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Clase IV: Viajes posteriores a su viudez. Encuentro con Simón Rodríguez.

Juramento en el
Monte Sacro
A la muerte de su esposa, Bolívar se
sintió muy consumido por la pena.
A esto, se suman contratiempos en
sus negocios , lo cual ocasionó que
Bolívar le otorgue poderes especiales
a su tío Francisco Palacios y a su
hermano mayor Juan Vicente, para
que tomasen decisiones relativas a la
administración de sus bienes.
En febrero de 1804 parte a Madrid y
luego de informar a su suegro, Don
Bernardo del Toro acerca de la
muerte de su hija,
parte a Viena, Austria a encontrarse
con Simón Rodríguez, quien
trabajaba en una laboratorio de
física y química, bajo el seudónimo
de Samuel Robinson
Simón Rodríguez se encuentra con un Bolívar más maduro, muy
diferente de aquel estudiante a quien instruyó en la escuela pública,
pero también muy triste y desconsolado.
Bolívar le contó sobre la muerte de su esposa y de la angustia y
dolor que sentía por su prematura viudez ,
Simón Rodríguez le dijo que lamentaba su dolor, pero que el tiempo
se encargará de aliviar la pena, sugiriéndole que vaya a París y se
distraiga y divierta; que allí se encontrarían mas adelante .
En 1803, al encontrarse en París
Simon Rodríguez con Bolívar, lo
encuentra entregado por completo a
las fiestas.
Un joven de 19 años, viudo, alegre,
elegante, culto, con abundante dinero
que no le importaba gastar sin
escatimar;
proveniente de un país donde era
dueño de varias haciendas de cacao y
caña de azúcar, con numerosos
esclavos y hasta con una mina de
cobre,
hizo que no le faltaran amigos y
amigas, además de que las damas
más elegantes y las jóvenes casaderas
le prodigaban sus mejores coqueteos
y se disputaban su compañía
Samuel Robinson comprendió
que tenía que sacar a su discípulo
de esa vida vacía y sin sentido.
Desde que lo instruía en la
escuela pública, sabía que Bolívar
tenía un carácter fuerte y una
voluntad muy firme; además de
aprender rápido cuando
estudiaba.
Había entendido que, si lograba
enderezar su voluntad y lo
encaminaba hacia una causa
noble, se convertiría en un
hombre extraordinario.
De lo contrario, podía convertirse
en un miserable, hasta en un
tirano.
Es así cuando le pidió a Simón Bolívar que
deje esa vida y se dedique a cultivarse y
educarse;
en consecuencia, Bolívar ingresa a la
Escuela Politécnica (École polytechnique)
y en la Escuela Normal Superior de París
(École normale supérieure).
Fanny Louise Troubiand Aristigueta, prima
segunda de Bolívar, ayudó a instalar al
recién llegado en París y se convierte en el
consuelo del desolado joven  que de la
mano de su pariente entra a los altos
círculos sociales de Paris.
En el torbellino de su ardiente edad
Simón Bolívar se entrega al juego y a
devaneos con  bailarinas y coristas, que
difícilmente controla Fanny, convertida en
hermana mayor, en su guía y en su
amante.
Fanny fue una mujer seductora, siete años
mayor que Bolívar,  muy hermosa.
Había nacido  en junio de 1775 en Bretaña,
A los 14 años su padre la desposó con el
conde de Villars que le doblaba la edad y
parecía estar más interesado en la Botánica
que en su mujer y el resto del mundo.
Fanny amaba las ideas de la Revolución
Francesa
y al igual que otras notables damas
parisienses,  auspiciaba un Salón  donde se
reunían  intelectuales, científicos, políticos y
altos funcionarios franceses, a discutir sobre
esos y otros temas de discusión.
Bolívar se embelesó con su prima; la
acompañaba en el día,
la llevaba al teatro y a los mejores sitios
parisinos en las horas de la noche
y la acompañaba a esas reuniones, en las
cuales participaba activamente; además le
escribía cartas plenas de romanticismo.
La  coqueta y liberada Fanny correspondía a
Bolívar, sin que les importara lo que pensara
el resto del mundo.
Fanny  modeló en gran parte el carácter del
joven venezolano  que ignoraba adónde lo
llevaría el destino.
Por intermedio de  Fanny, Bolívar conoció a
Humboldt y a Bonpland (al cual ampararon
desde Londres en su titánica empresa
emancipadora).
Al lado de los revolucionarios bonapartistas, se
impregnó de las ideas de independencia y
libertad
y en los salones con su mezcla de clases sociales,
donde las mujeres representaban un papel
preponderante,  
el futuro Libertador de Suramérica se acercó al
pueblo y se bajó del pedestal de los mantuanos
caraqueños.  
El inquieto Bolívar tuvo tiempo de estudiar en la
Escuela Politécnica y en la Normal Superior y de
asistir de vez en cuando a los Salones de
Madame Recamier, de Madame Amelie Suard y
de Madame Talleyrand, donde se debatían,
como en el Salón de Fanny, los acontecimientos
que estaban transformando a Europa.
Un día, Simón Rodríguez le pidió a Simón Bolívar que hicieran un periplo por varias
poblaciones de Europa hasta la ciudad de Roma, donde le esperaban más de 2000 años
de historia.
Es así como fueron a Lyon, en Francia; a los Alpes suizos y a Milán, Italia, donde
presenciaron con desdén la coronación de Napoleón Bonaparte como Rey de Italia,
puesto que pensó que Napoleón y sus ansias de poder pronto lo llevarían a querer
apoderarse de España.
Luego, pasaron por Venecia y finalmente, llegan a Roma.
Durante su viaje, Simón Rodríguez le pone a Roma, la cuna de la humanidad como
ejemplo de como emperadores y papas han regido los destinos del mundo, perdiendo su
horizonte cuando abandonó la República y proclamó el Imperio, comenzando así la
decadencia y el envilecimiento.
Hablaba sobre la necesidad de sembrar en la humanidad la igualdad; que en las
sociedades no se necesitaban emperadores ni reyes que exigiesen reverencia y sumisión,
sino republicanos que enseñasen a ser ciudadanos.
Que las colonias americanas debían ser educadas para enseñarlas a ser libres.
Que Venezuela debía ser libre y que sus destino no debía ser regido por reyes o
emperadores, sino por su misma gente.
En la tarde del 15 de agosto de 1805, Simón
Rodríguez invita a Bolívar a subir al monte
Aventino, una de las siete colinas de Roma,
desde donde veían la ciudad en todo su
esplendor.
Durante el viaje, habían hablado con
insistencia de expresar y sellar con un
juramento la decisión de entregarse por
completo a la causa de la libertad e
independencia de los pueblos de América, y
es allí donde Bolívar expresa, en presencia
de su maestro, su juramento:

