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Casi Oscuridad
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Casi Oscuridad

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About this ebook

Novela de suspenso y horror. La humanidad se enfrenta a su fin debido a la maldad cada vez mayor de los hombres. No hay fuerza para enfrentar esta invasión de almas malignas. Un final inesperado que  te dejará pensando. 
Atrapante ópera prima del autor, no podrás dejar de leerla una vez que comiences. 
LanguageEspañol
Release dateDec 31, 2019
ISBN9781071513897
Casi Oscuridad

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    Casi Oscuridad - Daniele Trevisan

    NOTAS

    A NADIA

    HAY BIEN POCO DE NOSOTROS HOY, QUE EVOQUE LA LUZ. ESTAMOS MÁS CERCA DE LA OSCURIDAD, SOMOS CASI OSCURIDAD

    JÓN KALMAN STEFÁNSON. PARAÍSO E INFIERNO.

    O.

    _ ¿Notó algo extraño cuando giró?

    _No, nada, estaba durmiendo tranquilo. Le di Tavor para que descanse, como siempre.

    _ ¿Vio algo o sintió algún ruido?

    _No, todo estaba como siempre.

    _ ¿Es posible que alguien haya entrado al departamento antes que se cerraran las puertas de ingreso y luego haya subido las escaleras?

    _No sé, tal vez alguien podría haberse escondido en el sótano, donde se encuentran la lavandería y el almacén, pero es posible que alguien lo hubiera notado: el edificio tiene varias cámaras de circuito cerrado, una en cada corredor principal, una por cada tramo de escalera y una en cada espacio común.

    _Entonces cuando sucedió no podría haber estado alguien con él...

    _No lo sé, juro que no lo sé.

    Lo había encontrado la enfermera del turno noche.

    Estaba en el suelo con los brazos extendidos, palmas en el piso, las piernas abiertas y la cabeza hacia la pared.

    Inmediatamente había pensado que el anciano había intentado trepar por el costado, cayendo a tierra y perdiendo la conciencia. Al tocarlo se había dado cuenta que estaba frío, tomó el pulso de la carótida. No sintiéndolo, lo había dado vuelta para intentar la reanimación cardiopulmonar y entonces lo vio.

    Llamó a la guardia médica: el joven doctor con gafas y bolsa de cuero que llegó, miró el cuerpo y sin siquiera acercarse, dijo que era mejor llamar a los carabineros.

    ¨Por eso habían llegado las fuerzas del orden, el magistrado había sido retirado de la cama: hubo un problema en la casa de descanso, a un inquilino, parecía tratarse de muerte violenta.

    Una luz tenue llenaba la pequeña habitación con un halo de tristeza, mientras afuera la noche parecía solo un paño bajado sobre los vidrios. El hombre todavía estaba dado vuelta en tierra y parecía un cristo depuesto, delgado y maltratado; el lecho estaba sin hacer con los lados aún levantados, sobre las arrugadas sábanas un viejo rosario de madreperla.

    Todos observaron la escena con una tacita de café en las manos y los ojos hinchados de sueño. Habían levantado también al Patólogo, que dató la muerte a menos de dos horas atrás.

    Se miraron, el magistrado y el médico y luego miraron a la enfermera y los operadores sanitarios, entonces todos habían mirado el cuerpo, con una red de sangre en la cara, moretones lineales, bien definidos y evidentes en la parte posterior y sobre el tórax; como si hubiese sido repetidamente cruzado con una pequeña varilla o un látigo.

    Cuando se fueron, una de las operadoras más jóvenes. Aquella que trabajaba en la planta baja del edificio, se hizo la señal de la cruz. Ella también  había llegado corriendo, atraída por el bullicio y había visto, aunque no se acercó mucho a la habitación, advirtiendo un hormigueo extraño subir por su espalda  y hacerle cosquillas en la nuca, para luego instalarse en su estómago como una comida demasiado pesada. Conocía bien aquella sensación, de pronto sintió la necesidad de orar: en su país algo así se habría considerado un evento muy inquietante.

