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La enfermedad de Alzheimer es una patología neurológica en la

que el cerebro degenera de forma gradual, lo que conlleva


problemas de memoria, de funcionamiento cotidiano y de
conducta. La enfermedad de Alzheimer es una patología cerebral
progresiva, en la que el cerebro degenera de forma gradual. La
enfermedad de Alzheimer suele aparecer en personas mayores
de 65–70 años y las personas que la sufren desarrollan cambios
en la memoria, pensamiento, función social y conducta que
empeoran con el paso del tiempo. Estos cambios tienen
consecuencias crecientes sobre la vida cotidiana del paciente,
reduciendo su independencia hasta que, finalmente, el paciente
depende totalmente de los demás.

La enfermedad de Alzheimer también tiene un enorme impacto


sobre el cuidador del paciente.1 La cuidadores son, en su
mayoría, familiares próximos que cuidan a los pacientes en su
hogar – un rol exigente y agotador que supone una gran carga
emocional y física.
No se ha explicado por completo cómo la producción y agregación de los
péptidos Aβ juegan un rol en la EA. La fórmula tradicional de la hipótesis
amiloidea apunta a la acumulación de los péptidos Aβ como el evento
principal que conlleva la degeneración neuronal. La acumulación de las
fibras amiloideas, que parece ser la forma anómala de la proteína
responsable de la perturbación de la homeostasis del ion calcio
intracelular, induce la muerte celular programada, llamada apoptosis. Se
sabe también, que la Aβ se acumula selectivamente en las mitocondrias
de las células cerebrales afectadas en el Alzheimer y que es capaz de
inhibir ciertas funciones enzimáticas, así como alterar la utilización de la
glucosa por las neuronas.
Varios mecanismos inflamatorios y la intervención de las citoquinas
pueden también jugar un papel en la patología de la enfermedad de
Alzheimer. La inflamación es el marcador general de daño en los tejidos
en cualquier enfermedad y puede ser secundario al daño producido por la
EA, o bien, la expresión de una respuesta inmunológica.
No existe una causa concreta a la que se le pueda atribuir la
responsabilidad de la aparición de la Enfermedad de
Alzheimer. Al contrario, su etiología es multifactorial, es
decir, existen una serie de factores de riesgo, tanto genéticos
como ambientales que, al interferir entre sí, dan lugar a una
serie de acontecimientos que resultan en el inicio de la
enfermedad. Influencia genética: Existen varios genes
implicados, sobre todo en el tipo de inicio precoz. En los
casos en los que un familiar directo padece la enfermedad,
la probabilidad de que su descendencia la desarrolle es 2-4
veces mayor.
Edad: El riesgo se duplica cada 5 años. A los 65 la
probabilidad de padecerla es del 10%, llegando hasta el 50%
a los 85 años.
Sexo: Cuestión controvertida. Existe un mayor porcentaje de mujeres que
presentan la enfermedad, sin embargo, se cree que puede ser debido a su
mayor esperanza de vida.
Escolarización y nivel educativo: La ejercitación cognitiva y el
aprendizaje estimulan la comunicación neuronal (plasticidad neurológica),
con lo que un bajo nivel educativo viene relacionado con un aumento del
riesgo de desarrollar la enfermedad.
Hipertensión Arterial de larga evolución:
Antecedentes de Traumatismo Craneal
Nutrición: Una dieta basada en productos de gran contenido calórico, con
altos niveles de ácidos grasos saturados y/o de ácidos grasos omega 6,
están relacionados con un mayor riesgo de sufrir Alzheimer. Hay dietas
especializadas para la prevención y tratamiento del Alzheimer
Niveles elevados de Homocisteína. Esta sustancia es un aminoácido
orgánico que interviene en procesos fundamentales para el organismo,
pero que, en concentraciones altas, está íntimamente relacionada con la
aparición de cardiopatías y neuropatías.
Antecedentes de procesos depresivos o Sd. de Down.
Otros: Tabaco, estilo de vida sedentaria, diabetes y obesidad.
entre un 30 y 40 por ciento de los casos de Alzheimer podría estar sin
diagnosticar, de los cuales un 80 por ciento pertenecen a un estadio leve.
La enfermedad se diagnostica con datos recabados sobre los problemas
del paciente de memoria y aprendizaje, para llevar adelante la vida
cotidiana. y preguntando a familiares o personas que conviven con el
supuesto enfermo. Los análisis de sangre y orina descartan otras posibles
enfermedades que causarían demencia y, en algunos casos, también es
preciso analizar fluido de la médula espinal.
Un estudio realizado por Sanitas Residencial titulado de Por una atención
del Alzheimer centrada en la persona refleja que un 78 por ciento de las
personas con Alzheimer conocen con dos años de antelación que van a
sufrir la enfermedad.
Pruebas cognitivas: Son test para valorar de manera
objetiva la alteración cognitiva que presenta el paciente

Análisis de sangre. Se evalúan


parámetros de salud general que pueden
afectar a la función cognitiva. Actualmente,
no hay ninguna determinación en la sangre
que sea fiable para confirmar el
diagnóstico de enfermedad de Alzheimer.

Neuroimágen cerebral. Hay diferentes


tipos de tecnología para obtener imágenes
del cerebro. Tomografía computarizada.

Análisis de líquido cefalorraquídeo. El


líquido cefalorraquídeo es un líquido que
rodea el cerebro y la médula espinal. Al
estar en contacto con el cerebro, este
líquido traduce lo que está pasando en
este órgano.
Prueba genéticas. Las pruebas genéticas
solo se realizan en los casos en que se
sospecha de una forma genética de la
enfermedad.
Vivir con Alzheimer no es fácil, uno puede olvidar el camino de
regreso a casa, los nombre de familiares, incluso comunicarse
con las personas se puede tornar una tarea difícil.
Por esta razón, resulta fundamental que las personas se
esfuercen por cuidar su peso, controlar su presión arterial, y
mantener sus niveles de colesterol y de azúcar en sangre dentro
de los límites recomendados para así evitar dar rienda suelta a
problemas del corazón o derrames cerebrales.
No pierdas los nervios. La conducta del paciente no
responde a una lógica, sino que el deterioro de su
estado mental le ha convertido en una persona
enferma. Por eso, no hay que enfadarse ni
presionarle, por ejemplo, obligándole a comer
determinados alimentos.
Háblale lentamente y dirigiéndote a él. Dirígete al
enfermo por su nombre, estableciendo contacto visual
y hablándole suave y lentamente. Comunícale una
sola idea cada vez. También puedes recurrir al
contacto físico, dándole la mano o tocándole, para
transmitirle seguridad.
Sé tolerante ante su conducta. Una de las
manifestaciones del Alzheimer son los trastornos en el
comportamiento del enfermo, de forma que a veces
puede insultar o reaccionar mal ante las personas de
su entorno. El cuidador no debe asumir las conductas
incoherentes como un ataque, sino como un síntoma
incontrolable y sin mala intención.

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