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Luis FLOacs B co v HrNRY T E A L S /roITÖ itES

Arqueología de la cuenca del Titicaca, Perú


Lima, octubre de 2012
Arqueología de la cuenca
del
Titicaca, Perú

Luis Flores Blanco & Henry Tantaleán (eds.)


Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú n.º 2012-11525
Ley 26905-Biblioteca Nacional del Perú
ISBN: 978-9972-623-76-9

Derechos de la primera edición, octubre de 2012

© Instituto Francés de Estudios Andinos, UMIFRE 17, CNRS-MAE


Av. Arequipa 4500, Lima 18
Teléf.: (511) 447 60 70 Fax: (51 1) 445 76 50
E-mail: postmaster@ifea.org.pe
Pág. Web: http://www.ifeanet.org
Este volumen corresponde al tomo 302 de la Colección «Travaux de l'Institut Français
d'Études Andines» (ISSN 0768-424X)

© Cotsen Institute of Archaeology, University of California Los Angeles


308 Charles E. Young Drive North
A210 Fowler Building/Box 951510
Los Angeles, CA 90095-1510
Telefono: (310) 206-8934 Fax:
(310) 206-4723
Pagina web:
http://www.ioa.ucla.edu/

Impresión: Con Buena Letra Impresiones de Henry Vílchez Llamosas


Jr. Caylloma 451 Of.210, Cercado de Lima.

Primera edición: Lima octubre de 2012

Diseñ o de la Carátula: Juan Roel


Cuidado de la edición: Juan Roel
Contenido

Prólogo
Lautaro Núñez 7
1. Introducción a la arqueología de la cuenca del Titicaca
He Nry t a N t a Leá N y Luis FLores 19
2. Balances y perspectivas del período Arcaico (8,000 – 1500
a.C.) en la Región de Puno
Mark aLde Nder Fer 27
3. Transiciones del Arcaico Tardío al Formativo Temprano.
Una perspectiva desde la arqueología de la unidad
doméstica en dos sitios del valle del río Ilave, cuenca del
Lago Titicaca 41
Nat Ha N Craig
4. El surgimiento de la complejidad social en la cuenca Norte
del Titicaca
a b i g a i L L e v i N e , C e Ci L i a C H á v e z , a M a Nda C o H e N, 131
a i Mée P L o u r d e y C H a r Les s t a Nis H
5. Qaluyu y Pukara: Una perspectiva desde el valle del río
Quilcamayo-Tintiri, Azángaro
He N r y t a N t a L e á N, Mi CHie L z e g a r r a , 155
aLex go N z a Les y C ar Los z a P a t a be Nit es
6. Producción, papas y proyectiles: Evaluando los factores
principales en el desarrollo de Pukara 195
e L i z aesculturas
7. Las b e t H k L a r i CH
Pukara: Síntesis del conocimiento y
verificación de los rasgos característicos
Fra Nçois Cuy Net 217
8. Las qochas y su relación con sitios tempranos en el valle del
Ramis, cuenca norte del Titicaca
Luis FLores, M a r k a Ld e Nder Fer y Nat Ha N Craig 225
9. Prediciendo la Coalescencia en los períodos Formativo y
Tiwanaku en la cuenca de Titicaca: Un Modelo Simple
Basado en Agentes
WM. r a N d a LL H a a s , Jr. y Ja Co Po t a g Liabue 243
10. La Ocupación Tiwanaku en la Bahía de Puno: Tradición
Metalúrgica
Caro L sCHu Ltze, ed Mu Ndo de La vega y C e Ci L i a C H á v e z 261
11. Los pukaras y el Poder: Los Collas en la cuenca Septentrional
del Titicaca
eLizabet H arkus H 295
12. Prácticas funerarias de los períodos Altiplano / Inca en el
valle de Ollachea, Carabaya
Na NCy ro Ma N y si Lvia ro Ma N 321
13. La Ocupación Inca en la cuenca del Titicaca
CHar Les sta Nis H 339
14. El Sistema Vial en la Región de Puno
segis Fredo Ló P e z 385
Prólog
o

Al recibir la invitación para introducir este libro como un observador externo, no


especialista en el espacio tratado, los editores buscaban un juicio quizás alejado de
la contingencia y, en consecuencia, asumir ciertas reflexiones desde lo más
meridional de los Andes. Por cierto, es un privilegio leer estos escritos de colegas
en su gran mayoría peruanos y norteamericanos dedicados al “mundo”
Circuntitikaka, donde ocurrió un conjunto de cambios civilizatorios que
emergieron desde sociedades ar- caicas preformativas, en uno de los escenarios
más altos e inhóspito del mundo. Sin embargo, la neolitización andina subordinó
los límites ambientales a través de las ex- clusivas prácticas de domesticación de
grandes mamíferos y de prácticas agrarias no convencionales, junto a patrones
arquitectónicos, artefactuales y estilísticos propios, orientados al surgimiento de
estados arcaicos que respondieron a esas condiciones sociales y ambientales. En
cuanto el puente altiplánico permitió una rápida extensión del éxito Formativo
agropecuario, entre comunidades esencialmente dinámicas, con modelos
sedentarios-móviles, al margen de las soluciones agrocentristas de las tie- rras bajas
y del síndrome neodifusionista sin núcleos ni periferias, las ideas progresis- tas
circularon en un ir y venir multidireccional, donde tanto “los de abajo” como los
“de arriba” aportaron al proceso desde sus distintas y distantes experticias. En
cuan- to este “mundo” andino fue compartido por varios países actuales, en alguna
medida estos estudios los sentimos nuestros y aprendemos de ellos, como si
observáramos eventos familiares con distintas escalas y grados de complejidad,
pero al interior de una matriz histórica común.
Durante el simposio de Paracas organizado por UNESCO-Perú, en el año 1979,
cuando ordenamos el espacio andino en diferentes áreas, la identificada como Cir-
cuntitikaka resaltaba por la originalidad de su proceso intra altiplánico,
desapegado de los Andes Centrales. Se integraba definitivamente a las tierras altas
en el marco del área Centro-sur andina, con interacciones hacia los valles
occidentales y el lito- ral adjunto. Se le observaba como un foco radiante de
influencias desde los centros ceremoniales complejos Pukara, Chiripa y Wankarani
más al sur, que estimulaban la sobredimensión de sus expansiones, que incluso
habrían provocado la complejidad
8/ Prólogo

en sus entornos limítrofes. Aunque como ahora no entendíamos bien los procesos
de interacción entre las tierras altas y el oriente, había cierto consenso que en las
tierras altas del entorno al lago, como en el altiplano meridional de los lagos secos
del sur, se habrían desplazado cambios sustanciales a través de colonias dirigidas
hacia enclaves vecinos, porque además la tesis de verticalidad regía en su pleno
apogeo.
Esta propuesta de altiplanización de los cambios civilizatorios era impactante a
la luz de esos tejidos Pukara registrados en los valles de Arica y formalizaron
explicacio- nes difusionistas que se sustentaban por la carencia de investigaciones
que pudieran probar, como efectivamente ocurrió, que a lo menos en los valles
occidentales y cir- cun-puna atacameña existió un tránsito Arcaico-Formativo local
y que casi al mismo tiempo de los asentamientos formativos tempranos del
Titikaka, otros distintos me- nos densos, pero con suficiente complejidad se habían
desarrollado con autonomía efectivamente hacia el sur. Esta emergencia de
diversos focos formativos tempranos desde el gran lago hasta los salares y oasis del
sur, por el noroeste argentino y norte chileno, son señales de la diversidad de
respuestas multilineales, cada una acotada a modelos variables de acuerdo a la
calidad de las trasformaciones de los recursos natu- rales. Por lo mismo, este libro
nos plantea a lo largo de sus investigaciones actualiza- das lo sucedido en un
espacio singular que nos permite comparar las distintas escalas y complejidades de
las trasformaciones en un escenario Centro-Sur, entre los 5.000 a
2.500 años a.p., cuando las fuerzas innovativas arcaicas y formativas estaban
operan- do en todas las tierras altas. Después de todo, es un ambiente que hasta
hoy conserva uno de los remanentes étnicos más importante del hemisferio. Y es
bajo este prisma que quisiéramos comentar su contenido en orden de secuencia.
Es muy útil la introducción de los editores que lograron una publicación en es-
pañol, aunque más cargada a la vertiente peruana, con artículos bien seleccionados
que demuestran claramente cómo las investigaciones norteamericanas, al contar
con más fondos, pueden mostrar excavaciones extensivas y mayor acopio de datos,
hecho que delata una situación muy propia de América Latina, en donde sus
investigadores igualmente calificados no están sostenidos por políticas de Estado
con fondos con- cursables anuales que aseguren continuidad y recursos para estos
proyectos que cada vez son de más altos costos por la aplicación de nuevas
tecnologías y aplicación de excavaciones de escalas confiables. En este sentido, los
problemas pendientes están bien expuestos y son examinados bajo marcos teóricos
y enfoques interdisciplinarios que llaman la atención desde temas muy básicos,
como la identificación de “silencios arqueológicos”, a temas mayores que
adivinamos como, por ejemplo: más controles radiocarbónicos y la aplicación de
georadares, a la espera de recursos estatales y pri- vados.

Hemos seguido de cerca las investigaciones de Mark Aldenderfer, porque


ascien- de sus análisis de menor a mayor complejidad desde la sociedad arcaica y
su inte- racción paleoambiental, a partir de los 10.000 años a.p., detectando
eventos secos y húmedos que son fundamentales para comprender las variaciones
ocupacionales, sobre todo la disponibilidad del recurso hídrico lacustre, de vegas y
desde los arro- yos circundantes. Desde nuestra percepción los recursos costeños y
andinos esta- ban disponibles desde fines del Pleistoceno y tal como ocurre en
Atacama desde ca.
9/ l a u t a r o Núñez

11.000 años, las fases Huentelauquén y Tuina, respectivamente, sin contactos entre
sí, estaban presentes desde el Arcaico Temprano, dando lugar a los inicios paralelos
de los dos procesos diferenciados: maritimización y andinización de la sociedad sin
relaciones de causa y efecto. Por lo mismo, resulta importante que aquí una
corriente migracional costera habría iniciado el poblamiento serrano, aunque las
dataciones lo podrían por ahora sostener. Dicho de otro modo, podría sugerirse que
aún no se han registrado las ocupaciones en las tierras altas tan tempranas como
las localizadas en las tierras bajas y costeras. Este debate está implícito en este
artículo.

El autor al encarar el Arcaico Medio (6.000-4.000) bajo un régimen de aridez, su-


giere que las condiciones no eran tan estresantes, al punto que sus recursos men-
guados pero suficientes, atrajeron a poblaciones sincrónicas desde la Circun-Puna
de Atacama, donde efectivamente el impacto de aridez fue estricto, provocando
migra- ciones a espacios de mayor estabilidad en la costa y valles transandinos, y
ahora muy posiblemente a la puna peruana, sugerencia importante, porque entre
comunidades arcaicas la intervención de cambios climáticos adversos genera
efectos movilizado- res de larga distancia con la recurrencia de artefactos
identitarios que se replican en espacios distantes no originarios.

Su escrito es revelador en términos de subrayar la importancia del inicio de las


prácticas de domesticación de recursos faunísticos y vegetales en los mismos
tiempos en que otras comunidades arcaicas de Atacama, en las tierras altas del sur,
alcanza- ban logros similares. El comienzo de la crianza de camélidos y el cultivo
de quinua y tuberosas (6.000-3.400 a.p.) en aldeas estructuradas discretas, con
viviendas que innovan con labores semi-sedentarias, culminará con un notable
incremento demo- gráfico. Esta agregación y acumulación, conduce a un estilo de
vida protopastoralista, caza especializada, tráfico de obsidiana y otros bienes de
estatus, recolección alimen- taria y prácticas hortícolas. Es decir, estos cambios son
globales, más extensivos en la puna peruana, sincrónicos con los restringidos en
los eco-refugios de las quebradas altas del noroeste argentino y Atacama en Chile.

Hace tiempo que compartimos con el autor que la complejización de la sociedad


arcaica tardía y final en torno al comienzo de las prácticas semi-sedentarias se sin-
tetizan en las primeros brotes formativos, tal como lo expresaron las diversas po-
nencias del simposio que sostuvimos en el Congreso de Americanistas de México,
publicadas en la Revista de Antropología Chungara (2011). Nos interesa saber más sobre
cómo un conjunto de cambios transicionales fue capaz de crear estas
trasformaciones con aportes sustanciales de caza especializada, recolección de
alimentos silvestres, domesticación y crianza de camélidos de consumo y de carga,
además de la horticul- tura del complejo cordillerano. Se sumaron tempranas
tecnologías de contenedores y manufacturas de uso, además de la explotación de
recursos minerales y acceso a lejanos bienes de privilegio. Esta combinación de
logros se introducirán en las socie- dades formativas tempranas más congregadas,
desde las ricas punas del norte a las más limitadas del sur, que sólo después de
avanzado el Formativo adquirirán conno- taciones socioculturales particulares con
distintos grados de complejidad a lo largo y ancho del Centro-Sur andino.
10 / P r ó l o g o

La propuesta de Nathan Craig viene precisamente a valorar los cambios


culturales transicionales que limitan la movilidad a través de la fijación de aldeas
más estables orientadas al gran desafío del área: cómo domesticar los recursos en
alturas excesivas que más temprano que tarde alcanzarán organizaciones sociales
agropastoralistas desde una base arcaica de sustentación. Cambios que
efectivamente habrían ocurrido no tan gradualmente, sino bajo un rápido flujo de
información interactivo sin rela- ciones de dominio. Proceso de cambios que se
caracteriza por el abandono gradual de los cobijos bajo roca por los asentamientos
abiertos que desde el Arcaico Tardío demostraran su eficiencia allí como en las
punas saladas del sur.

Su propuesta desde Ilave destaca los componentes Arcaicos-Formativos donde


apunta bien que es en las viviendas donde se reflejan los cambios más dramáticos
desde la vieja tradición semisubterránea a la constitución de pueblos específicos. Se
sabe que durante el Formativo Temprano en casi todas las tierras altas ocupadas, se
consolidó el clima moderno, por los 1.400 a.C., precisamente cuando los primeros
asentamientos agropastoralistas se han constituido con ciertos atributos ideológi-
cos comunes, donde el rol ritual de las cabezas de camélidos fue un indicador clave.
Compartimos, además, la identificación durante el Formativo Temprano del acceso
a bienes distantes de privilegio: turquesa, oro, obsidiana, cobre y cerámica no
experi- mental y de la organización de los primeros cementerios junto a los
asentamientos, demarcándose la etología ocupacional con el culto a los
antepasados, acorde al nuevo orden sedentario, vinculándose la vida doméstica con
los ritos funerarios. Se integra el incremento demográfico, cuyo análisis empleado
es muy funcional para cuantifi- car otro de los cambios claves formativos,
siguiendo estudios clásicos que podrían perfeccionarse con el número de
habitantes por unidad métrica de acuerdo a pa- trones etnográficos andinos, y que
aun no hemos aplicado en los asentamientos de Atacama.

Si bien los logros agropastoralistas como culminación del proceso, son


elocuen- tes, nos llama la atención que en su propuesta se acentúa un curso de
cambios quizás unilineal, donde las prácticas de caza deben irreversiblemente
atenuarse durante los comienzos formativos, bajando la popularidad de las puntas
de proyectiles. Es que en Atacama los asentamientos formativos tempranos
datados entre los 1.500 a los 400 a.C. presentan no sólo una alta tasa de puntas
asociadas a restos de camélidos silvestres, sino que estos últimos representan la
mitad del registro y la otra corres- ponde a domésticos. De la misma manera,
desde nuestra visión el uso de plantas silvestres alimenticias fue mucho más
gravitante que los productos hortícolas del complejo cordillerano. Esto es, las
prácticas agrícolas formativas tempranas no fue- ron decisivas en el borde
meridional alto del Centro-Sur, y esto podría marcar una diferencia entre las
punas fértiles peruanas-bolivianas y las nuestras, donde las efi- cientes prácticas
de caza y recolección perduraron por más tiempo. El colega Craig desde su mirada
conductualista nos convence de cuán importante fue la emergencia de
arquitectura transicional, donde los hábitos móviles se articularon con los fijos,
con retornos durante el ciclo anual, en un espacio “apropiado” por las
inhumaciones ancestrales entre los 3.300 a 1.700 a.C., tiempo de cambios
sustanciales en las tierras altas nucleares.
11 / l a u t a r o N ú ñ e z

Abigael Levine, Cecilia Chávez, Amanda Cohen, Aimée Plourde y Charles Stanish
abordan el Formativo medio y superior (1.400-500 a.C.) esta vez con el
reconocimien- to de patrones arquitectónicos más especializados que darán lugar
al complejo ce- remonialista Kalasasaya, derivado de acciones corporativas
complejas bajo el nuevo orden de la acumulación de riqueza y poder que
motivaran las respuestas Pukara, Taraco y Tiwanaku. Ciertamente, en las tierras
altas una sociedad ganadera y agra- ria había iniciado un curso de acción dirigido a
crear una elite con tanto o más po- der que los estados arcaicos de las tierras bajas
junto al litoral. En esta dirección, el complejo Kalasasaya del Formativo Medio y
Tardío es importante para explicar cómo surge una sociedad de rango, que la
valoramos porque es complicado probar cómo se establecieron los flujos
comerciales y si fue realmente comercio, en un sen- tido mesoamericano o no. Nos
interesa saber cómo se incorporó a la sociedad civil frente a modelos constructivos
sofisticados (patios hundidos), o como se organizó la reproducción litoescultórica
del aparato ideológico, cual pudo ser el incentivo para acentuar los vínculos de
subordinación, competencia y peregrinaje y que hicieron con los asentamientos
vecinos de donde se proveían de fuerza de trabajo, y cuál fue la integración ritual,
económica y política para consolidar arreglos con comunidades situadas en las
tierras bajas y el litoral. Por último, cómo se sostiene, negocia y orde- na el paisaje
construido frente a sus vecinos. Estos son temas difíciles con que este equipo nos
ofrece datos y pistas confiables, porque queda claro que allí recurrieron factores
múltiples que explican el modelo Kalasasaya. Sobre todo, es muy sugerente el
acercamiento que hacen para incorporar la variable movilidad que hasta ahora no
recordamos se haya visualizado en este espacio. Si es efectiva su orientación comer-
cial o, simplemente, si fue un régimen pautado por operaciones de intercambio
desde la elite, se plantea la importancia del trazado de rutas inter-asentamientos
destina- das al traslado de bienes domésticos y exóticos (obsidiana), en zonas
alejadas pero complementarias. Esto incluyó el probable inicio de las practicas del
“derecho” al alojamiento durante las transacciones, propuesta que calza bien con el
manejo cara- vanero en sociedades más centralizadas sobre lo cual aun sabemos
poco.
En cuanto a la acumulación de poder y riqueza en zonas de alta densidad
demo- gráfica y fricciones inter-elites, es plausible que se hayan generado
conflictos, como el incendio descrito en Taraco. El surgimiento de Pukara pudo
asociarse a relaciones tensas, plena de competencias, alianzas y desacuerdos que
solo una ritualidad icó- nica compartida podría atenuar o anular de alguna
manera, enfatizándose las ne- gociaciones con mayor armonía social y política. Así,
los espacios públicos y centros ceremoniales, con las representaciones y el boato
del poder (ejemplo: sacrificador y cabezas-trofeos), lograrían consolidar las redes
de cooperación y retorno de vín- culos sociales simbólicos que, como bien lo
dicen, culminará con una secuencia de arquitectura monumental y religiosa en el
centro hegemónico de Tiwanaku. Desde aquí el prestigio de los íconos de las
alturas sobrepasará los límites de los centros ceremoniales anteriores hasta
establecerse alianzas tan lejanas como en los oasis de San Pedro de Atacama (norte
de Chile). Las autonomías formativas centralizadas del norte y aquellas
segmentadas del sur, ahora se disponen bajo las gestiones y negocia- ciones del
mayor centro de convergencia socio político e ideológico generado por las
poblaciones de los paisajes abiertos de las tierras altas circunlacustre.
12 / P r ó l o g o

Se debe a Henry Tantaleán, Michiel Zegarra, Alex Gonzáles y Carlos Zapata Be-
nítes un aporte sobre el Formativo en la cuenca norte basado en los componentes
Qaluyu y Pukara, vistos desde el valle del río Quilcamayo-Tintiri (Azángaro). Se trata
de replantear los análisis tradicionales artefactuales por una visión a nivel de
prácti- cas sociales, que alejándose de las espacios nucleares, algo al margen de los
excesos monumentalistas, intentan encontrar esa otra mirada más de “afuera”,
para com- prender no solo el rol de todos los estamentos sociales, sino, además, y
esto es valioso: incorporar los espacios aparentemente menos complejos que
también constituyeron las comarcas formativas. No les ha sido fácil identificar los
asentamientos transicio- nales en paisajes sometidos a intensas alteraciones
geomorfológicas y antrópicas, para establecer conexiones con los asentamientos
formativos. Estos serían importan- te por expresar cómo funcionaban los “centros
regionales” a través de una visión de conjunto de sus estilos, manufacturas,
litoesculturas y sus atributos arquitectónicos.

Nos resulta sugestivo en este encuadre la confrontación de la teoría y


metodología norteamericana con aquella española, materialista histórica, de los
“objetos claves” y de las interpretaciones sustentadas en los flujos migratorios.
Aunque son varios los autores que aluden a estos desplazamientos para explicar los
movimientos de larga distancia, se trata de un término sometido a varios modelos
interpretativos que re- quieren de definiciones teóricas para asegurarse que
arqueológicamente tendremos evidencias debidamente contrastables. Del mismo
modo ocurre con la funcionalidad de los espacios públicos en términos de cómo
segregar las evidencias sólidas para sa- ber cuando su uso es más político que
ritualístico o que la agricultura sin camellones fue o no suficiente para satisfacer el
consumo interno. Estas reflexiones provocadas en este escrito son sustanciales
para captar las relaciones entre los grandes centros ceremoniales puneños y los
espacios ocupados por comunidades formativas vecinas que constituían algo así
como los hinterland ocupacionales.

Los autores dejan una impresión correcta que durante el Formativo Medio y
Supe- rior los eventos Qaluyu y Pukara constituyen una secuencia coherente con
prácticas sedentarias crecientes cuyo clímax Pukara representa un conjunto de
edificaciones y obras identitarias que se irradiaron en un mundo mayor
interconectado con visi- bilidad ritualística e icónica, perpetuado principalmente
en la arquitectura monu- mental, litoescultura y artesanías simbólicas que se
complejizaran más aun durante Tiwanaku.
Le corresponde a Elizabeth Klarich introducirnos en la comprensión del desa-
rrollo Pukara bajo un particular prisma ecológico y cultural a través de la
exposición de importantes variaciones paleoambientales por localizarse en
espacios donde las fluctuaciones del potencial hídrico son cruciales para la
sustentabilidad humana. Al afectarse los sistemas productivos salta a la vista cómo
medir cuáles debieron ser las reacciones políticas frente a la neutralización de
dichos colapsos. Llama la atención su preocupación por relacionar estos cambios
con las sociedades rurales, más que las elites de los asentamientos nucleares, desde
una mirada “de abajo hacia arriba”. En este sentido adquiere relevancia la locación
de barrios en espacios cuya función jerárquica entre festines, actos rituales y
políticos transitaron a acciones más cotidia- nas. Esta estrategia amplia para
comprender la evolución de la organización del espa-
13 / l a u t a r o N ú ñ e z

cio y de cierta desacralización ejercida por la sociedad civil nos resulta estimulante
y abre nuevas expectativas en el tradicional abordaje de la arquitectura
monumental.
Por otra parte, Klarich nos informa sobre las necesidades de
complementariedad económica recurrente en las tierras altas a través de complejas
redes de intercambio de larga distancia, una vez que la producción agraria alcanzó
el pleno control de los campos elevados, huertos hundidos (qochas) y de las
prácticas de secano, aunque no hay mediciones sobre el rol de la caza y crianza de
camélidos como recurso alimenta- rio y de trasporte. Pareciera útil definir de que
comercio se tratan las transacciones puesto que al tiempo de contacto lo más
parecido a esta noción se había documentado exclusivamente entre los mercaderes
de los valles costeros de Chincha. Sin duda que el modelo agropecuario fue exitoso
y sustentó un régimen de festividades y rituales para las elites, pero esta mirada
desde “abajo” nos remite a afinar esas metodologías que harían posible
perfeccionarlo a partir de excavaciones extensivas, para entender más sobre el rol
de los estamentos subalternos.

A partir de los artículos siguientes se acogen diversas materialidades e interpre-


taciones sobre sociedades formativas más avanzadas hasta la expansión Tiwanaku.
François Cuynet analiza el prestigio iconográfico de la litoescultura Pukara, tan propio
y redundante que constituyó un discurso litúrgico que logró la unidad desde la
diversi- dad, con estatuas antropomorfas y estelas. Este aparato religioso del
imaginario Pukara adquiere un profundo sentido asociado a las congregaciones
cíclicas, peregrinajes, ritos y festines que apuntan directamente a una campaña
regional de proselitismo hacia el nuevo orden impuesto, desde grandes edificaciones
que involucraron obras colectivas en el construir y el producir bienes excedentarios
para la elite. Más que una estética Pukara el aporte presente nos remite a
contextualizar los iconos en el ideario de una política propia de un Estado arcaico,
cuyas imágenes prestigiosas mantuvieron a las eli- tes incluyendo sus alianzas y por
ende sobrepasaron sus propios límites territoriales.

Por su parte, Luis Flores Blanco, Mark Aldenderfer y Nathan Craig, tratan de va-
lorar el rol de las qochas en la cuenca del río Ramis. La agricultura expansiva de los
camellones y de los estanques de agua o almacenaje artificial de lluvias (qochas), fue
un logro apropiado a la alticultura. Las qochas estaban en uso desde los tiempos Qa-
luyu y Pukara con miles de evidencias datadas desde los 3000 a.C., siendo un sostén
hídrico para el incremento de población y estabilidad ocupacional entre los
últimos eventos arcaicos y los primeros formativos. Se afianzó el tránsito hacía la
producción de alimentos, en un ambiente más húmedo que perduró hasta los 1500
a.C. en donde el rol de la quinua en contextos Pukara fue relevante al punto que
acompañará a los procesos post-formativos, hasta la actualidad, a lo largo y ancho
del mundo agrope- cuario del Centro-Sur. Aunque nos gustaría saber si la
domesticación de la quinua resultó de procesos independientes del núcleo puneño,
toda vez que su registro en sociedades arcaicas y formativas hacia el sur, reflejan
también fechas tempranas. Los autores nos dejan la sensación que la domesticación
de las qochas naturales del Arcai- co hasta la construcción de las formativas, fue
una de las soluciones socioadaptativas más eficientes para provocar
congregaciones en espacios donde el riego convencio- nal no tenía cabida. Fue un
logro transicional Arcaico-Formativo que se integró a la complejidad social
emergente en su conjunto.
14 / P r ó l o g o

Nos interesa la forma en que Wm. Randall Haas y Jacopo Tagliabue abordaron
las relaciones de interacción entre asentamientos densos y discretos durante el
Formati- vo, también “desde abajo hacia arriba”, enfoque que resulta estimulante a
la hora de comprender la naturaleza de los movimientos entre asentamientos
coalicionados. El por qué se movilizaron ciertos grupos desde aldeas sedentarias,
por espacios interno- dales y quienes y para que se les conduce hacia gestiones y
negociaciones controla- das o espontáneas, sigue siendo una cuestión poco
resuelta. Se podrían documentar distintas operaciones: intercambio administrado,
colonización de espacios vacíos, trueque espontáneo, intercambio de mujeres,
trabajos pactados, manufacturación y entrega de artesanías, asistencia a
festividades y festines, mano de obra tributada por alianzas, entradas conflictivas
por botines, entre otras. Ciertamente habría ca- pacidad de infiltración social en
asentamientos densos cercanos y mejor en aquellos más reducidos y dispersos,
donde las relaciones de cohabitación pudieron ser menos tensas. Entonces, es
necesario probar que se trataba de flujos migratorios regulados o espontáneos que
difieren de los traslados caravaneros u otras operaciones transi- torias en paisajes
donde la llama cumplió roles protagónicos. No dudamos que desde el Formativo
temprano las caravanas estaban operando en el ámbito Circuntitikaka, toda vez
que en Atacama hemos constatado osteológicamente que desde el Arcaico Tardío
hay evidencias no solo de domesticación, sino de su uso como animal de carga, que
obviamente se ampliara desde el inicio del formativo.

Carol Schultze, Edmundo De la Vega y Cecilia Chávez presentan una problemá-


tica sugerente por la alta diversidad de explicaciones que ha recibido la expansión
Tiwanaku fuera de su espacio original en torno a la explotación de recursos comple-
mentarios foráneos. En este caso importa la variable minero-metalúrgica localizada
en la bahía de Puno, donde existían antecesores formativos que ya habían
evaluado el recurso plata. Parece tratarse de una política de Estado en términos de
identificar donde se ubican las comunidades mineras formativas que ya habían
dominado el arte de la producción metálica. Así ocurrió con la conexión Tiwanaku-
Atacama. Coincidi- mos plenamente que las estrategias para proveerse de estos
recursos no solo impli- can alianzas políticas entre elites, sino, de una
infraestructura apropiada para acce- der a distritos mineros dispersos e inhóspitos,
arreglos viales, traslados de recursos entre otros. De hecho los Lupacas mantenían
colonias directas fuera de sus núcleos en áreas mineralizadas distantes, cuando
paralelamente se insertaban en comarcas étnicas aliadas.

En esta bahía la tradición del uso de crisoles argentíferos asociados a técnicas es-
pecializadas de fundición daban seguridad a la ocupación Tiwanaku. Ciertamente,
los bienes metálicos eran atractivos porque hacían diferentes a las elites ante el
común. Por lo demás, implicaban una severa campaña de alianzas con sociedades
complejas contemporáneas en todo el Centro-Sur andino. ¿Cuántas estrategias
políticas dife- rentes entre sí pudieron aplicarse durante la conexión Tiwanaku
para aprovisionarse de estos recursos de privilegio ante sociedades con diferentes
grados de menor a ma- yor complejidad?
A continuación el libro nos dispone frente a sociedades más tardías
representadas en la instauración del régimen de los pukaras defensivos, asociados
al poder Colla, en
15 / l a u t a r o N ú ñ e z

la cuenca septentrional. Al respecto, Elizabeth Arkush nos traslada al período


Altipla- no del Intermedio Tardío (1.000-1.450 d.C.), cercano a los reinos de
contacto como los Lupacas y Pacajes, que se asocian a la tesis de verticalidad. Esta
ventana etnohistórica nos revela que las poblaciones de las tierras altas habían
alcanzado movilizaciones muy específicas tanto al oriente como a los valles
costeros y oasis occidentales. Cues- ta entender que esta movilidad entre pisos
ecológicos complementarios, logradas con arreglos en el marco de relaciones
armónicas, haya sido precedido por eventos de alta tensión observados con el
levantamiento de una arquitectura defensiva perdurable. Se está en presencia de
recintos amurallados que dan cuenta de acciones guerreras en el espacio Colla,
cuando ocurre la segmentación post Tiwanaku y surgen pukaras en todo el Centro-
Sur andino, en lo que aparentemente fue un período de fricciones entre los reinos
altiplánicos y aun hasta en el ámbito del altiplano meridional, los valles serranos
occidentales y la Circunpuna de Atacama.
No es fácil evidenciar las causas de estas tensiones globales, como el efecto de
los cambios climáticos adversos que disminuyeron la producción agrícola y con ello
la apropiación de cosechas en lugares más óptimos. Es difícil probar que existieron
desplazamientos migracionales que presionaron sobre espacios más productivos, y
saber qué pudo pasar para que las relaciones armónicas de las redes de intercambio
lograran alterarse. Si fue efectivo que prevalecieron los tiempos de escasez y con
ello los conflictos intergrupales, es posible que esta arquitectura defensiva refleje
situaciones guerreras en todo el Centro-Sur andino, con posibles intervalos pacífi-
cos, al margen de guerras de larga duración. Los asaltos armados habrían asolado
sectores más “insulares” o más desprotegidos. En esta dirección la tesis planteada
en torno a eventos bélicos de corta duración, casi estacionales, resulta coherente
con la súbita y recurrente apropiación de cosechas y ganado durante tiempos de
sequía. De ser así, las elites congregarían a sus subordinados durante temporadas
de servicios defensivos inesperados que, a juzgar por la alta frecuencia de los
pukaras, se trataría de eventos reiterados que habrían sido practicados por
cualquiera de las elites de la comarca. Por lo mismo, suponemos que se trataría de
una estrategia de super- vivencia en un período en que efectivamente se
desarrollaron intervalos áridos en todo el Centro-Sur andino. En consecuencia, más
que tiempos de guerra sensu latu, se podría tratar de estrategias compartidas para
la apropiación de bienes y productos complementarios que se transformaron en
decisivos por los tiempos de carencias. En este sentido se habría popularizado
entre los asentamientos con pukaras defensivos, un patrón de operaciones
excepcionales: el botín de guerra, organizado por grupos esta vez especializados
en entradas armadas de ida y vuelta acontecidas en un corto tiempo.
Contraviniendo esta tesis, Arkush propone en base a sus fechados radiocar- bónicos
obtenidos en algunas de las principales pukaras, que ella ha estudiado, que estas
resultarían más bien tardías dentro del período Altiplano y que no serían más que
edificaciones levantadas y ocupadas como parte de la defensa contra la agresión
Inca que comenzaba a expandirse desde el Cusco. Si bien, esta tesis cambia el
panora- ma clásico basado, sobre todo en las fuentes etnohistóricas arriba
esbozado, también es algo que deberá seguir siendo sustentado con una mayor
cantidad de líneas de evidencia empírica en diferentes áreas de la cuenca del
Titicaca. Sin embargo, toda esta discusión acerca de la naturaleza política y
económica de las sociedad Colla y sus
16 / P r ó l o g o

vecinos nos conducirá, sin lugar a dudas, a explicar a las sociedades


inmediatamente preincas del altiplano y sus sitios relacionados, de una manera
más dinámica, arqueo- lógicamente hablando, que lo que habíamos hecho
previamente.
Nancy Román y Silvia Román describen los patrones funerarios de los períodos
Altiplano e Inca, localizados en el valle Ollachea (Carabaya, Puno), exponiendo la
arquitectura de chullpas y estructuras bajo abrigos rocosos. Se trata de una de las
manifestaciones mortuorias más representativas de las elites de las tierras altas. Un
aspecto importante es su asociación a las rutas conducentes a los recursos de oro,
sugiriéndose que efectivamente el poder agropastoralista había alcanzado durante
la ocupación inca el acceso a esta riqueza local, incorporándola a la tributación
estatal, tal como ocurriera en todo el Centro-Sur andino. Habría una neta
orientación por incrementar la explotación de metales preciosos, no sólo en la
región de Puno, sino en todas las regiones anexadas al estado.
Es muy pertinente la sistematización y la síntesis sobre la ocupación inca
expues- ta por Charles Stanish, donde de nuevo se advierte la importancia que
adquirió el control de los recursos minero-metalúrgicos (plata y oro), hecho que
persistió prin- cipalmente con el recurso argentífero tanto en Porco como en
Tarapacá durante el régimen colonial. Para este efecto, se estableció una serie de
accesos viales, obras de infraestructura y capacidad de transporte para habilitar
espacios carentes de toda clase de recursos. Ciertamente, se trata de una política
de Estado destinada a revisi- tar las minas locales, localizadas a lo largo de las
regiones anexadas y de privilegiar la conquista de distritos con recursos de esta
naturaleza. En consecuencia, se llevó a cabo la construcción de una amplia red de
centros administrativos, con plantas reticuladas que se distribuyeron hasta las
tierras intermedias y bajas, incluyendo los valles occidentales, algunos tan alejados
como el de Tarapacá, reutilizando las rutas caravaneras antecesoras. Esto es,
estableciendo un control de espacios segmentados sujetos a ser infiltrados
políticamente, tal como se propusiera para los tiempos de contacto con los así
llamados archipiélagos, localizados al occidente de las tierras altas. Es el caso de la
colonización Colla, ubicada en Moquegua.

Este capítulo refleja claramente la importancia de las alianzas políticas que


corren paralelas a la militarización de los conflictos en términos de oprimir con
reocupacio- nes coercitivas a los asentamientos locales. De tal modo que la
subordinación de las elites locales implicaba, a su vez, el acceso a enclaves así
llamados estratégicos, en donde se disponían de recursos mineros metalúrgicos
que fueron los más atractivos hacia el sur del Estado inca.
Con estos datos se entiende la recuperación de los códigos visuales que la
ideolo- gía inca utilizó para ejercer un dominio religioso y económico a la vez. Por
lo mismo, si aceptamos que es sugerente la mirada “de abajo hacia arriba”,
seguramente que sabremos mucho más sobre cómo la ritualidad preinca fue
absorbida por el orde- namiento estatal y, por otro lado, cómo se organizó la
sociedad subalterna frente al pauteo inca para la intensificación de la producción
excedentaria en aquellos bienes que eran los más exigidos por el Estado. Tal vez
por eso, una arqueología menos mo- numental y que dé cuenta del rol de los de
“abajo”, frente a la producción de bienes
17 / l a u t a r o N ú ñ e z

priorizados por la administración inca, podría ser realizada desde depósitos no se-
lectivos y en pisos residenciales del común. ¿Cuál era efectivamente la cadena ope-
rativa que funcionaba hasta culminar con la entrega de los tributos? Es importante
la apreciación del autor precisamente frente a los bienes tributados durante la tasa
toledana que proviene de 27 ciudades alteñas. Estamos en presencia de productos
que obviamente fueron excedentarios inmediatamente antes de los incas y que
posterior- mente se incorporaron al régimen periódico de la tributación: oro,
textiles, chuño, maíz, pescados, animales y sal. Sería fascinante contrastar estos
aportes con registros arqueológicos domésticos que pudieran aclarar mejor cuál
era el rol productivo de los desposeídos durante el régimen inca.

Finalmente, Segisfredo López examina la red vial inca en la región de Puno, vin-
culándola con el proyecto internacional Qhapaq Ñan, al interior de un detenido
aná- lisis interdisciplinario que actualmente integra a los gobiernos de los países
andinos en pos de su nominación por UNESCO como Patrimonio Cultural de la
Humanidad. Mientras más pasa el tiempo, cada vez es más evidente que la vialidad
inca, tanto longitudinal como transversal, no fue sino la culminación de complejas
redes pre- existentes en un ir y venir entre las tierras altas, valles, selva y costa.
También puede considerarse que este tráfico de caravanas giratorias, ya vigentes
durante el Forma- tivo, explica el hecho de que el desarrollo del Centro-Sur andino
estuvo íntimamente ligado a la capacidad de organizar desplazamientos
caravánicos tras la obtención de recursos como un hecho distintivo. Por lo mismo,
aquí uno advierte un largo proceso de interacción que culmina con las redes incas,
en un sentido transversal, aun pocas conocidas y alejadas del camino principal
longitudinal, que incluyeron estructuras rituales observadas junto al tráfico de
larga distancia.

El control del tráfico de los espacios internodales está claramente definido


desde el Formativo, asociado a un sinnúmero de rasgos: estructuras, abrigos, arte
rupestre, oquedades con ofrendas, arquitectura perimetral compuesta, entre otros,
de tal modo que otra vez es necesario recalcar que debemos hacer un gran
esfuerzo para entender cómo respondían o se integraban las agrupaciones
subalternas al movimiento inter- asentamientos. Junto a ello, saber más sobre
cuáles eran los productos domésticos y ritualísticos que se movilizaban, de tal
modo que la reconstitución arqueológica pudiera aludir al rol de los caravaneros
desde sus propios atributos.
Para los lectores que les importe conocer las transferencias arcaicas a la con-
formación de las sociedades formativas alteñas, sólo comparables con los cambios
neolíticos, por usar un término sobrepasado, pero de rápida visibilidad comparativa,
esta obra da cuenta de un conjunto de condiciones favorables recurrentes en el
ám- bito Circuntitikaka para explicar la emergencia de complejidad,
monumentalidad y una vía agropastoralista de desarrollo. No cabe duda que los
recursos locales fueron óptimos para que ya desde los eventos de caza-
recolección-domesticación y horti- cultura arcaica se consolidaran en las tierras
altas sociedades complejas desde una base pecuaria insustituible que solamente allí
podía reproducirse. Al tanto que las prácticas agrícolas de altura lograban por vías
no convencionales un clímax pobla- cional sustentado en la combinación exitosa
del trabajo agropecuario. Visto así, este régimen transicional, en el ámbito de las
tierras altas, ha permitido en este libro re-
18 / P r ó l o g o

velar una data notable desde obras monumentales, pero que a su vez abre paso a
aquellos otros sitios de la no elite, en términos de balancear el protagonismo de
todos sus estamentos sociales. La trascendencia es obvia: apostaríamos a que los
cambios Arcaicos-Formativos tempranos generaron complejidad en diversos
enclaves de las tierras altas y sus entornos inmediatos, desde el territorio
Circuntitikaka hasta la Cir- cunpuna salada de Atacama, con distintos focos
civilizatorios independientes entre sí, en tiempo en que las ideas progresistas
circularon con tanta rapidez que ningún alteño asociado a recursos suficientes
quedó exento del proceso, salvo aquellos caza- dores-recolectores lacustres que no
recuerdan que la desigualdad estaba implícita en los tiempos de cambios.
Durante el Formativo avanzado y los períodos posteriores las sociedades alteñas
crearán un potencial agropecuario con suficiente riqueza identitaria que, a pesar
de su segmentación post Tiwanaku, mantuvo su estilo altiplánico con
independencia de los procesos socioculturales aledaños. Nos habría interesado
incorporar a este volu- men los aportes circunlacustres de los asentamientos y del
ceremonialismo del For- mativo Temprano de Chiripa, con las recientes
investigaciones de las escuelas nor- teamericana y boliviana, para darle un sentido
más multidireccional a la emergencia de Tiwanaku. Sin embargo, esto excedería en
mucho los objetivos de los editores. En suma, bienvenidos a un libro que integra a
recientes investigaciones de colegas peruanos y norteamericanos, en donde
algunos problemas de los asentamientos en torno al Titikaka se exponen con
planteamientos irrefutables y motivantes, con in- terpretaciones coherentes que lo
hace indispensable para todos los estudiosos del “mundo” prehispánico de altura.
Lautaro Núñez A.
Instituto de Investigaciones Arqueológicas
y Museo de la Universidad Católica del
Norte
San
Pedro de Atacama, Chile
1
Una introducción a la
arqueología en la cuenca del
Titicaca
H e n r y Tan Ta l e á n y l u i s Flores

Cerca a los 4.000 metros de altura sobre el nivel del mar, en medio de los Andes y
entre dos de los principales países con la mayor cantidad de personas indígenas de
Sudamérica, quechuas y aymaras, se encuentra incrustado el lago Titicaca. Esta
enor- me masa azul de agua dulce es el espejo que refleja un cielo limpio y
profundo que marea al espectador recién llegado a visitar este lugar de
peregrinación desde hace miles de años atrás. El aire enrarecido que llena los
pulmones del visitante se mezcla con los olores de la tierra húmeda y la naturaleza
en estado puro junto con los olores de las comidas y bebidas de sus pobladores. Los
colores de la cerámica, los textiles, las casas y los ahora también automóviles,
combis y tricitaxis existentes en sus ciudades, decoran el panorama. Además, las
típicas danzas, sus fiestas, su pujante comercio y turismo, así como la sobrevivencia
de un halo mítico del lenguaje de los comuneros quechuas y aymaras, que en
conjunto le dan un movimiento brillante a toda esta es- cena contemporánea.

Los que escribimos este libro, y en especial los editores, hemos quedado cautivos
de estos y otros elementos que integran la escena altiplánica. Más aun nos hemos
atrevido a investigar sobre la raíces de los pueblos que habitaron ese mismo escena-
rio enfrentándose exitosamente, como hacen ahora su pobladores, a seguir
viviendo en esas condiciones de altura, frío, calor y aridez. Los editores nos
sentimos afortu- nados de formar parte de una última generación de arqueólogos
que han ofrecido su tiempo y mentes para comenzar a explicar cómo se inició y
desarrolló ese largo camino que llevó a sus habitantes a formar parte de este
paisaje social.

Este libro nace como un proyecto que ha sido pensado independientemente por
cada uno de nosotros y que también encuentra en los otros investigadores un
afortu- nado eco que no tiene más que como objetivo poner a disposición de los
castellano- hablantes una serie de estudios y explicaciones arqueológicas acerca de
las socieda- des prehispánicas de la cuenca del Titicaca. Si bien el espectro de este
libro se enfoca en la zona peruana y deja un poco de lado la parte boliviana
también vemos que su alcance sobrepasa esa frontera actual pues esta no es más
bien una falsificación de la
20 / u N a iNtroduccióN a l a arqueología de la cueNca del titicaca

realidad: no es ni ha sido una frontera inmutable ni infranqueable en la vida de los


pueblos del Titicaca.
Así, en este libro presentamos una serie de capítulos que cubren los tiempos
desde la llegada de los primeros humanos hasta los finales de la ocupación Inca.
Creemos que esta prehistoria aquí presentada será de gran ayuda para estudiantes,
profeso- res e investigadores al ofrecer elementos de análisis producidos
científicamente para generar un dialogo y discusión sobre cómo se está
construyendo la historia de esta región, muchas veces marginada de los procesos
históricos del Perú. De hecho, que este libro se publique en una editorial
independiente hace patente que este proyec- to es más bien autónomo y
espontáneo que uno oficial y subvencionado por alguna institución pública. Este es
un proyecto editorial que fue pensado y llevado a la rea- lidad a través de
esfuerzos colectivos y propios básicamente con la esperanza de que nuestros
conocimientos sean socializados y se encuentren a disposición de todos los
interesados en recuperar la historia de su tierra, que también es la nuestra por
adop- ción y hasta por terquedad.

En este libro hemos reunido a arqueólogos peruanos y extranjeros, básicamente


norteamericanos, salvo un francés. Esto dice mucho de la situación de la arqueolo-
gía en el Perú, y en especial de la zona del Titicaca, en la cual gracias a que
nuestros colegas del norte se han interesado en trabajar en esta área es que
recientemente tenemos una prehistoria que contar. Desde las épocas de los
primeros viajes de Cieza de León por la zona en el siglo XVI hasta llegar al siglo
XIX con Charles Wienner y Ephraim Squier, generaciones de investigadores
extranjeros nacidos o procedentes de los EEUU como Adolph Bandelier, Marion
Tschopik, Alfred Kidder, John Rowe, John Hyslop, Catherine Julien, Clark Erickson
hasta las generaciones más actuales en las que tenemos a Charles Stanish y Mark
Aldenderfer, así como toda la legión de sus asociados y alumnos que siguen
motivados en investigar en los Andes Centro-Sur, nuestros colegas
norteamericanos han prestado su tiempo y recursos para tratar de entender dicho
tema.

Por su parte, los investigadores peruanos desde el mismo Luis Valcárcel quien
descubrió científicamente a la cultura Pukara, pasando por Julio C. Tello quien per-
maneció en Pukara algunos días, Emilio Vásquez quien entregó una serie de traba-
jos monográficos sobre importantes sitios arqueológicos de Puno, José María Franco
Inojosa quien acompañó a Kidder a hacer las primeras excavaciones en Pukara e
hizo algunos reconocimientos en el área, Manuel Chávez Ballón quien descubrió la
cultura Qaluyu y su hijo Sergio quien ha desarrollado una extensa investigación en
la zona en primer lugar acompañado por su esposa Karen Mohr, Luis Guillermo
Lumbreras quien presentó una perspectiva panorámica e incluso excavó en
Pukara, Elías Muji- ca quien prosiguió ese trabajo, Arturo Ruiz Estrada quien
descubrió el famoso “Oro de Sillustani” durante sus excavaciones en ese
maravilloso sitio funerario, Rolando Paredes quien alentó y participó en diferentes
investigaciones antes señaladas, Juan Palao Berastain estudioso de la cultura local,
Cecilia Chávez y Edmundo De la Vega quienes han trabajado extensamente en la
zona hasta nosotros mismos, que hemos tratado de, también, elevar nuestra voz
sobre la explicación de estas sociedades.
21 / H e N r y t a N t a l e á N y luis Flores

Así pues, este libro no es más que un intento de que todas las voces sean
escucha- das y registradas y, a la vez, generar una amplia conversación con el
único objetivo de presentar una historia con la mayor cantidad de propuestas
posibles. Obviamente, en esta publicación, como muchas veces pasa, no están todas
las voces pero esperamos que esto no sea más que el inicio de publicaciones que
actualizarán y alimentarán este debate a lo largo del tiempo.
En ese sentido, hemos respetado las cronologías y fechas utilizadas por cada au-
tor. Creemos que, como muchos otros investigadores han planteado (Burger et al.
2000), las periodificaciones de los Andes Centrales carecen de correlación con la de
esta zona. Por lo tanto, esperamos que los lectores resigan el trabajo de cada autor y
que, al final, más que proponer una nueva cronología o periodificación (que hay
que verla tan solo como una heurística) nos atengamos más a las fechas
radiocarbónicas, cuando las haya, y a los limites propuestos por los autores para la
existencia de cada una de las sociedades explicadas aquí. Claramente, este es un
tema no solo teórico sino, sobre todo, metodológico en el cual todavía hay mucho
que trabajar. Por tanto, en esta introducción no planteamos ningún esquema rígido
de cronología que pueda atentar contra la construcción, que creemos todavía debe
ser flexible, de un panora- ma que está por definir en muchos de los casos que
veremos al interior de este libro. Por lo anterior, en este libro el lector podrá tener
la oportunidad de apreciar la “per- sonalidad” de cada autor en el momento de
explicar mediante conceptos, categorías, enunciados y lógicas su forma de ver la
arqueología que está estudiando. Asimismo, le hemos pedido a nuestro querido
colega Lautaro Núñez que nos ofrezca una visión desde fuera de la cuenca del
Titicaca lo cual, seguro, enriquecerá nuestra perspectiva muchas veces preocupada
en nuestro detalle específico o nuestras versiones de la realidad, una perspectiva
muchas veces dificultada por diferentes accidentes y obstá- culos que están en
nuestro campo de visión.

Así, el libro comienza con el capítulo de Mark Aldenderfer, un loable esfuerzo de


síntesis sobre el período Arcaico en la cuenca del Titicaca, pero además nos traza
las líneas metodológicas que deberían seguir todo investigador interesado en dicho
pe- ríodo. Asimismo, nos entrega excelente material producto de su larga estancia
en el área altiplánica con respecto a los primeros asentamientos humanos
reconocidos en la cuenca del río Ilave.
Más adelante el extenso texto de Nathan Craig quien acompañado en diferentes
momentos a Aldenderfer en su preocupación por los primeros asentamientos
huma- nos permite tener una visión amplia sobre los diversos aspectos materiales
y antro- pológicos que nos sirven para entender los procesos de población,
domesticación, se- dentarización y complejidad social acaecidos durante el
denominado período Arcaico y su paso hacia el Formativo; siendo la mayor parte
de estos datos provenientes de contextos domésticos y de reconocimientos
regionales sistemáticos.
Posteriormente, el texto de Abigail Levine, Cecilia Chávez, Amanda Cohen, Aimée
Plourde y Charles Stanish nos entregan una importante propuesta arqueológica so-
bre el proceso que permitió que las sociedades se complejicen a partir de la época
que ellos denominan Formativa, en los cuales encontramos a las sociedades
definidas
22 / u N a iNtroduccióN a l a arqueología de la cueNca del titicaca

como Qaluyu, Pukara y últimamente sobre su trabajo de campo, lo asociado con


Tara- co. En este trabajo los autores sostienen la importancia que tuvieron los
espacios ce- remoniales como los patios hundidos que llegó a consolidarse en el
complejo llamado Kalasasaya, para ellos un claro reflejo de la complejización social
y del desarrollo de liderazgos políticos y económicos.
Por su parte, Henry Tantaleán, Michiel Zegarra, Alex Gonzales y Carlos Zapata
en base a su trabajo de campo en el valle del río Quilcamayo-Tintiri en el provincia
de Azángaro, logran caracterizar la materialidad social, como el patrón de
asentamien- to, la litoescultura, la cerámica, la producción de artefactos líticos,
entre otros, que permite distinguir lo que los arqueólogos llamamos Qaluyu y
Pukara, avanzando una perspectiva crítica acerca de cómo se han construido estas
culturas arqueológicas y ofreciéndonos datos que pueden ayudar a entender de
forma más detallada los fenó- menos relacionados con estas tempranas
asentamientos agrícolas y pastoriles.
Acompañando la temática Pukara están los textos de Liz Klarich y Francois Cuy-
net. En el primer caso, Klarich hace una interesante síntesis sobre lo avanzando en
el conocimiento de Pukara, logrando mostrar, que si bien los festines son
importantes en estos primeros centros de poder, las estrategias que se usaron
variaron en el tiem- po, de uno inclusivo a otro exclusivo,
Para el caso del artículo de Cuynet, como el bien señala, existen pocos trabajos
sobre litoescultura. Si bien, no podemos dejar de mencionar aquí los trabajos de Ka-
ren Mohr y Sergio Chávez sobre el tema, el aporte de Cuynet, en este sentido, es su
estudio enfocado en una producción social relacionada con el estilo denominado y
conocido por los investigadores como Pukara.
Luego el texto de Luis Flores, Nathan Craig y Mark Aldenderfer nos introduce en
el tema de las primeras sociedades agrícolas y las técnicas que desarrollaron, como
las qochas, para hacer frente al clima en el norte del altiplano. Su trabajo está
basado en datos previos como los ofrecidos por Jorge Flores Ochoa y Percy Paz, a
los cuales le han contrapuesto sus estudios propios de prospección y excavaciones
restringidas en las qochas y sitios asociados, mostrándonos un panorama mucho
más preciso acerca de la geomorfología, arqueología y antropología relacionada
con las estrategias agrí- colas tempranas en la cuenca del río Pucará y que se
puede ampliar con otras zonas altiplánicas.
Por su parte Randall Haas y Jacopo Tagliabue nos presentan un sofisticado
estudio en el cual luego de conformar variables, extraen retroyecciones sobre el
poblamiento de la zona altiplánica, tomando en cuenta los datos arqueológicos que
tenemos so- bre Pukara y Tiwanaku. Gracias a la modelización de dicho
poblamiento demográfico ellos están en capacidad de explicar matemática y
estadísticamente que la ocupación y concentración de habitantes en ambos sitios
centrales está justificada por una “ra- cionalidad” de las agencias sociales.
Con respecto al fenómeno Tiwanaku que casi siempre se había restringido en las
publicaciones a la parte boliviana, salvo los extraordinarios ejemplos del valle de
Mo- quegua, Carol Schultze nos presenta los novedosos datos con respecto a la
metalurgia
23 / H e N r y t a N t a l e á N y luis Flores

en los sitios Tiwanaku de la Bahía de Puno. Si bien desde la década del 80 ya


conocía- mos sobre esta ocupación básicamente a través de las investigaciones en
la isla Esté- vez de Mario Núñez y Rolando Paredes, la importancia del trabajo de
Schultze recae en que se comienza a generar un conocimiento profundo con
respecto a la produc- ción de los objetos con mayor importancia y hasta de “valor”
dentro de la sociedad Tiwanaku, los metales.
Desde hace unos años y a partir de su tesis doctoral, Elizabeth Arkush nos ha
planteado un escenario diferente al clásico que teníamos para la aparición de las
for- talezas de altura o pukaras. Para ella, basada en sus dataciones
radiocarbónicas, la construcción de las pukaras sería un fenómeno tardío dentro
del Intermedio Tardío vinculado con la sociedad denominada Colla y sería
específicamente una respuesta social de estos grupos sociales a las invasiones
cuzqueñas que vinieron del noroeste.
Por su parte, Nancy Román y Silvia Román, nos presentan algunos datos obteni-
dos durante un trabajo de evaluación arqueológica, lo cual también hace evidente
en este libro como, desde hace una década atrás, la arqueología de la zona ya no
sola- mente está hecha por investigadores académicos sino que el desarrollo de la
indus- tria y construcción de infraestructura ha generado abundantes datos
arqueológicos que valen la pena también incluir dentro de las investigaciones
tradicionales. En este caso, son interesantes los datos que nos proporcionan con
relación a la zona de Olla- chea, un área vinculada a la ceja de selva puneña pocas
veces estudiada, sobre todo, con relación a los sitios del Intermedio Tardío e Inca.
En ese mismo sentido, el importante texto de Charles Stanish es una síntesis
exce- lente para entender la dinámica de la ocupación inca en la zona de la cuenca
del Titi- caca. Como sabemos, este autor ha sido, de lejos, uno de los principales
estudiosos de esta época y otras más tempranas cuyos aportes a la construcción de
la arqueología de la zona deben ser tomados en cuenta para su comprensión y su
comparación con otros fenómenos sociales precapitalistas alrededor del mundo.
Complementando la visión ofrecida por Stanish, en este libro hemos incluido el
trabajo del arqueólogo peruano Segisfredo López con respecto a un proyecto
origina- do en el Perú pero con características internacionales conocido como
Qapaq Ñan, el cual se ha dedicado en los últimos años a registrar los diferentes
tramos que integran este sistema vial de época Incaica. Sus datos nos ayudan a
comprender la forma en la cual muchos de los sitios Incas, también revisados por
Stanish en su texto, tenían un flujo y movimiento constante de personas y bienes
durante la ocupación Inca de esta área.
Para finalizar, tenemos el texto de Lumbreras quien ha trabajado intensamente
en el área y que, desde su visión panorámica de la arqueológica peruana, nos aporta
importantes alcances sobre la situación de la arqueología de la cuenca del Titicaca
y más allá, y las perspectivas y temas que valdrán la pena tomar en cuenta en la
inves- tigación del futuro.
Sin duda, a pesar del gran avance en la arqueología de la cuenca del Titicaca,
que
en parte se reflejan en este libro, así como en otras publicaciones (Stanish 2003;
Sta-
24 / u N a iNtroduccióN a l a arqueología de la cueNca del titicaca

nish, Cohen, Aldenderfer 2005), existen aún varios problemas de investigación que
requieren ser profundizados con datos de mayor detalle o incluso que no han sido
tomados en cuenta.
Tal vez uno de ellos es nuestro mínimo interés por investigar la sierra oriental
y Amazonía, que para el caso del Perú, se ubican en los departamentos de Sandia y
Carabaya. Dichas áreas exploradas de forma exigua seguramente nos ofrecerán nue-
vos datos sobre los cuales cambiarán nuestros puntos de vista con respecto a
varios temas, desde el poblamiento americano, pasando por el origen de la
complejidad y hasta entender las estrategias incas de dominación.

En general, nos faltan mayores datos para entender el poblamiento de la cuenca


del Titicaca. Gracias a los trabajos de Aldenderfer y otros colegas hemos dado un
gran paso en tener información regional de valles como Ilave, Ramis, Huancané;
pero a excepción del sitios Jiskairumoko, faltan más excavaciones sistemáticas,
sobre todo en los sitios más tempranos. Este mismo problema repercute en nuestra
falta de co- nocimiento del proceso de domesticación animal y vegetal.

También nos falta entender mejor el proceso de complejidad social más allá des-
de sus fases de preludio de poder hasta el momento que se logró un liderazgo per-
manente. Para ello, al igual que en el caso anterior, nos falta investigar más que un
par de sitios como ahora lo hacemos, conocer más allá de Pukara, Qaluyu y Taraco,
entendiendo todo el sistema de apropiación territorial. Por ello, el trabajo de Tanta-
leán y sus colegas en Azángaro es fundamental para entender un territorio
contiguo al supuesto centro. Pero también, se requiere conocer a los sitios por
dentro. Por ejemplo, se requieren excavaciones amplias en Pukara y otros sitios
importantes para entender la organización del sitio, sus áreas de actividad y el
ritmo de crecimiento del asentamiento. Complementario a ello, es necesario un
mayor interés en los asenta- mientos domésticos o “rurales” los cuales pueden
ofrecernos una perspectiva “desde abajo”, en esa llamada “Household archaeology”
que todavía necesitamos desarrollar en la zona. Claramente, las condiciones del
altiplano para la investigación no son las más óptimas pero creemos que
novedosas estrategias ayudarán a superar estas condicionantes actuales. Un claro
ejemplo en esa dirección son los trabajos aquí pre- sentados de Aldenderfer y
Craig.

Como todo proceso, con respecto al surgimiento de la sociedad compleja más


tem- prana, como es la conocida Pukara, también hay que entender las razones de
su co- lapso y su paso hacia la siguiente etapa con Tiwanaku, y qué rol tuvo esta
sociedad sobre los diferentes territorios del lado peruano de la cuenca del Titicaca.
Como Sta- nish y sus asociados han planteado, después del siglo IV de nuestra era
en la cuenca norte del Titicaca existiría una gran sequía y que le ha otorgado
nombre a su “Cultura Huaña”. Sin embargo, todavía falta mucho más trabajo para
poder describir y definir arqueológica y antropológicamente este tiempo que desde
la década de los 70 del siglo pasado era considerado como un hiato o “silencio
arqueológico” en el proceso histórico altiplánico hasta la evidente construcción de
la fortalezas de altura o “puka- ras” de las sociedad etnohistóricamente conocidas
como collas y lupakas.
25 / H e N r y t a N t a l e á N y luis Flores

Para los tiempos tardíos, a pesar de los esfuerzos que viene realizando Arkush,
falta mayores trabajos tanto para los períodos Altiplano e Inca. En ese sentido, su
extenso trabajo debe ser imitado y complementado por proyectos que recorran los
valles y pampas buscando sitios de fondo y ladera de valles. Justamente, varios pro-
yectos, entre ellos el PIARA, dirigido por Tantaleán han reconocido que a la par de
la existencia de sitios de cumbre, muchos sitios domésticos y funerarios
complementan el paisaje social de la época inmediatamente Inca e Inca.
Finalmente, la ocupación Inca del altiplano es algo que, como en mucha partes de
los Andes, ha estado indisolublemente marcado por las fuentes etnohistóricas desde
casi el inicio de la arqueología en esta zona. Sin embargo, es menester comenzar a
generar explicaciones cada vez más artefactuales o arqueológicas que puedan
hacernos vislum- brar las diferencias materiales que en la actualidad están
condicionadas por las visiones étnicas, donde los grupos sociales están más
integrados que lo que parece ser en la realidad arqueológica. Finalmente, la
arqueología histórica o de contacto es un campo relativamente joven en la
arqueología peruana y el lago Titicaca no es una excepción. Comprender cómo se dio
el proceso de llegada, reconocimiento, impacto y convivencia y hasta de exterminio
es un tema por desarrollar en la agenda de la arqueología del altiplánico, De esta
manera, podremos superar las marcas o limites disciplinarios y ar- tificiales entre
prehistoria e historia, pues mas allá de estas divisiones académicas y del “objeto de
conocimiento”, debemos recordar que, al fin y al cabo, estas son fronteras
autoimpuesta por los investigadores y que lo más importante es la gente, que
tomando las riendas de la historia pudo generar un modo de vida aun por conocer.
Creemos que este libro es un aporte en ese sentido, logar reunir en un solo
artefac- to de conocimiento muchas voces que originalmente piensan y hablar en
diferentes idiomas y que tienen de diferentes perspectivas de ver el mundo. Los
últimos tiempos que nos han sometido a una nueva forma de ver las relaciones
sociales, las políticas económicas se han filtrado en nuestras relaciones personales.
De esta manera, ar- queólogos de diferentes partes del mundo se han dado cita
alrededor del lago, para trabajar juntos y hacer de su investigación un espacio de
vida compartidos con los que ya no solamente son sus objetos de estudio, sino
ahora compañeros en el viaje de (auto)descubrimiento de nuestra humanidad.

Agradecimientos
Los editores queremos agradecer a todos los que han hecho posible objetiva y
sub- jetivamente este libro. En primer lugar a Charles Stanish y Nathan Craig
quienes aportaron económicamente para la impresión de este libro. En este mismo
sentido, queremos agradecer especialmente a la empresa INTERSUR por su
profundo compro- miso para la preservación y difusión del patrimonio cultural
peruano, se hizo patente mediante un generoso apoyo económico para con este
proyecto editorial. Empresas responsables socialmente como INTERSUR son las que
necesitamos para seguir inves- tigando y difundiendo la riqueza arqueológica de
nuestro país. Asimismo, los editores agradecemos especialmente a Juan Roel quien
se encargó de hacer la diagramación y la revisión de los textos de esta publicación.
26 / u N a iNtroduccióN a l a arqueología de la cueNca del titicaca

Henry Tantaleán: Quiero agradecer a mis compañeros del Proyecto de Investigación


Arqueológica Asiruni (PIARA): Omar Pinedo, María Ysela Leiva, Astrid Suarez,
Michiel Zegarra, Alex González, Carlos Zapata Benítes y Harry Vargas Tipo, por su
apoyo en las temporadas de investigación en el altiplano. Asimismo agradezco a
Chip Stanish por su apoyo económico y de amigo en mi lucha por seguir
investigando en Puno. Asi- mismo, a Rolando Paredes y Bertha Vargas causantes
que haya terminado trabajando en el Instituto Nacional de Cultura de Puno y
quedar enganchado hasta ahora y, po- siblemente por siempre, con el altiplano
puneño. De la misma manera, mucha gente de Puno me ha permitido conocer de
primera mano la historia del altiplano puneño. De entre ellos, quiero resaltar a
Margarita Quispe y a Joel Calcina Quispe, mi familia de Chaupisawaccasi, a orillas
del río San José en Azángaro. Asimismo, agradezco a Marillyn Holmes, alguien muy
importante para mi vida y, por tanto, a ella le dedico este y muchos otros
esfuerzos. También quiero agradecer a Vicente Lull, quien desde Cataluña me
invitó a pertenecer a un grupo de estudios que trata de ir más allá de las fronteras
que imponen la economía y la política. Finalmente, agradezco a Kelita Pérez Cubas
con quien encuentro una sonrisa escondida en cada rincón de mi camino por la
vida.
Luis Flores: Quedo agradecido con cada uno de los integrantes del Programa
Collasuyo en Puno, en especial con Mark Aldenderfer, Nathan Craig y Elizabeth
Klarich quienes me permitieron entrar a esa casa milenaria llamada Puno. También
agradezco a Char- les Stanish por todo el apoyo a esta publicación, y a Cecilia
Chávez por su tan agudo análisis de la cerámica. En este camino, a más de 3.800
metros, muchas veces con el corazón en la mano y la otra en un GPS, me ha
servido para encontrarme con cole- gas que han enriquecido mi conocimiento del
altiplano. Por ello, mi agradecimiento con gran parte de los autores de este libro,
en especial a Henry Tantaleán, Elizabeth Arkush, Abigail Levine, Aimée Plourde,
François Cuynet, Edmundo De la Vega y Silvia Román. Este agradecimiento no
podría terminar sin mencionar a todas las personas que con su esfuerzo, casi
anónimamente, han permitido gran parte del conocimiento de este libro, en
primer lugar a los pobladores de Puno. Muchos de ellos caminaron y excavaron
conmigo, particularmente a los señores Honorato Ttacca y Albino Quispe.
Finalmente, quiero agradecer a mis padres, sobre todo a mi madre quien siempre
me apoyó, incluso sin comprender todo lo hago, del mismo modo a Yanet
Chafloque. A ambas le agradezco por soportar mis ausencias, a veces de manera
silenciosa y otras no tanto.
2
Balances y perspectivas del
período Arcaico en la región del
altiplano
Mark a l d e n d e r Fer *

No obstante que en la víspera de la conquista española la cuenca del Titicaca, en el


departamento de Puno, era uno de los centros más poblados del mundo andino, se
conoce muy poco acerca del sistema social, económico y político de las
comunidades donde vivían estas gentes. Transiciones culturales de importancia,
incluyendo el cul- tivo de plantas y la domesticación de animales, el desarrollo de
las clases sociales, y el establecimiento de sistemas extensivos de intercambio, se
habían sucedido mucho antes de la fundación de Pukara, la influencia de la cultura
Tiwanaku de Bolivia y el desarrollo del estado Colla. Ciertamente, cada una de estas
transiciones tuvo su raíz en el Arcaico (o Precerámico), etapa arqueológica que
menos se conoce. En este capí- tulo, haré un repaso de los conocimientos que
tenemos sobre este período e intentaré contextualizar los datos dentro de una
perspectiva antropológica más amplia. Ade- más, determinaré las preguntas que
considero de mayor importancia para estudios intensivos futuros. A pesar de que
el enfoque de este capítulo es, principalmente, sobre el departamento de Puno,
también repasaré nuestros conocimientos del Arcai- co de Bolivia y Chile, así como
también de las sierras andinas occidentales cerca de Arequipa y Moquegua.

A pesar de una ausencia de evidencias arqueológicas recuperadas de


excavaciones en Puno, la mayoría de investigadores concluyen que la cuenca del
Titicaca y la re- gión de Puno no fueron ocupadas por humanos hasta el término de
la época glacial, o sea, no antes de 10.000 años a.p. Esta fecha es consistente con lo
que se conoce de la primera ocupación de la sierra andina en otras partes del
Perú, cuyos antecedentes no se fechan antes de 11.000 años a.p. (Aldenderfer 2003).
Por lo general, el Arcaico se divide en cuatro etapas: Arcaico Temprano (10.000–
8000 a.p.), Arcaico Medio (8000– 6000 a.p.), Arcaico Tardío (6000–4000 a.p.), y
Arcaico Final (4000–3400 a.p.).

* University of California Merced, School of Social Sciences, Humanities and Arts, Merced, CA,
USA, 95343. maldenderfer@ucmerced.edu
28 / B a l a N c e y PersPectivas d e l P er í od o arcaico...

A partir del final de la época glacial, aproximadamente 11.000 años a.p., se


experi- mentó un aumento en la aridez y en la temperatura dentro de la cuenca del
Titicaca. Estas características contribuyeron a cambios significativos en el lago
mismo. Cerca a 10.500 a.p., la cuenca se encontraba cubierta por el último lago
glacial, Tauca, que aparentemente fue un poco más amplio que el lago actual
(Wirrman et al. 1992). Des- pués de esta fecha, por la reducción de la precipitación
regional, el nivel del lago em- pezó a disminuir, proceso que se aceleró después de
8000 a.p. (Baker et al. 2001). Este período de inestabilidad se caracteriza por
cambios rápidos en el nivel del lago, que tuvo una fluctuación de entre 50 a 100 m
por debajo del nivel acutal. Con el aumento de las condiciones áridas alrededor de
6500 a.p., el nivel del lago llegó a su punto más bajo, unos 150 m menos que el
nivel actual que se estableció por los 5,500 a.p. Sin em- bargo, el nivel del lago
aumentó con rapidez alrededor de 5000 a.p., y cayó de nuevo cerca de los 4500 a.p.
Las condiciones climáticas modernas se caracterizan por un nuevo aumento del
nivel del lago, ya bien establecido en el 4000 a.p.

Por lo mismo, las condiciones medioambientales en la cuenca del Titicaca


durante el período Arcaico fueron difíciles, y cualquier cazador/recolector habría
enfrentado varias dificultades, en particular, la escasez de agua fresca. Desde
nuestra perspectiva contemporánea, el lago parece ser un ambiente hospitalario
para la ocupación huma- na. Algunos investigadores, Erickson (1988) en particular,
han sugerido que el lago habría sido muy atractivo para los cazadores y
recolectores arcaicos, que pueden ha- berse orientado hacia un asentamiento y
subsistencia lacustre, con altas densidades de población. Sin embargo, la calidad del
agua del lago fue inferior durante la mayor parte del Arcaico. Por ejemplo, entre
7.000-4.000 a.p., y posiblemente aún más tiem- po, la salinidad del lago equivalía a
la tercera parte de la salinidad del agua del mar (Cross et al. 2000, 2001), y por lo
tanto, inadecuada para el consumo. Es poco probable que los recolectores del
período Arcaico hubieran utilizado los márgenes del lago an- tes que su salinidad
disminuyera. Por extensión, esto implica que las aguas interiores
–tales como las de los valles de los ríos principales, las fuentes, y los bofedales–
tu- vieron mayor importancia para la habitación durante el Arcaico que el lago
mismo. A pesar que la abundancia del agua de estos tributarios era menor, en
comparación a su abundancia moderna, sirvieron como corredores fértiles cuya
vegetación hubiera sido atractiva para los herbívoros de la zona, y a la vez,
atractiva para los cazadores y recolectores arcaicos.
Aunque investigaciones de la sociedad compleja en el altiplano se han conducido
desde hace décadas, los estudios del período Arcaico han sido pocos hasta el
momen- to. La mayoría de los estudios que han tocado el Arcaico en la cuenca,
generalmente, han sido impresionistas y se han limitado a una descripción breve
de la cultura ma- terial, careciendo de contexto antropológico o arqueológico.
Palao (1989) describe artefactos arcaicos cerca de Chucuito; Arellano y Kuljis (1986)
describen materiales precerámicos de la cuenca del río Maure en Bolivia, al
suroeste de Desaguadero; y por supuesto, Patterson y Heizer (1965) han reportado
sus análisis de materiales líticos de Viscachani, al este de La Paz. Otros informes
breves incluyen las descripciones de materiales del Arcaico y Formativo del abrigo
Ichuña al oeste de Puno en la sierra moqueguana por Menghin y Schroeder (1957),
y la descripción de Quellkata por Piu
29 / M a r k a l d e N d e r F e r

Salazar (1977), y de los artefactos superficiales de Tumuku por Palacios Ríos (1984),
los cuales se encuentran cerca a Qillqatani, un abrigo grande con un complejo
impor- tante de arte rupestre en la cuenca del río Chila al extremo sur del
departamento de Puno (Figura 1).
A finales de la década de 1980 e inicios de la de 1990, con la documentación del
arte de Qillqatani (Aldenderfer 1987), un reconocimiento sistemático de su vecindad
(Kuznar 1989), y una excavación sistemática del abrigo (Aldenderfer 1999), cambió
la situación. Estas investigaciones resultaron en el descubrimiento de una larga se-
cuencia de ocupación del sitio, que va desde el Arcaico hasta el tiempo moderno, y
la identificación de varios sitios arcaicos en su vecindad. Las excavaciones también
pro- porcionaron las fechas de radiocarbono más tempranas del departamento de
Puno,
7.250 a.p., que encaja dentro del Arcaico Medio.

A partir de entonces, el avance de nuestros conocimientos y el interés en in-


vestigaciones sobre el Arcaico aumentó de manera significativa. Entre 1994–95
Aldenderfer inició el primer reconocimiento diseñado para la determinación de
sitios arcaicos en la cuenca del río Ilave, resultando en la identificación de más de
200 sitios y componentes arcaicos (Aldenderfer y Klink 1996; Craig 2005, Klink y
Aldenderfer 1996). Un segundo reconocimiento siguió en 1997 en la cuenca del río

Figura 1. Croquis de sitios arcaicos en el departamento de Puno y en sus alrededores.


1) Ichuña; 2) Viscachani; 3) Río Maure; 4) Quellkata, Tumuku, Qillqatani; 5) Jiskairumoko,
Kaillachuro, Pirco; 6) Camata; 7) Ch’uxqulla.
30 / B a l a N c e y PersPectivas d e l Período arcaico...

Huenque (Klink 2005), identificando 151 sitios y componentes arcaicos. Debemos


tomar en cuenta que estos proyectos no fueron los únicos reconocimientos hechos
en la zona, sin embargo, fueron los únicos que descubrieron sitios del Arcaico.
Los reconocimientos de la región Juli-Pomata al sur del lago (Stanish et al. 1997) y
de Chucuito (Frye y De la Vega 2005), ambos enfocados sobre la ribera moderna y
los márgenes inmediatos del lago, no ubicaron sitios arcaicos. Esta ausencia de
sitios tempranos a lo largo de la ribera del lago se discute más adelante. Otros
proyectos, como el de Erickson (1988) al norte de la cuenca tampoco
descubrieron sitios ar- caicos, aunque esto no impidió su especulación sobre la
presencia de cazadores y recolectores a lo largo de la margen lacustre.
Últimamente algunos proyectos, especialmente en la parte norteña de la cuenca,
han empezado a descubrir sitios arcaicos, en particular, en las cuencas de los ríos Ra-
mis, Huancané-Putina, y Azángaro (Stanish y Plourde 2000). Cipolla (2005) informa el
descubrimiento de noventa sitios arcaicos en la cuenca Huancané-Putina. Es de
interés mencionar que la mayoría estan alejados de la ribera del lago, en la parte
interior, un detalle que también se observó en el reconocimiento del río Ilave. Por
contraste, en su prospección de la península de Taraco al sur del lago, Bandy (2001)
no ubicó ningún sitio arcaico. Estas diferencias en el asentamiento del área son muy
notables, pero hasta el momento, inexplicables.
Fuera de la excavación de Qillqatani, solamente se han excavado de manera ex-
tensiva tres sitios en la zona de Ilave: Jiskairumoko, Kaillachuro, y Pirco. Estos
fueron ubicados en el reconocimiento de Aldenderfer y fueron excavados en 1997
y 1999– 2003 (Aldenderfer 1997, 1998a; Craig 2005; ver el capítulo 3 en este
volumen). La ocu- pación de estos sitios abarca el Arcaico Tardío y Final, y ha
proporcionado nuevos datos sobre el proceso del sedentarismo y cultivo en la
cuenca. Excavaciones impor- tantes, aunque no tan extensivas, existen para los
sitios de Ch’uxuqulla en la isla del Sol (Stanish et al. 2002) y Camata (Steadman
1995), al sur de Chucuito.
Los sitios arcaicos se reconocen principalmente por la morfología de las puntas
de proyectil. Usando los datos recuperados por excavaciones a lo largo de la zona
sur- central andina, Klink y Aldenderfer (2005) han desarrollado una tipología de
puntas de proyectil muy útil en la definición de sitios arcaicos (Figura 2). Esta
tipología com- plementa las tipologías de otros investigadores como Rick (1980)
para la zona andina central, y Santoro y Nuñez (1987) y Santoro (1989) para el
norte de Chile.
La mayoría de arqueólogos que trabajan en la zona están de acuerdo en que
los primeros habitantes de la puna procedieron del litoral Pacífico, y que en el
oeste sudamericano, el movimiento nomádico fue de costa a sierra. Los sitios más
tem- pranos del continente se encuentran en la línea de costa, como Quebrada
Jaguay (Sandweiss et al. 1998) y Quebrada Tacahuay (Keefer et al. 1998), ambos con
fechados de, aproximadamente, 10.000 a.p. No existe ninguna evidencia que la
penetración humana a la puna puede haber sido a través de las sierras andinas
orientales.
Los sitios más tempranos que se reconocen en la zona andina centro-sur se en-
cuentran en las sierras occidentales. Uno de los más importantes es Asana, en el
31 / M a r k a l d e N d e r F e r

departamento de Moquegua, sobre uno de los tributarios del río Osmore; tiene un
fechado de 9820 a.p. (Aldenderfer 1998b). Sitios de semejante antigüedad (9500
a.p.) se encuentran en el norte de Chile (Santoro 1989). Hasta la fecha, no se ha
hecho nin- guna excavación de sitios tan antiguos en la cuenca Titicaca. Sin
embargo, algunas puntas de proyectil recuperadas en el reconocimiento de Klink
(2005) demuestran obvias semejanzas a las puntas de la Fase Khituña (9500–8700
a.p.) de Asana, que sugieren una ocupación más temprana de la cuenca en el
Arcaico Temprano. Klink

Figura 2. Puntas de proyectil arcaicas de Puno. 1, 2, 3, 4: Arcaico Temprano; 5, 6:


Arcaico
Medio; 7, 8, 9: Arcaico Tardío; 10: Arcaico Terminal.
32 / B a l a N c e y PersPectivas d e l P erí od o arcaico...

sugiere que estos datos señalan el proceso del descubrimiento de la puna por
peque- ños grupos de cazadores y recolectores, que viajaban siguiendo los ríos
principales de las sierras occidentales, pero manteniendo sus bases residenciales
en las zonas más bajas. Aldenderfer (1998b) propuso un modelo similar, en el que
los recolecto- res del Arcaico Temprano establecieron sus bases residenciales
sobre la orilla de la puna para explorar su interior. La densidad de la población
fue muy baja y la movi- lidad muy alta, y por la ubicación de los sitios, se puede
inferir que su subsistencia se enfocó sobre los recursos ya conocidos. La caza fue
de mayor importancia, pero como no se han excavado sitios arcaicos tempranos,
no tenemos datos acerca del uso de la vegetación silvestre. Algunos cuantos sitios
fechados del Arcaico Temprano se encuentran mas al norte, en el recorrido del río
Ilave (Aldenderfer y Klink 1996), tanto como al interior en la cuenca del
Huancané-Putina (Cipolla 2005), ubicados en situaciones muy semejantes.

Se ve un aumento dramático en la frecuencia de sitios en todas las cuencas


duran- te el Arcaico Medio. Este aumento se puede atribuir a dos factores: un
incremento de la población misma, y una migración de pobladores de otras
regiones. Los datos su- gieren que la ubicación de los sitios predomina sobre los
tributarios de los ríos prin- cipales. Las bases residenciales se ubicaron sobre las
terrazas altas que daban vista a los valles (Rigsby et al. 2003), los campamentos
provisionales se ubicaron dentro de cuevas y abrigos pequeños, y las estaciones
para la caza se localizaron en lugares don- de se tenía una buena vista panorámica
(Tripcevich 2002). Esta focalización sobre los ríos no es sorprendente, ya que el
período de 6.000–4.000 a.p. es un tiempo de mucha aridez. El nivel más bajo del
lago se ha documentado en 5.500 a.p., un hecho que refle- ja la escasez de lluvia en
la región. La ausencia total de sitios del Arcaico Medio en la margen del lago
sugiere que el lago mismo no fue una zona importante para la econo- mía. La
posibilidad de que algunos sitios arcaicos del Arcaico Medio pueden estar bajo el
nivel del agua del lago moderno, no es muy probable. Por ejemplo, el sitio Arcaico
Medio más próximo a la orilla moderna del lago en la cuenca de Huancané-Putina
queda a doce kilómetros (Cipolla 2005: 59); en Ilave queda a quince kilómetros.

Aunque la población del Arcaico Medio ciertamente aumentó, todos los índi-
ces sugieren que fue un proceso relativamente lento (Craig 2005). Con la aridez del
medioambiente, la movilidad residencial debe haber sido bastante frecuente, lo
que a su vez habría reducido la abundancia de los recursos y las cantidades de
tramos de recursos en el recorrido de los ríos. La tendencia hacia sitios de tamaño
más grande durante el Arcaico Medio se explica por una redundancia residencial,
no necesaria- mente por un aumento de población. Es decir, en algunas
situaciones medioambien- tales, hubo re-ocupación frecuente y repetida, ya que
los recursos importantes que- daban cerca. A través del tiempo, esto se hubiera
manifestado en sitios más grandes con más artefactos dispersos.
La ruta de migración a esta región probablemente fue a través de los valles de
las sierras occidentales, especialmente del norte de Chile, donde Nuñez y colegas
(2002) han propuesto el concepto de un “silencio arqueológico” que caracteriza los
desarro- llos durante una gran parte del Arcaico Medio. Ellos sugieren que, por su
aridez extre- ma, se abandonó el norte de Chile pero no han definido precisamente
hacia dónde se
33 / M a r k a l d e N d e r F e r

dirigió la gente. Los datos de Ilave apoyan esta hipótesis, y se puede decir que
cierta población se dirigió hacia la puna.
Qillqatani nos ofrece una perspectiva de cómo puede haber sido la manera de
vida durante el Arcaico Medio. Las excavaciones demuestran que la ocupación más
antigua del sitio (fechada en 7250 a.p.) consistió de construcciones de pequeñas
estructuras junto a las paredes del abrigo, que ciertamente no pueden haber
albergado más que unas cuantas personas. Los artefactos consisten mayormente de
materiales líticos, con algunas puntas de proyectil, y no se observan instrumentos
para moler. Los res- tos de fauna contienen huesos de camélidos adultos y de
cérvidos, demostrando una preferencia por la caza de mamíferos grandes. Sin
embargo, también se identificaron muestras de Chenopodium silvestre que
suplementaron la dieta. Por el tamaño tan pequeño de las estructuras y el
inventario tan limitado de artefactos, se infiere que grupos de algunos pocos
cazadores utilizaron el sitio, o también, que familias peque- ñas pueden haberse
estacionado allí brevemente. De cualquier manera, este patrón de uso se ve a
través del período Arcaico Medio, con pocos cambios.

Cambios mayores ocurren en el asentamiento, la economía, y el sistema social


entre 6000–3400 a.p. en la cuenca del Titicaca. Se acelera el paso del cambio
cultural, y entre los cambios más importantes se ve el uso probable del
Chenopodium (quinua), posiblemente cultivado, la introducción de la domesticación
del camélido, y el inicio de una vida sedentaria dentro de aldeas pequeñas. Aunque
se había visto un sistema de intercambio con áreas lejanas durante todo el Arcaico,
el comercio de obsidiana de Chivay, en particular, aumenta de manera
significativa, y se ven por primera vez materias exóticas como el oro. Estos
cambios representan la fundación de la sociedad compleja que se desarrolla en el
período Formativo (Aldenderfer 2002, 2004).
El patrón de asentamiento y la economía inferida del Arcaico Tardío es parecido
al Arcaico Medio. Sin embargo, el número de sitios con componentes arcaicos
tardíos aumentan, así como la frecuencia de puntas de proyectil que se encuentran
en el recorrido de los tributarios principales de la región. Esto sugiere que la
población sigue aumentando durante este tiempo. Otro cambio que se observa en
este período, particularmente después de 5000 a.p., es un movimiento general
hacia las márgenes del lago. A pesar de que el lago mismo permanece salado, es
probable que empieza a estabilizarse, y cuando el clima mejora después de 4500
a.p., el medioambiente la- custre es más atractivo. Esto se observa en los
reconocimientos del Huenque-Ilave y Huancané-Putina (Aldenderfer y Klink 1996;
Cipolla 2005; Craig 2005; Klink 2005).
La excavación de cuatro sitios –Pirco, Qillqatani, Kaillachuro, y Jiskairumoko–
ahora nos proporciona una perspectiva más amplia del estilo de vida del Arcaico
Tar- dío. Pirco se ubica en la cuenca del río Ilave, sobre el tributario que se conoce
como río Grande. Craig (2005 y en este volumen) excavó el sitio en 2003 y ha
interpretado su ocupación como una base residencial de corto plazo. Se recuperó
un entierro huma- no, sin embargo, no se han registrado rasgos de basurales o
estructuras. El conjunto de artefactos refleja la talla de puntas de proyectil, y se
ven algunos moledores. La densidad de material lítico recuperado sugiere una re-
ocupación frecuente. Sin em- bargo, estas ocupaciones no produjeron rasgos más
permanentes, y por lo mismo, se
34 / B a l a N c e y PersPectivas d e l P er í od o arcaico...

concluye que las ocupaciones fueron breves y efímeras. Este también es el caso en
Qillqatani.
Jiskairumoko, en cambio, es diferente. Parece ser una base residencial que refleja
un asentamiento semi-sedentario. Estructuras semi-subterráneas se ven por
primera vez en la arqueología de la región (Figura 3). La estructura Número 1 del
sitio se ha fechado en 4.500 a.p., y demuestra su uso repetido durante el Arcaico
Tardío. Aunque no se excavó por completo, se estima que el piso interior cubrió 20
m2. Se observó un fogón central dentro de la estructura y dispersiones líticas
alrededor sugieren su limpieza y reutilización. Puede ser que la estructura tuviera
una función para activi- dades rituales o ceremoniales. La excavación de varios
pozos dentro de la estructura, que se han interpretado como almacenes de
alimentos, implica que la duración de la ocupación fue más prolongada (Craig
2005). Aunque aún no se ha completado el análisis paleoetnobotánico, las
observaciones preliminares han identificado la pre- sencia de tubérculos y
Chenopodium silvestres, que seguramente fueron parte de la dieta. En este contexto,
no se ha recuperado ninguna evidencia de la domesticación del camélido.

Muy cerca está Kaillachuro, un sitio mortuorio que consiste de nueve montículos
bajos utilizados durante el Arcaico Tardío. La excavación de uno de ellos evidenció
varios entierros secundarios, así como el de un infante colocado dentro de una caja

Figura 3. Casa semi-subterránea de Jiskairumoko, ca. 3400 a.p.


35 / M a r k a l d e N d e r F e r

de piedra, construida cuidadosamente. Se encontraron pequeñas lascas de


obsidiana asociadas con este entierro que, también, parece haber sido cubierto por
un polvo fino de ocre. Este entierro se fechó en 3960 a.p.
Cambios aún más dramáticos ocurren en el Arcaico Final. Visto desde una pers-
pectiva regional, aunque el número de sitios disminuye en este período mientras que
aumentan los asentamientos grandes que sugiere un patrón de aglutinamiento de la
población. Estos sitios más grandes se sitúan sobre o cerca a las terrazas de formación
nueva, que coincide con una fase de mejoramiento climático que empieza a partir de
4000 a.p. (Rigsby et al. 2003). Esta nueva formación de terrazas en el recorrido de los
tri- butarios principales habría promovido la extensión de los recursos naturales de
Cheno- podium y tubérculos silvestres que, a su vez, habrían atraído a los recolectores
del área.
Los contextos del Arcaico Final en Jiskairumoko demuestran la existencia de una
aldea, compuesta de cuatro estructuras semi-subterráneas pequeñas, similares en
construcción, contenido y diseño. Cada una ellas tuvo alguna forma de almacena-
miento y un fogón central. La presencia de grandes cantidades de moledores
sugiere que la dieta consistía de plantas, y los análisis preliminares de restos
paleoetnobotá- nicos indican la Chenopodium se utiliza en combinación con plantas
silvestres y culti- vadas. Craig (2005) sugiere que también habría cría de animales.
Todas las evidencias nos señalan una ocupación que se extiende desde el período
de lluvia (la época cuan- do madura el Chenopodium) hasta el período de sequía.
Una ocupación de duración tan prolongada seguramente fue facilitada por el
almacenamiento de comestibles dentro de los pozos en las estructuras. Por lo
visto, la ocupación del Arcaico Final representa una vida semi-sedentaria.

Si Jiskairumoko nos proporciona evidencia clara del consumo extensivo de las


plan- tas en la dieta prehistórica, los datos del Arcaico Final de Qillqatani nos
demuestran que, por lo menos, algunas poblaciones en la cuenca conocían el
pastoreo. El cultivo es imposible a una altura de 4420 m. En su lugar, la ubicación del
sitio junto a un bofedal grande, habría sido un medioambiente ideal para el pastoreo
de camélidos. La excava- ción del sitio demuestra un cambio importante en su
manera de uso en comparación al Arcaico Final. Dos estructuras circulares grandes,
fechadas en 3660 a.p., se encuentran adentro del abrigo, y los restos óseos indican
que los camélidos estaban siendo aco- rralados y no simplemente estaban cazando,
aunque la caza del venado continuaba. También hay evidencia que la Chenopodium
cultivada se había incorporado a la dieta, sin embargo, esto debe haber sido obtenido
por intercambio con la gente serrana. La importancia del intercambio se confirma
también por la presencia de obsidiana de Chi- vay entre los artefactos. Completando
el inventario de los contextos del Arcaico Final, se encuentran algunos tiestos, quizá
los más tempranos que se conocen en la cuenca del Titicaca. Sin embargo, aun no se
ha identificado dónde se elaboró esta cerámica.

En suma, el Arcaico Final nos da evidencia concreta del cultivo de las plantas y
el pastoreo, el semi-sendentarismo, y un contacto e intercambio extensivo con las
re- giones fuera de la cuenca. Estas características continúan durante el Formativo
Tem- prano, y establecen la base para el eventual desarrollo de la sociedad
compleja del Formativo Medio y Tardío.
36 / B a l a N c e y PersPectivas d e l Período arcaico...

Aunque nuestros conocimientos del período Arcaico en el departamento de


Puno han avanzado bastante en los últimos quince años, aún queda mucho que
investigar. Obviamente, es necesario excavar muchos más sitios arcaicos, debido a
que muchos se encuentran amenazados por el avance de las tierras de cultivo con
el uso de ma- quinarias. Por ello cabe alertar que muchos de los sitios arcaicos
importantes estén a punto de desaparecer en menos de una década.

Así pues, las cuestiones de mayor importancia que deberíamos investigar en el


futuro cercano son:

1) ¿Cuál es la función de las sierras orientales andinas durante el Arcaico? Esta es


una región totalmente desconocida, a pesar que aparentemente existe una
influencia amazónica en las culturas que siguieron desarrollándose más tarde
en la puna (La- thrap 1971, 1977, 1985), ya que muchos motivos estilísticos se
derivan de la selva, por lo que se debe investigar la cronología de su origen.
2) Poco se sabe del origen de la cerámica que ha sido recuperada de los niveles del
Arcaico Final en Qillqatani. Estudios comparativos de la cerámica de Camata pue-
den ampliar nuestra perspectiva (Steadman 1995).
3) La transición al agro-pastoreo requiere una investigación sistemática. Los datos
de Jiskairumoko son valiosos, sin embargo, es necesario obtener datos de otras
regiones de la cuenca.
4) Aún no se comprende el proceso en que el lago se convierte a un recurso natural
de valor económico para los habitantes prehistóricos. Los datos sugieren que la
im- portancia del lago para la economía empieza durante el Formativo Temprano.
Sin embargo, reconocimientos futuros deben dirigirse a los ambientes lacustres,
en la parte norte de la cuenca, ya que en esta región se ha propuesto una
presencia desde el Arcaico.

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3
Transiciones del Arcaico Tardío
Formativo Temprano. Una perspectiva
al
desde la arqueología de la unidad
doméstica de dos sitios del valle del río
Ilave, cuenca del Lago Titicaca i

na T H an Craig ii

INTROdUCCIóN
El entendimiento del cambio cultural tiene un importante énfasis en la arqueología
antropológica. La transición de la alta movilidad residencial al incremento de la
vida en aldeas estables marca un hito en el ingreso de un bauplan1 (Prentiss et al.
2009; Zeder 2009). Los rumbos fijados durante esas tempranas transiciones
pudieron de- terminar fuertemente las posteriores trayectorias del cambio
cultural, incluyendo el desarrollo de las sociedades complejas. La región de la
cuenca del Titicaca es un caso importante de estudio para la arqueología
antropológica porque: 1) los Andes es el único lugar en América donde grandes
animales fueron domesticados (Mengoni et al. 2006); 2) la cuenca norte del Lago
Titicaca es un probable centro de la domestica- ción de la papa (Spooner et al.
2005) y Chenopodium (Bruno 2006); y 3) desde esta base económica agropastoril, las
sociedades complejas de altura se desarrollaron y flore-

i. Traducido del inglés al castellano por Henry Tantaleán.


ii. Departamento de Antropología, Pennsylvania State University. University Park, PA 16802.
ncraig@psu.edu
1 El término “bauplan” viene de la palabra alemana “plan maestro”. El bauplan es el conjunto de
diseños desde el cual se construye un edificio. Los biólogos utilizan el termino bauplan para
refe- rirse al plan del cuerpo. Bauplan se utiliza para describir un conjunto de organismos que
tienen planos similares del cuerpo. Por ejemplo, los anfibios comparten un bauplan común. El
bauplan anfibio es diferente al bauplan reptil. Uso el término bauplan para referirme a un
conjunto de estructuras relacionadas entre sí o con características que incluyen la movilidad
residencial, la economía y organización social. Aunque hay muchas diferentes expresiones de
cazadores- recolectores, agricultores y pastores, el bauplan forrajero es generalmente
diferente del bauplan agropastoril.
42 / t r a N s i c i o N e s del arcaico tardío al F o r M a t i v o t e M P r a N o .. .

cieron tempranamente en esta región (Stanish 2001, 2003). Por lo tanto, en la


cuenca del Titicaca, es importante comprender la transición de la alta movilidad
residencial a las aldeas permanentes.
El ensayo de Kent Flannery (1972) es, actualmente, una clásica e influyente teoría
que caracterizó el origen de las aldeas en Mesoamérica y Cercano Oriente como una
transición de pequeñas estructuras circulares u ovales con depósitos compartidos a
residencias de familias nucleares con instalaciones de depósito privadas. Releyendo
el ensayo sobre los orígenes de las aldeas treinta años después, Flannery (2002)
observó que la investigación arqueológica acumulada había “enriquecido nuestro
entendimiento del fenómeno” al documentar una serie de trayectorias para esta
transición que no fue- ron parte del modelo original. Esas otras trayectorias
incluyen Cercano Oriente, Egip- to, el Transcaucaso, India, África, y el Suroeste de
los Estados Unidos de América.
En los Andes, la mayoría de las excavaciones de los sitios del período Arcaico han
sido depósitos en cuevas y abrigos rocosos localizados en los Andes Centrales (Rick
1988). Esta investigación ha sido fundamental para determinar que el Arcaico Tardío
y el Arcaico Terminal son períodos de importante y frecuentemente rápido cambio
cultural durante los cuales muchas de las semillas de la complejidad social brotaron
y comenzaron a crecer (Cardich 2006; Lavallée et al. 1985; Lynch 1971; MacNeish et al.
1980; Rick 1980). Sin embargo, los sitios de cuevas y abrigos rocosos proporcionan una
visión limitada de las actividades de las unidades domésticas que son relevantes para
la formación de aldeas, porque toda la actividad está estructurada y limitada por las
paredes de la cueva (Moore 1988: 154). Así, más allá de la clara y definida relevancia
antropológica del entendimiento de la formación de la aldea en las tierras alto
andinas, desde una perspectiva de la unidad doméstica y la comunidad, existen
pocos datos sig- nificativos desde los cuales entender esta transición cultural
(Aldenderfer 1989; Núñez 1982; Núñez et al. 2006) y, hasta hace poco, ninguno en la
cuenca del Lago Titicaca.

En este capítulo, describo un caso de estudio de la transición del Arcaico Tardío


al Formativo Temprano en el valle del río Ilave de la cuenca noroeste del Lago
Titicaca que está basado en la excavación de dos sitios al aire libre: Pirco y
Jiskairumoko. Pirco es un asentamiento del Arcaico Tardío de forrajeros móviles.
Jiskairumoko es un sitio multicomponente que abarca desde el final del Arcaico
Tardío hasta el Formativo Temprano. En Jiskairumoko, se dio un cambio: habitar en
estructuras circulares a vivir en estructuras rectangulares que ocurrió durante la
transición del Arcaico Ter- minal al Formativo Temprano. A través de un examen
de la arquitectura residencial, instalaciones, y dispersión de artefactos asociados se
describen los cambios en las unidades domésticas y la organización de la
comunidad durante la transición del Ar- caico al Formativo. Como demostraré, los
cambios en la arquitectura residencial del Arcaico Tardío al Formativo Temprano
de Jiskairumoko reflejan tanto algunos temas comunes como algunos patrones
divergentes en comparación con otros casos de for- mación temprana aldeana
identificados por Flannery (1972, 2002).
En este capítulo, primero reviso los aspectos de la teoría de la práctica que son
so- bresalientes para la cultura material. Luego, desarrollando este contexto,
introduzco el modelo de Flannery y discuto otro modelo que trata la transición de
la casa semi-
43 / N a t H a N c r a i g

subterránea al pueblo desde la perspectiva de la arqueología conductual. A continua-


ción, describo la arqueología superficial de Pirco y Jiskairumoko, esbozo el proceso
deposicional que operó en esos sitios, proporciono documentación de las principales
unidades estratigráficas observadas durante las excavaciones, relato los resultados
de los fechados radiocarbónicos, detallo los principales contextos revelados por las
exca- vaciones, y resumo las categorías principales de material recuperado. Con esos
resul- tados a la mano, retorno a evaluar cómo el registro observado en las
excavaciones de Pirco y Jiskairumoko se relaciona con escenarios predichos por los
modelos teóricos, y establezco la relevancia más amplia de esos hallazgos.

PRáCTICA, CULTURA MATERIAL y CASA


El concepto de habitus, originalmente definido como patrones culturalmente diferen-
ciados de movimiento corporal (Mauss 1973), fue productivamente ampliado para in-
cluir un “principio generador largamente instalado por improvisaciones reguladas”
(Bourdieu 2007: 93)N.T.. La objetificación es el proceso mediante el cual las personas y
la cultura material se constituyen mutuamente; mediante la producción y el consumo
de cosas materiales, los agentes definen y ordenan las relaciones sociales (Miller
1987; Vellinga 2007: 756). Puesto que los objetos son a menudo dados por aceptados,
estos so- cializan en formas silenciosas mediante “la humildad de las cosas” que la
socialización podrían no reconocer (Miller 1987: 85; Vellinga 2007: 762). De este
modo, la objetifica- ción es un poderoso medio por el cual el habitus es establecido y
reproducido.

El ambiente construido es una de tales estructuras socializantes objetivadas


(Lawrence y Low 1990: 454). La arquitectura es una instalacion duradera de esos
principios generadores o esquemas que regulan la improvisación. Los antropólogos
reconocen a la casa en particular como el lugar primario para la objectificación de
es- quemas generadores. Esos esquemas materiales objetificados son leídos
físicamente por los cuerpos de los agentes que ingresan, se mueven a través y
salen de las casas (Bourdieu 1977: 89-90). De este modo, las nociones específicas de
los movimientos del cuerpo modelados y el concepto más general de improvisación
regulada convergen en la arquitectura doméstica.
Esta perspectiva objetivizada y performativa resuena con la caracterización
etno- gráfica de la casa como un “teatro de memorias” para comunicar relaciones
sociales, políticas, económicas y espirituales (Fox 1993: 23; Vellinga 2007: 7-58). Las
casas están entre los aspectos más conservadores de la cultura (Parker Pearson y
Richards 1994a: 62), y son relativamente insensibles a las “contingencias” de corto
plazo (Bermann 1994: 26-27; Wilk 1991) que pueden operar sobre otros tipos de
cultura material. Con respecto a ellas, puede esperarse un cierto grado de
estabilidad y los cambios en la construcción de arquitectura residencial reflejan
profundos cambios de las redes es- tructurales de una sociedad.

N.T. El original:
“the durably installed generative principle of regulated improvisation” (Bourdieu
1977: 78). La traduccion ha sido tomada del libro de Bourdieu (2007) realizada por Siglo XXI
Editores Agentina S.A.
44 / t r a N s i c i o N e s del arcaico tardío al F o r M a t i v o t e M P r a N o ...

Todos los procesos sociales son realizados en el espacio (Hillier y Hanson 1984:
200); la arquitectura organiza el espacio y crea un dominio que articula las interac-
ciones sociales necesarias para la recreación y transmisión de la cultura (Hillier y
Hanson 1984: 185). Los ambientes construidos son previstos y pensados antes de ser
ejecutados, pero los humanos también construyen para formar el pensamiento y la
acción, la relación entre esos dos procesos es dinámica y reflexiva (Parker Pearson
y Richards 1994b: 2). El espacio es transformado en lugar por medio de artefactos
culturales a cuyas historias está atado. Esas historias cambian al ser retrasmitidas,
aunque el lugar sirve como un anclaje estabilizante ya que la existencia de lugares
físicos valídan estas historias. Las estructuras y asentamientos son tanto el medio
como el resultado de los procesos sociales. Las estructuras y asentamientos son mo-
dificados a medida que las prácticas que las constituyen cambian. De este modo,
las estructuras espaciales, como la arquitectura doméstica, no son simplemente
arenas donde la vida social ocurre, la arquitectura es un medio material a través
del cual las relaciones sociales son creadas y re-creadas. En comparación con la
vestimenta o los estilos cerámicos, la arquitectura es un elemento de la cultura
relativamente conser- vador (Parker Pearson y Richards 1994a: 62; Van Giseghem y
Vaughn 2008: 112), de este modo, cuando hay un cambio en la arquitectura este
puede ser tomado como un indicador de cambios dramáticos en otros aspectos de
la cultura. Mediante una inves- tigación de las unidades domésticas del Arcaico
Tardío-Formativo Temprano en Pirco y Jiskairumoko, veré la arquitectura con
relación a otros aspectos de la cultura.
Las unidades domésticas pueden ser definidas como unidades sociales que lle-
van a cabo actividades económicas, y de acuerdo con esta definición socioeconó-
mica, los individuos que componen una unidad doméstica podrían residir en más
de una “unidad de vivienda” o casa (Flannery 1983: 45; Kramer 1982: 665; Malpass
y Stothert 1992; Wilk y Rathje 1982: 618-9). La arquitectura doméstica, no las uni-
dades domésticas, permanecen en el registro arqueológico. Los grupos sociales,
las relaciones, y los procesos que componen a las unidades domésticas deben ser
in- feridas desde los restos materiales de las unidades de vivienda, elementos
arqui- tectónicos asociados, y conjuntos arqueológicos. Las teorías de rango
medio que intentan vincular la arquitectura material a las unidades sociales
domésticas son presentadas abajo. Antes de hacer eso, explicaré con más detalle
los modelos que han sido ofrecidos para explicar la transición arquitectónica de
las estructuras cir- culares arcaicas a las estructuras rectangulares que son
típicamente asociadas con las aldeas del Formativo Temprano.

MOdELOS RELACIONAdOS CON LA ARQUITECTURA dOMéSTICA EN


TRANSICIóN
La transición “casa semisubterránea a pueblo” es un clásico cambio bauplan en el
habitus que ocurrió en muchas regiones del mundo. Esta transición es a menudo
aso- ciada con la formación inicial de las aldeas. En esta sección, reviso el modelo
para la formación de la aldea de Flannery (1972, 2002) y luego describo los
elementos claves de la teoría social del diseño arquitectónico que derivan de la
escuela de la arqueolo- gía conductual (McGuire y Schiffer 1983; Schiffer y McGuire
1992).
45 / N a t H a N c r a i g

El modelo de Flannery (1972) para el desarrollo de “verdaderas aldeas” está


basado en cómo los cambios en dos modalidades de organizaciones arquitectónicas
reflejan estimulos de cambio hacia la “privatización” del almacenaje y el
excedente. Por un lado, existen campamentos compuestos por chozas circulares
pequeñas, demasiado pequeñas para albergar familias enteras, donde las
instalaciones de almacenaje están localizadas en espacios abiertos, públicos o
comunales. Por el otro lado, existen al- deas compuestas de estructuras
rectangulares más permanentes, capaces de albergar familias nucleares, en las
cuales las instalaciones de almacenaje están ubicadas en espacios privados dentro
de las estructuras.
Los alimentos que son obtenidos en grandes volúmenes tienden a ser comparti-
dos, mientras los recursos que llegan en pequeños volúmenes tienden a no ser com-
partidos (Kohler 1993). Una fuerte dependencia de la caza de grandes animales
está generalmente asociada con altos niveles del compartir. Entre los forrajeros, el
ta- maño de la presa y la dificultad de capturarla predice patrones del
compartimiento del alimento, presas grandes de difícil captura son compartidas
más a menudo que pequeñas presas capturadas fácilmente (Kaplan y Hill 1985).
Como señala O’Connell (1987:102): “Los cazadores que atrapan presas pequeñas en
cantidades relativamente consis- tentes, las que pueden ser consumidas por miembros de su
propia unidad doméstica en un día o así, compartirán poco y acamparían lejos, todo se
mantendría constante”.
A medida que las prácticas económicas cambian hacia una dependencia más
fuerte de la agricultura, la productividad puede aumentar, pero también lo hace la
varianza alrededor del promedio de la producción (Plog 1990). El cultivo de
productos alimenti- cios supone ciclos de producción que duran por meses o años y
es, por lo tanto, difícil monitorear a los “tramposos” que no contribuyen aportando
trabajo. Esos cambios en el grado y tiempo de riesgo tienden a fomentar redes del
compartir más restringidas (Winterhalder 1990). Además, a medida que las aldeas
crecieron en tamaño los indi- viduos probablemente comenzaron a considerar a sus
vecinos como parentela más distantemente relacionada y, por eso, habría un
decaimiento en la voluntad para com- prometerse en un compartir público
generalizado (Flannery 2002: 421).
El modelo de Flannery (1972) está bien sustentado por datos de Mesoamérica
y el Cercano Oriente. Sin embargo, el modelo ha sido criticado por adoptar un en-
foque exclusivo en los “requerimientos funcionales de la producción intensificada”, y
porque las leyes universales no explican contextos históricos específicos o no dan
cuenta de las excepciones a la regla (Parker Pearson y Richards 1994a: 63). La
revi- sión de Flannery (2002) de su modelo treinta años después señaló que la
investiga- ción acumulada revelaba algunas variaciones importantes al tema
básico modelado inicialmente (Flannery 1972). Sin embargo, incluso esas
variaciones parecen con- sistentes con las expectativas que relacionan un cambio
de viviendas pequeñas con almacenaje generalizado a viviendas más grandes
poseyendo almacenaje privado. Por ejemplo, la evidencia del sitio SU en la región
Mogollón del Suroeste de los Estados Unidos de América indica que no sería
necesario abandonar las estructu- ras circulares para privatizar el almacenaje; es
simplemente una cuestión de hacer estructuras más grandes y localizar las
instalaciones de almacenaje dentro de ellas (Wills 1992). La transición del
Neolítico a la Edad del Bronce en la región del Trans-
46 / t r a N s i c i o N e s del arcaico tardío al F o r M a t i v o t e M P r a N o .. .

Cáucaso muestra que la trashumancia pastoril también puede alterar el rumbo de


la trayectoria del desarrollo de la aldea. En este caso, los campamentos logísticos
de corta duración usados para llevar a pastar a los animales siguieron siendo
pequeños mientras que los asentamientos de mayor duración se desarrollaron
hacia asen- tamientos más permanentes compuestos de estructuras más grandes
y depósitos privados.
Lo esencial del modelo de Flannery (1972, 2002) para la formación de la aldea es
sí o no las bases residenciales principales cambian o no de estructuras pequeñas
con depósitos colectivos a estructuras que son capaces de albergar a una familia
nuclear y que han privatizado las instalaciones de almacenaje. Las transiciones
arquitectónicas en Jiskairumoko incluyen un cambio del uso de casas
semisubterráneas circulares a estructuras rectangulares con pisos preparados. En
Jiskairumoko, esos cambios en la naturaleza de los depósitos en estas estructuras
¿concuerdan con las expectativas delineadas en el modelo de Flannery (1972, 2002).
Desde la perspectiva de la arqueo- logía conductual, se ha desarrollado una “teoría
social de diseño arquitectónico” para explicar la transición de las estructuras ovaladas
a las rectangulares (McGuire y Schi- ffer 1983; Schiffer y McGuire 1992). Con
relación al ambiente construido, esta teoría define tres conjuntos de actividades
principales: producción, uso, y mantenimiento. Los conjuntos son vistos como
independientes, y los individuos buscan alcanzar obje- tivos específicos en cada
uno de dichos conjuntos. La arquitectura que los individuos construyen
generalmente representa un compromiso entre los tres principales con- juntos de
actividad. Los objetivos de uso a menudo tienen a la prioridad más alta y, de este
modo, el equilibrio del compromiso es entre la manufactura y el mantenimiento. El
objetivo principal de la producción es minimizar los costos de la fabricación de la
arquitectura.

