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El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, 18
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, 18
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Ebook94 pages1 hour

El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, 18

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El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha por Miguel de Cervantes Saavedra, decimoctavo tomo. Este libro contiene los capítulos LIV al LXI de la segunda parte y un prólogo de Ilán Stavans.
LanguageEspañol
Release dateJan 23, 2018
ISBN9786071653062
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, 18
Author

Miguel de Cervantes

Miguel de Cervantes was born on September 29, 1547, in Alcala de Henares, Spain. At twenty-three he enlisted in the Spanish militia and in 1571 fought against the Turks in the Battle of Lepanto, where a gunshot wound permanently crippled his left hand. He spent four more years at sea and then another five as a slave after being captured by Barbary pirates. Ransomed by his family, he returned to Madrid but his disability hampered him; it was in debtor's prison that he began to write Don Quixote. Cervantes wrote many other works, including poems and plays, but he remains best known as the author of Don Quixote. He died on April 23, 1616.

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    El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, 18 - Miguel de Cervantes

    MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

    El ingenioso hidalgo

    Don Quijote de la Mancha

    18

    FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

    Primera edición FONDO 2000, 1999

    Primera edición electrónica, 2017

    Contiene los capítulos LIV al LXI de la segunda parte de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Prólogo de Ilán Stavans, Sentido del falso Quijote, tomado de La pluma y la máscara, México, 1993.

    D. R. © 1999, Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

    Comentarios:

    editorial@fondodeculturaeconomica.com

    Tel. (55) 5227-4672

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor.

    ISBN 978-607-16-5306-2 (ePub)

    ISBN 978-607-16-5288-1 (ePub, Obra completa)

    Hecho en México - Made in Mexico

    Pero para colmo nos dio alcance la maestra y nos obligó a soltar todo lo que habíamos cogido. Y así acabó todo. Yo no había visto ni el menor asomo de diamante, y así se lo dije a Tom Sawyer, que me repuso que los había a montones, así como árabes, elefantes y todas las demás cosas.

    —Si es verdad —le dije—, ¿cómo es que no se ven?

    Me replicó que si yo no fuera tan ignorante y hubiera leído un libro titulado Don Quijote sabría la respuesta sin necesidad de hacer preguntas tan tontas. Me explicó que todo se había transformado por arte de encantamiento. Y me aseguró que allí había cientos de soldados, de tesoros y de elefantes, pero que nuestros enemigos, a los que él llamaba magos, lo habían convertido en una excursión de niños de la escuela dominical, sólo por despecho.

    —Bueno —le dije yo entonces—, pues lo que deberíamos hacer es perseguir a los magos esos.

    Tom Sawyer me dijo que no era más que un zoquete.

    MARK TWAIN

    ÍNDICE

    PRÓLOGO. Ilán Stavans.

    CAP. LIV.—Que trata de cosas tocantes a esta historia y no a otra alguna.

    CAP. LV.—De cosas sucedidas a Sancho en el camino y otras, que no hay más que ver.

    CAP. LVI.—De la descomunal y nunca vista batalla que pasó entre Don Quijote de la Mancha y el lacayo Tosilos, en la defensa de la hija de la dueña doña Rodríguez.

    CAP. LVII.—Que trata de cómo Don Quijote se despidió del Duque y de lo que sucedió con la discreta y desenvuelta Altisidora, doncella de la Duquesa.

    CAP. LVIII.—Que trata de cómo menudearon sobre Don Quijote aventuras tantas, que no se daban vagar unas a otras.

    CAP. LIX.—Donde se cuenta el extraordinario suceso, que se puede tener por ventura, que le sucedió a Don Quijote.

    CAP. LX.—De lo que sucedió a Don Quijote yendo a Barcelona.

    CAP. LXI.— De lo que sucedió a Don Quijote en la entrada de Barcelona, con otras cosas que tienen más de lo verdadero que de lo discreto.

    Plan de la obra.

    PRÓLOGO

    ILÁN STAVANS

    All his best passages are plagiarisms.

