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El apóstol Pedro es quien nos da una de las claves más sencillas, como es
tan habitual en él, para entrar en una consideración profunda de la
importancia de la predicación:“A éstos se les reveló que no para sí
mismos, sino para nosotros, administraban las cosas que ahora os son
anunciadas por los que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo
enviado del cielo; cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles.” (1ª Pedro
1:12).
El apóstol Pablo destaca estos aspectos en su Primera Carta a los
Corintios:“Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor
y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras
persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del
Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la
sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.” (1ª
Corintios 2:3-5).
Pablo manifiesta que la substancia de toda
su predicación radica en “Jesucristo, y en
Cristo crucificado.” (1ª Corintios 1:23;
2:2).
El predicador idoneo