El objetivo principal del mantenimiento es reducir los costos que supone


mantener o conservar la arquitectura. En general, una reducción de los costos de
manufactura lleva al incremento de los costos de mantenimiento porque las
estructuras no son duraderas. De la misma manera, reducir los costos del
mantenimiento generalmente requiere la construcción de estructuras duraderas
que son más costosas de armar.
Puesto que las estructuras son concebidas mentalmente antes de ser construidas
físicamente, la movilidad anticipada más que la movilidad real influye en las
decisio- nes de los individuos sobre el tipo de estructura a construir (Kent 1991).
Por ejemplo, las estructuras duraderas son construidas anticipándose a que ellas
serán utilizadas por períodos de tiempo prolongados. Las estructuras y fogones
bien construidos que son claramente destinados para el re-uso demuestran un
profundo planeamiento de varios años o re-ocupación planificada (Smith y McNees
1999). La acumulación de artefactos para la molienda y otros instrumentos
también indican una anticipación de un regreso para un uso repetido (Kuznar
1995:96).
De acuerdo a la teoría social del diseño arquitectónico, la transición de casa se-
misubterránea a pueblos en el suroeste de los Estados Unidos se explicaría mediante
el cambio del criterio de diseño que acompañó a la reducción de la movilidad resi-
dencial. A medida que los individuos disminuyeron la movilidad anticipada, hubo
un
47 / N a t H a N c r a i g

cambio en el énfasis del diseño. En vez de localizar el énfasis en producir


estructuras de bajo costo que podrían haber tenido altos costos de mantenimiento,
los individuos comenzaron a aceptar costos más altos de producción para crear
formas arquitec- tónicas que habrían rebajado los costos de mantenimiento a largo
plazo. Sí esta ex- plicación caracteriza las transiciones arquitectónicas en
Jiskairumoko, entonces las estructuras rectangulares sobre el nivel del suelo del
Formativo Temprano apoyarían la evidencia de mayor durabilidad y ocupación
más larga que las tempranas casas semisubterráneas del Arcaico Tardío y Terminal.
Un intento adicional para desarrollar una “teoría de la forma construida” desde
la tradición de la arquitectura comienza por preguntarse por qué los edificios son
predominantemente rectangulares (Steadman 2006). Los edificios rectangulares
pueden soportar estructuras de varios pisos con mayor eficiencia que otras formas
y esto, probablemente, ayuda a explicar su ubicuidad en las ciudades modernas.
Sin embargo, esta observación no explica por qué la transición de estructuras
redondas y ovaladas es tan común. Se ha sugerido que la rectangularidad ocurre a
causa de las limitaciones de aglomerar habitaciones muy juntas, las estructuras
rectangulares proporcionan mayor potencial para incorporar estructuras
adicionales contiguas. Esta proposición también ha sido adelantada por los
teóricos del diseño (Schiffer y McGuire 1992). Experimentos indican que las
estructuras triangulares proporcio- nan un rango más grande de posibles
combinaciones cuando se añaden ambientes o habitaciones a dicha estructura.
Sin embargo, en comparación a los triángulos, los rectángulos proporcionan una
“flexibilidad superior de dimensionamiento” cuando se añaden ambientes o estos se
subdividen mediante divisiones internas (Steadman 2006: 119). De este modo, el
amplio rango de configuraciones que son posibles cuan- do se añaden ambientes
o éstas se subdividen podrían llevar a los constructores a adoptar formas
rectangulares en lugar de otros diseños. Si esta es una explicación valedera para
la adopción de la arquitectura rectangular, entonces las estructuras
rectangulares tempranas consistirían de complejos aglutinados y/o exhibirán divi-
siones internas.

ARgUMENTOS dE RANgO MEdIO PARA


LA INTERPRETACIóN dE LA ARQUITECTURA RESIdENCIAL
En las dos secciones anteriores, he discutido las teorías sociales generales con
respec- to a los espacios construidos y los dos modelos arqueológicos para las
transiciones arquitectónicas, respectivamente. Ahora regreso al tratamiento de
rango medio que tiende un puente desde los restos arqueológicos de antiguas
viviendas hacia los argu- mentos para la interpretación de la conducta pasada y la
estructura social. Esos argu- mentos se derivan de comparaciones interculturales
cuantitativas, etnoarqueología, e investigación actualista. Intentos para averiguar
las dimensiones sociales desde la arquitectura residencial constituyen una larga y
diversa tradición de investigación en arqueología antropológica y una tradición
que exhibe un énfasis distinto en el estudio de los cazadores-recolectores.
48 / t r a N s i c i o N e s del arcaico tardío al F o r M a t i v o t e M P r a N o ...

Una importante confianza temprana de este énfasis supuso intentos de


determinar aspectos de la población residente basándose en el área de la
estructura representada en un plano (Tabla 1) (Casselberry 1974; Casteel 1979;
Cook y Heizer 1965, 1968; De Ro-
che 1983; Delfino 2001; LeBlanc 1971; Naroll 1962; Nordbeck 1971; Wiessner 1974).
Se ha establecido una relación entre área de piso y población a través de
investigaciones etnográficas. Esta relación es luego aplicada al área de los pisos
arqueológicos con el objetivo de estimar la población residente. Inicialmente
definida por Naroll (1962), la relación típicamente sigue la fórmula:

A = a · Pb.

De acuerdo a esta fórmula:


A= área del piso techada; P = población para un área dada; b = la pendiente
de la línea que define el índice de cambio entre el área y la población cuando la
variable dependiente es regresiva contra la variable independiente; a = la
intercepcion y de esta linea de regresión. Dependiendo del estudio etnográfico,
los estimados van de 2 a 25 m 2 /persona (Tabla 1).
Se puede pronosticar algunos aspectos de las prácticas de residencia post-marital
a partir desde el área del piso de la arquitectura residencial. Un estudio intercultural
de la arquitectura residencial mostró que entre sociedades patrilocales (n=38) el área
prome- dio del piso es de 28,6 m2 y entre sociedades matrilocales (n=23) fue de 175 m2
(Divale 1974, 1977; Ember 1973; Peregrine 2001). Basado en esta muestra, es posible
inferir con 95%dedeárea
Estimados confianza
de pisoque las áreas de piso arqueológico de 14,5 a 42,7 m
2

reflejan residencia Referencia


de la estructura y su población

10 m 2 /persona Naroll (1962)


2 m 2 /persona sí < 6
personas por asentamiento
Cook y Heizer (1965, 1968)
10 m 2 /persona sí > 6
personas por asentamiento

5,9 m 2 /persona sí < 25


personas por asentamiento
Wiessner (1974)
10,2 m 2 /persona sí > 25
persona por asentamiento

6 m 2 /persona Brown (1987); Ember y Ember (1995: 99)

25 m 2 /persona Delfino (2001)

Tabla 1. Sumario de los estimados del área de piso y su


población.
49 / N a t H a N c r a i g

patrilocal mientras que las de 79,2 a 270,8 m2 reflejan una residencia matrilocal. La
me- trica aplica a la arquitectura, más que a unidades domésticas cuyos miembros
podrían estar dispersos en múltiples estructuras (Peregrine y Ember 2002: 358).
Estudios interculturales de 136 sociedades del Atlas Etnográfico (Murdock 1967)
indican que la planta de la arquitectura residencial está asociada con la estructura
familiar y los patrones de matrimonio. Las casas con plantas mayores que 18,5 m2
posiblemente pertenecería a familias extendidas y los ocupantes posiblemente ex-
hibirían diferencias de status, o ambos (Whiting y Ayers 1968). Con una diferencia
significativa (p = 0,025), las casas curvilíneas están más frecuentemente asociadas
con patrones de matrimonio polígamo y las casas rectilíneas están más
frecuentemente asociadas con patrones de matrimonio monógamo (Whiting y
Ayers 1968: 130).

La forma de las plantas de la estructura también parece estar correlacionada


con aspectos de patrón de asentamiento, tamaño de la comunidad, y prácticas
económi- cas. La investigación comparativa de cincuenta sociedades del Atlas
Etnográfico (Mur- dock 1967) encontró que las estructuras con plantas circulares
estuvieron fuertemen- te correlacionadas con patrones de asentamiento móviles (p
< 0,001) y las estructuras con plantas rectangulares estuvieron significativamente
correlacionadas con asenta- mientos permanentes o sedentarios (p < 0,001)
(Robbins 1966). Esta misma investiga- ción también se encontró que las plantas
circulares estuvieron correlacionadas con comunidades pequeñas (p < 0,05) y las
plantas rectangulares estuvieron correlacio- nadas con comunidades grandes (p <
0,05). Además, plantas circulares estuvieron co- rrelacionadas con la ausencia o
práctica casual de agricultura (p < 0,001) y las plantas rectangulares estuvieron
correlacionadas con agricultura intensiva (p < 0,001).

Entre los forrajeros y productores de alimentos de bajo nivel, la configuración


de las estructuras dentro de un asentamiento está relacionada con los patrones de
parentesco, matrimonio, el compartir, y posiblemente amenazas externas. Cuando
el terreno no condiciona fuertemente el diseño de la comunidad, “existe una fuerte
ten- dencia para que la forma del asentamiento corresponda a la forma de la vivienda”
(Whiting y Ayers 1968: 126). Aún asi, los elementos de la estructura social están
reflejados en el espaciamiento entre estructuras. Entre los Alyawara de Australia,
los agrupamientos de asentamientos y agrupamientos de viviendas individuales
dentro del asentamien- to reflejan unidades sociales bien definidas (O’Connell
1987: 87). A los Ju’hoansi o
!Kung de Namibia y Botswana, tradicionalmente les ha disgutado vivir en
grandes grupos por las tensiones que emergen en esas congregaciones. De manera
que cuan- do hay grandes concentraciones, las residencias a menudo se
fragmentan en grupos de individuos cercanamente relacionados (Wiessner 2002:
414). Entre los Hadza de Tanzania, los factores sociales juegan un rol determinante
en la ubicación relativa de las cabañas. La pareja de casados deberá estar localizada
de tal manera que la madre de la esposa estará viviendo, “ni muy cerca ni muy lejos”
(Flannery 2002: 420; Woodburn 1972: 197). Entre los !Kung (Gould y Yellen 1987) y
los Alyawara (Garget y Hayden 1991), la distancia genética estaba inversamente
correlacionada con la distancia en- tre unidades domésticas, las más cercanas
tienden a ser de individuos más cercana- mente relacionados. Entre los Alyawara,
la distancia entre las estructuras también es un fuerte indicador del compartir
entre los ocupantes de esas estructuras (O’Connell
50 / t r a N s i c i o N e s del arcaico tardío al F o r M a t i v o t e M P r a N o ...

1987). Los individuos Alyawara comparten habitualmente con sus vecinos más
cerca- nos, especialmente si esos vecinos poseen un parentesco sanguíneo cercano.
Como observa O’Connell (1987): “La relación entre interacción económica y proximidad de
la unidad doméstica es particularmente fuerte para las mujeres adultas; menos fuertes,
aunque muy importantes para los hombres”. En igualdad de condiciones, las amenazas
externas probablemente conducirían al espaciamiento más cercano entre
estructuras por pro- tección y defensa (Binford 1991; Gould y Yellen 1987, 1991).
Las comparaciones interculturales según Gilman (1987) indican que la residencia
en casas semisubterráneas está siempre correlacionada con una estación no tropical
de ocupación, patrones de asentamiento bi-estacionales y dependencia del
almacenamien- to de alimento durante la ocupación de la casa semisubterránea.
Además, la residencia en una casa semisubterránea es frecuentemente, aunque no
siempre, correlacionada con: estación fría de ocupación, en dos tercios de la muestra
menos de cien personas vivieron en un asentamiento, las diferencias de clase
estuvieron ausentes en casi todos los casos, y más de tres cuartos de la muestra
fueron cazadores-recolectores. Las estruc- turas de almacenaje de largo plazo están
usualmente fuera de la habitación y las instala- ciones de almacenaje también
pueden ser semisubterráneas (Gilman 1987: 558).
Una amplia gama de actividades tienen lugar dentro de las estructuras domésti-
cas. Entre las principales actividades realizadas están la preparación de alimentos,
consumo, conversación, y descanso. Las dimensiones físicas del cuerpo humano y
sus movimientos pueden ser empleados para crear conjuntos de expectativas de
rango medio sobre cómo el espacio es utilizado. Esas tendencias pueden, luego, ser
conside- radas a la luz de las formas arquitectónicas y la dispersión de desechos
para recons- truir patrones de conducta y realización de actividades. Los patrones
de actividad centrada en el fogón por zonas de desuso, de arrojo y trabajos
perpendiculares son ejemplos ampliamente usados (Binford 1967, 1983; Craig et al.
2006; Freeman 1982; Gamble 1986; Stevenson 1991). Esos principios pueden servir
como puntos de partida útiles para explorar la realización de las actividades
repetidas por los individuos y cambios en el habitus.

Las posiciones especificas adoptadas del cuerpo cuando se llevan a cabo tareas
constituyen un tipo de costumbre (Kroeber 1925) o habitus (Mauss 1973) que pue-
den formar bloques extendidos de tradición postural (Hewes 1955) y, de este modo,
pueden servir como un criterio para la reconstrucción histórica (Boas 1933). Puesto
que ellas son costumbres que son reproducidas a través del aprendizaje
observacio- nal y debido al hecho que la aprobación social puede ser reforzada por
el ridículo, los habitus posturales pueden permanecer estables por largos períodos
de tiempo (Boas 1933). Sin embargo, los habitus posturales también pueden
cambiar muy rápido (Mauss 1973). Esto puede ser estimulado por la adopción de
nueva tecnología como molienda, textilería, etc. (Hewes 1955) lo cual es valorado
por razones sociales y/o económicas. Los cambios en la presencia y configuración
de mobiliario, dispersión de escombros, y vacios en la arquitectura residencial
reflejan alteraciones en la práctica doméstica y el habitus. Por ejemplo, entre los !
Kung y los Aborígenes del Desierto, un aumento en la distancia entre fogones se
dio al mismo tiempo que un aumento consi- derable en la dependencia de animales
domesticados (Gould y Yellen 1987).
51 / N a t H a N c r a i g

Entre los forrajeros y productores de alimento de bajo nivel, el fogón doméstico


es el centro de la residencia y las actividades de una familia nuclear (Gould y Ye-
llen 1987: 82). El calor del fuego estructura el patrón de actividad. Los individuos
que habitualmente trabajan cerca al fogón por períodos largos de tiempo se sientan
perpendicularmente al fuego más que en frente de éste (Binford 1983: 149).
Cercano al fogón, las piedras son ubicadas a menudo para superficies de trabajo y
apoyo de recipientes. Cuando más individuos están trabajando alrededor de un
fogón cada uno se aleja del fuego de modo que cada individuo tiene un espacio de
trabajo adecuado (Binford 1983: 150).
Habiendo revisado aspectos de la teoría general y de alcance medio, que son
relevantes para la investigación del nivel de la unidad doméstica de la Transición
Arcaico-Formativo, ahora regreso a los sitios específicos en consideración: Pirco y
Jiskairumoko. La discusión comienza con una presentación de la ubicación general
de los sitios. Le sigue una descripción de los restos en superficie, una explicación de
los procesos deposicionales, la estratigrafía, y los fechados radiocarbónicos. Luego
se presentan los principales contextos del Arcaico Tardío - Formativo Temprano.
Esos resultados son, luego, contrastados con los argumentos de alcance medio, los
mode- los arqueológicos, y la teoría general antes discutida.

UBICACIóN gENERAL: PEQUEñAS ELEVACIONES y ASENTAMIENTO


ARCAICO
Pirco y Jiskairumoko están localizados en la sección de Aguas Calientes de la
cuenca del río Ilave. Esos sitios fueron encontrados durante una prospección
pedestre de la cuenca realizada por Mark Aldenderfer y Edmundo De la Vega
(1996). Excavacio- nes de prueba iniciales en Jiskairumoko fueron llevadas a cabo al
año siguiente de la ubicación del sitio (Aldenderfer y De la Vega 1997), y
excavaciones horizontales más extensas fueron hechas de 1999 a 2004 (Aldenderfer
y Barreto 2002, 2003, 2004; Aldenderfer y López Hurtado 2000; Aldenderfer y Yepez
2001; Craig 2005). El sitio de Pirco fue excavado en 2004 (Aldenderfer y Barreto
2004; Craig 2005: 323).
Tanto Pirco como Jiskairumoko están situados en pequeñas elevaciones. Los sitios
del Arcaico y Formativo Temprano en la cuenca del Ilave están ubicados consisten-
temente sobre esas pequeñas elevaciones. El proceso geológico que resultó en esas
pequeñas elevaciones es muy difícil de definir. Dado su patrón irregular y pequeño
tamaño, esas ondulaciones probablemente son variaciones caóticas naturales en la
historia geológica de la región (Craig 2005: 391-392; Rigsby 2002). Aunque esas
peque- ñas elevaciones podrían ser parte de un aspecto más fortuito del cambio del
paisaje, en las cuencas del río Aguas Calientes y en la mayor del río Ilave, esas
pequeñas ele- vaciones estructuran fuertemente remanentes (Dewar y McBride
1992; Wandsnider 1992), y más probable efectivos, patrones de asentamiento. La
prospección de la re- gión encontró que un número impresionante de sitios del
período Arcaico y el For- mativo más temprano están ubicados sobre esas pequeñas
elevaciones (Aldenderfer y De la Vega 1996; Aldenderfer y Klink 1996; Klink y
Aldenderfer 1996). Las razones para esto no son bien comprendidas pero las
posibilidades incluyen el mejoramiento de la visibilidad para controlar la caza, el
aumento de la visibilidad con respecto a
52 / t r a N s i c i o N e s del arcaico tardío al F o r M a t i v o t e M P r a N o ...

otros ocupantes de la región, un mejor drenaje durante la ocupación en las


estaciones lluviosas, o tal vez, alguna combinación de esos factores (Craig 2005:
392).

Pirco: Restos de superficie y contexto espacial


Pirco es una dispersión lítica que está localizada en el lado sur del río Aguas Calientes
adyacentes a la quebrada Pirco, aguas abajo de la confluencia del río Grande y el río
Unciallane, y ubicado en tierras de propiedad de la comunidad aymara de Pirco (Craig
2005: 390). El sitio arqueológico de Pirco está situado en la más grande de las peque-
ñas elevaciones en el área inmediatamente circundante, y esto, le da al sitio una vista
dominante del cauce del río Aguas Calientes. La confluencia del río Unciallane y el
río Grande es fácilmente visible al oeste. La cuenca visual aguas abajo, desde el sitio
de Pirco, es cortada por una de las crestas del Cerro Pacocahua. La elevación sobre la
cual Pirco se asienta se encuentra sobre la Terraza 4, pero es inmediatamente
cercana a los límites de la erosion fluvial (downcutting) del río Aguas Calientes que
creó la Terraza 3. Comparado con Jiskairumoko, Pirco está localizado en un espacio
mucho más abierto y más cercano a la zona inundable activa. Dada la historia fluvial
de la cuenca (Rigsby et al. 2003), durante su ocupación, el sitio de Pirco habría estado
situado inmediatamente adyacente a la zona inundable del río Aguas Calientes.
Durante la prospección pedestre del valle del río Ilave, los restos de superficie de
Pirco fueron recolectados sistemáticamente (Tabla 2). Cindy Klink examinó y clasi-
ficó las puntas de proyectil diagnósticas recuperadas de esa recolección superficial.
Un total de 75 puntas de proyectil recuperadas de Pirco fueron asignadas a un tipo.
Aplicando la cronología de puntas de proyectil para los Andes Surcentrales (Klink y
Aldenderfer 2005), el 60% (45 de 75) de las puntas fueron asignadas al Arcaico
Tardío. Basados en los resultados de la recolección de superficie, Pirco fue
clasificado como un sitio multicomponente con una importante ocupación del
Arcaico Tardío.

Jiskairumoko: Contexto espacial y restos superficiales


Jiskairumoko es una densa dispersión lítica y laminar de desechos que está situado
sobre una pequeña elevación en la margen sur de Aguas Calientes. La elevación
sobre la cual se asienta Jiskairumoko es única de diferentes maneras. Esta exhibe una
gran superficie elevada plana y las laderas tienen una pendiente más suave que las
otras elevaciones en la región. A diferencia de la mayoría de las elevaciones en el
área, esta forma una única proyección de la superficie pero que desciende
suavemente hacia la pendiente del cerro inmediatamente adyacente: el Cerro
Pacocahua. La ubicación de la elevación adyacente al cerro Pacocahua localiza a
Jiskairumoko en un contexto mucho más protegido que Pirco. Jiskairumoko tuvo una
buena vista de la sección de San Fernando del río Aguas Calientes que se extiende
aguas abajo al este hacia la Pampa Jachacachi Pampa y hacia la confluencia del río
Aguas Calientes y el río Huenque (Craig 2005: 401).
Durante la prospección pedestre del río Ilave, Jiskairumoko también fue sistemá-
ticamente recolectado superficialmente. Klink examinó las puntas de proyectil
recu-
53 / N a t H a N c r a i g

Tipo de Punta

diag (S/N)

Cantidad
Forma Rango Período Materiales
de
tiempo

1A Diamantada/Foliada S 9500-6900 a.C. Arcaico Temprano 1 Todas de


basalto

2C Pentagonal S 6900-4900 a.C. Arcaico Medio 4 Todas de


basalto

3A Formas de mango amplio S 9700-4900 a.C. Arcaico Temprano- Todas de


y contraido con base Medio basalto
recta
Formas foliáceas de
3B borde modificado con S 6900-4900 a.C. Arcaico Medio 7 Todas de
márgenes de mango basalto
contraído a rectos

1 de andesita,
Foliáceas de caras
3D contraidas a paralelas N 9500-3100 a.C. Todo el Arcaico 12 6 de basalto,
sin modificación del 4 de sílex, 1
borde de riolita

20 de basalto,
3F Formas lanceoladas S 4900-3100 a.C. Arcaico Tardío 29 3 de riolita, 2
con base cóncava de cuarcita, 4
de sílex
Formas grandes 11 de basalto,
4D pedunculadas con S 4900-3100 a.C. Arcaico Tardío 16 4 de sílex, 1
mangos de lados de cuarcita
paralelos
Formas pequeñas Arcaico Tardío hasta 1 de basalto,
4F pedunculadas con S 3800-1900 a.C. 2
el Terminal 1 de sílex
mangos de lados
paralelos
Formas triangulares 3100 a.C. - Arcaico Terminal
5C grandes con bases S 1 Basalto
500 d.C. hasta el
concavas Formativo
Formas triangulares
5D pequeñas con 1 Basalto
bases cóncavas

Tabla 2. Puntas de proyectil diagnósticas recuperadas en las recolecciones de superficie


en Pirco. Tabla adaptada de Craig (2005: 396, Tabla 7.2). Códigos de tipo de punta
siguiendo a Klink y Aldenderfer (2005). Diag. = diagnósticas.

peradas de esta recolección y asignó 21 de ellas a tipos diagnósticos temporalmente


que abarcaron todo el Arcaico hasta el período Formativo. Aunque fue claramente
un sitio multicomponente, el 62% (13 de 21) de las puntas fueron formas del Arcaico
Terminal (Tabla 3). Excavaciones preliminares en el sitio confirmaron el hecho que
el depósito fue multicomponente, aunque consistía mayormente de una ocupación
del Arcaico Terminal.
54 / t r a N s i c i o N e s del arcaico tardío al F o r M a t i v o t e M P r a N o ...

Tipo de Punta

diag (S/N)

Cantidad
Forma Rango de Período Materiales
tiempo

1A Diamantada/Foliada S 9500-6900 a.C. Arcaico 1 Sílex


Temprano
1B Pentagonal S 9500-6900 a.C. Arcaico 1 Basalto
Temprano
3B Formas foliáceas de S 6900-4900 a.C. Arcaico Medio 1 Sílex
borde modificado con
márgenes de mango
contraído a rectos
3D Foliáceas de caras N 9500-3100 a.C. Todo el Arcaico 4 2 de sílex, 1 de
contraidas a paralelas calcedonia, 1
sin modificación del de riolita
borde
4D Formas grandes S 4900-3100 a.C. Arcaico Tardío 1 Basalto
pedunculadas con
mangos de lados
paralelos
4F Formas pequeñas S 3800-1900 a.C. Arcaico Tardío 4 3 de sílex, 1
pedunculadas con hasta Arcaico de basalto
mangos de lados Terminal
paralelos
5A Formas oval-triangulares S 3100-1900 a.C. Arcaico 1 5 de sílex
Terminal hasta
5B Fomas triangulares de N 3100 a.C.-1100 Tiwanaku 4
base recta a convexa d.C.
5C Formas triangulares S 3100 a.C.- Arcaico 1 Sílex
grandes con bases 500 d.C. Terminal hasta
concavas Formativo
5D Formas triangulares 3 3 de sílex
pequeñas con
bases cóncavas
Tabla 3. Puntas de proyectil diagnósticas recuperadas en las recolecciones de superficie
en Jiskairumoko. Tabla adaptada de Craig (2005: 396, Tabla 7.3). Códigos de tipos de
punta siguiendo a Klink y Aldenderfer (2005). Diag. = diagnósticas.

PROCESOS dEPOSICIONALES y ESTRATIgRAFíA


gENERAL dE LOS SITIOS ARCAICOS EN EL RíO
ILAVE
En la cuenca del río Ilave, las pequeñas elevaciones sobre las cuales los sitios
arcaicos como Pirco y Jiskairumoko se asientan son rasgos geológicos que, debido a
la natura- leza duradera de la roca madre subyacente, resistieron diferencialmente
la erosión. Debido a esto, estos rasgos son proyecciones sobre el paisaje, que uno
pensaría que deberían ser contextos producidos por la erosión más que por el
depósito. Sobre esas elevaciones, los mecanismos de remoción de tierra deberían
ser la lluvia y el viento. Sorpresivamente, más allá de esos factores, los antiguos
depósitos arqueológicos en-
55 / N a t H a N c r a i g

terrados se han acumulado sobre varias de las elevaciones de la región. Por lo tanto,
esos contextos no pueden ser enteramente causa de la erosión.
En la actualidad, la tierra se acumula en la base de los amontonamientos de hier-
bas como el ichu (Stipa ichu) y el iru (Stipa leptostachya). Es extremadamente difícil
preveer cómo las antiguas coberturas de plantas podrían haber impactado el con-
texto deposicional de esos rasgos geológicos. Aun asi, previamente al desarrollo del
pastoreo, se esperaría una cobertura de plantas más extensa para esta región
(Craig et al. 2009), y esta habría conducido a una mayor protección de las fuerzas
erosivas como el viento o la lluvia. Sin embargo, se esperaría que durante períodos
de ocupa- ción humana de esas elevaciones, gran parte de la vegetación habría
servico como materiales de construcción o combustible para quemar (Craig et al.
2009). Hacia el advenimiento del pastoreo extendido, debió prevalecer la cobertura
de vegetación moderna. De hecho, en los Andes, la tracción animal y el arado
mecanizado son pro- bablemente los causantes de los mayores cambios en el
paisaje, incrementando los índices de erosion del suelo, que han tomado lugar
desde la adopción generalizada del pastoreo o la andenería.

Con respecto a las pequeñas elevaciones en la cuenca del río Ilave, una compa-
ración de las superficies e inspección de varios perfiles producidos por el arado re-
ciente, muestra que la deposición de sedimentos ha sido mayor en esas elevaciones
que fueron ocupadas en el pasado. Además, esas elevaciones que fueron ocupadas
largamente parecen tener un depósito más grueso de tierra en la parte superior.
Este patrón de depósitos de tierra más profundos en la cima de las elevaciones
ocupadas sugiere que la habitación humana es uno de los agentes de la deposición
de tierra. Por ejemplo, la tierra se acumula rápidamente dentro de los corrales.
Sugerimos que en la región existe un importante potencial para deposición de
tierra por acción eólica alrededor de cualquier objeto grande que esté localizado
en la cima de una de las muchas elevaciones en la región.

Durante la excavación, el viento depositó rápidamente la tierra alrededor de los


baldes, mochilas, cajas, y otros objetos mucho mas rápido que sí no hubieran existi-
do obstáculos. En ausencia de obstrucciones, el viento continuaría llevado
solamen- te partículas de tierra. Pese a todo, la tierra se acumula rápidamente
alrededor de edificios y afuera de los corrales. El proceso de pisoteo, entonces,
compactaría los sedimentos transportados por el viento. El depósito llevado por el
viento alrededor del ambiente construido parece ser la forma más importante de
deposición sobre las elevaciones y parece explicar las diferencias en el espesor de
la tierra entre esas que estuvieron ocupadas y las que no lo estuvieron.

Estratigrafía del sitio del Arcaico Tardío de Pirco


Pirco es un sitio extremadamente superficial que está caracterizado por un
depósito arqueológico relativamente escaso que carece de rasgos bien definidos
(Figura 1). La trinchera 3 fue la exposición más grande y esta exhibió el depósito
más complicado que cualquiera de las otras cinco trincheras que fueron excavadas
en Pirco (Figura
56 / t r a N s i c i o N e s del arcaico tardío al F o r M a t i v o t e M P r a N o ...

2). Un entierro fue encontrado en la trinchera 3. Los restos humanos estuvieron


alta- mente erosionados y ningún artefacto asociado a estos fue hallado. Como
muestra la Figura 2, el depósito en la trinchera 3 nunca alcanzó una profundidad
mayor de unos 30 cm. El color de la tierra no varió en mucho grado. Los lentes
orgánicos no fueron excepcionalmente oscuros ni ricos. Las capas de tierra en
Pirco fueron mucho más gruesas que las de Jiskairumoko.

Figura 1. Mapa mostrando el relieve topográfico y los bloques de excavación del sitio
169, Pirco. Figura adaptada de Craig (2005: 398).
57 / N a t H a N c r a i g

Figura 2. Sitio 169, Pirco, Trinchera 3, perfil de la pared este, mostrando las
características del suelo. Los puntos pequeños representan granos individuales de grava
que son visibles en el perfil. Figura adaptada de Craig (2005: 412).
La capa superior en Pirco consistió de una zona arada disturbada de 9 cm de
profundidad que había sido causada por la actividad agrícola moderna. Debajo de
este estrato, en la trinchera 3, sutiles variaciones en el color de la tierra, textura y
compactación llegaron a ser más evidentes (Figura 3). El estrato 2, y los 4-6 repre-
sentan los restos de la planta de una posible estructura. Los estratos 3 y 8 son
depó- sitos de relleno en algún tipo de pozo pequeño. El pozo no contiene carbón,
rocas o algún otro objeto visible que ayudara a determinar su función. Aún asi,
los límites del pozo fueron más fácilmente reconocibles que la textura granulosa
más fina del relleno del pozo. El estrato 14 es un lente orgánico ceniciento que
está asociado con la ocupación de una de las estructuras efímeras representadas
por el estrato 2 y los 4-6. Los estratos 7, 11, 12 y 15 son estratos bien ordenados de
arena de grano medio con grava. Basándose en el redondeo de los granos en este
estrato, esos depósitos parecen haber sido transportados por el agua.

Estratigrafía del sitio Arcaico Tardío-


Terminal y Formativo Temprano de
Jiskairumoko
Las excavaciones en Jiskairumoko revelaron una secuencia de ocupaciones
palimpsestosN.T., poco profunda aunque extremadamente compleja (Figura 4). Desafor-
tunadamente, las ocupaciones residenciales del sitio no están separadas por
deposicio-

N.T. Cuando el autor usa la palabra “palimpsesto” se refiere a aquella superficie de ocupación que
todavía conserva huellas de otra anterior en la misma superficie pero borrada expresamente
para dar lugar a la que ahora existe.
58 / t r a N s i c i o N e s del arcaico tardío al F o r M a t i v o t e M P r a N o .. .

Figura 3. Sitio 169, Pirco. Trinchera 3 mostrando el pozo de entierro y los


restos de estructuras efímeras. Figura adaptada de Craig (2005: 533).

nes naturales que pudiesen ayudar a aislar y definir cada uno de los diferentes
estratos culturales. En cambio, la estratigrafía está altamente comprimida y una capa
cultural, a menudo, es directamente interface de otra. Aun así, aunque Jiskairumoko
es poco pro- fundo y palimpsesto, el sitio proporciona una oportunidad para
examinar cambios de unidades domésticas durante los períodos Arcaico Tardío,
Arcaico Terminal y Formati- vo Temprano. En el sitio, las diferencias arquitectónicas
y artefactuales permitieron la definición de cinco principales períodos de ocupación:
59 / N a t H a N c r a i g

Figura 4. Mapa mostrando el relieve topográfico de Jiskairumoko, los bloques de excavación y un


área del sitio que fue mecánicamente arada en 2000. Figura adaptada de Craig (2005: 402).

 Formativo (alterado)
 Formativo Temprano
 Arcaico Terminal: Fase 2
 Arcaico Terminal: Fase 1
 Arcaico Tardío

Los componentes del período Formativo Temprano y otra superior no identifica-


da están localizados en la capa removida por el arado. Debajo de esta tenemos otra
ocupación del Formativo Temprano. Esta fase está caracterizada por estructuras
con pisos preparados que parecen haber sido reconstruidos numerosas veces. Las
estruc-
60 / t r a N s i c i o N e s del arcaico tardío al F o r M a t i v o t e M P r a N o ...

turas de las Fases 2 y 1 del Arcaico Terminal están excavadas dentro de la capa dura
estéril subyacente. La estructura de la Fase 2 es más grande y no tan
profundamente excavada en la capa dura esteril como las estructuras de las casas
semisubterráneas de la Fase 1. Esto sugiere que la Fase 2 es un período transicional
entre las casas se- misubterráneas y las viviendas sobre la superficie. Retomaré esta
cuestión con ma- yor profundidad más adelante. Los restos de las Fases 1 y 2 del
Arcaico Terminal y del Arcaico Tardío no pueden ser separados
estratigráficamente. Esos tres episodios ocupacionales han sido todos definidos por
medio de tendencias en las edades de los fechados radiocarbónicos asociados.
El perfil este de la Trinchera 5 y Bloque 9 proporciona un buen ejemplo de las re-
laciones estratigráficas generales observadas en Jiskairumoko (Figura 5). La
profundi- dad máxima del depósito en este perfil este es 51 cm. Hacia el extremo
izquierdo de la Figura 5, uno puede observar las unidades estratigráficas 8-12. Estas
representan una serie de eventos de reconstrucción de pisos preparados del
Formativo Temprano. La estructura del Formativo Temprano fue expuesta en la
excavación del Bloque 6, y está representada en mayor detalle en la Figura 6. La casa
semisubterránea del Arcaico Tardío fue encontrada en el Bloque 9. La estructura fue
excavada en la matriz de una capa dura estéril que es la Unidad Estratigráfica 6. Un
pequeño lente de la Unidad Es- tratigráfica 6 se extiende debajo de las unidades
estratigráficas 8-12 el cual compone el suelo preparado del Formativo Temprano y
eventos palimpsestos de reconstrucción.
El componente Formativo de la ocupación se extiende sobre toda la extensión
del sitio y fue encontrado en los Niveles I y II de todas las unidades de excavación,
blo- ques, o trincheras. Con la excepción de unos cuantos hoyos de fogones
intrusivos, el componente Formativo estaba restringido al horizonte removido por
el arado. Debi- do a la naturaleza disturbada del estrato superior, no se ofrecerá
discusión adicional de la ocupación Formativa.
Los componentes del Formativo Temprano consisten de paquetes de limos arci-
llosos duros o pisos preparados apisonados que en los Bloques 4 y 6, fueron
encontra- dos inmediatamente debajo de la zona arada lo cual corresponde a los
Niveles III-V. La ocupación Formativa Temprana es la más superior
estratigráficamente de las ca- pas intactas de Jiskairumoko. Las exposiciones
horizontales en los Bloques 4 y 6 y el examen de los perfiles del Bloque 6 y el perfil
este de la Trinchera 5 revelan que la estructuras rectangulares con pisos
preparados del Formativo Temprano fueron re- construidas repetidamente durante
su período de ocupación (Figura 6). La estructura rectangular en el Bloque 6 fue
reconstruida durante al menos cuatro episodios.
Una ocupación estratigráficamente inferior de una casa semisubterránea fue re-
velada en el Bloque 7, y esta ha sido denominada Fase 2 del Arcaico Terminal. La
estructura está excavada en el suelo y es denominada Estructura Semisubterránea
1. La inspección del perfil sur del Bloque 7 revela que la Estructura
Semisubterránea 1 de la Fase 2 fue excavada en la superficie del suelo sobre la cual
se construyó la estructura del piso preparado del Formativo Temprano (Figura 7).
Esto refuerza la interpretación que los pisos preparados ocurren más tarde que
algunas de las casas semisubterráneas.
61 / N a t H a N c r a i g

Figura 5. Perfil estratigráfico de la pared este del Bloque 9 y Trinchera 5. Los límites de la
estructura de piso preparado del Formativo Temprano pueden ser vistos en el primer metro
del perfil. Figura adaptada de Craig (2005: 417).

Figura 6. Piso preparado de la Estructura Rectangular 2 del Formativo Temprano encontrado


en el Bloque 6 y mejor definida en la Trinchera 5. Al menos cuatro episodios de
reconstrucción pueden ser vistos en este perfil. Figura adaptada de Craig (2005: 418).
62 / t r a N s i c i o N e s del arcaico tardío al F o r M a t i v o t e M P r a N o .. .

Figura 7. Perfil sur del Bloque 7. Figura adaptada de Craig (2005: 421).

Un componente más temprano del Arcaico Terminal Fase 1 fue encontrado en los
Bloques 1, 3, 8 y 11. Esta fase ocupacional está representada por una serie de casas se-
misubterráneas que estuvieron más profundamente excavadas que la estructura de
la Fase 2 (Figura 8). Cada uno de los bloques de excavación que mostraron las
estructuras de la Fase 1 estaban localizados en la porción sur del sitio. Esto hace
difícil la compara- ción directa de las estructuras de la Fase 2 con las de la Fase 1. Sin
embargo, múltiples fechas de radiocarbón indican que las casas semisubterráneas de
la Fase 1, excavadas profundamente, son más tempranas que la estructura
semisubterránea de la Fase 2.

Figura 8. Casas Semisubterráneas 1-3 y Hornos de Pozo Externos 1 y


2.
Figura adaptada de Craig (2005: 618).
63 / N a t H a N c r a i g

Una sola casa semisubterránea del Arcaico Tardío fue expuesta en el Bloque 9.
Esta estructura se excavó dentro de la misma capa dura estéril subyacente como las
estructuras de la Fase 1 y Fase 2 del Arcaico Terminal. Interesantemente, la
posición espacial de la estructura del Arcaico Tardío es congruente con el diseño
de las casas semisubterráneas de la Fase 1 del Arcaico Terminal. Esas estructuras
juntas forman el trazado de una “aldea” circular similar, en algunos aspectos, al
patrón descrito por Yellen (1977) (Figura 8). Sin embargo, también hay algunas
diferencias importantes que serán discutidas posteriormente. La estructura del
Arcaico Tardío parece haber sido reconstruida durante su ocupación, y la
acumulación de basura dentro de esta estructura no es totalmente desecho
secundario. Esta también incluye varios hogares efímeros que posiblemente
constituyen desecho primario. Sugiero que la estructura del Arcaico Tardío
permaneció en uso durante el Arcaico Terminal.
Aunque puntas de proyectil del Arcaico Medio y Temprano fueron recuperadas
durante las recolecciones de superficie, no existe evidencia clara procedente de la
ex- cavación que revele arquitectura residencial que preceda al Arcaico Tardío. Los
dese- chos ocupacionales más tempranos sin duda no están presentes, aunque los
restos o son efímeros o no fácilmente reconocibles. Es altamente probable que
muchos de los pequeños pozos encontrados en los niveles basales de los bloques y
trincheras de ex- cavación representen actividades que tomaron lugar previamente
al Arcaico Tardío. Desafortunadamente, ninguno de esos pozos contuvo carbones
que proporcionasen esos rasgos imposibles de fechar por medios convencionales.

Fechas radiocarbónicas producidas por la excavación


Ningún carbón fue recuperado de Pirco y, por lo tanto, es imposible entregar
fecha- dos absolutos de alguna de las excavaciones hechas en este sitio. El fechado
de Pirco está restringido a técnicas relativas, basadas en similitudes estilísticas de
puntas de proyectil temporalmente diagnósticas definidas en la cronología de
Klink y Aldender- fer (2005). Afortunadamente, esta cronología está basada
exclusivamente en puntas recuperadas de contextos excavados y fechados. Este
hecho refuerza enormemente la base temporal de las formas estilísticas que ellos
identifican. En Jiskairumoko, un total de 26 fragmentos de carbón fueron
recuperados y remitidos para análisis de fechado radiocarbónico (Tabla 4). Todos
los fechados fueron procesados en el labora- torio de acelerador de partículas de la
National Science Foundation en la Universidad de Arizona o por Beta Analytic.
Todas las muestras fueron calibradas en años antes de Cristo (a.C.) utilizando el
programa Calib v. 4.3 (Stuiver et al. 1998a, b; Stuiver y Reimer 1993). La discusión se
enfoca aquí en las fechas calibradas a 2 reportadas como años cal. a.C.
Intentos exhaustivos fueron hechos para seleccionar sólo las muestras de carbón
para análisis que fueron recuperadas de contextos arqueológicos bien definidos.
Sin embargo, dos de las 26 muestras seleccionadas para análisis fueron recuperadas
de niveles dentro de la moderna zona arada. Esas muestras fueron remitidas en un
inten- to por establecer fechados absolutos del componente Formativo que estaba
presente en los niveles superiores de Jiskairumoko. Fechados altamente
improbables fueron
64 / t r a N s i c i o N e s del arcaico tardío al F o r M a t i v o t e M P r a N o ...

obtenidos de esas dos muestras, y esto es probablemente debido a la mezcla


causada por el arado moderno del sitio. Considerando que los contextos
arqueológicos para esas dos muestras no son seguros, estos son reportados pero no
serán discutidos más adelante.
Los fechados radiocarbónicos de contextos bien definidos de Jiskairumoko abar-
can de 3200 a 1400 cal. a.C. Este lapso está correlacionado con dos mayores transi-
ciones en los Andes Surcentrales, una física y otra cultural. La transición física es el
cambio del Holoceno Medio al Holoceno Tardío (Baker, Rigsby, et al. 2001; Baker,
Seltzer, et al. 2001; Baucom y Rigsby 1999; Farabaugh y Rigsby 2005; Rigsby et al.
2003; Rigsby et al. 2005). Durante este cambio, se desarrolló el régimen climático
moderno y el nivel del lago Titicaca cambió de estar en el más bajo, desde el
Último Máximo Glacial (pre-21000 a.p.), hasta aproximarse a los niveles observados
en la actualidad. Culturalmente, este período está correlacionado con la transición
del Arcaico Tardío al Arcaico Terminal (Aldenderfer et al. 2008; Craig 2005). En
algunas áreas como la cuenca Norte, alrededor de ca. 2000 cal. a.C. las etapas más
tempranas del período Formativo podrían haber estado emergiendo (Stanish 2003).
Sin embargo, en la cuen- ca del río Ilave, los fechados de Jiskairumoko indican que
esta transición no tomó lugar hasta ca. 1400 cal. a.C. Esas diferencias en tiempo
subrayan la naturaleza del mosaico del cambio cultural.

Código
Id. Muestra

±
Años 1C

Cal ACE

Prodecencia
4

Prob.

±
Sup.
13C

S Cal

Inf.

Proced
S

B1 Nivel IIIa-2.
AA36819 q25aF8iiia-2 3411 51 -25 1693 46 1784 1601 0,792 Borde de la Casa
Semisubterránea
2

B1 Nivel IIIb.
AA36814 q23bF5iiib 3838 75 -20.5 2296 89 2473 2119 0,951 Borde de la Casa
Semisubterránea
2

B1 Nivel IIIc.
AA36818 2 q 3bF2iiic 3620 48 -25 1975 49 2072 1878 0,844 Relleno Secundario
de la Casa
Semisubterránea 2

B1 Nivel IV-1.
AA36815 2 o 3cB1iv-1 3733 43 -24.6 2118 48 2213 2022 0,888 Entierro
Secundario 2
B1 Nivel IV-1.
AA36817 2 o 4aB2iv-1 4275 46 -23.2 2939 40 3019 2859 0,799 Entierro Primario
1
B2 Nivel III.
AA36816 1 u 4cF2iii 3390 54 -24 1650 63 1776 1524 0,934 Relleno Secundario
del Pozo
65 / N a t H a N c r a i g

B2 Nivel IV. Matriz


AA36813 u146F9iv 4148 43 -25 2749 64 2877 2620 0,965 manchada de
basura

AA36820 u13aF6v 3448 47 -24.6 1781 51 1883 1679 0,944 B2 Nivel V. Horno
de Pozo Externo
2
B3 Nivel IV.
AA43380 w34c2iv 3214 50 -21.9 1507 54 1615 1399 1 Relleno Secundario
de la Casa
Semisubterránea 3
B3 Nivel IV.
AA43381 x36b2iv 3299 42 -23.2 1590 48 1686 1494 0,982 Relleno Secundario
de la Casa
Semisubterránea 3
B3 Nivel IX.
AA43373 z34c4ix 3378 46 -23.6 1550 58 1754 1524 0,982 Basural fuera
de la Casa
Semisubterrá
nea 3
B3 Nivel IX.
AA43382 6x3 dix 3382 48 -23.6 1647 62 1770 1524 0,981 Fogón en la
Casa
Semisubterránea
3
B3 Nivel IX.
AA43383 x36dix2 3448 44 -24.4 1757 39 1834 1680 0,749 Fogón en la
Casa
Semisubterránea
3

AA43376 jj22b6viii 3330 45 -23.8 1605 44 1693 1517 0,953 B4 Nivel VIII.
Basural ceniciento

AA43375 2ii 2c9viii 3401 45 -22.6 1689 45 1778 1600 0.858 B4 Nivel
VIII. Fogón
B4 Nivel III-2.
Beta- gg 19aiii-2 3410 60 -24.3 1715 58 1830 1599 0,81 Basural afuera
de la Estructura
9732 Rectangular 1
0
Beta- hh 19b1viii 3240 70 -25.3 1538 74 1685 1391 0,99 B4 Nivel
VIII. Basural
9732
1
B7 Nivel II.
AA43379 rr26d3ii 4547 95 -26.7 3264 128 3519 3008 0,956 Estructura
Semisubterránea 1

B7 Nivel IV.
AA45952 qq25d2iv 3235 58 -23 1522 58 1638 1405 0,975 Estructura
Semisubterránea 1
B7 Nivel XII.
AA58475 rr25b23xii 3208 58 -22.6 1500 61 1621 1379 0,981 Fogón de la
Estructura
Semisubterránea 1
66 / t r a N s i c i o N e s del arcaico tardío al F o r M a t i v o t e M P r a N o .. .

AA36812 n2460aii 4726 44 -25 3593 22 3636 3549 0,4 Zona arada

B8 Nivel
IIIc. Rellleno
AA43372 q21b2iiic 3428 63 -23.2 1742 71 1884 1600 0,95 Secundario
en la Casa
Semisubterr
ánea 2
B8 Nivel IV.
AA43377 o22c5iv 3341 45 -21.9 1607 44 1694 1520 0,929 Entierro
Secundario 3

B8 Nivel IV.
AA43374 o22c5iv2 3450 45 -24.5 1782 51 1883 1680 0,96 Entierro
Secundario 3

B9 Nivel XII.
AA58476 y27d11xii 4562 73 -24 3232 78 3385 3078 0,79 Fogón en la Casa
Semisubterránea
1

B 11 Nivel
AA45951 u25b12x 3573 50 -23.6 1901 67 2035 1766 0,98 X. Entierro
Secundario 4

Tabla 4. Muestras de radiocarbono de Jiskairumoko. En esta tabla, las muestras


están organizadas por bloque de excavación. Código Proc., corresponde al código
de procedencia usado en el campo. Inf. y Sup. corresponden a los límites inferior
y superior de la curva de probabilidad de 2 sigmas después de la calibración.
Probablemente se refiere al valor de probabilidad asociado con el reporte de la
curva de calibracion interceptada. Tabla adaptada de Craig (2005: 430-431).

Agrupamiento de los fechados basado en los patrones en la


distribución
Un ordenamiento temporal de los fechados calibrados indica la presencia de tres
prin- cipales grupos (Figura 9): un pequeño grupo de fechados tempranos que
representa un lapso temporal amplio; un segundo grupo de fechados intermedio más
grande que re- presenta un rango temporal mucho más restringido, aunque con un
número mayor de muestras; y un grupo final que es incluso más restringido
temporalmente que el grupo intermedio, y que está representado por un pequeño
número de muestras. Esos gru- pos no están armados para corresponder a alguna
secuencia cronológica predefinida. Los grupos están basados enteramente en el
examen del gráfico de distribución de los rangos de fechado. El propósito del
agrupamiento es examinar los componentes de las distribuciones para ver a que
manifestaciones arqueológicas corresponde cada serie de fechados. Siguiendo esto,
los restos arqueológicos revelados por las excavaciones son discutidos en relación a
los esquemas cronológicos utilizados ampliamente.

El Grupo 1 constituye el 28% (8 de 25) de los fechados radiocarbónicos de


contex- tos seguros. Cuando la extensión en 2 sigmas de todas las distribuciones de
probabi- lidad son consideradas juntas, el lapso temporal representado por los
ocho fechados
67 / N a t H a N c r a i g

abarca desde tan temprano como 3385 cal. a.C. a tan tarde como 1766 cal. a.C. lo
cual define un lapso temporal de cerca de 1600 años. Sin embargo, varios de los
fechados del Grupo 1 no se solapan a 2 sigmas. El valor medio para los fechados del
Grupo 1 abarca desde tan temprano como 3232 cal. a.C. a tan tarde como 1901 cal.
a.C. Esto representa un arco temporal de cerca de 1300 años. Los fechados del
Grupo 1 fueron recuperados de los siguientes contextos:
 Fogón central de la Casa Semisubterránea 1 del Arcaico Tardío: Bloque 9.
 Entierro Primario 1: Bloque 1.
 Matriz manchada de basura cercano al Horno de Pozo Externo 2: Bloque 2.
 Borde de la Casa Semisubterránea 2: Bloque 1.
 Entierro Secundario 1: Bloque 1.
 Relleno Secundario de la Casa Semisubterránea 2: Bloque 1.
 Entierro Secundario 4: Bloque 11.

El Grupo 2 constituye el 56% (14 de 25) de los fechados de radiocarbono proce-


dentes de contextos seguros. Todos los fechados en este grupo se solapan a 2
sigmas. Los 14 fechados que comprenden el Grupo 2 representan un período de
aproximada- mente ca. 1700-1400 cal. a.C. que abarca alrededor de 300 años.
Comparado al Grupo 1, el Grupo 2 representa un mayor número de fechados pero
un lapso más restringido de tiempo. Esto posiblemente refleja un uso intensificado
del sitio. Los fechados del Grupo 2 fueron recuperados de los siguientes contextos:
 Entierro Secundario 2: Bloque 8.
 Horno de Pozo Externo 2: Bloque 2.
 Fogón Central en la Casa Semisubterránea 3: Bloque 3.
 Relleno Secundario de la Casa Semisubterránea 2: Bloque 8.
 Basural Afuera de la Estructura Rectangular 1: Bloque 4.
 Borde de la Casa Semisubterránea 2: Bloque 1.
 Fogón: Bloque 4.
 Relleno Secundario de pozo: Bloque 2.
 Fogón Central: Casa Semisubterránea 3.
 Basural Ceniciento: Bloque 4.
 Basural Afuera de la Casa Semisubterránea 2: Bloque 3.
 Entierro Secundario 2: Bloque 8.
 Relleno Secundario de la Casa Semisubterránea 3: Bloque 3.
 Estructura Semisubterránea 1: Bloque 7.

El Grupo 3 constituye el 12 % (3 de 25) de los fechados de radiocarbono proce-


dentes de contextos seguros. Todos los fechados del Grupo 3 tienen extensiones 2
de sigmas que se solapan. Algunos de los fechados del Grupo 3 se solapan con
algunos pero con todos los fechados del Grupo 2. La ausencia de solapamiento
completo con
68 / t r a N s i c i o N e s del arcaico tardío al F o r M a t i v o t e M P r a N o ...

el Grupo 2 es un criterio para separar al Grupo 3. Considerando la extension en 2


sigmas de todos los fechados en el Grupo 3 el arco temporal va desde tan temprano
como 1638 cal. a.C. hasta tan tardío como 1379 cal. a.C. lo cual representa un lapso
de 259 años. Los valores medios de los fechados del Grupo 3 abarcan de 1522-1500
cal. a.C., lo cual representa un span temporal de 22 años. Los fechados del Grupo 3
fueron recuperados de los siguientes contextos:

Figura 9. Fechados de radiocarbono calibrados ordenados temporalmente de Jiskairumoko.


Los fechados calibrados son mostrados como diamantes negros y las barras de error indican
2 sigmas. Los contextos de las muestras para radiocarbono son reportadas cercanos a cada
uno de los fechados. Figura adaptada de Craig (2005: 438).
69 / N a t H a N c r a i g

 Basural: Bloque 4.
 Relleno Secundario de la Casa Semisubterránea 3: Bloque 3.
 Fogón Central en la Estructura SemiSubterránea 1: Bloque 7.
Considerando los tres grupos de fechados, la redundancia ocupacional fue relati-
vamente moderada de ca. 3300 a 1800 cal. a.C. Los fechados sugieren que alrededor
de ca. 1800 cal a.C., las conductas de redundancia ocupacional y la producción de
de- secho se incrementaron claramente. El sitio parece haber sido abandonado en
gran parte alrededor de ca. 1400 cal. a.C.

Casa Semisubterránea 1: Fundada durante el Arcaico Tardío y ocupada a lo


lar- go del Arcaico Terminal
La Casa Semisubterránea 1 fue descubierta mediante la excavación del Bloque 9
la cual fue emprendida para examinar una anomalía en la superficie identificada
por medio de un radar de penetración de suelos (GPR) (Figura 10). El Bloque 9 fue
excava- do durante las temporadas de campo de 2001 y 2002. La anomalía fue la
más grande y llamativa de cualquiera de las anomalías de GPR encontradas en
Jiskairumoko, y las excavaciones en el Bloque 9 mostraron la estructura más
grande y mejor definida encontrada en el sitio (Figura 11).

Figura 10. Perfil de la línea escaneada del GPR que ilustra la anomalía que corresponde
a la Casa Semisubterránea 1. Las líneas verticales claras ilustran los límites de la casa
semisubterránea. Figura adaptada de Craig (2005: 550).

Una muestra de carbón que fue fechada en 3232 cal. a.C. fue recuperada de
debajo de una de las rocas que formaron el interior bien construido del fogón
central de la estructura. Este fechado ubica la ocupación temprana de la estructura
dentro del final del Arcaico Tardío. Sin embargo, los contenidos de la Casa
Semisubterránea 1 indican que esta fue usada a través del tiempo y su uso,
probablemente, se extendió bien adentro del Arcaico Terminal.
La Casa Semisubterránea 1 se encuentra entre las casas semisubterráneas 2 y 3 de
tal manera que la Casa Semisubterránea 2 está al suroeste y la Casa Semisubterránea
3 está hacia el noreste (Figura 8). La Casa Semisubterránea 1 del Arcaico Tardío es
considera- blemente más grande que la casa semisubterránea de la Fase 1 del
Arcaico Terminal.
70 / t r a N s i c i o N e s del arcaico tardío al F o r M a t i v o t e M P r a N o ...

Figura 11. Bloque 9 Casa Semisubterránea 1. El borde interior bien definido de la estructura está
representado por una línea discontínua blanca. Un borde externo de la estructura fue
encontrado por la excavación de una pequeña trinchera en el margen oeste de la estructura.
Este margen externo está representado por una línea discontínua oscura. Figura adaptada de
Craig (2005: 563).

Sin embargo, el tamaño exacto es difícil de determinar. Solamente la mitad oeste de


la estructura fue excavada. Por lo tanto, el tamaño absoluto de la estructura debe ser
estimado. Lo más importante, de la porción oeste excavada de la estructura reveló
que esta tenía un borde interior y otro exterior (Figuras 11 y 12). La presencia de
esos dos
71 / N a t H a N c r a i g

bordes indica que la estructura fue reconstruida durante su ocupación. Estimando la


extensión más pequeña probable, la Casa Semisubterránea 1 alcanzaría alrededor de
12,92 m en perímetro y 13,20 m2 en área. Un estimado conservador más extenso de la
planta en el piso de la Casa Semisubterránea 1 produce un perímetro de 14,56 m y
un área de 18,69 m2.

Figura 12. Fotografía de la Casa Semisubterránea 1 mostrando el borde secundario


oeste de la estructura. Foto de Nathan Craig; Figura adaptada de Craig (2005: 564).

El fogón central de la estructura contenía lo que parecen ser desechos


domésticos, aunque varias de las características del fogón sugieren que las
actividades en la Casa Semisubterránea 1 no fueron enteramente seculares (Figura
13). Alrededor del fogón, había una zona de arrastre bien definida de fragmentos de
ocre de diferentes colores del tamaño de gravilla. El análisis multivariable de
conglomerados sin restricciones de esta dispersión reveló que su forma se ajustaba
muy cercanamente a un espacio de trabajo habitual al lado del fogón (Craig et al.
2006) como fue definido por Binford (1983: 149-151, Figura 85 Fogón D) y otros
(Freeman 1982; Gamble 1986). Los indivi- duos que se sentaron a trabajar en este
fogón se ubicaron perpendiculares al fogón, con el fogón ubicado hacia su mano
derecha. Un arco de residuos se extiende desde el fogón y los limites de esta
dispersión se correlacionan con la extensión del brazo de una persona sentada
(Craig et al. 2006: 1625, Figura 7).

Los fragmentos de ocre en la dispersión aparecieron quemados, este mineral es, a


menudo, calentado para intensificar su color (Wreschner 1980). Los rasgos del fogón
central de las Casas Semisubterráneas 2 y 3 y la Estructura Semisubterránea 1 están
bien formados y claramente diseñados para uso sostenido. Sin embargo, el fogón
central de
72 / t r a N s i c i o N e s del arcaico tardío al F o r M a t i v o t e M P r a N o .. .

Figura 13. Fotomosaico del fogón central de la Casa Semisubterránea 1 Nivel


XIV. El panel superior muestra una vista del fogón en un contexto espacial más
amplio mientras que el panel inferior muestra el fogón asociado a la dispersión
de ocre y otros artefactos. Fotos de Nathan Craig; Figura adaptada de Craig
(2005: 566).
73 / N a t H a N c r a i g

la Casa Semisubterránea 1 es la única encontrada en Jiskairumoko que fue construida


con un alineamiento de mortero de tierra compuesto de tierra tan fina que casi
formaba un tazón cocido. Parece muy posible que este diseño especial del fogón esté
relacionado a su uso para el procesamiento de ocre. El fragmento de carbón que
produjo el fechado temprano fue encontrado realmente bajo este revestimiento del
cuenco del horno.
En la Casa Semisubterránea 1 se encontró una pequeña banqueta en el borde
nor- te de la estructura. Dicha banqueta también estuvo presente a lo largo del
margen oeste de la Casa Semisubterránea 1. Este rasgo da a la Casa
Semisubterránea 1 un diseño de niveles diferentes no observado en ninguna de las
otras estructuras de Jis- kairumoko.
Como describimos arriba, debido a que esta fue retrabajada, el margen oeste de
la Casa Semisubterránea 1 fue difícil de definir. Este margen oeste exhibió un
depósito compuesto de una combinación de tierra coloreada más clara mezclada
con lentes de tierra oscura manchada con restos orgánicos. Varias piedras grandes
con inclusiones brillantes estuvieron presentes en esta área. En un sentido muy
general, el área de la margen oeste de la Casa Semisubterránea 1 se parecía a los
altares de plataforma elevada como los reportados en Asana (Aldenderfer 1998:
243). En ambos casos, las construcciones están asociadas a una superficie que tiene
pasos o dos niveles, depó- sitos de tierra poco comunes, y piedras con inclusiones
brillantes. Las plataformas en Asana estuvieron asociadas con una estructura
mucho más grande y una gran roca de forma piramidal. Es importante anotar que
aunque actividades rituales parecen haber tomado lugar en la Casa
Semisubterránea 1, la estructura no fue usada exclusi- vamente para propósitos
rituales, la estructura también fue un domicilio.

Dentro de la Casa Semisubterránea 1 se encontraron cinco pequeños,


relativamente profundos, pozos llenos de basura (Figura 11). Los pozos en conjunto
tienen un volu- men de cerca de 210 L. Se plantea, que dada la exposición, es
altamente probable que la estructura hubiera doblado el volumen de almacenaje
inicialmente observado. Dentro de la Casa Semisubterránea 1, bien podría haber
existido tanto como 420 L de pozos de almacenaje interno. En el Bloque 11,
adyacente a la Casa Semisubterránea 1 en el Blo- que 9, se encontró un solo pozo
externo. Este pozo está probablemente asociado con la Casa Semisubterránea 1, al
parecer tuvo un perímetro de 2,7 m, un profundidad de 0,18 m, un área de 0,44 m2, y
un volumen de 80 litros.
En el Nivel XIII se recuperaron dos puntas de proyectil: una posible Tipo 5D y
una posible Tipo 5A. También se recuperó en este nivel un raspador con ángulos
abruptos. En el Nivel XII se hallaron una escofina para plantas finamente aserrada
y una pieza modificada de borde agudo que fue probablemente un raspador. En el
Nivel XI se encontraron dos puntas de Tipo 5B: una fue hecha de obsidiana y otra
de sílex. Este nivel produjo dos instrumentos adicionales: un bifaz y un raspador.
En el Nivel X se hallaron seis escofinas para plantas; seís bifaces, dos de sílex, dos
de riolita, una de obsidiana, y una de calcedonia; y un instrumento compuesto
raspador/cortante.
Del Nivel XIII, se recuperaron dos piezas de piedras para moler. De los Niveles
XII o XI, no se halló ningún fragmento de piedra. Del Nivel X, veinticinco piezas de
74 / t r a N s i c i o N e s del arcaico tardío al F o r M a t i v o t e M P r a N o ...

piedras para moler, muchas de estas piezas muestran signos de huellas de uso muy
fuertes, una de las piezas, de instrumento lítico para moler, muestra posibles
residuos de arcilla (Rumold 2002) y, por lo tanto, fue probablemente usado en la
molienda de arcilla. Aunque la Casa Semisubterránea 1 no ofreció ninguna
evidencia de cerámica en forma de vasijas, es interesante notar que el fogón
central estaba delimitado por arcilla cocida.

Entierro 1: Entierro primario del Arcaico Tardío


El entierro 1 es el único entierro primario encontrado durante las excavaciones en
Jis- kairumoko (Figura 14). Un fragmento de madera carbonizada encontrado en
contexto con el Entierro 1 produjo un fechado radiocarbónico de 4275 ± 46 a.p.
(AA36817) calibra- do a 3019-2859 cal. a.C. Este fechado ubica al entierro hacía el fin
del Arcaico Tardío.
Basándonos en el supraorbital derecho, la glabella, la prominencia del mentón, y
la cresta nucal derecha, el Entierro 1 probablemente sería de una mujer adulta
mayor (Prizer 2003). El uso muy fuerte de los dientes sugiere un individuo mayor.
Se encontró una reabsorción de L11 en proceso, presencia de hipoplasias dentales y
raices son anor- males. Todo eso unido sugiere probable enfermedad dental. El
cráneo exhibe defor- mación bilobada, y para los Andes es un ejemplo temprano de
tales prácticas (Sutter y Cortez 2007).

El Entierro 1 fue encontrado en cercana asociación espacial con la Casa Semisubte-


rránea 2 y los Entierros 2 y 3 (los cuales son entierros secundarios) (Figura 15). Al
este del Entierro 1, fue encontrado un fogón asociado. Al sur del Entierro 1, se
encontró tie- rra manchada relacionada a una quema. Al oeste de esta tumba, se
halló un fragmento de molino de piedra o batán. La cabeza del individuo estuvo
orientada hacia el este, cara abajo, y con dos grandes rocas localizadas encima del
cuerpo. Cuatro cuentas de turquesa se encontraron alrededor del cuello del
individuo (Figura 16). Una efigie de camélido fue hallada inmediatamente encima del
Entierro 1 (Figura 17). La efigie no parece haber sido una ofrenda ubicada
directamente dentro de la tumba, aunque existe una asociación espacial muy cercana
entre el objeto y el entierro, al parecer esta habría sido puesta inmediatamente
encima del enterramiento.
Ocho artefactos de piedra tallada se encontraron dentro de los límites de la
tumba: un instrumento cortante de obsidiana formatizado unifacialmente, un
raspador de obsidiana, un cuchillo de sílex, cuatro bifaces, un raspador de sílex y
un instrumento no identificado. Todos esos instrumentos fueron localizados en la
porción suroeste del pozo de entierro. La única piedra pulida ha sido clasificada
como un afilador que posteriormente fue reciclado como un alisador (Rumold
2002).

Casa Semisubterránea 2: Ocupación del Arcaico


La Casa Semisubterránea 2 fue descubierta mediante la excavación de los
Bloques 1 y 8. La Casa Semisubterránea 2 es la estructura de pozo más sureña
encontrada en
75 / N a t H a N c r a i g

Figura 14. Entierro 1 mostrando el arreglo espacial del cuerpo y artefactos


asociados. Figura adaptada de Craig (2005: 572).
76 / t r a N s i c i o N e s
del
arcaico tardío
al
F o r M a t i v o t e M P r a N o ...

Figura 15. Mapa mostrando la organización espacial de los restos mortuorios y estructurales junto con los fechados radiocarbónicos
obtenidos de esos contextos. La asociación del Entierro 1 del Arcaico Tardío con los Entierros 1 y 2 de la Fase 1 del Arcaico Terminal y la
Casa Subterránea 2 indica una ocupación congruente de Jiskairumoko abarcando la transición Arcaico Tardío-Terminal. Figura adaptada de
Craig (2005: 576).
77 / N a t H a N c r a i g

Figura 17. Efigie de camélido


encontrada en asociación
con el Entierro 1. Foto de
Mark
Aldenderfer. Figura
adaptada de
Craig (2005: 574).

Jiskairumoko (Figuras 8 y 15).


La casa semisubterránea está
asociada con muchas otras es-
Figura 16. Cuatro cuentas de turquesa
recuperadas del(2005: 574). 1. Foto de Mark tructuras de pozo que forman
Entierro
Dos fechados radiocarbóni-
Aldenderfer. Figura adaptada de Craig una pequeña aldea.
cos fueron recuperados del borde de la Casa Semisubterránea 2:
3838 ± 75 a.p. (AA36814) calibrado a 2473-2119 a.C. y 3620 ± 48 a.p.
(AA 36819)
calibrado a 1784-1601 a.C. Las comparaciones interculturales ofrecen
una amplia razón para creer que las casas semisubterráneas fueron construidas para
reocupación (Gillman 1987), y encuentró que la extensión del tiempo representado
por esos dos fechados es consistente con esa interpretación. Dado el inervalo de
tiempo representado por los fechados, parece muy probable que la estructura estuvo
en uso al menos ca. 2300 cal. a.C. La estructura fue probablemente utilizada por un
período de alrededor de 650 años, hasta cerca de 1.650 cal. a.C. Dada la cercana
asociación y ubicación congruente del Entierro 1, el cual data del Arcaico Tardío,
sospecho que el fechado radiocarbónico temprano de la Casa Semisubterránea 2 no
refleja la ocupación más temprana de la estructura. Sospecho que esta podría haber
sido ocupada durante el fin del Arcaico Tardío, y que el Entierro 1 representa a un
individuo que ocupó la Casa Semisubterránea 2. Parece probable que el proceso de
ocupación y limpieza regular de la estructura habría resultado en la remoción de
carbón temprano.
Puesto que solamente la porción sur de la Casa Semisubterránea 2 fue excavada,
no es posible determinar empíricamente el tamaño de la estructura. Sin embargo,
basados en la exposición de la mitad de la Casa Semisubterránea 2, estimo un área
de piso cubierto de unos 9,83 m2 y un perímetro de 11 m.

La Casa Semisubterránea 2 contuvo un solo fogón interno bien construido deli-


neado por piedras. El fogón cubre un área de unos 0,11 m2 y está compuesto de seis
rocas ubicadas en un anillo con otras cinco piedras que fueron localizadas en el
cen- tro para formar la base del fogón.
La porción sur expuesta de la Casa Semisubterránea 2 no contiene ningún rasgo
de depósito interno reconocible. Sin embargo, se observaron varias pequeñas
depresio- nes en el piso. Esas depresiones tienen solamente alrededor de 0,03 m2, lo
cual las ha- ría demasiado pequeñas para ser depósitos internos. La función de esas
ondulaciones no queda clara. Estas podrían haber servido como soportes para
rocas usadas como superficies de trabajo o haber sido resultado de instrumentos
de molienda incrusta- dos en el piso para tener mayor estabilidad.
78 / t r a N s i c i o N e s del arcaico tardío al F o r M a t i v o t e M P r a N o .. .

No se notó ningún rasgo de depósito externo en la porción sur de la Casa Semi-


subterránea 2. Sin embargo, esto no es sorprendente ya que varios individuos
fueron encontrados enterrados en esta área. En el extremo de la porción sur del
bloque de excavación, tres lentes exteriores están asociados con la Casa
Semisubterránea 2. El lente más oriental contenía un solo instrumento de piedra
tallada el cual es un bifaz de sílex multicolor. El lente central contenía un
fragmento de batán. Esos lentes exte- riores son interpretados como áreas de
trabajo y que serían probablemente activida- des de procesamientos de alimentos.
De los niveles ocupacionales de la Casa Semisubterránea 2 se han recuperado ca-
torce piezas de piedras de molienda, también se encontraron un afilador cubierto
de ocre en el borde de la Casa Semisubterránea 2 y una paleta cubierta de ocre que
fue hallada fuera de la estructura.
En el Nivel IV, una espada de tejedor (wichuña) de hueso fue encontrada dentro
de los límites de la Casa Semisubterránea 2. En el Nivel IIIb, dos wichuñas
adicionales y un piruro de arcilla fueron recuperados al interior de los límites de la
Casa Semisub- terránea 2. Esos artefactos indican que los residentes de la Casa
Semisubterránea 2 estuvieron procesando lana.

Entierro 2: Entierro secundario del Arcaico Terminal


El Entierro 2 es secundario, ubicado a casi un metro al sureste de la Casa
Semisub- terránea 2 y entre el Entierro 1 al este inmediato y el Entierro 3 al oeste
inmediato (Figuras 15 y 18). El Entierro 1 data del Arcaico Tardío y el Entierro 3 del
Arcaico Terminal. El Entierro 2 está fechado en 3733 ± 43 a.p. (AA36815) calibrado
a 2213-2022 a.C., lo que convierte a este en el entierro secundario más temprano de
Jiskairumoko. El entierro consiste de, al menos, dos individuos: un adulto y un
juvenil. Los dos indi- viduos parecen ser parte del mismo evento mortuorio. No se
han recueprado elemen- tos diagnósticos para definir el sexo de los individuos. El
adulto fue identificado por la presencia de un cráneo que presentaba importantes
signos de desgaste de los dientes (Prizer 2003). El más joven fue identificado así
porque los arcos cervicales neurales estuvieron fusionados, aunque todavía no lo
habían hecho hasta el centrum. De esto, se determinó que el individuo tenía de 4 a
6 años de edad.
Un solo instrumento formal fue recuperado del Entierro 2. Este es un raspador
unifacial de cuarcita. El adulto asociado estaba con nueve cuentas de oro y once de
turquesa (Figura 19) (Craig 2005: 589; Aldenderfer et al. 2008). Una sola pieza de
batán fue encontrada inmediatamente sobre el Entierro 2. Ningún otro material
fue recupe- rado de este contexto. Las cuentas de oro tienen una forma tubular y
parecen haber sido martilladas en forma plana y luego curvadas para formar dicha
forma tubular.

Entierro 3: Entierro Secundario del Arcaico Terminal


El Entierro 3 es un entierro secundario ubicado al sur de la Casa
Semisubterránea 2 y hacia el oeste de los Entierros 1 y 2 (Figuras 15 y 20). El
entierro 3 ha sido da-
79 / N a t H a N c r a i g

Figura 18. El panel superior muestra el Entierro 2 en relación al Entierro 1 y la Casa


Semisubterránea
2. El panel inferior muestra un detalle del Entierro 2. Figura adaptada de Craig (2005: 588).
80 / t r a N s i c i o N e s del arcaico tardío al F o r M a t i v o t e M P r a N o ...

Figura 19. Las nueve cuentas de


oro y once de turquesa
recuperadas
del Entierro 2. Foto de Mark
Aldenderfer. Figura adaptada de
Craig (2005: 589).

tado mediante el análisis de


dos muestras de carbón: 3.450
± 45 a.p. (AA43374) calibrado a
1883-1680 a.C. y 3341 ± 45
a.p.
(AA43377) calibrado a 1694-
1520 a.C. Esos fechados ubican
al Entierro 3 en el Arcaico Ter-
minal.
La escotadura ciática
mayor izquierda, la apófisis
mastoides izquierda, y la
glabela indican que el
individuo en el Entierro 3 es
probablemente una mujer
adulta anciana (Prizer 2003).
Se observa la reabsorción de
dien- tes, el uso
extremadamente fuerte y las
raices anormales.
Eso indica probablemente una enfermedad dental. Los individuos exhiben
modifica-
ción craneana bilobada.
Se ha observado polvo de ocre molido en el fondo del pozo de enterramiento y
los restos humanos se hallaron descansando encima de esta superficie. El individuo
fue ubicado sobre su costado con la cabeza orientada hacia el este y mirando hacia
el sur. Una serie de cinco rocas fueron localizadas en torno al cráneo del individuo,
y parecieron formar un pequeño fogón. Sin embargo, el carbón no fue recuperado
de este contexto específico. Cerca de otras cuatro grandes rocas se ubicaron al lado
oeste del entierro dentro del pozo. Restos animales, que son probablemente
elementos de camélidos, fueron ubicados sobre el cuerpo y fueron recuperados
mezclados con las rocas sobre los restos humanos.
Dos instrumentos de piedra tallada estuvieron asociados con el Entierro 3: un
bifaz y un raspador. El análisis microscópico de alta potencia de huellas de uso del
raspador sugirió que el instrumento fue probablemente para el procesamiento de
alimentos (Aldenderfer comunicación personal). Un solo artefacto lítico para moler
granos fue encontrado en la tumba, localizado directamente sobre el torso del
individuo.
Una muestra de tierra tomada del pozo del entierro produjo semillas de Chenopo-
dium (Eisentraut 2002). El análisis de microscopio electrónico de barrido, del espesor
de la cubierta de la semilla, revela que esos especímenes son formas domesticadas
(Murray 2005).
81 / N a t H a N c r a i g

Figura 20. Entierro 3 mostrando la exposición del rasgo en varios


niveles separados. Figura adaptada de Craig (2005: 592).
82 / t r a N s i c i o N e s del arcaico tardío al F o r M a t i v o t e M P r a N o ...

Casa Semisubterránea 3
La Casa Semisubterránea 3 fue descubierta mediante la excavación del Bloque 3 el
cual fue llevado a cabo para comprobar una anomalía en la superficie identificada
por medio de magnetometría (Figura 21). La estructura fue excavada durante la
tempora- da de excavación del 2000. La Casa Semisubterránea 3 es la más oriental
de este tipo de estructuras (Figura 8).

Figura 21. Casa Semisubterránea 3 mostrando la organización de los elementos internos


y externos y los artefactos asociados. Figura adaptada de Craig (2005: 600).
83 / N a t H a N c r a i g

Dos muestras de radiocarbono fueron recuperadas directamente del fogón cen-


tral de la Casa Semisubterránea 3: 3448 ± 44 a.p. (AA43382) calibrado a 1834-1680
a.C. y 3382 ± 48 a.p. (AA43383) calibrado a 1770-1542 a.C. Esos fechados ubican a la
Casa Semisubterránea 3 dentro del Arcaico Terminal.

Toda la estructura de la Casa Semisubterránea 3 fue contenida dentro del Bloque


3. Los bordes de la estructura también están bien definidos. La Casa
Semisubterránea
3 cubrió un área de piso de 4,73 m2 y un perímetro de 7,92 m.
La Casa Semisubterránea 3 tenía un solo fogón interno bien formado que está
construido con alrededor de diez piedras acomodadas en forma de un anillo. Un
solo artefacto de piedra tallada fue encontrado dentro del contenido del fogón. El
instru- mento es una punta de proyectil de calcedonia Tipo 5B, aunque es un
ejemplo muy grande de este tipo. El análisis de flotación de las muestras de tierra
recuperadas del fogón central de la Casa Semisubterránea 3 reveló la presencia de
semillas de chenopo- dium (Eisentraut 2002), cuyo análisis de microscopía electrónica
de barrido demostró que eran formas domesticadas (Murray 2005).

La Casa Semisubterránea 3 contuvo alrededor de ocho hoyos internos. Algunos


de estos son claramente elementos de depósito interno mientras que otros podrían
ha- ber servido como superficies de trabajo. Puesto que estos parecen haber sido
retraba- jados durante la ocupación de la estructura, es difícil determinar el
número absoluto de hoyos. Juntando los hoyos y los pequeños pozos internos
tenemos un volumen calculado de 130 L.
Dos lentes orgánicos cenicientos fueron encontrados fuera de la Casa Semisubte-
rránea 3, asimismo se hallaron fragmentos de batanes dentro de ambos de los
lentes, además, en las muestras de tierra recuperadas de esos lentes se recuperaron
semillas de chenopodium (Eisentraut 2002). Se puede inferir que los dos lentes
orgánicos ceni- cientos, ubicados fuera de la Casa Semisubterránea 3, fueron áreas
externas de pro- cesamiento de plantas. Estas son muy similares a los tres lentes
orgánicos que están ubicados al sur de la Casa Semisubterránea 2 (Figura 15).

Dentro del Bloque 3, seis pozos externos de tamaños aproximadamente


similares fueron encontrados. Esos pozos son relativamente poco profundos y no
contenían instrumentos de piedra tallada ni restos botánicos recuperables. Esto
hizo difícil in- terpretar la función de esos pozos. El pozo en la esquina suroeste del
bloque estaba delimitado con rocas y principalmente sirvió como un fogón para
cocinar en el exte- rior. Las rocas que formaban este elemento fueron incrustadas
en la superficie indi- cando que esta instalación fue diseñada para usos múltiples.
Sospecho que los otros pozos externos en el Bloque 3 sirvieron como pequeños
depósitos.

Aparte del único bifaz recuperado del fogón central de la estructura, no se


encon- tró ningún instrumento sobre la superficie del piso. Además hay ocho
instrumentos de piedra tallada en el Nivel VIIIb: cuatro bifaces rotos, tres
instrumentos cortantes, y un solo instrumento para raspar. En el Nivel VIIIa se
encontró 18 instrumentos de piedra tallada: cuatro puntas de proyectil del Tipo
4F, junto con una mezcla de
84 / t r a N s i c i o N e s del arcaico tardío al F o r M a t i v o t e M P r a N o ...

instrumentos para raspar y para cortar. El análisis de microhuellas de alta potencia


de los instrumentos de piedra tallada de los niveles ocupacionales de la Casa Semi-
subterránea 3 reveló la presencia de instrumentos para el tallado de madera o
hueso, escofinas para plantas usados intensamente, raspadores de cuero, y
artefactos para el corte de carne (Aldenderfer comunicación personal). Se han
recuperado ocho piezas de piedra para moler en los niveles de ocupación de la Casa
Semisubterránea 3.

Entierro 4: Entierro secundario de la Fase 1 del Arcaico Terminal


El Entierro 4 fue encontrado durante la excavación del Bloque 11 el cual fue condu-
cido para comprobar una anomalía de la superficie detectada por el GPR (Figuras 8
y 22). La excavación del Bloque 11 reveló la presencia de un gran pozo, el cual
corres- pondía a la anomalía de GPR, y varios otros pozos más pequeños que
fueron locali- zados en la misma área general. El Entierro 4 es el segundo entierro
más al norte en Jiskairumoko; solamente superada por el Entierro 5 localizado más
al norte.
Muestras de carbón fueron recuperadas del Entierro 4, pero estas no han sido
ana- lizadas. Artefactos temporalmente sensibles no fueron hallados en asociación
con el Entierro 4. Sin embargo, el Entierro 4 está localizado en un patrón espacial
congruen- te a varios otros elementos del Arcaico Tardío y Terminal que incluyen
a las Casas Semisubterráneas 1, 2 y 3. El Entierro 4 exhibe similitudes formales con
los Entierros 2 y 3. Creo que el Entierro 4 representa parte de la ocupación de la
Fase 1 del Arcaico Terminal de Jiskairumoko.
Pocos fragmentos del Entierro 4 estuvieron preservados. Solamente es posible
decir que el individuo fue un adulto y que este fue enterrado con los huesos de algún
mamí- fero grande. El pozo de entierro tenía un área aproximada de 4,05 m2 y 7,39
m en perí- metro y era alrededor de unos 25 cm de profundidad. Debajo del cuerpo
en la esquina suroeste de la tumba, había una pequeña depresión que constituye un
sub-pozo dentro de la tumba. Una concentración de rocas alteradas por el fuego
mezclada con restos humanos y de camélido fueron encontradas en el Nivel X.
Restos humanos adicionales fueron encontrados en los Niveles XI y XII. Solamente
una porción del entierro fue ex- puesta dentro de los límites del Bloque 11 pero,
lamentablemente, el tiempo reducido del que disponíamos no permitió una
exposición completa de la tumba.

El Entierro 3 también es un individuo asociado con restos de camélidos y un agru-


pamiento de rocas alteradas por el fuego. Sin embargo, el Entierro 4 está
espacialmente mucho más dispersado. Es muy posible que la naturaleza dispersa del
Entierro 4 repre- sente una reapertura y reposicionamiento de los elementos
constituyentes del entie- rro. Si este es el caso, entonces el sellamiento y reubicación
de las partes del cuerpo incluyeron la construcción del agrupamiento de piedras
encontrada en el Nivel X.
Ningún instrumento de piedra tallada fue encontrado directamente dentro del
Entierro 4. Seis instrumentos de piedra tallada fueron recuperados del Nivel IX
fuera de los límites del pozo de entierro. Esos incluyeron un bifaz de obsidiana y
tres puntas de proyectil de variados materiales: una Tipo 1b hecha de basalto, una
Tipo 5B hecha
85 / N a t H a N c r a i g

Figura 22. Entierro 4 representado en varios niveles que ilustran la organización


espacial del enterramiento y el pozo en el que los restos humanos fueron encontrados.
Figura adaptada de Craig (2005: 606)
86 / t r a N s i c i o N e s del arcaico tardío al F o r M a t i v o t e M P r a N o ...

de un material no identificado, y una punta 4F hecha de sílex. También se encontró


una probable escofina para plantas y un instrumento de raspado, aunque el
análisis de microuso no ha sido todavía realizado en esos artefactos.
Varios artefactos de piedra para moler fueron encontrados en asociación con el
Entierro 4. En el Nivel IX, cuatro fragmentos de instrumentos líticos de moler
fueron encontrados dentro de los límites del pozo de entierro. Estos incluyeron un
fragmen- to de metate, un molino, y un afilador. En el Nivel X dentro del pozo de
entierro, seis fragmentos más de instrumentos líticos para moler fueron
recuperados: tres manos de moler, un alisador y un posible pulidor (Rumold 2002).
Dos de los instrumentos fueron cubiertos con ocre. El Nivel XI produjo un solo
artefacto de molienda.
Un total de once elementos de fauna fueron recuperados del Entierro 4: siete sin
identificar y tres identificados como restos de camélido. Dos de los elementos de
fau- na estuvieron completamente fusionados mientras uno de los elementos
estaba fu- sionándose. Esto sugiere que los restos de más de un animal fueron
depositados en la tumba y al menos uno fue un adulto y el otro un juvenil.

Entierro 5: Entierro secundario del Arcaico Terminal


El Entierro 5 fue encontrado en la Trinchera 8 la cual fue excavada para
comprobar una anomalía de la superficie detectada por el GPR (Figura 23). El pozo
del entierro fue el único elemento debajo de la superficie que produjo la Trinchera
8. Numerosos fragmentos grandes de carbón fueron recuperados sobre el Entierro
5. Ninguna de esas muestras han sido remitidas para datación radiocarbónica y,
por consecuencia, no tenemos fechados absolutos para este enterramiento. El
Entierro 5 está en un pa- trón congruente con las otras estructuras del Arcaico
Terminal de Jiskairumoko.
El entierro fue tapado con una capa de fino sedimento arcilloso amarillento.
Deba- jo de esta capa de tierra, una gran cantidad de carbón fue encontrada. Los
restos hu- manos fueron ubicados en la tumba en una posición flexionada y fueron
encontrados descansando inmediatamente encima de una capa gruesa de polvo de
ocre molido. En la porción noroeste de la tumba, cerca a los pies del individuo,
había una gran concentración de pequeñas lascas de sílex rojo las que, por su
color, parecen haber sido extraídas del mismo núcleo. Dos manos de moler fueron
ubicadas fuera del pozo de enterramiento.

Horno de Pozo Externo 1


El Horno de Pozo Externo 1 fue encontrado en el Bloque 10. El carbón fue
recuperado del Horno de Pozo 1, aunque las muestras no han sido remitidas para
análisis. Por lo tanto, el fechado del Horno de Pozo Externo 1 está basado en la
presencia de artefactos temporalmente sensibles y la asociación del elemento con
estructuras fechadas. El Hor- no de Pozo Externo 1 es consistente con el diseño de
las Casas Semisubterráneas 1, 2 y 3 y forma parte de lo que interpreto como la aldea
de Casas Semisubterráneas de la Fase 1
87 / N a t H a N c r a i g

Figura 23. Entierro 5 mostrando la organización de los restos humanos, artefactos


y lentes de tierra. Figura adaptada de Craig (2005: 609).
88 / t r a N s i c i o N e s del arcaico tardío al F o r M a t i v o t e M P r a N o ...

del Arcaico Tardío Terminal (Figura 8). Creo que el Horno de Pozo 1 es un área de
acti- vidad externa que está asociada con la ocupación de una de las Casas
Semisubterráneas. El Horno de Pozo 1 tiene 2,68 m de perímetro, 0,55 m2 de área,
0,11 m de profundidad, y tiene un volumen estimado de 190 L. Tres lentes orgánicos
están asociados con el Horno de Pozo 1 y están probablemente relacionados con el
uso del rasgo. Ninguna estructura o depósito de basura fueron encontrados en el
Bloque 10.

Instrumentos de piedra trabajada fueron recuperados en los Niveles II y IIa. Dos


puntas de proyectil del Tipo 4F fueron recuperadas del Bloque 10. Estos artefactos
su- gieren el uso del rasgo en algún momento durante el Arcaico Tardío-Terminal,
y esta interpretación es consistente con los fechados radiocarbónicos del Horno de
Pozo Externo 2. Tres instrumentos de raspado fueron recuperados del Nivel III del
Horno de Pozo Externo 1. Dada la forma de construcción del Horno de Pozo
Externo 1 esta fue probablemente para cocer raíces que contenían almidón o
tubérculos (Wandsni- der 1997). Dos artefactos líticos para moler fueron
recuperados del Bloque 10. Ambos fueron pequeños guijarros pulidos. Es altamente
probable que estos instrumentos fueran usados para el procesamiento de
alimentos (Rumold 2002). Nueve elementos de fauna fueron recuperados del
Bloque 10: 7 no identificados y 2 restos de camélido que son probablemente de un
solo individuo.

Horno de Pozo Externo 2


El Horno de Pozo Externo 2 fue encontrado en el Bloque 2 el cual es la
extensión más occidental de las excavaciones en Jiskairumoko (Figuras 8 y 24). El
carbón fue recupe- rado del rasgo y tres muestras han sido analizadas. Una
muestra datando a 4141 ± 48
a.p. (AA36813) calibrada a 2877-2620 a.C., fue recuperada del Nivel IV en un
basural asociado. Una muestra datando de 3448 ± 47 a.p. (AA36820) calibrada a
1883-1679 a.C., fue recuperada directamente del Horno de Pozo Externo 2, y esta
demuestra el uso del rasgo durante el Arcaico Terminal. Una muestra datando a
3390 ± 54 a.p. (AA36816) calibrada a 1775-1524 a.C., fue recuperada del relleno
secundario del pozo del Nivel III en cercana asociación con el Horno de Pozo
Externo 2. Sin embargo, el Horno de Pozo Externo 2 fue observable en primera
instancia en el Nivel IV. Esto sugiere que la tierra debe haberse acumulado
rápidamente entre el abandono del Horno de Pozo Externo 2 y el depósito del
relleno secundario del pozo. Considerados juntos, ambos de los últimos fechados
sugieren que el Horno de Pozo Externo 2 quedó fuera uso ca. 1700 cal. a.C. El Horno
de Pozo Externo 2 tenía un perímetro de 2,3 m, un área de 0,38 m2, una
profundidad máxima de 0,10 m, y un volúmen estimado de 120 L.
Varios postes pueden ser asociados con el Horno de Pozo 2. Estos probablemente
formaron una cobertura, un cortaviento, o un asador para cocinar carne. El Horno
de Pozo Externo 2 está asociado con lo que es probablemente una casa
semisubterránea adicional que, debido a las limitaciones del tiempo, no fue
excavada. Sin embargo, las características de la tierra, la forma del lente, la
organización espacial de las otras es- tructuras de pozo excavadas, y el arco
temporal de los fechados radiocarbónicos del Horno de Pozo 2 todos sugieren que
parte de una casa semisubterránea adicional se extendió hacia la margen este del
Bloque 2.
89 / N a t H a N c r a i g

Figura 24. Horno de Pozo 2, lentes asociados y elementos potenciales.


Figura adaptada de Craig (2005: 619).
90 / t r a N s i c i o N e s del arcaico tardío al F o r M a t i v o t e M P r a N o ...

Un total de doce instrumentos de piedra tallada fueron encontrados en


asociación con el Horno de Pozo Externo 2. Esos instrumentos incluyen: un bifaz
de obsidiana aserrado que es probablemente una punta de proyectil, una punta de
proyectil den- ticulada tipo 5D hecha de calcedonia, una punta de proyectil tipo 4F
hecha de sílex, una escofina para plantas y un raspador.

Estructura Semisubterránea 1: Fase 2 del Arcaico Terminal


La Estructura Semisubterránea 1 fue encontrada en el Bloque 7 (Figuras 4, 25, y
26). Esta estructura es la que está más al norte que cualquiera de las estructuras
encontra- das durante las excavaciones en Jiskairumoko. La Estructura
Semisubterránea 1 está justo al norte de un gran Piso Preparado (1) del Formativo
Temprano, el cual está en el Bloque 6.
Las muestras de carbón fueron recuperadas dentro de los límites de la Estructura
Semisubterránea 1, y dos de estas, que procedieron de buenos contextos, han sido
pro- cesados. Una muestra fechada en 3235 ± 58 a.p. (AA45952) calibrada a 1638-
1405 a.C., fue recuperada del Nivel IV. Una muestra fechada en 3208 ± 58 a.p.
(AA58475), calibrada a 1621-1379 a.C., fue recuperada del Nivel XII del fogón central
de la estructura. Esta últi- ma fecha es el contexto más seguro relacionado con la
ocupación de la estructura.

La totalidad de la Estructura Semisubterránea 1 fue expuesta y esta tuvo los bor-


des bien definidos. La estructura tiene 14,76 m de perímetro, 15,18 m2 de área, una
profundidad máxima de unos 25 cm y un volumen de aproximadamente 0,36 m3.
De todas las viviendas de Jiskairumoko, la Estructura Semisubterránea 1 exhibe
la evidencia más clara de una reorganización de las áreas de actividad interna.
Existe más de una ocupación palimpsesto claramente identificable reconocible
dentro de la estructura. La primera y más profunda capa de desecho de ocupación
está asociada con un rasgo de depósito interior (Figura 26). La última y más
superficial ocupación no está asociada con el uso del pozo de depósito grande sino
que está asociado con el uso de una piedra de cocina (Figura 25). No está claro
cuando exactamente el pozo de depósito interno cayó en desuso. Sin embargo,
tierra compactada y desecho de ocupación fue encontrado sobre el pozo. Por lo
tanto, este debió haber caído en des- uso previamente al abandono de la
estructura. Una piedra de cocina fue encontrada dentro de la Estructura
Semisubterránea 1. Pero para el Nivel VII, esta roca está “flo- tando” sobre un
pedestal de tierra. Esta piedra de cocina fue parcialmente enterrada en el Nivel IV.
La piedra parece asociada con los Niveles V y VI. Esta no fue usada en la estructura
durante el más temprano Nivel VII.

En algún momento durante la ocupación de la vivienda, el fogón central mues-


tra claros signos de reconstrucción. Un anillo de rocas alteradas por el fuego repre-
sentando una versión temprana del fogón, está localizado justo al oeste de la
última manifestación del fogón el cual consiste de fragmentos de un mortero de
piedra. En algún momento durante la vida útil de la estructura, alguien remodeló el
fogón en el centro de la estructura con piezas de un batán o tazón de piedra, pero
al hacerlo de
91 / N a t H a N c r a i g

Figura 25. Estructura Semisubterránea 1 Nivel XIII mostrando la organización


de los rasgos internos. Figura adaptada de Craig (2005: 628).
92 / t r a N s i c i o N e s del arcaico tardío al F o r M a t i v o t e M P r a N o ...

Figura 26. Estructura Semisubterránea 1 Nivel VI mostrando la organizacion de


los rasgos internos. Figura adaptada de Craig (2005: 629).
93 / N a t H a N c r a i g

este modo ellos dejaron restos del fogón central más temprano de la vivienda. Hacia
el fin de la vida útil de la Estructura Semisubterránea 1, el fogón central también
pa- rece haber caído en desuso.
Creo que la piedra de cocina fue introducida dentro de la Estructura Semisubte-
rránea 1, aproximadamente al mismo tiempo que el fogón central y el pozo de al-
macenaje interno cayeran en desuso. Dentro de la Estructura Semisubterránea 1, la
superficie palimpsesto superior de ocupación no muestra evidencia del uso del
fogón central ni del gran pozo de almacenaje interno. Sin embargo, en esta
superficie final de ocupacion palimpsesto, había un patrón coordenado de lentes
asociados con la piedra de cocina.
El fogón central de la casa tiene 0,98 m de perímetro y 0,08 m2 de área. El gran
pozo de almacenamiento tiene un perímetro estimado de 4,6 m, área de 1,58 m2 y
un volumen de 18 L. Los límites de este pozo son primero visibles en el Nivel VII,
pero los bordes no estuvieron bien definidos hasta el Nivel IX, momento en el cual,
la mayoría de las dispersiones de desechos de trabajo presentes en los niveles
superiores habían desaparecido, probablemente debido a la limpieza de las
superficies.

El Bloque 7 formó la exposición continua más grande por excavación en


Jiskairu- moko, y esto permitió una evaluación cuidadosa de los rasgos externos
relacionados con la ocupación de la Estructura Semisubterránea 1. Tres grandes
fogones hechos sobre la superficie fueron encontrados al noroeste de la Estructura
Semisubterrá- nea 1. Un gran fogón hecho en una superficie manchada con
materia orgánica fue encontrado directamente al norte de la Estructura
Semisubterránea 1. Estos rasgos de fogones en superficie son probablemente áreas
de cocina externa o de procesa- miento térmico. Una serie de tres rasgos circulares
de arena fueron encontrados al noreste de la Estructura Semisubterránea 1. Mi
impresión inicial fue que eran rasgos de depósitos. Sin embargo, excavando uno de
los rasgos se reveló que este tenía 50 cm de profundidad y estaba rellenado con
tierra, compactada fuertemente, que carecía de restos orgánicos y sin artefactos
presentes. La función de los restos de los rasgos circulares es un enigma.
En el Nivel II, un único disco de oro y aleación de cobre fue recuperado del Blo-
que 7 (Figura 27). El hecho que este objeto es una aleación, mientras que todos los
otros artefactos de Jiskairumoko fueron de oro solido martillado en frío, sugiere que
este objeto es probablemente de origen Formativo. También del Nivel II, una efigie
hecha de hueso fue recuperada (Figura 28). La efigie probablemente representa un
camélido, pero el estilo de la representación es diferente de la efigie recuperada en
asociación con el Entierro 1. Dado que el Nivel II está mezclado por el arado, es
difícil asociar estos objetos con una ocupación específica.

Los niveles ocupacionales de la Estructura Semisubterránea 1 produjeron 11


pun- tas de proyectil. Una punta de tipo 5D hecha de obsidiana y otra de sílex
fueron recu- peradas del Nivel VIII. Una punta de proyectil tipo 5B hecha de
obsidiana, una tipo 5D, y dos puntas tipo 4F, como también tres bifaces aserrados,
un raspador, una escofina de plantas y una pieza con el borde modificado fueron
recuperados del Nivel VII. Una
94 / t r a N s i c i o N e s del arcaico tardío al F o r M a t i v o t e M P r a N o ...

Figura 27. Artefacto de aleación oro-cobre recu-


perado del Nivel II. Foto de Mark Aldenderfer.
Figura adaptada de Craig (2005: 632).

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95 / N a t H a N c r a i g

Figura 29. Estructura Rectangular 1 mostrando la organización espacial de


los rasgos internos y externos. Figura adaptada de Craig (2005: 644).
Una muestra de un depósito de basura cenicienta en el Nivel VIII fue fechada en
3330 ± 45 a.p. (AA43376) calibrado a 1693-1517 a.C. Una muestra de un depósito de
basura en el Nivel VIII fue datada en 3240 ± 70 a.p. (Beta-97321) calibrado a 1685-
1391
a.C. Considerar esas fechas juntas ayuda a determinar los umbrales para el uso
inicial de la Estructura Rectangular 1. Es importante notar que a 2, todos los
fechados se solapan con los de la Fase 1 del Arcaico Terminal 1, fechados
recuperados del fogón central de la Casa Semisubterránea 3 en el Bloque 3.
Considerados juntos, todos esos fechados asociados con la Estructura Rectangular 1
abarcan de 1830 a 1391 cal. a.C.
96 / t r a N s i c i o N e s del arcaico tardío al F o r M a t i v o t e M P r a N o ...

Figura 30. Bloque 4 Nivel VIII mostrando los rasgos de pequeños fogones
encontrados debajo de la Estructura Rectangular 1. Figura adaptada de Craig
(2005: 643).
Los rangos temporales que se solapan abarcan de 1686 a 1601 cal. a.C. Dado esto, su-
giero que la Estructura Rectangular 1 no fue construida mucho antes de ca. 1650 cal.
a.C.

Casi toda la extensión de la Estructura Rectangular 1 fue expuesta durante la ex-


cavación (Figura 29). Los límites de la estructura cambiaron de nivel a nivel, de
este
97 / N a t H a N c r a i g

modo, es difícil hacer una afirmación definitiva relacionada con el tamaño de la


planta
de la vivienda. Los límites de la Estructura Rectangular 1 fueron más claros en el
Nivel
IV. Esta configuración probablemente representa la fase final de la reconstrucción
de la estructura. En este nivel, la estructura tenía un perímetro de 12,95 m y un
área de 9,85 m2. Los bordes del piso fueron delineados con piedras. No había
evidencia de deshecho de muro. Esto sugiere que la estructura estaba
probablemente rodeada por cuero o maleza más que con adobe o barro. Es
sorprendente que hoyos de poste no fueran encontrados en los márgenes de la
estructura, aunque los bordes de la planta estuvieron bien definidos, lo cual indica
que el espacio estaba rodeado por paredes.

El piso de la estructura es una superficie preparada relativamente plana. El es-


pesor de la capa preparada fue de aproximadamente 10 cm, pero este espesor varió
a lo largo de la extensión del piso. El piso estaba compuesto de una capa relativa-
mente más gruesa de tierra blanca que subyace a una superficie de tierra granulosa
relativamente más fina que estaba fuertemente compactada, manchada por
materia orgánica, y en algunos casos quemado. El piso fue reconstruido más de una
vez du- rante el lapso de la ocupación de la Estructura Rectangular 1. No queda
claro cuántos episodios de reconstrucción tomaron lugar, aunque probablemente
hubo al menos tres de ellas.
Una piedra de cocina fue localizada en la esquina suroeste de la Estructura Rec-
tangular 1. Había un fogón profundamente excavado en la tierra que fue ubicado a
lo largo del margen este de la Estructura Rectangular 1. Este fogón no parece estar
completamente dentro de la estructura, sino que está, más bien localizado a lo largo
del margen de la planta de la estructura. Este fogón tenía un perímetro de 1,53 m y
un área de 0,18 m2. El fogón fue visible primero en el Nivel V y el rasgo persistió a
través del Nivel VIII donde la base fue encontrada. Aunque el fogón no está
delineado por rocas “per se”, se encontraron piedras quemadas dentro de los
límites del fogón.

Inmediatamente al oeste de la Estructura Rectangular 1 hay un basural extrema-


damente suelto que exhibe manchas de restos orgánicos muy fuertes. Este basural
fue el menos compactado y tenía un mayor oscurecimiento por materia orgánica
que cualquiera de los rasgos en Jiskairumoko. Por alguna razón, el rasgo nunca fue
com- pactado por pisoteo. Este hecho es intrigante dado que el piso
inmediatamente ad- yacente a este basural está fuertemente compactado. Casi no
existía tráfico peatonal justamente fuera del límite oeste de la Estructura
Rectangular 1. Así, la entrada y la salida de la Estructura Rectangular 1 deben haber
sido hacia el este, probablemente cerca a la ubicación del fogón delineado por
rocas. Hacia el noreste de la Estructura Rectangular 1, hay una gran mancha de
ocre (Figura 29: KK24 y Figura 31) que, en el Bloque 6, está asociado con un
alineamiento de rocas alteradas por el fuego y frag- mentos de instrumentos
líticos de molienda. Este mismo complejo del lente de ocre y artefactos se extiende
hacia las porciones oeste del adyacente Bloque 6 el cual está inmediatamente al
este del Bloque 4.

En los Niveles IV y V, en asociación con la Estructura Rectangular 1, varios


instru- mentos de obsidiana fueron recuperados. No se recuperaron instrumentos
de piedra tallada directamente del interior de la Estructura Rectangular 1.
Solamente fuera de
98 / t r a N s i c i o N e s del arcaico tardío al F o r M a t i v o t e M P r a N o ...

Figura 31. Perfil de la pared este del Bloque 4 mostrando el lente de ocre localizado al
este de la Estructura Rectangular 1. Este lente de ocre se extiende hacia el este dentro
del Bloque 6. Figura adaptada de Craig (2005: 645).

la estructura en el Nivel IV, dos puntas de proyectil tipo 5D, una hecha de
obsidiana, una punta de proyectil tipo 3D, una escofina de sílex y dos grandes
bifaces de sílex ro- tos fueron recuperados. Afuera de la estructura, en el Nivel V,
una punta de proyectil tipo 5D, un bifaz de obsidiana, una escofina de plantas de
sílex y un bifaz sin acabar fueron recuperados. En el rasgo del lente de ocre, en el
Nivel IV, una punta de proyec- til de obsidiana tipo 5D, una punta de proyectil de
sílex negro tipo 5D, dos puntas de proyectil de sílex tipo 5D, y un bifaz de
calcedonia fueron recuperados. En el Nivel V, de este mismo rasgo, un bifaz de
obsidiana, una punta de proyectil de calcedonia tipo 4F, una punta de proyectil de
calcedonia tipo 5D, una punta de proyectil tipo 5D que estaba fuertemente
quemada, dos escofinas aserradas, dos bifaces rojos y un bifaz de calcedonia fueron
identificados.
Dentro o en los bordes de la Estructura Rectangular 1, seis fragmentos de instru-
mentos lítico de molienda y un batan fueron descubiertos. En el rasgo del lente de
ocre, ocho fragmentos de piedras para moler fueron recuperados. Ninguno de los
instrumentos de piedras para moler en el lente de ocre mostraron trazas
observables de ocre.

De los contextos ocupacionales de la Estructura Rectangular 1, 69 elementos


de fauna fueron recuperados. Cuarenta y cinco de estos no fueron identificados,
34 te- nían edades indeterminadas, cinco elementos estuvieron completamente
fusiona- dos, dos elementos fueron de un individuo inmaduro, y otros cuatro
elementos sin fusionar representan la presencia de, al menos, un animal juvenil.
Una cornamenta de cérvido sin modificar también fue descubierta, lo que indica
que los residentes de la Estructura Rectangular 1 todavía estaban cazando
animales.
99 / N a t H a N c r a i g

Estructura Rectangular 2: Formativo Temprano


La Estructura Rectangular 2 fue encontrada en el Bloque 6 el cual está localizado
sobre la parte más alta de Jiskairumoko (Figuras 4 y 32). La estructura está ubicada
inmedia- tamente al este de la Estructura Rectangular 1 del Formativo Temprano,
al sur de la Estructura Semisubterránea 1 de la Fase 2 del Arcaico Terminal, y al
norte de la aldea de casas semisubterráneas del Arcaico Tardío-Terminal. Ningún
fechado radiocarbó- nico de la Estructura Rectangular 2 ha sido procesado, pero la
estructura está ubicada inmediatamente debajo de la zona arada en el mismo
horizonte estratigráfico que la Estructura Rectangular 1. El rasgo del lente de ocre
localizado al este de la Estructura Rectangular 1 (Figura 31) se extiende hacia el
Bloque 6 donde este también fue encon- trado afuera del borde oeste de la
Estructura Rectangular 2 (Figura 32). Hay una capa continua de desecho que se
extiende desde la Estructura Rectangular 2 y que aporta al relleno secundario de
desechos de la Casa Semisubterránea 1 (Figura 5). El Bloque 6, el cual contiene a la
Estructura Rectangular 2, está inmediatamente al sur del Bloque 7 el cual contiene
a la bien datada Estructura Semisubterránea 1 (Figura 7). El fogón de esta última
estructura fue fechada en 1638-1405 cal. a.C. La Estructura Rectangular 2 se asienta
en la parte superior del estrato en que la Estructura Semisubterránea 1 está
excavada y hay una capa ininterrumpida de desecho que se extiende desde la
estructura rectangular y que aporta al relleno de la estructura semisubterránea. Por
lo tanto, la Estructura Rectangular 2 debe haber sido construida en algún momento
después de ca. 1638-1405 cal. a.C.

Casi toda la extension de la Estructura Rectangular 2 fue expuesta. Como con la


Es- tructura Rectangular 1, su tamaño cambió de nivel a nivel. Esto es porque la
Estructu- ra Rectangular 2 fue reconstruida múltiples veces (Figura 6). La
reconstrucción de la estructura hace difícil la estimación del plano de planta. Los
límites de la estructura fueron muy claros en el Nivel IV (Figura 32), y este es el
límite usado para estimar el perímetro en 20,66 m y un área de 22,96 m2. El espesor
del piso abarca de 0,15 a 0,2 cm.
Dentro de la Estructura Rectangular 2 hay dos rasgos internos notorios: una con-
centración de arena suelta en el piso y una concentración de rocas alteradas por el
fuego incrustados en el piso. La función de ambos rasgos permanece ambigua. La
concentración de rocas alteradas por el fuego es particularmente intrigante.
Algunas de las piedras estuvieron claramente incrustadas en el piso de la
estructura. Estas pueden haber sido incrustadas dentro del piso después del
abandono. Sin embargo, existen otros lugares cercanos a esta concentración de
rocas alteradas por el fuego que no están compactadas, así, el incrustamiento post-
abandono en el piso a través de pisoteo parece improbable. Un gran número de
rocas alteradas por el fuego en la concentración son fragmentos de instrumentos
líticos de molienda.
Cuando se considera la función del interior de la concentración de rocas altera-
das localizadas en la Estructura Rectangular 2, varias otras asociaciones similares de
acumulación de rocas vienen a mi mente. La primera de estas es la del Nivel VIII de
la estructura ritual de la Fase Qhuna de Asana (Aldenderfer 1989). Aunque el
procesa- miento de ocre no es mencionado en este contexto, el uso de rocas para
hacer altares, plataformas, y círculos es similar a la concentración de rocas dentro
de la Estructura
100 / t r a N s i c i o N e s del arcaico tardío al F o r M a t i v o t e M P r a N o ...

Figura 32. Estructura Rectangular 2 mostrando la organización espacial de los


rasgos internos y externos y artefactos. Figura adaptada de Craig (2005:
661).
101 / N a t H a N c r a i g

Rectangular 2. El segundo ejemplo que me viene a la mente es del interior de la


Casa Semisubterránea 1 donde hay evidencia de concentraciones de rocas y tierra
junto a procesamiento de ocre (Figura 13) (Craig et al. 2006). Sin embargo a
diferencia de la Casa Semisubterránea 1 donde el procesamiento de ocre está
tomando lugar adentro, en el caso de la Estructura Rectangular 2 el uso del ocre
está tomando lugar justo afuera de la estructura.

La concentración de rocas alteradas por el fuego y el lente de ocre, en la


porción noroeste del Bloque 6, forma el rasgo más notorio afuera de la Estructura
Rectangular 1 (Figura 32). La mayor parte de este rasgo fue expuesto en el Bloque
6, más de éste fue encontrado en el Bloque 4 (Figuras 4 y 29-31). Desde la
perspectiva de ambos blo- ques de excavación, el rasgo es un área de actividad
exterior que está situada entre las Estructuras Rectangulares 1 y 2. No se encontró
ocre en la parte sur del Bloque 7, así el rasgo del lente de ocre no podría
extenderse más de dos metros hacia el norte. Los objetos que están asociados con
el rasgo no se extienden mas allá de 2 a 2,5 m de la concentración de grandes rocas
que está localizada en la esquina noroeste del Bloque
6. Varias de esas rocas muestran evidencia de alteración por fuego. Huesos de
anima- les sin quemar manchados con ocre fueron recuperados del rasgo. El
Bloque 6 es el único lugar en alguna de las excavaciones en Jiskairumoko donde
fueron encontrados huesos animales manchados de ocre. La mayoría de los huesos
de animales mancha- dos de ocre fueron recuperados de la Unidad II25 Quad C en
el Nivel IV. Dentro del espacio, los excavadores también encontraron un
agrupamiento de 107 fragmentos de hueso que pesaron 6,62 g. Todos ellos
estuvieron sin quemar. Lascas de obsidiana y sílex rojo también fueron encontradas
en relativa abundancia dentro del contexto del rasgo del lente de ocre externo.
Un recipiente de una corteza vegetal dura que contenía un material gris también
fue encontrado en asociación con el lente de ocre. La identificación de la corteza
vegetal no ha sido posible. Análisis de Ph del material gris muestra que es básico.
Análisis de difracción de rayos X del material gris junto con ejemplos contemporá-
neos de cal del río Ilave y del río Ramis demuestran que el recipiente contuvo cal
que procedió de una fuente local de Jiskairumoko (Speakman, comunicación
personal).
En el Bloque 6, inmediatamente al norte de la Estructura Rectangular 2, hay una
disposición circular de rocas alteradas por el fuego que fue ubicada en el piso sin
quemar que careció de carbón. Este rasgo es interpretado como un soporte para
una olla. Este es el único rasgo en su especie encontrado en Jiskairumoko, y
sugiere el uso temprano de la cerámica en el sitio. Un fragmento de cuenco, el cual
en mi tesis erróneamente describí como una olla sin cuello (Craig 2005: 655), fue
recuperado del Nivel III, y un fragmento no diagnóstico adicional fue identificado
en el Nivel IV. Es- tos son los ejemplos más tempranos de uso de cerámica
conocidos en Jiskairumoko y en el río Ilave.
Un único disco de oro martillado en frío fue recuperado del borde de la
Estructura Rectangular 2 (Figura 33). El artefacto fue recuperado de debajo de la
zona arada y procede de un contexto seguro. Piezas separadas y dobladas de metal
son observables en ambas superficies del artefacto, y según esas observaciones
es evidente que el
102 / t r a N s i c i o N e s del arcaico tardío al F o r M a t i v o t e M P r a N o ...

