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CRÍTICA A LA MODERNIDAD Mg.

WALTHER MOLINA SEDANO


CRÍTICA A LA MODERNIDAD DE MARTIN
HEIDEGGER
Heidegger asumió como propio el proyecto de regresar a
la Filosofía al camino correcto, del que consideraba se
había desviado a partir de Descartes. El problema de
decir que el yo es la única cosa de la que no podemos
dudar que existe, y que todo lo demás sólo existe si
aparece en el yo, es que se pasa por alto que ese yo no
existe en una forma pura, “en el aire”, sino siempre inserto
en un tiempo, un espacio y, sobre todo, una cultura
particular.
En otras palabras, ¿cómo podría ser el yo el terreno
sobre el que existirían todas las cosas, si él mismo a
su vez siempre está en un lugar, un momento y una
comunidad humana determinada? El verdadero
“terreno” fundamental serían esos elementos en los
que habita el yo: tiempo, espacio y cultura.
No hay un yo “puro”; piensa en los varios miles de millones
de seres humanos que han pisado durante ya varios
milenios nuestro planeta: todos han tenido, tal como tú, un
yo, que si bien tiene mucho en común con otros yo, es
totalmente único e irrepetible. No hay un yo universal, sino
el yo de una mujer china del siglo IX, el de un sacerdote
azteca del XIV, el de un soldado británico de 1944, los de
tus mejores amigas y amigos… y los de todos los seres
humanos que han existido, existen o existirán.
El yo del mismo Descartes estaba irremediablemente
instalado en una época determinada. En opinión de
Heidegger, Descartes erró al considerar su propio yo
como representante de todos los yo, sobre todo, porque su
forma de pensar, las preguntas filosóficas que se hizo y
sus conclusiones reflejan, más que a otra cosa, a la cultura
a la que pertenecía. Por ello, Heidegger consideró que
era insostenible asumir que los resultados a los que llegó
Descartes sean válidos para todos los seres humanos.
Darle al YO una posición tan importante no plantea
solamente un problema de coherencia o de lógica. Según
Heidegger, lo más grave era que con ello se exageraba
la importancia del hombre en el mundo: se hacía parecer
que el mundo dependía del ser humano. Culturalmente,
esta ilusión se traducía en una visión según la cual todas
las cosas están al servicio del hombre, o en otras
palabras, la naturaleza es antes que nada un recurso
para satisfacer las necesidades humanas.
A Heidegger le parecía que a causa de la primacía
de esta mentalidad, la cultura moderna, en que la
técnica y la industria son lo más importante (en la
que se dice que una sociedad moderna es una
sociedad “industrializada”), se enfrenta no sólo al
problema, ante el que cada vez somos más
sensibles, de la destrucción de la naturaleza, sino
que además priva al ser humano de un verdadero
contacto con el SER.
Si sólo vemos las cosas como medios para lograr nuestros
fines, no las estamos viendo como realmente son.
Heidegger consideraba que el arte (y de modo muy
especial, la poesía) permitía revelar la verdad de las
cosas; la mirada artística, tanto la de quien la crea como
la de quien lo aprecia, es la única oportunidad que tiene
el hombre para entrar a una verdadera relación con el
Ser, al margen de sus necesidades y proyectos. Porque la
mentalidad técnica considera todo como herramienta o
como recurso, y, si bien es indispensable e inevitable, se
interpone entre nosotros y el Ser.
Heidegger estimó que era necesario inventar un nuevo
concepto para pensar sobre lo que es el ser humano de un
modo más realista y preciso; y más adecuada que el
concepto del yo. Heidegger llamó al hombre el “Ser-ahí”
(traducción de Dasein, palabra alemana compuesta: da
(ahí) + Sein (ser) = Dasein, “Ser-ahí”). Consideró que esa
expresión resumía: que el hombre existe, (es parte del Ser)
pero no en el Ser en abstracto, sino siempre en un tiempo,
un lugar y una cultura específicos; es decir, siempre es en
un ahí determinado.
Una de las características más importantes del Ser-
ahí es que es el único ser que se pregunta: ¿qué es
el Ser? Es decir, es algo así como la parte del Ser
que puede conocer al Ser, a condición de, entre
otras cosas, ir más allá de la mentalidad técnica.
Heidegger dice que el estado básico del Ser-ahí es
el cuidado, o preocupación (Dasein als Sorge), es
decir, la inquietud por el futuro.
Heidegger es uno de los pocos filósofos que se han
esforzado por hacer partir su Filosofía de la situación real,
de la experiencia cotidiana de las mujeres y los hombres
de carne y hueso, no de las sensaciones o las ideas, que
consideraba ser abstracciones a las que sólo se accede
tras complicados esfuerzos que requieren aislarse del
mundo para “pensar”. Por eso su influencia ha ido más
allá de la Filosofía, hasta los terrenos de las Ciencias
Sociales y la Psicoterapia.
Otra característica del Ser-ahí es que no elige
el ahí de su existencia. Ninguno de nosotros
eligió venir al mundo, ni en qué época histórica
hacerlo, ni a qué país, ni de qué padres nacer.
Heidegger dice que cada uno de nosotros
simplemente fue “arrojado” al mundo, a una
cultura particular.
