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El chico de la última fila

En esta obra se aborda la relación entre el creador de la obra y sus criaturas.


Este tema ya había sido abordado por Unamuno en Niebla cuando el
personaje de Augusto Pérez acude a ver a su autor, Unamuno, para
confesarle que piensa que va a suicidarse. Sin embargo, Unamuno le
contesta que él no puede hacer eso, ya que no tiene vida propia y depende
de su voluntad, ya que el autor, como Dios, es el que dispone de su vida. En
esta obra el autor es Claudio que crea una serie de personajes: Rafa padre,
Rafa hijo, Ester, Claudio y Germán que se sitúa en el mismo plano que él y
cuyas vidas se cruzan gracias al ingenio creador de Claudio. En este caso, el
creador está al mismo nivel que sus criaturas, no es la relación Dios-hombre
de la obra de Unamuno.
Uno de los grandes temas de la obra es el punto de vista, concepto que
Germán les explica al principio de curso, y desencadenará toda la acción, ya
que a partir de esta explicación comienza a escribir Claudio:”Intente
explicarles la noción de punto de vista” afirma Germán.
Y este tema está presente a lo largo de toda la obra. Por ejemplo se ve en
las contradicciones de Juana al juzgar lo que escribe Claudio y su opinión
sobre las obras que exponen. Así, emite juicios sobre el texto de Claudio:
dice que es un texto cruel, un texto de cotilleo; sin embargo no sabe valorar
de la misma manera las diferentes obras que se le ofrecen para la
exposición. Por ejemplo, juzga de mal gusto que Claudio hable de la familia
de Rafa y que flirtee con su madre; pero en cambio dice que es arte las
muñecas hinchables con las caras de los dictadores.
Germán le insiste a Claudio sobre la importancia del punto de vista a lo
largo de toda la obra. Y Claudio observa a sus personajes desde distintos
puntos: al principio miraba la terraza de la casa de Rafa desde un banco del
parque; luego, con la disculpa de ayudar a Rafa con los ejercicios de
Matemáticas entra en su casa. Luego es él quien observa desde la terraza
de la casa de Rafa el parque donde se encuentra el banco desde el que se
imaginaba la vida de la familia de los Artola.
En la casa, Germán observa las acciones y diálogos de la familia desde
diferentes lugares: desde la habitación de Rafa, el salón, la entrada donde
se encuentran los cuatro cuadros, e incluso, llega a entrar en la habitación
de los padres de Rafa.
Muy importantes son las reflexiones sobre el arte que surgen de los
diálogos entre Germán y Claudio, cuando le hace una serie de
observaciones y consejos para mejorar su obras: “la primera pregunta que
debe hacerse un escritor es: ¿para quién escribo?”; “Lo difícil es mirarla [a
una persona] de cerca, sin prejuicios sin condenarla a priori […] Mostrar la
belleza del dolor humano, eso solo está al alcance de un verdadero artista”.
“Ya se sabe que la clase media es fea, banal, estúpida. También lo era la
aristocracia rusa, pero Tolstoi se las arregló para escribir Ana Karennina. Y
Dostoievski? Hacer de personas vulgares personajes inolvidables. Peo si lo
que tú quieres es ser caricaturista… ¿Es eso lo que quieres ser, un
caricaturista?”.
“¿Tolstoi o Dostoievski? Esa es la pregunta, la que resume todas las demás”.
“Un personaje desea algo, pero encuentra problemas […] rivales, enemigos,
antagonistas […] A veces el conflicto es consigo mismo […] luchas en el
corazón del personaje. Aquiles ¿marcho a Troya o me quedo con mi amada
Deidamia? El lector se pregunta si el héroe superará sus dificultades y
conseguirá su objetivo. […] El lector es como el sultán de Sherezade: si me
aburres, te corto la cabeza. Pero dale una buena historia y el sultán te
entregará su corazón. […] La gente necesita que le cuenten historias. Sin
cuentos la vida no vale nada”.
“Ya no necesitas estar allí para escribir. Imagina”.
“Creía que se trataba de eso, del paso de un chico a la madurez. Pero ahora
no estoy seguro de qué estás haciendo”.
“Confía en el lector, él completará. No describas el estado de ánimo del
personaje, haz que lo conozcamos por sus acciones.[…] Ese es el secreto de
una buena escena: llevar la acción mansamente y, de pronto, golpear al
lector.”
“El título compromete. El título establece un pacto con el lector. El título le
(lector) orienta acerca de qué ha de valorar, en qué ha de fijarse”.
“Claudio tienes un serio problema con este personaje (Rafa hijo) […] hasta
ahora es un personaje sin conflicto.
“Hay demasiada Ester. […] La (cosa) que más odio es la manipulación
