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El nacimiento de la tragedia
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El nacimiento de la tragedia

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El nacimiento de la tragedia, nos conduce a un escenario muy reconocible, hoy quizá demasiado próximo para ser entendido correctamente. Lo que empezó en su día como provocación de un filólogo funámbulo haciendo equilibrios entre ciencia y arte en la cuerda floja del malestar de la cultura de la era moderna conforma hoy ya el suelo tembloroso de nuestra sensibilidad contemporánea. Por un lado, desde ahí se comprenden las rebeliones contraculturales, la desmitificación del principio de realidad burgués, la rebelión dionisiaca de la vida... Pero el viaje retrospectivo de Nietzsche al paisaje juvenil de la obra, en tanto centro neurálgico de su época, también implica acceder de algún modo a un observatorio médico en el que la cultura burguesa asiste inerme y autocomplaciente al proceso suicida de la estetización de la política
LanguageEspañol
Release dateNov 24, 2019
ISBN9788832954463
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    El nacimiento de la tragedia - Friedrich Nietzche

    mundo

    Ensayo de autocrítica

    Sea lo que sea aquello que estØ a la base de este libro problemÆtico: una cuesti n de primer rango y mÆximo atractivo tiene que haber sido, y ademÆs una cuesti n profundamente personal - testimonio de ello es la Øpoca en la cual surgi , pese a la cual surgi , la excitante Øpoca de la guerra francoalemana de 18701871. Mientras los estampidos de la batalla de W rth se expand an sobre Europa, el hombre caviloso y amigo de enigmas a quien se le depar la paternidad de este libro estaba en un rinc n cualquiera de los Alpes, muy sumergido en sus cavilaciones y enigmas, en consecuencia muy preocupado y despreocupado a la vez, y redactaba sus pensamientos sobre los griegos , -nœcleo del libro extraæo y dif cilmente accesible a que va a estar dedicado este tard o pr logo (o ep logo). Unas semanas mÆs tarde: y tambiØn Øl se encontraba bajo los muros de Metz, no desembarazado aœn de los signos de interrogaci n que hab a colocado junto a la presunta «jovialidad» de los griegos y junto al arte griego; hasta que por fin, en aquel mes de hond sima tensi n en que en Versalles se deliberaba sobre la paz, tambiØn Øl consigui hacer la paz consigo mismo, y mientras convalec a lentamente de una enfermedad que hab a contra do en el campo de batalla, comprob en s de manera definitiva el «nacimiento de la tragedia en el esp ritu de la música». - ¿En la mœsica? ¿Mœsica y tragedia? ¿Griegos y mœsica de tragedia? ¿Griegos y la obra de arte del pesimismo? La especie mÆs lograda de hombres habidos hasta ahora, la mÆs bella, la mÆs envidiada, la que mÆs seduce a vivir, los griegos - ¿c mo?, ¿es que precisamente ellos tuvieron necesidad de la tragedia? ¿MÆs aœn - del arte? ¿Para quØ - el arte griego?...

