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Texto: A. Londoño Adaptación: S. Conde C.

INTRODUCCION
La palabra espiritualidad abarca una gama amplia de significados: reflexión crítica,
oración y contemplación, praxis y misión. En cambio, el apelativo de ecológica hace
referencia al contacto con la naturaleza y al modo fresco, espontáneo, verde. Así hemos
escrito estas reflexiones y así deseamos que sean leídas.
El primer paso de una espiritualidad ecológica no es leer, sino salir. Salir y ponerse en
contacto con la naturaleza, contemplarla. Dejar que nos impresione, sentirla, palparía,
percibirla.
A partir de esta tranquila contemplación o mirada detenida como significa el verbo
latino contemplare, buscamos llegar a una praxis, vocablo de origen griego, que ha
pasado a significar reflexión y acción. No sólo activismo, sino actuar con una conciencia
crítica. Deseamos, por eso, que la lectura de estas páginas despierte sospechas de
cómo la vida actual ha tomado derroteros equivocados que nos llevan a catástrofes
personales y colectivas.
Al ofrecer algunas sugerencias, aspiramos a que la lectura y reflexión no se queden en
la teoría, sino que se busquen canales de vivencias y acciones concretas. Deseamos que
el lector viva una experiencia personal o grupal de contacto con la naturaleza, de la cual
vayan surgiendo la oración y los compromisos sociales, con la misma naturalidad con
que crecen las plantas, sin afanes y gracias a los aportes del agua y de la tierra.
Alejandro Londoño
Nuestro cuerpo necesita alimentación. Nos preocupamos por
comer cuando sentimos hambre. Estudiamos y calculamos qué
alimentos nos caen mejor y cuáles nos nutren más.
Nuestra mente y nuestro espíritu también requieren alimentarse.
Una de las formas más usuales es la lectura. Los libros nos
proporcionan ideas inspiradoras y nos animan a pensar.
Pero los libros no son todo. La belleza de la naturaleza, la armonía de la
buena música y el misterio del silencio también son alimentos
irremplazables. Y cuanto más sumergidos vivimos en la cultura de lo
desechable, del ruido y de la superficialidad, tanto más urgente se nos
hace el buscar otras alternativas.
Un paseo por el campo, detenernos a escuchar el sonido del viento, el
canto de las aguas, una mirada a las nubes caprichosas y vagabundas,
son momentos valiosos de reposo y de enriquecimiento del espíritu.
Estas páginas no quieren reemplazar el contacto vivo con las
plantas, con las flores, con la lluvia, con el sol. Son una simple
invitación a salir; a gozar del universo que Dios nos ha regalado.
Tampoco son una excusa para encerrarnos en nosotros mismos y no ser
solidarios con los demás. Qué doloroso ver campesinos desplazados y recién
llegados a las ciudades, condenados a vivir en bloques de cemento y apri-
sionados por estrechos callejones de asfalto. Esta contemplación de la
naturaleza debe hacernos pensar en ellos, para realizar acciones efectivas de
justicia social.
El contacto con la naturaleza puede jugar un papel trascendental en
nuestra vida y ser fuente de espiritualidad. Siguiendo la analogía de la
alimentación, se trata de recuperar el apetito espiritual, quizá
bloqueado por el smog de la ciudad y la monotonía de la vida.
En la ciudad amanece en cuestión de momentos. Nos levantamos,
nos arreglamos, desayunamos y salimos a la calle. Pero no sentimos
el amanecer como lo sienten las personas del campo.
Igual pasa por la noche: cenamos, vemos televisión, nos acostamos,
quizá leyendo o escuchando radio. Después apagamos la luz y llega la
oscuridad. Tampoco hemos sentido cómo llega la noche.
En el campo no es así. Desde antes de salir el sol, los campesinos gozan
de momentos especiales: los primeros resplandores anuncian el nuevo
día y la naturaleza toda comienza a despertar pausadamente; las nubes
van cambiando de color; los gallos y los pájaros se alegran y celebran la
llegada del nuevo día.
El fenómeno del atardecer también es lento y majestuoso. Primero son
los árboles y los paisajes los que van cambiando de colores. Después las
nubes nos reclaman la atención con los mágicos arreboles. En el
firmamento las estrellas y los luceros van apareciendo, principiando por
los más potentes a nuestra vista.
Luego los animales entran en escena, comenzando por los pajaritos que
aterrizan en las ramas de los árboles buscando hospedaje. Los cocuyos y
las luciérnagas, encienden sus luces fosforescentes. Las lechuzas y los
buhos abren los ojos y empiezan su vida nocturna, espiando el contorno
para ganarse la vida.
La naturaleza misma nos enseña que la vida se da con procesos. No es sólo el
nacer y el morir del día. También la vida de las plantas y de los animales goza
de sus propios ritmos. Muchas violencias antiecológicas se originan porque nos
olvidamos de esta ley y queremos violentarios procesos. Dice el proverbio
chino que el arroz no va a crecer antes por más que lo halemos hacia arriba.
Por motivos económicos, forzamos la naturaleza a producir más rápido y
con mayor abundancia, con efectos desastrosos a la larga. Nos
empeñamos a que la gente madure psicológicamente, sin esperar a que
viva etapas de maduración, también con malos resultados. ¿Por qué no
aprendemos de la sabiduría de la naturaleza a esperar con calma?
Hay nubes juguetonas, nubes amenazadoras y nubes coquetas. Hay
nubes complicadas y nubes sencillas. Hay nubes alegres y hay nubes
tristes. Ésta es una manera distinta a aquella de catalogarlas como
cirros, cúmulos, estratos, nimboestratos, etc.
La primera clasificación no está en las nubes cuanto en nosotros
mismos. Somos nosotros los que estamos alegres o tristes, los que
nos sentimos amenazados o descubrimos picardías en ellas. La nube
que para un habitante de la ciudad es amenazante, para el
campesino es una bendición. La nube que para una persona
optimista es risueña, quizás no lo sea para una persona pesimista.
Cuando éramos niños, mirando al firmamento descubríamos elefantes, patos,
países, figuras geométricas. Entonces éramos más poetas que ahora. Una niña,
cuando la mamá le propuso colorear la nube de un cuaderno de dibujos para
tenerla ocupada le contestó: "No, mamá, ésa no es una nube, ésa es la casa del
sol". Sabía de poesía.
Ya de adultos, nos interesan las nubes por motivos más pragmáticos:
para saber si va a llover; para que las cosechas no se pierdan o para que
no haya racionamientos de agua. Incluso porque comprendemos la
importancia e influjo para la conservación de los ecosistemas. Todos
motivos muy válidos.
Pero qué bueno sería no perder la capacidad de contemplarlas gratuita y
cariñosamente. Qué bueno sería ser capaces de gozar; mirándolas cuando se
integran con los paisajes, cuando las vemos posadas en las montañas y formando
una cierta y misteriosa convivencia con ellas. O como cuando las miramos
desflecarse en el horizonte. O cuando nos transmiten los mensajes del sol en el
momento en que éste se pierde en el ocaso o aparecen por la mañana al
levantarse.
Las nubes, en ocasiones, nos sirven como tranquilizantes en las crisis
existenciales. ¿Para qué preocuparnos más de la cuenta? A veces no vemos el
sol, pero sabemos que está detrás de las nubes. Nuestros ideales parecen
oscurecerse, el mismo Dios parece desaparecer Pero no, ahí está, como el sol
detrás de las nubes. Somos nosotros los que flaqueamos y a los que nos falta
fe.
Texto: A. Londoño Adaptación: S. Conde C.
Los cantos de los pájaros son bien diferentes: el tono tierno y
melancólico de la tórtola es distinto al musical de un turpial o
de un sinsonte; el tono firme e impersonal de un paparote es
diferente al clásico y melodioso de un canario, o al bullicioso y
dicharachero de un perico.
Los cantos del viento son distintos si éste toma como
instrumento de resonancia un bosque o un sembrado de
caña.
Qué grato es diferenciar la sinfonía que nos ofrece un
pinar, un bosque de eucaliptos o uno de guaduas.
Es muy probable que si escucháramos más estas melodías que
gratuitamente nos ofrece la naturaleza, nos volviéramos más
exigentes en cuanto a la música comercial.
De seguro aprenderíamos a valorar más las obras musicales
en donde reina la armonía, el ritmo delicado y artístico, que
esas otras en donde sólo se refleja el desorden de una
civilización neurotizada y mercantilista.
Unas canciones responden a la armonía del universo,
otras al desorden estructural e incluso psicológico de la
civilización de consumo.
Cuando hacemos el esfuerzo por distinguir los diferentes
cantos de los pájaros, quedamos admirados.
Comprendemos entonces que hasta ese momento nos
habíamos limitado a oír, pero no a escuchar la naturaleza.
Estamos ante un ejercicio bien enriquecedor: ¡pasar del
simple oír al escuchar!
El siguiente paso, que aún podemos dar; es del escuchar
al percibir con cariño. Nos puede parecer complicado.
Pero qué gratificante es percibir el silencio de la naturaleza, la
armonía de sinfonía total del universo, la presencia silenciosa de
Dios que sustenta todo lo existente.
Texto: A. Londoño Adaptación: S. Conde C.
MÁS ALLÁ DEL SIMPLE VER . . .

