiendo de la luz que entraba por las ventanas. Y luego las mismas ventanas, indeformables, los muebles de la cocina que no se ensuciaban jamás porque habían sido fabricados con productos que rechazaban la suciedad, los tabiques escondidos debajo del suelo del piso que aparecían o desaparecían con la ayuda de un programa que controlaba por medio del ordenador o la tablet que utilizaba todos los días. Todo esto y mucho más había sido producido por su imaginación y por su trabajo de ingeniero. Esto no significaba que hubiese sido fácil sacarlos adelante, al contrario, había trabajado como un loco durante un año, y otro, y otro más. No tenía novia, ni siquiera una compañera sentimental. A pesar de los consejos de su madre: Hijo mío, no trabajes tanto, encuentra una muchacha, tendrías que descansar, pasear, divertirte, él sonreía y no decía nada. Para él divertirse significaba inventar algo nuevo, su trabajo no sólo era importante, era también su principal pasatiempo.

    ¡Conseguido! Había resuelto el problema. Gianluca miró el reloj que estaba detrás del ordenador, colgado de la pared. Ya era la hora.

    ¡Apágate! –dijo en voz alta.

    El ordenador hizo su sonido característico y después de unos segundos volvió el silencio al apartamento. A continuación Gianluca cogió una mochila que siempre llevaba con él y se fue.

    Su empresa, cercana a la antigua estación de radio, estaba bajo tierra. Un pequeño edificio reestructurado era la entrada hacia las modernas instalaciones donde él y sus compañeros desarrollaban sus ideas. No lo había hecho así por secretismo sino porque no quería destruir el bellísimo paisaje de los alrededores de la antigua estación de telégrafos. El edificio que estaba encima de las instalaciones era una especie de museo tecnológico, con modelos (tanto en madera como de metal) de sus inventos. Un ascensor, en el que se entraba sólo por medio de una llave especial que poseía todo aquel que trabajase bajo tierra, daba acceso a los otros pisos: también la llave había sido una invención suya. Sólo él era capaz de hacer una copia. Nadie dudaba que fuese un gran científico pero no alardeaba de ello. En el piso más próximo a la superficie estaban las oficinas de administración y publicidad, en el piso de abajo la planta donde se desarrollaban los proyectos, y en la planta más lejana a la superficie estaban los prototipos. Era allí donde tendría que trabajar esa mañana para resolver los problemas del humanoide. Consistía en un proyecto que había comenzado a desarrollar de manera práctica a comienzos del mes de enero. Desde el momento en que se le había ocurrido la idea había sido consciente de la dificultad de ponerla en práctica, pero esto no le atemorizaba. El reto, esto era lo más importante: aceptar el reto y trabajar para que se convirtiese en realidad.

    En aquella habitación estaban amontonados todos los prototipos que había construido en los últimos diez años. Por motivos de seguridad ninguno de ellos funcionaba, a cada uno le faltaba algo, las piezas sustraídas estaban en un lugar que sólo él conocía. En el centro de la habitación había un robot, tan grande como un niño de diez años, sus compañeros estaban reunidos entorno a él: Iva, Federico, Nino, Alessandra, Chiara y Fabrizio. Cada uno de ellos estaba sentado delante de un ordenador intentando resolver el problema que desde había tanto tiempo les estaba volviendo locos. Gianluca se sentó en su puesto, entre Nino y Alexandra. Desde cada ordenador salía un cable que iba a parar a una parte distinta del robot. Dio los buenos días y empezó a explicar la solución que, sólo unas cuantas horas antes, había encontrado.

    -Entonces, ¿lo hemos conseguido? –preguntó Iva.

    -Creo que sí –respondió Gianluca. –Veamos qué ocurre. ¡Ánimo muchachos!

    En aquel momento siete cabezas se concentraron sobre las pantallas de los ordenadores desarrollando lo que Gianluca, de manera impecable, había pensado. Los meses siguientes serían muy duros pero ahora sabían perfectamente qué deberían hacer y cómo hacerlo.

    Otoño de 2014, Ancona (Le Marche)

    Todo había salido a la perfección. La primera generación de humanoides había sido vendida unos meses atrás. La gente había enloquecido, sobre todo los que tenían dinero de sobra para comprar un robot que hablaba y que cuidaba a los niños, cocinaba, planchaba la ropa y se ocupaba de casi cualquier cosa que tuviese relación con la vida doméstica. Ahora Gianluca estaba intentando fabricar una versión más económica con las mismas características, pero quizás no tan grande como los primeros que habían salido de la planta de producción que se encontraba en los alrededores de Ancona. Era un edificio que había comenzado a construir justo en el momento en que había encontrado la solución. También él tenía un humanoide en casa. Funcionaba perfectamente pero no lo usaba, estaba allí sólo por una cuestión de publicidad: si el robot era tan bueno como para poder estar entre las máquinas que se encontraban en su casa, entonces debería ser perfecto para cualquier casa.  Había organizado una fiesta vespertina para celebrar el éxito de su empresa y el robot había hecho de cocinero, de camarero y de mayordomo; había hablado en siete idiomas distintos con los invitados y también había bailado con algunas de las señoras que no tenían acompañante.

    Había sido un completo éxito. De vez en cuando lo ponía en funcionamiento, de la misma manera que se hace con un automóvil, para que no se estropease, pero no lo utilizaba a menudo.

