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Prólogo
Lautaro Núñez 7
1. Introducción a la arqueología de la cuenca del Titicaca
He Nry t a N t a Leá N y Luis FLores 19
2. Balances y perspectivas del período Arcaico (8,000 – 1500
a.C.) en la Región de Puno
Mark aLde Nder Fer 27
3. Transiciones del Arcaico Tardío al Formativo Temprano.
Una perspectiva desde la arqueología de la unidad
doméstica en dos sitios del valle del río Ilave, cuenca del
Lago Titicaca 41
Nat Ha N Craig
4. El surgimiento de la complejidad social en la cuenca Norte
del Titicaca
a b i g a i L L e v i N e , C e Ci L i a C H á v e z , a M a Nda C o H e N, 131
a i Mée P L o u r d e y C H a r Les s t a Nis H
5. Qaluyu y Pukara: Una perspectiva desde el valle del río
Quilcamayo-Tintiri, Azángaro
He N r y t a N t a L e á N, Mi CHie L z e g a r r a , 155
aLex go N z a Les y C ar Los z a P a t a be Nit es
6. Producción, papas y proyectiles: Evaluando los factores
principales en el desarrollo de Pukara 195
e L i z aesculturas
7. Las b e t H k L a r i CH
Pukara: Síntesis del conocimiento y
verificación de los rasgos característicos
Fra Nçois Cuy Net 217
8. Las qochas y su relación con sitios tempranos en el valle del
Ramis, cuenca norte del Titicaca
Luis FLores, M a r k a Ld e Nder Fer y Nat Ha N Craig 225
9. Prediciendo la Coalescencia en los períodos Formativo y
Tiwanaku en la cuenca de Titicaca: Un Modelo Simple
Basado en Agentes
WM. r a N d a LL H a a s , Jr. y Ja Co Po t a g Liabue 243
10. La Ocupación Tiwanaku en la Bahía de Puno: Tradición
Metalúrgica
Caro L sCHu Ltze, ed Mu Ndo de La vega y C e Ci L i a C H á v e z 261
11. Los pukaras y el Poder: Los Collas en la cuenca Septentrional
del Titicaca
eLizabet H arkus H 295
12. Prácticas funerarias de los períodos Altiplano / Inca en el
valle de Ollachea, Carabaya
Na NCy ro Ma N y si Lvia ro Ma N 321
13. La Ocupación Inca en la cuenca del Titicaca
CHar Les sta Nis H 339
14. El Sistema Vial en la Región de Puno
segis Fredo Ló P e z 385
Prólog
o
en sus entornos limítrofes. Aunque como ahora no entendíamos bien los procesos
de interacción entre las tierras altas y el oriente, había cierto consenso que en las
tierras altas del entorno al lago, como en el altiplano meridional de los lagos secos
del sur, se habrían desplazado cambios sustanciales a través de colonias dirigidas
hacia enclaves vecinos, porque además la tesis de verticalidad regía en su pleno
apogeo.
Esta propuesta de altiplanización de los cambios civilizatorios era impactante a
la luz de esos tejidos Pukara registrados en los valles de Arica y formalizaron
explicacio- nes difusionistas que se sustentaban por la carencia de investigaciones
que pudieran probar, como efectivamente ocurrió, que a lo menos en los valles
occidentales y cir- cun-puna atacameña existió un tránsito Arcaico-Formativo local
y que casi al mismo tiempo de los asentamientos formativos tempranos del
Titikaka, otros distintos me- nos densos, pero con suficiente complejidad se habían
desarrollado con autonomía efectivamente hacia el sur. Esta emergencia de
diversos focos formativos tempranos desde el gran lago hasta los salares y oasis del
sur, por el noroeste argentino y norte chileno, son señales de la diversidad de
respuestas multilineales, cada una acotada a modelos variables de acuerdo a la
calidad de las trasformaciones de los recursos natu- rales. Por lo mismo, este libro
nos plantea a lo largo de sus investigaciones actualiza- das lo sucedido en un
espacio singular que nos permite comparar las distintas escalas y complejidades de
las trasformaciones en un escenario Centro-Sur, entre los 5.000 a
2.500 años a.p., cuando las fuerzas innovativas arcaicas y formativas estaban
operan- do en todas las tierras altas. Después de todo, es un ambiente que hasta
hoy conserva uno de los remanentes étnicos más importante del hemisferio. Y es
bajo este prisma que quisiéramos comentar su contenido en orden de secuencia.
Es muy útil la introducción de los editores que lograron una publicación en es-
pañol, aunque más cargada a la vertiente peruana, con artículos bien seleccionados
que demuestran claramente cómo las investigaciones norteamericanas, al contar
con más fondos, pueden mostrar excavaciones extensivas y mayor acopio de datos,
hecho que delata una situación muy propia de América Latina, en donde sus
investigadores igualmente calificados no están sostenidos por políticas de Estado
con fondos con- cursables anuales que aseguren continuidad y recursos para estos
proyectos que cada vez son de más altos costos por la aplicación de nuevas
tecnologías y aplicación de excavaciones de escalas confiables. En este sentido, los
problemas pendientes están bien expuestos y son examinados bajo marcos teóricos
y enfoques interdisciplinarios que llaman la atención desde temas muy básicos,
como la identificación de “silencios arqueológicos”, a temas mayores que
adivinamos como, por ejemplo: más controles radiocarbónicos y la aplicación de
georadares, a la espera de recursos estatales y pri- vados.
11.000 años, las fases Huentelauquén y Tuina, respectivamente, sin contactos entre
sí, estaban presentes desde el Arcaico Temprano, dando lugar a los inicios paralelos
de los dos procesos diferenciados: maritimización y andinización de la sociedad sin
relaciones de causa y efecto. Por lo mismo, resulta importante que aquí una
corriente migracional costera habría iniciado el poblamiento serrano, aunque las
dataciones lo podrían por ahora sostener. Dicho de otro modo, podría sugerirse que
aún no se han registrado las ocupaciones en las tierras altas tan tempranas como
las localizadas en las tierras bajas y costeras. Este debate está implícito en este
artículo.
Abigael Levine, Cecilia Chávez, Amanda Cohen, Aimée Plourde y Charles Stanish
abordan el Formativo medio y superior (1.400-500 a.C.) esta vez con el
reconocimien- to de patrones arquitectónicos más especializados que darán lugar
al complejo ce- remonialista Kalasasaya, derivado de acciones corporativas
complejas bajo el nuevo orden de la acumulación de riqueza y poder que
motivaran las respuestas Pukara, Taraco y Tiwanaku. Ciertamente, en las tierras
altas una sociedad ganadera y agra- ria había iniciado un curso de acción dirigido a
crear una elite con tanto o más po- der que los estados arcaicos de las tierras bajas
junto al litoral. En esta dirección, el complejo Kalasasaya del Formativo Medio y
Tardío es importante para explicar cómo surge una sociedad de rango, que la
valoramos porque es complicado probar cómo se establecieron los flujos
comerciales y si fue realmente comercio, en un sen- tido mesoamericano o no. Nos
interesa saber cómo se incorporó a la sociedad civil frente a modelos constructivos
sofisticados (patios hundidos), o como se organizó la reproducción litoescultórica
del aparato ideológico, cual pudo ser el incentivo para acentuar los vínculos de
subordinación, competencia y peregrinaje y que hicieron con los asentamientos
vecinos de donde se proveían de fuerza de trabajo, y cuál fue la integración ritual,
económica y política para consolidar arreglos con comunidades situadas en las
tierras bajas y el litoral. Por último, cómo se sostiene, negocia y orde- na el paisaje
construido frente a sus vecinos. Estos son temas difíciles con que este equipo nos
ofrece datos y pistas confiables, porque queda claro que allí recurrieron factores
múltiples que explican el modelo Kalasasaya. Sobre todo, es muy sugerente el
acercamiento que hacen para incorporar la variable movilidad que hasta ahora no
recordamos se haya visualizado en este espacio. Si es efectiva su orientación comer-
cial o, simplemente, si fue un régimen pautado por operaciones de intercambio
desde la elite, se plantea la importancia del trazado de rutas inter-asentamientos
destina- das al traslado de bienes domésticos y exóticos (obsidiana), en zonas
alejadas pero complementarias. Esto incluyó el probable inicio de las practicas del
“derecho” al alojamiento durante las transacciones, propuesta que calza bien con el
manejo cara- vanero en sociedades más centralizadas sobre lo cual aun sabemos
poco.
En cuanto a la acumulación de poder y riqueza en zonas de alta densidad
demo- gráfica y fricciones inter-elites, es plausible que se hayan generado
conflictos, como el incendio descrito en Taraco. El surgimiento de Pukara pudo
asociarse a relaciones tensas, plena de competencias, alianzas y desacuerdos que
solo una ritualidad icó- nica compartida podría atenuar o anular de alguna
manera, enfatizándose las ne- gociaciones con mayor armonía social y política. Así,
los espacios públicos y centros ceremoniales, con las representaciones y el boato
del poder (ejemplo: sacrificador y cabezas-trofeos), lograrían consolidar las redes
de cooperación y retorno de vín- culos sociales simbólicos que, como bien lo
dicen, culminará con una secuencia de arquitectura monumental y religiosa en el
centro hegemónico de Tiwanaku. Desde aquí el prestigio de los íconos de las
alturas sobrepasará los límites de los centros ceremoniales anteriores hasta
establecerse alianzas tan lejanas como en los oasis de San Pedro de Atacama (norte
de Chile). Las autonomías formativas centralizadas del norte y aquellas
segmentadas del sur, ahora se disponen bajo las gestiones y negocia- ciones del
mayor centro de convergencia socio político e ideológico generado por las
poblaciones de los paisajes abiertos de las tierras altas circunlacustre.
12 / P r ó l o g o
Se debe a Henry Tantaleán, Michiel Zegarra, Alex Gonzáles y Carlos Zapata Be-
nítes un aporte sobre el Formativo en la cuenca norte basado en los componentes
Qaluyu y Pukara, vistos desde el valle del río Quilcamayo-Tintiri (Azángaro). Se trata
de replantear los análisis tradicionales artefactuales por una visión a nivel de
prácti- cas sociales, que alejándose de las espacios nucleares, algo al margen de los
excesos monumentalistas, intentan encontrar esa otra mirada más de “afuera”,
para com- prender no solo el rol de todos los estamentos sociales, sino, además, y
esto es valioso: incorporar los espacios aparentemente menos complejos que
también constituyeron las comarcas formativas. No les ha sido fácil identificar los
asentamientos transicio- nales en paisajes sometidos a intensas alteraciones
geomorfológicas y antrópicas, para establecer conexiones con los asentamientos
formativos. Estos serían importan- te por expresar cómo funcionaban los “centros
regionales” a través de una visión de conjunto de sus estilos, manufacturas,
litoesculturas y sus atributos arquitectónicos.
Los autores dejan una impresión correcta que durante el Formativo Medio y
Supe- rior los eventos Qaluyu y Pukara constituyen una secuencia coherente con
prácticas sedentarias crecientes cuyo clímax Pukara representa un conjunto de
edificaciones y obras identitarias que se irradiaron en un mundo mayor
interconectado con visi- bilidad ritualística e icónica, perpetuado principalmente
en la arquitectura monu- mental, litoescultura y artesanías simbólicas que se
complejizaran más aun durante Tiwanaku.
Le corresponde a Elizabeth Klarich introducirnos en la comprensión del desa-
rrollo Pukara bajo un particular prisma ecológico y cultural a través de la
exposición de importantes variaciones paleoambientales por localizarse en
espacios donde las fluctuaciones del potencial hídrico son cruciales para la
sustentabilidad humana. Al afectarse los sistemas productivos salta a la vista cómo
medir cuáles debieron ser las reacciones políticas frente a la neutralización de
dichos colapsos. Llama la atención su preocupación por relacionar estos cambios
con las sociedades rurales, más que las elites de los asentamientos nucleares, desde
una mirada “de abajo hacia arriba”. En este sentido adquiere relevancia la locación
de barrios en espacios cuya función jerárquica entre festines, actos rituales y
políticos transitaron a acciones más cotidia- nas. Esta estrategia amplia para
comprender la evolución de la organización del espa-
13 / l a u t a r o N ú ñ e z
cio y de cierta desacralización ejercida por la sociedad civil nos resulta estimulante
y abre nuevas expectativas en el tradicional abordaje de la arquitectura
monumental.
Por otra parte, Klarich nos informa sobre las necesidades de
complementariedad económica recurrente en las tierras altas a través de complejas
redes de intercambio de larga distancia, una vez que la producción agraria alcanzó
el pleno control de los campos elevados, huertos hundidos (qochas) y de las
prácticas de secano, aunque no hay mediciones sobre el rol de la caza y crianza de
camélidos como recurso alimenta- rio y de trasporte. Pareciera útil definir de que
comercio se tratan las transacciones puesto que al tiempo de contacto lo más
parecido a esta noción se había documentado exclusivamente entre los mercaderes
de los valles costeros de Chincha. Sin duda que el modelo agropecuario fue exitoso
y sustentó un régimen de festividades y rituales para las elites, pero esta mirada
desde “abajo” nos remite a afinar esas metodologías que harían posible
perfeccionarlo a partir de excavaciones extensivas, para entender más sobre el rol
de los estamentos subalternos.
Por su parte, Luis Flores Blanco, Mark Aldenderfer y Nathan Craig, tratan de va-
lorar el rol de las qochas en la cuenca del río Ramis. La agricultura expansiva de los
camellones y de los estanques de agua o almacenaje artificial de lluvias (qochas), fue
un logro apropiado a la alticultura. Las qochas estaban en uso desde los tiempos Qa-
luyu y Pukara con miles de evidencias datadas desde los 3000 a.C., siendo un sostén
hídrico para el incremento de población y estabilidad ocupacional entre los
últimos eventos arcaicos y los primeros formativos. Se afianzó el tránsito hacía la
producción de alimentos, en un ambiente más húmedo que perduró hasta los 1500
a.C. en donde el rol de la quinua en contextos Pukara fue relevante al punto que
acompañará a los procesos post-formativos, hasta la actualidad, a lo largo y ancho
del mundo agrope- cuario del Centro-Sur. Aunque nos gustaría saber si la
domesticación de la quinua resultó de procesos independientes del núcleo puneño,
toda vez que su registro en sociedades arcaicas y formativas hacia el sur, reflejan
también fechas tempranas. Los autores nos dejan la sensación que la domesticación
de las qochas naturales del Arcai- co hasta la construcción de las formativas, fue
una de las soluciones socioadaptativas más eficientes para provocar
congregaciones en espacios donde el riego convencio- nal no tenía cabida. Fue un
logro transicional Arcaico-Formativo que se integró a la complejidad social
emergente en su conjunto.
14 / P r ó l o g o
Nos interesa la forma en que Wm. Randall Haas y Jacopo Tagliabue abordaron
las relaciones de interacción entre asentamientos densos y discretos durante el
Formati- vo, también “desde abajo hacia arriba”, enfoque que resulta estimulante a
la hora de comprender la naturaleza de los movimientos entre asentamientos
coalicionados. El por qué se movilizaron ciertos grupos desde aldeas sedentarias,
por espacios interno- dales y quienes y para que se les conduce hacia gestiones y
negociaciones controla- das o espontáneas, sigue siendo una cuestión poco
resuelta. Se podrían documentar distintas operaciones: intercambio administrado,
colonización de espacios vacíos, trueque espontáneo, intercambio de mujeres,
trabajos pactados, manufacturación y entrega de artesanías, asistencia a
festividades y festines, mano de obra tributada por alianzas, entradas conflictivas
por botines, entre otras. Ciertamente habría ca- pacidad de infiltración social en
asentamientos densos cercanos y mejor en aquellos más reducidos y dispersos,
donde las relaciones de cohabitación pudieron ser menos tensas. Entonces, es
necesario probar que se trataba de flujos migratorios regulados o espontáneos que
difieren de los traslados caravaneros u otras operaciones transi- torias en paisajes
donde la llama cumplió roles protagónicos. No dudamos que desde el Formativo
temprano las caravanas estaban operando en el ámbito Circuntitikaka, toda vez
que en Atacama hemos constatado osteológicamente que desde el Arcaico Tardío
hay evidencias no solo de domesticación, sino de su uso como animal de carga, que
obviamente se ampliara desde el inicio del formativo.
En esta bahía la tradición del uso de crisoles argentíferos asociados a técnicas es-
pecializadas de fundición daban seguridad a la ocupación Tiwanaku. Ciertamente,
los bienes metálicos eran atractivos porque hacían diferentes a las elites ante el
común. Por lo demás, implicaban una severa campaña de alianzas con sociedades
complejas contemporáneas en todo el Centro-Sur andino. ¿Cuántas estrategias
políticas dife- rentes entre sí pudieron aplicarse durante la conexión Tiwanaku
para aprovisionarse de estos recursos de privilegio ante sociedades con diferentes
grados de menor a ma- yor complejidad?
A continuación el libro nos dispone frente a sociedades más tardías
representadas en la instauración del régimen de los pukaras defensivos, asociados
al poder Colla, en
15 / l a u t a r o N ú ñ e z
priorizados por la administración inca, podría ser realizada desde depósitos no se-
lectivos y en pisos residenciales del común. ¿Cuál era efectivamente la cadena ope-
rativa que funcionaba hasta culminar con la entrega de los tributos? Es importante
la apreciación del autor precisamente frente a los bienes tributados durante la tasa
toledana que proviene de 27 ciudades alteñas. Estamos en presencia de productos
que obviamente fueron excedentarios inmediatamente antes de los incas y que
posterior- mente se incorporaron al régimen periódico de la tributación: oro,
textiles, chuño, maíz, pescados, animales y sal. Sería fascinante contrastar estos
aportes con registros arqueológicos domésticos que pudieran aclarar mejor cuál
era el rol productivo de los desposeídos durante el régimen inca.
Finalmente, Segisfredo López examina la red vial inca en la región de Puno, vin-
culándola con el proyecto internacional Qhapaq Ñan, al interior de un detenido
aná- lisis interdisciplinario que actualmente integra a los gobiernos de los países
andinos en pos de su nominación por UNESCO como Patrimonio Cultural de la
Humanidad. Mientras más pasa el tiempo, cada vez es más evidente que la vialidad
inca, tanto longitudinal como transversal, no fue sino la culminación de complejas
redes pre- existentes en un ir y venir entre las tierras altas, valles, selva y costa.
También puede considerarse que este tráfico de caravanas giratorias, ya vigentes
durante el Forma- tivo, explica el hecho de que el desarrollo del Centro-Sur andino
estuvo íntimamente ligado a la capacidad de organizar desplazamientos
caravánicos tras la obtención de recursos como un hecho distintivo. Por lo mismo,
aquí uno advierte un largo proceso de interacción que culmina con las redes incas,
en un sentido transversal, aun pocas conocidas y alejadas del camino principal
longitudinal, que incluyeron estructuras rituales observadas junto al tráfico de
larga distancia.
velar una data notable desde obras monumentales, pero que a su vez abre paso a
aquellos otros sitios de la no elite, en términos de balancear el protagonismo de
todos sus estamentos sociales. La trascendencia es obvia: apostaríamos a que los
cambios Arcaicos-Formativos tempranos generaron complejidad en diversos
enclaves de las tierras altas y sus entornos inmediatos, desde el territorio
Circuntitikaka hasta la Cir- cunpuna salada de Atacama, con distintos focos
civilizatorios independientes entre sí, en tiempo en que las ideas progresistas
circularon con tanta rapidez que ningún alteño asociado a recursos suficientes
quedó exento del proceso, salvo aquellos caza- dores-recolectores lacustres que no
recuerdan que la desigualdad estaba implícita en los tiempos de cambios.
Durante el Formativo avanzado y los períodos posteriores las sociedades alteñas
crearán un potencial agropecuario con suficiente riqueza identitaria que, a pesar
de su segmentación post Tiwanaku, mantuvo su estilo altiplánico con
independencia de los procesos socioculturales aledaños. Nos habría interesado
incorporar a este volu- men los aportes circunlacustres de los asentamientos y del
ceremonialismo del For- mativo Temprano de Chiripa, con las recientes
investigaciones de las escuelas nor- teamericana y boliviana, para darle un sentido
más multidireccional a la emergencia de Tiwanaku. Sin embargo, esto excedería en
mucho los objetivos de los editores. En suma, bienvenidos a un libro que integra a
recientes investigaciones de colegas peruanos y norteamericanos, en donde
algunos problemas de los asentamientos en torno al Titikaka se exponen con
planteamientos irrefutables y motivantes, con in- terpretaciones coherentes que lo
hace indispensable para todos los estudiosos del “mundo” prehispánico de altura.
Lautaro Núñez A.
Instituto de Investigaciones Arqueológicas
y Museo de la Universidad Católica del
Norte
San
Pedro de Atacama, Chile
1
Una introducción a la
arqueología en la cuenca del
Titicaca
H e n r y Tan Ta l e á n y l u i s Flores
Cerca a los 4.000 metros de altura sobre el nivel del mar, en medio de los Andes y
entre dos de los principales países con la mayor cantidad de personas indígenas de
Sudamérica, quechuas y aymaras, se encuentra incrustado el lago Titicaca. Esta
enor- me masa azul de agua dulce es el espejo que refleja un cielo limpio y
profundo que marea al espectador recién llegado a visitar este lugar de
peregrinación desde hace miles de años atrás. El aire enrarecido que llena los
pulmones del visitante se mezcla con los olores de la tierra húmeda y la naturaleza
en estado puro junto con los olores de las comidas y bebidas de sus pobladores. Los
colores de la cerámica, los textiles, las casas y los ahora también automóviles,
combis y tricitaxis existentes en sus ciudades, decoran el panorama. Además, las
típicas danzas, sus fiestas, su pujante comercio y turismo, así como la sobrevivencia
de un halo mítico del lenguaje de los comuneros quechuas y aymaras, que en
conjunto le dan un movimiento brillante a toda esta es- cena contemporánea.
Los que escribimos este libro, y en especial los editores, hemos quedado cautivos
de estos y otros elementos que integran la escena altiplánica. Más aun nos hemos
atrevido a investigar sobre la raíces de los pueblos que habitaron ese mismo escena-
rio enfrentándose exitosamente, como hacen ahora su pobladores, a seguir
viviendo en esas condiciones de altura, frío, calor y aridez. Los editores nos
sentimos afortu- nados de formar parte de una última generación de arqueólogos
que han ofrecido su tiempo y mentes para comenzar a explicar cómo se inició y
desarrolló ese largo camino que llevó a sus habitantes a formar parte de este
paisaje social.
Este libro nace como un proyecto que ha sido pensado independientemente por
cada uno de nosotros y que también encuentra en los otros investigadores un
afortu- nado eco que no tiene más que como objetivo poner a disposición de los
castellano- hablantes una serie de estudios y explicaciones arqueológicas acerca de
las socieda- des prehispánicas de la cuenca del Titicaca. Si bien el espectro de este
libro se enfoca en la zona peruana y deja un poco de lado la parte boliviana
también vemos que su alcance sobrepasa esa frontera actual pues esta no es más
bien una falsificación de la
20 / u N a iNtroduccióN a l a arqueología de la cueNca del titicaca
Por su parte, los investigadores peruanos desde el mismo Luis Valcárcel quien
descubrió científicamente a la cultura Pukara, pasando por Julio C. Tello quien per-
maneció en Pukara algunos días, Emilio Vásquez quien entregó una serie de traba-
jos monográficos sobre importantes sitios arqueológicos de Puno, José María Franco
Inojosa quien acompañó a Kidder a hacer las primeras excavaciones en Pukara e
hizo algunos reconocimientos en el área, Manuel Chávez Ballón quien descubrió la
cultura Qaluyu y su hijo Sergio quien ha desarrollado una extensa investigación en
la zona en primer lugar acompañado por su esposa Karen Mohr, Luis Guillermo
Lumbreras quien presentó una perspectiva panorámica e incluso excavó en
Pukara, Elías Muji- ca quien prosiguió ese trabajo, Arturo Ruiz Estrada quien
descubrió el famoso “Oro de Sillustani” durante sus excavaciones en ese
maravilloso sitio funerario, Rolando Paredes quien alentó y participó en diferentes
investigaciones antes señaladas, Juan Palao Berastain estudioso de la cultura local,
Cecilia Chávez y Edmundo De la Vega quienes han trabajado extensamente en la
zona hasta nosotros mismos, que hemos tratado de, también, elevar nuestra voz
sobre la explicación de estas sociedades.
21 / H e N r y t a N t a l e á N y luis Flores
Así pues, este libro no es más que un intento de que todas las voces sean
escucha- das y registradas y, a la vez, generar una amplia conversación con el
único objetivo de presentar una historia con la mayor cantidad de propuestas
posibles. Obviamente, en esta publicación, como muchas veces pasa, no están todas
las voces pero esperamos que esto no sea más que el inicio de publicaciones que
actualizarán y alimentarán este debate a lo largo del tiempo.
En ese sentido, hemos respetado las cronologías y fechas utilizadas por cada au-
tor. Creemos que, como muchos otros investigadores han planteado (Burger et al.
2000), las periodificaciones de los Andes Centrales carecen de correlación con la de
esta zona. Por lo tanto, esperamos que los lectores resigan el trabajo de cada autor y
que, al final, más que proponer una nueva cronología o periodificación (que hay
que verla tan solo como una heurística) nos atengamos más a las fechas
radiocarbónicas, cuando las haya, y a los limites propuestos por los autores para la
existencia de cada una de las sociedades explicadas aquí. Claramente, este es un
tema no solo teórico sino, sobre todo, metodológico en el cual todavía hay mucho
que trabajar. Por tanto, en esta introducción no planteamos ningún esquema rígido
de cronología que pueda atentar contra la construcción, que creemos todavía debe
ser flexible, de un panora- ma que está por definir en muchos de los casos que
veremos al interior de este libro. Por lo anterior, en este libro el lector podrá tener
la oportunidad de apreciar la “per- sonalidad” de cada autor en el momento de
explicar mediante conceptos, categorías, enunciados y lógicas su forma de ver la
arqueología que está estudiando. Asimismo, le hemos pedido a nuestro querido
colega Lautaro Núñez que nos ofrezca una visión desde fuera de la cuenca del
Titicaca lo cual, seguro, enriquecerá nuestra perspectiva muchas veces preocupada
en nuestro detalle específico o nuestras versiones de la realidad, una perspectiva
muchas veces dificultada por diferentes accidentes y obstá- culos que están en
nuestro campo de visión.
nish, Cohen, Aldenderfer 2005), existen aún varios problemas de investigación que
requieren ser profundizados con datos de mayor detalle o incluso que no han sido
tomados en cuenta.
Tal vez uno de ellos es nuestro mínimo interés por investigar la sierra oriental
y Amazonía, que para el caso del Perú, se ubican en los departamentos de Sandia y
Carabaya. Dichas áreas exploradas de forma exigua seguramente nos ofrecerán nue-
vos datos sobre los cuales cambiarán nuestros puntos de vista con respecto a
varios temas, desde el poblamiento americano, pasando por el origen de la
complejidad y hasta entender las estrategias incas de dominación.
También nos falta entender mejor el proceso de complejidad social más allá des-
de sus fases de preludio de poder hasta el momento que se logró un liderazgo per-
manente. Para ello, al igual que en el caso anterior, nos falta investigar más que un
par de sitios como ahora lo hacemos, conocer más allá de Pukara, Qaluyu y Taraco,
entendiendo todo el sistema de apropiación territorial. Por ello, el trabajo de Tanta-
leán y sus colegas en Azángaro es fundamental para entender un territorio
contiguo al supuesto centro. Pero también, se requiere conocer a los sitios por
dentro. Por ejemplo, se requieren excavaciones amplias en Pukara y otros sitios
importantes para entender la organización del sitio, sus áreas de actividad y el
ritmo de crecimiento del asentamiento. Complementario a ello, es necesario un
mayor interés en los asenta- mientos domésticos o “rurales” los cuales pueden
ofrecernos una perspectiva “desde abajo”, en esa llamada “Household archaeology”
que todavía necesitamos desarrollar en la zona. Claramente, las condiciones del
altiplano para la investigación no son las más óptimas pero creemos que
novedosas estrategias ayudarán a superar estas condicionantes actuales. Un claro
ejemplo en esa dirección son los trabajos aquí pre- sentados de Aldenderfer y
Craig.
Para los tiempos tardíos, a pesar de los esfuerzos que viene realizando Arkush,
falta mayores trabajos tanto para los períodos Altiplano e Inca. En ese sentido, su
extenso trabajo debe ser imitado y complementado por proyectos que recorran los
valles y pampas buscando sitios de fondo y ladera de valles. Justamente, varios pro-
yectos, entre ellos el PIARA, dirigido por Tantaleán han reconocido que a la par de
la existencia de sitios de cumbre, muchos sitios domésticos y funerarios
complementan el paisaje social de la época inmediatamente Inca e Inca.
Finalmente, la ocupación Inca del altiplano es algo que, como en mucha partes de
los Andes, ha estado indisolublemente marcado por las fuentes etnohistóricas desde
casi el inicio de la arqueología en esta zona. Sin embargo, es menester comenzar a
generar explicaciones cada vez más artefactuales o arqueológicas que puedan
hacernos vislum- brar las diferencias materiales que en la actualidad están
condicionadas por las visiones étnicas, donde los grupos sociales están más
integrados que lo que parece ser en la realidad arqueológica. Finalmente, la
arqueología histórica o de contacto es un campo relativamente joven en la
arqueología peruana y el lago Titicaca no es una excepción. Comprender cómo se dio
el proceso de llegada, reconocimiento, impacto y convivencia y hasta de exterminio
es un tema por desarrollar en la agenda de la arqueología del altiplánico, De esta
manera, podremos superar las marcas o limites disciplinarios y ar- tificiales entre
prehistoria e historia, pues mas allá de estas divisiones académicas y del “objeto de
conocimiento”, debemos recordar que, al fin y al cabo, estas son fronteras
autoimpuesta por los investigadores y que lo más importante es la gente, que
tomando las riendas de la historia pudo generar un modo de vida aun por conocer.
Creemos que este libro es un aporte en ese sentido, logar reunir en un solo
artefac- to de conocimiento muchas voces que originalmente piensan y hablar en
diferentes idiomas y que tienen de diferentes perspectivas de ver el mundo. Los
últimos tiempos que nos han sometido a una nueva forma de ver las relaciones
sociales, las políticas económicas se han filtrado en nuestras relaciones personales.
De esta manera, ar- queólogos de diferentes partes del mundo se han dado cita
alrededor del lago, para trabajar juntos y hacer de su investigación un espacio de
vida compartidos con los que ya no solamente son sus objetos de estudio, sino
ahora compañeros en el viaje de (auto)descubrimiento de nuestra humanidad.
Agradecimientos
Los editores queremos agradecer a todos los que han hecho posible objetiva y
sub- jetivamente este libro. En primer lugar a Charles Stanish y Nathan Craig
quienes aportaron económicamente para la impresión de este libro. En este mismo
sentido, queremos agradecer especialmente a la empresa INTERSUR por su
profundo compro- miso para la preservación y difusión del patrimonio cultural
peruano, se hizo patente mediante un generoso apoyo económico para con este
proyecto editorial. Empresas responsables socialmente como INTERSUR son las que
necesitamos para seguir inves- tigando y difundiendo la riqueza arqueológica de
nuestro país. Asimismo, los editores agradecemos especialmente a Juan Roel quien
se encargó de hacer la diagramación y la revisión de los textos de esta publicación.
26 / u N a iNtroduccióN a l a arqueología de la cueNca del titicaca
* University of California Merced, School of Social Sciences, Humanities and Arts, Merced, CA,
USA, 95343. maldenderfer@ucmerced.edu
28 / B a l a N c e y PersPectivas d e l P er í od o arcaico...
Salazar (1977), y de los artefactos superficiales de Tumuku por Palacios Ríos (1984),
los cuales se encuentran cerca a Qillqatani, un abrigo grande con un complejo
impor- tante de arte rupestre en la cuenca del río Chila al extremo sur del
departamento de Puno (Figura 1).
A finales de la década de 1980 e inicios de la de 1990, con la documentación del
arte de Qillqatani (Aldenderfer 1987), un reconocimiento sistemático de su vecindad
(Kuznar 1989), y una excavación sistemática del abrigo (Aldenderfer 1999), cambió
la situación. Estas investigaciones resultaron en el descubrimiento de una larga se-
cuencia de ocupación del sitio, que va desde el Arcaico hasta el tiempo moderno, y
la identificación de varios sitios arcaicos en su vecindad. Las excavaciones también
pro- porcionaron las fechas de radiocarbono más tempranas del departamento de
Puno,
7.250 a.p., que encaja dentro del Arcaico Medio.
departamento de Moquegua, sobre uno de los tributarios del río Osmore; tiene un
fechado de 9820 a.p. (Aldenderfer 1998b). Sitios de semejante antigüedad (9500
a.p.) se encuentran en el norte de Chile (Santoro 1989). Hasta la fecha, no se ha
hecho nin- guna excavación de sitios tan antiguos en la cuenca Titicaca. Sin
embargo, algunas puntas de proyectil recuperadas en el reconocimiento de Klink
(2005) demuestran obvias semejanzas a las puntas de la Fase Khituña (9500–8700
a.p.) de Asana, que sugieren una ocupación más temprana de la cuenca en el
Arcaico Temprano. Klink
sugiere que estos datos señalan el proceso del descubrimiento de la puna por
peque- ños grupos de cazadores y recolectores, que viajaban siguiendo los ríos
principales de las sierras occidentales, pero manteniendo sus bases residenciales
en las zonas más bajas. Aldenderfer (1998b) propuso un modelo similar, en el que
los recolecto- res del Arcaico Temprano establecieron sus bases residenciales
sobre la orilla de la puna para explorar su interior. La densidad de la población
fue muy baja y la movi- lidad muy alta, y por la ubicación de los sitios, se puede
inferir que su subsistencia se enfocó sobre los recursos ya conocidos. La caza fue
de mayor importancia, pero como no se han excavado sitios arcaicos tempranos,
no tenemos datos acerca del uso de la vegetación silvestre. Algunos cuantos sitios
fechados del Arcaico Temprano se encuentran mas al norte, en el recorrido del río
Ilave (Aldenderfer y Klink 1996), tanto como al interior en la cuenca del
Huancané-Putina (Cipolla 2005), ubicados en situaciones muy semejantes.
Aunque la población del Arcaico Medio ciertamente aumentó, todos los índi-
ces sugieren que fue un proceso relativamente lento (Craig 2005). Con la aridez del
medioambiente, la movilidad residencial debe haber sido bastante frecuente, lo
que a su vez habría reducido la abundancia de los recursos y las cantidades de
tramos de recursos en el recorrido de los ríos. La tendencia hacia sitios de tamaño
más grande durante el Arcaico Medio se explica por una redundancia residencial,
no necesaria- mente por un aumento de población. Es decir, en algunas
situaciones medioambien- tales, hubo re-ocupación frecuente y repetida, ya que
los recursos importantes que- daban cerca. A través del tiempo, esto se hubiera
manifestado en sitios más grandes con más artefactos dispersos.
La ruta de migración a esta región probablemente fue a través de los valles de
las sierras occidentales, especialmente del norte de Chile, donde Nuñez y colegas
(2002) han propuesto el concepto de un “silencio arqueológico” que caracteriza los
desarro- llos durante una gran parte del Arcaico Medio. Ellos sugieren que, por su
aridez extre- ma, se abandonó el norte de Chile pero no han definido precisamente
hacia dónde se
33 / M a r k a l d e N d e r F e r
dirigió la gente. Los datos de Ilave apoyan esta hipótesis, y se puede decir que
cierta población se dirigió hacia la puna.
Qillqatani nos ofrece una perspectiva de cómo puede haber sido la manera de
vida durante el Arcaico Medio. Las excavaciones demuestran que la ocupación más
antigua del sitio (fechada en 7250 a.p.) consistió de construcciones de pequeñas
estructuras junto a las paredes del abrigo, que ciertamente no pueden haber
albergado más que unas cuantas personas. Los artefactos consisten mayormente de
materiales líticos, con algunas puntas de proyectil, y no se observan instrumentos
para moler. Los res- tos de fauna contienen huesos de camélidos adultos y de
cérvidos, demostrando una preferencia por la caza de mamíferos grandes. Sin
embargo, también se identificaron muestras de Chenopodium silvestre que
suplementaron la dieta. Por el tamaño tan pequeño de las estructuras y el
inventario tan limitado de artefactos, se infiere que grupos de algunos pocos
cazadores utilizaron el sitio, o también, que familias peque- ñas pueden haberse
estacionado allí brevemente. De cualquier manera, este patrón de uso se ve a
través del período Arcaico Medio, con pocos cambios.
concluye que las ocupaciones fueron breves y efímeras. Este también es el caso en
Qillqatani.
Jiskairumoko, en cambio, es diferente. Parece ser una base residencial que refleja
un asentamiento semi-sedentario. Estructuras semi-subterráneas se ven por
primera vez en la arqueología de la región (Figura 3). La estructura Número 1 del
sitio se ha fechado en 4.500 a.p., y demuestra su uso repetido durante el Arcaico
Tardío. Aunque no se excavó por completo, se estima que el piso interior cubrió 20
m2. Se observó un fogón central dentro de la estructura y dispersiones líticas
alrededor sugieren su limpieza y reutilización. Puede ser que la estructura tuviera
una función para activi- dades rituales o ceremoniales. La excavación de varios
pozos dentro de la estructura, que se han interpretado como almacenes de
alimentos, implica que la duración de la ocupación fue más prolongada (Craig
2005). Aunque aún no se ha completado el análisis paleoetnobotánico, las
observaciones preliminares han identificado la pre- sencia de tubérculos y
Chenopodium silvestres, que seguramente fueron parte de la dieta. En este contexto,
no se ha recuperado ninguna evidencia de la domesticación del camélido.
Muy cerca está Kaillachuro, un sitio mortuorio que consiste de nueve montículos
bajos utilizados durante el Arcaico Tardío. La excavación de uno de ellos evidenció
varios entierros secundarios, así como el de un infante colocado dentro de una caja
En suma, el Arcaico Final nos da evidencia concreta del cultivo de las plantas y
el pastoreo, el semi-sendentarismo, y un contacto e intercambio extensivo con las
re- giones fuera de la cuenca. Estas características continúan durante el Formativo
Tem- prano, y establecen la base para el eventual desarrollo de la sociedad
compleja del Formativo Medio y Tardío.
36 / B a l a N c e y PersPectivas d e l Período arcaico...
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3
Transiciones del Arcaico Tardío
Formativo Temprano. Una perspectiva
al
desde la arqueología de la unidad
doméstica de dos sitios del valle del río
Ilave, cuenca del Lago Titicaca i
na T H an Craig ii
INTROdUCCIóN
El entendimiento del cambio cultural tiene un importante énfasis en la arqueología
antropológica. La transición de la alta movilidad residencial al incremento de la
vida en aldeas estables marca un hito en el ingreso de un bauplan1 (Prentiss et al.
2009; Zeder 2009). Los rumbos fijados durante esas tempranas transiciones
pudieron de- terminar fuertemente las posteriores trayectorias del cambio
cultural, incluyendo el desarrollo de las sociedades complejas. La región de la
cuenca del Titicaca es un caso importante de estudio para la arqueología
antropológica porque: 1) los Andes es el único lugar en América donde grandes
animales fueron domesticados (Mengoni et al. 2006); 2) la cuenca norte del Lago
Titicaca es un probable centro de la domestica- ción de la papa (Spooner et al.
2005) y Chenopodium (Bruno 2006); y 3) desde esta base económica agropastoril, las
sociedades complejas de altura se desarrollaron y flore-
N.T. El original:
“the durably installed generative principle of regulated improvisation” (Bourdieu
1977: 78). La traduccion ha sido tomada del libro de Bourdieu (2007) realizada por Siglo XXI
Editores Agentina S.A.
44 / t r a N s i c i o N e s del arcaico tardío al F o r M a t i v o t e M P r a N o ...
Todos los procesos sociales son realizados en el espacio (Hillier y Hanson 1984:
200); la arquitectura organiza el espacio y crea un dominio que articula las interac-
ciones sociales necesarias para la recreación y transmisión de la cultura (Hillier y
Hanson 1984: 185). Los ambientes construidos son previstos y pensados antes de ser
ejecutados, pero los humanos también construyen para formar el pensamiento y la
acción, la relación entre esos dos procesos es dinámica y reflexiva (Parker Pearson
y Richards 1994b: 2). El espacio es transformado en lugar por medio de artefactos
culturales a cuyas historias está atado. Esas historias cambian al ser retrasmitidas,
aunque el lugar sirve como un anclaje estabilizante ya que la existencia de lugares
físicos valídan estas historias. Las estructuras y asentamientos son tanto el medio
como el resultado de los procesos sociales. Las estructuras y asentamientos son mo-
dificados a medida que las prácticas que las constituyen cambian. De este modo,
las estructuras espaciales, como la arquitectura doméstica, no son simplemente
arenas donde la vida social ocurre, la arquitectura es un medio material a través
del cual las relaciones sociales son creadas y re-creadas. En comparación con la
vestimenta o los estilos cerámicos, la arquitectura es un elemento de la cultura
relativamente conser- vador (Parker Pearson y Richards 1994a: 62; Van Giseghem y
Vaughn 2008: 112), de este modo, cuando hay un cambio en la arquitectura este
puede ser tomado como un indicador de cambios dramáticos en otros aspectos de
la cultura. Mediante una inves- tigación de las unidades domésticas del Arcaico
Tardío-Formativo Temprano en Pirco y Jiskairumoko, veré la arquitectura con
relación a otros aspectos de la cultura.
Las unidades domésticas pueden ser definidas como unidades sociales que lle-
van a cabo actividades económicas, y de acuerdo con esta definición socioeconó-
mica, los individuos que componen una unidad doméstica podrían residir en más
de una “unidad de vivienda” o casa (Flannery 1983: 45; Kramer 1982: 665; Malpass
y Stothert 1992; Wilk y Rathje 1982: 618-9). La arquitectura doméstica, no las uni-
dades domésticas, permanecen en el registro arqueológico. Los grupos sociales,
las relaciones, y los procesos que componen a las unidades domésticas deben ser
in- feridas desde los restos materiales de las unidades de vivienda, elementos
arqui- tectónicos asociados, y conjuntos arqueológicos. Las teorías de rango
medio que intentan vincular la arquitectura material a las unidades sociales
domésticas son presentadas abajo. Antes de hacer eso, explicaré con más detalle
los modelos que han sido ofrecidos para explicar la transición arquitectónica de
las estructuras cir- culares arcaicas a las estructuras rectangulares que son
típicamente asociadas con las aldeas del Formativo Temprano.
A = a · Pb.
patrilocal mientras que las de 79,2 a 270,8 m2 reflejan una residencia matrilocal. La
me- trica aplica a la arquitectura, más que a unidades domésticas cuyos miembros
podrían estar dispersos en múltiples estructuras (Peregrine y Ember 2002: 358).
Estudios interculturales de 136 sociedades del Atlas Etnográfico (Murdock 1967)
indican que la planta de la arquitectura residencial está asociada con la estructura
familiar y los patrones de matrimonio. Las casas con plantas mayores que 18,5 m2
posiblemente pertenecería a familias extendidas y los ocupantes posiblemente ex-
hibirían diferencias de status, o ambos (Whiting y Ayers 1968). Con una diferencia
significativa (p = 0,025), las casas curvilíneas están más frecuentemente asociadas
con patrones de matrimonio polígamo y las casas rectilíneas están más
frecuentemente asociadas con patrones de matrimonio monógamo (Whiting y
Ayers 1968: 130).
1987). Los individuos Alyawara comparten habitualmente con sus vecinos más
cerca- nos, especialmente si esos vecinos poseen un parentesco sanguíneo cercano.
Como observa O’Connell (1987): “La relación entre interacción económica y proximidad de
la unidad doméstica es particularmente fuerte para las mujeres adultas; menos fuertes,
aunque muy importantes para los hombres”. En igualdad de condiciones, las amenazas
externas probablemente conducirían al espaciamiento más cercano entre
estructuras por pro- tección y defensa (Binford 1991; Gould y Yellen 1987, 1991).
Las comparaciones interculturales según Gilman (1987) indican que la residencia
en casas semisubterráneas está siempre correlacionada con una estación no tropical
de ocupación, patrones de asentamiento bi-estacionales y dependencia del
almacenamien- to de alimento durante la ocupación de la casa semisubterránea.
Además, la residencia en una casa semisubterránea es frecuentemente, aunque no
siempre, correlacionada con: estación fría de ocupación, en dos tercios de la muestra
menos de cien personas vivieron en un asentamiento, las diferencias de clase
estuvieron ausentes en casi todos los casos, y más de tres cuartos de la muestra
fueron cazadores-recolectores. Las estruc- turas de almacenaje de largo plazo están
usualmente fuera de la habitación y las instala- ciones de almacenaje también
pueden ser semisubterráneas (Gilman 1987: 558).
Una amplia gama de actividades tienen lugar dentro de las estructuras domésti-
cas. Entre las principales actividades realizadas están la preparación de alimentos,
consumo, conversación, y descanso. Las dimensiones físicas del cuerpo humano y
sus movimientos pueden ser empleados para crear conjuntos de expectativas de
rango medio sobre cómo el espacio es utilizado. Esas tendencias pueden, luego, ser
conside- radas a la luz de las formas arquitectónicas y la dispersión de desechos
para recons- truir patrones de conducta y realización de actividades. Los patrones
de actividad centrada en el fogón por zonas de desuso, de arrojo y trabajos
perpendiculares son ejemplos ampliamente usados (Binford 1967, 1983; Craig et al.
2006; Freeman 1982; Gamble 1986; Stevenson 1991). Esos principios pueden servir
como puntos de partida útiles para explorar la realización de las actividades
repetidas por los individuos y cambios en el habitus.
Las posiciones especificas adoptadas del cuerpo cuando se llevan a cabo tareas
constituyen un tipo de costumbre (Kroeber 1925) o habitus (Mauss 1973) que pue-
den formar bloques extendidos de tradición postural (Hewes 1955) y, de este modo,
pueden servir como un criterio para la reconstrucción histórica (Boas 1933). Puesto
que ellas son costumbres que son reproducidas a través del aprendizaje
observacio- nal y debido al hecho que la aprobación social puede ser reforzada por
el ridículo, los habitus posturales pueden permanecer estables por largos períodos
de tiempo (Boas 1933). Sin embargo, los habitus posturales también pueden
cambiar muy rápido (Mauss 1973). Esto puede ser estimulado por la adopción de
nueva tecnología como molienda, textilería, etc. (Hewes 1955) lo cual es valorado
por razones sociales y/o económicas. Los cambios en la presencia y configuración
de mobiliario, dispersión de escombros, y vacios en la arquitectura residencial
reflejan alteraciones en la práctica doméstica y el habitus. Por ejemplo, entre los !
Kung y los Aborígenes del Desierto, un aumento en la distancia entre fogones se
dio al mismo tiempo que un aumento consi- derable en la dependencia de animales
domesticados (Gould y Yellen 1987).
51 / N a t H a N c r a i g
Tipo de Punta
diag (S/N)
Cantidad
Forma Rango Período Materiales
de
tiempo
1 de andesita,
Foliáceas de caras
3D contraidas a paralelas N 9500-3100 a.C. Todo el Arcaico 12 6 de basalto,
sin modificación del 4 de sílex, 1
borde de riolita
20 de basalto,
3F Formas lanceoladas S 4900-3100 a.C. Arcaico Tardío 29 3 de riolita, 2
con base cóncava de cuarcita, 4
de sílex
Formas grandes 11 de basalto,
4D pedunculadas con S 4900-3100 a.C. Arcaico Tardío 16 4 de sílex, 1
mangos de lados de cuarcita
paralelos
Formas pequeñas Arcaico Tardío hasta 1 de basalto,
4F pedunculadas con S 3800-1900 a.C. 2
el Terminal 1 de sílex
mangos de lados
paralelos
Formas triangulares 3100 a.C. - Arcaico Terminal
5C grandes con bases S 1 Basalto
500 d.C. hasta el
concavas Formativo
Formas triangulares
5D pequeñas con 1 Basalto
bases cóncavas
Tipo de Punta
diag (S/N)
Cantidad
Forma Rango de Período Materiales
tiempo
terrados se han acumulado sobre varias de las elevaciones de la región. Por lo tanto,
esos contextos no pueden ser enteramente causa de la erosión.
En la actualidad, la tierra se acumula en la base de los amontonamientos de hier-
bas como el ichu (Stipa ichu) y el iru (Stipa leptostachya). Es extremadamente difícil
preveer cómo las antiguas coberturas de plantas podrían haber impactado el con-
texto deposicional de esos rasgos geológicos. Aun asi, previamente al desarrollo del
pastoreo, se esperaría una cobertura de plantas más extensa para esta región
(Craig et al. 2009), y esta habría conducido a una mayor protección de las fuerzas
erosivas como el viento o la lluvia. Sin embargo, se esperaría que durante períodos
de ocupa- ción humana de esas elevaciones, gran parte de la vegetación habría
servico como materiales de construcción o combustible para quemar (Craig et al.