Figura 33. Disco de oro martillado en frío recuperado de la Unidad KK26 Quad D del
Nivel IV en el borde de la Estructura Rectangular 2. La imagen en la izquierda
muestra la superficie cóncava y la imagen en la derecha muestra la superficie
convexa. Tenga en cuenta las piezas de oro, dobladas y separados, a lo largo del
margen del artefacto.
Foto de Mark Aldenderfer. Figura adaptada de Craig (2005: 662).

objeto fue construido de dos piezas de oro que fueron martilladas juntas. El espesor
del artefacto se estrecha considerablemente cerca al pequeño agujero en el centro
del disco y, sobre la superficie convexa del artefacto, pueden ser vistas rayas finas
alrededor del agujero.
Catorce puntas de proyectil fueron recuperadas de contextos asociados con la
Estructura Rectangular 2. Solamente ocho de las catorce fueron recuperados del in-
terior de la estructura y una de estas fue una forma diagnóstica. El artefacto es una
punta de proyectil tipo 4F hecha de andesita. Las puntas de proyectil restantes de
dentro de la estructura son todas de los tipos 5B, 5C, o 5D y todas hechas de sílex.
Una escofina para plantas también fue encontrada dentro de la estructura. Cinco
puntas de proyectil fueron recuperadas alrededor del rasgo del lente de ocre: dos
puntas tipo 5B, una hecha de obsidiana y la otra de sílex; dos puntas del tipo 5D,
una hecha de obsidiana y una hecha de calcedonia; y una tipo 3F hecha de sílex.

COMPARACIONES ESTRATIgRáFICAS ENTRE PIRCO y JISkAIRUMOkO


Las trincheras de prueba en Pirco y las extensas exposiciones horizontales en
Jiskai- rumoko demuestran que comparado con Pirco, Jiskairumoko exhibe una
considera- ble mayor complejidad estratigráfica. En Jiskairumoko, los rasgos son
más numero- sos y bien definidos que los encontrados en Pirco. Los rasgos en
Pirco tienen alguna similitud a los encontrados en los niveles más profundos de
Jiskairumoko. Pero en
103 / N a t H a N c r a i g

Jiskairumoko esos rasgos estuvieron considerablemente más definidos que cualquie-


ra encontrado en Pirco.
La tierra transportada por el viento que se acumuló alrededor de las estructuras
creadas antrópicamente es el probable mayor agente de deposición sobre las
peque- ñas elevaciones donde estos sitios están localizados. La mayoría de las
puntas de pro- yectil, temporalmente diagnósticas, encontradas en Pirco son más
tempranas que las de Jiskairumoko. La comparación de las paredes de los perfiles
muestra que en Pirco la profundidad máxima del depósito fue alrededor de 30 cm
mientras que Jiskairu- moko se alcanzó una profundidad de 51 cm. Esas diferencias
sugieren que Jiskairu- moko fue ocupado por un mayor tiempo que Pirco;
Jiskairumoko fue revisitado más regularmente que Pirco; más gente vivió en
Jiskairumoko que en Pirco.

ENTERRAMIENTOS
Los enterramientos fueron encontrados tanto en Pirco (n = 1) como en
Jiskairumoko (n = 5). Todos esos entierros estuvieron asociados con algún tipo de
residencia. De esta forma, en la cuenca del río Ilave, para el Arcaico Tardío, el
patrón de enterramiento de individuos cerca a la arquitectura residencial estaba
establecido. En Jiskairumoko, esta práctica cultural persistió hasta al menos el
Formativo Temprano. Ningún ente- rramiento estuvo asociado con las estructuras
del Formativo Temprano.
En algunas sociedades, la muerte de un ocupante resulta en el abandono de esa
estructura (e.g. Burgge 1978: 313; Hrdličha 1975: 21; Malinowski 1966 [1922]: 36;
McCo-
lluch 1952: 26; Pennington 1963: 227; Yellen 1977: 78). Sin embargo, en
Jiskairumoko, durante el Arcaico Tardío y Terminal, esto está lejos de ser el caso.
Los Entierros 1 al
3 fueron localizados afuera de la Casa Semisubterránea 2 (Figura 15). Los
fechados ra- diocarbónicos de los entierros abarcan de ca. 2900 a 1600 cal. a.C., y
los fechados de la
Casa Semisubterránea 2 también abarcan de ca. 2300 a 1700 cal. a.C. De este
modo, hay al menos un largo período de 600 años de solapamiento entre los
fechados de los En- tierros 1 al 3 y la Casa Semisubterránea 2. Este solapamiento
temporal entre entierros y arquitectura residencial indica que la muerte de un
ocupante no llevó al abandono a largo plazo de una vivienda. Por el contrario,
varios individuos fueron enterrados afuera de la estructura durante su tiempo de
ocupación. Así, el uso de la estructura y el entierro de individuos afuera de la
estructura continuaron asociados. Aunque los pozos intrusivos son comunes en
Jiskairumoko, no hay pozos de ocupaciones poste- riores que intruyan dentro de
las tumbas afuera de la Casa Semisubterránea 2. Los entierros no fueron
disturbados. Todo esto es más impactante porque los entierros
están localizados entre la Casa Semisubterránea 2 y un área de actividad
exterior de procesamiento de plantas que incluye instrumentos líticos de
molienda, semillas de Chenopodium y manchas de restos orgánicos (Figura 15). Los
entierros estuvieron más claramente localizados dentro de un área de actividad
que debe haber sido usada de una manera regular por los ocupantes de la Casa
Semisubterránea 2. El enterramiento de individuos en asociación con la
arquitectura residencial y los espacios de trabajo fueron parte del esquema
materializado objetivamente que contribuyó al estableci- miento y reproducción
104 / t r a N s i c i o N e s del arcaico tardío al F o r M a t i v o t e M P r a N o ...

89-90; Lawrence y Low 1990: 454; Miller 1987: 85; Vellinga 2007: 762). De este modo,
las actividades de los vivos estuvieron inmersas y entrelazadas con los lugares de
descanso de los muertos, prácticas de procesamientos de semillas fueron realizadas
en compañía de los ancestros, y el espacio fue un “teatro de memorias” (Fox 1993:
23; Vellinga 2007: 758) que abarcó unas veinticinco generaciones de ocupación.
El sexo no pudo ser determinado para el entierro de Pirco. En Jiskairumoko, el
sexo pudo ser determinado solamente para dos de los cinco entierros (Entierros 1 y
3). El Entierro 2 es un adulto y un niño; sospecho que el adulto es probablemente
una mujer. Todos los entierros de Jiskairumoko estuvieron asociados con
instrumentos lí- ticos de moler y alguna forma de piedra tallada (Tabla 5). En
Jiskairumoko, el Entierro 4 es el único que está asociado con puntas de proyectil,
ambas del tipo 4F, y fueron realmente recuperadas afuera de la tumba. Así, la
asociación entre el Entierro 4 y las puntas de proyectil no es una muy cercana.
Aunque esto no puede ser confirmado en este momento, sospecho que la mayoría,
si no todos, de los individuos adultos ente- rrados en Jiskairumoko son mujeres.
Interpreto la presencia consistente de instrumentos líticos para moler en las
tum- bas como un reflejo de la valoración de las actividades de molienda,
probablemente el procesamiento de plantas. Veo esta valoración como parte del
proceso de un énfasis creciente en el procesamiento de plantas que estaba
tomando lugar en el Arcaico Terminal. En Jiskairumoko, la piedra tallada estaba
presente en las cinco tumbas, y los útiles estuvieron presentes en o asociados con
cuatro de esos enterramientos. En tres de los casos, los instrumentos fueron
raspadores. Sin embargo, instrumen- tos cortantes y puntas de proyectil también
estuvieron presentes. Tres de los cinco enterramientos incluyeron una efigie de
camélido o huesos de camélido como parte de la tumba, y sospecho que es una
valoración del pastoreo de animales. El enterra- miento de “instrumentos de
intercambio”, productos económicos, o símbolos de esos productos en las tumbas
de individuos fallecidos celebra, conmemora y recuerda la contribución de esos
individuos. La celebración de las contribuciones pasadas de los individuos muertos
revaloriza los mismos tipos de contribuciones potenciales entre los vivos. De esta
manera, el depósito de estos “instrumentos de intercambio” con- memorativos,
como parte de la performance de los rituales de enterramiento sirve para reforzar
y reproducir un conjunto de valores para los vivos. En el caso de la Casa
Semisubterránea 2 (Figura 15), esta relación es nuevamente reforzada por el hecho
de que las actividades de procesamiento de plantas estuvieron literalmente
llevándose a cabo encima de las tumbas de los individuos fallecidos quienes fueron
enterrados con equipamiento para la molienda.

Solamente uno de los seis entierros discutidos carece de alguna forma de bienes
funerarios, y este entierro procede de Pirco. Sugiero que Pirco probablemente data
de la primera mitad del Arcaico Tardío. Aunque todos los entierros de Jiskairumoko
estuvieron acompañados de algún tipo de bien funerario, los Entierros 1 y 2 fueron
los únicos asociados con alhajas. En cada uno de los casos las alhajas consistían en
cuentas usadas alrededor del cuello. El Entierro 1, una mujer vieja, está asociado
con cuentas de turquesas mientras que el Entierro 2 está asociado con nueve
cuentas de oro y varias de turquesa. No hay fuentes conocidas de esos materiales
que sean veci-
105 / N a t H a N c r a i g

nas a Jiskairumoko. De este modo, es probable que los materiales para las cuentas
fue- ron transportados desde distancias bastante largas, y la naturaleza no local de
esos materiales posiblemente aumentó su valor social (Malinowski 1966 [1922];
Sahlins 1981 [1972]). Los Entierros 3, 4 y 5 de Jiskairumoko muestran que otros
individuos no fueron enterrados con items de lujo equivalentes, aunque bienes
funerarios de algu- na clase fueron depositados durante el proceso de
enterramiento. Así, en la cuenca del río Ilave, hacia el fin del Arcaico Tardío, un
patrón de entierro de individuos con bienes funerarios estaba establecido. Este
patrón se mantuvo hasta, al menos, el For- mativo Temprano. El Entierro 1 indica
que el proceso de diferenciación social, mate- rializado en la forma de artículos
brillantes de lujo no locales, comenzó durante el fin del Arcaico Tardío. El Entierro
2 sugiere una intensificación de este proceso durante el Arcaico Terminal.
Entierro

Instrumentos
Bienes funerarios Piedra tallada Ocre Huesos de
líticos de
especiales camélido
molienda

Instrumentos
1 Efigie de camélido, Oeste del cortantes, Ausente Presente como
cuentas de turquesa cuerpo bifaces, y efigie
raspadores

2 Cuentas de oro y Encima de la Raspador Ausente Ausente


turquesa cabeza

3 Encima del Bifaz y Presente Presente


torso raspador
Bifaz y puntas
4 Múltiples Presente Presente
de proyectil
fragmentos
cerca
Dos manos
5 Desechos de Presente Ausente
afuera del pozo
talla
de entierro
Tabla 5. Objetos asociados con los entierros encontrados en Jiskairumoko.

OBSIdIANA
Dos análisis replicados de fluorescencia de rayos X fueron realizados en 68 instru-
mentos de piedra tallada recuperados de las excavaciones en Jiskairumoko. Un pri-
mer estudio fue realizado por Steven M. Shackley en el Laboratorio de XRF de
Berke- ley (Shackley et al. 2004). Una segunda fue realizada por Robert Speakman y
Rachel Popelka-Filcoff usando un XRF portatil en Puno, Perú (Speakman et al.
2005). Una comparación de los resultados muestra que los dos instrumentos
proporcionan re- sultados analíticamente comparables (Craig et al. 2007).

El análisis de XRF reveló que el 97% (66 de los 68) de los instrumentos de
obsidiana muestreados, lo cual representa el 96% de la coleccion completa de
instrumentos bifa- ciales de obsidiana, correspondieron con concentraciones de
elementos de Chivay, de
106 / t r a N s i c i o N e s del arcaico tardío al F o r M a t i v o t e M P r a N o ...

las muestras proporcionadas por Nicholas Tripcevich. Las restantes dos muestras, que
constituyen el 3% de la coleccion completa, se correspondieron con concentraciones
elementales de la fuente de Alca. De esta forma, el análisis XRF demuestra que
ninguna de las obsidianas recuperadas de Jiskairumoko fue obtenida de fuentes
locales.
El intercambio entre sociedades simples, a menudo, supone el intercambio de
bie- nes útiles aunque no esenciales (Webb 1974). Una comparación de la colección
de obsidiana con instrumentos hechos de otras materias primas indica que la
demanda de obsidiana no fue totalmente pragmática. Al contrario, parece que la
obsidiana fue utilizada para tipos específicos de instrumentos que exhiben un tipo
de embelleci- miento que es raramente visto en instrumentos similares hechos de
otros materiales. La discusión que sigue ilustra esta cuestión (Craig 2005: Sección
12.2).
Hay un total de 875 instrumentos de piedra tallada bien formatizados que fueron
recuperados de las excavaciones en Jiskairumoko. Todos estos caen en una de las
cin- co categorías amplias de instrumentos: bifaz, cuchillo, punta de proyectil,
raspador, y escofina. Una comparación chi-cuadrado de la colección de acuerdo a
los instrumen- tos hechos de obsidiana vs. instrumentos que no están hechos de
obsidiana revela la presencia de diferencias significativas 2 (4,n=875) = 45.5 p <
0.001.

Ochenta y un instrumentos fueron hechos de obsidiana y 66% (n=54) de estos


son puntas de proyectil mientras que 20% (n=16) son bifaces. Hay 794 instrumentos
de piedra tallada hechos de otros materiales aparte de la obsidiana, y el 30%
(n=239) fueron formadas en puntas de proyectil mientras que el 42% (n=335)
fueron hechas en bifaces. Comparada con otros materiales, la obsidiana es dos
veces más a menudo transformada en punta de proyectil. Si los bifaces y puntas
son agrupadas (lo cual permitiría la inclusión de puntas sin acabar o rotas)
entonces la obsidiana es todavía 14% más propensa a convertirse en una de esas
dos formas de instrumento que las materias primas que no son obsidiana.
Con la adopción del agropastoreo, a medida que la gente se basó menos en la caza
y más en el pastoreo, las puntas de proyectil probablemente declinaron en
importancia económica. Desde esta perspectiva de Jiskairumoko, parece que en el río
Ilave, durante la transición al agropastoreo, la obsidiana no local fue mayormente
usada para hacer puntas de proyectil. Esto es muy significativo porque con un
énfasis creciente en ga- nadería, las puntas de proyectil, las cuales mayormente son
usadas para caza, deberían haber sido una forma de instrumento de importancia
económica en descenso. En el río Ilave, la obsidiana no es un material local, y su
obtención es una señal costosa no fal- seable (Gintis et al. 2001; Hildebrandt y
McGuire 2002; Sosis 2000a, 2000b; Zahavi 1975; Zahavi y Zahavi 1997). La obsidiana es
negra y brillante lo cual la hace un objeto de ex- posición llamativa con alta difusion
de eficacia. En un mundo social, el menor esfuerzo o la minimización del riesgo no
lo es todo, la reputación cuenta (Bliege Bird et al. 2001; Smith y Bliege Bird 2000;
Smith et al. 2003; Wilson 1998). Al menos en el río Ilave, el rol de las puntas de
proyectil pudo haber sido cambiado de uno económico a uno social que implicó
mostrar la obsidiana como un elemento simbólico central. La comparación del
tratamiento del borde aserrado o denticulado de las puntas de proyectil de obsidiana
versus las que no son de obsidiana corrobora esta interpretación.
107 / N a t H a N c r a i g

Hay un total de 293 puntas de proyectil recuperadas de las excavaciones en


Jiskai- rumoko. De esas, 21% (n=62) tienen tratamiento del borde aserrado o
denticulado. El 18% (n=54) de las 293 puntas de proyectil están hechas de
obsidiana. El 82% (n=239) de las 293 puntas de proyectil están hechas de algún otro
material. El 50% (27 de 54) de las puntas de proyectil de obsidiana son aserradas o
denticuladas mientras que sólo el 15% (35 de 239) de las puntas de proyectil que no
son de obsidiana son aserradas o denticuladas. Si uno considera todas las puntas
juntas, el 44% (n=27) de las puntas de proyectil con el borde modificado están
hechas de obsidiana mientras que el 56% (n=35) de estas están hechas de materiales
que no son obsidiana. Considerando que el 82% (n=239) de las puntas están hechas
de materiales que no son obsidiana, la di- ferencia es impresionante. Una prueba
de chi-cuadrado muestra que las puntas de borde modificado son muy
significativamente hechas más a menudo de obsidiana 2 (1, n=239) = 33.1 p < 0.001.

¿Podría ser que las modificaciones de borde aserradas o denticuladas son más
fáciles de hacer con obsidiana y esto explica la significativa diferencia en el
tratamiento en el borde? En Jiskairumoko, escofinas para plantas tienen
denticulaciones o aserramien- tos. Cuarenta y seis escofinas para plantas fueron
recuperadas de Jiskairumoko, y sola- mente uno de estos fue hecho de obsidiana. De
este modo, solo la tendencia opuesta es vista con las escofinas para plantas. Esto
demuestra que las finas denticulaciones o ase- rramientos pueden y fueron hechas
con materias primas disponibles localmente. Esta observación fortalece la afirmación
que las características de fractura de las materias primas líticas no fueron el factor
condicionante primario en la decisión para hacer pun- tas de proyectil aserradas o
denticuladas. Ciertamente la obsidiana es quebradiza y esto la hace más fácil de
trabajar en aserrados o denticulaciones. Sin embargo, lo quebradizo de la obsidiana
también hace que esta se quiebre fácilmente cuando es usada en un mo- vimiento de
raspado, y esto es probablemente por lo que solamente una única escofina de
obsidiana fue recuperada de Jiskairumoko. Las puntas de proyectil funcionan de tal
manera que es menos estresante para el borde del instrumento, y esto hace menos
pro- bable que las denticulaciones o aserrados se rompan durante el uso. Además,
puesto que hay numerosas puntas de proyectil del sitio que no exhiben
aserramientos o den- ticulaciones, esos bordes embellecidos no serían
“funcionalmente” necesarios en una punta de proyectil. Otros factores más, que la
simple mecánica de la fractura están con- dicionando el tratamiento trabajoso de las
puntas de proyectil de obsidiana. Creo que esos factores son sociales y que están
relacionados con la visualizacion que implicaba la objetificación (Miller 1987; Vellinga
2007: 756) de relaciones sociales que estuvieron conectadas al intercambio de larga
distancia.

Si los residentes de Jiskairumoko estuvieron usando obsidiana para propósitos


de despliegue simbólico, sería útil intentar una determinación en cuanto a si esas
activi- dades estuvieron limitadas a un solo sexo o si ellas estuvieron asociadas con
hombres y mujeres. La mayoría de los artefactos bifaciales de obsidiana son puntas
de proyec- til, y aunque ciertamente no puede ser establecido definitivamente, esta
clase de ins- trumento esta probablemente asociada con actividades masculinas.
Dos instrumentos de obsidiana fueron recuperadas en asociación directa con el
Entierro 1 del Arcaico Tardío el cual fue una mujer vieja que también fue
encontrada con varias cuentas
108 / t r a N s i c i o N e s del arcaico tardío al F o r M a t i v o t e M P r a N o .. .

de piedra y efigies de camélido. Bifaces, cuchillos, escofinas y raspadores fácilmente


podrían haber estado relacionados con actividades femeninas. La obsidiana fue
usada para hacer ese tipo de instrumentos, simplemente no en grandes
proporciones. Así, la demanda de obsidiana parece haber estado relacionada tanto
a los deseos de hombres y mujeres por estos productos básicos. Sin embargo en
Jiskairumoko, el gran uso de obsidiana para hacer puntas de proyectil sugiere que
los hombres fueron probable- mente los principales consumidores de piedra no
local.

OCRE
En Jiskairumoko, desde finales del Arcaico Tardío hasta el Formativo Temprano,
creo que el ocre fue usado como un pigmento para fines simbólicos. Para este caso,
las posibles interpretaciones del uso de ocre para propósitos no simbólicos
puramente prácticos deben ser minimizadas o eliminadas. Conservación de cuero,
masilla para enmangamiento de una herramienta, sellador, o medicina son los usos
más comunes prácticos no simbólicos del ocre. De esta manera fue necesario
determinar si los con- textos de ocre en Jiskairumoko representan alguno de esos
usos.
El ocre no fue encontrado en alguno de los artefactos de piedra tallada o en
algún otro contexto que sugeriría que este sirvió como una masilla para
enmangamiento. Las excavaciones no encontraron artefactos que sugerirían que el
ocre fuera usado como un sellador. El ocre fue encontrado sobre algunos
fragmentos de piedras para moler, y esto podría quizás implicar su uso en la
conservación de cuero. Todos los fragmentos de instrumentos líticos de molienda
cubiertos de ocre fueron encontra- dos en asociación con “paletas” cubiertas de
ocre o en asociación con un entierro. Esas asociaciones no apoyan una
interpretación de conservación de cuero. No hay asociación convincente o
evidencia positiva que apoye una interpretación de conser- vación de cuero. Por
otra parte, reportes publicados sobre experimentos de campo, “fracasaron en
demostrar que el ocre tenía algún efecto conservativo” sobre cueros (Watts 2002:
3), y varios taxidermistas dudan de la eficacia del ocre para la conserva- ción del
cuero. Datos etnográficos de los cazadores Khoisan del sur de África indican que la
“participación del ocre en el trabajo del cuero es casí invariablemente en la etapa
final como una inclusión decorativa” (Watts 2002: 3).

En Jiskairumoko, el ocre está presente en tres de los cinco entierros: polvo de


ocre molido en la base del Entierro 3, piedras pulidas manchadas de ocre asociadas
con el Entierro 4, y polvo de ocre molido en la base del Entierro 5. El Entierro 3 es
una mujer adulta. No se pudo determinar la edad ni el sexo de los Entierros 4 y 5,
pero ambos probablemente representen adultos. Durante el Arcaico Terminal, el
ocre está asociado con el entierro de mujeres y también está asociado con el
enterramiento de adultos.

En Jiskairumoko, la colección está al costado de la cocina de la Casa Semisubte-


rránea 1 lo que demuestra que el ocre fue sometido a tratamiento térmico (Figura
13) (Craig et al. 2006). Esto fue probablemente hecho para intensificar el color
del mineral para su uso como pigmento. La recuperación de piedras para moler y
“pale- tas” cubiertas de ocre indica que el mineral fue molido en polvo y aplicado a
otras su-
109 / N a t H a N c r a i g

perficies. Esas observaciones, además, refuerzan la afirmación que el ocre fue usado
como un pigmento. El ocre fue encontrado en un gran lente entre las dos
estructuras rectangulares del Formativo Temprano (Figuras 29 y 31-32). Dentro de
este contexto, este fue encontrado pintado sobre huesos de animales sin quemar.
Esos huesos pinta- dos podrían haber sido aplicadores de pigmento o productos
acabados.
En Jiskairumoko, teniendo en cuenta el conjunto de contextos en los cuales el
ocre fue encontrado parece difícil negar que el mineral fuera usado en contextos
simbó- licos e incluso rituales. Aunque es difícil concluir si el ocre fue usado de una
manera repetitiva suficiente para constituir un ritual en un sentido estricto, todavía
podemos sugerir que los habitantes de Jiskairumoko claramente ofrecian pigmento
de ocre con importancia simbólica.
Puede ser imposible deducir el significado del ocre en esos contextos, pero este
seguramente pertenece al color rojo del pigmento. La mayoría de mamíferos tienen
solamente dos conos cromáticos en sus ojos. Los humanos y otros grandes monos
son un subconjunto único de primates que tienen visión a color tricromática con
conos especiales que son sensibles a la máxima longitud de onda de luz roja
(Dominy y Lucas 2000; Mollon 1989; Rowe 2002; Sumner y Mollon 2000a, 2000b).
El ritual forma la naturaleza de los sistemas de símbolos (Hovers et al. 2003), este
está incrustado en la vida cotidiana (Barham 2003), y los objetos prácticos pueden
tener importantes significados simbólicos (Sagona 2003) lo cual se relaciona a “la
hu- mildad de las cosas” (Miller 1987: 85). La acción simbólica es, a menudo,
expresada a través del uso de color y decoración. En el sur de África, desde la Edad
de Piedra II hasta el pueblo Khoisan actual, el uso del ocre es importante en la
estructuración sim- bólica de la división sexual del trabajo (Watts 2002). La
reproducción femenina es un aspecto extremadamente importante de cambio
social porque las mujeres son el sexo que limita la reproducción. De este modo,
cuando el ocre está asociado con mujeres está frecuentemente relacionado con la
sangre de la menstruación, la sangre de la madre, la renovación, la fertilidad, y la
periodicidad lunar (Knight et al. 1995; Wresch- ner 1980). Incluso, en casos donde el
uso de ocre está relacionado con la caza mágica, lo que uno esperaría que fuese una
actividad predominantemente masculina, todavía existen vínculos ideológicos
explícitos que remiten hacia las mujeres, la sangre, y la fertilidad. Sospecho que
una constelación simbólica similar rodeaba la colocación de ocre en las tumbas en
Jiskairumoko.

El rojo, junto con el negro y el blanco, juega un rol prominente en todos los
esque- mas humanos de clasificación de color. La etnografía comparativa muestra
que, cuan- do el pigmento rojo es empleado como un símbolo, uno puede esperar
también el uso de los colores negro y blanco (Berlin y Kay 1969; Rosch 1973). En
Jiskairumoko, pig- mentos blancos no fueron encontrados pero es digno de notar
que los pisos amarillo claro son un elemento en varias de las configuraciones
rituales que involucraban roca y tierra. El carbón podría haber sido utilizado
fácilmente como un pigmento, aunque este no fue encontrado sobre “paletas” u
otros contextos que sugieran que este fue usado como pintura. Incluso, la
importancia simbólica de la obsidiana, una piedra negra para hacer instrumentos
particularmente brillantes, es difícil de ignorar.
110 / t r a N s i c i o N e s del arcaico tardío al F o r M a t i v o t e M P r a N o ...

Los objetos brillantes en general, pueden tener una importancia simbólica. Las
cuentas de turquesa del Entierro 1 (Figura 16), las nueve cuentas de oro y once de
tur- quesa del Entierro 2 (Figura 19), el disco de oro encontrado en el borde de la
Estructura Rectangular 2 (Figura 33), y la aleación de oro y cobre encontrado encima
de la Estruc- tura Semisubterránea 1 (Figura 27) son todos artefactos brillantes y
coloridos. En cada uno de esos casos, los artefactos posiblemente representan la
adquisición de artículos simbólicamente importantes obtenidos de intercambio de
larga distancia. Los objetos habrían servido como recordatorios materializados de
relaciones sociales.

ESTRUCTURAS
La excavación y la prospección geofísica revelan que desde el fin del Arcaico
Tardío hasta el Formativo Temprano, las estructuras residenciales no son
altamente acu- mulativas en el sentido de grandes asentamientos. Sin embargo,
cuando considera- mos este resultado, es importante mantener en mente que los
sitios arcaicos en las cuencas de Ilave y Huenque están casi siempre localizados en
la cima de pequeñas elevaciones. Creo que en esta región, el tamaño de la
elevación probablemente pone límites sobre el número de estructuras que están
presentes en un sitio arcaico dado.

Aunque la organización de las casas semisubterráneas de Jiskairumoko se ajusta


al modelo de asentamiento en forma de anillo de Yellen (1977) (Figura 8), creo que
la totalidad de los residentes arcaicos del río Ilave exhibieron un patrón de asenta-
miento que se asemeja más cercanamente al de los Alyawara (O’Connell 1987). Los
Alyawara viven en grandes, aunque muy dispersas comunidades, que están hechas
de pequeños grupos de asentamientos que están estructuradas alrededor de
familias extendidas las cuales, a menudo, residen en estructuras múltiples. Por otra
parte, aún en grandes sitios de reuniones estacionales, los !Kung, tienden a residir
en con- gregaciones continuas de estructuras que están todas localizadas en
proximidad re- lativamente cercana. Lo que sea que causó que los residentes
arcaicos del río Ilave se asentaran sobre las cimas de elevaciones, el hecho que lo
hicieran de esta manera me lleva a creer que el terreno influenció fuertemente el
plano de la comunidad de tal manera que las congregaciones co-residentes
estuvieron limitadas por el tamaño de las pequeñas elevaciones. Sin embargo, creo
que los sitios arcaicos vecinos en el río Ilave fueron probablemente ocupados
contemporáneamente a Jiskairumoko y, estos posiblemente, representan parte de
un mismo asentamiento general— muy similar a la manera en que los Alyawara
modernos lo hacen.
Aunque en Jiskairumoko hay relativamente pocas estructuras presentes, las es-
tructuras están estrechamente espaciadas. Dadas las relaciones con respecto a
niveles de parentesco genetico y del compartir que han sido producidos por los
etnoarqueó- logos (Garget y Hayden 1991; Gould y Yellen 1987; O’Connell 1987), en
Jiskairumoko la cercanía de las estructuras en general sugiere altos niveles de
parentesco y de com- partir. El espaciamiento entre estructuras es más alto para
las casas semisubterráneas de la Fase 1 del Arcaico Terminal. La Estructura
Semisubterránea 1 de la Fase 2 del Arcaico Terminal está localizada más lejos de lo
que cualquiera de las casas semisub- terráneas está entre sí. El emplazamiento de
la Estructura Semisubterránea 1 sugiere
111 / N a t H a N c r a i g

que los niveles de parentesco y de compartir decayeron levemente durante la Fase


2 del Arcaico Terminal. Las dos estructuras del Formativo Temprano están
espaciadas aproximadamente equivalentes como las casas semisubterráneas. Sin
embargo, sería útil una muestra más grande para intentar plantear patrones de
parentesco y de com- partir, basados en distancias interestructurales del Formativo
Temprano.

Conocer el tamaño de los grupos co-residenciales nos ayuda a comprender algu-


nos aspectos muy básicos de la sociedad y las relaciones sociales que podrían haber
existido durante el Arcaico Tardío–Formativo Temprano. Cualquier intento de esti-
mar la población residente basada en el área del piso de la estructura está en
función de: 1) cómo es estimada el área del piso; y 2) cuál línea de regresión
derivada de la etnografía uno escoge aplicar. Ya he mostrado los estimados de las
plantas de las estructuras, y voy a poner en práctica todas las estimaciones de la
población a partir del área del piso que me son conocidos (Casselberry 1974;
Casteel 1979; Cook y Heizer 1965, 1968; De Roche 1983; Delfino 2001; LeBlanc 1971;
Naroll 1962; Nordbeck 1971;
Wiessner 1974).
En Jiskairumoko, con la excepción de los estimados de Cook y Heizer (1965,
1968), intuitivamente sospecho que la mayoría de las áreas métricas de piso y
población calculan el número de ocupantes de la vivienda en menos de lo que
corresponde (Tabla 6). Por ejemplo, no consideré la estimación de población de
Delfino (2001:
125) de que se requiere 29,54 m2 de habitación por persona, ya que esta medida
podría predecir que ninguna de las estructuras estuvo ocupada. Dada la gran can-
tidad de basura y los cinco entierros presentes en el sitio, encuentro los resultados
del estimado de Delfino (2001: 125) extremadamente improbables. La altitud del
altiplano resulta en climas fríos, la eficiencia termica podría ser una razón para
que los individuos estuvieran construyendo casas semisubterráneas, y todas estas
tienen fogones internos. En climas fríos, se esperaría que la gente realice más
acti- vidades en el interior de las estructuras (Binford 1983). De este modo,
sospecho que las estructuras habrían estado algo densamente ocupado. Dadas las
restricciones de la eficiencia térmica y los combustibles disponibles para
mantener encendido el fogón de la estructura, encuentro improbable que
cualquiera de las estructuras fuera ocupada por un solo individuo. Así, para
Jiskairumoko, los estimados de Cook y Heizer (1965, 1968) aparecen como los
valores más probables para el número de individuos que residieron en cada una
de las viviendas.
Sí toda la aldea de la Fase 1 del Arcaico Terminal, incluyendo la ocupación
continua de la Casa Semisubterránea 1 del Arcaico Tardío, fue ocupada
contemporáneamente, entonces basándonos en la estructura que excavamos,
hasta 19 individuos podrían haber estado viviendo en el sitio. La prospección de
GPR sugiere la presencia de otras dos estructuras que son de tamaño comparable a
las casas semisubterráneas de la Fase 1 del Arcaico Terminal, y si esas dos
estructuras son incluidas en el estimado de la población, entonces, quizá hasta 25
individuos habrían estado viviendo en el sitio.

Las comunidades que están compuestas por menos de 200 individuos no son re-
productivamente autosuficientes. Bajo esas condiciones la exogamia es ubícua inter-
cultural y reproductivamente importante; a los grupos pequeños les correspondería
112 / t r a N s i c i o N e s del arcaico tard ío al F o r M a t i v o t e M P r a N o ...

una tendencia más fuerte hacia la exogamia (Kloos 1963: 861; Murdock 1949: 47). De
esta manera, los habitantes del Arcaico Tardío-Formativo Temprano de Jiskairumoko
deben haber sido exógamos. Esto podría haber implicado el matrimonio con indivi-
duos de asentamientos localizados en otras pequeñas elevaciones que están ubicadas
cercanamente. Sin embargo, para mantener la estabilidad reproductiva debería haber
existido una red de, al menos, ocho sitios del tamaño de Jiskairumoko. Los resultados
de la prospección indican que en el río Ilave, Jiskairumoko es el sitio Arcaico
Terminal más grande (Aldenderfer y De la Vega 1996). De este modo, sospecho que
intercambios ma- trimoniales estuvieron tomando lugar con comunidades
localizadas en otras cuencas.
Al principio de este capítulo, un número de otras inferencias socioeconómicas
que están basadas en el área y forma de la estructura fueron presentadas. Aquí,
pro- porciono los resultados de (Tabla 6): asentamientos y correlatos económicos
que son derivados del plano de planta de la estructura (Robbins 1966);
estimaciones de la es- tructura familiar y las prácticas de matrimonios que están
basados en el área y forma de la estructura (Whiting y Ayers 1968); y los estimados
de prácticas de residencia post-maritales que están basados en el área de la
estructura (Divale 1974, 1977; Ember 1973; Peregrine 2001). Basados en su forma
circular (Robbins 1966), es probable que las Casas Semisubterráneas 1 a la 3 y la
Estructura Semisubterránea 1 fueran relativa- mente móviles, practicaran poca
agricultura, y tuvieran una comunidad de pequeño tamaño y fueran
probablemente polígamos (Whiting y Ayers 1968). Basándose en su forma, las
Estructuras Rectangulares 1 y 2 podrían haber sido hogares para familias
monógamas (Whiting y Ayers 1968). En Jiskairumoko, el tamaño de la estructura in-
dica que la residencia post-marital matrilocal ciertamente casi nunca fue
practicada; la residencia post-marital fue probablemente bi-local o patrilocal
(Divale 1977; Ember y Ember 1971). Ninguna de las estructuras son suficientemente
grandes para haber albergado familias extendidas (Whiting y Ayers 1968).
Las comparaciones interculturales basadas en el Atlas Etnográfico revelan tres as-
pectos consistentes de la ocupación de la Casa Semisubterránea (Gilman 1987): 1) hay
un clima no tropical durante la estación de habitación de la estructura de pozo; 2)
como mínimo hay un patrón de asentamiento bi-estacional; 3) hay una dependencia
de almacenar alimentos durante el período de ocupación de la estructura de pozo.
Esas condiciones pueden estar relacionadas a otros factores de la sociedad, aunque
estos aparecen presentes en todos los casos de la ocupación de la estructura de
pozo que están documentados en el Atlas Etnográfico. Asumo que todos ellos son
válidos para la ocupación de las Casas Semisubterráneas 1, 2 y 3. Otras semejanzas en
la naturaleza de las ocupaciones de la Casa Semisubterránea estuvieron presentes,
pero no son uni- versales a través de todos los ejemplos etnográficos de la residencia
en casa semisubte- rránea: estación fría de la ocupación, estimados de baja población,
y sistemas político económicos simples. Esas expectativas son consistentes con otros
indicadores descritos arriba, y sospecho que esos tres aspectos de la ocupación de la
casa semisubterránea caracterizan con precisión el uso de las Casas
Semisubterráneas 1 a la 3.
La presencia de animales inmaduros, semillas de Chenopodium, y rasgos de hor-
nos de pozo para las partes del procesamiento de almacenamiento de alimentos
con almidón me lleva a especular que desde el fin del Arcaico Tardío hasta el
Formativo
113 / N a t H a N c r a i g

Temprano, Jiskairumoko fue ocupado al menos parte del tiempo durante la estación
húmeda y la dependencia a recursos almacenados, probablemente, extendió el
asen- tamiento hasta la estación seca que, en los Andes, es generalmente más fría.
Durante el Arcaico Tardío-Terminal, una vez que el pastoreo fue desarrollado o
introducido en la región, esto podría haber involucrado el movimiento de animales
a elevaciones más altas durante la estación seca fría.
La ubicación de los sitios en la cima de pequeños montículos sugiere que la ocu-
pación podría haber involucrado la habitación de la región durante al menos una
porción de la estación húmeda. Varios agropastores aymaras locales se refirieron a
esas cimas elevadas como un aspecto deseable para el drenaje durante la temporada
de lluvias. Durante las excavaciones en Jiskairumoko, después de las lluvias, las
casas semisubterráneas se llenarían de agua. Obviamente, sí estaba cubierta por
una super- estructura menos agua entraría en las estructuras. Sin embargo, la
mitigación de las inundaciones aparece como una razón posible del porqué los
sitios son consistente- mente encontrados sobre esas cimas elevadas.
W < 25

W > 25
CH < 6

CH > 6

BEE

SE

ST
Estructura

SgT
A

M
Casa Semisubterránea 1
Interior
13,2 1 7 1 2 1 2
Casa Semisubterránea Poli
2 Exterior
18,69 1 9 2 3 2 3 Movil,
Alta No
pequeña
Casa Semisubterránea 2 8,47 1 4 1 1 1 1 agr. EF
Casa Semisubterránea 3 5,21 1 3 1 1 1 1 comunidad
circular Patri
pequeña
o Bi Poli
Estructura 15,18 1 8 2 3 1 3 Baja Near
Semisubterránea 1 Local EF

Estructura
Mon
9,85 1 5 1 2 1 2 Baja No
Rectangular 1 movilidad, EF
comunidad Med
Estructura grande, agr. Mono
22,96 2 11 2 4 2 4 No
Rectangular 2 intensiva
EF
Tabla 6. Sumario métrico de las Estructuras, el estimado de la población está redondeada a
la cantidad más cercana de personas. A= área m2; EF = Familia extendida; N = Estimado de
población de Naroll (1962); CH = Estimado de población de Cook y Heizer (1965, 1968)
<6 = menos de seis individuos por estructura mientras que >6 = más de seis individuos
por
estructura; W = población estimada de Wiessner (1974) >25 = más de veinticinco residentes
por asentamiento mientras que <25 = menos de veinticinco residentes por asentamiento;
BBE = estimado de población de Brown (1987) y Ember y Ember (1995); SE = asentamiento y
correlato económico derivado de Robbins (1966); SGT = patrones del Compartir (Brooks et
al. 1984; Gould y Yellen 1987; Kaplan et al. 1984; O’Connell et al. 1991), Dis. Genética (Garget y
Hayden 1991; Gould y Yellen 1987), y amenazas externas (Binford 1991; Gould y Yellen 1987,
1991); M = patrón correlacionado de matrimonios (Divale 1977; Ember y Ember 1971); ST =
correlación de estatus de Whiting y Ayers (1968), Poli = polígamos; Mono = monógamos; EF
= familia extensa esperada.
114 / t r a N s i c i o N e s del arcaico tard ío al F o r M a t i v o t e M P r a N o .. .

ALMACENAJE
En Jiskairumoko, el estimado de almacenaje externo es extremadamente esquemá-
tico puesto que la capacidad para observar esos rasgos es, en su mayor parte, una
función del muestreo y estos son difíciles de encontrar (Tabla 7). La Estructura
Semi- subterránea 1 exhibe una gran cantidad de almacenaje externo, pero este
bloque de excavación cubrió una extensión de 15x11 m. Claramente la gran
exposición alrede- dor de esta vivienda ha influenciado la cantidad de almacenaje
externo asociado con la estructura. Sin embargo, encuentro intrigante que aunque
hay una amplia exposi- ción alrededor de ella, las excavaciones no encontraron
algún depósito externo con ninguna de las estructuras rectangulares del
Formativo Temprano. Si los pozos de depósito externo estuvieron asociados con
esas viviendas, estos no estuvieron locali- zados cerca a las estructuras.
Comparado con el almacenaje externo, los estimados del almacenaje interno están
probablemente mucho menos impactados por problemas del tamaño de la muestra
(Tabla 7). Esto es porque o la estructura entera fue expuesta, o uno puede producir un
estimado razonable de qué proporción de la estructura fue expuesta y esta
proporción puede ser usada para ajustar el valor muestreado. Al comparar las Fases
1 y 2 del Arcai- co Terminal, parece que hay un leve incremento en almacenaje
interno en el tiempo. La Casa Semisubterránea 3 tenía un depósito interno de 130 L y
la Estructura Semisubte- rránea 1 tenía un depósito interno de 180 L. También hay
una reconfiguración de tener ocho hoyos internos en la Casa Semisubterránea 3
(Figura 21) a tener un solo gran pozo interno en la ocupación temprana de la
Estructura Semisubterránea 1 (Figura 25). Du- rante la última ocupación de la
Estructura Semisubterránea 1, el uso de este gran pozo interno fue abandonado
(Figura 26). Ninguna de las estructuras rectangulares del For- mativo Temprano
exhibió pozos internos de almacenaje de alguna clase (Figuras 29 y 32). Como los
parfleches (bolsas de cuero) usados por los cazadores de búfalos norteame- ricanos,
los residentes de Jiskairumoko podrían haber usado cueros para almacenaje aunque
evidencia positiva para esta tecnología no fue observada.

Para mí, la Fase 2 del Arcaico Terminal, la cual está representada por la
Estructura Semisubterránea 1, es el fulcro, o punto de apoyo, del cambio en las
prácticas de al- macenaje que tomaron lugar durante la ocupación de Jiskairumoko
(compare Figuras 25 y 26). En el inicio de la ocupación de esta estructura, el uso de
pozos de almacenaje interno muestra similitudes a la Fase 1 del Arcaico Terminal,
aunque la conversión de múltiples pozos pequeños a un solo gran pozo interno
indica el cambio de prácticas. Hacia el fin de la ocupación de la Estructura
Semisubterránea 1 el uso de un pozo de almacenaje interno fue abandonado, esto
muestra una similitud a la organización del espacio durante el Formativo
Temprano.
La relativa separación de la Estructura Semisubterránea 1 con relación a las
Casas Semisubterráneas 1 a la 3 implica niveles decrecientes del compatir, pero
aparte de un cambio en las prácticas de almacenaje no está claro lo que refleja el
paso de varios pozos pequeños de almacenamiento a una gran fosa en las
relaciones sociales. Sospe- cho que esto está relacionado a un aumento de la
dependencia de recursos almace- nados, pero queda la pregunta ¿Dónde están los
rasgos de almacenaje del Formativo
115 / N a t H a N c r a i g

Temprano? Creo que ellos simplemente no fueron encontrados por las


excavaciones, y que mayor investigación es requerida para responder esta
importante pregunta. Mi hipótesis es que en Jiskairumoko, durante el Formativo
Temprano, hubo un cambio hacia instalaciones de almacenaje exteriores más
grandes que eran llenados y usados por los residentes de varias viviendas.

Estructura Interno (I) Externo (I)

Casa Semisubterránea 1 420 80


Interior
Casa Semisubterránea 2 - 860

Casa Semisubterránea 3 130 510

Estructura 180 1400


Semisubterránea 1

Estructura Rectangular 1 - -

Estructura Rectangular 2 - -

Tabla 7. Estimados de almacenaje basados en las excavaciones en Jiskairumoko.

TRANSICIONES ARQUITECTóNICAS
En la cuenca del río Ilave, la investigación hasta la fecha revela varias transiciones
arquitectónicas. Dos de esas transiciones son mayores y dos de ellas son menores.
Las transiciones mayores implican un cambio de arquitectura efímera a casas semi-
subterráneas más duraderas, y un cambio de casas semisubterráneas a estructuras
rectangulares sobre la superficie. Las transiciones menores implican cambios en la
naturaleza de la construcción de la casa semisubterránea y la organización interna
en el tiempo.

En Pirco, el uso intensivo de GPR no reveló la presencia de grandes o fuertes ano-


malías bajo la superficie. La excavación confirmó esas expectativas. De esta manera,
basándose en los resultados de Pirco, en el río Ilave, durante las partes tempranas de
la Arcaico Tardío, la arquitectura residencial fue efímera y careció de almacenaje. La
es- tructura encontrada en la Trinchera 3 en Pirco fue probablemente una cabaña
(wikiup) de algún tipo. Esta fue probablemente construida para usarla a corto plazo
solamente, y no fue probablemente construida con la intención de una reocupación
futura. Los rasgos asociados con la estructura fueron encontrados, pero ellos no
parecen haber sido construidos para el largo plazo o para el re-uso repetido en el
tiempo. Los rasgos consistieron de unos cuantos lentes de tierra de varias clases.
Una pequeña cantidad de instrumentos líticos para moler fue encontrada en
asociación con la ocupación. Un solo pozo encontrado en asociación con la
estructura podría haber sido utilizado para almacenaje, pero este es un ejemplo
aislado. Así, el almacenaje podría haber sido prac-
116 / t r a N s i c i o N e s del arcaico tardío al F o r M a t i v o t e M P r a N o .. .

ticado pero solamente a un grado muy limitado. Parece que los residentes del
Arcaico Tardío de Pirco practicaron un patrón de asentamiento que implicó alta
movilidad residencial. Ellos parecen haber estado involucrados en prácticas
económicas que en- fatizaron la caza y un uso limitado de plantas que requirieron
procesamiento.
En Jiskairumoko, las anomalías de GPR grandes y fuertes fueron abundantes. Las
excavaciones revelaron que esas anomalías correspondieron a arquitectura
residen- cial, entierros y pozos grandes. La evidencia más temprana de
Jiskairumoko indica que hacia el fin del Arcaico Tardío los ocupantes del río Ilave
comenzaron la cons- trucción de casas semisubterráneas. Esas casas
semisubterráneas fueron claramente construidas para ser re-utilizadas, y los restos
encontrados dentro de las estructuras indican que estas fueron de hecho re-
utilizadas por cerca de un milenio. Los rasgos e instalaciones asociadas con las
casas semisubterráneas también fueron construidos para ser re-usadas. Los
fechados de las instalaciones como el Horno de Pozo 2 de- muestran re-utilización
de largo plazo. Tanto los rasgos de almacenaje interno como los externos están
asociados con todas las casas semisubterráneas. Comparado con Pirco, hay un
mayor aumento en la cantidad presente de instrumentos líticos para moler,
incluso, en las ocupaciones más tempranas de Jiskairumoko. Los residentes de
Jiskairumoko parecen haber adoptado un patrón de asentamiento que implicaba
mo- vilidad residencial significativamente reducida, el re-uso de ubicaciones
específicas en el paisaje y un mayor incremento en una dependencia al procesado
de semillas y almacenaje.

La Casa Semisubterránea 1 exhibe algunas diferencias menores de las Casas


Semi- subterráneas 2 y 3. La Casa Semisubterránea 1 es más grande, hay pozos
pequeños en el piso, y el fogón central fue delineado con un horno de barro duro.
Las Casas Semi- subterráneas 2 y 3 son más pequeñas, no hay pozos en los pisos,
numerosos hoyos pe- queños están presentes, y los rasgos del fogón central están
construidos enteramente de piedra. Las Casas Semisubterráneas 1 a la 3 fueron
encontradas arregladas en un plano congruente que producen un plano de aldea
circular que es típica de muchos asentamientos pequeños. Aunque la Casa
Semisubterránea 1 confirmó un fechado de radiocarbono temprano, la estructura
fue probablemente usada hasta bien entrado el Arcaico Terminal.
Todas las Casas Semisubterráneas 1, 2 y 3 muestran algunas diferencias menores
con respecto a la Estructura Semisubterránea 1. La Estructura Semisubterránea 1 no
está tan profundamente excavada como cualquiera de las casas semisubterráneas.
Mientras que ninguna de las casas semisubterráneas estaba delineada con piedras, la
Estructura Semisubterránea 1 si lo estuvo. Esto sugiere algunos cambios en la
naturaleza de la superestructura. Diferencias adicionales en el uso interno del
espacio entre la Estruc- tura Semisubterránea 1 y las Casas Semisubterráneas 1 a la 3
se desarrollaron durante la ocupación de la estructura. A diferencia de los múltiples
pozos internos exhibidos por todas las casas semisubterráneas, la Estructura
Semisubterránea 1 contiene un solo pozo interno el cual es finalmente abandonado
en algún momento durante la vida útil de la estructura. En vista que ninguna de las
casas semisubterráneas contuvo rocas de cocina, en algún momento durante la
ocupación de la Estructura Semisubterránea 1 el uso de rocas de cocina fue
introducida. Los tempranos ocupantes de la Estructura Semi-
117 / N a t H a N c r a i g

subterránea 1 usaron un fogón central al igual que los de la tradición de casas


semisub- terráneas más tempranas, pero para el fin de la ocupación de la Estructura
Semisubte- rránea 1 el uso de un fogón central delineado por piedras fue
abandonado. Sugiero que en Jiskairumoko, la ocupación temprana de la Estructura
Semisubterránea 1 representa la expresión final de la ocupación Arcaico Terminal
mientras que la ocupación tardía de la estructura representa los inicios del
Formativo Temprano.
Ambas estructuras rectangulares del Formativo Temprano muestran diferencias
mayores de las Casas Semisubterráneas 1 a la 3 y algunas diferencias menores de la
Estructura Semisubterránea 1. Ninguna de las Estructuras Formativas Tempranas
está excavada en la tierra. Los pisos de ambas estructuras están hechos de una
super- ficie de tierra preparada, de un tipo de tierra que no está presente en el
sitio, trans- portada desde otros lugares. Los pisos de ambas estructuras fueron
repetidamente remodelados, y las extensiones de sus plantas cambiaron con las
diferentes remode- laciones. Ninguna de las estructuras del Formativo Temprano
confirmó la evidencia de depósitos internos o fogones internos. La Estructura
Rectangular 1 está asociada con una gran roca de cocina. La Estructura Rectangular
2 está asociada con cerámica y un soporte para una olla.

dISCUSIóN
Dentro de la arqueología, la transición de las casas semisubterráneas a las
estructu- ras sobre la superficie es un tópico “clásico” que ha sido repetido en
muchas partes del mundo. Jiskairumoko demuestra que esta clásica transición
también ocurrió en la sierra de los Andes Surcentrales. El mayor cambio en
términos de la privati- zación del almacenaje predicho por el modelo de Flannery
(1972, 2002) no parece haber tomado lugar durante la transición casa
semisubterránea a pueblo. Más bien la privatización de almacenaje parece haber
ocurrido más temprano en la secuen- cia, entre Pirco y Jiskairumoko, durante
algo muy similar a una transición de la cabaña (wikiup) a la casa
semisubterránea. Es en Jiskairumoko que uno encuentra: grandes grupos co-
residentes; evidencia temprana de ocupación prolongada; un creciente énfasis en
el procesamiento de plantas; mayor dependencia del almace- naje y almacenaje
privatizado. De este modo, en términos de la comparación de las ocupaciones
residenciales de Pirco y Jiskairumoko, el modelo de Flannery (1972, 2002)
funciona bien. Ya que en Jiskairumoko no hay depósitos visibles dentro de las
estructuras rectangulares del Formativo Temprano, la transición de casas semisub-
terráneas a estructuras sobre la superficie no parece seguir cercanamente el
mode- lo de privatización del almacenaje esperado de Flannery (1972, 2002). Sin
embargo, recordemos que durante la transición del Neolítico a la edad del Bronce
en la región del Trans-Cáucaso, la trashumancia pastoril creó un vector de
divergencia del mo- delo de Flannery (1972, 2002). Para la cuenca del Titicaca,
¿un énfasis creciente en la domesticación de camélidos alteró la naturaleza de las
prácticas de almacenaje? Una inversión creciente o especialización en el
pastoreo, como una forma de “alma- cenaje sobre pezuñas” ¿podría haber tenido
un rol que jugar en la aparente desapa- rición del almacenaje en y alrededor de la
estructuras del Formativo Temprano en
118 / t r a N s i c i o N e s del arcaico tardío al F o r M a t i v o t e M P r a N o ...

Jiskairumoko? Excavaciones adicionales de sitios del Arcaico-Formativo Temprano


son requeridas para responder estas preguntas.
La teoria social de la arqueología conductual que se refiere al diseño arquitectó-
nico predice que a medida que la movilidad residencial decrece, los individuos acep-
tarán costos de producción más altos para construir viviendas que tienen costos
de mantenimiento menores a largo plazo. La arquitectura residencial en Pirco
habría implicado un costo de producción muy bajo. La estructura fue efímera,
probablemen- te destinada para usos cortos. Debido a esto, la residencia
prolongada en la estructu- ra probablemente habría supuesto mantenimiento
rutinario. Con la ocupación más temprana de Jiskairumoko, hay un mayor
incremento en los costos de producción de arquitectura cuando son comparados
con los de Pirco. Este cambio sugiere que en Jis- kairumoko, las estructuras fueron
diseñadas para uso como viviendas con residencias más largas que las de Pirco. Las
casas semisubterráneas deben haber tenido costos de mantenimiento más bajos a
largo plazo que la arquitectura en Pirco. La extensión de los fechados de
radiocarbono de las casas semisubterráneas indica que las estructuras fueron
reocupadas por encima de los quinientos años.

Cuando se comparan las ocupaciones de las casas semisubterráneas con las es-
tructuras rectangulares del Formativo Temprano, la imagen es mucho menos
clara. Ningún tipo de arquitectura se muestra evidencia de restos de pared o
algún tipo de superestructura duradera. Esto sugiere que ambos tipos de
estructuras estuvieron cubiertas con maleza o más probablemente con cuero. Las
rocas que delinean los bordes de los pisos de la Estructura Semisubterránea 1 y la
Estructura Rectangular 1 prestan además sustento a esta interpretación. Las rocas
probablemente ayudaron a anclar la superestructura. Así, en las condiciones de
los muros y techo existía pro- bablemente relativamente poca diferencia en la
producción o en los costos de man- tenimiento. Existen costos al excavar una
casa semisubterránea, pero estos no son sustanciales, esto podría ser hecho en
una tarde. Por otro lado, las tierras usadas en la construcción de las estructuras
rectangulares fueron excavadas de depósitos fuera del sitio, transportadas al
sitio, y además procesadas para crear el piso. No obstante, todo esto
probablemente constituye el trabajo de una tarde. A pesar de todo, dado los
costos añadidos del transporte y preparación del piso, las estructu- ras
rectangulares del Formativo Temprano fueron probablemente más costosas de
construir. Además, las estructuras rectangulares fueron regularmente mantenidas
al reconstruir los pisos.

Otra dimensión de la teoría conductual es que, comparadas con los edificios


circu- lares, las estructuras rectangulares son más fáciles para agregar o subdividir.
Aunque esto podría ser cierto, esto no parece haber sido un criterio de diseño de
mayor con- sideración para los residentes de Jiskairumoko. Ninguna de las
estructuras rectangu- lares muestra evidencia de aglutinación de módulos
adicionales ni subidivisiones in- ternas bien definidas. Sin embargo,
reconfiguraciones sutíles de forma son evidentes en las plantas para ambas
estructuras rectangulares. Podría ser el caso que las estruc- turas rectangulares
sobre el suelo proporcionaron mayor flexibilidad para expandir el tamaño de las
viviendas.
119 / N a t H a N c r a i g

CONCLUSIONES
Pirco y Jiskairumoko proporcionan información sobre un cambio de bauplan en los
ha- bitus domésticos de forrajeros móviles a pequeñas aldeas agropastoras más
sedenta- rias. En esos dos sitios, nuevos ordenamientos de las relaciones sociales
están mani- fiestos en la arquitectura doméstica y rasgos asociados. El entierro de
familiares cerca a las viviendas fue practicado por los residentes altamente móviles
de Pirco, pero el entierro carecía de bienes asociados y las estructuras a las que
estaban asociadas no fueron diseñadas para permanencias prolongadas ni
reocupación repetida. En Jiskai- rumoko, los individuos fallecidos continuaron siendo
enterrados adyacentes a las es- tructuras. Esas casas semisubterráneas fueron
ocupadas por períodos de tiempo más largos y fueron reocupadas durante muchos
años por gente que vivieron con recursos almacenados incluyendo Chenopodiums
domesticados. Los individuos enterrados cerca- nos a esas estructuras fueron
mayormente mujeres adornadas con objetos personales e instrumentos para el
procesamiento de alimentos. El rol de los ancestros y símbolos materializados de
prestigio y productividad económica tomó importancia desde el ini- cio de la vida de
la pequeña aldea. El cercano vínculo entre residencia, actividad de per- formance, y
enterramiento son consistentes con la afirmación etnográfica que la casa es un
“teatro de memorias” para comunicar relaciones sociales, políticas, económicas y
espirituales (Fox 1993: 23; Vellinga 2007: 758). De este modo, las viviendas formaron
las residencias en las cuales los niños crecieron, los adultos llevaban a cabo sus vidas,
y cerca a las cuales varios individuos fueron enterrados. Los vivos commemoraron los
logros de los recientemente fallecidos. En este proceso, un ejemplo a seguir fue fijado
para la siguiente generación. Así, con el establecimiento de un nuevo patrón de
asenta- miento a finales del Arcaico Tardío, vemos evidencia de esfuerzos para
reproducir esas prácticas y que continúan hasta el Arcaico Terminal. De esta manera,
un patrón de vida en las casas semisubterráneas que comienza alrededor de ca. 3300
cal. a.C. continúa con relativamente poca transformación hasta ca. 1700 cal. a.C.
Se ha afirmado que las casas son aspectos conservadores de la cultura (Parker
Pear- son y Richards 1994a: 62), y que son relativamente insensibles a
“contingencias” de cor- to plazo (Bermann 1994: 26-27; Wilk 1991). Acepto esas
afirmaciones como ciertas, pero noto que en Jiskairumoko, desde ca. 1700 a.C. hasta
el abandono del sitio probablemente ca. 1450 a.C. cambios en la arquitectura
residencial y el uso del espacio ocurrieron muy rápidamente. De esta forma, si un
cierto grado de estabilidad en los espacios residen- ciales puede ser esperado, y los
cambios en la construcción de la arquitectura residen- cial reflejan mayores cambios
en otros aspectos de la sociedad, entonces la transición Arcaico-Formativo fue un
período de transformación intensa y radical. Esto parece ha- ber comenzado
abruptamente alrededor de 3300 a.C., persistió con relativa estabilidad hasta ca. 1700
a.C. y entonces un cambio rápido ocurrió otra vez.
En algún momento durante la ocupación de la Estructura Semisubterránea 1 un
punto de inflexión fue alcanzado durante el cual la práctica del Arcaico Terminal del
almacenaje interno, el uso del fogón central, y la ubicación de entierros cercanos a las
estructuras fueron todas abandonadas; el uso de una roca de cocina fue incorporada.
Estas prácticas domésticas transcendieron la transición de vivir en estructuras exca-
vadas a la construcción y ocupación de estructuras sobre la superficie del Formativo
Temprano. Sí el fogón interior es tanto el “centro” literal como figurativo de la
residen-
120 / t r a N s i c i o N e s del arcaico tardío al F o r M a t i v o t e M P r a N o ...

cia y las actividades realizadas dentro de esas estructuras (Gould y Yellen 1987: 82), el
abandono del fogón central es una desviación significativa con respecto a las
prácticas anteriores. Sí la ubicación del depósito dentro de una estructura refleja la
privatización de bienes, entonces el abandono del depósito interno marca otro
importante cambio en las relaciones sociales. Ninguna de esas prácticas aparece bien
predichas por los mo- delos arqueológicos revisados en este capítulo. Para mí, el
hecho que en esos contextos donde la arquitectura y la organización del espacio
doméstico están cambiando rápi- damente y que los individuos no son más
enterrados cerca a las estructuras indica una valoración del cambio e innovación más
que estabilidad y tradición. Claramente más ejemplos de caso son requeridos para
contrastar esta hipótesis.
En la sierra andina, mucho trabajo queda por hacer en los sitios al aire libre que
datan de este fascinante e importante período de tiempo. Aunque he intentado pre-
sentar la mayor cantidad de información que es posible a partir de los restos que
la documentación de superficie y excavación pude detectar, el tamaño de la
muestra de los dos sitios es ciertamente pequeño. En la actualidad, a medida que
las prácticas culturales continúan cambiando, los modernos habitantes de la
cuenca del Titicaca están haciendo uso intensivo del arado mecanizado. Esta forma
de cultivar mezcla los depósitos a una profundidad mucho mayor. Esto puede llevar
al arrasamiento de los depósitos arqueológicos tan profundos como 80 cm. En el
caso de Pirco y más aún de Jiskairumoko, esto constituye la profundidad total del
depósito. Sí el actual estado de la cuestión continua en su curso presente, en corto
tiempo no quedarán en la region otros ejemplos de estos tipos de sitios al aire libre
para ser estudiados.

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4
El surgimiento de la
complejidad social en la cuenca
norte del Titicaca 1

a b i g a i l l e v i n e i , Ce C i l i a C H á v e z i i , a M a n d a Co
H e n i i i , a i M é e P l o u r d e i v y C H a r l e s s Ta n i s Hv

INTROdUCCIóN
Luego de muchos milenios de vivir como cazadores-pescadores-recolectores
móviles, unas pocas personas en unos cuantos lugares de la cuenca norte del
Titicaca comen- zaron a mejorar sus aldeas, construyendo estructuras especiales
en lo que habían sido previamente áreas domésticas. Este fenómeno comenzó en la
mitad del segundo mi- lenio a.C. y marcó el comienzo del período Formativo Medio
(ca. 1400—500 a.C.). Las más tempranas de esas estructuras fueron muy modestas, y
pueden ser vistas como ampliaciones de estructuras domésticas que ya eran típicas
en la región por siglos. Esta modificación del espacio doméstico en algo “diferente”
marca el comienzo del “complejo Kalasasaya,” la construcción de patios, pirámides,
y recintos amurallados como parte de un conjunto de rasgos arquitectónicos que
albergaron la vida ritual comunal y política (Stanish 2003: 141).
En los siguientes dos milenios, esos nuevos rasgos arquitectónicos crecieron en ta-
maño y complejidad. En términos generales, el período más temprano de la arquitec-
tura de patios hundidos estuvo caracterizado por numerosos, quizá cientos de asen-
tamientos dispersos a lo largo de la cuenca del Titicaca. Esas construcciones iniciales
fueron esencialmente pequeños patios y/o casas semi-subterráneas. Durante el
tiempo, el tamaño y la complejidad de la arquitectura se incrementaron, con la
adición de áreas

1 Traducido del ingles al castellano por Henry Tantaleán, en colaboración con Luis
Flores. i Departamento de Antropología, Universidad de California.
abbylevine@gmail.com.
ii Programa Collasuyo, Puno.
collasuyopuno@gmail.com. iii qaluyu@gmail.com.
iv. Humanities Research Institute, the University of
Sheffield. aimee.plourde@gmail.com.
v. Departamento de Antropología, UCLA.
stanish@ucla.edu.
132 / e l s u r g i M i e N t o d e l a c o M P l e j i d a d s o c i a l .. .

amuralladas y montículos poco elevados. A la vez, sin embargo, existió una reducción
en la cantidad total de asentamientos asociados con este complejo arquitectónico. Al-
rededor del tercer siglo después de Cristo, había solamente un puñado de sitios en la
región con patios muy grandes, pirámides, y recintos amurallados. Se podría plantear
que esta tendencia —la elaboración simultánea de arquitectura no doméstica y el
incre- mento pronunciado de la jerarquía de asentamientos— culminó con la
construcción del gran centro arquitectónico de Tiwanaku en la región sur del
Titicaca.
El desarrollo de esta arquitectura no doméstica está correlacionado con la
evolu- ción de la complejidad sociopolítica en la región. Sostenemos que esta
nueva forma de arquitectura corporativa jugó un rol importante en el desarrollo
de nuevas y más complejas formas de organización social. Específicamente, el
complejo Kalasasaya sirvió para coordinar el trabajo en una nueva forma que
proporcionó incremento de riqueza y poder a esas aldeas y posteriores pueblos que
participaron en, y así tomaron ventaja de el nuevo orden. Las transformaciones
organizacionales del siglo XIV a.C., efectivamente, pusieron en movimiento un
proceso competitivo que involucraba tra- bajo, comercio, y guerra acelerado por
más de un milenio, resultando en las grandes culturas de Pukara, Taraco, y
Tiwanaku en el primer milenio de nuestra era.
Este fenómeno cultural representa el surgimiento y consolidación de sociedades
complejas en los Andes centro-sur y se corresponde con procesos similares
alrededor del mundo. La amplia cuestión que nosotros tratamos en este capítulo es
cómo y por- qué el complejo Kalasasaya se desarrolló en la cuenca norte del
Titicaca. Trataremos, en primer lugar, los patrones empíricos en la evolución de
este fenómeno, y en se- gundo lugar, buscaremos definir qué factores pueden
explicar el proceso que generó y sostuvo este ciclo evolutivo.

LA REgIóN dEL TITICACA


El drenaje total del Titicaca es muy grande, cubriendo más de 50.000 km2
(D’Agostino et al. 2002) (Figura 1). Durante la última generación, los arqueólogos
han llegado a reconocer que el extremo norte y el extremo sur de la cuenca del
Titicaca fueron las dos áreas de más intensos y tempranos desarrollos culturales.
Las cronologías de los lados norte y sur del lago siguieron trayectorias
divergentes más allá de al- gunos obvios solapamientos estilísticos documentados
(Bennett 1950; Kidder 1948; Rowe 1956). El límite geográfico entre las áreas
culturales norte y sur está conven- cionalmente ubicado en el río Ilave por el
oeste y el río Escoma por el este (Plourde y Stanish 2006). Lisa Cipolla (2005) ha
sugerido que esta distinción norte-sur pue- de ser vista incluso en la asamblea
lítica del período Arcaico (pre 2000 a.C.). Cier- tamente, las tradiciones cerámicas
más tempranas, que comienzan alrededor de 1400 a.C., están caracterizadas por
el uso de temperantes de fibra vegetal en el sur, el que lo distingue de las
cerámicas con temperantes minerales producidas en el norte (K. Chávez 1977;
Steadman 1995). Aunque no hay explicación funcional para esta distinción
tecnológica, consideramos esto como un importante reflejo de las preferencias
divergentes de las entidades culturales regionalmente autónomas. En la
actualidad, es seguro decir que la región del circum-Titicaca fue el hogar de dos
esferas geopolíticas similares con trayectorias locales que divergieron por siglos
en el tiempo, pero finalmente con algunas características prestadas muy
distintivas.
133 / a . l e v i N e , c. c H á v e z , a . c o H e N , a . P l o u r d e y c. s t a N i s H

Figura 1. Mapa del Lago Titicaca mostrando la ubicación de los sitios mencionados en el texto.

EL dESARROLLO dEL COMPLEJO kALASASAyA EN


LOS PERíOdOS FORMATIVO MEdIO y SUPERIOR
La aparición de las primeras sociedades de rango define el período Formativo Medio
en la cuenca norte, que data de 1400–500 a.C. aproximadamente.
Arqueológicamente, el Formativo Medio ha sido definido convencionalmente por la
presencia de un estilo de cerámica distintivamente elaborada llamado Qaluyu,
denominado así después del descubrimiento del sitio-tipo por Manuel Chávez
Ballón y John Rowe, en adición a la existencia de arquitectura de plazas hundidas y
pequeños centros regionales. Inicial- mente, esos centros habían sido aldeas
regulares que posteriormente adoptaron la arquitectura corporativa.

Es significativo que las innovaciones en la vida aldeana que ocurrieron durante


el siglo XIV a.C. aparecieran en el registro arqueológico como un complejo de
rasgos ca- racterísticos contemporáneos e interrelacionados. Este complejo incluye
patios hun-
134 / e l s u r g i M i e N t o d e l a c o M P l e j i d a d s o c i a l .. .

didos, cerámica elaborada, la colocación de estelas en los patios y así


sucesivamente. Además, la cerámica Qaluyu es extraordinaria por su buena cocción
y bellos tazones de fondo plano que mayoritariamente fueron utilizados en algún
tipo de actividades comunales de compartimiento de alimentos. En su conjunto, el
complejo total de esos nuevos rasgos característicos puede estar comprendido
como un tipo de fenómeno de ritual político/festivo. Aquí planteamos que la
adopción exitosa de este complejo de ritual/ceremonial dio ventaja a ciertos
linajes en ciertos centros al permitirles atraer seguidores y construir
organizaciones más grandes y más complejas de trabajo. Esas aldeas, quizá debido a
sus ventajas inherentes de ecología y geografía, posteriormen- te continuaron este
proceso competitivo generalizado a través del tiempo.
Los primeros patios corporativos en la cuenca del Titicaca fueron modestos. En el
sitio de Huatacoa, en el valle de Pucará, Amanda Cohen (2010) descubrió una de las
más tempranas de esas construcciones de patio hundido. Con un fechado alrededor
del siglo XIV a.C., esta estructura era de forma trapezoidal y contuvo hoyos no
alineados llenos de ceniza. Cohen interpreta esos rasgos como loci (lugares) de
incineración repetida. El patio hundido también estuvo asociado a un piso de arcilla
amarilla caracterizado por un “fuerte quemado in situ a través de todas las áreas
excavadas” (Cohen 2010: 114).
Asimismo, Aimée Plourde excavó un sitio Formativo Medio en la región del ex-
tremo nororiental de la cuenca del Titicaca. El sitio de Cachichupa, localizado en el
valle de Putina, no tuvo solamente una serie de patios hundidos en la base de un ce-
rro, sino también una cantidad de grandes terrazas que dominaban el
asentamiento. La excavación de Plourde de las terrazas produjo un conjunto de
datos sobre vasijas finas Qaluyu rotas dentro de un gran pozo. La fecha de este
evento fue más o menos contemporánea con la construcción del patio de Huatacoa
(Plourde 2006). Las terra- zas fueron altamente visibles y, junto con los patios
hundidos bajo aquellas, represen- taron la arquitectura corporativa en este sitio
del Formativo Medio temprano.
El desarrollo de organizaciones políticas complejas, territorialmente expansivas
define al Formativo Superior del 500 a.C. al 400 d.C. Este período vio la dramática
intensificación de los rasgos característicos del complejo Kalasasaya. En la región
del norte del Titicaca, dos sitios destacan de los otros: Pukara y Taraco. Pukara es
uno de los sitios arqueológicos más famosos en los Andes, entre los 500 a.C. a los
400 d.C. Este monumental sitio ha sido principalmente reconocido como un recinto
cívico y ceremonial mayor y un lugar central principal durante el Formativo
Superior (ver S. Chávez 1992; Klarich 2005). El sitio de Pukara está ubicado en la
margen del río Pucará en la cuenca noroccidental, aproximadamente a 80 km del
lago, y en la base de un afloramiento de arenisca (Klarich 2005). Para los 500 a.C.,
Pukara estaba produciendo un distintivo y elaborado estilo de arte. Sin embargo,
alrededor de los 400 d.C., la construcción del sitio había cesado, junto con la
manufactura de este estilo artístico (Mujica 1987; Plourde y Stanish 2006).
Sergio Chávez (1992) sugirió que Pukara fue un centro ceremonial cuyo poder
des- cansaba en la habilidad de los líderes para controlar la producción y
distribución de imaginería sobrenatural. Sin embargo, la reciente prospección
regional ha indicado que Pukara no fue simplemente un centro ceremonial con
control ininterrumpido
135 / a . l e v i N e , c. c H á v e z , a . c o H e N , a . P l o u r d e y c. s t a N i s H

en la cuenca norte, sino más bien, este llegó a obtener poder dentro de un
contexto de competencia faccional y de alianzas cambiantes (Stanish 2003). La
apropiación de poder ideológico fue crítico para el éxito de Pukara, aunque esto
no significaba una estrategia novedosa. Los sitios con múltiples patios hundidos,
conjuntos estandari- zados de iconos, y finos estilos de arte cerámico y lítico
fueron elaboraciones de las estrategias de liderazgo más tempranas del Formativo
Medio diseñadas para atraer poblaciones locales y peregrinos por igual,
alejándolos de los asentamientos compe- tidores.
Aunque la exacta naturaleza de Pukara ha sido ardorosamente debatida (ver dis-
cusión en Klarich 2005 y en este volumen), está claro que los asentamientos conte-
niendo tal arquitectura monumental pueden atraer seguidores a través de la
produc- ción y distribución de la ideología por medio de rituales, fiestas, y la
producción de bienes representando imaginería sobrenatural. La participación en
las ceremonias y la adquisición de objetos simbólicos asociados habrían sido
fuentes importantes de poder y prestigio. El prestigio conferido mediante la
participación —señalado, en palabras de Plourde (2006), a través de la continua
adquisición de nuevos materiales simbólicos y conocimiento especializado— sería
transformado en estrategias de po- der (sensu Blanton et al. 1996) en sus nacientes
comunidades. La promesa de prestigio y status atraería a los individuos hacía
compromisos de deudas recíprocas de largo plazo (Hayden 1998) estableciendo, de
ese modo, una gran coalición de partidarios (Clark y Blake 1994) para el centro
aspirante. Si uno ve tal arquitectura teniendo efec- tos integradores para manejar
la tensión social (e.g. Flannery 1972), promoviendo la cohesión de la comunidad
(Bandy 2004; Hastorf 2003), o reforzando las desigualdades sociales (Abrams 1989;
Cohen 2010), el rol de esta arquitectura es central para el de- sarrollo de la
complejidad.

Tal marco teórico nos permite comprender al complejo Kalasasaya como un me-
dio por el cual las elites aspirantes utilizaron estrategias persuasivas para mante-
ner sus facciones y la organización compleja del trabajo en las que sus miembros
participaron y perpetuaron. El registro etnográfico está lleno de ejemplos de jefes
conduciendo fiestas en lugares especiales o sagrados como una forma para
mantener sus facciones (Stanish y Haley 2005). Una amplia gama de obligaciones
reciprocas entre jefes y miembros del grupo son negociadas durante momentos
especiales en esos lugares especiales. La economía política de tales sociedades de
jefatura efectiva- mente fusiona el ritual y la economía al crear un conjunto
culturalmente implícito de reglas que todos los miembros entienden. La
arquitectura corporativa es el lugar donde tal negociación toma lugar y sirve para
hacer algunas de esas reglas explicitas (ver Cohen 2010). Las sociedades que crean
el lugar para negociar exitosamente las complejas reglas del comportamiento
económico y la cooperación social, a largo pla- zo, dominarán el paisaje político.

Por lo tanto, una pregunta teórica central emerge de esos datos: ¿cuáles son los
factores que pueden explicar la relativamente rápida emergencia de la sociedad
com- pleja, como está representada por la evolución del complejo Kalasasaya? Los
factores hipotetizados aquí son la organización del trabajo, el comercio, y el uso del
conflicto. Estos factores juegan en un contexto geográfico que favoreció los
agrícolamente ricos
136 / e l s u r g i M i e N t o d e l a c o M P l e j i d a d s o c i a l ...

extremos norte y sur del la cuenca del Titicaca. En el norte, esta región estaba
centra- da en el corredor a lo largo del lago y desde los ríos Huancané, incluyendo
el Taraco y el Azángaro, hasta el Pucará. En el sur, la región está limitada por la
Pampa Koani, atravesando la península de Taraco, Tiwanaku y la región de Jesús de
Machaca.

Organización del Trabajo


La organización del trabajo es un factor crítico en el desarrollo de formas crecien-
temente complejas de la estructura social. La teoría antropológica económica nos
enseña que no es la cantidad absoluta de tiempo empleada en las actividades
pro- ductivas, sino más bien la naturaleza de la organización del trabajo la que
puede crear sociedades políticamente poderosas y ricas en las economías
preindustriales. Mantener grupos políticamente autónomos cooperando en
economías de escala es la clave para comprender cómo pueden ocurrir tales
transformaciones. Esas trans- formaciones pueden tomar la forma de crecimiento
rápido, como también de un rápido declive. El ciclo de complejidad de jefatura y
estado arcaico parece ser la norma y, en contraste, las transiciones evolutivas
lentas más parecen ser un arte- facto de nuestros prejuicios teóricos y bases de
datos incompletas (ver Anderson 1996; Marcus 1998).
La construcción de rasgos arquitectónicos no-domésticos en esos tipos de
contex- tos culturales representa, en el sentido más general, un ejemplo de
esfuerzos de tra- bajo cooperativos, nuevas formas de manejo del trabajo, y la
creación de economías de escala. En este sistema revisado, la gente no trabaja más;
ellos trabajan de manera diferente. Por vez primera, el trabajo también llega a ser
un producto, y la contribu- ción de horas-trabajo (tanto si es voluntario o
coaccionado) puede ser compensado con el acceso a bienes restringidos, fiestas,
y/u otras actividades ceremoniales. El trabajo habría sido utilizado para “construir
y mantener patios hundidos, para man- tener a los artesanos a tiempo parcial, para
producir objetos de piedra y cerámica, y organizar expediciones comerciales fuera
de la región” (Stanish 2003: 280).
Durante el período Formativo, el acceso y el control sobre el trabajo fueron
impor- tantes caminos hacia el poder. De particular importancia es la construcción
y man- tenimiento de campos elevados, los cuales representan una intensificación
de las ac- tividades agrícolas como también un cambio en la naturaleza de la
organización del trabajo. Aunque el cultivo de campos elevados es un trabajo
intensivo, este presenta muchas ventajas que fueron probablemente importantes
en el crecimiento de ciertos sitios. Al absorber y conservar calor de la radiación
solar, esos sistemas protegieron el crecimiento de plantas del daño de la helada en
la noche (Erickson 1985; Kolata 1991). Su uso también ha sido demostrado para
acortar el ciclo de cosecha, permitiendo la generación de excedente mediante
dobles cosechas, o dejando tiempo para otros tipos de actividades (Bandy 2001;
Janusek 2008). Los datos de los asentamientos de la isla del Sol, la región Juli-
Pomata, y la Pampa de Huatta sugiere que la agricultura de cam- pos elevados
probablemente llegó a estar en uso durante el período Formativo Medio,
contribuyendo tal vez tanto con la tercera parte de la economía política regional
du- rante este tiempo (Erickson 1988, 1993; Stanish 1994, 2006). Como se
documentó en
137 / a . l e v i N e , c. c H á v e z , a . c o H e N , a . P l o u r d e y c. s t a N i s H

el área de Juli-Pomata, esos sistemas estuvieron en expansión durante el Formativo


Superior, de tal manera que cerca del 70% de la población estaba viviendo a menos
de diez minutos de camino de las áreas de campos elevados (Stanish 1994, 2003;
Stanish et al. 1997). Nosotros planteamos que los datos de la prospección indican
movilización del trabajo por la intensificación de producción agrícola supra-
doméstica.
Desde esta perspectiva, el complejo Kalasasaya representa los medios físicos por
los cuales el trabajo es movilizado en sociedades carentes de elites con poder
coerciti- vo. En la ausencia de tal poder, los individuos engrandecidos están
forzados a compe- tir por miembros de facción mediante fiestas programadas y
proporcionando benefi- cios tangibles a cambio del trabajo de la gente organizada
bajo diferentes formas.

Comercio
El comercio externo proporciona uno de los elementos claves en la creación de
econo- mías políticas complejas. Los bienes no locales adquieren valor debido
simplemente a su rareza y asociación con lo exótico (ver Helms 1993). A diferencia
de los bienes dis- ponibles comúnmente, los bienes exóticos son creadores de
prestigio o marcadores de status (Plourde 2006). Al crear economías que generan
excedentes mediante mate- riales disponibles localmente, las comunidades pueden
comerciar ese excedente con otras comunidades que correspondientemente crean
bienes de recursos específicos. Este tipo de intercambio representa una clásica
relación económica entre regiones con bases de recursos diferenciales
comerciando sus bienes para mutuo beneficio. Aumentar la producción a través del
trabajo especializado también tuvo un efecto político adicional. Entre los centros
competidores, la reciprocidad institucional inhe- rente a las relaciones de
comercio también serviría como un mecanismo integrador crítico, creando
obligaciones entre socios locales de intercambio y fomentando alian- zas entre
contactos dispersos (Adams 1974; Malinowski 1920; Mauss 1950).

Existe abundante evidencia de intercambio de larga distancia de productos a tra-


vés de la región del Titicaca tan temprano como el período Arcaico. Las
excavaciones en la isla del Sol en Bolivia indican comercio de obsidiana desde tan
temprano como la última parte del tercer milenio a.C. Esta obsidiana procedería del
valle del Colca en el área de Arequipa a más de 175 km de distancia. Este comercio
habría involucrado el uso de embarcaciones, puesto que la isla ha tenido ocupación
humana la mayor parte o todo el tiempo (Stanish et al. 2002).

Para el período Formativo Temprano, la adquisición de bienes de prestigio requi-


rió el firme establecimiento de redes de comercio de larga distancia (Janusek
2008). Los tempranos residentes de la región del Titicaca utilizaron una variedad
de mate- riales exóticos. Los artefactos de oro posiblemente más tempranos
encontrados en la cuenca, descubiertos en el sitio de Jiskairumoko, datan de este
período o, incluso, más temprano (Aldenderfer et al. 2008). El oro probablemente
habría llegado desde los valles orientales que descienden hacia la cuenca
amazónica, ya que la región del Titicaca contiene muy poco de este material
(Plourde 2006). Las excavaciones, como las de Jiskairumoko, también ofrecieron la
más temprana evidencia de una piedra
138 / e l s u r g i M i e N t o d e l a c o M P l e j i d a d s o c i a l ...

azul no local en contextos que datan del Arcaico Terminal temprano (Craig y Alden-
derfer 2002). Esta piedra, alternativamente identificada como sodalita o lapizlázuli,
a menudo se usaba para elaborar cuentas, y podrían haber sido importada desde
una fuente en Cochabamba, al sur de la cuenca del Titicaca (Browman 1981). Una
variedad de plantas alucinógenas y otros materiales orgánicos, incluyendo coca,
también fue- ron conseguidos de entornos de tierras bajas. Las sustancias
psicotrópicas tales como vilca, ayahuasca, brugmansia, que crecían en las tierras
bajas amazónicas y vertientes orientales tropicales, fueron usadas conjuntamente
con tubos inhaladores y tabletas, las cuales también fueron comercializadas
(Janusek 2008; Plourde 2006).

Conflicto
Los documentos históricos indican que la ocupación Inca de la región del Titicaca se
produjo a través de la conquista militar y luego de una intensa negociación. Como
en el resto de los Andes, el conflicto se extendió antes del Intermedio Tardío (ver
Arkush 2005 y en este volumen). La pregunta a responder es qué evidencia de
conflicto existe previamente al Intermedio Tardío. Comenzando en el otro extremo
de la secuencia cronológica, existe poca evidencia de conflicto organizado en los
períodos Arcaico o Formativo Temprano. Nosotros tenemos alguna evidencia de
patrones de asenta- miento de que los sitios estuvieron situados defensivamente
tan temprano como en el Formativo Medio, aunque esto no es completamente
seguro. La evidencia de con- flicto y competencia llega a ser más clara en el
registro arqueológico del Formativo Superior, y nosotros planteamos que la
violencia organizada puede rastrearse por lo menos en este tiempo. Un fechado
radiocarbónico de la base de un muro de un sitio fortificado en el valle de Putina
lo coloca en el Formativo Superior entre los 108
a.C. – 120 d.C.1 Esta fecha es consistente con las ubicaciones defendibles del período
Formativo Superior en la cuenca norte del Titicaca en general.

También hay un cambio iconográfico importante durante este período que habla
del uso de la violencia como estrategia política. El repertorio iconográfico Pukara,
el cual incluye cabezas trofeo, “devoradores”, decapitadores y felinos arrodillados
rugiendo, alude a un ethos de violencia y poder desigual (Hastorf 2005: 68) nunca
an- tes visto en la región del Titicaca. De particular interés son las
representaciones de “cabezas trofeos” (Arnold y Hastorf 2008; S. Chávez 1992), que
habían estado ausen- tes de la tradición Yaya-Mama del Formativo Medio. En el
Formativo Superior, este motivo aparece “en el arte lítico, cerámico, y textil, y su
poder simbólico en la región no puede ser exagerado” (Stanish 2003: 161). El uso de
estos tipos de imágenes pro- bablemente refleja conflictos reales entre grupos de
elite en la región en este tiempo. Además, Arnold y Hastorf sostienen que el
conjunto de cabezas humanas, represen- tando clérigos, encontradas en el sitio de
Pukara (S. Chávez 1992: 64; Kidder 1943) probablemente representa “la captura de
poderes enemigos” (Arnold y Hastorf 2008: 190-191). Basados en esta información
junto con los datos de los asentamientos, su-

1 AA53817. Sitio HU-081; carbón vegetal; 1994 ± 42; 108 a.C. – 120 d.C. 95.4%; OxCal 4.0.
Este fecha- do fue obtenido por Ms. Lisa Cipolla, un miembro del Programa Collasuyu.
139 / a . l e v i N e , c. c H á v e z , a . c o H e N , a . P l o u r d e y c. s t a N i s H

gerimos que la violencia organizada como instrumento político realmente comenzó


alrededor del 400 a.C. en la cuenca norte del Titicaca, aunque la investigación
futura indudablemente refinará este planteamiento.

INVESTIgACIóN EN TARACO
El sitio arqueológico de Taraco está localizado en la orilla del río Ramis en la cuenca
norte del Lago Titicaca, en el pueblo actual del mismo nombre. Siguiendo el patrón
de los sitios formativos alrededor de la región del Titicaca, pocos restos del sitio
perma- necen de pie actualmente. Los investigadores largamente han reconocido
la impor- tancia del área de Taraco; el pueblo moderno es renombrado por la
cantidad y calidad de sus monolitos esculpidos en el estilo Yaya-Mama. De hecho, la
primera estela ori- ginal Yaya-Mama descrita por S. Chávez y K. Chávez (1975) fue
descubierta en Taraco, y está actualmente en exhibición en el museo de la
comunidad. Muchos otros, inclu- yendo Kidder (1943), quien comentó sobre los
monolitos de Taraco, Tschopik (1946), Mujica (1978), Lumbreras (1968), y Rowe
(1942), también han publicado comentarios sobre el sitio.
Richard Burger y colegas (2000) publicaron un importante análisis de
artefactos de obsidiana excavados del sitio de Taraco por S. Chávez y K. Chávez
como parte de un estudio más amplio de obsidiana de los Andes Sur Centrales
(Burger et al. 2000). Una cantidad importante (16%) de los artefactos de obsidiana
excavados de los niveles “inmediatamente pre-Pukara” en Taraco proceden de la
fuente de Alca, una fuente de obsidiana fundamentalmente usada por las
poblaciones del área del Cusco. Los residentes de la región del Titicaca, en
contraste, generalmente solo ex- plotaron obsidiana extraída de la fuente de
Chivay del valle del Colca (Burger et al. 1998). La abundancia de obsidiana de Alca
en la cuenca del Titicaca es considerado como un indicador de la intensidad de
intercambio con el área del Cusco. El porcen- taje de obsidiana de Alca es una
“cantidad nunca ocurrida antes ni igualada después de este período”, y sugiere
que “Taraco podría haber atraído gente y recursos del Cusco en peregrinaje a
este evidentemente centro público mayor” (Burger et al. 2000: 311-312).
Una investigación reciente en Taraco indica un denso agrupamiento de asenta-
mientos del período Formativo, enlazados por una red de caminos, en el área que
rodea al pueblo actual (Figuras 2 y 3). El montículo, sobre el cual el actual pueblo
fue construido, también destaca entre otros sitios contemporáneos de la
prospección debido a su comparativamente gran tamaño. En conjunto, esos
montículos forman el sitio-complejo de Taraco. Según lo representado por los datos
de la prospección (Stanish y Umire 2002), el área total de la ocupación Qaluyu y
Pukara temprano suma cerca de 100 há, proporcionando evidencia clave de que
Taraco fue un lugar central principal mayor para Qaluyu y, junto con Pukara, uno
de los dos principales centros políticos compitiendo por el dominio regional
durante los períodos Formativo Medio y Superior Temprano. Como tal el sitio es un
caso ideal para comparar modelos de evolución cultural.
140 / e l s u r g i M i e N t o d e l a c o M P l e j i d a d s o c i a l ...

Figura 2. La ubicación del sitio de Taraco

Excavaciones en el sitio de Taraco


Tres temporadas de excavaciones en el sitio de Taraco se enfocaron en una gran te-
rraza artificial localizada justo por debajo de la parte más alta del pueblo moderno.
Esta área, denominada Área A, fue seleccionada por varias razones. En primer
lugar, durante la prospección de la región de Taraco-Arapa (Stanish y Umire 2002),
se ob- servó que el río corta la orilla norte mostrando una buena estratigrafía en
este área del sitio. En segundo lugar, el Área A pareció ser una gran plataforma
asociada con el centro arquitectónico del área del sitio de Taraco, el que, según
Kidder hipotetizaba, había estado localizado debajo de la iglesia en la plaza
principal que permanece en pie en la actualidad (Kidder 1943). Basado en
información de excavaciones en otras partes de la región del Titicaca, se conjeturó
que el Área A contendría evidencia de una ocupación de alto status que habría
estado originalmente adyacente a un antiguo
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Figura 3. El área y distribución del sitio de Taraco

patio hundido. Finalmente, la superficie del Área A estuvo cubierta por cantidades
importantes de cerámica formativa, incluyendo materiales diagnósticos Qaluyu y
Pukara (Stanish y Umire 2002), que proporcionaron un buen indicio de la
naturaleza de los depósitos subyacentes.
Las excavaciones realizadas por Stanish y De la Vega en 2004, Levine y C. Chávez
en 2006-07, y la limpieza de perfiles cortados por el río por Levine en 2007
produjeron una secuencia cultural estratificada para el montículo alcanzando
cerca de cuatro metros en profundidad, y correspondiendo a ocho fases de
ocupación humana (Fi- gura 4). Basándose en las cerámicas asociadas, las tres
ocupaciones más tempranas datan del período Formativo, y han sido denominadas
Fase 1, Fase 2 y Fase 3. Cada una de esas ocupaciones estaban asociadas con una
edificación hecha de piedra can- teada, con las posteriores dos ocupaciones
superpuestas sobre las más tempranas. Los pisos estuvieron compuestos por una
fina arcilla preparada que fue a menudo de color rojizo. Los pisos estuvieron
intercalados con lentes de cenizas, indicando que estos fueron quemados
periódicamente y repuestos. Tanto las construcciones de la
142 / e l s u r g i M i e N t o d e l a c o M P l e j i d a d s o c i a l ...

Figura 4. Secuencia ocupacional del Área A que fue documentada en la temporada


de campo 2006. Dibujado por A. Levine.

Fase 2 como de la Fase 3 estuvieron asociadas con ofrendas dedicatorias de


huma-
nos y llamas, los cuales probablemente habrían sido sacrificados (De la Vega
2005;
C. Chávez 2008b). Esas fases ocupacionales, aunque domésticas en carácter, también
estuvieron asociadas con bienes de prestigio, incluyendo astas de venado y
obsidiana, en añadidura a cerámicas de alta calidad y parafernalia ritual, tales
como trompetas y quemadores.
La Fase 3 de la ocupación Formativa se corresponde con Pukara Temprano. Esta
ocupación, que incluía varias estructuras compuestas de muros de simple o doble
hilada, hechas de piedra finamente canteada, estaba asociada con un gran evento
de quema fechado en 50—240 d.C.2 Dos de esas estructuras, de hecho, fueron cada
una de ellas encontradas en asociación con un techo y vigas de techo, que habían
sido quemados (Figura 5; Levine 2008; Stanish et al. 2007). Los perfiles cortados por
el río, cada uno de los cuales proporcionaron un transecto de 35 m de largo del
montículo, indicaron que esta quema no fue un rasgo aislado, sino un evento
importante ex-

2 AA63328; carbón vegetal. Para el fechado 1885 ± 40 los dos posibles rangos de edad
calibrada son 29—38 cal d.C. (p=.014), y 51—233 cal d.C. (p=.94). Calibrado en 2 con el
programa OxCal 4.0.
143 / a . l e v i N e , c. c H á v e z , a . c o H e N , a . P l o u r d e y c. s t a N i s H

Figura 5. Restos de la cobertura y poste de un techo quemado asociado con la


arquitectura de la Fase 3 del período Formativo.

tendiéndose sobre una gran área de la terraza. Este evento marca un cambio en la
estratigrafía en Taraco, aunque no existe evidencia para sugerir que el sitio estaba
abandonado. Niveles posteriores a la quema contuvieron cantidades decrecientes de
obsidiana, una ausencia de cerámica polícroma, y una reducción general en la
calidad de la colección cerámica (De la Vega 2005; C. Chávez 2007). Superficies
apisonadas, más que pisos preparados cuidadosamente, y cimientos de piedra de
campo caracte- rizan la posterior ocupación Huaña (C. Chávez 2008b).

El análisis de las cerámicas del Área A fue completado por Levine usando la
tipolo- gía desarrollada por C. Chávez para su estudio de las cerámicas de la cuenca
norte del Titicaca (C. Chávez 2008a). Los análisis identificaron varios tipos de
cerámica, inclu- yendo jarras, cuencos, vasijas de cocina, etc. De particular interés
son los cuencos, los cuales muestran algunos patrones llamativos. La muestra total
de cuencos (n=186) in- cluyó especímenes decorados y no decorados, como también
vasijas con paredes rec- tas (tazones) y paredes convexas (cuencos). Nuestra
interpretación es que, aunque la co- lección del Formativo en Taraco parece haber
sido utilizada para múltiples propósitos, es probable que los cuencos fueran
utilizados fundamentalmente durante actividades de compartir o servir alimentos.
Cuando se consideran por fase, los cuencos muestran
144 / e l s u r g i M i e N t o d e l a c o M P l e j i d a d s o c i a l ...

una reducción en el tamaño promedio en el tiempo.3 Específicamente, la prueba U


de Mann-Whitney indicó importantes diferencias entre los promedios de las
muestras de las Fases 2 y 3 (p=,008), así como también entre los promedios de las
muestras de las Fases 1 y 3 (p=,038); sin embargo, no se encontró ninguna diferencia
entre los prome- dios de las Fases 1 y 2. Esto puede ser debido, en gran parte, al
reducido tamaño de la muestra de la Fase 1 (n=4).
Otras dos cuestiones surgen del análisis cerámico. El principal es la recurrencia
de vasijas finas Qaluyu y Pukara en contextos no mezclados de la Fase 3 (Levine
2008). Aunque esos dos estilos han sido generalmente asumidos como la
representación de fenómenos culturales discretos y secuenciales, esta información
en cambio apunta a su uso simultáneo. Esto también es una posible indicación de
interacción e inter- cambio con el sitio de Pukara, el cual había comenzado a
producir su distintivo es- tilo cerámico polícromo en esos momentos. También es
importante notar que, en contraste a los elaborados artículos de servicio, que
están presentes en la colección cerámica de las ocupaciones más tempranas, la
parafernalia ritual cerámica —trom- petas e incensarios altamente decorados— no
aparece hasta fines de la Fase 2. Desde luego que, el quemado de incienso podría
haber tomado lugar en cuencos más llanos o sin decoración previamente al fin de
la Fase 2; en efecto, algunas bases de vasijas abiertas sin decoración exhiben quema
en sus interiores tan temprano como la Fase
1. Sin embargo, nosotros enfatizamos que tales vasijas no fueron parte de la
colección
cerámica especializada diseñada específicamente como quemadores.
La obsidiana estuvo presente en todas las fases ocupacionales en Taraco y una
sub- muestra seleccionada de la Unidad II fue analizada. La muestra Formativa de
obsidia- na de esta excavación (n=58) está en marcado contraste con los sitios de la
cuenca sur tanto en volumen como en caracter. El peso total de los 58 artefactos
excavados de la Unidad II durante la temporada de campo del 2006 es 132,2 g. Esto
es casi el doble de la cantidad total de obsidiana (87,1 g) recuperada por el Taraco
Archaeological Project (TAP) en cuatro temporadas de excavación en Chiripa, Bolivia
(Bandy 2005).4 Además, sola- mente un artefacto de la muestra formativa de la
Unidad II pudo ser identificado como un bifaz acabado; todos los otros especímenes
fueron clasificados como debitage o como lascas retocadas, aunque ningún núcleo fue
encontrado. En contraste, la obsidiana de Chiripa fue probablemente adquirida en
forma de puntas acabadas, ya que las excava- ciones del TAP se recuperaron
únicamente una cantidad muy pequeña de debitage. Esos datos indican que Taraco
fue el sitio de la fase final de la manufactura de los instrumen- tos, y probablemente
no uno preliminar, en una red de intercambio “debajo de la línea” (Renfrew 1975,
1977) desde un momento muy temprano de la ocupación del sitio.

3 Un análisis de la varianza de una entrada Kruskal-Wallis fue usado para evaluar la variabilidad
entre las tres muestras, y los resultados (H = 10,66, df = 2, p = ,005) indican una variación
impor- tante entre las tres muestras; nosotros podemos, por tanto, rechazar la hipótesis nula
que esas tres muestras fueron elaboradas de la misma población. Esta prueba fue seguida por
un test U- Mann-Whitney, una prueba no paramétrica usada para comparar los promedios de
dos muestras independientes.
4 El nombre Taraco es usado tanto para el pueblo en el norte como también para la Península y
el pueblo en el sur.
145 / a . l e v i N e , c. c H á v e z , a . c o H e N , a . P l o u r d e y c. s t a N i s H

La caracterización geoquímica de esos artefactos de obsidiana fue llevada a cabo


usando un Espectrómetro Portátil de Fluorescencia de Rayos X5, un método no des-
tructivo para análisis composicional in situ (PXRF; Craig et al. 2007). Los resultados
indicaron que todos los materiales fueron obtenidos de la fuente de Chivay, con la
excepción de un artefacto, el cual fue trazado a la fuente de Alca (Glascock et al.
2007). No es de extrañar que esta pieza de desechos de tallas fuera recuperada de
un piso que data de la Fase 3. La importancia de este hecho es doble: primero, la
presencia de obsidiana de Alca es consistente con los hallazgos de Burger y sus
colegas (2000); se- gundo, esto sugiere que la ocupación Formativa más tardía en
Taraco trajo el mayor número de contactos no locales al sitio. Los resultados del
estudio de caracterización indican la persistencia de una relación de comercio a
larga distancia que se remontan a la ocupación más temprana del sitio.

EL SURgIMIENTO dE LA COMPLEJIdAd SOCIAL EN LA CUENCA NORTE


Los resultados de la investigación reciente alrededor de la cuenca norte indican
que el desarrollo de la complejidad social, que tuvo lugar durante los períodos
Formativo Medio y Superior Temprano, puede estar relacionado a varios factores.
Dentro de un contexto medio ambiental de optimización agrícola y de recursos, los
factores sociales del comercio, el trabajo y el conflicto figuran más
prominentemente. El aná- lisis del patrón de asentamiento del Formativo (Medio y
Superior) en la región del Huancané-Putina reveló una preferencia por la ubicación
de los sitios en la base o en la ladera de los cerros y en la pampa cerca al río.
Ambas ubicaciones proporcionan acceso a los ríos, pero también a los caminos que
van valle arriba y valle abajo. Relati- vamente pocos sitios estuvieron localizados en
la orilla del lago reforzando así la ob- servación de que la ubicación cercana a los
caminos fue un determinante importante del asentamiento (Plourde 2006: 445-
446). El análisis de patrón de asentamiento en el valle de Pucará (Cohen 2010), y
las regiones de Arapa, Taraco, Huancané y Putina también muestra una fuerte
correlación entre la tierra más productiva (como lo indi- can los relictos de campos
elevados y la disponibilidad de agua fresca) y asentamien- tos del Formativo Medio
y Superior. Los sitios también estuvieron estratégicamente localizados cerca a los
caminos en esas regiones. Esta relación estaría sustentada por un modelo basado
en agentes de dinámicas de asentamiento de la cuenca del Titicaca conducido por
Art Griffin y Stanish (2007).
A comienzos del Formativo Superior, Taraco fue un lugar ceremonial principal y
un centro económico con acceso a una variedad de materiales exóticos y bienes de
prestigio. Una comparación con otros contextos similares alrededor de la cuenca
norte resalta el nivel de riqueza que estuvo concentrado en el área de Taraco
durante el Formativo. En Cachichupa, Plourde encontró que un complejo doméstico
adyacen- te a un patio hundido contuvo solamente una pequeña cantidad de
fragmentos de ce- rámica fina Qaluyu, a pesar de que una pequeña cantidad de
fragmentos de este estilo se habían encontrado en otras áreas del sitio (Plourde
2006). En contraste, la arqui-

5 El PXRF se hizo con la colaboración de P. Ryan Williams del Field Museum.


146 / e l s u r g i M i e N t o d e l a c o M P l e j i d a d s o c i a l .. .

tectura doméstica del Área A en Taraco estuvo asociada con muchos más ejemplos
de cerámica de estilo Qaluyu decorada con líneas incisas anchas y pintura roja-
marrón sobre crema (C. Chávez 2007, 2008b). Esta distribución diferencial de
cerámica fina en dos sitios contemporáneos sugiere patrones de acceso desiguales
que reflejan un status diferencial entre los dos sitios.
Resulta interesante que, aunque la obsidiana de Chivay y las elaboradas vasijas
uti- litarias estuvieron presentes en las ocupaciones más tempranas de Taraco,
trompetas y quemadores de incienso —componentes de la tradición religiosa Yaya-
Mama— no aparecen hasta muy tarde cuando la cerámica Pukara está presente.
Esos resultados sugieren que Taraco quizás alcanzó status durante el Formativo
Medio mediante el comercio de obsidiana y posteriormente incorporó esta mayor
complejidad de festi- nes y un sistema político consagrado en la tradición Yaya-
Mama. Este patrón es con- sistente con los datos del resto de la cuenca norte del
Titicaca que se correlacionan con la progresiva elaboración de las estrategias de las
elites.
Debido a su estratégica localización, la cual tal vez fue originalmente elegida de-
bido a la alta concentración de recursos en el área, Taraco parece haber llegado a
ser una “comunidad de tránsito” (Bandy 2005) para el paso de caravanas de comer-
ciantes, casi como las aldeas de la Península de Taraco, localizadas en la cuenca sur
de Bolivia. Las unidades domésticas individuales podrían haber asumido derecho
de alojamiento a cambio de presentes de bienes exóticos, como sugiere el gran
tamaño de las vasijas de servicio de alimentos y la abundancia de obsidiana hallada
en las fases ocupacionales más tempranas. Finalmente, la riqueza obtenida a través
del alo- jamiento fue usada para financiar los inicios de una economía política, que
incluyó actividades públicas ceremoniales con música (zampoñas y trompetas), la
quema de incienso, y las fiestas patrocinadas por la comunidad. Efectivamente, esta
riqueza permitió a Taraco “comprar en el interior” de las ideologías regionales,
incluyendo la tradición religiosa Yaya-Mama. Durante el período Pukara Temprano,
esas estra- tegias atrajeron exitosamente a poblaciones de tan lejos como la región
del Cusco, como sugiere la presencia de obsidiana de Alca en estos niveles.
El cambio en la naturaleza del compartimiento de comida y actividades festivas
se manifiesta en la frecuencia más alta de cuencos pequeños durante la Fase 3. Este
pa- trón es similar al identificado por Steadman (2007) en el sitio de Kala Uyuni,
localiza- do en la Península de Taraco. En su análisis de cerámicas de este sitio, ella
documentó la presencia de grandes cuencos para la fase Chiripa Tardío que fueron
usados para actividades comunitarias de compartimiento de alimentos (Bandy
2007; Steadman 2007). Esta categoría de tamaño de cuenco está ausente de la
colección del Formativo Tardío. Significativamente, los cuencos comprenden un
porcentaje importante de la colección de Taraco; sin embargo, su tamaño
promedio es más pequeño que los de la fase Chiripa Tardío. Bandy sugiere que esta
reducción en el tamaño del cuenco refleja una “reconfiguración de la
comensalidad” durante el Formativo Tardío que implicó un cambió de los eventos
comunales del estilo potluck6 de compartir alimen-

6 Los Potluck son una costumbre culinaria de Estados Unidos, originalmente inglesa,
que consiste en la forma colectiva de aportar alimentos a una reunión o banquete colectivo.
147 / a . l e v i N e , c. c H á v e z , a . c o H e N , a . P l o u r d e y c. s t a N i s H

tos a eventos más públicos en los que los participantes fueron servidos en vasijas
individuales (Bandy 2007: 141). Este nuevo estilo de festividad, descrito por Bandy
como “uno-para-muchos,” representa un cambio hacia un status de “anfitrión” más
definido y representa una de las varias formas en que los líderes podían desarrollar
su economía política, de ese modo atrayendo seguidores y manteniendo el
crecimiento de su comunidad.
En otras partes, Stanish (2001, 2003), Griffin y Stanish (2007) y Levine (2008,
e.p.) han discutido el rol de la competencia y la violencia en la evolución princi-
palmente de la autoridad durante el período Formativo Superior. Cohen (2010)
encontró evidencia para “la incineración y ofrendas dedicatorias de vasijas cerá-
micas y cuerpos humanos in situ” en el patio temprano del sitio Huatacoa, lo cual
puede ser convincentemente interpretado como evidencia de conflicto. 7 Las pri-
meras fortalezas son aparentemente muy tempranas y el conflicto era endémico
durante el período Intermedio Tardío (Arkush 2005). Aunque la violencia política
organizada podría o no haber motivado inicialmente la cooperación, sin duda es-
tuvo implicada en la transformación del paisaje político y económico del
Formati- vo Superior. Sostenemos que el incendio en Taraco no estuvo
relacionado con un accidente, ritual o el proceso de abandono del sitio. Más bien,
este acontecimiento representa la evidencia más temprana documentada de una
agresión desarrollada en la región del Titicaca (Levine 2008). Luego de este
evento, la gente continuó vi- viendo en el sitio; sin embargo, la naturaleza de la
ocupación había cambiado. Los residentes no construyeron más con piedra
canteada o participaron en rituales públicos y ceremonias. No manufacturaron o
usaron cerámica elaborada. Siguien- do con la destrucción en la Fase 3 del
asentamiento, Taraco, al parecer, perdió abruptamente su status político y
económico como un centro regional mientras que Pukara surgía, un frío
testamento quizás, a la eficacia de la competencia exito- sa entre organizaciones
políticas pares.

No es coincidencia, y es muy importante, que el tiempo de este evento violento


en Taraco corresponde aproximadamente con el florecimiento del gobierno Pukara
en la cuenca noroccidental. En la parte temprana del Formativo Superior, Taraco
no fue más el único centro político y económico en la cuenca norte. Durante este
período, Pukara llegó a ser uno de los más formidables competidores de Taraco por
el dominio regional. Como Taraco, Pukara está localizado sobre un rico ambiente
de pampa con una gran fuente de agua: el río Pucará. El intercambio documentado
de bienes de alto status entre esos dos centros representa una forma de
cooperación entre esos dos po- deres que podía ser complementaria con su
competencia; con el objetivo de competir efectivamente, “el engrandecimiento
requiere de la cooperación y apoyo de clientes endeudados, probablemente
incluyendo muchos familiares, y otros patrones o socios comerciales” (Clark y
Blake 1994: 19). El comercio y la interacción no necesariamente excluyen las
competencias e incluso los conflictos, como cualquier lectura de la his- toria
europea o asiática atestigua.

7 Cohen, de hecho, prefiere una interpretación de esos datos como un evento ritual.
148 / e l s u r g i M i e N t o d e l a c o M P l e j i d a d s o c i a l ...

La competencia entre Taraco y Pukara finalmente conduciría a la violencia en


una escala nunca antes vista en la región del Titicaca. Basados en los datos
presentados en este capítulo, sugerimos que las gentes afiliadas a Pukara fueron
responsables de la incursión que resultó en la destrucción de Taraco. Esos dos
centros habían coexistido por siglos, sin que ninguno sea capaz de emerger como
un único centro dominante. En el proceso, la competencia por recursos y
partidarios habría llegado a ser crecien- temente difícil, a medida que los caminos
para la expansión llegaron a estar agotados. Un cambio en las estrategias de
liderazgo, que incluía el uso de violencia, así como también un cambio en la
naturaleza del espacio ritual (Klarich 2005: 263), finalmente permitió a Pukara
ganar ventaja sobre su rival. El uso de la coerción como una estra- tegia política no
habría sido tarea fácil a gran escala, la violencia organizada habría sido costosa,
tanto que requería una gran inversión, y riesgosa, ya que no existían experiencias
previas como para medir el potencial éxito. Sin embargo, el pago fue
extraordinariamente grande. Siguido de esta espectacular demostración de fuerza,
el poder regional fue reorientado hacia Pukara, y éste llegó a ser la entidad política
más grande y compleja que emergió en la cuenca norte. El uso de la violencia
conti- nuaría figurando prominentemente en las estrategias de liderazgo de
Pukara, como se refleja en los cambios iconográficos vistos en su arte que
incluyeron motivos de decapitadores y cabezas trofeo.

CONCLUSIONES
En suma, el surgimiento de entidades políticas complejas en la cuenca norte del
Titi- caca comenzó alrededor del 1400 a.C. con la construcción de unos cuantos
modestos patios hundidos. Hipotetizamos que esos patios fueron los primeros
centros “públi- cos” de tácticas político y ritual diseñados, entre otras cosas, para
mantener el com- portamiento cooperativo entre ciertos grupos sociales. Esta
cooperación se extendió hacia actividades productivas alrededor de la producción
de objetos locales que fue- ron intercambiados por bienes foráneos. Para la mitad
del primer milenio a.C., esos elementos arquitectónicos, denominado el complejo
Kalasasaya, llegaron a ser muy elaborado. Un conjunto completo de objetos,
edificaciones y conductas se reunió en una estrategia coherente para mantener
altos niveles de cooperación social. Alrede- dor de esta misma época, algunos de
esos grupos organizaron sus facciones para con- ducir asaltos y tomar cabezas
trofeo en una escala regional. El desarrollo del conflicto organizado sirvió como un
instrumento para la construcción de complejas alianzas políticas dentro y entre
asentamientos. Para finales del primer milenio a.C., dos cen- tros políticos y
económicos regionales se habían desarrollado. Taraco y Pukara fue- ron
competidores, con el último finalmente prevaleciendo en esta lucha regional.
Dentro de dos o tres siglos, Pukara mismo había colapsado dentro de un período de
inestabilidad en el cual emergió la cultura Huaña Temprano. La cuenca del Titicaca
es una región excepcional para estudiar el desarrollo de sociedades complejas. La
inves- tigación futura indudablemente nos proporcionará un conocimiento más
profundo de esta fascinante región del mundo antiguo.
149 / a . l e v i N e , c . c H á v e z , a . c o H e N , a . P l o u r d e y c. s t a N i s H

Agradecimientos
Nuestro agradecimiento a los miembros del Programa Collasuyo, que han
contribuido a una mayor comprensión de la prehistoria del norte de la cuenca del
Lago Titicaca. Gracias, también, al Dr. P. Ryan Williams, del Field Museum, por su
ayuda con PXRF, y al personal del Museo Contisuyo por el uso de sus instalaciones.
La investigación ar- queológica en Taraco se realizó con la autorización del
Instituto Nacional de Cultura de Perú, y fue generosamente financiada con becas
de la National Science Foundation, el departamento de Antropología, del Latin
American Institute, las dotaciones Cotsen y amigos de arqueología en UCLA. Estamos
muy agradecidos con el Cotsen Institute of Archaeology de UCLA por su apoyo en el
curso de nuestra investigación. Por último, nos gustaría dar las gracias a Luis
Flores Blanco y Henry Tantaleán por su invitación a participar en este volumen.