    Los humanoides habían sido comprados por personas muy distintas: embajadores, personas pertenecientes al star system de Hollywood, cantantes, nobles, reyes y príncipes, gente que pertenecía al mundo de la moda, de la ciencia, intelectuales, etc. El comprador más extraño había sido un noble inglés que vivía en un viejo castillo que había pertenecido a sus antepasados, incluso con una granja de cerdos y una empresa de productos cárnicos. Este hombre se había quedado en el pasado y vivía todavía como si no hubiese pasado la Gran Guerra² . En su castillo había un mayordomo, dos camareras con uniforme negro, cofia y delantales blancos, una cocinera, un ayuda de cámara, etc. ¿Y el robot? Con el fin de ganar dinero con la granja sin tener que pagar un salario a sus obreros, el hombre había despedido a todos los que trabajaban allí y había puesto al robot a cuidar de los cerdos: el transporte de los animales a la fábrica, la matanza, la selección de los distintos tipos de carne, el embalaje. Todos eran trabajos que llevaban a cabo sus humanoides. Al principio sólo había comprado uno, este que, en este momento, le habían dicho, se había convertido en el capataz. Pero a continuación había comprado otros seis, dado que uno solo no conseguía hacer todo el trabajo. Los humanoides no comían, no tenían familia, no compraban ropa, no iban al cine, no tenían necesidad de nada, sólo de electricidad, y esto de vez en cuando. Actuando de esta manera había ahorrado un montón de dinero y tenía trabajadores que no pedían nada y podían trabajar 24 horas al día, siete días a la semana, sin pararse jamás.

    -Perfecto –pensaba Gianluca –cada quien puede hacer como mejor le parezca.

    Para él, lo más importante era que las personas que tenían necesidad de uno de estos robots pudiesen comprarlo. Pensaba que había sido un gran invento ya que eran capaces de llevar a cabo cualquier tipo de trabajo. Había quien pensaba que los robots podrían sacar el puesto a muchos obreros, que los despidos de hombres y mujeres aumentarían por su causa, que serían la ruina de muchas familias y que significarían la deshumanización de la sociedad. Pero él no pensaba lo mismo. Una familia podía hacer una buena inversión comprando un robot: ¿cuánto dinero podría ahorrar quien tenía una persona enferma en casa y que necesitaba una constante vigilancia, día y noche, durante un largo periodo de tiempo, incluso años? Para ser sinceros, una montaña de dinero. Transcurrido un año el robot habría sido ya amortizado. Esto era lo más importante: ayudar a las personas.

    Verano del 2015, Ancona (Le Marche)

    En el piso de Gianluca la luz matutina atravesaba la ventana que estaba al lado de la cama, una cama hecha a medida (medía casi dos metros) llegada desde Estados Unidos algunos años atrás, cuando los negocios iban tan bien que había conseguido comprarlo sin problemas. Durante el día la cama permanecía escondida dentro de la pared. No tenía necesidad de ella hasta la noche.

    Eran las seis de la mañana, a Gianluca no le importaba despertarse temprano. Puso un pié sobre la alfombrilla que estaba al lado del lecho y el humanoide que había fabricado el año anterior apareció delante de él con el desayuno y el periódico.

    -Gracias Giuseppe, eres muy amable –dijo Gianluca mientras cogía la bandeja y la ponía sobre la cama.

    -Gracias, señor. Puede llamarme Peppino, si lo desea.

    -Pues claro, Peppino. Así se llamaba mi abuelo.

    El humanoide se fue mientras Gianluca observaba sus movimientos. ¡Estaba tan contento con su trabajo! Los humanoides aprendían deprisa y este que tenía en casa había evolucionado de manera perfecta. Sabía que la inteligencia artificial creada por él y por su equipo de jóvenes científicos era capaz de desarrollarse por si sola pero nunca habría creído que hubiese podido alcanzar estos niveles de perfección. Creía que esta era la primera decisión que había tomado el humanoide, y le complacía. Bebió un poco de café y tomó un gran trozo de torta di mele³ . Buenísima, ¡realmente fantástico este Peppino! Después de desayunar cogió el periódico que estaba sobre la bandeja. Le gustaba el tacto del papel. Siempre le había gustado tener un libro entre las manos, hojearlo, distinguir los distintos tipos de letra, los distintos tipos de papel con que se fabricaba, y también el olor de un libro nuevo. Un olor que no podrían tener jamás los libros electrónicos. En el interior de las paredes del piso había una biblioteca enorme, allí donde no había un mueble, había una estantería escondida. Y había muy pocos muebles. La primera página no la leía: política, fútbol, las fotos de una desgracia… pero esta vez algo le llamó la atención desde el principio: estaba perplejo, no era posible que hubiese sucedido. Se acercó al ordenador.

    -Buenos días –dijo.

    El ordenador se encendió al instante, le respondió de la misma manera y él se sentó para confrontar lo que estaba escrito en el periódico con lo que decían las noticias digitales. En la primera página la misma noticia. Gianluca, aturdido, comenzó a leer.

    Carnicería en el Norte de Inglaterra

    Ningún superviviente. Un conocido lord inglés, famoso por su comportamiento extravagante, y toda su servidumbre, han sido encontrados muertos en condiciones horripilantes.

    Debajo de estas pocas palabras la foto de un castillo que Gianluca conocía, el del noble inglés que le había comprado uno de los robots y que había querido que lo llevase él en persona. Cuando había llegado al castillo Gianluca tuvo la impresión de haber viajado en el tiempo: los muebles más modernos tenían ochenta años, las personas que lo habitaban parecían salidas de una novela de Agatha Christie y, por un instante, Gianluca

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