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Desde la publicación del Quijote en 1605, los lectores han cuestionado la pertinencia
de tales paréntesis narrativos en el interior de la historia caballeresca. En el Quijote II
(1615), los propios personajes se hacen eco de dicho problema. Por ejemplo, el
personaje de Sansón Carrasco: “Una de las tachas que se ponen a la tal historia … es
que su autor puso en ella una novela intitulada El curioso impertinente, no por mala ni
por mal razonada, sino por no ser de aquel lugar, ni tener que ver con la historia de su
merced del señor don Quijote” (II, 3).
Para Helena Percas, estas novelas cumplen en el Quijote una función similar a la de las
acciones secundarias en la novela griega o de aventuras, y están puestas al servicio
del principio de variedad y de amenidad. En atención al principio estético de la
“diversidad en la unidad”, estos episodios de la fábula desarrollan un mismo tema, el
amoroso, pero lo hacen desde convenciones literarias y desde fórmulas narrativas
diferentes (relato pastoril, sentimental, “novella”, relato de aventuras…). En Cervantes
y su concepto del arte, Madrid, 1974, pp. 133-137).
A buen seguro que la recepción del Quijote en 1605 condicionó la decisión de Cervantes de ofrecer, de
forma independiente, las 12 novelitas que constituyen el volumen de las Novelas ejemplares, pues las
críticas que había provocado la inclusión en la primera parte… de las historias de “El curioso
impertinente” y de “El capitán cautivo”, le hicieron pensar que la “gala y artificio de estas narraciones
mejor “se mostrara al descubierto cuando por sí solas, sin arrimarse a las locuras de don Quijote ni a las
sandeces de Sancho, salieran a la luz” (Q II, 44).