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Qaluyu y Pukara: Una perspectiva
desde el valle de Quilcamayo-
Tintiri, Azángaro
He n r y Ta n Ta l e á n , Mi CHi e l z e g a r r a ,
i ii

a l e x g o n z a l e s y C a r l o s z a Pa Ta b e n i Te s
iii

iv

INTROdUCCIóN
La arqueología del tiempo denominado en la literatura arqueológica como
“Formativo”1 en la cuenca norte del Titicaca tiene como máximos exponentes de
desarrollo social a Qaluyu (1400 a.C.-400 a.C.) y Pukara (400 a.C.-350 d.C.) (Hastorf
2005; Janusek 2004; Stanish 2003). Estas dos entidades han sido representadas a
partir de la definición y aislamiento, principalmente de dos estilos cerámicos que
se reconocen, por lo gene- ral, como dos grupos sociales que se suceden uno tras
del otro. Asimismo, cada uno de ellos está asociado a un conjunto de sitios y
litoescultura lo que completaría la materialidad social de ambas entidades.
En esta publicación y otras anteriores (Tantaleán 2008, 2010) hemos observado
que nuestro conocimiento de este tiempo todavía es insuficiente y bastante
fragmen- tario. Dado este panorama, nuestra investigación, que aquí se presenta,
ha tratado de generar un nuevo corpus de datos que nos ayude a comprender
dichos fenómenos sociales. Para ello, desde el año 2007 nuestro equipo de
investigación ha estado reco- nociendo sistemáticamente el valle del río
Quilcamayo-Tintiri, un tributario del río

i. Instituto Francés de Estudios Andinos. henrytantalean@yahoo.es.


ii.Universidad Nacional Mayor de San Marcos. michielwalter3@yahoo.es. iii
Universidad Nacional Mayor de San Marcos. alexgonzal@gmail.com.
iv Universidad Nacional de Trujillo. carloszb@live.com.
1 El concepto “Formativo” ha atravesado por serias críticas, principalmente por la carga evolu-
cionista que implica su uso (ver, por ejemplo, Ramón 2008). Sin embargo, a pesar de dichas
cri- ticas, en la actualidad el término sigue siendo aplicado ampliamente en la arqueología
andina, incluso, ha sido recientemente actualizado (por ejemplo, ver Kaulicke 2008, 2010).
Para el área de la cuenca del Titicaca su uso también es generalizado así que, por el
momento, lo seguiremos utilizando aquí, pero solamente de forma referencial.
156 / q a l u y u y Pukara

Azángaro. Este último río, junto con el Pucará, conforman las principales áreas
donde se ha reconocido una cantidad importante y significativa de sitios
relacionados con Qaluyu y Pukara. De esta manera, uno de nuestros objetivos
principales fue contras- tar nuestra información de un área mínimamente
(re)conocida con la información del “área nuclear” de Qaluyu y Pukara. Asimismo,
nuestro objetivo es pasar de la de- finición de una sociedad solamente a través de la
cerámica a generar una perspectiva más dialéctica donde los estilos son sólo una
parte integrante de una materialidad social más amplia que debemos reconocer en
su dinámica productiva y las prácticas sociales en la que estos se hayan inscritos.
Pero antes de pasar a describir nuestra investigación concreta debemos hacer
algunas observaciones sobre cómo vemos la arqueología de la cuenca norte del
Titicaca.

LA ARQUEOLOgíA dE LA CUENCA NORTE dEL TITICACA:


ALgUNAS CONSIdERACIONES PREVIAS
Creemos que una de las principales causas de la situación actual de la arqueología
peruana es que la investigación ha estado, primordialmente, orientada a los asenta-
mientos monumentales y a los objetos arqueológicos más llamativos
(espectaculares) de las sociedades prehispánicas, sobre todo, los que proceden de
colecciones (como la cerámica, metales o textiles) o que por su durabilidad o
volumen (como en el caso de la litoescultura) han resistido mejor el paso del
tiempo. De hecho, esta perspec- tiva enfocada en el objeto descontextualizado,
iniciada por individuos interesados en el pasado de manera informal prácticamente
desde la época de contacto europeo y que alcanzó su mayor desarrollo en el siglo
XIX, fue trasladada a la arqueología científica y siguió presente en la práctica de
alguno/as investigadore/as inspirado/ as en perspectivas teóricas evolucionistas e
histórico-culturales, quienes veían en los objetos arqueológicos más emblemáticos
el reflejo o materialización del desarrollo socio-económico y/o socio-político de las
sociedades prehispánicas.
Asimismo, una de las principales causas del precario conocimiento del área de
nuestro interés, es la manera en que los sitios arqueológicos han llegado hasta no-
sotros. En el área de la cuenca norte del Lago Titicaca existen diferentes problemas
para reconocer y describir los asentamientos humanos tempranos y sus elementos
integrantes, básicamente, por la naturaleza de su soporte, su producción y por las
condiciones naturales y antrópicas a las que se hallan expuestos, lo que ha reducido
su visibilidad en el paisaje altiplánico. Los factores que afectan a la conservación de
la materialidad social prehispánica de esta zona pueden dividirse según su génesis
en tres grandes grupos: meteorológicos, biológicos y antrópicos 2. Por lo
anteriormente mencionado, las metodologías utilizadas y las consecuentes
representaciones pro- puestas por los investigadores se ven alteradas infra o
sobredimensionando la reali- dad observada. Un claro ejemplo de este desajuste
entre lo evidente y la realidad so- cial prehispánica se observa cuando se realizan
análisis de patrones de asentamiento

2 Dada el espacio limitado que tenemos aquí no los desarrollaremos in extensu. Sin embargo,
se puede consultar Tantaleán 2010.
157 / H e N r y t a N t a l e á N , M i c H i e l z e g a r r a , a l e x g o N z a l e s y c a r l o s z a P a t a

(Stanish et al. 1997), tipologías de asentamientos (Stanish et al. 1997; Stanish 2003:
89) o jerarquías de estos (Bandy 2001; Plourde 2006: 215; Plourde y Stanish 2006)
basados en la extensión y/o volumen de los asentamientos y sus elementos
constituyentes3 en el momento de su investigación.
Para paliar en algo esta situación, hemos recolectado y estudiado la información
existente sobre los sitios y objetos arqueológicos conocidos con el nombre de
Qaluyu y Pukara4. En este capítulo, dichos materiales, tratan de ser re-insertados en
su lugar de producción y/o uso original, de manera tal, que nos pueden informar
de su propia génesis.

LA MATERIALIdAd dE LAS SOCIEdAdES


SEdENTARIAS TEMPRANAS dE LA CUENCA NORTE dEL
LAgO TITICACA
Antes de describir y caracterizar la materialidad social de esta área y tiempo,
tendre- mos que discutir la división que se establece entre dos grandes conjuntos
de objetos que responden a dos diferentes “estilos” conocidos como Qaluyu y
Pukara.
Desde los comienzos de la arqueología andina, el reconocimiento de un estilo en
los objetos arqueológicos ha sido utilizado para agruparlos y otorgarles una entidad
e identidad social y política (Ramón 2005; Valdez 2008)5. En este caso, el estilo repre-
sentaría una expresión material mediante la que se pueden reconocer la forma de
ser y pensar (idiosincrasia) de las sociedades o “culturas”, especialmente, mediante
la cerámica decorada y/o la litoescultura con alto o bajo relieves, como se dio, por
ejemplo, en el caso de los objetos procedentes del área de la cuenca norte del
Titica- ca (Bennett 1946: 120; Burger et al. 2000: 311; Chávez 1975, 1992, 2002, 2004;
Chávez
Ballón 1950; Chávez y Mohr 1975; Cook 1994; Franquemont 1986; Harth-Terré
1960;
Hastorf 2005; Lumbreras y Amat 1966: 81; Mohr 1980: 203; Rowe y Brandel 1970;
Val- cárcel 1925, 1932a, 1932b, 1935; Wallace 1957). Dicha concepción descansa en
enun- ciados desarrollados originalmente en la historia del arte6 y que sólo se
detenían en la apariencia del objeto en sí, casi siempre relacionada con una
estética de los objetos (Willey 1951: 49; Kroeber 1963: 68; Sackett 1977; Shanks 1999:
4, 2001; Shanks y Tilley (1992 [1987]: 148; Scott 2006). A su vez, esta perspectiva de
la historia del arte estaba influenciada tanto, por dicha noción de la estética como
representación del “espíritu

3 Aunque Bandy (1999) reconoce ciertas disturbaciones o “procesos post-deposicionales”


mecá- nicos (producidos por humanos y animales) que afectan al material cerámico en
los sitios arqueológicos de la península de Taraco, Bolivia.
4 Nuestro análisis está basado en una muestra de 64 sitios arqueológicos y la lito-escultura
y cerámica asociada a aquellos (Tantaleán 2010).
5 Para discusiones sobre el concepto de estilo, especialmente de la literatura arqueológica
publicada en inglés ver Chase 2003; Conkey y Hastorf 1990; Dantas y Figueroa 2008; Jones
1997; Morphy 1994: 670; Sackett 1977: 74; Troncoso 2002.
6 Por ejemplo, en sus estudios del estilo Pukara, Chávez (1992: 25) retoma los enunciados
de Christopher Donnan (1976) para el estudio iconográfico de la cerámica Moche
inspirados en el arte.
158 / q a l u y u y Pukara

de una época” (como planteaban, por ejemplo, Winckelman o Hegel), como por una
perspectiva evolucionista de la sucesión de estilos (Bardavio y Gonzáles Marcén
2003: 50; Trigger 2006: 57).
Bajo estas premisas, en el siglo pasado se desarrolló en los Andes Centrales una
investigación orientada hacia los diseños “mitológicos” incluidos en los objetos ar-
queológicos (Tello 1923; Larco Hoyle 1938; Carrión Cachot 1959; Menzel 1964) y que
alcanzó su mayor despliegue con los estudios iconográficos inspirados en los enun-
ciados de Erwin Panofsky (1955) enfocados, sobre todo, en la compleja decoración
de la cerámica Moche de la costa norte del Perú (por ejemplo, Hocquenghem 1987).
Dicha tradición, luego, fue recogida por John Rowe en sus análisis de la iconografía,
como por ejemplo, en sus fases litoescultóricas del sitio de Chavín de Huántar en la
sierra norcentral (Rowe 1979 [1967]). De esta manera, el estilo se utilizaba como
medio para la construcción de una epistemología y/o metodología para la
explicación del objeto “hacia afuera”, en la que la apariencia del objeto nos
comunicaba 7 una serie de características subjetivas de la sociedad8, sobre todo,
ideológicas (por ejemplo, ver Willey 1999) y, últimamente desde la arqueología
post-procesual, proporcionaría la oportunidad de recuperar significados o
comprender narrativas (ver por ejemplo, Hodder 1993, 1994; Shanks y Tilley 1992
[1987]: 137; Shanks 1999: 6).
En este capítulo, nosotros asumimos la existencia de un estilo como una forma
de producir y reproducir objetos en una situación histórica concreta, bajo
condiciones objetivas y subjetivas específicas9. Asimismo, un único estilo, en tanto
producción so- cial, no domina necesariamente un espacio y tiempo, pues, incluso,
estilos diferentes pueden convivir en un mismo tiempo y espacio y, de hecho, así
lo hacen en algunos sitios arqueológicos. Para nosotros, el estilo no pertenece a
una expresión ideal de una sociedad o una manera de encarnar el pensamiento
sino que es la materialización u objetificación de una producción social posibilitada
por la materia prima y que, a su vez, al crear realidad, condicionó la existencia de
la vida social que la procuró (Kosik 1967; Patterson 2009). Esto quiere decir que, los
objetos arqueológicos fueron produ- cidos socialmente por los seres humanos,
fueron una extensión de su ser y, su exis- tencia en este mundo posibilitó toda una
realidad social. De esta forma, los objetos

7 De hecho, diferentes perspectivas concuerdan en que el estilo es justamente un medio de


comunicación (Hodder 1993; Nicholas et al. 1998; Rice 1987; Schiffer 1999).
8 Casi desde el comienzo de la arqueología peruana los objetos con mayor decoración o
me- jor acabado externo fueron los protagonistas en la definición de las características
propias o “personalidad”, “grado de evolución” o “desarrollo artístico” de cada “cultura” o
sociedad. De hecho, dichos objetos siguen siendo considerados “rituales”, “ceremoniales” o
de “elite” e, incluso, comunicarían “identidad”, “status”, “prestigio”, “riqueza”, etc. Para una
reciente sín- tesis de planteamientos de los objetos como “ofrendas”, “votivos” o “rituales”
se puede con- sultar Osborne 2004. Asimismo, para un planteamiento de las plazas
hundidas del altiplano del Titicaca como espacios rituales ver Moore 1996.
9 Siguiendo a Vicente Lull (2007: 214): “Un estilo se comporta a veces como una corriente secreta
que atraviesa los objetos y las personas. Un estilo aprovecha el espacio de la materia para expresarse,
pero depende de los espacios generados por la comunicación social. El momento se inscribe en el
tiempo, y el tiempo es el receptáculo en el que aparecen los objetos.”
159 / H e N r y t a N t a l e á N , M i c H i e l z e g a r r a , a l e x g o N z a l e s y c a r l o s z a P a t a

conviven con los seres humanos y, además de posibilitar materialmente su


existencia, también le otorgan significado10. En ese sentido, la arquitectura (pública
y doméstica) es la reunión y el continente de la materialidad social de estas
sociedades.
Como dijimos, con relación a nuestra área de estudio, entre los años 1400 a.C. y
350 d.C.11 aproximadamente aparecieron dos estilos de objetos predominantes y
diferenciados: Qaluyu (1400 a.C.-400 a.C.) y Pukara12 (400 a.C.-350 d.C.). Sin embargo,
algunos estudios ya han observado y planteado la coexistencia de ambos estilos en
épocas finales de Qaluyu y comienzos de Pukara (por ejemplo, ver Steadman 1995;
Mujica 1987 y Levine et al. en este volumen). Asimismo, en algunos casos y por las
características de su producción y uso que luego describiremos, los objetos de esti-
lo Pukara muchas veces son escasos. Pese a ello, es posible aislar relativamente dos
grandes corpus de objetos que son producidos de una manera distintiva.
Para comenzar a organizar la materialidad social en cada situación histórica he-
mos creído adecuado jerarquizarlos por extensión y su relación objetual. De esta
ma- nera, planteamos que entre los 1400 a.C. y los 400 a.C. aproximadamente,
existiría una relación entre objetos de estilo Qaluyu que estaban incluidos en el
asentamiento o montículo y/o cerros aterrazados en tanto continente de dichos
objetos, siendo dos los elementos más relevantes: los monolitos o huancas13 y las
vasijas cerámicas. Dichos elementos son particulares y los distinguen
objetivamente. Asimismo, existe una recurrencia de dichos elementos en los
asentamientos como para poder plantear su inter-relación y desde ahí plantear su
producción y uso más adelante.

10 Para otras perspectivas arqueológicas y antropológicas que confluyen con la nuestra en


la trascendencia que poseen los objetos para la vida social se puede consultar, por
ejemplo, Gosden 2005, 2008; Meskell (ed.) 2005; Miller (ed.) 1998, 2005; Schiffer 1999;
Walker y Schi- ffer 2006; Skibo y Schiffer 2008.
11 Como se pudo apreciar en nuestra recopilación de 64 fechados radiocarbónicos
disponibles en 2007 para los sitios tempranos de la cuenca norte del Titicaca (Tantaleán
2010), existen solapamientos entre las últimas fases de Qaluyu y las primeras de Pukara
(por ejemplo, Steadman 1995). Esto se debería al rango de años que otorga el fechado y
que no permite establecer exactamente sí estamos ante un contexto en el que solo se
dio uno o más estilos cerámicos. Más allá de esta cuestión técnica, se observa que las
fases y las ocupaciones ar- queológicas se definen por la cantidad de los objetos
cerámicos de estilo Qaluyu o Pukara, asumiendo que una mayor cantidad de alguna de
ellos definirían toda la materialidad so- cial de una capa u ocupación. Obviamente, la
ontología y epistemología histórico-cultural aun sigue presentes en estos supuestos.
12 El estilo cerámico Cusipata (Franquemont 1986, Mujica 1987, Oshige 2010) ha sido
mínima- mente investigado y su existencia se fundamentó en algunos fragmentos
cerámicos exca- vados en el sitio de Pukara por Kidder y Mujica, los mismos que,
además, aparecen mezcla- dos con cerámica Qaluyu en excavaciones de sitios como
Pukara (Mujica 1987) y Camata (Steadman 1995). Asimismo, no existe una relación
directa con otro tipo de materialidad social, por ejemplo, asentamientos o litoescultura.
Así pues, por el momento, no lo toma- remos en consideración en este estudio a la
espera de una mejor definición empírica.
13 Según Víctor Falcón (2004: 38), una Huanca es “un monolito alargado que se yergue sobre el
terre-
no, colocado adrede, y al que se pudo desbastar, facetándolo y dándole una forma prismática”.
160 / q a l u y u y Pukara

Posteriormente, entre los 400 a.C. y los 350 d.C., aunque existen ciertas
características y continuidades formales inspiradas en el momento anterior, se hace
evidente un cam- bio en la selección de los materiales, en la tecnología e inversión en
el tiempo y/o esfuer- zo para la producción de objetos en el estilo Pukara.
Distinguiremos tres componentes u objetos significativos durante este tiempo: el
montículo de dimensiones monumentales, la lito-escultura (especialmente las estelas)
y la cerámica polícroma e incisa.
Considerando lo expuesto, podremos sugerir ciertas lógicas de producción más
adelante y avanzar planteamientos de cómo sería su hallazgo en áreas relacionadas
con dichas producciones (Tantaleán 2010) como se hizo en el caso del análisis del
ma- terial recuperado en nuestra prospección del valle del Quilcamayo-Tintiri.
Además, al reunir dichos elementos podremos asegurar una co-existencia que
revele sus formas de posibilitar y condicionar la vida social durante espacios de
tiempo importantes.
Si bien existen otros artefactos u objetos que pueden ser asignados a los estilos
antes mencionados, por el momento, son minoritarios. Por ejemplo, tenemos
conoci- miento de una importante producción de artefactos sobre hueso de
camélidos (Colec- ción del Museo Peabody de la Universidad de Harvard), metal
(pectoral en la misma colección, placas metálicas en McEwan y Haeberli 2000),
madera (Alcalde 2001: 28) y textiles (Conklin 1983, 2004; Mujica 1991; Haeberli 2001;
Young-Sánchez 2004: fig. 2.21) durante estos tiempos. Creemos que el estudio de la
producción y uso de dichos objetos es relevante para entender mejor las
características de la vida de dichas socie- dades, pero su escasez, características
materiales y su ubicación actual no permiten, por el momento, establecer un
panorama claro de su producción.

SíNTESIS dE LOS ASENTAMIENTOS


ASOCIAdOS A OBJETOS dEL ESTILO QALUyU y
PUkARA
En otros lugares (Tantaleán y Leyva 2010; Tantaleán 2010) ya hemos descrito
extensa- mente las materias primas, técnicas, morfología y funciones de los objetos
incluidos en los asentamientos relacionados a lo Qaluyu y lo Pukara. Por ello aquí
solo anota- remos algunas recurrencias que nos pueden ayudar a comprender
cómo organizaron su mundo las sociedades de este período en la cuenca norte del
Titicaca. Asimismo, aunque fragmentaria e incompleta, dicha materialidad ofrece
unas características concretas que podemos organizar y jerarquizar. La re-unión de
esta materialidad so- cial documentada y recuperada nos permite reconocer una
serie de características que sus objetos comparten en un tiempo y espacio
concretos.

Los asentamientos asociados a los objetos del estilo Qaluyu se elaboran básica-
mente con barro y piedra, elementos accesibles para cualquier poblador de la
cuenca norte del lago Titicaca. Estos sitios se ubican en lugares que poseen un
dominio visual de sus alrededores como son las elevaciones en áreas llanas o
pampas o en laderas y/o en cimas de cerros; modificando por primera vez de una
manera significativa el pai- saje natural. Asimismo, los asentamientos Qaluyu
tienen acceso directo a las fuentes de agua próximas a las orillas de lagos, ríos o
manantiales, aunque las edificaciones no se realizaron directamente en áreas
potencialmente agrícolas.
161 / H e N r y t a N t a l e á N , M i c H i e l z e g a r r a , a l e x g o N z a l e s y c a r l o s z a P a t a

Los asentamientos con objetos de estilo Qaluyu son los primeros asentamientos
permanentes que crecen y concentran volúmenes de construcción en esta parte de
la cuenca del Titicaca. Se trata de montículos que sobresalen y modifican el paisaje
social y, en el caso de los conjuntos de terrazas, se manifiestan por una acumula-
ción o extensión de estas sobre áreas de cerros. Asimismo, como se ha observado
en diferentes investigaciones en sitios arqueológicos asociados con objetos de estilo
Qaluyu (Plourde 2006; Tantaleán 2010), muchos de estos contienen componentes
pre- cerámicos lo que supone que, incluso, se superpondrían a asentamientos
mucho más antiguos.
Los asentamientos asociados a objetos de estilo Qaluyu, concretamente son
espacios arquitectónicos residenciales de planta rectangular (domésticos) y hasta el
momento no se ha evidenciado arquitectura monumental. En ciertos casos, se ha
planteado la existencia de plazas hundidas en algunos montículos, aunque no han
sido debidamente registrados y fechados. Las huancas parecen ser los objetos claves
líticos de los sitios arqueológicos Qaluyu y estarían relacionados con las primeras
arquitecturas extra-do- mésticas, públicas o “corporativas” de ese momento histórico.
A pesar de su gran núme- ro, estos sitios no tienen gran variación y diferenciación
superficial. Por consiguiente, comparten componentes o rasgos básicos comunes:
espacios residenciales (con gran- des depósitos de desechos) y conjuntos de campos
elevados o “camellones”. Si existe alguna diferencia sólo concierne a la extensión del
asentamiento.
En el caso de los asentamientos asociados a objetos del estilo Pukara, la mayoría
de ellos se superponen a asentamientos que se formaron cuando se estaban
produciendo objetos de estilo Qaluyu o eligen nuevos terrenos que poseen una
destacada ubicación en el paisaje, como las faldas de los cerros y las elevaciones
topográficas. Estos asenta- mientos están ubicados en lugares con un gran control de
la visibilidad y movimiento de y hacia las áreas circundantes: pasos de valle y
accesos a otras zonas ecológicas más allá del altiplano del Titicaca14. Para la
construcción de los asentamientos Pukara se uti- lizaron elementos materiales
variados, seleccionándose la materia prima en lugares de fácil acceso, así como
también de fuentes alejadas, incrementándose el uso de grandes bloques piedra,
sobre todo, de arenisca. Estos asentamientos se incrementan en exten- sión y
volumen con respecto a sus predecesores, construyéndose sobre estos mismos o
fundándose nuevos asentamientos. Los sitios incluyen grandes espacios abiertos con
muros más elaborados y, entre ellos, la plaza cuadrangular o rectangular hundida es
una estructura arquitectónica central y clave en los asentamientos Pukara y se
localiza en lugares elevados y segregados de los espacios residenciales. Las estelas
escalonadas de arenisca de grandes dimensiones y con diseños complejos son los
objetos más signi- ficativos de estos sitios y evidentemente asociados a la
arquitectura monumental.

Gracias al re-conocimiento de estas recurrencias, nos encontramos en mejor


posi- ción para comprender la materialidad social del área del valle del
Quilcamayo-Tintiri. La idea original no fue extrapolar la información aquí
sintetizada, sino que esta nos ayudase a formular “escenarios” posibles a reconocer
en una nueva área por inves-

14 Como, por ejemplo, en el área de Chumbivilcas, Cusco (Chávez 1988).


162 / q a l u y u y Pukara

tigar. Obviamente, partimos de la premisa de que cada área (en nuestro caso, el
valle del Quilcamayo-Tintiri) podría tener una historia particular que no
necesariamente se repite o se manifiesta de la misma manera que en otras áreas,
dado que las prácti- cas sociales son las que constituyen históricamente su
materialidad.

EL PROgRAMA dE INVESTIgACIONES ARQUEOLógICAS


ASIRUNI (PIARA) y EL VALLE dEL QUILCAMAyO-TINTIRI
Nuestro programa de investigaciones tuvo como objetivo principal reconocer un
área de manera sistemática en el valle del río Quilcamayo-Tintiri, uno de los
afluentes del río Azángaro, los que están comprendidos dentro del área de la
cuenca norte del lago Titicaca. Se reconocieron diferentes sitios arqueológicos,
principalmente los relacio- nados con el surgimiento de las primeras sociedades
aldeanas a partir de 1400 a.C., y con la posterior conformación de “sociedades
complejas” materializadas en la cons- trucción de arquitectura monumental (400
a.C.-350 d.C.). Asimismo, se hallaron sitios relacionados con la ocupación del
Intermedio Tardío o “Señoríos Altiplánicos” (1000- 1460 d.C.) con cierto número de
evidencias de la ocupación Inca de la zona (1460-1533 d.C.). Además, se registraron
otros sitios que aparentemente corresponden a la época Colonial o Republicana.

Descripción geográfica
El área geográfica, objeto de nuestro estudio de reconocimiento, se encuentra
ubica- da en la provincia de Azángaro en el departamento de Puno (Figura 1). Su
medio am- biente es típico de puna y destaca por ser parte de la meseta altiplánica
con algunas elevaciones montañosas a los lados del valle. Presenta vegetación
escasa y rala (ichu) y algunos arbustos. Es una zona que, por dichas características,
es bastante explotada como área de pastoreo extensivo de camélidos. La zona llana
del fondo del valle don- de se realizó la mayor parte del estudio, se encuentra
ubicada a un promedio de 3850 msnm (Figura 2). Actualmente es un área de baja
densidad demográfica y su aspecto es rural con viviendas y caseríos dispersos.
Dichas condiciones ayudan a la prospec- ción por cuestiones de visibilidad como de
preservación de los yacimientos.
Durante nuestra prospección hemos recorrido ambas márgenes del río Tintiri y
Quilcamayo, uniendo a lo largo del primer río a la localidad de Azángaro con la
loca- lidad de Condori, áreas en las que se han evidenciando grandes
asentamientos tem- pranos como los de Cancha-Cancha Asiruni, Tintiri y
Chaupisawakasi (Chávez 1970; Stanish et al. 2005 y visitas nuestras en 2006 y 2007).

Antecedentes
Alfred Kidder II fue el pionero de los reconocimientos arqueológicos en el área
al- tiplánica (1939). De su escasa bibliografía publicada hemos rescatado algunos
yaci- mientos que registró en la zona de Azángaro. Lamentablemente, como él
mismo afir- ma (Kidder 1943: 21), no prospectó totalmente el área que nosotros
hemos elegido
163 / H e N r y t a N t a l e á N , M i c H i e l z e g a r r a , a l e x g o N z a l e s y c a r l o s z a P a t a

Figura 1. Vista satelital de la cuenca del valle Quilcamayo-Tintiri. Se indica la


ciudad de Azángaro y el sitio de Tintiri.

Figura 2. Vista de una sección del valle de Tintiri a la altura de la localidad de


Condoriri
164 / q a l u y u y Pukara

Figura 3. Mapa de la cuenca del Quilcamayo-Tintiri realizado en base a la Carta Nacional


(1:100,000). En este mapa se ha delimitado el área aproximada donde se realizó nuestro
reconocimiento arqueológico hasta el 2007

para investigar. De hecho, sus prospecciones no fueron sistemáticas y, sobre todo,


se interesó por asentamientos con características monumentales (muchos de ellos
ya conocidos por los pobladores de las zonas cercanas) y que poseían escultura
lítica.

Con respecto al área cercana de nuestra prospección, este investigador norte-


americano, nos refiere que en la localidad de Ayrampuni existe un yacimiento bas-
tante significativo y que incluiría una localización con respecto a la explotación de
una mina de sal de época prehispánica (Idem 19-22), elemento que como sabemos es
de vital importancia en la dieta humana y la conservación de alimentos. El sitio de
Ayrampuni se encuentra ubicado a 23 km de Pukara vía camino directo y 2 km des-
de el camino Azángaro-Arapa. Asimismo, Kidder halló cerámica Pukara Policroma,
Franco Inojosa, en una visita anterior, recuperó un fragmento de las clásicas trom-
petas Pukara. Sin embargo, Kidder no reconoció totalmente el área cercana al sitio
de
165 / H e N r y t a N t a l e á N , M i c H i e l z e g a r r a , a l e x g o N z a l e s y c a r l o s z a P a t a

Ayrampuni (Idem 21). De dicha zona también proviene una escultura lítica que
actual- mente se encuentra depositada en el Museo Nacional de Arqueología,
Antropología e Historia de Lima y que estilísticamente se relacionaría con la
iconografía del estilo Pukara (Kidder 1943: Lámina VI: 4).
Más adelante, en 1963, el investigador norteamericano John H. Rowe (1963: 7), al
referirse a los asentamientos urbanos en el “Antiguo Perú” y, específicamente, los de
la sierra sur, recoge la información de la existencia de otro sitio “Pukara” en
Tintiri y señala que aún no se habían hallado sitios habitacionales entre esos
asentamientos urbanos. Posiblemente el sitio al que se refiere es el de Cancha
Cancha-Asiruni.
Adicionalmente, a estos datos Sergio Chávez (Chávez 1975) refiere la existencia
de una cantera de cuarcita en la vecina área de Arapa que proporcionaría la materia
prima para la producción de las conocidas estelas y edificios de la sociedad Pukara.
También en un artículo sobre litoescultura del altiplano, Sergio Chávez y Karen
Mohr (1970) reportan que el primero de ellos reconoció algunas litoesculturas
durante un reconocimiento arqueológico en 1968, siendo algunos de esos
monolitos los del sitio de Cancha Cancha–Asiruni en el valle de Tintiri. De hecho,
en ese mismo artículo, además, de la descripción de las litoesculturas se describe la
ubicación del sitio de Cancha Cancha–Asiruni: “El sitio de Cancha Cancha–Asiruni,
ubicado en la hacienda del Sr. Sebastián Manrique, está situado cerca al río Tintiri y a la
Hacienda Tintiri, en el lado izquier- do de la carretera que va de Azángaro a Muñani. (Chávez
y Mohr 1970: 26).
Sin embargo, como el mismo autor pudo comprobar (y nosotros, también) el
sitio se encuentra alejado unos kilómetros de la Hacienda Tintiri propiamente
dicha que se concentraba alrededor de la iglesia que todavía sobresale en el paisaje
de este área.
Otro investigador que realizó reconocimientos en el área que nos ocupa es Elías
Mujica. Aunque no nos refiere la metodología empleada (prospección sistemática o
no, alcance de sus estudios, etc.) en un par de publicaciones nos grafica mediante
cro- quis y mapas la existencia de dos yacimientos en el valle de Azángaro (Mujica
1985: fig. 6.3; 1988: fig. 4).
Finalmente, Charles Stanish y asociados (Stanish et al. 2005) también realizaron
algunas visitas a asentamientos de la zona y a partir de los resultados de sus “re-
conaissances” plantearían la existencia de una mayor cantidad de sitios en el área.
Sin embargo, en la cuenca de Azángaro reportan nuevamente sólo el sitio de
Cancha Cancha–Asiruni.
De todo lo anterior, se desprendía que, por lo menos, el sitio de Cancha Cancha–
Asiruni era un sitio de gran importancia, incluso planteado como una gran “centro
secundario” de la sociedad Pukara (Stanish 2003) lo cual debería ser
necesariamente explicado desde la investigación arqueológica del mismo valle.

LA MATERIALIdAd SOCIAL TEMPRANA dEL VALLE dEL QUILCAMAyO-


TINTIRI
El valle de Quilcamayo-Tintiri ha presentado una diversidad de asentamientos
arqueo- lógicos de diferentes momentos prehispánicos. Sin embargo, es relevante que
la gran mayoría de sitios, su extensión y volumen pertenezcan a las primeras
sociedades seden-
166 / q a l u y u y Pukara

tarias. En este análisis solo incluiremos dichos sitios aunque la existencia de los otros
da cuenta de una trayectoria histórica que es característica de la cuenca norte del
Titicaca.

FaCTOres que han aFeCTadO a lOs asenTamienTOs y arTeFaCTOs


La materialidad social en el valle de Quilcamayo-Tintiri ha sufrido una serie de fac-
tores que han intervenido en su aspecto físico hasta nuestro encuentro con ella. Los
factores meteorológicos y humanos son los que más han incidido en su apariencia.
La mayoría de sitios han estado expuestos a lluvias, viento, crecidas o
modificaciones de los cauces de los ríos, básicamente, erosionando los sitios
arqueológicos. Asimismo, creemos que, si bien los montículos son las formas de
asentamiento más conocidas y obvias en el paisaje, es posible que dichos factores
hayan cubierto o erosionado sitios no monticulares. Por el momento, esto será
difícil de comprobar sin las evidencias materiales exigidas.
Asimismo, la intervención humana desde tiempos prehispánicos y, sobre todo,
en la actualidad por ocupación de viviendas en los sitios arqueológicos ha afectado
considerablemente la fisonomía de los mismos. Además, los habitantes de la zona
durante mucho tiempo han utilizado y siguen utilizando los sitios arqueológicos
pre- hispánicos como canteras de barro y piedras para construir sus viviendas u
otras edificaciones e, incluso las estelas o huancas han sido reutilizadas
extrayéndolas de su lugar de origen. Asimismo, el vandalismo se ha seguido
practicando en sitios tan relevantes como Cancha Cancha-Asiruni.
Es necesario anotar también las dificultades que se presentaron al momento de
desarrollar el reconocimiento. Los principales problemas tienen que ver con las vías
de acceso a los sitios y el transporte disponible. Estos fueron problemas que
limitaron y condicionaron el desarrollo de las labores. Por otro lado, otro factor
que incidió también en el trabajo fue el desconocimiento por parte de la población
local sobre la naturaleza y función de los trabajos arqueológicos, a pesar que el
gobierno local de Azángaro y muchas comunidades fueron comunicados del
objetivo de nuestra pre- sencia en la zona. Así, algunas de las comunidades se
mostraban reacias a colaborar con nuestro trabajo. Sin embargo, esto no se
presentó en todas las comunidades. In- cluso, algunas de ellas o sus integrantes
colaboraron con nosotros y nos ayudaron a ubicar sitios o restos arqueológicos
relevantes.
Sin embargo, no redundaremos más en este asunto y pasaremos a analizar los
asentamientos y artefactos que hemos reunido en nuestra investigación, iniciando
este recuento con las ocupaciones precerámicas.

Asentamientos Precerámicos (6000 a.C.-2000 a.C.)


En nuestra prospección no hallamos ningún sitio que tuviera únicamente una
ocupa- ción correspondiente al período conocido en la literatura arqueológica de la
cuenca norte del Titicaca como el Arcaico (Aldenderfer 1989 y en este volumen;
Cipolla 2005). Sin embargo, al menos en tres sitios (QT-32, QT-33 y QT-37) hemos
hallado en la superfi- cie artefactos líticos (especialmente, puntas romboidales) que
corresponderían a dicho período. De esta manera, un fenómeno que se da en otras
cuencas como las del Pukara-
167 / H e N r y t a N t a l e á N , M i c H i e l z e g a r r a , a l e x g o N z a l e s y c a r l o s z a P a t a

Ayaviri también está presente aquí: sobre una ocupación de cazadores-recolectores o


arcaica se superpuso un asentamiento plenamente sedentario que, muchas veces, in-
cluyó cerámica del estilo Qaluyu. Esto refiere que los lugares elegidos por las pobla-
ciones de este valle fueron espacios que, para tiempos tempranos, tenían una optima
ubicación para diferentes practicas de subsistencia y económicas. De hecho, como se
ha observado en otros sitios, la caza de animales sigue siendo importante aunque
para épocas posteriores, como las relacionadas con cerámica de estilo Qaluyu, las
puntas se reducen y se prefiere la obsidiana como materia prima para su producción.

Asentamientos del “Formativo Precerámico” (2000 a.C.-1400 a.C.)


Durante nuestro recorrido hemos localizado en la quebrada de Laliuyu, ubicada
en la parte superior del valle del Tintiri, un par de montículos (QT-31) que care-
cen de cerámica y que, provisionalmente (pues, deberemos analizar mejor dichos
sitios), adscribimos a los que en los recientes años se ha venido denominando en
la literatura arqueológica andina como “Formativo Precerámico” (Makowski 2004:
13; Goldhausen et al. 2006; ver critica de Kaulicke 2008: 17; ver también discusión
de Lumbreras 2006). En ese sentido, adquiere tendríamos arquitectura monticular
precerámica pero que ya comporta ciertas características que se hacen más
claras con la aparición de la cerámica del estilo Qaluyu, es decir, acumulaciones
de barro y piedras que conforman montículos platafórmicos. Asimismo, hemos
observado algunas huancas que podrían indicarnos su correspondencia entre la
época pre- cerámica y las asociadas con el estilo cerámico Qaluyu. El sitio de
Cancha Cancha (QT-26) ubicado en las afueras de la comunidad de Yacchata
también es otro posible sitio de este Formativo Precerámico.

Figura 4. Estelas en el sitio Yacchata. Asociadas a estas no se halló cerámica.


168 / q a l u y u y Pukara

Figura 5. Sitios arqueológicos con objetos del estilo Qaluyu del valle del
Quilcamayo- Tintiri reconocidos hasta la prospección del 2007.

Qaluyu y Pukara en la cuenca del Quilcamayo-Tintiri


qaluyu
Asentamientos
Los asentamientos asociados con artefactos de estilo Qaluyu representan un porcen-
taje elevado de la muestra de sitios reconocidos en nuestra prospección. Sin
embargo, dada su historia de ocupaciones no es posible definir cuál fue su
extensión propia en un momento histórico concreto (ver figura 13 para medidas
comparativas de exten- sión de sitios). Pese a ello, podemos apreciar que
existieron, al menos, 7 sitios durante esa época en el valle, espaciados entre sí de 2
a 5 km (Figura 5).
Los asentamientos asociados con el estilo Qaluyu se ubican en las elevaciones de
las partes superiores de cauces fósiles y sobre ellas se extienden las estructuras
arqui- tectónicas de forma paralela al río. Por ello, tienen una gran visibilidad del
entorno,
169 / H e N r y t a N t a l e á N , M i c H i e l z e g a r r a , a l e x g o N z a l e s y c a r l o s z a P a t a

sobre todo, del área relacionada con el cauce del mismo río, a la vez que existe una
visibilidad entre sitios de la misma época. Asociados a ellos se ha reconocido una
gran cantidad de qochas.
Un sitio típico que, además, parece ser un asentamiento doméstico sin
estructuras arquitectónicas monumentales, es el sitio QT-23 cercano a la localidad
de Laranca- huane (Figura 6). En este sitio, destacan la construcción de terrazas en
la ladera de un cerro y su vecindad a una extensa área de filtraciones de agua o
bofedales. Otro caso, es el sitio QT-22 ubicado cerca al anterior, en la margen
opuesta y que es un sitio más extenso, posiblemente con estructuras no domésticas
y/o reocupado que posee una huanca de estilo Qaluyu (Figura 7). Por otro lado,
aunque el sitio QT-19 podría formar parte de QT-20 (Cancha Cancha-Asiruni), este
posee una huanca de estilo Qaluyu, aso- ciada a una posible plaza hundida.

Figura 6. Vista desde el norte del sitio Larancahuane

Figura 7. Huanca en el sitio de Callacoyo


170 / q a l u y u y Pukara

Lito-escultura
La litoescultura, también, es bastante frecuente en los sitios asociados con el estilo
Qalu- yu. A pesar que muchos de ellos han sido ocupados posteriormente, en tres
sitios (QT-19, Pancañe y Callacoyo) hemos hallado huancas con las características
Qaluyu, e incluso, uno de ellos asociados a una posible plaza hundida (QT-19). Las
huancas se hallan ubi- cadas en los sectores más relevantes de los asentamientos y
específicamente en la parte superior de los montículos. Como ya habíamos visto, las
huancas tienen una forma alar- gada paralepípeda y no incluyen diseños en sus
superficies. Asimismo, ninguna de las huancas observadas en los sitios del
Quilcamayo-Tintiri estuvo hecha con arenisca.

Cerámica
La cerámica hallada en estos sitios es típica del estilo Qaluyu, sin mayor diferencia-
ción morfológica, funcional o decorativa entre ellos. Los fragmentos de cerámica se
hallan en gran cantidad en los asentamientos a lo largo y ancho de las ocupaciones.
Las formas son todas domésticas con decoraciones geométricas y, en el único caso,
del sitio San Antonio (QT-24), naturalista y representa una serpiente. La producción
cerámica mantiene los mismos tipos de desgrasantes conocidos para esta época, es
decir, desgrasantes minerales como pirita y feldespato.

Si seguimos la cronología y la secuencia del sitio de Camata (Steadman 1995) te-


nemos que en los sitios del valle de Quilcamayo-Tintiri la cerámica del estilo Qaluyu
apareció básicamente en la fase “Qaluyu Temprano”, porque en varios de estos sitios
se ha hallado fragmentos de ollas sin cuello. Asimismo, se han recuperado en dos
sitios del Quilcamayo-Tintiri (QT-12 y QT-22), fragmentos de trompetas de cerámica
con la técnica y las decoraciones típicas Qaluyu.

Otros objetos
Puntas
Las puntas siguen la morfología descrita por Burger y colegas (2000) para la
cuenca norte del Titicaca. Asimismo, en un caso (Callacoyo) se ha hallado una
punta que correspondería al período Arcaico, según su morfología y por el material
empleado (según la tipología de Aldenderfer y Klink 2005), algo que no sorprende,
pues, muchos sitios Qaluyu se asientan sobre ocupaciones sin cerámica, como
vimos arriba.

Azadas
Las azadas, por lo general, realizadas en roca andesita o basalto olivino,
aparecen en la mayoría de estos sitios y poseen las mismas morfologías y se
corresponden con las de otros sitios contemporáneos de la cuenca norte del
Titicaca. Es significativo que casi todos los sitios tempranos incluyen artefactos
enteros o fragmentados, lo que plantea tanto su producción in situ como la práctica
agrícola en terreno cercano.
171 / H e N r y t a N t a l e á N , M i c H i e l z e g a r r a , a l e x g o N z a l e s y c a r l o s z a P a t a

Tumbas
En uno de los perfiles del sitio Callacayani (QT-12) se observaron dos tumbas de
morfología Qaluyu. Estas son semejantes a las halladas en Camata, es decir, tumbas
incluidas en las capas arqueológicas pero que, en su momento, serían
subterráneas construidas con lajas de piedra (cistas) con un individuo en
posición fetal. Asimis- mo, se pudo apreciar que tenían la modificación craneana
fronto-occipital. En nin- guno de estos casos, observamos artefactos asociados al
esqueleto o en el interior de las cistas.

Pukara
Asentamientos
Los asentamientos asociados con objetos del estilo Pukara, concretamente Cancha
Cancha-Asiruni (QT-20), Callacayani (QT-11), Pancañe (QT-06) y Chaupisawakasi (QT-
36), parecen tener una fundación previa en el momento de existencia de objetos del
estilo Qaluyu. Han crecido adosados o sobre espacios monticulares con ocupación
do- méstica Qaluyu y a la que se le han añadido mayores volúmenes y espacios
abiertos de grandes dimensiones. Aprovechan los mismos espacios que controlan
un gran rango de visibilidad y están espaciados entre sí algunos kilómetros (Figura
8).
Los sitios pueden dividirse fácilmente en sectores domésticos y sectores no do-
mésticos. En estos últimos, se concentra mayor volumen de materiales (tierra y
piedra) que le otorgan aspecto monticular y con recintos que se pueden apreciar
en superficie. En el caso de Pancañe (QT-06), Cancha Cancha-Asiruni (QT-20) y
Chau- pisawakasi (QT-36), se puede observar posibles plazas hundidas y recintos
rectan- gulares de grandes dimensiones (Figuras 9, 10 y 11). Asimismo, aparecen
grandes bloques de piedra trabajados que formarían parte de estructuras
arquitectónicas monumentales. Una gran laja cuadrangular de arenisca blanca se
halló en el sitio QT-08 y sería un ortostato de la pared de una plaza hundida cuya
ubicación en la ac- tualidad es desconocida, aunque esta se encuentra vecina a un
sitio con ocupación Pukara (Pancañe o QT-06).
Recientemente, elegimos al sitio de Chaupisawakasi para realizar investigacio-
nes más intensivas. Durante setiembre de 2010 hemos realizado la excavación de
pozos de sondeo para definir las ocupaciones en el sitio y las posibles funciones de
los edificios allí concentrados. El material, producto de esta investigación
prelimi- nar, está en proceso de análisis. Lo que si podemos avanzar aquí es que
se trataría efectivamente de un centro regional Pukara que generó una estructura
monticular con un edificio asociado a cerámica del estilo Pukara Polícromo. Esto
plantea o que este sitio fue fundado por gente procedente del valle de Pucará o
que los objetos llegaron al sitio por intercambio desde el valle de Pucará y
utilizados por una elite local del valle. En el futuro cercano más excavaciones en
área y fechados radiocar- bónicos nos ayudarán a precisar mejor la naturaleza
del importante sitio de Chau- pisawakasi.
172 / q a l u y u y Pukara

Figura 8. Sitios arqueológicos con objetos del estilo Pukara del valle del
Quilcamayo- Tintiri reconocidos hasta la prospección del 2007.

Lito-escultura
La lito-escultura asociada con los sitios de este momento crece en volumen,
variedad y calidad con respecto al momento anterior. De lejos, el material
preferido para la lito-escultura es la piedra arenisca. Dentro de las morfologías
hacen su aparición la estela escalonada, la estela rectangular, el monolito
antropomorfo y la cabeza deca- pitada esculpida en piedra. Estas variedades de
lito-esculturas se hallan concentradas en sitios como Cancha Cancha-Asiruni,
Callacayani y Pancañe. En menor cantidad, se pueden ver en Chaupisawakasi,
Tintiri y San Antonio. Algunos sectores de los sitios más relevantes concentran una
gran cantidad de lito-esculturas y existen jerarquías entre estos objetos. La
arenisca es el material más aprovechado y las canteras se ha- llan en los cerros
vecinos.
Las decoraciones en estos objetos ahora describen seres serpentiformes de
forma y técnica conocida en el estilo Pukara en otras áreas. Justamente, la estela
escalona- da más grande se halla en el sitio de Cancha Cancha-Asiruni y representa
a este ser
173 / H e N r y t a N t a l e á N , M i c H i e l z e g a r r a , a l e x g o N z a l e s y c a r l o s z a P a t a

Figura 9. Vista desde el norte de Pancañe

Figura 10. Vista desde el norte del sitio Cancha Cancha Asiruni

Figura 11. Vista desde el norte de Chaupisawakasi


174 / q a l u y u y Pukara

serpentiforme con el circulo en alto relieve en la parte inferior de la escena (Figura


12). Tres lito-esculturas también comparten dichas características. Asimismo, la es-
cultura de la cabeza humana decapitada hallada en Cancha Cancha-Asiruni, es
similar a otra hallada por Mujica en Pukara y que se hallaba en un nicho de la
pared de un recinto cerrado y de acceso restringido en el seno de un edificio en
Qalasaya que fue cubierto por la última gran fase de construcción (Mujica 1991;
Klarich 2005: 199, Fig.14). Por su parte, en el sitio Callacayani, se halló una de las
estelas más grandes del valle, la misma que mide 4.42 m de alto, aunque, en este
caso, la superficie de esta en la actualidad no describe ningún diseño en alto
relieve. Sin embargo, en el mismo si- tio sí se halló un monolito que representa el
cuerpo en bulto de un ser antropomorfo que, aunque relacionado con la técnica y
morfología de la escultura antropomorfa del estilo Pukara, presentó algunas
características propias como la posición sedente con las piernas cruzadas, nunca
antes visto en diseños conocidos del área. Por lo demás, en ningún sitio del valle se
han observado ni tenido noticias de estelas u otras lito- esculturas con
decoraciones geométricas o altamente estilizadas, como en el caso de la estela de
Pukara o de Arapa.
Cerámica
Las formas y decoraciones de la cerámica del estilo Pukara se encuentran presentes
en algunos asentamientos del Quilcamayo-Tintiri. Sin embargo, la cerámica Pukara
Polícroma se halla solamente en algunos sitios concretos (Cancha Cancha–Asiruni,
Pancañe, Callacayani y Chaupisawakasi) en algunos sectores correspondientes a las
partes superiores de los montículos o estructuras arquitectónicas relevantes
relacio- nadas con estos. Por ejemplo, en el sitio QT-19 (en realidad, un sector del
sitio Cancha Cancha-Asiruni o QT-20) solamente se halló un fragmento cerámico
con la decora- ción y técnica del estilo Pukara Polícromo cercano a una posible
plaza hundida. De la misma manera, en el sitio de Pancañe (QT-06) se documentó
un gran fragmento de tazón Pukara y otro de un vaso en un sector asociado con
una posible plaza hundida o recinto abierto monumental. Finalmente, durante la
prospección del sitio de Chau- pisawakasi encontramos la mayor concentración de
cerámica del estilo Pukara Polí- cromo, incluyendo un fragmento de trompeta
realizada en este estilo. Como dijimos

Figura 12. Estela del sitio de Cancha Cancha Asiruni


175 / H e N r y t a N t a l e á N , M i c H i e l z e g a r r a , a l e x g o N z a l e s y c a r l o s z a P a t a

arriba, las excavaciones preliminares de 2010 nos han ofrecido varias muestras de
cerámica de este estilo asociados con la ocupación de una estructura monumental.

Otros objetos
Puntas
Las puntas de obsidiana siguen la morfología presentada por Burger et al. (2000)
para este momento. De hecho, la obsidiana abunda en sitios que presentan alta
frecuencia de otros objetos del estilo Pukara, como Pancañe. En comparación con
las puntas de estilo Qaluyu, un ejemplo hallado en el sitio de Pancañe (QT-06) tuvo
una morfología y un tamaño de estilo Pukara.

Azadas
No se encuentra gran diferencia morfológica entre las azadas anteriores y las del
mo- mento asociado con objetos del estilo Pukara. Sin embargo, aparece en mayor
pro- porción el basalto olivino como material más empleado para la producción de
azadas, posiblemente relacionado con la mayor distribución de este material desde
una can- tera administrada por agentes asociados con el sitio de Pukara en el valle
del mismo nombre.

Tumbas
En los sitios no se han detectado tumbas o restos humanos relacionados
directamente con los sitios con objetos del estilo Pukara. Sin embargo, habría que
ver sí las su- puestas plazas hundidas que hemos ubicado en nuestra prospección,
al igual, que sus pares contemporáneos del sitio de Pukara, colocan algunos
individuos en sus estruc- turas arquitectónicas.
176 / q a l u y u y Pukara

UNA REPRESENTACIóN ARQUEOLógICA dE LAS SOCIEdAdES RELACIONAdAS


CON LOS ESTILOS QALUyU y PUkARA EN EL VALLE dEL QUILCAMAyO-TINTIRI
dE LOS 1400 a.C. A LOS 400 a.C. EN EL VALLE dEL QUILCAMAyO-TINTIRI

Los asentamientos asociados con objetos del estilo Qaluyu representan un


porcentaje elevado de la muestra de sitios reconocidos en nuestra prospección. Sin
embargo, dada su historia de ocupaciones no nos es posible definir cuál fue su
extensión propia en un momento histórico concreto. Pese a ello, podemos apreciar
que existieron al menos 15 sitios durante esa época en el valle, espaciados entre sí
de 2 a 5 km.

Los asentamientos se acomodan a una forma de producción relacionada con las


áreas inundables del río pero específicamente en las áreas que controlan el paisaje
relacionado con los humedales (“bofedales”) o filtraciones de agua de los ríos y ma-
nantiales.

En ese sentido, es posible plantear por el momento que dichos asentamientos se


hallan concentrados en las terrazas que se elevan sobre el cauce del río, entre el
en- cuentro de la pampa que desciende de los primeros cerros que cierran el valle
y los cauces actuales o fósiles del río. Así pues, en tanto potencialidad y posibilidad,
la for- ma de producción principal estaría orientada al pastoreo de camélidos, una
actividad factible en y desde estas áreas de control.

Asimismo, hemos reconocido sistemas de qochas asociados a dichos asentamientos


y observados en las vistas satelitales (Figura 1) y serían la principal tecnología
agrícola del valle en este momento. Esto contrasta con los extensos campos elevados
recono- cidos por Clark Erickson (1983, 1984) en la localidad de Huatta que,
posiblemente, son contemporáneos con los de valle de Quilcamayo-Tintiri. De esta
manera, los sistemas de qochas en el valle que hemos investigado serían una
respuesta local y adaptada a su realidad para incrementar la productividad agrícola
colectivamente. Adicionalmente, las azadas líticas halladas en los sitios plantearían
esa relación entre los asentamientos y los sistemas de cultivo mencionados. La zona
donde se halla la mayor concentración de qochas se encuentra en el área
comprendida entre la margen derecha u oeste del rio Quilcamayo y la margen
izquierda o este del rio Azángaro (ver figura 1).

Como se ha descrito en otros lugares (Flores Ochoa y Paz 1983; Flores et al. en
este volumen), las qochas también pueden ser utilizadas para el pastoreo, una
alternativa para su existencia en áreas alejadas del río y más bien cercanas a las
partes altas de los asentamientos contemporáneos.

En los montículos Qaluyu se incluirían estructuras públicas donde se realizarían


prácticas sociopolíticas relacionadas con la reproducción social de la organización
existente. Nuestra propuesta es que estas prácticas sociopolíticas estarían relaciona-
das con ideologías comunitarias o colectivizantes (ver Stanish y Hayley 2004: 62,
para un planteamiento parecido) y no solamente “espacios rituales” (por ejemplo,
Hastorf 2003). Los montículos hallados en el Quilcamayo-Tintiri poseerían estos
espacios y, creemos, que la huanca debe cumplir un rol significante en este aspecto,
quizás como
177 / H e N r y t a N t a l e á N , M i c H i e l z e g a r r a , a l e x g o N z a l e s y c a r l o s z a P a t a

un marcador, en tanto “objeto clave” (Lull 2007: 226)15. En cualquier caso, como
hemos observado en los sitios del valle, no existen evidencias materiales de
espacios arqui- tectónicos que se diferencien o alejen de los espacios sociales
comunes.
Por otro lado, los restos de los estilos cerámicos recogidos en estos
asentamientos son muy semejantes a los definidos como Qaluyu, lo que plantea
una relación bastan- te directa con otro/as productores/as y distribuidores/as
cerámicos del valle del río Pucará u otros donde se ha comprobado su producción.
Asimismo, como ruta natural entre el altiplano y otras áreas, los pobladores de
este valle realizarían una uniformi- zación en la producción cerámica mediante
una producción local y la distribución e intercambio de la misma de forma inter-
regional. Después de todo, las formas y deco- raciones cerámicas suponen una
producción que se puede realizar domésticamente, pues no plantea ningún
problema tecnológico ni un control de las materias primas básicas. En
consecuencia, la cerámica no incluye ningún valor adicional (o de cambio) en su
producción, pues es fácil de hacer sin apropiarse de nada que la constituya y se
puede realizar libremente con instrumentos simples.
En general, se puede decir que en esta época el valle se hallaba ocupado por una
serie de asentamientos similares en características que produjeron su materialidad
social autónomamente o con poca intervención externa al valle. Asimismo, estaban
orientados hacia actividades basadas en la producción básica, de mantenimiento y
de artefactos. Si bien, aún no existe ningún indicio de división socioeconómica o
socio- política, es posible plantear que existió algún tipo de división de tareas que
hicieron posible la reproducción de la vida comunitaria, como la cerámica, la
agricultura, la ganadería y el caravaneo16. Esta última actividad explicaría la
distribución de mate- rias primas, instrumentos, y productos en el valle y más allá
de este.

Asimismo, las huancas como indicador de espacios abiertos de reunión o inclusión


social, en sí mismas no supusieron una actividad especializada y, en todo caso, esos

15 “El objeto clave o primordial es aquel que alienta sentido en los demás objetos. Constituye un fósil-
director de orquesta cuyas indicaciones se encuentran fuera del tipo, género o música de los objetos
que respetan su dictado. Se trata de objetos que exigen a los otros cambios de propiedad o cualidad,
objetos que ostentan cierto poder determinante en las relaciones en las que están inmersos. Consti-
tuyen la atmosfera que atrae a los demás objetos, la que decide su comportamiento, y hasta opera en
ellos comportamientos insospechados. Desde el momento en que cualquier objeto responde al dictado
de un objeto clave se carga de su sentido y conforma a la luz de aquel un eslabón sólido e inevitable
que condiciona su relación con los otros. (…) Los objetos clave denotan tan directamente una activi-
dad, que sin su presencia esta no sería posible. En algunos casos, pueden compartir responsabilidad
con otros instrumentos, pero estos frente a ellos siempre adquieren un aire circunstancial. El objeto
clave especializa el lugar que ocupa cuando desaloja a los otros fuera de su lugar y radio de acción.
Sin embargo, en un contexto de reunión de actividades, los objetos clave, obligados a convivir, in-
dican que las actividades que componen son compatibles o están secuenciadas. Por eso, en ciertos
casos, el espacio que los contiene aparenta ser el objeto primordial.” (Lull 2007: 226).
16 Para ver la relación entre agricultura y pastoreo (“agro-pastoreo”) como una forma de
pro- ducción importante en las sociedades sedentarias en los Andes prehispánicos, se
puede ver Lane 2006.
178 / q a l u y u y Pukara

espacios no fueron monumentales. Lo que se plantea aquí es que dichos espacios


serían lugares de reunión donde se organizaría (objetiva y subjetivamente) la vida de
la comu- nidad y que realmente fueron espacios comunes en tanto producción como
uso.
La sociedad de esta manera parece haber logrado una autosuficiencia y
generado durante mucho tiempo una vida social en las que su satisfacción se
hallaba colmada por sus actividades cotidianas y rutinarias.

Figura 13.

Figura 14.
179 / H e N r y t a N t a l e á N , M i c H i e l z e g a r r a , a l e x g o N z a l e s y c a r l o s z a P a t a

dE LOS 400 a.C. A LOS 350 d.C. EN EL VALLE dEL QUILCAMAyO-TINTIRI


Los asentamientos Pukara, concretamente Cancha Cancha-Asiruni (QT-20), Callaca-
yani (QT-11), Pancañe (QT-06) y Chaupisawakasi (QT-36) tienen una base material
y/o coexistieron con objetos del estilo Qaluyu. Han crecido adosados o sobre
espacios monticulares con ocupación doméstica que poseyeron objetos de estilo
Qaluyu y a la que se le han añadido mayores volúmenes y espacios abiertos de
grandes dimensio- nes. Aprovechan los mismos espacios que controlan un gran
rango de visibilidad y están algunos kilómetros espaciados entre sí. Sin embargo,
no es posible concluir ta- jantemente qué espacios o sectores pertenecen a qué
período, ya que aun no se cuen- ta con excavaciones que, por medio de
estratigrafía, nos de más luces al respecto.
Algo también novedoso en esta situación en los sitios de este valle, es la
presencia de objetos que antes no se producían o no entraban en los
asentamientos humanos. En primer lugar, estos aparecen en los mismos lugares
donde la vida social había transcurrido sin mayores cambios observables en el
registro arqueológico, por lo me- nos, desde la sedentarización permanente de los
habitantes del valle (unos mil años antes). Dichos objetos aparecen como parte de
la construcción de arquitectura que se halla más allá de las necesidades básicas
domésticas, es decir, espacios abiertos para la concentración de sujetos y objetos17.

Así pues, en los asentamientos en este valle comienzan a construirse espacios


con arquitectura monumental18 mayor que en el período previo, asociados a las
áreas, que antes eran principalmente domésticas. Esto conllevará al crecimiento
horizontal y vertical de los asentamientos, confiriéndoles un aspecto monticular y
masivo, mayor

17 En ese sentido, se podría estar hablando de producciones que involucran la utilización


de la fuerza de trabajo más allá de las necesidades básicas de la sociedad y,
concretamente, del uso de esta fuerza por un grupo de personas. Como el mismo Bruce
Trigger (1990: 125) plantea en su clásico artículo acerca de la arquitectura monumental
temprana, con énfasis en este como parte de la concreción del paso a sociedades
clasistas:
“El consumo conspicuo es, así, una violación flagrante del principio del mínimo esfuerzo. El con-
cepto básico que subyace en tal comportamiento es el que sigue: sí la economía del esfuerzo es el
principio básico que gobierna la producción y la distribución de esos bienes que son necesarios
para el sustento de la vida humana, la capacidad para gastar energía, especialmente en la forma
de la fuerza de trabajo de otra gente, en formas no utilitarias es el símbolo de poder más básico y
universalmente entendido. La arquitectura monumental y los bienes de lujo personal llegan a
ser símbolos de poder porque son vistos como encarnación de grandes cantidades de energía
humana y, por tanto, simbolizan la capacidad de aquellos para quienes estos fueron hechos para
controlar dicha energía en un grado inusual. Además, al participar en la construcción de monu-
mentos que glorifican el poder de las clases superiores, a los trabajadores se les hace reconocer su
status subordinado y su propio sentido de inferioridad es reforzado.”
18 Es significativo que investigadore/as con diferentes aproximaciones teóricas como
Moore (1996), Hastorf (2003) y Stanish y Haley (2004: 64) coincidan en que existe un
proceso de exclusión social manifestado en la modificación de los espacios
arquitectónicos que pasan de ser públicos (“abiertos”) a ser cada vez más restringidos y
exclusionistas (“cerrados”), algo observado con más detalle por Elizabeth Klarich (2005)
para el área central del sitio de Pukara.
180 / q a l u y u y Pukara

que en momentos previos y; consecuentemente, los asentamientos escinden sus ac-


tividades entre cotidianas y extracotidianas. Asimismo, asociada a esta
arquitectura aparecen objetos con formas estandarizadas como las estelas
escalonadas de arenisca y la cerámica, conocida en la literatura arqueológica como
Pukara Polícromo. Si bien, la estela lítica tendría un precedente en la huanca,
aquella crece en volumen, diseño y, sobre todo, en sus implicaciones relacionales
con espacios sociales públicos donde estaría inserta o asociada. De suerte que se
habría dado una mutación19 del sentido original de dicho objeto: donde antes
señalaba espacios comunes, ahora señala es- pacios exclusivos. En ese sentido, la
estela escalonada es el objeto clave en los sitios Pukara del Quilcamayo-Tintiri
como se puede observar en el sitio Cancha Cancha- Asiruni, donde es de lejos el
objeto lítico más importante del asentamiento y el más representativo del valle en
la actualidad.
Otro de los nuevos objetos significativos que llegan a los asentamientos son los
realizados con obsidiana, que ahora aparece en mayor volumen en los
asentamientos y, sobre todo, dentro de las tipologías líticas desarrolladas para la
zona de la cuenca norte del Titicaca (Aldenderfer y Klink 2005; Burger et al. 2000;
Cipolla 2005). Estos artefactos líticos presentan también morfologías estandarizadas
y que estarían aso- ciadas con un práctica de caza menos extensiva (las puntas se
reducen), que en el momento anterior, o con prácticas creadas en ese momento.
Como vimos, la produc- ción lítica de artefactos de obsidiana también incluye
cuchillos de gran tamaño y que, posiblemente, son los que se representan en la
cerámica o lito-escultura asociados con la decapitación humana.
De este modo, se puede plantear a la luz de estos indicadores concretos que la
forma de producción de los asentamientos en este valle, supone que la
arquitectu- ra monumental emergió de las fuerzas productivas existentes y
disponibles en los mismos asentamientos del valle. Es decir, los ocupantes de las
aldeas pre-existentes son los protagonistas del incremento y producción de
espacios públicos, obviamen- te, como producto y consecuencia de nuevas
prácticas sociales y que son deman- dadas por nuevas prácticas socioeconómicas
y sociopolíticas extra-domésticas. Son los mismos ocupantes de los asentamientos
previos, los que se encargan de la con- centración de arquitectura cercana a sus
espacios domésticos, aunque dirigidos por un grupo de la sociedad que se
beneficia de las actividades realizadas en dichos nuevos espacios.
En el mismo sentido, es interesante reconocer que la cerámica del estilo Pukara
Po- lícromo, que nos sirve como límite para definir el inicio y el final de una nueva
produc- ción de artefactos dominantes, aparece junta con la Qaluyu en los mismos
asentamien- tos. Este fenómeno ya se ha observado en otras áreas de la cuenca
norte del Titicaca, incluso mediante excavaciones. Así pues, por el momento, se
puede plantear que la cerámica del estilo Qaluyu no cesa de producirse y; aunque
aparece una nueva cerámica como la Pukara Polícroma, esta es bastante exigua en
los asentamientos que incorpo-

19 “Una mutación acontece en el objeto cuando pierde totalmente su significado original y se abre a
otro alejado de las formas y usos adecuados a sus cualidades. La mutación produce novedades
formales y objetivas, y grandes cambios en los objetivos de la producción social” (Lull 2007:
204).
181 / H e N r y t a N t a l e á N , M i c H i e l z e g a r r a , a l e x g o N z a l e s y c a r l o s z a P a t a

ran otros elementos relacionados con esta nueva forma de producción. La


producción de esta, es una cuestión que nos habla de su valor de producción en
tanto materias de difícil obtención (no producidas localmente), de una mayor
elaboración tecnológica y que adicionalmente se consume en espacios públicos en
prácticas no cotidianas. Por el momento, nos parece posible plantear que el estilo
cerámico Qaluyu coexistió con el estilo cerámico Pukara Polícromo.
De este modo, la fuerza de trabajo que se utilizaba en la producción básica sigue
ocupándose de tareas previas, pero una parte de ella se reorienta a la producción de
espacios y objetos que no son consumidos ni utilizados por sus propios productores y
que son, en tanto, medio y fin para la reproducción de prácticas sociales relacionadas
con una nueva política o “religión”20. Dichas prácticas sociopolíticas estarían dirigidas
por sujetos que disponen de tiempo y medios suficientes para elaborar un discurso
que reproduzca dichas prácticas, la mayoría de ellas basadas en objetos
estandarizados que describen prácticas violentas como el sacrificio humano. Los
objetos que materia- lizarían, y son consecuencias de dichas prácticas, son la
arquitectura monumental, la lito-escultura, la cerámica Pukara Policroma (sea
producida o no, localmente) y la pro- ducción de artefactos en soportes no
existentes en la misma región (obsidiana, basalto olivino). En ese sentido, dicha
orientación de la producción social se puede observar en que el valle del
Quilcamayo-Tintiri en tanto corredor natural, en este momento, está claramente
articulado con el valle de Pucará y con otras áreas poco investigadas como la puna y
la ceja de selva. Esto se patenta en los asentamientos del Quilcamayo-Tintiri que
ofrecen concentraciones de espacios abiertos y espaciados entre sí que concentran el
movimiento de objetos semejantes a los hallados en el sitio de Pukara.
Así pues, sería interesante reconocer que si bien, en este momento, la población
local tuvo una historia bastante relacionada con los pobladores del valle de Pucará
desde la co-participación en el estilo cerámico Qaluyu; será con la aparición de arte-
factos estandarizados (que incluyen un discurso religioso-coercitivo, un ritual polí-
tico y también estandarizado) cuando ambas áreas se hallen inscritas dentro de un
movimiento sociopolítico que no pertenece a una sola localidad y que supone la
exis- tencia de un grupo de personas que hacen uso de este, para reproducirse
socioeconó- mica y sociopolíticamente.
Se podría proponer que habría existido una invasión o migración de sujetos o in-
fluencia de las ideas desde Pukara hacia el valle de Quilcamayo-Tintiri. Sin
embar-

20 La mayoría de los investigadores/as (Chávez 1992, Stanish 2003, Hastorf 2003 y para una
crítica de este planteamiento en los Andes centrales ver Siveroni 2006) asumen
tácitamente que los sitios que reúnen plazas hundidas, cámaras funerarias, estelas y
cerámica altamente decorada son solamente “templos” o “espacios rituales”. Sin desmerecer
esta apreciación cree- mos que también son, ante todo, espacios donde se dirimen
ubicaciones sociales mediante el ejercicio de prácticas políticas. En este caso, también
habría tenido una mutación, como en el caso de las estelas, de la plaza hundida
primigenia (incluyendo o no enterramientos en su in- terior –siguiendo a Hastorf (2003)–
los “ancestros”) que aun teniendo características formales básicas similares fueron espacios
apropiados y gestionados por un grupo de individuos con el objetivo de re-crear
relaciones asimétricas objetiva y subjetivamente.
182 / q a l u y u y Pukara

go, también es factible establecer objetivamente que las bases sociales de este valle
posibilitaron este proceso sociopolítico en su seno, en tanto la especialización de la
producción de artefactos ya suponía la existencia de un grupo de personas que se
ha- llaba distanciado de la producción de subsistencia. De hecho, un precedente
como la existencia de rutas de caravanas entre el altiplano y las zonas altas a
través del valle del Quilcamayo-Tintiri supondría la participación indirecta de las
gentes de este valle dentro de la circulación de artefactos con un valor de cambio
generado en las áreas de producción principal de lo Pukara.
Así pues, los potenciales grupos sociales locales serían los encargados de estable-
cer directamente su relación con un proceso regional (principalmente, con el valle
de Pucará) que les supuso un espacio de distribución gestionado por ellos mismos
dentro de su espacio de vida, una ideología que justificaba y reproducía prácticas
sociales políticas (religiosas) en espacios que antes eran comunales, pero ahora se
hacen privados y excluyentes.
Sin embargo, la alta concentración y normalización de artefactos de estilo
Pukara en el sitio de Cancha Cancha-Asiruni y, posiblemente, Callacayani, Pancañe
y Chau- pisawakasi también podría plantearse como una ocupación directa de
individuos (artesanos y dirigentes colonizadores) desde el mismo sitio de Pukara,
el sitio más cercano21 y de lejos el más grande de toda la cuenca norte del Titicaca
durante este tiempo.
En cualquiera de los dos escenarios planteados anteriormente, estructuras ar-
quitectónicas y artefactos que antes no existían en el valle aparecen porque existen
prácticas sociales que las requieren (producen, utilizan y/o consumen). Al ser estas
prácticas realizadas en una secuencia y reiteración formalizada se hacen
necesarios mantenerlos o crear nuevos espacios arquitectónicos y artefactos
consumibles para ejecutar los “rituales”. Así, el ciclo de producción, distribución y
consumo se concen- tra en dichos espacios y crea una necesidad que se satisface
con productos originados ya no en las comunidades (aunque las suelen acompañar)
sino en lugares específicos producidos y sancionados mediante la política.
Asimismo, cualquiera que haya sido la forma que se originaron los sitios Puka-
ra más importantes de esta época (Pancañe, Callacayani, Cancha Cancha-Asiruni y
Chaupisawakasi), la mayoría de ellos se hallan en la misma margen sur del río (Fi-
gura 8) y podrían haber crecido en extensión y volumen a consecuencia del despla-
zamiento (rutas) y uso continuo de dichos espacios para las prácticas socioeconó-
micas y sociopolíticas relacionadas con los objetos Pukara en una suerte de “centros
administrativos”22. En este sentido, es significativo que tanto Cancha Cancha-Asiruni,

21 Ubicado a una distancia de 43 km si se sigue las rutas naturales y aun utilizadas por los
habitantes de la zona.
22 Aquí utilizamos el concepto y categoría “centro administrativo”, pues, es la fórmula más
ampliamente conocida en la literatura arqueológica andina para describir la existencia
de un sitio con características formales, económicas y políticas inserto en una red de
asenta- mientos relacionados físicamente (incluso mediante caminos) con un gran
centro econó- mico y político del cual dependen directamente, como se plantea para el
caso Inca.
183 / H e N r y t a N t a l e á N , M i c H i e l z e g a r r a , a l e x g o N z a l e s y c a r l o s z a P a t a

Pancañe, Callacayani y Chaupisawakasi, sitios que contienen litoescultura y


cerámica de estilo Pukara, que se distinguen por su volumen y extensión, también
se hallen en la conjunción de quebradas laterales con el río Quilcamayo-Tintiri que,
además de poseer una fuente adicional de agua también son caminos naturales que
conectan otras localidades del área, incluso, intervalles.
Adicionalmente, en una vista satelital de la zona (Figura 1) se puede observar
que en el área de Cancha Cancha-Asiruni, como la que controla el sitio de
Chaupisawakasi, existen importantes concentraciones de qochas. Sí estas fueron
pre-existentes a la aparición de lo Pukara en el valle habrían sido controladas
desde estos sitios. Si fue- ron construidas a partir de la aparición de lo Pukara estas
habrían sido gestionadas, mantenidas y, sobre todo ampliadas durante este
momento para generar un exceden- te consumido por las elites del valle o fuera de
este23.

Abandono de los espacios Pukara y desaparición de los artefactos de este


estilo
¿Qué sucedió?
Según los fechados radiocarbónicos disponibles, alrededor del 350 d.C., los
asentamien- tos asociados con el estilo Pukara en la cuenca norte del Titicaca son
abandonados y los artefactos de ese estilo dejan de producirse y consumirse. En el
valle de Quilcamayo- Tintiri, se observa algo similar también, los sitios monumentales
ya no cobijarán en su

23 En arqueología, uno de los elementos clave para hablar de la reproducción de las socie-
dades y del paso de un tipo de sociedad a otro ha sido la producción agrícola. Desde los
modelos de Karl Wittfogel y Julian Steward, las obras hidráulicas han tenido un papel sig-
nificativo en la definición, homologación y causa principal de lo que serían las “grandes
civilizaciones” o las sociedades estatales. Así ha pasado, por ejemplo, con Tiwanaku donde
principalmente Alan Kolata ha defendido ese modelo (para una última versión ver
Janusek y Kolata 2004 y para una reciente critica ver Bandy 2005). Sin embargo, hay que
resaltar que en el registro arqueológico, en primer lugar, las estrategias agrícolas y su
incremento no necesariamente (aunque aparentemente) significan alta productividad y,
sobre todo, distribución asimétrica [también ver crítica de Erickson (1996, 2006)]. De
hecho, la princi- pal tecnología hidráulica del altiplano, que son los campos elevados, ya
había sido fechada por Erickson (1988: 12) tan temprano como en 1000 a.C., es decir,
asociados a lo conocido como Qaluyu, una sociedad sin características estatales. Así
pues, faltaban por lo menos otros 600 años para que esta tecnología fuese aprovechada
en la zona de forma particular por un segmento de la sociedad. Así pues, el incremento
de asentamientos y sistemas agrí- colas en sociedades sin clases sociales en una región
es una decisión social que tiene como base la autosuficiencia productiva y la
distribución simétrica. Existen medios que procu- ran que no se dé la explotación y,
evidentemente, sin excedentes no hay nada que enaje- nar. El incremento de
asentamientos y de sistemas agrícolas en sociedades de clases está regido por las
decisiones políticas del grupo dominante y está basado en la explotación (producción
de excedente). Así pues, siguiendo estas formas de incremento de la produc- ción, el
aumento de la cantidad y calidad de los campos elevados y qochas, estaría basado, sobre
todo, en la re-organización social de la producción que tuvo como objetivo principal el
cambio del flujo de la producción en forma excedentaria hacia espacios privados como
los nuevos asentamientos de Pukara y Tiwanaku.
184 / q a l u y u y Pukara

seno otra forma de hacer objetos ni se halla algo diferente a lo precedente que se les
superponga. Definitivamente, algo tuvo que complicarse en las relaciones sociales y
no es difícil apreciar que las prácticas sociales instituidas en el sitio de Pukara ya no
se siguieron realizando en los sitios asociados directa o indirectamente con este.
El abandono de estos sitios y el uso/consumo de artefactos de este estilo nos su-
gieren que esas relaciones no fueron satisfactorias sin un elemento que las
justificase y, obviamente, no fueron indispensables para la vida social de las
poblaciones locales como para seguir manteniéndolas. Es interesante anotar que
en la historia de este valle y en la mayoría de la cuenca norte del Titicaca nunca se
volvió a producir y utilizar artefactos que describiesen personajes y/o escenas
complejas de forma es- tandarizada.

Sin embargo, en nuestra investigación no existieron, aparentemente, otros si-


tios y otra forma de hacer cerámica. Se podría plantear que los sectores y sitios
domésticos siguieron siendo habitados por sus pobladores con cerámicas no dis-
tinguibles entre los objetos conocidos en la cuenca norte del Titicaca o que fueron
similares a lo conocido como Qaluyu que bien pudo haber sido la vajilla que
siem- pre fue el objeto común durante la existencia de lo Pukara: ¿Será por esto
que no somos capaces de distinguirlos en el tiempo? Futuras excavaciones
arqueológicas y sus correspondientes configuraciones estratigráficas nos darán
respuestas a esta interrogante.

Sea como fuere, los sitios asociados con artefactos de estilo Pukara u otros con-
temporáneos no ofrecen evidencias de otra ocupación diferente a la establecida por
los materiales conocidos por el momento hasta tiempos prehispánicos muy tardíos
(alrededor de 1000 d.C.), es decir, con la ocupación de su superficie por estructuras
funerarias de estilo Collao. Asimismo, los sitios Collao que hemos observado en el
Quilcamayo-Tintiri se caracterizan por ser asentamientos de altura (como el que
ocu- pa el cerro Yacchata) que supone una producción primaria basada en el
pastoreo de camélidos y agricultura de terrazas. Sin embargo, también hay que
tomar en cuenta, que según los estudios de Arkush (2005 y en este volumen), estos
asentamientos for- tificados serían una respuesta a la invasión Inca del altiplano.
También hemos encon- trado sitios cercanos al río (QT-07, QT-08, QT-09 y QT-10,
por ejemplo) que aunque fueron pequeños y no evidenciaban en superficie
estructuras habitacionales, si con- tenían artefactos domésticos, lo que completa el
panorama de las ocupaciones Collao del valle. En todo caso, sí existe una gran
diferencia entre este grupo social y los an- teriores, esta se debería explicar en la
búsqueda de la satisfacción y reproducción de su vida social en espacios del valle
que les brindasen condiciones materiales básicas para ello. Así pues, la diferencia
entre estos grupos y los anteriores en tanto ubicación de sus asentamientos podría
también deberse a la disminución de fuentes de agua en la zonas del fondo del
valle como se venía realizando desde la primeras sociedades sedentarias, un
cambio que se dió en el tiempo y que habría modificado su forma de producción
(de la agricultura intensiva al pastoreo extensivo) y la consecuente forma de
organizarse económica y políticamente y que nos los presentan tan diferentes a lo
previo.
185 / H e N r y t a N t a l e á N , M i c H i e l z e g a r r a , a l e x g o N z a l e s y c a r l o s z a P a t a

COMENTARIOS FINALES
En la primera parte de este capítulo, iniciamos una forma de ver los objetos arqueo-
lógicos de la cuenca norte del Titicaca en la que ellos tienen el protagonismo en su
propia historia. Para ello, se ha acumulado la mayoría de la información existente
y disponible sobre los asentamientos y objetos en un espacio y tiempo concreto
para organizarlos según sus condiciones materiales. Con el objetivo de desarrollar
nuestra investigación, el espacio que se ha seleccionado ha sido el de los
asentamientos y objetos que se hallan dentro de la cuenca norte del Titicaca. Con
relación a la esca- la temporal hemos seleccionado a los objetos que se relacionen
con lo denominado por los investigadore/as como Formativo Medio (1400 a.C.-400
a.C.) y Formativo Superior (400 a.C.-350 d.C.) y que se corresponderían relativamente
con dos grandes conjuntos de objetos relacionados con los estilos (definido en este
trabajo como forma de hacer) conocidos como Qaluyu y Pukara. En ese sentido, los
mismos datos contextuales han planteado que son dos estilos que han convivido
en algunos momentos. Con ese ob- jetivo, hemos asumido que dichos
asentamientos y objetos llegaron a nosotros/as en diferentes condiciones
materiales y, por ello mismo, hemos atendido a los diferentes fenómenos naturales
o sociales que les afectan y condicionan su investigación en el presente. Al realizar
dicha organización de la materialidad social arriba descrita hemos podido re-
unirlos en su lugar de producción y/o uso lo que nos ha mostrado que solamente
en dicha reunión pueden plantearnos una panorámica de los restos de la vida
social desarrollada en los asentamientos y en su espacio circundante. De esta
forma, hemos podido reconocer ciertas regularidades y ocurrencias materiales que
nos permitieron desarrollar planteamientos ante una nueva zona de investigación
no alejada de dichos fenómenos sociales pasados.
Gracias al análisis de la materialidad social recuperada en nuestra investigación
en el valle del Quilcamayo-Tintiri, ha sido posible realizar una representación
arqueoló- gica de la trayectoria histórica temprana de una sociedad sedentaria
relacionada con objetos del estilo Qaluyu que se hallaba en condiciones de
satisfacer sus necesidades de manera autónoma y se mantuvo de esta forma por lo
menos durante unos 1000 años. De esta manera pudimos reconocer que lo
denominado como el estilo Qaluyu (1400 a.C.-400 d.C.) se presentó en este valle
como un conjunto de materiales que, en su cantidad, calidad y ubicación, no
plantearon su acumulación por un grupo de la sociedad y, más bien, su
homogeneidad y no exclusividad sugirieron que se produje- ron, circularon y
fueron consumidos de manera abierta y colectiva, incluso, después de la muerte de
sus usuarios. De hecho, los asentamientos y los objetos arqueológicos pueden ser
producidos sin ningún problema técnico por cualquier grupo de personas
organizadas y sin mantener una uniformización patente en los mismos objetos más
allá de algunas semejanzas generales. Incluso, cuando se reconoció la existencia de
objetos singulares como la huanca, esta no guardó características formales
estandari- zadas y se relacionó con espacios no monumentales y abiertos que se
explican como espacios de reunión social. Dicha situación se prolongó por un
tiempo extenso lo que se hizo patente en su producción material (asentamientos y
objetos), lo que plantea que la sociedad alcanzó y mantuvo la satisfacción de sus
necesidades vitales sin com- plicar sus relaciones sociales.
186 / q a l u y u y Pukara

Hacia los 400 a.C., fecha que se relaciona con el inicio del estilo Pukara, hacen su
aparición nuevas formas de edificios y artefactos que no se relacionan con
prácticas sociales comunes. Dichos objetos arqueológicos se expresaron como
productos exclu- sivos y existentes en lugares que compartían una misma
exclusividad y una atención desmedida con relación a su propia concreción. De
esta manera, se puede plantear que los objetos del estilo Pukara formaron parte de
prácticas sociales de ciertos asen- tamientos y/o sectores de los mismos, que se
desvinculaban de las prácticas sociales parentales y/o comunes, y que tenían una
faceta económica y política que no residía en su materia prima sino en la forma de
su producción y en su consumo exclusivo. Todo ello, a pesar que, dichos edificios y
estelas, solo podrían haber sido producidos por sujetos que habitaban en el mismo
sector del valle. Asimismo, en los objetos son patentes las representaciones
relacionadas con prácticas coercitivas que solo se ve- rían en esta época en el valle
y que fueron introducidos como objetos y luego posibi- litar prácticas sociales en el
valle.

En anteriores trabajos (Tantaleán 2008, 2009) planteábamos que la sociedad


Puka- ra tendría características estatales. Sin necesidad de recurrir a esta
categorización sociopolítica lo que nos podría conducir a una discusión ontológica,
lo que sí queda claro, a partir de lo observado en el valle del Quilcamayo-Tintiri, es
que existieron, por lo menos, dos grupos dentro de la misma sociedad, uno de los
cuales acumuló y consumió un mayor volumen y variedad de objetos. Esta
situación parece que se prolongó durante unos siglos.

En un momento dado de la historia del valle se dejan de producir y consumir


obje- tos Pukara y, consecuentemente, se dejan de realizar prácticas sociales
relacionadas con estos. Esto sucedió alrededor de los 350 d.C., si seguimos los
fechados obteni- dos en Pukara y otros sitios contemporáneos. Si bien los sitios
señalados por objetos Pukara son abandonados, se mantendría la producción de
objetos de estilo Qaluyu y los asentamientos relacionados con dichos objetos
mantendrían su población.

A partir de los 1000 d.C. aparecen nuevos tipos de sitios y objetos relacionados
con los denominados “Señoríos altiplánicos”, en este caso, con el denominado como
Collao. Sus estructuras reocuparán algunos sitios Qaluyu y Pukara pero solamente
para utili- zarlos como lugares de enterramiento. En ese momento, las grandes
concentraciones de estructuras habitacionales y terrazas agrícolas se realizarán en
las partes altas de los cerros y las áreas cercanas a los ríos serán utilizadas
temporalmente lo que se evidencia en los sitios hallados en nuestra prospección.

Como hemos visto en este capítulo, nuestra forma previa de organizar la mate-
rialidad social Qaluyu y Pukara nos ha servido para el mismo propósito en nuestra
investigación del valle del Quilcamayo-Tintiri. Sin embargo, en nuestra
investigación hemos dejado que los propios asentamientos y objetos nos guíen
para realizar una representación de las sociedades que los produjeron. Aunque
existen muchas seme- janzas con otras áreas de la cuenca norte del Titicaca
todavía es necesaria mayor investigación para definir temporal y espacialmente la
dinámica de las sociedades en este valle.
187 / H e N r y t a N t a l e á N , M i c H i e l z e g a r r a , a l e x g o N z a l e s y c a r l o s z a P a t a

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6
Producción, papas y proyectiles:
evaluando los factores
principales en el desarrollo de
Pukara *

elizabe TH a. k l a r i CH i

INTROdUCCIóN
Aproximadamente un milenio antes de la formación y expansión del Imperio Inca
en- tre los siglos XIV y XVI, tres estados arcaicos se desarrollaron en los Andes
Centrales– Moche en la costa norte del Perú, Wari en la sierra central peruana, y
Tiwanaku en la Cuenca Sureste del Lago Titicaca en Bolivia (Stanish 2001). Los
restos monumentales de Tiwanaku, que cubren aproximadamente entre 4 y 6 km²,
han recibido una aten- ción considerable de cronistas tempranos, exploradores del
siglo XIX, y generaciones de arqueólogos que han debatido su rol tanto como
centro y como estado expansivo durante el Horizonte Medio (600-1000 d.C.).
Sin embargo, importantes movimientos y reorganizaciones poblacionales han
sido documentados en la cuenca del Lago Titicaca durante los precedentes períodos
Formativo Medio (1300-500 a.C.) y Formativo Tardío (500 a.C.-400 d.C.) (Figura 1).
Durante el Formativo Medio, sociedades con liderazgo simple construyeron centros
con arquitectura corporativa, tanto en la cuenca norte (Plourde y Stanish 2006; Sta-
nish 2003: 160) como en la Cuenca Sur (Bandy 2006). Aproximadamente hacia el
200
a.C. se formaron las primeras entidades políticas complejas y multicomunitarias
en la región (Bandy 20011), siendo Pukara y Tiwanaku los centros regionales de
primer rango en el Formativo Tardío en la parte noroeste y sureste de la cuenca
del Titicaca respectivamente (Stanish 2003) (Figura 2).

* Traducido del inglés al castellano por David Oshige Adams


i Assistant Professor of Anthropology, Smith College, Department of Anthropology, Wright
Hall Northampton, Massachusetts, 01063, EEUU. eklarich@smith.edu
1 De acuerdo con Bandy (2008: 228), “El término ‘entidad política multicomunitaria’ enfatiza un
hecho de gran importancia: que un sistema político ha emergido incluyendo más de una sola aldea
sin invocar paralelos etnográficos falsamente exactos” (Traducción nuestra).
196 / P r o d u c c i ó N , PaPas y P r o y e c t i l e s : evaluaNdo los Factores
P r i N c i P a l e s ...

Cuenca Sur Cuenca Norte


Andes Central
del Lago del Titicaca
aC/dC (Rowe 1960) Titicaca (Stanish 2003)
(Janusek 2004)
Horizonte Tardío Inca-Pacajes Inca Expansivo
1500

1400 Altiplano
Período Intermedio Pacajes Temprano (1100-1450
1200 Tardío dC)
Tiwanaku V Tardío
1000
Tiwanaku V Temprano

Horizonte Medio Tiwanaku IV Tardío Tiwanaku Expansivo


800
(400-1100 dC)
600 Tiwanaku IV Temprano
Formativo II Tardío
Tiwanaku III
400

200 Período Intermedio Tiwanaku II/ FT 1B


Temprano Formativo Tardío
Formativo I Tardío
0 (Upper)
Tiwanaku I/ FT 1A (500 aC- 400 dC)
200
400
600 Horizonte Temprano Chiripa 2 Tardío
Formativo Medio
Chiripa 1 Tardío
800 Chiripa Medio Formativo Medio
1000 Período Inicial (1300-500 aC)
Formativo Temprano
Figura 1. Tabla cronológica de la cuenca del Lago Titicaca.
Chiripa Temprano
1500
En su máximo desarrollo, Pukara2 incluyó un distrito central con construcciones
Formativo Temprano
monumentales de piedra y una extensa periferia con evidencia de viviendas y de
(ca. 2000-1300 aC)
activi- dades productivas (Klarich 2005a). Contrariamente a Tiwanaku, Pukara fue
2000
abandona- do al final del período Formativo Tardío y no fue reocupado de manera
significativa por algunos siglos, lo que provee una “imagen detenida” de un centro
del Formativo Tardío en la cuenca del Titicaca. Durante su auge el sitio alcanzó un
crecimento no visto en el Formativo Medio e inigualado en la cuenca norte luego de
su colapso.
En la cuenca del Lago Titicaca los cambios poblacionales, prehistóricos y moder-
nos, han sido atribuidos a transformaciones ecológicas (vg. variaciones en el nivel del
lago), desbalances de recursos aprovechados por los humanos (vg. colapso de sistemas

2 Tanto el sitio como la cultura arqueológica reciben el nombre Pukara, que significa forta-
leza en quechua y aymara, mientras que el pueblo moderno es conocido como Pucará.
197 / e l i z a B e t H a . k l a r i c H

Figura 2. Mapa de la cuenca del Lago Titicaca.

agrícolas intensivos), factores políticos (vg. estrategias imperiales Inca), y varias


combi- naciones de estos. Para el Formativo Tardío, existen modelos que proponen
implícita y explícitamente diferentes factores “de tira y afloja” que son responsables
del desarrollo y crecimiento de Pukara como el primer gran centro poblacional en la
cuenca norte.
Por ejemplo, ¿Las oportunidades económicas atrajeron población al centro?, ¿Fue-
ron los grupos sacados de las áreas rurales debido a la expansión de los sistemas
agríco- las intensivos?, ¿Cómo influyeron las nuevas formas de ceremonias públicas y
el acceso a bienes esotéricos –temporal o permanentemente– el movimiento hacia el
centro? Fi- nalmente, ¿Influyeron las presiones políticas de grupos vecinos en la
reubicación hacía lugares más centralizados en busca de seguridad?
Si bien, cada modelo enfatiza diferentes factores económicos, sociales y políticos
para explicar el movimiento de poblaciones hacia Pukara durante el Formativo Tar-
dío, todos comparten la tendencia de aproximaciones “de arriba hacia abajo”. En las
propuestas existentes –que serán evaluadas brevemente más adelante– el cambio es
dirigido por elites que fungen de gerentes económicos, jefes teocráticos o líderes po-
líticos. A pesar que estas propuestas tienen reflexiones valiosas, la presente discusión
considera además una perspectiva “de abajo hacia arriba” al documentar cambios en
las estrategias de liderazgo de varias escalas durante el período Formativo en Pukara.
Son los cambios en estas estrategias los que nos proveen aproximaciones al desarrollo
inicial, expansión, y despoblamiento del sitio tanto por las elites como por la gente
co- mún, señalando el fin del Formativo Tardío en la cuenca norte.
198 / P r o d u c c i ó N , PaPas y P r o y e c t i l e s : evaluaNdo los Factores
P r i N c i P a l e s ...

dEFINIENdO PUkARA dURANTE EL FORMATIVO TARdíO


Cuando Alfred Kidder II llegó en la década del 30 del siglo pasado, las terrazas
monu- mentales de piedra y los patios hundidos del Complejo Qalasaya habían sido
tapados y erosionados significativamente, llevándolo a describir Pukara como “no
muy notable a primera vista”:
“Si bien la planicie debajo de los cerros es ondulada, con poco relieve, no hay estructuras sobresa-
lientes que satisfagan a los ojos. Un examen mayor muestra que muchos de los montículos bajos,
cubiertos con pasto y ocasionalmente algunas piedras, son artificiales. El rasgo más evidente es una
serie de terrazas, construidas con muros de contención de piedra rudimentarios, justo al sureste [sic,
suroeste] del pueblo moderno y casi debajo del farallón de la gran piedra. Arriba de estas terrazas
están los restos de tres grandes estructuras, casi completamente enterradas, y dos más en las terra-
zas de más abajo. En el pueblo moderno, del cual una parte considerable está abandonado, grandes
bloques enlucidos muestran la presencia de estructuras dañadas” (Kidder 1942: 342. Traducción
nuestra).

Sin embargo las excavaciones de gran escala de Kidder en 1939, seguidas por un
proyecto de varios años hecho por el Plan Copesco (apoyado por la UNESCO en
Perú) durante la década del 70 (Wheeler y Mujica 1981), expusieron y
subsecuentemente restauraron partes significativas de la arquitectura
impresionante de piedra que es visible actualmente (Figura 3). El complejo de
Qalasaya está ubicado en el distrito central ceremonial de Pukara, un área que
incluye algunos montículos artificiales, plazas, y otras estructuras semi-enterradas
(Figura 4). La periferia del sitio cerca del río Pucará es extensa e incluye áreas de
residencia, producción y desecho, las cuales se discutirán líneas abajo. El período
Pukara Clásico (200 a.C.-200 d.C.) se define por la presencia de vasijas finas incisas
y polícromas junto con monolitos tallados, los cuales probablemente fueron
dispuestos dentro de los patios hundidos y otras formas de arquitectura pública en
el distrito central.
En el valle del río Pucará, la transición del patrón de asentamiento del Formati-
vo Medio al Formativo Tardío fue abrupta, tal como lo documentó Amanda Cohen
en la prospección que realizó entre 1998 y 1999. Ella menciona que “[...] casi toda la
población del valle fue reubicada en los alrededores de Pukara” (Cohen 2001. Traducción
nuestra). Sin embargo, las causas de este importante cambio de población desde los
centros pequeños y dispersos hacia el sitio de Pukara, siguen sin esclarecerse. Los
datos de prospecciones y excavaciones en Pukara y las áreas vecinas, son usados en
conjunto para definir y evaluar los factores económicos, sociales y políticos que
han sido postulados en diferentes marcos explicativos para el período Formativo
Tardío en la cuenca norte del lago Titicaca.

Pukara como un Centro Urbano


En las primeras descripciones exhaustivas, Pukara se caracterizó como un
centro ur- bano de gran escala donde los cambios más importantes en la
organización económi- ca eran dirigidos por elites ambiciosas (Kolata 1993;
Lanning 1967; Lumbreras 1981; Mujica 1978, 1979, 1985, 1988; Rowe 1963). En este
marco, desarrollado sobre todo por Elías Mujica, los estimados para el tamaño del
sitio de Pukara son relativamente
199 / e l i z a B e t H a . k l a r i c H

Figura 3. Vista de los patios hundidos y terrazas del complejo de la Qalasaya con el Peñón
detrás.

Figura 4. Vista de Pukara indicando los límites del distrito ceremonial central y el sitio (Foto
aérea,
cortesía del Servicio Aerofotográfico Nacional, Perú).
200 / P r o d u c c i ó N , PaPas y P r o y e c t i l e s : evaluaNdo l o s F a c t o r e s P r i N c i P a l e s ...

grandes (4–6 km²), las diferencias arquitectónicas a través del sitio son
interpretadas como representantes de divisiones sociales, y los artefactos
superficiales son usados para argumentar que las áreas residenciales de las elites
estuvieron separadas espa- cialmente de las de la gente común, quienes habitaban
en la periferia cercana y en zonas de producción artesanal (Mujica 1979: 185; Rowe
1963).
Los líderes tempranos fueron responsables de administrar la redistribución de
bienes, la centralización de la producción, y el auspicio del intercambio a larga dis-
tancia. Más allá de Pukara, hubo una red extensa de intercambio con una jerarquía
de sitios de tres niveles económicamente integrada: “…las aldeas fueron responsables
de la extracción de materiales básicos (arcilla, minerales, sal, etc.), y de la producción de las
subsistencias agrícolas y pastorales básicas; los centros secundarios o intermedios funcionaron
como punto de acopio y redistribución de los bienes; y finalmente el propósito del gran centro
de Pucara fue la centralización y transformación de bienes en recursos urbanos y su redistri-
bución” (Mujica 1985: 125. Traducción nuestra).
Según esta propuesta, fuera de la cuenca occidental del Titicaca, los límites de
la entidad política Pukara, continuaron por el norte hasta Cusco, se extendieron al
sureste hasta Tiwanaku, y siguieron hacia el suroeste hasta el valle de Azapa en el
norte de Chile (Mujica 1991). La naturaleza de las relaciones de larga distancia
duran- te el Formativo Tardío no fue “…a través de colonias permanentes, sino a través
de lazos de intercambio en los cuales los textiles pudieron jugar un rol muy importante”
(Mujica 1985: 112). Por lo tanto, los límites los dicta la distribución de la cultura
material de estilo Pukara, incluso en cantidades muy limitadas.
En el centro urbano de Pukara, las actividades económicas habrían servido
como atracción hacia el centro y posiblemente como una forma de empujar a las
pobla- ciones de las áreas rurales dependiendo de la escala de la producción
agrícola. En Pukara, las actividades de producción artesanal habrían traído
artesanos, adminis- tradores y comerciantes al sitio mientras que la
intensificación de las actividades agropastorales posiblemente desplazó
poblaciones de sus áreas clave de cultivo y pastoreo.

Pukara como capital de un Estado


Construido a partir del modelo económico de Mujica (1985), Henry Tantaleán
argu- menta que Pukara fue la ciudad capital de un estado prehispánico,
“caracterizado por la institucionalización, afirmación y reproducción de las diferencias
económicas” (2009: 347). Usando una aproximación materialista histórica, Tantaleán
rastrea el desarrollo de Pukara desde la precedente cultura Qaluyu del Formativo
Medio, que él define como una sociedad igualitaria y cooperativa que participó en
la tradición religiosa Yaya- Mama. Él también argumenta que hubo “una
especialización en la producción de objetos para el consumo de la misma sociedad y como
parte del ‘intercambio comercial’ con otras so- ciedades” (ibid: 344), que eventualmente
proveyó oportunidades de acumulación para algunos miembros de la sociedad.
201 / e l i z a B e t H a . k l a r i c H

Mientras Tantaleán reconoce que se requerirán investigaciones futuras para es-


tablecer si los especialistas Qaluyu estaban produciendo al nivel doméstico (“para la
producción social”) o produciendo para excedentes (“para la producción de riqueza”), el
elemento clave en este marco es que los productores Qaluyu estuvieron
participando activamente en “relaciones de intercambio comercial” mediante el
intercambio de cerá- micas, líticos, y posiblemente textiles con otras regiones (ibid:
344). Fue la expansión de este sistema socioeconómico lo que señaló la transición
de una sociedad igualitaria (Qaluyu) a otra con una significativa inequidad social
(Pukara) que estuvo basada en el control de “la tierra para la producción agrícola y
ganadera” (ibid: 350), “recursos prin- cipales para la producción de ‘objetos secundarios’”
(ibid: 347), “medios de producción” en talleres artesanales (ibid: 347-348), “rutas de
intercambio” (ibid: 350), y “las manifesta- ciones de coerción ideológica encargadas de
justificar y mantener las diferencias económicas- sociales” (ibid: 350).
En este marco, no está claro por qué la capital de este sistema socioeconómico
del Formativo Medio se movió unos pocos kilómetros hacia Pukara durante el
Formativo Tardío en vez de expandir su ocupación en Qaluyu pero posibles
atracciones del sur, definidas para el modelo previo, pudieron haber sido la causa:
acceso ilimitado a las fuentes de arcilla a lo largo del río Pucará y quizás
oportunidades para la explotación de las principales tierras agrícolas localizadas
más allá del Cerro Llallagua al sur de Pukara.

Pukara como centro ceremonial


Pukara también ha sido caracterizado como un centro ceremonial administrado
por elites emergentes dentro de la tradición religiosa Yaya-Mama. Este sistema
ceremo- nial del período Formativo es definido por un número de rasgos
compartidos: templos de patio hundido con esculturas líticas estilizadas,
parafernalia ritual distintiva tales como incensarios y trompetas, e iconografía
sobrenatural (Burger et al.: 2000: 311; Chávez y Mohr-Chávez 1975; ver también
Roddick 2002). Sergio Chávez (1992, 2002), en su análisis de la iconografía Pukara
recuperada principalmente de las excavacio- nes de 1939, argumentó que el
control de la imaginería sobrenatural representada en la cultura material fue la
principal fuente de poder para las elites. Chávez argumen- tó que la cerámica
Pukara estuvo altamente estandarizada y que, “la emergente elite Pukara debió haber
descubierto que el control sobre estas imágenes de poder y las ceremonias y la producción
económica y distribución que las acompañaban, fueron útiles para el control real… lo que
sugiere fuertemente algún tipo de control sobre la producción de esta cerámica” (Chávez
1992: 539-540. Traducción nuestra).
Basado en la distribución de rasgos compartidos de la tradición religiosa Yaya-
Mama, la “unidad y control” de Pukara se extendió por el norte hasta Cusco y por
el sur hasta Tiwanaku y posiblemente el norte de Chile (Burger et al. 2000: 315). La
esfera de influencia Pukara es de la misma escala general que en la definida en el
modelo urbano, pero dirigida por especialistas en rituales en vez de
administradores económicos en el centro de la entidad política. Los rituales
públicos debieron atraer poblaciones de todos lados hacia Pukara, pero todavía
no está claro en este marco
202 / P r o d u c c i ó N , PaPas y P r o y e c t i l e s : evaluaNdo l o s F a c t o r e s P r i N c i P a l e s ...

si estas poblaciones se reubicaron permanentemente en el centro o lo visitaron de


forma temporal como peregrinos. Basados en el argumento de Chávez que la pro-
ducción artesanal fue regulada de muy cerca, uno puede inferir que Pukara fue per-
manentemente ocupado por un número de elites y especialistas artesanales
anexos produciendo cerámica polícroma y monolitos.

Pukara como centro político


En el marco político, Charles Stanish (2003) argumenta que los líderes tempranos en
Pukara ganaron poder a través de medios persuasivos, no coercitivos, y
mantuvieron esta posición mediante el fortalecimiento de relaciones recíprocas. La
entidad Pukara tuvo una jerarquía de sitios de tres niveles compuesta por el centro
de primer rango de Pukara, centros secundarios más pequeños, y aldeas y caseríos
(Stanish 2003: 141, 164; Stanish et al. 1997). Stanish argumenta que hubo otros
centros a lo largo de la cuenca asociados con entidades políticas autónomas y
semi-autónomas, los cuales suman posiblemente una docena durante el Formativo
Tardío (Stanish 2003: 142). Los centros regionales primarios de estas entidades
políticas incluyeron un patio hun- dido, un recinto de piedra, y una colina o una
estructura de tipo piramidal (Stanish 2003:141). Las estelas talladas de la Tradición
Religiosa Yaya-Mama y la cerámica de- corada de varias tradiciones fueron también
rasgos integrales de estos centros. En términos de función, “[los] centros regionales
fueron las áreas de producción de cerámica fina, manufactura de escultura lítica, festines
políticos y rituales, y de organización del inter- cambio regional” (Stanish 2003: 141.
Traducción nuestra).

Los límites de la entidad política Pukara son los más conservadores de los tres
mo- delos y reflejan el área bajo control político directo “en el sentido de
participación en una economía política dirigida por una elite residente del centro de primer
rango” (Stanish 2003:
145. Traducción nuestra). Este control directo se extendió desde la parte noreste
de la cuenca del Titicaca, pasando la zona Pukara en el noroeste y hacia la Cuenca
Suroeste (Stanish 2003: 147; Stanish et al. 1997). Más allá de la cuenca del Titicaca,
evidencias de la cultura material Pukara, fueron resultado del intercambio
económico, no de un control político. En este modelo, Pukara es contextualizado
dentro de un escenario de cambios dinámicos, alianzas y conflictos permanentes
durante el Formativo Tardío.

Debido a esto, las ‘atracciones’ incluyeron “intensos festines y ceremonias por parte
de las elites en competencia” (Stanish 2003: 283. Traducción nuestra) realizados en los
múltiples patios hundidos y otras construcciones públicas en Pukara que incluyeron
el uso de cerámica fina y monolitos. Adicionalmente, las poblaciones debieron ser
“empujadas” hacia Pukara debido al conflicto regional y al cambio de alianzas a lo
largo del Formativo Tardío. Las elites entre los centros compartieron ideologías
pan- regionales que facilitaron tanto el comercio como la construcción de alianzas,
pero hubo también enfrentamientos “evidenciados por la iconografía de cabezas-
trofeo y otros rasgos de conflictos” (Stanish 2003: 283. Traducción nuestra).
203 / e l i z a B e t H a . k l a r i c H

EVALUANdO LOS MOdELOS


Los modelos económico, social y político, están basados principalmente en datos
recogidos en Pukara y sus áreas circundantes antes de 1980, muchos de estos son
accesibles sólo en reportes de campo parcialmente publicados y en archivos. Por lo
tanto, esta discusión tiene como finalidad tanto revisar los datos usados recogidos
previamente en el desarrollo de estos marcos e incorporar datos recogidos más re-
cientemente para su reevaluación3.

En el nivel más elemental, ha habido poco consenso sobre el tamaño de Pukara y


la densidad de su ocupación. Sin embargo, la prospección del valle de Pucará
(Cohen 2001) y un proyecto de mapeo y prospección detallado en el sitio en 2006
(Román y Klarich 2007), concluyen que los artefactos y arquitectura del Formativo
Tardío están distribuidos sobre 1–1.5 km², que es consistente con los tamaños
estimados en los modelos ceremonial y político (Figura 4). Los estimados más
grandes de 4–6 km² pro- puestos en el modelo urbano, que indicarían una
ocupación continua entre Pukara y el sitio de Qaluyu al norte, no han sido
respaldados a través de la prospección por la autora y su colega en 2006.

En términos de densidad ocupacional, excavaciones realizadas previamente en


la periferia del sitio y en el distrito central, han documentado significativas
ocupacio- nes superpuestas del Formativo Tardío; Pukara claramente no fue un
centro cere- monial vacío. Específicamente, la prospección geofísica (Klarich y
Craig 2001), y las excavaciones (Klarich 2005a, 2005b, 2009), en la pampa central
indican una población permanente para, al menos, el período Pukara
Medio/Clásico (200 a.C–100 d.C), con un uso temprano del área de manera efímera
para reuniones públicas. Desafortuna- damente, poco ha sido sistemáticamente
documentado sobre la distribución de mate- riales debajo del pueblo moderno de
Pucará, situado entre el centro del sitio y la pe- riferia; sin embargo, los bloques de
piedra trabajada son materiales de construcción comunes vistos en las
edificaciones modernas y fragmentos de cerámica de todos los períodos
prehistóricos pueden ser identificados dentro de los ladrillos de adobe. La periferia
del sitio, que ha sido probablemente modificada por el meandro del río Pu- cará,
también merece un estudio geomorfológico para evaluar su impacto en las áreas de
asentamiento antiguas y modernas.

En el nivel regional, una jerarquía de sitios de tres niveles ha sido propuesta


tanto por el modelo urbano como por el modelo político, un patrón generalmente
respalda- do por los datos de asentamientos (vg. Stanish 2003), mientras que el
modelo ceremo- nial no tiene indicaciones sobre este asunto. La organización y
función de los centros secundarios y terciarios dentro de la entidad política Pukara
todavía deben ser pro- badas a través de excavaciones; sin embargo, recientes
proyectos de prospección en la región, han identificado un número de sitios por
toda la cuenca norte y oeste que potencialmente sirvieron como tales centros.

3 Para ver información adicional acerca de modelos que discuten Pukara como una socie-
dad de nivel estatal, sugiero consultar las publicaciones de Henry Tantaleán (vg.
Tantaleán 2005).
204 / P r o d u c c i ó N , PaPas y P r o y e c t i l e s : evaluaNdo l o s F a c t o r e s P r i N c i P a l e s ...

