Morir en el Intento: La Peor Tragedia de Immigrantes en la Historia de los Estados Unidos
By Jorge Ramos
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About this ebook
Jorge Ramos
Jorge Ramos has won eight Emmy Awards and the Maria Moors Cabot Award for excellence in journalism. He has been the anchorman for Univision News for the last twenty-one years and has appeared on NBC's Today, CNN's Talk Back Live, ABC's Nightline, CBS's Early Show, and Fox News's The O'Reilly Factor, among others. He is the bestselling author of No Borders: A Journalist's Search for Home and Dying to Cross. He lives in Florida. Jorge Ramos ha sido el conductor de Noticiero Univision desde 1986. Ha ganado siete premios Emmy y el premio Maria Moors Cabot por excelencia en perio dismo otorgado por la Universidad de Columbia. Además ha sido invitado a varios de los más importantes programas de televisión como Nightline de ABC, Today Show de NBC, Larry King Live de CNN, The O'Reilly Factor de FOX News y Charlie Rose de PBS, entre otros. Es el autor bestseller de Atravesando Fronteras, La Ola Latina, La Otra Cara de América, Lo Que Vi y Morir en el Intento. Actualmente vive en Miami.
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Reviews for Morir en el Intento
2 ratings1 review
- Rating: 2 out of 5 stars2/5I was hopeful about this book as the topic is very interesting. BUT sadly, I was just bored. Yes, it is VERY tragic what happened to the people in the back of the truck. But the way it was written, I couldn't follow. There were way too many people and names and everything jumped all around. I couldn't keep straight who was who. Plus, I don't really see why this was made into a book. There wasn't that much to say about the incident honestly. It's a news story, not a book. Yes, it brings to light a lot of immigration policy issues, which is good. But I just don't think it was worth making into a book.
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Morir en el Intento - Jorge Ramos
1
CUANDO SE ABRIERON LAS PUERTAS
Olía a muerte.
Cuando el chofer Tyrone Williams abrió las puertas de su tráiler en la madrugada del miércoles 14 de mayo de 2003, jamás se imaginó encontrar a tantas personas. Y, peor aún, que varias de ellas estuvieran muertas. Pero era así.
Tras halar la palanca que abría las puertas de la caja de su tráiler de dieciocho ruedas, tuvo que hacerse a un lado para no ser arrollado por los inmigrantes que brincaban al piso en busca de aire y de vida. Algunos cuerpos cayeron inmóviles. Le bastó una ojeada para darse cuenta de que las cosas no estaban bien.
Dentro del tráiler, decenas de personas tiradas en el piso metálico. Unas estaban inconscientes, desmayadas, otras parecían dormir, y diecisiete estaban muertas. (Dos más morirían después en el hospital.) Sin embargo, en ese momento era imposible saber quiénes habían perecido y quiénes estaban al borde de la muerte. Eran alrededor de las dos de la mañana. Nadie transitaba por este camino rural de Victoria, en el sur de Texas, a un lado de la carretera interestatal 77 (U. S. Highway 77).
El interior del tráiler no tenía luz y no llevaban linternas. Sólo la luz de la luna despejaba el espeso manto de la oscuridad. El reflejo de las luces de una gasolinera se filtraba a través de una de las puertas del tráiler formando una fina línea blanquecina. Dentro, las sombras sugerían un amasijo de carnes sudadas y voluntades quebrantadas.
No todos brincaron del tráiler. Caminando como zombis, algunos se dirigieron a la puerta del camión y bajaron con dificultad los tres o cuatro pies que los separaban del piso. Primero, se sentaban sobre la orilla del tráiler, luego se empujaban. Varios se encontraban tan débiles, mareados y desorientados que se cayeron al bajar, a pesar de que no estaban a gran altura. Los que aún tenían un poco de fuerzas ayudaban a los otros. Al abrir las puertas, varios de los desmayados recobraron la conciencia y, con suma dificultad, se arrastraron hacia la salida. Los que se quedaron dentro del tráiler apenas se movían.
