(Adaptado de Joël Dor) […] El “Yo” (Je) del enunciado que se fija en el orden del discurso tiende a ocultar cada vez más al sujeto del deseo.
Y esto va a constituir una objetivación imaginaria del sujeto,
quien no tiene otra salida más que identificarse cada vez más con los diferentes “representantes” que lo actualizan en su discurso.
Allí comienza un desconocimiento total de lo que él es
desde el punto de vista de su deseo. Los múltiples “representantes” en los que el sujeto se pierde tienden a condensarse en una representación imaginaria que será, en adelante, la única que el sujeto podrá darse a sí mismo, la única a través de la cual podrá captarse.
Esta objetivación imaginaria del sujeto con respecto a sí
mismo es el Yo (Moi). Por lo tanto decir que el Yo (Moi) se cree el Yo (Je) es mostrar con exactitud la captación imaginaria a la que el ser hablante está cada vez más atado. Como el Yo (Moi) es una construcción imaginaria a través de la cual el sujeto se objetiva a si mismo, pro medio de sus propios representantes, toda la subjetividad está invadida por una paradoja.
El Estadio del espejo constituye la fase inicial de la
evolución psíquica en la que el niño se sustrae de la relación dual con la madre. El esbozo de subjetividad que se produce a través d ela conquista de la identidad originaria permite al niño iniciar su promoción subjetiva hacia el acceso a lo simbólico gracias a lo cual pondrá fin a la relación especular imaginaria con la madre.
Semejante economía paradójica encuentra su expresión
más acabada en esta fórmula de Lacan: “el drama del sujeto en el verbo es que allí experimenta su falta de ser”; Es decir, una falta de ser que en este caso hay que comprender como del ser del deseo, en función del desconocimiento que el sujeto experimenta con respecto a si mismo a través del orden significante.
[…] La identificación del niño con su imagen en el
espejo es posible en la medida en que se apoya en un cierto reconocimiento del Otro (la madre). El niño solo se reconoce en su propia imagen en la medida en que presiente que el otro ya lo identifica como tal.
De esta manera, la mirada del otro le afirma que la
imagen que percibe es realmente la suya.
En este sentido, el advenimiento de la subjetividad que se
esboza al nivel del Estadio del espejo deja ver cómo el Yo, como construcción imaginaria, aparece indefectiblemente sometido a la dimensión del otro. La relación del Yo con el otro podría considerarse en cierto modo, como análoga a la relación que existe entre el lenguaje y el habla.
Esta analogía ilustra el problema fundamental de la
alienación del sujeto en el Yo, como consecuencia del acceso al lenguaje, cuyo principio es analizado por Lacan en el célebre Esquema L de la dialéctica intersubjetiva. ESQUEMA L DE JACQUES LACAN S: es el sujeto en “su inefable y estúpida existencia”. Se trata del sujeto atrapado en las redes del lenguaje y que no sabe lo que dice. Pero a pesar de estar en la posición S, él no se ve en ese lugar.
“Él se ve en o y es por eso que tiene un yo. Él puede creer
que ese yo es él, todo el mundo está en lo mismo y no hay manera de salir”. Aquí hay una referencia explícita al Estadio del espejo y a la conquista de la identidad a través de una imagen, vivida primero como imagen de otro y luego asumida como imagen propia.
Bajo la forma del otro especular, el sujeto percibirá también al
otro, es decir, a su semejante, situado en o’ en el esquema.
La relación que el sujeto mantiene consigo mismo está
siempre mediatizada por una línea de ficción: el eje o o’. La relación entre S y o (yo) depende de o’, e inversamente, la relación que el sujeto mantiene con el otro (o’), su semejante, depende de o.
Se puede hablar entonces de una dialéctica de la
identificación de uno con el otro y del otro con uno.
El cuarto término del Esquema L es el símbolo O = el
Otro. Junto al plano simétrico del Yo y del otro existe, en efecto, un plano secante O S, al que Lacan llama el muro del lenguaje.
Para comprender la función de este último término hay
que dilucidar previamente lo que sucede cuando un sujeto se dirige a otro: Dice Lacan: “Cuando un sujeto habla con sus semejantes, habla con un lenguaje común para el que los Yo imaginarios no solo son ex – sistentes sino también reales. Al no saber lo que es en el campo en donde tiene lugar el diálogo concreto, se relaciona con un cierto número de personajes, o o’. Por más que el sujeto los relacione con su propia imagen, aquellos a quienes él habla son también aquellos con los que se identifica” (Lacan, Seminario 2; 25 de mayo de 1955). Cuando un sujeto se comunica con otro sujeto, la comunicación (“el lenguaje común”) siempre está mediatizada por el eje imaginario o o’.
En otros términos, cuando un sujeto verdadero se dirige
a otro sujeto verdadero, sucede que en función de la división operada por el lenguaje, se trata de un Yo que se comunica con un Yo distinto, pero semejante a él.
De esto resulta que hablarle a otro se convierte
inevitablemente en un diálogo de sordos. La mediación del lenguaje, que eclipsa al sujeto, hace que cuando S se dirige a otro verdadero, nunca llega a él directamente.
Ese Otro verdadero está situado, en efecto, del otro lado
del muro del lenguaje, así como el sujeto S se encuentra, por su parte, fuera del circuito de su verdad de sujeto por este orden del lenguaje.