Mientras cada modelo da prioridad a diferentes factores políticos, económicos o


sociales, todos reconocen la importancia de los roles de intercambio, producción
de cerámica y circulación, producción de alimentos y distribución, y conflictos para
modelar la entidad política Pukara durante el Formativo Tardío. En primer lugar, la
evidencia de intercambio interegional, consiste en los artefactos de estilo Pukara
re- cogidos fuera de la cuenca del Titicaca y también en la presencia de bienes no
locales, principalmente obsidiana, identificados en Pukara y sus sitios asociados en
la cuenca norte. La distribución de la cultura material estilo Pukara es amplia en el
ámbito geo- gráfico –los artefactos se encuentran en todos los Andes Surcentrales–
pero limitada en número y en información disponible sobre contextos.
Hacia el noroeste en el departamento de Cusco, aparecen cerámicas incisas
Puka- ra en las cuencas altas del Vilcanota y Apurímac (Bauer 1999), monolitos con
icono- grafía Pukara han sido identificados en la provincia de Chumbivilcas
(Chávez 1988), y excavaciones en Batán Orqo en el valle de Huaro “han
proporcionado claros ejemplos de cerámica Pukara” (Zapata, comunicación personal 1994;
en Bauer 1999: 123). Hacia el suroeste en el valle de Arequipa, un fragmento de
cerámica del felino Pukara Clásico fue recogido en el sitio de Sonqonata de un
contexto asociado con el estilo Formativo local llamado Socabaya (Cardona 2002:
61).
La única región con suficiente información contextual para evaluar el rol de los
bienes Pukara fuera de la cuenca del Titicaca es el valle de Moquegua, localizado ha-
cia el sur. Evidencias de interacción entre las poblaciones locales de Moquegua y
de la cuenca del Titicaca durante el Formativo Tardío, fueron definidas por primera
vez en la década del 80 del siglo pasado en la Fase Trapiche (Feldman 1989: 213).
Re- cientes prospecciones de amplia cobertura y recolecciones dentro del valle
medio de Moquegua, indican que no hubo ocupación residencial Pukara en el área.
No se han encontrado tiestos de cerámica llana Pukara y tiestos y textiles de estilo
Pukara se han encontrado sólo en nueve sitios, siete de los cuales tuvieron
conjuntos locales Huaracane (Goldstein 2000: Fig. 8, 347).
Adicionalmente, tiestos polícromos Pukara fueron encontrados predominante-
mente en asociación con ofrendas locales Huaracane en entierros en tumbas con
for- ma de bota. Basado en los datos de excavaciones y prospecciones, Goldstein
concluye que “el número pequeño, contexto específico, y sobre todo el eclecticismo de los
bienes exóticos encontrados en Huaracane, sugiere que su significancia no estuvo en unir elites
pares a través del espacio geográfico, sino en separar a las elites de la gente común a través del
espacio local” (Goldstein 2000: 356. Traducción nuestra).
Basado en estos hallazgos limitados, el intercambio a larga distancia de objetos
rituales raros, tales como incensarios polícromos con felino, fue el principal medio
de contacto entre los valles de baja elevación y el altiplano durante el Formativo
Tardío, como se propone en los modelos urbano y político. Este nivel de
interacción contras- ta marcadamente con el subsecuente Horizonte Medio; las
relaciones coloniales y de intercambio de Tiwanaku con los valles orientales de
Cochabamba (Bolivia), Moque- gua (Perú), y el norte de Chile, han recibido amplia
atención en las últimas décadas (Janusek 2008: 23).
205 / e l i z a B e t H a . k l a r i c H

En Pukara, el intercambio regional es documentado principalmente a través de


la presencia de herramientas de obsidiana y desechos de producción tanto de los
con- textos de excavación como de los restos de superficie. Un estudio exhaustivo
de la distribución de obsidiana en los Andes Surcentrales de todos los períodos
prehistóri- cos identificó la fuente predominante de los materiales encontrados en
Pukara como Chivay (70%), localizada 143 km hacia el oeste y en menor cantidad
de la fuente de Alca (30%), localizada 258 km hacia el oeste (Burger et al. 2000). En
las excavaciones de 2001, se recuperó obsidiana virtualmente de cada contexto de
la pampa central (Klarich 2005a), pero estas muestras todavía deben ser
examinadas para confirmar si son de Chivay, Alca u otra fuente no local.
De acuerdo a un reciente estudio de la distribución de obsidiana en los Andes Sur-
centrales (Tripcevich 2007: 258), “evidencia actual sugiere que la circulación económica [du-
rante el Formativo Tardío] fue más integrada y que probablemente estuvo bajo alguna forma de
control de los centros regionales dominantes de este tiempo” (Traducción nuestra). Esto es
consistente con los argumentos que los asentamientos grandes en la cuenca del
Titica- ca están ubicados a lo largo de rutas de intercambio (Bandy 2001, 2005;
Stanish 2003), lo que contribuye a su ascenso como centros del Formativo Tardío
(Hastorf 2005). Des- afortunadamente, poco se conoce acerca de la organización del
procesamiento y distri- bución de la obsidiana en Pukara, a pesar de su importante
presencia en contextos de excavación y en la superficie de los basurales cerca del río.
Claramente existen muchos caminos para futuras investigaciones, incluyendo
estudios comparativos de los materiales líticos Pukara con aquellos recuperados en
Tiwanaku (Giesso 2003) y los sitios formativos de Tumatumani (Seddon en Stanish y
Steadman 1994), Camata (Steadman 1995), y Taraco en la cuenca norte. Finalmente,
quedan algunas interrogantes con respecto a numerosos tipos de cerámica
decorada no identificada, restos de fauna exótica, y otros bienes no locales, los
cuales son indi- cadores de volumen y frecuencia de intercambio entre Pukara y
sus socios comercia- les a larga distancia (ver Plourde 2006 para intercambio en la
cuenca norte durante el Formativo Medio).
La organización de la producción y distribución de cerámica es un factor princi-
pal de atracción hacia Pukara en todos los modelos pero por razones diferentes. En
el modelo urbano, la centralización de la producción artesanal habría atraído cera-
mistas y otros productores especializados a Pukara para participar en actividades
económicas. Tanto en el modelo ritual como el político, el control de la producción
y circulación de bienes importantes ritualmente, particularmente cerámica
decorada, sirvió como una fuente de poder monopolizada por líderes tempranos. Si
bien evi- dencias indirectas tales como la calidad de la manufactura y la
estandarización de la imaginería han sido usadas para argumentar una producción
de cerámica Pukara por especialistas (Chávez 1992), muy poca evidencia directa de
producción de cerámica ha sido recuperada (ver Rivera 2003 y Franke 1995 para
información comparativa de Tiwanaku).
En 2001 la autora y su equipo excavaron en el Bloque 3 de la pampa central de
Pukara, una pequeña área de producción, la cual medía pocos metros de ancho. Los
206 / P r o d u c c i ó N , PaPas y P r o y e c t i l e s : evaluaNdo l o s F a c t o r e s P r i N c i P a l e s ...

artefactos asociados incluyeron algunas herramientas para dar forma y pulir, hoyos
de pigmentos, y concentraciones de arcilla aunque no evidencia de instalaciones
para la quema (Klarich 2005a). Sin excavaciones futuras es imposible determinar
qué tipo de cerámica fue producida en esta área, si fue producto de especialistas, si
estos pro- ductores fueron independientes o anexados, o si esta zona fue parte de
un contexto doméstico o de un taller.
Otro factor a considerar es el impacto de la extrema estacionalidad para la pro-
ducción de cerámica a tiempo completo a lo largo del año. Actualmente los artesa-
nos en Pukara sólo producen en la estación seca dado que la cerámica no secaría lo
suficiente para la quema durante la estación lluviosa; sin embargo, esto podría ser
no tanto un producto del clima, sino más bien un producto de la demanda
estacional de una economía agropastoril (Klarich y Ttacca 2006). Excavaciones
futuras y estu- dios de las fuentes, proveerán mayor información para determinar
el contexto, la concentración, la escala y la intensidad de la producción artesanal
(Costin 1991) y para nuevos modelos que evalúen Pukara durante el Formativo
Tardío. Muestras de arcilla recogidas en 2006 tanto de la periferia del sitio como de
una fuente cercana en Santiago de Pupuja serán usadas para análisis comparativos
con cerámica Formativa Tardía con el fin de darle forma a la organización de la
producción y distribución de cerámica en Pukara.

La discusión de la organización económica y los cambios poblacionales tiene que


considerar también la articulación de las actividades agropastoriles de nivel
domés- tico con la producción de excedentes dentro de la entidad política Pukara.
Esto nos lleva al tema más controversial en la prehistoria de la cuenca del Titicaca,
la sin- cronización, productividad, y grado de gestión requerida para construir y
mantener sistemas intensivos de agricultura de campos elevados y también
chacras hundidas llamadas qocha (vg. Bandy 2005; Erickson 2006, 2000; Flores Ochoa
y Paz Flores 1983; Graffam 1992; Kolata 1996; Stanish 2006, 1994).
Cambios en el patrón de asentamiento hacia áreas de campos elevados han sido
documentados para el Formativo Tardío tanto en la cuenca suroeste del Titicaca
(Sta- nish 1994) como para la región central de Tiwanaku (Bandy 2001), lo que nos
ofrece evidencia indirecta que indica que estos sistemas fueron usados antes de la
expansión del estado Tiwanaku (Stanish 2003; Erickson 1988; Flores Ochoa y Paz
Flores 1983). Investigación de campo ha establecido también que los sistemas de
campos elevados no requirieron una autoridad centralizada y una burocracia
formal para operar con efectividad (Erickson 1988; Graffam 1990).
De lo anterior se desprende que los debates hayan cambiado. Actualmente se en-
focan primero en la evaluación del potencial productivo de los campos elevados y
luego en la reevaluación de las diferentes explicaciones propuestas para su uso. En
un estudio reciente realizado por Matthew Bandy (2005), son evaluados el modelo
de Boserup (1965), el modelo de preferencia residencial (Erickson 1988), y un
modelo de reducción de riesgos. El autor propone un modelo alternativo –el
modelo de ciclos de producción escalonados– basado en la premisa de que la
productividad de los cam- pos elevados ha sido fuertemente sobreestimada. En
lugar de esto, los campos ele-
207 / e l i z a B e t H a . k l a r i c H

vados fueron usados para distribuir mano de obra para la producción de excedentes
agrícolas de manera más eficiente a lo largo del año (una estrategia policíclica) y
así evitar una interferencia con las actividades agropastoriles de nivel doméstico
ya pro- gramadas (Bandy 2005: 289-292). De acuerdo con Bandy, estos ciclos de
producción escalonados fueron rasgos clave en la economía política Tiwanaku; “si
bien los campos elevados no fueron eficientes energéticamente comparados con la agricultura
de secano, fue- ron convenientes políticamente en términos de minimización de conflictos
entre la producción de excedentes y la subsistencia” (Bandy 2005: 291. Traducción
nuestra).
Mientras que décadas de investigación han proporcionado información valiosa
de la sincronización, organización y función de los campos elevados dentro de la
econo- mía política Tiwanaku, la naturaleza de las estrategias agrícolas durante el
preceden- te período Formativo permanece poco clara. Algunos investigadores que
trabajan en las partes occidental y norte de la cuenca del Titicaca han
argumentado que sistemas de agricultura intensiva precedieron al desarrollo de
Pukara (Erickson 1988: 13) y otros afirman que estos fueron utilizados inicialmente
durante el Formativo Tardío (Flores Ochoa y Paz Flores 1983; Stanish 2003).
Mientras que los campos elevados y las qochas debieron ser utilizados incluso du-
rante el Formativo Medio, el mayor asunto en esta discusión es si los sistemas
agríco- las impactaron significativamente la organización poblacional dentro de la
entidad política Pukara, incluyendo al mismo Pukara. Siguiendo el modelo de ciclo
de produc- ción escalonada, “debemos esperar que incremente la importancia de la
agricultura de cam- pos elevados con la formación de las primeras entidades políticas
complejas multicomunitarias al inicio del período Formativo Tardío, alrededor del 200 a.C.”
(Bandy 2001 en Bandy 2005:
292. Traducción nuestra).

¿Fue su construcción y expansión la razón que desplazó poblaciones de los sitios


secundarios o terciarios, sirviendo como un ‘empujón’ hacia el sitio de Pukara?
(Figura 5). O ¿Fue la demanda de producción durante el Formativo Tardío la razón
por la cual se redistribuyó la población hacia sitios secundarios y terciarios en la
periferia (vg. Mujica 1985)? Recientes prospecciones y análisis de sitios en la cuenca
norte, específicamente en el gran sistema de remanentes de campos elevados y
qochas justo al sur de Pukara, hechos por Mark Aldenderfer y sus colegas
(Aldenderfer, comunicación personal 2007 y ver Flores et al. en este volumen),
deberían empezar a esclarecer la relación entre los asentamientos pequeños y los
sistemas agrícolas durante el Formativo Tardío.
Existe todavía un vacío en nuestro entendimiento del rol del pastoralismo y su
re- lación con los cambios poblacionales permanentes y estacionales durante el
Formati- vo Tardío. Un análisis de los restos de fauna que provienen de
excavaciones recientes en Pukara y de aquellas dirigidas por Amanda Cohen en
2002 realizadas en un sitio vecino contemporáneo, proveerán valiosos datos del rol
de los camélidos domésticos y salvajes en la dieta local, economías de producción
artesanal e intercambio a larga distancia durante el Formativo Tardío (Matthew
Warwick, comunicación personal).
En cuanto a la producción y distribución de comida, existe una discusión de la
evidencia de festines durante el Formativo Tardío en Pukara. En los modelos
político
208 / P r o d u c c i ó N , PaPas y P r o y e c t i l e s : evaluaNdo l o s F a c t o r e s P r i N c i P a l e s ...

Figura 5. Distribución de las áreas de campos elevados en la cuenca del Titicaca (Bandy 2005).

y ceremonial, los festines juegan un rol importante en la atracción de gente hacia


Pukara de manera temporal o permanente, y en el fortalecimiento de relaciones
recí- procas entre las elites y sus seguidores. Las evidencias indirectas de festines
incluyen tazones policromos e incisos, incensarios y otras vasijas especializadas
que muestran un número limitado de motivos estandarizados (Chávez 1992).
Evidencias directas de producción y consumo de comida a gran escala fueron
documentadas en la pampa central durante las excavaciones de 2001, las cuales
complementan los hallazgos de Kidder en la misma área en 1939 (Klarich 2005a)
aunque evidencias similares no han sido reportadas para otras zonas del sitio.

Finalmente, los conflictos sirven como un factor importante para explicar la


reor- ganización poblacional en los modelos político y ceremonial, sin embargo, no
es un elemento importante en el modelo económico. Existe evidencia indirecta de
violen- cia y/o conflicto en el material cultural Pukara a través de las
representaciones de cabezas trofeo en la cerámica y los monolitos. Contrariamente
a lo que sucede en la costa sur peruana (vg. Williams et al. 2001), estas imágenes
aún no tiene paralelos en
209 / e l i z a B e t H a . k l a r i c H

el registro de huesos humanos en Pukara. En cuanto a posibles evidencias directas


de decapitaciones, Kidder encontró una concentración de fragmentos de cráneo en
la pampa central:
“Huesos humanos fueron encontrados también debajo de la laja y hasta dos metros al oeste de esta.
Estos consistían principalmente de mandíbulas, algunas enteras, y un número de fragmentos de
cráneo que suman aproximadamente cien pedazos. Sólo algunos pertenecen a la región frontal y son
numerosos los fragmentos de parietales, occipitales y bases de cráneos. No se encontraron otros tipos
de huesos humanos” (Manuscrito de Kidder, Archivo del Museo Peabody, Universidad de
Harvard. Traducción nuestra).

Estos hallazgos han sido citados como evidencia sólida de conflicto por algunos
investigadores: “la interpretación más apropiada es que estos restos pertenecen a prisioneros
de guerra u otras víctimas sacrificadas que fueron enterradas o re-enterradas durante una
ceremonia importante políticamente” (Stanish 2003: 1434. Traducción nuestra; ver tam-
bién Chávez 1992; Tantaleán 2009). Desafortunadamente la breve nota de Kidder es
la descripción más detallada que existe y no existe registro que los restos óseos
hallan sido trasladados al Museo Peabody o depositados en algún museo en Perú.
Sin infor- mación que documente la composición del depósito (vg. cien fragmentos
de cráneo podrían pertenecer a pocos individuos o a algunas docenas), el
tratamiento de los res- tos, y su contexto de excavación (vg. Williams et al. 2001
para cabezas trofeo Nasca), me mantengo cautelosa en cuanto a interpretar dichos
restos como trofeos humanos o victimas de sacrificios.
En contraste con Pukara, han sido registradas evidencias de conflictos a gran es-
cala en sitios contemporáneos en la región. Hasta hace poco, “extensas prospecciones
superficiales y excavaciones en la cuenca norte del lago Titicaca así como las excavaciones de
Kidder en Pucara y sus prospecciones en varias zonas, no han producido concentraciones im-
portantes de puntas de proyectil, hachas u otras armas atribuibles a guerras” (Chávez
1992:
337. Traducción nuestra). Sin embargo, excavaciones en el cercano sitio de
Taraco
(entre los años 2004 y 2007), han documentado un gran episodio de quema
fechado en 50–250 d. C. (calibrado) que fue seguido por una disminución en la
calidad de la cerámica, la presencia de bienes exóticos y construcciones de piedra
en el sitio (C. Chávez 2007; Stanish et al. 2007 y en este volumen).
Los investigadores argumentan que Pukara y Taraco fueron centros regionales
en competencia durante el Formativo Medio e inicios del Formativo Tardío.
Basados en la época y la ubicación del episodio de quema en Taraco, ellos
concluyen que Pukara inclinó la balanza a su favor en la competencia con su
entidad política par (Levine et al. en este volumen). Si bien el momento del evento
de quema no corresponde con el movimiento inicial de poblaciones hacia Pukara,
podría estar relacionado con una ola posterior de migrantes cuando el sitio creció a
su máximo durante el período Pukara Clásico/Medio. Información de excavaciones
en estos sitios combinada con datos de

4 “Otras interpretaciones son posibles pero la ubicación de tantos cuerpos en un área obviamente
pública, es una evidencia importante de sacrificios ritualizados en un contexto de intensos conflictos
en las elites” (Stanish 2003: 143. Traducción nuestra).
210 / P r o d u c c i ó N , PaPas y P r o y e c t i l e s : evaluaNdo los Factores
P r i N c i P a l e s ...

prospecciones a lo largo de la cuenca norte (Griffin y Stanish 2007; Plourde y


Stanish 2006; Stanish 2003; Stanish et al. 1997) serán integradas en los próximos
años para ofrecer reflexiones acerca de tiempo y magnitud de los conflictos y su
influencia en el grado y direccionalidad de los movimientos poblacionales durante
el Formativo Tardío.

PUkARA dE ABAJO HACIA ARRIBA.


INTEgRANdO ECONOMíA, RITUAL y POLíTICAS
Los cuatro modelos discutidos con anterioridad consideran el intercambio, las acti-
vidades artesanales, la producción de comida y el conflicto como los factores princi-
pales en el desarrollo de Pukara. Los conjuntos de datos existentes proveen
evidencia directa sobre intercambio a larga distancia, evidencia indirecta de
especialización en cerámica, nuevas perspectivas de estrategias de intensificación
agrícola, y una creciente evidencia de conflicto regional en la cuenca norte del
Titicaca durante el Formativo Tardío. Mientras los modelos difieren en términos de
fuerza motriz, estos comparten la presunción que el control de recursos –
económicos, rituales o políti- cos– por parte de la elite dirigieron o permitieron el
movimiento inicial de poblacio- nes hacia Pukara, la reorganización de poblaciones
en la cuenca norte, y el continuo crecimiento de los sitios por varios siglos.

En contraste, recientes investigaciones consideran las estrategias de liderazgo


alternativas en un intento para cambiar los acercamientos de “arriba hacia abajo”
en la interpretación de los nuevos datos recogidos y aquellos de proyectos
anteriores en Pukara (Klarich 2005a, 2005b). Datos de las excavaciones de 2001,
fueron usados para probar una serie de expectativas desarrolladas en el modelo
procesual-dual para es- trategias de liderazgo inclusivas (corporativas) versus
exclusivas (redes) (Blanton et al. 1996; Feinmann 2000). Específicamente, basada en
la naturaleza de la organización espacial y en evidencia de actividades
relacionadas con la preparación de alimentos y artesanales en la pampa, he
argumentado que esta zona fue al principio utilizada como un espacio público para
eventos de festines periódicos (sean estos auspiciados por patrones o por
emprendedores, Dietler 1996).

Desde el período Pukara Inicial (500-200 a.C) hasta el período Pukara Medio/Clá-
sico (200 a.C.-100 d.C), hubo un gran cambio de su función ya que la pampa central
se transformó de ser una plaza a ser una zona residencial de gente común, un
barrio dentro del distrito central. Al mismo tiempo, las actividades rituales se
trasladaron hacia los pequeños y cada vez más restringidos patios hundidos en las
terrazas supe- riores del complejo monumental Qalasaya. Basada en múltiples
líneas de evidencia y en las expectativas del modelo procesual-dual, concluyo que
esta transformación señala un cambio en el liderazgo de modos inclusivos-
corporativos a modos exclusi- vos-redes mientras Pukara se expandió de un sitio en
desarrollo a un centro regional (Klarich 2005a, 2005b).

Si bien estoy de acuerdo con los modelos ceremonial y político, donde los
festines fueron un factor importante de atracción de gente al sitio, las excavaciones
tanto en
211 / e l i z a B e t H a . k l a r i c H

la pampa central como en el complejo Qalasaya, indican que los anfitriones, partici-
pantes, locaciones, actividades y objetivos de dichos eventos, cambiaron a lo largo
de los siglos durante el Formativo Tardío (Klarich 2005b).
Para finalizar, estamos claramente empezando a desarrollar un sentido de la
com- pleja interacción de procesos en marcha durante el Formativo Tardío en la
cuenca del Lago Titicaca. Es probable que encontremos que las actividades
económicas, tales como el comercio, estuvieron imbuidas dentro de los eventos
políticos o rituales, ta- les como festines y ceremonias, como recientemente se
argumentó para Tiwanaku (Janusek 2008: 59). Se necesitan excavaciones
adicionales en Pukara para esclarecer la organización de la producción artesanal,
el ritmo de crecimiento del sitio (parti- cularmente la construcción de la
arquitectura monumental), y la función de las dife- rentes zonas dentro del sitio,
incluyendo la localización de las áreas de cementerio. Fuera de Pukara, se
necesitan datos adicionales de centros secundarios y terciarios, especialmente en
tanto estos se relacionen con el desarrollo de los sistemas agrícolas intensivos, la
obtención de materias primas y los niveles de conflicto.

Si bien tomará varias décadas de trabajo de campo, Pukara alberga gran


potencial para modelar los factores que atrajeron y empujaron a la gente del
Formativo Tardío hacia la primera entidad política multicomunitaria en la cuenca
norte del Lago Titica- ca y para conocer el por qué, en contraste con Tiwanaku,
esta entidad política colapsó justo después de algunos siglos de crecimiento y
desarrollo.

Agradecimientos
Agradezco a Luis Flores Blanco y Henry Tantaleán por su gentil invitación a
partici- par en esta publicación. La cuenca del Titicaca es un lugar emocionante
para hacer arqueología y espero muchos años de futuras colaboraciones. También
quiero agra- decer a Colin Grier y Andrew Duff por invitarme a participar en la
sesión organizada en el 2008 en la reunión de la Society of American Archaeology
sobre reorganización de poblaciones, que sirvió como base para esta contribución.
También nuestras mu- chas temporadas de campo en Pukara no habrían sido
posibles sin la contribución de muchos colegas y estudiantes durante 2000 (Nathan
Craig, Arleen Garcia, George Her- bst y Nico Tripcevich), 2001 (Sarah Abraham,
Javier Challcha, Cecilia Chávez, Amadeo Mamani, Carrie Mason, Leny Pinto, Andy
Roddick, Adan Umire y varios otros) y 2006 (Barbara Carbajal, David Oshige, Nancy
Román y Matthew Wilhelm) y miembros del equipo del pueblo de Pucará (la familia
Ttacca y muchos representantes de pueblo). El financiamiento para nuestro trabajo
en Pukara ha sido generosamente proporciona- do por la National Science
Foundation, Fullbright-Hays, Heinz Foundation, Wenner- Gren, y la Universidad de
California en Los Angeles y Santa Bárbara. Nuestro trabajo no sería posible en
Pukara sin el apoyo de Charles Stanish, Mark Aldenderfer y Cecilia Chávez Justo del
Programa Collasuyo y sin las oficinas locales y nacionales del Insti- tuto Nacional
de Cultura, Perú. Finalmente agradezco a David Oshige Adams por la traducción de
esta contribución.
212 / P r o d u c c i ó N , PaPas y P r o y e c t i l e s : evaluaNdo l o s F a c t o r e s P r i N c i P a l e s ...

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7
Las esculturas Pukara: Síntesis
del conocimiento y verificación
de los rasgos característicos
F r a n ç o i s Cuyne T i

Hay muchos estudios sobre las vasijas cerámicas Pukara (Chávez 1992; Franquemont
1986; Rowe y Brandel 1969–1970), pero muy pocos trabajos sobre las esculturas. Los
datos publicados vienen principalmente de los trabajos y de las prospecciones que
fueron realizadas por Alfred Kidder II al principio de los años 40 del siglo pasado, y
por Sergio Chávez entre los años 70 a 90. Pero desde 2000, poco a poco, más
científicos se interesan en estos artefactos líticos.

Este capítulo es parte de nuestra tesis de maestría, donde caracterizamos a la


cul- tura Pukara y tocamos la problemática de las esculturas.

ESTUdIO dE LA NATURALEzA dEL MATERIAL


Se conoce muchas esculturas en toda la cuenca del Lago Titicaca,
principalmente en la parte noroeste. Sin embargo, muy pocos análisis
petrográficos fueron hechos y publicados para conocer la naturaleza y la
composición exacta de las rocas de los artefactos líticos. A través de algunos datos
(Chávez y Jorgenson 1980: 73-77; Chávez y Mohr-Chávez 1970: 26, 30, 36; Hoyt 1975:
27-28; Kidder 1943: 14, 17, 32 ), se reconoce

i Université Paris-Sorbonne (Paris IV). Titular de una Licenciatura y de una Maestría en Ar-
queología Prehispánica por la Universidad Paris-Sorbonne (Paris IV, France), actualmente
viene preparando una tesis para el grado de doctor en la misma institución. Igualmente
re- lacionado al EHESS de Paris (École des Hautes Études en Sciences Sociales) y al CRAP
(Cen- tre de Recherche sur l’Amérique Préhispanique, EA 3551). Ocupa un puesto de
Allocataire de Recherche y de Monitor en la Universidad Paris-Sorbonne, UFR Michelet
de Historia del Arte y de Arqueología. francois.Cuynet@paris-sorbonne.fr;
francoiscuynet@free.fr.
218 / l a s esculturas P u k a r a : síNtesis d e l c o N o c i M i e N t o y v e r i F i c a c i ó N ...

que las piedras areniscas fueron las preferidas. Pueden ser de color blanco, gris o
rojo. En un mismo sitio, se puede encontrar varias esculturas, todas de arenisca,
pero con colores diferentes.
También se nota la utilización de otros tipos de material, pero en menor pro-
porción. En el sitio de Taraco, se encuentran generalmente esculturas de pizarra. La
andesita gris fue privilegiada en la región de Chumbivilcas, departamento de Cusco
(Núñez del Prado Bejar 1971: 27), y se conocen también algunas estatuillas de
magnetita (Kidder 1965: 23).
No sabemos si la naturaleza y/o el color mismo de la roca elegida tienen un
valor ritual, o si es solamente condicionado según las fuentes disponibles.
Si bien el uso de la arenisca parece ser la regla general, no tenemos ningún dato
so- bre los lugares de extracción. Además, Sergio Chávez (1980: 76) demostró la
posibilidad de desplazar estas producciones de un sitio a otro, simplemente con botes
de totora.
A pesar del número importante de líticos registrados durante los trabajos
arqueo- lógicos, no se conoce nada del origen de las rocas de los monolitos, ni del
modo de elección. Y sí parece existir una preferencia por la utilización de la
arenisca, más trabajos son necesarios antes de considerar que puede ser un
elemento de caracteri- zación de la producción lítica Pukara.

EL TRATAMIENTO dE LA SUPERFICIE
Las esculturas Pukara, como las cerámicas, fueron más descritas que analizadas
real- mente. Así, no hay estudios que nos permitan saber de qué manera estas
fueron tra- bajadas, la técnica empleada y los objetos utilizados. Por ejemplo, como
no se conoce ningún lugar de extracción o zona de producción, no se puede decir
si la roca fue traída en bruto hasta el sitio y trabajada después, o sí la escultura
llegó en su estado final.
Desde los primeros trabajos de Alfred Kidder II (1943: 6), se reconoció dos
catego- rías mayores:
La primera se compone de esculturas en forma de estatuas, muy numerosas, re-
presentando generalmente personajes antropomorfos (algunas veces zoomorfos).
El tamaño va desde pequeñas estatuillas a elementos de casi dos metros de altura.
Con una forma generalmente rectangular, pero no tanto como las estatuas de estilo
Tiwanuku, tienen con frecuencia un pequeño zócalo. Este tiene un aspecto
funcional porque permite la estabilidad del elemento lítico. Además, permite dar a
la figura iconográfica más prestigio. Trabajada totalmente en bulto redondo, se
utiliza incisio- nes para incorporar elementos de detalle. En algunas raras
estatuillas descubiertas enterradas durante las excavaciones de COPESCO, se
observan pequeños rastros de pinturas polícromas (rojo, negro, blanco y amarillo)
preservadas sobre la superficie (Escobar 1981: 160-161; Mujica 1990: figs. 125-126).
Podemos notar que esa policromía es idéntica a la presente en las cerámicas de la
época Pukara.
219 / F r a N ç o i s c u y N e t

El otro tipo muy común es la estela. Contadas a través de la región del altiplano,
se presentan en forma de losa alargada de 2,50 m en promedio, con un máximo
registra- do hasta el momento de cuatro metros de alto (presentada en el artículo de
Chávez y Mohr-Chávez 1970: 26; ver también Tantaleán et al. en este volumen). Una
porción im- portante del zócalo trapezoidal se usó clavada en el suelo para mantener
la estela verti- cal. La estabilidad fue fortalecida gracias a un ancho más importante
en la base que en la cima, lo que permite bajar el punto de gravedad del objeto. Uno
de los elementos que parece ser típico de Pukara es la presencia de una muesca u
hombro en la cumbre de la estela. No se sabe bien el uso y/o la significación de este
dispositivo. Sergio Chávez y Karen Mohr-Chávez (1970: 26, 35) proponen la hipótesis
de que puede servir de soporte a un dintel horizontal de piedra, siendo las estelas
utilizadas como unidades arquitectó- nicas dentro de estructuras arquitectónicas. Sin
embargo, admiten que hay muy pocas estelas funcionando en pares, y la variedad del
tamaño, así como la presencia de algu- nos motivos en esa parte, parecen
contradictorias con esta suposición. Generalmente en los dos lados opuestos, los
elementos iconográficos están trabajados en bajo o medio relieve, y algunas veces en
relieve hundido con un borde de delimitación. Como en las estatuas, los detalles son
figurados mediante incisiones.
Así, parece que tenemos formas bien particulares atribuidas a las estatuas y a las
estelas. Pero se hace necesario un análisis de los rasgos iconográficos para
permitir una atribución a la época Pukara.

dESCRIPCIóN SINTéTICA dE LA ICONOgRAFíA ASOCIAdA


Hay una variedad importante de motivos en la escultura Pukara. Algunos
parecen ser específicos a esta producción, pero encontramos también elementos
comunes con la iconografía de la cerámica Pukara. Se nota principalmente tres
tipos de representa- ciones.
Lasestatuasantropomorfaspuedenestarenposicióndepie osentadas,sobreelzócalo
cuadrangular (Figura 1). Conocemos muy pocosejemplos completos. La mayoría de
ellas
fueronencontradasdecapitadas.Cuandotenemoslasuertedeencontrarlapartesuperior
de la estatua preservada, podemos ver que el volumen de la cabeza es muy
importante. De forma cuadrada, los ojos son figurados por un anillo casi
rectangular en bajo relie- ve, y la nariz está en la continuidad de las cejas. La boca
se representa por un espacio oval en bajo relieve, con una incisión horizontal al
centro para incorporar la comisu- ra de los labios. Las orejas son trabajadas en
medio relieve, con incisiones concéntri- cas semicirculares al centro. Alrededor de
la cara, se observa un elemento parecido a un “chullo” (Valcárcel 1932a: 20), y
sobre éste una cofia cuadrangular con motivos en zig-zag por incisión, y algunas
veces pequeñas cabezas de felinos al revés en medio relieve. Nos parece
importante notar que estas cabecitas son perfectamente idénticas a las presentes
en los braseros de cerámica Pukara, y siguen las mismas normas. En el resto del
cuerpo, otros elementos demuestran una concepción estilística particular de las
estatuas. Los brazos, en relieve y pegados a los costados, tienen con frecuen- cia
las manos sobre el vientre, a veces sosteniendo una cabeza trofeo humana. Las
piernas, proporcionalmente más pequeñas, son solamente separadas por una ranura
220 / l a s esculturas P u k a r a : síNtesis d e l c o N o c i M i e N t o y v e r i F i c a c i ó N ...

Figura 1. Estatua Pukara. Museo Lítico


Pukara

vertical, y los pies acaban en dedos


rectangulares separados por inci-
siones. Contrariamente a las figuras
de las cerámicas, las estatuas
antro- pomorfas tienen
generalmente cin- co dedos en las
manos y en los pies. Se encuentran
de la misma manera los
ornamentos de puños y de tobi-
llos. El torso puede estar desnudo o
con un ornamento de cuello. Ade-
más, puede, como los brazos, servir
de soporte a imágenes
geométricas o figuras zoomorfas
simplificadas. Estos elementos son
los mismos que se ven en todos los
motivos antro- pomorfos de la
cerámica Pukara. La cabeza trofeo
cargada por el perso- naje esta
trabajada en alto relieve, desnuda,
representada mucho más pequeña
que la del personaje, con
incisiones representando la
cabelle- ra, y sin orejas u
ornamentos. Pen- samos que eso
fortalece la noción de inferioridad
de la cabeza trofeo en
comparación al personaje princi-
pal. Algunas veces, se puede notar un motivo en pequeño bajo relieve al centro del
ta- parrabos del personaje (sapo, rasgos, etc. Figura 2). En la espalda, tiene
representados
omóplatos de formas
cuadrangulares, en
un bajo relieve, habi-
tualmente sin
ningún detalle.
Finalmente, el
ejemplo del famoso
“Degollador” de Puka-
ra (Figura 3) es muy
atípico, con sus moti-
vos por incisiones de
cabezas trofeos,
pero

Figura 2. Estatuilla
Pukara. Museo Carlos
Dreyer de Puno
221 / F r a N ç o i s c u y N e t

Figura 3. El Hatun Nakaq de Pukara.


Revista del Museo Nacional, Vol. 1 Nº 1,
Valcarcel (1932: 18-35).

permite una afiliación casi directa con la


iconografía de la cerámica Pukara. La re-
presentación del personaje en su globali-
dad, y los detalles, tienen muchos rasgos
en común con las figuras antropomorfas
de las cerámicas Pukara.
Un segundo motivo está muy presente
en la escultura de esta época. Casi
siempre asociado con la forma de estela,
figura una criatura compuesta compleja,
comúnmen- te llamada por la gente de la
zona como “El Suche” (Valcárcel 1932b: 3,
Figura 4). Esta criatura zoomorfa se
compone de un cuer- po ondulado,
generalmente sin patas, que acaba en
una cabeza con rasgos de felino.
Se puede encontrar algunas variantes en
las formas y las asociaciones, pero hay elementos constantes. La cara de la criatura
tiene los mismos rasgos que las figuras de felinos, con orejas semicirculares, la nariz
formando una “Y” con las cejas, los ojos y la boca ovales. Todos estos elementos
si-
guen los mismos criterios que los de las
estatuas descritas anteriormente, y son com- pletados con detalles por incisión.
Todo el resto representa el cuerpo de la criatura. El número de curvas puede
variar, pero hay siempre dos líneas paralelas siguiendo esta ondulación al nivel de
la espalda. A veces, anillos en bajo relieve son dispuestos a espacios regulares.
Saliendo de la tira central, incisiones paralelas comparten obli- cuamente los lados
del cuerpo. Esta figura ocupa casi la totalidad de la superficie de la estela.
Mayoritariamente, otros dos elementos son asociados a esta representación. Se
encuentra un gran anillo en medio relieve, ordinariamente frente a la boca de la
criatura. El segundo es un motivo de batracio, al frente del anillo, al nivel de la
muesca de la estela. Esta combinación (criatura zoomorfa/anillo/batracio) es la
más común, en casi un 75% (datos de nuestro inventario personal). Parece que fue
un motivo de predilección en la iconografía de las estelas. Conocemos también
algunas estatuas an- tropomorfas de la zona que tienen esta representación de
criatura ondulada figurada en la espalda (ejemplos conservados en los museos
líticos de Pukara y de Taraco. Fi- gura 5). Este indicio fortalece la asociación
estilística entre las estelas y las estatuas, a pesar de notar una especialización del
motivo iconográfico según el tipo de soporte.
El tercer tipo de organización de las esculturas es mucho más complejo. Se co-
noce por el momento tres ejemplos, respectivamente en los sitios de Pukara,
Arapa y Yapura (Chávez 1975: 8-10; Hoyt 1975: 27-28, Fig. 3; Kidder 1943: 33).
Globalmente en forma de estela rectangular trabajada en los dos lados opuestos,
los motivos, en bajo relieve, son contenidos dentro de tableros. Cada uno se
organiza alrededor de un elemento central. Una simetría importante maneja
todos los ejemplos conoci-
222 / l a s esculturas P u k a r a : síNtesis d e l c o N o c i M i e N t o y v e r i F i c a c i ó N ...

Figura 5. Estatua antropomorfa con un Suche en la


espalda. Museo Litico de Pukara. Dibujo propio.

dos. Los tableros y sus disposiciones pueden ser


rigu- rosamente idénticos en los dos lados opuestos
de la estela, o en orden inverso. Se encuentran
numerosos
Museo4. Lítico
Figura PukaraPukara. motivos
de Suche,
Estela del frecuentes
ras Pukara. en la
Se ven iconografíadedebatracios,
figuraciones las escultu-
formas
geométricas en anillos, escaleras o zigzags, cruces
cuadros, criaturas bicéfalas y otras de criaturas zoomorfas compuestas simplificadas,
siempre según las reglas expresadas precedentemente. Así, se nota
continuamente los mismos rasgos estilísticos comunes, a pesar de una
organización en tableros mucho más geométrica.

CONCLUSIóN
La fortaleza del estudio sobre las esculturas radica en que se conocen numerosos
ejemplos que vienen de diferentes sitios de la cuenca del lago Titicaca. Eso nos
per- mite tener un abanico bien completo, y de poder generalizar los elementos
nom- brados.

Figura 6. Estela de Arapa, utilizada ahora como altar en la iglesia de


Arapa.
223 / F r a N ç o i s c u y N e t

Al final, esta síntesis del conocimiento nos orienta hacia varios datos de
caracteri- zación. Se notan dos tipos principales de formas, que son la estatua
antropomorfa y la estela con muesca, esencialmente talladas en roca arenisca.
Durante nuestro trabajo de recolección, notamos que pareció existir una
predilección del motivo iconográfico según la naturaleza del soporte. Sin embargo,
hasta el momento no se conoce clara- mente el proceso de elección y de
producción de estos artefactos líticos en sus diver- sos aspectos. Además, casi
ninguno de esos objetos fue descubierto en su contexto original, y varios muestran
huellas de deterioro. No obstante, subsisten suficientes elementos de la iconografía
para demostrar un vínculo entre las estatuas antropo- morfas y las estelas
encontradas.
Así, se desprende una noción de unidad en la escultura. No obstante, podemos
también ver que existen algunas variaciones en esta unidad. Se necesitan muchos
más estudios para decir si esas traducen regionalismos, diferencias de función o de
temporalidad. Sin embargo, la iconografía presentada, en su forma general, tiene
su- ficientes elementos para notar rasgos que pueden ser de caracterización.
Y si bien tenemos una unidad escultural, hemos visto que esta se relaciona
igual- mente con los ejemplos conocidos de la cerámica Pukara. Motivos se
encuentran, algunas veces de modo idéntico, tanto en uno como en el otro soporte.
Así, todos esos elementos demuestran la pertenencia de las esculturas y de las
cerámicas a un mismo mecanismo. Es este conjunto que podríamos llamar el estilo
Pukara.

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8
Las qochas y su relación con sitios
tempranos en el Ramis, norte de la
cuenca del Titicaca*
l u is Fl o r e s b l a n Co , n a THa n Cr a i g
i

ii

y Mark a l d e n d e r Fer iii

La cuenca del Lago Titicaca (CLT) tiene un largo proceso evolutivo, tanto en lo
social como en lo geológico, con marcadas permutaciones que recientemente se
vienen dando a conocer luego de una serie de investigaciones sistemáticas. Gra-
cias a estos estudios queda cada vez más claro que este desarrollo se dio en el
contexto de un paisaje agreste y cambiante, que cada vez más fue modificado
permanentemente por el hombre, haciéndolo habitable, pero que no escapó a los
cambios geológicos que repercutieron en su vida social. Una de estas innovacio-
nes, que seguramente ayudó a una vida concentrada más estable en el
altiplano, fue la creación de tecnologías agrícolas como los camellones o waru-
waru y los estanques de agua o qochas.
En un ambiente como la puna de la CLT, donde se cultivaron y aún cultivan
especies como la papa y la quinua, cuyo centro de origen habría sido algún lugar
de esta región (Bruno 2005; Murray 2005; Spooner et al. 2005), estudiar estas tec-
nologías agrícolas es casi una obligación, si es que se quiere entender el proceso
civilizatorio.

* Una ponencia inicial sobre este tema titulada: “El origen de las qochas y su relación con el
surgimiento de la complejidad social en el Ramis, cuenca norte del Titicaca” por Flores,
Ro- mán y Aldenderfer fue leída por Nathan Craig en el Simposio The rise of hierarchical
polities in the northern Titicaca basin: Recent research, new theories, organizado por Aimee M.
Plourde & Abigail R. Levine, en la 73º Reunión Anual de la SAA en Vancouver, Canadá,
en marzo del 2008.
i. Co-Director del Proyecto Arqueológico Ramis. Puno, Perú. lflores78@gmail.com.
ii. Department of Anthropology, Pennsylvania State University, 409 Carpenter Building,
Uni- versity Park, PA, 16802. ncraig@psu.edu.
iii. Department of Anthropology, University of California Merced, School of Social Sciences,
Humanities and Arts, Merced, CA, USA, 95343. maldenderfer@ucmerced.edu.
226 / l a s q o c h a s y su r e l a c i ó N coN sitios teM PraNos eN e l raMis

La zona que nosotros hemos investigado, en gran parte del valle del Ramis, al
nor- te de la cuenca del Titicaca, coincide con el área de mayor concentración de
una de estas tecnologías, las qochas (Figuras 1 y 2), dadas a conocer por Jorge Flores
Ochoa y Percy Paz (1983a). Las qochas han sido descritas como lagunas artificiales
acomodadas a la topografía y alimentadas por las lluvias de la temporada de
diciembre a marzo; esta tecnología sirvió para almacenar agua y como espacio de
cultivo (Figuras 3 y 4). Paradójicamente este territorio actualmente es uno de los
más secos de la punas de Azángaro-Pucará, con grandes riesgos de heladas, sequias
o inundaciones, y con un clima cambiante de un año a otro (Valdivia et al. 1999:
157).
Los estudios que, hasta el día de hoy, se han realizado sobre esta tecnología se
han centrado en su caracterización y funcionamiento (Flores y Paz 1983a, 1983b,
1984, 1986, 1988), en su potencial como sistema productivo (Rozas 1986; Valdivia et
al. 1999;

Figura 1. Polígono del área de mayor concentración de las qochas en un plano con el Lago
Titicaca en color celeste oscuro y el paleolago Minchin en celeste claro.
227 / l u i s F l o r e s B l a N c o , N a t H a N c r a i g y M a r k a l d e N d e r F e r

Figura 2. Imagen de la pampa de Llallahua y Tulani tomada desde el cerro


Llallahua.

Figura 3. Imagen de una de las qochas que sirven de bebedero de animales.

Kendall y Rodríguez 2002: 246-249) y en términos de la organización campesina que


lo mantiene (Angles 1987).

En otros lugares fuera de Puno también se han reportado evidencias de qochas,


como en Bolivia donde son llamadas q’otañas (Janusek y Plaza 2007) y también en la
comunidad de Laymicocha, Cusco, donde se le asocia con un sitio Inca (Kendall y
Rodríguez 2002).

Más allá de la caracterización que se ha hecho de las qochas, estas no han sido
inda- gadas en relación a sus orígenes y evolución. Precisamente en este capítulo
queremos discutir dicho tema.
228 / l a s q o c h a s y su r e l a c i ó N coN sitios teM PraNo s eN e l raMis

Figura 4. Imagen de una de las qochas usadas para cultivo. Nótese en


su interior la existencia de camellones.

EL PROBLEMA dE LA ANTIgüEdAd dE LAS qOChas


Flores y Paz (1983a: 75, 1983b: 139) fueron los primeros en proponer que las qochas
podrían estar asociadas a la cultura Pukara, la cual se desarrolló en el norte de la
CLT entre los años 500 a.C y 400 d.C. La propuesta de los autores se basó en la
cercanía del asentamiento de Pukara a la concentración de qochas y fue explicada,
por estos autores como efecto de la vida urbana y una mayor presión poblacional.
Siguiendo esta misma lógica, Erickson (1996: 248) ha sugerido que el origen de la
construcción de las qochas podría ser algo más antiguo, asociado a la cultura
Qaluyu. Una mayor antigüedad de las qochas (al menos para las más simples)
también es una posibilidad manejada por Kendall y Rodríguez (2002: 244).
Al parecer todos los investigadores que han tratado el tema de la antigüedad de
las qochas, creen en su uso como parte de un sistema tecnológico intensivo
asociado al desarrollo de la cultura Pukara, pero con antecedentes posiblemente
más antiguos. En realidad ninguno de estos autores presentan datos arqueológicos
para probar sus hipótesis, y como bien se ha señalado “…esta tecnología aun no ha
sido investigada con las herramientas propias de la arqueología, los que nos podrían dar las
precisiones necesarias para conocer la antigüedad y proceso de desarrollo” (Valdivia et al.
1999: 150).
Solo recientes prospecciones en la región del altiplano vienen dando algunas
aso- ciaciones espaciales más precisas entre los sitios del período Formativo y las
qochas. Stanish (2006: 384) ha sugerido que tanto en los asentamientos de las
regiones de
229 / l u i s F l o r e s B l a N c o , N a t H a N c r a i g y M a r k a l d e N d e r F e r

Juli-Pomata al sur, como de Huancané-Putina al norte del Titicaca, se estarían


usando las qochas ya durante el Formativo Medio. Lo mismo parece evidenciarse en
el valle menor de Quilcamayo-Tintiri, afluente del río Azángaro, donde los datos de
Tanta- leán (2010 y este volumen) pueden interpretarse como la presencia de un
patrón aso- ciativo –aunque muy laxo- entre sitios Qaluyu y qochas, pero que se
volvió más claro durante la ocupación Pukara donde se prefirió la parte baja del
río, más cerca de las qochas, aunque todavía sin una clara asociación “sitio-qocha”.
Si bien la hipótesis de una aparición temprana de las qochas, tal como se ha
venido sosteniendo, es plausible, los indicadores que la sustentan son escasos. Se ha
supuesto que debido a la cercanía del sitio Pukara a las qochas, a unos 9 km de las
primeras y a 35 km de las ubicadas cerca a la confluencia de los ríos Pucará-
Azángaro, es factible, entonces, pensar que las poblaciones antiguas, en un día de
caminata, pudieron hacer un viaje hasta la primeras qochas, y en un poco más de
dos días cubrir la dispersión hacia el sur. Pero en esa misma lógica también
podríamos sostener que las qochas pertenecen al período Altiplano (1100 – 1450
d.C.), teniendo en cuenta que, al menos, dos grandes asentamientos Collas:
Llallahua y Pucarani, localizados en la cima de dos grandes cerros, están en la zona
de las qochas. Por lo expuesto, el origen de las qochas permanece aun ignorado
arqueológicamente (Rozas 1986: 112).

LAS qOChas EN LA CUENCA dEL RAMIS


La mayor concentración de qochas se sitúa en el espacio formado entre los ríos
Pucará y Azángaro, en la cuenca del Ramis, en un área que abarca
aproximadamente unos 384 km2 (Flores y Paz 1983a: 75, 1983b: 134). De ésta solo
hemos registrado en campo con GPS unos 30 km2 (Aldenderfer y Flores 2008), el
resto se ha mapeado de manera remota desde imágenes satelitales y fotografías
aéreas, llegando a contabilizar 11,737 qochas (Craig et al. 2011), cifra bastante
inferior de los más de 25 mil que originalmen- te se habían propuesto (Flores y Paz
1983a: 71, 1983b: 135, 1986: 98).
La distribución más importante de estos reservorios se ubican en las terrazas
alu- viales C, D y E, siendo la Terraza E la que concentra al menos el 94.33% de las
mismas y son las que están en pleno uso1. Las qochas ubicadas en las terrazas C y D
están en gran parte destruidas y abandonadas (Craig et al. 2011).
La concentración de las qochas en la terraza E ha sido explicada por encontrarse
sobre un terreno arcilloso e impermeable, rastros de lo que fue el paleolago “Min-
chin” (Craig et al. 2011; Figs. 1 y 5), suelo catalogado por la ONERP como serie Suña-
ta, altamente alcalino y de mediana potencialidad agrícola pero que, como suelo de
pradera es bueno para pastizales (Flores y Paz 1983a: 49). Además, a diferencia de la
pampa, el interior de las qochas tiene 1 a 2 °C más de temperatura 2 y un suelo con
un alto contenido orgánico (Valdivia et al. 1999: 158).

1 Para una división y evolución de las terrazas aluviales en el valle de Ramis, consultar a
Farabaugh y Rigby (2005).
2 En el sistema de qochas sólo 5 de 30 días hay presencia de heladas (Valdivia et al. 1999:
158).
230 / l a s q o c h a s y su r e l a c i ó N coN sitios teMP raNo s eN e l raMis

REFLExIONANdO SOBRE LA EVOLUCIóN dE LAS qOChas


Para aproximarnos a entender la evolución –por extensión también el posible
origen– de las qochas, esbozaremos una explicación basada en datos múltiples y en
parte de acuerdo a los modelos, de patrón de asentamiento propuesto por
Aldenderfer (2002) para el valle de Ilave, la teoría de malezas de Smith (1995: 194-
196) y el modelo geo- lógico de Craig y colegas (2011). Somos conscientes que aun
nuestros datos de campo son escasos, por lo cual seguramente en esta
construcción explicativa caeremos en varias suposiciones pero que, al menos,
intentamos sean coherentes con los datos que se conocen para otras
especialidades.
Nos valemos también de los datos geológicos provenientes de los estudios
geomor- fológicos realizados en la región (Farabaugh y Rigsby 2005), una intensa
prospección sistemática con GPS en un entorno SIG, excavaciones restringidas en
tres sitios aso- ciados a qochas (Flores y Aldenderfer 2008), también en el análisis
del material cerá- mico y lítico proveniente de dichos sondeos (Chávez 2008), la
presencia de una estela Pukara clavada en una qocha natural (Flores et al. en
revisión) y un conteo remoto del total de las qochas en la zona interfluvial Pucará-
Azángaro (Craig et al. 2011).
Si la terraza E, del área estudiada, es un terreno arcilloso de suelo impermeable
(Craig et al. 2011), entonces, es probable y lógico sostener que oquedades
topográficas podrían contener agua de lluvia por cierto tiempo al año, y por tanto,
ser estos los ejemplos más tempranos de qochas, en su versión natural o, tal vez,
como simples bofedales producidos por el agua estancada. Además, ahora también
conocemos que dichas lagunas recrean condiciones climáticas mejoradas, en
comparación a la pam- pa, y que sus suelos presentan una riqueza orgánica
superior a su exterior (Valdivia et al. 1999), propicia para permitir por ejemplo el
crecimiento de plantas silvestres. Entonces ¿desde cuándo las condiciones
climáticas son húmedas en el altiplano o al menos desde cuándo empiezan las
condiciones climáticas modernas que hoy permi- ten llenar las qochas?
Existe casi un consenso en plantear un aumento en la temperatura durante el
Holo- ceno Medio (desde los 6000 a.C.) (Andrus et al. 2002; Thompson et al. 1995),
llegándose a niveles de aridez desde los 5000 a.C., momento en que también se
reporta el primer re- tiro de los hielos en el nevado Quelccaya (Buffen et al. 2009) y
una baja constante de los niveles lacustres de muchos lagos del altiplano destacando
entre ellos el Titicaca (Baker et al. 2001, 2005). En ese momento señalado, incluso se
llegó a niveles de hiperaridez, en algunas regiones como en Atacama - Chile por los
3300 a.C., planteándose la existencia de un silencio arqueológico (Núñez et al. 2002),
aunque este tiempo extremo está en discusión (Betancourt et al. 2000; Grosjean et al.
2003), incluso para los niveles de los lagos, porque al parecer existieron momentos
húmedos entre esta aridez (Placzek et al. 2001). Sin embargo, es poco factible esperar
que éste fuera el momento idóneo para que se formasen estancamientos de agua casi
permanente en terrenos de la Terraza E del valle del Ramis. Aunque si es posible que
algunas qochas naturales, o al menos simples bofedales, pudieran formarse en
momentos cortos, durante el Holoceno Medio, gracias a lluvias estivales y más aún,
teniendo en cuenta que el lado norte de la CLT presentó condiciones más benignas
durante la época seca (Abbott et al. 2003). Estos bebederos
231 / l u i s F l o r e s B l a N c o , N a t H a N c r a i g y M a r k a l d e N d e r F e r

sirvieron como oasis para los animales y seguramente fueron aprovechadas por los
hombres como paraderos temporales de caza durante el período que los arqueólogos
llamamos Arcaico Medio. Ahora solo faltaría encontrar en nuestro registro
arqueológi- co, la presencia de sitios con material tipificado para este período.
Lo que parece estar claro es que el clima empieza a mejorar luego de los 3,000
a.C., incluso con una humedad mayor que la actual, estabilizándose en las
condiciones modernas a partir de 2100 a.C. (Baker et al. 2001, 2005; Buffen et al.
2009; Grosjean et al. 2003), momento propicio para inundaciones estacionales, pero
también para la formación de las qochas naturales, convirtiéndose en reservorios
de agua contenida en el tiempo gracias a estar sobre un suelo arcilloso de
paleolago. Asimismo por las condiciones micro-climáticas y suelo favorable que
mencionamos arriba, estas qo- chas naturales habrían promovido la propagación de
malezas como Quenopodiáceas y tubérculos, en un contexto similar como el
planteado por Smith (1995: 194-196), expandiéndose con ello mayores parches de
recursos tanto para animales como para el hombre (Aldenderfer 2002).
La respuesta humana a estas mejoras del medio ambiente fue rápida, dándose
una mayor concentración de población desde el período Arcaico Terminal (3000-
1500 a.C.), centrándose aún más intensamente en los recursos fluviales, y
reduciendose la movilidad residencial (Aldenderfer 2002; ver Craig en este
volumen). Incluso la productividad fue suficiente para que algunos individuos
desarrollasen conductas de empoderamiento (Aldenderfer 2004) portando objetos
vistosos como el oro encon- trado en Jiskairumoko (Aldenderfer et al. 2008) y la
adquisición explosiva de obsidia- na a partir de fuentes muy lejanas a pesar de la
abundancia de sílex de alta calidad (Craig 2005; Craig y Aldenderfer e.p.).
Este tiempo también sirvió para poder manipular algunas especies vegetales me-
diante el forrajeo, haciéndolas más eficientes a las necesidades humanas (Aldenderfer
2002; Craig 2005), algo que finalmente permitió, por ejemplo en el Chenopodium, la
apa- rición de plantas de tallo único y la delgadez de la cubierta seminal de la semilla
(Bruno 2005; Murray 2005). Seguramente, también, fue el momento de los primeros
cultivos en una producción de bajo nivel, como ha planteado Smith (2001), en ese
paso de socieda- des cazadoras-recolectoras a las productoras.
Estas condiciones habrían permitido la concentración definitiva de población du-
rante el Formativo Temprano, luego del 1500 a.C. (Aldenderfer 2002), así como
también los primeros cultivos domesticados, como sucedió con el Chenopodium
(Bruno 2005). Todos estos cambios culturales tuvieron impacto ecológico sobre su
medio ambiente, influenciando en la deforestación de la puna del Titicaca, con el
consecuente avance de la cobertura de pastizales hasta como la conocemos
actualmente (Craig et al. 2009).
Ya durante el Formativo Medio (1000 a.C.–500 d.C.) es probable que la
producción intensiva de alimentos acompañase a estos cambios políticos y sociales,
y se intensi- fique también el intercambio en toda la cuenca. La arquitectura
mayor aparece, y si bien en menor escala a la observada en la costa central,
comienzan a ser comparables en su función y rol (Aldenderfer 2002). Si bien los
asentamientos urbanos aun no apa-
232 / l a s q o c h a s y su r e l a c i ó N coN sitios teM PraNo s eN e l raMis

recen hasta fases superiores del Formativo Tardío, el crecimiento poblacional debe
haberse incrementado significativamente durante el Formativo Medio, estimulando
a las poblaciones del valle del Ramis a la creación de soluciones a su requerimiento
creciente de alimentación. En este contexto debieron aparecer las qochas, como tec-
nología agrícola que permitió aprovechar su medio ambiente. Posteriormente
duran- te el Formativo Tardío (500 a.C.–400 d.C.) este aprovechamiento fue
convertido en todo un sistema agrícola estable, base de la economía en el primer
desarrollo estatal llamado Pukara. Con el tiempo, el desarrollo de un mercado
creciente requirió una ampliación de la frontera agrícola, extendiendo esta
tecnología hacia las terrazas C y D, de suelos menos impermeables, pero más
productivos agrícolamente, ubicadas en la parte oeste de la zona investigada,
próximos al río Pucará (Flores y Paz 1983a: 49-52; Craig et al. 2011). La validez de
esta tecnología como una herramienta de esta- bilidad productiva en un ambiente
difícil (Valdivia et al. 1990: 160, 163), permitió su continuidad en el tiempo, aunque
disminuida ya para períodos tardíos, al parecer fue usada hasta el período Altiplano
y, tal vez, hasta el período Inca y Colonial. Aunque sin claras evidencias
arqueológicas, ni referencias en los textos de contacto, esta tec- nología seguió
usándose, ya de manera desintegrada, por las comunidades rurales, tanto así que
perduró su uso hasta la actualidad.
Aunque no contamos aun con fechados radiocarbónicos para probar tal
evolución de las qochas, tenemos evidencias concretas de una relación espacial
directa “sitio- qocha”, en la que los análisis de los materiales de estos
asentamientos asociados nos permitirán establecer una cronología relativa para
dicha historia.

LOS dATOS REgIONALES EN EL RAMIS QUE SUSTENTAN NUESTRO MOdELO


Por las referencias vistas en el modelo, el tiempo entre el Arcaico
Tardío/Terminal y el Formativo Inicial es vital para entender muchos cambios
culturales, en especial todo el proceso que condujo hacia la vida aldeana, pero
también algunos de sus in- genios para domesticar el paisaje, como el usar y
masificar el beneficio de las qochas para el control del agua y su uso en la
agricultura.
Los primeros datos en nuestra prospección del Ramis presentan una baja
frecuen- cia de asentamientos del Arcaico en el área de las qochas, las pocas
evidencias pueden ser catalogadas como evidencias del Arcaico Medio y
especialmente del Arcaico Tar- dío. Todos son restos de campamentos abiertos de
corta duración y están ubicados en las terrazas D y E, de preferencia cerca a
fuentes de agua, riachuelos y en la zona de qochas de Llallahua y Tulani (Figura 5).
Sin embargo, hay una concentración de material lítico importante en la localidad
de Laroqocha (RM 1190-1192), donde se han encontrado puntas de proyectil,
mayormente de basalto y que tipológicamente se asocian al Arcaico Medio
(Aldenderfer y Flores 2008). Todas estas evidencias son importantes porque
primero demuestran el uso antiguo de estas qochas en su estado natural y, en
segundo lugar, porque la simple dispersión de materiales, sin evidencia clara de
estratigrafía, puede ser interpretada como campamentos temporales usados para
caza de animales.
233 / l u i s F l o r e s B l a N c o , N a t H a N c r a i g y M a r k a l d e N d e r F e r

La asociación de asentamientos con las qochas son regionalmente más claras du-
rante el período Formativo, antecedidos a veces por una ocupación del Arcaico. La-
mentablemente aun no hemos acabado un análisis más fino de la cerámica Formati-
va para distinguir sus diferentes estilos. Sin embargo, nos llama la atención la
poca

Figura 5. Polígono del área de mayor concentración de las qochas sobre una plano de las
terrazas aluviales donde se ubican los sitios arqueológicos señalados y demás rasgos.
234 / l a s q o c h a s y su r e l a c i ó N coN sitios teM PraNos eN e l raMis

presencia de fragmentos Qaluyu que podría estar sumando evidencias sobre su baja
presencia en el valle de Pucará, a diferencia por ejemplo del valle de Huancané
donde es todo lo contrario (Plourde y Stanish 2006: 248).
El período Formativo se caracteriza por un patrón de asentamiento jerarquizado
(Stanish 2003) donde sobresalen dos tipos de asentamientos, aquellos con arquitec-
tura acumulativa grande de piedra que tiene al sitio de Pukara en la cima de esta
jerarquía y a extensas áreas con dispersión de material en superficie, sin
arquitectura visible, que bien pueden ser consideradas como posibles aldeas. Estos
sitios por lo general están asentados al final de la pampa, sea en la base de un cerro
o cerca a las riberas de los ríos y qochas (Aldenderfer y Flores 2008).
Los sitios con arquitectura grande están más concentrados en la margen derecha
(oeste) del río Pucará, separados entre 3,5 hasta 7 Km; mientras en la margen
izquier- da (este), en la zona de las qochas, presentan mayor separación (hasta 10
Km), y alter- nando con las supuestas aldeas (Aldenderfer y Flores 2008).
Existen, por lo menos, cuatro centros Pukara importantes en la zona de las
qochas, todos con arquitectura grande: Tantihuasi en el norte, Tampukancha y
Cumparo en el centro y Calapuja en el sur, ubicados cada 6 a 10 km, lo que hace
que las zonas agríco- las estén controladas directamente por agentes Pukara
(Aldenderfer y Flores 2008).
Los sitios con dispersiones de materiales o supuestas aldeas, casi siempre, están
en el rango de control de los sitios con arquitectura grande (Aldenderfer y Flores
2008; Figura 6).
Otro elemento del período Formativo asociado a las qochas, fue el hallazgo de
una estela de “suche” al interior de una laguna natural llamada María Huancane
Qocha (Aldenderfer y Flores 2008; Flores et al. e.p.) (Figura 7).

Figura 6. Vista general del sitio RM


621.
235 / l u i s F l o r e s B l a N c o , N a t H a N c r a i g y M a r k a l d e N d e r F e r

Figura 7. Vista general de Huancane Qocha donde se encontró la estela que


se presenta en detalle a la derecha.
Esta asociación no se restringe a los sitios tempranos. Existen algunas relaciones,
aunque pocas, con sitios tardíos, especialmente con cerámica Colla, los más claros
son el componente tardío de Cumparo en Nicasio y el sitio de Llallahua (Aldenderfer
y Flores 2008).
Si bien nuestros datos regionales para los períodos cerámicos en la zona de las
qochas son aun iniciales, debido al nivel general en que se encuentran los análisis de
cerámica, esto no nos ha impedido hacer interpretaciones preliminares usando
blo- ques de tiempo muy amplios. Además nuestras inferencias se ven reforzadas a
partir de una muestra de tres asentamientos sin arquitectura Formativa
prospectados, son- deados y cuya cerámica ha sido analizada en su totalidad.

SITIOS ExCAVAdOS EN LAS CERCANíAS dE LAS qOChas


Realizamos excavaciones restringidas en tres sitios: Yurac Cruz Pata (RM 348),
Tula- ni (RM 619-623) y Laroqocha (RM 1190, 1192, 1194-1195) (Figuras 6 y 8). Estos
sitios conforman una poligonal que concentran en superficie gran cantidad de
cerámica formativa, lascas especialmente de obsidiana, puntas, fragmentos de
azadas y huesos quemados en superficie, con pocas alineaciones de piedras.
A continuación pasaremos a describir cada uno de estos sitios:
Yurac Cruz Pata, de casi una hectárea de área, se encuentra en la terraza aluvial
D, cortada por el río Pucará, a pocos metros de las qochas destruidas ubicadas en la
actual comunidad de Tahuantinsuyo y a 30 minutos de caminata, en dirección este,
236 / l a s q o c h a s y su r e l a c i ó N coN sitios teMP raNo s eN e l raMis

Figura 8. Plano de Laroqocha al costado del sitio RM 1192. También se


observan una serie de qochas menores en los alrededores.

de la concentración de qochas de Llallahua en la terraza E. Los resultados de la exca-


vación de un cateo en el sitio nos dieron evidencias de áreas domésticas en, al
menos, dos fases claras y hasta una tercera encima removida por la actividad
agrícola. Los análisis de cerámica revelan que la ocupación más tardía y
precisamente removida (capa moderna y relleno superior) tiene una proporción
mayor de cerámica Pukara (53%), seguida de Qaluyu/Pukara (37%), pero también
Huaña Temprano (6%) y otras más tardías. Entonces estaríamos en general frente a
una ocupación del Formativo Tardío. Las otras dos ocupaciones debajo muestran
que la presencia de cerámica Qa- luyu/Pukara (70-73%) es mayoritaria en
comparación a la clásica cerámica Pukara, además abajo no hay cerámica Huaña
(Chávez 2008).
El sitio RM 619-623 está ubicado en la terraza E, sobre la loma de una qocha, en
los actuales terrenos de la comunidad de Tulani, al sur de Llallahua. Se caracteriza
por una dispersión extensa de material, tanto cerámico ligado al estilo Pukara como
líticos donde abunda la obsidiana. En este sitio se realizaron tres cateos
(Aldenderfer y Flores 2008a, 2008b). En ninguno de los cateos encontramos
evidencias de restos arquitectónicos, la ocupación no es profunda, más bien los
resultados evidencian la presencia de cortes irregulares en el terreno y entierro de
ceniza con concentracio-
237 / l u i s F l o r e s B l a N c o , N a t H a N c r a i g y M a r k a l d e N d e r F e r

nes de huesos de camélidos, muchos de ellos quemados, además de tiestos de cerá-


mica Pukara mayormente policromo, fragmentos de azadones de andesita, puntas
de obsidiana del Tipo 5d y lascas. Por todos los indicadores expuestos, creemos
estar frente a los restos enterrados de basura de algún tipo de festines alrededor
de las áreas productivas.
Finalmente, en el sitio de Laroqocha, de cuatro hectáreas de extensión, hicimos
una trinchera de 4 x 1 m. El sitio se caracteriza por presentar una gran dispersión
de material cerámico mayormente de estilo Pukara y varios fragmentos de
azadones de andesita, puntas y otros instrumentos de obsidiana y de otros
materiales. En esta ex- cavación hemos encontrado lo que parece ser un hoyo para
horno y otros dos cortes como depósitos de alimentos conteniendo huesos de
camélidos quemados.
La totalidad de la cerámica de estos tres sitios, unos 2624 fragmentos, ha sido
analizada, de los sitios RM-348 de Llallahua (n=771), RM 621 de Tulani (n=834) y RM
1192 de Laroqocha (n=1019). En general, presentan una tendencia de una mayor
pro- porción de cerámica Pukara (60%-70%) sobre Qaluyu/Pukara (37%-27%). La
cerámica Huaña y Altiplano sólo están en la capa superficial (Chávez 2008; Figura
9).
Nuestros datos muestran la coexistencia, aunque con proporciones distintas, en-
tre la cerámica Qaluyu/Pukara (Formativo II) y Pukara (Formativo III), algo que pa-
rece ser común encontrar en otros sitios del Ramis, por ejemplo en Azángaro
(Tanta- leán 2010: 62). De esta forma la asociación directa entre sitio-qocha es muy
clara para las ocupaciones Pukara, pero se habría iniciado desde la fase final de
Qaluyu.

INTERPRETANdO LOS dATOS dEL RAMIS


Nuestros datos recuperados de la prospección en el Ramis son pioneros al tener
infor- mación clara sobre la asociación espacial entre las qochas y los sitios
arqueológicos. Estos estudios nos sirven para concluir que las qochas se encuentran
claramente li- gadas al desarrollo de la cultura Pukara (después de los 500 a.C) y
que habrían evolu- cionado hasta el período Altiplano con la cultura Colla. Sus
orígenes como tecnología aun escapan a nuestro entendimiento, pero debe haber
sido en un rango de tiempo entre los 800 a 500 a.C., durante finales de los que
llamamos Qaluyo.
Por los mismos datos recuperados notamos que las qochas como lagunas
naturales fueron usadas primero naturalmente por el hombre del Arcaico debido
al beneficio que esto trajo, primero por ser un lugar de bebedero para animales
potenciales de ser cazados, y segundo por ser una zona apropiada para dar origen
a la agricultura de altura en un ambiente agreste, debido a su estabilidad
productiva ante cambios climáticos (Valdivia et al. 1999: 160, 163).
Esta experimentación con su medio geográfico y la aprehensión de sus potencia-
lidades hizo que el hombre recree las bondades de las qochas y los multiplicase
poste- riormente, tal vez luego del 2100 a.C. tiempo en el que el clima se estabilizó.
Esto se realizó primero en busca de asegurar su producción alimenticia para
estabilizarse y bajar su movilidad, y posteriormente crecer generando excedentes
no sólo para in-
238 / l a s q o c h a s y su r e l a c i ó N coN sitios teM PraNos eN e l raMis

Figura 9. Vasijas Pukara de los sitios Yurac Cruz Pata (RM 348) (1) y Laroqocha (RM 1192) (3)
(Dibujos de Chávez 2008)
tensificar un flujo de productos interegionales para el consumo económico sino
tam- bién simbólico. Lo anterior permitiría que ciertos agentes logren un
posicionamiento de su autoridad (Aldenderfer 2002, 2004) estableciendo para ello
un sistema recíproco de hospitalidad competitiva de banquetes que se dio tanto en
el espacio urbano de las plazas de Pukara (Klarich 2005) como, al parecer, en el
espacio rural asociado a las qochas, como lo indica la gran concentración de
alimentos incinerados en sitios sin arquitectura visible como lo descrito para el
sitio RM 621.

No sabemos qué tecnología fue inventada primero, si las qochas o los camellones o
si ambos tuvieron historias distintas y paralelas. Tampoco sabemos dónde se
originaron. Sólo sabemos que las qochas se distribuyen con mayor frecuencia en las
pampas del Ra- mis y los camellones en las partes húmedas próximos al Titicaca,
ambos asociados pre- ferentemente a sitios del período Formativo (Aldenderfer y
Flores 2008; Erickson 1996). Además en el Ramis se han reportado funcionando como
un sistema, las qochas como reservorios que se utilizan para regar a los camellones
(Aldenderfer y Flores 2008).
239 / l u i s F l o r e s B l a N c o , N a t H a N c r a i g y M a r k a l d e N d e r F e r

PRIMERAS CONCLUSIONES
De esta forma, las qochas representan una tecnología que permitió una estabilidad
productiva en un medio ambiente agreste, importante para el desarrollo de las pri-
meras sociedades complejas durante el período Formativo. Sin embargo, esta
tecno- logía tuvo una evolución larga que aun falta conocer en detalle; sirviendo
incluso a culturas tardías como los Collas.
En general, podemos decir que el gran aporte de las qochas como tecnología
fue el control eficiente del agua, una “domesticación” de este recurso (Mujica y
Holle 2001: 72).
El modelo expuesto, respaldado por estos primeros datos de asociación espacial,
deben favorecer nuevas investigaciones que aborden el tema de la antigüedad de
las qochas aplicando algún método para fechar in situ estos reservorios. Si los
bordes fue- sen producto de tierra venida del centro de las qochas, tal vez, estas
pueden guardar evidencias materiales diagnósticas que permitan asociar esta
deposición con el mo- mento de su elaboración. Sin embargo, quizá esta
posibilidad pueda también exami- narse en los bordes de los canales, incluso
fechando directamente por fluorescen- cia los depósitos como se realizó con los
camellones en la zona de Huatta (Erickson 1996). También queda por resolver
preguntas como ¿Cuándo empezaron a formarse las qochas naturales? ¿Cuántas de
las qochas registrados son naturales y cuáles imple- mentadas? ¿Cuál fue el nivel de
intervención humana en la adecuación de las qochas?
¿Existió en el tiempo una decadencia en el uso de las qochas y qué lo motivo?
Segu- ramente las respuestas a estas preguntas permitirán conocer mejor la
evolución del sistema de qochas.

Agradecimientos
Los autores desean agradecer a Silvia Román, Honorato Tacca y Albino Pilco
Quispe, por su ayuda con el trabajo de campo. También nos gustaría agradecer a las
comuni- dades quechuas de las provincias de Azángaro y Lampa por su amable
hospitalidad. El trabajo de campo realizó gracias a la autorización del Instituto
Nacional de Cultura, Resolución Directoral N° 870/INC del 30.05.2007. La
investigación ha sido posible por el apoyo de subvenciones del NSF BCS-0737793
otorgadas a Mark Aldenderfer.

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9
Prediciendo la coalescencia en los
períodos Formativo y Tiwanaku
en la cuenca de Titicaca: Un
modelo simple basado en
agentes*
WM. r a n d a l l H a a s , Jr i
y Ja Co Po T a g l i a b u e ii

Las diferentes coalescencias de población es un fenómeno común entre las


sociedades alrededor del mundo y a través del tiempo. Invariablemente, la
coalescencia tiende hacia formas no lineales en las cuales existen pocos
asentamientos grandes relacio- nados con otros pequeños (Figura 1). Este es el
caso, durante el período Formativo, de la cuenca de Titicaca, donde las
distribuciones del tamaño de los sitios conforman dos formas no lineales, bien
conocidas, denominados como distribuciones convexas y cóncavas (McAndrews et
al. 1997). Johnson (1980) demostró una fuerte correspon- dencia entre estas formas
no lineales y la integración económica. Esta observación ha proporcionado una
base para muchas interpretaciones posteriores de las distribucio- nes del tamaño
de los asentamientos arqueológicos (e.g., McAndrews et al. 1997; Sava- ge 1997;
Brown y Witschey 2003; Drennan y Peterson 2004; Bandy y Janusek 2005). Aunque la
relación entre la integración económica y las distribuciones del tamaño de
asentamientos es fuerte, los vínculos causales entre ellos son más bien débiles
debido a la imprecisión del concepto de integración económica y el alto grado de
diversidad económica en la historia humana (Johnson 1980).
Sin embargo, nosotros podemos resolver este problema si consideramos que la
dis- paridad del tamaño de los asentamientos está, en última instancia, relacionada
con el desplazamiento de individuos y unidades sociales pequeñas en el tiempo y en
el espa- cio. La variación en sus decisiones sobre dónde residir debería tener
importantes efec- tos acumulativos sobre la coalescencia diferencial de la población.
Por supuesto, tales decisiones a menudo proceden de preocupaciones económicas,
aunque otras variables

* Traducido al castellano por Henry Tantaleán (editor) y Kenichiro Tsukamoto (University


of Arizona).
i Escuela de Antropología, The University of Arizona.
wrhaas@email.arizona.edu. ii Departamento de Filosofía y CRESA, San Raffaele
University, Milan.
244 / P r e d i c i e N d o l a c o a l e s c e N c i a eN l o s P e r í o d o s ForMativo y t i w a N a k u . ..

tales como oportunidades de empareja-


miento, participación religiosa, protec-
ción (Arkush y Allen 2006; Walker
2001), o espectáculo social (e.g. Holt
2009) tam- bién juegan papeles
importantes en la nucleación de
individuos. Todos esos re- cursos
tienen en común el hecho que su valor
está directamente relacionado con la
densidad poblacional y, por lo tanto, la
población puede servir como indicati-
vo de la atractividad de un centro
pobla- cional dado (Stewart 1948).
En este capítulo presentamos un
modelo basado en agentes que explora
cómo las decisiones de migración, ba-
Figura 1. La forma y la visualización de la distri- sadas en los individuos, pueden
bución no lineal en un gráfico de rango-tamaño. afectar el tamaño y la distribución
Las dos líneas representan exactamente la misma espacial de poblaciones coalicionadas.
distribución en el espacio lineal (abajo a la Encontra- mos que los siguientes tres
izquier- da) y el espacio de registro (superior parámetros son suficientes para
derecha). En ambas representaciones, el eje X es generar las propie- dades cualitativas
el orden de cla- sificación de los sitios de mayor a
observadas en mu- chas
menor, y el eje Y es el tamaño del sitio en
hectáreas. Este ejemplo particular muestra una
distribuciones del tamaño de los
distribución Zipf.
queños geográficamente
asentamientos dispersos;
arqueológicos: (2)
(1) con-
la migración de individuos entre asentamientos diciones yiniciales
(3) la tendencia de esos
de asentamientos
individuos para migrar hacia asentamientos pe- próximos y/o grandes con alguna
probabilidad, “p”. De acuerdo con nuestro modelo, el tamaño de los asentamientos
grandes es particu- larmente sensible a “p” y, a un menor grado, a la distribución
espacial de los asen- tamientos iniciales. Cuando realizamos esta aproximación de
gravedad basada en la población a una geometría que configura un paisaje
agropastoril, descubrimos que el tamaño de asentamiento modelado y las
distribuciones geográficas son coherentes con las distribuciones poblacionales del
período Formativo en la cuenca de Titicaca.

LAS dISTRIBUCIONES dE ASENTAMIENTO EN LA CUENCA dEL TITICACA


La síntesis completa de la arqueología de la cuenca del Titicaca, que fue escrita por
Stanish (2003), proporciona la base de los antecedentes arqueológicos dados aquí.
De una distribución relativamente uniforme de pequeñas aldeas agropastoriles
(me- nor que una hectárea) de los períodos Arcaico Terminal y Formativo
Temprano (ca. 2000–1300 a.C.) surgieron centros regionales altamente aglutinados
(por encima de las ocho hectáreas) del período Formativo Medio (ca. 1300–500
a.C.). Varios desarro- llos tecnológicos afectaron esas transformaciones económicas.
La surgimiento de la producción agrícola durante el Arcaico Terminal (Aldenderfer
1989) promovió la formación de aldeas sedentarias y el crecimiento de la
población. La crianza de ca- mélidos durante este mismo período habría reducido
los costos de transporte de los
245 / wM . r a N d a l l H a s s j r . y j a c o P o t a g l i a B u e

Figura 2. Las ubicaciones de los 31 sitios más grandes conocidos del Formativo Superior de la
cuenca del Titicaca. Estos sitios más grandes se representan en forma lineal y el espacio de
registro (log- space) en la esquina superior derecha. Los datos de Stanish (2003) y Stanish et al.
(2005).
productos agrícolas y otros bienes (Tripcevich 2007). Ademas la agricultura de cam-
pos elevados, la cual habría empezado durante el período Formativo Medio, habría
aumentado significativamente las producciones agrícolas (Stanish 2003).
Durante el período Formativo Superior (ca. 500 a.C.–400 d.C.), por lo menos 31
asentamientos alcanzaron tamaños mayores a cuatro hectáreas y al menos nueve
ex- cedieron el máximo de ocho hectáreas de los precedentes asentamientos del
período Formativo Medio (Stanish 2003; Stanish et al. 2005). La Figura 2 muestra
que las distri- buciones de los asentamientos del Formativo Superior tomaron una
forma de primate1 (Berry 1961) con dos centros regionales –Pukara y Tiwanaku–
creciendo en un orden

1 Este es un concepto tomado de Berry (1961: 573-588) que se refiere a una distribución de
poblaciones con una o más poblaciones que son muy grandes en comparación a otras po-
blaciones.
246 / P r e d i c i e N d o l a c o a l e s c e Nc i a eN l o s P e r í o d o s ForMativo y t i w a N a k u .. .

de magnitud más grande que cual-


quiera de los otros centros. Entre 200
y 300 d.C., Pukara colapsó como un
gran centro regional mientras que
Tiwanaku continuó creciendo. Alre-
dedor de 500 d.C., Tiwanaku había
alcanzado aproximadamente 100
hec- táreas en tamaño, y alrededor
de 800 d.C., la capital urbana
ocupaba aproxi- madamente 600
hectáreas y albergó una población
nuclear de entre 10,000 a 20,000
habitantes (Janusek 2004). No fue
hasta 1100 d.C. que el Imperio
Tiwanaku, que había llegado a ser un
estado conquistador, comenzó a co-
Figura 3. Las distribuciones de tamaño de rango de
lapsar.
los sitios del periodo Formativo y Tiwanaku en el
valle de Tiwanaku. Los sitios del período Formativo
En un nivel más local, McAndrews
se ajustan a un rango de tamaño de distribución
y colegas (1997) muestran que los
convexa y los sitios Tiwanaku se ajustan a una
asen- tamientos del período
distribución cóncava (o primate); la distribución
(McAndrews et al. 1997).
Tiwanaku, del valle del mismo
período
nombre, Tiwanaku
Los datos de Albarracín-Jordán (1996). con el centroa urba-
se ajustaban una
no de Tiwanaku alcanzando la primacía (Figuradistribución
3). En el período Formativo
primate durante previo
el no
se exhibe tal primacía, ni las regiones adyacentes contienen sitios de tamaño
suficiente para ser considerados como la forma de primate para el valle de Tiwanaku
(Janusek 2004; Bandy 2004).
La participación del agrupamiento geográfico fue otro índice independiente de la
desigualdad económica, política y religiosa. Durante el período Formativo Medio, la
producción cerámica llegó a ser más especializada en los centros regionales. En esta
etapa también surgió una tradición estilística, Yaya-Mama, que se hace evidente en
las estelas que están concentradas en los centros regionales. Stanish (2003) plantea
que la tradición estuvo vinculada con las elites y con una ideología pan-regional. En
el período Formativo Superior, la arquitectura pública, tales como los patios
hundidos y los mon- tículos artificiales o pirámides, aparecieron en los centros
regionales. Janusek (2004) demuestra que la arquitectura e iconografía en Tiwanaku
fueron diseñadas para coap- tar el poder de la naturaleza e integrar diversos grupos
culturales. Además, él sugiere que el éxito de Tiwanaku en “dejar fuera de
competencia” a otros centros regionales se originó de su única tradición religiosa
integrativa.

dISTRIBUCIONES NO LINEALES dE TAMAñO dE ASENTAMIENTOS


Los patrones de tamaño de asentamientos en la cuenca del Titicaca discutidas
aquí, pertenecen a una clase general de distribuciones no lineales. De hecho, la no
linea- lidad es un contraste bien documentado de las distribuciones del tamaño de
sitios en los asentamientos prehistóricos y modernos alrededor del mundo (Zipf
1949; Jo-
247 / wM . r a N d a l l H a s s j r . y j a c o P o t a g l i a B u e

hnson 1980; Laxton y Cavanagh 1995; Krugman 1996; Hamilton et al. 2007), por no
hablar de muchos otros fenómenos biológicos y no biológicos (Clauset et al. 2009). A
primera vista, estas distribuciones, más o menos continuas, parecen ser discretas y
jerárquicas (e.g. Christaller 1966), para los habitantes y analistas por igual. Sin em-
bargo, la categorización resultante de las distribuciones continuas puede
enmascarar una importante variación que tiene el potencial para informarnos
sobre los diferen- tes procesos y comportamientos humanos subyacentes. Cuando
las distribuciones no lineales son examinadas como un fenómeno continuo, a
menudo toman una de las cuatro formas distintas: Log-lineal, primate, convexa y
primo-convexo (McAndrews et al. 1997; Figura 4).
Sí estuviéramos viendo esas distribuciones en un histograma, observaríamos
formas caracterizadas por las letras L o J en lugar de las más familiares forma de
campana o distribución plana. Sin embargo, los histogramas no se prestan bien
para discriminar entre las cuatros diferentes formas no lineales enumeradas
arriba. El gráfico (plot) de la escala logarítmica del rango-tamaño, por otra parte,
proporciona un método que facilita la interpretación para explorar la variabilidad
que de otra forma, sería opaca en las distribuciones no lineales. En las gráficas de
rango-tamaño, el tamaño de la entidad es trazado como una función de su rango,
la cual es simple- mente su posición cuando está ordenada por tamaño (Figura 1).
De este modo, el sitio más grande en una distribución se clasifica como el rango 1,
el segundo más grande, el rango 2, y así sucesivamente. Cuando los ejes son
transformados logarít- micamente, las distribuciones no lineales aparecen
relativamente rectas mientras que random (azar) o distribuciones normales,
aparecen como curvas extremadamen- te convexas.
Las formas “Log-lineales”, que aparecen como líneas rectas en el registro espa-
cial, han recibido la mayor atención. También se conocen como las distribuciones
de la ley de potencias o rectilíneas (también véase Griffin (2011), para una
discusión sobre el uso del término “log-normal” en la literatura arqueológica).
Tales distribu- ciones pueden variar con respecto a sus límites inferiores y
superiores y a su pen- diente, o a sus dimensiones fractales (Adamic y Huberman
2002; Brown et al. 2005; Clauset et al. 2009; Griffin 2011). Cuando la pendiente de
una distribución log-lineal es -1, esta aparece como un ángulo de 45º en una
gráfica log-log de rango-tamaño que tiene rangos equivalentes para los ejes. Esta
forma particular de log-lineal se denomina como ley de Zipf, luego que George
Zipf (1949) dedicara muchas páginas para catalogar y entender esta regularidad
empírica. El proceso exacto subyacente de la formación de la ley de fuerzas –
especialmente las distribuciones de Zipf– aún no es el todo comprendido, pero
muchos analistas parecen concordar en que el pro- ceso está relacionado con los
flujos de red que distribuyen o disipan algunas divisas (Zipf 1949; Krugman 1996).
Posteriormente, Gregory Johnson (1980) describió una desviación arqueológica
común en la distribución de Zipf, que se denomina convexidad del rango de
tamaño (Figura 4). En estas distribuciones, los asentamientos más grandes y los
más pequeños son menores que lo que se observaría en una tendencia log-lineal; o
a la inversa, los asentamientos de tamaño mediano son mayores que lo que
podamos obervar en una tendencia log-lineal (McAndrews et al. 1997).
248 / P r e d i c i e N d o l a c o a l e s c e N c i a eN l o s P e r í o d o s ForMativo y t i w a N a k u . ..

A partir de seis casos de estudios


arqueológicos e históricos que abar-
can desde 2800 a.C. a 1850 d.C. de
México a China, Johnson observó que
la convexidad se correlaciona
inversa- mente con la integración
económica, como se deduce de los
datos de redes de transporte y
transacciones econó- micas. Él
cautelosamente definió la in-
tegración económica como la interde-
pendencia estadística de los tamaños
de la población; sin embargo,
también advirtió que la baja
integración sola- mente establece
una restricción so- bre la emergencia
Figura 4. Cuatro variedades de las distribuciones no
de los patrones de rango de tamaño lineales, de tamaño–asentamientos, son observadas
log-lineal, y que los sistemas arqueológicamente, incluyendo formas log–lineal,
integrados económicamente podrían convexa, cóncava y cóncava–convexa (McAndrews
aún exhibir las distribuciones de et al. 1997). Las distribuciones cóncavo, o primate,
rango de tamaño convexo. Además, sin embargo, a menudo representan el extremo
la toma de muestras también puede superior de las distribuciones cóncavo–convexos, y
jugar un papel en la identificación de los dos se agrupan por lo tanto como una categoría
en este documento. Del mismo modo, las
convexidad. El reparto de dos o más distribuciones log- lineales en general, representan
sistemas sociopolíticos integrados o el extremo superior de una distribución con una
una muestra que aísla los asentamien- cola convexa inferior.
tos en el borde de un sistema
dendrí- tico tendería a producir la
La de
firma forma
un de distribución,
sistema que es evidente en el período Formativo en el valle de
no integrado.
Tiwanaku, puede describirse como convexo (McAndrews et al. 1997). Aunque es
posi- ble –incluso probable– que alguna de las convexidades observadas sea
resultado de la fusión temporal inevitable, no es muy probable –basado en
evidencia material– que los patrones del valle de Tiwanaku sean la consecuencia
efecto-resultado.
Lo opuesto a la distribución convexa es la distribución cóncava o primate, la cual
se hace evidente en los períodos Formativo y Tiwanaku de la cuenca (Figura 2). Se
supo- ne que la primacía indica integración vertical como en un sistema
económico radial (Johnson 1980). En su mayor parte, las distribuciones cóncavas
representan la “cola superior”N.E. de distribuciones primo-convexo, las cuales tienen
cola inferior convexa (Figura 4). Ya que todas las distribuciones no lineales
discutidas aquí tienen “cola inferior convexa”, y puesto que las distribuciones
cóncavas típicamente omiten los sitios más pequeños que de otro modo resultaría
en una distribución primo-convexo, nosotros encontramos poca utilidad en la
forma primo-convexo y subsumiría a este bajo la categoría cóncava o primate. Es
decir, la concavidad describe la distribución de asentamientos del período
Tiwanaku en el valle de Tiwanaku, así como también la distribución del período
Formativo superior en toda la cuenca.
249 / wM . r a N d a l l H a s s j r . y j a c o P o t a g l i a B u e

Una explicación más matizada sobre estas distribuciones en la cuenca de Titicaca


es la proporcionada por Albarracin-Jordan (1996), quien plantea que los
asentamien- tos secundarios representan lugares centrales para el agrupamiento
de asentamiento regional, con el fin de movilizar la fuerza de trabajo a diferentes
tareas agrícolas. Por otra parte, él muestra que el conjunto de asentamientos se
atribuiye a la proximidad del potencial agrícola y de tipos de campo, que incluye
terrazas, campos elevados, y qochas. Los patrones de asentamientos también
forman una jerarquía enlazada re- sultado de las relaciones sociales que son
análogas a los modelos etnográficos de ay- llus Ayamara. Conocido como ayllu, esta
forma de organización social consiste en las unidades socio-económicas que se
integran por sangre o parentesco ficticio tras las zonas ecológicas y con otros
ayllus. Este modelo contrasta en gran medida con los modelos previos que vieron a
Tiwanaku como un aparato altamente centralizado y burocrático y cuyos centros
coloniales imperiales fueron creados para administrar la producción agrícola a lo
largo del valle de Tiwanaku.

UN MOdELO SIMPLE dE gRAVEdAd BASAdO EN EL INdIVIdUO


Mientras las observaciones previamente mencionadas sobre la estructura de las
dis- tribuciones de tamaño de asentamiento tienden hacia explicaciones
funcionales, la mayor parte no discuten explícitamente cómo tales sistemas
jerárquicos emergen. El modelo de Griffin y Stanish (2007) es, tal vez, la única
excepción. Este hace un trabajo notable al mostrar cómo las dinámicas sociales y
políticas, en el contexto del agropastoralismo del período Formativo, pueden dar
surgimiento a las diferentes propiedades de la trayectoria histórica de la cuenca
del Titicaca. Tales propiedades incluyen la emergencia de patrones de tamaño de
asentamientos convexo y prima- do. Sin embargo, la predicción del tamaño del
asentamiento es sólo un componente de su modelo multivariable y, por lo tanto, es
difícil discernir cuál de las diferentes variables necesariamente contribuye a las
distribuciones de tamaño de asentamiento modeladas. De este modo, aunque
Griffin y Stanish demuestran la utilidad de la mo- delización basada en los agentes
para contrastar su entendimiento de las dinámicas sociales regionales (también
véase Gumerman et al. 2003), los modelos basados en los agentes también pueden
ser usados para explorar cómo reglas repetidas simples pueden dar surgimiento (o
fallar en darlo) a los fenómenos materiales macroscópicos (Lansing 2002; Premo
2007).
Aquí nosotros utilizamos una modelización basada en los agentes para explorar
un mecanismo simple de abajo hacia arriba, para la emergencia de diferentes dis-
tribuciones no lineales en los sistemas sociales. Postulamos que los individuos que
se mueven entre comunidades –e.g. para buscar emparejamiento, oportunidades

N.e. Se trata de una prueba estadística, en la que la cola superior es el pico de la derecha,
pues- to que representa a la cantidad de miembros del eje Y (en la vertical) que reciben
más elementos del eje X (en la horizontal): es cola por la forma pero es superior porque
recibe más. En ese sentido, expresa un patrón distributivo. Quizá por esa razón, en
algunos casos, se usa para querer decir simplemente el segmento más alto. Es una
innovación procedente del inglés the upper tail. Del mismo modo la cola inferior, es otra
comprobación de la hipó- tesis, también llamada prueba de la cola izquierda que vendría
a ser el segmento más bajo.
250 / P r e d i c i e N d o l a c o a l e s c e N c i a eN l o s P e r í o d o s ForMativo y t i w a N a k u . ..

económicas, u otras– preferentemente se adjuntarían a los asentamientos que pro-


porcionan un compromiso optimo entre proximidad geográfica y población. Esta
simple regla basada en los agentes, en el contexto de asentamientos espacialmente
dispersos, deberían ser suficiente para generar fenómenos extensos, a macro-escala,
de distribuciones de tamaño de asentamiento no lineal. Rihl y Wilson (1991) toman
un modelo de gravedad similar en sus esfuerzos por comprender la formación de
los patrones de asentamiento prehistórico en Grecia. A propósito, y en el espíritu
de Johnson (1980), ellos ven el uso del método de gravedad basado en la población
como un sustituto para estimar la importancia económica de un asentamiento dado.
En contraste, nosotros vemos a las poblaciones como el capital corriente
atrayendo migrantes potenciales. En otras palabras, la población y las relaciones
sociales son los recursos en nuestro modelo.
Para contrastar esta idea, creamos un modelo basado en los agentes usando el
pro- grama de modelización NetLogo 4.1 (Wilensky 1999). El modelo aleatorio
establece un paisaje homogéneo cuadrado con una cantidad de asentamientos
especificada por el usuario. Cada uno de los asentamientos comienza con una
población de 25 individuos, y en cada paso de tiempo, un individuo de cada aldea
migra hacia otra aldea. Com- paramos tres variedades de este modelo. El primero, en
un modelo nulo, los agentes escogen moverse aleatoriamente entre aldeas. El
segundo, en un modelo de gravedad, los agentes migraron a las aldeas con el tamaño
más grande: relación de distancia. El último, en un modelo híbrido, los agentes
tienden hacia un tamaño “óptimo”: solución de distancia con alguna probabilidad, p,
de “error.” El último modelo intenta dar cuenta de las distintas posibilidades en las
que los individuos tomarán decisiones de migración por razones en las que no
necesariamente buscan aldeas próximas o grandes.
Generamos 30 modelos de ejecución para cada una de las cuatro variaciones de p
(Figura 5). Todos los modelos comenzaron con una distribución plana de aproximada-
mente 1000 asentamientos, y que permiten ejecutar 500 pasos de tiempo. En el
primer caso –el modelo aleatorio– p empieza en 100, efectivamente creando un
movimiento aleatorio entre los asentamientos. El modelo se instaló en un estado
estable después de aproximadamente 500 pasos de tiempo y que se muestra en la
Figura 5. Aunque este modelo no genera una distribución que hayamos visto
arqueológicamente, este no pro- dujo una distribución de rango de tamaño no lineal
que es extremadamente convexa2.
En los modelos siguientes –ambos casos híbridos– “p” toma un rango entre 95 y
50%. En otras palabras, cada aldea escogería el mayor tamaño-distancia del
asentamiento a 5 o 50% de tiempo, respectivamente. El resto del tiempo, ellos
escogerían moverse hacia una ubicación aleatoria. Estos modelos también se
estabilizaron después de 500 ejecuciones aproximadamente, con una forma final que
consistió de solo unos cuantos asentamientos. Aunque el resultado final no se ajusta
con las distribuciones de tamaño de los asentamientos empíricos, el modelo produce
distribuciones realistas durante el

2 Debemos señalar que este resultado más bien es contrario a la intuición, el cual produce
distribuciones ordenadas a partir de procesos aleatorios. No fue sorprendente, en este
caso, ya que el Dr. Thomas Carter, de la Universidad Estatal de California en Stanislaus,
nos había mostrado esencialmente el mismo modelo aplicado a las transacciones de la
riqueza.
251 / wM . r a N d a l l H a s s j r . y j a c o P o t a g l i a B u e

Figura 5. Los resultados de la distribución tamaño-


asentamientos para los 120 modelos ejecutados, que
consta de 4 diferentes valores de p, la probabilidad
de que cualquier agente no optar por el tamaño
óptimo: la solución de distancia de la hora de elegir
un pue- blo para emigrar. Como p disminuye de 100
y 0 por ciento, el resultante de los cambios en la
distribución cambia de convexa a log-lineal a
cóncavo.

curso de movimiento entre los estados inicial


y terminal. El p=95 del porcentaje de
ejecución tendió a tomar una distribución
convexa mu- cho más atenuada que el
modelo aleatorio, y el p=50 del modelo
porcentual tomó una forma log-lineal.
Cualitativamente, el 95 por cierto del modelo
de distribución es muy consistente con la
distribución de tamaño de asentamien- tos
del período Formativo del valle de Tiwa-
naku.

Finalmente, el p=0 del modelo porcentual,


el cual tenía agentes que elegían migrar al
asentamiento con la más alta proporción de
tamaño-distancia del 100% del tiempo, ten-
dieron a producir una distribución de prima-
te. La Figura 5 muestra que el promedio de 30
repeticiones es ligeramente cóncavo en “cola
superior” indicando que la mayoría de ejecu-
ciones son primate. La mayoría de las
muestras repetidas produjo las distribuciones
de tamaño similar cualitativamente a las
distribuciones primate del período Formativo
Superior de la cuenca de Titicaca y el período
Tiwanaku del valle de Tiwanaku.

La ejecución de modelo revela dos ten-


dencias generales con respecto a “p” y a las
distribuciones de tamaño de asentamientos.
La primera, a medida que “p” decrece entre
100 y 0, la transición de las distribuciones del
rango-tamaño pasa desde convexo hacia
log- lineal a primate. La segunda, a medida
que “p” disminuye, el grado de variación
aumenta. En otras palabras, a medida que la
previsibilidad del comportamiento del
agente aumenta, la previsibilidad del
tamaño de los asentamien- tos disminuye.
252 / P r e d i c i e N d o l a c o a l e s c e N c i a eN l o s P e r í o d o s ForMativo y
tiwaNaku...

EL MOdELO dE gRAVEdAd EN EL PAISAJE SOCIAL dEL PERíOdO FORMATIVO


A través de los resultados dados sobre un paisaje genérico, preguntamos
posteriormen- te sí el modelo de gravedad tendrá algún poder para la predicción de
la ubicación de los centros de población de más alto rango de la cuenca tales como
Tiwanaku, Pukara, Lukurmata, entre otras. Griffin y Stanish (2007) sugieren que la
geometría de las regio- nes habitables de la cuenca habría influido en la formación
de asentamientos de primate en las regiones norte y sur donde las poblaciones
habrían sido más grandes. En conse- cuencia, ejecutamos el modelo de gravedad
sobre un paisaje con la misma geometría como el paisaje agropastoril de la cuenca
del Lago Titicaca.

MOdELIzANdO EL PAISAJE SOCIAL dEL FORMATIVO


Con el objetivo de estimar el paisaje social agropastoril del Período Formativo,
gene- ramos un modelo predictivo sobre las ubicaciones modernas de aldeas
agropastoriles en la región Huancané-Putina en la cuenca norte (Figura 6).
Utilizando Google Earth (Google Inc. 2010), nosotros digitalizamos las ubicaciones
de 6,630 aldeas agropas- toriles en un área de 838 km2 usando una imagen satelital,
Quickbird 2, de 60-cm de resolución, del 25 de julio de 2006. Esos puntos luego
fueron importados hacia el programa de sistemas de información geográfica
ArcGIS (Environmental Systems Re- search Inc. 2008) y superpuestos al
reconocimiento geológico, de los Estados Unidos, de 90-m de resolución, de la
Misión Topográfica de Radar, volada en el Transbordador Espacial, también
conocida en inglés como Shuttle Radar Topography Mission (SRTM) para modelos
digitales de elevación o DEM (Farr et al. 2007).

La inspección visual de las ubicaciones de las aldeas agropastoriles sugirieron que la


densidad de asentamiento está directamente relacionada con –en orden de importan-
cia– la proximidad a los bordes de las terrazas aluviales, elevación y proximidad al lago
Titicaca. Para visualizar esta relación, usamos el programa ArcGIS para aislar los bordes
de las terrazas y los límites del lago de los datos SRTM y calcular las distancias desde
cada uno de esos rasgos para cada una de las aldeas digitalizadas. La regresión
logística fue realizada usando la función del modelo lineal generalizado en lenguaje de
computación estadística R (The R Foundation, 2009). El modelo de superficie que
resultó se muestra en la Figura 6. Este modelo muestra la probabilidad de encontrar
una aldea agropastoril en un lugar determinado. Luego, el modelo fue aplicado a toda
la cuenca del Titicaca para de- finir la probabilidad con la cual una aldea del período
Formativo estaría localizada en una ubicación dada durante cualquier modelo de
ejecución. Para los propósitos de eficiencia computacional, nosotros muestreamos el
modelo de resolución de 90 m a 1300 m.
Reconocemos que existen dos defectos importantes con este método de mode-
lización del paisaje agropastoril del período Formativo; asumimos que la densidad
de las aldeas agropastoriles modernas proporciona un índice razonable para las ubi-
caciones prehistóricas. Dada la dificultad en compilar una base de datos geográfica
comparativamente sólida de sitios arqueológicos del período Formativo y el hecho
que la habitación doméstica probablemente no ha cambiado mucho desde el
período Formativo, estamos relativamente cómodos con el supuesto que los datos
geográficos modernos son apropiados para nuestra tarea.
253 / wM . r a N d a l l H a s s j r . y j a c o P o t a g l i a B u e

Figura 6. La distribución geográfica de las modernas aldeas agropecuarias en la región de Huan-


cané-Putina superponiéndose a una superficie inclinada (izquierda) y una superficie de regresión
logística para la probabilidad de modernos pueblos agropastoriles en la misma región. El modelo
de regresión logística se basa en la distancia de las aldeas de los bordes de la terraza, la elevación
y la distancia desde el lago Titicaca. Una versión de este nuevo muestreo de superficie siempre
que las limitaciones de espacio para las simulaciones de los modelos restringidos
geográficamente.

El segundo problema es la extrapolación de los datos. Al usar los datos de la


región de Huancané-Putina para modelar los patrones de asentamientos en otras
zonas de la cuenca, estamos extrapolando los datos más allá de sus promedios. La
consecuencia más patente de este uso de los datos es la sobrestimación de la
adecuación de las tie- rras en la cuenca sur, donde la aridez es mucho mayor que
en la cuenca norte.
Los efectos de este problema son discutidos abajo, pero no parecen ser
perjudicia- les para el modelo.
254 / P r e d i c i e N d o l a c o a l e s c e N c i a eN l o s P e r í o d o s ForMativo y tiwaNaku...

RESULTAdOS
El paisaje Formativo modelado proporcionó un conjunto de limitaciones geográficas
y probabilísticas sobre las ubicaciones de los agentes en nuestro modelo. La Figura
6a muestra esencialmente la geometría de este espacio modelado. Como en los
modelos previos, ejecutamos 30 simulaciones, cada una con aproximadamente
1000 agentes consistente en 25 individuos cada uno. Para cada ubicación en el
espacio modelado, un agente es localizado con alguna probabilidad definida por la
superficie del modelo logístico. Dado el ajuste de cierre entre el modelo de
gravedad y las distribuciones de tamaños empíricos en el espacio modelado
genérico, elegimos a éste para definir las reglas del agente en el modelo geográfico.
Consideramos tres pruebas de ajuste del modelo con las distribuciones empíricas
de asentamiento. En primer lugar, nos preguntamos qué tan bien son los modelos
para predicir las distribuciones de tamaño de asentamiento en el período Formativo
de la cuenca del Titicaca. Por último, nos preguntamos qué tan bueno es el modelo
para pre- decir las ubicaciones relativas de los dos asentamientos de rango más alto.
Este último examen implica la comparación de las distancias y ángulos modelados de
los asenta- mientos de rango 1 y 2 con los ángulos y distancias reales entre
Tiwanaku y Pukara.
Encontramos que existe una coherencia entre los resultados del modelo y los
datos empíricos. La distribución del tamaño de asentamiento no mostró diferencias
cualitativas de aquellas generadas en los modelos de gravedad previos (ver Figuras
3 y 5). Las ubicaciones reales caen dentro de las regiones de probabilidad más alta
pre- dicha por nuestro modelo. La Figura 7 muestra los resultados del modelo para
todos los sitios con población excedente, para los sitios del rango 1, los sitios del
rango 2, y los sitios del rango 3 con 30 ejecuciones a tiempo 100. Los sitios
modelados del rango 1 forman dos grupos, uno en el norte y uno en el sur. La
mayor probabilidad de conjun- tos (cluster) en el sur conteniendo 18 de los 30 de
un rango de sitios y el agrupamiento norte contiene los restantes 12. La media
geográfica del sitio predicho de rango 1 está aproximadamente a 40 km al suroeste
de la ubicación de Tiwanaku. Sospechamos que este desplazamiento está, en parte,
relacionado a nuestra sobreestimación de la población en la región de Desaguadero
de la cuenca sur. Sin embargo, la distribución modelada del rango 1 es coherente
con la ubicación real de Tiwanaku.
Los sitios modelados de rango 2 también forman dos grupos en los extremos
nor- te y sur de la cuenca. Sin embargo, el sitio de rango 2 está sesgado hacia el
extremo norte de la cuenca, con 18 sitios cayendo en el agrupamiento norte y los
restantes 12 en el agrupamiento sur. El centro geográfico de los sitios modelados
del rango 2 predice la ubicación de Pukara con una exactitud casi perfecta (ca. < 5
km). Los sitios modelados del rango 3, por otra parte, no exhiben el mismo grado
de agrupamiento geográfico como los asentamientos del rango 1 y 2. Sin embargo,
es digno de notar que la media y la moda, de la coordenada UTM, para los sitios
modelados del rango 3 esta entre 8200 y 8250 km, mientras que las coordenadas
para los sitios reales de 3 y 4 se ubican entre 8240 y 8260 km aproximadamente.
Esto también quiere decir que las proporciones norte-sur de los sitios modelados
de rango 1 y 2 están en una oposición perfecta. La relación geográfica predicha
entre los sitios modelados de rango 1 y 2 se asemejan con la relación espacial
real entre
255 / wM . r a N d a l l H a s s j r . y j a c o P o t a g l i a B u e

Figura 7. Las ubicaciones geográficas de (A) todos los sitios modelados con poblaciones finales > 0,
(B) todos los sitios de rango 1, (C) todos los sitios con rango 2, y (D) todos los sitios con rango 3.
Estas dis- tribuciones se generaron en 100 pasos de tiempo. Las ubicaciones de los modelados de
sitios de rango 1 se comparan con la ubicación real de Tiwanaku, y las ubicaciones de las bases de
los sitios modelados 2 se comparan con la ubicación real de Pucará. Puntos grises definen los
medios geográficos de los agrupamientos o clusters que fueron definidos por K-means. Las líneas de
puntos grises representan las elipses de error estándar de distancia 1 y 2.

Tiwanaku y Pukara (Figura 8). La orientación promedio entre los sitios modelados
de rango 1 y 2 es 51 ± 9º mientras que la orientación real entre Pukara y Tiwanaku
es 48º. Además, la distancia media entre los sitios modelados de rango 1 y 2 es 216 ±
51 km mientras que la distancia real entre Pukara y Tiwanaku es 247 km.

RESUMEN y dISCUSIóN
Este artículo se propuso entender los procesos subyacentes a la coalescencia
diferen- cial de la población en el período Formativo de la cuenca del Lago Titicaca,
a través de
256 / P r e d i c i e N d o l a c o a l e s c e N c i a eN l o s P e r í o d o s ForMativo y t i w a N a k u .. .

Figura 8. Una comparación de las actuales orientaciones de Tiwanaku-Pucará (izquierda) y las dis-
tancias (derecha) para las orientaciones de modelado y las distancias. Los valores modelados son
consistentes con los valores actuales.
un examen de las distribuciones de asentamiento y modelización basada en agentes.
El período Formativo de la cuenca revela las distribuciones del rango del tamaño
de asentamiento que oscilan entre cóncavo y convexo con Tiwanaku y Pukara
repre- sentando los centros primate de las distribuciones cóncavas (Albarracin-
Jordan 1996; Stanish 2003). Nuestro modelo simple, basado en agentes, muestra que
este rango de variación en las distribuciones de tamaño de asentamiento, puede
generarse con sólo unas pocas reglas simples, incluyendo asentamientos dispersos
geográficamente integrados por individuos quienes migran entre estos
asentamientos con un sesgo hacia asentamientos que están relativamente cerca
y/o son grandes.

El grado de este sesgo está inversamente relacionado con el grado de


convexidad del rango-tamaño. Relativamente pocos grados de conexión
preferencial en los al- rededores de los grandes asentamientos tenderán a
producir distribuciones primate mientras que relativamente pocos grados de
adhesión tenderán a producir distribu- ciones convexas. Una inclinación
intermedia a los sitios próximos y grandes tenderán a producir distribuciones de
rango de tamaño log-lineal.
Por consiguiente, de la forma de las distribuciones de rango de tamaño de los
asen- tamientos arqueológicos, podemos inferir la atracción de factores sociales
relativos a los efectos dispersivos de los factores no sociales. Basados en la forma
convexa de las distribuciones de rango de tamaño no lineal del período Formativo
del valle de Tiwa- naku, concluimos que la atracción de factores sociales era
relativamente baja. O, inver- samente, las fuerzas dispersivas de los factores no
sociales fueron relativamente altas.
Basados en la forma de las distribuciones de rango de tamaño no lineal del
período Formativo Superior, podemos inferir que los individuos tuvieron un mayor
grado de libertad en sus decisiones para buscar oportunidades de migración
motivadas social- mente. Este patrón conductual podría haber emergido inicialmente
en el contexto de caravanas de llamas, en combinación con los avances tecnológicos
agrícolas en el culti-
257 / wM . r a N d a l l H a s s j r . y j a c o P o t a g l i a B u e

vo de campos elevados. Sin embargo, los asentamientos, cada vez más grandes,
habrían sido ocupados con el aumento de tensiones que surgen del estrés de escala
(Bandy 2004). De hecho, el período Formativo está marcado por el aumento de
tradiciones integradas, que podrían haber respondido a las nuevas predilecciones de
individuos y pequeñas comunidades migrantes. Tiwanaku, cuyo tamaño también es
predicho porque, según el modelo de Griffin y Stanish (2007), la geografía parece
haber sido particularmente exitosa en integrar una población particularmente
grande (Janusek 2006).
El modelo presentado aquí también sugiere que el tamaño y la ubicación de los
asentamientos de alto rango son fuertemente dependientes de las diferencias, apa-
rentemente triviales, de las condiciones iniciales de la geografía. Por ejemplo, más
allá del hecho que nuestros 30 modelos de funcionamiento-gravedad compartieron
el mismo número de aldeas, cada una de ellas con el mismo tamaño de población
inicial, las desviaciones estándares de los asentamientos del rango 1 de
aproximadamente 5000 individuos y un rango de 17000 (véase Figura 5). Además,
en el modelo de ejecu- ción geográfica, las ubicaciones de los asentamientos del
rango 1 estuvieron correc- tamente posicionados en la cuenca del sur solamente el
60% del tiempo. Se predijo que el 40% restante ocurrió en la cuenca norte,
aproximadamente en los alrededores de Pukara. Nuevamente, diferencias sutiles
en las condiciones iniciales crearon muy diferentes modelos de historias. Dicho
esto, también es claro que ciertas historias fueron más probables que otras. En el
lenguaje de los teóricos de la complejidad, tales órbitas de atracción habrían
constreñido los resultados potenciales de las distribu- ciones de asentamiento del
período Formativo de la cuenca de Titicaca.

Agradecimientos
Este trabajo fue financiado parcialmente por el Santa Fe Institute mediante una
NSF Grant No. 0200500 titulada “A Broad Research Program in the Sciences of
Complexi- ty.” Muchos participantes en la SFI Complex Systems Summer School
ofrecieron comentarios reflexivos y valiosos que mejoraron esta artículo, así como
también lo hicieron James P. Holmlund (Western Mapping Company, Tucson),
Shane Miller (The University of Arizona), y Taylor Hermes (The University of
Arizona). Todas las fallas y confusiones, en este artículo, son responsabilidad de los
autores.
258 / P r e d i c i e N d o l a c o a l e s c e N c i a eN l o s P e r í o d o s ForMativo y t i w a N a k u . ..