2009). Hacia el advenimiento del pastoreo extendido, debió prevalecer la cobertura
de vegetación moderna. De hecho, en los Andes, la tracción animal y el arado
mecanizado son pro- bablemente los causantes de los mayores cambios en el
paisaje, incrementando los índices de erosion del suelo, que han tomado lugar
desde la adopción generalizada del pastoreo o la andenería.
Con respecto a las pequeñas elevaciones en la cuenca del río Ilave, una compa-
ración de las superficies e inspección de varios perfiles producidos por el arado re-
ciente, muestra que la deposición de sedimentos ha sido mayor en esas elevaciones
que fueron ocupadas en el pasado. Además, esas elevaciones que fueron ocupadas
largamente parecen tener un depósito más grueso de tierra en la parte superior.
Este patrón de depósitos de tierra más profundos en la cima de las elevaciones
ocupadas sugiere que la habitación humana es uno de los agentes de la deposición
de tierra. Por ejemplo, la tierra se acumula rápidamente dentro de los corrales.
Sugerimos que en la región existe un importante potencial para deposición de
tierra por acción eólica alrededor de cualquier objeto grande que esté localizado
en la cima de una de las muchas elevaciones en la región.
Figura 1. Mapa mostrando el relieve topográfico y los bloques de excavación del sitio
169, Pirco. Figura adaptada de Craig (2005: 398).
57 / N a t H a N c r a i g
Figura 2. Sitio 169, Pirco, Trinchera 3, perfil de la pared este, mostrando las
características del suelo. Los puntos pequeños representan granos individuales de grava
que son visibles en el perfil. Figura adaptada de Craig (2005: 412).
La capa superior en Pirco consistió de una zona arada disturbada de 9 cm de
profundidad que había sido causada por la actividad agrícola moderna. Debajo de
este estrato, en la trinchera 3, sutiles variaciones en el color de la tierra, textura y
compactación llegaron a ser más evidentes (Figura 3). El estrato 2, y los 4-6 repre-
sentan los restos de la planta de una posible estructura. Los estratos 3 y 8 son
depó- sitos de relleno en algún tipo de pozo pequeño. El pozo no contiene carbón,
rocas o algún otro objeto visible que ayudara a determinar su función. Aún asi,
los límites del pozo fueron más fácilmente reconocibles que la textura granulosa
más fina del relleno del pozo. El estrato 14 es un lente orgánico ceniciento que
está asociado con la ocupación de una de las estructuras efímeras representadas
por el estrato 2 y los 4-6. Los estratos 7, 11, 12 y 15 son estratos bien ordenados de
arena de grano medio con grava. Basándose en el redondeo de los granos en este
estrato, esos depósitos parecen haber sido transportados por el agua.
N.T. Cuando el autor usa la palabra “palimpsesto” se refiere a aquella superficie de ocupación que
todavía conserva huellas de otra anterior en la misma superficie pero borrada expresamente
para dar lugar a la que ahora existe.
58 / t r a N s i c i o N e s del arcaico tardío al F o r M a t i v o t e M P r a N o .. .
nes naturales que pudiesen ayudar a aislar y definir cada uno de los diferentes
estratos culturales. En cambio, la estratigrafía está altamente comprimida y una capa
cultural, a menudo, es directamente interface de otra. Aun así, aunque Jiskairumoko
es poco pro- fundo y palimpsesto, el sitio proporciona una oportunidad para
examinar cambios de unidades domésticas durante los períodos Arcaico Tardío,
Arcaico Terminal y Formati- vo Temprano. En el sitio, las diferencias arquitectónicas
y artefactuales permitieron la definición de cinco principales períodos de ocupación:
59 / N a t H a N c r a i g
Formativo (alterado)
Formativo Temprano
Arcaico Terminal: Fase 2
Arcaico Terminal: Fase 1
Arcaico Tardío
turas de las Fases 2 y 1 del Arcaico Terminal están excavadas dentro de la capa dura
estéril subyacente. La estructura de la Fase 2 es más grande y no tan
profundamente excavada en la capa dura esteril como las estructuras de las casas
semisubterráneas de la Fase 1. Esto sugiere que la Fase 2 es un período transicional
entre las casas se- misubterráneas y las viviendas sobre la superficie. Retomaré esta
cuestión con ma- yor profundidad más adelante. Los restos de las Fases 1 y 2 del
Arcaico Terminal y del Arcaico Tardío no pueden ser separados
estratigráficamente. Esos tres episodios ocupacionales han sido todos definidos por
medio de tendencias en las edades de los fechados radiocarbónicos asociados.
El perfil este de la Trinchera 5 y Bloque 9 proporciona un buen ejemplo de las re-
laciones estratigráficas generales observadas en Jiskairumoko (Figura 5). La
profundi- dad máxima del depósito en este perfil este es 51 cm. Hacia el extremo
izquierdo de la Figura 5, uno puede observar las unidades estratigráficas 8-12. Estas
representan una serie de eventos de reconstrucción de pisos preparados del
Formativo Temprano. La estructura del Formativo Temprano fue expuesta en la
excavación del Bloque 6, y está representada en mayor detalle en la Figura 6. La casa
semisubterránea del Arcaico Tardío fue encontrada en el Bloque 9. La estructura fue
excavada en la matriz de una capa dura estéril que es la Unidad Estratigráfica 6. Un
pequeño lente de la Unidad Es- tratigráfica 6 se extiende debajo de las unidades
estratigráficas 8-12 el cual compone el suelo preparado del Formativo Temprano y
eventos palimpsestos de reconstrucción.
El componente Formativo de la ocupación se extiende sobre toda la extensión
del sitio y fue encontrado en los Niveles I y II de todas las unidades de excavación,
blo- ques, o trincheras. Con la excepción de unos cuantos hoyos de fogones
intrusivos, el componente Formativo estaba restringido al horizonte removido por
el arado. Debi- do a la naturaleza disturbada del estrato superior, no se ofrecerá
discusión adicional de la ocupación Formativa.
Los componentes del Formativo Temprano consisten de paquetes de limos arci-
llosos duros o pisos preparados apisonados que en los Bloques 4 y 6, fueron
encontra- dos inmediatamente debajo de la zona arada lo cual corresponde a los
Niveles III-V. La ocupación Formativa Temprana es la más superior
estratigráficamente de las ca- pas intactas de Jiskairumoko. Las exposiciones
horizontales en los Bloques 4 y 6 y el examen de los perfiles del Bloque 6 y el perfil
este de la Trinchera 5 revelan que la estructuras rectangulares con pisos
preparados del Formativo Temprano fueron re- construidas repetidamente durante
su período de ocupación (Figura 6). La estructura rectangular en el Bloque 6 fue
reconstruida durante al menos cuatro episodios.
Una ocupación estratigráficamente inferior de una casa semisubterránea fue re-
velada en el Bloque 7, y esta ha sido denominada Fase 2 del Arcaico Terminal. La
estructura está excavada en el suelo y es denominada Estructura Semisubterránea
1. La inspección del perfil sur del Bloque 7 revela que la Estructura
Semisubterránea 1 de la Fase 2 fue excavada en la superficie del suelo sobre la cual
se construyó la estructura del piso preparado del Formativo Temprano (Figura 7).
Esto refuerza la interpretación que los pisos preparados ocurren más tarde que
algunas de las casas semisubterráneas.
61 / N a t H a N c r a i g
Figura 5. Perfil estratigráfico de la pared este del Bloque 9 y Trinchera 5. Los límites de la
estructura de piso preparado del Formativo Temprano pueden ser vistos en el primer metro
del perfil. Figura adaptada de Craig (2005: 417).
Figura 7. Perfil sur del Bloque 7. Figura adaptada de Craig (2005: 421).
Un componente más temprano del Arcaico Terminal Fase 1 fue encontrado en los
Bloques 1, 3, 8 y 11. Esta fase ocupacional está representada por una serie de casas se-
misubterráneas que estuvieron más profundamente excavadas que la estructura de
la Fase 2 (Figura 8). Cada uno de los bloques de excavación que mostraron las
estructuras de la Fase 1 estaban localizados en la porción sur del sitio. Esto hace
difícil la compara- ción directa de las estructuras de la Fase 2 con las de la Fase 1. Sin
embargo, múltiples fechas de radiocarbón indican que las casas semisubterráneas de
la Fase 1, excavadas profundamente, son más tempranas que la estructura
semisubterránea de la Fase 2.
Una sola casa semisubterránea del Arcaico Tardío fue expuesta en el Bloque 9.
Esta estructura se excavó dentro de la misma capa dura estéril subyacente como las
estructuras de la Fase 1 y Fase 2 del Arcaico Terminal. Interesantemente, la
posición espacial de la estructura del Arcaico Tardío es congruente con el diseño
de las casas semisubterráneas de la Fase 1 del Arcaico Terminal. Esas estructuras
juntas forman el trazado de una “aldea” circular similar, en algunos aspectos, al
patrón descrito por Yellen (1977) (Figura 8). Sin embargo, también hay algunas
diferencias importantes que serán discutidas posteriormente. La estructura del
Arcaico Tardío parece haber sido reconstruida durante su ocupación, y la
acumulación de basura dentro de esta estructura no es totalmente desecho
secundario. Esta también incluye varios hogares efímeros que posiblemente
constituyen desecho primario. Sugiero que la estructura del Arcaico Tardío
permaneció en uso durante el Arcaico Terminal.
Aunque puntas de proyectil del Arcaico Medio y Temprano fueron recuperadas
durante las recolecciones de superficie, no existe evidencia clara procedente de la
ex- cavación que revele arquitectura residencial que preceda al Arcaico Tardío. Los
dese- chos ocupacionales más tempranos sin duda no están presentes, aunque los
restos o son efímeros o no fácilmente reconocibles. Es altamente probable que
muchos de los pequeños pozos encontrados en los niveles basales de los bloques y
trincheras de ex- cavación representen actividades que tomaron lugar previamente
al Arcaico Tardío. Desafortunadamente, ninguno de esos pozos contuvo carbones
que proporcionasen esos rasgos imposibles de fechar por medios convencionales.
Código
Id. Muestra
±
Años 1C
Cal ACE
Prodecencia
4
Prob.
±
Sup.
13C
S Cal
Inf.
Proced
S
B1 Nivel IIIa-2.
AA36819 q25aF8iiia-2 3411 51 -25 1693 46 1784 1601 0,792 Borde de la Casa
Semisubterránea
2
B1 Nivel IIIb.
AA36814 q23bF5iiib 3838 75 -20.5 2296 89 2473 2119 0,951 Borde de la Casa
Semisubterránea
2
B1 Nivel IIIc.
AA36818 2 q 3bF2iiic 3620 48 -25 1975 49 2072 1878 0,844 Relleno Secundario
de la Casa
Semisubterránea 2
B1 Nivel IV-1.
AA36815 2 o 3cB1iv-1 3733 43 -24.6 2118 48 2213 2022 0,888 Entierro
Secundario 2
B1 Nivel IV-1.
AA36817 2 o 4aB2iv-1 4275 46 -23.2 2939 40 3019 2859 0,799 Entierro Primario
1
B2 Nivel III.
AA36816 1 u 4cF2iii 3390 54 -24 1650 63 1776 1524 0,934 Relleno Secundario
del Pozo
65 / N a t H a N c r a i g
AA36820 u13aF6v 3448 47 -24.6 1781 51 1883 1679 0,944 B2 Nivel V. Horno
de Pozo Externo
2
B3 Nivel IV.
AA43380 w34c2iv 3214 50 -21.9 1507 54 1615 1399 1 Relleno Secundario
de la Casa
Semisubterránea 3
B3 Nivel IV.
AA43381 x36b2iv 3299 42 -23.2 1590 48 1686 1494 0,982 Relleno Secundario
de la Casa
Semisubterránea 3
B3 Nivel IX.
AA43373 z34c4ix 3378 46 -23.6 1550 58 1754 1524 0,982 Basural fuera
de la Casa
Semisubterrá
nea 3
B3 Nivel IX.
AA43382 6x3 dix 3382 48 -23.6 1647 62 1770 1524 0,981 Fogón en la
Casa
Semisubterránea
3
B3 Nivel IX.
AA43383 x36dix2 3448 44 -24.4 1757 39 1834 1680 0,749 Fogón en la
Casa
Semisubterránea
3
AA43376 jj22b6viii 3330 45 -23.8 1605 44 1693 1517 0,953 B4 Nivel VIII.
Basural ceniciento
AA43375 2ii 2c9viii 3401 45 -22.6 1689 45 1778 1600 0.858 B4 Nivel
VIII. Fogón
B4 Nivel III-2.
Beta- gg 19aiii-2 3410 60 -24.3 1715 58 1830 1599 0,81 Basural afuera
de la Estructura
9732 Rectangular 1
0
Beta- hh 19b1viii 3240 70 -25.3 1538 74 1685 1391 0,99 B4 Nivel
VIII. Basural
9732
1
B7 Nivel II.
AA43379 rr26d3ii 4547 95 -26.7 3264 128 3519 3008 0,956 Estructura
Semisubterránea 1
B7 Nivel IV.
AA45952 qq25d2iv 3235 58 -23 1522 58 1638 1405 0,975 Estructura
Semisubterránea 1
B7 Nivel XII.
AA58475 rr25b23xii 3208 58 -22.6 1500 61 1621 1379 0,981 Fogón de la
Estructura
Semisubterránea 1
66 / t r a N s i c i o N e s del arcaico tardío al F o r M a t i v o t e M P r a N o .. .
AA36812 n2460aii 4726 44 -25 3593 22 3636 3549 0,4 Zona arada
B8 Nivel
IIIc. Rellleno
AA43372 q21b2iiic 3428 63 -23.2 1742 71 1884 1600 0,95 Secundario
en la Casa
Semisubterr
ánea 2
B8 Nivel IV.
AA43377 o22c5iv 3341 45 -21.9 1607 44 1694 1520 0,929 Entierro
Secundario 3
B8 Nivel IV.
AA43374 o22c5iv2 3450 45 -24.5 1782 51 1883 1680 0,96 Entierro
Secundario 3
B9 Nivel XII.
AA58476 y27d11xii 4562 73 -24 3232 78 3385 3078 0,79 Fogón en la Casa
Semisubterránea
1
B 11 Nivel
AA45951 u25b12x 3573 50 -23.6 1901 67 2035 1766 0,98 X. Entierro
Secundario 4
abarca desde tan temprano como 3385 cal. a.C. a tan tarde como 1766 cal. a.C. lo
cual define un lapso temporal de cerca de 1600 años. Sin embargo, varios de los
fechados del Grupo 1 no se solapan a 2 sigmas. El valor medio para los fechados del
Grupo 1 abarca desde tan temprano como 3232 cal. a.C. a tan tarde como 1901 cal.
a.C. Esto representa un arco temporal de cerca de 1300 años. Los fechados del
Grupo 1 fueron recuperados de los siguientes contextos:
Fogón central de la Casa Semisubterránea 1 del Arcaico Tardío: Bloque 9.
Entierro Primario 1: Bloque 1.
Matriz manchada de basura cercano al Horno de Pozo Externo 2: Bloque 2.
Borde de la Casa Semisubterránea 2: Bloque 1.
Entierro Secundario 1: Bloque 1.
Relleno Secundario de la Casa Semisubterránea 2: Bloque 1.
Entierro Secundario 4: Bloque 11.
Basural: Bloque 4.
Relleno Secundario de la Casa Semisubterránea 3: Bloque 3.
Fogón Central en la Estructura SemiSubterránea 1: Bloque 7.
Considerando los tres grupos de fechados, la redundancia ocupacional fue relati-
vamente moderada de ca. 3300 a 1800 cal. a.C. Los fechados sugieren que alrededor
de ca. 1800 cal a.C., las conductas de redundancia ocupacional y la producción de
de- secho se incrementaron claramente. El sitio parece haber sido abandonado en
gran parte alrededor de ca. 1400 cal. a.C.
Figura 10. Perfil de la línea escaneada del GPR que ilustra la anomalía que corresponde
a la Casa Semisubterránea 1. Las líneas verticales claras ilustran los límites de la casa
semisubterránea. Figura adaptada de Craig (2005: 550).
Una muestra de carbón que fue fechada en 3232 cal. a.C. fue recuperada de
debajo de una de las rocas que formaron el interior bien construido del fogón
central de la estructura. Este fechado ubica la ocupación temprana de la estructura
dentro del final del Arcaico Tardío. Sin embargo, los contenidos de la Casa
Semisubterránea 1 indican que esta fue usada a través del tiempo y su uso,
probablemente, se extendió bien adentro del Arcaico Terminal.
La Casa Semisubterránea 1 se encuentra entre las casas semisubterráneas 2 y 3 de
tal manera que la Casa Semisubterránea 2 está al suroeste y la Casa Semisubterránea
3 está hacia el noreste (Figura 8). La Casa Semisubterránea 1 del Arcaico Tardío es
considera- blemente más grande que la casa semisubterránea de la Fase 1 del
Arcaico Terminal.
70 / t r a N s i c i o N e s del arcaico tardío al F o r M a t i v o t e M P r a N o ...
Figura 11. Bloque 9 Casa Semisubterránea 1. El borde interior bien definido de la estructura está
representado por una línea discontínua blanca. Un borde externo de la estructura fue
encontrado por la excavación de una pequeña trinchera en el margen oeste de la estructura.
Este margen externo está representado por una línea discontínua oscura. Figura adaptada de
Craig (2005: 563).
piedras para moler, muchas de estas piezas muestran signos de huellas de uso muy
fuertes, una de las piezas, de instrumento lítico para moler, muestra posibles
residuos de arcilla (Rumold 2002) y, por lo tanto, fue probablemente usado en la
molienda de arcilla. Aunque la Casa Semisubterránea 1 no ofreció ninguna
evidencia de cerámica en forma de vasijas, es interesante notar que el fogón
central estaba delimitado por arcilla cocida.
Figura 15. Mapa mostrando la organización espacial de los restos mortuorios y estructurales junto con los fechados radiocarbónicos
obtenidos de esos contextos. La asociación del Entierro 1 del Arcaico Tardío con los Entierros 1 y 2 de la Fase 1 del Arcaico Terminal y la
Casa Subterránea 2 indica una ocupación congruente de Jiskairumoko abarcando la transición Arcaico Tardío-Terminal. Figura adaptada de
Craig (2005: 576).
77 / N a t H a N c r a i g
Casa Semisubterránea 3
La Casa Semisubterránea 3 fue descubierta mediante la excavación del Bloque 3 el
cual fue llevado a cabo para comprobar una anomalía en la superficie identificada
por medio de magnetometría (Figura 21). La estructura fue excavada durante la
tempora- da de excavación del 2000. La Casa Semisubterránea 3 es la más oriental
de este tipo de estructuras (Figura 8).
del Arcaico Tardío Terminal (Figura 8). Creo que el Horno de Pozo 1 es un área de
acti- vidad externa que está asociada con la ocupación de una de las Casas
Semisubterráneas. El Horno de Pozo 1 tiene 2,68 m de perímetro, 0,55 m2 de área,
0,11 m de profundidad, y tiene un volumen estimado de 190 L. Tres lentes orgánicos
están asociados con el Horno de Pozo 1 y están probablemente relacionados con el
uso del rasgo. Ninguna estructura o depósito de basura fueron encontrados en el
Bloque 10.
este modo ellos dejaron restos del fogón central más temprano de la vivienda. Hacia
el fin de la vida útil de la Estructura Semisubterránea 1, el fogón central también
pa- rece haber caído en desuso.
Creo que la piedra de cocina fue introducida dentro de la Estructura Semisubte-
rránea 1, aproximadamente al mismo tiempo que el fogón central y el pozo de al-
macenaje interno cayeran en desuso. Dentro de la Estructura Semisubterránea 1, la
superficie palimpsesto superior de ocupación no muestra evidencia del uso del
fogón central ni del gran pozo de almacenaje interno. Sin embargo, en esta
superficie final de ocupacion palimpsesto, había un patrón coordenado de lentes
asociados con la piedra de cocina.
El fogón central de la casa tiene 0,98 m de perímetro y 0,08 m2 de área. El gran
pozo de almacenamiento tiene un perímetro estimado de 4,6 m, área de 1,58 m2 y
un volumen de 18 L. Los límites de este pozo son primero visibles en el Nivel VII,
pero los bordes no estuvieron bien definidos hasta el Nivel IX, momento en el cual,
la mayoría de las dispersiones de desechos de trabajo presentes en los niveles
superiores habían desaparecido, probablemente debido a la limpieza de las
superficies.
F
i
g
u
r
a
2
8
.
E
f
i
g
i
e
d
e
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u
e
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p
e
r
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a
d
e
l
95 / N a t H a N c r a i g
Figura 30. Bloque 4 Nivel VIII mostrando los rasgos de pequeños fogones
encontrados debajo de la Estructura Rectangular 1. Figura adaptada de Craig
(2005: 643).
Los rangos temporales que se solapan abarcan de 1686 a 1601 cal. a.C. Dado esto, su-
giero que la Estructura Rectangular 1 no fue construida mucho antes de ca. 1650 cal.
a.C.
Figura 31. Perfil de la pared este del Bloque 4 mostrando el lente de ocre localizado al
este de la Estructura Rectangular 1. Este lente de ocre se extiende hacia el este dentro
del Bloque 6. Figura adaptada de Craig (2005: 645).
la estructura en el Nivel IV, dos puntas de proyectil tipo 5D, una hecha de
obsidiana, una punta de proyectil tipo 3D, una escofina de sílex y dos grandes
bifaces de sílex ro- tos fueron recuperados. Afuera de la estructura, en el Nivel V,
una punta de proyectil tipo 5D, un bifaz de obsidiana, una escofina de plantas de
sílex y un bifaz sin acabar fueron recuperados. En el rasgo del lente de ocre, en el
Nivel IV, una punta de proyec- til de obsidiana tipo 5D, una punta de proyectil de
sílex negro tipo 5D, dos puntas de proyectil de sílex tipo 5D, y un bifaz de
calcedonia fueron recuperados. En el Nivel V, de este mismo rasgo, un bifaz de
obsidiana, una punta de proyectil de calcedonia tipo 4F, una punta de proyectil de
calcedonia tipo 5D, una punta de proyectil tipo 5D que estaba fuertemente
quemada, dos escofinas aserradas, dos bifaces rojos y un bifaz de calcedonia fueron
identificados.
Dentro o en los bordes de la Estructura Rectangular 1, seis fragmentos de instru-
mentos lítico de molienda y un batan fueron descubiertos. En el rasgo del lente de
ocre, ocho fragmentos de piedras para moler fueron recuperados. Ninguno de los
instrumentos de piedras para moler en el lente de ocre mostraron trazas
observables de ocre.
Figura 33. Disco de oro martillado en frío recuperado de la Unidad KK26 Quad D del
Nivel IV en el borde de la Estructura Rectangular 2. La imagen en la izquierda
muestra la superficie cóncava y la imagen en la derecha muestra la superficie
convexa. Tenga en cuenta las piezas de oro, dobladas y separados, a lo largo del
margen del artefacto.
Foto de Mark Aldenderfer. Figura adaptada de Craig (2005: 662).
objeto fue construido de dos piezas de oro que fueron martilladas juntas. El espesor
del artefacto se estrecha considerablemente cerca al pequeño agujero en el centro
del disco y, sobre la superficie convexa del artefacto, pueden ser vistas rayas finas
alrededor del agujero.
Catorce puntas de proyectil fueron recuperadas de contextos asociados con la
Estructura Rectangular 2. Solamente ocho de las catorce fueron recuperados del in-
terior de la estructura y una de estas fue una forma diagnóstica. El artefacto es una
punta de proyectil tipo 4F hecha de andesita. Las puntas de proyectil restantes de
dentro de la estructura son todas de los tipos 5B, 5C, o 5D y todas hechas de sílex.
Una escofina para plantas también fue encontrada dentro de la estructura. Cinco
puntas de proyectil fueron recuperadas alrededor del rasgo del lente de ocre: dos
puntas tipo 5B, una hecha de obsidiana y la otra de sílex; dos puntas del tipo 5D,
una hecha de obsidiana y una hecha de calcedonia; y una tipo 3F hecha de sílex.
ENTERRAMIENTOS
Los enterramientos fueron encontrados tanto en Pirco (n = 1) como en
Jiskairumoko (n = 5). Todos esos entierros estuvieron asociados con algún tipo de
residencia. De esta forma, en la cuenca del río Ilave, para el Arcaico Tardío, el
patrón de enterramiento de individuos cerca a la arquitectura residencial estaba
establecido. En Jiskairumoko, esta práctica cultural persistió hasta al menos el
Formativo Temprano. Ningún ente- rramiento estuvo asociado con las estructuras
del Formativo Temprano.
En algunas sociedades, la muerte de un ocupante resulta en el abandono de esa
estructura (e.g. Burgge 1978: 313; Hrdličha 1975: 21; Malinowski 1966 [1922]: 36;
McCo-
lluch 1952: 26; Pennington 1963: 227; Yellen 1977: 78). Sin embargo, en
Jiskairumoko, durante el Arcaico Tardío y Terminal, esto está lejos de ser el caso.
Los Entierros 1 al
3 fueron localizados afuera de la Casa Semisubterránea 2 (Figura 15). Los
fechados ra- diocarbónicos de los entierros abarcan de ca. 2900 a 1600 cal. a.C., y
los fechados de la
Casa Semisubterránea 2 también abarcan de ca. 2300 a 1700 cal. a.C. De este
modo, hay al menos un largo período de 600 años de solapamiento entre los
fechados de los En- tierros 1 al 3 y la Casa Semisubterránea 2. Este solapamiento
temporal entre entierros y arquitectura residencial indica que la muerte de un
ocupante no llevó al abandono a largo plazo de una vivienda. Por el contrario,
varios individuos fueron enterrados afuera de la estructura durante su tiempo de
ocupación. Así, el uso de la estructura y el entierro de individuos afuera de la
estructura continuaron asociados. Aunque los pozos intrusivos son comunes en
Jiskairumoko, no hay pozos de ocupaciones poste- riores que intruyan dentro de
las tumbas afuera de la Casa Semisubterránea 2. Los entierros no fueron
disturbados. Todo esto es más impactante porque los entierros
están localizados entre la Casa Semisubterránea 2 y un área de actividad
exterior de procesamiento de plantas que incluye instrumentos líticos de
molienda, semillas de Chenopodium y manchas de restos orgánicos (Figura 15). Los
entierros estuvieron más claramente localizados dentro de un área de actividad
que debe haber sido usada de una manera regular por los ocupantes de la Casa
Semisubterránea 2. El enterramiento de individuos en asociación con la
arquitectura residencial y los espacios de trabajo fueron parte del esquema
materializado objetivamente que contribuyó al estableci- miento y reproducción
104 / t r a N s i c i o N e s del arcaico tardío al F o r M a t i v o t e M P r a N o ...
89-90; Lawrence y Low 1990: 454; Miller 1987: 85; Vellinga 2007: 762). De este modo,
las actividades de los vivos estuvieron inmersas y entrelazadas con los lugares de
descanso de los muertos, prácticas de procesamientos de semillas fueron realizadas
en compañía de los ancestros, y el espacio fue un “teatro de memorias” (Fox 1993:
23; Vellinga 2007: 758) que abarcó unas veinticinco generaciones de ocupación.
El sexo no pudo ser determinado para el entierro de Pirco. En Jiskairumoko, el
sexo pudo ser determinado solamente para dos de los cinco entierros (Entierros 1 y
3). El Entierro 2 es un adulto y un niño; sospecho que el adulto es probablemente
una mujer. Todos los entierros de Jiskairumoko estuvieron asociados con
instrumentos lí- ticos de moler y alguna forma de piedra tallada (Tabla 5). En
Jiskairumoko, el Entierro 4 es el único que está asociado con puntas de proyectil,
ambas del tipo 4F, y fueron realmente recuperadas afuera de la tumba. Así, la
asociación entre el Entierro 4 y las puntas de proyectil no es una muy cercana.
Aunque esto no puede ser confirmado en este momento, sospecho que la mayoría,
si no todos, de los individuos adultos ente- rrados en Jiskairumoko son mujeres.
Interpreto la presencia consistente de instrumentos líticos para moler en las
tum- bas como un reflejo de la valoración de las actividades de molienda,
probablemente el procesamiento de plantas. Veo esta valoración como parte del
proceso de un énfasis creciente en el procesamiento de plantas que estaba
tomando lugar en el Arcaico Terminal. En Jiskairumoko, la piedra tallada estaba
presente en las cinco tumbas, y los útiles estuvieron presentes en o asociados con
cuatro de esos enterramientos. En tres de los casos, los instrumentos fueron
raspadores. Sin embargo, instrumen- tos cortantes y puntas de proyectil también
estuvieron presentes. Tres de los cinco enterramientos incluyeron una efigie de
camélido o huesos de camélido como parte de la tumba, y sospecho que es una
valoración del pastoreo de animales. El enterra- miento de “instrumentos de
intercambio”, productos económicos, o símbolos de esos productos en las tumbas
de individuos fallecidos celebra, conmemora y recuerda la contribución de esos
individuos. La celebración de las contribuciones pasadas de los individuos muertos
revaloriza los mismos tipos de contribuciones potenciales entre los vivos. De esta
manera, el depósito de estos “instrumentos de intercambio” con- memorativos,
como parte de la performance de los rituales de enterramiento sirve para reforzar
y reproducir un conjunto de valores para los vivos. En el caso de la Casa
Semisubterránea 2 (Figura 15), esta relación es nuevamente reforzada por el hecho
de que las actividades de procesamiento de plantas estuvieron literalmente
llevándose a cabo encima de las tumbas de los individuos fallecidos quienes fueron
enterrados con equipamiento para la molienda.
Solamente uno de los seis entierros discutidos carece de alguna forma de bienes
funerarios, y este entierro procede de Pirco. Sugiero que Pirco probablemente data
de la primera mitad del Arcaico Tardío. Aunque todos los entierros de Jiskairumoko
estuvieron acompañados de algún tipo de bien funerario, los Entierros 1 y 2 fueron
los únicos asociados con alhajas. En cada uno de los casos las alhajas consistían en
cuentas usadas alrededor del cuello. El Entierro 1, una mujer vieja, está asociado
con cuentas de turquesas mientras que el Entierro 2 está asociado con nueve
cuentas de oro y varias de turquesa. No hay fuentes conocidas de esos materiales
que sean veci-
105 / N a t H a N c r a i g
nas a Jiskairumoko. De este modo, es probable que los materiales para las cuentas
fue- ron transportados desde distancias bastante largas, y la naturaleza no local de
esos materiales posiblemente aumentó su valor social (Malinowski 1966 [1922];
Sahlins 1981 [1972]). Los Entierros 3, 4 y 5 de Jiskairumoko muestran que otros
individuos no fueron enterrados con items de lujo equivalentes, aunque bienes
funerarios de algu- na clase fueron depositados durante el proceso de
enterramiento. Así, en la cuenca del río Ilave, hacia el fin del Arcaico Tardío, un
patrón de entierro de individuos con bienes funerarios estaba establecido. Este
patrón se mantuvo hasta, al menos, el For- mativo Temprano. El Entierro 1 indica
que el proceso de diferenciación social, mate- rializado en la forma de artículos
brillantes de lujo no locales, comenzó durante el fin del Arcaico Tardío. El Entierro
2 sugiere una intensificación de este proceso durante el Arcaico Terminal.
Entierro
Instrumentos
Bienes funerarios Piedra tallada Ocre Huesos de
líticos de
especiales camélido
molienda
Instrumentos
1 Efigie de camélido, Oeste del cortantes, Ausente Presente como
cuentas de turquesa cuerpo bifaces, y efigie
raspadores
OBSIdIANA
Dos análisis replicados de fluorescencia de rayos X fueron realizados en 68 instru-
mentos de piedra tallada recuperados de las excavaciones en Jiskairumoko. Un pri-
mer estudio fue realizado por Steven M. Shackley en el Laboratorio de XRF de
Berke- ley (Shackley et al. 2004). Una segunda fue realizada por Robert Speakman y
Rachel Popelka-Filcoff usando un XRF portatil en Puno, Perú (Speakman et al.
2005). Una comparación de los resultados muestra que los dos instrumentos
proporcionan re- sultados analíticamente comparables (Craig et al. 2007).
El análisis de XRF reveló que el 97% (66 de los 68) de los instrumentos de
obsidiana muestreados, lo cual representa el 96% de la coleccion completa de
instrumentos bifa- ciales de obsidiana, correspondieron con concentraciones de
elementos de Chivay, de
106 / t r a N s i c i o N e s del arcaico tardío al F o r M a t i v o t e M P r a N o ...
las muestras proporcionadas por Nicholas Tripcevich. Las restantes dos muestras, que
constituyen el 3% de la coleccion completa, se correspondieron con concentraciones
elementales de la fuente de Alca. De esta forma, el análisis XRF demuestra que
ninguna de las obsidianas recuperadas de Jiskairumoko fue obtenida de fuentes
locales.
El intercambio entre sociedades simples, a menudo, supone el intercambio de
bie- nes útiles aunque no esenciales (Webb 1974). Una comparación de la colección
de obsidiana con instrumentos hechos de otras materias primas indica que la
demanda de obsidiana no fue totalmente pragmática. Al contrario, parece que la
obsidiana fue utilizada para tipos específicos de instrumentos que exhiben un tipo
de embelleci- miento que es raramente visto en instrumentos similares hechos de
otros materiales. La discusión que sigue ilustra esta cuestión (Craig 2005: Sección
12.2).
Hay un total de 875 instrumentos de piedra tallada bien formatizados que fueron
recuperados de las excavaciones en Jiskairumoko. Todos estos caen en una de las
cin- co categorías amplias de instrumentos: bifaz, cuchillo, punta de proyectil,
raspador, y escofina. Una comparación chi-cuadrado de la colección de acuerdo a
los instrumen- tos hechos de obsidiana vs. instrumentos que no están hechos de
obsidiana revela la presencia de diferencias significativas 2 (4,n=875) = 45.5 p <
0.001.
¿Podría ser que las modificaciones de borde aserradas o denticuladas son más
fáciles de hacer con obsidiana y esto explica la significativa diferencia en el
tratamiento en el borde? En Jiskairumoko, escofinas para plantas tienen
denticulaciones o aserramien- tos. Cuarenta y seis escofinas para plantas fueron
recuperadas de Jiskairumoko, y sola- mente uno de estos fue hecho de obsidiana. De
este modo, solo la tendencia opuesta es vista con las escofinas para plantas. Esto
demuestra que las finas denticulaciones o ase- rramientos pueden y fueron hechas
con materias primas disponibles localmente. Esta observación fortalece la afirmación
que las características de fractura de las materias primas líticas no fueron el factor
condicionante primario en la decisión para hacer pun- tas de proyectil aserradas o
denticuladas. Ciertamente la obsidiana es quebradiza y esto la hace más fácil de
trabajar en aserrados o denticulaciones. Sin embargo, lo quebradizo de la obsidiana
también hace que esta se quiebre fácilmente cuando es usada en un mo- vimiento de
raspado, y esto es probablemente por lo que solamente una única escofina de
obsidiana fue recuperada de Jiskairumoko. Las puntas de proyectil funcionan de tal
manera que es menos estresante para el borde del instrumento, y esto hace menos
pro- bable que las denticulaciones o aserrados se rompan durante el uso. Además,
puesto que hay numerosas puntas de proyectil del sitio que no exhiben
aserramientos o den- ticulaciones, esos bordes embellecidos no serían
“funcionalmente” necesarios en una punta de proyectil. Otros factores más, que la
simple mecánica de la fractura están con- dicionando el tratamiento trabajoso de las
puntas de proyectil de obsidiana. Creo que esos factores son sociales y que están
relacionados con la visualizacion que implicaba la objetificación (Miller 1987; Vellinga
2007: 756) de relaciones sociales que estuvieron conectadas al intercambio de larga
distancia.
OCRE
En Jiskairumoko, desde finales del Arcaico Tardío hasta el Formativo Temprano,
creo que el ocre fue usado como un pigmento para fines simbólicos. Para este caso,
las posibles interpretaciones del uso de ocre para propósitos no simbólicos
puramente prácticos deben ser minimizadas o eliminadas. Conservación de cuero,
masilla para enmangamiento de una herramienta, sellador, o medicina son los usos
más comunes prácticos no simbólicos del ocre. De esta manera fue necesario
determinar si los con- textos de ocre en Jiskairumoko representan alguno de esos
usos.
El ocre no fue encontrado en alguno de los artefactos de piedra tallada o en
algún otro contexto que sugeriría que este sirvió como una masilla para
enmangamiento. Las excavaciones no encontraron artefactos que sugerirían que el
ocre fuera usado como un sellador. El ocre fue encontrado sobre algunos
fragmentos de piedras para moler, y esto podría quizás implicar su uso en la
conservación de cuero. Todos los fragmentos de instrumentos líticos de molienda
cubiertos de ocre fueron encontra- dos en asociación con “paletas” cubiertas de
ocre o en asociación con un entierro. Esas asociaciones no apoyan una
interpretación de conservación de cuero. No hay asociación convincente o
evidencia positiva que apoye una interpretación de conser- vación de cuero. Por
otra parte, reportes publicados sobre experimentos de campo, “fracasaron en
demostrar que el ocre tenía algún efecto conservativo” sobre cueros (Watts 2002:
3), y varios taxidermistas dudan de la eficacia del ocre para la conserva- ción del
cuero. Datos etnográficos de los cazadores Khoisan del sur de África indican que la
“participación del ocre en el trabajo del cuero es casí invariablemente en la etapa
final como una inclusión decorativa” (Watts 2002: 3).
perficies. Esas observaciones, además, refuerzan la afirmación que el ocre fue usado
como un pigmento. El ocre fue encontrado en un gran lente entre las dos
estructuras rectangulares del Formativo Temprano (Figuras 29 y 31-32). Dentro de
este contexto, este fue encontrado pintado sobre huesos de animales sin quemar.
Esos huesos pinta- dos podrían haber sido aplicadores de pigmento o productos
acabados.
En Jiskairumoko, teniendo en cuenta el conjunto de contextos en los cuales el
ocre fue encontrado parece difícil negar que el mineral fuera usado en contextos
simbó- licos e incluso rituales. Aunque es difícil concluir si el ocre fue usado de una
manera repetitiva suficiente para constituir un ritual en un sentido estricto, todavía
podemos sugerir que los habitantes de Jiskairumoko claramente ofrecian pigmento
de ocre con importancia simbólica.
Puede ser imposible deducir el significado del ocre en esos contextos, pero este
seguramente pertenece al color rojo del pigmento. La mayoría de mamíferos tienen
solamente dos conos cromáticos en sus ojos. Los humanos y otros grandes monos
son un subconjunto único de primates que tienen visión a color tricromática con
conos especiales que son sensibles a la máxima longitud de onda de luz roja
(Dominy y Lucas 2000; Mollon 1989; Rowe 2002; Sumner y Mollon 2000a, 2000b).
El ritual forma la naturaleza de los sistemas de símbolos (Hovers et al. 2003), este
está incrustado en la vida cotidiana (Barham 2003), y los objetos prácticos pueden
tener importantes significados simbólicos (Sagona 2003) lo cual se relaciona a “la
hu- mildad de las cosas” (Miller 1987: 85). La acción simbólica es, a menudo,
expresada a través del uso de color y decoración. En el sur de África, desde la Edad
de Piedra II hasta el pueblo Khoisan actual, el uso del ocre es importante en la
estructuración sim- bólica de la división sexual del trabajo (Watts 2002). La
reproducción femenina es un aspecto extremadamente importante de cambio
social porque las mujeres son el sexo que limita la reproducción. De este modo,
cuando el ocre está asociado con mujeres está frecuentemente relacionado con la
sangre de la menstruación, la sangre de la madre, la renovación, la fertilidad, y la
periodicidad lunar (Knight et al. 1995; Wresch- ner 1980). Incluso, en casos donde el
uso de ocre está relacionado con la caza mágica, lo que uno esperaría que fuese una
actividad predominantemente masculina, todavía existen vínculos ideológicos
explícitos que remiten hacia las mujeres, la sangre, y la fertilidad. Sospecho que
una constelación simbólica similar rodeaba la colocación de ocre en las tumbas en
Jiskairumoko.
El rojo, junto con el negro y el blanco, juega un rol prominente en todos los
esque- mas humanos de clasificación de color. La etnografía comparativa muestra
que, cuan- do el pigmento rojo es empleado como un símbolo, uno puede esperar
también el uso de los colores negro y blanco (Berlin y Kay 1969; Rosch 1973). En
Jiskairumoko, pig- mentos blancos no fueron encontrados pero es digno de notar
que los pisos amarillo claro son un elemento en varias de las configuraciones
rituales que involucraban roca y tierra. El carbón podría haber sido utilizado
fácilmente como un pigmento, aunque este no fue encontrado sobre “paletas” u
otros contextos que sugieran que este fue usado como pintura. Incluso, la
importancia simbólica de la obsidiana, una piedra negra para hacer instrumentos
particularmente brillantes, es difícil de ignorar.
110 / t r a N s i c i o N e s del arcaico tardío al F o r M a t i v o t e M P r a N o ...
Los objetos brillantes en general, pueden tener una importancia simbólica. Las
cuentas de turquesa del Entierro 1 (Figura 16), las nueve cuentas de oro y once de
tur- quesa del Entierro 2 (Figura 19), el disco de oro encontrado en el borde de la
Estructura Rectangular 2 (Figura 33), y la aleación de oro y cobre encontrado encima
de la Estruc- tura Semisubterránea 1 (Figura 27) son todos artefactos brillantes y
coloridos. En cada uno de esos casos, los artefactos posiblemente representan la
adquisición de artículos simbólicamente importantes obtenidos de intercambio de
larga distancia. Los objetos habrían servido como recordatorios materializados de
relaciones sociales.
ESTRUCTURAS
La excavación y la prospección geofísica revelan que desde el fin del Arcaico
Tardío hasta el Formativo Temprano, las estructuras residenciales no son
altamente acu- mulativas en el sentido de grandes asentamientos. Sin embargo,
cuando considera- mos este resultado, es importante mantener en mente que los
sitios arcaicos en las cuencas de Ilave y Huenque están casi siempre localizados en
la cima de pequeñas elevaciones. Creo que en esta región, el tamaño de la
elevación probablemente pone límites sobre el número de estructuras que están
presentes en un sitio arcaico dado.
Las comunidades que están compuestas por menos de 200 individuos no son re-
productivamente autosuficientes. Bajo esas condiciones la exogamia es ubícua inter-
cultural y reproductivamente importante; a los grupos pequeños les correspondería
112 / t r a N s i c i o N e s del arcaico tard ío al F o r M a t i v o t e M P r a N o ...
una tendencia más fuerte hacia la exogamia (Kloos 1963: 861; Murdock 1949: 47). De
esta manera, los habitantes del Arcaico Tardío-Formativo Temprano de Jiskairumoko
deben haber sido exógamos. Esto podría haber implicado el matrimonio con indivi-
duos de asentamientos localizados en otras pequeñas elevaciones que están ubicadas
cercanamente. Sin embargo, para mantener la estabilidad reproductiva debería haber
existido una red de, al menos, ocho sitios del tamaño de Jiskairumoko. Los resultados
de la prospección indican que en el río Ilave, Jiskairumoko es el sitio Arcaico
Terminal más grande (Aldenderfer y De la Vega 1996). De este modo, sospecho que
intercambios ma- trimoniales estuvieron tomando lugar con comunidades
localizadas en otras cuencas.
Al principio de este capítulo, un número de otras inferencias socioeconómicas
que están basadas en el área y forma de la estructura fueron presentadas. Aquí,
pro- porciono los resultados de (Tabla 6): asentamientos y correlatos económicos
que son derivados del plano de planta de la estructura (Robbins 1966);
estimaciones de la es- tructura familiar y las prácticas de matrimonios que están
basados en el área y forma de la estructura (Whiting y Ayers 1968); y los estimados
de prácticas de residencia post-maritales que están basados en el área de la
estructura (Divale 1974, 1977; Ember 1973; Peregrine 2001). Basados en su forma
circular (Robbins 1966), es probable que las Casas Semisubterráneas 1 a la 3 y la
Estructura Semisubterránea 1 fueran relativa- mente móviles, practicaran poca
agricultura, y tuvieran una comunidad de pequeño tamaño y fueran
probablemente polígamos (Whiting y Ayers 1968). Basándose en su forma, las
Estructuras Rectangulares 1 y 2 podrían haber sido hogares para familias
monógamas (Whiting y Ayers 1968). En Jiskairumoko, el tamaño de la estructura in-
dica que la residencia post-marital matrilocal ciertamente casi nunca fue
practicada; la residencia post-marital fue probablemente bi-local o patrilocal
(Divale 1977; Ember y Ember 1971). Ninguna de las estructuras son suficientemente
grandes para haber albergado familias extendidas (Whiting y Ayers 1968).
Las comparaciones interculturales basadas en el Atlas Etnográfico revelan tres as-
pectos consistentes de la ocupación de la Casa Semisubterránea (Gilman 1987): 1) hay
un clima no tropical durante la estación de habitación de la estructura de pozo; 2)
como mínimo hay un patrón de asentamiento bi-estacional; 3) hay una dependencia
de almacenar alimentos durante el período de ocupación de la estructura de pozo.
Esas condiciones pueden estar relacionadas a otros factores de la sociedad, aunque
estos aparecen presentes en todos los casos de la ocupación de la estructura de
pozo que están documentados en el Atlas Etnográfico. Asumo que todos ellos son
válidos para la ocupación de las Casas Semisubterráneas 1, 2 y 3. Otras semejanzas en
la naturaleza de las ocupaciones de la Casa Semisubterránea estuvieron presentes,
pero no son uni- versales a través de todos los ejemplos etnográficos de la residencia
en casa semisubte- rránea: estación fría de la ocupación, estimados de baja población,
y sistemas político económicos simples. Esas expectativas son consistentes con otros
indicadores descritos arriba, y sospecho que esos tres aspectos de la ocupación de la
casa semisubterránea caracterizan con precisión el uso de las Casas
Semisubterráneas 1 a la 3.
La presencia de animales inmaduros, semillas de Chenopodium, y rasgos de hor-
nos de pozo para las partes del procesamiento de almacenamiento de alimentos
con almidón me lleva a especular que desde el fin del Arcaico Tardío hasta el
Formativo
113 / N a t H a N c r a i g
Temprano, Jiskairumoko fue ocupado al menos parte del tiempo durante la estación
húmeda y la dependencia a recursos almacenados, probablemente, extendió el
asen- tamiento hasta la estación seca que, en los Andes, es generalmente más fría.
Durante el Arcaico Tardío-Terminal, una vez que el pastoreo fue desarrollado o
introducido en la región, esto podría haber involucrado el movimiento de animales
a elevaciones más altas durante la estación seca fría.
La ubicación de los sitios en la cima de pequeños montículos sugiere que la ocu-
pación podría haber involucrado la habitación de la región durante al menos una
porción de la estación húmeda. Varios agropastores aymaras locales se refirieron a
esas cimas elevadas como un aspecto deseable para el drenaje durante la temporada
de lluvias. Durante las excavaciones en Jiskairumoko, después de las lluvias, las
casas semisubterráneas se llenarían de agua. Obviamente, sí estaba cubierta por
una super- estructura menos agua entraría en las estructuras. Sin embargo, la
mitigación de las inundaciones aparece como una razón posible del porqué los
sitios son consistente- mente encontrados sobre esas cimas elevadas.
W < 25
W > 25
CH < 6
CH > 6
BEE
SE
ST
Estructura
SgT
A
M
Casa Semisubterránea 1
Interior
13,2 1 7 1 2 1 2
Casa Semisubterránea Poli
2 Exterior
18,69 1 9 2 3 2 3 Movil,
Alta No
pequeña
Casa Semisubterránea 2 8,47 1 4 1 1 1 1 agr. EF
Casa Semisubterránea 3 5,21 1 3 1 1 1 1 comunidad
circular Patri
pequeña
o Bi Poli
Estructura 15,18 1 8 2 3 1 3 Baja Near
Semisubterránea 1 Local EF
Estructura
Mon
9,85 1 5 1 2 1 2 Baja No
Rectangular 1 movilidad, EF
comunidad Med
Estructura grande, agr. Mono
22,96 2 11 2 4 2 4 No
Rectangular 2 intensiva
EF
Tabla 6. Sumario métrico de las Estructuras, el estimado de la población está redondeada a
la cantidad más cercana de personas. A= área m2; EF = Familia extendida; N = Estimado de
población de Naroll (1962); CH = Estimado de población de Cook y Heizer (1965, 1968)
<6 = menos de seis individuos por estructura mientras que >6 = más de seis individuos
por
estructura; W = población estimada de Wiessner (1974) >25 = más de veinticinco residentes
por asentamiento mientras que <25 = menos de veinticinco residentes por asentamiento;
BBE = estimado de población de Brown (1987) y Ember y Ember (1995); SE = asentamiento y
correlato económico derivado de Robbins (1966); SGT = patrones del Compartir (Brooks et
al. 1984; Gould y Yellen 1987; Kaplan et al. 1984; O’Connell et al. 1991), Dis. Genética (Garget y
Hayden 1991; Gould y Yellen 1987), y amenazas externas (Binford 1991; Gould y Yellen 1987,
1991); M = patrón correlacionado de matrimonios (Divale 1977; Ember y Ember 1971); ST =
correlación de estatus de Whiting y Ayers (1968), Poli = polígamos; Mono = monógamos; EF
= familia extensa esperada.