Cuántas personas, al entrar en contacto con la


naturaleza no pasan de la simple acción de ver.
Frente a un bosque, rico en colorido, sólo ven un color
verde difuso.
Cuando se les sugiere que observen con atención y
cuenten los distintos matices que ven, se quedan
estupefactas, boquiabiertas, pasmadas.
Lo mismo les sucede en un jardín con relación a las flores:
sólo ven algunos colores diferentes, pero nunca se les ha
ocurrido detallar los artísticos o curiosos dibujos que se dan
en cada pétalo, en cada hojita.
Este trabajo de observación requiere en nosotros un esfuerzo grande,
pero con el tiempo despierta profundos dinamismos y nos capacita para
concentrarnos, para mirar con cariño, para dejarnos impresionar y
permitir que la naturaleza nos impacte a través de esa gama tan
delicada de matices.
Interiormente iremos sintiendo una gran emoción, una paz
profunda, una alegría inmensa. Es como si en lugar de
dominar nosotros la naturaleza, ésta nos fuera dominando,
venciendo y deslumbrando.
Estos sentimientos son señal de haber pasado del simple ver
al mirar. Y esto es admirable. Es como si cambiáramos una
televisión en blanco y negro por una a colores. Y qué bueno
seria que lograran dar un paso más: del mirar, pasar al
admirar.
Si los místicos pasan horas y horas contemplando la obra del
Creador, ¿por qué nosotros no gastamos unos minutos y nos
dejamos alguna vez maravillar por ésta, aunque no seamos
capaces de entrar en oración profunda como ellos?

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