    Aren’t they? All his best passages are plagiarisms

    JEROMY PLIMPTON,

    The Forgotten Question

    En la historia de la literatura, no saber a ciencia cierta quién fue el tal Alonso Fernández de Avellaneda ha sido motivo de enojo y acalorada especulación. De la esquiva biografía del impostor nos han llegado cuatro claves: una, que nació y murió entre el siglo XVII y el siguiente, aunque las fechas exactas son incostatables y, por lo tanto, inconsecuentes; que era amigo o conocido de Lope de Vega y devoto de Jesucristo y su Iglesia; que en 1614 publicó, en la imprenta de Felipe Roberto en Tarragona, su único libro: El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, que contiene la Tercera Salida del personaje y sigue una división tripartita perfectamente geométrica (tres partes [V, VI y VII] de 36 capítulos cada una, repartidas en 12, 12 y 12); y que su nombre es un seudónimo: detrás de Avellaneda se esconde un incógnito inquisidor aragonés o el dominico Alonso Fernández o Mateo Luján de Saavedra, quien continuó, también con pluma amañada, el Guzmán de Alfarache. Son múltiples las posibilidades de su identidad; la verdad, una sola pero evasiva. De ahí la polémica y el desconsuelo.

    La redacción de una aventura novelística en pluma ajena es hoy un acto harto común; James Bond y Sherlock Holmes primero fueron producto de Ian Lancaster Fleming y sir Arthur Conan Doyle y luego de otros pocos inspirados. Menos frecuente, aunque nada improbable, era la misma saeta al borde del mismísimo Siglo de Oro. ¿Qué urgencia obligó a Avellaneda a falsear y adelantarse a la Segunda Parte, que vería la luz apenas un año más tarde? La inmensa popularidad de la Primera de 1605 y la impaciente espera de una continuación que Cervantes prometía y se entretenía postergando. Y también, una revancha misteriosa y personal constatada en el prólogo del seudo-Quijote, donde el usurpador avisa que el otro, el auténtico manco de Lepanto, tomó por tales [medios] el ofender a mí… (lo que sugiere que los destinos de ambos se cruzaron); y que era un tipo despreciable "a quien todo y todos lo enfadan, es falto de amigos, y cuyas mejores fortunas son la Galatea y las comedias en prosa, no así las novelas, más satíricas que ejemplares".

    De joven guardé en mi biblioteca una edición vasca del verdadero Quijote, ilustrada por Gustavo Doré, al lado del amarillento volumen deshojado y con carátula maltrecha, donde se describen las mentirosas aventuras de El Caballero de la Triste Figura y su leal escudero Sancho Panza. Tenerlas juntas, para mí, era un acto simbólico que apuntaba al anverso y reverso de todas las cosas. Mi edición de Avellaneda es la preparada por Marcelino Menéndez y Pelayo, que apareció en Barcelona en 1905, hija de la imprenta de la Librería Científico-Literaria de Toledano López y Cía.; la adquirí en un almacén de viejo en el centro de la ciudad de México. El volumen de Cervantes, si mal no recuerdo, me lo regaló una enamorada israelí en 1980, no sin antes inscribirlo con una frase moralista y ultimadamente maléfica de Brecht (Hay hombres que luchan un día y son buenos […] Pero hay los que luchan toda una vida y son imprescindibles). Antes de cumplir los 20 de edad, mi lectura de ambos fue lenta y paulatina, igual a las del egoísta lector macho de Julio Cortázar: husmeaba capítulos y seleccionaba segmentos, admiraba ilustraciones, seguía cronologías y si de casualidad llegaba al final era por coincidencia y no por abultamiento. Hoy me enorgullezco de tales saltos y falta de consistencia progresiva: los Quijotes que descubrí eran míos y de nadie más, luchaban, amaban y morían a mi ritmo y habitaban mi fantasía y no la ajena. No efectué una lectura de golpe —usando la jerga alcohólica mexicana, de hidalgo— sino hasta mi carrera de estudiante universitario, donde le perdí sabor a las letras y aprendí, ante mi vergüenza, a reducir el placer de un texto a sus secretas estructuras y móviles mecánicos. Afortunadamente me desembaracé más tarde de esas nefastas presunciones

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