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LIC.

MARIA EUGENIA GOMEZ


En primer lugar, es preciso reflexionar sobre la exigencia moral
de la práctica educativa con la pretensión de resaltar que se trata de
una tarea intrínsecamente moral en donde necesariamente intervienen
nuestros juicios y valoraciones.

La educación es un proceso, siempre inacabado, de


adaptación crítica en el que se transmiten preferencias o actitudes,
unos valores , y más aún, o con un tratamiento específico. Si este
proceso va destinado a las personas que han sobrepasado la etapa de
escolaridad inicial, al fin de que tengan oportunidades de seguir
adquiriendo y perfeccionando sus aptitudes, conocimientos técnicos y
profesionales y actitudes, así como de participar activamente en la
sociedad y de analizarla críticamente, según sus necesidades y con
criterio propio, urge educar en valores, en unos valores apreciados y
compartidos por todos y que posibiliten la convivencia en una sociedad
democrática..
La Ética nos va a ayudar, aunque de modo indirecto, a obrar
racionalmente en el conjunto de la vida entera, siempre que por razón
entendamos esa capacidad de comprensión humana que arranca de
nuestra inteligencia y que nos conduce a lograr las metas que
perseguimos.

Después de el análisis anterior, nos podemos preguntar


entonces, ¿cómo educar moralmente? ¿Cómo fundamentar una
educación de la moral que reconozca a los niños y niñas como sujetos
de derechos y no carentes de necesidades?
Para Cortina, la expresión «moral» significa ante todo, la
capacidad de enfrentar la vida frente a la «desmoralización»; es decir,
adquirir un alto grado de moral. Esto fundamenta la posibilidad de
Altura Humana, la cual no viene dada del exterior sino de su
subjetividad; esto se traduce en un desarrollo adecuado del auto
concepto y la autoestima. Auto concepto como la capacidad de auto-
poseernos y construir nuestro propio proyecto de vida.

Para Cortina una educación de lo moral estaría fundamentada


en tres principios a saber:
La realización humana como logro de felicidad, la cual se consigue con
un alto grado de autoestima y auto posicionamiento de sí, esto permite
al sujeto configurar su proyecto personal.

La posibilidad de entrar en diálogo con otros como opción de crecer


juntos a través del reconocimiento y la afirmación.

Poseer unos universales mínimos que den cuenta de la realidad en


que vivimos, sopesarlos, y ponerlos en relación desde los mismos
sujetos implicados que construyen su propia realidad.
Estos principios se encuentran en concordancia con los
factores actitudinales valorativos propuestos por Ausubel y
desarrolladas por De Zubiría (1995) para interpretar la complejidad de
relaciones que se entrecruzan en el ámbito educativo investigado. De
Zubiría sugiere analizar una educación de lo ético a partir de un modelo
que parta de reconocer tres grandes factores: un factor yoico, un factor
asociativo y un factor cognoscitivo.

El factor yoico tiene que ver con la competitividad, el


autoconcepto, la necesidad de lograr metas altas, status y realización;
la manera de identificarlos se da desde el autoconcepto, el liderazgo y
la necesidad de logros; es decir, con Altura Humana desde los
planteamientos de Cortina (1995). De Zubiría parte de dos
apreciaciones: La primera hace referencia a la necesidad de amor que
requiere el ser humano, la segunda cuando retoma a Beer (1978) quien
dice «lo que un niño sabe y piensa sobre si afectará sus interacciones
con los demás personas»
El factor asociativo, hace alusión a características y valores
particulares como la solidaridad, la interacción social, la empatía, el
servicio y ayuda a los demás; la manera como se manifiesta tiene que
ver con la relación que se tiene con los compañeros, con los adultos; es
la capacidad para ser solidarios y para interactuar. Significa que se
parte de reconocer que el ser humano requiere de los otros.

El factor cognoscitivo trabaja el significado de conocer,


comprender e indagar fenómenos naturales, sociales y tecnológicos;
sus formas de expresión son el interés por el conocimiento, las
participaciones en clases, la persistencia por lo que se hace,y las
elaboraciones. Para Schukina, citado por De Zubiría (1995) este interés
cognitivo es un potentísimo estimulo para que el niño y la niña se
conviertan de objeto de la educación en sujetos de la misma, motivados
por su propia Educación.
Educar en valores es algo que los profesionales de la
enseñanza han hecho siempre, siguen haciendo y nunca podrán dejar
de hacer. Toda acción educativa es ya una actividad cargada de valor,
lleva implícitos unos valores. Ningún profesor, (y el de educación de
personas adultas no es una excepción), puede pretender, sin
engañarse a sí mismo, que se limita a realizar una labor de transmisión
de los conocimientos que corresponden a su especialidad. Nunca se
puede sólo enseñar, se educa siempre.

Lo que hace educativa una acción docente no es tanto lo que


consigue como resultado, sino los valores educativos que pone en
juego. En su práctica educativa cotidiana con personas, el profesorado
hace algo más que dar clase: educa en valores.
La educación empieza por sentirnos miembros de
comunidades: familiar, religiosa, cultural...pero también como
pertenecientes a una comunidad política concreta. Además de ser
miembros de una familia, de una cultura, de una confesión religiosa,
nacemos en una sociedad, pertenecemos a una comunidad política
determinada en la que tenemos la categoría de ciudadanos. La
educación en valores no puede limitarse a la construcción de la
personalidad moral individual, debe interesarse al mismo tiempo por
formar ciudadanos.

Quizás la única manera de compartir con los alumnos los


valores básicos en los que creemos es mostrar, con nuestra práctica
cotidiana, que esos valores son algo más que una hueca moralina con
la que es fácil quedar muy bien: son algo tan importante que, en lugar
de hablar de ellos, preferimos mostrarlos en nuestra actividad cotidiana.
Por ello, el docente no puede verse sino como un agente
moral, alguien cuyo trabajo puede ser entendido como un arte práctico
en el que lo fundamental es la dimensión moral.

Lo que al final cuenta para educar en valores es el clima que


intentamos crear y que no puede lograrse si no somos capaces de
asumir un compromiso firme en torno a unos valores básicos
compartidos y expresados en nuestra práctica educativa docente.

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