114 / t r a N s i c i o N e s del arcaico tard ío al F o r M a t i v o t e M P r a N o .. .
ALMACENAJE
En Jiskairumoko, el estimado de almacenaje externo es extremadamente esquemá-
tico puesto que la capacidad para observar esos rasgos es, en su mayor parte, una
función del muestreo y estos son difíciles de encontrar (Tabla 7). La Estructura
Semi- subterránea 1 exhibe una gran cantidad de almacenaje externo, pero este
bloque de excavación cubrió una extensión de 15x11 m. Claramente la gran
exposición alrede- dor de esta vivienda ha influenciado la cantidad de almacenaje
externo asociado con la estructura. Sin embargo, encuentro intrigante que aunque
hay una amplia exposi- ción alrededor de ella, las excavaciones no encontraron
algún depósito externo con ninguna de las estructuras rectangulares del
Formativo Temprano. Si los pozos de depósito externo estuvieron asociados con
esas viviendas, estos no estuvieron locali- zados cerca a las estructuras.
Comparado con el almacenaje externo, los estimados del almacenaje interno están
probablemente mucho menos impactados por problemas del tamaño de la muestra
(Tabla 7). Esto es porque o la estructura entera fue expuesta, o uno puede producir un
estimado razonable de qué proporción de la estructura fue expuesta y esta
proporción puede ser usada para ajustar el valor muestreado. Al comparar las Fases
1 y 2 del Arcai- co Terminal, parece que hay un leve incremento en almacenaje
interno en el tiempo. La Casa Semisubterránea 3 tenía un depósito interno de 130 L y
la Estructura Semisubte- rránea 1 tenía un depósito interno de 180 L. También hay
una reconfiguración de tener ocho hoyos internos en la Casa Semisubterránea 3
(Figura 21) a tener un solo gran pozo interno en la ocupación temprana de la
Estructura Semisubterránea 1 (Figura 25). Du- rante la última ocupación de la
Estructura Semisubterránea 1, el uso de este gran pozo interno fue abandonado
(Figura 26). Ninguna de las estructuras rectangulares del For- mativo Temprano
exhibió pozos internos de almacenaje de alguna clase (Figuras 29 y 32). Como los
parfleches (bolsas de cuero) usados por los cazadores de búfalos norteame- ricanos,
los residentes de Jiskairumoko podrían haber usado cueros para almacenaje aunque
evidencia positiva para esta tecnología no fue observada.
Para mí, la Fase 2 del Arcaico Terminal, la cual está representada por la
Estructura Semisubterránea 1, es el fulcro, o punto de apoyo, del cambio en las
prácticas de al- macenaje que tomaron lugar durante la ocupación de Jiskairumoko
(compare Figuras 25 y 26). En el inicio de la ocupación de esta estructura, el uso de
pozos de almacenaje interno muestra similitudes a la Fase 1 del Arcaico Terminal,
aunque la conversión de múltiples pozos pequeños a un solo gran pozo interno
indica el cambio de prácticas. Hacia el fin de la ocupación de la Estructura
Semisubterránea 1 el uso de un pozo de almacenaje interno fue abandonado, esto
muestra una similitud a la organización del espacio durante el Formativo
Temprano.
La relativa separación de la Estructura Semisubterránea 1 con relación a las
Casas Semisubterráneas 1 a la 3 implica niveles decrecientes del compatir, pero
aparte de un cambio en las prácticas de almacenaje no está claro lo que refleja el
paso de varios pozos pequeños de almacenamiento a una gran fosa en las
relaciones sociales. Sospe- cho que esto está relacionado a un aumento de la
dependencia de recursos almace- nados, pero queda la pregunta ¿Dónde están los
rasgos de almacenaje del Formativo
115 / N a t H a N c r a i g
Estructura Rectangular 1 - -
Estructura Rectangular 2 - -
TRANSICIONES ARQUITECTóNICAS
En la cuenca del río Ilave, la investigación hasta la fecha revela varias transiciones
arquitectónicas. Dos de esas transiciones son mayores y dos de ellas son menores.
Las transiciones mayores implican un cambio de arquitectura efímera a casas semi-
subterráneas más duraderas, y un cambio de casas semisubterráneas a estructuras
rectangulares sobre la superficie. Las transiciones menores implican cambios en la
naturaleza de la construcción de la casa semisubterránea y la organización interna
en el tiempo.
ticado pero solamente a un grado muy limitado. Parece que los residentes del
Arcaico Tardío de Pirco practicaron un patrón de asentamiento que implicó alta
movilidad residencial. Ellos parecen haber estado involucrados en prácticas
económicas que en- fatizaron la caza y un uso limitado de plantas que requirieron
procesamiento.
En Jiskairumoko, las anomalías de GPR grandes y fuertes fueron abundantes. Las
excavaciones revelaron que esas anomalías correspondieron a arquitectura
residen- cial, entierros y pozos grandes. La evidencia más temprana de
Jiskairumoko indica que hacia el fin del Arcaico Tardío los ocupantes del río Ilave
comenzaron la cons- trucción de casas semisubterráneas. Esas casas
semisubterráneas fueron claramente construidas para ser re-utilizadas, y los restos
encontrados dentro de las estructuras indican que estas fueron de hecho re-
utilizadas por cerca de un milenio. Los rasgos e instalaciones asociadas con las
casas semisubterráneas también fueron construidos para ser re-usadas. Los
fechados de las instalaciones como el Horno de Pozo 2 de- muestran re-utilización
de largo plazo. Tanto los rasgos de almacenaje interno como los externos están
asociados con todas las casas semisubterráneas. Comparado con Pirco, hay un
mayor aumento en la cantidad presente de instrumentos líticos para moler,
incluso, en las ocupaciones más tempranas de Jiskairumoko. Los residentes de
Jiskairumoko parecen haber adoptado un patrón de asentamiento que implicaba
mo- vilidad residencial significativamente reducida, el re-uso de ubicaciones
específicas en el paisaje y un mayor incremento en una dependencia al procesado
de semillas y almacenaje.
dISCUSIóN
Dentro de la arqueología, la transición de las casas semisubterráneas a las
estructu- ras sobre la superficie es un tópico “clásico” que ha sido repetido en
muchas partes del mundo. Jiskairumoko demuestra que esta clásica transición
también ocurrió en la sierra de los Andes Surcentrales. El mayor cambio en
términos de la privati- zación del almacenaje predicho por el modelo de Flannery
(1972, 2002) no parece haber tomado lugar durante la transición casa
semisubterránea a pueblo. Más bien la privatización de almacenaje parece haber
ocurrido más temprano en la secuen- cia, entre Pirco y Jiskairumoko, durante
algo muy similar a una transición de la cabaña (wikiup) a la casa
semisubterránea. Es en Jiskairumoko que uno encuentra: grandes grupos co-
residentes; evidencia temprana de ocupación prolongada; un creciente énfasis en
el procesamiento de plantas; mayor dependencia del almace- naje y almacenaje
privatizado. De este modo, en términos de la comparación de las ocupaciones
residenciales de Pirco y Jiskairumoko, el modelo de Flannery (1972, 2002)
funciona bien. Ya que en Jiskairumoko no hay depósitos visibles dentro de las
estructuras rectangulares del Formativo Temprano, la transición de casas semisub-
terráneas a estructuras sobre la superficie no parece seguir cercanamente el
mode- lo de privatización del almacenaje esperado de Flannery (1972, 2002). Sin
embargo, recordemos que durante la transición del Neolítico a la edad del Bronce
en la región del Trans-Cáucaso, la trashumancia pastoril creó un vector de
divergencia del mo- delo de Flannery (1972, 2002). Para la cuenca del Titicaca,
¿un énfasis creciente en la domesticación de camélidos alteró la naturaleza de las
prácticas de almacenaje? Una inversión creciente o especialización en el
pastoreo, como una forma de “alma- cenaje sobre pezuñas” ¿podría haber tenido
un rol que jugar en la aparente desapa- rición del almacenaje en y alrededor de la
estructuras del Formativo Temprano en
118 / t r a N s i c i o N e s del arcaico tardío al F o r M a t i v o t e M P r a N o ...
Cuando se comparan las ocupaciones de las casas semisubterráneas con las es-
tructuras rectangulares del Formativo Temprano, la imagen es mucho menos
clara. Ningún tipo de arquitectura se muestra evidencia de restos de pared o
algún tipo de superestructura duradera. Esto sugiere que ambos tipos de
estructuras estuvieron cubiertas con maleza o más probablemente con cuero. Las
rocas que delinean los bordes de los pisos de la Estructura Semisubterránea 1 y la
Estructura Rectangular 1 prestan además sustento a esta interpretación. Las rocas
probablemente ayudaron a anclar la superestructura. Así, en las condiciones de
los muros y techo existía pro- bablemente relativamente poca diferencia en la
producción o en los costos de man- tenimiento. Existen costos al excavar una
casa semisubterránea, pero estos no son sustanciales, esto podría ser hecho en
una tarde. Por otro lado, las tierras usadas en la construcción de las estructuras
rectangulares fueron excavadas de depósitos fuera del sitio, transportadas al
sitio, y además procesadas para crear el piso. No obstante, todo esto
probablemente constituye el trabajo de una tarde. A pesar de todo, dado los
costos añadidos del transporte y preparación del piso, las estructu- ras
rectangulares del Formativo Temprano fueron probablemente más costosas de
construir. Además, las estructuras rectangulares fueron regularmente mantenidas
al reconstruir los pisos.
CONCLUSIONES
Pirco y Jiskairumoko proporcionan información sobre un cambio de bauplan en los
ha- bitus domésticos de forrajeros móviles a pequeñas aldeas agropastoras más
sedenta- rias. En esos dos sitios, nuevos ordenamientos de las relaciones sociales
están mani- fiestos en la arquitectura doméstica y rasgos asociados. El entierro de
familiares cerca a las viviendas fue practicado por los residentes altamente móviles
de Pirco, pero el entierro carecía de bienes asociados y las estructuras a las que
estaban asociadas no fueron diseñadas para permanencias prolongadas ni
reocupación repetida. En Jiskai- rumoko, los individuos fallecidos continuaron siendo
enterrados adyacentes a las es- tructuras. Esas casas semisubterráneas fueron
ocupadas por períodos de tiempo más largos y fueron reocupadas durante muchos
años por gente que vivieron con recursos almacenados incluyendo Chenopodiums
domesticados. Los individuos enterrados cerca- nos a esas estructuras fueron
mayormente mujeres adornadas con objetos personales e instrumentos para el
procesamiento de alimentos. El rol de los ancestros y símbolos materializados de
prestigio y productividad económica tomó importancia desde el ini- cio de la vida de
la pequeña aldea. El cercano vínculo entre residencia, actividad de per- formance, y
enterramiento son consistentes con la afirmación etnográfica que la casa es un
“teatro de memorias” para comunicar relaciones sociales, políticas, económicas y
espirituales (Fox 1993: 23; Vellinga 2007: 758). De este modo, las viviendas formaron
las residencias en las cuales los niños crecieron, los adultos llevaban a cabo sus vidas,
y cerca a las cuales varios individuos fueron enterrados. Los vivos commemoraron los
logros de los recientemente fallecidos. En este proceso, un ejemplo a seguir fue fijado
para la siguiente generación. Así, con el establecimiento de un nuevo patrón de
asenta- miento a finales del Arcaico Tardío, vemos evidencia de esfuerzos para
reproducir esas prácticas y que continúan hasta el Arcaico Terminal. De esta manera,
un patrón de vida en las casas semisubterráneas que comienza alrededor de ca. 3300
cal. a.C. continúa con relativamente poca transformación hasta ca. 1700 cal. a.C.
Se ha afirmado que las casas son aspectos conservadores de la cultura (Parker
Pear- son y Richards 1994a: 62), y que son relativamente insensibles a
“contingencias” de cor- to plazo (Bermann 1994: 26-27; Wilk 1991). Acepto esas
afirmaciones como ciertas, pero noto que en Jiskairumoko, desde ca. 1700 a.C. hasta
el abandono del sitio probablemente ca. 1450 a.C. cambios en la arquitectura
residencial y el uso del espacio ocurrieron muy rápidamente. De esta forma, si un
cierto grado de estabilidad en los espacios residen- ciales puede ser esperado, y los
cambios en la construcción de la arquitectura residen- cial reflejan mayores cambios
en otros aspectos de la sociedad, entonces la transición Arcaico-Formativo fue un
período de transformación intensa y radical. Esto parece ha- ber comenzado
abruptamente alrededor de 3300 a.C., persistió con relativa estabilidad hasta ca. 1700
a.C. y entonces un cambio rápido ocurrió otra vez.
En algún momento durante la ocupación de la Estructura Semisubterránea 1 un
punto de inflexión fue alcanzado durante el cual la práctica del Arcaico Terminal del
almacenaje interno, el uso del fogón central, y la ubicación de entierros cercanos a las
estructuras fueron todas abandonadas; el uso de una roca de cocina fue incorporada.
Estas prácticas domésticas transcendieron la transición de vivir en estructuras exca-
vadas a la construcción y ocupación de estructuras sobre la superficie del Formativo
Temprano. Sí el fogón interior es tanto el “centro” literal como figurativo de la
residen-
120 / t r a N s i c i o N e s del arcaico tardío al F o r M a t i v o t e M P r a N o ...
cia y las actividades realizadas dentro de esas estructuras (Gould y Yellen 1987: 82), el
abandono del fogón central es una desviación significativa con respecto a las
prácticas anteriores. Sí la ubicación del depósito dentro de una estructura refleja la
privatización de bienes, entonces el abandono del depósito interno marca otro
importante cambio en las relaciones sociales. Ninguna de esas prácticas aparece bien
predichas por los mo- delos arqueológicos revisados en este capítulo. Para mí, el
hecho que en esos contextos donde la arquitectura y la organización del espacio
doméstico están cambiando rápi- damente y que los individuos no son más
enterrados cerca a las estructuras indica una valoración del cambio e innovación más
que estabilidad y tradición. Claramente más ejemplos de caso son requeridos para
contrastar esta hipótesis.
En la sierra andina, mucho trabajo queda por hacer en los sitios al aire libre que
datan de este fascinante e importante período de tiempo. Aunque he intentado pre-
sentar la mayor cantidad de información que es posible a partir de los restos que
la documentación de superficie y excavación pude detectar, el tamaño de la
muestra de los dos sitios es ciertamente pequeño. En la actualidad, a medida que
las prácticas culturales continúan cambiando, los modernos habitantes de la
cuenca del Titicaca están haciendo uso intensivo del arado mecanizado. Esta forma
de cultivar mezcla los depósitos a una profundidad mucho mayor. Esto puede llevar
al arrasamiento de los depósitos arqueológicos tan profundos como 80 cm. En el
caso de Pirco y más aún de Jiskairumoko, esto constituye la profundidad total del
depósito. Sí el actual estado de la cuestión continua en su curso presente, en corto
tiempo no quedarán en la region otros ejemplos de estos tipos de sitios al aire libre
para ser estudiados.
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4
El surgimiento de la
complejidad social en la cuenca
norte del Titicaca 1
a b i g a i l l e v i n e i , Ce C i l i a C H á v e z i i , a M a n d a Co
H e n i i i , a i M é e P l o u r d e i v y C H a r l e s s Ta n i s Hv
INTROdUCCIóN
Luego de muchos milenios de vivir como cazadores-pescadores-recolectores
móviles, unas pocas personas en unos cuantos lugares de la cuenca norte del
Titicaca comen- zaron a mejorar sus aldeas, construyendo estructuras especiales
en lo que habían sido previamente áreas domésticas. Este fenómeno comenzó en la
mitad del segundo mi- lenio a.C. y marcó el comienzo del período Formativo Medio
(ca. 1400—500 a.C.). Las más tempranas de esas estructuras fueron muy modestas, y
pueden ser vistas como ampliaciones de estructuras domésticas que ya eran típicas
en la región por siglos. Esta modificación del espacio doméstico en algo “diferente”
marca el comienzo del “complejo Kalasasaya,” la construcción de patios, pirámides,
y recintos amurallados como parte de un conjunto de rasgos arquitectónicos que
albergaron la vida ritual comunal y política (Stanish 2003: 141).
En los siguientes dos milenios, esos nuevos rasgos arquitectónicos crecieron en ta-
maño y complejidad. En términos generales, el período más temprano de la arquitec-
tura de patios hundidos estuvo caracterizado por numerosos, quizá cientos de asen-
tamientos dispersos a lo largo de la cuenca del Titicaca. Esas construcciones iniciales
fueron esencialmente pequeños patios y/o casas semi-subterráneas. Durante el
tiempo, el tamaño y la complejidad de la arquitectura se incrementaron, con la
adición de áreas
1 Traducido del ingles al castellano por Henry Tantaleán, en colaboración con Luis
Flores. i Departamento de Antropología, Universidad de California.
abbylevine@gmail.com.
ii Programa Collasuyo, Puno.
collasuyopuno@gmail.com. iii qaluyu@gmail.com.
iv. Humanities Research Institute, the University of
Sheffield. aimee.plourde@gmail.com.
v. Departamento de Antropología, UCLA.
stanish@ucla.edu.
132 / e l s u r g i M i e N t o d e l a c o M P l e j i d a d s o c i a l .. .
amuralladas y montículos poco elevados. A la vez, sin embargo, existió una reducción
en la cantidad total de asentamientos asociados con este complejo arquitectónico. Al-
rededor del tercer siglo después de Cristo, había solamente un puñado de sitios en la
región con patios muy grandes, pirámides, y recintos amurallados. Se podría plantear
que esta tendencia —la elaboración simultánea de arquitectura no doméstica y el
incre- mento pronunciado de la jerarquía de asentamientos— culminó con la
construcción del gran centro arquitectónico de Tiwanaku en la región sur del
Titicaca.
El desarrollo de esta arquitectura no doméstica está correlacionado con la
evolu- ción de la complejidad sociopolítica en la región. Sostenemos que esta
nueva forma de arquitectura corporativa jugó un rol importante en el desarrollo
de nuevas y más complejas formas de organización social. Específicamente, el
complejo Kalasasaya sirvió para coordinar el trabajo en una nueva forma que
proporcionó incremento de riqueza y poder a esas aldeas y posteriores pueblos que
participaron en, y así tomaron ventaja de el nuevo orden. Las transformaciones
organizacionales del siglo XIV a.C., efectivamente, pusieron en movimiento un
proceso competitivo que involucraba tra- bajo, comercio, y guerra acelerado por
más de un milenio, resultando en las grandes culturas de Pukara, Taraco, y
Tiwanaku en el primer milenio de nuestra era.
Este fenómeno cultural representa el surgimiento y consolidación de sociedades
complejas en los Andes centro-sur y se corresponde con procesos similares
alrededor del mundo. La amplia cuestión que nosotros tratamos en este capítulo es
cómo y por- qué el complejo Kalasasaya se desarrolló en la cuenca norte del
Titicaca. Trataremos, en primer lugar, los patrones empíricos en la evolución de
este fenómeno, y en se- gundo lugar, buscaremos definir qué factores pueden
explicar el proceso que generó y sostuvo este ciclo evolutivo.
Figura 1. Mapa del Lago Titicaca mostrando la ubicación de los sitios mencionados en el texto.
en la cuenca norte, sino más bien, este llegó a obtener poder dentro de un
contexto de competencia faccional y de alianzas cambiantes (Stanish 2003). La
apropiación de poder ideológico fue crítico para el éxito de Pukara, aunque esto
no significaba una estrategia novedosa. Los sitios con múltiples patios hundidos,
conjuntos estandari- zados de iconos, y finos estilos de arte cerámico y lítico
fueron elaboraciones de las estrategias de liderazgo más tempranas del Formativo
Medio diseñadas para atraer poblaciones locales y peregrinos por igual,
alejándolos de los asentamientos compe- tidores.
Aunque la exacta naturaleza de Pukara ha sido ardorosamente debatida (ver dis-
cusión en Klarich 2005 y en este volumen), está claro que los asentamientos conte-
niendo tal arquitectura monumental pueden atraer seguidores a través de la
produc- ción y distribución de la ideología por medio de rituales, fiestas, y la
producción de bienes representando imaginería sobrenatural. La participación en
las ceremonias y la adquisición de objetos simbólicos asociados habrían sido
fuentes importantes de poder y prestigio. El prestigio conferido mediante la
participación —señalado, en palabras de Plourde (2006), a través de la continua
adquisición de nuevos materiales simbólicos y conocimiento especializado— sería
transformado en estrategias de po- der (sensu Blanton et al. 1996) en sus nacientes
comunidades. La promesa de prestigio y status atraería a los individuos hacía
compromisos de deudas recíprocas de largo plazo (Hayden 1998) estableciendo, de
ese modo, una gran coalición de partidarios (Clark y Blake 1994) para el centro
aspirante. Si uno ve tal arquitectura teniendo efec- tos integradores para manejar
la tensión social (e.g. Flannery 1972), promoviendo la cohesión de la comunidad
(Bandy 2004; Hastorf 2003), o reforzando las desigualdades sociales (Abrams 1989;
Cohen 2010), el rol de esta arquitectura es central para el de- sarrollo de la
complejidad.
Tal marco teórico nos permite comprender al complejo Kalasasaya como un me-
dio por el cual las elites aspirantes utilizaron estrategias persuasivas para mante-
ner sus facciones y la organización compleja del trabajo en las que sus miembros
participaron y perpetuaron. El registro etnográfico está lleno de ejemplos de jefes
conduciendo fiestas en lugares especiales o sagrados como una forma para
mantener sus facciones (Stanish y Haley 2005). Una amplia gama de obligaciones
reciprocas entre jefes y miembros del grupo son negociadas durante momentos
especiales en esos lugares especiales. La economía política de tales sociedades de
jefatura efectiva- mente fusiona el ritual y la economía al crear un conjunto
culturalmente implícito de reglas que todos los miembros entienden. La
arquitectura corporativa es el lugar donde tal negociación toma lugar y sirve para
hacer algunas de esas reglas explicitas (ver Cohen 2010). Las sociedades que crean
el lugar para negociar exitosamente las complejas reglas del comportamiento
económico y la cooperación social, a largo pla- zo, dominarán el paisaje político.
Por lo tanto, una pregunta teórica central emerge de esos datos: ¿cuáles son los
factores que pueden explicar la relativamente rápida emergencia de la sociedad
com- pleja, como está representada por la evolución del complejo Kalasasaya? Los
factores hipotetizados aquí son la organización del trabajo, el comercio, y el uso del
conflicto. Estos factores juegan en un contexto geográfico que favoreció los
agrícolamente ricos
136 / e l s u r g i M i e N t o d e l a c o M P l e j i d a d s o c i a l ...
extremos norte y sur del la cuenca del Titicaca. En el norte, esta región estaba
centra- da en el corredor a lo largo del lago y desde los ríos Huancané, incluyendo
el Taraco y el Azángaro, hasta el Pucará. En el sur, la región está limitada por la
Pampa Koani, atravesando la península de Taraco, Tiwanaku y la región de Jesús de
Machaca.
Comercio
El comercio externo proporciona uno de los elementos claves en la creación de
econo- mías políticas complejas. Los bienes no locales adquieren valor debido
simplemente a su rareza y asociación con lo exótico (ver Helms 1993). A diferencia
de los bienes dis- ponibles comúnmente, los bienes exóticos son creadores de
prestigio o marcadores de status (Plourde 2006). Al crear economías que generan
excedentes mediante mate- riales disponibles localmente, las comunidades pueden
comerciar ese excedente con otras comunidades que correspondientemente crean
bienes de recursos específicos. Este tipo de intercambio representa una clásica
relación económica entre regiones con bases de recursos diferenciales
comerciando sus bienes para mutuo beneficio. Aumentar la producción a través del
trabajo especializado también tuvo un efecto político adicional. Entre los centros
competidores, la reciprocidad institucional inhe- rente a las relaciones de
comercio también serviría como un mecanismo integrador crítico, creando
obligaciones entre socios locales de intercambio y fomentando alian- zas entre
contactos dispersos (Adams 1974; Malinowski 1920; Mauss 1950).
azul no local en contextos que datan del Arcaico Terminal temprano (Craig y Alden-
derfer 2002). Esta piedra, alternativamente identificada como sodalita o lapizlázuli,
a menudo se usaba para elaborar cuentas, y podrían haber sido importada desde
una fuente en Cochabamba, al sur de la cuenca del Titicaca (Browman 1981). Una
variedad de plantas alucinógenas y otros materiales orgánicos, incluyendo coca,
también fue- ron conseguidos de entornos de tierras bajas. Las sustancias
psicotrópicas tales como vilca, ayahuasca, brugmansia, que crecían en las tierras
bajas amazónicas y vertientes orientales tropicales, fueron usadas conjuntamente
con tubos inhaladores y tabletas, las cuales también fueron comercializadas
(Janusek 2008; Plourde 2006).
Conflicto
Los documentos históricos indican que la ocupación Inca de la región del Titicaca se
produjo a través de la conquista militar y luego de una intensa negociación. Como
en el resto de los Andes, el conflicto se extendió antes del Intermedio Tardío (ver
Arkush 2005 y en este volumen). La pregunta a responder es qué evidencia de
conflicto existe previamente al Intermedio Tardío. Comenzando en el otro extremo
de la secuencia cronológica, existe poca evidencia de conflicto organizado en los
períodos Arcaico o Formativo Temprano. Nosotros tenemos alguna evidencia de
patrones de asenta- miento de que los sitios estuvieron situados defensivamente
tan temprano como en el Formativo Medio, aunque esto no es completamente
seguro. La evidencia de con- flicto y competencia llega a ser más clara en el
registro arqueológico del Formativo Superior, y nosotros planteamos que la
violencia organizada puede rastrearse por lo menos en este tiempo. Un fechado
radiocarbónico de la base de un muro de un sitio fortificado en el valle de Putina
lo coloca en el Formativo Superior entre los 108
a.C. – 120 d.C.1 Esta fecha es consistente con las ubicaciones defendibles del período
Formativo Superior en la cuenca norte del Titicaca en general.
También hay un cambio iconográfico importante durante este período que habla
del uso de la violencia como estrategia política. El repertorio iconográfico Pukara,
el cual incluye cabezas trofeo, “devoradores”, decapitadores y felinos arrodillados
rugiendo, alude a un ethos de violencia y poder desigual (Hastorf 2005: 68) nunca
an- tes visto en la región del Titicaca. De particular interés son las
representaciones de “cabezas trofeos” (Arnold y Hastorf 2008; S. Chávez 1992), que
habían estado ausen- tes de la tradición Yaya-Mama del Formativo Medio. En el
Formativo Superior, este motivo aparece “en el arte lítico, cerámico, y textil, y su
poder simbólico en la región no puede ser exagerado” (Stanish 2003: 161). El uso de
estos tipos de imágenes pro- bablemente refleja conflictos reales entre grupos de
elite en la región en este tiempo. Además, Arnold y Hastorf sostienen que el
conjunto de cabezas humanas, represen- tando clérigos, encontradas en el sitio de
Pukara (S. Chávez 1992: 64; Kidder 1943) probablemente representa “la captura de
poderes enemigos” (Arnold y Hastorf 2008: 190-191). Basados en esta información
junto con los datos de los asentamientos, su-
1 AA53817. Sitio HU-081; carbón vegetal; 1994 ± 42; 108 a.C. – 120 d.C. 95.4%; OxCal 4.0.
Este fecha- do fue obtenido por Ms. Lisa Cipolla, un miembro del Programa Collasuyu.
139 / a . l e v i N e , c. c H á v e z , a . c o H e N , a . P l o u r d e y c. s t a N i s H
INVESTIgACIóN EN TARACO
El sitio arqueológico de Taraco está localizado en la orilla del río Ramis en la cuenca
norte del Lago Titicaca, en el pueblo actual del mismo nombre. Siguiendo el patrón
de los sitios formativos alrededor de la región del Titicaca, pocos restos del sitio
perma- necen de pie actualmente. Los investigadores largamente han reconocido
la impor- tancia del área de Taraco; el pueblo moderno es renombrado por la
cantidad y calidad de sus monolitos esculpidos en el estilo Yaya-Mama. De hecho, la
primera estela ori- ginal Yaya-Mama descrita por S. Chávez y K. Chávez (1975) fue
descubierta en Taraco, y está actualmente en exhibición en el museo de la
comunidad. Muchos otros, inclu- yendo Kidder (1943), quien comentó sobre los
monolitos de Taraco, Tschopik (1946), Mujica (1978), Lumbreras (1968), y Rowe
(1942), también han publicado comentarios sobre el sitio.
Richard Burger y colegas (2000) publicaron un importante análisis de
artefactos de obsidiana excavados del sitio de Taraco por S. Chávez y K. Chávez
como parte de un estudio más amplio de obsidiana de los Andes Sur Centrales
(Burger et al. 2000). Una cantidad importante (16%) de los artefactos de obsidiana
excavados de los niveles “inmediatamente pre-Pukara” en Taraco proceden de la
fuente de Alca, una fuente de obsidiana fundamentalmente usada por las
poblaciones del área del Cusco. Los residentes de la región del Titicaca, en
contraste, generalmente solo ex- plotaron obsidiana extraída de la fuente de
Chivay del valle del Colca (Burger et al. 1998). La abundancia de obsidiana de Alca
en la cuenca del Titicaca es considerado como un indicador de la intensidad de
intercambio con el área del Cusco. El porcen- taje de obsidiana de Alca es una
“cantidad nunca ocurrida antes ni igualada después de este período”, y sugiere
que “Taraco podría haber atraído gente y recursos del Cusco en peregrinaje a
este evidentemente centro público mayor” (Burger et al. 2000: 311-312).
Una investigación reciente en Taraco indica un denso agrupamiento de asenta-
mientos del período Formativo, enlazados por una red de caminos, en el área que
rodea al pueblo actual (Figuras 2 y 3). El montículo, sobre el cual el actual pueblo
fue construido, también destaca entre otros sitios contemporáneos de la
prospección debido a su comparativamente gran tamaño. En conjunto, esos
montículos forman el sitio-complejo de Taraco. Según lo representado por los datos
de la prospección (Stanish y Umire 2002), el área total de la ocupación Qaluyu y
Pukara temprano suma cerca de 100 há, proporcionando evidencia clave de que
Taraco fue un lugar central principal mayor para Qaluyu y, junto con Pukara, uno
de los dos principales centros políticos compitiendo por el dominio regional
durante los períodos Formativo Medio y Superior Temprano. Como tal el sitio es un
caso ideal para comparar modelos de evolución cultural.
140 / e l s u r g i M i e N t o d e l a c o M P l e j i d a d s o c i a l ...
patio hundido. Finalmente, la superficie del Área A estuvo cubierta por cantidades
importantes de cerámica formativa, incluyendo materiales diagnósticos Qaluyu y
Pukara (Stanish y Umire 2002), que proporcionaron un buen indicio de la
naturaleza de los depósitos subyacentes.
Las excavaciones realizadas por Stanish y De la Vega en 2004, Levine y C. Chávez
en 2006-07, y la limpieza de perfiles cortados por el río por Levine en 2007
produjeron una secuencia cultural estratificada para el montículo alcanzando
cerca de cuatro metros en profundidad, y correspondiendo a ocho fases de
ocupación humana (Fi- gura 4). Basándose en las cerámicas asociadas, las tres
ocupaciones más tempranas datan del período Formativo, y han sido denominadas
Fase 1, Fase 2 y Fase 3. Cada una de esas ocupaciones estaban asociadas con una
edificación hecha de piedra can- teada, con las posteriores dos ocupaciones
superpuestas sobre las más tempranas. Los pisos estuvieron compuestos por una
fina arcilla preparada que fue a menudo de color rojizo. Los pisos estuvieron
intercalados con lentes de cenizas, indicando que estos fueron quemados
periódicamente y repuestos. Tanto las construcciones de la
142 / e l s u r g i M i e N t o d e l a c o M P l e j i d a d s o c i a l ...
2 AA63328; carbón vegetal. Para el fechado 1885 ± 40 los dos posibles rangos de edad
calibrada son 29—38 cal d.C. (p=.014), y 51—233 cal d.C. (p=.94). Calibrado en 2 con el
programa OxCal 4.0.
143 / a . l e v i N e , c. c H á v e z , a . c o H e N , a . P l o u r d e y c. s t a N i s H
tendiéndose sobre una gran área de la terraza. Este evento marca un cambio en la
estratigrafía en Taraco, aunque no existe evidencia para sugerir que el sitio estaba
abandonado. Niveles posteriores a la quema contuvieron cantidades decrecientes de
obsidiana, una ausencia de cerámica polícroma, y una reducción general en la
calidad de la colección cerámica (De la Vega 2005; C. Chávez 2007). Superficies
apisonadas, más que pisos preparados cuidadosamente, y cimientos de piedra de
campo caracte- rizan la posterior ocupación Huaña (C. Chávez 2008b).
El análisis de las cerámicas del Área A fue completado por Levine usando la
tipolo- gía desarrollada por C. Chávez para su estudio de las cerámicas de la cuenca
norte del Titicaca (C. Chávez 2008a). Los análisis identificaron varios tipos de
cerámica, inclu- yendo jarras, cuencos, vasijas de cocina, etc. De particular interés
son los cuencos, los cuales muestran algunos patrones llamativos. La muestra total
de cuencos (n=186) in- cluyó especímenes decorados y no decorados, como también
vasijas con paredes rec- tas (tazones) y paredes convexas (cuencos). Nuestra
interpretación es que, aunque la co- lección del Formativo en Taraco parece haber
sido utilizada para múltiples propósitos, es probable que los cuencos fueran
utilizados fundamentalmente durante actividades de compartir o servir alimentos.
Cuando se consideran por fase, los cuencos muestran
144 / e l s u r g i M i e N t o d e l a c o M P l e j i d a d s o c i a l ...
3 Un análisis de la varianza de una entrada Kruskal-Wallis fue usado para evaluar la variabilidad
entre las tres muestras, y los resultados (H = 10,66, df = 2, p = ,005) indican una variación
impor- tante entre las tres muestras; nosotros podemos, por tanto, rechazar la hipótesis nula
que esas tres muestras fueron elaboradas de la misma población. Esta prueba fue seguida por
un test U- Mann-Whitney, una prueba no paramétrica usada para comparar los promedios de
dos muestras independientes.
4 El nombre Taraco es usado tanto para el pueblo en el norte como también para la Península y
el pueblo en el sur.
145 / a . l e v i N e , c. c H á v e z , a . c o H e N , a . P l o u r d e y c. s t a N i s H
tectura doméstica del Área A en Taraco estuvo asociada con muchos más ejemplos
de cerámica de estilo Qaluyu decorada con líneas incisas anchas y pintura roja-
marrón sobre crema (C. Chávez 2007, 2008b). Esta distribución diferencial de
cerámica fina en dos sitios contemporáneos sugiere patrones de acceso desiguales
que reflejan un status diferencial entre los dos sitios.
Resulta interesante que, aunque la obsidiana de Chivay y las elaboradas vasijas
uti- litarias estuvieron presentes en las ocupaciones más tempranas de Taraco,
trompetas y quemadores de incienso —componentes de la tradición religiosa Yaya-
Mama— no aparecen hasta muy tarde cuando la cerámica Pukara está presente.
Esos resultados sugieren que Taraco quizás alcanzó status durante el Formativo
Medio mediante el comercio de obsidiana y posteriormente incorporó esta mayor
complejidad de festi- nes y un sistema político consagrado en la tradición Yaya-
Mama. Este patrón es con- sistente con los datos del resto de la cuenca norte del
Titicaca que se correlacionan con la progresiva elaboración de las estrategias de las
elites.
Debido a su estratégica localización, la cual tal vez fue originalmente elegida de-
bido a la alta concentración de recursos en el área, Taraco parece haber llegado a
ser una “comunidad de tránsito” (Bandy 2005) para el paso de caravanas de comer-
ciantes, casi como las aldeas de la Península de Taraco, localizadas en la cuenca sur
de Bolivia. Las unidades domésticas individuales podrían haber asumido derecho
de alojamiento a cambio de presentes de bienes exóticos, como sugiere el gran
tamaño de las vasijas de servicio de alimentos y la abundancia de obsidiana hallada
en las fases ocupacionales más tempranas. Finalmente, la riqueza obtenida a través
del alo- jamiento fue usada para financiar los inicios de una economía política, que
incluyó actividades públicas ceremoniales con música (zampoñas y trompetas), la
quema de incienso, y las fiestas patrocinadas por la comunidad. Efectivamente, esta
riqueza permitió a Taraco “comprar en el interior” de las ideologías regionales,
incluyendo la tradición religiosa Yaya-Mama. Durante el período Pukara Temprano,
esas estra- tegias atrajeron exitosamente a poblaciones de tan lejos como la región
del Cusco, como sugiere la presencia de obsidiana de Alca en estos niveles.
El cambio en la naturaleza del compartimiento de comida y actividades festivas
se manifiesta en la frecuencia más alta de cuencos pequeños durante la Fase 3. Este
pa- trón es similar al identificado por Steadman (2007) en el sitio de Kala Uyuni,
localiza- do en la Península de Taraco. En su análisis de cerámicas de este sitio, ella
documentó la presencia de grandes cuencos para la fase Chiripa Tardío que fueron
usados para actividades comunitarias de compartimiento de alimentos (Bandy
2007; Steadman 2007). Esta categoría de tamaño de cuenco está ausente de la
colección del Formativo Tardío. Significativamente, los cuencos comprenden un
porcentaje importante de la colección de Taraco; sin embargo, su tamaño
promedio es más pequeño que los de la fase Chiripa Tardío. Bandy sugiere que esta
reducción en el tamaño del cuenco refleja una “reconfiguración de la
comensalidad” durante el Formativo Tardío que implicó un cambió de los eventos
comunales del estilo potluck6 de compartir alimen-
6 Los Potluck son una costumbre culinaria de Estados Unidos, originalmente inglesa,
que consiste en la forma colectiva de aportar alimentos a una reunión o banquete colectivo.
147 / a . l e v i N e , c. c H á v e z , a . c o H e N , a . P l o u r d e y c. s t a N i s H
tos a eventos más públicos en los que los participantes fueron servidos en vasijas
individuales (Bandy 2007: 141). Este nuevo estilo de festividad, descrito por Bandy
como “uno-para-muchos,” representa un cambio hacia un status de “anfitrión” más
definido y representa una de las varias formas en que los líderes podían desarrollar
su economía política, de ese modo atrayendo seguidores y manteniendo el
crecimiento de su comunidad.
En otras partes, Stanish (2001, 2003), Griffin y Stanish (2007) y Levine (2008,
e.p.) han discutido el rol de la competencia y la violencia en la evolución princi-
palmente de la autoridad durante el período Formativo Superior. Cohen (2010)
encontró evidencia para “la incineración y ofrendas dedicatorias de vasijas cerá-
micas y cuerpos humanos in situ” en el patio temprano del sitio Huatacoa, lo cual
puede ser convincentemente interpretado como evidencia de conflicto. 7 Las pri-
meras fortalezas son aparentemente muy tempranas y el conflicto era endémico
durante el período Intermedio Tardío (Arkush 2005). Aunque la violencia política
organizada podría o no haber motivado inicialmente la cooperación, sin duda es-
tuvo implicada en la transformación del paisaje político y económico del
Formati- vo Superior. Sostenemos que el incendio en Taraco no estuvo
relacionado con un accidente, ritual o el proceso de abandono del sitio. Más bien,
este acontecimiento representa la evidencia más temprana documentada de una
agresión desarrollada en la región del Titicaca (Levine 2008). Luego de este
evento, la gente continuó vi- viendo en el sitio; sin embargo, la naturaleza de la
ocupación había cambiado. Los residentes no construyeron más con piedra
canteada o participaron en rituales públicos y ceremonias. No manufacturaron o
usaron cerámica elaborada. Siguien- do con la destrucción en la Fase 3 del
asentamiento, Taraco, al parecer, perdió abruptamente su status político y
económico como un centro regional mientras que Pukara surgía, un frío
testamento quizás, a la eficacia de la competencia exito- sa entre organizaciones
políticas pares.
7 Cohen, de hecho, prefiere una interpretación de esos datos como un evento ritual.
148 / e l s u r g i M i e N t o d e l a c o M P l e j i d a d s o c i a l ...
CONCLUSIONES
En suma, el surgimiento de entidades políticas complejas en la cuenca norte del
Titi- caca comenzó alrededor del 1400 a.C. con la construcción de unos cuantos
modestos patios hundidos. Hipotetizamos que esos patios fueron los primeros
centros “públi- cos” de tácticas político y ritual diseñados, entre otras cosas, para
mantener el com- portamiento cooperativo entre ciertos grupos sociales. Esta
cooperación se extendió hacia actividades productivas alrededor de la producción
de objetos locales que fue- ron intercambiados por bienes foráneos. Para la mitad
del primer milenio a.C., esos elementos arquitectónicos, denominado el complejo
Kalasasaya, llegaron a ser muy elaborado. Un conjunto completo de objetos,
edificaciones y conductas se reunió en una estrategia coherente para mantener
altos niveles de cooperación social. Alrede- dor de esta misma época, algunos de
esos grupos organizaron sus facciones para con- ducir asaltos y tomar cabezas
trofeo en una escala regional. El desarrollo del conflicto organizado sirvió como un
instrumento para la construcción de complejas alianzas políticas dentro y entre
asentamientos. Para finales del primer milenio a.C., dos cen- tros políticos y
económicos regionales se habían desarrollado. Taraco y Pukara fue- ron
competidores, con el último finalmente prevaleciendo en esta lucha regional.
Dentro de dos o tres siglos, Pukara mismo había colapsado dentro de un período de
inestabilidad en el cual emergió la cultura Huaña Temprano. La cuenca del Titicaca
es una región excepcional para estudiar el desarrollo de sociedades complejas. La
inves- tigación futura indudablemente nos proporcionará un conocimiento más
profundo de esta fascinante región del mundo antiguo.
149 / a . l e v i N e , c . c H á v e z , a . c o H e N , a . P l o u r d e y c. s t a N i s H
Agradecimientos
Nuestro agradecimiento a los miembros del Programa Collasuyo, que han
contribuido a una mayor comprensión de la prehistoria del norte de la cuenca del
Lago Titicaca. Gracias, también, al Dr. P. Ryan Williams, del Field Museum, por su
ayuda con PXRF, y al personal del Museo Contisuyo por el uso de sus instalaciones.
La investigación ar- queológica en Taraco se realizó con la autorización del
Instituto Nacional de Cultura de Perú, y fue generosamente financiada con becas
de la National Science Foundation, el departamento de Antropología, del Latin
American Institute, las dotaciones Cotsen y amigos de arqueología en UCLA. Estamos
muy agradecidos con el Cotsen Institute of Archaeology de UCLA por su apoyo en el
curso de nuestra investigación. Por último, nos gustaría dar las gracias a Luis
Flores Blanco y Henry Tantaleán por su invitación a participar en este volumen.
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a l e x g o n z a l e s y C a r l o s z a Pa Ta b e n i Te s
iii
iv
INTROdUCCIóN
La arqueología del tiempo denominado en la literatura arqueológica como
“Formativo”1 en la cuenca norte del Titicaca tiene como máximos exponentes de
desarrollo social a Qaluyu (1400 a.C.-400 a.C.) y Pukara (400 a.C.-350 d.C.) (Hastorf
2005; Janusek 2004; Stanish 2003). Estas dos entidades han sido representadas a
partir de la definición y aislamiento, principalmente de dos estilos cerámicos que
se reconocen, por lo gene- ral, como dos grupos sociales que se suceden uno tras
del otro. Asimismo, cada uno de ellos está asociado a un conjunto de sitios y
litoescultura lo que completaría la materialidad social de ambas entidades.
En esta publicación y otras anteriores (Tantaleán 2008, 2010) hemos observado
que nuestro conocimiento de este tiempo todavía es insuficiente y bastante
fragmen- tario. Dado este panorama, nuestra investigación, que aquí se presenta,
ha tratado de generar un nuevo corpus de datos que nos ayude a comprender
dichos fenómenos sociales. Para ello, desde el año 2007 nuestro equipo de
investigación ha estado reco- nociendo sistemáticamente el valle del río
Quilcamayo-Tintiri, un tributario del río
Azángaro. Este último río, junto con el Pucará, conforman las principales áreas
donde se ha reconocido una cantidad importante y significativa de sitios
relacionados con Qaluyu y Pukara. De esta manera, uno de nuestros objetivos
principales fue contras- tar nuestra información de un área mínimamente
(re)conocida con la información del “área nuclear” de Qaluyu y Pukara. Asimismo,
nuestro objetivo es pasar de la de- finición de una sociedad solamente a través de la
cerámica a generar una perspectiva más dialéctica donde los estilos son sólo una
parte integrante de una materialidad social más amplia que debemos reconocer en
su dinámica productiva y las prácticas sociales en la que estos se hayan inscritos.
Pero antes de pasar a describir nuestra investigación concreta debemos hacer
algunas observaciones sobre cómo vemos la arqueología de la cuenca norte del
Titicaca.
2 Dada el espacio limitado que tenemos aquí no los desarrollaremos in extensu. Sin embargo,
se puede consultar Tantaleán 2010.
157 / H e N r y t a N t a l e á N , M i c H i e l z e g a r r a , a l e x g o N z a l e s y c a r l o s z a P a t a
(Stanish et al. 1997), tipologías de asentamientos (Stanish et al. 1997; Stanish 2003:
89) o jerarquías de estos (Bandy 2001; Plourde 2006: 215; Plourde y Stanish 2006)
basados en la extensión y/o volumen de los asentamientos y sus elementos
constituyentes3 en el momento de su investigación.
Para paliar en algo esta situación, hemos recolectado y estudiado la información
existente sobre los sitios y objetos arqueológicos conocidos con el nombre de
Qaluyu y Pukara4. En este capítulo, dichos materiales, tratan de ser re-insertados en
su lugar de producción y/o uso original, de manera tal, que nos pueden informar
de su propia génesis.
de una época” (como planteaban, por ejemplo, Winckelman o Hegel), como por una
perspectiva evolucionista de la sucesión de estilos (Bardavio y Gonzáles Marcén
2003: 50; Trigger 2006: 57).
Bajo estas premisas, en el siglo pasado se desarrolló en los Andes Centrales una
investigación orientada hacia los diseños “mitológicos” incluidos en los objetos ar-
queológicos (Tello 1923; Larco Hoyle 1938; Carrión Cachot 1959; Menzel 1964) y que
alcanzó su mayor despliegue con los estudios iconográficos inspirados en los enun-
ciados de Erwin Panofsky (1955) enfocados, sobre todo, en la compleja decoración
de la cerámica Moche de la costa norte del Perú (por ejemplo, Hocquenghem 1987).
Dicha tradición, luego, fue recogida por John Rowe en sus análisis de la iconografía,
como por ejemplo, en sus fases litoescultóricas del sitio de Chavín de Huántar en la
sierra norcentral (Rowe 1979 [1967]). De esta manera, el estilo se utilizaba como
medio para la construcción de una epistemología y/o metodología para la
explicación del objeto “hacia afuera”, en la que la apariencia del objeto nos
comunicaba 7 una serie de características subjetivas de la sociedad8, sobre todo,
ideológicas (por ejemplo, ver Willey 1999) y, últimamente desde la arqueología
post-procesual, proporcionaría la oportunidad de recuperar significados o
comprender narrativas (ver por ejemplo, Hodder 1993, 1994; Shanks y Tilley 1992
[1987]: 137; Shanks 1999: 6).
En este capítulo, nosotros asumimos la existencia de un estilo como una forma
de producir y reproducir objetos en una situación histórica concreta, bajo
condiciones objetivas y subjetivas específicas9. Asimismo, un único estilo, en tanto
producción so- cial, no domina necesariamente un espacio y tiempo, pues, incluso,
estilos diferentes pueden convivir en un mismo tiempo y espacio y, de hecho, así
lo hacen en algunos sitios arqueológicos. Para nosotros, el estilo no pertenece a
una expresión ideal de una sociedad o una manera de encarnar el pensamiento
sino que es la materialización u objetificación de una producción social posibilitada
por la materia prima y que, a su vez, al crear realidad, condicionó la existencia de
la vida social que la procuró (Kosik 1967; Patterson 2009). Esto quiere decir que, los
objetos arqueológicos fueron produ- cidos socialmente por los seres humanos,
fueron una extensión de su ser y, su exis- tencia en este mundo posibilitó toda una
realidad social. De esta forma, los objetos
Posteriormente, entre los 400 a.C. y los 350 d.C., aunque existen ciertas
características y continuidades formales inspiradas en el momento anterior, se hace
evidente un cam- bio en la selección de los materiales, en la tecnología e inversión en
el tiempo y/o esfuer- zo para la producción de objetos en el estilo Pukara.
Distinguiremos tres componentes u objetos significativos durante este tiempo: el
montículo de dimensiones monumentales, la lito-escultura (especialmente las estelas)
y la cerámica polícroma e incisa.