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1
0deocupación
La Tiwanaku en la bahía
Puno: Tradición metalúrgica *

C a r o l a . s C H u l Tzei , e d Mundo de la vegai i


y Ce C i l i a C H á v e z i i i

INTROdUCCIóN
En su proceso de expansión, los estados arcaicos se movilizan en primer lugar para
controlar caminos y ubicaciones estratégicas. El resultado es un patrón discontinuo
de dominación donde los recursos más críticos están controlados dentro de
territo- rios previamente no dominados (Algaze 2005; Smith 2007; Stanish 2002).
Esta lógica de “enclave estratégico” se encuentra durante el Horizonte Medio de la
cuenca del Lago Titicaca, donde la presencia de Tiwanaku se debilita fuertemente
fuera de su territorio nuclear al sur (Stanish et al. 2005) (Figura 1).
La bahía de Puno, en el actual Perú, es uno de los escenarios donde se ubican los
asentamientos Tiwanaku más grandes del norte del Lago Titicaca (Stanish 2003:
188). Al norte del río Ilave, Tiwanaku estableció grupos de asentamientos en
enclaves re- gistrados en Juli, bahía de Puno, y en la zona del lago Arapa (Stanish et
al. 2005; Stanish comunicación personal 2009). La condición de semi-aislamiento de
este conjunto de sitios indicaría que fue un lugar de importancia estratégica. Su
investigación nos po- sibilitaría determinar el valor de la bahía de Puno dentro de
la sociedad Tiwanaku, y así aprender más del sistema de valor del estado Tiwanaku.
Datos de campo del Proyecto Wayruro indican que los jefes del estado Tiwanaku
fueron atraídos a Puno por ser el centro de una sociedad compleja, con una fuente
de plata y una larga tradición de trabajo especializado en el procesamiento de
minerales locales. Además, consideraciones defensivas y rituales parecen
determinar la ubica- ción de las ocupaciones dentro de la bahía.

* Traducido por Carol Schultze y Luis Flores Blanco, con ayuda de Laura Cannon y David
Oshige Adams.
i. Departamento de Antropología. Universidad de California, Los Angeles.
ca.schultze@gmail.com.
ii. Departamento de Antropología. Universidad Nacional del Altiplano, Puno.
edelavega09@gmail.com.
iii. Programa Collasuyo, Puno. collasuyopuno@gmail.com.
262 / l a ocuPacióN tiwaNaku eN l a BaHía d e PuNo: t r a d i c i ó N Metalúrgica

Figura 1. Zonas de asentamiento Tiwanaku documentadas en el lado peruano


del Lago Titicaca (Stanish 2003 y Stanish comunicación personal 2009).

Artefactos de tipo Tiwanaku están presentes en sitios con templos hundidos del
período Formativo. Estos indican continuidad entre los dos períodos, y
posiblemente, una intensificación del complejo ceremonial en el Horizonte Medio.
Puesto que el objetivo parece ser la incorporación de los trabajadores con sus
recursos, iniciar una guerra con la sociedad compleja que ya tenía un
conocimiento acumulado, hubiera sido contraproducente.
Parece que hay una restricción de acceso a la plata y a su procesamiento
durante el período Tiwanaku. Hay crisoles asociados con seis sitios del período
Formativo y solo tres en los tiempos de Tiwanaku. Esos son los sitios principales
que habrían teni- do acceso para controlar la producción de plata en la bahía de
Puno.
Todos los minerales intrusivos de valor económico del ‘Grupo Puno’ eran cono-
cidos por el estado Tiwanaku. Artefactos del tipo Tiwanaku se han encontrado en
sitios formativos en donde hay talleres de andesita, por ejemplo Punanave P9 y
Cerro Ichur P110. También, la andesita es uno de los materiales usados en la
arquitectura ceremonial en Isla Esteves P10.
La presencia militar de Tiwanaku en Puno era limitada. Casi tres cuartas partes de
los sitios Tiwanaku fueron ubicados en campo abierto. Sin embargo, algunos sitios
tu- vieron capacidad defensiva. Ubicaciones estratégicas cercanas a la orilla del lago
fueron
263 / c a r o l a . s c H u l t z e , e d M u N d o d e la vega y cecilia cHávez

ocupadas. Armamentos también se encontraron en sitios Tiwanaku. Hay proyectiles


de piedras o bolas en tres de treinta sitios: Achalani P98, Huerta P43 e Isla Esteves P10.
Hay trompos, artefactos típicamente Tiwanaku que se pueden interpretar como un
tipo de bola, encontrados en Isla Esteves P10. Puntas de proyectil de estilo Tiwanaku
se ha encontrado en cinco de treinta sitios: Paurcarcolla Santa-Bárbara H6 / P142,
Capilla Cullaquipa P106, Cerro Ichur P108, Huajje P5, e Isla Esteves P10. El único sitio
con todos esos artefactos: bolas, trompos y puntas de proyectil es Isla Esteves P10.
Isla Esteves P10 se estableció como un centro de control, un puesto defensivo, y
un lugar muy sagrado dentro de la cosmovisión Tiwanaku. La localización de esta
isla refleja el diseño del sitio capital de Tiwanaku en varios aspectos (Carver 1998;
De la Vega 1998). Por ejemplo, como isla es parte de la configuración ‘foso sagrado’
del sitio Tiwanaku (Kolata 1993). Tiene un dualismo con la pirámide formativa
Huajje P5. Este plano refleja el dualismo de Akapana - Pumapunku del sitio nuclear.
La pirámide en Isla Esteves fue construida imitando al Cerro Pacocahoa, un cerro
grande al otro lado de la bahía al sureste. La ubicación se interpreta dentro de una
armoniosa estética cultural Tiwanaku.
En general, los datos de Tiwanaku muestran su interés en la adquisición y control
de la producción de la plata originada en la bahía de Puno. Este énfasis es el reflejo de
la importancia de la economía de prestigio en la manera de gobernar Tiwanaku. Los
me- tales preciosos (oro y plata) tenían una parte central en el desarrollo de la
complejidad social en los Andes. Como la economía prehispánica era no-monetaria,
el valor de los metales debe haber tenido su origen sólo en las propiedades físicas de
la materia.

dATOS dE LA PROSPECCIóN
La producción y el ritual continuaron durante el período Tiwanaku en los
mismos sitios del período Formativo (Figura 2). Tiwanaku continuó con la
producción modu- lar de fundir plata en sitios como Huajje P5, Punanave P9 y
Cerro Negro Peque P117. Además ellos reocuparon talleres de andesita en sitios
como Cerro Ichur P108 y Cerro Chincheros P13.
Comparándolo con el período Formativo, hay menos sitios Tiwanaku; aunque en
promedio son más grandes. Sitios con artefactos Tiwanaku tienen un tamaño
prome- dio de 4.7 hectáreas, mientras los sitios formativos tienen 2,8 ha (Tabla 1).
Además, el 74% de todos los sitios Tiwanaku están ubicados en niveles inferiores a
Período
3900 msnm. Número de sitios Tamaño medio (hectáreas) ≥ 1 hectárea

Formativo 83 2,8 46%

Horizonte Medio 31 4,7 74%

Intermedio Tardío 87 2,2 36%

Horizonte Tardío 59 3 52%


Tabla 1. Resumen de sitios documentados en la bahía de Puno por cantidad, tamaño, y
período.
264 / l a ocuPacióN tiwaNaku eN l a BaHía d e PuNo: t r a d i c i ó N Metalúrgica

Como se muestra en la Figura 2, Tiwanaku tiene una presencia sobre todos los
sitios formativo con templos hundidos. Ellos construyeron templos hundidos adicio-
nales en Isla Esteves P10. En contraste, sitios de arte rupestre del Formativo no
tienen un componente Tiwanaku. Esto refleja que Tiwanaku tiene más interés en el
centro cultural del distrito de Chincheros, en la zona norte del proyecto, que
ocupar locali- dades más altas, donde se encuentra el arte rupestre.

Figura 2. Sitios Tiwanaku frente a sitios rituales Formativo. Circulo = sitio Tiwanaku,
Cuadrado = templo hundido, Polígono = arte rupestre
265 / c a r o l a . s c H u l t z e , e d M u N d o d e la vega y cecilia cHávez

La mayor parte de los sitios Tiwanaku están por debajo de los 3900 msnm. Hay
sólo dos sitios Tiwanaku sobre los 4000 msnm. Uno de esos es la mina de plata
Laicacota / Cerro Negro Peque P117, ubicado al noroeste del Cerro Cancharani a
4100 msnm. Este sitio está compuesto de cientos de pozos de canteras asociadas a
cúmulos de relaves. Algunos pozos tienen 10 metros de diámetro, otros tienen 7
metros de profundidad. Otros tienen cámaras múltiples orientadas en varias
direcciones. Cerámicas de todos los períodos están presentes aquí. Asimismo, hay
representación de cerámica de to- dos los períodos en sitios de fundición como
Punanave P9 y Huajje P5. Claramente, todas las culturas que dominaron la bahía de
Puno se establecieron allí por el acceso a estos minerales de plata.
El otro sitio Tiwanaku sobre los 4000 msnm es aun más enigmático. El sitio Capilla
Intocable P106 es una capilla católica con elementos muy antiguos ubicados encima
de un cerrito a 4075 m. Hay monolitos erosionados rodeando parte del sitio, se debe
de advertir que la presencia Tiwanaku se ha distinguido solo por una punta de
proyectil de tipo Tiwanaku (Figura 3). Este hallazgo sugiere una función militar, o
alternativamente sólo una punta dejada por cazadores. Más datos serán necesarios
para entender el papel de este sitio en el patrón de asentamiento Tiwanaku.
Posiblemente, este sea parte de un grupo de lugares de control establecido por el
estado Tiwanaku (Figura 5).

Figura 3. Punta de proyectil de calcedonia de estilo Tiwanaku en


la
superficie del sitio Capilla P106. Dibujo de Javier Challcha Saroza.

Figura 4. Monolitos de Cullaquipa P105, que va de sur a este,


con el sitio P106 en el fondo (izquierda); plano del sitio
(derecha).
266 / l a ocuPacióN tiwaNaku eN l a BaHía d e PuNo: t r a d i c i ó N Metalúrgica

Figura 5. Sitios Tiwanaku contrastados con sitios Inka.


Círculo = Sitio Tiwanaku; Triángulo = Sitio Inka.

El Sitio P106 está cerca del sitio de Cullaquipa P105, que es un alineamiento norte-
sur de ocho monolitos erosionados colocados verticalmente en el piso de la quebrada
sur de Cerro Calechejo (Figura 4). Estos menhires tienen un rango de tamaño de 24 a
90 cm de altura, y anchos de 30 hasta 58 cm, sin tallados visibles. La piedra central
está rota, con una altura de solo 5 cm. La gente que vive cerca dice que los
monolitos son “piedras muy antiguas” y “piedras intocables que tienen poder”. El
nivel de erosión se relaciona con su gran antigüedad, aunque no hallamos artefactos
en la superficie. Posiblemente, esta línea de piedras marca una frontera territorial, o
son ruinas estructurales.
267 / c a r o l a . s c H u l t z e , e d M u N d o d e la vega y cecilia cHávez

Una explicación de la presencia Tiwanaku en el sitio P106 puede estar


relacionada con la historia de estos monolitos. Por otra parte, la ubicación del sitio
P106, tiene un cierto valor defensivo como mirador sobre la amplia quebrada de
Cullaquipa.

La figura 5 compara los asentamientos de Tiwanaku e Inka en la bahía de Puno.


Los dos estados incorporaron a la bahía de Puno de forma independiente, en
diferentes escenarios culturales e históricos. Sin embargo, para ambos estados
expansivos, la estrategia fue colocar sitios orientados para controlar la orilla del
lago, el centro de Puno, y las zonas de agricultura, ritual y sitios de extracción de
los minerales de plata y andesita.

La ocupación Inka fue de carácter territorial y dejó una mayor presencia en


todas las áreas investigadas. Sitios con artefactos del Horizonte Tardío incluyen
tipos cerá- micos Cusco-Inka y Sillustani-Inka. En general hay más sitios. Los
tamaños en prome- dio son más pequeños que los del período Tiwanaku, pero
cubren todas las zonas. La mayor parte de los sitios están por debajo de los 3900
msnm (Tabla 1).

Los asentamientos Inka están concentrados en Paucarcolla (Diez de San Miguel


1567 [1964]: 299; Hyslop 1990; Julien 1983; Stanish 2003), y la pampa del río
Jallihuaya. Hay un ushnu en Jallihuaya, sitio Asiruni P95, hecho de piedras talladas
de arenisca roja del grupo Moho (Schultze 2008). Ese complejo Ushnu Asiruni, tiene
un complejo de tres elementos: silla, drenaje y cuenco; identificado por Zuidema
(1990) con el gobierno Inka en el Cusco
En la Figura 5, se muestra que Tiwanaku se ubicó en puntos de control al sur de
la cuenca y en tierras interiores de cada drenaje importante. Los sitios interiores es-
tán ubicados para controlar la agricultura, minerales, fronteras defensivas y
lugares rituales.

Los sitios defensivos fueron mantenidos por Tiwanaku. A la entrada sur de la ba-
hía de Puno, el pasaje terrestre se angosta entre los cerros empinados y las aguas
del Lago Titicaca (Hyslop 1984: 121). Arriba de este punto de control está el sitio
Achalani P98, enfrente del lago hay terrazas altas (2 metros o 6 hiladas de piedra de
altura) de- fensivas construidas de una manera desfavorable para las fuerzas
atacantes, la cresta del cerro y las murallas proporcionan una posición defensiva
superior. Encontramos artefactos de todos los períodos en abundancia, incluyendo
cerámicas, líticos, bolas, morteros y fragmentos de tazones de piedra.
La Isla Esteves también tiene potencial defensivo como ciudadela. Sin embargo,
muchos de los datos indican actividades ceremoniales, fiestas, residencias de elite y
uso de bienes de prestigio. Tiwanaku ocupó en esta isla un centro urbano rival,
con el establecimiento de una elite local en la bahía. Esta es una prueba de
aislamiento étnico y distinción social durante el Horizonte Medio.

Los sitios que fueron ocupados durante todos los períodos (H6, P56, P13, P44, P10,
P5, P9, P117, P98, y P108) demuestran que el acceso al lago fue motivado por el
procesa- miento de la plata, los tallares de andesita y lugares defensivos en la bahía
de Puno.
268 / l a ocuPacióN tiwaNaku eN l a BaHía d e PuNo: t r a d i c i ó N Metalúrgica

RESTRICCIóN dE ACCESO A PLATA


Hay sólo tres sitios de fundición de plata usados por Tiwanaku. De sur a norte, en
la Figura 6, estos son Punanave P9, Huajje P5 (Figura 7) y Jallupata P49. Estos sitios
fueron usados también en el período Formativo junto con otros tres a mayor altitud
y más cerca de las fuentes de metal.

Figura 6. Sitios Tiwanaku contrastados con los de producción de metal.


Círculo = Sitios Tiwanaku, Triángulo = desechos de fundición, Cuadrado = canteras
269 / c a r o l a . s c H u l t z e , e d M u N d o d e la vega y cecilia cHávez

La restricción de las actividades de fundición durante el período Tiwanaku a sólo


tres sitios sugiere una centralización de la producción de plata durante el Horizonte
Medio.
Hay dos etapas o fases del proceso de fundir plata: 1) La fundición con
temperatu- ras por encima de 800º C y 2) la cupelación superior a los 900º C. En la
bahía de Puno, la etapa 1 de fundición de plata y plomo se hizo en el sitio
Punanave P9. Este sitio- taller abarca 17,5 hectáreas (700 m N-S x 250 m E-W) y está
encima de la cresta de una falda del cerro Laicacota. Se ubica en una zona de
fuertes vientos por las tardes, siendo un lugar ideal para avivar el fuego de los
hornos tradicionales de fundir plata (huayrachina). Hay pisos aterrazados del taller,
que varían de 3 m x 4 m a 100 m x 70 m, construidos a lo largo de este cerro.
En la superficie hay abundantes artefactos, como cerámicas de todos los perío-
dos prehispánicos y hasta coloniales. Recolecciones de superficie incluyen cientos
de fragmentos de cerámica utilitaria, crisoles incrustados de escoria, huesos, líticos,
mena de cobre, ocre rojo y cuentas/abalorios de conchas. Hay mayor variedad de
material lítico en este sitio que en otros de la bahía, como lascas de basalto, riolita,
obsidiana, caliza, arenisca y pedernal de diferentes colores.
La etapa 2 es la cupelación con temperaturas arriba de los 900º C, y que fue
hecha en el sitio de Huajje P5. Huajje es un montículo artificial en forma de U al
lado de lago Titicaca. La forma en U es poco común en el altiplano. Está ubicado al
frente del sitio Isla Esteves P10, pirámide del estado Tiwanaku. Allí, tenemos la
evidencia obtenida por excavación del proceso de refinar plata (más abajo).
Es posible que hubiera una tercera etapa de cupelación arriba de 1100º C, para
ha- cer la separación final del plomo y la plata. Es también posible que esta etapa
final se hubiera hecho en un tercer lugar. Especulativamente, se puede decir que
esta etapa pudo hacerse en un sitio cercano a la Isla Esteves, en una acción final de
la elite Tiwa- naku por controlar el acceso a la plata de alta calidad. Los bienes de
plata tienen alto valor y peso mínimo, por lo que es ideal para su redistribución
por redes políticas de larga distancia.

ExCAVACIONES EN HUAJJE, BAHíA dE PUNO


Excavamos, en Huajje P5, un montículo artificial piramidal en forma de U (200 m
E-W x 80 m N-S x 8 m altura, con 128.000 m3). Estas excavaciones fueron planeadas
como parte de una investigación sobre los cambios en sitios formativos, debido al
ingreso de Tiwanaku en la bahía de Puno. La forma de U es poco común en el
altiplano y es más parecido a patrones comunes de la costa norte de Perú durante
el período Inicial (1800 – 1300 a.C.). La forma de Huajje es similar al montículo
piramidal de Tumatuma- ni, en Juli, en la cuenca oeste de Lago Titicaca, a unos 75
km al sureste de la bahía de Puno. Excavaciones realizadas por Stanish y Steadman
(1994) en Tumatumani reve- laron que fue un centro de complejidad social durante
los períodos Formativo Medio y Superior, denominados Sillumocco Temprano (circa
1000 a 500 a.C) y Sillumocco Tardío (500 a.C. – 500 d.C.). Tumatumani y otros sitios
Sillumocco se incorporaron al estado Tiwanaku durante el período Tiwanaku IV.
270 / l a ocuPacióN tiwaNaku eN l a BaHía d e PuNo: t r a d i c i ó N Metalúrgica

Figura 7. Plano topográfico de Huajje P5

Al igual que la mayoría de los montículos en el altiplano, los sitios Tumatumani y


Huajje se construyeron a través de episodios cíclicos, producto del
amontonamiento de rellenos y basura arqueológica. El resultado es una
estratigrafía acumulada que mezcla artefactos más tardíos en los niveles
superiores. Estos episodios fueron muy grandes como para dejar una secuencia de
capas intactas. En este tipo de estratigrafía acumulada, los niveles inferiores
representan un solo período, y los de arriba están mezclados.
Realizamos un pozo de excavación de 2 x 2 m y excavamos en niveles de 10 cm
al centro interior de la forma en U, en frente del lago (Figura 7). La unidad
continúa con material cultural hasta los 5.15 m por debajo de la superficie.
Desechos de meta- lurgia se encontraron en todos los niveles entre 0.3 m hasta los
4.8 m. Hay tres tipos de evidencia independiente que confirman que la
estratigrafía está intacta, aunque de tipo acumulada: 1) secuencia relativa de
cerámica; 2) datación por radiocarbono; y
3) fechas de termoluminiscencia (TL). Los resultados son consistentes con
episodios cíclicos acumulados durante dos mil años.
Cerca de 1000 fragmentos de cerámica diagnóstica1 se analizaron con el fin de
identificar períodos representativos en una secuencia relativa. Estos son: bordes,
ba- ses, y fragmentos decorados. El método de usar sólo las muestras diagnósticas
ya ha

1 Exactamente fueron 958 artefactos diagnósticos cronológicos (7548.9 g) de un total de


27,191 recuperados (112,754.9 g) de un pozo de 2 x 2 m. Es una muestra del 3.5% por
canti- dad y 6.7% de peso total.
271 / c a r o l a . s c H u l t z e , e d M u N d o d e la vega y cecilia cHávez

sido probado por Stanish (1991: 17) en Otora, y en nuestro caso nos ha permitido
abordar temas de cronología y esferas de interacción. También creamos una
cronolo- gía de pastas de cerámica (Schultze 2008).
La secuencia cerámica fue consistente con la serie de episodios constructivos del
montículo durante un período de 2000 años. Los tipos de artefactos empiezan con
formas del Formativo Medio (Steadman 1995) y continuaron incluyendo formas de
cada período subsiguiente (Alconini 1993; Bauer 1992; Bauer y Stanish 2001; Chávez
1992; Janusek 1994, 2003; Kidder 1943; Posnansky 1945; Stanish et al. 1997; Stanish y
Steadman 1994; Steadman 1999; Tschopik 1946).
La cerámica diagnóstica, encontrada estratigráficamente, fue como sigue:
bordes de forma Qaluyu en los 500–430 cm de profundidad; bordes de formas
Pukara Inicial y Pukara I se encontraron por los 430–400 cm; bordes de formas
Pukara II entran en niveles de 400–380 cm. En el nivel de 380–370 cm de
profundidad se encontraron las primeras formas Tiwanaku, un fragmento de un
kero pulido negro. Fragmentos de incensarios Tiwanaku están por los 310 cm. En el
nivel de 280–290 cm se encontró un fragmento de jarra con decoración aplicada
Collao, señalando el término del depósito Tiwanaku. En el nivel de 220–230 cm se
encontró un pequeño fragmento de plato Sillustani-Inca. Por los niveles de 200–190
cm hay un fragmento amarillo y verde vi- driado de técnica colonial.
Se escogieron cuatros fragmentos de cerámica para análisis por
termoluminiscen- cia (TL) (Aiken 1989; Feathers 1997), los que fueron tomados de
los siguientes niveles: 170 cm, 350-360 cm, 400-410 cm, y 420-430 cm. La muestra
más profunda tuvo un resultado con un término de error grande y fue descartado
(753 ± 135 d.C.). Las otras tres dieron fechas mínimas de 1009 ± 53 d.C., 734 ± 71
d.C. y 515 ± 76 d.C., en un orden correcto de superposición.
Análisis de microscopio de electrones de la cerámica indica que las arcillas
tienen altas concentraciones de feldespato. El feldespato pierde su carga TL más
rápido que otros minerales (Feathers 2003). Por eso, los datos de TL de la bahía de
Puno registra- ron siempre fechas mínimas.
Dos muestras de carbón se eligieron para datación por radiocarbono de los
nive- les 280 a 290 cm (Beta-195437) y 400 a 410 cm (Beta-195438). Se obtuvieron
fechas convencionales de 1370 ± 60 a.p. y 1690 ± 70 a.p., respectivamente.
Calibrando estos datos a 2 sigmas (probabilidad 95%) dieron como resultado: 580
a 770 d.C. y 220 a
530 d.C.2
Las cronologías absoluta y relativa están de acuerdo, íntegramente, con la estra-
tigrafía del yacimiento, con una antigüedad que va desde el período Formativo Su-
perior (200 a.C.–500 d.C.) hasta fechas potenciales del Formativo Medio Qaluyu
(1300
a.C. hasta el año 240 a.C).

2 Estos datos fueron calibrados usando el programa INTCAL98 (Stuiver et al. 1998; Talma y
Vogel 1993).
272 / l a ocuPacióN tiwaNaku e N l a BaHía d e PuNo: t r a d i c i ó N Metalúrgica

Tipo de pasta Tipo de cerámica C-14


Nivel
introducido Muestra de TL
490-500 1 M. Formativo
C-14: Beta 258776
460-470 2 “ “
1870 ± 40 a.p. (60 – 240 d.C.)
C-14: Beta 258719
450-460 “ “
1920 ± 40 a.p. (40 a.C. –120 d.C.)
430-440 3 “ “
420-430 4 A. Formativo 1
TL muestra 4 / UW – 923
420-430 “ “ Edad mínima: 753 +135 d.C.
tazón sencillo no decorado
410-420 5 “ “
C-14: Beta195438 TL muestra 3 / UW – 922
400-410 “ “ 1690 ± 70 a.p. (d.C. Edad mínima: 515 +76 d.C.
220 – 530) tazón sencillo
370-380 6 Horizonte Medio
350-360 7 “ “

340-350 1b “ “
340-350 1c “ “
340-350 6a “ “
TL muestra 1 / UW - 920:
330-340 “ “ Edad mínima: 1009 +53 d.C.
Tiwanaku kero polícromo
320-330 5a “ “
C-14: Beta 195437
290-300 “ “
1370 ± 60 a.p. (580- 770 d.C.)
270-280 Inter. Tardío
260-270 5b “ “
250-260 6b “ “
240-250 8 “ “
220-230 Horizonte Tardío
190-200 9 Colonial
060-70 10 “ “
000-10 11 “ “

Tabla 2. Cronología absoluta y relativa de la excavaciones


de Huajje (Schultze et al. 2009; Schultze 2008)

LA ESTRATIgRAFíA
El yacimiento se formó por acción mecánica con sedimentos clásticos en la parte
superior y con arqueo-sedimentos en la parte inferior. Los procesos de formación
fueron en la mayor parte aditivos, a causa de acciones humanas y naturales (Figuras
8, 9, 10 y 11). Se encontraron los siguientes estratos generales: Estrato I (de 0
hasta
273 / c a r o l a . s c H u l t z e , e d M u N d o d e la vega y cecilia cHávez

100 cm) es una capa activa biológicamente con hoyos intrusivos conteniendo
basura moderna. El estrato II (de 50 hasta 200 cm) es una serie de niveles
coluviales de grava, arena y cieno depositados a causa de la erosión de los terrenos
colindantes.
Por su parte, los estratos III y IV son una serie de depósitos relativamente ni-
velados, probablemente debido a episodios de construcción humana. Las tierras
se hicieron más finas a mayor profundidad. La presencia de grava y arena más
gruesa en los niveles 4b y 4c indican un período de inundación entre los eventos
de cons- trucción.
Tipos Cantidad Peso (g)
Lámina martillada 1 0,27
Escoria metálico o matte 2 18,94
Escoria vítreo 104 461,58
Escoria vesicular 1714 1104,59
Fragmentos de crisoles 289 624,93
Crisoles con escoria 1028 3817,21
Mena mineral 23 88,68
Cerámicas quemadas 259 792,51
Hornos calcinados 31 262,66
Residuo de caliza 3 42,84
Piedra caliza 3 1,63
Total 3457 7215,84
Tabla 3. P5 Tipos de artefactos asociados con la fundición

LOS dESECHOS dE FUNdICIóN


En total recuperamos 3.471 (7590,6 gr) artefactos de trabajo en metal del pozo 1. Las
principales categorías de materiales recolectados fueron: 1) lámina martillada de
me- tal; 2) escoria metálica (matte); 3) escoria vítrea; 4) escoria vesicular; 5)
fragmentos de crisoles; 6) crisoles con escoria; 7) mena mineral; 8) fragmentos de
cerámicas quema- das; 9) fragmentos de hornos cocidos; 10) residuo de caliza; 11)
piedra de caliza; 12) algunas escorias tienen evidencia adicional de cupelación,
descrita más abajo. En los niveles superiores a 150 cm, se encontró un tipo de crisol
de diámetro más grande y un nuevo tipo de escoria vesicular de menor peso.
1. Lámina martillada de metal. Hay una lámina pequeña (0,27 g) de metal
martillado de 240 a 250 cm. Los estudios XRF confirman que el metal es cobre
sin aleación (comunicación personal con David Scott de UCLA, 2006).
Adicionalmente, hay una lámina de cobre visible sobre los dientes de un
incensario, casi completo, Tiwa- naku (Schultze 2008: 127). Esto indica el uso de
metales de cobre, además de la fabricación de plata en el sitio de Huajje.
274 / l a ocuPacióN tiwaNaku eN l a BaHía d e PuNo: t r a d i c i ó N Metalúrgica

Figura 8. Matriz de Harris de la Unidad 1. Depósitos niveles geológicos, estratos y


rasgos.

Figura 9. Perfiles de muros oeste y norte de pozo 1 en Huajje (leyenda siguiente


página)
275 / c a r o l a . s c H u l t z e , e d M u N d o d e la vega y cecilia cHávez

Leyenda de las Figuras 8 y 9.


Estrato I: Profundidad superior (PS) 0 cm hasta una profundidad inferior (PI) de 50–
100 cm. Hoyos de basura moderna dentro de depósitos aluviales recientes.
1a. Hoyo de basura moderna (5YR 5/2 rojizo-gris), mayormente orgánica y raíces.
1b. Hoyo de basura moderna y ceniza (7.5YR 6/0 gris).
2a. Ceniza y polvo rojo, suelto con material orgánico (10 YR6/2 claro parduzco gris).
2b. Mezcla de arena y polvo color gris (7.5 YR 6/2 rosado gris) y rojo (5YR 6/4 claro
rojizo marrón), de grano medio-fino con 20% de gravillas.
2c. Polvo y arena fina, ceniciento con 20% gravillas (7.5YR 6/4 claro marrón).
Estrato II: PS 50–100 cm hasta PA 180–200 cm Una serie de niveles coluviales de
grava, arena, y cieno, indicando deposición natural. Evidencias de pedogénesis
están pre- sentes.
3a. Polvo y arena de grano medio con 30% gravillas (7.5YR 5/2 marrón).
3b. Polvo y arena gris de grano fino con 30% gravillas (5YR 6/2 rosado marrón).
3c. Polvo y arena naranja de grano medio compacto con 80% gravillas (10YR 6/6
parduzco amarillo).
3d. Arena roja compacta de grano medio con 80% de gravillas (7.5 YR 6/6
rojizo amarillo).
Estrato III: PS 180 - 200 cm hasta PA 350–430 cm. Una serie de estratos casi
horizonta- les. Estratos 4a y 4d son cieno, arena, y arcilla fina. Es probable que
fueran resultados de eventos de construcción humana. La grava y arena más gruesa
de 4b y 4c indican un período de inundación entre eventos de construcción.
4a. Polvo y arena gris compacta con 50% gravillas y guijarros (5YR 5/2 rojizo gris).
4b. Arena de grano largo con 90% de guijarros y gravillas (5YR 6/3 rojizo-marrón
claro).
4d. Arena y arcilla de grano fino con 10% gravillas (10YR 5/2 grisáceo-marrón).
4e. Polvo amarillo-verde sin gravillas (5Y 6/3 oliva pálido).
4f. Arena y gravilla (10YR 6/3 claro marrón).
Estrato IV: PS 350–430 hasta PA 510 cm. Este estrato está compuesto de capas
horizon- tales dentro de una estructura circular de piedras. Se correspondieron a
los primeros eventos de relleno y construcción en el sitio. Hay bastante arcilla en la
matriz indica- tiva de un período largo de un ambiente húmedo. Esto puede ser el
resultado de las inundaciones periódicas sobre el terreno a través del movimiento
de la capa freática, que es una posibilidad a esta profundidad.
5a. Polvo y arcilla de grano fino con 10% guijarros (7.5 YR 5/2 marrón).
5b. Arcilla con 1% guijarros (5 YR 4/2 rojizo gris oscuro).
Estrato V: PS 350–360 hasta PA 480. Este es un relleno de piedras y basura
arqueológica usado como material de construcción para hacer una estructura
circular. Este estrato no fue excavado a causa de la cantidad enorme de artefactos
en el relleno. Excavacio- nes preliminares de los primeros niveles de este estrato
produjeron una densidad muy alta de cerámicas, huesos, y líticos. En cambio,
excavamos dentro de la estructura.
6.Relleno con artefactos y 80% piedra arenisca (10YR 5/2 grisáceo-marrón),
Estrato VI: PS-PA 510 cm - agua subterránea.
7. Agua.
276 / l a ocuPacióN tiwaNaku eN l a BaHía d e PuNo: t r a d i c i ó N Metalúrgica

2. Escoria metálica (matte). Hay dos trozos de escoria metálica de forma exterior
circular. Se interpretaron como subproducto del refinamiento de menas de plata
en tempera- turas sobre los 900º C, en un subproceso de cupelación que se llama
escorificación.

Figura 10. Escoria metálico (matte).

3. Escoria vítrea. Son piezas sólidas de material vidrioso negro. Arriba del nivel 250–
260 cm se encontró un tipo de escoria vítrea que pesa menos y que es menos
vidrioso.

Figura 11. Escoria vítreo.

4. Escoria vesicular. Estas son piezas frágiles, vidriosas y ligeras. Tienen un interior
vacío redondo formado por burbujas de gas atrapadas. Son productos de cerámica
y otros minerales cocidos al fuego.

Figura 12. Escoria vesicular de los niveles 410 al 420


cm.
277 / c a r o l a . s c H u l t z e , e d M u N d o d e la vega y cecilia cHávez

5. Fragmentos de crisoles. Pequeños tazones de cerámica utilitaria. La forma de la


pla- ca proto-típica es la de una taza circular de tamaño pequeña, afilado cerca
del borde. Se observan tipos de crisol con diámetros mayores que 150 cm.

Figura 13. Fragmentos de crisol.

6 . Crisoles con escoria. Fragmentos de crisoles con escoria vítrea adherida. Unos
tie- nen capas gruesas y otras solo una capa delgada.

Figura 14. Crisol con escoria.

7. Mena mineral. Son piedras de color azul verdoso probablemente malaquita.


8. Fragmentos de cerámicas quemadas. Cerámicas quemadas a altas temperaturas.
Se parecen a cerámicas identificadas como fragmentos de huayrachinas (horno
autóctono de cerámica) halladas en contextos etnoarqueológicos por el Proyecto
Arqueológico Porco-Potosí en Bolivia (van Buren y Mills 2005: 22).

Figura 15. Mena mineral de los niveles del


280 al 290 cm.
278 / l a ocuPacióN tiwaNaku e N l a BaHía d e PuNo: t r a d i c i ó N Metalúrgica

9. Fragmentos de hornos calcinados. Estos son simplemente trozos de arcilla fusio-


nadas por el calor.
10.Residuo de caliza. Al interior de algunas cerámicas se observa una capa blanca
po- siblemente caliza. La caliza se usó para cubrir el interior de los crisoles.
También encontramos piedras de caliza como materia prima.

Figura 16. Fragmento de horno Figura 17. Crisol apilado de los niveles 350 a 360
calcinado. cm.

Estos tipos se representaron como subproductos de un proceso de


tranformación. Así, se traslaparon algunos tipos. Por ejemplo, fragmentos de
cerámicas quemadas pueden tener también escoria vítrea adherida. Asimismo,
crisoles con escoria pueden mostrar alteraciones por fuego.
Hay evidencia de cupelación, el segundo proceso de refinar plata a
temperaturas altas. Estos artefactos son fondos endurecidos de escoria con
desprendimientos cir- culares en el centro. Esta morfología es diagnóstica de la
tecnología de cupelación de plata con plomo.

Figura 18. Interior de los crisoles algunos de ellos con escoria


vítrea.
279 / c a r o l a . s c H u l t z e , e d M u N d o d e la vega y cecilia cHávez

La cupelación de plata – plomo, amalgamada con mercurio, es la principal


tecno- logía de fundición de plata conocida en el Viejo Mundo. Se estima que esta
tecnolo- gía fue usada durante el período Ur III, hace 2000 a.C. (Tylecote 1992:45).
Conjuntos de artefactos similares a los de Huajje se encontraron en distritos
mineros descritos por Herodoto y Pausanías, entre los 500 y 100 a.C. en el mar
Egeo Griego (Wagner et al. 1980: 65). Hay fotos de escoria con desprendimientos que
son similares a los que aparecen en las excavaciones de Sardis, capital del estado
de Lidia bajo el reinado de Creso, 561–547 a.C. (Ramage y Craddock 2000: 90, 209).
De esta manera, nuestras excavaciones en Huajje P5 demostraron la
continuidad del sitio como un centro de procesamiento para el refinamiento de la
plata. El pozo de 5 m de profundidad muestra un uso temporal más largo de lo
esperado en este tipo de actividades.

CONTExTO dE FUNdICIóN dE PLATA EN EL SITIO HUAJJE


El conjunto fundido representa solo el 7% del total de 47,293 artefactos
recupera- dos en las excavaciones de Huajje. Los resultados presentan una
oportunidad poco frecuente de estudiar las tecnologías de producción de la plata y
su contexto. De los conjuntos cerámicos, arquitectónicos, líticos, y de fauna, el
contexto parece ser mo- numental con evidencias de ritual, consumo y producción
especializada.

Arquitectura
Todos los rasgos arquitectónicos se encontraron en interfases entre capas
estrati- gráficas, incluyendo la estructura circular de piedra y el hogar construido
en la base de la unidad (rasgos 5 y 6). Las actividades tuvieron lugar encima de las
superficies artificiales, reconstruidas periódicamente. Por eso, los rasgos se
interpretaron como eventos diferenciados y secuenciales dentro de la duración útil
del monumento.
Se encontraron dos hoyos de basura moderna por encima de los 70 cm, también
evidencia de dos pisos compactos (Rasgos 1 y 2) arriba de 170 cm; de ello podemos
de- dudir que fueron talleres de fundición de plata en el período colonial o más
tardío.

Del nivel 180 al 200 cm se registró una línea NE-SO de piedras trabajadas de
arenis- cas y calizas metamórficas (Figura 19). Este muro tiene uno o dos círculos
de espesor (Rasgo 3). La matriz fue la misma en ambos lados del muro.
Posiblemente este rasgo representa los restos de un muro y un piso nivelado. La
secuencia cerámica coloca a este muro en el período Inka o inmediatamente des-
pués.
Un hogar, en el nivel 290 cm (Rasgo 4), está compuesto de 316,5 g de carbón en
un pozo forrado de piedras. Una muestra de este rasgo tiene una fecha
radiocarbónica de 1370 ± 60 a.p. (sigma 2 cal. 580–770 d.C.).
280 / l a ocuPacióN tiwaNaku eN l a BaHía d e PuNo: t r a d i c i ó N Metalúrgica

Figura 19. Plano del Rasgo 3 a niveles de 190 cm–210 cm (izquierda); y de Rasgo 5,
estructura circular a niveles de 340 cm–510 cm (derecho), clave arriba.
Empezando en la zona de 340 cm, observamos un relleno de rocas grandes no
talladas de areniscas metamórficas con basura arqueológica y grava. La cantidad de
artefactos aumenta en este relleno de construcción (Estrato V). A 370 cm, dejamos
de ver los contornos de una estructura circular en los cuadros norte y oeste del
pozo.
El relleno de construcción tuvo alta densidad de artefactos y muy compacto
como para continuar con la excavación en toda la unidad. En cambio, excavamos
dentro de la estructura circular por debajo de los 350 cm. Un grupo de huesos
camélidos se en- contró en la esquina N-O de la unidad en el nivel 370–380 cm.
Posiblemente, fue una ofrenda ritual de clausura.
La estructura circular parece que tuvo dos episodios de construcción (Figura 20).
Debajo de 390 cm es visible un segundo muro hecho de piedras trabajadas de
areniscas y calizas metamórficas. Construido dentro de este muro hay un hogar de
piedra que mide 50 cm por 40 cm y con 20 cm de profundidad (Rasgo 6), ubicado al
nivel de 410 cm. De este hogar se recuperaron 986 g de carbón de una zona
vertical de 20 cm. La datación de radiocarbono dio una fecha de 1690 + 70 a.p. (2
sigmas, cal. 220 – 530 d.C.). Es posible que la estructura circular hubiera sido una
unidad doméstica, asociada con artefactos de fundición, posiblemente una cámara
de fuego de estilo tocochimbo.

Figura 20. Fotos del Rasgo 5 a 350 cm (izquierda); y a 440 cm (derecho), un hogar construido de
piedra y la estructura inferior. El Rasgo 6 es visible en la parte superior derecha de la estructura
inferior.
281 / c a r o l a . s c H u l t z e , e d M u N d o d e la vega y cecilia cHávez

El agua subterránea impidió la excavación dentro de la estructura circular. Se


pasó a cernir con agua por debajo de los 430 cm. A mayor profundidad los
sedimentos son cada vez más arcillosos. Por debajo de los 440 cm se encontraron
sólo desechos de talla que incluían lascas grandes de basalto con marcas de lascado
exterior, evidencia de fabricación de herramientas de piedra.

Figura 21. Fotos del Rasgo 5 estructura debajo del muro interior (izquierda); y Rasgo 6
hogar construido en muro al mismo nivel, lado N-E del interior (derecho).

A los 479 cm el sedimento, de arcilla y cieno con pocas gravillas, se volvió más
os- curo y compacto. En general, hay menos artefactos y menos cerámica en
particular. La unidad de excavación culminó a los 515 cm cuando encontramos
sedimentos sin artefactos y el nivel de agua moderna.

Artefactos
En total se recuperó 27.191 fragmentos (112,754 g) de cerámica. Las vasijas
cerámi- cas incluyen fragmentos de ollas, tazones, keros, jarras, platos, aríbalos,
incensarios, adornos en forma de media luna y pulidores (Schultze 2008: 328). Las
ollas y jarras se utilizaron para cocinar, almacenar, y servir agua, comida o algún
otro elemento. Las ollas sin cuello y con cuellos cortos pertenecen al período
Formativo. Los discos pulidores pudieron haber sido herramientas para pulir
cerámica.
Las vasijas encontradas en los niveles más bajos de P5 tienen bordes que son
simi- lares a las cerámicas formativas del sitio Camata (Steadman 1995). El conjunto
Forma-
282 / l a ocuPacióN tiwaNaku eN l a BaHía d e PuNo: t r a d i c i ó N Metalúrgica

tivo de Huajje es completamente utilitario y sin engobe, con paredes relativamente


delgadas. Esto contrasta con los materiales de Camata que tienen paredes más grue-
sas y bien decoradas.
El material diagnóstico indica un lapso de unos 2000 años. Las cerámicas
diagnósticas indican que el uso de Huajje empezó en el período Formativo Medio
(Steadman 1995) continuando en los períodos posteriores (Alconini 1993; Bauer 1992;
Bauer y Stanish 2001; Chávez 1992; Janusek 2003, 1994; Kidder 1943; Posnansky 1945;
Stanish et al. 1997; Stanish y Steadman 1994; Tschopik 1946). Las cerámicas
diagnósticas vinculadas al Horizonte Tar- dío son semejantes a los tipos llamados
“Sillustani marrón sobre crema” y “negro sobre rojo” de Tschopik (Tschopik 1946: 26, Figuras
11-12).
Se pueden distinguir once tipos de pastas básicas con sub-variantes pertenecien-
tes al conjunto de P5. Los resultados indican que se utilizó la arcilla local para la
ma- yor parte de las cerámicas. Los tipos de pastas 1 y 2 probablemente
representan estas fuentes locales (Schultze 2008). Estas pastas se encontraron en
los niveles más bajos de Huajje, y también se encuentran en las cerámicas que
provienen de la excavación en Cerro Chincheros P13. Hay una fuente de arcilla
grande en la zona de Jallihuaya que sigue siendo usada para producir ladrillos,
aunque también existen otras fuentes que bien pueden haber servido para este
propósito.
Nuevos tipos de pasta ingresaron en la secuencia a diferentes profundidades y
son indicativos de la importación de bienes. El tipo de pasta 6 ingresó al
yacimiento en el mismo nivel que el primer fragmento diagnóstico de Tiwanaku,
un kero pulido negro (370–380 cm). La pasta 6 de Huajje corresponde a un
incensario en forma de puma (Schultze 2008: 127) y que se asemeja a la
descripción de las pastas de incensarios que se encontraron en el sitio núcleo de
Tiwanaku (Janusek 2003: 73).
Existe evidencia de importación de cerámicas durante el período Tiwanaku
como resultado de las mediciones recogidas por el proceso de datación de
termoluminis- cencia. Las cerámicas del período Tiwanaku y Formativo tienen
porcentajes relativos diferentes de K-40, U-238, y Th-232. También, los dos tienen
niveles diferentes de ra- diación alfa y beta, lo que indica una composición
elemental diferente y de fuentes de arcilla distinta. Parece que las vasijas rituales
Tiwanaku fueron hechas fuera de Puno, indiscutiblemente en el territorio central
de Tiwanaku.
En total, de la excavación en Huajje, tenemos 9.768 huesos de fauna (12,623 g),
incluyendo aves, peces, y mamíferos de tamaños grandes y pequeños. Hay 42
instru- mentos de hueso, tales como cuentas, un disco, tubos e instrumentos de
tejer, que se hallaron en los niveles de 4,5 m bajo la superficie, indicando un
contexto de ritual e industria.
Las cuentas están relacionadas con ornamentación y ostentación. Los tubos se
utilizaron probablemente para el consumo de algún tipo de rapé alucinógeno o
sim- plemente como adornos. Los otros instrumentos de huesos largos trabajados,
huesos marcados, y “palillos” (Figura 22), se usaron como instrumentos para tejer.
Los hue- sos largos trabajados son parecidos a lanzaderas halladas en casas incas
en el valle
283 / c a r o l a . s c H u l t z e , e d M u N d o d e la vega y cecilia cHávez

de Yanamarca (Costin 1993: 9). Los huesos con muescas y “palillos” se habrían usado
para separar, almacenar, y manipular hilo. Estas herramientas de tejer se encontra-
ron en niveles de 390 a 400 cm, que corresponden con el período de transición
entre el Formativo Superior y el Horizonte Medio.
Hay un total de 6.887 (47,954 g) artefactos líticos con 135 (19,754 g)
instrumentos, que incluyen puntas de proyectil, manos de mortero, morteros,
manos de batanes, hachas, bolas, percutores de piedra, percutores discoidales,
lascas utilizadas, pulido- res, ocre y adornos.

Figura 22. Herramientas de hueso de Huajje: lanzaderas (P5.19.5),


huesos con nichos (P5.10.3), y ‘palillos’ (P5.12.1) (dibujado por Javier Challcha Saroza).

Puntas de proyectil
Las puntas de proyectil tienen elementos diagnósticos temporales. Por ejemplo, las
puntas triangulares con bases cóncavas son, por lo general, diagnósticas del período
Formativo (Burger et al. 2000: 303, fig. 8), y las puntas pequeñas con pedúnculo y
ale- tas son típicas del Horizonte Tiwanaku (Giesso 2003: 380-381, figs. 15.13, 15.14).

Se encontraron trece puntas de proyectil en la colección con una gama de tipos


morfológicos. Hay unas puntas en forma de hoja de laurel (P5.22.4, en Figura 23)
que son diagnósticos de los períodos Arcaico Temprano y Medio, alrededor de los
10,000– 6,000 a.p. (Klink y Aldenderfer 2005: 35, e.g. fig. 3.4 a-b). Este hallazgo puede
indicar un componente muy temprano en Huajje, o algún tipo de arcaísmo de la
población que llegó posteriormente.
284 / l a ocuPacióN tiwaNaku eN l a BaHía d e PuNo: t r a d i c i ó N Metalúrgica

Forma Material Total Peso (g) dibujo (Figura 23)


Hoja de laurel Basalto 1 3,9 P5.22.4

Aletas y pedúnculo Calcedonia 1 0,5 P5.22.5

Pedunculada Obsidiana 1 0,3 P5.25.3


Base cóncava Basalto 1 2 P5.2.5
Calcedonia 1 2,9 P5.39.5
Obsidiana 4 2,5 P5.10.3, 17.1, 30.4, 41.4
Sin base Obsidiana 3 2,5 P5.26.4
Calcedonia 1 0,6 P5.50.1
Total 13 15,2
Tabla 4. Puntas de proyectil de Huajje
Las puntas pedunculadas son típicas de los períodos Arcaico Temprano, Arcaico
Tardío, Formativo y Horizonte Medio. Las pequeñas (menos de 2 cm de largo), con
pe- dúnculos estrechos y aletas (tipo 4E de Klink y Aldenderfer 2005), son
características del período Tiwanaku. La muestra P5.22.5 es casi idéntica en
medidas a las de la figura
3.5 m de Klink y Aldenderfer (2005). Asimismo, su forma es muy parecida a la
figura
15.14 de Giesso (2003: 381).

Las formas con bases cóncavas se encontraron arqueológicamente desde el pe-


ríodo Arcaico Tardío entre los 6,000 a 4400 a.p. (Klink y Aldenderfer 2005: 40, fig. 3.4
k-l), y continuaron con variantes hasta los 1530 d.C. Grandes puntas triangulares
con bases cóncavas tienen un período de uso desde el Arcaico Terminal hasta el fin
del período Formativo (cerca 2400 a.C. a 500 d.C.).
Sin embargo, las puntas con bases cóncavas de Huajje son del tipo más común,
5D, formas triangulares pequeñas. Las medidas de este tipo son acordes con una
función de “flecha” (Shott 1997). En Quelcatani fueron hallados en los niveles del
Arcaico Ter- minal al Horizonte Tardío. Dentro de estos resultados, hay una
concentración fuerte (85%) de este tipo en el período Formativo. Dejamos esta
situación pendiente, puesto que no podemos saber el período de una punta de este
tipo sin más datos sobre su contexto.
Los tipos de puntas triangulares de Quelcatani se clasificaron en categorías “pe-
queña” y “miniatura” (menores de 20 mm de largo) (Klink y Aldenderfer 2005). De
las puntas con bases cóncavas de Huajje, el 50% son del tipo “miniatura” de
obsidiana (P5.10.3, P5.30.4, y P5.41.4). Hay también una punta Tiwanaku muy
pequeña (0.3 g) también de obsidiana (P5.25.3).
Solo una de las puntas de la categoría “pequeña” fue confeccionada de obsidia-
na (P5.17.1). Tiene las mismas dimensiones basales que las puntas de Quelcatani, en
niveles con datación de 3800–3660 a.p. (Klink y Aldenderfer 2005: 51, tabla 3.18, fig.
3.6i). Las otras puntas de categoría “pequeña” son de basalto y calcedonia.
285 / c a r o l a . s c H u l t z e , e d M u N d o d e la vega y cecilia cHávez

Figura 23. Dibujos de puntas de proyectil de Huajje (dibujado por Javier Challcha
Saroza)
286 / l a ocuPacióN tiwaNaku eN l a BaHía d e PuNo: t r a d i c i ó N Metalúrgica

Estos resultados sugieren una preferencia en el uso de la obsidiana. La obsidiana


no se encuentra en el altiplano, lo que supone gastos de transporte. Es posible que,
en Huajje, el tamaño “pequeño” de las puntas resultara del reciclaje de obsidiana
por ser un recurso escaso.
Posiblemente los venenos de la selva amazónica hayan sido usados con las puntas
“miniaturas”, estos se sabrá con los análisis de residuos, por lo que se confirmaría
con- tactos amazónicos en el Formativo Superior (P5.41.4 en nivel 400 a 410 cm).
En el sitio de Tiwanaku, la obsidiana era restringida para las elites (Giesso 2003:
370-374), las evidencias de Tiwanaku indican que fue importada al centro urbano
para su acabado y distribución a las provincias. Aunque es una muestra limitada, su
presencia en Huajje confirma que es un sitio de alto estatus con acceso a recursos
escasos.

CONCLUSIONES: LA ECONOMíA dE
PRESTIgIO ANdINO y LA TECNOLOgíA dE
METALES
La función de los metales en el Viejo y el Nuevo Mundo es un estudio sobre la
divergen- cia de la evolución cultural. Las mismas condiciones (i.e. depósitos de
mena) produje- ron resultados culturales diferentes. En Euroasia, los metales
formaron la base de una economía mercantil. La mayor parte de la trayectoria de la
civilización occidental es resultado de una creencia cultural en el valor intrínseco del
peso de la plata y el oro.

En los Andes, todos los bienes eran intercambiados por una economía tradicional
de redes del tipo ayllus (basado en el parentesco). El oro, plata y cobre tenían valor
de prestigio social e ideológico, y también usos utilitarios. Sin embargo, el peso del
metal no era una moneda. Los metales eran importantes por sus propiedades
simbólicas, ornamentales y físicas.
Es evidente que el metal era un instrumento importante de expresión política.
Posiblemente las fachadas de la pirámide Akapana en Tiwanaku estuvieron
cubiertas por placas de metal (y tejidos) decoradas con temas ideológicos (Kolata
2003: 183). Los artefactos encontrados sobre una elevación rocosa sumergida, cerca
de la isla de Koa, en la zona de la isla del Sol, en el lago Titicaca, demuestran que
los tiwanaku, como los inka, hacían ofrendas con metales preciosos (Reinhard
1992).

El uso de objetos tallados y exóticos para acrecentar alianzas y reclutar trabaja-


dores, dentro de la economía sin moneda, se ha propuesto como un mecanismo del
desarrollo de la jerarquía social (Clark y Blake 2003; Helms 1993; Plourde 2006; Sta-
nish 2003, 1997). Los adornos de metal precioso fueron una marca de estatus y
prueba de conexiones con un grupo de elite. Dentro de la economía cultural,
regalos de oro, plata, o bronce tenían la función de fortalecer lealtad a la autoridad
estatal y identi- ficar al portador con la clase de elite (Cieza de León 1553 [1959]:
60). Tejidos, conchas (spondylus, strombus y conus), y bienes de consumo funcionaban
también dentro la economía política (Shimada 1994; Stanish 1997).
287 / c a r o l a . s c H u l t z e , e d M u N d o d e la vega y cecilia cHávez

El imperio Inka reservaba el uso del oro y la plata para las clases altas,
controla- ba la mena y la producción de metales (Lechtman 1996). Cobo indica
que los muros de los templos en Cusco estaban cubiertos de láminas de oro y
plata. También, el interior del templo de Coricancha albergaba figurinas de plata
y de oro (Cobo 1653 [1990]: 50).
En los Andes, la experimentación con metales empezó temprano a la par con el
de- sarrollo de las sociedades complejas. Se ha encontrado un collar hecho de oro
nativo martillado en el sitio Jiskairumoko, en la cuenca del Lago Titicaca, con
fechado radio- carbónico de 2155 a 1936 años a.C. (Aldenderfer et al. 2008 y Craig en
este volumen). Otros artefactos, de cobre y oro martillados se fecharon por
radiocarbono entre los 1410 - 1090 a.C., en el sitio de Mina Perdida cerca de Lima
(Burger y Gordon 1998). Una lámina de cobre de San Pedro de Atacama, Chile, se ha
asociado con una fecha C-14, no-calibrada, de 2840 a 3080 a.p. (Graffam et al. 1996,
1994).
La metalurgía basada en cobre fue intensamente desarrollada en la costa de
Perú en la última parte del segundo milenio a.C. (Shimada 1994: 44). Una cuenta
de alea- ción plata-cobre del sitio Malpaso, costa central del Perú, data de 2100
a.C. (Bruhns 1994: 175; Lechtman 1980), este hallazgo coloca al proceso de
aleación en el Prece- rámico. Para los períodos más tardíos es popular la aleación
por un martilleo que produce una superficie de color plata. Salvo la aleación
bronce-estaño, todos los desarrollos mayores en metalurgia eran conocidos por
los mochicas (Jones 2005) entre los 50-300 d.C. (Alva 2005; Alva y Donnan 1993).
El análisis elemental de bronce ha demostrado que el Estado de Tiwanaku
alentaba la innovación en tecnología metálica para el altiplano, incluyendo
experimentación en aleación y fundición (Lechtman 2003; Uhland et al. 2001). De
esos datos, parece que la gente Tiwanaku hizo los primeros bronces con estaño,
distinto de los bronces arsénicales. Esta mezcla de cobre y estaño era una aleación
de alto estatus durante el período Inka.
Por otra parte, la cupelación es una tecnología avanzada para refinar la plata,
con- siste en un segundo proceso de fundición usando temperaturas altas de 900
o
C. Evi- dencia de cupelación viene de contextos Horizonte Medio en Ancón
(Lechtman 1976: 34- 37) e Intermedio Tardío y Horizonte Tardío/Inka, 1100–1532
d.C. en el Valle de Mantaro (Gordon y Knopf 2007; Howe y Petersen 1992).

Estudios de perfiles sedimentológicos de los lagos en el Norte, Centro y Sur de


los Andes registran un aumento en plomo (interpretado como producto indirecto
de refinar plata), siendo más temprano en la zona altiplánica, por los 400 d.C.
(Abbott y Wolfe 2003; Cooke et al. 2007).
Los datos del Proyecto Wayruro demuestran que la bahía de Puno era un centro de
innovación metalúrgica en los períodos anteriores a Tiwanaku. Los materiales en-
contrados en las excavaciones de la bahía de Puno, Perú, dan evidencia física
directa de cupelación en contextos anterior a la fecha radiocarbónica de 1690 ± 70
a.p. (Beta- 195438) o 220–530 d.C. (calibrada al 95% de certeza).
288 / l a ocuPacióN tiwaNaku eN l a BaHía d e PuNo: t r a d i c i ó N Metalúrgica

Para el Viejo Mundo, Tylecote (1992: 45) estima que la cupelación de plata ya era
conocida en Ur III, alrededor de los 2000 a.C., semejante evidencia arqueológica
para cupelación en el Viejo Mundo se ha encontrado en los distritos mineros de la
isla de Sifnos, Grecia, con asociaciones fechadas en la Edad del Bronce Temprano,
segunda parte del 2000 a.C. (Wagner et al. 1980: 65). Desechos de cupelación se
encontraron también en Sardis, capital del estado antiguo de Lydia, durante el
reinado de Creso, 561–547 a.C. (Craddock 2000). En los dos hemisferios, la
purificación de plata fue ela- borada junto a los desarrollos iniciales de la sociedad
compleja.
Las inversiones de trabajo, para este método complejo de purificar plata, son
sor- prendentes, dado que la economía andina era no monetaria. Además, informes
del período colonial describen vetas de plata casi puras (Brown y Craig 1994: 311;
Núñez 2001). Sin embargo, las tecnologías para la extracción y purificación de
plata fueron usadas durante el período Formativo por la población que vivió en la
bahía de Puno. Esos recursos y aptitudes fueron los probables factores para que
Tiwanaku decida incorporar a la bahía de Puno en sus dominios.

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11
Los pukaras y el poder:
Los collas en la cuenca
septentrional del
Titicaca
elizabe TH arkus Hi

El período Altiplano o Intermedio Tardío (1000–1450 d.C. aprox.) es reconocido en la


cuenca de Titicaca por el desarrollo de numerosos grupos étnicos alrededor del
lago: los lupacas, los collas, los pacajes, etc., los mismos que más tarde figurarán en
las cró- nicas de la conquista Inca y en otros documentos administrativos de la
Colonia Tem- prana (Diez 1964; Julien 1983; Lumbreras 1974; Murra 1964; Toledo
1940). En estos do- cumentos, los grupos altiplánicos son descritos como grandes y
belicosos cacicazgos, organizados jerárquicamente, posiblemente con líderes
duales (Murra 1964). Estos grupos fueron sociedades agropastoriles, con fuerte
énfasis en la ganadería según se menciona. También, se señalan vínculos entre las
sociedades altiplánicas y las zonas bajas al este de la cuenca (Carabaya, Larecaja) y
al oeste (Moquegua, Sama), vínculos que, en parte, inspiraron el modelo de control
de ecozonas verticales de Murra (1964, 1972), además de otras investigaciones
históricas y arqueológicas (e.g. Bouysse-Cas- sagne 1978; Saignes 1986; Stanish
1992).
Desde el punto de vista arqueológico, el período Altiplano en la cuenca de
Titicaca se caracterizó por cambios sumamente importantes que lo distinguen de
los perío- dos anteriores. Quizás lo más notable es la evidente importancia de la
guerra, ya que aparece en esta época un tipo de sitio en la región en cierta forma
nuevo y bastante común: el asentamiento amurallado de cumbre, o pukara. Este
capítulo describe las características de los pukaras de la región septentrional y
oeste del lago, en la zona considerada étnicamente Colla. Después, considera lo que
esta evidencia nos permite concluir sobre la guerra y la sociedad de los collas.
Inicialmente es necesario mencionar, que el contexto social y ambiental de los
pukaras se caracterizó por otras transformaciones igualmente grandes. Con el colap-
so del estado de Tiwanaku al sur del lago, los habitantes de la cuenca se
encontraron

i Departamento de Antropología. Universidad de Pittsburgh. arkush@pitt.edu.


296 / l o s pu ka ras y e l Poder: los c o l l a s e N l a c u e N c a ...

Figura 1. Etnias de la cuenca de Titicaca según las fuentes documentales


frente al problema no menos grave de la reorganización de la sociedad. Para los
pue- blos de la cuenca del sur, esta reorganización fue radical, de un gobierno
centralizado y jerárquico a un sistema social mucho más disperso, móvil y
fragmentado (Janusek 2004). Los grupos del oeste y norte del lago habrían tenido
más autonomía en sus relaciones con Tiwanaku, pero es de suponer que para ellos,
el colapso del gran es- tado derrumbó completamente la organización de redes de
intercambio, las ideas de prestigio y jerarquía y el orden conceptual del cosmos y
los dioses. Mientras tanto, el período Altiplano tuvo cambios ambientales
dramáticos, asociados con el inicio de la Pequeña Era de Hielo (Little Ice Age): un
clima más frío, precipitaciones muy variables e inciertas y sequías graves y
prolongadas en el cual el nivel del lago descendió de 12 a 17 m debajo de su nivel
actual (Abbott et al. 1997; Binford et al. 1997; Thompson et al. 1985, 1986). Aunque las
condiciones más severas no duraron todo el período, y aún necesitamos más
investigaciones para comprender la real magnitud de las variacio- nes ambientales
de esta época, sin duda, los cambios de clima afectaron mucho a la agricultura de
las sociedades de la cuenca del Titicaca. El abandono de asentamientos y terrenos
de cultivo circumlacustres y el movimiento a las zonas altas favorecidas para el
pastoreo, es evidente en las prospecciones arqueológicas al sur y suroeste del lago
(Albarracin-Jordan y Matthews 1990; Frye y De la Vega 2005; Hyslop 1976; Janusek
2004; Janusek y Kolata 2003; Stanish et al. 1997).
297 / e l i z a B e t H a r k u s H

Posiblemente, el período Altiplano fue también un época de migraciones intere-


gionales. Algunos investigadores lingüísticos e historiadores (e.g. Torero 1987, Cerrón-
Palomino 2000) proponen una migración mayor de los hablantes de aymara (o proto-
aymara) a la cuenca, reemplazando o desplazando a los hablantes pukina, un idioma
que estuvo presente en la margen occidental del lago en el siglo XVI pero que se
extin- guió. Esta hipótesis se basa en la distribución discontinua histórica y actual del
aymara y sus variaciones internas, así como la evidencia de la distribución histórica
del pukina (Bouysse-Cassagne 1975). Uno de los principales investigadores lingüistas
(Torero 1987, 1992), sugiere que esta migración ocurrió en el período Altiplano y que
los conflictos entre los aymaras y los pukinas se manifestaron en las crónicas como
la rivalidad entre los lupacas y los collas. En contraste con las ideas de Torero, la
evidencia arqueológica demuestra una gran semejanza entre los lupacas y los collas,
así como algunas conti- nuidades entre el período Tiwanaku y el período Altiplano
(al menos en la cuenca sur, donde el período Tiwanaku ha sido mejor estudiado;
Browman 1994; Stanish 2003). Sin embargo, la idea de migraciones menores dentro
de la cuenca del Titicaca parece posi- ble y aún probable, tomando en cuenta la
intensidad de la guerra, los cambios del clima y el colapso de redes de interacción,
como se mencionó líneas arriba.
Hubo otros cambios sociales en la cuenca del Titicaca que ameritan ser mencio-
nados y que sugieren una reorientación fundamental de las relaciones entre
diversas comunidades humanas, y entre estas y el mundo espiritual. Por ejemplo,
las chullpas
–estructuras funerarias de materiales diversos– empezaron a ser construídas en
el
período Altiplano, aunque los ejemplos más notables fueron elaborados en la
época Inca. Tumbas colleradas (o slab-cist), que son menos imponentes, pero más
comunes en la cuenca septentrional, tienen un círculo de lajas que sobresale de
una tumba subterránea. Cistas y tumbas colleradas con frecuencia se encuentran
agrupadas en grandes montículos de suelo y escombros y, al igual que las chullpas,
indican la nue- va importancia en esta época de marcar y conmemorar
visiblemente en la tierra la ubicación de los muertos. Estas nuevas formas de
tumbas se desarrollaron al mismo tiempo que desaparecieron o fueron
abandonadas las antiguas formas de arquitec- tura ceremonial: los templetes
hundidos con monolitos, que sirvieron como puntos focales de ceremonias que
integraban a diversas poblaciones durante más de mil años en la cuenca de
Titicaca. Mientras tanto, la iconografía de la cerámica y de los petro- glifos llegó a
ser más tosca, menos figurativa y claramente menos vinculada a temas religiosos.
Estos cambios culturales sugieren posiblemente una reorientación básica,
cambiando el rostro de la integración de comunidades diversas y la comunicación
con los dioses, hacia una dirección más introvertida, a los ancestros locales. Para
resumir, el período Altiplano aparece como un tiempo de inestabilidad, privación y
peligro y es necesario situar a los pukaras de los collas y sus vecinos dentro de este
contexto.

LOS COLLAS
La identidad y la formación política de los collas se confunden en parte por el
uso inconsistente del término “colla” en las fuentes documentales. A veces significa
una nación étnica específica, en sentido opuesto a los lupacas, los canas, etc. (como
es uti-
298 / l o s p u ka r a s y e l Poder: los c o l l a s e N l a c u e N c a ...

lizado en este capítulo), a veces la población completa de la cuenca antiguamente co-


nocida como “el Collao” u, otras veces tiene un sentido aún más vago como la gente
del Collasuyu, el cuarto sur del Tawantinsuyu. Así, por ejemplo, las crónicas afirman
que “los collas” y “los lupacas” fueron enemigos acérrimos antes de la conquista
Inca, pero también que cuando “los collas” se rebelaron contra los incas, los
rebeldes incluían también lupacas y, tal vez, Pacajes (Betanzos 1996: 144 [1551-7:
I.34]; Cieza 1985: 155 [1550: II.53]; Rowe 1985: 214). También hay menciones de
subgrupos de la nación Colla, de los Hatun Collas (Cieza 1985: 15, 22, 110, 122 [1550:
II.vi, viii, xxxvii, xli]; Pachacuti
Yamqui 1993: 217 [1613: 18]), o de Hatun Collas y Puquina Collas (Guaman Poma
1980:
70, 149, 245 [1613]) o Capahancos y Pocopocos (ver Spurling 1992: 117).
La extensión de los collas étnicos propiamente dicho aparece claramente defini-
da en una lista de capitanías de la mita por Luis Capoche (1959 [1585]), (Julien 1983;
Spurling 1992). Según esta fuente, los collas ocuparon una franja enorme de la
cuenca norte, noroeste y noreste del lago (Figura 1). Su extensión territorial y su
importancia en las crónicas, han creado la impresión de un señorío inmenso y
poderoso que toda- vía emerge en la idea de los “reinos Aymaras.”
Sin embargo, las investigaciones arqueológicas de esta zona han ido avanzando
considerablemente hasta darnos una visión alternativa y más realista de los collas.
Antes de los años 70 del siglo pasado, numerosos arqueólogos realizaron reconoci-
mientos dentro del territorio colla y establecieron un patrón típico de asentamiento
del período Altiplano: Pukaras fortificados, sitios más pequeños no fortificados pero
en lugares defendibles, y cementerios de chullpas y tumbas colleradas (Inojosa y
Gon- zales 1936; Kidder II 1943; Neira 1962, 1967; Palacios 1934; Tschopik 1946). Los
estudios de Marion Tschopik (1946) definieron los principales estilos cerámicos
para la cuenca septentrional durante los períodos tardíos, y su obra continúa
siendo usada hoy en día como una importante fuente de consulta. El
reconocimiento sistemático de Máxi- mo Neira (1967) en la ribera oriental del lago
al sur de Vilquechico reveló numerosos pukaras, que se distinguen de los sitios más
al oeste por la arquitectura rectangular y un estilo cerámico distintivo (Kekerana).
El estudio de Lumbreras y Amat (1966) indicó que varios estilos de cerámica (p. ej.
Kekerana, Sillustani) tienen un alcance restringido en el norte de la cuenca; sus
conclusiones están firmemente apoyadas por los hallazgos de este proyecto. La
impresión de discontinuidad estilística abre la po- sibilidad que las referencias de
“Hatun Collas”, “Puquina Collas”, “Capahancos”, etc. en las fuentes documentales
reflejan la presencia de identidades sociales distintas dentro del área colla ya
durante el período Altiplano.

Estos avances son complementados por excavaciones restringidas pero muy


pro- ductivas de los sitios colla. Las excavaciones de Catherine Julien en Hatuncolla
(1983) demostraron que la “capital” de los collas (según las crónicas) no tiene
evidencia de una ocupación preincaica. Aunque no contamos con una capital de los
collas antes del Horizonte Tardío, existen numerosos sitios mayores del período
Altiplano cerca de Hatuncolla que pudieron ser centros políticos importantes
(entre ellos Sillustani mis- mo). En los años 70 Félix Tapia excavó en Chila (Machu
Llaqta o Ayaviri), un pukara mayor al sur del Lago Umayo, encontrando una
densidad considerable de cerámica, huesos de animales y abundantes
herramientas líticas (Tapia 1993: 93-104). Sillustani
299 / e l i z a B e t H a r k u s H

es el otro sitio principal que ha sido investigado (Ayca 1995; Ravines 2008; Revilla y
Uriarte 1985; Ruiz 1973, 1976). En este famoso cementerio, la gran cantidad de
tumbas con una variedad de estilos y materiales, sugiere que diferentes grupos
regionales usaron el sitio por un largo período de tiempo. Las excavaciones
confirmaron que el sitio fue usado durante todo el período Altiplano y el Horizonte
Tardío y, quizás, em- pezó mucho más temprano. Últimamente, las excavaciones de
Elizabeth Klarich en Pukara dan cuenta de una importante ocupación colla sobre
los niveles del período Formativo (Abraham 2006; Klarich 2005). Resultados de
prospecciones recientes (aún sin publicar) están aclarando los patrones de
asentamiento en algunos sectores del área Colla.
Un problema significativo que queda pendiente es la escasez de información en
la cuenca septentrional sobre los siglos después del final de Pukará y antes del
inicio del período Altiplano. La presencia de Tiwanaku es muy ligera en la zona, así
que todavía no tenemos una idea clara del carácter de estas sociedades durante el
Horizonte Me- dio: de los ancestros presumibles de los colla. El trabajo de Cecilia
Chávez y sus cole- gas sobre el estilo Huaña es un paso sumamente importante
para llenar este vacío.
Estas investigaciones previas demuestran que en el período Altiplano el tipo de
si- tio más notable fue el pukara. La categoría de pukara incluye una inmensa
variedad de sitios defensivos: refugios sin evidencia de ocupación permanente,
aldeas pequeñas, hasta los pueblos grandes con quinientas o más estructuras y
evidencia de ocupación intensiva, que seguramente constituyeron los centros
políticos mayores de la época. Puesto que actualmente las cimas de los cerros no
tienen ocupación y raramente son cultivables, los pukaras no se ven afectados por
las cercanas comunidades modernas (con excepción del pastoreo, del huaqueo y
de ocasionales ceremonias en las cum- bres), por lo cual muchos pukaras se
encuentran en buen estado de conservación y su arquitectura todavía es visible en
la superficie.

LOS PukArAs dE LOS COLLAS


Las investigaciones del Proyecto Pukaras de los Collas se realizaron en el 2001 y
2002, con credenciales C/0126-2001 y C/DGPA-073-2002 otorgadas por el Instituto
Nacional de Cultura del Perú. Se inició en el 2000 con la revisión de docenas de
fotos aéreas de la cuenca norte y noroeste para identificar los pukaras, muchos de
los cuales no se mencionaban en la literatura arqueológica. Las murallas
concéntricas de los pukaras tienen una forma muy clara, lo cual facilita su
ubicación. Otros fueron identificados visualmente durante la prospección y,
finalmente, cabe mencionar que en las car- tas habían numerosos sitios
denominados “Cerro Pucará”, “Pucarani”. etc. que eran obvios candidatos para la
inspección. La prospección de un total de 44 pukaras se hizo con el objetivo de
registrar la arquitectura defensiva, hacer recolecciones de la cerámica y levantar
planos de las murallas defensivas, la ubicación de estructuras, fuentes de agua,
tumbas y la dispersión de artefactos en la superficie. El uso de una unidad portátil
GPS facilitó el mapeo eficiente de los sitios. En el 2002, excavamos po- zos
restringidos de 1x1 m en diez de los pukaras para conseguir muestras de carbono
de buenos contextos y para verificar el carácter doméstico de los círculos de piedras
300 / l o s p u ka r a s y e l Poder: los c o l l a s e N l a c u e N c a ...

(viviendas) que son la forma arquitectónica más común en los pukaras. Unas visitas
adicionales se realizaron en el 2005 y 2007 para tomar más fotos y corregir algunos
planos de los sitios con una unidad GPS más precisa (Trimble GeoXT).

Figura 2. Zona estudiada por el Proyecto Pukaras de los Collas

distribución
La distribución de los pukaras en la zona Colla se observa en la Figura 2. Estos se ubi-
can en los cerros de 3900 hasta 4600 m de altura, con un promedio de 4100 m. Casi
todos están en los cerros que abarcan las pampas o valles de los ríos, pero no en las
áreas más montañosas. Aunque tienen acceso a buen pastoreo, muchos están
asocia- dos a sistemas de andenería en las faldas adyacentes. Es decir, sus
habitantes tenían una base económica agro-pastoril.
301 / e l i z a B e t H a r k u s H

La distribución de pukaras no indica una frontera clara entre poblaciones


hosti- les (p. ej. entre los collas y los lupacas o los pukina y los aymara). En lugar
de esto, la amenaza de ataque que originó los pukaras parece estar presente a
través de varias zonas, lo cual implica que había conflicto entre los mismos collas
y con otros grupos.

datación
La datación de los pukaras no se basa solamente en estilos de cerámica sino que
para mayor precisión se usan fechados radiocarbónicos. Las muestras de carbón se
extra- jeron de los pozos de prueba en diez pukaras, además de muestras de paja o
madera tomadas del mortero de las murallas defensivas en ocho de ellos,
consiguiendo un to- tal de 42 fechados de 15 pukaras (ver Arkush 2008). En el
período Altiplano1, la mayo- ría de las fechas oscilan entre 1300 y 1450 d.C. Tres de
los 15 pukaras fueron ocupados o construidos en la fase temprana del período
Altiplano, entre 1000 y 1300 d.C. Estos son dos pukaras pequeños y bajos, y un caso
de un pukara sin evidencia de ocupación intensiva. Durante la segunda mitad del
período, 14 de los 15 pukaras fueron utiliza- dos y estos incluyen pukaras de todo
tipo y tamaño, inclusive los más grandes. Para resumir, es claro que el fenómeno
de los pukaras pertenece mayoritariamente a la fase tardía del período Altiplano.

Figura 3. Una muralla alta en Lamparaquen (L4).

1 Hay 3 fechados que corresponden al período Formativo para la ocupación de pukaras, aun-
que no existe evidencia de la construcción de murallas defensivas en esta época
temprana. Los otros fechados pertenecen al período Altiplano.
302 / l o s p ukaras y e l Poder: los c o l l a s e N l a c u e N c a ...

La naturaleza defensiva de los pukaras


Con sitios aparentemente defensivos, siempre existe el problema de definir si esa
era su función, o si sus muros fueron construidos con otros propósitos (la
demarcación de espacio sagrado, el control social, etc.), y/o los cerros fueron
usados por motivos económicos o religiosos, más no defensivos. En el caso de los
pukaras de los collas, considero que su función defensiva está claramente indicada
(aunque no fue el único uso que se les dió). En efecto, las razones defensivas
fueron muy importantes en el diseño arquitectónico de los pukaras.
El elemento arquitectónico más sobresaliente en los pukaras son sus murallas de-
fensivas que a veces llegan a tener tamaños monumentales de hasta 5 m de altura
y 4 m de ancho. Normalmente, las murallas tienen entre 1 y 2 m de ancho y en la
cara exterior por lo menos 1,5 m de altura (en puntos donde se puede medir su
altura original). Las murallas casi siempre están construidas con dos hileras de
piedras y entre ellas, un relleno de escombros y barro. Un solo pukara tiene dos,
tres o hasta siete murallas dispuestas en filas concéntricas, que resultan en
barreras múltiples (Figura 4). Pero con frecuencia, las murallas no encierran todo
el sitio. Protegen los accesos más vulnerables, dejando abiertos las pendientes o
acantilados inaccesibles, lo cual indica que fueron construidos pensando tanto en
sus costos así como en sus beneficios (Figura 6). Muchas murallas, sobre todo en los
lados más accesibles y vul- nerables del sitio, tienen parapetos (un claro indicio
defensivo; Topic y Topic 1987). En otras partes, la falda empinada del cerro muestra
un parapeto superfluo: desde el lado exterior, el muro constituye un obstáculo
alto, pero desde el interior, se puede fácilmente observar al enemigo y disparar
proyectiles.
Hemos encontrado en varios pukaras piedras para hondas, aisladas o agrupadas
cer- ca del muro, listas para ser lanzadas. La mayor parte de estas son cantos
rodados de

Figura 4. K’akjru (AS3), un pukara con tres murallas concéntricas


303 / e l i z a B e t H a r k u s H

Figura 5. Un parapeto en K’atacha (L3).

Figura 6. En Karitani (L1), las murallas defienden


solo los accesos vulnerables, un patrón típico en
los pukaras.
tamaño mediano, traídos de ríos o quebradas adyacentes al sitio. Existen, además,
otras armas en la superficie de los pukaras como: puntas de proyectiles, bolas, porras
circu- lares, y otras herramientas que pudieron ser usadas como hachas o azadones.
Sin em- bargo, los cantos rodados aparecen con más frecuencia y es probable que
fueran muy importantes en la defensa de los muros, como lo indica la presencia de
parapetos. Otro indicador es que las murallas defensivas casi siempre están a una
distancia máxima de 15 a 30 m una de otra, que es una distancia bien menor al
alcance de un proyectil lan- zado con una honda (Brown y Craig 2009). Los espacios
entre las murallas raramente incluyen estructuras, constituyéndose en áreas vacías
sin cobijo para un mejor lanza- miento hacia a los agresores que lograron traspasar
la muralla externa.
Las entradas de las murallas varían de un sitio a otro. Con frecuencia, son peque-
ñas, por lo que tuvieron que haber ingresado en fila india (Figura 7). A veces, hay
un muro paralelo detrás de una entrada o, en otros casos, dos muros flanquean la
ruta de ingreso a cada lado, pudiendo servir como puestos de vigilancia para
controlar la entrada. En otros casos, existen entradas relativamente amplias, quizás
para facilitar el ingreso de camélidos.
304 / l o s pu ka ras y e l Poder: los c o l l a s e N l a c u e N c a ...

Figura 7. Una entrada en la muralla de defensa en Muyu Pukara (AZ4)

Finalmente, cabe notar que estos elementos de diseño defensivo en las fortificacio-
nes son muy comunes a través de las culturas: líneas múltiples de defensa, parapetos,
entradas protegidas, etc. El énfasis continuo en el carácter defensivo de los pukaras
está implícito igualmente en las modificaciones a través del tiempo: entradas
bloqueadas, murallas con otra cara añadida, o murallas construidas en episodios
múltiples.

Otra arquitectura
Aunque las murallas son los rasgos más imponentes de los pukaras, otras formas
de arquitectura son visibles en la superficie, sobre todo los cimientos de viviendas
cir- culares (Figuras 8, 9, 10). Estos cimientos están marcados con un círculo de una
o dos hileras de lajas horizontales o verticales, que tienen un promedio de 3 a 3,5
m de diámetro externo, pero varían entre 2 y 6 m. Las excavaciones restringidas
en diez vi- viendas de los pukaras mostraron pisos (superficies compactadas, pero
no preparadas especialmente) y muchos artefactos de ocupación doméstica:
fragmentos de cerámi- ca, huesos rotos de camélidos y otros animales, lascas,
piruros, etc. De la estructura doméstica sólo queda el cimiento y como no hay
evidencia de muros de piedra caídos, supongo que había una estructura bastante
baja hecha de adobe y techos de paja. Se halla una excepción en Cerro Pucará (V3)
donde hay superposición de pirca que per- manece todavía intacta (Figura 10).
Estas viviendas se hallan agrupadas en filas, en terrazas o en canchones
habitacio- nales (Figuras 13, 14). A veces, sus puertas son visibles como un espacio
entre las lajas. Las puertas generalmente están orientadas en una sola dirección
(evitando el viento), o pueden ubicarse frente a otras casas dentro de un canchón
amurallado.
305 / e l i z a B e t H a r k u s H

Figura 8. Una vivienda en K’akjru (AS3), con lajas


horizontales

Figura 9. Una vivienda en Cerro Inka (AZ3), con lajas horizontales y


verticales
306 / l o s p u ka r a s y e l Poder: los c o l l a s e N l a c u e N c a ...

Figura 10. En Cerro Pukara (V3), las viviendas tienen estructura de


piedras

Figura 11. Esta vivienda en Machu Llaqta (Chila, V2) tiene una laja con un
agujero (centro abajo), posiblemente para amarrar el techo
307 / e l i z a B e t H a r k u s H

Figura 12. Posible estructura de almacenaje en Cerro Minas Pata (AR5)


De vez en cuando se encuentran una o varias lajas, justo fuera de la vivienda,
con un agujero hecho en la piedra u otra forma de amarrar una cuerda (Figura 11).
Con frecuencia tales lajas están cerca de la puerta de la vivienda, pero a veces se
ubican al otro lado de la casa. Sugiero que fueron usados para asegurar los techos
de paja contra el viento, que puede tener una fuerza increíble en las cumbres.

Otra forma arquitectónica presente en los pukaras es un círculo muy pequeño de


piedras, de entre 1 y 2 m de diámetro, que a veces aparece cubierta con escombros
(Figura 12). No hemos excavado estas estructuras; pero estructuras similares, exca-
vadas en Cutimbo y Pukara Juli, no contenían artefactos (De la Vega 1990; Frye y De
la Vega 2005). Posiblemente, su propósito principal fue el almacenaje de papas
semillas, ch’uño, u otras cosechas (De la Vega 1990). Siempre se ubican dispersas
entre las vi- viendas en áreas habitacionales. Si fueron almacenes, sugieren que el
almacenaje fue descentralizado en los pukaras, cada familia o grupo residencial
manejaba sus propias cosechas sin un depósito central. Sin embargo, las
excavaciones de Tapia (1993) en Chila (Machu Llaqta) indican que en algunos casos
poco comunes, estas estructuras pequeñas fueron usadas para enterrar niños.

El otro tipo de estructura típica es la tumba. Hay mucha variación en las formas
de tumbas en los pukaras, aún en un solo sitio. Incluyen por supuesto chullpas, las
torres funerarias por los cuales la cuenca del Titicaca es bien conocida. Su
construcción pue- de ser tosca o fina, de grandes bloques más o menos cuadrados,
o de lajas horizonta-
308 / l o s pu ka ras y e l Poder: los c o l l a s e N l a c u e N c a ...

les; pueden o no incluir mortero de barro, o de argamasa. Pero aún más comunes
que las chullpas son las tumbas colleradas, tumbas de cistas y varios tipos
transicionales entre ellos y las chullpas. Aunque hay variación local en las formas de
las tumbas, hay también patrones regionales: por ejemplo, las chullpas son mucho
más comunes en la parte sur del área de prospección, cerca de Puno y la Laguna
Umayo. Las tumbas en los pukaras generalmente están agrupadas en diferentes
cementerios, separadas del área habitacional y con frecuencia en la cima alta del
cerro, o fuera de las murallas defensivas. Un pukara, a menudo, está asociado a más
de un cementerio sugiriendo la posible existencia de subgrupos sociales dentro de
un sitio grande.
La disposición de las casas, estructuras circulares pequeñas y tumbas en los
puka- ras revela cuestiones de sumo interés. Las probables viviendas y almacenes
siempre están ubicadas dentro de las murallas defensivas, indicando que había que
proteger al pueblo y a la propiedad de los ataques. En cambio, las tumbas se
encuentran fuera o dentro de las murallas, lo que implica que no se hallaban en
grave peligro de destruc- ción o profanación. Más allá de estas observaciones, no
hay un patrón ordenado en el trazado de los pukaras. Parecen ser pueblos que
crecieron orgánicamente, por el in- cremento acumulativo de familias
construyendo en terrazas o canchones nuevos, sin planificación centralizada
(Figuras 13, 14). En algunos casos, hay caminos antiguos que dividen al sitio en
sectores, pero no parecen planificados con anterioridad. Tam- poco existe mucha
evidencia de una marcada jerarquía. Los tamaños de las viviendas varían mucho en
cada sitio, pero nunca hay una casa más grande o mejor acabada que las otras, que
obviamente pertenecería a un líder o cacique. Tampoco existen sectores
segregados de elites,
aunque las casas más
grandes suelen estar en las
partes más altas y/o
defendibles de los sitios. En
general, los pukaras no
tienen “centros” claros,
aparte de sus cimas rocosas,
donde con más frecuencia se
ubican las tumbas. Estas tum-
bas en los picos altos fueron
posiblemente el foco espiri-
tual así como espacial de la
comunidad.
Figura 13. Un área de viviendas
y estructuras pequeñas
(¿almacenes?) en terrazas, con
algunos caminos o callejones,
en K’atacha (L3). Una
estructura grande en la
esquina sudeste del plano
posiblemente pudo ser un
espacio para reuniones o
ceremonias.
309 / e l i z a B e t H a r k u s H

Figura 14. Una dispersión de casas, estructuras pequeñas y tumbas en Cerro Minas Pata
(AR5)

Figura 15. Petroglifos en Llongo (S4)


Otras formas arquitectónicas son mucho más escasas en los pukaras. Existen dos
pukaras y un posible tercero, donde aparecen corrales: cercos grandes sin otros
rasgos dentro. En los otros casos, los camélidos pudieron ser guardados en varios
lugares (p. ej. terrazas vacías o espacios entre las murallas) que no podemos
identificar como corrales. Existen también algunos ejemplos de estructuras o rasgos
posiblemente ce- remoniales. Por ejemplo, son evidentes las grandes estructuras
circulares de 12 a 14
310 / l o s pukara s y e l Poder: los c o l l a s eN l a
c u e N c a ...

m de diámetro en tres pukaras cerca de Lampa que posiblemente pudieron ser


usadas para reuniones o rituales. Estas estructuras se ubican fuera del área
residencial y apa- rentemente no fueron viviendas (por ejemplo, el recinto en Apu
Pukara, L6, está fuera de las murallas defensivas). En Lamparaquen (L4) tiene muros
de 2 m altura y 1 m ancho, además de banqueta bordeando todo el muro interior.
Otro tipo de rasgo pro- bablemente ceremonial son los petroglifos: mayormente
figuras abstractas grabadas en la roca madre. En algunos casos, los petroglifos están
ubicados en un lugar central (p. ej., en Llongo S4 y a Calvario de Asillo AS1). En
otros casos, están dispersos en el área habitacional. Finalmente, los montículos
artificiales formados por agrupaciones de tumbas son lugares probablemente
ceremoniales y a veces tienen un diseño plani- ficado. En la cima del cerro Santa
Vila (P37) hay un montículo lineal con al menos dos chullpas. En Inka Pukara (PKP8)
existen diez tumbas de cistas formando un montícu- lo circular con una depresión
central. Pero en muchos otros sitios, no hay lugares o estructuras obviamente
religiosas, aparte de los cementerios. Dada esta ausencia de una arquitectura o estilo
ceremonial coherente, el patrón más claro es el abandono de las formas
ceremoniales de las épocas anteriores: monolitos, montículos cuadrados y patios
hundidos.

La visibilidad
El paisaje del altiplano circumlacustre, con sus pampas planas y cerros altos, crea
un ambiente de visibilidad excepcional. Las cimas de los pukaras proporcionan
excelen- te visibilidad del terreno circundante y aún más alejado, incluido la de
otros puka- ras. Aparentemente, la visibilidad fue importante para decidir donde se
construían,

Figura 16. La vista desde K’atacha (L3) hacia al norte, que incluye otros 4
pukaras.
311 / e l i z a B e t H a r k u s H

porque otros cerros en la zona colla con una altura en promedio similar a la de los
pukaras, no tienen siquiera la mitad de la extensión óptica (“viewshed”) de los
pukaras. Además, podemos decir que los contactos visuales entre pukaras fueron
importantes y no solo una consecuencia accidental de su ubicación en las cumbres.
Distribuciones simuladas y fortuitas de “pukaras” (hechas en la computadora
usando un SIG) tienen mucho menos contactos visuales entre ellos que los
verdaderos pukaras.
Posiblemente, estos contactos visuales pudieron ser utilizados para enviar seña-
les de un pukara a otro – un medio de comunicación especialmente útil en tiempos
de guerra. Tales señales visuales de humo o fuego son reportados para la época Inca
(Garcilaso 1966: 329 [1609: VI.7]) y en fuentes más recientes para los aymara (Ban-
delier 1910: 89; Chervin 1913: 69; La Barre 1948a: 161; H. Tschopik 1946: 548). Grupos
locales de pukaras están vinculados por múltiples líneas visuales, brindando la posi-
bilidad de que estos grupos estuvieran ligados por redes de alianza y filiación.

Estilos de cerámica
Como sugirieran hace varias décadas Luis Lumbreras y Hernán Amat (1966), los
esti- los de cerámica del período Altiplano varían a través del espacio en la cuenca
septen- trional. Este patrón es muy evidente en la distribución de estilos de
cerámica de las recolecciones de superficie en los pukaras (Figuras 17, 18). Aunque
la cerámica Collao se extiende a través de toda el área Colla, otros estilos tienen
una distribución más restringida. Se encuentra cerámica Sillustani sólo en la parte
oeste de la zona estudia- da y en mayores concentraciones cerca del actual pueblo
de Lampa. El estilo Pucarani abarca solo la parte sur de la zona estudiada, cerca de
Puno, Sillustani y la Laguna Umayo y se extiende más al sur en el área Lupaca (De
la Vega 1990). El sub-tipo Asi- llo está ubicado solo cerca del pueblo del mismo
nombre. Otros atributos cerámicos, como figuras zoomorfas o motivos pintados,
también demuestran una variación es- pacial (Arkush 2011). El mosaico de estilos
de cerámica refuerza la idea de variación dentro del área colla, dada por los estilos
de tumbas y la arquitectura. Estos patrones de variación estilística y de redes de
visibilidad, que están descritos con más detalle en otras publicaciones (Arkush
2009, 2011), sugiere que esta área estuvo dividida en varias partes durante la fase
tardía del período Altiplano, con zonas locales o sub- regionales de interacción y
filiación.

CONCLUSIONES
Los collas y la guerra
Pero, ¿qué implica esta evidencia sobre el modo de guerra de los collas?

En primer lugar, es evidente que el peligro de ataque era serio. Las cimas de los
cerros son lugares inhóspitos e inconvenientes para vivir: son fríos, ventosos, de
difícil acceso, alejados de las fuentes de agua, chacras, rutas de intercambio y de
otras comu- nidades. Así que no es sorprendente que hayan sido poco ocupados
antes o después del
312 / l o s pu ka ras y e l Poder: los c o l l a s eN l a
c u e N c a ...

Figura 17. Estilos de cerámica predominantes en los


pukaras.
313 / e l i z a B e t H a r k u s H

Figura 18. La distribución regional de estilos de cerámica en los


pukaras
314 / l o s pu ka ras y e l Poder: los c o l l a s eN l a
c u e N c a ...

período Altiplano. Esto, además del gran esfuerzo invertido en la construcción de las
murallas, señala la presión por la amenaza de ataque durante su uso en este
período. Esta amenaza no fue menor en el centro del territorio Colla así como en
sus márgenes. Tampoco fue breve, porque los pukaras fueron usados intensivamente
durante dos si- glos y varios tienen evidencia de más de un episodio de uso y
construcción. Pero es posible que la amenaza tampoco fuera constante. Por ejemplo,
la guerra es estacional en muchas culturas; hay indicaciones que fue así para los
Incas, teniendo lugar en la temporada seca, cuando los tributarios tenían tiempo
disponible luego de las tareas de cultivo y cosecha (D’Altroy 2002: 207; Rostworowski
1999: 75). Cabe anotar que la ubicación de las casas en varios pukaras de los collas las
abrigaría del viento más du- rante la temporada seca que en la temporada de lluvias;
posiblemente en estos meses los habitantes de los pukaras se dispersaban a otros
sitios. Pero todavía falta evidencia para evaluar esta posibilidad.
Segundo, las defensas de los pukaras implican un modo de guerra que consistió
en feroces ataques quizás no muy prolongados. En las consideraciones de defensa,
siem- pre hay que recordar que las fortificaciones están diseñadas para resistir la
escala de un ataque esperado en su contexto social, pero nada más (Arkush y
Stanish 2005). Las murallas monumentales de los pukaras grandes son evidencia de
la amenaza de fuer- tes ataques de muchos guerreros. Pero la ausencia de fuentes
permanentes del agua dentro de las murallas en múltiples pukaras sugiere que los
collas no prepararon ni consideraron probables asedios prolongados. Además, sus
vínculos visuales con otros pukaras facilitarían el pedido de ayuda a sus aliados, lo
cual haría mucho más difícil un ataque muy prolongado por parte de los agresores.
Finalmente, dado que el patrón de asentamiento en pukaras es un fenómeno de
la segunda mitad del período Intermedio Tardío, generalmente después de 1300
d.C., es obvio que estos sitios –y la guerra que esto implica– no resultaron
directamente del colapso de Tiwanaku (Arkush 2008). Es cierto que la ausencia del
gran estado permitió el surgimiento de la guerra endémica en la cuenca del
Titicaca, pero debemos buscar en otros motivos sus causas inmediatas. Las graves
sequías de la época (Thompson 1985) son causas probables de conflicto sobre
terrenos, cosechas o ganado; y otros factores sociales posiblemente favorecieron la
guerra y evitaron el resolver fácilmen- te conflictos (Arkush 2008).

La sociedad de los collas


La implicancia de la gran densidad de asentamientos defensivos en la región
colla, incluso en su zona central, indica que esta región no estuvo protegida ni
unificada políticamente. Este paisaje, en el cual la población fue llevada a vivir en
altas colinas rodeadas de murallas, muestra un contraste obvio con los patrones de
asentamiento de estados o cacicazgos centralizados, que tienen muy pocos
fortificaciones a excep- ción de sus fronteras. Sin embargo, tampoco fue un
ambiente completamente frag- mentado de aldeas opuestas a cada uno de sus
vecinos. Los contactos visuales entre grupos de pukaras, grupos que normalmente
compartieron estilos de cerámica y de tumbas, implican un sistema social de redes
cooperativas de asentamientos defensi-
315 / e l i z a B e t H a r k u s H

vos controlando áreas locales. Puesto que un grupo de pukaras normalmente


incluye sitios mayores y menores, podemos proponer relaciones jerárquicas dentro
del gru- po, aunque no podemos identificar un rango claramente elitista de la
sociedad en este momento. Este escenario de división en esferas locales o
subregionales tiene sustento en la evidencia de variación espacial de estilos
cerámicos y mortuorios.

Hay un contraste interesante entre la visión de fragmentación dada por la ar-


queología y la impresión de un reino inmenso y centralizado de los collas,
aseverado por las crónicas. Es posible que los grupos dentro del área colla se
unieran a veces en federaciones más grandes. Hay evidencia de unas redes de
intercambio muy exten- sivas; por ejemplo, la obsidiana se encuentra a través de
la zona estudiada e implica procesos de interacción que vincularon el área entera.
Sin embargo, es claro que no fue un territorio unificado ni homogéneo y que
grandes confederaciones, de haber existido, fueron bastante débiles ya que el
patrón de asentamiento defensivo siguió hasta al fin de la época. Como algunas
otras sociedades de los Andes Surcentrales (Covey 2008; Bauer y Kellett e. p.; Frye y
De la Vega 1990), los collas en el período Alti- plano fueron menos centralizados en
realidad que en las memorias y relatos descritos en las crónicas dos siglos después.

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1
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Patrón funerario de los
períodos Altiplano e Inca en el
valle de Ollachea, Carabaya -
Puno
n a n Cy r o Mán b u s Tinzai y silvia ro Mán
Cruzi i
Entre los años 2006 y 2010, como parte del estudio de impacto ambiental y la cons-
trucción del tramo 4 de la carretera Interoceánica (Macusani – Puente Inambari), se
llevaron a cabo trabajos de arqueología en cinco modalidades: Reconocimiento
Siste- mático y Prospecciones (Peréa 2007); Diagnosis de Chichacori y el abrigo
Funerario 1 (ASE 2008), Excavaciones restringidas con fines de Delimitación
(Mercado 2010), un Plan de Monitoreo (Román Bustinza 2010) y el procesamiento
de datos en gabinete (Román Cruz 2010).
Como producto de este trabajo se ha logrado registrar seis sitios arqueológicos co-
lindantes y/o adyacentes en todo el corredor vial. Actualmente en la etapa de
construc- ción de dicha carretera se ha recuperado material cultural en hallazgos
fortuitos, los cuales también formaron parte del estudio de los patrones funerarios.
Dichas eviden- cias arqueológicas resultan novedosas para el conocimiento de la
arqueología de esta zona del departamento de Puno, por estar fuera de la misma
cuenca del Lago Titicaca.
El valle de Ollachea, ubicado en la provincia de Carabaya, se encuentra en la
cuenca del río Macusani, que forma parte de la cuenca del Inambari. Este valle
registra una geografía accidentada y agreste, por ubicarse en el paso de las altas
mesetas altiplánicas de Macusani (Oquepuño, Nevado Allin Cápac) y la entrada al
llano amazónico o ceja de selva de Puno (San Gabán, Puerto Manoa, Challhuamayo,
Tantamayo, Cuesta Blanca, Carmen, Lechemayo, Loromayo, Inambari y la Reserva
Natural de Bahuaja Sonene).
Los estudios de investigación arqueológica realizados para esta zona son aún es-
casos, destacando sólo algunas visitas rápidas a los asentamientos arqueológicos de
Carabaya (Flores y Cáceda 2004; Flores et al. e.p.), puntualmente en el valle de Olla-

i Arqueóloga de INTERSUR CONCESIONES S.A.


romanbustinza@yahoo.es ii Arqueóloga de INTERSUR CONCESIONES S.A.
sirc23@hotmail.com
322 / P a t r ó N FuNerario de los Períodos altiPlaNo e i Nca ...

chea (Coben y Stanish 2005), logrando registrar las chullpas de Chichacori, el sitio de
Illingaya y reportar parte del camino Inca que recorre de forma paralela (margen
izquierda del río Macusani) un segmento de la actual carretera. Por otro lado,
Hostnig (2004) ha estudiado el arte rupestre de toda la región de Carabaya y
particularmente para esta zona destaca su libro Los petroglifos de Boca Chaquimayo –
San Gabán, donde desarrolla un estudio de la iconografía representada en seis
bloques de piedra, re- saltando la profusión de motivos abstractos y figurativo
animal (el lagarto en sus diferentes formas y posiciones), seres humanos, entre
otros y su entorno paisajístico (Hostnig 2008).
La riqueza y patrimonio cultural que se ha preservado a lo largo del valle
Ollachea es diverso e importante, predominan elementos de los períodos tardíos
(Altiplano e Inca) con sus patrones y prácticas funerarias, así como restos de la
actividad agrícola intensiva evidenciada en los sistemas de andenes hallados en el
recorrido de este valle y sitios arqueológicos significativos como Chichacori,
Soccostacca, Yllingaya y Sarapía (Coben y Stanish 2005; Flores et al. e.p.).
La presencia de evidencias culturales, dentro del corredor vial, proviene
mayor- mente de las partes altas de los cerros que caracteriza a la zona. La
mayoría de las manifestaciones que trataremos en este capítulo son entierros en
abrigos rocosos especialmente en la margen izquierda del río y quebrada de
Ollachea. Hay que tener en cuenta que es muy posible que las intensas lluvias,
comunes en la zona, arras- traran evidencias a las partes bajas a través de los
deslizamientos de taludes de sus riberas, por lo cual es posible que muchos
hallazgos sean de origen y/o contextos disturbados. Otro problema son las
intervenciones de exhumaciones modernas co- nocidas como huaqueos. Por lo
expuesto, es difícil encontrar evidencias con una es- tratigrafía definida o
asociadas a bienes muebles. Sin embargo, las pocas evidencias recuperadas que
aquí expondremos, nos han servido para conocer cómo fueron las prácticas
funerarias y a qué unidad cultural podríamos vincularlas, en una región
prácticamente desconocida para la arqueología, pero que guarda una cultura mile-
naria (Hostnig 2010).

LOS PATRONES FUNERARIOS


Las estructuras funerarias y el material asociado son las evidencias que nos
ayudan a reforzar nuestras hipótesis y responder a cuestionamientos de cómo fue
el patrón funerario, y a partir de éste, sugerir el modo de vida de estos pueblos y
su estructura social a lo largo del valle de Ollachea y aledaños.
A lo largo del valle de Ollachea se han identificado entierros en las partes altas
del valle, predominando los abrigos funerarios. Si bien esta geografía no concibe el
concepto de cementerio como un terreno extenso y llano, en el valle de Ollachea el
comportamiento y rasgos de los entierros se están dando en forma de
agrupamientos en abrigos funerarios, en su mayor parte debido al tipo de relieve
geográfico acci- dentado. Nuestros patrones funerarios están basados en los
registros de los entierros
323 / N a N c y r o M á N y silvia roMáN

hallados en diferentes puntos y tipos de contextos dentro del corredor vial. Así, se
han logrado identificar tres formas de entierro en puntos altos y bajos del valle: 1)
Chullpas, 2) Abrigos funerarios sin arquitectura y 3) Abrigos funerarios con arquitectura (ver
Figura 1 y Tabla 1).
Tabla 1. Tipología de contextos funerarios
TIPO 1 TIPO 2 TIPO 3
CHuLLPAs ABRIgO FUNERARIO ABRIgO FUNERARIO
SIN CON
ARQUITECTURA ARQUITECTURA
Chichacori: Chullpas 1, 2 y 3 HF001 HF003
HF008 HF002 (Abrigos 1 y 2) HF006
Moyoqpampa Chichacori: Sector alto
HF005 Moyoqpampa
Sarapía

Figura 1.
324 / P a t r ó N FuNerario de los Períodos altiPlaNo e i Nca ...

TIPO 1 - CHuLLPAs
Como bien señala Francisco Gil-García (2002: 2): “[...] En el fenómeno chullpario con-
vergerán entonces cuestiones de etnicidad, identidad, modelos de organización sociopolítica,
formaciones económicas, pautas de territorialidad, ideología funeraria y/o percepción de las
coordenadas espacio-tiempo, aspectos combinados de uno u otro modo con la intención de dar
respuesta a sus tres dimensiones social, territorial e ideológica… No perdamos de vista que la
arquitectura monumental constituye la mayoría de las veces el único registro arqueológico (en
cualquier caso, el menos alterado) desde el cual interpretar el fenómeno chullpario”.
Teniendo en cuenta estos preceptos para el mundo funerario del período Altipla-
no e Inca de la región puneña, a continuación describimos sintéticamente los sitios
chullparios hallados en nuestros trabajos:

Sitio Chichacori
Dentro de éste marco, en el sitio Chichacori, valle de Ollachea, se han
identificado chullpas del período Altiplano (Colla) en el sitio llamado Chichacori, y
cuya caracte- rística principal es que son de tipo monumental. El sitio arqueológico
de Chichacori presenta 3 sectores (alto, bajo y medio).
Se han registrado tres chullpas. La Chullpa 1 y Chullpa 2 son las que preservan
toda su estructura arquitectónica (Figura 2). La Chullpa 3 sólo registra la base o
cimenta-

Figura 2. Vista panorámica de las Chullpas 1 y 2 ubicadas en el Sector


medio del sitio arqueológico de Chichacori.
325 / N a N c y r o M á N y silvia roMáN

ción arquitectónica. Estas estructuras funerarias se encuentran individualmente


ubi- cadas sobre un afloramiento rocoso orientadas al este (el acceso está ubicado
hacia la salida del sol). Sin embargo, en la zona alta de Chichacori también se han
registrado abrigos funerarios con arquitectura y entierros aislados. A continuación
la descrip- ción de cada uno de los elementos:
Chullpa 1: Es una estructura arquitectónica cuadrangular elaborada con piedra
canteada unida con argamasa de barro. Tiene 1.50 m de altura y 0.30 m
adicional de techo que cubre la chullpa. El techo, elaborado con lajas de piedra
pizarra, pre- senta cuatro lados (Figura 3).
Chullpa 2: Al igual que la Chullpa 1 registra las mismas características
arquitectóni- cas, con la única diferencia que en su interior se hallaron restos
óseos. Al interior hay una fuerte presencia de humedad que viene dañando la
estructura (Figura 4).
Chullpa 3: Sólo se ha registrado la base cuadrangular y restos de la estructura
ar- quitectónica (Figura 5).

Figura 3. Chullpa 1, vista frontal, nótese la Figura 4. Chullpa 2, vista frontal. Nótese la
ubicación sobre promontorio rocoso ubicación sobre un promontorio
y detalle del techo. rocoso.

Figura 5. Chullpa 3, base


cuadrangular y parte
de la estructura,
chullpa incompleta.
326 / P a t r ó N FuNerario de los Períodos altiPlaNo e i Nca ...

Hallazgo fortuito 08 (HF-08)


Se ubica en una curva pronunciada, en el sector bajo del sitio arqueológico de Chi-
chacori. Este hallazgo corresponde a la base o cimentación de una posible chullpa
destruida por la antigua trocha carrozable. Conformada por lajas de piedra pizarra
que pudieron funcionar como parte de la estructura de la chullpa (techo), o sello de
un entierro o contexto funerario. Lamentablemente el contexto disturbado no
permite recuperar la estratigrafía cultural o una secuencia cronológica definida.
Sin embar- go, gracias a los materiales recuperados como la cerámica diagnóstica
(13 bordes, 8 bases, 23 asas, 8 cuerpos de estilos tardíos entre ellos un fragmento
de estilo Inca Sillustani) podemos definir este entierro como una ocupación de los
períodos Alti- plano e Inca. También se ha logrado recuperar material óseo
humano fragmentado en pésimo estado de conservación; restos de dientes de
camélidos y material lítico (artefactos incompletos) (Figuras 6–9).

Figura 6. Artefactos líticos incompletos.

Figura 7. Lajas y parte de base estructural de una


chullpa, nótese la estratigrafía disturbada.
327 / N a N c y r o M á N y silvia roMáN

Figura 8. Diversos restos de material óseo


humano, algunos registran quema.

Figura 9. Restos de dientes de camélidos.

TIPO 2 - ABRIgOS FUNERARIOS SIN ARQUITECTURA


De manera global, conformado por abrigos todos relacionados entre sí, formando
así una sola unidad o contexto y por ello los denominamos: Contextos funerarios
en abri- gos rocosos.
Sitio HF-01
Se ubica en lo alto de una roca, en las coordenadas referenciales 347169 E y
8474028 N, distrito de Ollachea. Se ha registrado material cerámico de estilo Inca
Imperial, frag- mentos de un aríbalo incompleto, un plato incompleto y un cuenco
con asa incom- pleta (Figuras 10 y 11). Todo esto en un contexto totalmente
disturbado (huaqueado), pero queda claro que proviene del abrigo rocoso –
funerario.
328 / P a t r ó N FuNerario de los Períodos altiPlaNo e
i Nca ...

Figura 10. Aríbalo y plato incompleto de estilo Inca Imperial.


El aríbalo tiene un cuello antropomorfo.

Figura 11. Material cerámico asociado al Abrigo Funerario HF-01.

Sitio HF-02 (Abrigo Funerario 1 y 2)


Los abrigos funerarios están ubicados a 15 m y 10 m aproximadamente del corte de
talud. Sus coordenadas referenciales son 338506 E y 8469462 N, y se encuentran en
la jurisdicción del distrito de Ollachea.
Se hallan sobre la cima de un cerro, de terreno muy inclinado y presencia de blo-
ques de roca como parte de su entorno; se registra vegetación silvestre propia del
lugar. Los abrigos funerarios 1 y 2 presentan adyacentes muros de contención de
mamposte- ría ordinaria (Figura 12). No se ha registrado material cerámico en
superficie.
329 / N a N c y r o M á N y silvia roMáN

Figura 12. Abrigos Funerario 1 y 2 ubicados sobre la ladera de un cerro.

Sitio Moyoqpampa: Abrigos simples


El sitio arqueológico de Moyoqpampa se ubica a unos 20 m de distancia de la
carrete- ra Ollachea – San Gabán, en la margen izquierda del río Ollachea. Está
constituida por una serie de andenes que están distribuidos de acuerdo al relieve
de la topografía del terreno. Dentro de este sitio arqueológico se han identificado
abrigos, cuyas partes internas fueron usadas, con y sin estructuras arquitectónicas
adosadas, para albergar contextos funerarios. El material óseo se halla disperso y
descontextualizado y en general, bloques de roca cubren los entierros múltiples
(Figura 13).

Figura 13. Abrigos funerarios con restos de


material óseo disperso.
Sitio HF-05
Se ubica en la parte media del valle de Ollachea, sobre lo alto de una roca. Sus
coorde- nadas referenciales son 348478 E y 8479434 N. En este sitio se registró gran
cantidad de material óseo en superficie: 6 cráneos mayores y menores, 12
maxilares inferiores con dientes y sin dientes, rótulas, huesos largos como tibias,
peroné, costillas; huesos cortos como vértebras, tarsos, carpios, dientes sueltos,
restos de huesos quemados (Figura 14). Todo esto en un contexto totalmente
disturbado (huaqueado) con una fuerte presencia de desechos vegetales silvestres.
330 / P a t r ó N FuNerario de los Períodos altiPlaNo e
i Nca ...

Figura 14. Entierro múltiple disturbado hallado en la parte alta del cerro rocoso.

TIPO 3 - ABRIgOS FUNERARIOS CON ARQUITECTURA


Sitio HF–003
Se encuentra a 40 m hacia el oeste de los abrigos 1 y 2, en una zona de difícil
acceso (Figura 15). Está conformado por dos pequeños recintos de forma
cuadrangular, edi- ficados con piedras y unidos con argamasa de barro adosado a la
roca sin enlucido y debajo de un gran bloque de piedras. En el recinto 1 se ha
encontrado entierros múl- tiples, cuyo contexto se encuentra totalmente
disturbado, hallándose tres cráneos, costillas diversas, huesos largos y un sólo
individuo completo en posición fetal ama- rrado con una cuerda vegetal (Figuras
16 y 17). El recinto 2 presenta también entie- rros, pero a diferencia del recinto 1,
el recinto 2 se encuentra cubierto por elementos líticos desprendidos del muro y
que no fueron excavados (Figura 18).

Figura 15. Ubicación del Abrigo Funerario HF- Figura 16. Entierro múltiple disturbado. Recinto
03 1

Sitio HF–06
Está conformado por una estructura cuadrangular edificada debajo de un abrigo ro-
coso. Sus coordenadas referenciales son 337641 E y 8469130 N. Dicho contexto se trata
de un recinto funerario del período Altiplano asociado al estilo cerámico Collao. Se
ha registrado un entierro totalmente disturbado con restos de quema actual. En el
pro- ceso de excavación se han logrado recuperar diversos materiales culturales,
siendo el
331 / N a N c y r o M á N y silvia roMáN

Figura 17. Individuo en posición fetal Figura 18. Recinto 2 en proceso de


entrelazado con una cuerda de colapsamiento.
material vegetal.

más representativo el material textil manufacturado con hilos de pelo de camélidos


en variados colores, hilos de algodón y cabello humano. Estos hallazgos son muy
impor- tantes debido al regular estado de conservación, a pesar de estar en un
ambiente o área de constantes lluvias. Existe una variedad de fragmentos de material
textil en colores verde, azul, rojo y blanco, entre otros. Asociado en un solo contexto
se ha recuperado partes de cuerpo humano, especialmente miembros superiores e
inferiores, todos des- articulados, además de un sacro y cráneo de una posible
adolescente de sexo femenino1. También se ha logrado recuperar un par de sandalias,
elaborados en cuero de camélido y cuerdas de cabello humano color marrón oscuro
que formaron parte del calzado, un artefacto de uso textil para torcer el hilo,
segmentos de cuerdas de cuero de animal con orificios y cuerdas de material vegetal,
un fragmento de cerámica y restos de ave, todo entremezclado en contexto
disturbado (Figuras 19 y 20).

