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LA VIDA DE PAREJA AUTOR: ERICK B.

ESCOBAR MACIAS

LA VIDA DE PAREJA

POR:

ERICK BERNARDO ESCOBAR MACÍAS

© 1999

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LA VIDA DE PAREJA AUTOR: ERICK B. ESCOBAR MACIAS

INTRODUCCIÓN ..................................................................................................................... 3

FUNDAMENTOS HISTÓRICOS ...................................................................................................... 4

LA FORMACIÓN FAMILIAR .......................................................................................................... 7

AMOR Y JUVENTUD .................................................................................................................... 9

NOVIAZGO ............................................................................................................................... 11

MATRIMONIO .......................................................................................................................... 12

EL TRABAJO Y LA PAREJA ......................................................................................................... 15

DIVORCIO ............................................................................................................................... 17

INFIDELIDAD .......................................................................................................................... 19

SEPARACION ........................................................................................................................... 20

CONCLUSIONES ....................................................................................................................... 21

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LA VIDA DE PAREJA AUTOR: ERICK B. ESCOBAR MACIAS

INTRODUCCIÓN

Hace miles de años, cuando el ser humano vivía errante por el mundo, y para subsistir se alimentaba
principalmente de frutas, vegetales y semillas, reconoció las dificultades que la mujer que le acompañaba tenía
que enfrentar durante el embarazo, el parto y la crianza de los hijos. Esto le obligó a protegerla de la inclemencia
del clima cada vez con mejor eficiencia, encontrando como solución tanto la creación de refugios como de
cuevas secas. De esta manera, la mujer quedaba resguardada de las bestias y los cambios drásticos del medio
ambiente.

Las ocupaciones femeninas de entonces se resumían básicamente a la crianza de los hijos y la esporádica
confección de vestimenta. El hombre, por su parte, se dedicaba a la obtención de alimento e incluso a su
preparación, y la defensa de los límites de su territorio.

Con el pasar de los siglos, las poblaciones humanas se extendieron y aumentaron lo suficiente como para
propiciar los asentamientos de sus grupos, ya que era cada vez más difícil moverse con tanta gente en busca de
alimentos o mejores climas. Debido a esto, aparecen actividades más elaboradas que obligan a los integrantes
de los diferentes grupos a crear sistemas de organización primitivas que con el tiempo se convirtieron en
gobiernos.

Consecuentemente, el hombre se vio en la necesidad de cultivar el suelo donde se asentaba su población y


debió aprender a cazar y a crear armas y herramientas para tales fines. La especialización de las actividades
humanas hizo posible reducir el esfuerzo y el tiempo que dedicaba a ellas y hacer más eficiente y fácil la
búsqueda de alimento y la procura de bienestar. Durante todo este proceso, la necesidad de proteger a la mujer
del medio ambiente hostil también creció y se vio que era bueno para cada individuo hacerlo. De esta forma se
evitaba que las actividades pesadas del campo, la caza, la defensa del hogar y las inclemencias del tiempo
hicieran mella en la salud, belleza y conservación de la mujer, permitiendo entonces que la población continuara
creciendo al disminuir la mortandad infantil provocada por la exposición a la intemperie.

Había francas excepciones donde la mujer, aparte de la maternidad, crianza de los hijos y cuidado del hogar,
también participaba activamente en las labores pesadas, produciendo con esto una aceleración en el proceso de
desintegración social, ya que los individuos así originados, al carecer de la atención del padre y de sus ejemplos,
también sufrieron la ausencia o poca presencia de la madre, y por supuesto, ya no adquirieron aprecio al núcleo
familiar, ni respeto a la autoridad.

No obstante, los constantes cambios producidos por los descubrimientos de la ciencia y la tecnología y el
mejor control y usos del medio ambiente, fueron paulatinamente haciendo cada vez más fácil la labor masculina,
de forma tal que, en nuestros días, difícilmente encontramos en las ciudades algún hombre que se dedique con
el mismo esmero a cuidar de su mujer que como los hombres antiguos lo hacían. Esto debía haber provocado
que el varón se ocupara más de su pareja y de sus hijos, ya que no había que ausentarse durante días o
semanas como antes, y el esfuerzo físico no agotaba realmente. Pero el crecimiento de las ciudades disminuyó
las oportunidades de triunfo al haber necesidad de repartir la riqueza de la comunidad entre más habitantes,
tocando cada vez menos. Aún los adelantos tecnológicos e industriales no han sido suficientes para satisfacer
todas las necesidades originadas por la explosión demográfica, siendo los únicos frenos las enfermedades, los
accidentes y, por supuesto, las guerras.

