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L A VERDAD

VA L O R E S Y P L A N L E C TO R
LA VERDAD Y LA MENTIRA

Cuenta una leyenda que un día la verdad y la mentira se cruzaron:


– Buenos días- dijo la mentira.
– Buenos días- contestó la verdad.
– Hermoso día- dijo la mentira.
Y la verdad, miró al cielo y oteó el horizonte para ver si era verdad… Y sí, lo era.
– Hermoso día- contestó entonces la verdad.
– Aún más hermoso está hoy el lago- dijo la mentira.
Y la verdad, miró y requetemiró al lago para convencerse de que era verdad… Y sí, lo
era.
– Cierto, está más bonito- dijo entonces la verdad.
Y la mentira, corriendo hacia el agua, dijo:
– ¡Vayamos al agua a nadar! ¡El agua está mucho más hermosa!
La verdad se acercó con prudencia al agua, la tocó con la
yema de los dedos, vio que sí, el agua estaba más hermosa, y
decidió creer a la mentira y seguirla.
Ambas se quitaron la ropa y se lanzaron al agua. La verdad y
la mentira estuvieron nadando un buen rato, muy a gusto,
hasta que la mentira salió y se puso la ropa de la verdad. La
verdad, incapaz de ponerse la ropa de la mentira, comenzó
a caminar desnuda por la calle y todos se horrorizaron de
verla.
Así es cómo, desde entonces, la mayoría de personas
prefieren ver la mentira disfrazada de verdad que la verdad
al desnudo
EL VALOR DE LA VERDAD
Hace muchísimos años, un guapo y apuesto príncipe de
China se propuso encontrar la esposa adecuada con quien
contraer matrimonio. Todas las jóvenes ricas y casaderas del
reino deseaban que el heredero se fijara en ellas para
convertirse en la afortunada princesa. El príncipe lo tenía
complicado a la hora de elegir, pues eran muchas las
pretendientes y sólo podía dar el sí quiero a una.
Durante muchos días estuvo dándole vueltas a un asunto: la
cualidad en la que debía basar su elección.
¿Debía, quizá, escoger a la muchacha más bella? ¿Sería mejor
quedarse con la más rica? ¿O mejor comprometerse con la
más inteligente?… Era una decisión de por vida y tenía que
tenerlo muy claro.
Un día, por fin, se disiparon todas sus dudas y mandó
llamar a los mensajeros reales.
– Quiero que anunciéis a lo largo y ancho de mis
dominios, que todas las mujeres que deseen
convertirse en mi esposa tendrán que presentarse
dentro de una semana en palacio, a primera hora de la
mañana.
Los mensajeros, obedientes y siempre leales a la
corona, recorrieron a caballo todos los pueblos y
ciudades del reino. No quedó un solo rincón ajeno a
la noticia.
Cuando llegó el día señalado, cientos de chicas se
presentaron vestidas con sus mejores galas en los
fabulosos jardines de la corte. Impacientes, esperaron
a que el príncipe se asomara al balcón e hiciera
públicas sus intenciones. Cuando apareció, suspiraron
emocionadas e hicieron una pequeña reverencia. En
silencio, escucharon sus palabras con atención.
– Os he pedido que vinierais hoy porque he de escoger la
mujer que será mi esposa. Os daré a cada una de vosotras
una semilla para que la plantéis. Dentro de seis meses, os
convocaré aquí otra vez, y la que me traiga la flor más
hermosa de todas, será la elegida para casarse conmigo y
convertirse en princesa.
Entre tanta muchacha distinguida se escondía una muy
humilde, hija de una de las cocineras de palacio. Era una
jovencita linda de ojos grandes y largos cabellos, pero sus
ropas eran viejas y estaban manchadas de hollín porque
siempre andaba entre fogones. A pesar de que era pobre y
se sentía como una mota de polvo entre tanta bella mujer,
aceptó la semilla que le ofrecieron y la plantó en una vieja
maceta de barro ¡Siempre había estado enamorada del
príncipe y casarse con él era su sueño desde niña!
Durante semanas la regó varias veces al día e hizo todo
lo posible para que brotara una planta que luego diera
una hermosísima flor. Probó a cantarle con dulzura y a
resguardarla del frío de la noche, pero no fue posible.
Desgraciadamente, su semilla no germinó.
Cuando se cumplieron los seis meses de plazo, todas las
muchachas acudieron a la cita con el príncipe y formaron
una larga fila. Cada una de ellas portaba una maceta en la
que crecía una magnífica flor; si una era hermosa, la
siguiente todavía era más exuberante.
El príncipe bajó a los jardines y, muy serio, empezó a
pasar revista. Ninguna flor parecía interesarle demasiado.
De pronto, se paró frente a la hija de la cocinera, la única
chica que sostenía una maceta sin flor y donde no había
nada más que tierra que apestaba a humedad. La pobre
miraba al suelo avergonzada.
– ¿Qué ha pasado? ¿Tú no me traes una maravillosa flor
como las demás?
– Señor, no sé qué decirle… Planté mi semilla con mucho
amor y la cuidé durante todo este tiempo para que naciera
una bonita planta, pero el esfuerzo fue inútil. No
conseguí que germinara. Lo siento mucho.
El príncipe sonrió, acercó la mano a la barbilla de la linda
muchacha y la levantó para que le mirara a los ojos.
– No lo sientas… ¡Tú serás mi esposa!
Las damas presentes se giraron extrañadas y comenzaron a
cuchichear: ¿Su esposa? ¡Pero si es la única que no ha
traído ninguna flor! ¡Será una broma!…
El príncipe, haciendo caso omiso a los comentarios, tomó de
la mano a su prometida y juntos subieron al balcón de palacio
que daba al jardín. Desde allí, habló a la multitud que estaba
esperando una explicación.
– Durante mucho tiempo estuve meditando sobre cuál es la
cualidad que más me atrae de una mujer y me di cuenta de
que es la sinceridad. Ella ha sido honesta conmigo y la única
que no ha tratado de engañarme.
Todas las demás se miraban perplejas sin entender nada de
nada.
– Os regalé semillas a todas, pero semillas estériles. Sabía que
era totalmente imposible que de ellas brotara nada. La única
que ha tenido el valor de venir y contar la verdad ha sido esta
joven. Me siento feliz y honrado de comunicaros que ella será
la futura emperatriz.
Y así fue cómo el príncipe de China encontró a la mujer de
sus sueños y la hija de la cocinera, se casó con el príncipe
soñado.
EL GRAN PALACIO DE LA MENTIRA
Todos los duendes se dedicaban a construir dos palacios, el de la verdad y el de la mentira. Los
ladrillos del palacio de la verdad se creaban cada vez que un niño decía una verdad, y los duendes de la
verdad los utilizaban para hacer su castillo. Lo mismo ocurría en el otro palacio, donde los duendes de
la mentira construían un palacio con los ladrillos que se creaban con cada nueva mentira. Ambos
palacios eran impresionantes, los mejores del mundo, y los duendes competían duramente porque el
suyo fuera el mejor.
Tanto, que los duendes de la mentira, mucho más tramposos y marrulleros, enviaron un grupo de
duendes al mundo para conseguir que los niños dijeran más y más mentiras.Y como lo fueron
consiguiendo, empezaron a tener muchos más ladrillos, y su palacio se fue haciendo más grande y
espectacular. Pero un día, algo raro ocurrió en el palacio de la mentira: uno de los ladrillos se convirtió
en una caja de papel. Poco después, otro ladrillo se convirtió en arena, y al rato otro más se hizo de
cristal y se rompió.Y así, poco a poco, cada vez que se iban descubriendo las mentiras que habían
creado aquellos ladrillos, éstos se transformaban y desaparecían, de modo que el palacio de la mentira
se fue haciendo más y más débil, perdiendo más y más ladrillos, hasta que finalmente se desmoronó.