Chichacori-Sector Alto
El sector alto o sector funerario del sitio de Chichacori fue denominado así por la
pre- sencia de abrigos rocosos con estructuras arquitectónicas adosadas a la roca y
restos de material óseo (disturbado). Algunas de ellas preservan, aún, la entrada o
acceso de 0,50 m a 0,30 m aprox. El estado de conservación de estas estructuras es
pésimo, las intensas lluvias y deslizamientos de rocas vienen colapsando
gradualmente a las estructuras. Además se registran muros de contención, algunos
de los cuales parecen ser de uso agrícola. En conjunto se evidencia todo un
asentamiento complejo que habría albergado una regular población.
Moyoqpampa
En este sitio, además de los abrigos simples ya descritos anteriormente se han
encon- trado estructuras funerarias adosadas a abrigos rocosos elaborados con
argamasa de

1 La propuesta del sexo femenino es debido a las evidencias registradas como las manos finas,
alargadas y delgadas, además del sacro y restos de la cervical.
332 / P a t r ó N FuNerario de los Períodos altiPlaNo e
i Nca ...

Figura 19. Material asociado al entierro encontrado dentro de un abrigo


rocoso.

Figura 20. Estructura funeraria y la ubicación del entierro.

barro, piedra semi-canteada y piedras anchas de canto rodado. Dichas estructuras


funerarias se hallan algunas en la parte baja y media del sitio. La construcción de la
arquitectura no registra complejidad en su elaboración (de 1 a 2 estructuras
edifica- das debajo de cada abrigo). Lamentablemente los restos óseos se hallan
disturbados y dispersos.
333 / N a N c y r o M á N y silvia roMáN

Figura 21. Contextos funerarios con estructura arquitectónica adosada a la


roca.

Figura 22. Abrigos funerarios con arquitectura.


Moyoqpampa - sector alto.

Sitio Sarapía
Se ubica en el distrito de Ollachea, a 30 m de distancia respecto a la carretera, al
ex- tremo oeste y en la margen izquierda del río Ollachea.
En Sarapía se ha identificado tres sectores: 1) El Sector agrícola, que comprende
un conjunto de andenes, de 0,8 a 0,5 m de ancho por 1 a 1,2 m de alto, distribuidos
de manera secuencial, y emplazados en la topografía compleja de la zona. Además
se registran plataformas circulares en el lado noroeste, con bases de muros de
recintos colapsados. Asimismo, en la parte alta del sitio se encuentra un panel de
pintura ru- pestre denominado Llamaqaqa, registrado y publicado por Hostnig
(2008: 28). Las di- mensiones aproximadas del panel son 5 m de largo por 2.5 m de
altura, con escenas de pastoreo, con un promedio de 64 llamas estilizadas
representadas; 2) Sector Pitumarca ubicado al suroeste de la plaza principal,
evidencia una planificación residencial con recintos rectangulares. Emplazados
sobre amplias terrazas escalonadas, se registran bases de recintos circulares y
semicirculares controlados por una muralla que tiene dos accesos a este sector, y a
la vez, restringida por una zanja de 1,8 m de profundidad protegido por paredes
laterales y que tiene un puente conservado (extremo derecho de la muralla) y el 3)
Sector funerario ubicado al noreste de la plaza principal. Sus
334 / P a t r ó N FuNerario de los Períodos altiPlaNo e
i Nca ...

características principales registradas corresponden a cámaras funerarias adosadas


a abrigos rocosos con restos de enlucido y pintura en colores rojo y amarillo, que
miden 1,2 por 0,7 m aprox.
Estas estructuras arquitectónicas están elaboradas con argamasa de barro y pie-
dra semi-canteada con aplicaciones plásticas en bajo relieve (enlucido). Este
recinto funerario presenta restos óseos de individuos que se encuentran fuera de
sus contex- tos originales (Figura 23); intervenciones antrópicas han destruido
gran parte de su arquitectura.

Figura 23. Abrigos funerarios con arquitectura, recintos adosados a la roca de base
cuadrangular, edificados con argamasa de barro y piedra, enlucido y relucido con pintura roja.
Una de ellas presenta bajo relieve.
335 / N a N c y r o M á N y silvia roMáN

CONSIdERACIONES FINALES
Este registro y breve análisis nos han permitido conocer los patrones y prácticas
fune- rarias de este grupo humano y con ello conocer un poco más a la población
que habitó en este lado del valle de Ollachea. Al parecer, estos grupos humanos
estaban diferen- ciándose en sus propias prácticas sociales, la que repercutió en los
tipos de estructura funeraria que ocupaban. Este planteamiento se genera a partir
de los materiales aso- ciados en cada Hallazgo Fortuito (HF), o contexto funerario,
en cada uno de sus tres ti- pos: chullpas, abrigos funerarios sin arquitectura y abrigos
funerarios con arquitectura. Estos tres tipos de entierros se hallan en las partes altas y
media del valle Ollachea.
Este argumento se ve reforzado por dentro de los tipos funerarios existieron dis-
tintos contenidos. Por ejemplo, en los abrigos con arquitectura, tenemos el caso
del sitio HF-06 que es totalmente diferente al entierro múltiple del HF-03 y los
demás entierros registrados. Estos no sólo difieren en la ubicación, sino en la forma
y el con- tenido propio del personaje o personajes que se enterraron. En el proceso
del registro y análisis se puede concluir que el material cultural hallado en HF-06
corresponde a una adolescente de sexo femenino y de otro posible personaje
también femenino; quizás perteneciente a un grupo de elite. Lo anterior se
desprende por la cantidad y diversidad de la evidencia textil asociada, mantas,
fragmentos de tejidos de colores en diversas técnicas como tejido llano, tapiz,
cuerdas, sandalias de cuero con cuerdas. Es casi imposible demostrar que ha sido
asignada para alguna actividad ritual u ofren- da, ya que sólo se ha recuperado
partes de su cuerpo en contexto disturbado. Todos estos rasgos hacen diferente al
entierro del HF-03 y con ello hace notar su diferencia- ción social entre toda la
muestra analizada.
Los otros entierros hallados en contextos también disturbados, en las partes al-
tas han sido múltiples y no registraron otros tipos de material cultural asociado. Es
posible que estos individuos correspondían a otro grupo social que estarían siendo
enterrados a través de grupos de familias y los entierros en abrigo funerario
estarían funcionando como cámaras familiares y con ello las evidencias del HF-08,
a pesar de una estratigrafía disturbada, nos ha permitido recuperar material como
restos de carbón, cerámica fragmentada, artefactos líticos, dientes de camélidos y
restos óseos humanos, los cuales son indicadores para plantear que el grupo que
ocupaba Chicha- cori también convivía con sus muertos.
Una posible explicación de esta distribución de los entierros está basada en tres
tipos de actividad mortuoria, el grupo de elite o cierto grupo reducido viene siendo
enterrado en las chullpas más elaboradas, los de mediana jerarquía o con algún tipo
de actividad especializada se estarían enterrando en los abrigos funerarios con es-
tructuras arquitectónicas y el grueso de la población se enterrarían en los abrigos
funerarios sin estructura arquitectónica como parte de entierros múltiples.
Los utensilios o restos de cerámica diagnóstica (Altiplano e Inca) nos ayudan a
re- forzar la idea que en esta zona de Ollachea existía una ocupación permanente,
porque la variedad de cerámica que se ha registrado es de carácter doméstica, a
excepción de la escasa cerámica Inca Imperial. Con respecto a esta presencia de
objetos inca es significativo también resaltar la existencia del segmento de camino
prehispánico que
336 / P a t r ó N FuNerario de los Períodos altiPlaNo e
i Nca ...

recorre de forma paralela en la margen izquierda del río Macusani. Ambos


elementos (objetos y camino inca), estaría reforzando la propuesta que en un
primer momento planteaban Coben y Stanish (2005: 243-266): “existieron restos Incas
cerca a Ollachea y que el valle superior y medio del río San Gabán era una de las rutas usadas
por los Incas para llegar a las minas de oro de Carabaya”, algo también señalado por
Flores y Cáceda (e.p.). Sin embargo, sí existió tal importancia del oro para una
presencia Inca en la zona, al parecer esta fue exclusivamente para exportación,
pues, hasta el momento no se ha registrado este material en algún contexto de la
zona estudiada. Quizás futuras exca- vaciones en contextos cerrados ayuden a
demostrar y reforzar esta hipótesis.
Finalmente, los índices porcentuales representados en nuestra tabla de
evidencias materiales culturales (Tabla 2) nos indican que existe una
predominancia del tipo óseo, lo cual nos permite extrapolar que existieron una
considerable cantidad de ha- bitantes en el valle de Ollachea y los tipos aquí
considerados, dentro de la tradición funeraria, estaba muy relacionado con los
estamentos sociales.
MATERIA MATERIA MATERIA MATERIA MATERIA MATERIA
Tabla 2. Resumen porcentual de los materiales recuperados OTROS
L óSEO L L L L L
CERáMIC LíTICO BOTáNIC TExTIL ORgáNIC
O O O

62 9 2 5 24 5 8
53,91% 7,83% 1,74% 4,35% 20,87% 4,35% 6,96%
100%
Nota. Las cantidades representan a las unidades de bolsas por cada tipo de material
cultural recuperado. En caso de los textiles se contabilizó como una unidad.

Agradecimientos
Las autoras desean agradecer a los editores por la invitación a esta publicación, en
especial a Luis Flores por su colaboración en la elaboración del plano de ubicación,
edición de las figuras y revisión del texto. A la empresa Intersur Concesiones S.A.,
por permitirnos usar la información para estos fines y por las facilidades que
siempre brindaron a lo largo del trabajo, sin los cuales no hubiéramos logrado
investigar entre sus diferentes proyectos de evaluación. Finalmente gracias a
Rainer Hostnig por pro- porcionarnos la base de datos referenciales de la provincia
de Carabaya, Puno.

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Titicaca*
C H a r l e s s Ta n i s Hi

Los pueblos quechuas que vivían en la región de Cusco construyeron un poderoso


estado conquistador que se extendió por un enorme área en un plazo de tiempo re-
lativamente corto. A través de los siglos, la naturaleza del Estado Inca se ha
definido y redefinido, con interpretaciones que van desde un estado totalitario a
un imperio benévolo “socialista” (Arze 1941; Baudin 1928). En una línea similar, los
escritores del siglo XX interpretaron lo inca más como un gran estado
redistribuidor, en el que in- cluso los ciudadanos más pobres fueron protegidos de
la enfermedad y la necesidad.

Dejando a un lado tales ilusiones románticas, está claro que el principal meca-
nismo de expansión Inca fue la conquista militar. Al igual que casi todos los demás
estados imperiales en la historia, el motivo de la expansión Inca fue la conquista te-
rritorial, la apropiación de los recursos de otros pueblos, y la neutralización de los
po- tenciales enemigos. Una concepción de los Incas como un estado benigno que
busca el bienestar de los comuneros no soporta ninguna comprobación científica.

La conquista de nuevos territorios fue precedida, a menudo, por intensas nego-


ciaciones e intrigas políticas. Después que un territorio fuera conquistado, el Inca
instituía por lo general, una serie de estrategias clásicas de incorporación, que in-
cluían la creación o rehabilitación de la red vial, la construcción de estaciones de
paso o tambos (tampu), el reasentamiento de los colonos (mitimaes), y la opción de
la co- autoridad política local. Edificios e instalaciones fueron construidas mediante
el impuesto sobre el trabajo, basado generalmente en el sistema decimal (Julien
1982). Un punto en el que la mayoría de los andinistas están de acuerdo es que la
extracción de la riqueza en el Estado incaico se basaba en un impuesto sobre el
trabajo y no en el tributo en especies, de la misma manera como lo hicieron los
aztecas y otros imperios

* Texto original titulado “Conquest from Outside. The Inca Occupation of the Titicaca Ba-
sin”, tomado del capítulo 19 del libro Ancient Titicaca. The evolution of complex in southern
Peru and northern Bolivia de Stanish (2003). Traducción al castellano de Luis Flores Blanco y
Henry Tantaléan. Revisado por Charles Stanish.
i Departamento de Antropología. University of California, Los Angeles. stanish@ucla.edu
340 / l a ocuPacióN iNca eN l a c u e N c a d e l titicaca

tempranos en diferentes partes del mundo (Julien 1988: 261-264; La Lone 1982: 294;
Murra 1982: 245, 1985b: 15; Stanish 1997). Esta distinción es sutil, pero importante.
Murra repite una declaración ofrecida muchas veces en los documentos que “los cu-
racas no recibieron ningún tipo de tributo salvo el respeto y el funcionamiento de sus campos”
(Murra 1980: 92). De hecho, los productos fueron recolectados por el Estado, pero,
en lugar de utilizar un sistema de tributo en especies, donde se deja la economía
política local intacta y se impone una obligación tributaria, el Estado expropió
tierras para el Inca y utilizó el trabajo forzado para trabajar la tierra.
La ideología sirvió de gran ayuda para los fines políticos en el Estado incaico. Un
objetivo principal de la ideología imperial fue definir las relaciones económicas
entre la alta nobleza, la nobleza menor, y los comuneros, como es dado en los
términos tradicionales de los Andes (La Lone 1982: 296). Los principales medios
para promover el ideal de la generosidad de elite fueron el patrocinio de fiestas o
la distribución de ciertos productos a los tributarios cuando realmente cumplían
sus obligaciones labo- rales. En estas operaciones de redistribución, la cerveza de
maíz (chicha), los textiles, y posiblemente otros productos básicos se
redistribuyeron (Hastorf y Johannessen 1993; Morris 1971, 1982). Otro de los
objetivos principales de la ideología Inca fue pre- sentar a la elite como
gobernantes legítimos del Tawantinsuyu. Los mitos sobre los orígenes del estado
Inca representan un excelente ejemplo de esta estrategia (Bauer 1992a, 1992b;
Urton 1990).
En suma, la economía política Inca se basó principalmente en la manipulación y
transformación de los mecanismos tradicionales de la política y economía de la so-
ciedad andina. La reciprocidad y la redistribución se transformaron en una
economía imperial de extracción política legitimada por el uso del mito y la
ideología. La admi- nistración de las relaciones comerciales fue cooptada por el
Inca y reelaborada en un enorme sistema de producción y transporte de bienes. El
resultado fue un enorme y complejo sistema de extracción de recursos, sin
paralelo en la historia andina.

CRONOLOgíA ABSOLUTA
Las fechas de la expansión Inca han quedado bien establecidas por la
investigación histórica y arqueológica. En general, el primer control real de la
cuenca del Titicaca (Mapa 1) por el Estado Inca data de alrededor del año 1450–
1475, lo cual ha sido corro- borados por fechados de carbono-14 que han sido
realizadas en muestras de tiempos incaicos.1
La cuenca del Titicaca en el siglo XV fue el hogar de varios señoríos aymaras
pode- rosos e independientes, que bruscamente pierden su independencia con la
conquista de la región del Tawantinsuyu. Uno de los relatos más detallados de la
conquista Inca del Collasuyo se puede encontrar en las crónicas de Bernabé Cobo y
Pedro Cieza de León. Aunque los detalles varían, los relatos proporcionan un
esquema básico de los

1 Terence D’Altroy y Brian Bauer (comunicación personal de Bauer 1998) reportan que
muestras de carbono-14 sugieren incluso una fecha anterior, hacia el año 1420 d.C.
341 / c H a r l e s s t a N i s H

mapa 1. Selección de sitios Inca mencionados en el artículo.


acontecimientos que llevaron a la conquista. Por supuesto, no queda claro cuánta
de la información contenida en los documentos representa una historia mítica,
como parte de la propaganda imperial Inca, y cuánta representa hechos reales.
Como ha demostrado Urton (1990), las historias según lo registrado por los
cronistas españo- les se vieron influidas radicalmente por consideraciones políticas
e ideológicas con- temporáneas. Es desde esta perspectiva que debemos retornar a
las historias orales documentadas de la conquista española de la cuenca del
Titicaca, según lo informado por los primeros historiadores españoles.

Los Colla y Lupaqa libraron una gran batalla en las llanuras de Paucarcolla. El
Cari, o rey de los Lupaqa, se decía que había ganado esta batalla, y volvió a
Chucuito y ne- goció la paz con Viracocha Inca.2 Según una interpretación,
Viracocha Inca en reali- dad perdió en su tentativa por controlar la región sur del
Titicaca de la zona colla. Sin embargo, aunque puede haber alguna duda en cuanto
a sí Viracocha Inca estableció un fuerte control sobre la región, las crónicas dejan
pocas dudas de que Pachacuti introdujo firmemente a la cuenca del Titicaca en la
órbita del Inca. Obligado a luchar

2 El término Cari se refiere tanto al título como al nombre del gobernador Colla.
342 / l a ocuPacióN iNca eN l a c u e Nc a d e l titicaca

contra los colla de nuevo cerca de Ayaviri, el Inca los venció y selló la paz con los
Lupaqa. Posteriormente, los restantes Colla se retiraron a Pucará, el Inca destruyó la
ciudad de Ayaviri y asesinó a una gran cantidad de personas. Los Incas se
encontraron nuevamente con los colla, y éstos fueron derrotados por segunda vez.

Cobo relata que los Lupaqa luego concretaron una alianza con el Inca: “El cacique
de la nación de los indios Lupaca, quien residía en Chucuito, era tan poderoso como el cacique
de Collao, pero aquel tuvo consejos más razonados, porque recibió al Inca en paz y se volvió
sobre su estado para él. Así, el Inca le honró mucho y con el fin de mostrarse más a su favor, se
quedó en Chucuito por unos días” (Cobo 1983 [1653]: 140).

Según Cobo, a otras organizaciones políticas en la cuenca del Titicaca no les fue
tan bien como a los Lupaqa. Se dice que Pachacuti habría conquistado la región de
Pacajes, Paucarcolla, Omasuyu, Azángaro, y las islas del Sol y la Luna. Fue durante
esta campaña que se reporta que Pachacuti habría visto las ruinas de la antigua
ciudad de Tiwanaku, en lo que parece haber sido una marcha triunfal alrededor del
lago.

Las crónicas también indican que el Estado Inca en el Collao estuvo plagado de
rebeliones de los pueblos conquistados. Cieza se refiere a una gran rebelión que
tuvo que ser sofocada por el sucesor de Pachacuti: Topa Inca. Suponiendo la
exactitud de la cronología tradicional, este evento habría ocurrido alrededor de
1471, cerca del final del reinado de Pachacuti (Hyslop 1976: 141). La rebelión fue al
parecer muy sangrienta, con muchos o todos los administradores Inca asesinados o
expulsados. Documentos adicionales sugieren que las rebeliones ocurrieron en
todo el reino Inca en Collasuyu, que siempre fue la región más endeble.

ASENTAMIENTOS INCA EN LA CUENCA dEL TITICACA


La cuenca del Titicaca fue una de las provincias más importantes en el estado
Inca. El Collao tenía una población enorme y era muy rico. Sitios incas, de hecho,
son muy abundantes en toda la cuenca y se identifican por la presencia de
cerámica Inca local (véanse las Figuras 1 y 2).

Asentamientos urbanos secundarios


Los datos arqueológicos de la investigación sugieren que la población en la
cuenca del Titicaca alcanzó su cima durante la época incaica y que no volvió a
alcanzar ese nivel hasta finales del siglo XIX o principios del siglo XX. La población
de la cuenca del Titicaca fue probablemente una de las más densas en el imperio
Inca, sobre todo, en su apogeo durante 1530. Por lo tanto, no es de extrañar que los
asentamientos ur- banizados se convirtieran en un tipo de asentamiento en la
cuenca durante el período Inca. La capital del Estado Inca, por supuesto, era el
Cusco, el centro urbano principal del imperio.
343 / c H a r l e s s t a N i s H

Figura 1. Fragmentos de cerámica Inca.

Figura 2. Fragmentos de cerámica Inca.


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Fue durante la época incaica que, por primera vez en la región del Titicaca, im-
portantes asentamientos urbanos se establecieron fuera de la capital o
asentamiento nuclear. Tiwanaku, por supuesto, era un gran centro urbano (según
los estándares andinos) que cubría cerca de 6 kilómetros cuadrados. Fuera de
Tiwanaku, sin em- bargo, los sitios fueron considerablemente más pequeños (salvo
la única excepción de Lukurmata, con alrededor de 150 hectáreas). Durante el
período Inca, este patrón cambió: los sitios urbanizados de diez hectáreas o más
eran comunes, y los centros urbanos del período Inca fueron considerablemente
más amplios que los de cualquier otro período de tiempo.
Me refiero a los muchos sitios Inca urbanizados, como los centros urbanos ya
sean secundarios o terciarios, tal como se define en la Tabla 1. Sobre la base de
varias líneas de evidencia indirecta, y alguna directa, creo que un gran porcentaje
de la población de esos centros no fueron agricultores. Los documentos en general
(rara vez espe- cíficos) se refieren a estos sitios como centros de artesanos
especialistas y adminis- tradores del Inca. Además, la gran mayoría de los sitios
están a lo largo del sistema vial, lo que indica funciones del Estado diferentes a la
agricultura, como tambos de aprovisionamiento para el apoyo al ejército y para el
movimiento de los productos básicos. En general, los centros urbanos secundarios
son mayores de diez hectáreas, con Hatuncolla y Chucuito que alcanzan por lo
menos cincuenta hectáreas.
Centros Urbanos Secundarios Áreas (en hectáreas)
HATUNCOLLA 50–80
CHUCUITO 50–80
PAUCARCOLLA 25
ACORA 25
JULI 20
Centros Urbanos Terciarios Áreas (en hectáreas)
ZEPITA 11 (Hyslop)
LUNDAYANI 10
GUAQUI 6 (Albarracin-Jordan 1992: 316)
POMATA 5
SULLKAMARKA 5 (Albarracin-Jordan 1992: 321)
PUCARANI 4–8
TARACO 5–10
MOHO 3–5
CONIMA 5+
HUANCANÉ 5
CARPA 2–5
Tabla 1. Selección de Centros Urbanos secundarios y terciarios en la cuenca
del Titicaca durante la ocupación Inca.
345 / c H a r l e s s t a N i s H

Los Centros Urbanos Terciarios en la cuenca del Titicaca incanizada son numero-
sos, y casi todos están a lo largo del sistema vial. Estos sitios tienen alrededor de
cinco hectáreas. Estos también funcionaban como centros administrativos,
estaciones de paso, cuarteles, etc. El tamaño de los centros de tercer nivel, por lo
general, estaba relacionado con la población preexistente en la zona. Por lo tanto,
las regiones norte y oeste del lago fueron las más densamente pobladas y allí
estaban los sitios Inca más grandes, mientras en la parte oriental se caracterizó
por una serie de sitios más pe- queños a lo largo del sistema vial.
Muchos sitios en la región de Titicaca que tenían importantes ocupaciones Inca,
también son ciudades modernas. Una de las principales cuestiones acerca de la ocu-
pación Inca de los centros de la región es sí estos sitios fueron construidos por los
incas como nuevos asentamientos, o si fueron sitios preincas absorbidos y
mejorados por el Inca.
Análisis de los datos regionales indican claramente que la gran mayoría de los
centros urbanos secundarios y terciarios fueron construidos durante la época incai-
ca, y no previamente. Parece ser que la ocupación Inca implicó profundos cambios
en el asentamiento, la economía y la política. El sitio de Hatuncolla, por ejemplo,
fue uno de los asentamientos incaicos más importantes de la cuenca del Titicaca
propiamente dicha (Julien 1983). Aunque Cobo y Cieza relatan que Hatuncolla fue
la capital de la entidad política colla, anterior a la expansión Inca, la investigación
de Julien en el si- tio no proporciona evidencia de alguna ocupación previa a los
incas (Julien 1983: 107). Esta última observación es extremadamente importante.
En una investigación de la zona Lupaqa, Hyslop descubrió que las ciudades
coloniales y modernas de Chucuito, Acora, Juli, Pomata, Yunguyu y Zepita también
se ajustan a este patrón histórico: una importante ocupación Inca, sin
asentamientos preincas reconocibles (Hyslop 1976). Este es el caso también de Pila
Patag, un sitio metalúrgico, cerca de Chucuito. En nuestro estudio de la región Juli-
Desaguadero, este patrón se confirmó para los cen- tros tanto de Juli como de
Pomata (Stanish et al. 1997).

Los análisis de los datos históricos también sugieren que este patrón es válido
para la mayoría de los sitios importantes de la región del Titicaca en el siglo XVI. La
Tabla 2 muestra el tamaño de las ciudades (en número de contribuyentes, no de la
pobla- ción total) de la Tasa de Toledo y la Visita de Diez de San Miguel. En una
prospección no sistemática, he examinado la superficie de varios de estos sitios fuera
de la región prospectada de Juli-Desaguadero, incluyendo Conima, Copacabana,
Huancané, Moho, Paucarcolla, Pucarani y Taraco. Todos los sitios se ajustan al patrón
en el que hubo grandes ocupaciones del período Inca y Colonial Temprano, pero no
son asentamientos preinca reconocibles. Este es, también, el caso de los sitios más
pequeños del período Colonial Temprano, como Desaguadero y Guaqui (Albarracín-
Jordán y Mathews 1990: 162). Estos datos combinados indican que en la docena de
asentamientos coloniales tempranos mayores y menores estudiados, el 100% tenían
una importante ocupación incaica y ninguna preincaica. Esto representa una
muestra de cerca del 20% de los sitios más importantes en el área del Titicaca. En
otras palabras, los datos sugieren que los primeros asentamientos del siglo XVI más
importantes fueron fundados originalmente por el Estado Inca a lo largo del sistema
vial, y no previamente.
346 / l a ocuPacióN iNca eN l a c u e Nc a d e l titicaca

Ciudad Número total de tributarios


JULIa 3,709
CHUCUITOa 3,464
POMATAa 3,318
ACORAa 3,246
ILAVE a
2,540
ZEPITA a
2,284
YUNGUYU a
1,420
CAPACHICA b
1,303
GUAQUI b
1,286
PUCARANI b
1,227
PAUCARCOLLA b
1,003
PUNO b
983
TIWANAKU b
868
HUANCANÉ b
753
HATUNCOLLA b
601
VILQUE b
325
a Según la visita de Diez de San Miguel de
1567. b Según la Tasa de Toledo de 1572.
Tabla 2. Censo de población seleccionada de la Tasa de Toledo y de
la visita de Diez de San Miguel.

Centros urbanos secundarios en el área zona Norte Colla


Hatuncolla (Atuncolla)
El sitio de Hatuncolla fue uno de los cuatro centros regionales de administración en
el Imperio incaico, según Cieza; los otros tres fueron Hatun Xauxa, Pumpu y
Huánuco Pampa (Cieza 1553: 65; Snead 1992: 71).3 Este sitio fue el centro principal
con un tem- plo estatal, almacenes y residencias para los administradores del Inca
(Julien 1983: 89). Cusco, por supuesto, fue el único centro urbano principal del
imperio. Hatuncolla es clasificado como un centro urbano secundario en la
tipología desarrollada para la región del Titicaca (Tabla 1), siendo el mayor de los
sitios incas del Collao. Hatuncolla y Chucuito fueron los centros urbanos
secundarios más grandes en la cuenca del Ti- ticaca durante la ocupación Inca.

Hatuncolla está construido en un patrón de cuadrícula, y varios bloques de


piedra tallada en estilo Inca indican la considerable arquitectura de la ocupación
Inca. El pueblo moderno de Hatuncolla tiene aproximadamente 30 hectáreas de
tamaño. Mi cálculo del tamaño del sitio Inca Hatuncolla es de 50 a 80 hectáreas. De
acuerdo con

3 La palabra Hatuncolla más probablemente signifique Hatun Collao o Gran Collao.


347 / c H a r l e s s t a N i s H

Cieza, Pachacuti usó Hatuncolla como guarnición militar para mantener una
presen- cia militar en la región (D’Altroy 1992: 76). Esta prueba documental apoya
la idea de que Hatuncolla era el centro militar Inca y de los esfuerzos estatales
para controlar el Collao. En la Tasa de Toledo, Hatuncolla fue enumerado con 601
contribuyentes y un total de 2.385 personas, incluyendo a aquellas descritas como
“aymaraes”, “uros” y “hatunlunas” (Tabla 2). Los tributos incluían plata, animales,
chuño, textiles, y pes- cado.

Es significativo que uno de los sitios Inca mas grandes fuera un sexto del tamaño
de Juli para la década de 1570. Esto demuestra que hubo una reducción sustancial
en el tamaño y la importancia de Hatuncolla con el colapso del estado Inca. Se
podría conjeturar que Hatuncolla estaba poblada por funcionarios Inca
inmigrantes duran- te su ocupación, y que el colapso del estado llevó a un
abandono de este centro. En cualquier caso, en el siglo XVI, Hatuncolla era una
ciudad de menor importancia en la cuenca del Titicaca, prácticamente abandonada
como su contraparte en el norte, Huánuco Pampa.

Paucarcolla
De acuerdo con la Tasa de Toledo, Paucarcolla fue un asentamiento
moderadamen- te grande durante el período Colonial Temprano con 1,003
contribuyentes y más de 4,500 personas (Cook 1975: 59). La ciudad se dividió en
aymaras y urus, siendo estos últimos un 9% de la población total. En la Tasa de
Toledo se observa que, aparte de los habituales artículos tributados como la carne y
la lana, el pueblo de Paucarcolla tam- bién contribuyó con pescado seco y sal (Cook
1975: 60). Probablemente la zona fue un área importante para la producción de sal
en la época incaica, aunque no tenemos evidencia directa de esto.

En Paucarcolla hubo una importante ocupación Inca, según lo confirman mis


pro- pias observaciones y las de Julien (1981: 144). Yo calculo que el área del sitio
durante la ocupación Inca era, por lo menos, de 25 hectáreas, colocándolo en el
segundo rango de tamaño de sitios en la cuenca, por debajo sólo de Chucuito y
Hatuncolla (Tabla 1). El análisis sistemático de los materiales de superficie indica
que probablemente el poblado Inca fue incluso mayor.
Julien (1983) señala que los materiales de superficie son similares a las fases de
cerámica que se definieron en Hatuncolla, lo que sugiere que Paucarcolla fue
contem- poráneo de Hatuncolla durante sus fases pre-coloniales. Los artefactos de
cerámica similares también indican un espacio común de producción de cerámica.
De la misma manera que en Hatuncolla hubo una ocupación preincaica antes de la
ciudad Inca: una dispersión de cerámica del período Altiplano y algunos cimientos
de tumbas so- bre el suelo se observaron alrededor de un kilómetro al oeste de la
plaza del pueblo. Más al oeste, existieron, al menos, dos colinas con muros que las
circundan que pro- bablemente fueron las pukaras de la gente del período
Altiplano. El Estado Inca parece haber movido a estas personas a unos pocos
kilómetros, concentrándolos en el centro urbano de Paucarcolla.
348 / l a ocuPacióN iNca eN l a c u e Nc a d e l titicaca

En una prospección sistemática en el lugar, descubrimos extensos y profundos


ba- surales del período Inca que contenían restos típicos del período Inca como
fragmen- tos de cerámica, hueso quemado, carbón vegetal, andesita, herramientas
de basalto, y así sucesivamente. También descubrimos una dispersión de cobre en
bruto en un basural erosionado. Debido a que el cobre no se podría haber
producido de manera natural en el sitio, tal hallazgo sugiere un trabajo
especializado de metales, pero esto deberá ser comprobado. Asimismo, una buena
fuente de arcilla rojiza encontrada más arriba de la ciudad podría haber sido una
fuente para los ceramistas. 4

Centros Urbanos Terciarios en la zona


Colla Arapa
La población contabilizada de Arapa según la Tasa de Toledo fue de 5.486.
Kidder señala que “en las cercanías de la ciudad misma no se encontró más que
fragmentos tar- díos; también existe una serie de piedras de construcción típica incaica en la
iglesia y los patios de la ciudad” (Kidder 1943: 19). En la actualidad, la ciudad cuenta
con eviden- cia de cerámica Inca en algunos adobes. La dispersión continúa hacia
el sur por la carretera que va paralela al río. Basurales expuestos en el lado norte
de la ciu- dad también tienen evidencias de cerámica Inca. A lo largo de la
carretera Juliaca- Huancané también hay numerosos sitios pequeños Inca, lo que
sugiere que el asen- tamiento estuvo densamente concentrado a lo largo del
camino Inca (asumiendo que se encuentra en la misma ubicación que el
moderno). Arapa parece haber sido un pequeño sitio administrativo Inca, aunque
no tenemos datos cuantitativos para determinar su tamaño.

Puno
La construcción moderna hace difícil definir, a partir de materiales
arqueológicos, la ocupación Inca en Puno. Existe poca información documental que
sugeriría que Puno fue un importante centro Inca, aunque artefactos Inca han sido
observados en las obras de construcción y, de hallazgos aislados, tal como el
reportado por Julien para el sitio de Azoguini, una colina alta al norte de la ciudad
actual (Julien 1981). En una inspección no sistemática, descubrí una serie de tiestos
Inca dispersos alrededor de la bahía de Puno. Fuera de la misma ciudad, varios
sitios aterrazados han sido descu- biertos con fina cerámica Inca local. Sí Puno fue
un centro urbano secundario durante la ocupación Inca es una cuestión abierta a la
discusión.

Otros posibles centros urbanos en la zona colla


Una cantidad de sitios en la región Colla muestran algunos indicios de que
fueron
centros urbanos Inca. Observaciones superficiales sugieren que se ajustan al
patrón

4 La fuente de cerámica fue descubierta por C. Herhan.


349 / c H a r l e s s t a N i s H

de estos sitios, con materiales Inca en superficie, un plano de patrón reticulado, y


ocupaciones desde la epocas coloniales hasta las modernas. Entre estos sitios están
las ciudades de Ayaviri, Huancané, Carpa, Moho, Taraco, Conima y Samán (ver
Kidder 1943; Neira 1967; M. Tschopik 1946).

Centros urbanos secundarios en la región Lupaqa


La Visita de Diez de San Miguel contabiliza siete cabeceras Inca en la zona Lupaqa de
la cuenca oeste del Titicaca. Cabecera es un término español que denota una gran
ciudad con funciones administrativas. En la Visita, las siete principales cabeceras
Lupaqa fue- ron Chucuito, Acora, Ilave, Juli, Pomata, Yunguyu y Zepita. La ciudad más
grande fue Juli, con Chucuito, Acora y Pomata cada uno teniendo más de tres mil
habitantes.
Dos patrones se desprenden de estos datos. En primer lugar, los siete lugares es-
tán espaciados uniformemente a lo largo de la orilla del lago. En segundo lugar, los
datos del censo indican que, al menos en el período Colonial Temprano, existía
poca diferenciación en el tamaño de los sitios entre los centros principales. El sitio
más grande era sólo dos veces mayor que el más pequeño, con una desviación de
sólo 840 personas para las siete ciudades. Asimismo, eliminando Yunguyu, un
pueblo muy cer- ca de Copacabana, la desviación de los seis restantes sería de
apenas 590. Estos datos sugieren una distribución relativamente uniforme de la
población en las ciudades que tenían casi el mismo tamaño.

Chucuito
El más importante y probablemente el más grande de los centros de Inca en la
región Lupaqa fue Chucuito. Chucuito está aproximadamente a 16 km al sur de
Puno en la carretera Puno-Desaguadero, y estuvo directamente también sobre el
camino Inca. El sitio fue el hogar de Martín Cari y Cusi Martín, los dos principales
caciques de los Lupaqa en 1564. La Visita de Diez de San Miguel señala
constantemente que los tra- bajadores de la mita eran enviados de las otras seis
ciudades de Chucuito para prestar servicios en los hogares de los caciques, un
hecho que destaca la importancia de la ciudad durante este período. En opinión de
Hyslop, Chucuito también fue la capital Lupaqa durante el tiempo de los incas
(Hyslop 1984: 130).
Hyslop exploró el sitio de Chucuito para su investigación de tesis, y al igual que
Ju- lien en Hatuncolla, concluyó que había poca evidencia de que Chucuito fuera
ocupa- do antes del período Inca, a pesar de que tomó nota de la existencia de
varios bloques de piedra rectangulares con sugerente influencia Tiwanaku (Hyslop
1976: 122-130). Hyslop calculó un área total de cerca de 80 hectáreas y señaló que
el sitio fue cons- truido sobre un patrón de reticulado, un estilo arquitectónico
inca que él denomina “ortogonal”.
La cerámica en la superficie del sitio es típicamente de los estilos Inca Local y
Chucuito. No hay evidencias de una ocupación preinca en el pueblo. La
ocupación se
350 / l a ocuPacióN iNca eN l a c ueNc a d e l titicaca

encuentra en el centro de la ciudad y se extiende abajo hacia el lago, al otro lado de


la carretera. Bloques de piedra se encuentran por toda el área de la ciudad, lo que
sugie- re que había edificios Inca donde hoy se sitúan calles y estructuras
modernas.
Uno de los edificios más enigmáticos de la cuenca del Titicaca se encuentra en el
sitio de Chucuito. Conocido como Inca Uyu, esta estructura de piedra tallada fue
ex- cavada por primera vez por Tschopik, quien lo describió como construida en un
estilo “Inca” (Figura 3). De acuerdo a Hyslop, todos los niveles que Tschopik excavó
tenían algunas vasijas vidriadas de la colonia española y, por lo tanto, ella no
estaba segura de su contexto (Hyslop 1984: 130); consecuentemente, los resultados
de las excava- ciones nunca fueron publicados. De acuerdo a Hyslop, Tschopik
comentó sobre otra estructura llamada Kurinuyu, al este del Inca Uyu.
La piedra labrada en Inca Uyu no es de un estilo típico del Cusco y representa
una técnica arquitectónica local dentro de los cánones estilísticos Inca (B. Bauer,
comu- nicación personal, 1994). Varios bloques tienen una forma alargada en “U”
que posee contrapartes en sitios incas como Machu Picchu y Ollantaytambo. En
estos últimos si- tios, los bloques formaban la parte inferior de nichos y ventanas.
Por tanto, podemos suponer que los típicos nichos y ventanas Inca caracterizaron a
esta construcción. 5

Figura 3. Muros Inca del sitio Inca Uyu en Chucuito. Un estilo Inca regional.

5 Existen algunas piedras talladas con forma fálica en el Inca Uyu. La mayoría de las piedras
más pequeñas probablemente son auténticas. Sin embargo, las más elaboradas probable-
mente no son prehispánicas, y al parecer fueron mandadas a hacer por un coleccionista y
reunidas en el Inca Uyu en algún momento en el siglo XX. Estas han llegado a
convertirse en un fenómeno New Age en el circuito turístico.
351 / c H a r l e s s t a N i s H

Según Hyslop, Chucuito tenía dos plazas, una en la plaza moderna y la segunda
donde fue encontrado el Inca Uyu (Hyslop 1990: 197). Calculo una ocupación total
Inca de alrededor de 50 hectáreas, basándome en una prospección pedestre en el
área del sitio. Esto incluiría a toda la ciudad y las áreas hacia el este. Es posible que
Hyslop fuera capaz de ver, en la década de 1970, más zonas no disturbadas y que su
estimación de 80 hectáreas sea más precisa (véase la Tabla 1). De todos modos, el
sitio de Chucuito sólo es comparable en tamaño e importancia durante el período
Inca con Hatuncolla. No hay duda de que Chucuito fue el lugar principal en el área
lupaqa, y uno de los principales centros administrativos en la cuenca del Titicaca
para el Estado Inca.

Acora
Hyslop exploró Acora, señalando que el sitio arqueológico se encontraba debajo
de la ciudad moderna (1976: 406-408), y calculó una superficie total de unas 25
hectáreas en base a la distribución de artefactos en superficie y el hecho de que fue
el sitio más grande al sur del camino Inca de Chucuito (Hyslop 1976: 131). También
sugirió que los sitios de Kacha Kacha B y Qellojani pueden ser los cementerios de
esta cabecera. Mis observaciones del sitio son coherentes con las de Hyslop. La
cerámica es típicamente Inca Local y Chucuito, y cubre la mayor parte de la ciudad
moderna. No existen evi- dencias de restos preincas en el pueblo.

Juli
Juli fue el centro del asentamiento Colonial Temprano en la cuenca del Titicaca.
De acuerdo con los primeros censos tanto de Diez de San Miguel como de Buitrago
(Ta- blas 1 y 2) este fue el asentamiento más grande del período Colonial Temprano
según lo determinado por el número total de tributarios. La evidencia arqueológica
también indica que era un asentamiento importante durante el período Inca.
Hyslop inspec- cionó el lugar y sugirió que tenía un tamaño de alrededor de nueve
hectáreas. He estimado el área total en una veintena de hectáreas, cifra que
incluye el sitio Juli B de Hyslop (1976: 133, 309-401). Hyslop estimó que Lundayani
era más grande que Juli, por lo que concluyó que Juli fue sólo probablemente un
tambo, y que Lundayani era la cabecera. Puedo sugerir una explicación alternativa:
Juli tuvo el doble de tamaño que Lundayani, y que Juli fue la cabecera original.
No solamente Juli está en el camino Inca, sino que hay un ramal del camino que
iba hacia al cerro de Sapacolla detrás de Juli. El hecho de que el camino principal
bifur- que en su entrada a Juli y se vuelva a juntar de nuevo en el centro de la
ciudad es una prueba más de que Juli fue la cabecera principal. Otra sección sur del
camino original fue localizada por Hyslop; este camino bien pavimentado se dirige
al sur de la ciudad con dirección a Pomata.
Juli está construido en un patrón reticulado y se edificó en la época Inca, y no
antes. Investigaciones extensas y recolecciones de superficie no han revelado
ningún tipo de ocupación reconocible preinca. Estas observaciones incluyen las
excavacio-
352 / l a ocuPacióN iNca eN l a c u e Nc a d e l titicaca

nes de rescate en la ciudad y estudios extensos de proyectos de construcción en


toda la zona. Durante 1992, el Proyecto Lupaqa fue consultado por el alcalde para
supervisar un pequeño proyecto de rescate en una construcción en el lado este de
la ciudad. Las excavaciones revelaron un único muro bien hecho y unos 50 cm de
relleno de los períodos Colonial e Inca. La parte más profunda de la excavación no
reveló ninguna ocupación preinca, lo que confirma una fecha de fundación del
sitio en el período incaico.

Centros urbanos Terciarios en el Área Lupaqa


Lundayani
Lundayani está a varios kilómetros al oeste de Juli en la cabecera del río Salado. El
sitio fue identificado por primera vez en la publicación de Hyslop (1976: 377-380)
como un importante sitio de los períodos Inca y Colonial. Hay algunas piedras
labra- das cerca de Lundayani, posiblemente la ubicación de una fuente de aguas
termales cerca de Juli (un baño del Inca) mencionado por Bertonio en su
diccionario como Huntto uma (“aguas termales o baños en la puna”) (1956 [1612]:
Lib. 1: 85). El sitio se encuentra entre dos quebradas y contiene una serie de
estructuras en pie, incluyendo estructuras redondas y rectangulares que condujo a
Hyslop a sugerir que este habría sido una “reducción” de algunas poblaciones
indígenas lupaqa realizada por el Estado Inca. Es decir, las estructuras
rectangulares son típicas de construcciones domesticas de estilo inca y las
estructuras circulares eran típicas de los lupaqas preincas (Hyslop 1976; Stanish et
al. 1993).
Lundayani tiene, tal vez, la iglesia cristiana más temprana en la región de Juli. La
ciudad de Juli fue uno de los centros más importantes para los jesuitas y los
dominicos (Meiklejohn 1988). Puesto que Lundayani es tan cercano a Juli y tiene
una arquitec- tura española muy temprana, esta también fue, probablemente, una
de las ciudades más importantes a inicios del período Colonial. La iglesia está
construida en un estilo clásico Colonial Temprano con adobes y ladrillos. La
importancia de Lundayani para la Colonia Temprana y la historia Inca de la región
de Juli no puede ser exagerada. Parece ser una de las primeras iglesias de la región
en ser construida sobre un impor- tante asentamiento del período Inca y cercano a
otro. Como un sitio Inca, Lundayani sigue siendo problemático. Hyslop calculó el
tamaño de Lundayani en más de diez hectáreas y decidió que era más grande que
Juli. Esto no es exacto, ya que nuestra prospección extensiva de Juli sugiere un sitio
de alrededor de veinte hectáreas. Estoy de acuerdo con Hyslop que Lundayani tiene
alrededor de unas diez hectáreas, pero veo a Juli como la cabecera principal
durante la época incaica en la zona. Lundayani fue un asentamiento importante
secundario asociado con la ocupación Inca de Juli.
Otra característica atractiva de Lundayani, uno de los pocos sitios incas no
cubier- tos por ocupaciones posteriores, es la mezcla de las estructuras de estilo
local y las de estilo Inca. Es muy posible que la mayoría de los sitios del período
Inca tuvieran una mezcla de estilos arquitectónicos, pero me inclino a ver a
Lundayani como una excepción y no como una regla. Baso esta conclusión en las
observaciones del sitio de Torata Alta, en el valle de Moquegua (Stanish y Pritzker
1983), un asentamiento
353 / c H a r l e s s t a N i s H

que también está intacto. En Torata Alta, el diseño del asentamiento es un patrón
re- ticular ortogonal Inca y es más típico de la arquitectura Inca conocida para el
sur del Perú, como Juli y el resto de ciudades principales a lo largo del sistema vial.
Tengo varias hipótesis sobre la naturaleza y la función de Lundayani. Este podría
ser la ubicación de los mitimaes Chinchasuyu señalados por Diez de San Miguel y otros
cronistas tempranos en el área (Diez de San Miguel 1964 [1567]; Murra 1964).
Alternati- vamente, podría ser que este fue la residencia principal de la elite Lupaqa,
la que gozaba de una posición privilegiada en el Estado Inca. En esta hipótesis, a la
elite Lupaqa se les permitió tener un sitio alejado del camino de los Incas. La
ubicación de Lundayani en esta hipótesis se podría explicar como una necesidad de
estar cerca de las grandes manadas de camélidos, por las cuales la elite Lupaqa fue
famosa (Murra 1968). Una hi- pótesis final es que el sitio era un tambo importante
sobre un camino que conduce hacia el oeste hasta la puna y a los valles costeros de
Moquegua, Sama, y/o Lluta. En la actualidad, el sitio está en un camino bastante
transitado que sigue el drenaje hacia las tierras de la puna de Pasiri a unos trece
kilómetros del lago. Cualquiera que sea la expli- cación, Lundayani figura como uno
de los sitios más importantes para comprender las interacciones Inca-local en la
zona, y merece una mayor investigación.

zepita
Aunque hoy es una ciudad relativamente pequeña, Hyslop sugirió que la
ocupación Inca de Zepita cubrió once hectáreas. También señaló que el sitio era un
tambo y la cabecera durante el período Colonial Temprano (Hyslop 1976: 136). Mis
observacio- nes en el sitio, en general corroboran lo propuesto por Hyslop.

Ilave
Hyslop no encontró restos incas en el mismo Ilave, como lo hizo en otras
ciudades a lo largo de la orilla del lago, y por lo tanto concluye que no hubo una
significativa ocupación Inca bajo la ciudad moderna. En un reconocimiento
limitado, sin embargo, descubrí una serie de pequeñas aldeas del período Inca a lo
largo del río Ilave, justo al sur de la ciudad del mismo nombre. La pregunta sigue
vigente, sí es que se trataba de un centro urbano secundario o simplemente una
concentración de aldeas más pequeñas. En la actualidad, basado en mis
observaciones en la propia ciudad, me in- clino a estar de acuerdo con Hyslop.
Ilave probablemente era un grupo de pequeños asentamientos a lo largo del
camino, pero no un centro administrativo.

Pomata
De la lista de cabeceras de la Visita de Diez de San Miguel, el pueblo de Pomata
era el más pequeño (Hyslop 1976: 135). El sitio parece haber sido importante en el
período Colonial Temprano, pero no era un centro de la escala de Juli o de Acora
durante el período Inca. Se estima un tamaño total del asentamiento de sólo
cuatro o cinco hectáreas, tomando como base la distribución de la cerámica del
período Inca en las
354 / l a ocuPacióN iNca eN l a c u e N c a d e l titicaca

calles y áreas disturbadas de la ciudad (Stanish et al. 1997). Pomata tiene un compo-
nente Inca, pero no hay evidencia de ocupación preinca, aunque hay algunos
tiestos del período Altiplano en la recolección de la prospección de Juli-Pomata. El
sitio no era un centro urbano según los estándares Inca, pero lo más probable es
que fuera un tambo importante en el camino Inca. Junto a la iglesia del período
colonial hay un mirador moderno6, alrededor del cual hay una serie de fragmentos
de cerámica Inca, como también algunos bloques líticos tallados. Es posible que
este sitio hubiera sido un área ritual o adoratorio en la ruta de peregrinación hacia
la isla del Sol.

yunguyo
Yunguyo está sobre la frontera de Perú y Bolivia. Esta ciudad era una parada impor-
tante, como puerta de entrada al complejo de peregrinaje Copacabana/isla del Sol
mantenida por el Estado Inca. Era aquí que el verdadero peregrinaje comenzaba con
un chequeo por los guardias en lo que ahora es la frontera entre Perú y Bolivia
(Bauer y Stanish 2001). Algunos fragmentos Inca se encuentran en las calles y en
los adobes de la ciudad, aunque la densidad no es alta. El grado en que el sitio fue
un centro im- portante, o incluso un tambo, no queda claro.

Centros urbanos de la región Pacajes


La región de Pacajes se encuentra en el sur de la región del Titicaca, al noreste del
río Desaguadero. El término Pacajes fue utilizado al inicio del gobierno español y
por las autoridades eclesiásticas de una manera similar a la de Colla, Lupaqa, y
similares.

Pucarani
La actual ciudad de Pucarani7 está cerca al sur de la cuenca del Titicaca, a unos trece
kilómetros de la laguna. Pucarani fue un asentamiento importante en el período Co-
lonial Temprano que figura en la Nación de Pacajes Umasuyu en la temprana lista de
encomiendas (Julien 1983: 18). En la Tasa de Toledo, la muestra de la población es de
5.398, que incluyó 1.079 hombres clasificados como aymara y 148 clasificados como
uru, siendo el resto niños, ancianos y mujeres (Cook 1975: 51-52). La ciudad tiene
una impor- tante ocupación Inca y, según lo indicado por la alta densidad de
cerámica del período Inca que se observa en las calles y ladrillos de adobe de la
ciudad. La cerámica Inca en esta ciudad se caracteriza típicamente por piezas de
fabricación local.

guaqui
Guaqui se encuentra en la orilla del lago, en el extremo oriental del valle de
Tiwanaku.
De acuerdo con Mercado de Peñaloza (1965 [1583]), se dice que Guaqui fue fundada
por

6 Un mirador es un recinto amurallado, en una zona alta con vistas privilegiadas del
paisaje.
7 Pucarani también se escribe como Pucarane.
355 / c H a r l e s s t a N i s H

Túpac Yupanqui como un centro administrativo mediante la nucleación de seis aldeas


(Albarracín-Jordan 1992: 34). Albarracin-Jordan (1996) sugiere que Guaqui podría
haber sido un puerto y que los habitantes habrían fabricado cerámicas y producido
maíz. De acuerdo a la Tasa de Toledo, había 5.800 personas en Guaqui en 1573, con
1.286 contri- buyentes, incluyendo 654 aymara y 632 clasificados como uru. En su
prospección de la parte baja del valle de Tiwanaku, Albarracin-Jordan (1992: 319)
sostiene que la ocu- pación del período Inca es de seis hectáreas de tamaño. También
hay una variedad de bloques de arenisca labrada en la ciudad, lo que indica una
ocupación Inca.

Tiwanaku
Hubo una significativa ocupación Inca en el sitio de Tiwanaku como lo demuestran
los sustanciales y finos fragmentos Inca que se encuentran en las excavaciones y en
la superficie. La ocupación parece haber sido restringida al núcleo más antiguo del
sitio, lo que sugiere que Tiwanaku fue visto posiblemente como un centro de
peregri- nación menor, como también como una vivienda urbana durante el
control Inca de la región. Unos cuantos bloques de piedra tallada en la superficie
parecen ser de estilo Inca, típicos de los bloques escalonados utilizados en los
rituales (ver Arkush 1999).
El sitio de Tiwanaku, sin duda, tuvo una importancia simbólica en la ideología
po- lítica del estado. Los intelectuales incas trataron de usurpar la autoridad
ideológica y el prestigio del antiguo estado Tiwanaku, en una forma que recuerda a
los esta- dos posclásicos mesoamericanos que invocaban la autoridad de los
toltecas (Stanish 1997). Ellos lo hicieron mediante la vinculación de la fundación de
su elite con la del sitio de Tiwanaku, que fue sin duda un importante sitio
ceremonial Inca, aunque te- nemos pocos datos sobre la ocupación hasta la fecha.

Centros urbanos de la región Omasuyu


La región Omasuyu no ha sido estudiada extensamente, pero varias ciudades
moder- nas tienen importantes restos incas. Moho, por ejemplo, tiene una ciudad
Inca que cubría cerca de cinco hectáreas (ver Kidder 1943; Neira 1962, 1967). Esta
ciudad fue descrita por Cobo como poseedora de un fino almacén inca aún en pie
mucho después de la conquista: “de aquellos [tambos] que todavía están en pie, lo mejor,
más espacioso y mejor mantenida que he visto son el de Vilcas y uno en la ciudad de Moho.
[...] en el Obispado de Chuquiabo” (Cobo 1983 [1653]: 229).
El pueblo de Conima también tiene una gran distribución superficial de
materiales del período Inca. Las ciudades de Escoma, Ancoraimes y Huarina,
probablemente se ajustan al mismo patrón. Es decir, tienen una gran primera
ocupación colonial, como lo demuestran los datos de la Tasa de Toledo, con restos
incas en la superficie. Otros pueblos de la región probablemente también se ajusten
a este patrón.
Carpa es particularmente interesante debido a los muros incas existentes en el
sitio y la excelente conservación de muchos de los edificios (Kidder 1943; Neira
1962, 1967). La ocupación Inca cubre menos de cinco hectáreas, pero los restos de
la ar-
356 / l a ocuPacióN iNca eN l a c u e Nc a d e l titicaca

quitectura son bastante impresionante. Las paredes están construidas en estilo Inca
Clásico provincial. La cerámica en la superficie sugiere un importante centro admi-
nistrativo provincial, tal vez un tambo importante en el camino Omasuyu.

La ocupación Inca de las islas del lago Titicaca


Las islas en el lago Titicaca fueron ampliamente ocupadas por el estado Inca. Las
ocu- paciones en las islas principales se remontan a por lo menos a 2000 a.C., como
lo de- muestra el corte estratigráfico en la isla del Sol en el sitio de Ch’uxuqullu
(Stanish et al. 2002). Reconocimientos de las islas del Sol y la Luna han indicado una
importante presencia Inca. Es evidente que el factor determinante principal de
asentamiento en las islas del Sol y la Luna fue su carácter ritual, aunque la
distribución de los sitios indica que la producción agrícola fue igualmente
importante.

Hay un importante asentamiento Inca en la isla de Amantaní, cerca de las dos


colinas de Pachamama y Pachatata. Toda la ladera que conduce a los dos sitios
ceremo- niales fue un importante pueblo Inca. Los restos en la superficie son muy
profusos, lo que indica un intenso establecimiento doméstico. La plaza semi-
subterránea, en la colina sobre la ciudad, conocido como Pachatata, es claramente
de un estilo preinca, pero es posible que las modificaciones de arquitectura para la
construcción se hicie- ran en el período Inca.

La isla de Taquile tiene restos inca diseminados por la superficie en un patrón


similar al de las otras grandes islas del lago. Ningún trabajo se ha publicado sobre la
isla, pero es probable que la ocupación Inca se orientara hacia la producción
agrícola y posiblemente ritual. En la cima de la colina más alta de la isla está un
conjunto de estructuras de la época Inca que muy probablemente funcionaban
como unidades de almacenamiento. Es posible que estos depósitos hubieran tenido
maíz, que podría haber sido cultivado en la isla en ese momento.

Una serie de pequeñas islas en el lago también tienen restos Incas, y la isla
Quilja- ta, en el sur, puede ser representativa. Es una isla muy prominente cerca de
la orilla del lago, en la zona Chatuma en el extremo sur del gran lago. La isla se
levanta dra- máticamente desde el lago con laderas muy empinadas. Hoy en día es
una isla, pero los niveles del lago a su alrededor son muy poco profundos. En la
antigüedad, y en los últimos tiempos, la isla estuvo casi con toda seguridad
conectada con el continente durante los períodos de sequía.

Un reconocimiento de la isla únicamente reveló una pequeña ocupación del pe-


ríodo Altiplano (Stanish et al. 1997). Hay unos pocos tiestos similares a Pucarani, así
como algunas estructuras redondas u ovaladas. La parte superior de la isla sólo per-
mitió una ocupación modesta del período Altiplano. Unos pocos tiestos del período
Inca indican, ya sea un lugar de habitación muy pequeña o tal vez un entierro y/o
área ceremonial en la cumbre. Sorprendentemente, no hubo evidencia de mayor
acti- vidad ritual Inca en la parte superior, como se había esperado, tal como un
importan- te afloramiento rocoso con tallas. En el lado sureste de la isla, en la zona
de la playa,
357 / c H a r l e s s t a N i s H

hay un pueblo Inca bastante grande que cubre de dos a tres hectáreas. Un número
de tumbas de cistas con lajas y chulpas están asociadas con esta área de habitación.
No hay evidencia de arquitectura corporativa, y el sitio no aparece como un
asenta- miento importante en todos los documentos conocidos para el período.
Una posible explicación para la ubicación del sitio es la abundancia de totora en el
lago cerca de la isla en la actualidad. El sitio podría haber sido un asentamiento
especializado en la producción de totora y pesca dentro del sistema de
asentamiento Inca.

Otra pequeña isla, Pallalla, se encuentra al noreste de la isla del Sol. Es una isla
pequeña, con poca superficie para la agricultura. Sin embargo, existe una
estructura de 45 m de largo por 6 m de ancho con una serie de divisiones
uniformes. La arqui- tectura es muy similar a la de una qolca Inca o estructura de
almacenamiento. Los tiestos en la isla también indican que se trata de un sitio Inca.
La función exacta de una qolca inca en una isla aislada se desconoce, pero es
probable que Pallalla fuera parte de una ruta de peregrinación por las aguas del
lago durante la época Inca. De acuerdo con uno de los primeros visitantes, Joseph
Pentland, Pallalla se llamaba isla de los Plateros y tenía tumbas, y posiblemente
figurinas de oro y plata (Pentland 1827:
f. 90). Por supuesto, tales figuras son halladas en una serie de contextos
ceremoniales, incluyendo ceremonias Capaccocha que podrían haber sido un
componente de una peregrinación.
La isla de Koa era un sitio ritual importante durante el período Tiwanaku (véase
Ponce et al. 1992). También fue un centro importante durante la época incaica, de
acuerdo a una serie de ofrendas de época Inca que se encontraron. La isla estuvo,
posiblemente, a lo largo de una ruta de peregrinación por las aguas del lago
durante la época Incaica descritas a continuación.
Hay varias islas en el lago pequeño (Huiñamarca) que tienen importantes restos
incas. Cordero (1972) publicó el primer informe de los restos incas en la isla de
Suriki y en la isla Intja, y los muros del último se encontraron entre los ejemplos
más finos de la arquitectura Inca en la cuenca del Titicaca. Asimismo, Esteves y
Escalante (1994) reportaron una gran ocupación Inca en la isla Paco de Huiñamarca.
Ellos observaron complejos de grandes terrazas asociadas a ocupación Inca.
También hay una estruc- tura en la parte delantera de piedra tallada en una roca
que parece haber sido un templo Inca.

Otros tipos de sitios habitacionales durante el período Inca


El tipo de vivienda más común durante el período Inca, la terraza domestica en
lade- ra, es similar a la encontrada en períodos anteriores. Este tipo de sitio es, por
lo gene- ral, menor de una hectárea de tamaño, con una pequeña concentración de
dos o tres unidades domésticas. Existieron literalmente miles de tales sitios en la
cuenca del Titicaca durante el período Inca. La gran mayoría de la población de la
región vivía en sitios de terrazas domésticas o en asentamientos urbanos. En el
área de Juli-Pomata, aproximadamente el 81% de la población vivía en estos dos
tipos de sitios (Stanish et al. 1997: 208).
358 / l a ocuPacióN iNca eN l a c u e Nc a d e l titicaca

Otros tres tipos de sitios se encuentran ocasionalmente en los tiempos incaicos:


pequeños sitios monticulares al borde del lago y sitios dispersos en terrenos llanos.
Estos fueron raros y sus residentes no representan una porción significativa de la
población.

PATRONES dE RETICULAdO ORTOgONAL dEL


PERíOdO INCA EN ASENTAMIENTOS PROVINCIALES
Los sitios de Hatuncolla, Chucuito y Juli (y posiblemente otros sitios de la región
del Titicaca) están construidos en un patrón de reticulado modificado que ha sido
de- nominado “ortogonal” por Hyslop (1990: 221). El plano ortogonal consiste de
calles paralelas cruzadas por otras casi perpendiculares que se irradian levemente
hacia afuera. Los ejemplos de Hyslop del patrón incluyen Cusco, Chinchero,
Ollantaytambo, Chucuito y Hatuncolla (Hyslop 1990: 192-194). Las figuras 4 y 5
muestran los planos de Chucuito y Hatuncolla adaptados de Julien (1983) y Hyslop
(1990). En ambos casos, como también en el de Juli, y muy probablemente otras
ciudades importantes en la región del Titicaca con ocupaciones Inca, existe un
plano ortogonal para los asenta- mientos.

Figuras 4 y 5. Planos de Hatuncolla (izquierda) y Chucuito


(derecha), una adaptación de Julien 1983 y Hyslop
1990.

En base al examen superficial, el plano ortogonal es una reminiscencia del plano


reticular español utilizado en tantos otros asentamientos del Nuevo Mundo. Uno
de los principales problemas en la arqueología del período Inca de los Andes
Surcentra- les es saber si este modelo es inca o español. Algunos arqueólogos que
trabajaron en Torata Alta, Moquegua (P. Rice et al. 1989; Van Buren 1996) han
argumentado que el patrón reticular del sitio es muy probablemente colonial
español en fecha, un pro- ducto de las políticas de reducción de la Corona. Una
evidencia que se ofrece es que durante las excavaciones se encontraron artefactos
españoles en todos los niveles. Curiosamente, esto es similar en la excavación de
Tschopik en Chucuito, donde se encontró fragmentos de cerámica vidriada del
período español en todos los niveles adyacentes al Inca Uyu, una estructura
inequívocamente de la época inca, construida en una provincia, pero casi con toda
seguridad de mampostería de estilo Cusco deri-
359 / c H a r l e s s t a N i s H

vado (Hyslop 1984: 130). Dada la brevedad de la ocupación Inca, y la longevidad de


la española en la mayoría de sitios como Chucuito y Torata Alta, no es de extrañar
que los artefactos coloniales se encuentran mezclados con los niveles Inca.
Gasparini y Margolies (1980: 77) creen que el plano reticular es de origen Inca.
Ellos basan esta afirmación en dos observaciones: en primer lugar, que el reticulado
español nunca se aparta de un patrón rígido de cuadrados, y en segundo lugar,
que el patrón ortogonal es claramente típico de la arquitectura inca como lo
demuestra el sitio de Ollantaytambo en el Valle de Urubamba, cerca de Cusco. Hay
docenas de otros sitios Incas que se construyeron en un patrón reticular a lo largo
de los Andes. La hacienda privada del emperador Inca Huáscar en el Cusco, en
Calca, es un buen ejemplo (Niles 1993: 164). Este sitio fue construido en una
retícula con los bloques inca existentes aún en su lugar en algunos de los muros.
Las calles fueron bautizadas con nombres españoles, y el sitio fue rediseñado para
los propósitos españoles.
Hyslop (1990: 193, 195, 200), por supuesto, define y cree que el modelo ortogonal
es prehispánico. Señala que el plano ortogonal se diferencia de el de los españoles
por tener plazas fuera del centro. También refuerza la observación de Gasparini y
Margo- lies, sosteniendo que las calles en los planos incas generalmente no son
rígidamente cuadradas como las españolas, y tienden a irradiar hacia el exterior
(Hyslop 1990: 221). En la región circum-Titicaca, los sitios de Torata Alta, Juli,
Hatuncolla, Ilave, y Chucuito se ajustan a este patrón inca, y no a la cuadrícula
española. Julien alega también que el patrón de cuadrícula presente en Hatuncolla
es de época Inca, concor- dando con Hyslop y las observaciones de Gasparini y
Margolies (Julien 1983: 90-92). Sin embargo, claramente se observa modificaciones
colonial española en todos estos sitios. Julien nota que la plaza de Hatuncolla fue
probablemente recortada hacia una forma cuadrada para ajustarse a los cánones
españoles de diseño del sitio.

dATOS SISTEMáTICOS dE ASENTAMIENTO


El primer modelo de patrón de asentamiento del período Inca en la cuenca del
Titi- caca fue ofrecido por Hyslop en 1976. Su macro patrón Chucuito e Inca
describe el típico patrón de asentamiento del período de control Inca de la región.
Hyslop en- cuentra quince sitios que pertenecen a este período. También describe
cerámica Inca y Chucuito de estos lugares, estructuras con fina mampostería Inca y
con ubicaciones usualmente en áreas expuestas al borde del lago.

datos sistemáticos de la región Juli-Pomata


Los datos del reconocimiento de las áreas de Juli-Pomata y de Tiwanaku
proporcio- nan un panorama más detallado de los patrones de asentamiento del
período Inca. Juli fue una de las principales ciudades de la entidad política Lupaqa
durante el siglo XVI, cuando se realizó la Visita de Diez de San Miguel. La
subdivisión de Juli fue la ciudad más grande en población, con más del 19% del
número total de contribuyentes en la provincia de Chucuito. Pomata fue la tercera
ciudad más grande en población.
360 / l a ocuPacióN iNca eN l a c u e Nc a d e l titicaca

Tanto Juli como Pomata tuvieron el mayor porcentaje de tributarios aymara en


com- paración a la categoría de tributarios pobres de los urus. A lo largo de la
Visita, Juli se incluyó sistemáticamente como la ciudad más importante de la región
después de Chucuito. Por lo tanto, la investigación de Juli-Pomata proporciona
algunos de los mejores datos para la reconstrucción de los patrones de
asentamiento en la cuenca del Titicaca.
El patrón de asentamiento durante el período Inca en el área de prospección de
Ju- li-Pomata se muestra en el Mapa 2. Es obvio que este patrón es dramáticamente
más complejo de lo que cabría sospechar si se centrase únicamente en los centros
inca. Hay tres diferencias importantes en el patrón de asentamiento con respecto
al previo período Altiplano: los sitios fortificados fueron abandonados, se fundan
las grandes ciudades y los campos elevados (camellones) fueron abandonadas. El
uso de la tierras de Puna se intensificó (19% de la población total), un proceso que
comenzó durante el precedente período Altiplano. Un porcentaje significativo de la
nueva población se concentró en las ciudades más grandes. En particular, las
ciudades de Juli y Pomata fueron fundadas en este período.

mapa 2. Patrones de asentamiento del periodo Inca en el reconocimiento regional de Juli-Pomata.

El Inca no utilizó áreas de campos elevados, como lo indican la ubicación del


sitio y los datos derivados de la población (Stanish 1994, 2003: 124). Esto es más
probable, en relación a las condiciones ecológicas alteradas, específicamente la
sequía y el prome- dio de temperaturas bajas, que comenzaron en la época de la
conquista Inca (Graffam 1992; Ortloff y Kolata 1989). El patrón de asentamiento del
período Inca es en gran medida circunscrito a las terrazas agrícolas y a áreas
urbanizadas lacustres, lo que su-
361 / c H a r l e s s t a N i s H

giere una estrategia de maximización diseñada para producir y mover los productos
básicos, y localizar las poblaciones en tierra agrícola óptima.

demografía
La Figura 6 presenta nuestro cálculo de crecimiento de la población en la región de
Juli-Pomata a lo largo del tiempo. La característica más evidente es el pico de creci-
miento en el período Inca después de una tasa de crecimiento generalmente cons-
tante desde el período Formativo Medio (a inicios de Sillumocco). Esta tasa de creci-
miento no podría ocurrir por sí sola de un aumento natural de la población. El
nivel de población proyectado durante el período Inca sería de aproximadamente
90 hec- táreas de residencia domésticas usando las tasas anteriores de crecimiento
desde el período Formativo Medio hasta el Altiplano. La cifra real de 179 hectáreas
es casi dos veces más grande. Estos datos dejan pocas dudas de que considerables
cantidades de poblaciones se establecieron en la región de Juli-Pomata durante el
período Inca.

Figura 6. Curva de la población para el área de reconocimiento regional de Juli-Pomata, sobre


la base de la superficie total de la residencia interna, calibrada para la duración del período.

distribución de tamaño de sitios


La Figura 7 representa las distribuciones de tamaño de sitios para el área de Juli-Po-
mata durante el período Inca. Es instructivo comparar estas distribuciones con las
de Tiwanaku temprano y del período Altiplano. Las dos observaciones más
importantes son: (1) que las distribuciones del período Altiplano e Inca son muy
similares para los sitios de 2,5 hectáreas y más pequeños, pero muy diferente para
los sitios más gran- des y (2) que la distribución del período Tiwanaku es
dramáticamente diferente de la del período Altiplano. Entre los períodos Altiplano
e Inca, todo cambio en la distribu- ción de tamaño se produce en los sitios más
grandes que 2,5 hectáreas.
362 / l a ocuPacióN iNca eN l a c u e N c a d e l titicaca

Figura 7. Distribuciones de tamaño de sitio del área de reconocimiento


regional de Juli-Pomata durante el período Inca.
Creemos que los sitios más grandes que 2,5 hectáreas eran centros de elite, sedes
administrativas, o concentraciones de población en un contexto de mayor produc-
ción de elite. La presencia o ausencia de los sitios más grandes se entiende mejor
como el resultado del grado de centralización política y descentralización en la re-
gión de Juli-Pomata, es decir, en los períodos Tiwanaku e Inca, los sitios más
grandes que 2,5 hectáreas son comunes, pero casi desaparecen en el período
Altiplano, a me- dida que la organización política se torna ausente.
En el período Tiwanaku, por ejemplo, hay cuatro distintas categorías de tamaño
de sitios, con un porcentaje muy alto de los sitios más grandes que 2,5 hectáreas
(23% [7/30]). El cambio entre los patrones de Tiwanaku y del período Altiplano
indica un abandono general de los sitios mayores que 2,5 hectáreas: esto indica
una profunda reorganización del panorama político de la región. El colapso del
estado Tiwanaku lleva al abandono dramático de prácticamente todos los grandes
sitios de la zona, con una consiguiente reorganización de la mayor parte de la
población no elitista en el período Altiplano. El número absoluto de los sitios y su
población total se incremen- taron, lo que indica que las personas que vivieron en
los grandes sitios de Tiwanaku se trasladaron a los pequeños asentamientos
dispersos por toda la región.
Durante la ocupación Inca, se fundaron sitios más grandes en la región. Sin em-
bargo, en contraste con el cambio ocurrido entre el período Altiplano y el
Tiwanaku, el cambio en la distribución del tamaño de los sitios entre los períodos
Altiplano e Inca para sitios menores que 2,5 hectáreas, permanece virtualmente
constante. Estos datos indican que el principal cambio en el período Inca
corresponde a la adición de grandes concentraciones de población, sobre todo en
sitios como Juli y Pomata, bajo la ocupación Inca.
363 / c H a r l e s s t a N i s H

Ubicaciones de sitios
Para los sitios menores que 2.5 hectáreas, hay poca diferencia, en términos de
ubica- ción y altitud, entre los del período Inca y Altiplano. Sin embargo, durante el
período Inca se agregan una serie de nuevos sitios, incluyendo aquellos mayores
de 2,5 hec- táreas. Estos sitios están en un rango de altitud de 3.800 a 4.100 m, con
la mayoría de estos ubicados cerca del lago por debajo de los 3.900 m. En otras
palabras, estos datos demuestran que la mayoría (doce de los diecisiete) de estos
sitios de gran tamaño se encuentran cerca del lago, un lugar óptimo para la
explotación de los recursos lacus- tres y la agricultura de secano en terrazas. Cinco
sitios grandes nuevos, un número importante, fueron añadidos en la puna, lo que
atestigua la importancia del pastoreo de camélidos en la economía política Inca.

datos sistemáticos de asentamientos del valle de Tiwanaku


El asentamiento del período Inca en el valle de Tiwanaku es señalado por
Albarracín- Jordán (1996a) y Mathews (1993) como el período Inka-Pacajes. El
patrón es muy si- milar a la del área de Juli-Pomata, con un gran número de
pequeños sitios dispersos en el paisaje, probablemente para maximizar la
producción agrícola, además de un número reducido de grandes centros.
Albarracín-Jordán y Mathews sugieren que la ocupación Inca no dio lugar a
cambios profundos en la economía política local o los patrones de asentamiento
(1990: 193), abogando por un control más indirecto de la región por el Estado Inca.
Sin embargo, los datos de asentamiento (1990: 215-242) indican algunos cambios
dramáticos en la transición del Intermedio Tardío al Inca, lo que sugiere un
impacto Inca significativo. Por ejemplo, más del 50% de los sitios del Intermedio
Tardío fueron abandonados durante la ocupación Inca, una cifra real- mente más
alta que la del área de Juli-Pomata. Muy significativamente, el número total de
sitios en la época Inca (492) se redujo en casi la mitad del período Intermedio
Tardío (948 sitios), pero casi regresó a esos niveles en el período Colonial Temprano
(836 sitios). Del mismo modo, la distribución de sitios por zona ecológica cambió en
los tiempos incaicos, pero regresó al patrón exacto del período preinca durante el
período Colonial Temprano, al menos en el centro del valle de Tiwanaku (Mathews
1993). Sostenemos que estos datos indican grandes cambios coincidentes con la
ocu- pación Inca, incluyendo un agregado importante del asentamiento que
interrumpió los patrones de asentamiento preinca. El colapso del control Inca en
el período Co- lonial Temprano permitió a la población volver a los patrones
preincas antes de las reducciones españolas.
Mathews (1993: 322) ha sugerido cautelosamente que hubo una concentración
de la población hacia el lago, específicamente en el sitio de Guaqui, una hipótesis
con la que estoy de acuerdo. La evidencia documental indica que el centro mayor
de Guaqui fue establecido por los incas (Mathews 1993: 319). Mathews nota, por
ejemplo, que hubo una reducción de la población de alrededor de 60% en el centro
del valle de Tiwanaku en los tiempos incaicos. En la parte baja del valle de
Tiwanaku, un área que incluye Guaqui, había 40% más de sitios del período Inca
que en el valle medio.
364 / l a ocuPacióN iNca eN l a c u e Nc a d e l titicaca

Hay algunas diferencias reales entre la región de Juli-Pomata y el valle de Tiwa-


naku durante el período Inca. La primera área parece haber sido más importante
para el Inca, en la medida en que el número de personas introducidas en una
región refleja su estatus en el Imperio. En el valle de Tiwanaku, las poblaciones
fueron trasladadas dentro de la región para satisfacer las necesidades del Estado,
pero en el área de Juli- Pomata, la gente fue movida dentro y a la región.

datos sistemáticos de prospección de la isla del Sol


La isla del Sol fue reconocida por Brian Bauer, Oswaldo Rivera, y Charles Stanish
en 1994 y 1995 (más detalles en Bauer y Stanish 2001). La prospección descubrió
varias decenas de sitios Inca, incluyendo sitios habitacionales pequeños y grandes,
y sitios con arquitectura en pie que no habrían sido estrictamente domésticos. La
mayoría de los sitios de habitación fueron pequeños, con una dispersión leve de
artefactos, parti- cularmente, y cerámica Inca sobre terrazas domésticas asociadas
con buenas tierras agrícolas. El sitio típico tenía menos de una hectárea de tamaño.
Casi no hay arqui- tectura sobreviviente de estos sitios pequeños, excepto, de vez
en cuando, cimientos de piedra de los muros. Casi todos los sitios estuvieron
aislados de los demás, y muy probablemente fueron pequeñas aldeas de una o dos
unidades domésticas. Entre los sitios que se acercaron a una hectárea en tamaño
estuvieron algunos que podrían ha- ber sido grupos de tres a cinco unidades
domésticas, y por lo tanto aldeas pequeñas. Los sitios no habitacionales incluyeron
centros rituales, tambos (estaciones de paso), puertos y tumbas. También se
descubrió el sistema vial utilizado por los peregrinos incas, pero no hemos incluido
los segmentos de caminos como sitios.
Una de las características más notables del sistema de asentamiento Inca es la
abundancia de sitios pequeños. En la isla del Sol, más de sesenta sitios cubrieron
me- nos de una hectárea. Este patrón fue descubierto también en la región de Juli-
Pomata para el período Inca (Stanish 1997) y es característico de una estrategia de
control imperial: una distribución bimodal, en general, de unos pocos sitios
administrativos grandes con un gran número de pequeños pueblos y aldeas. En las
islas del Sol y la Luna, los sitios administrativos importantes fueron Kasapata,
Challapampa, el sitio 100 de Bandelier (o Pukara), y, posiblemente el sitio de Puncu
en el lado sur de la isla, donde las balsas de Copacabana desembarcan (Stanish
2003: 275–277). Incluso estos sitios son pequeños para los estándares de tierra
firme, donde Hatuncolla y Chucui- to cubren por lo menos 50 hectáreas. Por tanto,
es probable que Copacabana fuera el centro administrativo responsable de las islas
en el imperio Inca. No sabemos el tamaño de Copacabana durante la ocupación
Inca, pero era por lo menos tres veces más grande que el mayor sitio arqueológico
en la isla del Sol. En otras palabras, los datos del tamaño de asentamiento de sitios
sugieren que la isla no era un distrito administrativo independiente del estado
Inca, sino que estaba vinculada a la región de Copacabana.
Aparte de la ausencia de grandes centros administrativos, es significativo que el
estado Inca utilizara la misma estrategia en la isla que la que había utilizado en
tierra firme con la dispersión de la mayor parte de la población en pequeños
asentamien-
365 / c H a r l e s s t a N i s H

tos. Algunos de los sitios más grandes, probablemente funcionaron como sitios de
menor importancia administrativa. Podemos interpretar estos datos para sugerir
que las poblaciones nativas de la isla estaban dispersas y los mitimaes y otros
grupos que dependían del imperio fueron concentrados en los asentamientos más
grandes.
También es significativo que la mayor parte de los pequeños asentamientos
Incas estuvieran en las tierras agrícolas principales. La isla del Sol fue de hecho un
centro ritual y de peregrinaje importante, y el Inca entendió claramente que este
tenía que estar aprovisionado. Los datos de asentamiento indican que casi todos
los bienes de subsistencia que mantuvieron a la población de la isla –incluyendo a
los sacerdotes, Mamaconas (mujeres escogidas del Inca), y otros especialistas en los
rituales– se pro- dujeron en la isla, y no fueron importados de otros lugares. De
hecho, la distribución de las aldeas y pueblos incas en la isla se correlaciona con las
mejores tierras agríco- las. Este patrón es idéntico al modelo en tierra firme, como
lo demuestran los datos de asentamiento del reconocimiento de Juli-Pomata
(Stanish et al. 1997).
Hay tres importantes excepciones a este patrón. En el lado sur de la isla, un
impre- sionante conjunto de escalones llevan a la colina en medio de una “cuenca”
natural, o pequeño valle. Estos escalones se inician en el sitio ritual conocido hoy
como la Fuen- te del Inca. Un gran número de terrazas agrícolas bien hechas
flanquean estos pasos. A diferencia de cualquier otra parte de la isla –y para el
caso, a diferencia del área de prospección de todo Juli-Pomata, donde tales tierras
de cultivo excelente existen– no hay casas o aldeas inca sobre y entre las terrazas.
En otras palabras, toda la zona fue atravesada con hermosas terrazas, pero no
hubo asentamientos en los propios campos. De hecho, los sitios de habitación
estuvieron, en ambos lados del valle hacia el este y el oeste, donde estuvieron
concentradas en gran número. En estas últimas áreas también había terrazas
agrícolas y sitios asociados de habitación que alberga- ban a la población que
presumiblemente han trabajado estos campos. El patrón típico de la cuenca del
Titicaca en el período Inca, incluye un conjunto de campos agrícolas y una serie de
sitios que albergaron a la población campesina que trabajaba los cam- pos, pero
existió una desviación de este patrón en el valle por encima de la Fuente del Inca.

Una forma de explicar la distribución de los asentamientos en la isla del Sol es


como una función de factores determinantes de asentamiento ritual, es decir, el Es-
tado Inca pudo haber obligado a las personas a vivir lejos de este valle en
particular por razones rituales y/o estéticas. Toda la sección de valle habría sido
construida con bellas terrazas, quizá jardines de viviendas, de maíces especiales u
otras plantas, pero los campesinos que trabajaban estos campos parecen haber
estado prohibidos de vivir allí. Tal vez esto fue por razones rituales, o quizá era
para dejar libre el área de los asentamientos humanos por razones estéticas. En
cualquier caso, este pequeño valle fue alterado en función de las necesidades de la
compleja peregrinación de toda la isla.
La segunda área que no se ajusta al patrón óptimo de uso de la tierra agrícola es
la parte occidental de la isla, donde hay grandes terrazas sin ninguna evidencia de
sitios de habitación. Es posible que esta área fuera para la producción de cultivos
especia-
366 / l a ocuPacióN iNca eN l a c u e Nc a d e l titicaca

les. De acuerdo con Ramos Gavilán (1988 [1621]: 45), “En una destas playas vezina a la
peña Titicaca intentó el Inga sembrar una chácara de Coca para el sol”, lo que sugiere que
la coca se iba a utilizar para los propósitos del ritual. El clima en esta zona es
distinto debido a la alta radiación solar y debido a que la topografía protege las
áreas aterra- zadas del viento. El efecto fue crear un ambiente más cálido, lo que
podría haber sido utilizado para cultivos no altiplánicos.
Titikala es la tercera área que no se ajusta al patrón. Aunque hay vestigios de
asentamientos humanos importantes, no parece existir importantes tierras agríco-
las sostenibles. Un número de sitios fueron descubiertos en la parte norte de la isla,
la mayoría de ellos pequeños pueblos o caseríos adyacentes al complejo ritual que
incluye la Roca Sagrada (Figura 8), la Chincana, y Mama Ojila. Más al norte, lejos del
centro ritual, existen pequeñas aldeas en la Península Ticani. Estos sitios están aso-
ciados con algunas terrazas modestas y probablemente albergaban a los agricultores
que cultivaban maíz para uso ritual, así como otros cultivos para el mantenimiento
de los especialistas religiosos que cuidaban el templo. En otras palabras, el área
misma de Titikala no era una zona agrícola; los factores determinantes del
asentamiento allí fueron estrictamente rituales, con la subsistencia de los
habitantes proporcionada por el resto de la isla.
El número de sitios y el tamaño total del área de vivienda durante el período
Inca es muy alto en relación con los períodos anteriores. Al igual que en el área de
Juli- Pomata, este incremento no puede explicarse sólo por el crecimiento natural
de la población. Incluso teniendo en cuenta algunos problemas metodológicos
menores, existe poca duda que la población fue trasladada allí desde otros lugares.8
En el caso de la isla, la evidencia documental indica que el Inca importó colonos
mitimaes. Tam- bién es probable que el Inca reuniera a las poblaciones dispersas
del período Altipla- no hacia ubicaciones al borde del lago y la isla donde ellos
pudieran ser controlados más eficazmente. La isla habría sido un lugar obvio para
poner estos colonos para apoyar a los especialistas en rituales.

Durante la ocupación Inca, un grupo de asentamientos e infraestructuras


agríco- las cerca a la sureña bahía Kona se utilizaban para cultivar intensivamente
los pro- ductos agrícolas (véase el Mapa 3). El sitio principal de este grupo es un
asentamiento Inca que se caracterizaba por una plataforma de muros con nichos.
El sitio mismo se encuentra entre dos quebradas, cada uno de las cuales fue
canalizada con muros de desviación de agua. Estos muros se estrechaban y
formaban el cuello de una gran depresión ovalada en la base de la pampa, que
ciertamente funcionó como un tanque o depósito. Por debajo del reservorio hay
una serie de relictos de campos elevados (camellones), que no cubren un área
extensa (sólo unas pocas hectáreas), pero son altamente significativos.

8 Algunos factores que pueden inflar artificialmente la población durante el período Inca
incluyen la ubicuidad de la cerámica diagnóstica Inca, y la mejor preservación de sitios a
causa del período de tiempo más tardío. Ambos factores se trataron en el análisis. A pesar
de los sesgos, queda claro que hubo un aumento considerable en la población de la isla.
367 / c H a r l e s s t a N i s H

Figura 8. Vista de la plaza sagrada, la Titikala o roca sagrada, y restos


del templo Inca en la Isla del Sol del lago Titicaca.

mapa 3. Patrón de asentamiento del periodo Inca (1450-1532 d.C.) en la Isla del
Sol.
368 / l a ocuPacióN iNca eN l a c u e Nc a d e l titicaca

La existencia de campos elevados durante la época incaica fue extremadamente


rara. La mayoría de los estudios indican que los campos estaban fuera de uso en el
momento de la conquista Inca, un período que se correlaciona con el inicio de la Pe-
queña Edad de Hielo. Además, este fue un período de una amplia y progresiva
sequía, restringiendo severamente el cultivo de campos elevados. Sin embargo, hay
pruebas convincentes de que los campos cerca de la bahía Kona estaban en uso
durante la ocupación Inca. Desde una perspectiva medioambiental, la existencia de
estos cam- pos representa una excepción que confirma la regla. Esto apoya, en
gran medida, una explicación ecológica del colapso de los campos debido a la
sequía y a la disminución de las temperaturas. La tierra cerca de la orilla del lago,
sobre todo en el área prote- gida de la bahía de Kona, habría sido sensiblemente
más cálida que la de la cuenca del Titicaca en general. Además, las dos quebradas y
las estructuras especiales de depósito habrían proporcionado agua dulce suficiente
como para hacer viables los cultivos. En otras palabras, el Inca reconstruyó las
condiciones necesarias para que los campos elevados fueran productivos en este
entorno atípico y muy favorable. La asociación de este complejo agrícola, con una
plataforma de paredes con nichos, es altamente sugestiva para un uso especial o
ritual de los campos. Así pues, parece que el complejo de campos de la bahía Kona
fue una zona agrícola especial diseñada para cultivar maíz y, posiblemente, otras
plantas para el centro de peregrinación.
Otro factor determinante para el asentamiento durante el período Inca habría
sido el sistema de caminos. Los caminos estaban probablemente en el territorio
desde el período Tiwanaku, y fueron, tal vez, construidos a partir de los caminos y
senderos que se habían utilizado hace milenios para cruzar la isla. Los incas eran
expertos en la formalización de los antiguos sistemas de caminos a través de los
Andes, y ellos hicieron lo mismo en la isla del Sol. Dos caminos principales llevaron
desde el lado sur de la isla a la zona Titikala. La primera se inicia en la zona de
Yumani y conduce hacia el norte por terreno elevado en el lado oeste de la isla
pasando Apachinaca. Este continúa a lo largo de la cresta alta, pasa por algunas
construcciones de plataformas pequeñas, y luego desciende hasta el área de
Titikala. El segundo camino también comienza en la zona de Yumani y continúa en
el lado oriental hasta Apachinaca. Este camino luego desciende más allá de la bahía
de Challa y sigue el lado este de la isla, pasando por Challapampa, Challa, Kasapata,
y finalmente llega a la zona Titikala. Los sitios Incas a lo largo de estos caminos
fueron construidos en parte para los servicios y/o para tener acceso a ellos.

SISTEMA ECONóMICO INCA


Sistemas agrícolas locales durante la ocupación Inca
El análisis de los datos de asentamiento de la región Juli-Pomata ha permitido
defi- nir la importancia relativa de las actividades económicas a través del tiempo.
Cuatro actividades económicas principales fueron seguidas por las poblaciones en
la cuenca del Titicaca: la agricultura de campos elevados (camellones), la
agricultura de secano en terrazas, el pastoreo de camélidos y la explotación de los
recursos lacustres. Cada una de estas actividades está relacionada con la ubicación
de los sitios. La zona de la
369 / c H a r l e s s t a N i s H

puna es ideal para el pastoreo de camélidos, y sólo marginal para el cultivo del tu-
bérculo. La zona de campos elevados, confinada a la pampa llana interior del lago y
junto a los ríos, es agrícolamente útil sólo con las construcciones de campos
elevados, aunque hoy en día se utiliza para el pastoreo marginal y sólo existen
relictos de estos campos. Las áreas de terrazas en la región Suni se dividen en dos
tipos de contem- poraneidad Aymara. Las áreas de pendiente suave en la base de
los cerros que están protegidos del viento se consideran tierras de cultivo ideal,
casi tan buenas como los campos elevados. Las propias laderas, un segundo tipo,
generalmente se consideran como zonas pobres a moderadas para el cultivo (M.
Tschopik 1946: 513). Lo que es sig- nificativo es que cada zona ofrece
oportunidades económicas específicas y diferentes. Los datos del reconocimiento
de Juli-Pomata nos permiten definir el uso relativo de las cuatro estrategias
económicas mediante la localización de los sitios y el cálculo del área habitacional
total por período (por ejemplo, ver Stanish 1994).
El análisis de los datos de asentamientos ha revelado varios patrones. En primer
lugar, la agricultura en campos elevados desapareció durante la época incaica. Los
datos de asentamientos indican un alejamiento de las zonas de campos elevados,
en el área de estudio, hacia ubicaciones en zonas de terraza de secano y zonas de
pasti- zales en la puna (Stanish 1994). La explicación más parsimoniosa de los datos
es que las condiciones ecológicas se alteraron, esencialmente por la aparición de
una menor temperatura media iniciada alrededor del año 1400 d.C. y que fue uno
de los princi- pales factores en este cambio económico (Graffam 1992; Kolata 1993:
298; Ortloff y Kolata 1989).
En segundo lugar, se produjo un cambio sustancial en los pastizales de la puna,
especialmente cuando se compara con las cifras de períodos anteriores. En el
período de Tiwanaku, cerca del 4% de la población vive en la puna, y en el período
Altiplano la población que vive se incromentó a 14%, mientras que en la época Inca
cerca del 20% de la población vive en la puna.
Un patrón de asentamiento del período Inca especializado en terrazas agrícolas
y las zonas urbanas lacustres, sugiere una estrategia de maximización diseñada
para producir y exportar los productos, ademas de localizar a las poblaciones en
tierras para optimizar así los campos de cultivo. La importancia de la lana de
camélidos en la economía Inca se indica por el hecho de que el 20% de la población
vivía en pastizales para pastoreo.

¿Por qué colapsaron los campos elevados del sistema agrícola?


A finales del siglo XV, importantes cambios ecológicos ocurrieron en la región
del Titicaca. La Pequeña Edad de Hielo, un período de menor temperatura
ambiental, data de alrededor del año 1480 d.C. hasta el siglo XIX (Graffam 1992:
899). Nuestros datos apoyan los argumentos tanto de Graffam (1990: 248-249) como
los de Ortloff y Kolata (1993) que plantearon que los campos elevados eran
ecológicamente inviables durante el tiempo de la conquista Inca.
370 / l a ocuPacióN iNca eN l a c u e N c a d e l titicaca

Los datos de asentamiento de Juli-Pomata reflejan este cambio en la situación


ecológica. Menos del 15% de la población vivía en las áreas de campos elevados
durante este período, y esto puede explicarse por la presencia de un gran camino
Inca que atraviesa la pampa en las zonas de los antiguos campos elevados. La elite
Inca persiguió alternativas y estrategias básicas de financiación de la riqueza en
la región circum-Titicaca, como la especialización económica y el
establecimiento, en las tierras bajas, de colonias agrícolas de áreas de maíz (por
ejemplo, Murra 1982; Wachtel 1982).

Los almacenes Inca: Las qolcas


La qolca o almacén, fue una de las principales características del sistema
adminis- trativo y militar Inca. Las qolcas estuvieron surtidas con tela, maíz,
calzado y otros productos utilizados para alimentar y vestir a los ejércitos. En
uno de los primeros documentos conocidos que existen luego de la conquista
española, el anónimo La Conquista del Perú, nos proporciona una descripción sobre
las qolcas: “Ellos [Hernan- do de Soto y soldados] llegaron a la aldea, que era grande y
en algunas casas muy altas se encontró una gran cantidad de maíz y zapatos. Otras casas
estaban llenas de lana y más de 500 mujeres que no hacían otra cosa más que [hacer] la
ropa y chicha para los soldados. En estas casas había una gran cantidad de esta chicha”
(Sinclair 1929: 27).

Este documento anónimo también hace una interesante referencia a, quizás,


otro producto de valor militar almacenado en las qolcas. Al llegar a Cajamarca, los
españoles observaron una casa con árboles, al parecer donde Atahualpa estaba, y
“alrededor de esta casa en todas partes, por una distancia de más de media legua,
se cubrió el suelo con carpas blancas” (Sinclair 1929: 29-30). Sí aceptamos la
veracidad de esta cita, es evidente que al menos algunos soldados en el ejército
Inca tenían tiendas de campaña, ya sea de algodón o lana.

Los depósitos, por consiguiente, probablemente contenían al menos tela para


ropa y carpas, calzado, maíz y chicha. Estos productos fueron distribuidos a los
sol- dados y fueron utilizados para mantener al ejército. La Visita de Diez de San
Miguel hace decenas de referencias de tambos que aún estaban en uso por lo
menos duran- te 1567. Diez de San Miguel abordó directamente la cuestión de los
tambos en una sección llamada “En cuanto al servicio de los tambos”: “las siete
ciudades principales en el camino real son grandes y proporcionan mano de obra
importante en el mantenimiento de los tambos porque estos le dan totora y leña a todos los
viajeros que pasan y hay muchos indios que están ocupados en esto” (Diez de San Miguel
1964: 213). En otra sección de la Visita, el corregidor Licenciado Estrada señaló
que “cada pueblo sirve a su tambo y que este servicio se realiza habitualmente por los
indios Uros porque son pobres” (Diez de San Miguel 1964: 52). La evidencia en la
Visita se ajusta a nuestro modelo general de los depósitos del Inca como siendo
mantenidos por las comunidades locales como parte de sus obligaciones de
trabajo de la mita.
371 / c H a r l e s s t a N i s H

Minería de metales preciosos


La región del Collasuyu proporcionó mano de obra para lo que parece haber sido
una de las minas más importantes de plata del imperio Inca. Conocida como Porco,
la mina mencionada por Cieza como una principal fuente de metal para el
Coricancha en Cusco (Cieza 1553: capítulo 108). La Visita de Diez de San Miguel
contiene numero- sas referencias a esa mina. También se extraía plata cerca de
Puno durante el período Colonial. (Ver también Schultze et al. en este volumen).
La extracción del oro y la plata fue una actividad económica muy importante en
la cuenca del Titicaca durante la ocupación Inca. El oro era un producto altamente
apreciado, utilizado en la arquitectura, obras de arte de elite, objetos rituales, etc.
Jean Berthelet hace una observación importante sobre la gran cantidad de oro y
plata capturada por los españoles, lo que atestigua la “existencia de una minería
intensi- va, la movilización de muchos trabajadores, y una organización de las
minas a nivel estatal” durante el Tawantinsuyu (Berthelet 1986: 69). Durante el
período Colonial español, no hay duda de que la región circum-Titicaca fue una de
las zonas mineras más productivas de América del Sur. No es de extrañar que el
Estado Inca también explotara el oro y la plata de la región.
Según Berthelet (1986: 72), había dos tipos de minas en la región. Al igual que
con otras formas de riqueza verdadera, como la tierra y el agua, las zonas mineras
se dividieron en aquellas pertenecientes a los incas y las que pertenecían a los
grupos étnicos locales. Las minas del Inca o del estado se concentraban en ciertas
áreas, tales como Carabaya, Huancané, Chuquiabo, Porco, y así sucesivamente, y las
minas de la comunidad se encontraban dispersas en los valles de los ríos y
quebradas (ver Portu- gal 1972). La evidencia documental sugiere que los incas
controlaron la mayor parte las minas de socavón más productivas y la fuerza de
trabajo intensiva, aunque las elites locales mantuvieron el control de las minas de
los metales preciosos.
La Tasa de Toledo enumera los impuestos recaudados de varias comunidades de
la región. La Tabla 3 enumera algunas ciudades seleccionadas y sus elementos de
tribu- to, incluyendo aquellos en los que el oro era recogido. El Mapa 4 muestra las
ciudades que debieron proporcionar oro para el Estado español en el siglo XVI. La
distribución de las comunidades tributarias en oro corresponde bien con la
reconstrucción de Ber- thelet de las principales áreas productoras de oro en el
período Inca (Berthelet 1986: 73). Las principales minas de oro aluvial se
encontraban en la región de Omasuyu, al este y al noreste del lago, y sobre todo de
la cordillera en la región de Carabaya. En la década de 1480, la zona de Carabaya
fue conquistada por Túpac Yupanqui, y el Inca reclamó las minas de oro (Berthelet
1986: 74). Las zonas productoras de oro fueron trabajadas por los colonos, así como
por los grupos étnicos locales. En Chuquiabo, fue Huayna Cápac, el sucesor de
Tupac Yupanqui, quien re-asentó indios en el sitio para trabajar las minas
(Berthelet 1986: 74). Berthelet localiza varias otras minas im- portantes, en
particular las minas de plata en Porco y Tarapacá, en el extremo sur. Tanto Porco y
Chuquiabo eran propiedad del Inca (Berthelet 1986: 74). Curiosamente, el Estado
Inca proporcionó pesos e inspectores para asegurar que el Inca expropiara
suficientes cantidades de metales preciosos.
372 / l a ocuPacióN iNca eN l a c u e Nc a d e l titicaca

Ciudad Oro Tejido / lana Chuño Maíz Pescado Animales Sal


MACHACA X
CAPACHICA X X X
PUCARANI X X X X
HUARINA X X X X X
GUAQUI X X X X
PUNO X X X X
ACHACACHE X X X X
HUANCANÉ X X X
TIWANAKU X X X X
PAUCARCOLLA X X X X
X
COATA X X X
ANCORAIMES X X X
COPACABANA X X X
CARABUCO X X X X X
MOHO/CONIMA X X X X
VILQUE X X X X X
CAMINACA X X X X X
MOQUEGUA X
ARAPA X X X X X
SAMAN X X X X X X
ASILLO X X X X X X
AZÁNGARO X X X X X
TARACO X X X X X
NUÑOA X X X X X
LAMPA X X
HATUNCOLLA X X X X
AYAVIRI/CUPI X X
NICASIO X X X
CARABAYA X X
PUCARA/QUIPA X X X

Tabla 3. Las ciudades seleccionadas y sus artículos de tributo que se enumeran en la Tasa de
Toledo.
373 / c H a r l e s s t a N i s H

Los caminos incas parecen, al menos en parte, estar asociados a la extracción de


estos metales. El principal camino Inca en el sur, por ejemplo, pasa cerca a
Chuquiabo y directamente por el pueblo minero de Porco. El camino Omasuyu
obviamente bor- dea el lado oriental del lago, pasando por una serie de ciudades
asociadas a la región de Carabaya. Grandes tramos del camino Omasuyu aún
pueden verse. La Figura 9 muestra una sección de camino por encima de Moho, en
el lado oriental del lago. El camino está pavimentado con losas de piedra y tiene
cerca de dos a tres metros de ancho. Esto representa una sección del camino
principal en el lado oriental, con una serie de caminos secundarios que, muy
probablemente, se dirigían hacia el este para aprovechar la producción de oro de
las regiones semi-tropicales a sólo uno o dos días de camino a pie.

Figura 9. Segmento del camino Inca cerca de Moho, Perú. Fotografía del autor.
Producción y estilos de cerámica
La cerámica del período Inca en la región del Titicaca ha sido discutida por varios
au- tores, sobre todo Julien (1983). En el área de Juli-Pomata, hemos definido una
serie de tipos de cerámica del período Inca. Prácticamente el 98% de la muestra
conocida de tiestos Inca fueron fabricados localmente. El tipo local Inca representa
imitaciones de los estilos de Cusco fabricados en la región del Titicaca. El estilo de
cerámica Chucui- to parece ser un fenómeno local, elaborado por primera vez bajo
la ocupación Inca. Aunque no hay antecedentes directos de los estilos decorativos
Chucuito, muchos de los motivos son observados en la cerámica Inca del Cusco. A
diferencia de Chucuito, Pacajes y los motivos del tipo Sillustani tienen
antecedentes anteriores en la región del Titicaca.
Este patrón de la fabricación local de cerámica decorada ofrece información so-
bre la naturaleza del control inca provincial. D’Altroy y Bishop (1990) analizaron la
composición química de la cerámica del período Inca de cuatro áreas en los Andes
374 / l a ocuPacióN iNca eN l a c u e Nc a d e l titicaca

centrales, incluyendo la cuenca del Titicaca, el Valle del Mantaro, Tarma, y Cusco.
Llegaron a la conclusión que “diferentes conjuntos cerámicos fueron producidos y
consumidos en las tres regiones principales. Virtualmente ninguna de la cerámica
Inka imperial analizada de las áreas de Mantaro Superior o del Lago Titicaca fue
pro- ducida en el Cusco y enviada a esas áreas.”
El análisis estilístico de la cerámica del período Inca de toda la cuenca del
Titicaca apoya esta hipótesis. En la región de Juli-Pomata, por ejemplo, Steadman
ha definido una serie de diferentes tipos de pasta que pueden ser locales, semi-
locales o exóticos según su lugar de fabricación. En el caso de la cerámica del
período Inca, la mayor parte de los tiestos de la muestra parece que fueron
fabricados localmente con una pasta utilizada tanto previamente antes de la
ocupación Inca como también en el período Colonial Temprano.
Siguiendo con la cerámica producida durante la ocupación Inca de la cuenca del
Titicaca, el estudio más detallado de los cambios en el estilo alfarero, es la obra de
Julien (1983) en el sitio de Hatuncolla. Ella excavó once unidades de cateo en el sitio
y pudo definir una secuencia cerámica de cuatro fases. De acuerdo a esta
investigación, todos los artefactos manufacturados en el sitio representan un
momento en el que existió una fuerte influencia Inca en Hatuncolla, lo que indica
que el sitio fue fundado durante la expansión incaica.
En la cronología refinada de cerámica, propuesta por Julien (1983: 151-153) para
la ocupación Inca de Hatuncolla, hay tres fases pre-coloniales, empezando con la
fun- dación del sitio. En la fase 1 existe una clara influencia de las tradiciones de
cerámica del Cusco, imitado en su mayor parte por dos arcillas locales junto con
un conjun- to preinca derivado de Sillustani. Algunas de ellas son imitaciones
simples, aunque otras con préstamos más sutiles. Julien señala que los cuencos
decorados son los más importantes en el conjunto cerámico. Ella también nota una
ruptura estilística im- portante de las tradiciones preincas de Sillustani,
enfatizando que la ocupación Inca alcanzó hasta los mismos cánones estilísticos de
la población local.
Para la Fase 2, Julien observa una mayor variedad de perfiles de borde y decora-
ción. Una vez más, los cuencos fueron importantes, pero hubo muchas más formas,
que fueron tomadas del inventario de Cusco. Sólo algunas de las formas de la tradi-
ción de Sillustani, obtenidas de la Fase 1, continuaron en la Fase 2. La Fase 3 es el
últi- mo período prehispánico de cerámica definida por Julien (1983: 203-230). Los
cuencos poco profundos continuaron, pero se agregaron cuencos más grandes. El
estilo Sillus- tani continuó, y Julien observa un resurgimiento de rasgos
morfológicos conservado- res Sillustani, con menos formas del Inca cusqueño. En la
primera fase influenciada por los españoles, Julien advierte acabados de superficie
de la cerámica similares a las del Cusco con vasijas hechas en torno y una ausencia
de cerámica vidriada.

En el área de Juli–Pomata, el personal del Proyecto Lupaqa ha definido una serie


de tipos de cerámica de la época incaica. Hay varios tipos diagnósticos del período
Inca en las áreas de Juli, Pomata, Ccapia y Desaguadero. La forma más común es, de
lejos, el cuenco, pero también son muy comunes las botellas Incas (conocidas como
aríbalos).
375 / c H a r l e s s t a N i s H

El motivo decorativo más común es el Inca Local. Este último tipo es esencialmente
cerámica Inca elaborada en la cuenca del Titicaca, y las fechas para el período Inca
están entre los 1450 a los 1532 d.C. Estas piezas son imitaciones de la cerámica del
Cusco, con botellas y cuencos como formas predominantes. En particular, el uso de
motivos del Cusco y las distintivas protuberancias dobles en el borde de los cuencos
sirven para identificar este tipo. Julien señala que el uso de pastas y pigmentos
locales y la mala interpretación de los motivos Cusco identifican al estilo Inca Local
como de fabricación original del área del Titicaca (Julien 1983: 146). Nosotros
reconocemos tres subtipos dentro del grupo Inca Local: Inca Local Llano, Inca Local
Policromo e Inca Local Bícromo.
Otro tipo del período Inca es Chucuito. Prácticamente todos los tipos de Chucuito
tienen forma de cuenco. Este tipo fue definido por primera vez por M. Tschopik
(1946: 27-31) como dos vajillas relacionadas: Chucuito Polícromo y Chucuito Negro
sobre Rojo. Los motivos decorativos dominantes incluyen diseños de animales y
plantas, también utilizan diseños de insectos, humanos y formas geométricas. Las
cerámicas en la zona de Chucuito-Juli-Pomata son fabricadas localmente. M.
Tschopik (1946: 27) señala que las pastas de Chucuito son de textura fina y tienden
a ser de color rojo o rosa claro. Estas tienen temperante de arena, con inclusión
ocasional de mica.
Pacajes es un tipo del período Inca, más común de la zona de Desaguadero y fue
reportado por primera vez en detalle por Rydén (1957: 235-238) a partir de un
núme- ro de sitios de Bolivia. Albarracín-Jordán y Mathews (1990: 171) y Mathews
(1993) se refieren a este tipo como Inka-Pacaje, asignándole una fecha del período
Inca. Este tipo de cerámica está, casi con toda seguridad, asociado con la región de
Pacajes de la cuenca sur.
La cerámica Pacajes es fácilmente reconocida por los diseños distintivos de lla-
mitas (y formas similares, no relacionadas) en la superficie interior de los cuencos.
Al parecer la totalidad de la cerámica es del período Inca, dada su similitud con los
cuencos Chucuito e Inca local. La baja incidencia en la región de este tipo y su
mayor densidad conocida al sur sugieren fuertemente que Pacajes es una
importación exó- tica en el área de Juli-Pomata. Con una sola excepción, todos los
ejemplos del área Pacajes, del estudio de Juli-Desaguadero, son formas de cuenco.
Los tipos Sillustani son encontrados tanto en contextos del período Altiplano
como en los del período Inca, tal como se ha determinado por las excavaciones
estra- tigráficas y el análisis estilístico (Julien 1983: 116-125; Stanish 1991: 13-14).
Tipos Si- llustani del período Inca son bastante fáciles de distinguir por los labios
más gruesos, formas de cuencos menos profundas, exterior bruñido más fino, y
motivos de diseño más elaborados. El tipo Sillustani del período Inca también fue
identificado por pri- mera vez y nombrado por M. Tschopik (1946: 22-27), y
discutido más adelante por Julien (1982), Revilla Becerra y Uriarte Paniagua (1985)
y Stanish (1991). Al igual que con los tipos preinca, prácticamente todos los
diagnósticos Sillustani son cuencos. La característica básica que define el tipo de
Sillustani es un conjunto de líneas paralelas a lo largo del borde interior de
cuencos bruñidos o pulidos. Tschopik sugirió cuatro vajillas dentro de la serie de
Sillustani: Sillustani Policromo, Sillustani Marrón sobre
376 / l a ocuPacióN iNca eN l a c u e Nc a d e l titicaca

crema, Sillustani Negro sobre Rojo, y Sillustani Negro y Blanco sobre Rojo. No
hemos encontrado ninguna policromada (con una excepción que fue clasificada
como posi- blemente Chucuito Policromo) o Sillustani Negro y Blanco sobre Rojo
en el área de Juli-Pomata y, por lo tanto, no las incluimos en nuestra tipología
(Stanish et al. 1997). Hemos definido un subtipo adicional, Sillustani Negro sobre
Naranja. Basándonos en las características de la pasta, el Sillustani Marrón sobre
Crema habría sido importado a la zona de Juli–Pomata, pero el Negro sobre Naranja
y Negro sobre Rojo, muy proba- blemente, fueron hechos localmente.
Hay algunas asociaciones geográficas relativamente fuertes entre los principales
estilos de cerámica del período Inca y las entidades políticas en la región del
Titica- ca. Por ejemplo, el estilo de cerámica Chucuito se asocia claramente con la
entidad política Lupaqa (Hyslop 1976: 147; Stanish et al. 1997). El estilo de cerámica
Sillustani se asocia con el área Colla ubicada en el norte y el noroeste de la cuenca
del Titicaca. El estilo Pacajes se encuentra en la región de Pacajes, en el sur y
extremo suroeste (Albarracín-Jordán 1992: 313; Portugal 1988; Stanish et al. 1997).