Considerando lo expuesto, podremos sugerir ciertas lógicas de producción más
adelante y avanzar planteamientos de cómo sería su hallazgo en áreas relacionadas
con dichas producciones (Tantaleán 2010) como se hizo en el caso del análisis del
ma- terial recuperado en nuestra prospección del valle del Quilcamayo-Tintiri.
Además, al reunir dichos elementos podremos asegurar una co-existencia que
revele sus formas de posibilitar y condicionar la vida social durante espacios de
tiempo importantes.
Si bien existen otros artefactos u objetos que pueden ser asignados a los estilos
antes mencionados, por el momento, son minoritarios. Por ejemplo, tenemos
conoci- miento de una importante producción de artefactos sobre hueso de
camélidos (Colec- ción del Museo Peabody de la Universidad de Harvard), metal
(pectoral en la misma colección, placas metálicas en McEwan y Haeberli 2000),
madera (Alcalde 2001: 28) y textiles (Conklin 1983, 2004; Mujica 1991; Haeberli 2001;
Young-Sánchez 2004: fig. 2.21) durante estos tiempos. Creemos que el estudio de la
producción y uso de dichos objetos es relevante para entender mejor las
características de la vida de dichas socie- dades, pero su escasez, características
materiales y su ubicación actual no permiten, por el momento, establecer un
panorama claro de su producción.
Los asentamientos asociados a los objetos del estilo Qaluyu se elaboran básica-
mente con barro y piedra, elementos accesibles para cualquier poblador de la
cuenca norte del lago Titicaca. Estos sitios se ubican en lugares que poseen un
dominio visual de sus alrededores como son las elevaciones en áreas llanas o
pampas o en laderas y/o en cimas de cerros; modificando por primera vez de una
manera significativa el pai- saje natural. Asimismo, los asentamientos Qaluyu
tienen acceso directo a las fuentes de agua próximas a las orillas de lagos, ríos o
manantiales, aunque las edificaciones no se realizaron directamente en áreas
potencialmente agrícolas.
161 / H e N r y t a N t a l e á N , M i c H i e l z e g a r r a , a l e x g o N z a l e s y c a r l o s z a P a t a
Los asentamientos con objetos de estilo Qaluyu son los primeros asentamientos
permanentes que crecen y concentran volúmenes de construcción en esta parte de
la cuenca del Titicaca. Se trata de montículos que sobresalen y modifican el paisaje
social y, en el caso de los conjuntos de terrazas, se manifiestan por una acumula-
ción o extensión de estas sobre áreas de cerros. Asimismo, como se ha observado
en diferentes investigaciones en sitios arqueológicos asociados con objetos de estilo
Qaluyu (Plourde 2006; Tantaleán 2010), muchos de estos contienen componentes
pre- cerámicos lo que supone que, incluso, se superpondrían a asentamientos
mucho más antiguos.
Los asentamientos asociados a objetos de estilo Qaluyu, concretamente son
espacios arquitectónicos residenciales de planta rectangular (domésticos) y hasta el
momento no se ha evidenciado arquitectura monumental. En ciertos casos, se ha
planteado la existencia de plazas hundidas en algunos montículos, aunque no han
sido debidamente registrados y fechados. Las huancas parecen ser los objetos claves
líticos de los sitios arqueológicos Qaluyu y estarían relacionados con las primeras
arquitecturas extra-do- mésticas, públicas o “corporativas” de ese momento histórico.
A pesar de su gran núme- ro, estos sitios no tienen gran variación y diferenciación
superficial. Por consiguiente, comparten componentes o rasgos básicos comunes:
espacios residenciales (con gran- des depósitos de desechos) y conjuntos de campos
elevados o “camellones”. Si existe alguna diferencia sólo concierne a la extensión del
asentamiento.
En el caso de los asentamientos asociados a objetos del estilo Pukara, la mayoría
de ellos se superponen a asentamientos que se formaron cuando se estaban
produciendo objetos de estilo Qaluyu o eligen nuevos terrenos que poseen una
destacada ubicación en el paisaje, como las faldas de los cerros y las elevaciones
topográficas. Estos asenta- mientos están ubicados en lugares con un gran control de
la visibilidad y movimiento de y hacia las áreas circundantes: pasos de valle y
accesos a otras zonas ecológicas más allá del altiplano del Titicaca14. Para la
construcción de los asentamientos Pukara se uti- lizaron elementos materiales
variados, seleccionándose la materia prima en lugares de fácil acceso, así como
también de fuentes alejadas, incrementándose el uso de grandes bloques piedra,
sobre todo, de arenisca. Estos asentamientos se incrementan en exten- sión y
volumen con respecto a sus predecesores, construyéndose sobre estos mismos o
fundándose nuevos asentamientos. Los sitios incluyen grandes espacios abiertos con
muros más elaborados y, entre ellos, la plaza cuadrangular o rectangular hundida es
una estructura arquitectónica central y clave en los asentamientos Pukara y se
localiza en lugares elevados y segregados de los espacios residenciales. Las estelas
escalonadas de arenisca de grandes dimensiones y con diseños complejos son los
objetos más signi- ficativos de estos sitios y evidentemente asociados a la
arquitectura monumental.
tigar. Obviamente, partimos de la premisa de que cada área (en nuestro caso, el
valle del Quilcamayo-Tintiri) podría tener una historia particular que no
necesariamente se repite o se manifiesta de la misma manera que en otras áreas,
dado que las prácti- cas sociales son las que constituyen históricamente su
materialidad.
Descripción geográfica
El área geográfica, objeto de nuestro estudio de reconocimiento, se encuentra
ubica- da en la provincia de Azángaro en el departamento de Puno (Figura 1). Su
medio am- biente es típico de puna y destaca por ser parte de la meseta altiplánica
con algunas elevaciones montañosas a los lados del valle. Presenta vegetación
escasa y rala (ichu) y algunos arbustos. Es una zona que, por dichas características,
es bastante explotada como área de pastoreo extensivo de camélidos. La zona llana
del fondo del valle don- de se realizó la mayor parte del estudio, se encuentra
ubicada a un promedio de 3850 msnm (Figura 2). Actualmente es un área de baja
densidad demográfica y su aspecto es rural con viviendas y caseríos dispersos.
Dichas condiciones ayudan a la prospec- ción por cuestiones de visibilidad como de
preservación de los yacimientos.
Durante nuestra prospección hemos recorrido ambas márgenes del río Tintiri y
Quilcamayo, uniendo a lo largo del primer río a la localidad de Azángaro con la
loca- lidad de Condori, áreas en las que se han evidenciando grandes
asentamientos tem- pranos como los de Cancha-Cancha Asiruni, Tintiri y
Chaupisawakasi (Chávez 1970; Stanish et al. 2005 y visitas nuestras en 2006 y 2007).
Antecedentes
Alfred Kidder II fue el pionero de los reconocimientos arqueológicos en el área
al- tiplánica (1939). De su escasa bibliografía publicada hemos rescatado algunos
yaci- mientos que registró en la zona de Azángaro. Lamentablemente, como él
mismo afir- ma (Kidder 1943: 21), no prospectó totalmente el área que nosotros
hemos elegido
163 / H e N r y t a N t a l e á N , M i c H i e l z e g a r r a , a l e x g o N z a l e s y c a r l o s z a P a t a
Ayrampuni (Idem 21). De dicha zona también proviene una escultura lítica que
actual- mente se encuentra depositada en el Museo Nacional de Arqueología,
Antropología e Historia de Lima y que estilísticamente se relacionaría con la
iconografía del estilo Pukara (Kidder 1943: Lámina VI: 4).
Más adelante, en 1963, el investigador norteamericano John H. Rowe (1963: 7), al
referirse a los asentamientos urbanos en el “Antiguo Perú” y, específicamente, los de
la sierra sur, recoge la información de la existencia de otro sitio “Pukara” en
Tintiri y señala que aún no se habían hallado sitios habitacionales entre esos
asentamientos urbanos. Posiblemente el sitio al que se refiere es el de Cancha
Cancha-Asiruni.
Adicionalmente, a estos datos Sergio Chávez (Chávez 1975) refiere la existencia
de una cantera de cuarcita en la vecina área de Arapa que proporcionaría la materia
prima para la producción de las conocidas estelas y edificios de la sociedad Pukara.
También en un artículo sobre litoescultura del altiplano, Sergio Chávez y Karen
Mohr (1970) reportan que el primero de ellos reconoció algunas litoesculturas
durante un reconocimiento arqueológico en 1968, siendo algunos de esos
monolitos los del sitio de Cancha Cancha–Asiruni en el valle de Tintiri. De hecho,
en ese mismo artículo, además, de la descripción de las litoesculturas se describe la
ubicación del sitio de Cancha Cancha–Asiruni: “El sitio de Cancha Cancha–Asiruni,
ubicado en la hacienda del Sr. Sebastián Manrique, está situado cerca al río Tintiri y a la
Hacienda Tintiri, en el lado izquier- do de la carretera que va de Azángaro a Muñani. (Chávez
y Mohr 1970: 26).
Sin embargo, como el mismo autor pudo comprobar (y nosotros, también) el
sitio se encuentra alejado unos kilómetros de la Hacienda Tintiri propiamente
dicha que se concentraba alrededor de la iglesia que todavía sobresale en el paisaje
de este área.
Otro investigador que realizó reconocimientos en el área que nos ocupa es Elías
Mujica. Aunque no nos refiere la metodología empleada (prospección sistemática o
no, alcance de sus estudios, etc.) en un par de publicaciones nos grafica mediante
cro- quis y mapas la existencia de dos yacimientos en el valle de Azángaro (Mujica
1985: fig. 6.3; 1988: fig. 4).
Finalmente, Charles Stanish y asociados (Stanish et al. 2005) también realizaron
algunas visitas a asentamientos de la zona y a partir de los resultados de sus “re-
conaissances” plantearían la existencia de una mayor cantidad de sitios en el área.
Sin embargo, en la cuenca de Azángaro reportan nuevamente sólo el sitio de
Cancha Cancha–Asiruni.
De todo lo anterior, se desprendía que, por lo menos, el sitio de Cancha Cancha–
Asiruni era un sitio de gran importancia, incluso planteado como una gran “centro
secundario” de la sociedad Pukara (Stanish 2003) lo cual debería ser
necesariamente explicado desde la investigación arqueológica del mismo valle.
tarias. En este análisis solo incluiremos dichos sitios aunque la existencia de los otros
da cuenta de una trayectoria histórica que es característica de la cuenca norte del
Titicaca.
Figura 5. Sitios arqueológicos con objetos del estilo Qaluyu del valle del
Quilcamayo- Tintiri reconocidos hasta la prospección del 2007.
sobre todo, del área relacionada con el cauce del mismo río, a la vez que existe una
visibilidad entre sitios de la misma época. Asociados a ellos se ha reconocido una
gran cantidad de qochas.
Un sitio típico que, además, parece ser un asentamiento doméstico sin
estructuras arquitectónicas monumentales, es el sitio QT-23 cercano a la localidad
de Laranca- huane (Figura 6). En este sitio, destacan la construcción de terrazas en
la ladera de un cerro y su vecindad a una extensa área de filtraciones de agua o
bofedales. Otro caso, es el sitio QT-22 ubicado cerca al anterior, en la margen
opuesta y que es un sitio más extenso, posiblemente con estructuras no domésticas
y/o reocupado que posee una huanca de estilo Qaluyu (Figura 7). Por otro lado,
aunque el sitio QT-19 podría formar parte de QT-20 (Cancha Cancha-Asiruni), este
posee una huanca de estilo Qaluyu, aso- ciada a una posible plaza hundida.
Lito-escultura
La litoescultura, también, es bastante frecuente en los sitios asociados con el estilo
Qalu- yu. A pesar que muchos de ellos han sido ocupados posteriormente, en tres
sitios (QT-19, Pancañe y Callacoyo) hemos hallado huancas con las características
Qaluyu, e incluso, uno de ellos asociados a una posible plaza hundida (QT-19). Las
huancas se hallan ubi- cadas en los sectores más relevantes de los asentamientos y
específicamente en la parte superior de los montículos. Como ya habíamos visto, las
huancas tienen una forma alar- gada paralepípeda y no incluyen diseños en sus
superficies. Asimismo, ninguna de las huancas observadas en los sitios del
Quilcamayo-Tintiri estuvo hecha con arenisca.
Cerámica
La cerámica hallada en estos sitios es típica del estilo Qaluyu, sin mayor diferencia-
ción morfológica, funcional o decorativa entre ellos. Los fragmentos de cerámica se
hallan en gran cantidad en los asentamientos a lo largo y ancho de las ocupaciones.
Las formas son todas domésticas con decoraciones geométricas y, en el único caso,
del sitio San Antonio (QT-24), naturalista y representa una serpiente. La producción
cerámica mantiene los mismos tipos de desgrasantes conocidos para esta época, es
decir, desgrasantes minerales como pirita y feldespato.
Otros objetos
Puntas
Las puntas siguen la morfología descrita por Burger y colegas (2000) para la
cuenca norte del Titicaca. Asimismo, en un caso (Callacoyo) se ha hallado una
punta que correspondería al período Arcaico, según su morfología y por el material
empleado (según la tipología de Aldenderfer y Klink 2005), algo que no sorprende,
pues, muchos sitios Qaluyu se asientan sobre ocupaciones sin cerámica, como
vimos arriba.
Azadas
Las azadas, por lo general, realizadas en roca andesita o basalto olivino,
aparecen en la mayoría de estos sitios y poseen las mismas morfologías y se
corresponden con las de otros sitios contemporáneos de la cuenca norte del
Titicaca. Es significativo que casi todos los sitios tempranos incluyen artefactos
enteros o fragmentados, lo que plantea tanto su producción in situ como la práctica
agrícola en terreno cercano.
171 / H e N r y t a N t a l e á N , M i c H i e l z e g a r r a , a l e x g o N z a l e s y c a r l o s z a P a t a
Tumbas
En uno de los perfiles del sitio Callacayani (QT-12) se observaron dos tumbas de
morfología Qaluyu. Estas son semejantes a las halladas en Camata, es decir, tumbas
incluidas en las capas arqueológicas pero que, en su momento, serían
subterráneas construidas con lajas de piedra (cistas) con un individuo en
posición fetal. Asimis- mo, se pudo apreciar que tenían la modificación craneana
fronto-occipital. En nin- guno de estos casos, observamos artefactos asociados al
esqueleto o en el interior de las cistas.
Pukara
Asentamientos
Los asentamientos asociados con objetos del estilo Pukara, concretamente Cancha
Cancha-Asiruni (QT-20), Callacayani (QT-11), Pancañe (QT-06) y Chaupisawakasi (QT-
36), parecen tener una fundación previa en el momento de existencia de objetos del
estilo Qaluyu. Han crecido adosados o sobre espacios monticulares con ocupación
do- méstica Qaluyu y a la que se le han añadido mayores volúmenes y espacios
abiertos de grandes dimensiones. Aprovechan los mismos espacios que controlan
un gran rango de visibilidad y están espaciados entre sí algunos kilómetros (Figura
8).
Los sitios pueden dividirse fácilmente en sectores domésticos y sectores no do-
mésticos. En estos últimos, se concentra mayor volumen de materiales (tierra y
piedra) que le otorgan aspecto monticular y con recintos que se pueden apreciar
en superficie. En el caso de Pancañe (QT-06), Cancha Cancha-Asiruni (QT-20) y
Chau- pisawakasi (QT-36), se puede observar posibles plazas hundidas y recintos
rectan- gulares de grandes dimensiones (Figuras 9, 10 y 11). Asimismo, aparecen
grandes bloques de piedra trabajados que formarían parte de estructuras
arquitectónicas monumentales. Una gran laja cuadrangular de arenisca blanca se
halló en el sitio QT-08 y sería un ortostato de la pared de una plaza hundida cuya
ubicación en la ac- tualidad es desconocida, aunque esta se encuentra vecina a un
sitio con ocupación Pukara (Pancañe o QT-06).
Recientemente, elegimos al sitio de Chaupisawakasi para realizar investigacio-
nes más intensivas. Durante setiembre de 2010 hemos realizado la excavación de
pozos de sondeo para definir las ocupaciones en el sitio y las posibles funciones de
los edificios allí concentrados. El material, producto de esta investigación
prelimi- nar, está en proceso de análisis. Lo que si podemos avanzar aquí es que
se trataría efectivamente de un centro regional Pukara que generó una estructura
monticular con un edificio asociado a cerámica del estilo Pukara Polícromo. Esto
plantea o que este sitio fue fundado por gente procedente del valle de Pucará o
que los objetos llegaron al sitio por intercambio desde el valle de Pucará y
utilizados por una elite local del valle. En el futuro cercano más excavaciones en
área y fechados radiocar- bónicos nos ayudarán a precisar mejor la naturaleza
del importante sitio de Chau- pisawakasi.
172 / q a l u y u y Pukara
Figura 8. Sitios arqueológicos con objetos del estilo Pukara del valle del
Quilcamayo- Tintiri reconocidos hasta la prospección del 2007.
Lito-escultura
La lito-escultura asociada con los sitios de este momento crece en volumen,
variedad y calidad con respecto al momento anterior. De lejos, el material
preferido para la lito-escultura es la piedra arenisca. Dentro de las morfologías
hacen su aparición la estela escalonada, la estela rectangular, el monolito
antropomorfo y la cabeza deca- pitada esculpida en piedra. Estas variedades de
lito-esculturas se hallan concentradas en sitios como Cancha Cancha-Asiruni,
Callacayani y Pancañe. En menor cantidad, se pueden ver en Chaupisawakasi,
Tintiri y San Antonio. Algunos sectores de los sitios más relevantes concentran una
gran cantidad de lito-esculturas y existen jerarquías entre estos objetos. La
arenisca es el material más aprovechado y las canteras se ha- llan en los cerros
vecinos.
Las decoraciones en estos objetos ahora describen seres serpentiformes de
forma y técnica conocida en el estilo Pukara en otras áreas. Justamente, la estela
escalona- da más grande se halla en el sitio de Cancha Cancha-Asiruni y representa
a este ser
173 / H e N r y t a N t a l e á N , M i c H i e l z e g a r r a , a l e x g o N z a l e s y c a r l o s z a P a t a
Figura 10. Vista desde el norte del sitio Cancha Cancha Asiruni
arriba, las excavaciones preliminares de 2010 nos han ofrecido varias muestras de
cerámica de este estilo asociados con la ocupación de una estructura monumental.
Otros objetos
Puntas
Las puntas de obsidiana siguen la morfología presentada por Burger et al. (2000)
para este momento. De hecho, la obsidiana abunda en sitios que presentan alta
frecuencia de otros objetos del estilo Pukara, como Pancañe. En comparación con
las puntas de estilo Qaluyu, un ejemplo hallado en el sitio de Pancañe (QT-06) tuvo
una morfología y un tamaño de estilo Pukara.
Azadas
No se encuentra gran diferencia morfológica entre las azadas anteriores y las del
mo- mento asociado con objetos del estilo Pukara. Sin embargo, aparece en mayor
pro- porción el basalto olivino como material más empleado para la producción de
azadas, posiblemente relacionado con la mayor distribución de este material desde
una can- tera administrada por agentes asociados con el sitio de Pukara en el valle
del mismo nombre.
Tumbas
En los sitios no se han detectado tumbas o restos humanos relacionados
directamente con los sitios con objetos del estilo Pukara. Sin embargo, habría que
ver sí las su- puestas plazas hundidas que hemos ubicado en nuestra prospección,
al igual, que sus pares contemporáneos del sitio de Pukara, colocan algunos
individuos en sus estruc- turas arquitectónicas.
176 / q a l u y u y Pukara
Como se ha descrito en otros lugares (Flores Ochoa y Paz 1983; Flores et al. en
este volumen), las qochas también pueden ser utilizadas para el pastoreo, una
alternativa para su existencia en áreas alejadas del río y más bien cercanas a las
partes altas de los asentamientos contemporáneos.
un marcador, en tanto “objeto clave” (Lull 2007: 226)15. En cualquier caso, como
hemos observado en los sitios del valle, no existen evidencias materiales de
espacios arqui- tectónicos que se diferencien o alejen de los espacios sociales
comunes.
Por otro lado, los restos de los estilos cerámicos recogidos en estos
asentamientos son muy semejantes a los definidos como Qaluyu, lo que plantea
una relación bastan- te directa con otro/as productores/as y distribuidores/as
cerámicos del valle del río Pucará u otros donde se ha comprobado su producción.
Asimismo, como ruta natural entre el altiplano y otras áreas, los pobladores de
este valle realizarían una uniformi- zación en la producción cerámica mediante
una producción local y la distribución e intercambio de la misma de forma inter-
regional. Después de todo, las formas y deco- raciones cerámicas suponen una
producción que se puede realizar domésticamente, pues no plantea ningún
problema tecnológico ni un control de las materias primas básicas. En
consecuencia, la cerámica no incluye ningún valor adicional (o de cambio) en su
producción, pues es fácil de hacer sin apropiarse de nada que la constituya y se
puede realizar libremente con instrumentos simples.
En general, se puede decir que en esta época el valle se hallaba ocupado por una
serie de asentamientos similares en características que produjeron su materialidad
social autónomamente o con poca intervención externa al valle. Asimismo, estaban
orientados hacia actividades basadas en la producción básica, de mantenimiento y
de artefactos. Si bien, aún no existe ningún indicio de división socioeconómica o
socio- política, es posible plantear que existió algún tipo de división de tareas que
hicieron posible la reproducción de la vida comunitaria, como la cerámica, la
agricultura, la ganadería y el caravaneo16. Esta última actividad explicaría la
distribución de mate- rias primas, instrumentos, y productos en el valle y más allá
de este.
15 “El objeto clave o primordial es aquel que alienta sentido en los demás objetos. Constituye un fósil-
director de orquesta cuyas indicaciones se encuentran fuera del tipo, género o música de los objetos
que respetan su dictado. Se trata de objetos que exigen a los otros cambios de propiedad o cualidad,
objetos que ostentan cierto poder determinante en las relaciones en las que están inmersos. Consti-
tuyen la atmosfera que atrae a los demás objetos, la que decide su comportamiento, y hasta opera en
ellos comportamientos insospechados. Desde el momento en que cualquier objeto responde al dictado
de un objeto clave se carga de su sentido y conforma a la luz de aquel un eslabón sólido e inevitable
que condiciona su relación con los otros. (…) Los objetos clave denotan tan directamente una activi-
dad, que sin su presencia esta no sería posible. En algunos casos, pueden compartir responsabilidad
con otros instrumentos, pero estos frente a ellos siempre adquieren un aire circunstancial. El objeto
clave especializa el lugar que ocupa cuando desaloja a los otros fuera de su lugar y radio de acción.
Sin embargo, en un contexto de reunión de actividades, los objetos clave, obligados a convivir, in-
dican que las actividades que componen son compatibles o están secuenciadas. Por eso, en ciertos
casos, el espacio que los contiene aparenta ser el objeto primordial.” (Lull 2007: 226).
16 Para ver la relación entre agricultura y pastoreo (“agro-pastoreo”) como una forma de
pro- ducción importante en las sociedades sedentarias en los Andes prehispánicos, se
puede ver Lane 2006.
178 / q a l u y u y Pukara
Figura 13.
Figura 14.
179 / H e N r y t a N t a l e á N , M i c H i e l z e g a r r a , a l e x g o N z a l e s y c a r l o s z a P a t a
19 “Una mutación acontece en el objeto cuando pierde totalmente su significado original y se abre a
otro alejado de las formas y usos adecuados a sus cualidades. La mutación produce novedades
formales y objetivas, y grandes cambios en los objetivos de la producción social” (Lull 2007:
204).
181 / H e N r y t a N t a l e á N , M i c H i e l z e g a r r a , a l e x g o N z a l e s y c a r l o s z a P a t a
20 La mayoría de los investigadores/as (Chávez 1992, Stanish 2003, Hastorf 2003 y para una
crítica de este planteamiento en los Andes centrales ver Siveroni 2006) asumen
tácitamente que los sitios que reúnen plazas hundidas, cámaras funerarias, estelas y
cerámica altamente decorada son solamente “templos” o “espacios rituales”. Sin desmerecer
esta apreciación cree- mos que también son, ante todo, espacios donde se dirimen
ubicaciones sociales mediante el ejercicio de prácticas políticas. En este caso, también
habría tenido una mutación, como en el caso de las estelas, de la plaza hundida
primigenia (incluyendo o no enterramientos en su in- terior –siguiendo a Hastorf (2003)–
los “ancestros”) que aun teniendo características formales básicas similares fueron espacios
apropiados y gestionados por un grupo de individuos con el objetivo de re-crear
relaciones asimétricas objetiva y subjetivamente.
182 / q a l u y u y Pukara
go, también es factible establecer objetivamente que las bases sociales de este valle
posibilitaron este proceso sociopolítico en su seno, en tanto la especialización de la
producción de artefactos ya suponía la existencia de un grupo de personas que se
ha- llaba distanciado de la producción de subsistencia. De hecho, un precedente
como la existencia de rutas de caravanas entre el altiplano y las zonas altas a
través del valle del Quilcamayo-Tintiri supondría la participación indirecta de las
gentes de este valle dentro de la circulación de artefactos con un valor de cambio
generado en las áreas de producción principal de lo Pukara.
Así pues, los potenciales grupos sociales locales serían los encargados de estable-
cer directamente su relación con un proceso regional (principalmente, con el valle
de Pucará) que les supuso un espacio de distribución gestionado por ellos mismos
dentro de su espacio de vida, una ideología que justificaba y reproducía prácticas
sociales políticas (religiosas) en espacios que antes eran comunales, pero ahora se
hacen privados y excluyentes.
Sin embargo, la alta concentración y normalización de artefactos de estilo
Pukara en el sitio de Cancha Cancha-Asiruni y, posiblemente, Callacayani, Pancañe
y Chau- pisawakasi también podría plantearse como una ocupación directa de
individuos (artesanos y dirigentes colonizadores) desde el mismo sitio de Pukara,
el sitio más cercano21 y de lejos el más grande de toda la cuenca norte del Titicaca
durante este tiempo.
En cualquiera de los dos escenarios planteados anteriormente, estructuras ar-
quitectónicas y artefactos que antes no existían en el valle aparecen porque existen
prácticas sociales que las requieren (producen, utilizan y/o consumen). Al ser estas
prácticas realizadas en una secuencia y reiteración formalizada se hacen
necesarios mantenerlos o crear nuevos espacios arquitectónicos y artefactos
consumibles para ejecutar los “rituales”. Así, el ciclo de producción, distribución y
consumo se concen- tra en dichos espacios y crea una necesidad que se satisface
con productos originados ya no en las comunidades (aunque las suelen acompañar)
sino en lugares específicos producidos y sancionados mediante la política.
Asimismo, cualquiera que haya sido la forma que se originaron los sitios Puka-
ra más importantes de esta época (Pancañe, Callacayani, Cancha Cancha-Asiruni y
Chaupisawakasi), la mayoría de ellos se hallan en la misma margen sur del río (Fi-
gura 8) y podrían haber crecido en extensión y volumen a consecuencia del despla-
zamiento (rutas) y uso continuo de dichos espacios para las prácticas socioeconó-
micas y sociopolíticas relacionadas con los objetos Pukara en una suerte de “centros
administrativos”22. En este sentido, es significativo que tanto Cancha Cancha-Asiruni,
21 Ubicado a una distancia de 43 km si se sigue las rutas naturales y aun utilizadas por los
habitantes de la zona.
22 Aquí utilizamos el concepto y categoría “centro administrativo”, pues, es la fórmula más
ampliamente conocida en la literatura arqueológica andina para describir la existencia
de un sitio con características formales, económicas y políticas inserto en una red de
asenta- mientos relacionados físicamente (incluso mediante caminos) con un gran
centro econó- mico y político del cual dependen directamente, como se plantea para el
caso Inca.
183 / H e N r y t a N t a l e á N , M i c H i e l z e g a r r a , a l e x g o N z a l e s y c a r l o s z a P a t a
23 En arqueología, uno de los elementos clave para hablar de la reproducción de las socie-
dades y del paso de un tipo de sociedad a otro ha sido la producción agrícola. Desde los
modelos de Karl Wittfogel y Julian Steward, las obras hidráulicas han tenido un papel sig-
nificativo en la definición, homologación y causa principal de lo que serían las “grandes
civilizaciones” o las sociedades estatales. Así ha pasado, por ejemplo, con Tiwanaku donde
principalmente Alan Kolata ha defendido ese modelo (para una última versión ver
Janusek y Kolata 2004 y para una reciente critica ver Bandy 2005). Sin embargo, hay que
resaltar que en el registro arqueológico, en primer lugar, las estrategias agrícolas y su
incremento no necesariamente (aunque aparentemente) significan alta productividad y,
sobre todo, distribución asimétrica [también ver crítica de Erickson (1996, 2006)]. De
hecho, la princi- pal tecnología hidráulica del altiplano, que son los campos elevados, ya
había sido fechada por Erickson (1988: 12) tan temprano como en 1000 a.C., es decir,
asociados a lo conocido como Qaluyu, una sociedad sin características estatales. Así
pues, faltaban por lo menos otros 600 años para que esta tecnología fuese aprovechada
en la zona de forma particular por un segmento de la sociedad. Así pues, el incremento
de asentamientos y sistemas agrí- colas en sociedades sin clases sociales en una región
es una decisión social que tiene como base la autosuficiencia productiva y la
distribución simétrica. Existen medios que procu- ran que no se dé la explotación y,
evidentemente, sin excedentes no hay nada que enaje- nar. El incremento de
asentamientos y de sistemas agrícolas en sociedades de clases está regido por las
decisiones políticas del grupo dominante y está basado en la explotación (producción
de excedente). Así pues, siguiendo estas formas de incremento de la produc- ción, el
aumento de la cantidad y calidad de los campos elevados y qochas, estaría basado, sobre
todo, en la re-organización social de la producción que tuvo como objetivo principal el
cambio del flujo de la producción en forma excedentaria hacia espacios privados como
los nuevos asentamientos de Pukara y Tiwanaku.
184 / q a l u y u y Pukara
seno otra forma de hacer objetos ni se halla algo diferente a lo precedente que se les
superponga. Definitivamente, algo tuvo que complicarse en las relaciones sociales y
no es difícil apreciar que las prácticas sociales instituidas en el sitio de Pukara ya no
se siguieron realizando en los sitios asociados directa o indirectamente con este.
El abandono de estos sitios y el uso/consumo de artefactos de este estilo nos su-
gieren que esas relaciones no fueron satisfactorias sin un elemento que las
justificase y, obviamente, no fueron indispensables para la vida social de las
poblaciones locales como para seguir manteniéndolas. Es interesante anotar que
en la historia de este valle y en la mayoría de la cuenca norte del Titicaca nunca se
volvió a producir y utilizar artefactos que describiesen personajes y/o escenas
complejas de forma es- tandarizada.
Sea como fuere, los sitios asociados con artefactos de estilo Pukara u otros con-
temporáneos no ofrecen evidencias de otra ocupación diferente a la establecida por
los materiales conocidos por el momento hasta tiempos prehispánicos muy tardíos
(alrededor de 1000 d.C.), es decir, con la ocupación de su superficie por estructuras
funerarias de estilo Collao. Asimismo, los sitios Collao que hemos observado en el
Quilcamayo-Tintiri se caracterizan por ser asentamientos de altura (como el que
ocu- pa el cerro Yacchata) que supone una producción primaria basada en el
pastoreo de camélidos y agricultura de terrazas. Sin embargo, también hay que
tomar en cuenta, que según los estudios de Arkush (2005 y en este volumen), estos
asentamientos for- tificados serían una respuesta a la invasión Inca del altiplano.
También hemos encon- trado sitios cercanos al río (QT-07, QT-08, QT-09 y QT-10,
por ejemplo) que aunque fueron pequeños y no evidenciaban en superficie
estructuras habitacionales, si con- tenían artefactos domésticos, lo que completa el
panorama de las ocupaciones Collao del valle. En todo caso, sí existe una gran
diferencia entre este grupo social y los an- teriores, esta se debería explicar en la
búsqueda de la satisfacción y reproducción de su vida social en espacios del valle
que les brindasen condiciones materiales básicas para ello. Así pues, la diferencia
entre estos grupos y los anteriores en tanto ubicación de sus asentamientos podría
también deberse a la disminución de fuentes de agua en la zonas del fondo del
valle como se venía realizando desde la primeras sociedades sedentarias, un
cambio que se dió en el tiempo y que habría modificado su forma de producción
(de la agricultura intensiva al pastoreo extensivo) y la consecuente forma de
organizarse económica y políticamente y que nos los presentan tan diferentes a lo
previo.
185 / H e N r y t a N t a l e á N , M i c H i e l z e g a r r a , a l e x g o N z a l e s y c a r l o s z a P a t a
COMENTARIOS FINALES
En la primera parte de este capítulo, iniciamos una forma de ver los objetos arqueo-
lógicos de la cuenca norte del Titicaca en la que ellos tienen el protagonismo en su
propia historia. Para ello, se ha acumulado la mayoría de la información existente
y disponible sobre los asentamientos y objetos en un espacio y tiempo concreto
para organizarlos según sus condiciones materiales. Con el objetivo de desarrollar
nuestra investigación, el espacio que se ha seleccionado ha sido el de los
asentamientos y objetos que se hallan dentro de la cuenca norte del Titicaca. Con
relación a la esca- la temporal hemos seleccionado a los objetos que se relacionen
con lo denominado por los investigadore/as como Formativo Medio (1400 a.C.-400
a.C.) y Formativo Superior (400 a.C.-350 d.C.) y que se corresponderían relativamente
con dos grandes conjuntos de objetos relacionados con los estilos (definido en este
trabajo como forma de hacer) conocidos como Qaluyu y Pukara. En ese sentido, los
mismos datos contextuales han planteado que son dos estilos que han convivido
en algunos momentos. Con ese ob- jetivo, hemos asumido que dichos
asentamientos y objetos llegaron a nosotros/as en diferentes condiciones
materiales y, por ello mismo, hemos atendido a los diferentes fenómenos naturales
o sociales que les afectan y condicionan su investigación en el presente. Al realizar
dicha organización de la materialidad social arriba descrita hemos podido re-
unirlos en su lugar de producción y/o uso lo que nos ha mostrado que solamente
en dicha reunión pueden plantearnos una panorámica de los restos de la vida
social desarrollada en los asentamientos y en su espacio circundante. De esta
forma, hemos podido reconocer ciertas regularidades y ocurrencias materiales que
nos permitieron desarrollar planteamientos ante una nueva zona de investigación
no alejada de dichos fenómenos sociales pasados.
Gracias al análisis de la materialidad social recuperada en nuestra investigación
en el valle del Quilcamayo-Tintiri, ha sido posible realizar una representación
arqueoló- gica de la trayectoria histórica temprana de una sociedad sedentaria
relacionada con objetos del estilo Qaluyu que se hallaba en condiciones de
satisfacer sus necesidades de manera autónoma y se mantuvo de esta forma por lo
menos durante unos 1000 años. De esta manera pudimos reconocer que lo
denominado como el estilo Qaluyu (1400 a.C.-400 d.C.) se presentó en este valle
como un conjunto de materiales que, en su cantidad, calidad y ubicación, no
plantearon su acumulación por un grupo de la sociedad y, más bien, su
homogeneidad y no exclusividad sugirieron que se produje- ron, circularon y
fueron consumidos de manera abierta y colectiva, incluso, después de la muerte de
sus usuarios. De hecho, los asentamientos y los objetos arqueológicos pueden ser
producidos sin ningún problema técnico por cualquier grupo de personas
organizadas y sin mantener una uniformización patente en los mismos objetos más
allá de algunas semejanzas generales. Incluso, cuando se reconoció la existencia de
objetos singulares como la huanca, esta no guardó características formales
estandari- zadas y se relacionó con espacios no monumentales y abiertos que se
explican como espacios de reunión social. Dicha situación se prolongó por un
tiempo extenso lo que se hizo patente en su producción material (asentamientos y
objetos), lo que plantea que la sociedad alcanzó y mantuvo la satisfacción de sus
necesidades vitales sin com- plicar sus relaciones sociales.
186 / q a l u y u y Pukara
Hacia los 400 a.C., fecha que se relaciona con el inicio del estilo Pukara, hacen su
aparición nuevas formas de edificios y artefactos que no se relacionan con
prácticas sociales comunes. Dichos objetos arqueológicos se expresaron como
productos exclu- sivos y existentes en lugares que compartían una misma
exclusividad y una atención desmedida con relación a su propia concreción. De
esta manera, se puede plantear que los objetos del estilo Pukara formaron parte de
prácticas sociales de ciertos asen- tamientos y/o sectores de los mismos, que se
desvinculaban de las prácticas sociales parentales y/o comunes, y que tenían una
faceta económica y política que no residía en su materia prima sino en la forma de
su producción y en su consumo exclusivo. Todo ello, a pesar que, dichos edificios y
estelas, solo podrían haber sido producidos por sujetos que habitaban en el mismo
sector del valle. Asimismo, en los objetos son patentes las representaciones
relacionadas con prácticas coercitivas que solo se ve- rían en esta época en el valle
y que fueron introducidos como objetos y luego posibi- litar prácticas sociales en el
valle.
A partir de los 1000 d.C. aparecen nuevos tipos de sitios y objetos relacionados
con los denominados “Señoríos altiplánicos”, en este caso, con el denominado como
Collao. Sus estructuras reocuparán algunos sitios Qaluyu y Pukara pero solamente
para utili- zarlos como lugares de enterramiento. En ese momento, las grandes
concentraciones de estructuras habitacionales y terrazas agrícolas se realizarán en
las partes altas de los cerros y las áreas cercanas a los ríos serán utilizadas
temporalmente lo que se evidencia en los sitios hallados en nuestra prospección.
Como hemos visto en este capítulo, nuestra forma previa de organizar la mate-
rialidad social Qaluyu y Pukara nos ha servido para el mismo propósito en nuestra
investigación del valle del Quilcamayo-Tintiri. Sin embargo, en nuestra
investigación hemos dejado que los propios asentamientos y objetos nos guíen
para realizar una representación de las sociedades que los produjeron. Aunque
existen muchas seme- janzas con otras áreas de la cuenca norte del Titicaca
todavía es necesaria mayor investigación para definir temporal y espacialmente la
dinámica de las sociedades en este valle.
187 / H e N r y t a N t a l e á N , M i c H i e l z e g a r r a , a l e x g o N z a l e s y c a r l o s z a P a t a
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6
Producción, papas y proyectiles:
evaluando los factores
principales en el desarrollo de
Pukara *
elizabe TH a. k l a r i CH i
INTROdUCCIóN
Aproximadamente un milenio antes de la formación y expansión del Imperio Inca
en- tre los siglos XIV y XVI, tres estados arcaicos se desarrollaron en los Andes
Centrales– Moche en la costa norte del Perú, Wari en la sierra central peruana, y
Tiwanaku en la Cuenca Sureste del Lago Titicaca en Bolivia (Stanish 2001). Los
restos monumentales de Tiwanaku, que cubren aproximadamente entre 4 y 6 km²,
han recibido una aten- ción considerable de cronistas tempranos, exploradores del
siglo XIX, y generaciones de arqueólogos que han debatido su rol tanto como
centro y como estado expansivo durante el Horizonte Medio (600-1000 d.C.).
Sin embargo, importantes movimientos y reorganizaciones poblacionales han
sido documentados en la cuenca del Lago Titicaca durante los precedentes períodos
Formativo Medio (1300-500 a.C.) y Formativo Tardío (500 a.C.-400 d.C.) (Figura 1).
Durante el Formativo Medio, sociedades con liderazgo simple construyeron centros
con arquitectura corporativa, tanto en la cuenca norte (Plourde y Stanish 2006; Sta-
nish 2003: 160) como en la Cuenca Sur (Bandy 2006). Aproximadamente hacia el
200
a.C. se formaron las primeras entidades políticas complejas y multicomunitarias
en la región (Bandy 20011), siendo Pukara y Tiwanaku los centros regionales de
primer rango en el Formativo Tardío en la parte noroeste y sureste de la cuenca
del Titicaca respectivamente (Stanish 2003) (Figura 2).
1400 Altiplano
Período Intermedio Pacajes Temprano (1100-1450
1200 Tardío dC)
Tiwanaku V Tardío
1000
Tiwanaku V Temprano
2 Tanto el sitio como la cultura arqueológica reciben el nombre Pukara, que significa forta-
leza en quechua y aymara, mientras que el pueblo moderno es conocido como Pucará.
197 / e l i z a B e t H a . k l a r i c H
Sin embargo las excavaciones de gran escala de Kidder en 1939, seguidas por un
proyecto de varios años hecho por el Plan Copesco (apoyado por la UNESCO en
Perú) durante la década del 70 (Wheeler y Mujica 1981), expusieron y
subsecuentemente restauraron partes significativas de la arquitectura
impresionante de piedra que es visible actualmente (Figura 3). El complejo de
Qalasaya está ubicado en el distrito central ceremonial de Pukara, un área que
incluye algunos montículos artificiales, plazas, y otras estructuras semi-enterradas
(Figura 4). La periferia del sitio cerca del río Pucará es extensa e incluye áreas de
residencia, producción y desecho, las cuales se discutirán líneas abajo. El período
Pukara Clásico (200 a.C.-200 d.C.) se define por la presencia de vasijas finas incisas
y polícromas junto con monolitos tallados, los cuales probablemente fueron
dispuestos dentro de los patios hundidos y otras formas de arquitectura pública en
el distrito central.
En el valle del río Pucará, la transición del patrón de asentamiento del Formati-
vo Medio al Formativo Tardío fue abrupta, tal como lo documentó Amanda Cohen
en la prospección que realizó entre 1998 y 1999. Ella menciona que “[...] casi toda la
población del valle fue reubicada en los alrededores de Pukara” (Cohen 2001. Traducción
nuestra). Sin embargo, las causas de este importante cambio de población desde los
centros pequeños y dispersos hacia el sitio de Pukara, siguen sin esclarecerse. Los
datos de prospecciones y excavaciones en Pukara y las áreas vecinas, son usados en
conjunto para definir y evaluar los factores económicos, sociales y políticos que
han sido postulados en diferentes marcos explicativos para el período Formativo
Tardío en la cuenca norte del lago Titicaca.
Figura 3. Vista de los patios hundidos y terrazas del complejo de la Qalasaya con el Peñón
detrás.
Figura 4. Vista de Pukara indicando los límites del distrito ceremonial central y el sitio (Foto
aérea,
cortesía del Servicio Aerofotográfico Nacional, Perú).
200 / P r o d u c c i ó N , PaPas y P r o y e c t i l e s : evaluaNdo l o s F a c t o r e s P r i N c i P a l e s ...
grandes (4–6 km²), las diferencias arquitectónicas a través del sitio son
interpretadas como representantes de divisiones sociales, y los artefactos
superficiales son usados para argumentar que las áreas residenciales de las elites
estuvieron separadas espa- cialmente de las de la gente común, quienes habitaban
en la periferia cercana y en zonas de producción artesanal (Mujica 1979: 185; Rowe
1963).
Los líderes tempranos fueron responsables de administrar la redistribución de
bienes, la centralización de la producción, y el auspicio del intercambio a larga dis-
tancia. Más allá de Pukara, hubo una red extensa de intercambio con una jerarquía
de sitios de tres niveles económicamente integrada: “…las aldeas fueron responsables
de la extracción de materiales básicos (arcilla, minerales, sal, etc.), y de la producción de las
subsistencias agrícolas y pastorales básicas; los centros secundarios o intermedios funcionaron
como punto de acopio y redistribución de los bienes; y finalmente el propósito del gran centro
de Pucara fue la centralización y transformación de bienes en recursos urbanos y su redistri-
bución” (Mujica 1985: 125. Traducción nuestra).
Según esta propuesta, fuera de la cuenca occidental del Titicaca, los límites de
la entidad política Pukara, continuaron por el norte hasta Cusco, se extendieron al
sureste hasta Tiwanaku, y siguieron hacia el suroeste hasta el valle de Azapa en el
norte de Chile (Mujica 1991). La naturaleza de las relaciones de larga distancia
duran- te el Formativo Tardío no fue “…a través de colonias permanentes, sino a través
de lazos de intercambio en los cuales los textiles pudieron jugar un rol muy importante”
(Mujica 1985: 112). Por lo tanto, los límites los dicta la distribución de la cultura
material de estilo Pukara, incluso en cantidades muy limitadas.
En el centro urbano de Pukara, las actividades económicas habrían servido
como atracción hacia el centro y posiblemente como una forma de empujar a las
pobla- ciones de las áreas rurales dependiendo de la escala de la producción
agrícola. En Pukara, las actividades de producción artesanal habrían traído
artesanos, adminis- tradores y comerciantes al sitio mientras que la
intensificación de las actividades agropastorales posiblemente desplazó
poblaciones de sus áreas clave de cultivo y pastoreo.
Los límites de la entidad política Pukara son los más conservadores de los tres
mo- delos y reflejan el área bajo control político directo “en el sentido de
participación en una economía política dirigida por una elite residente del centro de primer
rango” (Stanish 2003:
145. Traducción nuestra). Este control directo se extendió desde la parte noreste
de la cuenca del Titicaca, pasando la zona Pukara en el noroeste y hacia la Cuenca
Suroeste (Stanish 2003: 147; Stanish et al. 1997). Más allá de la cuenca del Titicaca,
evidencias de la cultura material Pukara, fueron resultado del intercambio
económico, no de un control político. En este modelo, Pukara es contextualizado
dentro de un escenario de cambios dinámicos, alianzas y conflictos permanentes
durante el Formativo Tardío.
Debido a esto, las ‘atracciones’ incluyeron “intensos festines y ceremonias por parte
de las elites en competencia” (Stanish 2003: 283. Traducción nuestra) realizados en los
múltiples patios hundidos y otras construcciones públicas en Pukara que incluyeron
el uso de cerámica fina y monolitos. Adicionalmente, las poblaciones debieron ser
“empujadas” hacia Pukara debido al conflicto regional y al cambio de alianzas a lo
largo del Formativo Tardío. Las elites entre los centros compartieron ideologías
pan- regionales que facilitaron tanto el comercio como la construcción de alianzas,
pero hubo también enfrentamientos “evidenciados por la iconografía de cabezas-
trofeo y otros rasgos de conflictos” (Stanish 2003: 283. Traducción nuestra).
203 / e l i z a B e t H a . k l a r i c H
3 Para ver información adicional acerca de modelos que discuten Pukara como una socie-
dad de nivel estatal, sugiero consultar las publicaciones de Henry Tantaleán (vg.
Tantaleán 2005).
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artefactos asociados incluyeron algunas herramientas para dar forma y pulir, hoyos
de pigmentos, y concentraciones de arcilla aunque no evidencia de instalaciones
para la quema (Klarich 2005a). Sin excavaciones futuras es imposible determinar
qué tipo de cerámica fue producida en esta área, si fue producto de especialistas, si
estos pro- ductores fueron independientes o anexados, o si esta zona fue parte de
un contexto doméstico o de un taller.
Otro factor a considerar es el impacto de la extrema estacionalidad para la pro-
ducción de cerámica a tiempo completo a lo largo del año. Actualmente los artesa-
nos en Pukara sólo producen en la estación seca dado que la cerámica no secaría lo
suficiente para la quema durante la estación lluviosa; sin embargo, esto podría ser
no tanto un producto del clima, sino más bien un producto de la demanda
estacional de una economía agropastoril (Klarich y Ttacca 2006). Excavaciones
futuras y estu- dios de las fuentes, proveerán mayor información para determinar
el contexto, la concentración, la escala y la intensidad de la producción artesanal
(Costin 1991) y para nuevos modelos que evalúen Pukara durante el Formativo
Tardío. Muestras de arcilla recogidas en 2006 tanto de la periferia del sitio como de
una fuente cercana en Santiago de Pupuja serán usadas para análisis comparativos
con cerámica Formativa Tardía con el fin de darle forma a la organización de la
producción y distribución de cerámica en Pukara.
vados fueron usados para distribuir mano de obra para la producción de excedentes
agrícolas de manera más eficiente a lo largo del año (una estrategia policíclica) y
así evitar una interferencia con las actividades agropastoriles de nivel doméstico
ya pro- gramadas (Bandy 2005: 289-292). De acuerdo con Bandy, estos ciclos de
producción escalonados fueron rasgos clave en la economía política Tiwanaku; “si
bien los campos elevados no fueron eficientes energéticamente comparados con la agricultura
de secano, fue- ron convenientes políticamente en términos de minimización de conflictos
entre la producción de excedentes y la subsistencia” (Bandy 2005: 291. Traducción
nuestra).
Mientras que décadas de investigación han proporcionado información valiosa
de la sincronización, organización y función de los campos elevados dentro de la
econo- mía política Tiwanaku, la naturaleza de las estrategias agrícolas durante el
preceden- te período Formativo permanece poco clara. Algunos investigadores que
trabajan en las partes occidental y norte de la cuenca del Titicaca han
argumentado que sistemas de agricultura intensiva precedieron al desarrollo de
Pukara (Erickson 1988: 13) y otros afirman que estos fueron utilizados inicialmente
durante el Formativo Tardío (Flores Ochoa y Paz Flores 1983; Stanish 2003).