“ (…) ¡Juro delante de usted; juro por el


Dios de mis padres; juro por ellos; juro
por mi honor, y juro por mi patria, que
no daré descanso a mi brazo, ni reposo a
mi alma, hasta que haya roto las
cadenas que nos oprimen por voluntad
del poder español”
En 1805, tras tener noticia de las fallidas expediciones
libertadoras de Francisco de Miranda en Ocumare y la Vela
de Coro, Bolívar decidió emprender el viaje de vuelta.
Simón Bolívar le informa a Fanny su decisión de volver, Fanny
se derrumba en sollozos y le ruega quedarse,
había intentado de todo, trató de generarle celos, de llenarlo
de placeres,
nada había funcionado . Bolívar estaba resuelto a volver.
Bolívar le entrega un anillo de oro con la fecha grabada del 6
de abril de 1805, jurándole amor eterno.
Más de 200 cartas salieron desde entonces dirigidas al
Libertador por la bella Fanny, pero la respuestas de Bolívar
fueron más que escasas.
Fanny fue la más fiel admiradora de la gloria del Libertador
en los escenarios europeos y guardó con celo los retratos
obsequiados por el héroe suramericano
Fanny tuvo tres hijos, uno de los cuales se presume fue de
Bolívar.
La bella y descomplicada mujer, que participó en la
conversión de un joven despreocupado e insensato a alguien
con un ideal noble, despejandole el camino hacia la gloria,
murió el 21 de  diciembre de 1837 cerca de Lyon en Francia.
De todos los amores del Libertador, que fueron
muchos y muy variados,  el de Fanny de Villars  ocupó
el corazón de Bolívar desde sus tiempos de muchacho
hasta su muerte;
Nunca olvidó a su prima y para Fanny fueron los
últimos recuerdos en San Pedro Alejandrino:
el 6 de diciembre de 1830 en los postreros días  de
vida, Bolívar le escribió:
“Querida prima: ¿Te extraña que piense en ti al borde
del sepulcro? Ha llegado la última hora; (…) tú estás
conmigo en los postreros latidos de la vida, en las
últimas fulguraciones de la conciencia. ¡Adiós Fanny!
Esta carta, llena de signos vacilantes, la escribe la
mano que estrechó las tuyas en las horas del amor, de
la esperanza, de la fe. (…)
Si yo hubiera muerto en un campo de batalla frente al
enemigo, te dejaría mi gloria, la gloria que entreví a tu
lado en los campos de un sol de primavera.
Muero miserable, proscrito, detestado por los mismos
que gozaron mis favores, víctima de un inmenso dolor;
presa de infinitas amarguras.
Te dejo el recuerdo de mis tristezas y lágrimas que no
llegarán a verter mis ojos.
(…)Estuviste en mi alma en el peligro,
(…) A la hora de los grandes desengaños, a la hora de
las últimas congojas apareces ante mis ojos de
moribundo con los hechizos de la juventud y de la
fortuna;
me miras y en tus pupilas arde el fuego de los volcanes;
me hablas y en tu voz escucho las dianas de Junín.
 Adiós, Fanny, todo ha terminado. Juventud, ilusiones,
risas y alegrías se hunden en la nada, sólo quedas tú
como ilusión serafina señoreando el infinito, dominando
la eternidad.
Me tocó la misión del relámpago: rasgar un instante las
tinieblas, fulgurar apenas sobre el abismo y tornar a
perderse en el vacío.”
El Libertador fue un hombre de grandes pasiones y si
hubiese que hablar de un verdadero amor en su vida,
sería errar en el intento.
Si se considera que amor lo ayudó a ser lo que fue y que
contribuyó a su tranquilidad espiritual, sería el de Fanny
el más feliz, tranquilo, influyente y nostálgico.
¿Quién sería el Libertador si no fuese por Simón
Rodríguez y Fanny Du Villard? ¿Qué sería de nuestra
Nación si este no hubiese pisado Francia?

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