Sei sulla pagina 1di 15

EL PATRIOTISMO

P L A N D E T U TO R Í A Y VA L O R E S
LA LEYENDA DE LA BANDERA
Díganos, señor don Eugenio, ¿Por qué San Martín escogería
para nuestra bandera los colores rojo y blanco?
- Dicen que se los dictó un hermoso sueño del que el
inspirado poeta Abraham Valdelomar ha hecho una bellísima
leyenda que todos los niños peruanos se saben de
memoria.
- ¡Caracolitos de limón! Nosotros no la conocemos.
- Entonces ustedes son unos chiquillos “Pal miche”.
- ¿Qué es eso de “pal miche”? ¿Usted nos ha visto la cara
de ratones?
- Es que sólo los ratones no conocen esa leyenda.
- Bueno. Nosotros somos para la Patria. ¡Y ya está!
- Así me gusta, chicuelos. Ahora mismo voy a contarles
esa leyenda.
- ¡Silencio, compañeros, nadie hable!
- Ustedes saben que habiendo el intrépido Lord
Cochrane acabado con el poderío marítimo español, San
Martín se vino al Perú al mando de una expedición que
desembarcó en la bahía de Paracas, hoy Independencia, el
8 de Setiembre de 1820.
- Sí, lo sabemos.
- Bueno. Una vez en Paracas, que es una pampa inmensa y
arenosa, después de sembrar un arbolito, y mientras el
ejército se preparaba para marchar a Pisco, el General San
Martín, meditabundo y fatigado, recostóse al pie de una
palmera, junto al arbolito de la Libertad que acababa de
sembrar, y se quedó dormido…
- ¿Se quedó dormido?
-Soñó que el solitario mar se llenaba de barcas mercantes
y de guerra y que la inmensa y despoblada pampa se
transformaba, poco a poco, en un país libre, ordenado y
trabajador. Y que cuando este país llegó al máximo de su
progreso, una marcha triunfal resonó por todos sus
ámbitos, y una gran bandera, orgullosa y brillante, apareció
cubriéndolo en toda su extensión.
Sobresaltóse el héroe. Abrió los ojos. Nada nuevo había en
torno suyo. El mar continuaba solitario y tranquilo, la pampa
inmensa permanecía silenciosa y desnuda. Los batallones
estaban listos para la marcha. Pero arriba vio el General…
- ¿Qué vio?
- Esperad un momento. No seáis tan impacientes.
- Díganos usted, ¿Qué vio?
- Yo, yo nada vi, hombre.
- ¿El General?
- Vió una gran bandada de aves, de alas rojas y pecho blanco, que
se dirigían hacía el Norte.
- ¡Dios Santo! Los mismos colores de nuestra bandera.
- Los mismos.
- ¿Qué hizo San Martí?
- Invadió de una santa jovialidad preguntó a los dos grandes
capitanes que le acompañaban…
¿Qué capitanes eran esos?
- El almirante Cochrane y el jefe de estado mayor Las Heras.
- ¿Qué les preguntó?
- ¿Ven aquellas bandadas de aves que se dirige al Norte?
- Sí, General, rojas y blancas,– respondió Lord Cochrane.
- Parecen una bandera, agregó Las Heras.
- Sí, exclamó San Martín, son una bandera. La bandera de la Libertad
que acabamos de sembrar.
Y aquella misma tarde los pisqueños recibían con inmenso júbilo el
decreto por medio del cual San Martín ordenaba que se adoptasen
esos colores para la Bandera del Perú: rojo como el fuego de su amor
por nuestra independencia, blanco cual la pureza de sus intenciones.
- ¡Fuera las gorras, compañeros! ¡Viva el General San Martín!
- San Martín no era partidario de esta clase de manifestaciones a su
persona. Mejor será que unamos nuestras voces para decir lo que él
dijera un día: ¡Viva la Patria! ¡Viva la Libertad! ¡Vida la Independencia!