Mientras que los campos elevados y las qochas debieron ser utilizados incluso du-
rante el Formativo Medio, el mayor asunto en esta discusión es si los sistemas
agríco- las impactaron significativamente la organización poblacional dentro de la
entidad política Pukara, incluyendo al mismo Pukara. Siguiendo el modelo de ciclo
de produc- ción escalonada, “debemos esperar que incremente la importancia de la
agricultura de cam- pos elevados con la formación de las primeras entidades políticas
complejas multicomunitarias al inicio del período Formativo Tardío, alrededor del 200 a.C.”
(Bandy 2001 en Bandy 2005:
292. Traducción nuestra).
Figura 5. Distribución de las áreas de campos elevados en la cuenca del Titicaca (Bandy 2005).
Estos hallazgos han sido citados como evidencia sólida de conflicto por algunos
investigadores: “la interpretación más apropiada es que estos restos pertenecen a prisioneros
de guerra u otras víctimas sacrificadas que fueron enterradas o re-enterradas durante una
ceremonia importante políticamente” (Stanish 2003: 1434. Traducción nuestra; ver tam-
bién Chávez 1992; Tantaleán 2009). Desafortunadamente la breve nota de Kidder es
la descripción más detallada que existe y no existe registro que los restos óseos
hallan sido trasladados al Museo Peabody o depositados en algún museo en Perú.
Sin infor- mación que documente la composición del depósito (vg. cien fragmentos
de cráneo podrían pertenecer a pocos individuos o a algunas docenas), el
tratamiento de los res- tos, y su contexto de excavación (vg. Williams et al. 2001
para cabezas trofeo Nasca), me mantengo cautelosa en cuanto a interpretar dichos
restos como trofeos humanos o victimas de sacrificios.
En contraste con Pukara, han sido registradas evidencias de conflictos a gran es-
cala en sitios contemporáneos en la región. Hasta hace poco, “extensas prospecciones
superficiales y excavaciones en la cuenca norte del lago Titicaca así como las excavaciones de
Kidder en Pucara y sus prospecciones en varias zonas, no han producido concentraciones im-
portantes de puntas de proyectil, hachas u otras armas atribuibles a guerras” (Chávez
1992:
337. Traducción nuestra). Sin embargo, excavaciones en el cercano sitio de
Taraco
(entre los años 2004 y 2007), han documentado un gran episodio de quema
fechado en 50–250 d. C. (calibrado) que fue seguido por una disminución en la
calidad de la cerámica, la presencia de bienes exóticos y construcciones de piedra
en el sitio (C. Chávez 2007; Stanish et al. 2007 y en este volumen).
Los investigadores argumentan que Pukara y Taraco fueron centros regionales
en competencia durante el Formativo Medio e inicios del Formativo Tardío.
Basados en la época y la ubicación del episodio de quema en Taraco, ellos
concluyen que Pukara inclinó la balanza a su favor en la competencia con su
entidad política par (Levine et al. en este volumen). Si bien el momento del evento
de quema no corresponde con el movimiento inicial de poblaciones hacia Pukara,
podría estar relacionado con una ola posterior de migrantes cuando el sitio creció a
su máximo durante el período Pukara Clásico/Medio. Información de excavaciones
en estos sitios combinada con datos de
4 “Otras interpretaciones son posibles pero la ubicación de tantos cuerpos en un área obviamente
pública, es una evidencia importante de sacrificios ritualizados en un contexto de intensos conflictos
en las elites” (Stanish 2003: 143. Traducción nuestra).
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P r i N c i P a l e s ...
Desde el período Pukara Inicial (500-200 a.C) hasta el período Pukara Medio/Clá-
sico (200 a.C.-100 d.C), hubo un gran cambio de su función ya que la pampa central
se transformó de ser una plaza a ser una zona residencial de gente común, un
barrio dentro del distrito central. Al mismo tiempo, las actividades rituales se
trasladaron hacia los pequeños y cada vez más restringidos patios hundidos en las
terrazas supe- riores del complejo monumental Qalasaya. Basada en múltiples
líneas de evidencia y en las expectativas del modelo procesual-dual, concluyo que
esta transformación señala un cambio en el liderazgo de modos inclusivos-
corporativos a modos exclusi- vos-redes mientras Pukara se expandió de un sitio en
desarrollo a un centro regional (Klarich 2005a, 2005b).
Si bien estoy de acuerdo con los modelos ceremonial y político, donde los
festines fueron un factor importante de atracción de gente al sitio, las excavaciones
tanto en
211 / e l i z a B e t H a . k l a r i c H
la pampa central como en el complejo Qalasaya, indican que los anfitriones, partici-
pantes, locaciones, actividades y objetivos de dichos eventos, cambiaron a lo largo
de los siglos durante el Formativo Tardío (Klarich 2005b).
Para finalizar, estamos claramente empezando a desarrollar un sentido de la
com- pleja interacción de procesos en marcha durante el Formativo Tardío en la
cuenca del Lago Titicaca. Es probable que encontremos que las actividades
económicas, tales como el comercio, estuvieron imbuidas dentro de los eventos
políticos o rituales, ta- les como festines y ceremonias, como recientemente se
argumentó para Tiwanaku (Janusek 2008: 59). Se necesitan excavaciones
adicionales en Pukara para esclarecer la organización de la producción artesanal,
el ritmo de crecimiento del sitio (parti- cularmente la construcción de la
arquitectura monumental), y la función de las dife- rentes zonas dentro del sitio,
incluyendo la localización de las áreas de cementerio. Fuera de Pukara, se
necesitan datos adicionales de centros secundarios y terciarios, especialmente en
tanto estos se relacionen con el desarrollo de los sistemas agrícolas intensivos, la
obtención de materias primas y los niveles de conflicto.
Agradecimientos
Agradezco a Luis Flores Blanco y Henry Tantaleán por su gentil invitación a
partici- par en esta publicación. La cuenca del Titicaca es un lugar emocionante
para hacer arqueología y espero muchos años de futuras colaboraciones. También
quiero agra- decer a Colin Grier y Andrew Duff por invitarme a participar en la
sesión organizada en el 2008 en la reunión de la Society of American Archaeology
sobre reorganización de poblaciones, que sirvió como base para esta contribución.
También nuestras mu- chas temporadas de campo en Pukara no habrían sido
posibles sin la contribución de muchos colegas y estudiantes durante 2000 (Nathan
Craig, Arleen Garcia, George Her- bst y Nico Tripcevich), 2001 (Sarah Abraham,
Javier Challcha, Cecilia Chávez, Amadeo Mamani, Carrie Mason, Leny Pinto, Andy
Roddick, Adan Umire y varios otros) y 2006 (Barbara Carbajal, David Oshige, Nancy
Román y Matthew Wilhelm) y miembros del equipo del pueblo de Pucará (la familia
Ttacca y muchos representantes de pueblo). El financiamiento para nuestro trabajo
en Pukara ha sido generosamente proporciona- do por la National Science
Foundation, Fullbright-Hays, Heinz Foundation, Wenner- Gren, y la Universidad de
California en Los Angeles y Santa Bárbara. Nuestro trabajo no sería posible en
Pukara sin el apoyo de Charles Stanish, Mark Aldenderfer y Cecilia Chávez Justo del
Programa Collasuyo y sin las oficinas locales y nacionales del Insti- tuto Nacional
de Cultura, Perú. Finalmente agradezco a David Oshige Adams por la traducción de
esta contribución.
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7
Las esculturas Pukara: Síntesis
del conocimiento y verificación
de los rasgos característicos
F r a n ç o i s Cuyne T i
Hay muchos estudios sobre las vasijas cerámicas Pukara (Chávez 1992; Franquemont
1986; Rowe y Brandel 1969–1970), pero muy pocos trabajos sobre las esculturas. Los
datos publicados vienen principalmente de los trabajos y de las prospecciones que
fueron realizadas por Alfred Kidder II al principio de los años 40 del siglo pasado, y
por Sergio Chávez entre los años 70 a 90. Pero desde 2000, poco a poco, más
científicos se interesan en estos artefactos líticos.
i Université Paris-Sorbonne (Paris IV). Titular de una Licenciatura y de una Maestría en Ar-
queología Prehispánica por la Universidad Paris-Sorbonne (Paris IV, France), actualmente
viene preparando una tesis para el grado de doctor en la misma institución. Igualmente
re- lacionado al EHESS de Paris (École des Hautes Études en Sciences Sociales) y al CRAP
(Cen- tre de Recherche sur l’Amérique Préhispanique, EA 3551). Ocupa un puesto de
Allocataire de Recherche y de Monitor en la Universidad Paris-Sorbonne, UFR Michelet
de Historia del Arte y de Arqueología. francois.Cuynet@paris-sorbonne.fr;
francoiscuynet@free.fr.
218 / l a s esculturas P u k a r a : síNtesis d e l c o N o c i M i e N t o y v e r i F i c a c i ó N ...
que las piedras areniscas fueron las preferidas. Pueden ser de color blanco, gris o
rojo. En un mismo sitio, se puede encontrar varias esculturas, todas de arenisca,
pero con colores diferentes.
También se nota la utilización de otros tipos de material, pero en menor pro-
porción. En el sitio de Taraco, se encuentran generalmente esculturas de pizarra. La
andesita gris fue privilegiada en la región de Chumbivilcas, departamento de Cusco
(Núñez del Prado Bejar 1971: 27), y se conocen también algunas estatuillas de
magnetita (Kidder 1965: 23).
No sabemos si la naturaleza y/o el color mismo de la roca elegida tienen un
valor ritual, o si es solamente condicionado según las fuentes disponibles.
Si bien el uso de la arenisca parece ser la regla general, no tenemos ningún dato
so- bre los lugares de extracción. Además, Sergio Chávez (1980: 76) demostró la
posibilidad de desplazar estas producciones de un sitio a otro, simplemente con botes
de totora.
A pesar del número importante de líticos registrados durante los trabajos
arqueo- lógicos, no se conoce nada del origen de las rocas de los monolitos, ni del
modo de elección. Y sí parece existir una preferencia por la utilización de la
arenisca, más trabajos son necesarios antes de considerar que puede ser un
elemento de caracteri- zación de la producción lítica Pukara.
EL TRATAMIENTO dE LA SUPERFICIE
Las esculturas Pukara, como las cerámicas, fueron más descritas que analizadas
real- mente. Así, no hay estudios que nos permitan saber de qué manera estas
fueron tra- bajadas, la técnica empleada y los objetos utilizados. Por ejemplo, como
no se conoce ningún lugar de extracción o zona de producción, no se puede decir
si la roca fue traída en bruto hasta el sitio y trabajada después, o sí la escultura
llegó en su estado final.
Desde los primeros trabajos de Alfred Kidder II (1943: 6), se reconoció dos
catego- rías mayores:
La primera se compone de esculturas en forma de estatuas, muy numerosas, re-
presentando generalmente personajes antropomorfos (algunas veces zoomorfos).
El tamaño va desde pequeñas estatuillas a elementos de casi dos metros de altura.
Con una forma generalmente rectangular, pero no tanto como las estatuas de estilo
Tiwanuku, tienen con frecuencia un pequeño zócalo. Este tiene un aspecto
funcional porque permite la estabilidad del elemento lítico. Además, permite dar a
la figura iconográfica más prestigio. Trabajada totalmente en bulto redondo, se
utiliza incisio- nes para incorporar elementos de detalle. En algunas raras
estatuillas descubiertas enterradas durante las excavaciones de COPESCO, se
observan pequeños rastros de pinturas polícromas (rojo, negro, blanco y amarillo)
preservadas sobre la superficie (Escobar 1981: 160-161; Mujica 1990: figs. 125-126).
Podemos notar que esa policromía es idéntica a la presente en las cerámicas de la
época Pukara.
219 / F r a N ç o i s c u y N e t
El otro tipo muy común es la estela. Contadas a través de la región del altiplano,
se presentan en forma de losa alargada de 2,50 m en promedio, con un máximo
registra- do hasta el momento de cuatro metros de alto (presentada en el artículo de
Chávez y Mohr-Chávez 1970: 26; ver también Tantaleán et al. en este volumen). Una
porción im- portante del zócalo trapezoidal se usó clavada en el suelo para mantener
la estela verti- cal. La estabilidad fue fortalecida gracias a un ancho más importante
en la base que en la cima, lo que permite bajar el punto de gravedad del objeto. Uno
de los elementos que parece ser típico de Pukara es la presencia de una muesca u
hombro en la cumbre de la estela. No se sabe bien el uso y/o la significación de este
dispositivo. Sergio Chávez y Karen Mohr-Chávez (1970: 26, 35) proponen la hipótesis
de que puede servir de soporte a un dintel horizontal de piedra, siendo las estelas
utilizadas como unidades arquitectó- nicas dentro de estructuras arquitectónicas. Sin
embargo, admiten que hay muy pocas estelas funcionando en pares, y la variedad del
tamaño, así como la presencia de algu- nos motivos en esa parte, parecen
contradictorias con esta suposición. Generalmente en los dos lados opuestos, los
elementos iconográficos están trabajados en bajo o medio relieve, y algunas veces en
relieve hundido con un borde de delimitación. Como en las estatuas, los detalles son
figurados mediante incisiones.
Así, parece que tenemos formas bien particulares atribuidas a las estatuas y a las
estelas. Pero se hace necesario un análisis de los rasgos iconográficos para
permitir una atribución a la época Pukara.
Figura 2. Estatuilla
Pukara. Museo Carlos
Dreyer de Puno
221 / F r a N ç o i s c u y N e t
CONCLUSIóN
La fortaleza del estudio sobre las esculturas radica en que se conocen numerosos
ejemplos que vienen de diferentes sitios de la cuenca del lago Titicaca. Eso nos
per- mite tener un abanico bien completo, y de poder generalizar los elementos
nom- brados.
Al final, esta síntesis del conocimiento nos orienta hacia varios datos de
caracteri- zación. Se notan dos tipos principales de formas, que son la estatua
antropomorfa y la estela con muesca, esencialmente talladas en roca arenisca.
Durante nuestro trabajo de recolección, notamos que pareció existir una
predilección del motivo iconográfico según la naturaleza del soporte. Sin embargo,
hasta el momento no se conoce clara- mente el proceso de elección y de
producción de estos artefactos líticos en sus diver- sos aspectos. Además, casi
ninguno de esos objetos fue descubierto en su contexto original, y varios muestran
huellas de deterioro. No obstante, subsisten suficientes elementos de la iconografía
para demostrar un vínculo entre las estatuas antropo- morfas y las estelas
encontradas.
Así, se desprende una noción de unidad en la escultura. No obstante, podemos
también ver que existen algunas variaciones en esta unidad. Se necesitan muchos
más estudios para decir si esas traducen regionalismos, diferencias de función o de
temporalidad. Sin embargo, la iconografía presentada, en su forma general, tiene
su- ficientes elementos para notar rasgos que pueden ser de caracterización.
Y si bien tenemos una unidad escultural, hemos visto que esta se relaciona
igual- mente con los ejemplos conocidos de la cerámica Pukara. Motivos se
encuentran, algunas veces de modo idéntico, tanto en uno como en el otro soporte.
Así, todos esos elementos demuestran la pertenencia de las esculturas y de las
cerámicas a un mismo mecanismo. Es este conjunto que podríamos llamar el estilo
Pukara.
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8
Las qochas y su relación con sitios
tempranos en el Ramis, norte de la
cuenca del Titicaca*
l u is Fl o r e s b l a n Co , n a THa n Cr a i g
i
ii
La cuenca del Lago Titicaca (CLT) tiene un largo proceso evolutivo, tanto en lo
social como en lo geológico, con marcadas permutaciones que recientemente se
vienen dando a conocer luego de una serie de investigaciones sistemáticas. Gra-
cias a estos estudios queda cada vez más claro que este desarrollo se dio en el
contexto de un paisaje agreste y cambiante, que cada vez más fue modificado
permanentemente por el hombre, haciéndolo habitable, pero que no escapó a los
cambios geológicos que repercutieron en su vida social. Una de estas innovacio-
nes, que seguramente ayudó a una vida concentrada más estable en el
altiplano, fue la creación de tecnologías agrícolas como los camellones o waru-
waru y los estanques de agua o qochas.
En un ambiente como la puna de la CLT, donde se cultivaron y aún cultivan
especies como la papa y la quinua, cuyo centro de origen habría sido algún lugar
de esta región (Bruno 2005; Murray 2005; Spooner et al. 2005), estudiar estas tec-
nologías agrícolas es casi una obligación, si es que se quiere entender el proceso
civilizatorio.
* Una ponencia inicial sobre este tema titulada: “El origen de las qochas y su relación con el
surgimiento de la complejidad social en el Ramis, cuenca norte del Titicaca” por Flores,
Ro- mán y Aldenderfer fue leída por Nathan Craig en el Simposio The rise of hierarchical
polities in the northern Titicaca basin: Recent research, new theories, organizado por Aimee M.
Plourde & Abigail R. Levine, en la 73º Reunión Anual de la SAA en Vancouver, Canadá,
en marzo del 2008.
i. Co-Director del Proyecto Arqueológico Ramis. Puno, Perú. lflores78@gmail.com.
ii. Department of Anthropology, Pennsylvania State University, 409 Carpenter Building,
Uni- versity Park, PA, 16802. ncraig@psu.edu.
iii. Department of Anthropology, University of California Merced, School of Social Sciences,
Humanities and Arts, Merced, CA, USA, 95343. maldenderfer@ucmerced.edu.
226 / l a s q o c h a s y su r e l a c i ó N coN sitios teM PraNos eN e l raMis
La zona que nosotros hemos investigado, en gran parte del valle del Ramis, al
nor- te de la cuenca del Titicaca, coincide con el área de mayor concentración de
una de estas tecnologías, las qochas (Figuras 1 y 2), dadas a conocer por Jorge Flores
Ochoa y Percy Paz (1983a). Las qochas han sido descritas como lagunas artificiales
acomodadas a la topografía y alimentadas por las lluvias de la temporada de
diciembre a marzo; esta tecnología sirvió para almacenar agua y como espacio de
cultivo (Figuras 3 y 4). Paradójicamente este territorio actualmente es uno de los
más secos de la punas de Azángaro-Pucará, con grandes riesgos de heladas, sequias
o inundaciones, y con un clima cambiante de un año a otro (Valdivia et al. 1999:
157).
Los estudios que, hasta el día de hoy, se han realizado sobre esta tecnología se
han centrado en su caracterización y funcionamiento (Flores y Paz 1983a, 1983b,
1984, 1986, 1988), en su potencial como sistema productivo (Rozas 1986; Valdivia et
al. 1999;
Figura 1. Polígono del área de mayor concentración de las qochas en un plano con el Lago
Titicaca en color celeste oscuro y el paleolago Minchin en celeste claro.
227 / l u i s F l o r e s B l a N c o , N a t H a N c r a i g y M a r k a l d e N d e r F e r
Más allá de la caracterización que se ha hecho de las qochas, estas no han sido
inda- gadas en relación a sus orígenes y evolución. Precisamente en este capítulo
queremos discutir dicho tema.
228 / l a s q o c h a s y su r e l a c i ó N coN sitios teM PraNo s eN e l raMis
1 Para una división y evolución de las terrazas aluviales en el valle de Ramis, consultar a
Farabaugh y Rigby (2005).
2 En el sistema de qochas sólo 5 de 30 días hay presencia de heladas (Valdivia et al. 1999:
158).
230 / l a s q o c h a s y su r e l a c i ó N coN sitios teMP raNo s eN e l raMis
sirvieron como oasis para los animales y seguramente fueron aprovechadas por los
hombres como paraderos temporales de caza durante el período que los arqueólogos
llamamos Arcaico Medio. Ahora solo faltaría encontrar en nuestro registro
arqueológi- co, la presencia de sitios con material tipificado para este período.
Lo que parece estar claro es que el clima empieza a mejorar luego de los 3,000
a.C., incluso con una humedad mayor que la actual, estabilizándose en las
condiciones modernas a partir de 2100 a.C. (Baker et al. 2001, 2005; Buffen et al.
2009; Grosjean et al. 2003), momento propicio para inundaciones estacionales, pero
también para la formación de las qochas naturales, convirtiéndose en reservorios
de agua contenida en el tiempo gracias a estar sobre un suelo arcilloso de
paleolago. Asimismo por las condiciones micro-climáticas y suelo favorable que
mencionamos arriba, estas qo- chas naturales habrían promovido la propagación de
malezas como Quenopodiáceas y tubérculos, en un contexto similar como el
planteado por Smith (1995: 194-196), expandiéndose con ello mayores parches de
recursos tanto para animales como para el hombre (Aldenderfer 2002).
La respuesta humana a estas mejoras del medio ambiente fue rápida, dándose
una mayor concentración de población desde el período Arcaico Terminal (3000-
1500 a.C.), centrándose aún más intensamente en los recursos fluviales, y
reduciendose la movilidad residencial (Aldenderfer 2002; ver Craig en este
volumen). Incluso la productividad fue suficiente para que algunos individuos
desarrollasen conductas de empoderamiento (Aldenderfer 2004) portando objetos
vistosos como el oro encon- trado en Jiskairumoko (Aldenderfer et al. 2008) y la
adquisición explosiva de obsidia- na a partir de fuentes muy lejanas a pesar de la
abundancia de sílex de alta calidad (Craig 2005; Craig y Aldenderfer e.p.).
Este tiempo también sirvió para poder manipular algunas especies vegetales me-
diante el forrajeo, haciéndolas más eficientes a las necesidades humanas (Aldenderfer
2002; Craig 2005), algo que finalmente permitió, por ejemplo en el Chenopodium, la
apa- rición de plantas de tallo único y la delgadez de la cubierta seminal de la semilla
(Bruno 2005; Murray 2005). Seguramente, también, fue el momento de los primeros
cultivos en una producción de bajo nivel, como ha planteado Smith (2001), en ese
paso de socieda- des cazadoras-recolectoras a las productoras.
Estas condiciones habrían permitido la concentración definitiva de población du-
rante el Formativo Temprano, luego del 1500 a.C. (Aldenderfer 2002), así como
también los primeros cultivos domesticados, como sucedió con el Chenopodium
(Bruno 2005). Todos estos cambios culturales tuvieron impacto ecológico sobre su
medio ambiente, influenciando en la deforestación de la puna del Titicaca, con el
consecuente avance de la cobertura de pastizales hasta como la conocemos
actualmente (Craig et al. 2009).
Ya durante el Formativo Medio (1000 a.C.–500 d.C.) es probable que la
producción intensiva de alimentos acompañase a estos cambios políticos y sociales,
y se intensi- fique también el intercambio en toda la cuenca. La arquitectura
mayor aparece, y si bien en menor escala a la observada en la costa central,
comienzan a ser comparables en su función y rol (Aldenderfer 2002). Si bien los
asentamientos urbanos aun no apa-
232 / l a s q o c h a s y su r e l a c i ó N coN sitios teM PraNo s eN e l raMis
recen hasta fases superiores del Formativo Tardío, el crecimiento poblacional debe
haberse incrementado significativamente durante el Formativo Medio, estimulando
a las poblaciones del valle del Ramis a la creación de soluciones a su requerimiento
creciente de alimentación. En este contexto debieron aparecer las qochas, como tec-
nología agrícola que permitió aprovechar su medio ambiente. Posteriormente
duran- te el Formativo Tardío (500 a.C.–400 d.C.) este aprovechamiento fue
convertido en todo un sistema agrícola estable, base de la economía en el primer
desarrollo estatal llamado Pukara. Con el tiempo, el desarrollo de un mercado
creciente requirió una ampliación de la frontera agrícola, extendiendo esta
tecnología hacia las terrazas C y D, de suelos menos impermeables, pero más
productivos agrícolamente, ubicadas en la parte oeste de la zona investigada,
próximos al río Pucará (Flores y Paz 1983a: 49-52; Craig et al. 2011). La validez de
esta tecnología como una herramienta de esta- bilidad productiva en un ambiente
difícil (Valdivia et al. 1990: 160, 163), permitió su continuidad en el tiempo, aunque
disminuida ya para períodos tardíos, al parecer fue usada hasta el período Altiplano
y, tal vez, hasta el período Inca y Colonial. Aunque sin claras evidencias
arqueológicas, ni referencias en los textos de contacto, esta tec- nología seguió
usándose, ya de manera desintegrada, por las comunidades rurales, tanto así que
perduró su uso hasta la actualidad.
Aunque no contamos aun con fechados radiocarbónicos para probar tal
evolución de las qochas, tenemos evidencias concretas de una relación espacial
directa “sitio- qocha”, en la que los análisis de los materiales de estos
asentamientos asociados nos permitirán establecer una cronología relativa para
dicha historia.
La asociación de asentamientos con las qochas son regionalmente más claras du-
rante el período Formativo, antecedidos a veces por una ocupación del Arcaico. La-
mentablemente aun no hemos acabado un análisis más fino de la cerámica Formati-
va para distinguir sus diferentes estilos. Sin embargo, nos llama la atención la
poca
Figura 5. Polígono del área de mayor concentración de las qochas sobre una plano de las
terrazas aluviales donde se ubican los sitios arqueológicos señalados y demás rasgos.
234 / l a s q o c h a s y su r e l a c i ó N coN sitios teM PraNos eN e l raMis
presencia de fragmentos Qaluyu que podría estar sumando evidencias sobre su baja
presencia en el valle de Pucará, a diferencia por ejemplo del valle de Huancané
donde es todo lo contrario (Plourde y Stanish 2006: 248).
El período Formativo se caracteriza por un patrón de asentamiento jerarquizado
(Stanish 2003) donde sobresalen dos tipos de asentamientos, aquellos con arquitec-
tura acumulativa grande de piedra que tiene al sitio de Pukara en la cima de esta
jerarquía y a extensas áreas con dispersión de material en superficie, sin
arquitectura visible, que bien pueden ser consideradas como posibles aldeas. Estos
sitios por lo general están asentados al final de la pampa, sea en la base de un cerro
o cerca a las riberas de los ríos y qochas (Aldenderfer y Flores 2008).
Los sitios con arquitectura grande están más concentrados en la margen derecha
(oeste) del río Pucará, separados entre 3,5 hasta 7 Km; mientras en la margen
izquier- da (este), en la zona de las qochas, presentan mayor separación (hasta 10
Km), y alter- nando con las supuestas aldeas (Aldenderfer y Flores 2008).
Existen, por lo menos, cuatro centros Pukara importantes en la zona de las
qochas, todos con arquitectura grande: Tantihuasi en el norte, Tampukancha y
Cumparo en el centro y Calapuja en el sur, ubicados cada 6 a 10 km, lo que hace
que las zonas agríco- las estén controladas directamente por agentes Pukara
(Aldenderfer y Flores 2008).
Los sitios con dispersiones de materiales o supuestas aldeas, casi siempre, están
en el rango de control de los sitios con arquitectura grande (Aldenderfer y Flores
2008; Figura 6).
Otro elemento del período Formativo asociado a las qochas, fue el hallazgo de
una estela de “suche” al interior de una laguna natural llamada María Huancane
Qocha (Aldenderfer y Flores 2008; Flores et al. e.p.) (Figura 7).
Figura 9. Vasijas Pukara de los sitios Yurac Cruz Pata (RM 348) (1) y Laroqocha (RM 1192) (3)
(Dibujos de Chávez 2008)
tensificar un flujo de productos interegionales para el consumo económico sino
tam- bién simbólico. Lo anterior permitiría que ciertos agentes logren un
posicionamiento de su autoridad (Aldenderfer 2002, 2004) estableciendo para ello
un sistema recíproco de hospitalidad competitiva de banquetes que se dio tanto en
el espacio urbano de las plazas de Pukara (Klarich 2005) como, al parecer, en el
espacio rural asociado a las qochas, como lo indica la gran concentración de
alimentos incinerados en sitios sin arquitectura visible como lo descrito para el
sitio RM 621.
No sabemos qué tecnología fue inventada primero, si las qochas o los camellones o
si ambos tuvieron historias distintas y paralelas. Tampoco sabemos dónde se
originaron. Sólo sabemos que las qochas se distribuyen con mayor frecuencia en las
pampas del Ra- mis y los camellones en las partes húmedas próximos al Titicaca,
ambos asociados pre- ferentemente a sitios del período Formativo (Aldenderfer y
Flores 2008; Erickson 1996). Además en el Ramis se han reportado funcionando como
un sistema, las qochas como reservorios que se utilizan para regar a los camellones
(Aldenderfer y Flores 2008).
239 / l u i s F l o r e s B l a N c o , N a t H a N c r a i g y M a r k a l d e N d e r F e r
PRIMERAS CONCLUSIONES
De esta forma, las qochas representan una tecnología que permitió una estabilidad
productiva en un medio ambiente agreste, importante para el desarrollo de las pri-
meras sociedades complejas durante el período Formativo. Sin embargo, esta
tecno- logía tuvo una evolución larga que aun falta conocer en detalle; sirviendo
incluso a culturas tardías como los Collas.
En general, podemos decir que el gran aporte de las qochas como tecnología
fue el control eficiente del agua, una “domesticación” de este recurso (Mujica y
Holle 2001: 72).
El modelo expuesto, respaldado por estos primeros datos de asociación espacial,
deben favorecer nuevas investigaciones que aborden el tema de la antigüedad de
las qochas aplicando algún método para fechar in situ estos reservorios. Si los
bordes fue- sen producto de tierra venida del centro de las qochas, tal vez, estas
pueden guardar evidencias materiales diagnósticas que permitan asociar esta
deposición con el mo- mento de su elaboración. Sin embargo, quizá esta
posibilidad pueda también exami- narse en los bordes de los canales, incluso
fechando directamente por fluorescen- cia los depósitos como se realizó con los
camellones en la zona de Huatta (Erickson 1996). También queda por resolver
preguntas como ¿Cuándo empezaron a formarse las qochas naturales? ¿Cuántas de
las qochas registrados son naturales y cuáles imple- mentadas? ¿Cuál fue el nivel de
intervención humana en la adecuación de las qochas?
¿Existió en el tiempo una decadencia en el uso de las qochas y qué lo motivo?
Segu- ramente las respuestas a estas preguntas permitirán conocer mejor la
evolución del sistema de qochas.
Agradecimientos
Los autores desean agradecer a Silvia Román, Honorato Tacca y Albino Pilco
Quispe, por su ayuda con el trabajo de campo. También nos gustaría agradecer a las
comuni- dades quechuas de las provincias de Azángaro y Lampa por su amable
hospitalidad. El trabajo de campo realizó gracias a la autorización del Instituto
Nacional de Cultura, Resolución Directoral N° 870/INC del 30.05.2007. La
investigación ha sido posible por el apoyo de subvenciones del NSF BCS-0737793
otorgadas a Mark Aldenderfer.
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9
Prediciendo la coalescencia en los
períodos Formativo y Tiwanaku
en la cuenca de Titicaca: Un
modelo simple basado en
agentes*
WM. r a n d a l l H a a s , Jr i
y Ja Co Po T a g l i a b u e ii
Figura 2. Las ubicaciones de los 31 sitios más grandes conocidos del Formativo Superior de la
cuenca del Titicaca. Estos sitios más grandes se representan en forma lineal y el espacio de
registro (log- space) en la esquina superior derecha. Los datos de Stanish (2003) y Stanish et al.
(2005).
productos agrícolas y otros bienes (Tripcevich 2007). Ademas la agricultura de cam-
pos elevados, la cual habría empezado durante el período Formativo Medio, habría
aumentado significativamente las producciones agrícolas (Stanish 2003).
Durante el período Formativo Superior (ca. 500 a.C.–400 d.C.), por lo menos 31
asentamientos alcanzaron tamaños mayores a cuatro hectáreas y al menos nueve
ex- cedieron el máximo de ocho hectáreas de los precedentes asentamientos del
período Formativo Medio (Stanish 2003; Stanish et al. 2005). La Figura 2 muestra
que las distri- buciones de los asentamientos del Formativo Superior tomaron una
forma de primate1 (Berry 1961) con dos centros regionales –Pukara y Tiwanaku–
creciendo en un orden
1 Este es un concepto tomado de Berry (1961: 573-588) que se refiere a una distribución de
poblaciones con una o más poblaciones que son muy grandes en comparación a otras po-
blaciones.
246 / P r e d i c i e N d o l a c o a l e s c e Nc i a eN l o s P e r í o d o s ForMativo y t i w a N a k u .. .
hnson 1980; Laxton y Cavanagh 1995; Krugman 1996; Hamilton et al. 2007), por no
hablar de muchos otros fenómenos biológicos y no biológicos (Clauset et al. 2009). A
primera vista, estas distribuciones, más o menos continuas, parecen ser discretas y
jerárquicas (e.g. Christaller 1966), para los habitantes y analistas por igual. Sin em-
bargo, la categorización resultante de las distribuciones continuas puede
enmascarar una importante variación que tiene el potencial para informarnos
sobre los diferen- tes procesos y comportamientos humanos subyacentes. Cuando
las distribuciones no lineales son examinadas como un fenómeno continuo, a
menudo toman una de las cuatro formas distintas: Log-lineal, primate, convexa y
primo-convexo (McAndrews et al. 1997; Figura 4).
Sí estuviéramos viendo esas distribuciones en un histograma, observaríamos
formas caracterizadas por las letras L o J en lugar de las más familiares forma de
campana o distribución plana. Sin embargo, los histogramas no se prestan bien
para discriminar entre las cuatros diferentes formas no lineales enumeradas
arriba. El gráfico (plot) de la escala logarítmica del rango-tamaño, por otra parte,
proporciona un método que facilita la interpretación para explorar la variabilidad
que de otra forma, sería opaca en las distribuciones no lineales. En las gráficas de
rango-tamaño, el tamaño de la entidad es trazado como una función de su rango,
la cual es simple- mente su posición cuando está ordenada por tamaño (Figura 1).
De este modo, el sitio más grande en una distribución se clasifica como el rango 1,
el segundo más grande, el rango 2, y así sucesivamente. Cuando los ejes son
transformados logarít- micamente, las distribuciones no lineales aparecen
relativamente rectas mientras que random (azar) o distribuciones normales,
aparecen como curvas extremadamen- te convexas.
Las formas “Log-lineales”, que aparecen como líneas rectas en el registro espa-
cial, han recibido la mayor atención. También se conocen como las distribuciones
de la ley de potencias o rectilíneas (también véase Griffin (2011), para una
discusión sobre el uso del término “log-normal” en la literatura arqueológica).
Tales distribu- ciones pueden variar con respecto a sus límites inferiores y
superiores y a su pen- diente, o a sus dimensiones fractales (Adamic y Huberman
2002; Brown et al. 2005; Clauset et al. 2009; Griffin 2011). Cuando la pendiente de
una distribución log-lineal es -1, esta aparece como un ángulo de 45º en una
gráfica log-log de rango-tamaño que tiene rangos equivalentes para los ejes. Esta
forma particular de log-lineal se denomina como ley de Zipf, luego que George
Zipf (1949) dedicara muchas páginas para catalogar y entender esta regularidad
empírica. El proceso exacto subyacente de la formación de la ley de fuerzas –
especialmente las distribuciones de Zipf– aún no es el todo comprendido, pero
muchos analistas parecen concordar en que el pro- ceso está relacionado con los
flujos de red que distribuyen o disipan algunas divisas (Zipf 1949; Krugman 1996).
Posteriormente, Gregory Johnson (1980) describió una desviación arqueológica
común en la distribución de Zipf, que se denomina convexidad del rango de
tamaño (Figura 4). En estas distribuciones, los asentamientos más grandes y los
más pequeños son menores que lo que se observaría en una tendencia log-lineal; o
a la inversa, los asentamientos de tamaño mediano son mayores que lo que
podamos obervar en una tendencia log-lineal (McAndrews et al. 1997).
248 / P r e d i c i e N d o l a c o a l e s c e N c i a eN l o s P e r í o d o s ForMativo y t i w a N a k u . ..
N.e. Se trata de una prueba estadística, en la que la cola superior es el pico de la derecha,
pues- to que representa a la cantidad de miembros del eje Y (en la vertical) que reciben
más elementos del eje X (en la horizontal): es cola por la forma pero es superior porque
recibe más. En ese sentido, expresa un patrón distributivo. Quizá por esa razón, en
algunos casos, se usa para querer decir simplemente el segmento más alto. Es una
innovación procedente del inglés the upper tail. Del mismo modo la cola inferior, es otra
comprobación de la hipó- tesis, también llamada prueba de la cola izquierda que vendría
a ser el segmento más bajo.
250 / P r e d i c i e N d o l a c o a l e s c e N c i a eN l o s P e r í o d o s ForMativo y t i w a N a k u . ..
2 Debemos señalar que este resultado más bien es contrario a la intuición, el cual produce
distribuciones ordenadas a partir de procesos aleatorios. No fue sorprendente, en este
caso, ya que el Dr. Thomas Carter, de la Universidad Estatal de California en Stanislaus,
nos había mostrado esencialmente el mismo modelo aplicado a las transacciones de la
riqueza.
251 / wM . r a N d a l l H a s s j r . y j a c o P o t a g l i a B u e
RESULTAdOS
El paisaje Formativo modelado proporcionó un conjunto de limitaciones geográficas
y probabilísticas sobre las ubicaciones de los agentes en nuestro modelo. La Figura
6a muestra esencialmente la geometría de este espacio modelado. Como en los
modelos previos, ejecutamos 30 simulaciones, cada una con aproximadamente
1000 agentes consistente en 25 individuos cada uno. Para cada ubicación en el
espacio modelado, un agente es localizado con alguna probabilidad definida por la
superficie del modelo logístico. Dado el ajuste de cierre entre el modelo de
gravedad y las distribuciones de tamaños empíricos en el espacio modelado
genérico, elegimos a éste para definir las reglas del agente en el modelo geográfico.
Consideramos tres pruebas de ajuste del modelo con las distribuciones empíricas
de asentamiento. En primer lugar, nos preguntamos qué tan bien son los modelos
para predicir las distribuciones de tamaño de asentamiento en el período Formativo
de la cuenca del Titicaca. Por último, nos preguntamos qué tan bueno es el modelo
para pre- decir las ubicaciones relativas de los dos asentamientos de rango más alto.
Este último examen implica la comparación de las distancias y ángulos modelados de
los asenta- mientos de rango 1 y 2 con los ángulos y distancias reales entre
Tiwanaku y Pukara.
Encontramos que existe una coherencia entre los resultados del modelo y los
datos empíricos. La distribución del tamaño de asentamiento no mostró diferencias
cualitativas de aquellas generadas en los modelos de gravedad previos (ver Figuras
3 y 5). Las ubicaciones reales caen dentro de las regiones de probabilidad más alta
pre- dicha por nuestro modelo. La Figura 7 muestra los resultados del modelo para
todos los sitios con población excedente, para los sitios del rango 1, los sitios del
rango 2, y los sitios del rango 3 con 30 ejecuciones a tiempo 100. Los sitios
modelados del rango 1 forman dos grupos, uno en el norte y uno en el sur. La
mayor probabilidad de conjun- tos (cluster) en el sur conteniendo 18 de los 30 de
un rango de sitios y el agrupamiento norte contiene los restantes 12. La media
geográfica del sitio predicho de rango 1 está aproximadamente a 40 km al suroeste
de la ubicación de Tiwanaku. Sospechamos que este desplazamiento está, en parte,
relacionado a nuestra sobreestimación de la población en la región de Desaguadero
de la cuenca sur. Sin embargo, la distribución modelada del rango 1 es coherente
con la ubicación real de Tiwanaku.
Los sitios modelados de rango 2 también forman dos grupos en los extremos
nor- te y sur de la cuenca. Sin embargo, el sitio de rango 2 está sesgado hacia el
extremo norte de la cuenca, con 18 sitios cayendo en el agrupamiento norte y los
restantes 12 en el agrupamiento sur. El centro geográfico de los sitios modelados
del rango 2 predice la ubicación de Pukara con una exactitud casi perfecta (ca. < 5
km). Los sitios modelados del rango 3, por otra parte, no exhiben el mismo grado
de agrupamiento geográfico como los asentamientos del rango 1 y 2. Sin embargo,
es digno de notar que la media y la moda, de la coordenada UTM, para los sitios
modelados del rango 3 esta entre 8200 y 8250 km, mientras que las coordenadas
para los sitios reales de 3 y 4 se ubican entre 8240 y 8260 km aproximadamente.
Esto también quiere decir que las proporciones norte-sur de los sitios modelados
de rango 1 y 2 están en una oposición perfecta. La relación geográfica predicha
entre los sitios modelados de rango 1 y 2 se asemejan con la relación espacial
real entre
255 / wM . r a N d a l l H a s s j r . y j a c o P o t a g l i a B u e
Figura 7. Las ubicaciones geográficas de (A) todos los sitios modelados con poblaciones finales > 0,
(B) todos los sitios de rango 1, (C) todos los sitios con rango 2, y (D) todos los sitios con rango 3.
Estas dis- tribuciones se generaron en 100 pasos de tiempo. Las ubicaciones de los modelados de
sitios de rango 1 se comparan con la ubicación real de Tiwanaku, y las ubicaciones de las bases de
los sitios modelados 2 se comparan con la ubicación real de Pucará. Puntos grises definen los
medios geográficos de los agrupamientos o clusters que fueron definidos por K-means. Las líneas de
puntos grises representan las elipses de error estándar de distancia 1 y 2.
Tiwanaku y Pukara (Figura 8). La orientación promedio entre los sitios modelados
de rango 1 y 2 es 51 ± 9º mientras que la orientación real entre Pukara y Tiwanaku
es 48º. Además, la distancia media entre los sitios modelados de rango 1 y 2 es 216 ±
51 km mientras que la distancia real entre Pukara y Tiwanaku es 247 km.
RESUMEN y dISCUSIóN
Este artículo se propuso entender los procesos subyacentes a la coalescencia
diferen- cial de la población en el período Formativo de la cuenca del Lago Titicaca,
a través de
256 / P r e d i c i e N d o l a c o a l e s c e N c i a eN l o s P e r í o d o s ForMativo y t i w a N a k u .. .
Figura 8. Una comparación de las actuales orientaciones de Tiwanaku-Pucará (izquierda) y las dis-
tancias (derecha) para las orientaciones de modelado y las distancias. Los valores modelados son
consistentes con los valores actuales.
un examen de las distribuciones de asentamiento y modelización basada en agentes.
El período Formativo de la cuenca revela las distribuciones del rango del tamaño
de asentamiento que oscilan entre cóncavo y convexo con Tiwanaku y Pukara
repre- sentando los centros primate de las distribuciones cóncavas (Albarracin-
Jordan 1996; Stanish 2003). Nuestro modelo simple, basado en agentes, muestra que
este rango de variación en las distribuciones de tamaño de asentamiento, puede
generarse con sólo unas pocas reglas simples, incluyendo asentamientos dispersos
geográficamente integrados por individuos quienes migran entre estos
asentamientos con un sesgo hacia asentamientos que están relativamente cerca
y/o son grandes.
vo de campos elevados. Sin embargo, los asentamientos, cada vez más grandes,
habrían sido ocupados con el aumento de tensiones que surgen del estrés de escala
(Bandy 2004). De hecho, el período Formativo está marcado por el aumento de
tradiciones integradas, que podrían haber respondido a las nuevas predilecciones de
individuos y pequeñas comunidades migrantes. Tiwanaku, cuyo tamaño también es
predicho porque, según el modelo de Griffin y Stanish (2007), la geografía parece
haber sido particularmente exitosa en integrar una población particularmente
grande (Janusek 2006).
El modelo presentado aquí también sugiere que el tamaño y la ubicación de los
asentamientos de alto rango son fuertemente dependientes de las diferencias, apa-
rentemente triviales, de las condiciones iniciales de la geografía. Por ejemplo, más
allá del hecho que nuestros 30 modelos de funcionamiento-gravedad compartieron
el mismo número de aldeas, cada una de ellas con el mismo tamaño de población
inicial, las desviaciones estándares de los asentamientos del rango 1 de
aproximadamente 5000 individuos y un rango de 17000 (véase Figura 5). Además,
en el modelo de ejecu- ción geográfica, las ubicaciones de los asentamientos del
rango 1 estuvieron correc- tamente posicionados en la cuenca del sur solamente el
60% del tiempo. Se predijo que el 40% restante ocurrió en la cuenca norte,
aproximadamente en los alrededores de Pukara. Nuevamente, diferencias sutiles
en las condiciones iniciales crearon muy diferentes modelos de historias. Dicho
esto, también es claro que ciertas historias fueron más probables que otras. En el
lenguaje de los teóricos de la complejidad, tales órbitas de atracción habrían
constreñido los resultados potenciales de las distribu- ciones de asentamiento del
período Formativo de la cuenca de Titicaca.
Agradecimientos
Este trabajo fue financiado parcialmente por el Santa Fe Institute mediante una
NSF Grant No. 0200500 titulada “A Broad Research Program in the Sciences of
Complexi- ty.” Muchos participantes en la SFI Complex Systems Summer School
ofrecieron comentarios reflexivos y valiosos que mejoraron esta artículo, así como
también lo hicieron James P. Holmlund (Western Mapping Company, Tucson),
Shane Miller (The University of Arizona), y Taylor Hermes (The University of
Arizona). Todas las fallas y confusiones, en este artículo, son responsabilidad de los
autores.
258 / P r e d i c i e N d o l a c o a l e s c e N c i a eN l o s P e r í o d o s ForMativo y t i w a N a k u . ..
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259 / wM . r a N d a l l H a s s j r . y j a c o P o t a g l i a B u e
INTROdUCCIóN
En su proceso de expansión, los estados arcaicos se movilizan en primer lugar para
controlar caminos y ubicaciones estratégicas. El resultado es un patrón discontinuo
de dominación donde los recursos más críticos están controlados dentro de
territo- rios previamente no dominados (Algaze 2005; Smith 2007; Stanish 2002).
Esta lógica de “enclave estratégico” se encuentra durante el Horizonte Medio de la
cuenca del Lago Titicaca, donde la presencia de Tiwanaku se debilita fuertemente
fuera de su territorio nuclear al sur (Stanish et al. 2005) (Figura 1).
La bahía de Puno, en el actual Perú, es uno de los escenarios donde se ubican los
asentamientos Tiwanaku más grandes del norte del Lago Titicaca (Stanish 2003:
188). Al norte del río Ilave, Tiwanaku estableció grupos de asentamientos en
enclaves re- gistrados en Juli, bahía de Puno, y en la zona del lago Arapa (Stanish et
al. 2005; Stanish comunicación personal 2009). La condición de semi-aislamiento de
este conjunto de sitios indicaría que fue un lugar de importancia estratégica. Su
investigación nos po- sibilitaría determinar el valor de la bahía de Puno dentro de
la sociedad Tiwanaku, y así aprender más del sistema de valor del estado Tiwanaku.
Datos de campo del Proyecto Wayruro indican que los jefes del estado Tiwanaku
fueron atraídos a Puno por ser el centro de una sociedad compleja, con una fuente
de plata y una larga tradición de trabajo especializado en el procesamiento de
minerales locales. Además, consideraciones defensivas y rituales parecen
determinar la ubica- ción de las ocupaciones dentro de la bahía.
* Traducido por Carol Schultze y Luis Flores Blanco, con ayuda de Laura Cannon y David
Oshige Adams.
i. Departamento de Antropología. Universidad de California, Los Angeles.
ca.schultze@gmail.com.
ii. Departamento de Antropología. Universidad Nacional del Altiplano, Puno.
edelavega09@gmail.com.
iii. Programa Collasuyo, Puno. collasuyopuno@gmail.com.
262 / l a ocuPacióN tiwaNaku eN l a BaHía d e PuNo: t r a d i c i ó N Metalúrgica
Artefactos de tipo Tiwanaku están presentes en sitios con templos hundidos del
período Formativo. Estos indican continuidad entre los dos períodos, y
posiblemente, una intensificación del complejo ceremonial en el Horizonte Medio.
Puesto que el objetivo parece ser la incorporación de los trabajadores con sus
recursos, iniciar una guerra con la sociedad compleja que ya tenía un
conocimiento acumulado, hubiera sido contraproducente.
Parece que hay una restricción de acceso a la plata y a su procesamiento
durante el período Tiwanaku. Hay crisoles asociados con seis sitios del período
Formativo y solo tres en los tiempos de Tiwanaku. Esos son los sitios principales
que habrían teni- do acceso para controlar la producción de plata en la bahía de
Puno.
Todos los minerales intrusivos de valor económico del ‘Grupo Puno’ eran cono-
cidos por el estado Tiwanaku. Artefactos del tipo Tiwanaku se han encontrado en
sitios formativos en donde hay talleres de andesita, por ejemplo Punanave P9 y
Cerro Ichur P110. También, la andesita es uno de los materiales usados en la
arquitectura ceremonial en Isla Esteves P10.
La presencia militar de Tiwanaku en Puno era limitada. Casi tres cuartas partes de
los sitios Tiwanaku fueron ubicados en campo abierto. Sin embargo, algunos sitios
tu- vieron capacidad defensiva. Ubicaciones estratégicas cercanas a la orilla del lago
fueron
263 / c a r o l a . s c H u l t z e , e d M u N d o d e la vega y cecilia cHávez
dATOS dE LA PROSPECCIóN
La producción y el ritual continuaron durante el período Tiwanaku en los
mismos sitios del período Formativo (Figura 2). Tiwanaku continuó con la
producción modu- lar de fundir plata en sitios como Huajje P5, Punanave P9 y
Cerro Negro Peque P117. Además ellos reocuparon talleres de andesita en sitios
como Cerro Ichur P108 y Cerro Chincheros P13.