    Se adivina el lugar en que con estas preguntas quedaba colocado el gran signo de interrogaci n acerca del valor de la existencia. ¿Es el pesimismo, necesariamente, signo de declive, de ruina, de fracaso, de instintos fatigados y debilitados? - ¿como lo fue entre los indios, como lo es, segœn todas las apariencias, entre nosotros los hombres y europeos «modernos»? ¿Existe un pesimismo de la fortaleza? ¿Una predilecci n intelectual por las cosas duras, horrendas, malvadas, problemÆticas de la existencia, predilecci n nacida de un bienestar, de una salud desbordante, de una plenitud de la existencia? ¿Se da tal vez un sufrimiento causado por esa misma sobreplenitud? ¿Una tentadora valent a de la mÆs aguda de las miradas, valent a que anhela lo terrible, por considerarlo el enemigo, el digno enemigo en el que poder poner a prueba su fuerza?, ¿en el que ella quiere aprender quØ es «el sentir miedo»? ¿QuØ significa, justo entre los griegos de la Øpoca mejor, mÆs fuerte, mÆs valiente, el mito trágico? ¿Y el fen meno enorme de lo dionis aco? ¿QuØ significa, nacida de Øl, la tragedia? - Y por otro lado: aquello de que muri la tragedia, el socratismo de la moral, la dialØctica, la suficiencia y la jovialidad del hombre te rico - ¿c mo?, ¿no podr a ser justo ese socratismo un signo de declive, de fatiga, de enfermedad, de unos instintos que se disuelven de modo anÆrquico? ¿Y la «jovialidad griega» del helenismo tard o, tan s lo un arrebol de crepœsculo? ¿La voluntad epicœrea contra el pesimismo, tan s lo una precauci n del hombre que sufre? Y la ciencia misma, nuestra ciencia - s , ¿quØ significa en general, vista como s ntoma de vida, toda ciencia? ¿Para quØ, peor aœn, de dónde - toda ciencia? ¿C mo? ¿Acaso es el cientificismo nada mÆs que un miedo al pesimismo y una escapatoria frente a Øl? ¿Una defensa sutil obligada contra la verdad? ¿Y hablando en tØrminos morales, algo as como cobard a y falsedad? ¿Hablando en tØrminos no-morales, una astucia? Oh S crates, S crates, ¿fue Øse acaso tu secreto? Oh ironista misterioso, ¿fue Øsa acaso tu - iron a? - -

    2

    Lo que yo consegu aprehender entonces, algo terrible y peligroso, un problema con cuernos, no necesariamente un toro precisamente, en todo caso un problema nuevo: hoy yo dir a que fue el problema de la ciencia misma - la ciencia concebida por vez primera como problemÆtica, como discutible. Pero el libro en que entonces encontraron desahogo mi valor y mi suspicacia juveniles - ¡quØ libro tan imposible ten a que surgir de una tarea tan contraria a la juventud! Construido nada mÆs que a base de vivencias propias prematuras y demasiado verdes, todas las cuales estaban junto al umbral de lo comunicable, colocado en el terreno del arte - pues el problema de la ciencia no puede ser conocido en el terreno de la ciencia -, acaso un libro para artistas dotados accesoriamente de capacidades anal ticas y retrospectivas (es decir, para una especie excepcional de artistas, que hay que buscar y que ni siquiera se querr a buscar...), lleno de innovaciones psicol gicas y de secretos de artista, con una metaf sica de artista en el trasfondo, una obra juvenil llena de valor juvenil y de juvenil melancol a, independiente, obstinadamente aut noma incluso all donde parece plegarse a una autoridad y a una veneraci n propia, en suma, una primera obra, tambiØn en el mal sentido de la expresi n, que, pese a su problema senil, adolece de todos los defectos de la juventud, sobre todo de su «excesiva longitud», de su «tormenta y arrebato» (Sturm und Drang): por otra parte, teniendo en cuenta el Øxito que obtuvo (especialmente en el gran artista a que ella se dirig a como para un diÆlogo, en Richard Wagner), un libro probado, quiero decir, un libro que, en todo caso, ha satisfecho «a los mejores de su tiempo». Ya por esto deber a ser tratado con cierta deferencia y silencio; a pesar de ello yo no quiero reprimir del todo el decir cuÆn desagradable se me aparece ahora, cuÆn extraæo estÆ ahora ante m diecisØis aæos despuØs - ante unos ojos mÆs viejos, cien veces mÆs exigentes, pero que en modo alguno se han vuelto mÆs fr os, ni tampoco mÆs extraæos a aquella tarea a la que este temerario libro os por vez primera acercarse - ver la ciencia con la óptica del artista, y el arte, con la de la vida...