RESPETO POR LOS SÍMBOLOS
PATRIOS
En una tierra muy lejana, hay un pueblito muy pequeño, pero con una identidad definida, un escudo,
una bandera y, por si fuera poco, un himno que ocupa el segundo lugar entre los más bonitos del
mundo.
La proeza de poseer estos símbolos patrios fue el producto de la lucha de un grupo de hombres y
mujeres que comprometió hasta su última gota de sangre para lograr el objetivo de todos los
habitantes del lejano pueblo: su independencia.
De generación en generación la historia ha llegado de manera fidedigna a todos los pobladores,
prometiendo con esta acción mantener por siempre el respeto a los símbolos patrios. Faltarle el
respeto a estas insignias es un pecado capital en este pueblito. Nadie se atreve a burlar su presencia
en las distintas instituciones donde estos símbolos ostentan el sacrificio de quienes les dieron su
origen. Los ciudadanos de allí tienen claro que la bandera, el escudo y el Himno Nacional representan
su libertad. Sí, una independencia que cobró la vida de un grupo de personas que, por su gran labor,
hoy todavía todos mantienen vivas sus memorias en el lugar.
En aquel lugar cuando un ciudadano ve izando la bandera, se
detiene y, con la mano en el pecho, en posición recta y con
atención, rinde homenaje a este símbolo. Lo mismo sucede
cuando se escucha el Himno Nacional. Todos cantan a la
perfección sus 12 estrofas y, lo mejor, teniendo claro lo que
significa cada una de ellas. Al finalizar el canto patrio, no aplauden;
saben que no procede hacerlo por la solemnidad que implica.
Nadie ve una bandera en mal estado. Hay una comisión
encabezada por miembros de las entidades de Educación y
Cultura que se encarga de dar seguimiento al estado de este
símbolo. Cada cierto tiempo es cambiado en escuelas e
instituciones públicas y privadas, para evitar que el deterioro
atente contra la importancia que representa para los ciudadanos
del lugar.
Un aplauso luego de finalizadas las cuatro primeras estrófas del
Himno Nacional, en un acto “solemne”, le recordó a Don Miguel que
en la República del Perú el respeto por los símbolos patrios es una
utopía.
La acción lo llevó a recorrer en fracción de segundos las muchas
veces en que los dominicanos incurren en el error de aplaudir el
Himno Nacional y, al mismo, tiempo se preguntaba por qué sólo se
entonan algunas estrofas.
Reflexionó de pronto y recordó que en nuestro país no se respetan
los símbolos patrios. Las condiciones deprimentes en las que se
encuentran algunas banderas en las diferentes entidades donde son
enarboladas suman motivos a su parecer.
Pero como el optimismo es una de sus cualidades, entiende que no
hay que mudarse a ese lugar lejano donde sí se respetan los símbolos
patrios.
LA LEYENDA DE OLLANTAY
El general de los ejércitos incas, Ollantay, es un guerrero de origen plebeyo que por sus
excelentes servicios ha sido elevado a la nobleza de privilegio y se le han concedido numerosos
premios. Pero se enamora de Cusi Coyllur (Lucero Alegre o Estrella), hija del Inca Pachacútec (El
restaurador del mundo), amor prohibido, pues de acuerdo a las leyes de Imperio, nadie, salvo
otro de linaje inca, puede casarse con una princesa. No obstante, Ollantay, enceguecido por el
amor, se une a Cusi Coyllur, secreto que comparte la reina madre Ccoya o Anahuarqui.
Pese a los augurios en contra que le da el Huillac Uma o sumo sacerdote, Ollantay decide pedir
al Inca que apruebe formalmente su unión con Cusi Coyllur. Pachacútec le recuerda a Ollantay su
origen humilde y le señala su increíble audacia de querer “subir demasiado alto”; luego,
enfurecido, lo expulsa de su presencia. Cusi Coyllur es encerrada en un calabozo de la casa de
mujeres escogidas o Acllahuasi, donde deberá expiar su falta; allí dará a luz una niña, fruto de su
amor con Ollantay, a la cual llamará Ima Súmac (Bella Niña).