sentimental del lector. Buscar las lágrimas del lector: no hay nada más
despreciable.”
“¿La manzana es un símbolo?, ¿un puto símbolo?, o ¿es solo una manzana?
[…] ¿Quieres acabar de redactor de catálogos de arte? […] Es la peor
alianza: artistas sin talento y escritores corruptos.”
“El arte debe iluminar el mundo, no extender la confusión” (refiriéndose al
monólogo interior).
“No, no es verosímil. Tiene fuerza, pero no es verosímil. […] si no es
verosímil, no vale, aunque sea verdad.
“¿Sabes cuáles son los dos rasgos del buen final? El lector tiene que decirse:
no me lo esperaba y, sin embargo, no podía acabar de otra manera. Ese es
el buen final. Necesario e imprevisible. Inevitable y sorprendente.”
A todos estas observaciones Claudio contesta que ha hecho lo que le ha
mandado Germán, al que llama maestro: “Hago lo que usted me manda,
maestro:” “Usted dijo que los mirase de cerca. Cuanto más de cerca los
miro es peor. Escribo lo que veo”.
Parece que el objetivo de Claudio es superar al profesor, en varios pasajes
se compara a los dos personajes: “A tu edad ya era así (Germán). Tú me lo
recuerdas mucho. Te gusta leer, y escribir. Qué infeliz vas a ser.” Y al final,
parece conseguirlo, Germán cree que su relato es una historia real, es decir,
que Claudio ha logrado todos los objetivos para escribir un buen relato. De
tal manera que cuando le pega una bofetada, ha alcanzado su meta: que el
profesor se crea su historia, y entonces, ahora si ha llegado el final del
relato. “No vuelvas a acercarte a mi mujer. Si vuelves a acercarte a ella te
mato”. “Germán le da una bofetada a Claudio. Silencio. Ahora sí, maestro.
Es el final.
Otro tema que parece importante es el hecho de que no se puede escribir
de algo que no se sabe, solo imaginándolo. Para escribir una buena historia
hay que vivirla, documentarse. Así Claudio asegura: “Lo he intentado, pero
no me sale. Necesito verlos”. “Cuanto más de cerca los miro es peor. Escribo
lo que veo.” De hecho, Claudio pensaba titular su obra Números
imaginarios, pero al final, aconsejado por Germán le da el título de El chico
de la última fila.
También juega su importancia el título de la obra. Varias son los
comentarios acerca del mismo: “¿No ha pensado en cambiarle el nombre?
(El laberinto del Minotauro) Da miedo.” Teníamos que cambiar el nombre.
El laberinto del Minotauro. Yo creo que ese nombre asusta ala gente. ¿Qué
te parece esto?”. “El título compromete. El título establece un pacto con el
lector”.
La intención de Claudio es superar a su profesor. A lo largo de la obra se
destacan los parecidos entre los dos. Yo también me sentaba en la última
fila; “A tu edad (Germán) ya era así. Tú (Claudio) me lo recuerdas mucho. Te
gusta leer, y escribir. Qué infeliz vas a ser”.
En un momento en el que le dos conversan sobre la historia de Claudio,
Germán le reconoce que él también probó suerte con la escritura: “Lo
intenté. Hace años. Hasta que me di cuenta de que no era lo bastante
bueno”. Claudio sigue los consejos que le da Germán, hasta que este último
se cree real su historia. Es el momento en que los dos, sentados en el
banco, comienzan a imaginarse lo que podría estar pasando en las terrazas
de la casa que ven y, finalmente, Germán, acaba creyéndose la historia de
Claudio y le advierte de que si se acerca a su mujer lo mata. Entonces, es
cuando Claudio da por concluida su historia. Ya que hasta ese momento,
Germán consideraba que lo que escribía Claudio era fruto de su
imaginación y talento.
Podemos ver a lo largo de la obra diferentes formas de entender el arte.
Parece que la preferida por Germán, la cual transmite a Claudio con sus
observaciones, es aquella que se basa en escribir sobre lo que uno ve,
conoce informándose sobre ella, que es una copia, pero con los cambios
producto de la imaginación y que no necesita de grandes personajes, sino
personajes normales en su vida diaria. “Les envía una foto y ellos lo copian.
No una copia exacta, sería ilegal, con pequeños cambios.”; “Ya no necesitas
estar allí para escribir. Imagina. Lo he intentado, pero no me sale. Necesito
verlos”. ; “La manzana ¿es un símbolo?, ¿un puto símbolo?, ¿o es solo una
manzana? […]quieres acabar de redactor de catálogos de arte. Mira, ya
sabes lo que pienso de la literatura simbólica. No entiendo símbolos.” “No,
no es verosímil […] Tiene fuerza, pero no es verosímil. No será verosímil,
pero es verdad. Es lo que pasó. Si no es verosímil, no vale, aunque sea
verdad”.

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