    3

    Dicho una vez mÆs, hoy es para m un libro imposible - lo encuentro mal escrito, torpe, penoso, frenØtico de imÆgenes y confuso a causa de ellas, sentimental, acÆ y allÆ azucarado hasta lo femenino, desigual en el tempo [ritmo], sin voluntad de limpieza l gica, muy convencido, y por ello, eximiØndose de dar demostraciones, desconfiando incluso de la pertinencia de dar demostraciones, como un libro para iniciados, como una «mœsica» para aquellos que han sido bautizados en la mœsica, que desde el comienzo de las cosas estÆn ligados por experiencias art sticas comunes y raras, como signo de reconocimiento para quienes sean in artibus [en cuestiones art sticas] parientes de sangre, - un libro altanero y entusiasta, que de antemano se cierra al profanum vulgus [vulgo profano] de los «cultos» mÆs aœn que al «pueblo», pero que, como su influjo demostr y demuestra, tiene que ser tambiØn bastante experto en buscar sus compaæeros de entusiasmo y en atraerlos hacia nuevos senderos ocultos y hacia nuevas pistas de baile. Aqu hablaba en todo caso, - esto se admiti con tanta curiosidad como repulsa - una voz extraña, el disc pulo de un «dios desconocido» todav a, que por el momento se escond a bajo la capucha del docto, bajo la pesadez y el desabrimiento dialØctico del alemÆn, incluso bajo los malos modales del wagneriano; hab a aqu un esp ritu que sent a necesidades nuevas, carentes aœn de nombre, una memoria rebosante de preguntas, experiencias, secretos, a cuyo margen estaba escrito el nombre Dioniso como un signo mÆs de interrogaci n: aqu hablaba - as se dijo la gente con suspicacia - una especie de alma m stica y casi menÆdica, que con esfuerzo y de manera arbitraria, casi indecisa sobre si lo que quer a era comunicarse u ocultarse, parec a balbucear en un idioma extraæo. Esa «alma nueva» habr a debido cantar - ¡y no hablar! QuØ lÆstima que lo que yo ten a entonces que decir no me atreviera a decirlo como poeta: ¡tal vez habr a sido capaz de hacerlo! O, al menos, como fil logo: - ¡pues todav a hoy para el fil logo estÆ casi todo por descubrir y desenterrar aœn en este campo! Sobre todo el problema de que aqu hay un problema, - y de que, ahora y antes, mientras no tengamos una respuesta a la pregunta «¿quØ es lo dionis aco?», los griegos continœan siendo completamente desconocidos e inimaginables...

