Las enseñanzas de la Biblia acerca del pecado presentan un profundo panorama doble: la profunda depravación de la humanidad y la incomparable gloria de Dios. El pecado ensombrece todos los aspectos de la existencia humana, seduciéndonos desde el exterior como un enemigo y forzándonos desde el interior como parte de nuestra naturaleza humana caída. En esta vida conocemos el pecado íntimamente; con todo, permanece extraño y misterioso. Promete libertad, pero esclaviza, produciendo anhelos que no podemos satisfacer. Mientras más luchemos por escapar de sus garras, más inextricablemente nos ata. La comprensión del pecado nos ayuda en el conocimiento de Dios; sin embargo, es lo que distorsiona el conocimiento, incluso de nosotros mismos. Con todo, si la luz de la iluminación divina puede penetrar su oscuridad, no sólo podemos apreciar mejor esa oscuridad, sino también la luz misma. LA EXISTENCIA Y DEFINICIÓN DEL PECADO ¿Cómo es posible que exista el mal, si Dios es totalmente bueno y poderoso? Esta pregunta, y otra relacionada que se refiere a la fuente del mal, son como el espectro que perturba todos los intentos por comprender el pecado. Antes de seguir adelante, debemos distinguir entre varias clases de mal. El mal moral, o pecado, es el quebrantamiento de la ley producido por criaturas con una voluntad. El mal natural es el desorden y la corrupción del universo (los desastres naturales, algunas enfermedades, etc.). Está conectado con la maldición de Dios sobre el suelo (Génesis 3:17–18). El mal metafísico es el m al no intencional, consecuencia de la limitación de las criaturas (la incapacidad mental y En griego, el grupo de palabras relacionado con hamartía es el que lleva en sí el concepto genérico de pecado en el Nuevo Testamento. Con el significado básico de “no dar en el blanco” (como en jatta’t), es un término de amplio significado, que originalmente no tuvo connotación moral alguna. Sin embargo, en el Nuevo Testamento se refiere a pecados concretos (Marcos 1:5; Hechos 2:38; Gálatas 1:4; Hebreos 10:12) y al pecado como fuerza (Romanos 6:6, 12; Hebreos 12:1) . LAS CARACTERÍSTICAS DEL PECADO Vemos el pecado como incredulidad o falta de fe en la caída, en el rechazo de la revelación general por parte de la humanidad (Romanos 1:18–2:2), y en los condenados a la muerte segunda (Apocalipsis 21:8). Está estrechamente relacionado con la desobediencia de Israel en el desierto (Hebreos 3:18–19). El término griego apistía, “incredulidad” (Hechos 28:24), combina el prefijo de negación a con un derivado de la palabra pístis, “fe”, “confianza”, “fidelidad”. Todo aquello que no proceda de la fe, es pecado (Romanos 14:23; Hebreos 11:6). El orgullo es la exaltación de sí mismo. Irónicamente, es a un tiempo el anhelo de ser como Dios (como en la tentación de Eva por parte de Satanás), y el rechazo de Dios (Salmo 10:4). Estrechamente relacionados con el orgullo, el deseo insano o mal orientado, y su egocentrismo, se hallan el pecado y una motivación al pecado (1 Juan 2:15–17). El pecado, el producto del “padre de la mentira” (Juan 8:44), es la antítesis de la verdad de Dios (Salmo 31:5; Juan 14:6; 1 Juan 5:20). Desde el principio ha engañado en cuanto a lo que ha prometido y ha incitado a los que engaña a cometer mayores prevaricaciones (Juan 3:20; 2 Timoteo 3:13).