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Clase 4 Lec

Élder James E. Talmage 7


(1862–1933), del Quórum de los Doce Apóstoles,

“Ese Hijo que había de nacer de María fue engendrado por


Elohim, el Padre Eterno, no contraviniendo las leyes naturales,
sino de acuerdo con una manifestación superior de las
mismas… En Su naturaleza habrían de combinarse los poderes
de la divinidad, y la capacidad y posibilidades del estado
mortal; y esto de acuerdo con la operación normal de la ley
fundamental de la herencia —declarada por Dios, demostrada
por la ciencia y admitida por la filosofía— de que los seres
vivientes se han de propagar según su especie. El niño Jesús
habría de heredar los rasgos físicos, mentales y espirituales,
las tendencias y poderes que distinguían a Sus padres: uno
inmortal y glorificado, a saber, Dios; el otro humano, una
mujer” (véase Jesús el Cristo, 1964, pág. 85).
Clase 4 Lec
Élder Robert E. 7
Wells,
“…la naturaleza divina de Jesucristo como Hijo de Dios… es esencial para
de los Setenta,
comprender el plan de salvación en su totalidad. Él es el Primogénito del
Padre
en la existencia preterrenal y el Unigénito del Padre en la Tierra. Dios, el Padre
Eterno, es el progenitor literal de nuestro Señor y Salvador Jesucristo y de
todos Sus otros hijos espirituales… “La ‘naturaleza divina de Jesucristo como
Hijo de Dios’ también se refiere a su designación como el ‘Unigénito en la
carne’… Este título significa que el cuerpo físico de Jesús era progenie de una
madre mortal y un Padre Eterno inmortal, un hecho verídico que fue esencial
para la Expiación, ese acto supremo que ningún hombre común podría haber
realizado. Cristo tenía el poder para dar Su vida y volverla a tomar, porque
había heredado la naturaleza inmortal de Su Padre Celestial. De María, Su
madre terrenal, heredó Su condición de ser mortal, o sea, la facultad de morir.
“Conjuntamente, esta expiación infinita de Cristo y Su naturaleza divina como
Hijo de Dios constituyen la doctrina más importante del cristianismo” (“Nuestro
mensaje al mundo”, Liahona, enero de 1996, págs. 73, 74).
Clase 4 Lec
Tad R. Callister, 7
Presidente General de la Escuela Dominical,

“Dios el Hijo cambió Su hogar celestial con todo su esplendor


divino por una morada terrenal con todos sus ornamentos
primitivos. Él, ‘el Rey del cielo’ (Alma 5:50), ‘el Señor Omnipotente
que reina’ (Mosíah 3:5), abandonó un trono para heredar un
pesebre. Intercambió el dominio de un dios por la dependencia
de un bebé… Fue un cambio de dimensiones inigualables… El
gran Jehová, creador de incontables mundos, infinito en virtud y
en poder, vino a este mundo en pañales y en un pesebre” (The
Infinite Atonement, 2000, pág. 64).
Clase 4 Lec
Bruce R. McConkie 7
(1915–1985), del Quórum de los Doce Apóstoles:

“La condescendencia de Dios (el Padre) es que aun siendo un


Personaje exaltado, perfecto y glorificado, llegó a ser el Padre
personal y literal de un Hijo nacido de madre mortal” (Mormon
Doctrine, segunda edición, 1966, pág. 155).
Clase 4 Lec
Élder Robert D. Hales,
del Quórum de los Doce Apóstoles, 8
“Cuando comprendemos nuestro convenio bautismal y el don del
Espíritu Santo, ello cambiará nuestra vida y asentará nuestra total
lealtad al reino de Dios. Si al salirnos al paso las tentaciones prestamos
atención, el Espíritu Santo nos traerá a la memoria que hemos
prometido recordar a nuestro Salvador y obedecer los mandamientos
de Dios… “Al seguir el ejemplo de Jesús, también nosotros
demostramos que nos arrepentiremos y seremos obedientes en guardar
los mandamientos de nuestro Padre Celestial. Nos humillamos con un
corazón quebrantado y un espíritu contrito al admitir nuestros pecados
y buscar el perdón por nuestras transgresiones (véase 3 Nefi 9:20).
Hacemos convenio de que estamos dispuestos a tomar sobre nosotros
el nombre de Jesucristo y recordarle siempre… “…Ruego que cada uno
de nosotros, en calidad de miembros de Su reino, comprenda que
nuestro bautismo y confirmación es la entrada a Su reino. Cuando
entramos, hacemos convenio de ser de Su reino, ¡para siempre!”
(véase “El convenio del bautismo: Estar en el reino y ser del
reino”, Liahona, enero de 2001, págs. 7, 8, 9).

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