Ollantay, al enterarse que Cusi Coyllur ya no está en el palacio de la
reina madre, cree que ha sido asesinada y decide abandonar el Cuzco,
junto con Piqui Chaqui (Pies de pulga), su confidente y servidor, no sin
antes amenazar con volver y destruir la ciudad imperial. Se instala en la
ciudad que lleva su nombre, Ollantaytambo, donde se atrinchera y se
hace independiente, dispuesto a resistir con las armas a las huestes del
Inca.
El Inca ordena a su general Rumi Ñahui (Ojo de Piedra) que reúna
fuerzas y marche a combatir a Ollantay. Por su parte, Ollantay envía a
su general Orco Huarancca (Mil Montañas) quien tiende a Rumi Ñahui
una emboscada en un desfiladero, derrotándolo. Diez años después el
Inca Pachacútec muere sin haber conseguido su deseo de derrotar a
Ollantay; le sucede su hijo Túpac Yupanqui (El estimado por la realeza).
Mientras tanto, en el Acllahuasi, Cusi Coyllur tiene a su favor a
una de las acllas o vírgenes del Sol, Pitu Salla, pero como fiera
oponente a la dura Mama Caca (Madre Roca), la gobernanta
del Acllahuasi. No obstante haber pasado diez años de férrea
prisión, Cusi Coyllur aun conserva alguna esperanza de salir
de ella. Su hija, Ima Súmac, ha sido criada por Pitu Salla como
una escogida más, pero sin enterársela nada de sus padres; la
niña descubrirá por casualidad a su madre, proponiéndose
desde entonces ir donde el nuevo Inca a fin de pedir
clemencia para ella.
Mientras tanto, Túpac Yupanqui se propone derrotar y
capturar a Ollantay, para lo cual envía a Rumi Ñahui, quien
le promete rehabilitarse de su anterior derrota. Esta vez
Rumi Ñahui decide emplear la astucia: se presenta ante
Ollantay cubierto de heridas y pretende que así lo ha
tratado el nuevo Inca; de esa manera se gana su confianza y
aprovechando una fiesta nocturna, abre las puertas de
Ollantaytambo para dar acceso a sus tropas, las cuales, sin
ninguna resistencia, logran capturar a Ollantay, a Orco
Huarancca y a otros oficiales, que son llevados al Cuzco,
ante la presencia de Túpac Yupanqui.
Éste pregunta a sus consejeros qué debería hacer con los
rebeldes. El Huillac Uma, que siempre hace de pacificador, pide
clemencia; más Rumi Ñahui pide la muerte de ellos. Túpac
Yupanqui aprueba la pena capital; pero a último momento no
solamente perdona a los rebeldes, sino que les confiere
puestos todavía más altos. Ollantay es nombrado general
mayor y lugarteniente del Inca en caso de ausencia de éste por
asuntos bélicos. Orco Huarancca es nombrado jefe del
Antisuyo.
Pero Ollantay tendrá otra dicha más por recibir: su reencuentro con su amada Cusi Coyllur. Ello
ocurre en efecto, gracias a la casualidad: Ima Súmac, desde su niñez valiente, ingresa al palacio
imperial y se arrodilla ante la presencia del Inca, pidiéndole piedad para su madre, encadenada en
lo más recóndito del Acllahuasi. Aunque por el momento no sabe de quién se trata, el Inca se
interesa por el asunto y junto con Ollantay se dirige al Acllahuasi, donde encuentran a la mujer
prisionera, que más que persona les parece un espectro cubierto solo por su larga cabellera.
Finalmente el Inca reconoce en ella a su hermana (lo que es una bonita anagnórisis) de cuyos
labios oye su penosa historia. Entonces Túpac Yupanqui, magnánimo, la libera y allí mismo la
desposa con Ollantay, terminando así, con final feliz, el drama inca.

FIN

Potrebbero piacerti anche