Y todos, incluidos los duendes mentirosos, comprendieron que no se pueden utilizar las mentiras para
nada, porque nunca son lo que parecen y no se sabe en qué se convertirán.
EL HECHIZO DE LA VERDAD
Había una vez un duende chiquito y algo travieso. El pequeño duende
que era conocido por todos con el nombre de Casimirín.
El duende que era muy travieso y le encantaba hacer bromear. Solía
hacer bromas pidiendo ayuda a gritos, sin que le hubiera ocurrido
nada. Le divertía ver como los demás corrían en su ayuda y dejaban
todo lo que estaban haciendo. Un día Casimirín gasto está broma a
una brujita.
La brujita se enfadó mucho, había tenido que dejar sus
encantamientos, para nada y decidido dar una lección al pequeño
duende que se divertía engañando a la gente. Así comenzó a decir las
palabras de un hechizo:
– Chirivún, chirivín, chiriván
palabras de engaños no saldrán más
mentir se acabará
– Chirivún, chirivín, chiriván
a partir de hoy palabras de verdad
solo de tu boca saldrán
Con este hechizo, el pequeño Casimirín, solo podría decir la
verdad. De su boca no podrían salir más mentiras. De esta
forma aprenderá el duende, pensó la brujita.
Y esto se convirtió en un gran problema para él, enseguida
comprobó las consecuencias del hechizo. Sus amigos poco a
poco se fueron enfadando con él.
Cuando fue a jugar con el caracol, le dijo que era sucio
baboso y lento y éste se enfadó muchísimo con Casimirín.
Cuando jugaba con su amiga la mofeta le dijo que era sucia y
apestosa y ésta también se enojó muchísimo con el pequeño
duende. Jugando con la tortuga le dijo que era lenta y le
desesperaba tener que esperar y que su caparazón era
horrible.Al mono le dijo que era estúpido y ruidoso.
Casimirín estaba muy disgustado, porque no quería decirles
así las cosas a sus amigos. Así que fue a ver a la brujita y le
contó su problema. La brujita le dijo entonces:
-Casimirín mentir está muy mal, tus bromas no son
agradables. Tienes que aprender a decir la verdad, no es mi
hechizo lo que hace que tus amigos se enfaden contigo, decir
la verdad es bueno, pero tienes que saber decir las cosas sin
hacer daño a los demás.
El duende pensó en lo que la bruja le había dicho y de esta
forma, ya que no podía mentir cambio la manera de hablar
con sus amigos.
Al caracol le dijo que tuviera cuidado con las babas que no
le gustaba mancharse con ellas. A la mofeta le dijo que
porque no probaba a usar colonia eso podía ayudarla a oler
mejor. A la tortuga le dijo que a veces cuando tenía que
esperar no le agradaba que procurará salir antes y así
llegaría antes y al mono le dijo que cuando hacía mucho
ruido era molesto.
De este modo sus amigos comprendieron las palabras de
Casimirín y no se enfadaron con él. Desde entonces el
duende decía siempre la verdad y se sentía mejor sin mentir.
Un día la bruja le contó lo siguiente:
-Creo que ya has aprendido lo importante que es decir la
verdad, y saber decir las cosas sin dañar a los demás. Ahora
te puedo decir yo también una cosa, el hechizo solo duraba
un día, has estado diciendo la verdad porque has aprendido
a hacerlo y no por el hechizo.
FÍN

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