    Rogó por su alma y por cada uno de sus seres queridos, finalmente oró por el alma de aquel pobre sacerdote que había hallado la muerte en forma atroz, en el lugar que debió garantizarle seguridad en sus últimos días sobre esta tierra. Donde había sido desgarrado por las palizas de aquellos que perdieron todo respeto por lo que aquel hombre representaba y por lo que había sido.

    CAPÍTULO 1

    DRAKE

    De nuevo aquella sensación.

    Ella fue quien te trajo aquí, para dejarte salir en esta tarde de invierno, con el frío que convierte tu aliento en un halo de un efímero como un instante de felicidad. Al salir miraste el cielo, encontraste la luna pero solo lograste adivinar la luz detrás de un bulto de espuma grisácea. Revisaste si tenías el libro, alzaste el cuello del abrigo y después de mirar otra vez el cielo, te fuiste.

    En la calle solo encontraste un gato oscuro que probablemente volvía de una expedición erótica, lo miraste y él sostuvo tu mirada un instante, antes de considerarte un potencial peligro y desaparecer bajo uno de los tantos coches estacionados en aquella calle secundaria.

    Buscaste por un momento algún signo de vida, pero solo viste la noche, acostada sobre la ciudad dormida o quizás malditamente insomne entre los muros de los barrios acomodados, en las salas de edificios decorados y en las habitaciones exageradas de la burguesía. Sonreíste con desprecio y continuaste tu paseo nocturno, sin apuro, sin temor pero con una desagradable sensación de espera por aquello que encontrarías y la incontrovertible seguridad de que era imposible alejarte de lo que te fue asignado, sin haberlo preguntado nunca, de un destino maligno o de quien toma su lugar.

    Al final seguiste tu instinto, se te da por llamarlo así, o el olor sulfuroso que siempre hueles en estos casos. Llegaste a la estación ferroviaria de la periferia, inútil como una iglesia sin consagrar y triste como la reverberación de las charcas en los días de otoño.

    Estás ahí, controlaste otra vez de tener el libro contigo, aquietando tu obsesión por la seguridad, giraste alrededor del edificio marrón y ubicaste un hueco en la red oxidada. Pasaste y te encuentras en el muelle de una de las dos vías que atraviesan aquella parte del mundo.

    Observaste la escena y encontraste que no hay nada más emblemático que la soledad de una estación vacía en las horas de oscuridad. En realidad, a un centenar de metros, bajo el viejo reloj descompuesto, se ve una figura oscura. Te acercaste, es un vagabundo que encontró reparo envolviéndose en varias capas de mantas sucias apoyado contra la puerta que conduce a los baños. Está durmiendo su borrachera, a juzgar por la botella que aprieta entre sus brazos y decidiste dejarlo en paz.

    Aquello que buscas, pronto se manifestará y te mantienes alerta: el silencio está repleto de rumores lejanos, mientras la estación parece congelada.

    Un silbido. Lo percibiste apenas: parece ese zumbido vago que adviertes cuando te levantas disparado de la cama y tu cuerpo no tiene tiempo de prepararse. Descubriste la fuente en un viejo coche estacionado junto al depósito. La luna ahora logra rascar el cielo incrustado de nubes y te regala una luz tenue. Te moviste lentamente, atravesando las vías, con calma, las piedras gimiendo bajo tus suelas, la certeza que de allí a aquella hora, no pasará ningún tren.

    Llegaste a la acera opuesta, se levanta una ráfaga de viento que toca las calles, se hace cuña debajo del auto oxidado y resuena como una carcajada. Apuraste el paso, te acercaste al carro oxidado intentaste abrir la puerta pero no se movió, diste la vuelta con aquel sonido irritante que te acompaña y parece darte forma. Finalmente regresaste al pavimento.

