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Los Generales Más Brillantes De La Historia.
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Este libro realiza un recorrido por las vidas de diez de los generales que han marcado el curso de la historia, diez personajes sin los cuales la sociedad en la que vivimos actualmente quizá no sería así. De forma amena, este libro describe sus hazañas, sus relaciones con la época en la que vivieron y las opiniones que sus adversarios tenían sobre ellos. Los generales cuyas vidas se relatan en este libro tienen algo en común: luchaban por ideales en los que creían firmemente y, por encima de todo, luchaban por lograr una paz duradera en los territorios bajo su influencia. 
LanguageEspañol
Release dateJan 1, 1989
ISBN9781633393929
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    Los Generales Más Brillantes De La Historia. - Michael Rank

    autor

    Introducción

    ¿Por qué los generales más brillantes son ovejas negras?

    El peor lugar para encontrar un buen general es lo más alto de la cadena de mando militar. Esta afirmación puede parecer extraña, puesto que los generales son, por definición, hombres que han hecho su carrera dentro del mundo militar y que han invertido décadas escalando rangos e impresionando a sus superiores. Es el camino a seguir para llegar a ser un oficial al mando.

    No obstante, han ocurrido hechos a lo largo de la historia que apoyan esta afirmación, como es el caso del general confederado Gideon Pillow.  El hombre que fue descrito por Steward Sifakis  como «uno de los hombres más reprobables que jamás hayan llevado los galones de un general confederado»  sirvió como oficial durante décadas a pesar de que casi todos los intentos de liderazgo militar que llevó a cabo fueron un desastre. Le nombraron brigadista general de los voluntarios en 1846, durante la guerra de Estados Unidos contra México, por haber sido compañero del presidente James K. Polk. Si en algo destacaba, era en atribuirse los logros de los demás como si fueran suyos. Se colgó las medallas de las victorias estadounidenses en Churubusco y Contreras, escribiendo una carta anónima a Nueva Orleans en la que se reconocía a sí mismo este mérito. Su mentira se descubrió más tarde, y estuvo a punto de enfrentarse a un consejo de guerra contra él, con los oficiales Winfield Scott y Zachary Taylor al frente.  El presidente Polk intervino una vez más para salvar a su amigo, haciendo que otra persona se hiciera responsable de la carta. 

    Intentó presentarse al Senado y a la vicepresidencia, pero no contaba con el apoyo suficiente. Tras este fracaso, Pillow recibió otra misión poco después del estallido de la Guerra Civil.  El gobernador de Tennessee, Isham Harris, le nombró teniente general del ejército provisional de este estado. Aunque al principio venció algunas batallas, como el asalto al fuerte Donelson en febrero de 1862, terminó por ordenar la retirada de las tropas, tirando por la borda todo lo que se había conseguido con tanto esfuerzo. Le pasó el mando a Simon Bolivar Buckner, quien se rindió ante Ulysses S. Grant. Pronto sus victorias fueron siendo cada vez menos frecuentes y sus actuaciones degeneraron en la más absoluta cobardía. El 2 de enero de 1863, estando al mando de un escuadrón en la batalla de Stones River (llamada batalla de Murfreesboro por los confederados), apareció escondido detrás de un árbol en lugar de estar al frente de sus hombres. Después de este episodio, estuvo alejado de la batalla y, cuando terminó la guerra, abrió un bufete de abogados con el exgobernador Harris. 

    La carrera militar de Pillow es infame pero, por desgracia, ha sido el denominador común de muchos generales a lo largo de la historia.  Tradicionalmente, los grandes comandantes y generales no eran quienes planeaban las guerras al comienzo de las hostilidades, sino que solían ser miembros bien posicionados del aparato burocrático cuyos amigos, altos cargos gubernamentales, les otorgaban el mando. Como subraya Victor Davis Hanson en The Savior Generals, los hombres como Pillow alcanzan estas posiciones en épocas de paz, cuando el ascenso depende de seguir las reglas al pie de la letra y de mantener las directrices marcadas por la administración. Después, estos generales siguen estrategias predecibles, muy de manual, basadas en ataques frontales y directos. Por esta razón, y por desgracia, Pillow medró en la carrera militar. Era amigo de la gente adecuada y era lo suficientemente predecible como para no avergonzar a nadie importante. También era un comandante que seguía fórmulas conocidas, que no se arriesgaba y que prefería un ataque frontal al subterfugio de un ataque por los flancos del enemigo. 

    Pillow podría perfectamente haber sido un mal general, pero luchaba de un modo que se consideraba aceptable. La sociedad tiende a favorecer las soluciones directas y a las personalidades que están por encima de métodos novedosos e insólitos. Esto es tan cierto hoy como lo fue durante la guerra civil americana o durante la Segunda Guerra Mundial. Las imágenes de las fuerzas aliadas atacando las playas de Normandía y cargando directamente contra los soldados alemanes provocan admiración y respeto. La imagen del comandante que lidera a sus soldados de frente hacia la batalla es idolatrada y queda grabada en la memoria de la estrategia militar.  El historiador Bevin Alexander ha insistido en que esa es la razón por la que el ejército de Estados Unidos equipara la guerra al fútbol americano. Este deporte se basa en un reto directo: un atacante y un defensor que chocan entre sí para aplastar cada metro cuadrado del campo. 