Comparándolo con el período Formativo, hay menos sitios Tiwanaku; aunque en
promedio son más grandes. Sitios con artefactos Tiwanaku tienen un tamaño
prome- dio de 4.7 hectáreas, mientras los sitios formativos tienen 2,8 ha (Tabla 1).
Además, el 74% de todos los sitios Tiwanaku están ubicados en niveles inferiores a
Período
3900 msnm. Número de sitios Tamaño medio (hectáreas) ≥ 1 hectárea
Como se muestra en la Figura 2, Tiwanaku tiene una presencia sobre todos los
sitios formativo con templos hundidos. Ellos construyeron templos hundidos adicio-
nales en Isla Esteves P10. En contraste, sitios de arte rupestre del Formativo no
tienen un componente Tiwanaku. Esto refleja que Tiwanaku tiene más interés en el
centro cultural del distrito de Chincheros, en la zona norte del proyecto, que
ocupar locali- dades más altas, donde se encuentra el arte rupestre.
Figura 2. Sitios Tiwanaku frente a sitios rituales Formativo. Circulo = sitio Tiwanaku,
Cuadrado = templo hundido, Polígono = arte rupestre
265 / c a r o l a . s c H u l t z e , e d M u N d o d e la vega y cecilia cHávez
La mayor parte de los sitios Tiwanaku están por debajo de los 3900 msnm. Hay
sólo dos sitios Tiwanaku sobre los 4000 msnm. Uno de esos es la mina de plata
Laicacota / Cerro Negro Peque P117, ubicado al noroeste del Cerro Cancharani a
4100 msnm. Este sitio está compuesto de cientos de pozos de canteras asociadas a
cúmulos de relaves. Algunos pozos tienen 10 metros de diámetro, otros tienen 7
metros de profundidad. Otros tienen cámaras múltiples orientadas en varias
direcciones. Cerámicas de todos los períodos están presentes aquí. Asimismo, hay
representación de cerámica de to- dos los períodos en sitios de fundición como
Punanave P9 y Huajje P5. Claramente, todas las culturas que dominaron la bahía de
Puno se establecieron allí por el acceso a estos minerales de plata.
El otro sitio Tiwanaku sobre los 4000 msnm es aun más enigmático. El sitio Capilla
Intocable P106 es una capilla católica con elementos muy antiguos ubicados encima
de un cerrito a 4075 m. Hay monolitos erosionados rodeando parte del sitio, se debe
de advertir que la presencia Tiwanaku se ha distinguido solo por una punta de
proyectil de tipo Tiwanaku (Figura 3). Este hallazgo sugiere una función militar, o
alternativamente sólo una punta dejada por cazadores. Más datos serán necesarios
para entender el papel de este sitio en el patrón de asentamiento Tiwanaku.
Posiblemente, este sea parte de un grupo de lugares de control establecido por el
estado Tiwanaku (Figura 5).
El Sitio P106 está cerca del sitio de Cullaquipa P105, que es un alineamiento norte-
sur de ocho monolitos erosionados colocados verticalmente en el piso de la quebrada
sur de Cerro Calechejo (Figura 4). Estos menhires tienen un rango de tamaño de 24 a
90 cm de altura, y anchos de 30 hasta 58 cm, sin tallados visibles. La piedra central
está rota, con una altura de solo 5 cm. La gente que vive cerca dice que los
monolitos son “piedras muy antiguas” y “piedras intocables que tienen poder”. El
nivel de erosión se relaciona con su gran antigüedad, aunque no hallamos artefactos
en la superficie. Posiblemente, esta línea de piedras marca una frontera territorial, o
son ruinas estructurales.
267 / c a r o l a . s c H u l t z e , e d M u N d o d e la vega y cecilia cHávez
Los sitios defensivos fueron mantenidos por Tiwanaku. A la entrada sur de la ba-
hía de Puno, el pasaje terrestre se angosta entre los cerros empinados y las aguas
del Lago Titicaca (Hyslop 1984: 121). Arriba de este punto de control está el sitio
Achalani P98, enfrente del lago hay terrazas altas (2 metros o 6 hiladas de piedra de
altura) de- fensivas construidas de una manera desfavorable para las fuerzas
atacantes, la cresta del cerro y las murallas proporcionan una posición defensiva
superior. Encontramos artefactos de todos los períodos en abundancia, incluyendo
cerámicas, líticos, bolas, morteros y fragmentos de tazones de piedra.
La Isla Esteves también tiene potencial defensivo como ciudadela. Sin embargo,
muchos de los datos indican actividades ceremoniales, fiestas, residencias de elite y
uso de bienes de prestigio. Tiwanaku ocupó en esta isla un centro urbano rival,
con el establecimiento de una elite local en la bahía. Esta es una prueba de
aislamiento étnico y distinción social durante el Horizonte Medio.
Los sitios que fueron ocupados durante todos los períodos (H6, P56, P13, P44, P10,
P5, P9, P117, P98, y P108) demuestran que el acceso al lago fue motivado por el
procesa- miento de la plata, los tallares de andesita y lugares defensivos en la bahía
de Puno.
268 / l a ocuPacióN tiwaNaku eN l a BaHía d e PuNo: t r a d i c i ó N Metalúrgica
sido probado por Stanish (1991: 17) en Otora, y en nuestro caso nos ha permitido
abordar temas de cronología y esferas de interacción. También creamos una
cronolo- gía de pastas de cerámica (Schultze 2008).
La secuencia cerámica fue consistente con la serie de episodios constructivos del
montículo durante un período de 2000 años. Los tipos de artefactos empiezan con
formas del Formativo Medio (Steadman 1995) y continuaron incluyendo formas de
cada período subsiguiente (Alconini 1993; Bauer 1992; Bauer y Stanish 2001; Chávez
1992; Janusek 1994, 2003; Kidder 1943; Posnansky 1945; Stanish et al. 1997; Stanish y
Steadman 1994; Steadman 1999; Tschopik 1946).
La cerámica diagnóstica, encontrada estratigráficamente, fue como sigue:
bordes de forma Qaluyu en los 500–430 cm de profundidad; bordes de formas
Pukara Inicial y Pukara I se encontraron por los 430–400 cm; bordes de formas
Pukara II entran en niveles de 400–380 cm. En el nivel de 380–370 cm de
profundidad se encontraron las primeras formas Tiwanaku, un fragmento de un
kero pulido negro. Fragmentos de incensarios Tiwanaku están por los 310 cm. En el
nivel de 280–290 cm se encontró un fragmento de jarra con decoración aplicada
Collao, señalando el término del depósito Tiwanaku. En el nivel de 220–230 cm se
encontró un pequeño fragmento de plato Sillustani-Inca. Por los niveles de 200–190
cm hay un fragmento amarillo y verde vi- driado de técnica colonial.
Se escogieron cuatros fragmentos de cerámica para análisis por
termoluminiscen- cia (TL) (Aiken 1989; Feathers 1997), los que fueron tomados de
los siguientes niveles: 170 cm, 350-360 cm, 400-410 cm, y 420-430 cm. La muestra
más profunda tuvo un resultado con un término de error grande y fue descartado
(753 ± 135 d.C.). Las otras tres dieron fechas mínimas de 1009 ± 53 d.C., 734 ± 71
d.C. y 515 ± 76 d.C., en un orden correcto de superposición.
Análisis de microscopio de electrones de la cerámica indica que las arcillas
tienen altas concentraciones de feldespato. El feldespato pierde su carga TL más
rápido que otros minerales (Feathers 2003). Por eso, los datos de TL de la bahía de
Puno registra- ron siempre fechas mínimas.
Dos muestras de carbón se eligieron para datación por radiocarbono de los
nive- les 280 a 290 cm (Beta-195437) y 400 a 410 cm (Beta-195438). Se obtuvieron
fechas convencionales de 1370 ± 60 a.p. y 1690 ± 70 a.p., respectivamente.
Calibrando estos datos a 2 sigmas (probabilidad 95%) dieron como resultado: 580
a 770 d.C. y 220 a
530 d.C.2
Las cronologías absoluta y relativa están de acuerdo, íntegramente, con la estra-
tigrafía del yacimiento, con una antigüedad que va desde el período Formativo Su-
perior (200 a.C.–500 d.C.) hasta fechas potenciales del Formativo Medio Qaluyu
(1300
a.C. hasta el año 240 a.C).
2 Estos datos fueron calibrados usando el programa INTCAL98 (Stuiver et al. 1998; Talma y
Vogel 1993).
272 / l a ocuPacióN tiwaNaku e N l a BaHía d e PuNo: t r a d i c i ó N Metalúrgica
340-350 1b “ “
340-350 1c “ “
340-350 6a “ “
TL muestra 1 / UW - 920:
330-340 “ “ Edad mínima: 1009 +53 d.C.
Tiwanaku kero polícromo
320-330 5a “ “
C-14: Beta 195437
290-300 “ “
1370 ± 60 a.p. (580- 770 d.C.)
270-280 Inter. Tardío
260-270 5b “ “
250-260 6b “ “
240-250 8 “ “
220-230 Horizonte Tardío
190-200 9 Colonial
060-70 10 “ “
000-10 11 “ “
LA ESTRATIgRAFíA
El yacimiento se formó por acción mecánica con sedimentos clásticos en la parte
superior y con arqueo-sedimentos en la parte inferior. Los procesos de formación
fueron en la mayor parte aditivos, a causa de acciones humanas y naturales (Figuras
8, 9, 10 y 11). Se encontraron los siguientes estratos generales: Estrato I (de 0
hasta
273 / c a r o l a . s c H u l t z e , e d M u N d o d e la vega y cecilia cHávez
100 cm) es una capa activa biológicamente con hoyos intrusivos conteniendo
basura moderna. El estrato II (de 50 hasta 200 cm) es una serie de niveles
coluviales de grava, arena y cieno depositados a causa de la erosión de los terrenos
colindantes.
Por su parte, los estratos III y IV son una serie de depósitos relativamente ni-
velados, probablemente debido a episodios de construcción humana. Las tierras
se hicieron más finas a mayor profundidad. La presencia de grava y arena más
gruesa en los niveles 4b y 4c indican un período de inundación entre los eventos
de cons- trucción.
Tipos Cantidad Peso (g)
Lámina martillada 1 0,27
Escoria metálico o matte 2 18,94
Escoria vítreo 104 461,58
Escoria vesicular 1714 1104,59
Fragmentos de crisoles 289 624,93
Crisoles con escoria 1028 3817,21
Mena mineral 23 88,68
Cerámicas quemadas 259 792,51
Hornos calcinados 31 262,66
Residuo de caliza 3 42,84
Piedra caliza 3 1,63
Total 3457 7215,84
Tabla 3. P5 Tipos de artefactos asociados con la fundición
2. Escoria metálica (matte). Hay dos trozos de escoria metálica de forma exterior
circular. Se interpretaron como subproducto del refinamiento de menas de plata
en tempera- turas sobre los 900º C, en un subproceso de cupelación que se llama
escorificación.
3. Escoria vítrea. Son piezas sólidas de material vidrioso negro. Arriba del nivel 250–
260 cm se encontró un tipo de escoria vítrea que pesa menos y que es menos
vidrioso.
4. Escoria vesicular. Estas son piezas frágiles, vidriosas y ligeras. Tienen un interior
vacío redondo formado por burbujas de gas atrapadas. Son productos de cerámica
y otros minerales cocidos al fuego.
6 . Crisoles con escoria. Fragmentos de crisoles con escoria vítrea adherida. Unos
tie- nen capas gruesas y otras solo una capa delgada.
Figura 16. Fragmento de horno Figura 17. Crisol apilado de los niveles 350 a 360
calcinado. cm.
Arquitectura
Todos los rasgos arquitectónicos se encontraron en interfases entre capas
estrati- gráficas, incluyendo la estructura circular de piedra y el hogar construido
en la base de la unidad (rasgos 5 y 6). Las actividades tuvieron lugar encima de las
superficies artificiales, reconstruidas periódicamente. Por eso, los rasgos se
interpretaron como eventos diferenciados y secuenciales dentro de la duración útil
del monumento.
Se encontraron dos hoyos de basura moderna por encima de los 70 cm, también
evidencia de dos pisos compactos (Rasgos 1 y 2) arriba de 170 cm; de ello podemos
de- dudir que fueron talleres de fundición de plata en el período colonial o más
tardío.
Del nivel 180 al 200 cm se registró una línea NE-SO de piedras trabajadas de
arenis- cas y calizas metamórficas (Figura 19). Este muro tiene uno o dos círculos
de espesor (Rasgo 3). La matriz fue la misma en ambos lados del muro.
Posiblemente este rasgo representa los restos de un muro y un piso nivelado. La
secuencia cerámica coloca a este muro en el período Inka o inmediatamente des-
pués.
Un hogar, en el nivel 290 cm (Rasgo 4), está compuesto de 316,5 g de carbón en
un pozo forrado de piedras. Una muestra de este rasgo tiene una fecha
radiocarbónica de 1370 ± 60 a.p. (sigma 2 cal. 580–770 d.C.).
280 / l a ocuPacióN tiwaNaku eN l a BaHía d e PuNo: t r a d i c i ó N Metalúrgica
Figura 19. Plano del Rasgo 3 a niveles de 190 cm–210 cm (izquierda); y de Rasgo 5,
estructura circular a niveles de 340 cm–510 cm (derecho), clave arriba.
Empezando en la zona de 340 cm, observamos un relleno de rocas grandes no
talladas de areniscas metamórficas con basura arqueológica y grava. La cantidad de
artefactos aumenta en este relleno de construcción (Estrato V). A 370 cm, dejamos
de ver los contornos de una estructura circular en los cuadros norte y oeste del
pozo.
El relleno de construcción tuvo alta densidad de artefactos y muy compacto
como para continuar con la excavación en toda la unidad. En cambio, excavamos
dentro de la estructura circular por debajo de los 350 cm. Un grupo de huesos
camélidos se en- contró en la esquina N-O de la unidad en el nivel 370–380 cm.
Posiblemente, fue una ofrenda ritual de clausura.
La estructura circular parece que tuvo dos episodios de construcción (Figura 20).
Debajo de 390 cm es visible un segundo muro hecho de piedras trabajadas de
areniscas y calizas metamórficas. Construido dentro de este muro hay un hogar de
piedra que mide 50 cm por 40 cm y con 20 cm de profundidad (Rasgo 6), ubicado al
nivel de 410 cm. De este hogar se recuperaron 986 g de carbón de una zona
vertical de 20 cm. La datación de radiocarbono dio una fecha de 1690 + 70 a.p. (2
sigmas, cal. 220 – 530 d.C.). Es posible que la estructura circular hubiera sido una
unidad doméstica, asociada con artefactos de fundición, posiblemente una cámara
de fuego de estilo tocochimbo.
Figura 20. Fotos del Rasgo 5 a 350 cm (izquierda); y a 440 cm (derecho), un hogar construido de
piedra y la estructura inferior. El Rasgo 6 es visible en la parte superior derecha de la estructura
inferior.
281 / c a r o l a . s c H u l t z e , e d M u N d o d e la vega y cecilia cHávez
Figura 21. Fotos del Rasgo 5 estructura debajo del muro interior (izquierda); y Rasgo 6
hogar construido en muro al mismo nivel, lado N-E del interior (derecho).
A los 479 cm el sedimento, de arcilla y cieno con pocas gravillas, se volvió más
os- curo y compacto. En general, hay menos artefactos y menos cerámica en
particular. La unidad de excavación culminó a los 515 cm cuando encontramos
sedimentos sin artefactos y el nivel de agua moderna.
Artefactos
En total se recuperó 27.191 fragmentos (112,754 g) de cerámica. Las vasijas
cerámi- cas incluyen fragmentos de ollas, tazones, keros, jarras, platos, aríbalos,
incensarios, adornos en forma de media luna y pulidores (Schultze 2008: 328). Las
ollas y jarras se utilizaron para cocinar, almacenar, y servir agua, comida o algún
otro elemento. Las ollas sin cuello y con cuellos cortos pertenecen al período
Formativo. Los discos pulidores pudieron haber sido herramientas para pulir
cerámica.
Las vasijas encontradas en los niveles más bajos de P5 tienen bordes que son
simi- lares a las cerámicas formativas del sitio Camata (Steadman 1995). El conjunto
Forma-
282 / l a ocuPacióN tiwaNaku eN l a BaHía d e PuNo: t r a d i c i ó N Metalúrgica
de Yanamarca (Costin 1993: 9). Los huesos con muescas y “palillos” se habrían usado
para separar, almacenar, y manipular hilo. Estas herramientas de tejer se encontra-
ron en niveles de 390 a 400 cm, que corresponden con el período de transición
entre el Formativo Superior y el Horizonte Medio.
Hay un total de 6.887 (47,954 g) artefactos líticos con 135 (19,754 g)
instrumentos, que incluyen puntas de proyectil, manos de mortero, morteros,
manos de batanes, hachas, bolas, percutores de piedra, percutores discoidales,
lascas utilizadas, pulido- res, ocre y adornos.
Puntas de proyectil
Las puntas de proyectil tienen elementos diagnósticos temporales. Por ejemplo, las
puntas triangulares con bases cóncavas son, por lo general, diagnósticas del período
Formativo (Burger et al. 2000: 303, fig. 8), y las puntas pequeñas con pedúnculo y
ale- tas son típicas del Horizonte Tiwanaku (Giesso 2003: 380-381, figs. 15.13, 15.14).
Figura 23. Dibujos de puntas de proyectil de Huajje (dibujado por Javier Challcha
Saroza)
286 / l a ocuPacióN tiwaNaku eN l a BaHía d e PuNo: t r a d i c i ó N Metalúrgica
CONCLUSIONES: LA ECONOMíA dE
PRESTIgIO ANdINO y LA TECNOLOgíA dE
METALES
La función de los metales en el Viejo y el Nuevo Mundo es un estudio sobre la
divergen- cia de la evolución cultural. Las mismas condiciones (i.e. depósitos de
mena) produje- ron resultados culturales diferentes. En Euroasia, los metales
formaron la base de una economía mercantil. La mayor parte de la trayectoria de la
civilización occidental es resultado de una creencia cultural en el valor intrínseco del
peso de la plata y el oro.
En los Andes, todos los bienes eran intercambiados por una economía tradicional
de redes del tipo ayllus (basado en el parentesco). El oro, plata y cobre tenían valor
de prestigio social e ideológico, y también usos utilitarios. Sin embargo, el peso del
metal no era una moneda. Los metales eran importantes por sus propiedades
simbólicas, ornamentales y físicas.
Es evidente que el metal era un instrumento importante de expresión política.
Posiblemente las fachadas de la pirámide Akapana en Tiwanaku estuvieron
cubiertas por placas de metal (y tejidos) decoradas con temas ideológicos (Kolata
2003: 183). Los artefactos encontrados sobre una elevación rocosa sumergida, cerca
de la isla de Koa, en la zona de la isla del Sol, en el lago Titicaca, demuestran que
los tiwanaku, como los inka, hacían ofrendas con metales preciosos (Reinhard
1992).
El imperio Inka reservaba el uso del oro y la plata para las clases altas,
controla- ba la mena y la producción de metales (Lechtman 1996). Cobo indica
que los muros de los templos en Cusco estaban cubiertos de láminas de oro y
plata. También, el interior del templo de Coricancha albergaba figurinas de plata
y de oro (Cobo 1653 [1990]: 50).
En los Andes, la experimentación con metales empezó temprano a la par con el
de- sarrollo de las sociedades complejas. Se ha encontrado un collar hecho de oro
nativo martillado en el sitio Jiskairumoko, en la cuenca del Lago Titicaca, con
fechado radio- carbónico de 2155 a 1936 años a.C. (Aldenderfer et al. 2008 y Craig en
este volumen). Otros artefactos, de cobre y oro martillados se fecharon por
radiocarbono entre los 1410 - 1090 a.C., en el sitio de Mina Perdida cerca de Lima
(Burger y Gordon 1998). Una lámina de cobre de San Pedro de Atacama, Chile, se ha
asociado con una fecha C-14, no-calibrada, de 2840 a 3080 a.p. (Graffam et al. 1996,
1994).
La metalurgía basada en cobre fue intensamente desarrollada en la costa de
Perú en la última parte del segundo milenio a.C. (Shimada 1994: 44). Una cuenta
de alea- ción plata-cobre del sitio Malpaso, costa central del Perú, data de 2100
a.C. (Bruhns 1994: 175; Lechtman 1980), este hallazgo coloca al proceso de
aleación en el Prece- rámico. Para los períodos más tardíos es popular la aleación
por un martilleo que produce una superficie de color plata. Salvo la aleación
bronce-estaño, todos los desarrollos mayores en metalurgia eran conocidos por
los mochicas (Jones 2005) entre los 50-300 d.C. (Alva 2005; Alva y Donnan 1993).
El análisis elemental de bronce ha demostrado que el Estado de Tiwanaku
alentaba la innovación en tecnología metálica para el altiplano, incluyendo
experimentación en aleación y fundición (Lechtman 2003; Uhland et al. 2001). De
esos datos, parece que la gente Tiwanaku hizo los primeros bronces con estaño,
distinto de los bronces arsénicales. Esta mezcla de cobre y estaño era una aleación
de alto estatus durante el período Inka.
Por otra parte, la cupelación es una tecnología avanzada para refinar la plata,
con- siste en un segundo proceso de fundición usando temperaturas altas de 900
o
C. Evi- dencia de cupelación viene de contextos Horizonte Medio en Ancón
(Lechtman 1976: 34- 37) e Intermedio Tardío y Horizonte Tardío/Inka, 1100–1532
d.C. en el Valle de Mantaro (Gordon y Knopf 2007; Howe y Petersen 1992).
Para el Viejo Mundo, Tylecote (1992: 45) estima que la cupelación de plata ya era
conocida en Ur III, alrededor de los 2000 a.C., semejante evidencia arqueológica
para cupelación en el Viejo Mundo se ha encontrado en los distritos mineros de la
isla de Sifnos, Grecia, con asociaciones fechadas en la Edad del Bronce Temprano,
segunda parte del 2000 a.C. (Wagner et al. 1980: 65). Desechos de cupelación se
encontraron también en Sardis, capital del estado antiguo de Lydia, durante el
reinado de Creso, 561–547 a.C. (Craddock 2000). En los dos hemisferios, la
purificación de plata fue ela- borada junto a los desarrollos iniciales de la sociedad
compleja.
Las inversiones de trabajo, para este método complejo de purificar plata, son
sor- prendentes, dado que la economía andina era no monetaria. Además, informes
del período colonial describen vetas de plata casi puras (Brown y Craig 1994: 311;
Núñez 2001). Sin embargo, las tecnologías para la extracción y purificación de
plata fueron usadas durante el período Formativo por la población que vivió en la
bahía de Puno. Esos recursos y aptitudes fueron los probables factores para que
Tiwanaku decida incorporar a la bahía de Puno en sus dominios.
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11
Los pukaras y el poder:
Los collas en la cuenca
septentrional del
Titicaca
elizabe TH arkus Hi
LOS COLLAS
La identidad y la formación política de los collas se confunden en parte por el
uso inconsistente del término “colla” en las fuentes documentales. A veces significa
una nación étnica específica, en sentido opuesto a los lupacas, los canas, etc. (como
es uti-
298 / l o s p u ka r a s y e l Poder: los c o l l a s e N l a c u e N c a ...
es el otro sitio principal que ha sido investigado (Ayca 1995; Ravines 2008; Revilla y
Uriarte 1985; Ruiz 1973, 1976). En este famoso cementerio, la gran cantidad de
tumbas con una variedad de estilos y materiales, sugiere que diferentes grupos
regionales usaron el sitio por un largo período de tiempo. Las excavaciones
confirmaron que el sitio fue usado durante todo el período Altiplano y el Horizonte
Tardío y, quizás, em- pezó mucho más temprano. Últimamente, las excavaciones de
Elizabeth Klarich en Pukara dan cuenta de una importante ocupación colla sobre
los niveles del período Formativo (Abraham 2006; Klarich 2005). Resultados de
prospecciones recientes (aún sin publicar) están aclarando los patrones de
asentamiento en algunos sectores del área Colla.
Un problema significativo que queda pendiente es la escasez de información en
la cuenca septentrional sobre los siglos después del final de Pukará y antes del
inicio del período Altiplano. La presencia de Tiwanaku es muy ligera en la zona, así
que todavía no tenemos una idea clara del carácter de estas sociedades durante el
Horizonte Me- dio: de los ancestros presumibles de los colla. El trabajo de Cecilia
Chávez y sus cole- gas sobre el estilo Huaña es un paso sumamente importante
para llenar este vacío.
Estas investigaciones previas demuestran que en el período Altiplano el tipo de
si- tio más notable fue el pukara. La categoría de pukara incluye una inmensa
variedad de sitios defensivos: refugios sin evidencia de ocupación permanente,
aldeas pequeñas, hasta los pueblos grandes con quinientas o más estructuras y
evidencia de ocupación intensiva, que seguramente constituyeron los centros
políticos mayores de la época. Puesto que actualmente las cimas de los cerros no
tienen ocupación y raramente son cultivables, los pukaras no se ven afectados por
las cercanas comunidades modernas (con excepción del pastoreo, del huaqueo y
de ocasionales ceremonias en las cum- bres), por lo cual muchos pukaras se
encuentran en buen estado de conservación y su arquitectura todavía es visible en
la superficie.
(viviendas) que son la forma arquitectónica más común en los pukaras. Unas visitas
adicionales se realizaron en el 2005 y 2007 para tomar más fotos y corregir algunos
planos de los sitios con una unidad GPS más precisa (Trimble GeoXT).
distribución
La distribución de los pukaras en la zona Colla se observa en la Figura 2. Estos se ubi-
can en los cerros de 3900 hasta 4600 m de altura, con un promedio de 4100 m. Casi
todos están en los cerros que abarcan las pampas o valles de los ríos, pero no en las
áreas más montañosas. Aunque tienen acceso a buen pastoreo, muchos están
asocia- dos a sistemas de andenería en las faldas adyacentes. Es decir, sus
habitantes tenían una base económica agro-pastoril.
301 / e l i z a B e t H a r k u s H
datación
La datación de los pukaras no se basa solamente en estilos de cerámica sino que
para mayor precisión se usan fechados radiocarbónicos. Las muestras de carbón se
extra- jeron de los pozos de prueba en diez pukaras, además de muestras de paja o
madera tomadas del mortero de las murallas defensivas en ocho de ellos,
consiguiendo un to- tal de 42 fechados de 15 pukaras (ver Arkush 2008). En el
período Altiplano1, la mayo- ría de las fechas oscilan entre 1300 y 1450 d.C. Tres de
los 15 pukaras fueron ocupados o construidos en la fase temprana del período
Altiplano, entre 1000 y 1300 d.C. Estos son dos pukaras pequeños y bajos, y un caso
de un pukara sin evidencia de ocupación intensiva. Durante la segunda mitad del
período, 14 de los 15 pukaras fueron utiliza- dos y estos incluyen pukaras de todo
tipo y tamaño, inclusive los más grandes. Para resumir, es claro que el fenómeno
de los pukaras pertenece mayoritariamente a la fase tardía del período Altiplano.
1 Hay 3 fechados que corresponden al período Formativo para la ocupación de pukaras, aun-
que no existe evidencia de la construcción de murallas defensivas en esta época
temprana. Los otros fechados pertenecen al período Altiplano.
302 / l o s p ukaras y e l Poder: los c o l l a s e N l a c u e N c a ...
Finalmente, cabe notar que estos elementos de diseño defensivo en las fortificacio-
nes son muy comunes a través de las culturas: líneas múltiples de defensa, parapetos,
entradas protegidas, etc. El énfasis continuo en el carácter defensivo de los pukaras
está implícito igualmente en las modificaciones a través del tiempo: entradas
bloqueadas, murallas con otra cara añadida, o murallas construidas en episodios
múltiples.
Otra arquitectura
Aunque las murallas son los rasgos más imponentes de los pukaras, otras formas
de arquitectura son visibles en la superficie, sobre todo los cimientos de viviendas
cir- culares (Figuras 8, 9, 10). Estos cimientos están marcados con un círculo de una
o dos hileras de lajas horizontales o verticales, que tienen un promedio de 3 a 3,5
m de diámetro externo, pero varían entre 2 y 6 m. Las excavaciones restringidas
en diez vi- viendas de los pukaras mostraron pisos (superficies compactadas, pero
no preparadas especialmente) y muchos artefactos de ocupación doméstica:
fragmentos de cerámi- ca, huesos rotos de camélidos y otros animales, lascas,
piruros, etc. De la estructura doméstica sólo queda el cimiento y como no hay
evidencia de muros de piedra caídos, supongo que había una estructura bastante
baja hecha de adobe y techos de paja. Se halla una excepción en Cerro Pucará (V3)
donde hay superposición de pirca que per- manece todavía intacta (Figura 10).
Estas viviendas se hallan agrupadas en filas, en terrazas o en canchones
habitacio- nales (Figuras 13, 14). A veces, sus puertas son visibles como un espacio
entre las lajas. Las puertas generalmente están orientadas en una sola dirección
(evitando el viento), o pueden ubicarse frente a otras casas dentro de un canchón
amurallado.
305 / e l i z a B e t H a r k u s H
Figura 11. Esta vivienda en Machu Llaqta (Chila, V2) tiene una laja con un
agujero (centro abajo), posiblemente para amarrar el techo
307 / e l i z a B e t H a r k u s H
El otro tipo de estructura típica es la tumba. Hay mucha variación en las formas
de tumbas en los pukaras, aún en un solo sitio. Incluyen por supuesto chullpas, las
torres funerarias por los cuales la cuenca del Titicaca es bien conocida. Su
construcción pue- de ser tosca o fina, de grandes bloques más o menos cuadrados,
o de lajas horizonta-
308 / l o s pu ka ras y e l Poder: los c o l l a s e N l a c u e N c a ...
les; pueden o no incluir mortero de barro, o de argamasa. Pero aún más comunes
que las chullpas son las tumbas colleradas, tumbas de cistas y varios tipos
transicionales entre ellos y las chullpas. Aunque hay variación local en las formas de
las tumbas, hay también patrones regionales: por ejemplo, las chullpas son mucho
más comunes en la parte sur del área de prospección, cerca de Puno y la Laguna
Umayo. Las tumbas en los pukaras generalmente están agrupadas en diferentes
cementerios, separadas del área habitacional y con frecuencia en la cima alta del
cerro, o fuera de las murallas defensivas. Un pukara, a menudo, está asociado a más
de un cementerio sugiriendo la posible existencia de subgrupos sociales dentro de
un sitio grande.
La disposición de las casas, estructuras circulares pequeñas y tumbas en los
puka- ras revela cuestiones de sumo interés. Las probables viviendas y almacenes
siempre están ubicadas dentro de las murallas defensivas, indicando que había que
proteger al pueblo y a la propiedad de los ataques. En cambio, las tumbas se
encuentran fuera o dentro de las murallas, lo que implica que no se hallaban en
grave peligro de destruc- ción o profanación. Más allá de estas observaciones, no
hay un patrón ordenado en el trazado de los pukaras. Parecen ser pueblos que
crecieron orgánicamente, por el in- cremento acumulativo de familias
construyendo en terrazas o canchones nuevos, sin planificación centralizada
(Figuras 13, 14). En algunos casos, hay caminos antiguos que dividen al sitio en
sectores, pero no parecen planificados con anterioridad. Tam- poco existe mucha
evidencia de una marcada jerarquía. Los tamaños de las viviendas varían mucho en
cada sitio, pero nunca hay una casa más grande o mejor acabada que las otras, que
obviamente pertenecería a un líder o cacique. Tampoco existen sectores
segregados de elites,
aunque las casas más
grandes suelen estar en las
partes más altas y/o
defendibles de los sitios. En
general, los pukaras no
tienen “centros” claros,
aparte de sus cimas rocosas,
donde con más frecuencia se
ubican las tumbas. Estas tum-
bas en los picos altos fueron
posiblemente el foco espiri-
tual así como espacial de la
comunidad.
Figura 13. Un área de viviendas
y estructuras pequeñas
(¿almacenes?) en terrazas, con
algunos caminos o callejones,
en K’atacha (L3). Una
estructura grande en la
esquina sudeste del plano
posiblemente pudo ser un
espacio para reuniones o
ceremonias.
309 / e l i z a B e t H a r k u s H
Figura 14. Una dispersión de casas, estructuras pequeñas y tumbas en Cerro Minas Pata
(AR5)
La visibilidad
El paisaje del altiplano circumlacustre, con sus pampas planas y cerros altos, crea
un ambiente de visibilidad excepcional. Las cimas de los pukaras proporcionan
excelen- te visibilidad del terreno circundante y aún más alejado, incluido la de
otros puka- ras. Aparentemente, la visibilidad fue importante para decidir donde se
construían,
Figura 16. La vista desde K’atacha (L3) hacia al norte, que incluye otros 4
pukaras.
311 / e l i z a B e t H a r k u s H
porque otros cerros en la zona colla con una altura en promedio similar a la de los
pukaras, no tienen siquiera la mitad de la extensión óptica (“viewshed”) de los
pukaras. Además, podemos decir que los contactos visuales entre pukaras fueron
importantes y no solo una consecuencia accidental de su ubicación en las cumbres.
Distribuciones simuladas y fortuitas de “pukaras” (hechas en la computadora
usando un SIG) tienen mucho menos contactos visuales entre ellos que los
verdaderos pukaras.
Posiblemente, estos contactos visuales pudieron ser utilizados para enviar seña-
les de un pukara a otro – un medio de comunicación especialmente útil en tiempos
de guerra. Tales señales visuales de humo o fuego son reportados para la época Inca
(Garcilaso 1966: 329 [1609: VI.7]) y en fuentes más recientes para los aymara (Ban-
delier 1910: 89; Chervin 1913: 69; La Barre 1948a: 161; H. Tschopik 1946: 548). Grupos
locales de pukaras están vinculados por múltiples líneas visuales, brindando la posi-
bilidad de que estos grupos estuvieran ligados por redes de alianza y filiación.
Estilos de cerámica
Como sugirieran hace varias décadas Luis Lumbreras y Hernán Amat (1966), los
esti- los de cerámica del período Altiplano varían a través del espacio en la cuenca
septen- trional. Este patrón es muy evidente en la distribución de estilos de
cerámica de las recolecciones de superficie en los pukaras (Figuras 17, 18). Aunque
la cerámica Collao se extiende a través de toda el área Colla, otros estilos tienen
una distribución más restringida. Se encuentra cerámica Sillustani sólo en la parte
oeste de la zona estudia- da y en mayores concentraciones cerca del actual pueblo
de Lampa. El estilo Pucarani abarca solo la parte sur de la zona estudiada, cerca de
Puno, Sillustani y la Laguna Umayo y se extiende más al sur en el área Lupaca (De
la Vega 1990). El sub-tipo Asi- llo está ubicado solo cerca del pueblo del mismo
nombre. Otros atributos cerámicos, como figuras zoomorfas o motivos pintados,
también demuestran una variación es- pacial (Arkush 2011). El mosaico de estilos
de cerámica refuerza la idea de variación dentro del área colla, dada por los estilos
de tumbas y la arquitectura. Estos patrones de variación estilística y de redes de
visibilidad, que están descritos con más detalle en otras publicaciones (Arkush
2009, 2011), sugiere que esta área estuvo dividida en varias partes durante la fase
tardía del período Altiplano, con zonas locales o sub- regionales de interacción y
filiación.
CONCLUSIONES
Los collas y la guerra
Pero, ¿qué implica esta evidencia sobre el modo de guerra de los collas?
En primer lugar, es evidente que el peligro de ataque era serio. Las cimas de los
cerros son lugares inhóspitos e inconvenientes para vivir: son fríos, ventosos, de
difícil acceso, alejados de las fuentes de agua, chacras, rutas de intercambio y de
otras comu- nidades. Así que no es sorprendente que hayan sido poco ocupados
antes o después del
312 / l o s pu ka ras y e l Poder: los c o l l a s eN l a
c u e N c a ...
período Altiplano. Esto, además del gran esfuerzo invertido en la construcción de las
murallas, señala la presión por la amenaza de ataque durante su uso en este
período. Esta amenaza no fue menor en el centro del territorio Colla así como en
sus márgenes. Tampoco fue breve, porque los pukaras fueron usados intensivamente
durante dos si- glos y varios tienen evidencia de más de un episodio de uso y
construcción. Pero es posible que la amenaza tampoco fuera constante. Por ejemplo,
la guerra es estacional en muchas culturas; hay indicaciones que fue así para los
Incas, teniendo lugar en la temporada seca, cuando los tributarios tenían tiempo
disponible luego de las tareas de cultivo y cosecha (D’Altroy 2002: 207; Rostworowski
1999: 75). Cabe anotar que la ubicación de las casas en varios pukaras de los collas las
abrigaría del viento más du- rante la temporada seca que en la temporada de lluvias;
posiblemente en estos meses los habitantes de los pukaras se dispersaban a otros
sitios. Pero todavía falta evidencia para evaluar esta posibilidad.
Segundo, las defensas de los pukaras implican un modo de guerra que consistió
en feroces ataques quizás no muy prolongados. En las consideraciones de defensa,
siem- pre hay que recordar que las fortificaciones están diseñadas para resistir la
escala de un ataque esperado en su contexto social, pero nada más (Arkush y
Stanish 2005). Las murallas monumentales de los pukaras grandes son evidencia de
la amenaza de fuer- tes ataques de muchos guerreros. Pero la ausencia de fuentes
permanentes del agua dentro de las murallas en múltiples pukaras sugiere que los
collas no prepararon ni consideraron probables asedios prolongados. Además, sus
vínculos visuales con otros pukaras facilitarían el pedido de ayuda a sus aliados, lo
cual haría mucho más difícil un ataque muy prolongado por parte de los agresores.
Finalmente, dado que el patrón de asentamiento en pukaras es un fenómeno de
la segunda mitad del período Intermedio Tardío, generalmente después de 1300
d.C., es obvio que estos sitios –y la guerra que esto implica– no resultaron
directamente del colapso de Tiwanaku (Arkush 2008). Es cierto que la ausencia del
gran estado permitió el surgimiento de la guerra endémica en la cuenca del
Titicaca, pero debemos buscar en otros motivos sus causas inmediatas. Las graves
sequías de la época (Thompson 1985) son causas probables de conflicto sobre
terrenos, cosechas o ganado; y otros factores sociales posiblemente favorecieron la
guerra y evitaron el resolver fácilmen- te conflictos (Arkush 2008).
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317 / e l i z a B e t H a r k u s H
chea (Coben y Stanish 2005), logrando registrar las chullpas de Chichacori, el sitio de
Illingaya y reportar parte del camino Inca que recorre de forma paralela (margen
izquierda del río Macusani) un segmento de la actual carretera. Por otro lado,
Hostnig (2004) ha estudiado el arte rupestre de toda la región de Carabaya y
particularmente para esta zona destaca su libro Los petroglifos de Boca Chaquimayo –
San Gabán, donde desarrolla un estudio de la iconografía representada en seis
bloques de piedra, re- saltando la profusión de motivos abstractos y figurativo
animal (el lagarto en sus diferentes formas y posiciones), seres humanos, entre
otros y su entorno paisajístico (Hostnig 2008).
La riqueza y patrimonio cultural que se ha preservado a lo largo del valle
Ollachea es diverso e importante, predominan elementos de los períodos tardíos
(Altiplano e Inca) con sus patrones y prácticas funerarias, así como restos de la
actividad agrícola intensiva evidenciada en los sistemas de andenes hallados en el
recorrido de este valle y sitios arqueológicos significativos como Chichacori,
Soccostacca, Yllingaya y Sarapía (Coben y Stanish 2005; Flores et al. e.p.).
La presencia de evidencias culturales, dentro del corredor vial, proviene
mayor- mente de las partes altas de los cerros que caracteriza a la zona. La
mayoría de las manifestaciones que trataremos en este capítulo son entierros en
abrigos rocosos especialmente en la margen izquierda del río y quebrada de
Ollachea. Hay que tener en cuenta que es muy posible que las intensas lluvias,
comunes en la zona, arras- traran evidencias a las partes bajas a través de los
deslizamientos de taludes de sus riberas, por lo cual es posible que muchos
hallazgos sean de origen y/o contextos disturbados. Otro problema son las
intervenciones de exhumaciones modernas co- nocidas como huaqueos. Por lo
expuesto, es difícil encontrar evidencias con una es- tratigrafía definida o
asociadas a bienes muebles. Sin embargo, las pocas evidencias recuperadas que
aquí expondremos, nos han servido para conocer cómo fueron las prácticas
funerarias y a qué unidad cultural podríamos vincularlas, en una región
prácticamente desconocida para la arqueología, pero que guarda una cultura mile-
naria (Hostnig 2010).
hallados en diferentes puntos y tipos de contextos dentro del corredor vial. Así, se
han logrado identificar tres formas de entierro en puntos altos y bajos del valle: 1)
Chullpas, 2) Abrigos funerarios sin arquitectura y 3) Abrigos funerarios con arquitectura (ver
Figura 1 y Tabla 1).
Tabla 1. Tipología de contextos funerarios
TIPO 1 TIPO 2 TIPO 3
CHuLLPAs ABRIgO FUNERARIO ABRIgO FUNERARIO
SIN CON
ARQUITECTURA ARQUITECTURA
Chichacori: Chullpas 1, 2 y 3 HF001 HF003
HF008 HF002 (Abrigos 1 y 2) HF006
Moyoqpampa Chichacori: Sector alto
HF005 Moyoqpampa
Sarapía
Figura 1.
324 / P a t r ó N FuNerario de los Períodos altiPlaNo e i Nca ...
TIPO 1 - CHuLLPAs
Como bien señala Francisco Gil-García (2002: 2): “[...] En el fenómeno chullpario con-
vergerán entonces cuestiones de etnicidad, identidad, modelos de organización sociopolítica,
formaciones económicas, pautas de territorialidad, ideología funeraria y/o percepción de las
coordenadas espacio-tiempo, aspectos combinados de uno u otro modo con la intención de dar
respuesta a sus tres dimensiones social, territorial e ideológica… No perdamos de vista que la
arquitectura monumental constituye la mayoría de las veces el único registro arqueológico (en
cualquier caso, el menos alterado) desde el cual interpretar el fenómeno chullpario”.
Teniendo en cuenta estos preceptos para el mundo funerario del período Altipla-
no e Inca de la región puneña, a continuación describimos sintéticamente los sitios
chullparios hallados en nuestros trabajos:
Sitio Chichacori
Dentro de éste marco, en el sitio Chichacori, valle de Ollachea, se han
identificado chullpas del período Altiplano (Colla) en el sitio llamado Chichacori, y
cuya caracte- rística principal es que son de tipo monumental. El sitio arqueológico
de Chichacori presenta 3 sectores (alto, bajo y medio).
Se han registrado tres chullpas. La Chullpa 1 y Chullpa 2 son las que preservan
toda su estructura arquitectónica (Figura 2). La Chullpa 3 sólo registra la base o
cimenta-
Figura 3. Chullpa 1, vista frontal, nótese la Figura 4. Chullpa 2, vista frontal. Nótese la
ubicación sobre promontorio rocoso ubicación sobre un promontorio
y detalle del techo. rocoso.
Figura 14. Entierro múltiple disturbado hallado en la parte alta del cerro rocoso.
Figura 15. Ubicación del Abrigo Funerario HF- Figura 16. Entierro múltiple disturbado. Recinto
03 1
Sitio HF–06
Está conformado por una estructura cuadrangular edificada debajo de un abrigo ro-
coso. Sus coordenadas referenciales son 337641 E y 8469130 N. Dicho contexto se trata
de un recinto funerario del período Altiplano asociado al estilo cerámico Collao. Se
ha registrado un entierro totalmente disturbado con restos de quema actual. En el
pro- ceso de excavación se han logrado recuperar diversos materiales culturales,
siendo el
331 / N a N c y r o M á N y silvia roMáN
Chichacori-Sector Alto
El sector alto o sector funerario del sitio de Chichacori fue denominado así por la
pre- sencia de abrigos rocosos con estructuras arquitectónicas adosadas a la roca y
restos de material óseo (disturbado). Algunas de ellas preservan, aún, la entrada o
acceso de 0,50 m a 0,30 m aprox. El estado de conservación de estas estructuras es
pésimo, las intensas lluvias y deslizamientos de rocas vienen colapsando
gradualmente a las estructuras. Además se registran muros de contención, algunos
de los cuales parecen ser de uso agrícola. En conjunto se evidencia todo un
asentamiento complejo que habría albergado una regular población.
Moyoqpampa
En este sitio, además de los abrigos simples ya descritos anteriormente se han
encon- trado estructuras funerarias adosadas a abrigos rocosos elaborados con
argamasa de
1 La propuesta del sexo femenino es debido a las evidencias registradas como las manos finas,
alargadas y delgadas, además del sacro y restos de la cervical.
332 / P a t r ó N FuNerario de los Períodos altiPlaNo e
i Nca ...
Sitio Sarapía
Se ubica en el distrito de Ollachea, a 30 m de distancia respecto a la carretera, al
ex- tremo oeste y en la margen izquierda del río Ollachea.
En Sarapía se ha identificado tres sectores: 1) El Sector agrícola, que comprende
un conjunto de andenes, de 0,8 a 0,5 m de ancho por 1 a 1,2 m de alto, distribuidos
de manera secuencial, y emplazados en la topografía compleja de la zona. Además
se registran plataformas circulares en el lado noroeste, con bases de muros de
recintos colapsados. Asimismo, en la parte alta del sitio se encuentra un panel de
pintura ru- pestre denominado Llamaqaqa, registrado y publicado por Hostnig
(2008: 28). Las di- mensiones aproximadas del panel son 5 m de largo por 2.5 m de
altura, con escenas de pastoreo, con un promedio de 64 llamas estilizadas
representadas; 2) Sector Pitumarca ubicado al suroeste de la plaza principal,
evidencia una planificación residencial con recintos rectangulares. Emplazados
sobre amplias terrazas escalonadas, se registran bases de recintos circulares y
semicirculares controlados por una muralla que tiene dos accesos a este sector, y a
la vez, restringida por una zanja de 1,8 m de profundidad protegido por paredes
laterales y que tiene un puente conservado (extremo derecho de la muralla) y el 3)
Sector funerario ubicado al noreste de la plaza principal. Sus
334 / P a t r ó N FuNerario de los Períodos altiPlaNo e
i Nca ...
Figura 23. Abrigos funerarios con arquitectura, recintos adosados a la roca de base
cuadrangular, edificados con argamasa de barro y piedra, enlucido y relucido con pintura roja.
Una de ellas presenta bajo relieve.
335 / N a N c y r o M á N y silvia roMáN
CONSIdERACIONES FINALES
Este registro y breve análisis nos han permitido conocer los patrones y prácticas
fune- rarias de este grupo humano y con ello conocer un poco más a la población
que habitó en este lado del valle de Ollachea. Al parecer, estos grupos humanos
estaban diferen- ciándose en sus propias prácticas sociales, la que repercutió en los
tipos de estructura funeraria que ocupaban. Este planteamiento se genera a partir
de los materiales aso- ciados en cada Hallazgo Fortuito (HF), o contexto funerario,
en cada uno de sus tres ti- pos: chullpas, abrigos funerarios sin arquitectura y abrigos
funerarios con arquitectura. Estos tres tipos de entierros se hallan en las partes altas y
media del valle Ollachea.
Este argumento se ve reforzado por dentro de los tipos funerarios existieron dis-
tintos contenidos. Por ejemplo, en los abrigos con arquitectura, tenemos el caso
del sitio HF-06 que es totalmente diferente al entierro múltiple del HF-03 y los
demás entierros registrados. Estos no sólo difieren en la ubicación, sino en la forma
y el con- tenido propio del personaje o personajes que se enterraron. En el proceso
del registro y análisis se puede concluir que el material cultural hallado en HF-06
corresponde a una adolescente de sexo femenino y de otro posible personaje
también femenino; quizás perteneciente a un grupo de elite. Lo anterior se
desprende por la cantidad y diversidad de la evidencia textil asociada, mantas,
fragmentos de tejidos de colores en diversas técnicas como tejido llano, tapiz,
cuerdas, sandalias de cuero con cuerdas. Es casi imposible demostrar que ha sido
asignada para alguna actividad ritual u ofren- da, ya que sólo se ha recuperado
partes de su cuerpo en contexto disturbado. Todos estos rasgos hacen diferente al
entierro del HF-03 y con ello hace notar su diferencia- ción social entre toda la
muestra analizada.
Los otros entierros hallados en contextos también disturbados, en las partes al-
tas han sido múltiples y no registraron otros tipos de material cultural asociado. Es
posible que estos individuos correspondían a otro grupo social que estarían siendo
enterrados a través de grupos de familias y los entierros en abrigo funerario
estarían funcionando como cámaras familiares y con ello las evidencias del HF-08,
a pesar de una estratigrafía disturbada, nos ha permitido recuperar material como
restos de carbón, cerámica fragmentada, artefactos líticos, dientes de camélidos y
restos óseos humanos, los cuales son indicadores para plantear que el grupo que
ocupaba Chicha- cori también convivía con sus muertos.