Nunca sabremos con exactitud cuántas personas viajaban dentro del tráiler. Al menos setenta y tres, si contamos a los diecinueve muertos y a los cincuenta y cuatro sobrevivientes que detuvo la policía. Entre los muertos se cuentan dieciséis mexicanos, un salvadoreño, un hondureño y un dominicano. Y entre los sobrevivientes se cuentan treinta y dos mexicanos, catorce hondureños, siete salvadoreños y un nicaragüense.
Pero ¿cuántos se escaparon? Se calcula que había alrededor de ochenta personas dentro del tráiler. Quizás más. Algunos reportes de prensa sugieren que podrían haber sido más de cien. No lo sabemos. Lo que es muy probable es que algunos de los sobrevivientes más jóvenes y fuertes hayan escapado tan pronto se abrieron las puertas. Era poco lo que hubieran podido ayudar si se quedaban ahí. Además, no conocían a casi nadie. No se crearon fuertes lazos de amistad entre los inmigrantes que iban dentro del tráiler, ni existían vínculos familiares entre la mayoría. Desde luego, esa no era su principal preocupación. Si lograban escaparse, se ahorraban el pago final a los coyotes.
El martes 13 de mayo fue uno de los días mas calurosos vividos en el sur de Texas en la primavera de 2003. Poco después del mediodía el termómetro registró 91 grados Fahrenheit, un grado menos del récord para esa fecha. No llovió, y la sensación de calor se mantuvo a lo largo de la noche. Lo peor no era el calor, sino la humedad. En esa región del estado es posible empapar una camisa con sudor y humedad tras caminar tan solo una cuadra. La ropa se pega al cuerpo como si tuviera adhesivos. Era la mitad de la primavera, y se sentía. Cuando se abrieron las puertas del tráiler, la madrugada del 14 de mayo, la temperatura había descendido un poco: 74 grados Fahrenheit. Sin embargo, con una humedad relativa del 93 por ciento, equivalía a estar metido en una regadera.
Estas condiciones climatológicas hicieron del tráiler un verdadero baño sauna. Las altas temperaturas del día, sumadas a la humedad y al calor emanado por las decenas de cuerpos, convirtieron la caja del tráiler en una trampa mortal. Es imposible saber a cuánto subió la temperatura dentro del camión. Sin embargo, un reporte de la agencia de noticias Associated Press, que cita a autoridades del área, sugiere que pudo haber llegado a los 173 grados Fahrenheit. No hay forma de comprobarlo.
La caja del tráiler estaba totalmente sellada debido a su propósito comercial. Este tipo de tráilers lleva, frecuentemente, mercancía perecedera: verduras, fruta, carne y otro tipo de alimentos. Mientras menos aire se cuele al interior del tráiler, más tiempo se mantiene intacto el contenido y más lejos puede llevarse la mercancía. Estos camiones no están equipados para transportar a seres humanos.
Las paredes, el techo, las puertas y el piso de la caja del tráiler estaban forradas, primero con una capa de alumnio y luego con otra de un material insulante. Esto evita que la temperatura interior sea modificada drásticamente por el clima. Incluso si los inmigrantes hubieran podido perforar estas dos capas se habrían encontrado con las paredes de acero de la parte exterior del tráiler. La caja, además, no se podía abrir por dentro. No había escapatoria.
A pesar de que este tipo de tráilers tiene un sistema de aire acondicionado para mantener refrigerada la carga, por alguna razón inexplicable, no se usó la noche del martes ni la madrugada del miércoles hasta que ya fue demasiado tarde. Varios de los inmigrantes notaron que el aire acondicionado empezó a funcionar unos momentos antes de que se abrieran las puertas. De nada sirvió.