    Con tus manos a los lados miraste en torno: del otro lado viste la silueta oscura del vagabundo, a la derecha la puerta tapiada de la vieja sala de espera, la pared, la cabina de comando. Volviste tu mirada al frente y por un instante dudaste de tus propios ojos. Allí, donde antes estaba el sin teco, ahora solo ves trapos en el suelo pero no ay rastro del hombre.

    Antes de poder procesarlo todo, te lo encontraste a tu lado con el  aliento fétido y los ojos inflamados con una luz que no parecía de este mundo. Es un instante y te encuentras tirado en el piso. El hombre, con un salto animal te cayó encima y antes que puedas darte cuenta de ello, sus manos se estrecharon sobre tu cuello. Comenzaste a recitar la invocación pero ni siquiera puedes respirar. Intentas doblar las piernas tratando de apalancar al hombre, pero te está golpeando en el suelo con todas sus fuerzas y te gruñe con un sonido que no se parece a nada terreno. Mientras tus fuerzas comienzan a ceder pruebas con un movimiento de tu espalda girar de lado. La maniobra desestabiliza al demonio, que ahora suelta su presa. Recomienzas la invocación sin necesidad de recurrir al libro que sientes presionando sobre el glúteo y te está atormentando la pierna. A tus palabras el endemoniado aúlla y se aleja de ti, te mira con la expresión de odio  más puro que puedas concebir. Recuperas el aliento mientras el otro parece decidido a lanzar un nuevo ataque, esta vez te haces a un lado y lo evitas.

    Tomas el libro, alzas el tono de tu voz empuñando el manual como si fuese un escudo. El cuerpo del vagabundo es sacudido por temblores violentos, se inclina hacia adelante mientras de su boca comienza a salir un humo negro, como aquel que se levanta del alquitrán recién puesto. Continúa y éste se condensa en forma antropomorfa como un jorobado deforme, mientras el hombre se derrumba a sus pies.

    Ahora el sonido emitido por el demonio se asemeja al zumbido de decenas de avispas encerradas en una botella.  Lo miras y sigues recitando la fórmula, repitiéndola sin solución de continuidad. No puedes encontrar nada real en ese ser que representa la esencia misma del mal, tus últimas palabras parecen golpearlo como proyectiles, el zumbido de avispas aumenta en intensidad y aturde tus oídos, luego un fogonazo de luces te embiste tirándote nuevamente a tierra y cegándote por un instante. Cuando tus ojos se habitúan a la oscuridad, el demonio a desaparecido.

    Te levantas, miras al vagabundo caído en el piso. Venciendo el asco, recuperas las mantas de su cama y las tiras sobre él. También te gustaría beber un trago de aquel su elixir alcohólico pero no tienes el coraje. Por última vez  miras el cielo, ahora solo hay oscuridad, la luna quien sabe dónde se ha escondido.

    CAPÍTULO 2

    DRAKE

    Ahora estás conduciendo en la cruda e indolente noche de la ciudad infecta.

    La sospecha transformada en certeza, el cuello que aún te duele y que, mañana estará adornado de un par de contusiones. En el corazón la voluntad de no perder tiempo, aunque sabes que no todo funcionará según tus planes. Necesitas informarlo. Es lo que piensas, es tu prioridad y poco importa si casi es medianoche y estás por llegar a su casa sin advertírselo. Llamarlo primero no habría tenido sentido, sabes bien que no te habría respondido.

    La calle se desenrolla hacia el centro. Junto a los árboles del parque notas las rosetas multicolores mientras, sobre un par de balcones, globos con forma de cabeza de cerdo ondean suavemente en el aire nocturno. Deseas acelerar pero no hay motivo, un minuto más o menos no cambiará las cosas y no deseas que tu noche termine contra un muro.

    Ahí está el Cuartel del Norte, disminuyes la velocidad, enfilas hacia la calle que rodea la barraca de los carabineros y unos docientos metros más adelante paras el auto al costado de un plátano.

    Desciendes. El aire se ha vuelto espinoso, te encaminas hacia la última casa de dos familias

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