Una posible explicación de esta distribución de los entierros está basada en tres
tipos de actividad mortuoria, el grupo de elite o cierto grupo reducido viene siendo
enterrado en las chullpas más elaboradas, los de mediana jerarquía o con algún tipo
de actividad especializada se estarían enterrando en los abrigos funerarios con es-
tructuras arquitectónicas y el grueso de la población se enterrarían en los abrigos
funerarios sin estructura arquitectónica como parte de entierros múltiples.
Los utensilios o restos de cerámica diagnóstica (Altiplano e Inca) nos ayudan a
re- forzar la idea que en esta zona de Ollachea existía una ocupación permanente,
porque la variedad de cerámica que se ha registrado es de carácter doméstica, a
excepción de la escasa cerámica Inca Imperial. Con respecto a esta presencia de
objetos inca es significativo también resaltar la existencia del segmento de camino
prehispánico que
336 / P a t r ó N FuNerario de los Períodos altiPlaNo e
i Nca ...
62 9 2 5 24 5 8
53,91% 7,83% 1,74% 4,35% 20,87% 4,35% 6,96%
100%
Nota. Las cantidades representan a las unidades de bolsas por cada tipo de material
cultural recuperado. En caso de los textiles se contabilizó como una unidad.
Agradecimientos
Las autoras desean agradecer a los editores por la invitación a esta publicación, en
especial a Luis Flores por su colaboración en la elaboración del plano de ubicación,
edición de las figuras y revisión del texto. A la empresa Intersur Concesiones S.A.,
por permitirnos usar la información para estos fines y por las facilidades que
siempre brindaron a lo largo del trabajo, sin los cuales no hubiéramos logrado
investigar entre sus diferentes proyectos de evaluación. Finalmente gracias a
Rainer Hostnig por pro- porcionarnos la base de datos referenciales de la provincia
de Carabaya, Puno.
BIBLIOgRAFíA
Dejando a un lado tales ilusiones románticas, está claro que el principal meca-
nismo de expansión Inca fue la conquista militar. Al igual que casi todos los demás
estados imperiales en la historia, el motivo de la expansión Inca fue la conquista te-
rritorial, la apropiación de los recursos de otros pueblos, y la neutralización de los
po- tenciales enemigos. Una concepción de los Incas como un estado benigno que
busca el bienestar de los comuneros no soporta ninguna comprobación científica.
* Texto original titulado “Conquest from Outside. The Inca Occupation of the Titicaca Ba-
sin”, tomado del capítulo 19 del libro Ancient Titicaca. The evolution of complex in southern
Peru and northern Bolivia de Stanish (2003). Traducción al castellano de Luis Flores Blanco y
Henry Tantaléan. Revisado por Charles Stanish.
i Departamento de Antropología. University of California, Los Angeles. stanish@ucla.edu
340 / l a ocuPacióN iNca eN l a c u e N c a d e l titicaca
tempranos en diferentes partes del mundo (Julien 1988: 261-264; La Lone 1982: 294;
Murra 1982: 245, 1985b: 15; Stanish 1997). Esta distinción es sutil, pero importante.
Murra repite una declaración ofrecida muchas veces en los documentos que “los cu-
racas no recibieron ningún tipo de tributo salvo el respeto y el funcionamiento de sus campos”
(Murra 1980: 92). De hecho, los productos fueron recolectados por el Estado, pero,
en lugar de utilizar un sistema de tributo en especies, donde se deja la economía
política local intacta y se impone una obligación tributaria, el Estado expropió
tierras para el Inca y utilizó el trabajo forzado para trabajar la tierra.
La ideología sirvió de gran ayuda para los fines políticos en el Estado incaico. Un
objetivo principal de la ideología imperial fue definir las relaciones económicas
entre la alta nobleza, la nobleza menor, y los comuneros, como es dado en los
términos tradicionales de los Andes (La Lone 1982: 296). Los principales medios
para promover el ideal de la generosidad de elite fueron el patrocinio de fiestas o
la distribución de ciertos productos a los tributarios cuando realmente cumplían
sus obligaciones labo- rales. En estas operaciones de redistribución, la cerveza de
maíz (chicha), los textiles, y posiblemente otros productos básicos se
redistribuyeron (Hastorf y Johannessen 1993; Morris 1971, 1982). Otro de los
objetivos principales de la ideología Inca fue pre- sentar a la elite como
gobernantes legítimos del Tawantinsuyu. Los mitos sobre los orígenes del estado
Inca representan un excelente ejemplo de esta estrategia (Bauer 1992a, 1992b;
Urton 1990).
En suma, la economía política Inca se basó principalmente en la manipulación y
transformación de los mecanismos tradicionales de la política y economía de la so-
ciedad andina. La reciprocidad y la redistribución se transformaron en una
economía imperial de extracción política legitimada por el uso del mito y la
ideología. La admi- nistración de las relaciones comerciales fue cooptada por el
Inca y reelaborada en un enorme sistema de producción y transporte de bienes. El
resultado fue un enorme y complejo sistema de extracción de recursos, sin
paralelo en la historia andina.
CRONOLOgíA ABSOLUTA
Las fechas de la expansión Inca han quedado bien establecidas por la
investigación histórica y arqueológica. En general, el primer control real de la
cuenca del Titicaca (Mapa 1) por el Estado Inca data de alrededor del año 1450–
1475, lo cual ha sido corro- borados por fechados de carbono-14 que han sido
realizadas en muestras de tiempos incaicos.1
La cuenca del Titicaca en el siglo XV fue el hogar de varios señoríos aymaras
pode- rosos e independientes, que bruscamente pierden su independencia con la
conquista de la región del Tawantinsuyu. Uno de los relatos más detallados de la
conquista Inca del Collasuyo se puede encontrar en las crónicas de Bernabé Cobo y
Pedro Cieza de León. Aunque los detalles varían, los relatos proporcionan un
esquema básico de los
1 Terence D’Altroy y Brian Bauer (comunicación personal de Bauer 1998) reportan que
muestras de carbono-14 sugieren incluso una fecha anterior, hacia el año 1420 d.C.
341 / c H a r l e s s t a N i s H
Los Colla y Lupaqa libraron una gran batalla en las llanuras de Paucarcolla. El
Cari, o rey de los Lupaqa, se decía que había ganado esta batalla, y volvió a
Chucuito y ne- goció la paz con Viracocha Inca.2 Según una interpretación,
Viracocha Inca en reali- dad perdió en su tentativa por controlar la región sur del
Titicaca de la zona colla. Sin embargo, aunque puede haber alguna duda en cuanto
a sí Viracocha Inca estableció un fuerte control sobre la región, las crónicas dejan
pocas dudas de que Pachacuti introdujo firmemente a la cuenca del Titicaca en la
órbita del Inca. Obligado a luchar
2 El término Cari se refiere tanto al título como al nombre del gobernador Colla.
342 / l a ocuPacióN iNca eN l a c u e Nc a d e l titicaca
contra los colla de nuevo cerca de Ayaviri, el Inca los venció y selló la paz con los
Lupaqa. Posteriormente, los restantes Colla se retiraron a Pucará, el Inca destruyó la
ciudad de Ayaviri y asesinó a una gran cantidad de personas. Los Incas se
encontraron nuevamente con los colla, y éstos fueron derrotados por segunda vez.
Cobo relata que los Lupaqa luego concretaron una alianza con el Inca: “El cacique
de la nación de los indios Lupaca, quien residía en Chucuito, era tan poderoso como el cacique
de Collao, pero aquel tuvo consejos más razonados, porque recibió al Inca en paz y se volvió
sobre su estado para él. Así, el Inca le honró mucho y con el fin de mostrarse más a su favor, se
quedó en Chucuito por unos días” (Cobo 1983 [1653]: 140).
Según Cobo, a otras organizaciones políticas en la cuenca del Titicaca no les fue
tan bien como a los Lupaqa. Se dice que Pachacuti habría conquistado la región de
Pacajes, Paucarcolla, Omasuyu, Azángaro, y las islas del Sol y la Luna. Fue durante
esta campaña que se reporta que Pachacuti habría visto las ruinas de la antigua
ciudad de Tiwanaku, en lo que parece haber sido una marcha triunfal alrededor del
lago.
Las crónicas también indican que el Estado Inca en el Collao estuvo plagado de
rebeliones de los pueblos conquistados. Cieza se refiere a una gran rebelión que
tuvo que ser sofocada por el sucesor de Pachacuti: Topa Inca. Suponiendo la
exactitud de la cronología tradicional, este evento habría ocurrido alrededor de
1471, cerca del final del reinado de Pachacuti (Hyslop 1976: 141). La rebelión fue al
parecer muy sangrienta, con muchos o todos los administradores Inca asesinados o
expulsados. Documentos adicionales sugieren que las rebeliones ocurrieron en
todo el reino Inca en Collasuyu, que siempre fue la región más endeble.
Fue durante la época incaica que, por primera vez en la región del Titicaca, im-
portantes asentamientos urbanos se establecieron fuera de la capital o
asentamiento nuclear. Tiwanaku, por supuesto, era un gran centro urbano (según
los estándares andinos) que cubría cerca de 6 kilómetros cuadrados. Fuera de
Tiwanaku, sin em- bargo, los sitios fueron considerablemente más pequeños (salvo
la única excepción de Lukurmata, con alrededor de 150 hectáreas). Durante el
período Inca, este patrón cambió: los sitios urbanizados de diez hectáreas o más
eran comunes, y los centros urbanos del período Inca fueron considerablemente
más amplios que los de cualquier otro período de tiempo.
Me refiero a los muchos sitios Inca urbanizados, como los centros urbanos ya
sean secundarios o terciarios, tal como se define en la Tabla 1. Sobre la base de
varias líneas de evidencia indirecta, y alguna directa, creo que un gran porcentaje
de la población de esos centros no fueron agricultores. Los documentos en general
(rara vez espe- cíficos) se refieren a estos sitios como centros de artesanos
especialistas y adminis- tradores del Inca. Además, la gran mayoría de los sitios
están a lo largo del sistema vial, lo que indica funciones del Estado diferentes a la
agricultura, como tambos de aprovisionamiento para el apoyo al ejército y para el
movimiento de los productos básicos. En general, los centros urbanos secundarios
son mayores de diez hectáreas, con Hatuncolla y Chucuito que alcanzan por lo
menos cincuenta hectáreas.
Centros Urbanos Secundarios Áreas (en hectáreas)
HATUNCOLLA 50–80
CHUCUITO 50–80
PAUCARCOLLA 25
ACORA 25
JULI 20
Centros Urbanos Terciarios Áreas (en hectáreas)
ZEPITA 11 (Hyslop)
LUNDAYANI 10
GUAQUI 6 (Albarracin-Jordan 1992: 316)
POMATA 5
SULLKAMARKA 5 (Albarracin-Jordan 1992: 321)
PUCARANI 4–8
TARACO 5–10
MOHO 3–5
CONIMA 5+
HUANCANÉ 5
CARPA 2–5
Tabla 1. Selección de Centros Urbanos secundarios y terciarios en la cuenca
del Titicaca durante la ocupación Inca.
345 / c H a r l e s s t a N i s H
Los Centros Urbanos Terciarios en la cuenca del Titicaca incanizada son numero-
sos, y casi todos están a lo largo del sistema vial. Estos sitios tienen alrededor de
cinco hectáreas. Estos también funcionaban como centros administrativos,
estaciones de paso, cuarteles, etc. El tamaño de los centros de tercer nivel, por lo
general, estaba relacionado con la población preexistente en la zona. Por lo tanto,
las regiones norte y oeste del lago fueron las más densamente pobladas y allí
estaban los sitios Inca más grandes, mientras en la parte oriental se caracterizó
por una serie de sitios más pe- queños a lo largo del sistema vial.
Muchos sitios en la región de Titicaca que tenían importantes ocupaciones Inca,
también son ciudades modernas. Una de las principales cuestiones acerca de la ocu-
pación Inca de los centros de la región es sí estos sitios fueron construidos por los
incas como nuevos asentamientos, o si fueron sitios preincas absorbidos y
mejorados por el Inca.
Análisis de los datos regionales indican claramente que la gran mayoría de los
centros urbanos secundarios y terciarios fueron construidos durante la época incai-
ca, y no previamente. Parece ser que la ocupación Inca implicó profundos cambios
en el asentamiento, la economía y la política. El sitio de Hatuncolla, por ejemplo,
fue uno de los asentamientos incaicos más importantes de la cuenca del Titicaca
propiamente dicha (Julien 1983). Aunque Cobo y Cieza relatan que Hatuncolla fue
la capital de la entidad política colla, anterior a la expansión Inca, la investigación
de Julien en el si- tio no proporciona evidencia de alguna ocupación previa a los
incas (Julien 1983: 107). Esta última observación es extremadamente importante.
En una investigación de la zona Lupaqa, Hyslop descubrió que las ciudades
coloniales y modernas de Chucuito, Acora, Juli, Pomata, Yunguyu y Zepita también
se ajustan a este patrón histórico: una importante ocupación Inca, sin
asentamientos preincas reconocibles (Hyslop 1976). Este es el caso también de Pila
Patag, un sitio metalúrgico, cerca de Chucuito. En nuestro estudio de la región Juli-
Desaguadero, este patrón se confirmó para los cen- tros tanto de Juli como de
Pomata (Stanish et al. 1997).
Los análisis de los datos históricos también sugieren que este patrón es válido
para la mayoría de los sitios importantes de la región del Titicaca en el siglo XVI. La
Tabla 2 muestra el tamaño de las ciudades (en número de contribuyentes, no de la
pobla- ción total) de la Tasa de Toledo y la Visita de Diez de San Miguel. En una
prospección no sistemática, he examinado la superficie de varios de estos sitios fuera
de la región prospectada de Juli-Desaguadero, incluyendo Conima, Copacabana,
Huancané, Moho, Paucarcolla, Pucarani y Taraco. Todos los sitios se ajustan al patrón
en el que hubo grandes ocupaciones del período Inca y Colonial Temprano, pero no
son asentamientos preinca reconocibles. Este es, también, el caso de los sitios más
pequeños del período Colonial Temprano, como Desaguadero y Guaqui (Albarracín-
Jordán y Mathews 1990: 162). Estos datos combinados indican que en la docena de
asentamientos coloniales tempranos mayores y menores estudiados, el 100% tenían
una importante ocupación incaica y ninguna preincaica. Esto representa una
muestra de cerca del 20% de los sitios más importantes en el área del Titicaca. En
otras palabras, los datos sugieren que los primeros asentamientos del siglo XVI más
importantes fueron fundados originalmente por el Estado Inca a lo largo del sistema
vial, y no previamente.
346 / l a ocuPacióN iNca eN l a c u e Nc a d e l titicaca
Cieza, Pachacuti usó Hatuncolla como guarnición militar para mantener una
presen- cia militar en la región (D’Altroy 1992: 76). Esta prueba documental apoya
la idea de que Hatuncolla era el centro militar Inca y de los esfuerzos estatales
para controlar el Collao. En la Tasa de Toledo, Hatuncolla fue enumerado con 601
contribuyentes y un total de 2.385 personas, incluyendo a aquellas descritas como
“aymaraes”, “uros” y “hatunlunas” (Tabla 2). Los tributos incluían plata, animales,
chuño, textiles, y pes- cado.
Es significativo que uno de los sitios Inca mas grandes fuera un sexto del tamaño
de Juli para la década de 1570. Esto demuestra que hubo una reducción sustancial
en el tamaño y la importancia de Hatuncolla con el colapso del estado Inca. Se
podría conjeturar que Hatuncolla estaba poblada por funcionarios Inca
inmigrantes duran- te su ocupación, y que el colapso del estado llevó a un
abandono de este centro. En cualquier caso, en el siglo XVI, Hatuncolla era una
ciudad de menor importancia en la cuenca del Titicaca, prácticamente abandonada
como su contraparte en el norte, Huánuco Pampa.
Paucarcolla
De acuerdo con la Tasa de Toledo, Paucarcolla fue un asentamiento
moderadamen- te grande durante el período Colonial Temprano con 1,003
contribuyentes y más de 4,500 personas (Cook 1975: 59). La ciudad se dividió en
aymaras y urus, siendo estos últimos un 9% de la población total. En la Tasa de
Toledo se observa que, aparte de los habituales artículos tributados como la carne y
la lana, el pueblo de Paucarcolla tam- bién contribuyó con pescado seco y sal (Cook
1975: 60). Probablemente la zona fue un área importante para la producción de sal
en la época incaica, aunque no tenemos evidencia directa de esto.
Puno
La construcción moderna hace difícil definir, a partir de materiales
arqueológicos, la ocupación Inca en Puno. Existe poca información documental que
sugeriría que Puno fue un importante centro Inca, aunque artefactos Inca han sido
observados en las obras de construcción y, de hallazgos aislados, tal como el
reportado por Julien para el sitio de Azoguini, una colina alta al norte de la ciudad
actual (Julien 1981). En una inspección no sistemática, descubrí una serie de tiestos
Inca dispersos alrededor de la bahía de Puno. Fuera de la misma ciudad, varios
sitios aterrazados han sido descu- biertos con fina cerámica Inca local. Sí Puno fue
un centro urbano secundario durante la ocupación Inca es una cuestión abierta a la
discusión.
Chucuito
El más importante y probablemente el más grande de los centros de Inca en la
región Lupaqa fue Chucuito. Chucuito está aproximadamente a 16 km al sur de
Puno en la carretera Puno-Desaguadero, y estuvo directamente también sobre el
camino Inca. El sitio fue el hogar de Martín Cari y Cusi Martín, los dos principales
caciques de los Lupaqa en 1564. La Visita de Diez de San Miguel señala
constantemente que los tra- bajadores de la mita eran enviados de las otras seis
ciudades de Chucuito para prestar servicios en los hogares de los caciques, un
hecho que destaca la importancia de la ciudad durante este período. En opinión de
Hyslop, Chucuito también fue la capital Lupaqa durante el tiempo de los incas
(Hyslop 1984: 130).
Hyslop exploró el sitio de Chucuito para su investigación de tesis, y al igual que
Ju- lien en Hatuncolla, concluyó que había poca evidencia de que Chucuito fuera
ocupa- do antes del período Inca, a pesar de que tomó nota de la existencia de
varios bloques de piedra rectangulares con sugerente influencia Tiwanaku (Hyslop
1976: 122-130). Hyslop calculó un área total de cerca de 80 hectáreas y señaló que
el sitio fue cons- truido sobre un patrón de reticulado, un estilo arquitectónico
inca que él denomina “ortogonal”.
La cerámica en la superficie del sitio es típicamente de los estilos Inca Local y
Chucuito. No hay evidencias de una ocupación preinca en el pueblo. La
ocupación se
350 / l a ocuPacióN iNca eN l a c ueNc a d e l titicaca
Figura 3. Muros Inca del sitio Inca Uyu en Chucuito. Un estilo Inca regional.
5 Existen algunas piedras talladas con forma fálica en el Inca Uyu. La mayoría de las piedras
más pequeñas probablemente son auténticas. Sin embargo, las más elaboradas probable-
mente no son prehispánicas, y al parecer fueron mandadas a hacer por un coleccionista y
reunidas en el Inca Uyu en algún momento en el siglo XX. Estas han llegado a
convertirse en un fenómeno New Age en el circuito turístico.
351 / c H a r l e s s t a N i s H
Según Hyslop, Chucuito tenía dos plazas, una en la plaza moderna y la segunda
donde fue encontrado el Inca Uyu (Hyslop 1990: 197). Calculo una ocupación total
Inca de alrededor de 50 hectáreas, basándome en una prospección pedestre en el
área del sitio. Esto incluiría a toda la ciudad y las áreas hacia el este. Es posible que
Hyslop fuera capaz de ver, en la década de 1970, más zonas no disturbadas y que su
estimación de 80 hectáreas sea más precisa (véase la Tabla 1). De todos modos, el
sitio de Chucuito sólo es comparable en tamaño e importancia durante el período
Inca con Hatuncolla. No hay duda de que Chucuito fue el lugar principal en el área
lupaqa, y uno de los principales centros administrativos en la cuenca del Titicaca
para el Estado Inca.
Acora
Hyslop exploró Acora, señalando que el sitio arqueológico se encontraba debajo
de la ciudad moderna (1976: 406-408), y calculó una superficie total de unas 25
hectáreas en base a la distribución de artefactos en superficie y el hecho de que fue
el sitio más grande al sur del camino Inca de Chucuito (Hyslop 1976: 131). También
sugirió que los sitios de Kacha Kacha B y Qellojani pueden ser los cementerios de
esta cabecera. Mis observaciones del sitio son coherentes con las de Hyslop. La
cerámica es típicamente Inca Local y Chucuito, y cubre la mayor parte de la ciudad
moderna. No existen evi- dencias de restos preincas en el pueblo.
Juli
Juli fue el centro del asentamiento Colonial Temprano en la cuenca del Titicaca.
De acuerdo con los primeros censos tanto de Diez de San Miguel como de Buitrago
(Ta- blas 1 y 2) este fue el asentamiento más grande del período Colonial Temprano
según lo determinado por el número total de tributarios. La evidencia arqueológica
también indica que era un asentamiento importante durante el período Inca.
Hyslop inspec- cionó el lugar y sugirió que tenía un tamaño de alrededor de nueve
hectáreas. He estimado el área total en una veintena de hectáreas, cifra que
incluye el sitio Juli B de Hyslop (1976: 133, 309-401). Hyslop estimó que Lundayani
era más grande que Juli, por lo que concluyó que Juli fue sólo probablemente un
tambo, y que Lundayani era la cabecera. Puedo sugerir una explicación alternativa:
Juli tuvo el doble de tamaño que Lundayani, y que Juli fue la cabecera original.
No solamente Juli está en el camino Inca, sino que hay un ramal del camino que
iba hacia al cerro de Sapacolla detrás de Juli. El hecho de que el camino principal
bifur- que en su entrada a Juli y se vuelva a juntar de nuevo en el centro de la
ciudad es una prueba más de que Juli fue la cabecera principal. Otra sección sur del
camino original fue localizada por Hyslop; este camino bien pavimentado se dirige
al sur de la ciudad con dirección a Pomata.
Juli está construido en un patrón reticulado y se edificó en la época Inca, y no
antes. Investigaciones extensas y recolecciones de superficie no han revelado
ningún tipo de ocupación reconocible preinca. Estas observaciones incluyen las
excavacio-
352 / l a ocuPacióN iNca eN l a c u e Nc a d e l titicaca
que también está intacto. En Torata Alta, el diseño del asentamiento es un patrón
re- ticular ortogonal Inca y es más típico de la arquitectura Inca conocida para el
sur del Perú, como Juli y el resto de ciudades principales a lo largo del sistema vial.
Tengo varias hipótesis sobre la naturaleza y la función de Lundayani. Este podría
ser la ubicación de los mitimaes Chinchasuyu señalados por Diez de San Miguel y otros
cronistas tempranos en el área (Diez de San Miguel 1964 [1567]; Murra 1964).
Alternati- vamente, podría ser que este fue la residencia principal de la elite Lupaqa,
la que gozaba de una posición privilegiada en el Estado Inca. En esta hipótesis, a la
elite Lupaqa se les permitió tener un sitio alejado del camino de los Incas. La
ubicación de Lundayani en esta hipótesis se podría explicar como una necesidad de
estar cerca de las grandes manadas de camélidos, por las cuales la elite Lupaqa fue
famosa (Murra 1968). Una hi- pótesis final es que el sitio era un tambo importante
sobre un camino que conduce hacia el oeste hasta la puna y a los valles costeros de
Moquegua, Sama, y/o Lluta. En la actualidad, el sitio está en un camino bastante
transitado que sigue el drenaje hacia las tierras de la puna de Pasiri a unos trece
kilómetros del lago. Cualquiera que sea la expli- cación, Lundayani figura como uno
de los sitios más importantes para comprender las interacciones Inca-local en la
zona, y merece una mayor investigación.
zepita
Aunque hoy es una ciudad relativamente pequeña, Hyslop sugirió que la
ocupación Inca de Zepita cubrió once hectáreas. También señaló que el sitio era un
tambo y la cabecera durante el período Colonial Temprano (Hyslop 1976: 136). Mis
observacio- nes en el sitio, en general corroboran lo propuesto por Hyslop.
Ilave
Hyslop no encontró restos incas en el mismo Ilave, como lo hizo en otras
ciudades a lo largo de la orilla del lago, y por lo tanto concluye que no hubo una
significativa ocupación Inca bajo la ciudad moderna. En un reconocimiento
limitado, sin embargo, descubrí una serie de pequeñas aldeas del período Inca a lo
largo del río Ilave, justo al sur de la ciudad del mismo nombre. La pregunta sigue
vigente, sí es que se trataba de un centro urbano secundario o simplemente una
concentración de aldeas más pequeñas. En la actualidad, basado en mis
observaciones en la propia ciudad, me in- clino a estar de acuerdo con Hyslop.
Ilave probablemente era un grupo de pequeños asentamientos a lo largo del
camino, pero no un centro administrativo.
Pomata
De la lista de cabeceras de la Visita de Diez de San Miguel, el pueblo de Pomata
era el más pequeño (Hyslop 1976: 135). El sitio parece haber sido importante en el
período Colonial Temprano, pero no era un centro de la escala de Juli o de Acora
durante el período Inca. Se estima un tamaño total del asentamiento de sólo
cuatro o cinco hectáreas, tomando como base la distribución de la cerámica del
período Inca en las
354 / l a ocuPacióN iNca eN l a c u e N c a d e l titicaca
calles y áreas disturbadas de la ciudad (Stanish et al. 1997). Pomata tiene un compo-
nente Inca, pero no hay evidencia de ocupación preinca, aunque hay algunos
tiestos del período Altiplano en la recolección de la prospección de Juli-Pomata. El
sitio no era un centro urbano según los estándares Inca, pero lo más probable es
que fuera un tambo importante en el camino Inca. Junto a la iglesia del período
colonial hay un mirador moderno6, alrededor del cual hay una serie de fragmentos
de cerámica Inca, como también algunos bloques líticos tallados. Es posible que
este sitio hubiera sido un área ritual o adoratorio en la ruta de peregrinación hacia
la isla del Sol.
yunguyo
Yunguyo está sobre la frontera de Perú y Bolivia. Esta ciudad era una parada impor-
tante, como puerta de entrada al complejo de peregrinaje Copacabana/isla del Sol
mantenida por el Estado Inca. Era aquí que el verdadero peregrinaje comenzaba con
un chequeo por los guardias en lo que ahora es la frontera entre Perú y Bolivia
(Bauer y Stanish 2001). Algunos fragmentos Inca se encuentran en las calles y en
los adobes de la ciudad, aunque la densidad no es alta. El grado en que el sitio fue
un centro im- portante, o incluso un tambo, no queda claro.
Pucarani
La actual ciudad de Pucarani7 está cerca al sur de la cuenca del Titicaca, a unos trece
kilómetros de la laguna. Pucarani fue un asentamiento importante en el período Co-
lonial Temprano que figura en la Nación de Pacajes Umasuyu en la temprana lista de
encomiendas (Julien 1983: 18). En la Tasa de Toledo, la muestra de la población es de
5.398, que incluyó 1.079 hombres clasificados como aymara y 148 clasificados como
uru, siendo el resto niños, ancianos y mujeres (Cook 1975: 51-52). La ciudad tiene
una impor- tante ocupación Inca y, según lo indicado por la alta densidad de
cerámica del período Inca que se observa en las calles y ladrillos de adobe de la
ciudad. La cerámica Inca en esta ciudad se caracteriza típicamente por piezas de
fabricación local.
guaqui
Guaqui se encuentra en la orilla del lago, en el extremo oriental del valle de
Tiwanaku.
De acuerdo con Mercado de Peñaloza (1965 [1583]), se dice que Guaqui fue fundada
por
6 Un mirador es un recinto amurallado, en una zona alta con vistas privilegiadas del
paisaje.
7 Pucarani también se escribe como Pucarane.
355 / c H a r l e s s t a N i s H
Tiwanaku
Hubo una significativa ocupación Inca en el sitio de Tiwanaku como lo demuestran
los sustanciales y finos fragmentos Inca que se encuentran en las excavaciones y en
la superficie. La ocupación parece haber sido restringida al núcleo más antiguo del
sitio, lo que sugiere que Tiwanaku fue visto posiblemente como un centro de
peregri- nación menor, como también como una vivienda urbana durante el
control Inca de la región. Unos cuantos bloques de piedra tallada en la superficie
parecen ser de estilo Inca, típicos de los bloques escalonados utilizados en los
rituales (ver Arkush 1999).
El sitio de Tiwanaku, sin duda, tuvo una importancia simbólica en la ideología
po- lítica del estado. Los intelectuales incas trataron de usurpar la autoridad
ideológica y el prestigio del antiguo estado Tiwanaku, en una forma que recuerda a
los esta- dos posclásicos mesoamericanos que invocaban la autoridad de los
toltecas (Stanish 1997). Ellos lo hicieron mediante la vinculación de la fundación de
su elite con la del sitio de Tiwanaku, que fue sin duda un importante sitio
ceremonial Inca, aunque te- nemos pocos datos sobre la ocupación hasta la fecha.
quitectura son bastante impresionante. Las paredes están construidas en estilo Inca
Clásico provincial. La cerámica en la superficie sugiere un importante centro admi-
nistrativo provincial, tal vez un tambo importante en el camino Omasuyu.
Una serie de pequeñas islas en el lago también tienen restos Incas, y la isla
Quilja- ta, en el sur, puede ser representativa. Es una isla muy prominente cerca de
la orilla del lago, en la zona Chatuma en el extremo sur del gran lago. La isla se
levanta dra- máticamente desde el lago con laderas muy empinadas. Hoy en día es
una isla, pero los niveles del lago a su alrededor son muy poco profundos. En la
antigüedad, y en los últimos tiempos, la isla estuvo casi con toda seguridad
conectada con el continente durante los períodos de sequía.
hay un pueblo Inca bastante grande que cubre de dos a tres hectáreas. Un número
de tumbas de cistas con lajas y chulpas están asociadas con esta área de habitación.
No hay evidencia de arquitectura corporativa, y el sitio no aparece como un
asenta- miento importante en todos los documentos conocidos para el período.
Una posible explicación para la ubicación del sitio es la abundancia de totora en el
lago cerca de la isla en la actualidad. El sitio podría haber sido un asentamiento
especializado en la producción de totora y pesca dentro del sistema de
asentamiento Inca.
Otra pequeña isla, Pallalla, se encuentra al noreste de la isla del Sol. Es una isla
pequeña, con poca superficie para la agricultura. Sin embargo, existe una
estructura de 45 m de largo por 6 m de ancho con una serie de divisiones
uniformes. La arqui- tectura es muy similar a la de una qolca Inca o estructura de
almacenamiento. Los tiestos en la isla también indican que se trata de un sitio Inca.
La función exacta de una qolca inca en una isla aislada se desconoce, pero es
probable que Pallalla fuera parte de una ruta de peregrinación por las aguas del
lago durante la época Inca. De acuerdo con uno de los primeros visitantes, Joseph
Pentland, Pallalla se llamaba isla de los Plateros y tenía tumbas, y posiblemente
figurinas de oro y plata (Pentland 1827:
f. 90). Por supuesto, tales figuras son halladas en una serie de contextos
ceremoniales, incluyendo ceremonias Capaccocha que podrían haber sido un
componente de una peregrinación.
La isla de Koa era un sitio ritual importante durante el período Tiwanaku (véase
Ponce et al. 1992). También fue un centro importante durante la época incaica, de
acuerdo a una serie de ofrendas de época Inca que se encontraron. La isla estuvo,
posiblemente, a lo largo de una ruta de peregrinación por las aguas del lago
durante la época Incaica descritas a continuación.
Hay varias islas en el lago pequeño (Huiñamarca) que tienen importantes restos
incas. Cordero (1972) publicó el primer informe de los restos incas en la isla de
Suriki y en la isla Intja, y los muros del último se encontraron entre los ejemplos
más finos de la arquitectura Inca en la cuenca del Titicaca. Asimismo, Esteves y
Escalante (1994) reportaron una gran ocupación Inca en la isla Paco de Huiñamarca.
Ellos observaron complejos de grandes terrazas asociadas a ocupación Inca.
También hay una estruc- tura en la parte delantera de piedra tallada en una roca
que parece haber sido un templo Inca.
giere una estrategia de maximización diseñada para producir y mover los productos
básicos, y localizar las poblaciones en tierra agrícola óptima.
demografía
La Figura 6 presenta nuestro cálculo de crecimiento de la población en la región de
Juli-Pomata a lo largo del tiempo. La característica más evidente es el pico de creci-
miento en el período Inca después de una tasa de crecimiento generalmente cons-
tante desde el período Formativo Medio (a inicios de Sillumocco). Esta tasa de creci-
miento no podría ocurrir por sí sola de un aumento natural de la población. El
nivel de población proyectado durante el período Inca sería de aproximadamente
90 hec- táreas de residencia domésticas usando las tasas anteriores de crecimiento
desde el período Formativo Medio hasta el Altiplano. La cifra real de 179 hectáreas
es casi dos veces más grande. Estos datos dejan pocas dudas de que considerables
cantidades de poblaciones se establecieron en la región de Juli-Pomata durante el
período Inca.
Ubicaciones de sitios
Para los sitios menores que 2.5 hectáreas, hay poca diferencia, en términos de
ubica- ción y altitud, entre los del período Inca y Altiplano. Sin embargo, durante el
período Inca se agregan una serie de nuevos sitios, incluyendo aquellos mayores
de 2,5 hec- táreas. Estos sitios están en un rango de altitud de 3.800 a 4.100 m, con
la mayoría de estos ubicados cerca del lago por debajo de los 3.900 m. En otras
palabras, estos datos demuestran que la mayoría (doce de los diecisiete) de estos
sitios de gran tamaño se encuentran cerca del lago, un lugar óptimo para la
explotación de los recursos lacus- tres y la agricultura de secano en terrazas. Cinco
sitios grandes nuevos, un número importante, fueron añadidos en la puna, lo que
atestigua la importancia del pastoreo de camélidos en la economía política Inca.
tos. Algunos de los sitios más grandes, probablemente funcionaron como sitios de
menor importancia administrativa. Podemos interpretar estos datos para sugerir
que las poblaciones nativas de la isla estaban dispersas y los mitimaes y otros
grupos que dependían del imperio fueron concentrados en los asentamientos más
grandes.
También es significativo que la mayor parte de los pequeños asentamientos
Incas estuvieran en las tierras agrícolas principales. La isla del Sol fue de hecho un
centro ritual y de peregrinaje importante, y el Inca entendió claramente que este
tenía que estar aprovisionado. Los datos de asentamiento indican que casi todos
los bienes de subsistencia que mantuvieron a la población de la isla –incluyendo a
los sacerdotes, Mamaconas (mujeres escogidas del Inca), y otros especialistas en los
rituales– se pro- dujeron en la isla, y no fueron importados de otros lugares. De
hecho, la distribución de las aldeas y pueblos incas en la isla se correlaciona con las
mejores tierras agríco- las. Este patrón es idéntico al modelo en tierra firme, como
lo demuestran los datos de asentamiento del reconocimiento de Juli-Pomata
(Stanish et al. 1997).
Hay tres importantes excepciones a este patrón. En el lado sur de la isla, un
impre- sionante conjunto de escalones llevan a la colina en medio de una “cuenca”
natural, o pequeño valle. Estos escalones se inician en el sitio ritual conocido hoy
como la Fuen- te del Inca. Un gran número de terrazas agrícolas bien hechas
flanquean estos pasos. A diferencia de cualquier otra parte de la isla –y para el
caso, a diferencia del área de prospección de todo Juli-Pomata, donde tales tierras
de cultivo excelente existen– no hay casas o aldeas inca sobre y entre las terrazas.
En otras palabras, toda la zona fue atravesada con hermosas terrazas, pero no
hubo asentamientos en los propios campos. De hecho, los sitios de habitación
estuvieron, en ambos lados del valle hacia el este y el oeste, donde estuvieron
concentradas en gran número. En estas últimas áreas también había terrazas
agrícolas y sitios asociados de habitación que alberga- ban a la población que
presumiblemente han trabajado estos campos. El patrón típico de la cuenca del
Titicaca en el período Inca, incluye un conjunto de campos agrícolas y una serie de
sitios que albergaron a la población campesina que trabajaba los cam- pos, pero
existió una desviación de este patrón en el valle por encima de la Fuente del Inca.
les. De acuerdo con Ramos Gavilán (1988 [1621]: 45), “En una destas playas vezina a la
peña Titicaca intentó el Inga sembrar una chácara de Coca para el sol”, lo que sugiere que
la coca se iba a utilizar para los propósitos del ritual. El clima en esta zona es
distinto debido a la alta radiación solar y debido a que la topografía protege las
áreas aterra- zadas del viento. El efecto fue crear un ambiente más cálido, lo que
podría haber sido utilizado para cultivos no altiplánicos.
Titikala es la tercera área que no se ajusta al patrón. Aunque hay vestigios de
asentamientos humanos importantes, no parece existir importantes tierras agríco-
las sostenibles. Un número de sitios fueron descubiertos en la parte norte de la isla,
la mayoría de ellos pequeños pueblos o caseríos adyacentes al complejo ritual que
incluye la Roca Sagrada (Figura 8), la Chincana, y Mama Ojila. Más al norte, lejos del
centro ritual, existen pequeñas aldeas en la Península Ticani. Estos sitios están aso-
ciados con algunas terrazas modestas y probablemente albergaban a los agricultores
que cultivaban maíz para uso ritual, así como otros cultivos para el mantenimiento
de los especialistas religiosos que cuidaban el templo. En otras palabras, el área
misma de Titikala no era una zona agrícola; los factores determinantes del
asentamiento allí fueron estrictamente rituales, con la subsistencia de los
habitantes proporcionada por el resto de la isla.
El número de sitios y el tamaño total del área de vivienda durante el período
Inca es muy alto en relación con los períodos anteriores. Al igual que en el área de
Juli- Pomata, este incremento no puede explicarse sólo por el crecimiento natural
de la población. Incluso teniendo en cuenta algunos problemas metodológicos
menores, existe poca duda que la población fue trasladada allí desde otros lugares.8
En el caso de la isla, la evidencia documental indica que el Inca importó colonos
mitimaes. Tam- bién es probable que el Inca reuniera a las poblaciones dispersas
del período Altipla- no hacia ubicaciones al borde del lago y la isla donde ellos
pudieran ser controlados más eficazmente. La isla habría sido un lugar obvio para
poner estos colonos para apoyar a los especialistas en rituales.
8 Algunos factores que pueden inflar artificialmente la población durante el período Inca
incluyen la ubicuidad de la cerámica diagnóstica Inca, y la mejor preservación de sitios a
causa del período de tiempo más tardío. Ambos factores se trataron en el análisis. A pesar
de los sesgos, queda claro que hubo un aumento considerable en la población de la isla.
367 / c H a r l e s s t a N i s H
mapa 3. Patrón de asentamiento del periodo Inca (1450-1532 d.C.) en la Isla del
Sol.
368 / l a ocuPacióN iNca eN l a c u e Nc a d e l titicaca
puna es ideal para el pastoreo de camélidos, y sólo marginal para el cultivo del tu-
bérculo. La zona de campos elevados, confinada a la pampa llana interior del lago y
junto a los ríos, es agrícolamente útil sólo con las construcciones de campos
elevados, aunque hoy en día se utiliza para el pastoreo marginal y sólo existen
relictos de estos campos. Las áreas de terrazas en la región Suni se dividen en dos
tipos de contem- poraneidad Aymara. Las áreas de pendiente suave en la base de
los cerros que están protegidos del viento se consideran tierras de cultivo ideal,
casi tan buenas como los campos elevados. Las propias laderas, un segundo tipo,
generalmente se consideran como zonas pobres a moderadas para el cultivo (M.
Tschopik 1946: 513). Lo que es sig- nificativo es que cada zona ofrece
oportunidades económicas específicas y diferentes. Los datos del reconocimiento
de Juli-Pomata nos permiten definir el uso relativo de las cuatro estrategias
económicas mediante la localización de los sitios y el cálculo del área habitacional
total por período (por ejemplo, ver Stanish 1994).
El análisis de los datos de asentamientos ha revelado varios patrones. En primer
lugar, la agricultura en campos elevados desapareció durante la época incaica. Los
datos de asentamientos indican un alejamiento de las zonas de campos elevados,
en el área de estudio, hacia ubicaciones en zonas de terraza de secano y zonas de
pasti- zales en la puna (Stanish 1994). La explicación más parsimoniosa de los datos
es que las condiciones ecológicas se alteraron, esencialmente por la aparición de
una menor temperatura media iniciada alrededor del año 1400 d.C. y que fue uno
de los princi- pales factores en este cambio económico (Graffam 1992; Kolata 1993:
298; Ortloff y Kolata 1989).
En segundo lugar, se produjo un cambio sustancial en los pastizales de la puna,
especialmente cuando se compara con las cifras de períodos anteriores. En el
período de Tiwanaku, cerca del 4% de la población vive en la puna, y en el período
Altiplano la población que vive se incromentó a 14%, mientras que en la época Inca
cerca del 20% de la población vive en la puna.
Un patrón de asentamiento del período Inca especializado en terrazas agrícolas
y las zonas urbanas lacustres, sugiere una estrategia de maximización diseñada
para producir y exportar los productos, ademas de localizar a las poblaciones en
tierras para optimizar así los campos de cultivo. La importancia de la lana de
camélidos en la economía Inca se indica por el hecho de que el 20% de la población
vivía en pastizales para pastoreo.
Tabla 3. Las ciudades seleccionadas y sus artículos de tributo que se enumeran en la Tasa de
Toledo.
373 / c H a r l e s s t a N i s H
Figura 9. Segmento del camino Inca cerca de Moho, Perú. Fotografía del autor.
Producción y estilos de cerámica
La cerámica del período Inca en la región del Titicaca ha sido discutida por varios
au- tores, sobre todo Julien (1983). En el área de Juli-Pomata, hemos definido una
serie de tipos de cerámica del período Inca. Prácticamente el 98% de la muestra
conocida de tiestos Inca fueron fabricados localmente. El tipo local Inca representa
imitaciones de los estilos de Cusco fabricados en la región del Titicaca. El estilo de
cerámica Chucui- to parece ser un fenómeno local, elaborado por primera vez bajo
la ocupación Inca. Aunque no hay antecedentes directos de los estilos decorativos
Chucuito, muchos de los motivos son observados en la cerámica Inca del Cusco. A
diferencia de Chucuito, Pacajes y los motivos del tipo Sillustani tienen
antecedentes anteriores en la región del Titicaca.
Este patrón de la fabricación local de cerámica decorada ofrece información so-
bre la naturaleza del control inca provincial. D’Altroy y Bishop (1990) analizaron la
composición química de la cerámica del período Inca de cuatro áreas en los Andes
374 / l a ocuPacióN iNca eN l a c u e Nc a d e l titicaca
centrales, incluyendo la cuenca del Titicaca, el Valle del Mantaro, Tarma, y Cusco.
Llegaron a la conclusión que “diferentes conjuntos cerámicos fueron producidos y
consumidos en las tres regiones principales. Virtualmente ninguna de la cerámica
Inka imperial analizada de las áreas de Mantaro Superior o del Lago Titicaca fue
pro- ducida en el Cusco y enviada a esas áreas.”
El análisis estilístico de la cerámica del período Inca de toda la cuenca del
Titicaca apoya esta hipótesis. En la región de Juli-Pomata, por ejemplo, Steadman
ha definido una serie de diferentes tipos de pasta que pueden ser locales, semi-
locales o exóticos según su lugar de fabricación. En el caso de la cerámica del
período Inca, la mayor parte de los tiestos de la muestra parece que fueron
fabricados localmente con una pasta utilizada tanto previamente antes de la
ocupación Inca como también en el período Colonial Temprano.
Siguiendo con la cerámica producida durante la ocupación Inca de la cuenca del
Titicaca, el estudio más detallado de los cambios en el estilo alfarero, es la obra de
Julien (1983) en el sitio de Hatuncolla. Ella excavó once unidades de cateo en el sitio
y pudo definir una secuencia cerámica de cuatro fases. De acuerdo a esta
investigación, todos los artefactos manufacturados en el sitio representan un
momento en el que existió una fuerte influencia Inca en Hatuncolla, lo que indica
que el sitio fue fundado durante la expansión incaica.
En la cronología refinada de cerámica, propuesta por Julien (1983: 151-153) para
la ocupación Inca de Hatuncolla, hay tres fases pre-coloniales, empezando con la
fun- dación del sitio. En la fase 1 existe una clara influencia de las tradiciones de
cerámica del Cusco, imitado en su mayor parte por dos arcillas locales junto con
un conjun- to preinca derivado de Sillustani. Algunas de ellas son imitaciones
simples, aunque otras con préstamos más sutiles. Julien señala que los cuencos
decorados son los más importantes en el conjunto cerámico. Ella también nota una
ruptura estilística im- portante de las tradiciones preincas de Sillustani,
enfatizando que la ocupación Inca alcanzó hasta los mismos cánones estilísticos de
la población local.
Para la Fase 2, Julien observa una mayor variedad de perfiles de borde y decora-
ción. Una vez más, los cuencos fueron importantes, pero hubo muchas más formas,
que fueron tomadas del inventario de Cusco. Sólo algunas de las formas de la tradi-
ción de Sillustani, obtenidas de la Fase 1, continuaron en la Fase 2. La Fase 3 es el
últi- mo período prehispánico de cerámica definida por Julien (1983: 203-230). Los
cuencos poco profundos continuaron, pero se agregaron cuencos más grandes. El
estilo Sillus- tani continuó, y Julien observa un resurgimiento de rasgos
morfológicos conservado- res Sillustani, con menos formas del Inca cusqueño. En la
primera fase influenciada por los españoles, Julien advierte acabados de superficie
de la cerámica similares a las del Cusco con vasijas hechas en torno y una ausencia
de cerámica vidriada.
El motivo decorativo más común es el Inca Local. Este último tipo es esencialmente
cerámica Inca elaborada en la cuenca del Titicaca, y las fechas para el período Inca
están entre los 1450 a los 1532 d.C. Estas piezas son imitaciones de la cerámica del
Cusco, con botellas y cuencos como formas predominantes. En particular, el uso de
motivos del Cusco y las distintivas protuberancias dobles en el borde de los cuencos
sirven para identificar este tipo. Julien señala que el uso de pastas y pigmentos
locales y la mala interpretación de los motivos Cusco identifican al estilo Inca Local
como de fabricación original del área del Titicaca (Julien 1983: 146). Nosotros
reconocemos tres subtipos dentro del grupo Inca Local: Inca Local Llano, Inca Local
Policromo e Inca Local Bícromo.
Otro tipo del período Inca es Chucuito. Prácticamente todos los tipos de Chucuito
tienen forma de cuenco. Este tipo fue definido por primera vez por M. Tschopik
(1946: 27-31) como dos vajillas relacionadas: Chucuito Polícromo y Chucuito Negro
sobre Rojo. Los motivos decorativos dominantes incluyen diseños de animales y
plantas, también utilizan diseños de insectos, humanos y formas geométricas. Las
cerámicas en la zona de Chucuito-Juli-Pomata son fabricadas localmente. M.
Tschopik (1946: 27) señala que las pastas de Chucuito son de textura fina y tienden
a ser de color rojo o rosa claro. Estas tienen temperante de arena, con inclusión
ocasional de mica.
Pacajes es un tipo del período Inca, más común de la zona de Desaguadero y fue
reportado por primera vez en detalle por Rydén (1957: 235-238) a partir de un
núme- ro de sitios de Bolivia. Albarracín-Jordán y Mathews (1990: 171) y Mathews
(1993) se refieren a este tipo como Inka-Pacaje, asignándole una fecha del período
Inca. Este tipo de cerámica está, casi con toda seguridad, asociado con la región de
Pacajes de la cuenca sur.
La cerámica Pacajes es fácilmente reconocida por los diseños distintivos de lla-
mitas (y formas similares, no relacionadas) en la superficie interior de los cuencos.
Al parecer la totalidad de la cerámica es del período Inca, dada su similitud con los
cuencos Chucuito e Inca local. La baja incidencia en la región de este tipo y su
mayor densidad conocida al sur sugieren fuertemente que Pacajes es una
importación exó- tica en el área de Juli-Pomata. Con una sola excepción, todos los
ejemplos del área Pacajes, del estudio de Juli-Desaguadero, son formas de cuenco.
Los tipos Sillustani son encontrados tanto en contextos del período Altiplano
como en los del período Inca, tal como se ha determinado por las excavaciones
estra- tigráficas y el análisis estilístico (Julien 1983: 116-125; Stanish 1991: 13-14).