    4

    S , ¿quØ es lo dionis aco? - En este libro hay una respuesta a esa pregunta - en Øl habla alguien que «sabe», el iniciado y disc pulo de su dios. Tal vez ahora yo hablar a con mÆs cautela y menos elocuencia acerca de una cuesti n psicol gica tan dif cil como es el origen de la tragedia entre los griegos. Una cuesti n fundamental es la relaci n del griego con el dolor, su grado de sensibilidad, - ¿permaneci idØntica a s misma esa relaci n?, ¿o se invirti ? - la cuesti n de si realmente su cada vez mÆs fuerte anhelo de belleza, de fiestas, de diversiones, de nuevos cultos, surgi de una carencia, de una privaci n, de la melancol a, del dolor. Suponiendo, en efecto, que precisamente esto fuese verdadero - y Pericles (o Tuc dides) nos lo da a entender en el gran discurso fœnebre -: ¿de d nde tendr a que proceder el anhelo contrapuesto a Øste y surgido antes en el tiempo, el anhelo de lo feo, la buena y rigurosa voluntad, propia del heleno primitivo, de pesimismo, de mito trÆgico, de dar imagen a todas las cosas terribles, malvadas, enigmÆticas, aniquiladoras, funestas que hay en el fondo de la existencia, - de d nde tendr a que provenir entonces la tragedia? ¿Acaso del placer, de la fuerza, de una salud desbordante, de una plenitud demasiado grande? ¿Y quØ significado tiene entonces, hecha la pregunta fisiol gicamente, aquella demencia de que surgi tanto el arte trÆgico como el c mico, la demencia dionis aca? ¿C mo? ¿Acaso no es la demencia, necesariamente, s ntoma de degeneraci n, de declive, de una cultura demasiado tard a? ¿Existen acaso - una pregunta para mØdicos de locos - neurosis de la salud?, ¿de la juventud y juvenilidad de los pueblos? ¿A quØ apunta aquella s ntesis de dios y macho cabr o que se da en el sÆtiro? ¿En raz n de quØ vivencia de s mismo, para satisfacer a quØ impulso tuvo el griego que imaginarse como un sÆtiro al entusiasta y hombre primitivo dionis aco? Y en lo que se refiere al origen del coro trÆgico: ¿hubo acaso arrebatos endØmicos en aquellos siglos en que el cuerpo griego florec a, y el alma griega desbordaba de vida? ¿Visiones y alucinaciones que se transmit an a comunidades enteras, a asambleas enteras reunidas para el culto? ¿Y si ocurriera que los griegos tuvieron, precisamente en medio de la riqueza de su juventud, la voluntad de lo trÆgico y fueron pesimistas?, ¿que fue justo la demencia, para emplear una frase de Plat n, la que trajo las máximas bendiciones sobre la HØlade?, ¿y que, por otro lado, y a la inversa, fue precisamente en los tiempos de su disoluci n y debilidad cuando los griegos se volvieron cada vez mÆs optimistas, mÆs superficiales, mÆs comediantes, tambiØn mÆs ansiosos de l gica y de logicizaci n del mundo, es decir, a la vez «mÆs joviales» y «mÆs cient ficos»? ¿Y si tal vez, a despecho de todas las «ideas modernas» y los prejuicios del gusto democrÆtico, pudieran la victoria del optimismo, la racionalidad predominante desde entonces, el utilitarismo prÆctico y te rico, as como la misma democracia, de la que son contemporÆneos, - ser un s ntoma de fuerza declinante, de vejez inminente, de fatiga fisiol gica? ¿Y precisamente no - el pesimismo? ¿Fue Epicuro un optimista - precisamente en cuanto hombre que sufría? - - Ya se ve que es todo un fardo de dif ciles cuestiones el que este libro carg sobre sus espaldas - ¡aæadamos ademÆs su cuesti n mÆs dif cil! ¿QuØ significa, vista con la ptica de la vida, - la moral?...

    5

    Ya en el «Pr logo a Richard Wagner» el arte - y no la moral - es presentado como la actividad propiamente metafísica del hombre; en el libro mismo reaparece en varias ocasiones la agresiva tesis de que s lo como fen meno estØtico estÆ justificada la existencia del mundo. De hecho el libro entero no conoce, detrÆs de todo acontecer, mÆs que un sentido y un ultra-sentido de artista, - un «dios», si se quiere, pero, desde luego, tan s lo un dios-artista completamente amoral y desprovisto de escrœpulos, que tanto en el construir como en el destruir, en el bien como en el mal, lo que quiere es darse cuenta de su placer y su soberan a idØnticos, un dios-artista que, creando mundos, se desembaraza de la necesidad implicada en la plenitud y la sobreplenitud, del sufrimiento de las ant tesis en Øl acumuladas. El mundo, en cada instante la alcanzada redenci n de dios, en cuanto es la visi n eternamente cambiante, eternamente nueva del ser mÆs sufriente, mÆs antitØtico, mÆs contradictorio, que œnicamente en la apariencia sabe redimirse: a toda esta metaf sica de artista se la puede denominar arbitraria, ociosa, fantasmag rica -, lo esencial en esto estÆ en que ella delata ya un esp ritu que alguna vez, pese a todos los peligros, se defenderÆ contra la interpretaci n y el significado morales de la existencia. Aqu se anuncia, acaso por vez primera, un pesimismo «mÆs allÆ del bien y del mal», aqu se deja o r y se formula aquella «perversidad de los sentimientos» contra la que Schopenhauer no se cans de disparar de antemano sus mÆs colØricas maldiciones y piedras de rayo, - una filosof a que osa situar, rebajar la moral misma al mundo de la apariencia y que la coloca no s lo entre las