Para Heidegger el modo de ser del hombre
(Ser-ahí), está determinado en gran medida
por la cultura a la que pertenece. Piensa como
“se” piensa en su medio social, cree las mismas
cosas que todos los demás, reacciona casi
igual ante las mismas circunstancias, le gusta y
desaprueba lo mismo que a la mayoría.
El Ser-ahí vive sumergido en lo que Heidegger llamó el
“Ellos” (das Man), esa cosa sin rostro, impersonal, que está
detrás del “se” de se piensa, se cree, se prefiere, etcétera.
(También podríamos pensar en el Ellos como eso a lo que
nos referimos cuando decimos “la Gente”: la gente
“piensa”, “prefiere”, “cree”, “teme”, etcétera). El Ellos, o la
Gente, no es nadie en particular, pero dicta a todos o a
casi todos lo que deben pensar, o cómo hacer las cosas.
Heidegger advierte que si vivimos en todo según lo que
nos dicta el Ellos, viviremos vidas inauténticas, vidas que no
son realmente las nuestras. Porque, nuestras opiniones,
creencias, aspiraciones y decisiones no son nuestras, sino
las del Ellos, las de la Gente. Nos gusta la misma música
que a nuestros amigos; queremos estudiar, trabajar
divertirnos, tener dinero, amigos, viajar, quizás algún día
formar una familia. Pero queremos todo eso porque son
las cosas que quieren todos, las cosas que quiere la Gente,
y por eso es que nuestra vida es inauténtica, porque en
realidad esos deseos no son nuestros.
¿Cómo sería una existencia auténtica? Heidegger
no piensa que una existencia auténtica implique
deshacerse por completo de todos los deseos
“normales”, ni convertirse en un “excéntrico”.
Heidegger no fue muy generoso en detallar qué
puede hacer un Ser-ahí para alcanzar una
existencia auténtica.
Heidegger nos deja entrever en dónde comienza el
camino que eventualmente puede conducirnos a
una existencia auténtica, al decirnos que otra de las
principales características del Ser-ahí es que es un
Serpara-la-muerte. Esto es: un Ser, el único de que
tenemos noticia, que sabe que va a morir, que algún
día dejará el Ser y pasará a la Nada.
La muerte es lo único que desde un inicio, es nuestro; es
decir, no es parte del Ellos. Veamos. Todo lo que hacemos
lo puede hacer alguien más. Si elaboramos una silla,
seguiremos más o menos los mismos pasos que cualquier
otra persona. Hay algo que nadie puede hacer en nuestro
lugar, y ese algo es morir. Es decir, cada uno de nosotros
tendrá su muerte, y ésta es única e intransferible. Nadie
puede morir en lugar de uno. Es lo único que no puede ser
del Ellos, sino sólo y exclusivamente del Ser-ahí. Además,
sabemos que es inevitable, parte de nuestra condición.
Para Heidegger, asumir que somos seres destinados a
desaparecer, Seres-para-la muerte, es un paso
indispensable para alcanzar una existencia auténtica.
Parece sugerir que en ese momento el Ser-ahí comprende
la verdad de sí mismo, y por lo tanto se le revelan
también sus verdaderas aspiraciones, lo que realmente
quiere en la vida. Y esa comprensión de la propia
condición, de la certeza de que algún día morirá, motiva
al Ser-ahí a aprovechar lo mejor de sí cada uno de sus
días, dirigiéndose a donde realmente quiere llegar.
Es probable que muchas de sus aspiraciones no
cambien, que quiera seguir estudiando, trabajando,
divirtiéndose, pero ahora sabrá distinguir si sus
deseos son realmente suyos, o más bien son deseos
del Ellos. Y llegado el caso, si así le parece
necesario, quizás sea capaz de actuar de modo
distinto al que el Ellos le dicta.
Heidegger dice que al descubrir la certeza de su
muerte, el Ser-ahí también descubre sus
posibilidades, es decir, esas cosas, esos modos de
ser, en que puede convertirse mientras dure su
existencia, mientras no le llegue la muerte (para
darnos una idea del modo de expresarse de
Heidegger, éste define la muerte como “la
posibilidad de la imposibilidad”).
Entre esas posibilidades se encuentra una muy especial: la
vocación. La palabra vocación viene del verbo latino
vocare, que significa llamar. Así, la vocación es un
llamado, una invitación que el Ser-ahí recibe de su
conciencia para convertirse en algo que puede ser.
Heidegger añade que escuchar nuestra vocación nos
convierte en deudores: vivimos nuestra vocación, si es
auténtica, como una deuda con nosotros mismos, con
nuestro destino.
En nuestra intimidad sabemos si lo que
estamos haciendo nos está acercando a lo que
podemos y queremos ser, o si estamos
desperdiciando nuestro tiempo y energía en
cosas que no tienen nada que ver con ello. En
este caso, vivimos la experiencia de la culpa.
Para Heidegger el primer paso para llegar a ser dueños
de nuestra vida es asumir nuestra muerte, apoderarnos de
ella. La Filosofía de Heidegger se presenta como un
esfuerzo por pensar a la humanidad en armonía con la
naturaleza, y a cada persona, cada Ser-ahí, como una
realidad frágil, pero de gran dignidad, El comprender
que algún día dejaremos de estar en el mundo nos incita a
aprovechar cada momento, y a reconocer lo que
realmente queremos hacer. Por eso ha sido útil en campos
como la Psicoterapia.

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