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ÉTICA Y CIUDADANÍA

SEMANA DOS

LA ESFERA DE LOS VALORES

Dra. Noemí Vizcardo Rozas


LA ESFERA DE LOS VALORES

La palabra misma y sus derivados, como valioso, sugieren algo


sumamente importante e interesante. Estas expresiones nos atraen casi
por instinto: parecen comunicar algo fundamental, algo que yace en la
raíz de nuestra experiencia.

Pero, a pesar del atractivo de la palabra, es difícil explicar exactamente


qué entendemos por «valores».
LA ESFERA DE LOS VALORES

Precio y valor
En términos económicos, «valor» es un concepto fácil de entender. Está estrechamente
ligado al «precio» y tenemos la suerte de contar con un medio de intercambio, el dinero,
que permite colocar toda propiedad o servicio en una escala universal de valor: basta
comparar el precio de dos artículos para determinar cuál es más «valioso».

Esto es comprensible en un sistema económico. Pero, ¿se puede aplicar sin más al campo
de los valores humanos? La vida nos ofrece muchos valores a los que no podemos pegar
una etiqueta con el precio. ¿Cuánto pagaríamos por una familia sólida y unida? ¿Cuánto
podría costar un amigo leal, un socio honesto...? «No puedo comprar amor con dinero»,
cantaban los Beatles. Todos estos valores: humanos, religiosos, morales..., ¿pueden
basarse en el mismo principio subjetivo del deseo personal?
LA ESFERA DE LOS VALORES

• Muchos dirán que sí. De hecho, el modelo económico es el que


prevalece cuando se habla de valores en la sociedad moderna. Se
consideran como un asunto personal, un producto de los deseos y de
las preferencias individuales o colectivas.

• Esto permite calificarlos como buenos o malos, profundos o


superficiales, superiores o inferiores.
LA ESFERA DE LOS VALORES

• En definitiva, el problema es saber si hay en la vida algunas cosas que


realmente son mejores que otras y si vale la pena luchar por algunas cosas y
por otras no.

• Si todo es arbitrario, si dan lo mismo la honestidad y la deshonestidad, la


guerra y la paz, la educación y la ignorancia, entonces no tiene sentido
hablar de valores desde un punto de vista objetivo.

• En las cosas de poca monta, los valores pueden variar. En cambio, cuando
hablamos de valores humanos, es decir, ligados a nuestra naturaleza
humana, hay necesariamente una mayor estabilidad. Salir a correr por las
tardes o hacer dieta puede ser cuestión de moda; la salud es siempre un
valor de la persona humana.
LA ESFERA DE LOS VALORES

• La segunda dificultad estriba en colocar todos los valores en el mismo nivel como si
fueran conmensurables: pasarlos por el mismo rasero. En economía esto funciona
bien: todos los productos de consumo están en una escala común porque se miden
por su valor monetario.
• Los valores humanos no pueden someterse al mismo mecanismo. La sinceridad, por
ejemplo, no puede compararse con un buen almuerzo. La sinceridad y la comida son
valores, pero en niveles esencialmente diferentes. Lo que cuenta de verdad.

• Los genuinos valores se basan no sólo en el factor subjetivo del deseo, sino también
en el elemento objetivo de su mérito intrínseco. Podríamos decir, como definición
metodológica, que un valor es un bien que es reconocido y apreciado como bien, o,
más brevemente. Es un bien para mí.
LA ESFERA DE LOS VALORES

Se pueden distinguir claramente dos dimensiones:

(1) un valor debe ser algo bueno (dimensión objetiva), y

(2) yo debo reconocer su bondad para mí (dimensión subjetiva).

Las dos son esenciales.

Nada podrá atraerme o motivarme para actuar si yo no reconozco o aprecio en ello un


bien para mí.
Por tanto, no será un valor para mí. Nicolás Maquiavelo, gran escritor y político del
Renacimiento y autor de «El Príncipe», no apreciaba la honradez porque la veía como
obstáculo para un gobierno eficiente.
Así, la honestidad -algo de por sí bueno- no constituyó un valor para su vida, porque
no fue capaz de reconocer su bondad.
LA ESFERA DE LOS VALORES

Por otra parte, un verdadero valor debe ser objetivamente bueno. Podemos
sentirnos atraídos por algo que parece un bien, pero que en realidad no lo es.
Aunque algunos drogadictos deseen la heroína apasionadamente, ésta no
podrá ser un verdadero valor porque los daña como personas.

Así pues, los valores no son puramente objetivos, independientes de la


persona; pero tampoco son puramente subjetivos, mero fruto de los propios
deseos.
Se requieren los dos factores. Recordemos la sentencia de Shakespeare: «No
todo lo que brilla es oro». No todo lo que parece bueno es bueno.
LA ESFERA DE LOS VALORES

La crisis de la modernidad

La idea de que los valores son una creación individual se remonta a las teorías de varios
filósofos existencialistas como Nietzsche, Heidegger, Sartre, de Beauvoir y Polin. También está
presente en diversas escuelas psicológicas, especialmente en Carl Rogers y Abraham
Maslow. De los años sesenta a los ochenta, esta corriente ideológica se infiltró en el sistema
educativo americano hasta llegar a ser el modelo más popular.