    «apariencias» (en el sentido de este terminus technicus idealista), sino entre los «engaæos», como apariencia, ilusi n, error, interpretaci n, aderezamiento, arte. Acaso donde mejor pueda medirse la profundidad de esta tendencia antimoral es en el precavido y hostil silencio con que en el libro entero se trata al cristianismo, - el cristianismo en cuanto es la mÆs aberrante variaci n sobre el tema moral que la humanidad ha llegado a escuchar hasta este momento. En verdad, no existe ant tesis mÆs grande de la interpretaci n y justificaci n puramente estØticas del mundo, tal como en este libro se las enseæa, que la doctrina cristiana, la cual es y quiere ser s lo moral, y con sus normas absolutas, ya con su veracidad de Dios por ejemplo, relega el arte, todo arte, al reino de la mentira, - es decir, lo niega, lo reprueba, lo condena. DetrÆs de semejante modo de pensar y valorar, el cual, mientras sea de alguna manera autØntico, tiene que ser hostil al arte, percib a yo tambiØn desde siempre lo hostil a la vida, la rencorosa, vengativa aversi n contra la vida misma: pues toda vida se basa en la apariencia, en el arte, en el engaæo, en la ptica, en la necesidad de lo perspectiv stico y del error. El cristianismo fue desde el comienzo, de manera esencial y bÆsica, nÆusea y fastidio contra la vida sentidos por la vida, nÆusea y fastidio que no hac an mÆs que disfrazarse, ocultarse, ataviarse con la creencia en «otra» vida distinta o «mejor». El odio al «mundo», la maldici n de los afectos, el miedo a la belleza y a la sensualidad, un mÆs allÆ inventado para calumniar mejor el mÆs acÆ, en el fondo un anhelo de hundirse en la nada, en el final, en el reposo, hasta llegar al «sÆbado de los sÆbados» - todo esto, as como la incondicional voluntad del cristianismo de admitir valores s lo morales me pareci siempre la forma mÆs peligrosa y siniestra de todas las formas posibles de una «voluntad de ocaso»; al menos, un signo de enfermedad, fatiga, desaliento, agotamiento, empobrecimiento hond simos de la vida, - pues ante la moral (especialmente ante la moral cristiana, es decir, incondicional) la vida tiene que carecer de raz n de manera constante e inevitable, ya que la vida es algo esencialmente amoral, - la vida, finalmente, oprimida bajo el peso del desprecio y del eterno «no», tiene que ser sentida como indigna de ser apetecida, como lo no-vÆlido en s . La moral misma - ¿c mo?, ¿acaso ser a la moral una «voluntad de negaci n de la vida», un instinto secreto de aniquilaci n, un principio de ruina, de empequeæecimiento, de calumnia, un comienzo del final? ¿Y en consecuencia, el peligro de los peligros?... Contra la moral, pues, se levant entonces, con este libro problemÆtico, mi instinto, como un instinto defensor de la vida, y se invent una doctrina y una valoraci n radicalmente opuestas de la vida, una doctrina y una valoraci n puramente art sticas, anticristianas. ¿C mo denominarlas? En cuanto fil logo y hombre de palabras las bauticØ, no sin cierta libertad - ¿pues quiØn conocer a el verdadero nombre del Anticristo? - con el nombre de un dios griego: las llamØ dionisíacos. - 6

