La Ciudad Antigua – Fustel de Coulanges Importancia del texto Nos esforzaremos, sobre todo, en poner de manifiesto las diferencias radicales y esenciales que distinguen perdurablemente a estos pueblos antiguos de las sociedades modernas. Nuestro sistema de educación, que nos hace vivir desde la infancia entre griegos y romanos, nos habitúa a compararlos sin cesar con nosotros, a juzgar su historia según la nuestra y a explicar sus revoluciones por las nuestras. Lo que de ellos tenemos y lo que nos han legado, nos hace creer que nos parecemos; nos cuesta trabajo considerarlos como pueblos extranjeros; casi siempre nos vem os reflejados en ellos. De esto proceden muchos errores. No dejamos de engañamos sobre estos antiguos pueblos cuando los consideramos al través de las opiniones y acontecimientos de nuestro tiempo. Sobre la religiosidad romana y griega: La muerte Los muertos pasaban por seres sagrados. Los antiguos les otorgaban los más respetuosos epítetos que podían encontrar: llamábanles buenos, santos, bienaventurados. Para ellos tenían toda la veneración que el hombre puede sentir por la divinidad que ama o teme. En su pensamiento, cada muerto era un dios. Esta especie de apoteosis era el privilegio de los grandes hombres; no se hacía distinción entre los muertos. Cicerón dice: “Nuestros antepasados han querido que los hombres que habían salido de esta vida se contasen en el número de los dioses.” Ni siquiera era necesario haber sido un hombre virtuoso; el malo se convertía en dios como el hombre de bien: sólo que en esta segunda existencia conservaba todas las malas tendencias que había tenido en la primera. La religión y la familia Síguese de aquí que en Grecia y Roma, como con la India, el hijo tenía el deber de hacer las libaciones y sacrificios a los manes de su padre y de todos sus abuelos. Faltar a este deber era la impiedad más grave que podía someterse, pues la interrupción de ese culto hacía decaer a una serie de muertos y destruía su felicidad. Tal negligencia no era menos que un verdadero parricidio, multiplicado tantas veces como antepasados había en la familia. Si, al contrario, los sacrificios se realizaban siempre conforme a los ritos, y los alimentos se depositaban en la tumba en los días prescritos, el antepasado se convertía entonces en un dios protector. Hostil a todos los que no descendían de él, rechazándolos de su tumba, castigándolos con enfermedades y dolores si a ella se acercaba, era para los suyos bueno y propicio. La ciudadanía SÍ se quiere definir al ciudadano de los tiempos antiguos por su atributo más esencial, es necesario decir que es el hombre que posee la religión de ¡a ciudad. Es aquél que honra a los mismos dioses que ella. Es aquél por quien el arconta (magistrado romano) o el pritano (500 elegidos en la democracia ateniense) ofrece el sacrificio de cada día, es el que tiene derecho de acercarse a los altares, el que puede penetrar en el recinto sagrado donde se celebran las asambleas, el que asiste a las fiestas, el que forma en las procesiones y se mezcla a las panegirias (grandes fiestas), el que toma asiento en las comidas sagradas y recibe su parte de las víctimas. Así este hombre, el día en que fue inscrito en el registro de los ciudadanos, juró que practicaría el culto de los dioses de la ciudad y combatiría por ellos. Estructura social La organización es similar para todos:
- Clases con derechos absolutos: Patricios
(Roma), Espartitas (Esparta), Ciudadanos (Atenas) - Clases con derechos limitados o sin derechos: Mujeres y niños en general, Plebeyos (Roma), Periecos (Esparta), Metecos (Atenas) - Esclavos