El tráiler llevaba recorridas unas ciento sesenta millas desde Harlingen, cerca de la frontera con México, y aún tenía por delante otras cien millas más en dirección noreste para llegar a su destino final en Houston. El chofer no parecía tener prisa manejando. En promedio, iba por debajo de las cincuenta millas por hora, significativamente menos del límite de velocidad. El propósito era claro. Sin duda no quería arriesgarse a ser detenido por exceso de velocidad y parecía no querer ser objeto de una inspección de la policía de caminos.
Los inmigrantes que se encontraban dentro del tráiler calculan que estuvieron cuatro horas sin poder salir. Y si por alguna razón el chofer Tyrone Williams hubiera decidido continuar el trayecto sin detenerse en Victoria, es muy probable que todas las personas que iban dentro estarían muertas. A la velocidad con que manejaba el chofer, le habría tomado, al menos, dos horas más para llegar a Houston.
Cuando las autoridades arribaron, ya había pasado casi una hora desde que salieron del tráiler los primeros inmigrantes. Tuvieron tiempo, incluso, de bajar del camión a algunos de los muertos. Los primeros agentes del sheriff del condado de Victoria encontraron trece cadáveres dentro del tráiler y cuatro más afuera.
Henry García Castillo, subdirector de la oficina del sheriff en el condado de Victoria (deputy sheriff), fue uno de los primeros en llegar. Llegó aproximadamente a las tres de la mañana y se quedó en el lugar durante diecisiete horas. La primera cosa que se investiga es si hay humanos que todavía estén vivos, que se les pueda dar auxilio,
dijo en un español oxidado a una periodista de la televisión en español. Ya después de eso, pos a ver si hay evidencia y de ahí comienza el resto de la investigación.
Pero lo que más impresionó al sheriff García Castillo al llegar fue el cadáver de un niño tendido junto al cuerpo de su padre. (El niño) estaba dentro del tráiler,
explicó el sheriff, según entiendo, era el papá el que estaba ahí enseguida de él; me dio mucha tristeza, para qué lo niego.
La mañana y la tarde del martes 14 de mayo están ya marcadas en la memoria del sheriff García Castillo. Él fue parte de la operación que llevó al hospital a varios de los sobrevivientes—incluyendo a dos muy graves—y a los que sólo sufrieron de sed y exceso de calor al centro comunitario de Victoria. No todo era tragedia. Hubo una chamaca que cumplió años ese día que estaba en el Community Center,
recordó el sheriff, y la gente fue y le consiguió un pastel para poder celebrar su cumpleaños y que no fuera todo el día muy triste, ¿verdad?
Cuando llegaron los medios de comunicación al lugar de la tragedia, ya había amanecido. Las ambulancias con paramédicos atendían todavía a algunos de los inmigrantes, pero los fotógrafos y camarógrafos no pudieron dejar de captar las imágenes de los pasajeros muertos, tapados con unas mantas blancas y grises y con los pies al descubierto. Algunos todavía llevaban calcetines.
Desde el aire, las imágenes filmadas por los helicópteros de los canales de televisión mostraban el largo tráiler junto a una reja con alambre de púas, y a su alrededor, decenas de autos de patrullas alumbrando con sus luces rojas y azules, ambulancias y camiones de satélites de las televisoras locales. Sobre el piso, varias camillas con los cuerpos de los inmigrantes que serían llevados a la morgue. Largos listones amarillos demarcaban el area exclusiva de los investigadores policiales, mientras reporteros y camarógrafos entrevistaban, una y otra vez, a las mismas autoridades locales que, hasta ese momento, tenían muy poca información de lo ocurrido.
El sol de la mañana del miércoles se levantó con furia, y en el aire flotaba un pesado sentimiento de frustración, enojo y asombro. ¿Quiénes eran los responsables de estas muertes? ¿Quién los dejó morirse ahí dentro? ¿Cómo se salvaron los sobrevivientes? ¿Dónde está la parte delantera del tráiler? ¿Quién es ese niño?
2
VENÍAN DESDE MUY LEJOS
Al menos setenta y tres personas hicieron los arreglos para cruzar ilegalmente de México a Estados Unidos y para que, luego, los transportaran de la ciudad texana de Harlingen a Houston. Ninguno de ellos sabía realmente en lo que se estaba metiendo.