    Estos comandantes son respetados si siguen sistemas organizados, pero les va mal cuando se enfrentan a enemigos impredecibles. Por el contrario, los grandes generales de la historia basan sus triunfos en la sorpresa, en la decepción y en la sutileza. Alexander insiste en que prácticamente todas las grandes maniobras militares de la historia han sido ataques contra el flanco enemigo, bien reales o psicológicos. Se trata de ataques que cortan el abastecimiento, los refuerzos y las comunicaciones de sus enemigos. Los generales más débiles terminan minados psicológicamente y pierden la confianza con gran rapidez. Un ejemplo clásico de esta estrategia es Escipión el Africano, el general romano que debilitó a los cartagineses en España ignorando el tamaño de sus ejércitos y atacando su base principal en Cartagena. Los aliados sólo derrotaron a Napoleón cuando se retiraron, alejándose de su ejército, sin molestarse en llevar a cabo un ataque directo para ganar París, lo que obligó a los hombres de Napoleón a rendirse.

    Otro ejemplo es el general bizantino Flavio Belisario, nada ortodoxo en sus métodos pero que obtuvo notables victorias. Reconquistó gran parte del Imperio romano de Occidente  en el siglo vi, después de que éste hubiera caído en manos de los bárbaros un siglo antes. Lo consiguió liderando una pequeña fuerza de 5000 soldados contra un ejército de godos diez veces más numeroso y utilizando astutas tácticas basadas en el engaño. Acabó con el sitio de Nápoles del año 537, que duraba ya varios meses, enviando a sus hombres a través del acueducto para traspasar de este modo los muros de la ciudad. Accedieron al centro de la ciudad descolgándose por las ramas de un olivo, se pasearon tranquilamente por la ciudad hasta una de las torres de la muralla, mataron a sus guardas y permitieron a sus compañeros la entrada lanzándoles escalas de cuerda. Una vez dentro, sacrificaron a la población civil.  Cuando se propagaron las noticias de su victoria, otras ciudades italianas abrieron sus puertas de par en par por miedo a correr la misma suerte. 

    Belisario entró en Roma y preparó un largo asedio contra el poderoso ejército bizantino. Como el asedio duraba mucho y su ejército empezaba a estar desabastecido, al general se le ocurrió un ingenioso plan. Sabía que no podía llevar a sus tropas hasta la salida, así que envió a un subordinado para que avanzara con 2000 jinetes hacia el norte, hacia la Toscana, para atacar a los pueblos godos. Allí encontraron poca resistencia, ya que la mayoría de los hombres en edad de luchar estaban en Roma. Belisario ordenó a su oficial que avanzara hacia la capital, Rávena. El oficial godo Vitiges estaba tan alarmado ante la inminente incursión que acabó entregándose. Evitando enzarzarse en duras batallas, Belisario había vencido a los godos, que juraron fidelidad a Roma.

    Pero como tantos otros famosos generales de la historia, la naturaleza poco convencional y excéntrica de Belisario le hizo víctima de la desconfianza una vez en casa. El emperador bizantino, Justiniano, no lo recibió con los honores propios de un héroe por considerarlo un enemigo político. Se ganó el rencor de la clase política, profundamente celosa de su éxito, y no obtuvo fama ni renombre de vuelta en Constantinopla. Los generales como Belisario son espontáneos y propensos al individualismo y a la egolatría, por lo que a menudo tienen mala reputación tras sus momentos de gloria, incluso cuando consiguen salvar a sus naciones en el campo de batalla. En el año 562, Belisario fue acusado de corrupción y sometido a juicio en Constantinopla. Se le declaró culpable y fue enviado a prisión, pero fue perdonado más tarde por el emperador. Según la leyenda, al final de su vida Justiniano ordenó que se le sacaran los ojos, lo que le convirtió en un mendigo que pedía por las almas de los transeúntes cerca de Porta Pinciana, en Roma.

    Este libro explora las vidas y las épocas de los diez generales más célebres de la historia. Profundiza en su poco convencional, y en ocasiones errático, comportamiento que los ha conducido al éxito pero que también los ha convertido en ovejas negras. Pero antes de embarcarnos en este viaje, debemos definir qué significa ser un gran comandante. No es una cuestión tan fácil como pueda parecer en un principio.

    Existen numerosos factores que determinan el éxito o el fracaso de un oficial al mando; matar al mayor número posible de soldados enemigos no es un criterio suficiente. Si fuera así, este libro se centraría en los generales contemporáneos que tienen acceso a misiles Hellfire y a comunicaciones por satélite, y no en los aquellos dirigentes que contaban con recursos como soldados infantería, arqueros y caballería.