Relaciones regionales
El concepto de complementariedad zonal, o verticalidad, fue introducido
aplicándose al estado Lupaqa, en particular, y la cuenca del altiplano del Titicaca y
el período Inca en general. Uno de los mejores métodos arqueológicos para
comprobar el modelo de complementariedad zonal ha sido la hipótesis de la
existencia de un territorio colo- nial. En 1983–1985, se llevó a cabo una
investigación en asentamientos del período Intermedio Tardío, en la región
Moquegua en el sur de Perú, una de las principa- les regiones de los Andes
Surcentrales donde se menciona que los Lupaqa habrían mantenido colonias
durante el siglo XVI (Murra 1968; Pease 1982). Investigaciones adicionales de Bürgi
(1993) y Conrad y Webster (1989) han ampliado en gran medida nuestro
conocimiento de este importante valle.
Los resultados de esta investigación están disponibles en gran detalle en otras
pu- blicaciones (Bürgi 1993; Conrad y Webster 1989; Stanish 1989a, 1989b, 1992), así
que sólo realizaré un breve resumen aquí. Las excavaciones intensivas y el
reconocimien- to del valle de Otora, en la cuenca de Moquegua, indican que el
control Lupaqa no fue evidente hasta el período Inca, coincidiendo con la
ocupación Inca en la región. Antes del establecimiento de sitios administrativos
Inca-Lupaqa, la región media y superior de la sierra de Moquegua (por encima de
unos 2000 msnm) fue controlada por grupos políticos independientes conocidos
como Estuquiña. Los sitios Estuquiña estuvieron fortificados y tenían evidencia de
una elite local que participó en fuertes intercam- bios con las zonas costeras y el
norte de la cuenca del Titicaca. En concreto, los socios principales del intercambio
parecen haber sido los collas, como lo demuestra la abun- dancia de cerámica
Sillustani encontrada en contextos domésticos y no domésticos de sitios Estuquiña
(Stanish 1989a, 1992). En suma, los datos de Moquegua sugieren que grupos colla
de la cuenca norte del Titicaca, fueron los principales desplazados por la elite inca
y Lupaqa quienes mantenían centros administrativos allí.
377 / c H a r l e s s t a N i s H

¿La octava cabecera? El sitio de Torata Alta en Moquegua


El gran sitio, del período Inca y Colonial Temprano, de Torata Alta es uno de los
asen- tamientos más importantes fuera de la cuenca del Titicaca, relevante para
compren- der la naturaleza del dominio Inca en la misma cuenca. Torata Alta,
ubicada en la parte elevada del valle medio de Moquegua en el Valle de Torata, está
construida en base a un patrón reticulado y tiene una importante ocupación Inca y
una menor Co- lonial Temprana (Stanish y Pritzker 1983).
Los datos sugieren que el sitio fue construido en el período Inca, y sirvió como el
más importante centro administrativo de la región. Es, posiblemente, el sitio
mencio- nado por varios cronistas, como lo refiere Murra en su destacado artículo
de 1968. El hecho de que la mayor parte de la cerámica de Chucuito encaje en la
Fase 3 de Julien (con unos pocos de la Fase 2) en su secuencia de Hatuncolla,
también apoya firme- mente una fecha de fundación pre-Colonial del sitio (Julien
1983: Láminas 12, 33, 34).
Como se señaló anteriormente, el reticulado es típico de muchos sitios Inca en
los Andes Surcentrales. Asimismo, la cerámica del período Inca es
abrumadoramente del estilo Chucuito, y sugiere una fuerte conexión con la
subdivisión Lupaqa de la provin- cia Inca en la cuenca del Titicaca. Van Buren
(1996) señala que las cerámicas Chucuito son prácticamente idénticas a las de la
cuenca del Titicaca.
La evidencia documental también sugiere que el área de Torata fue parte de la
provincia Lupaqa tal como se entiende dentro del modelo de complementariedad
zo- nal como un verdadero archipiélago. Podemos sugerir la siguiente hipótesis: el
sitio de Torata Alta fue uno de los territorios controlados por los lupaqa concedida
a estos bajo la dominación Inca. No hay pruebas de control Lupaqa antes de la
ocupación Inca en la cuenca de Moquegua. Hemos sugerido, anteriormente, que la
primera presencia Lupaqa en la cuenca de Moquegua se correlaciona con el
control geopolítico inicial Inca de la región (Stanish 1989a: 319). Antes de la
ocupación Inca, en el período Inter- medio Tardío, la zona de Moquegua era
controlada –o por lo menos, lo fueron las re- laciones de intercambio– por la
entidad política colla. Coincidiendo con la conquista y la aniquilación de los collas
como un poder político importante, a los Lupaqa se les otorgaron tierras en el área
de Moquegua. Los Lupaqa se aprovecharon de su posición privilegiada dentro del
estado Inca para apoderarse de la región de Moquegua, en calidad de
administradores indirectos de este importante y productivo valle. Torata Alta, fue
construida en colaboración con las autoridades Lupaqa, sirvió a los intereses de la
recientemente promovida elite Lupaqa, así como también a las de sus patrones, el
Estado Inca. El hecho de que el sitio fue construido con patrones arquitectónicos
Inca, pero que los estilos artefactuales estaban vinculados con los Lupaqa, apoya fir-
memente la alianza documentada históricamente entre los lupaqas y los incas. En
suma, los incas conquistaron militarmente el valle de Moquegua y utilizaron a la
elite Lupaqa para administrar la provincia. Esta interpretación es coherente con los
datos históricos que sugieren que los lupaqas tenían tierras de su “propiedad” en
las yun- gas occidentales, siendo el valle de Moquegua un ejemplo arquetípico de
esta alianza Inca-Lupaqa. Las reiteradas afirmaciones en la Visita de Diez de San
Miguel acerca que los Lupaqa eran los legítimos propietarios de las colonias yungas
durante el pe-
378 / l a ocuPacióN iNca eN l a c u e Nc a d e l titicaca

ríodo colonial español previo a los Incas fueron, en mi opinión, una ficción legal para
reclamar estas tierras en el contexto de las normas legales españolas (Stanish 2000).

SíNTESIS
La cuenca del Titicaca era el centro demográfico y cultural de la región Inca del Co-
llasuyu. Según los relatos históricos de Cieza (1959 [1553]) y Cobo (1983 [1653]) , la
primera incursión en la región del Titicaca fue iniciada por el primer (y
posiblemente apócrifo) emperador conocido como Viracocha Inca, probablemente
a mediados del siglo XV. Este Inca se encontró con dos sistemas políticos grandes y
complejos en el oeste de la cuenca del Titicaca, los Lupaqa y los colla, junto con
varios otros grupos políticos más pequeños, como los pacajes y los de las regiones
de Omasuyu.
En el momento de la expansión incaica en esta región, los Lupaqa y collas eran
enemigos implacables embarcados en un conflicto interminable. Se ha registrado
que Viracocha Inca negoció con ambas partes, tratando de manipularlas para su
propio beneficio político (Cieza 1959 [1553]: 215-216). Ante el temor de una alianza
entre los Lupaqa e incas, los colla iniciaron una batalla con los Lupaqa en
Paucarcolla (Cieza 1959 [1553]: 219). Los Lupaqa ganaron esa batalla, y su rey,
conocido como Cari, nego- ció la paz con Viracocha Inca.
Estas historias mítico-heroicas sugieren que la incorporación real de la región se
llevó a cabo por el hijo de Viracocha Inca, Pachacuti (Cieza 1959 [1553]: 232-235).
Pa- chacuti inició una nueva campaña en la región del Titicaca y se vio obligado a
luchar contra los aún autónomos collas. Los colla lucharon y perdieron la batalla
contra los inca cerca de la ciudad de Ayaviri. Los colla se retiraron a la localidad de
Pucará, mientras que el Inca destruyó Ayaviri, matando a la mayoría de la
población (Cieza 1959 [1553]: 232). Cobo (1983 [1653]: 140) relata que entonces el
rey Lupaqa “recibió al Inca en paz y le entregó su estado.”
Ciertamente, hacia los 1500 d.C., y con mucha probabilidad antes, el Inca había
incorporado la cuenca del Titicaca como una de sus provincias más productivas a
través de una variedad de estrategias: el establecimiento de guarniciones militares,
el re-asentamiento masivo de personas hacia zonas más estratégicas y
económicamente más eficientes, el uso de colonos mitimaes, la incorporación de
las elites locales, y la apropiación de la autoridad ideológica.
379 / c H a r l e s s t a N i s H

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1
4
La red vial Inka
en la Región
Puno
segis Fredo ló Pez vargas i

INTROdUCCIóN
Uno de los cuatro principales caminos que conformaba el sistema vial Inka partía
de la plaza Huacaypata de la ciudad del Cusco rumbo a las tierras altas de la
cuenca del lago Titicaca en la región del Collasuyo. Este camino fue uno de los más
importantes del imperio y comunicaba la capital Inka con el rico territorio
habitado por los po- derosos qollas concentrados en Hatunqolla y los lupaqas en
Chucuito (aunque ver Stanish en este volumen acerca de la capital pre-Inca),
quienes fueron conquistados por Pachacuteq en el siglo XV.
La conquista de esta región a mediados de ese siglo fue trascendental para el
forta- lecimiento del Estado Inka, pues contribuyó con rebaños de camélidos, ropa,
alimen- tos y hombres, constituyendo la principal fuente de abastecimiento para
financiar al naciente Estado y su expansión (Hyslop 1979: 57). La anexión de la
cuenca del lago Titicaca a los dominios del Cusco mediante conquistas militares y
alianzas políticas después de la derrota de los chankas, involucró el desplazamiento
de los pueblos for- tificados qollas y lupaqas, localizados en la cima de los cerros,
hacia las zonas bajas cerca al lago y junto al camino (Cieza [1553] 1956; Tschopik
1946: 5; Barreda 1958: 55;
Hyslop 1979: 58; Fuentes 1991: 15; Arkush y De la Vega 2002: 10).

Asimismo, la incorporación de esta área a la esfera de dominio Inka significó la


reutilización de las vías existentes y la construcción de una red de caminos que per-
mitiera darle fluidez a la movilización de los ejércitos y los funcionarios de gobier-
no, así como de los mitimaes olleros y plateros establecidos en los pueblos donde se
producían bienes para el Estado. Del mismo modo, estas vías sirvieron para que los
peregrinos se desplazaran hacia el oráculo y centro religioso de las islas del Sol y de
la Luna en el lago Titicaca (Bauer y Stanish 2003; De la Vega y Stanish 2006).
i Arqueólogo egresado de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Estudiante de la
Maestría en Arqueología del Programa de Estudios Andinos de la Pontificia Universidad
Católica del Perú. Arqueólogo del Ministerio de Cultura.
386 / l a red vial iNka eN l a r e g i ó N PuNo

Esta red de caminos facilitó el control y la administración de los recursos


existentes en el territorio conquistado y permitió el desplazamiento de ejércitos,
administradores y caravanas de llamas transportando los bienes hacia los centros
administrativos loca- lizados en esta región, donde finalmente fueron almacenados
en las qollqas.
Las descripciones de las crónicas y las investigaciones arqueológicas (Cieza 1945
[1553]; Hyslop 1979; Stanish 1997, 2001, 2003; Julien 2004) enfocadas en la ocupación
Inka de esta región durante el Horizonte Tardío mencionan que los cusqueños apli-
caron dos diferentes estrategias de conquista: la guerra contra los rebeldes qollas,
y las alianzas políticas con los lupaqas, enemigos de éstos. El resultado fue la
transfor- mación del paisaje cultural de esta área, convirtiéndose el Qhapaq Ñan en
el eje arti- culador a lo largo del cual los inkas reorganizaron el nuevo patrón de
asentamiento regional con los principales pueblos y centros administrativos o
“cabezas de provincia” asociados a esta vía principal.

En las narraciones de los cronistas Cieza de León (1553), Guamán Poma de Ayala
(1613), en la Ordenanza de Tambos de Vaca de Castro del año 1543, y en los relatos
de los viajeros del siglo XIX como Squier (1877), se lee las descripciones del camino
prin- cipal que se dirigía del Cusco rumbo al sur, hacia la región del Qollao. En el
siglo XX, importantes reconocimientos de esta ruta fueron descritos en los trabajos
de Regal (1936: 128-143), Strube Erdmann (1963: 43-47) y von Hagen (1977).

En la década de 1970, John Hyslop realizó el primer estudio sistemático del


sistema vial Inka en la cuenca del Titicaca (Hyslop 1979, 1984). Posteriormente, las
explo- raciones realizadas por Stanish, De la Vega, Frye, Arkush y Coben,
arqueólogos del Programa Collasuyu, han revelado importantes datos acerca de la
ocupación Inka en la región y la red de caminos existentes en ella.

Finalmente, un conjunto de tramos, de caminos de este vasto sistema vial Inka,


localizado en la región de Puno fue identificado y registrado por el Programa
Qhapaq Ñan del Instituto Nacional de Cultura entre los años 2003 y 2004.

Este artículo presenta una breve reseña de la información de campo que el Pro-
grama publicó entre los años 2005 y 2006 y unos comentarios sobre la red de
caminos identificada en la cuenca del Titicaca y los asentamientos arqueológicos
asociados.

ANTECEdENTES dE ESTUdIO
El estudio arqueológico del sistema vial Inka en los Andes Centrales fue iniciado
por John Hyslop a fines de la década del 70 del siglo pasado. En el antiguo
territorio per- teneciente a la sociedad Lupaqa, este investigador identificó y
registró el Qhapaq Ñan en el lado suroccidental del lago Titicaca. Su exploración de
campo permitió conocer su localización, características constructivas y los
establecimientos inkas y lupaqas asociados a este. Desde los principales
asentamientos lupaqas como Chucuito, el Es- tado Inka administró la región
ubicada al sur del lago y los valles occidentales de la cuenca del Pacífico (Hyslop
1979).
387 / s e g i s F r e d o l ó P e z v a r g a s

Antes de este reconocimiento sistemático de campo, los estudios realizados


sobre la red de caminos en ambas márgenes del lago Titicaca sólo se basaron en las
descrip- ciones proporcionadas por los cronistas que recorrieron la zona, por la
relación de tambos de Vaca de Castro y de Guaman Poma, pero no aportaron
mayores datos de campo respecto a su ubicación exacta, características
arquitectónicas y asentamien- tos arqueológicos asociados.1
La pionera investigación de Hyslop logró definir arqueológicamente por primera
vez el derrotero que siguió el camino en la margen suroccidental del lago llamada
Urqosuyo, el tipo de medio físico en el que fue construido, los establecimientos
inkas y lupaqas vinculados a él y la función que cumplieron, razón por la cual ese
estudio permite comprender las particulares características del sistema vial y su
importancia para los inkas en este territorio.
Catherine Julien en el año 1983 exploró y excavó en Hatuncolla, el centro
adminis- trativo provincial Inka en la región Qolla, buscando establecer los límites
provinciales Inkas en la región del Titicaca e identificar los cambios políticos
introducidos durante el Horizonte Tardío y el período Colonial Temprano. Ella
identificó que la región Qo- llasuyu estuvo subdivida en dos partes: Umasuyo y
Urqosuyo, el primero ubicado al norte del lago y el segundo al sur. Estos dos
nombres también se asignaron a los dos ramales de caminos que iban por ambas
márgenes del lago. El camino localizado en la orilla norte se denominó Umasuyo;
mientras que el del lado sur, Urqosuyo. Estos dos caminos se unían poco antes de
llegar al tambo de Caracollo, en tierras bolivianas, para seguir como una sola vía
hasta La Paz (Julien 2004: 9).
En el sector de Pomata se registran dos ramales que se unen e ingresan al pueblo
del mismo nombre, en donde el camino se convierte en una calle. Tiene un ancho
de 5 a 6 m, presenta escaleras y calzada empedrada (Figuras 1 y 2).
Asimismo, los reconocimientos arqueológicos del Programa Collasuyu dirigido
por Charles Stanish (1997, 2001, 2003) y Edmundo De la Vega (2002, 2006) así como
las exploraciones de Frye (2005), Arkush (2005) y Coben y Stanish (2005) en las
áreas de Chucuito - Cutimbo, Juli - Pomata, y la región de Ollachea en Carabaya,
han pro- porcionado valiosos datos acerca de la ocupación Inka de la cuenca del
lago Titicaca durante el Horizonte Tardío.
En los años 2003 y 2004, equipos de arqueólogos del Programa Qhapaq Ñan del Ins-
tituto Nacional de Cultura exploraron la red de caminos en el departamento de Puno.

1 “Y del Tambo de Chungara al pueblo y Tambo de Ayahuire que es de Francisco de Villacastin en el qual
han de servir todos los Indios del dicho Pueblo y lo a el sugeto y los Pueblos Hururu y Asillo con lo a el
sugeto. Aquí se apartan los dos caminos a la redonda de la laguna que se llama Omasuyo o Hurcosuyo.
Y del Tambo de Ayahuire se ha de ir al Pueblo de Pupuja que es un lugar de Chuquicache en el qual sus
Caciques han de poblar y proveer de Indios, Bastimentos, y cosas necesarias para los caminantes”…“Y
del dicho Pueblo de Puno se ha de ir al Pueblo de Hatun Collao en el qual han de serbir los Indios del
dicho Pueblo y las otras aldeas y lugares sujetos a el que sirven a Delgado. Y del Pueblo de Hatun Collao
se ha de ir a Cahuana Pueblo del Capitán Perancures ...” (Vaca de Castro [1543] 1998: 432-433, 439-
440).
388 / l a red vial iNka eN l a r e g i ó N PuNo

Figura 1. Calzada empedrada a orillas del lago Figura 2. Calzada empedrada y escalones en el
Titicaca en el distrito de Pomata, departamento distrito de Pomata, Puno. Fuente: Ministerio de
de Puno. Fuente: Ministerio de Cultura (2011: Cultura (2011: 57).
56)
Estos reconocimientos permitieron registrar los tramos de camino en el lado Urqosuyo
identificados previamente por Hyslop y otros en el Umasuyo, área no explorada por
este investigador, así como algunos caminos que formaron parte de la red vial
localizada en la cuenca del lago Titicaca con conexión a otras cuencas ubicadas hacia
al este y oeste.

LA REd VIAL INkA EN LA CUENCA dEL TITICACA y SU


CONExIóN CON LOS VALLES OCCIdENTALES y ORIENTALES
El Programa Qhapaq Ñan del Instituto Nacional de Cultura identificó y registró el
tramo de camino que venía desde Cusco hasta el río Desaguadero al sur del lago
Titicaca en Puno. En el marco de esta exploración arqueológica se registró el Camino
Longitudinal de la Sierra o Qhapaq Ñan entre el abra de La Raya, ubicada en el límite
entre los depar- tamentos de Cusco y Puno, y la frontera con Bolivia. Además
reconoció el camino que va por las riberas noreste y suroeste del lago, llamados
Umasuyo y Urqosuyo respec- tivamente. Asimismo, identificó aquellas otras vías que
se desprendían del camino del Urqosuyo y descienden a la región de los valles
occidentales de la cuenca del Pacífico.
Al norte de la cuenca del lago Titicaca, este programa reconoció el tramo de
cami- no entre las ciudades de Ayaviri y Macusani, localizadas en las provincias de
Melgar y Carabaya respectivamente. Este partía de la ciudad de Ayaviri, localizada
en la ruta del tramo principal del camino que salía del Cusco, y se dirigía hacia los
pueblos de Asillo, Orurillo, Nuñoa y llegaba a Macusani.
389 / s e g i s F r e d o l ó P e z v a r g a s

Esta fue una de las vías de penetración hacia los Andes Orientales, la cual se
dirigía hacia los ríos amazónicos de la cuenca del Inambari. Este camino articuló la
región septentrional del Titicaca (cuencas de Azángaro, San Gabán y Carabaya),
área rica en oro, coca, plumas y otros objetos procedentes de las tierras bajas.2
Según Cieza de León, el camino se dividía en Ayaviri en dos grandes ramales que
iban por ambas márgenes del Titicaca: uno recorría todo el lado norte del lago y el
otro toda la ribera sur, para encontrar su punto de unión en territorio boliviano.
“Desde Ayavire (el que ya queda atrás) sale otro camino, que llaman Omasuyo, que pasa por la
otra parte de la gran laguna de que luego diré, y más cerca de la montaña de los Andes; iban por él a
los grandes pueblos de Horuro y Asilo y Asangaro, y a otros que no son de poca estima, antes se
tienen por muy ricos, así de ganado como de mantenimientos…Desde Pucara hasta Hatuncolla hay
canti- dad de quince leguas; en el comedio dellas están algunos pueblos, como son Nicasio, Xullaca y
otros. Hatuncolla fue en los tiempos pasados la más principal cosa del Collao...” (Cieza 1553
1947).
De acuerdo a los resultados publicados por el Programa Qhapaq Ñan, el camino
del lado norte del Titicaca fue recorrido, pero sólo se pudo identificar pequeños
tramos conservados. Este se dirige desde la laguna de Arapa hasta Moho, para
continuar des- de aquí hacia Bolivia.
El camino que recorría el lado sur del Titicaca no sólo fue importante por comu-
nicar los ricos pueblos ganaderos qollas y lupaqas, riqueza que los hizo conocidos y
estimados por los lnkas y después por la corona española; sino también, porque fue
también una de las vías que mejor se articuló con los caminos transversales hacia
la costa de los departamentos de Arequipa, Moquegua y Tacna.
Una primera ruta de comunicación hacia el oeste aprovechó la cuenca del
Ayava- cas - Conaviri, cerca al lago Titicaca. Esta ruta se estableció desde Sillustani
hasta la localidad de Mañazo, localizada en el distrito del mismo nombre, en la
provincia de Puno. Desde este lugar es posible acceder a las cuencas altas del Colca
- Majes, llegan- do a los valles yungas de Arequipa y del río Tambo, los cuales a su
vez conducían a los valles quechuas y yungas del departamento de Moquegua.3

2 “Desde el pueblo de Ayavire, que es la provincia de Cabana y Cabanilla se aparta otro camino más al
Oriente para Potosí y demás provincias de arriba llamado de Omasuyo, que pasa por el Oriente de la
gran laguna de Titicaca, y por el pueblo de Asillo se aparta al Oriente el camino que va a la provincia
de Caravaya donde hay riquísimas minas, o desbarrumbaderos de oro volado de pepitas de subida
ley ... los mineros y demás gente que viven en ella salen a proveerse de bastimentos y de lo demás
necesario para las minas al pueblo de Asillo, y por otro camino al de Guancané, que dista de Asillo al
Sur 15 leguas…Con esta provincia [de Carabaya] confina por el Poniente la de Asillo y Asangaro,
que está en la gran tierra del Collao; todos los pueblos de esta provincia, como son Asillo, Asangaro,
Horuro y otros son muy ricos y poblados de gente” (Vázquez de Espinosa [1628] 1969: 399).
3 “Inmediato al Corregimiento y provincia de los Canas en el camino real de Potosí está el Corregi-
miento de Cabana y Cabanilla, entre el de los Canas y la provincia de Paucarcolla por el Sur; tiene el
Corregimiento 23 pueblos, que son, Cabana, Cabanilla, Vilque, Mañaso, Orurillo, donde asiste el
Corregidor que provee el Virrey en esta provincia Hatuncolla Nicasio Jullaca y el Pucara que está de
Ayavire 4 leguas, del Cuzco” (Vázquez de Espinosa [1628],1969: 398).
390 / l a red vial iNka eN l a r e g i ó N PuNo

mapa 1. La Red Vial en la cuenca del Titicaca y los sitios arqueológicos


asociados
391 / s e g i s F r e d o l ó P e z v a r g a s

Precisamente, a través de la cuenca del río Tambo, baja un ramal del Qhapaq
Ñan, el cual realiza un corto recorrido y se desvía hacia el sur, arribando a las
cabeceras del Osmore en Carumas, Moquegua. De éste, salen otros ramales, también
en dirección sur, recorriendo longitudinalmente los flancos de la Cordillera
Marítima y articulan- do las cuencas de los valles del Locumba, Sama y Caplina
(Mapa 1).

En base al registro de los restos de estos caminos realizado por el Programa


Qha- paq Ñan, podemos entender cómo el Estado Inka aprovechó la red vial en esta
impor- tante área del Collasuyo, teniendo como punto de partida los principales
pueblos y centros administrativos provinciales establecidos en la región del lago
(Hatunqolla y Chucuito). Asimismo, podemos conocer cómo es que cada uno de
estos valles poseían sus propios caminos de acceso hacia la sierra y de allí a las
llanuras interandinas de las punas alrededor del lago Titicaca.

Esta red de rutas y caminos habría permitido desde mucho tiempo antes de los
Inkas, el desplazamiento longitudinal y transversal de pobladores y caravanas de
llamas transportando productos de un medio ambiente a otro para intercambiarlos
como parte de un sistema orientado a aprovechar los recursos de un máximo de
pisos ecológicos.

En este sentido, la tesis que John Murra sostuviera a partir de la información de


la “Visita a Chucuito” de 1567 realizada por los funcionarios coloniales a los gober-
nantes lupaqas, permite entender el valor y sentido de estas rutas, así como la
impor- tancia de los caminos que posibilitaron estas comunicaciones e
intercambios a larga distancia y los sitios asociados.

Por otro lado, es interesante observar cómo otros itinerarios y derroteros trans-
regionales localizados en los Andes Meridionales permitieron vincular también,
por ejemplo, las tierras altas en el noroeste argentino con los valles occidentales
del norte de Chile a través del altiplano boliviano. Estas rutas asociadas a
apachetas, campos de geoglifos, sitios con pinturas rupestres y “pascanas” o
campamentos temporales fue- ron identificadas por Lautaro Núñez y Tom Dillehay
(1995), permitiéndoles sustentar el modelo de tráfico caravanero conocido como
“Movilidad Giratoria”, modelo que hoy en día es estudiado y puesto a prueba a
nivel de casos concretos investigados en el desierto de Atacama (Berenguer 2004).

El modelo planteado por Núñez y Dillehay constituye una muy interesante pro-
puesta alternativa a la tesis de Murra que permite entender esta importante
actividad bastante desarrollada en los Andes Meridionales cómo es el tráfico
caravanero a larga distancia entre las tierras altas del este y las bajas del oeste. De
igual modo, contribu- ye a comprender las causas que originaron estos
desplazamientos de pobladores de un medio ambiente a otro en busca de recursos
de subsistencia y bienes empleados en ritos y ceremonias, tanto como a tratar de
establecer las rutas empleadas y la función de los asentamientos asociados.
392 / l a red vial iNka eN l a r e g i ó N PuNo

IMPORTANCIA dE LA REd VIAL EN EL CONTExTO dE LA OCUPACIóN HUMANA


EN LA CUENCA dEL TITICACA y LOS VALLES OCCIdENTALES y ORIENTALES
La importancia histórica de la cuenca del lago Titicaca vinculada a los valles
occiden- tales y orientales se debe al conjunto de relaciones de intercambio de
bienes, produc- tos y conocimientos establecidas entre el altiplano, los valles
yungas y la costa, cuyas evidencias se han registrado desde épocas muy tempranas.
Contactos que fueron po- sibles a través de rutas naturales de acceso y caminos
establecidos posteriormente.
Las ocupaciones humanas más antiguas se han encontrado en la costa del
depar- tamento de Tacna, con una antigüedad de 9600 años antes del presente
(Quebrada de los Burros) (Lavallée et al. 1999: 393). Las evidencias arqueológicas de
éstas correspon- den a restos de pescadores y recolectores de recursos marinos y
de lomas.
En las cabeceras del río Osmore en Moquegua, los primeros cazadores y recolec-
tores se encontraban habitando abrigos rocosos y cuevas desde hace por lo menos
nueve mil años; mientras que hace ocho milenios, los primeros pobladores vivían
en los valles yungas como en el caso de las habitantes de la cueva de Toquepala, en
Tacna (Muelle 1970: 151-154; Aldendenfer 1999: 383-384). Mientras que doce siglos
antes de Cristo, comienza en el altiplano puneño un importante proceso de
sedentarización de las poblaciones humanas y de edificación de sus primeros
centros ceremoniales, como el de Pukara (Kidder II 1970: 514).

Los resultados de las investigaciones arqueológicas han mostrado cómo en ese


período, las relaciones entre el altiplano del Titicaca y la costa se vuelven cada vez
más intensas, hallándose rasgos comunes en los restos arqueológicos provenientes
de cada sitio, en la época anterior al arribo de colonias altiplánicas Pukara.
Mil años después, los wari de Ayacucho integrarían esta región a su esfera de
do- minio junto con el valle de Moquegua, donde construyeron el centro urbano de
Cerro Baúl (Williams et al. 2001: 69-87). Hacía el 500 d. C. la presencia de
poblaciones proce- dentes del altiplano en las costas de Moquegua y Tacna es
irrefutable. Las influencias desde Tiwanaku hacia Tacna y Moquegua señalan que
pudo existir, incluso, un con- trol directo de territorios ocupados por estos grupos
(Goldstein y Owen 2001: 159- 161; Owen y Goldstein 2001: 185-186).
Estos datos, reseñados aquí brevemente, muestran que hace mil quinientos años,
la región del altiplano puneño y la de los valles occidentales ya se encontraban
com- pletamente articuladas. Los distintos sitios arqueológicos hallados en las
cabeceras de cada valle en los departamentos de Tacna, Moquegua y Puno, indican
que hubie- ron varias rutas que permitieron la colonización humana de estos
territorios.
Los inkas, del mismo modo que en el caso de las otras cuencas y regiones del
Tawantinsuyo integradas por el Qhapaq Ñan, reorganizaron y transformaron el te-
rritorio conquistado para su mejor administración y aprovechamiento. Uno de
estos cambios introducidos fue el mejoramiento y ampliación de los caminos
preexistentes que articulaban el altiplano con la costa, fundando colonias en el
mismo litoral, como la del Morro Sama, ubicada en Tacna y establecida para el
tráfico de recursos marinos
393 / s e g i s F r e d o l ó P e z v a r g a s

hacia el Cusco a través del valle de Sama. La red vial en esta región fue mejorada y
ampliada (Covey 1996; Sutter 2000).

LAS PRINCIPALES RUTAS EN LA CUENCA dEL TITICACA


Las principales rutas de la red vial Inka en la cuenca del Titicaca se configuraron
ha- cia ambos lados del lago y en dirección hacia los valles orientales y
occidentales. El Programa Qhapaq Ñan (INC 2005, 2006) identificó y registró parte
de esta importante red de caminos que comunica los diferentes pueblos
establecidos a orillas del lago y de aquellos otros caminos que siguen, muchos de
ellos, por las principales cuencas hidrográficas que nacen en las alturas del
altiplano puneño. Estos tramos de caminos identificados son los siguientes:

El camino entre La Raya y Ayaviri

Esta vía se localiza al sur de la cuenca del río Vilcanota y al norte de la cuenca del
lago Titicaca. Políticamente se encuentra en la provincia de Melgar, distritos de
Santa Rosa y Macari (INC 2006: 135, 2007: 56-73). Forma parte del Camino
Longitudinal de la Sierra o Qhapaq Ñan que se dirigía al Qollao. Este camino
longitudinal, en sentido contrario, partía del Cusco rumbo al Chinchaysuyo, hacia
Quito, y constituyó la co- lumna vertebral del sistema vial.
Las evidencias de este camino fueron identificadas en las laderas del cerro Inca
Cancha localizado en el abra de La Raya. En este lugar, el camino mide 5 m de
ancho y presenta un muro de piedras y calzada de tierra compacta asociada a dos
apachetas y al sitio arqueológico denominado Jullulluma, conformado por algunas
estructuras funerarias en forma de chullpas. La vía férrea Puno–Cusco ha utilizado
parte de su trazo4.
En la comunidad de San Isidro, exactamente a 30 m de la carretera al Cusco y
cerca a un bofedal, el camino es una plataforma definida por un alineamiento de
piedras cubierta de ichu que va paralela a la línea del tren. Se encuentra cortada
por campos agrícolas y de pastoreo. En la actualidad, las secciones conservadas
miden 7 m de ancho. El empedrado de la calzada está siendo destruido por la
población local que extrae los bloques de piedra para construir corrales y
viviendas.
El camino nuevamente es reconocido en el paraje Yanacancha, muy cerca de la
trocha carrozable que se dirige a la comunidad de Buenavista. Presenta restos de
muro y calzada empedrada. Sigue por la hacienda Buenavista con muro y calzada
de 4 m de ancho. Por último, en la zona de Huamanruro se registró una sección en
la ladera del cerro Jaychihua (INC 2005: 1, 2006: 135-136; Tabla 1).

4 Ver Fotos 1-3 del Cuadro de Sitios y Foto 1 del Cuadro de Tramos, Sub Tramo La Raya–
Ayaviri en “El Qhapaq Ñan en la Macro Región Sur: Arequipa, Puno, Moquegua, Tacna”,
INC 2005.
394 / l a red vial iNka eN l a r e g i ó N PuNo

Tramo Nombre de sitio descripción Filiación


La Raya Estructura semicircular Inka
Jullulluma Chullpas Inka

La Raya - Jaychihua Estructuras cuadrangulares Pre Inka - Inka


Ayaviri Apacheta 1 Apacheta -
Apacheta 2 Apacheta -
Apacheta 12 Apacheta -
Tabla 1: La relación de monumentos arqueológicos prehispánicos registrados en el
Tramo I La Raya–Ayaviri basada en el Cuadro Índice de la Macroregión Sur (Ver
Descripción de sitios y elementos asociados en INC 2005).

El camino en Centro Angara


Este segmento de camino se localiza en la provincia de Lampa, distrito de Pucará. Es
la continuación de la vía registrada entre La Raya y Ayaviri. El camino en este
sector se localiza en las laderas del cerro Pichacani cerca del caserío Centro Angara.
Mide 5 m de ancho y aún presenta restos de escalones. Este segmento se encuentra
asociado al asentamiento arqueológico Mallacasi, conformado por una sucesión de
murallas bien conservadas y estructuras funerarias; y a Tinajani, formación rocosa
cuyas oqueda- des han sido aprovechadas para construir tumbas de adobe en
forma de chullpa (INC 2005: 56, 2006: 136; Tabla 2).

Tramo Nombre de sitio descripción Filiación


Murallas y estructuras
Mallacasi Pre Inka - Inka
Centro funerarias

Angara Tinajani Formación rocosa con chullpas Pre


Inka - Inka

Tabla 2: Relación de monumentos arqueológicos prehispánicos registrados en el Tramo


XXIII Centro Angara basada en el Cuadro Índice de la Macroregión Sur (INC 2006: 136.
Ver Descripción de sitios y elementos asociados en INC 2005).

El camino del Umasuyo: desde Ayaviri hasta Moho


El Camino Longitudinal de la Sierra se bifurcaba en Ayaviri. Un ramal se dirigía
hacia Moho, mientras que otro hacia Desaguadero. Se ha encontrado tramos del
ramal que se dirigía hacia Moho en las provincias de Azángaro, Huancané y Moho,
distritos de Arapa, Chupa, Huancane, Rosaspata, Moho y Conima.
En el cruce de Gergachi, anexo de Arapa, está definido por muros de piedra y
cal- zada empedrada que asciende por entre los cerros Ullasupo y Mumu hasta
llegar a la apacheta de Ullasupo. Continua por la Pampa de Huanco Punco, cerca a
la comunidad de Yani Cutiri, cruza la ladera noreste del cerro Ullasupo hacia el río
Azángaro. Tras cruzarlo reaparece y atraviesa áreas inundadas hasta el poblado de
Mataro Chico, desde donde sigue rumbo a Azángaro (INC 2005: 2-3, 2006: 136).
395 / s e g i s F r e d o l ó P e z v a r g a s

La zona de Gergachi, en Arapa, es un cruce de caminos en dirección hacia varios


luga- res como Juliaca, Azángaro, Arapa, Chupa, y Cutiri. El camino que se dirige hacia
Azángaro cruza una extensa pampa llamada Pajcha, sube por una ladera en dirección
al cerro Tu- muco. Mientras que el segmento que se dirige a Cutiri mide 5 m de ancho
y posee muros de piedra de 0,50 m de alto unidos con mortero de barro (INC 2005: 3,
2006: 137)5.
El camino reaparece en el poblado de Huancho Alto con un ancho de 5 m. Sigue
en ascenso, hacia la apacheta de Llocarapi, luego se divide en dos ramales: uno con
direc- ción a Calacruz y el otro a Choqo. El que se dirige a Choqo se une nuevamente
con el ca- mino que va a Calacruz, cruza este pueblo y llega a un cruce que tiene un
desvío a Chupa y otro a Choqo y Huancané, pero se pierde llegando a Chupa (INC
2005: 3, 2006: 137).
De Moho a Huancané, en la pampa de Cuyo, sector de Cacuna, se observa parte
del camino empedrado. Posteriormente sólo se distinguen algunos muros en
dirección hacia Huancané. La vía pasa por las localidades de Muñapata, la Quinta
Kallakanani, el puente Ticauta, donde es cortado por el camino actual cerca del
cuartel de Huancané (INC 2005: 3-4, 2006: 137).
Otro segmento se dirige de Moho a Huarachani. Mide 3 m de ancho y conserva el
empedrado de la calzada en gran parte de su trayecto. Pasa cerca de la vía
moderna hacia Huancané. Los muros y escaleras están bien conservados. El trazo
se dirige a los poblados de Chacalaqueña, Rosaspata y Huarachani (INC 2005: 4,
2006: 137).
Igualmente existe otro segmento localizado entre Moho y Ninantaya que va en di-
rección a Conima, cerca del poblado de Allita Amaya. Este segmento muestra una
cal- zada de casi 4 m de ancho con dirección al poblado de Putina. Cruza algunos
bofedales. El trazo entre las localidades de Huaraya y Uranise conserva el empedrado
en regular estado. En el poblado de Urani, el camino se encuentra cortado por el
cauce del río del mismo nombre, luego llega hasta el kilómetro 4 de la trocha que
conduce hasta Ninan- taya. En el paraje de Ñaca Ñaca este camino exhibe escalinatas
(INC 2005: 4).6
Un ramal del tramo Ayaviri - Moho que va en dirección a Patacalli, pasa por la
comunidad de Ticaparqui. Cerca de la frontera es cortado por un bofedal, luego as-
ciende por el cerro Cruz Collo hasta llegar al Hito N° 14. A partir de este hito,
continúa en territorio boliviano (INC 2005: 4, 2006: 137).
De Moho parte también otro segmento que pasa por los anexos de Chañajari,
Cam- bria, Atani hasta Conima en la frontera con Bolivia. Desde Chañajari, la
calzada em- pedrada de 3 a 4 m de ancho asciende por el lado este del cerro
Mocorisa (INC 2005: 4, 2006: 137; Tabla 3).7

5 Ver foto 1 del Cuadro de Tramos, Tramo Ayaviri–Moho, Sub Tramo Gergachi–Mataro Chico
en “El Qhapaq Ñan en la Macro Región Sur: Arequipa, Puno, Moquegua, Tacna”, INC 2005.
6 Ver fotos en páginas 137–138 del “Informe por Cuencas Hidrográficas del registro de tra-
mos y caminos campaña 2003–2004, Programa Qhapaq Ñan”, INC 2006.
7 Ver registro fotográfico del camino Sihuayro – Juli, Moho a Ninantaya, Chacalaqueña, Pu-
tina, Cutiri y Cerro Mumu, Azángaro, Chañajari y Conima del Tramo Ayaviri–Moho en “El
Qhapaq Ñan en la Macro Región Sur: Arequipa, Puno, Moquegua, Tacna”, INC 2005.
396 / l a red vial iNka eN l a r e g i ó N PuNo

Tramo Nombre de sitio descripción Filiación


Chasquiwasi de Gergachi Chasquiwasi -
Apacheta de Ullasupo Apacheta -

Ayaviri - Apacheta de Llocarapi Apacheta -


Moho S/N Apacheta -
(Camino del
Omasuyo) S/N Apacheta -
S/N Apacheta -
S/N Apacheta -
S/N Apacheta -
Tabla 3: Relación de monumentos arqueológicos prehispánicos registrados en el Tramo II
Ayaviri – Moho basada en el Cuadro Índice de la Macroregión Sur (INC 2006: 136-137.
Ver Descripción de sitios y elementos asociados en INC 2005).

El camino del Urqosuyo: desde Ayaviri hasta desaguadero


Este ramal se localiza en las provincias de Melgar, Azángaro, Puno y Chucuito,
distritos de Ayaviri, Santiago de Pupuja, Atuncolla, Paucarcolla, Puno, Chucuito,
Acora, Juli, Po- mata y Zepita.
El camino identificado parte de la ciudad de Ayaviri a Tirapata. En este segmento se
registraron dos sitios formativos. Uno de ellos denominado Pukachupa y otro
localizado en medio de la pampa Malliripata, cerca de la confluencia de los ríos Ayaviri
y Malliri. En ambos casos se trata de montículos pequeños localizados en la terraza
aluvial y cubiertos de ichu entre los que se observa cimientos de piedras de recintos
de planta cuadrangular. El trazo del camino pasa por una pampa y la ladera sureste
del cerro Minaspata en direc- ción al cruce de Gergachi, a Esquina Pata, desde donde
continua hacia Tuturcuyo y Chaqui Iquilo, cerca de Choquehuanca, arribando a Pucará
(INC 2005: 5, 2006: 138).
En el área de Sillustani, frente a las casas de la comunidad San Antonio de Umayo,
las aguas del lago Umayo han cubierto muros y parte del segmento de calzada
empedrada que se dirige hacia Atuncolla. Este segmento aún conserva un ancho de 8
m y bases de muros y calzada empedrada a lo largo de 100 m. Luego, se observan
secciones paralelas a la autopista y cerca del pueblo de Atuncolla. El camino prosigue
hacia Vilque (INC 2005: 6, 2006: 138).
En el sector de Totorane, cerca del lago Umayo, fue registrada una sección de
cami- no de 5 m de ancho, cortada por la trocha carrozable que conduce a Sillustani
y por otra que va a Paucarcolla. Todavía se logra apreciar el empedrado de la vía en
algunas partes (INC 2005: 6-7, 2006: 138).
De las localidades de Puno a Mi Perú se ha identificado un segmento de 4,5 m de
ancho. Posee muros de piedra y barro en ambos lados de 0,70 a 1 m de altura.
Atraviesa algunos terrenos de cultivo y va paralelo a la antigua carretera que une
Puno con Moquegua. En la zona de Capullani se observa un camino de 4,5 m de ancho
y 1 km de largo con muros, ac- tualmente utilizado como trocha. La calzada presenta
empedrado y canales de drenaje.
397 / s e g i s F r e d o l ó P e z v a r g a s

Desde el poblado de Jayllihuaya, al sur de Puno, parten tres tramos: Uno hacia
Ichu, otro a Salcedo y el tercero al cerro Putina. El que va a Ichu se desplaza por el
suelo rocoso, sin calzada preparada ni muros. El que se dirige a Salcedo presenta
es- caleras bien elaboradas y modificación de la roca para preparar la calzada. El
tramo que enrumba a la parte alta de Jayllihuaya exhibe calzada empedrada y
escaleras que ascienden al cerro Putina. Finalmente, se une con otro que viene de
Salcedo y se diri- ge hacia el poblado de Ichu.
Se debe mencionar que el Programa Qhapaq Ñan identificó un segmento de
cami- no de 3 m de ancho que se dirige de Jayllihuaya a Jallu Jalluni. Este camino
pasa por el cerro Ulpitani. Así, el camino de Jallu Jalluni se dirige a Tacacachi y
desaparece en el cerro Atojja, próximo a Chucuito. En las afueras de este pueblo se
reconoció un cami- no que va casi paralelo a la carretera rumbo a Desaguadero y
pasa por los poblados de Conchani y Camata (INC 2005: 7, 2006: 139).
En la zona de Acora se identificó un camino cerca del poblado de Chusamarca
con dirección al caserío de Ulluri, segmento de camino que a pocos metros
después se pierde. Sin embargo, otros segmentos del camino están en buenas
condiciones. Aquí la vía tiene un ancho que varía entre 4 y 8 m. Parte del camino
que conducía a Juli ha sido deteriorado por las aguas del lago Titicaca y los campos
agrícolas. Este segmento de camino tiene un ancho de 8 m y cuenta con canales de
drenaje laterales.
Del centro poblado El Molino, la trocha carrozable que conduce a la comunidad
de Sihuayro, corta el camino de 3 m de ancho que se dirige a la ciudad de Juli.
Continúa hasta el río El Molino, recorre los cerros Caballane y Caracollo, pasa por
el pueblo de Tacalla y el cerro Tutucane, de donde desciende hasta la zona urbana
de Alto Juli, lu- gar en el que se pierde. Presenta muros laterales cuya conservación
disminuye hasta mostrar sólo hileras de piedras conforme se acerca al pueblo,
también conserva algu- nas partes empedradas (INC 2005: 7, 2006: 139).
En el sector de Pomata se registran dos ramales que se unen e ingresan al pueblo
del mismo nombre, en donde el camino se convierte en una calle. Tiene un ancho
de 5 a 6 m, presenta escaleras y calzada empedrada.
De Tuquina a Tambillo se identificó un segmento registrado en el sitio de Chaca
Chaca con calzada elevada. Ingresa al poblado de Tuquina donde es cortado varias
ve- ces por la carretera asfaltada que conduce a Desaguadero. Cabe mencionar que
cruza por el poblado de Tambillo, yendo paralelo a la carretera.
En la comunidad de José Carlos Mariátegui, poblado de Parco, se identificó una
sección que cruza todo el pueblo. Finalmente en Chua Chua, poblado cercano a
Zepi- ta, se registró el camino de 3 m de ancho que ingresa hasta la parte media del
pueblo, perdiéndose luego su trazo (INC 2005: 7, 2006: 139; Tabla 4).8
Entre Pucará y Sillustani no se han registrado evidencias del camino, tampoco en
la zona de Desaguadero.

8 Ver registro fotográfico del camino en las localidades de Jayllihuaya, Salcedo, Sillustani,
Huancho Alto y Conchani del Tramo La Raya – Ayaviri en “El Qhapaq Ñan en la Macro Re-
gión Sur: Arequipa, Puno, Moquegua, Tacna”, INC 2005.
398 / l a red vial iNka eN l a r e g i ó N PuNo

Tramo Nombre de sitio descripción Filiación


Superficie con cerámica Qaluyo
Ayaviri - Pukachupa Formativo
Desaguadero y Qollao
(Camino del Montículo Montículo Formativo
Urqosuyo)
Canchones Canchones -
Sillustani Complejo Funerario (Chullpas)
Qollao e Inka
Tabla 4: Relación de monumentos arqueológicos prehispánicos registrados en el Tramo
III Ayaviri - Desaguadero basada en el Cuadro Índice de la Macroregión Sur (INC 2006:
138-
139. Ver Descripción de sitios y elementos asociados en INC 2005).

LAS RUTAS HACIA LOS VALLES OCCIdENTALES


Los caminos transversales en dirección a los valles occidentales de los
departamentos de Arequipa, Moquegua y Tacna se desprenden del Camino
Longitudinal de la Sierra y descienden del altiplano puneño siguiendo largas rutas
marcadas por apachetas y asociadas a otros sitios arqueológicos. A continuación
presentamos los principales tramos de caminos registrados y sitios asociados.

El camino entre Mañazo y el valle de Arequipa


Esta sección del camino se localiza en los departamentos de Puno, Moquegua y
Arequi- pa, provincias de Puno, San Román, General Sánchez Cerro y Arequipa,
distritos de Ma- ñazo, Cabanillas, Ubinas, San Juan de Tarucani, Chiguata y Sabandia
(INC 2006: 26-31).
El Programa registró el camino entre Umapalla y Hatun Apacheta. En esta sección
está definido por una vía de 7 m de ancho delimitada por alineaciones de piedras
clava- das en el terreno y una calzada empedrada. De Hatun Apacheta prosigue
rumbo a Qui- millone9, pasa por el lado sur de la laguna Saytococha y la ladera del
cerro Hampuco.
Se identificó otro segmento en Tolapalca rumbo hacia Pati. Este tramo presenta
muros de piedras de 0,3 m y 1 m de altura y una calzada de 3 a 8 m de ancho. El
camino se adapta al relieve, es decir, fue construido ancho en terreno plano y
angosto en las pendientes y quebradas.
De la comunidad de Pati continúa a San Juan de Tarucani. Este tramo, entre
ambas localidades, fue construido cortando el talud de los cerros y sobre
montículos natura- les. Tiene muros de contención de 0,45 a 0,80 m de alto
construidos con piedras. En las planicies salpicadas de bofedales, el camino mide 2
a 9 m de ancho y está señalizado con hitos de piedras de 0,80 m de alto (INC 2005:
28, 2006: 140).
En Chiguata, provincia de Arequipa, el camino fue reconocido en las
comunidades de Tambo de Ají y Atiniani, siguiendo por la ladera oeste de los
cerros Jallaccollo y

9 Ver foto 1 del Cuadro de Tramos y fotos 1 - 2 del Cuadro de Sitios del Sub tramo Hatun
Apa- cheta – Quimillone en “El Qhapaq Ñan en la Macro Región Sur: Arequipa, Puno,
Moquegua, Tacna”, INC 2005.
399 / s e g i s F r e d o l ó P e z v a r g a s

Atinianico. Mide entre 3 y 8 m de ancho hasta llegar al pueblo de Tambo de Sal, en


el borde de la laguna Salinas, localizada dentro de la Reserva Salinas Aguada
Blanca.10
Es importante destacar que desde Tambo de Ají partían tres ramales: Uno hacia
el distrito de Pocsi en la provincia de Arequipa, otro a Puquina - Omate
(Moquegua), y un tercero al valle de Arequipa.
De Tambo de Sal, el camino va rumbo a Tambo Tunupa, atravesando las laderas
de los cerros Borgarane y Colquerane, así como el caserío de Ceneguillas
(Cieneguillas), la Pampa Camino Chico y Pampa Tambillo.11
En Pampa Camino Chico, la vía ya no es visible pues está cubierta por ceniza vol-
cánica –procedente de eventos volcánicos locales– además de vegetación. Sólo es
ob- servable cuando ingresa al caserío de La Meca. En algunas secciones se
encuentra delimitado por tierra acumulada que llega a 0,5 m de alto. El ancho del
camino varía entre 1 y 6 m.
El camino que se dirige a la aldea de Tambo de León y después a Tambo Tunupa,
recorre las laderas de los cerros Sombreruni y Tambillo. Tiene un ancho que varía
entre 4 y 12 m.
Posteriormente, llega a la cúspide del cerro Peñón (nombre que recibe la parte
baja del cerro Sombreruni) y a Cabayomanzana. Desde la quebrada Cabayomanzana
continúa hacia Corralón, y desaparece en la parte superior de los cerros Huancune,
Januhuara y Candelón (INC 2005: 30, 2006: 140).
Desde la cumbre del cerro Candelón desciende hacia la Pampa Misti y llega a Co-
rralón con un ancho de 8,60 m. Finalmente, en la zona de Sabandia, el camino
tiene muros de piedra que delimitan un ancho de 2 m. Asciende hasta llegar al sitio
arqueo- lógico de Yumina donde conserva su trazo original, calzada empedrada,
escalinatas y canales, además de muros laterales y de contención (INC 2005: 31,
2006: 140).

Principales sitios arqueológicos asociados


En esta ruta se identificaron veintidos sitios arqueológicos, entre los que
destacan Marcahuay, Quimillone 3 y Tambo de Ají, además de dos sitios de filiación
colonial y republicana, así como veinticinco apachetas (INC 2006: 140-141; ver
cuadro Macrore- gión Sur, Tramo XIV Mañazo–La Joya. Además ver descripción de
sitios y elementos asociados en INC 2005 y a continuación, así como en la Tabla 5).
Marcahuay
Se localiza en el departamento y provincia de Puno, distrito de Mañazo, sobre una
loma
situada a 1 km de Mañazo. Este sitio de filiación Inka está compuesto por
estructuras

10 Ver foto 1 del Cuadro de Tramos, Sub tramo Tambo de Ají – Tambo de Sal en “El Qhapaq
Ñan en la Macro Región Sur: Arequipa, Puno, Moquegua, Tacna”, INC 2005.
11 Ver foto 1 del Cuadro de Tramos, Sub tramo Tambo de Sal – Tambo Tunupa en “El
Qhapaq Ñan en la Macro Región Sur: Arequipa, Puno, Moquegua, Tacna”, INC 2005.
400 / l a red vial iNka eN l a r e g i ó N PuNo

rectangulares elaboradas de piedras unidas con mortero de barro. Presenta, tumbas


cir- culares construidas con los mismos materiales en la parte superior del sitio. Las
paredes internas de las tumbas tienen un ancho promedio de 0,90 m y un diámetro
externo de 4
m. En superficie hay fragmentos de cerámica (INC 2006: 141).
Quimillone 3
Localizado en el departamento de Puno, provincia de San Román, distrito de
Cabanillas, al noreste del río Quimillone, está constituido por una tumba
prehispánica y de estruc- turas de origen colonial ubicadas en una planicie natural.
La tumba prehispánica es cuadrada (2,50 m por lado) y está construida con piedras
labradas unidas con mortero de barro. Los cimientos de piedra tienen una altura de
0,30 m, a partir de los cuales se edificó muros de adobe de 0,40 m de altura. La
tumba se encuentra 15 m al noreste de la estructura rectangular que aún es habitada.
La estructura rectangular tiene cimientos de piedras y muros de adobe. Mide 6 por
12 m (norte - sur). Presenta una banqueta externa de piedra de 0,60 m de ancho. A 15
m de esta estructura, hay una iglesia de origen colonial frente a un espacio abierto a
manera de plaza. Tiene cimientos de piedra y un frontis de 10 m de ancho con muros
de 1 m de espesor. La torre o campanario es cuadrada (2 m de lado) (INC 2005: 7,
2006: 141).12
Tambo de Ají
Se ubica en el departamento y provincia de Arequipa, distrito de San Juan de
Tarucani, so- bre la ladera norte del cerro Ajana. Presenta estructuras de filiación Inka y
Colonial. La ocu- pación Inka corresponde a un edificio de 32 m de largo y 8 m de
ancho, con muros de piedra y barro de 0,80 m de ancho y una altura de 1,80 a 2 m. En
cambio, la edificación colonial sólo conserva los cimientos y fue construida con piedra y
barro. El sitio abarca un área de 4.920 m2. Tiene un patio central amplio rodeado de
numerosos recintos (INC 2006: 142).13

El camino en la cuenca del río Tambo: Entre Ichuña y


Carumas El camino desde Ichuña hasta Quinistaquillas
El camino se localiza en la cuenca alta y media del río Tambo. Políticamente en el
departa- mento de Moquegua, provincia General Sánchez Cerro, distritos de Ichuña,
Ubinas, Yun- ga, Lloque, Chojata, Matalaque, San Cristóbal, Quinistaquillas y Carumas
(INC 2006: 142).
Empieza en el pueblo de Ichuña. Baja por el cerro Cobre Joya y pasa por las pozas
ter- males. Llega a la comunidad de Miraflores por medio de una calzada empedrada
de 4 a 6,5 m de ancho y muros laterales ubicada en el cerro Sayhuan. Continúa en
descenso y en buen estado de conservación por el cerro Quivani hasta la comunidad
de Oyo Oyo. De este lugar, una trocha carrozable ha reemplazado su trazo hasta
Antajahua.

12 Ver fotos 1–4 del Cuadro de Sitios del Tramo Mañazo – La Joya en “El Qhapaq Ñan en la
Macro Región Sur: Arequipa, Puno, Moquegua, Tacna”, INC 2005, y foto de página 145 en
el “Informe por Cuencas Hidrográficas del registro de tramos y caminos campaña 2003–
2004, Programa Qhapaq Ñan”, INC 2006.
13 Ver foto 1 del Cuadro de Sitios del Tramo Mañazo – La Joya en “El Qhapaq Ñan en la
Macro Región Sur: Arequipa, Puno, Moquegua, Tacna”, INC 2005.
401 / s e g i s F r e d o l ó P e z v a r g a s

Tramo Nombre de descripción Filiación


sitio
Estructuras rectangulares y
Marcahuay Inka
tumbas circulares
Laguna Saytococha Dispersión de material lítico Período Arcaico
Tumbas y dispersión de
Quimillone 1 Período Arcaico
material lítico
Abrigo rocoso con
Quimillone 2 -
pinturas rupestres
Tumba, estructuras Horizonte Tardío -
Quimillone 3
rectangulares e Iglesia Colonial
Quimillone 4 Tambo Inka

Molino de Quimillone Tambo Inka - Colonial

Tumbas y dispersión de
Ojecancha -
material lítico y cerámico
Tumbas y dispersión de
Achacune -
material cerámico
Tumba y dispersión de
Quebrada Achacune 1 -
material lítico
Abrigo rocoso con
Quebrada Achacune 2 -
Mañazo - pinturas rupestres
Valle de
Arequipa Quebrada Achacune 3 Estructura circular -
Hullata Baja Tumba -
1
Yurac Cancha o Cancha
Tumbas circulares Inka
Blanca
Rinconada Tumbas -
S/N Tumbas circulares -
Tambo de Ají Recintos Inka - Colonial
Recintos habitacionales y Horizonte Tardío -
Tambo Tunupa
corralones Colonial - República
Inka - Colonial -
Pampa Falda del Misti Corralón
Re- pública
Tambo de León Tambo Horizonte Tardío
Complejo de terrazas Horizonte Tardío -
Tambo Agua Dulce
agrícolas República
Yumina Tambo Inka
Tambo 1 de la Pampa
Tambo Colonial - República
Falda del Misti
Tambo 2 de la Pampa
Apacheta Colonial - República
Falda del Misti
402 / l a red vial iNka eN l a r e g i ó N PuNo

Tramo Nombre del sitio descripción Filiación


S/N Apacheta -
S/N Apacheta -
Hatun Apacheta Apacheta -
S/N Apacheta -
S/N Apacheta -
Mañazo - S/N Apacheta -
Valle de
Arequipa S/N Apacheta -
S/N Apacheta -
S/N Apacheta -
S/N Apacheta -
S/N Apacheta -
S/N Apacheta -
Tabla 5: Relación de monumentos arqueológicos prehispánicos re-
gistrados basada en el Cuadro Índice del tramo Mañazo - La Joya.

Sube por la quebrada de Ansamani hasta llegar a un cruce donde existe un ramal
que conduce a la comunidad de Pobaya, cerca de la necrópolis de Pukara, lugar en
dónde presenta escaleras y otros caminos que se dirigen hacia la localidad de
Yunga. Pasa frente al poblado de Totalaque y el túnel del cerro Quequesana (INC
2005: 34, 2006: 142)14.
Del poblado de Yunga al anexo de La Pampilla, el camino ha sido reemplazado
por una trocha carrozable, incluso en la comunidad de Exchaje, a partir de la cual
las escaleras han sido restauradas por los lugareños. En la quebrada de Tucayo, las
evidencias del camino consisten en muros de contención y escaleras que miden 4,5
m de ancho.
El recorrido prosigue por Patapampa, el poblado de Lucco (distrito de Lloque),
las laderas del cerro Queñaccasa, la quebrada de Chintari, Poroqueña, las
comunidades de Coroise y Chojata. Se desplaza por la ladera del cerro Saucinto,
desciende por la quebrada León y llega hasta la ribera del río Tambo y al sitio
Incano.
A través de una trocha, que fue parte del trazo prehispánico, se alcanza la
comu- nidad de Huarina. Desde Huarina, sigue por una zona escarpada muy cerca
del cauce del río Tambo, sobre el cerro Collahuaqui. Parte del camino se ha
destruido y sólo se aprecian los muros y la calzada de 1 a 1,5 m de ancho.
Continúa y pasa por Matalaque, se encuentra en buen estado. Presenta calzada
empedrada hasta el punto donde es cortado por la trocha carrozable y con la actual

14 Ver foto 13 del Cuadro de Tramos del Tramo Ichuña – Quinistaquillas en “El Qhapaq Ñan
en la Macro Región Sur: Arequipa, Puno, Moquegua, Tacna”, INC 2005.
403 / s e g i s F r e d o l ó P e z v a r g a s

carretera, cerca de la quebrada de Tucune. Sigue en ascenso por el cerro Jatun


Pucro rumbo al pueblo de Cacahuara, el anexo de Yalaque, la quebrada de
Cacahuara, el cerro Pampaqueñija y las quebradas Chichilaque y
Juchuychichilaque.

Entre Chiwispampa y la quebrada de Cuyachuayco, el camino se encuentra cu-


bierto de polvo volcánico, siendo difícil reconocer los muros. Prosigue por el cerro
Cahuara y el sector Cuadrilla, próximo al anexo de Yalaque. El camino de ingreso a
Yalaque tiene un ancho de 1,80 m con muros de contención de 1 m de alto.

Posteriormente, el camino atraviesa el pueblo y desciende hacia un riachuelo


cer- ca del sector de Chimpayalaque. Continúa por la quebrada Charinfulo, la
planicie de Muchapata, los cerros Cupilaca y Lolejon, la quebrada Yolgache, el cerro
Huacapuñu- na, el poblado de Sijuaya, la quebrada de Muylaque, los cerros
Yumilaca y Sicuyani, el puente colgante de Agua Blanca, cruza hacia la margen
derecha del río Tambo, sigue por la ladera del cerro Chutirana, el caserío de
Queanto, la quebrada de Queanto Chi- co, el cerro Colpanto y los poblados de
Chimpapampa y Quinistaquillas (Tabla 6).

De Quinistaquillas, el camino de 2 m de ancho enrumba a Sijuana y San


Cristóbal. Su trazo es poco visible a causa de la ceniza volcánica que lo cubre. Un
segmento asciende por una colina y posiblemente se dirija a Las Salinas. El
camino que va de Quinistaquillas a Carumas mide 3 m de ancho y llega al río
Tambo, donde hay un puente moderno junto a otro antiguo hecho de tablas y
tensores de cable acerado. Es probable que en este lugar existiera un puente
prehispánico (INC 2005: 37, 2006: 143; Tabla 6)15.

En esta ruta se identificaron veintitres sitios arqueológicos, entre ellos, dos apa-
chetas, algunos de estos sitios están en la Tabla 6.
Tramo Nombre de sitio descripción Filiación
Área funeraria y plata-
Período
Cerro Pucará formas
Intermedio Tardío
de observación
Período
San José de Yunga Aldea
Intermedio Tardío
Ichuña - Período
Tatayunga Área funeraria (Chullpas)
Quinistaquillas Intermedio Tardío
Período
Huañasco Aldea Intermedio
Tardío-Colonial
Cantera de piedra, área Período
Focotorre
funeraria Intermedio Tardío

15 Ver fotos 1–16 del Cuadro de Tramos del Tramo Ichuña–Quinistaquillas en “El Qhapaq
Ñan en la Macro Región Sur: Arequipa, Puno, Moquegua, Tacna”, INC 2005.
404 / l a red vial iNka eN l a r e g i ó N PuNo

Tramo Nombre de sitio descripción Filiación

Período
Pilaguallasco Terrazas, área funeraria
Intermedio Tardío
Período
Abrigo Cerro Taru-
Abrigo rocoso Intermedio
cane
Tardío-Colonial
Cueva de Patapampa Cueva -

Maqueta N° 01 Maqueta lítica asociada a Período


en Lucco terrazas agrícolas Intermedio Tardío

Maqueta N° 02 Maqueta lítica asociada a


-
en Lucco terrazas agrícolas

Poblado con áreas


Período Interme-
Paralucco funerarias y estructuras
dio Tardío e
aisladas
Inka
Asentamiento: Terrazas
Ichuña - agrícolas, área funeraria, Período
Quinistaquillas Cerro Pucará
estructuras aisladas y Intermedio Tardío
plataformas
Cueva con pintura Período
Cueva de Chintari
rupestre Intermedio Tardío

Tambo con terrazas,


Período Interme-
Tambo de Poroqueña poblado, área funeraria y
dio Tardío - Inka
estructuras aisladas
Período
Llacta Pata Aldea
Intermedio Tardío
Petroglifos de Incano Petroglifos -
Cementerio Prehis-
Período
pánico Área funeraria
Intermedio Tardío
de Chiu Chiu
Terrazas agrícolas y área Período Interme-
Jihuyjiyatani
funeraria dio Tardío - Inka
Tabla 6: Relación de monumentos arqueológicos prehispánicos registrados en el
Tramo XV Ichuña - Quinistaquillas basada en el Cuadro Índice de la Macroregión
Sur (INC 2006: 142-143. Ver Descripción de sitios y elementos asociados en INC
2005).

El camino entre Omate y Carumas


El camino entre Omate y Carumas se localiza en los valles de los ríos Tambo y
Osmore. Políticamente pertenece al departamento de Moquegua, provincias
Mariscal Nieto y General Sánchez Cerro, distritos de Carumas, Cuchumbaya, San
Cristóbal y Quinista- quillas.
405 / s e g i s F r e d o l ó P e z v a r g a s

Del poblado de Quinistaquillas a Yaragua, el camino mayormente es llano y pre-


senta pocos sectores con muros hechos de piedras. Mide entre 3 y 6 m de ancho,
ensanchándose cuando el terreno es plano y estrechándose en las laderas de cerro.
Presenta restos de muros de 10 a 50 m de longitud en algunos segmentos; sin
embar- go, muchos han desaparecido porque las piedras que los conformaron
fueron des- montadas por los pobladores para construir viviendas y corrales16.
El camino que continúa de Yaragua a Yojo y de Yojo a Colana mantiene general-
mente las mismas características. Los muros se encuentran mayormente en sectores
donde el terreno es suelto y cede fácilmente; también en cauces y filtraciones de
agua que acarrean lodo y tierra. El camino mide entre 2 a 4 m de ancho. Esta
medida varía si se trata de zonas planas y taludes o quebradas. La calzada es
compacta y el trazo se adapta al relieve del terreno. Algunos segmentos del camino
fueron construidos sin muros laterales y adyacentes a taludes rocosos.17
El camino finaliza en el distrito de Carumas. Presenta muros laterales de 0,30 a
1,20 m de alto construidos con piedras. El ancho de la calzada va entre 3 y 6 m (INC
2005: 65, 2006: 143; Tabla 7).

Tramo Nombre de sitio descripción Filiación


Asentamiento con
Omate - Faldas San Pedro -
tumbas y
Carumas murallas
S/N Canal -
Tabla 7: En este tramo se registró el sitio arqueológico Faldas San Pedro
conformado por tumbas, murallas y un canal (INC 2006: 142 ver cuadro
Macroregión Sur, Tramo XXX Omate - Carumas).

El camino entre Carumas y Jaguay Chico


El trayecto se localiza en el valle del río Osmore, en el departamento de Moquegua,
provincia Mariscal Nieto, distritos de Carumas y Torata, anexos La Cascate, Huatara-
quena, Estupe, Mimilaque y Jaguay Chico (Torata). El camino recorrido desde Caru-
mas tal vez se desprenda de una vía troncal que proviene de Pichacani, en Puno.
La vía parte de Carumas y baja hasta el río La Cascate, luego asciende por una
cal- zada empedrada de 4 m de ancho, muy bien conservada, localizada en el cerro
Sasla- que. El camino cruza el río hacia el poblado de La Cascate, luego atraviesa la
quebrada de Salchaje, el cerro Misquine y llega a Taja, donde también está bien
conservado.
En Taja se registró una apacheta y desde este lugar, el camino va en dirección
hacia Otora y al valle del Osmore. Este segmento presenta escaleras y calzada bien

16 Ver fotos 1–4 del Cuadro de Tramos del Sub Tramo Yaragua – Quinistaquillas en “El
Qhapaq Ñan en la Macro Región Sur: Arequipa, Puno, Moquegua, Tacna”, INC 2005.
17 Ver foto 1 del Cuadro de Tramos del Sub Tramo Yojo–Yaragua en “El Qhapaq Ñan en la
Macro Región Sur: Arequipa, Puno, Moquegua, Tacna”, INC 2005.
406 / l a red vial iNka eN l a r e g i ó N PuNo

conservadas que ascienden el cerro Paloplantado. De aquí en adelante, sólo se ve


una
huella que se dirige a una apacheta en la Pampa Confital y a Estupe.

Luego de Estupe, su rastro aparece en el cerro Mataspujo, desciende hacia el sitio


de Chinchilcoma, donde algunos segmentos presentan muros de contención y
escale- ras. El ancho varía de 1,5 a 3 m.

Continúa por una ladera cerca de la quebrada de Serenane y llega a la


comunidad de Mimilaque aunque está destruido por una trocha que se une con la
carretera a Otora. Desde Mimilaque sigue en dirección a Jaguay Chico, donde se ha
destruido por los derrumbes; sin embargo aún quedan pocas evidencias que
permiten definir los 2 m de ancho que posee el camino.

En este camino se registró el sitio arqueológico Chinchilcoma del Período Inter-


medio Tardío (Estuquiña). Este sitio consiste en un conjunto de terrazas de cultivo,
las cuales miden más de 50 m de largo y 16 m de ancho. La altura de sus muros es
va- riable entre 0,60 y 2 m. Casi todos los andenes utilizan la roca madre como
parte del cimiento y rocas canteadas en los muros.

Estos andenes comprenden gran parte del área del valle, es decir, desde la
ribera del río hasta la base de los cerros. Aquellas terrazas ubicadas hacia el oeste
son me- nos extensas y fueron construidas con piedras canteadas más delgadas
(INC 2005: 63, 2006: 143).

En este tramo se registró el sitio arqueológico de Chinchilcoma y tres apachetas


(Tabla 8).18

Tramo Nombre de sitio Asentamiento:


descripciónterrazas Filiación
Período Intermedio
Carumas - Chinchilcoma
agrícolas, recintos y corrales Tardío (Estuquiña)
Jaguay Chico
S/N Apacheta -
S/N Apacheta -
S/N Apacheta -
Tabla 8: Relación de monumentos arqueológicos prehispánicos registrados en el Tramo XXIX Ca-
rumas - Jaguay Chico basada en el Cuadro Índice de la Macroregión Sur (INC 2006: 143-145. Ver
Descripción de sitios y elementos asociados en INC 2005).

El camino desde Pichacani hasta Quebrada Honda


Este tramo se localiza en las cuencas de los ríos Ilave y Osmore. Políticamente en los
departamentos de Puno y Moquegua, provincias de Puno y Mariscal Nieto, distritos
de Pichacani, Carumas y Torata (INC 2006: 145-147).

18 Ver fotos 1–2 del Cuadro de Tramos y foto 1 del Cuadro de Sitios del Tramo Carumas–Ja-
guay Chico en “El Qhapaq Ñan en la Macro Región Sur: Arequipa, Puno, Moquegua,
Tacna”, INC 2005.
407 / s e g i s F r e d o l ó P e z v a r g a s

El camino de Puno a Pichacani se encuentra delimitado por una hilera de


piedras alineadas. La vía mide 7 m de ancho, pasa entre Ñuñamarka y Arkopunko y
el pueblo de Soquesani. Desaparece cerca del puente Morocolla.

En el sector de Loripongo, margen izquierda del río Ilave, a la altura del puente
del mismo nombre, la calzada es de 3,50 a 4 m de ancho y va delimitada con
piedras de 0,30 m de lado.

En la margen izquierda del río Vizcachas se observan aún algunas secciones de


calzada empedrada que llega al puente Vizcachas. Desaparecen estas evidencias
has- ta el lugar denominado Chilligua donde se les vuelve a identificar con
dirección a Moquegua.

La vía fue registrada en las localidades de Titire a Chillota. Mide 2 a 5 m de


ancho y carece de elementos arquitectónicos como alineamientos de piedras,
muros de con- tención o laterales.

Desde Chilligua se observa muros de contención pertenecientes a un camino


pre- hispánico el cual probablemente se proyecte hasta Carumas. Este recorre la
parte alta de parajes conocidos como Arenal y Apacheta de Toro Bravo. Continua
desde Tres Apachetas, localizado en Chilligua, hacia la quebrada Japu, donde se
aprecia el camino que exhibe una calzada empedrada de 3 m de ancho y muros
laterales. Se desplaza por el cerro Achucallani y la Pampa Purapurani, donde el
empedrado ha sido fuertemente deteriorado por las lluvias.

En el sector de Achupalla, el camino no es reconocible. Es visible recién en la


que- brada de Purapurani. En Cerro Pelado, unos corralones prehispánicos fueron
identifi- cados junto al trazo. Prosigue sobre el cerro Huayllani y la quebrada
Escalera rumbo al río Botadero. Recorre el cerro Calapujo con muros laterales y
calzada de 1,90 m de ancho.

El camino pasa cerca del poblado de Chujulay, cruza el río Cuellar, en la


quebrada del mismo nombre y arriba a Ilubaya. De esta localidad desciende por
unas escalinatas reconstruidas por los pobladores, localizadas en la quebrada de
Barbarita, y continúa rumbo hacia la comunidad de Sabaya (cerca de Torata). La
vía registrada se desplaza por el cerro Buenavista, el sector de Pampa Buena Vista,
Tambo de Camata, el cerro Mogote y el sitio arqueológico de Quele.

Evidencias del trazo de este camino fueron reconocidas en la localidad de Yacan-


go, pero una vieja trocha se le superpone y casi no es posible identificarlo más.
Tiene 4 m de ancho y posiblemente recorría el cerro La Antena hasta llegar a
Moquegua (INC 2005: 43, 2006: 146).19

19 Ver registro fotográfico del Cuadro de Tramos y del Cuadro de Sitios correspondiente al
Tramo Pichacani–Quebrada Honda en “El Qhapaq Ñan en la Macro Región Sur: Arequipa,
Puno, Moquegua, Tacna”, INC 2005.
408 / l a red vial iNka eN l a r e g i ó N PuNo

Principales monumentos arqueológicos asociados

Arkopunko
Se ubica en el departamento y provincia de Puno, distrito de Pichacani. Se trata de
un área funeraria conocida como Arkopunko, la cual forma parte del Complejo Ar-
queológico Inka de Cutimbo. El complejo está conformado por un conjunto de sitios
como: Cutimbo Chico, Cutimbo Grande, Arkopunko, Mallku Amayo, Poque, Chata,
Ñuñamarka y otros, los cuales presentan decenas de chullpas y cuevas funerarias
jun- to con miles de estructuras circulares, posiblemente correspondientes a
tumbas. El sitio comprende por lo menos 33 chullpas que se encuentran aisladas o
en pequeños grupos sobre la ladera norte y este, principalmente (INC 2006: 146)20.

Cementerio Humchoca
Se localiza en el departamento y provincia de Puno, distrito de Pichacani, sobre un
pequeño cerro aterrazado en Soquesani. La cima presenta ocho entierros
correspon- dientes a tumbas circulares de la época Inka (hilera de piedras
alargadas de regular tamaño colocadas verticalmente). Sus medidas varían entre
2,40 y 3 m de diámetro y alcanzan una altura de 0,80 a 1 m.

Andenería de Chujulay
Se ubica en el departamento de Moquegua, provincia Mariscal Nieto, distrito de
Torata. En el descenso desde el poblado de Chujulay hasta Pampa Colorada, fueron
registrados andenes prehispánicos asociados a canales. El sitio corresponde a una
ocupación del Período Intermedio Tardío (Estuquiña). Hacia el valle de Quele, el ma-
terial constructivo de estas terrazas se va modificando, es decir, las piedras son
más delgadas y las terrazas no son muy extensas.

Cerro Buena Vista


Se ubica en el departamento de Moquegua, provincia Mariscal Nieto, distrito de
Tora- ta, sobre una ladera del cerro Buena Vista. Está asociado con el camino que
proviene de Chujulay. Se trata de un reservorio de 12 m de diámetro, el cual
presenta un muro de 1,40 m de ancho construido con piedras y relleno de barro.
Un canal de 60 m se proyecta desde el reservorio hacia el suroeste. El sitio también
presenta un montícu- lo con tumbas cuadrangulares y circulares. Pertenece al
Período Intermedio Tardío (Estuquiña).

20 Ver foto en página 146 en “Informe por Cuencas Hidrográficas del registro de tramos y
caminos campaña 2003–2004, Programa Qhapaq Ñan”, INC 2006.
409 / s e g i s F r e d o l ó P e z v a r g a s

Tambo de Camata
Se encuentra en el departamento de Moquegua, provincia Mariscal Nieto, distrito
Torata y forma parte del Complejo Arqueológico de Camata. Está asociado con un
camino que es cortado en varios sectores por la Carretera Interoceánica. Correspon-
de a un tambo Inka con aproximadamente 32 depósitos cuadrados de 4 m de lado,
alineados y asociados con recintos y terrazas agrícolas abandonadas de 0,70 a 1 m
de alto. Todos presentan accesos con escaleras de piedra, voladizos en los muros y,
en la parte externa, hornacinas. Los muros de 0,85 a 0,90 m de ancho fueron
construidos con piedras unidas con mortero de barro.

En este tramo se registraron veintisiete sitios arqueológicos. Entre los cuales


des- tacan: Arkopunko, Cementerio Humchoca, Andenería de Chujulay, Cerro Buena
Vista y Tambo de Camata, además de un puente y tres apachetas (INC 2006: 145-147
ver cuadro Macroregión Sur, Tramo XVI Pichacani - Quebrada Honda. Ver
Descripción de sitios y elementos asociados en INC 2005; Tabla 9).

Tramo Nombre de sitio descripción Filiación


Pucará o Fortaleza Inca Pucará Inka
Mallcumayo Cueva con pintura rupestre -
Cutimbo Área funeraria Inka
Arkopunko Complejo funerario Inka
S/N Asentamiento Inka
Montículo con cerámica Área funeraria Pre–Inka

Cueva Pacallani Montículo con cerámica Pre–Inka

Cementerio Humchoca Área funeraria Inka


Baños de Loripongo Cueva Período Lítico e Inka
Pichacani -
Período Arcaico
Quebrada Taller Lítico Taller lítico
Tardío
Honda
Estructuras Estructuras Inka - Colonial
Estructuras Estructuras Inka - Colonial
Pascana Estructura aislada Inka - Colonial
Período Intermedio
Corralones de Cerro
Corralones Tardío - Inka -
Pelado
Colo- nial
Quebrada Escalera 1 Corral Inka - Colonial
Estructuras circulares
Quebrada Escalera 2 Inka
aisladas
Abrigo rocoso con Período Intermedio
Abrigo Cerro Huayllani
pinturas rupestres Tardío
410 / l a red vial iNka eN l a r e g i ó N PuNo

Tramo Nombre de descripción Filiación


sitio
Andenería Prehispánica Período Intermedio
Terrazas agrícolas y canales
de Chujulay Tardío (Estuquiña)
Período Intermedio
Sector de viviendas en
Aldea Tardío (Estuquiña)
Chujulay
- Inka
Colcas en Chujulay qollcas Inka
Asentamiento: reservorio, Período Intermedio
Cerro Buena Vista plataforma, terrazas y área Tardío (Estuquiña)
Pichacani - funeraria - Inka
Quebrada
Honda Tambo, terrazas, área fune- Período Intermedio
Tambo de Camata
raria y aldea Tardío - Inka
Estructuras aisladas de
Corralones aislados -
Ilubaya
Sabaya Estructuras Inka
S/N Apacheta -
S/N Apacheta -
S/N Apacheta -
Tabla 9: La relación de monumentos arqueológicos prehispánicos registrados basada
en el Cuadro Índice del Tramo Pichacani – Quebrada Honda.

El camino entre kencco y Las yaras


El camino se localiza en los valles de Ilave y Huenque, pertenecientes a la cuenca
del lago Titicaca y el valle de Sama. Políticamente se ubica en los departamentos de
Puno y Tacna, provincias de Puno, El Collao, Tarata y Candarave, distritos de Acora,
Ilave, Santa Rosa, Susapaya, Sitajara, Candarave, Chucatamani e Inclan (INC 2005:
43-45, 2006: 147-149; Tabla 10).
Entre el sitio arqueológico de Kencco y Wancasi, el camino está definido por una
calzada de 4 m de ancho y muro de piedra de 0,30 m de alto y 0,40 m de ancho que
lo delimita. Esta vía continúa desde la laguna Loriscota (Ilave) hasta Cintupa casi
con las mismas características constructivas descritas líneas arriba (INC 2005: 43,
2006: 147).
Otro segmento de este camino fue identificado partiendo de la localidad de Tala
rumbo a Chipispaya. Presenta muros en determinadas secciones, principalmente en
los cerros que circundan los valles de Tala y Chipispaya. De Chipispaya se dirige a
Co- ropuro y está delimitado por muros de piedras y corte en el talud de los cerros.
Tiene un ancho de 2 a 4 m. Posee escaleras en lugares empinados (INC 2005: 44,
2006: 147).
El trazo continúa por la ladera del cerro Paracocho y va entre áreas de cultivo y
viviendas. De Coropuro se desplaza hacia Sambalay Chico y luego a Coruca, sector
en donde mayormente está definido por muros de piedras. Cerca de Coruca, en el
anexo de Sambalay Grande, existe un ramal que parte de Coropuro y desciende
desde las cumbres de los cerros hasta llegar a Sama. Este camino es conocido como
“Yungani” (INC 2005: 45, 2006: 147).
411 / s e g i s F r e d o l ó P e z v a r g a s

Finalmente, el camino entre Kencco y Las Yaras continúa desde Coruca por la
mar- gen izquierda del río Sama hacia Palanca, ubicado en la margen derecha. El
camino utilizado para la comunicación entre Sama y Torata es de 2 m de ancho y la
calzada es de piedra. Presenta escaleras; además de muros con una altura de 1 m y
un ancho de 0,30 a 0,40 m (INC 2005: 45, 2006: 148).
En este tramo se identificaron dieciocho sitios prehispánicos. Entre los principa-
les destaca Chipispaya y dos apachetas (INC 2006: 147-148. Ver cuadro Macroregión
Sur, Tramo XVII Kencco - Las Yaras. Ver Descripción de sitios y elementos asociados
en INC 2005; así como a continuación y en la Tabla 10).

Principales monumentos arqueológicos asociados

Chipispaya
Se ubica en el departamento de Tacna, provincia de Tarata, distrito de
Chucatamani. Se trata de un tambo localizado frente al pueblo de Londaniza, sobre
un montículo natural con una planicie en la cumbre. Está compuesto por un
conjunto de estructu- ras rectangulares en cuyo interior existen restos de
molienda (manos y batanes) y asadas de piedra. La parte sur del sitio presenta
terrazas con muros de contención y dos recintos de planta cuadrangular
construidos de piedra. Hacia el norte, a unos 20 m contiguos al cerro, se ubican
unas qollqas circulares de 1,50 m de diámetro, elabo- radas de piedras sin cantear y
cantos rodados unidos con mortero de barro, y tumbas circulares de 0,80 m de
diámetro (INC 2005: 49)21.
Tramo Nombre de sitio descripción Filiación
Kencco Canchones Inka - Colonial
Período Intermedio
Checca Chullpas y andenes
Tardío - Inka
Período Intermedio
Pichichu Complejo de andenes
Tardío - Inka
Kallanca Kallanca Inka
Kencco -
Las Yaras Chullpa cuadrangular y
Quenesani Inka
recintos
rectangulares
Abrigos rocosos con
Quilcata Período Lítico
pintura rupestre

Chaspaya Plataforma cuadrangular Inka

Ushnu Ushnu Inka


Chipispaya Tambo Inka

21 Ver foto 1 del Cuadro de Sitios correspondiente al Tramo Kencco – Las Yaras en “El
Qhapaq Ñan en la Macro Región Sur: Arequipa, Puno, Moquegua, Tacna”, INC 2005.
412 / l a red vial iNka eN l a r e g i ó N PuNo

Tramo Nombre de descripción Filiación


sitio
Dispersión de fragmentos
Putina Inka
de cerámica
Pampa Suquilvaya Tumbas -
Chantacollo Área funeraria Inka
Qollcas con estructuras
Colcas -
de palos
Kencco -
Tambo Tambo y tumbas Inka
Las Yaras
Colcas con estructuras
Colcas -
de palos
Período Intermedio
S/N Área funeraria
Tardío (San
Miguel)
S/N Apacheta -
S/N Apacheta -
Tabla 10: Relación de monumentos arqueológicos prehispánicos registrados en el
Tramo Kencco - Las Yaras basada en el Cuadro Índice de la Macroregión Sur.

CAMINOS dE VALLE E INTERVALLE

El camino en el valle de Locumba: Entre Candarave y Locumba


El camino se localiza en el departamento de Tacna, provincias de Candarave y Jorge
Basadre, distritos de Candarave, Quilahuani, Curibaya e Ilabaya (INC 2006: 149).

Esta vía que parte de Candarave presenta muros laterales elaborados con
piedras. La altura de estas construcciones varía entre 0,70 y 1,50 m. Asimismo,
restos de ca- nales asociados al camino fueron identificadas desde este poblado
hasta el puente Yucamani. Estos canales han sido cortados y destruidos por la
carretera. El camino debió cruzar el río Yucamani; sin embargo, el puente antiguo
no fue identificado sino más bien uno de factura moderna.

Existe un segmento de camino de Candarave a Quilahuani construido con muros


laterales de 0,70 a 2 m de alto, hechos con piedras. Este segmento se conecta con
otro que presenta similares características constructivas y de dimensión
considerable que se dirige a Huanuara.

Además, hay varios caminos menores que conducen hacia andenes y cerros. Va-
rios canales de 0,20 y 0,49 m de ancho, elaborados con piedras, se encuentran en el
recorrido, algunos de los cuales siguen en uso.

El camino desde Quilahuani se dirige a Curibaya. En este trayecto presenta


muros laterales de 0,50 y 1,40 m de altura, elaborados con piedras y sin mortero de
barro. La vía tiene 2 a 7 m de ancho y se adapta al relieve del terreno caracterizado
por quebra- das, planicies, pequeños cauces y otros.
413 / s e g i s F r e d o l ó P e z v a r g a s

El siguiente segmento identificado va de Curibaya a Mirave. Presenta muros la-


terales de 1 a 2 m de alto construidos con piedras. En el recorrido se identificaron
canales que se desplazan paralelos al camino y otros que lo atraviesan. El camino
de Mirave rumbo al valle de Locumba tiene muros de 0,70 a 2 m de alto hechos de
piedras. Lamentablemente, el trazo del camino desaparece pues fue destruido por
la actual trocha carrozable y la ampliación de los terrenos agrícolas. Las evidencias
indicarían que continuaba hacia Locumba (INC 2005: 68, 2006: 149).
Asociados a este camino fueron identificados ocho sitios arqueológicos (INC
2006: 149 ver cuadro Macroregión Sur, Tramo XXXI Candarave - Valle de Locumba.
Ver Descripción de sitios y elementos asociados en INC 2005; así como Tabla 11).

Tramo Nombre de sitio descripción Filiación


Abrigos rocosos con
Aricota -
pintura rupestre
Cementerio prehispánico 1 Área funeraria -

Candarave Cementerio prehispánico 2 Tumbas -


- Valle de
S/N Área funeraria -
Locumba
S/N Petroglifos -

S/N Petroglifos -

S/N Área funeraria -


S/N Petroglifos -
Tabla 11: La relación de monumentos arqueológicos prehispánicos registrados en el Tra-
mo Candarave – Valle de Locumba basada en el Cuadro Índice de la Macroregión Sur.

El camino entre Chejaya e Ilabaya


El camino se localiza en la cuenca del río Locumba, en el departamento de Tacna,
provincia de Jorge Basadre y distrito de Ilabaya.
Desciende por la margen izquierda del río Ilabaya y se desplaza por la parte baja
de los cerros. Posee un ancho de 2,5 m y presenta muros de 1,5 m de alto y 0,50 m
de ancho, los cuales permitieron nivelar el terreno, retener los posibles derrumbes
y constituir la plataforma del camino.
Antes del pueblo de Ilabaya, el camino desciende hacia el río y lo cruza; sin
embar- go, los desbordes de éste, por el aumento del caudal, han destruido las
evidencias.
En la margen opuesta del río se observa un ramal de camino con dirección a Ca-
lumbraya, cruzando la cordillera. Esta vía probablemente provenga de Moquegua,
Toquepala, Higuerane, Calumbraya e Ilabaya. El camino tiene 2,5 m de ancho y pre-
senta muros de 1 m de alto y 0,50 m de ancho construidos con piedras (INC 2005:
69, 2006: 150).
414 / l a red vial iNka eN l a r e g i ó N PuNo

Este camino presentó sólo dos sitios arqueológicos asociados (INC 2006: 150. Ver
cuadro Macroregión Sur, Tramo XXXII Chejaya – Ilabaya. Ver Descripción de sitios y
elementos asociados en INC 2005; así como en Tabla 12).

Tramo Nombre de sitio descripción Filiación


Chejaya - Pascana Estructuras y posible pascana -
Ilabaya S/N Área funeraria -
Tabla 12: La relación de monumentos arqueológicos prehispánicos registrados
en el Tramo Chejaya–Ilabaya basada en el Cuadro Índice de la Macroregión
Sur.

El camino entre Tarata y Candarave


Este camino se inicia en el valle de Sama y Caplina hasta el valle de Locumba donde
culmina. Se ubica políticamente en el departamento de Tacna, provincias de Tarata
y Candarave, distritos de Tarata, Ticaco, Sitajara, Susapaya y Candarave (INC 2006:
150).

El camino tiene su inicio en el distrito de Tarata y va con dirección al de Ticaco


(noreste de Tarata). Está conformado por muros de piedra cuyas alturas varían de
0,80 hasta 2 m y por una calzada de 4 de ancho. Presenta escalinatas distribuidas
en algunos sectores de fuerte pendiente. La vía presenta canales de 0,40 a 0,60 m
de an- cho, algunos utilizados hoy en día.

El camino prosigue de Ticaco hacia Challahuay. Este segmento muestra muros de


contención de 0,40 a 2 m de alto y de 0,50 a 0,70 m de espesor, hechos de piedras.
Al igual que en el anterior segmento entre Tarata y Ticaco, aquí se registraron
varias escaleras y canales que se desplazan paralelas al camino y otras que en
cambio lo cru- zan. De Challahuay, la vía continúa a Sitajara a través de un camino
caracterizado por muros de piedra. Estos muros miden 0,48 a 1,40 m de altura y
delimitan una calzada de 2 a 10 m de ancho. El camino entre Sitajara y Susapaya
mantiene similares carac- terísticas que los segmentos ya descritos en los párrafos
anteriores.

El último segmento de este camino fue identificado entre Susapaya y Totora.


Muestra muros de contención de 0,40 a 1,60 m, elaborados con piedras y escalinatas
en las pendientes. Al salir del pueblo de Totora, el camino cruza un bofedal
mediante una calzada elevada de 4 a 12 m de ancho y 100 m de longitud.
Asimismo, atraviesa quebradas, pequeños cauces de agua y ríos con gran caudal
como el Salado. Otros como Jaruma y Quenesani tienen poco caudal. En este
trayecto se identificaron pe- queños ramales de 1 m de ancho, que se desprenden y
se dirigen hacia andenes y cerros cercanos (INC 2005: 69-72, 2006: 150).

En este camino se identificaron y registraron seis sitios arqueológicos, un


puente y tres apachetas (INC 2006: 150. Ver cuadro Macroregión Sur, Tramo XXXIII
Tarata – Candarave. Ver Descripción de sitios y elementos asociados en INC 2005;
así como en la Tabla 13).
415 / s e g i s F r e d o l ó P e z v a r g a s

Tramo Nombre de sitio descripción Filiación


Asentamiento: Recintos, Período Intermedio
Para
cistas y andenes Tardío - Inka
Pascana Zona de descanso -
Tarata -
Candarave Quili Área funeraria (Chullpas) Inka

Cerro Yaralaca Apacheta -

Challahuay Apacheta -
S/N Apacheta -
Tabla 13: La relación de monumentos arqueológicos prehispánicos registrados en el Tra-
mo Tarata – Candarave basada en el Cuadro Índice de la Macroregión Sur.

COMENTARIOS FINALES
En esta sección queremos abordar dos aspectos singulares del sistema vial en esta
área del Tawantinsuyo. Se trata de las características constructivas de las vías en el
altiplano y los valles, y un tipo particular de sitio arqueológico asociado a los
caminos localizados en esta región donde ha sido registrada la red vial: Las
apachetas.

Características constructivas del camino


La construcción de la red vial Inka en el Collasuyo fue una labor bien planificada
que involucró una variedad de factores como el adecuado conocimiento del
territorio y de las antiguas rutas de caminos, el tipo de medio ambiente, la
disponibilidad de mano de obra y los materiales de construcción. Asimismo, exigió
la aplicación de ingeniosas técnicas constructivas idóneas para el abrupto relieve
andino, y una eficiente orga- nización de grupos de trabajadores dirigidos por
especialistas en la construcción de vías, las cuales fueron financiadas por el Estado
que organizó el trabajo y proporcionó los recursos necesarios.
Para diseñar el trazo de los caminos y aplicar las técnicas constructivas más con-
venientes se consideró la localización y el tipo de superficie del suelo, es decir, si
fue roca, terreno agrícola, estepa de puna o superficie inundable; además del tipo
de laderas naturales y otros factores medio ambientales como los efectos de los
terrenos abruptos, de la altitud y las pendientes del terreno; así como la erosión de
las lluvias y arroyos.
De la misma forma, se tuvo presente algunas exigencias sociales y políticas como
la construcción de vías para integrar entre sí a los pueblos ubicados a orillas del
lago y a éstos con los asentamientos establecidos en los valles orientales y
occidentales, para comunicar los centros administrativos de Hatunqolla y Chucuito
con los Tambos de Ají, Tambo de León, Tambo de Poroqueña, Tambo de Camata,
Quimillone, Chipis- paya y Morro de Sama en la costa de Tacna; o acceder a centros
productivos como los campos agrícolas de Chinchilcoma, Chujulay, Jihuyjiyatani,
Camata, Yumina y a cen-
416 / l a red vial iNka eN l a r e g i ó N PuNo

tros de peregrinación como la Isla del Sol y de la Luna en el lago Titicaca o volcanes
como el Putina y el Ampato.
Es importante destacar que la red vial Inka fue construida integrada al paisaje
andino convirtiéndose en parte de él. Los caminos que configuraron esta red en
la cuenca del Titicaca permitieron recorrerlo contemplando la naturaleza y la in-
mensidad de montañas nevadas, lagos y lagunas considerados en el mundo
andino antiguo como los lugares de origen de los hombres y fuente de la vida
animal y ve- getal; y por lo tanto, espacios naturales sagrados donde acudían
mujeres y hombres en romería para venerar a sus ancestros, así como para
ofrendar y pedir consejo o favores a los oráculos.
La calzada de los caminos en la cuenca del Titicaca fue construida de tierra o
em- pedrada; elevada para cruzar bofedales y áreas inundables o al ras de la
superficie de la puna cubierta de ichu. El trazo del camino fue recto cuando las
condiciones del terreno así lo permitieron o ligeramente sinuoso al ir por laderas
de cerros y remon- tar pendientes por medio de escalinatas de piedra. Estuvo
delimitado por simples alineamientos de piedras en las llanuras o con muros de
este mismo material en las laderas.
El Camino Longitudinal de la Sierra o Qhapaq Ñan en la cuenca del Titicaca
exhibe estos componentes arquitectónicos arriba mencionados y un ancho entre 3
y 10 m. En cambio, los caminos transversales hacia los valles occidentales eran
anchos en zonas relativamente llanas pero amplias; y angostos en las laderas y
quebradas. En estos lugares necesitaban de muros de contención para conformar la
plataforma así como de rampas y escalinatas para descender y remontar las
pendientes. El ancho de estos caminos transversales varía entre 2 y 12 m.
Estas características constructivas de los caminos transversales han sido
observa- da en este mismo tipo de caminos en otras regiones de los Andes
Centrales; sin em- bargo, la diferencia con respecto a estos estriba en el ancho de
las vías transversales arriba descritas.

Los sitios asociados


Los sitios asociados a estas vías de manera general son abrigos rocosos con
pinturas rupestres, áreas funerarias conformadas por chullpas y cistas, terrazas
agrícolas, al- deas compuestas por espacios residenciales, funerarios y terrazas
agrícolas, petrogli- fos, tambos y un número destacado de apachetas.
Los sitios son mayoritariamente del Período Intermedio Tardío y Horizonte Tar-
dío, de diferentes dimensiones y características constructivas, pero que comparten
un rasgo común que es el estar asociado al camino, ya sea porque se encuentran a
la vera de este o alejados unos metros (INC 2006. Ver cuadros de la Macroregión
Sur).
Entre estos distintos tipos de sitios, las apachetas, han captado nuestra atención
e interés por su número a lo largo del trayecto de algunas vías en esta región de
los
417 / s e g i s F r e d o l ó P e z v a r g a s

Andes Meridionales, por su ubicación y el significado que pudo tener para los
viajeros conforme es referido en las crónicas y relaciones de viaje, tanto como la
función que cumplió dentro de la red vial.

Las apachetas
Las apachetas son definidas como pequeños montículos artificiales de disposición
más o menos cónica formados por innumerables piedras de distintos tamaños,
colores y formas, colocadas unas sobre otras y ubicados en medio o a la vera de los
caminos. Los caminantes al llegar al lugar donde éstas se encontraban, arrojaban
las piedras for- mándolas de diferentes dimensiones según el nivel de tránsito en
los caminos (Regal 1936, Hyslop 1992, Vitry 2004, Gentile 2005) (Figura 1).

Figura 1. Apacheta a la vera del camino en Palca, Tacna. Al fondo, el nevado Tacora, Chile.

González Holguín en su Vocabulario de la lengua Quechua o del Inca define la pala-


bra “apacheta” o “apachita” como montones de piedras, adoratorios de caminantes
(González Holguín [1608] 1952:30). Asimismo, Lira menciona “apachita” como haci-
namiento de piedras y “apachikuy” cuyo significado es “dejarse conducir o guiar,
remitir o encomendar alguna cosa para un destino” (Lira 1945: 52).
418 / l a red vial iNka eN l a r e g i ó N PuNo

Cronistas y viajeros definieron generalmente a las apachetas como “montones de


piedras en las cumbres de los cerros, en las encrucijadas y puertos de los caminos”, donde los
caminantes depositaban diferentes objetos. Asimismo, mencionan los lugares donde
generalmente se las encontraba y los ritos que se practicaban en ellas (Acosta 1985
[1590]; Albornoz 1967 [1568]; Arriaga 1968 [1621]; Cobo 1964 [1653]; Garcilaso 1963
[1609]; Guaman Poma 1988 [1613]; Regal 1936: 17-19; Rey y Basadre [1898]; Santa
Cruz
Pachacuti 1993 [1613]; Squier 1974 [1877]; Tschudi 1966 [1860]; Von Hagen 1977).

Squier comentó que los pasos en las montañas estaban marcados por enormes
pilas de piedras erigidas, como “los mojones de Escocia y Gales”, que cada viajero
echaba como ofrenda a los espíritus de las montañas y como invocación de su
ayuda para soportar las fatigas del viaje. Además, explica que éstas señalaban las
rutas de viaje definiendo con exactitud las líneas de comunicación junto con los
restos de tam- bos (Squier 1974 [1877]: 293-294). Este viajero reconoció la apacheta
de La Raya en el paso o limite natural del mismo nombre cuando recorría el
camino antiguo de Puno a Cusco (Squier 1974 [1877]: 293–294; Regal 1936: 132).

Durante el proceso de extirpación de idolatrías, las apachetas fueron también


des- truidas. Un revelador caso ocurrido en el marco de éste proceso se cita en una
Carta Annua del año 1639, donde se menciona los esfuerzos del Padre Juan de Oré,
clérigo del Colegio Jesuita del Cusco, por luchar contra el paganismo. Este relata lo
siguiente: “(...) y en el camino nos mostro dos Ídolos, o adoratorios de los indios, p.a. que
procurese/mos el remedio, el uno estaba subiendo de purima a curaguachiel (Apurímac a
Curahuasi)22 en / el mismo camino, es una piedra agujereada por en medio, tienen la en / un
altillo y al derredor un gran montón de piedrecitas y dicen que passando por ay cada indio
offrece su piedra, p.a.q. con esso seles quite el cansan.o. / del camino. anduvimos viendo si la
podiamos despeñar (...)” (Polia 1999: 475).23

La necesidad de los viajeros de procurar quitarse el cansancio, obtener fuerzas


para proseguir el viaje y protección para ellos y sus animales, ofreciendo objetos e
invocaciones para tal fin, se encuentra literalmente expresada en las crónicas y
docu- mentos coloniales citados líneas arriba. Los objetos ofrecidos no sólo se
depositaban en lugares como las apachetas, sino en otros sitios llamados Tocanca24.

22 Localidades ubicadas en la ruta del Camino Longitudinal de la Sierra que parte del Cus-
co hacia la región del Chinchaysuyo, vinculando Cusco con Andahuaylas y Vilcashuaman,
este último lugar en Ayacucho, para citar sólo las dos primeras llaqtas de importancia
para el Estado Inka en esta región.
23 Carta Annua fol. 141v Documento 44 Colegio del Cuzco. En: La Cosmovisión Religiosa An-
dina en los documentos inéditos del Archivo Romano de la Compañía de Jesús 1581–1752,
Mario Polia Meconi, 627, pp. 1999, Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima.
24 En el camino desde la ciudad de Ayaviri hacia el distrito de Orurillo por la quebrada de
Punku Punku, pudimos observar cómo en una zona de peñas del cerro Torrini, justo
donde la quebrada se estrecha mucho, los caminantes colocaban en las grietas del perfil
rocoso junto al camino, pequeñas piedras así como bolos de hoja de coca escupidos
(“acullicos”).
419 / s e g i s F r e d o l ó P e z v a r g a s

Los sacerdotes doctrineros de los siglos XVI y XVII escribieron que las apachetas
o “rimeros de piedras” se localizaban “en el alto de una cuesta” o “(...) muy de hordinario
en los caminos reales enlas cumbres / delas subidas de cuestas y enlas encrucijadas y juntas de
caminos” (Polia 1999: 253, 358, 417-418).25
Las apachetas han sido identificadas en zonas montañosas como abras o pasos,
cimas o laderas de cerros y quebradas. Muy rara vez en lugares a baja altitud. Hys-
lop en sus reconocimientos arqueológicos las registró siempre sobre los 4.200 msnm
(Hyslop 1992: 199-205).
Víctor von Hagen identificó una apacheta en el camino de Macusani rumbo a la
selva cruzando la cordillera de Carabaya. La describe como “la primera lápida (sic)
que marcaba la división continental. A partir de ese punto todos los ríos confluían
hacia el Amazonas” (von Hagen 1977: 75).
Lautaro Núñez identificó un conjunto de apachetas en la zona altiplánica
fronte- riza entre Chile y Bolivia, en las rutas de caminos que desde el altiplano y
valles alto andinos descienden transversalmente a las zonas medias de los valles
occidentales y a la costa. Los lugares donde las registró corresponden a las alturas
de los valles de Camarones, Camiña, Tarapacá, Mamiña, Pica y Guatacondo, en el
norte de Chile (Núñez 1976: 165, 190).
Hyslop, quien registró algunas apachetas en Ecuador, Bolivia y Argentina, pro-
puso algunos planteamientos generales referidos al patrón de localización espacial
de las apachetas, basándose en sus propios reconocimientos y en los que realizaron
otros investigadores como Karen Stothert y Lautaro Núñez, y el cual consiste en que
éstas se localizaron en los bordes de los Andes desde donde las montañas
descienden ampliamente hacia el oeste y este; así también formula algunas
interrogantes a absol- ver con mayores investigaciones, específicamente
excavaciones arqueológicas en las mismas apachetas (Stothert 1967; Núñez 1976;
Hyslop 1984, 1992).
El Programa Qhapaq Ñan del Instituto Nacional de Cultura registró apachetas en
el Camino Longitudinal de la Sierra, así como en diferentes vías transversales que se
desprendían de este y que se dirigían a la costa del Océano Pacífico como a la ceja de
selva.
Este programa en sus campañas de campo de los años 2003 y 2004 identificó 144
apachetas localizadas en las Macroregiones Centro, Centro Sur y Sur.26 La mayor
can- tidad de ellas se localiza en la Macroregión Sur (98), en menor número en la
Macro- región Centro Sur (33) y, finalmente muy pocas en la Macroregión Centro
(13). En la Macroregión Norte no se ha registrado ninguna hasta el momento.

25 Ver Cartas Annuas [1597 Colegio del Cusco p. 253 Doc. 8], [1614 provincia de Chinchayco-
cha fol. 258 Doc. 29], [1618 Abancay fol. 388 Doc. 33]).
26 Macrorregión Norte: Tumbes, Piura, Lambayeque, La Libertad, Cajamarca, Amazonas y
San Martín; Macrorregión Centro: Lima, Ancash, Huanuco, Pasco, Junín; Macrorregión
Centro Sur: Ica, Huancavelica, Ayacucho, Apurimac; Macrorregión Sur: Arequipa,
Moquegua, Tac- na, Puno.
420 / l a red vial iNka eN l a r e g i ó N PuNo

La primera evaluación general de esta información publicada nos permite


conocer que se registraron 17 apachetas en el Camino Longitudinal de la Sierra,
específicamen- te 7 en el camino que se dirige a la región del Chinchaysuyo y 10 en
el camino hacia la región del Collasuyo. De igual manera, se reconocieron 114
apachetas en los diferentes caminos transversales. Algunos de estos caminos
transversales en las zonas alto andi- nas presentan apachetas que servirían para
guiar la ruta a seguir (Mapa 2).

mapa 2. Las Apachetas en la Red Vial en la cuenca del


Titicaca
421 / s e g i s F r e d o l ó P e z v a r g a s

Cabe indicar que la posición de las apachetas en el camino ha sido identificada


generalmente tanto a un costado como en medio de este. Sin embargo, también se
las ha registrado a ambos lados del mismo, pero en muy pocos casos. Un dato
referido a la ubicación de la apacheta en el camino, fue obtenida en Ayaviri donde
es costumbre que el viajero pase por el lado derecho de la misma llamado “Paña”;
mientras que el lado izquierdo es denominado “Lloq´e”. Dato que se comprobó
cuando nos cruzamos en el camino con algunos viajeros (Eduardo Arizaca Medina,
comunicación personal 2003).

También se han identificado algunas apachetas localizadas en ciertos lugares


que parecieran corresponder “a las encrucijadas, puertos o juntas de los caminos”, y que
han sido registradas como un punto de confluencia de varios caminos y desde
donde se puede seguir más de una ruta. Es el caso de la apacheta localizada en el
tramo deno- minado Jayllihuaya de la ruta Ayaviri - Desaguadero, ésta se encuentra
dentro de un gran recinto rectangular y es el lugar de confluencia de cuatro
caminos.

La mayoría de las apachetas registradas por el Programa fueron localizadas en


los caminos transversales de la sierra a la costa, principalmente de los
departamen- tos de Puno, Arequipa, Moquegua y Tacna. Su posición en el camino
va definiendo la ruta del mismo como marcadores de la ruta a seguir conforme se
ha registrado en el camino desde el distrito de Mañazo en Puno hacia la ciudad de
Arequipa; y en el camino entre Tambobamba (Apurimac) e Incahuasi
(Parinacochas, Ayacucho), camino que partía del Cusco pasaba por Ccorcca rumbo
a Puerto Inca (Quebrada de la Vaca) en Chala, en la costa al norte de Arequipa.
Estos dos casos corroboran lo planteado líneas arriba.

Estos datos nos llevan a proponer que la presencia de las apachetas en los
caminos del departamento de Puno y en los que parten de este hacia Arequipa,
Moquegua y Tacna se debe a la amplitud de los Andes Meridionales. Aquí las rutas
de descenso a la región costera son extensas, por lo cual era necesario la presencia
de las apachetas como marcadores del camino para guiarse y no extraviarse al
recorrerlas en varias jornadas de viaje. Núñez en el norte de Chile no sólo
reconoció apachetas asociadas sino geoglifos y pinturas rupestres.

Mostajo escribió que “...las apachetas no señalan los puntos más altos, sino los
lugares desde los cuales uno descubría un nuevo horizonte o un accidente capi-
tal de la naturaleza…” (Tomada por Hyslop 1992: 204 de Regal 1936: 19). En este
sentido, desde una apacheta registrada en el camino que cubre la ruta Mañazo -
San Juan de Tarucani se divisa el nevado Huarancante así como el volcán Ubinas
en Moquegua y desde otra apacheta en la misma ruta, el volcán Pichu Pichu en
Arequipa.

Durante el proceso de extirpación de idolatrías, las apachetas fueron reempla-


zadas por cruces erigidas en su lugar. Nueve de las apachetas registradas presentan
cruces sobre ellas o al costado y frente a una de ellas se ha erigido una cruz
caminera
422 / l a red vial iNka eN l a r e g i ó N PuNo

donde se ha depositado sobre su pedestal escalonado, pequeñas piedras, flores, ser-


pentina, botellas de licor y cigarros (INC 2004: 31-32, 2005b: 32).27

El material cerámico reconocido en ellas consiste en fragmentos de filiación Qo-


llao, Inka y Colonial (fragmentos de botijas, cerámica vidriada de estilo Sipina del
siglo XVI–XVII), en los casos registrados en la Macroregión Sur; también presenta
pequeños bloques de obsidiana y cuarzo,28 restos de hojas de coca mascada, huesos
de animales, fragmentos de botellas de licor, restos de cigarrillos y flores.

El origen de estos pequeños sitios asociados a los caminos fue atribuido a los
Inkas por Santa Cruz Pachacuti (1993 [1613]: 201) y Guaman Poma (1988 [1613]:
236); sin embargo, las investigaciones emprendidas por Núñez sobre rutas
caravaneras y geo- glifos en ellas sugieren que las apachetas pertenecerían a un
tiempo anterior a los Inkas. Dicho investigador identificó caminos, geoglifos y
apachetas en varias rutas del altiplano boliviano hacia la costa norte chilena que
datarían de época tardía pre–Inka e incluso algunos de ellos de época Inka (Núñez
1976).

Asimismo, Hyslop propone examinar si la presencia de las apachetas en los


cami- nos que se dirigían hacia aquellas regiones del Tawantinsuyo conforme éste
se expan- día y dominaba, era consecuencia de este rápido proceso de avance
conquistador.

El análisis de estos sitios asociados en los caminos en la cuenca del Titicaca y


valles occidentales, por ejemplo, debería buscar explicar porqué éstas se
encuentran más en los Andes del sur y cada vez menos hacia el norte y si ésta
presencia tiene alguna relación de origen con esa larga tradición de caravaneros
altiplánicos que siguen ru- tas desde el altiplano boliviano a la sierra y costa sur
peruana, norte chileno y noroes- te argentino conformando una red de trafico
interegional.

27 Díaz y Ccachura registraron también una base de tres niveles elaborada de piedra y
cemen- to localizada en el tramo Jayllihuaya, de la ruta Ayaviri - Desaguadero, en Puno.
Esta tam- bién tiene pequeñas piedras depositadas en ella (apacheta). Asimismo, Vela y
Luján (2005) identificaron varias apachetas y sobre ellas algunas cruces en el camino
Huaylillas - Tacna, localizado en las alturas de Palca. Por otro lado, Vitry registró un
altar con una cruz en el abra Varela (3300 msnm) localizada en el tramo del camino
Morohuasi - Incahuasi (Salta, Argentina), asociada a cimientos de muros (Vitry 2000:
143).
28 Los cristales de cuarzo, conforme escribe Polia, especialmente el cristal de roca, siempre
han gozado en los Andes de prestigio sagrado. Tal vez por su transparencia expresan la
idea de pureza sugerida por la penetrabilidad a la luz de una materia tan dura y
compacta como la que componen estas “piedras de luz”. En la Carta Annua Doc. 33 fol.
387v del año 1618 procedente de la misión de la provincia de Huaylas, el sacerdote
Diego Álvarez de Paz descubrió un ídolo vestido hecho de “cristal tosco” el cual era
objeto de cuidado y servi- cio por una mujer dedicada a ello (Polia 1999: 174-175, 414).
En el pueblo de Cochamarca, corregimiento de Cajatambo, el visitador de idolatrías
Joseph Laureano de Mena en su re- lación del año 1667: “Sentencia de la causa hecha contra
Augustina Grimaldo, zamba del pueblo de Cochamarca, por habersele opuesto el ser hechicera”,
relató cómo descubrió un idolillo de cristal al cual ésta mujer asistía. Este idolillo hasta
poseía vestidos (Duviols 2003: 489).
423 / s e g i s F r e d o l ó P e z v a r g a s

En estas rutas, la presencia de apachetas en las zonas cordilleranas guían las


rutas hacia la costa peruana y chilena. En el caso de la costa chilena, además de las
apache- tas, conjuntos de geoglifos localizados en las partes medias y bajas de los
valles trans- versales funcionan como marcadores espaciales y pascanas29 en los
caminos y cuyo carácter ritual y ceremonial fue planteado por Núñez (Núñez 1976,
1995).
Finalmente, este resumen acerca de la red vial y los sitios asociados en la cuenca
del Titicaca y los valles orientales y occidentales es una primera aproximación para
entender el Sistema Vial Inka en esta importante región del Collasuyo y estimular
su mayor estudio. El conocimiento de estas rutas utilizadas por los primeros
pobladores del altiplano, los valles y la costa, así como por las sociedades que siglos
después se desarrollaron en este vasto territorio han de permitirnos comprender
las relaciones, contactos e intercambios establecidos entre ellos, quizás tanto como
entender sus sistemas de asentamiento y aprovechamiento de los diferentes
recursos que ofrecía esta rica región de los Andes Meridionales.

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29 Lugar de descanso al final de cada jornada de viaje donde se detenían las caravanas de
hombres y animales a pernoctar después de largas travesías por diversos ecosistemas
(Núñez 1976: 180).
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