Éste no era el primer viaje de Enrique Ortega a Estados Unidos. En 1991, a los quince años de edad, entró ilegalmente a este país y se estableció en Houston. Sobrevivió trabajando en restaurantes. Primero como ayudante de limpieza, más tarde como chef. No estaba nada mal para un muchachito que ganaba, a la semana, el equivalente a tres dólares con cincuenta centavos como campesino en Tecomatlán, Puebla. También trabajó en una fábrica y en una tienda en Puebla, pero su salario apenas alcanzaba los cincuenta dólares a la semana. En cambio, podía ganar eso mismo en un día de trabajo en Houston. ¿Quién puede decirle a Enrique que tomó la decisión equivocada al irse de México?
Enrique tiene nueve hermanos y es el mayor de los hombres. Nosotros somos una familia pobre, no tenemos la oportunidad de tener un buen trabajo en México,
dijo, explicando las razones que lo llevaron a emigrar al norte. Y aquí (en Estados Unidos) logramos tener un trabajo, podemos mantenernos y ayudar un poco a la familia de nosotros (en México).
Como muchos inmigrantes en Estados Unidos, Enrique fue echando raíces, se enamoró, se casó y tuvo tres hijas. Pero en el año 2000 fue detenido por la policía por cometer una seria infracción de tránsito. La policía, a su vez, lo entregó al Servicio de Inmigración, y fue deportado a México. Antes de la deportación, un juez le advirtió que si lo volvían a arrestar en Estados Unidos lo meterían en la cárcel por uno o dos años.
Esperó, entonces, tres años en México para que su esposa, una ciudadana norteamericana, le tramitara sus documentos de residencia en Estados Unidos. Pero desesperado por los lentos trámites burocráticos, preocupado por la distante relación con su esposa y extrañando mucho a sus hijas, decidió regresar a Estados Unidos a pesar de la advertencia del juez y del peligro de terminar en la cárcel.
Fue así como decidió tomar un autobús desde Puebla hasta la ciudad fronteriza de Matamoros, Tamaulipas. Allí se puso en contacto telefónico con una persona llamada Víctor Rodríguez para que lo ayudara a cruzar la frontera de Texas y lo llevara hasta Houston. Dos mil dólares desde Matamoros hasta Houston,
le dijo por teléfono el coyote (o pollero
) a Enrique. Y él aceptó.
Una persona vinculada al coyote fue a buscar a Enrique a su hotel la noche del lunes 12 de mayo de 2003. Esa misma noche, cruzaron de Matamoros hasta Brownsville, Texas, sin mayores dificultades. Era la primera vez que Enrique veía a Víctor Rodríguez y, según recuerda, le dio un primer pago de mil dólares.
Según las declaraciones de Enrique, la esposa de Victor Rodríguez llamó por teléfono a una mujer llamada Karla Chávez. Karla, ¿tienes espacio para dos personas más?,
le preguntó. Y ella, aparentemente, dijo que sí. Los dos lugares serían asignados a Enrique y a otro inmigrante que venía de República Dominicana. Los lugares estaban reservados, sin embargo, y había que pagarlos. La esposa de Víctor le dijo entonces que fuera a un estacionamiento, frente a un restaurante cerca de Harlingen, para darle el dinero a Karla. Fue allí que Enrique dijo haber visto cómo Víctor Rodríguez le pagaba a Karla Chávez el dinero que garantizaba el traslado de Harlingen a Houston. Los otros mil dólares los entregarían al llegar a Houston. Tras hacer ese primer pago, Enrique es trasladado a una casa en Harlingen desde donde partirían la noche del martes 13 de mayo hacia Houston.
Quienes no conocen bien la forma en que actúan los agentes del Servicio de Inmigración de Estados Unidos, podrían suponer que al cruzar la frontera termina el riesgo de ser detenido y deportado. Pero