    ¿Se entiende cuÆl es la tarea que yo osØ rozar ya con este libro?... ¡CuÆnto lamento ahora el que no tuviese yo entonces el valor (¿o la inmodestia?) de permitirme, en todos los sentidos, un lenguaje propio para expresar unas intuiciones y osad as tan propias, - el que intentase expresar penosamente, con f rmulas schopenhauerianas y kantianas, unas valoraciones extraæas y nuevas, que iban radicalmente en contra tanto del esp ritu de Kant y de Schopenhauer como de su gusto! ¿C mo pensaba, en efecto, Schopenhauer acerca de la tragedia? «Lo que otorga a todo lo trÆgico el empuje peculiar hacia la elevaci n» - dice en El mundo como voluntad y representación, II, 495 - «es la aparici n del conocimiento de que el mundo, la vida no pueden dar una satisfacci n autØntica, y, por tanto, no son dignos de nuestro apego: en esto consiste el esp ritu trÆgico -, ese esp ritu lleva, segœn esto, a la resignación». ¡Oh, de quØ modo tan distinto me hablaba Dioniso a m ! ¡Oh, cuÆn lejos de m se hallaba entonces justo todo ese resignacionismo! - Pero en el libro hay algo mucho peor, que yo ahora lamento mÆs aœn que el haber oscurecido y estropeado con f rmulas schopenhauerianas unos presentimientos dionis acos: a saber, ¡el haberme echado a perder en absoluto el grandioso problema griego, tal como a m se me hab a aparecido, por la injerencia de las cosas modern simas! ¡El haber puesto esperanzas donde nada hab a que esperar, donde todo apuntaba, con demasiada claridad, hacia un foral! ¡El haber comenzado a descarriar, basÆndome en la œltima mœsica alemana, acerca del «ser alemÆn», como si Øste se hallase precisamente en trance de descubrirse y de reencontrarse a s mismo - y esto en una Øpoca en que el esp ritu alemÆn, que no hac a aœn mucho tiempo hab a tenido la voluntad de dominar sobre Europa, la fuerza de guiar a Europa, acababa de presentar su abdicación definitiva e irrevocable, y, bajo la pomposa excusa de fundar un Reich, realizaba su trÆnsito a la mediocrizaci n, a la democracia y a las «ideas modernas»! De hecho, entre tanto he aprendido a pensar sin esperanza ni indulgencia alguna acerca de ese «ser alemÆn», y asimismo acerca de la música alemana de ahora, la cual es romanticismo de los pies a la cabeza y la menos griega de todas las formas posibles de arte: ademÆs, una destrozadora de nervios de primer rango, doblemente peligrosa en un pueblo que ama la bebida y honra la oscuridad como una virtud, es decir, en su doble condici n de narc tico que embriaga y, a la vez, obnubila. - Al margen, claro estÆ, de todas las esperanzas apresuradas y de todas las err neas aplicaciones a la realidad del presente con que yo me echØ a perder entonces mi primer libro, permanecerÆ en lo sucesivo el gran signo de interrogaci n dionis aco, tal como fue en Øl planteado, tambiØn en lo que se refiere a la mœsica: ¿c mo tendr a que estar hecha una mœsica que no tuviese ya un origen romÆntico, como lo tiene la mœsica alemana - sino un origen dionisíaco?...

    7

    -Pero, seæor m o, ¿quØ es romanticismo en el mundo entero si su libro no es romanticismo? ¿Es que el odio profundo contra el «tiempo de ahora», contra la «realidad» y las «ideas modernas», puede ser llevado mÆs lejos de lo que se llev en su metaf sica de artista? - ¿la cual prefiere creer hasta en la nada, hasta en el demonio, antes que en el «ahora»? ¿No se oye, por debajo de toda su polifon a contrapunt stica y de su seducci n de los o dos, el zumbido de un bajo continuo de c lera y de placer destructivo, una rabiosa resoluci n contra todo lo que es «ahora», una voluntad que no estÆ demasiado lejos del nihilismo prÆctico y que parece decir «¡prefiero que nada sea verdadero antes de que vosotros tengÆis raz n, antes de que vuestra verdad tenga raz n!»? Escuche usted mismo, seæor pesimista y endiosador del arte, con un o do un poco mÆs abierto, un œnico pasaje escogido de su libro, aquel pasaje que habla, no sin elocuencia, de los matadores de dragones, y que sin duda tiene un sonido capcioso y embaucador para o dos y corazones j venes: ¿o es que no es Østa la genuina y verdadera profesi n de fe de los romÆnticos de 1830 bajo la mÆscara del pesimismo de 1850?, tras de la cual confesi n se preludia ya

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