En las escuelas, más que enseñarse a los alumnos a reconocer los verdaderos valores y a
ponerlos en práctica, se les instaba a «esclarecer» sus propios valores sin hacer mucho caso
de la realidad objetiva. Se exigía a los profesores, además, que propiciaran una mentalidad
abierta en los alumnos, dejando de lado los prejuicios y las imposiciones cuando se trataba de
valores. Se aplicó esta técnica por igual al hablar de la ética sexual, del respeto a los propios
padres y a la autoridad, del uso de drogas, del aborto, de la eutanasia y de otras cuestiones de
la vida humana.
LA ESFERA DE LOS VALORES

Los efectos han sido tan vastos y asoladores que muchos ya no logran
distinguir sencillamente entre lo bueno y lo malo, entre lo justo y lo
injusto. Como ha dicho recientemente el escritor francés André
Frossard: «La primera premisa de la modernidad es que no hay valores,
ningún valor en absoluto; sólo hay opciones y opiniones». Esto equivale
a decir que se ha perdido el sentido de la objetividad de los valores,
para fijarse sólo en los valores que cada uno se cocina por su cuenta.

Aunque la sociedad moderna quiere proclamarse totalmente imparcial


ante los valores, existen, con todo, al menos dos valores que suelen
presentarse como absolutos: el valor de la tolerancia y el valor del
pluralismo.
LA ESFERA DE LOS VALORES

¿Tolerancia auténtica, o un sucedáneo barato?


La tolerancia es, sin duda, un gran bien, pero no es el único bien. La tragedia empieza cuando
se llama tolerancia a lo que en realidad no lo es. Muchos consideran tolerancia lo que no es
más que indiferencia o escepticismo.

La indiferencia consiste en no preocuparse, ni siquiera interesarse, por los demás. «Cada uno
puede pensar lo que quiera, con tal que no perjudique a nadie» -especialmente a mí-. Voltaire
identificó la tolerancia con lo que, en lenguaje actual, se dice: «no te metas en lo que no te
importa». Santo Tomás de Aquino era para él un intolerante porque se atrevió a desear en sus
escritos que todo el mundo fuese cristiano. Pero para santo Tomás aquello era lo mismo que
desear que todo el mundo fuese feliz.
¿Alguno consideraría intolerancia desear que todo el mundo goce de buena salud o sea bien
educado -aunque esto implique «intolerancia» contra la enfermedad y la mala educación-?
La verdadera tolerancia de ninguna manera implica indiferencia en relación con nuestro prójimo.

LA ESFERA DE LOS VALORES

El escepticismo, por otra parte, consiste en dudar de la existencia de la


verdad o, al menos, de nuestra capacidad para encontrarla.
Relega los valores personales al ámbito de la «opinión», que se
contrapone al de los «hechos». Los hechos se pueden mostrar; las
opiniones son una cuestión personal y es mejor reservarlas para uno
mismo.
La confusión se origina en gran parte por no distinguir entre el respeto a
alguien y el respeto a las ideas de alguien.
El solo hecho de que seas persona humana, creada por el amor de
Dios a su imagen y semejanza, me basta.
LA ESFERA DE LOS VALORES

Pero, ¿y las ideas? Las hay de todos tamaños, colores y sabores: verdaderas
y falsas; ridículas y serias, brillantes y aburridas, diabólicas y divinas. Te
respeto y defiendo tu derecho a seguir tu conciencia porque Dios te ha hecho
libre y digno de respeto. Pero no dudaré en sopesar tus ideas para escudriñar
su propio valor. Algunas serán aceptables; otras quizá tendrán que ser
rechazadas.

La auténtica tolerancia no exige que abandonemos nuestras convicciones, sino


que respetemos la inviolabilidad de la conciencia ajena y su derecho a seguir
sus creencias. Implica también reconocer como intrínsecamente malo el uso
de la fuerza para cambiar el modo de pensar de alguno, aunque estemos
ciertos de que está equivocado.
LA ESFERA DE LOS VALORES

Ahora bien, no es correcto decir que las teorías verdaderas son


«toleradas»; se aceptan, más bien, porque son razonables, por su
propio peso. Los errores, en cambio, algunas veces son tolerados en
vista de un bien mayor.
El considerar la tolerancia como valor absoluto conlleva finalmente un
serio problema: no se puede tolerar cualquier cosa.
George Bernard Shaw escribió: «Podemos hablar de tolerancia como
queramos, pero la sociedad siempre tendrá que trazar en alguna parte
una línea divisoria entre la conducta aceptable y la locura o el crimen».

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