    En primer lugar, el general ha de ser una fuente de inspiración para sus tropas. Debe ser capaz de imponer disciplina antes de comenzar la batalla y de aportar motivación cuando las circunstancias parezcan desesperadas y la derrota inminente. Un general brillante inspira estas cualidades en sus tropas a través de sus propias virtudes, de su valor, y no simplemente dando una versión descafeinada del famoso discurso del día de San Crispín (pronunciado por Enrique V de Inglaterra antes de la batalla) para luego contemplar la lucha desde la seguridad de su propia tienda de campaña.

    Un buen general no sólo motiva a sus tropas mostrando coraje en el campo de batalla, sino también demostrando ser un buen administrador en el día a día. Tiene que ser capaz de gestionar el increíble esfuerzo logístico que supone una guerra, manteniendo líneas de abastecimiento abiertas para asegurarse refuerzos, equipamiento y armas. 

    En segundo lugar, debe ser un experto en estrategia y tácticas. La estrategia es el arte de la planificación y de la previsión a largo plazo. Para esto hay que ser inteligente y hay que saber escoger el mejor modo de atacar o de defenderse, evaluando las debilidades del enemigo y manipulando a los rivales. Un oficial al mando que sea competente llevará a cabo un plan que evite la batalla y que sólo busque la victoria. Napoleón hizo esto una y otra vez, sobre todo con su infalible manoeuvre de derrière, que consistía en posicionarse, sin que el enemigo lo esperara, lejos del núcleo principal de sus líneas para concentrarse en un punto débil pero vital de las mismas. Lo hacía ayudándose de algún accidente del terreno que estuviera localizado en la retaguardia, como por ejemplo un río, evitando así que el enemigo consiguiera refuerzos o suministros. 

    A diferencia de las estrategias, las tácticas se llevan a cabo respondiendo a un impulso; son las respuestas instintivas que se dan en la batalla real. Son los momentos de improvisación que ponen a prueba la creatividad y la flexibilidad del líder. Son aquellas decisiones que se toman al dar la orden de atacar, retirarse, o rendirse. Y un general ha de ser capaz de ejecutar correctamente sus planes sobre el terreno para que sean verdaderamente efectivos. Es relativamente fácil planear un ataque por sorpresa, pero resulta muy difícil llevarlo a cabo con éxito. 

    Finalmente, los grandes generales obtienen resultados. Ante todo, deben ser capaces de vencer a sus enemigos en pequeñas escaramuzas. Pillow es un gran ejemplo negativo de este principio. Cuando Ulysses S. Grant luchó contra Pillow en Fort Donelson, el primero sabía que podía asaltar la fortaleza incluso sin tener una fuerza superior. Era un movimiento arriesgado según los cálculos militares de la guerra civil americana, pero Grant había luchado con Pillow en la guerra contra México y conocía su naturaleza pusilánime. Grant escribió en sus memorias: «Conocí al General Pillow en México y sabía que, con unos cuantos hombres, por pocos que fueran, podría adentrarme disparando en cualquier trinchera que él estuviera defendiendo.»

    Lo anterior contrasta con el caso de Alejandro Magno, a quien era imposible vencer en el campo de batalla y que consiguió romper la retaguardia persa, el imperio más poderoso en aquella época. No logró esta hazaña gracias a un número superior de hombres, sino a las maniobras realizadas por su caballería, maniobras inéditas hasta entonces en un campo de batalla. En pocas palabras, las continuas derrotas no hacen célebre a un comandante.

    Estas victorias son especialmente notables porque proceden, normalmente, de una pequeña fuerza frente a un oponente más poderoso y tecnológicamente superior. Todavía hoy se habla de la batalla de las Termópilas, en el año 480, donde un ejército de 300 espartanos retuvo aproximadamente a un millón de soldados persas durante una semana mientras la flota ateniense preparaba un ataque por mar. Si el comandante es capaz de ganar la campaña final, expandir su territorio y aumentar el poder de su reino o nación, está predestinado al éxito. Las conquistas de Gengis Kan y sus sucesores se extendieron desde el océano Pacífico hasta Hungría. Napoleón amenazó con conquistar toda Europa cuando había estado fracturada políticamente durante casi 2000 años. 

    Por estas razones, los generales que aparecen en este libro han sido tan respetados hasta nuestros días, aunque no lo fueran tanto en su época. Sus estrategias en el campo de batalla surgieron en la época de las lanzas y los escudos y, aún hoy, en la era de los drones no tripulados y la guerra de guerrillas, se utilizan como ejemplos en las academias militares. Gengis y Alejandro son dos de los nombres de pila más populares en el mundo musulmán, aunque ambos personajes eran paganos declarados. Son protagonistas de miles de libros, películas, obras de teatro y videojuegos. 

    Así pues, echemos un vistazo a las vidas de los diez mejores generales de la historia, los que gracias a su ingenio y a su espíritu indomable ganaron guerras, salvaron imperios y cambiaron para siempre el curso de la historia. 

    Capítulo 1

    Alejandro Magno (356-323 a. C.)

    De irascible joven macedonio a conquistador del mundo

    El mito que rodea

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