Tipos Si- llustani del período Inca son bastante fáciles de distinguir por los labios
más gruesos, formas de cuencos menos profundas, exterior bruñido más fino, y
motivos de diseño más elaborados. El tipo Sillustani del período Inca también fue
identificado por pri- mera vez y nombrado por M. Tschopik (1946: 22-27), y
discutido más adelante por Julien (1982), Revilla Becerra y Uriarte Paniagua (1985)
y Stanish (1991). Al igual que con los tipos preinca, prácticamente todos los
diagnósticos Sillustani son cuencos. La característica básica que define el tipo de
Sillustani es un conjunto de líneas paralelas a lo largo del borde interior de
cuencos bruñidos o pulidos. Tschopik sugirió cuatro vajillas dentro de la serie de
Sillustani: Sillustani Policromo, Sillustani Marrón sobre
376 / l a ocuPacióN iNca eN l a c u e Nc a d e l titicaca
crema, Sillustani Negro sobre Rojo, y Sillustani Negro y Blanco sobre Rojo. No
hemos encontrado ninguna policromada (con una excepción que fue clasificada
como posi- blemente Chucuito Policromo) o Sillustani Negro y Blanco sobre Rojo
en el área de Juli-Pomata y, por lo tanto, no las incluimos en nuestra tipología
(Stanish et al. 1997). Hemos definido un subtipo adicional, Sillustani Negro sobre
Naranja. Basándonos en las características de la pasta, el Sillustani Marrón sobre
Crema habría sido importado a la zona de Juli–Pomata, pero el Negro sobre Naranja
y Negro sobre Rojo, muy proba- blemente, fueron hechos localmente.
Hay algunas asociaciones geográficas relativamente fuertes entre los principales
estilos de cerámica del período Inca y las entidades políticas en la región del
Titica- ca. Por ejemplo, el estilo de cerámica Chucuito se asocia claramente con la
entidad política Lupaqa (Hyslop 1976: 147; Stanish et al. 1997). El estilo de cerámica
Sillustani se asocia con el área Colla ubicada en el norte y el noroeste de la cuenca
del Titicaca. El estilo Pacajes se encuentra en la región de Pacajes, en el sur y
extremo suroeste (Albarracín-Jordán 1992: 313; Portugal 1988; Stanish et al. 1997).
Relaciones regionales
El concepto de complementariedad zonal, o verticalidad, fue introducido
aplicándose al estado Lupaqa, en particular, y la cuenca del altiplano del Titicaca y
el período Inca en general. Uno de los mejores métodos arqueológicos para
comprobar el modelo de complementariedad zonal ha sido la hipótesis de la
existencia de un territorio colo- nial. En 1983–1985, se llevó a cabo una
investigación en asentamientos del período Intermedio Tardío, en la región
Moquegua en el sur de Perú, una de las principa- les regiones de los Andes
Surcentrales donde se menciona que los Lupaqa habrían mantenido colonias
durante el siglo XVI (Murra 1968; Pease 1982). Investigaciones adicionales de Bürgi
(1993) y Conrad y Webster (1989) han ampliado en gran medida nuestro
conocimiento de este importante valle.
Los resultados de esta investigación están disponibles en gran detalle en otras
pu- blicaciones (Bürgi 1993; Conrad y Webster 1989; Stanish 1989a, 1989b, 1992), así
que sólo realizaré un breve resumen aquí. Las excavaciones intensivas y el
reconocimien- to del valle de Otora, en la cuenca de Moquegua, indican que el
control Lupaqa no fue evidente hasta el período Inca, coincidiendo con la
ocupación Inca en la región. Antes del establecimiento de sitios administrativos
Inca-Lupaqa, la región media y superior de la sierra de Moquegua (por encima de
unos 2000 msnm) fue controlada por grupos políticos independientes conocidos
como Estuquiña. Los sitios Estuquiña estuvieron fortificados y tenían evidencia de
una elite local que participó en fuertes intercam- bios con las zonas costeras y el
norte de la cuenca del Titicaca. En concreto, los socios principales del intercambio
parecen haber sido los collas, como lo demuestra la abun- dancia de cerámica
Sillustani encontrada en contextos domésticos y no domésticos de sitios Estuquiña
(Stanish 1989a, 1992). En suma, los datos de Moquegua sugieren que grupos colla
de la cuenca norte del Titicaca, fueron los principales desplazados por la elite inca
y Lupaqa quienes mantenían centros administrativos allí.
377 / c H a r l e s s t a N i s H
ríodo colonial español previo a los Incas fueron, en mi opinión, una ficción legal para
reclamar estas tierras en el contexto de las normas legales españolas (Stanish 2000).
SíNTESIS
La cuenca del Titicaca era el centro demográfico y cultural de la región Inca del Co-
llasuyu. Según los relatos históricos de Cieza (1959 [1553]) y Cobo (1983 [1653]) , la
primera incursión en la región del Titicaca fue iniciada por el primer (y
posiblemente apócrifo) emperador conocido como Viracocha Inca, probablemente
a mediados del siglo XV. Este Inca se encontró con dos sistemas políticos grandes y
complejos en el oeste de la cuenca del Titicaca, los Lupaqa y los colla, junto con
varios otros grupos políticos más pequeños, como los pacajes y los de las regiones
de Omasuyu.
En el momento de la expansión incaica en esta región, los Lupaqa y collas eran
enemigos implacables embarcados en un conflicto interminable. Se ha registrado
que Viracocha Inca negoció con ambas partes, tratando de manipularlas para su
propio beneficio político (Cieza 1959 [1553]: 215-216). Ante el temor de una alianza
entre los Lupaqa e incas, los colla iniciaron una batalla con los Lupaqa en
Paucarcolla (Cieza 1959 [1553]: 219). Los Lupaqa ganaron esa batalla, y su rey,
conocido como Cari, nego- ció la paz con Viracocha Inca.
Estas historias mítico-heroicas sugieren que la incorporación real de la región se
llevó a cabo por el hijo de Viracocha Inca, Pachacuti (Cieza 1959 [1553]: 232-235).
Pa- chacuti inició una nueva campaña en la región del Titicaca y se vio obligado a
luchar contra los aún autónomos collas. Los colla lucharon y perdieron la batalla
contra los inca cerca de la ciudad de Ayaviri. Los colla se retiraron a la localidad de
Pucará, mientras que el Inca destruyó Ayaviri, matando a la mayoría de la
población (Cieza 1959 [1553]: 232). Cobo (1983 [1653]: 140) relata que entonces el
rey Lupaqa “recibió al Inca en paz y le entregó su estado.”
Ciertamente, hacia los 1500 d.C., y con mucha probabilidad antes, el Inca había
incorporado la cuenca del Titicaca como una de sus provincias más productivas a
través de una variedad de estrategias: el establecimiento de guarniciones militares,
el re-asentamiento masivo de personas hacia zonas más estratégicas y
económicamente más eficientes, el uso de colonos mitimaes, la incorporación de
las elites locales, y la apropiación de la autoridad ideológica.
379 / c H a r l e s s t a N i s H
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1
4
La red vial Inka
en la Región
Puno
segis Fredo ló Pez vargas i
INTROdUCCIóN
Uno de los cuatro principales caminos que conformaba el sistema vial Inka partía
de la plaza Huacaypata de la ciudad del Cusco rumbo a las tierras altas de la
cuenca del lago Titicaca en la región del Collasuyo. Este camino fue uno de los más
importantes del imperio y comunicaba la capital Inka con el rico territorio
habitado por los po- derosos qollas concentrados en Hatunqolla y los lupaqas en
Chucuito (aunque ver Stanish en este volumen acerca de la capital pre-Inca),
quienes fueron conquistados por Pachacuteq en el siglo XV.
La conquista de esta región a mediados de ese siglo fue trascendental para el
forta- lecimiento del Estado Inka, pues contribuyó con rebaños de camélidos, ropa,
alimen- tos y hombres, constituyendo la principal fuente de abastecimiento para
financiar al naciente Estado y su expansión (Hyslop 1979: 57). La anexión de la
cuenca del lago Titicaca a los dominios del Cusco mediante conquistas militares y
alianzas políticas después de la derrota de los chankas, involucró el desplazamiento
de los pueblos for- tificados qollas y lupaqas, localizados en la cima de los cerros,
hacia las zonas bajas cerca al lago y junto al camino (Cieza [1553] 1956; Tschopik
1946: 5; Barreda 1958: 55;
Hyslop 1979: 58; Fuentes 1991: 15; Arkush y De la Vega 2002: 10).
En las narraciones de los cronistas Cieza de León (1553), Guamán Poma de Ayala
(1613), en la Ordenanza de Tambos de Vaca de Castro del año 1543, y en los relatos
de los viajeros del siglo XIX como Squier (1877), se lee las descripciones del camino
prin- cipal que se dirigía del Cusco rumbo al sur, hacia la región del Qollao. En el
siglo XX, importantes reconocimientos de esta ruta fueron descritos en los trabajos
de Regal (1936: 128-143), Strube Erdmann (1963: 43-47) y von Hagen (1977).
Este artículo presenta una breve reseña de la información de campo que el Pro-
grama publicó entre los años 2005 y 2006 y unos comentarios sobre la red de
caminos identificada en la cuenca del Titicaca y los asentamientos arqueológicos
asociados.
ANTECEdENTES dE ESTUdIO
El estudio arqueológico del sistema vial Inka en los Andes Centrales fue iniciado
por John Hyslop a fines de la década del 70 del siglo pasado. En el antiguo
territorio per- teneciente a la sociedad Lupaqa, este investigador identificó y
registró el Qhapaq Ñan en el lado suroccidental del lago Titicaca. Su exploración de
campo permitió conocer su localización, características constructivas y los
establecimientos inkas y lupaqas asociados a este. Desde los principales
asentamientos lupaqas como Chucuito, el Es- tado Inka administró la región
ubicada al sur del lago y los valles occidentales de la cuenca del Pacífico (Hyslop
1979).
387 / s e g i s F r e d o l ó P e z v a r g a s
1 “Y del Tambo de Chungara al pueblo y Tambo de Ayahuire que es de Francisco de Villacastin en el qual
han de servir todos los Indios del dicho Pueblo y lo a el sugeto y los Pueblos Hururu y Asillo con lo a el
sugeto. Aquí se apartan los dos caminos a la redonda de la laguna que se llama Omasuyo o Hurcosuyo.
Y del Tambo de Ayahuire se ha de ir al Pueblo de Pupuja que es un lugar de Chuquicache en el qual sus
Caciques han de poblar y proveer de Indios, Bastimentos, y cosas necesarias para los caminantes”…“Y
del dicho Pueblo de Puno se ha de ir al Pueblo de Hatun Collao en el qual han de serbir los Indios del
dicho Pueblo y las otras aldeas y lugares sujetos a el que sirven a Delgado. Y del Pueblo de Hatun Collao
se ha de ir a Cahuana Pueblo del Capitán Perancures ...” (Vaca de Castro [1543] 1998: 432-433, 439-
440).
388 / l a red vial iNka eN l a r e g i ó N PuNo
Figura 1. Calzada empedrada a orillas del lago Figura 2. Calzada empedrada y escalones en el
Titicaca en el distrito de Pomata, departamento distrito de Pomata, Puno. Fuente: Ministerio de
de Puno. Fuente: Ministerio de Cultura (2011: Cultura (2011: 57).
56)
Estos reconocimientos permitieron registrar los tramos de camino en el lado Urqosuyo
identificados previamente por Hyslop y otros en el Umasuyo, área no explorada por
este investigador, así como algunos caminos que formaron parte de la red vial
localizada en la cuenca del lago Titicaca con conexión a otras cuencas ubicadas hacia
al este y oeste.
Esta fue una de las vías de penetración hacia los Andes Orientales, la cual se
dirigía hacia los ríos amazónicos de la cuenca del Inambari. Este camino articuló la
región septentrional del Titicaca (cuencas de Azángaro, San Gabán y Carabaya),
área rica en oro, coca, plumas y otros objetos procedentes de las tierras bajas.2
Según Cieza de León, el camino se dividía en Ayaviri en dos grandes ramales que
iban por ambas márgenes del Titicaca: uno recorría todo el lado norte del lago y el
otro toda la ribera sur, para encontrar su punto de unión en territorio boliviano.
“Desde Ayavire (el que ya queda atrás) sale otro camino, que llaman Omasuyo, que pasa por la
otra parte de la gran laguna de que luego diré, y más cerca de la montaña de los Andes; iban por él a
los grandes pueblos de Horuro y Asilo y Asangaro, y a otros que no son de poca estima, antes se
tienen por muy ricos, así de ganado como de mantenimientos…Desde Pucara hasta Hatuncolla hay
canti- dad de quince leguas; en el comedio dellas están algunos pueblos, como son Nicasio, Xullaca y
otros. Hatuncolla fue en los tiempos pasados la más principal cosa del Collao...” (Cieza 1553
1947).
De acuerdo a los resultados publicados por el Programa Qhapaq Ñan, el camino
del lado norte del Titicaca fue recorrido, pero sólo se pudo identificar pequeños
tramos conservados. Este se dirige desde la laguna de Arapa hasta Moho, para
continuar des- de aquí hacia Bolivia.
El camino que recorría el lado sur del Titicaca no sólo fue importante por comu-
nicar los ricos pueblos ganaderos qollas y lupaqas, riqueza que los hizo conocidos y
estimados por los lnkas y después por la corona española; sino también, porque fue
también una de las vías que mejor se articuló con los caminos transversales hacia
la costa de los departamentos de Arequipa, Moquegua y Tacna.
Una primera ruta de comunicación hacia el oeste aprovechó la cuenca del
Ayava- cas - Conaviri, cerca al lago Titicaca. Esta ruta se estableció desde Sillustani
hasta la localidad de Mañazo, localizada en el distrito del mismo nombre, en la
provincia de Puno. Desde este lugar es posible acceder a las cuencas altas del Colca
- Majes, llegan- do a los valles yungas de Arequipa y del río Tambo, los cuales a su
vez conducían a los valles quechuas y yungas del departamento de Moquegua.3
2 “Desde el pueblo de Ayavire, que es la provincia de Cabana y Cabanilla se aparta otro camino más al
Oriente para Potosí y demás provincias de arriba llamado de Omasuyo, que pasa por el Oriente de la
gran laguna de Titicaca, y por el pueblo de Asillo se aparta al Oriente el camino que va a la provincia
de Caravaya donde hay riquísimas minas, o desbarrumbaderos de oro volado de pepitas de subida
ley ... los mineros y demás gente que viven en ella salen a proveerse de bastimentos y de lo demás
necesario para las minas al pueblo de Asillo, y por otro camino al de Guancané, que dista de Asillo al
Sur 15 leguas…Con esta provincia [de Carabaya] confina por el Poniente la de Asillo y Asangaro,
que está en la gran tierra del Collao; todos los pueblos de esta provincia, como son Asillo, Asangaro,
Horuro y otros son muy ricos y poblados de gente” (Vázquez de Espinosa [1628] 1969: 399).
3 “Inmediato al Corregimiento y provincia de los Canas en el camino real de Potosí está el Corregi-
miento de Cabana y Cabanilla, entre el de los Canas y la provincia de Paucarcolla por el Sur; tiene el
Corregimiento 23 pueblos, que son, Cabana, Cabanilla, Vilque, Mañaso, Orurillo, donde asiste el
Corregidor que provee el Virrey en esta provincia Hatuncolla Nicasio Jullaca y el Pucara que está de
Ayavire 4 leguas, del Cuzco” (Vázquez de Espinosa [1628],1969: 398).
390 / l a red vial iNka eN l a r e g i ó N PuNo
Precisamente, a través de la cuenca del río Tambo, baja un ramal del Qhapaq
Ñan, el cual realiza un corto recorrido y se desvía hacia el sur, arribando a las
cabeceras del Osmore en Carumas, Moquegua. De éste, salen otros ramales, también
en dirección sur, recorriendo longitudinalmente los flancos de la Cordillera
Marítima y articulan- do las cuencas de los valles del Locumba, Sama y Caplina
(Mapa 1).
Esta red de rutas y caminos habría permitido desde mucho tiempo antes de los
Inkas, el desplazamiento longitudinal y transversal de pobladores y caravanas de
llamas transportando productos de un medio ambiente a otro para intercambiarlos
como parte de un sistema orientado a aprovechar los recursos de un máximo de
pisos ecológicos.
Por otro lado, es interesante observar cómo otros itinerarios y derroteros trans-
regionales localizados en los Andes Meridionales permitieron vincular también,
por ejemplo, las tierras altas en el noroeste argentino con los valles occidentales
del norte de Chile a través del altiplano boliviano. Estas rutas asociadas a
apachetas, campos de geoglifos, sitios con pinturas rupestres y “pascanas” o
campamentos temporales fue- ron identificadas por Lautaro Núñez y Tom Dillehay
(1995), permitiéndoles sustentar el modelo de tráfico caravanero conocido como
“Movilidad Giratoria”, modelo que hoy en día es estudiado y puesto a prueba a
nivel de casos concretos investigados en el desierto de Atacama (Berenguer 2004).
El modelo planteado por Núñez y Dillehay constituye una muy interesante pro-
puesta alternativa a la tesis de Murra que permite entender esta importante
actividad bastante desarrollada en los Andes Meridionales cómo es el tráfico
caravanero a larga distancia entre las tierras altas del este y las bajas del oeste. De
igual modo, contribu- ye a comprender las causas que originaron estos
desplazamientos de pobladores de un medio ambiente a otro en busca de recursos
de subsistencia y bienes empleados en ritos y ceremonias, tanto como a tratar de
establecer las rutas empleadas y la función de los asentamientos asociados.
392 / l a red vial iNka eN l a r e g i ó N PuNo
hacia el Cusco a través del valle de Sama. La red vial en esta región fue mejorada y
ampliada (Covey 1996; Sutter 2000).
Esta vía se localiza al sur de la cuenca del río Vilcanota y al norte de la cuenca del
lago Titicaca. Políticamente se encuentra en la provincia de Melgar, distritos de
Santa Rosa y Macari (INC 2006: 135, 2007: 56-73). Forma parte del Camino
Longitudinal de la Sierra o Qhapaq Ñan que se dirigía al Qollao. Este camino
longitudinal, en sentido contrario, partía del Cusco rumbo al Chinchaysuyo, hacia
Quito, y constituyó la co- lumna vertebral del sistema vial.
Las evidencias de este camino fueron identificadas en las laderas del cerro Inca
Cancha localizado en el abra de La Raya. En este lugar, el camino mide 5 m de
ancho y presenta un muro de piedras y calzada de tierra compacta asociada a dos
apachetas y al sitio arqueológico denominado Jullulluma, conformado por algunas
estructuras funerarias en forma de chullpas. La vía férrea Puno–Cusco ha utilizado
parte de su trazo4.
En la comunidad de San Isidro, exactamente a 30 m de la carretera al Cusco y
cerca a un bofedal, el camino es una plataforma definida por un alineamiento de
piedras cubierta de ichu que va paralela a la línea del tren. Se encuentra cortada
por campos agrícolas y de pastoreo. En la actualidad, las secciones conservadas
miden 7 m de ancho. El empedrado de la calzada está siendo destruido por la
población local que extrae los bloques de piedra para construir corrales y
viviendas.
El camino nuevamente es reconocido en el paraje Yanacancha, muy cerca de la
trocha carrozable que se dirige a la comunidad de Buenavista. Presenta restos de
muro y calzada empedrada. Sigue por la hacienda Buenavista con muro y calzada
de 4 m de ancho. Por último, en la zona de Huamanruro se registró una sección en
la ladera del cerro Jaychihua (INC 2005: 1, 2006: 135-136; Tabla 1).
4 Ver Fotos 1-3 del Cuadro de Sitios y Foto 1 del Cuadro de Tramos, Sub Tramo La Raya–
Ayaviri en “El Qhapaq Ñan en la Macro Región Sur: Arequipa, Puno, Moquegua, Tacna”,
INC 2005.
394 / l a red vial iNka eN l a r e g i ó N PuNo
5 Ver foto 1 del Cuadro de Tramos, Tramo Ayaviri–Moho, Sub Tramo Gergachi–Mataro Chico
en “El Qhapaq Ñan en la Macro Región Sur: Arequipa, Puno, Moquegua, Tacna”, INC 2005.
6 Ver fotos en páginas 137–138 del “Informe por Cuencas Hidrográficas del registro de tra-
mos y caminos campaña 2003–2004, Programa Qhapaq Ñan”, INC 2006.
7 Ver registro fotográfico del camino Sihuayro – Juli, Moho a Ninantaya, Chacalaqueña, Pu-
tina, Cutiri y Cerro Mumu, Azángaro, Chañajari y Conima del Tramo Ayaviri–Moho en “El
Qhapaq Ñan en la Macro Región Sur: Arequipa, Puno, Moquegua, Tacna”, INC 2005.
396 / l a red vial iNka eN l a r e g i ó N PuNo
Desde el poblado de Jayllihuaya, al sur de Puno, parten tres tramos: Uno hacia
Ichu, otro a Salcedo y el tercero al cerro Putina. El que va a Ichu se desplaza por el
suelo rocoso, sin calzada preparada ni muros. El que se dirige a Salcedo presenta
es- caleras bien elaboradas y modificación de la roca para preparar la calzada. El
tramo que enrumba a la parte alta de Jayllihuaya exhibe calzada empedrada y
escaleras que ascienden al cerro Putina. Finalmente, se une con otro que viene de
Salcedo y se diri- ge hacia el poblado de Ichu.
Se debe mencionar que el Programa Qhapaq Ñan identificó un segmento de
cami- no de 3 m de ancho que se dirige de Jayllihuaya a Jallu Jalluni. Este camino
pasa por el cerro Ulpitani. Así, el camino de Jallu Jalluni se dirige a Tacacachi y
desaparece en el cerro Atojja, próximo a Chucuito. En las afueras de este pueblo se
reconoció un cami- no que va casi paralelo a la carretera rumbo a Desaguadero y
pasa por los poblados de Conchani y Camata (INC 2005: 7, 2006: 139).
En la zona de Acora se identificó un camino cerca del poblado de Chusamarca
con dirección al caserío de Ulluri, segmento de camino que a pocos metros
después se pierde. Sin embargo, otros segmentos del camino están en buenas
condiciones. Aquí la vía tiene un ancho que varía entre 4 y 8 m. Parte del camino
que conducía a Juli ha sido deteriorado por las aguas del lago Titicaca y los campos
agrícolas. Este segmento de camino tiene un ancho de 8 m y cuenta con canales de
drenaje laterales.
Del centro poblado El Molino, la trocha carrozable que conduce a la comunidad
de Sihuayro, corta el camino de 3 m de ancho que se dirige a la ciudad de Juli.
Continúa hasta el río El Molino, recorre los cerros Caballane y Caracollo, pasa por
el pueblo de Tacalla y el cerro Tutucane, de donde desciende hasta la zona urbana
de Alto Juli, lu- gar en el que se pierde. Presenta muros laterales cuya conservación
disminuye hasta mostrar sólo hileras de piedras conforme se acerca al pueblo,
también conserva algu- nas partes empedradas (INC 2005: 7, 2006: 139).
En el sector de Pomata se registran dos ramales que se unen e ingresan al pueblo
del mismo nombre, en donde el camino se convierte en una calle. Tiene un ancho
de 5 a 6 m, presenta escaleras y calzada empedrada.
De Tuquina a Tambillo se identificó un segmento registrado en el sitio de Chaca
Chaca con calzada elevada. Ingresa al poblado de Tuquina donde es cortado varias
ve- ces por la carretera asfaltada que conduce a Desaguadero. Cabe mencionar que
cruza por el poblado de Tambillo, yendo paralelo a la carretera.
En la comunidad de José Carlos Mariátegui, poblado de Parco, se identificó una
sección que cruza todo el pueblo. Finalmente en Chua Chua, poblado cercano a
Zepi- ta, se registró el camino de 3 m de ancho que ingresa hasta la parte media del
pueblo, perdiéndose luego su trazo (INC 2005: 7, 2006: 139; Tabla 4).8
Entre Pucará y Sillustani no se han registrado evidencias del camino, tampoco en
la zona de Desaguadero.
8 Ver registro fotográfico del camino en las localidades de Jayllihuaya, Salcedo, Sillustani,
Huancho Alto y Conchani del Tramo La Raya – Ayaviri en “El Qhapaq Ñan en la Macro Re-
gión Sur: Arequipa, Puno, Moquegua, Tacna”, INC 2005.
398 / l a red vial iNka eN l a r e g i ó N PuNo
9 Ver foto 1 del Cuadro de Tramos y fotos 1 - 2 del Cuadro de Sitios del Sub tramo Hatun
Apa- cheta – Quimillone en “El Qhapaq Ñan en la Macro Región Sur: Arequipa, Puno,
Moquegua, Tacna”, INC 2005.
399 / s e g i s F r e d o l ó P e z v a r g a s
10 Ver foto 1 del Cuadro de Tramos, Sub tramo Tambo de Ají – Tambo de Sal en “El Qhapaq
Ñan en la Macro Región Sur: Arequipa, Puno, Moquegua, Tacna”, INC 2005.
11 Ver foto 1 del Cuadro de Tramos, Sub tramo Tambo de Sal – Tambo Tunupa en “El
Qhapaq Ñan en la Macro Región Sur: Arequipa, Puno, Moquegua, Tacna”, INC 2005.
400 / l a red vial iNka eN l a r e g i ó N PuNo
12 Ver fotos 1–4 del Cuadro de Sitios del Tramo Mañazo – La Joya en “El Qhapaq Ñan en la
Macro Región Sur: Arequipa, Puno, Moquegua, Tacna”, INC 2005, y foto de página 145 en
el “Informe por Cuencas Hidrográficas del registro de tramos y caminos campaña 2003–
2004, Programa Qhapaq Ñan”, INC 2006.
13 Ver foto 1 del Cuadro de Sitios del Tramo Mañazo – La Joya en “El Qhapaq Ñan en la
Macro Región Sur: Arequipa, Puno, Moquegua, Tacna”, INC 2005.
401 / s e g i s F r e d o l ó P e z v a r g a s
Tumbas y dispersión de
Ojecancha -
material lítico y cerámico
Tumbas y dispersión de
Achacune -
material cerámico
Tumba y dispersión de
Quebrada Achacune 1 -
material lítico
Abrigo rocoso con
Quebrada Achacune 2 -
Mañazo - pinturas rupestres
Valle de
Arequipa Quebrada Achacune 3 Estructura circular -
Hullata Baja Tumba -
1
Yurac Cancha o Cancha
Tumbas circulares Inka
Blanca
Rinconada Tumbas -
S/N Tumbas circulares -
Tambo de Ají Recintos Inka - Colonial
Recintos habitacionales y Horizonte Tardío -
Tambo Tunupa
corralones Colonial - República
Inka - Colonial -
Pampa Falda del Misti Corralón
Re- pública
Tambo de León Tambo Horizonte Tardío
Complejo de terrazas Horizonte Tardío -
Tambo Agua Dulce
agrícolas República
Yumina Tambo Inka
Tambo 1 de la Pampa
Tambo Colonial - República
Falda del Misti
Tambo 2 de la Pampa
Apacheta Colonial - República
Falda del Misti
402 / l a red vial iNka eN l a r e g i ó N PuNo
Sube por la quebrada de Ansamani hasta llegar a un cruce donde existe un ramal
que conduce a la comunidad de Pobaya, cerca de la necrópolis de Pukara, lugar en
dónde presenta escaleras y otros caminos que se dirigen hacia la localidad de
Yunga. Pasa frente al poblado de Totalaque y el túnel del cerro Quequesana (INC
2005: 34, 2006: 142)14.
Del poblado de Yunga al anexo de La Pampilla, el camino ha sido reemplazado
por una trocha carrozable, incluso en la comunidad de Exchaje, a partir de la cual
las escaleras han sido restauradas por los lugareños. En la quebrada de Tucayo, las
evidencias del camino consisten en muros de contención y escaleras que miden 4,5
m de ancho.
El recorrido prosigue por Patapampa, el poblado de Lucco (distrito de Lloque),
las laderas del cerro Queñaccasa, la quebrada de Chintari, Poroqueña, las
comunidades de Coroise y Chojata. Se desplaza por la ladera del cerro Saucinto,
desciende por la quebrada León y llega hasta la ribera del río Tambo y al sitio
Incano.
A través de una trocha, que fue parte del trazo prehispánico, se alcanza la
comu- nidad de Huarina. Desde Huarina, sigue por una zona escarpada muy cerca
del cauce del río Tambo, sobre el cerro Collahuaqui. Parte del camino se ha
destruido y sólo se aprecian los muros y la calzada de 1 a 1,5 m de ancho.
Continúa y pasa por Matalaque, se encuentra en buen estado. Presenta calzada
empedrada hasta el punto donde es cortado por la trocha carrozable y con la actual
14 Ver foto 13 del Cuadro de Tramos del Tramo Ichuña – Quinistaquillas en “El Qhapaq Ñan
en la Macro Región Sur: Arequipa, Puno, Moquegua, Tacna”, INC 2005.
403 / s e g i s F r e d o l ó P e z v a r g a s
En esta ruta se identificaron veintitres sitios arqueológicos, entre ellos, dos apa-
chetas, algunos de estos sitios están en la Tabla 6.
Tramo Nombre de sitio descripción Filiación
Área funeraria y plata-
Período
Cerro Pucará formas
Intermedio Tardío
de observación
Período
San José de Yunga Aldea
Intermedio Tardío
Ichuña - Período
Tatayunga Área funeraria (Chullpas)
Quinistaquillas Intermedio Tardío
Período
Huañasco Aldea Intermedio
Tardío-Colonial
Cantera de piedra, área Período
Focotorre
funeraria Intermedio Tardío
15 Ver fotos 1–16 del Cuadro de Tramos del Tramo Ichuña–Quinistaquillas en “El Qhapaq
Ñan en la Macro Región Sur: Arequipa, Puno, Moquegua, Tacna”, INC 2005.
404 / l a red vial iNka eN l a r e g i ó N PuNo
Período
Pilaguallasco Terrazas, área funeraria
Intermedio Tardío
Período
Abrigo Cerro Taru-
Abrigo rocoso Intermedio
cane
Tardío-Colonial
Cueva de Patapampa Cueva -
16 Ver fotos 1–4 del Cuadro de Tramos del Sub Tramo Yaragua – Quinistaquillas en “El
Qhapaq Ñan en la Macro Región Sur: Arequipa, Puno, Moquegua, Tacna”, INC 2005.
17 Ver foto 1 del Cuadro de Tramos del Sub Tramo Yojo–Yaragua en “El Qhapaq Ñan en la
Macro Región Sur: Arequipa, Puno, Moquegua, Tacna”, INC 2005.
406 / l a red vial iNka eN l a r e g i ó N PuNo
Estos andenes comprenden gran parte del área del valle, es decir, desde la
ribera del río hasta la base de los cerros. Aquellas terrazas ubicadas hacia el oeste
son me- nos extensas y fueron construidas con piedras canteadas más delgadas
(INC 2005: 63, 2006: 143).
18 Ver fotos 1–2 del Cuadro de Tramos y foto 1 del Cuadro de Sitios del Tramo Carumas–Ja-
guay Chico en “El Qhapaq Ñan en la Macro Región Sur: Arequipa, Puno, Moquegua,
Tacna”, INC 2005.
407 / s e g i s F r e d o l ó P e z v a r g a s
En el sector de Loripongo, margen izquierda del río Ilave, a la altura del puente
del mismo nombre, la calzada es de 3,50 a 4 m de ancho y va delimitada con
piedras de 0,30 m de lado.
19 Ver registro fotográfico del Cuadro de Tramos y del Cuadro de Sitios correspondiente al
Tramo Pichacani–Quebrada Honda en “El Qhapaq Ñan en la Macro Región Sur: Arequipa,
Puno, Moquegua, Tacna”, INC 2005.
408 / l a red vial iNka eN l a r e g i ó N PuNo
Arkopunko
Se ubica en el departamento y provincia de Puno, distrito de Pichacani. Se trata de
un área funeraria conocida como Arkopunko, la cual forma parte del Complejo Ar-
queológico Inka de Cutimbo. El complejo está conformado por un conjunto de sitios
como: Cutimbo Chico, Cutimbo Grande, Arkopunko, Mallku Amayo, Poque, Chata,
Ñuñamarka y otros, los cuales presentan decenas de chullpas y cuevas funerarias
jun- to con miles de estructuras circulares, posiblemente correspondientes a
tumbas. El sitio comprende por lo menos 33 chullpas que se encuentran aisladas o
en pequeños grupos sobre la ladera norte y este, principalmente (INC 2006: 146)20.
Cementerio Humchoca
Se localiza en el departamento y provincia de Puno, distrito de Pichacani, sobre un
pequeño cerro aterrazado en Soquesani. La cima presenta ocho entierros
correspon- dientes a tumbas circulares de la época Inka (hilera de piedras
alargadas de regular tamaño colocadas verticalmente). Sus medidas varían entre
2,40 y 3 m de diámetro y alcanzan una altura de 0,80 a 1 m.
Andenería de Chujulay
Se ubica en el departamento de Moquegua, provincia Mariscal Nieto, distrito de
Torata. En el descenso desde el poblado de Chujulay hasta Pampa Colorada, fueron
registrados andenes prehispánicos asociados a canales. El sitio corresponde a una
ocupación del Período Intermedio Tardío (Estuquiña). Hacia el valle de Quele, el ma-
terial constructivo de estas terrazas se va modificando, es decir, las piedras son
más delgadas y las terrazas no son muy extensas.
20 Ver foto en página 146 en “Informe por Cuencas Hidrográficas del registro de tramos y
caminos campaña 2003–2004, Programa Qhapaq Ñan”, INC 2006.
409 / s e g i s F r e d o l ó P e z v a r g a s
Tambo de Camata
Se encuentra en el departamento de Moquegua, provincia Mariscal Nieto, distrito
Torata y forma parte del Complejo Arqueológico de Camata. Está asociado con un
camino que es cortado en varios sectores por la Carretera Interoceánica. Correspon-
de a un tambo Inka con aproximadamente 32 depósitos cuadrados de 4 m de lado,
alineados y asociados con recintos y terrazas agrícolas abandonadas de 0,70 a 1 m
de alto. Todos presentan accesos con escaleras de piedra, voladizos en los muros y,
en la parte externa, hornacinas. Los muros de 0,85 a 0,90 m de ancho fueron
construidos con piedras unidas con mortero de barro.
Finalmente, el camino entre Kencco y Las Yaras continúa desde Coruca por la
mar- gen izquierda del río Sama hacia Palanca, ubicado en la margen derecha. El
camino utilizado para la comunicación entre Sama y Torata es de 2 m de ancho y la
calzada es de piedra. Presenta escaleras; además de muros con una altura de 1 m y
un ancho de 0,30 a 0,40 m (INC 2005: 45, 2006: 148).
En este tramo se identificaron dieciocho sitios prehispánicos. Entre los principa-
les destaca Chipispaya y dos apachetas (INC 2006: 147-148. Ver cuadro Macroregión
Sur, Tramo XVII Kencco - Las Yaras. Ver Descripción de sitios y elementos asociados
en INC 2005; así como a continuación y en la Tabla 10).
Chipispaya
Se ubica en el departamento de Tacna, provincia de Tarata, distrito de
Chucatamani. Se trata de un tambo localizado frente al pueblo de Londaniza, sobre
un montículo natural con una planicie en la cumbre. Está compuesto por un
conjunto de estructu- ras rectangulares en cuyo interior existen restos de
molienda (manos y batanes) y asadas de piedra. La parte sur del sitio presenta
terrazas con muros de contención y dos recintos de planta cuadrangular
construidos de piedra. Hacia el norte, a unos 20 m contiguos al cerro, se ubican
unas qollqas circulares de 1,50 m de diámetro, elabo- radas de piedras sin cantear y
cantos rodados unidos con mortero de barro, y tumbas circulares de 0,80 m de
diámetro (INC 2005: 49)21.
Tramo Nombre de sitio descripción Filiación
Kencco Canchones Inka - Colonial
Período Intermedio
Checca Chullpas y andenes
Tardío - Inka
Período Intermedio
Pichichu Complejo de andenes
Tardío - Inka
Kallanca Kallanca Inka
Kencco -
Las Yaras Chullpa cuadrangular y
Quenesani Inka
recintos
rectangulares
Abrigos rocosos con
Quilcata Período Lítico
pintura rupestre
21 Ver foto 1 del Cuadro de Sitios correspondiente al Tramo Kencco – Las Yaras en “El
Qhapaq Ñan en la Macro Región Sur: Arequipa, Puno, Moquegua, Tacna”, INC 2005.
412 / l a red vial iNka eN l a r e g i ó N PuNo
Esta vía que parte de Candarave presenta muros laterales elaborados con
piedras. La altura de estas construcciones varía entre 0,70 y 1,50 m. Asimismo,
restos de ca- nales asociados al camino fueron identificadas desde este poblado
hasta el puente Yucamani. Estos canales han sido cortados y destruidos por la
carretera. El camino debió cruzar el río Yucamani; sin embargo, el puente antiguo
no fue identificado sino más bien uno de factura moderna.
Además, hay varios caminos menores que conducen hacia andenes y cerros. Va-
rios canales de 0,20 y 0,49 m de ancho, elaborados con piedras, se encuentran en el
recorrido, algunos de los cuales siguen en uso.
S/N Petroglifos -
Este camino presentó sólo dos sitios arqueológicos asociados (INC 2006: 150. Ver
cuadro Macroregión Sur, Tramo XXXII Chejaya – Ilabaya. Ver Descripción de sitios y
elementos asociados en INC 2005; así como en Tabla 12).
Challahuay Apacheta -
S/N Apacheta -
Tabla 13: La relación de monumentos arqueológicos prehispánicos registrados en el Tra-
mo Tarata – Candarave basada en el Cuadro Índice de la Macroregión Sur.
COMENTARIOS FINALES
En esta sección queremos abordar dos aspectos singulares del sistema vial en esta
área del Tawantinsuyo. Se trata de las características constructivas de las vías en el
altiplano y los valles, y un tipo particular de sitio arqueológico asociado a los
caminos localizados en esta región donde ha sido registrada la red vial: Las
apachetas.
tros de peregrinación como la Isla del Sol y de la Luna en el lago Titicaca o volcanes
como el Putina y el Ampato.
Es importante destacar que la red vial Inka fue construida integrada al paisaje
andino convirtiéndose en parte de él. Los caminos que configuraron esta red en
la cuenca del Titicaca permitieron recorrerlo contemplando la naturaleza y la in-
mensidad de montañas nevadas, lagos y lagunas considerados en el mundo
andino antiguo como los lugares de origen de los hombres y fuente de la vida
animal y ve- getal; y por lo tanto, espacios naturales sagrados donde acudían
mujeres y hombres en romería para venerar a sus ancestros, así como para
ofrendar y pedir consejo o favores a los oráculos.
La calzada de los caminos en la cuenca del Titicaca fue construida de tierra o
em- pedrada; elevada para cruzar bofedales y áreas inundables o al ras de la
superficie de la puna cubierta de ichu. El trazo del camino fue recto cuando las
condiciones del terreno así lo permitieron o ligeramente sinuoso al ir por laderas
de cerros y remon- tar pendientes por medio de escalinatas de piedra. Estuvo
delimitado por simples alineamientos de piedras en las llanuras o con muros de
este mismo material en las laderas.
El Camino Longitudinal de la Sierra o Qhapaq Ñan en la cuenca del Titicaca
exhibe estos componentes arquitectónicos arriba mencionados y un ancho entre 3
y 10 m. En cambio, los caminos transversales hacia los valles occidentales eran
anchos en zonas relativamente llanas pero amplias; y angostos en las laderas y
quebradas. En estos lugares necesitaban de muros de contención para conformar la
plataforma así como de rampas y escalinatas para descender y remontar las
pendientes. El ancho de estos caminos transversales varía entre 2 y 12 m.
Estas características constructivas de los caminos transversales han sido
observa- da en este mismo tipo de caminos en otras regiones de los Andes
Centrales; sin em- bargo, la diferencia con respecto a estos estriba en el ancho de
las vías transversales arriba descritas.
Andes Meridionales, por su ubicación y el significado que pudo tener para los
viajeros conforme es referido en las crónicas y relaciones de viaje, tanto como la
función que cumplió dentro de la red vial.
Las apachetas
Las apachetas son definidas como pequeños montículos artificiales de disposición
más o menos cónica formados por innumerables piedras de distintos tamaños,
colores y formas, colocadas unas sobre otras y ubicados en medio o a la vera de los
caminos. Los caminantes al llegar al lugar donde éstas se encontraban, arrojaban
las piedras for- mándolas de diferentes dimensiones según el nivel de tránsito en
los caminos (Regal 1936, Hyslop 1992, Vitry 2004, Gentile 2005) (Figura 1).
Figura 1. Apacheta a la vera del camino en Palca, Tacna. Al fondo, el nevado Tacora, Chile.
Squier comentó que los pasos en las montañas estaban marcados por enormes
pilas de piedras erigidas, como “los mojones de Escocia y Gales”, que cada viajero
echaba como ofrenda a los espíritus de las montañas y como invocación de su
ayuda para soportar las fatigas del viaje. Además, explica que éstas señalaban las
rutas de viaje definiendo con exactitud las líneas de comunicación junto con los
restos de tam- bos (Squier 1974 [1877]: 293-294). Este viajero reconoció la apacheta
de La Raya en el paso o limite natural del mismo nombre cuando recorría el
camino antiguo de Puno a Cusco (Squier 1974 [1877]: 293–294; Regal 1936: 132).
22 Localidades ubicadas en la ruta del Camino Longitudinal de la Sierra que parte del Cus-
co hacia la región del Chinchaysuyo, vinculando Cusco con Andahuaylas y Vilcashuaman,
este último lugar en Ayacucho, para citar sólo las dos primeras llaqtas de importancia
para el Estado Inka en esta región.
23 Carta Annua fol. 141v Documento 44 Colegio del Cuzco. En: La Cosmovisión Religiosa An-
dina en los documentos inéditos del Archivo Romano de la Compañía de Jesús 1581–1752,
Mario Polia Meconi, 627, pp. 1999, Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima.
24 En el camino desde la ciudad de Ayaviri hacia el distrito de Orurillo por la quebrada de
Punku Punku, pudimos observar cómo en una zona de peñas del cerro Torrini, justo
donde la quebrada se estrecha mucho, los caminantes colocaban en las grietas del perfil
rocoso junto al camino, pequeñas piedras así como bolos de hoja de coca escupidos
(“acullicos”).
419 / s e g i s F r e d o l ó P e z v a r g a s
Los sacerdotes doctrineros de los siglos XVI y XVII escribieron que las apachetas
o “rimeros de piedras” se localizaban “en el alto de una cuesta” o “(...) muy de hordinario
en los caminos reales enlas cumbres / delas subidas de cuestas y enlas encrucijadas y juntas de
caminos” (Polia 1999: 253, 358, 417-418).25
Las apachetas han sido identificadas en zonas montañosas como abras o pasos,
cimas o laderas de cerros y quebradas. Muy rara vez en lugares a baja altitud. Hys-
lop en sus reconocimientos arqueológicos las registró siempre sobre los 4.200 msnm
(Hyslop 1992: 199-205).
Víctor von Hagen identificó una apacheta en el camino de Macusani rumbo a la
selva cruzando la cordillera de Carabaya. La describe como “la primera lápida (sic)
que marcaba la división continental. A partir de ese punto todos los ríos confluían
hacia el Amazonas” (von Hagen 1977: 75).
Lautaro Núñez identificó un conjunto de apachetas en la zona altiplánica
fronte- riza entre Chile y Bolivia, en las rutas de caminos que desde el altiplano y
valles alto andinos descienden transversalmente a las zonas medias de los valles
occidentales y a la costa. Los lugares donde las registró corresponden a las alturas
de los valles de Camarones, Camiña, Tarapacá, Mamiña, Pica y Guatacondo, en el
norte de Chile (Núñez 1976: 165, 190).
Hyslop, quien registró algunas apachetas en Ecuador, Bolivia y Argentina, pro-
puso algunos planteamientos generales referidos al patrón de localización espacial
de las apachetas, basándose en sus propios reconocimientos y en los que realizaron
otros investigadores como Karen Stothert y Lautaro Núñez, y el cual consiste en que
éstas se localizaron en los bordes de los Andes desde donde las montañas
descienden ampliamente hacia el oeste y este; así también formula algunas
interrogantes a absol- ver con mayores investigaciones, específicamente
excavaciones arqueológicas en las mismas apachetas (Stothert 1967; Núñez 1976;
Hyslop 1984, 1992).
El Programa Qhapaq Ñan del Instituto Nacional de Cultura registró apachetas en
el Camino Longitudinal de la Sierra, así como en diferentes vías transversales que se
desprendían de este y que se dirigían a la costa del Océano Pacífico como a la ceja de
selva.
Este programa en sus campañas de campo de los años 2003 y 2004 identificó 144
apachetas localizadas en las Macroregiones Centro, Centro Sur y Sur.26 La mayor
can- tidad de ellas se localiza en la Macroregión Sur (98), en menor número en la
Macro- región Centro Sur (33) y, finalmente muy pocas en la Macroregión Centro
(13). En la Macroregión Norte no se ha registrado ninguna hasta el momento.
25 Ver Cartas Annuas [1597 Colegio del Cusco p. 253 Doc. 8], [1614 provincia de Chinchayco-
cha fol. 258 Doc. 29], [1618 Abancay fol. 388 Doc. 33]).
26 Macrorregión Norte: Tumbes, Piura, Lambayeque, La Libertad, Cajamarca, Amazonas y
San Martín; Macrorregión Centro: Lima, Ancash, Huanuco, Pasco, Junín; Macrorregión
Centro Sur: Ica, Huancavelica, Ayacucho, Apurimac; Macrorregión Sur: Arequipa,
Moquegua, Tac- na, Puno.
420 / l a red vial iNka eN l a r e g i ó N PuNo
Estos datos nos llevan a proponer que la presencia de las apachetas en los
caminos del departamento de Puno y en los que parten de este hacia Arequipa,
Moquegua y Tacna se debe a la amplitud de los Andes Meridionales. Aquí las rutas
de descenso a la región costera son extensas, por lo cual era necesario la presencia
de las apachetas como marcadores del camino para guiarse y no extraviarse al
recorrerlas en varias jornadas de viaje. Núñez en el norte de Chile no sólo
reconoció apachetas asociadas sino geoglifos y pinturas rupestres.
Mostajo escribió que “...las apachetas no señalan los puntos más altos, sino los
lugares desde los cuales uno descubría un nuevo horizonte o un accidente capi-
tal de la naturaleza…” (Tomada por Hyslop 1992: 204 de Regal 1936: 19). En este
sentido, desde una apacheta registrada en el camino que cubre la ruta Mañazo -
San Juan de Tarucani se divisa el nevado Huarancante así como el volcán Ubinas
en Moquegua y desde otra apacheta en la misma ruta, el volcán Pichu Pichu en
Arequipa.
El origen de estos pequeños sitios asociados a los caminos fue atribuido a los
Inkas por Santa Cruz Pachacuti (1993 [1613]: 201) y Guaman Poma (1988 [1613]:
236); sin embargo, las investigaciones emprendidas por Núñez sobre rutas
caravaneras y geo- glifos en ellas sugieren que las apachetas pertenecerían a un
tiempo anterior a los Inkas. Dicho investigador identificó caminos, geoglifos y
apachetas en varias rutas del altiplano boliviano hacia la costa norte chilena que
datarían de época tardía pre–Inka e incluso algunos de ellos de época Inka (Núñez
1976).
27 Díaz y Ccachura registraron también una base de tres niveles elaborada de piedra y
cemen- to localizada en el tramo Jayllihuaya, de la ruta Ayaviri - Desaguadero, en Puno.
Esta tam- bién tiene pequeñas piedras depositadas en ella (apacheta). Asimismo, Vela y
Luján (2005) identificaron varias apachetas y sobre ellas algunas cruces en el camino
Huaylillas - Tacna, localizado en las alturas de Palca. Por otro lado, Vitry registró un
altar con una cruz en el abra Varela (3300 msnm) localizada en el tramo del camino
Morohuasi - Incahuasi (Salta, Argentina), asociada a cimientos de muros (Vitry 2000:
143).
28 Los cristales de cuarzo, conforme escribe Polia, especialmente el cristal de roca, siempre
han gozado en los Andes de prestigio sagrado. Tal vez por su transparencia expresan la
idea de pureza sugerida por la penetrabilidad a la luz de una materia tan dura y
compacta como la que componen estas “piedras de luz”. En la Carta Annua Doc. 33 fol.
387v del año 1618 procedente de la misión de la provincia de Huaylas, el sacerdote
Diego Álvarez de Paz descubrió un ídolo vestido hecho de “cristal tosco” el cual era
objeto de cuidado y servi- cio por una mujer dedicada a ello (Polia 1999: 174-175, 414).
En el pueblo de Cochamarca, corregimiento de Cajatambo, el visitador de idolatrías
Joseph Laureano de Mena en su re- lación del año 1667: “Sentencia de la causa hecha contra
Augustina Grimaldo, zamba del pueblo de Cochamarca, por habersele opuesto el ser hechicera”,
relató cómo descubrió un idolillo de cristal al cual ésta mujer asistía. Este idolillo hasta
poseía vestidos (Duviols 2003: 489).
423 / s e g i s F r e d o l ó P e z v a r g a s
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(Núñez 1976: 180).
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