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Fobia específica: dsm-5 y cie-10

El DSM-5 (APA, 2013) define la fobia


específica como un trastorno que se
caracteriza por la presencia de una
reacción de miedo o ansiedad intensa
circunscrita a la presencia de una
situación u objeto particular (estímulos
fóbicos).
El manual establece tres tipos
de trastornos por ansiedad
por características fóbicas:
fobia específica, trastorno de
ansiedad social (fobia social)
y agorafobia.
El diagnóstico de fobia específica no puede realizarse
cuando hay otro trastorno por ansiedad capaz de abarcar
las manifestaciones fóbicas; por esta razón, una buena
parte del diagnóstico diferencial se relaciona con dichos
trastornos.
El trastorno de ansiedad social (fobia social), como ya se
indicó, comparte la mayor parte de las características de las
fobias específicas.
El método de evaluación más ampliamente
utilizado
en los contextos clínicos para la fobia específica
es sin duda el autoinforme, ya sea en forma de
entrevistas, autorregistros, cuestionarios o escalas.
Por medio del autoinforme la persona puede
ofrecer
información relevante sobre su conducta motora,
de
forma cuantitativa
La mayor parte de los tratamientos que se han
mostrado eficaces para las fobias son de tipo
cognitivo-conductual (Capafóns, 2001). Estos
tratamientos implican algún tipo de exposición a
los estímulos temidos ya que de las teorías
explicativas conductuales se desprende que dicha
exposición en ausencia de las consecuencias
temidas tendrá como resultado la extinción de las
reacciones fóbicas
Complemento para el tratamiento
de exposición. Los fármacos empleados en
el caso de las fobias específicas como
complemento
terapéutico típicamente han sido las
benzodiazepinas
y los betabloqueantes.
Los estímulos o las situaciones fóbicas pueden
ser muy variados, pero en la actualidad se
reconocen tres grandes agrupaciones: fobia a los
animales, fobia a la sangre-heridas y fobia
situacional. Además de éstas, el DSM-5 incluye la
fobia al entorno natural y deja una última categoría
destinada a recoger fobias específicas no
categorizables en las cuatro anteriores.
En el terreno de la intervención terapéutica hay
una enorme cantidad de estudios que muestran la
eficacia de las estrategias conductuales para la
reducción de las manifestaciones fóbicas, pero
todavía desconocemos con exactitud los
mecanismos por medio de los cuales se produce
el éxito terapéutico.
El trastorno de pánico (TP) es uno de los cuadros
que con mayor frecuencia se encuentran en la
práctica clínica en salud mental. Lo esencial de
este trastorno de ansiedad es la ocurrencia de
crisis de angustia o ataques de pánico recurrentes.
Quienes sufren de TAS reconocen que su temor
es excesivo e irracional en la medida en que sus
preocupaciones, por lo que pueda suceder en las
situaciones sociales o las consecuencias que anticipan,
no representan un peligro real para su vida ni
su integridad personal. No obstante, experimentan
casi invariablemente un alto nivel de ansiedad o
malestar emocional (con algunas alteraciones
psicofisiológicas,
como ocurre en todos los trastornos
fóbicos, que pueden aparecer incluso antes del
evento ansiógeno —ansiedad anticipatoria—) y,
con frecuencia, puede esperarse que lleven a cabo
conductas de escape o evitación para reducir el malestar.

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