Por otro lado, las obligaciones femeninas fueron aumentando en proporción opuesta a las del hombre: la
vivienda cada vez era más grande, aparecieron nuevas necesidades derivadas de la convivencia con los demás,
tales como la vestimenta, el lujo, la comodidad, y la limpieza, que se hicieron equivalentes de prosperidad para
el hombre, pero que representaban mayores obligaciones y responsabilidades para la mujer, además de
dedicarse a la crianza cada vez más complicada de los hijos junto con su educación - cada vez más elevada -, la
necesidad de preparar los alimentos - mismos que el varón originalmente aportaba y preparaba -, y conservar
una imagen próspera del hogar a través de la limpieza y el orden.

Evidentemente, el equilibrio de las obligaciones se había roto; y en lugar de que se cuidase de la mujer como
al principio, es ella la que ahora cuida y procura al hombre y por lo tanto, ya no puede ser bueno, ya que las
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mismas cargas del esfuerzo provocan en la mujer cansancio, desgaste, deterioro y maltrato físico, propiciando
con esto que el varón ya no vea con el mismo agrado a su pareja y justifique entonces el buscar una nueva
relación sentimental o sexual, justificándose en su trabajo y en el abandono físico de su mujer, con la
consecuencia de una mal entendida obligación que ya no cumple con el propósito de conservar la armonía de
pareja y menos con el de protegerla y cuidarla.

Es por estas y muchas otras razones, originadas en la falta de entendimiento y comprensión de derechos y
deberes, que la disolución del matrimonio parece ser la consecuencia lógica de la sociedad moderna, y que sólo
la responsabilidad y la convivencia, que son necesarios para restablecer el orden original. Donde el hombre haga
valer su función como protector y procurador del bienestar común, a través del apoyo en las necesidades y
obligaciones que pesan sobre la mujer, y que son necesarias para evitar que la célula de la sociedad, llamada
matrimonio, se dañe irreversiblemente, poniendo en peligro no sólo la continuidad de la especie, sino también
propiciando conductas destructivas del hombre contra el hombre, y que nacen a partir del debilitamiento de este
equilibrio natural.

La obtención de la riqueza o el bienestar económico no suple en modo alguno estas obligaciones, ya que la
crianza de los hijos puede quedar a la deriva de sustitutos de educación, mismos que no podrán igualar la
convivencia con los padres, ya que el ejemplo de la conducta es el mejor instructor y guía de los hijos, que
necesitan interactuar con sus progenitores para completar su formación como individuos únicos e insustituibles, y
que al faltar o fallar, orillan al fracaso a los hijos.

Es preciso recordar que cuando este desequilibrio es más notorio, es cuando aparecen los vicios y
desviaciones de la conducta, originadas en la relajación de los deberes masculinos, donde el alcoholismo, la
drogadicción, la vagancia, la gula, la lujuria y el homosexualismo tienen su principio y falsa justificación de
existencia, ya que son puertas falsas que se abren para alcanzar cierto grado de bienestar temporal que atenta
contra el propio individuo, alteran la disciplina común y propician nuevas estructuras sociales que no pueden
sostenerse por sí mismas ya que son parásitas de las demás.

Esto es: no habría alcoholismo ni prostitución si no hubiese demanda de alcohol o sexo por dinero, y la
demanda ocurre cuando se olvidan o ignoran las responsabilidades adquiridas con uno mismo y el prójimo.
Cuando no exista necesidad de estos vicios, desaparecerán y otros oficios mejores los sustituirán.

Es necesario hacer notar que el aumento sin control de la población hace cada vez más difícil la competencia
por la supervivencia y disminuye la oportunidad de trabajo y de ingresos económicos, permitiendo que unos
cuantos alcancen riquezas al parecer a costa de los demás, provocando con esto una inconformidad y malestar
comunes a la mayoría que propicia rivalidades y competencias que se desahogan con la violencia y el caos.

De esta forma, el único medio de evitar desastres y quizá la extinción de la especie humana es recuperar el
valor y poder que la célula de la sociedad tiene, que es el de la responsabilidad mutua y el cooperativismo en el
matrimonio.

FUNDAMENTOS HISTÓRICOS

En el principio de los tiempos, no existía realmente una sociedad, ni siquiera la palabra misma se había
inventado. Los primeros humanos quizá se parecerían más a los monos o a todo menos a lo que ahora
conocemos como hombre moderno. La supervivencia diaria era lo único que importaba, ya que no se tenía
noción del tiempo, y no existía más que el presente, el aquí y el ahora. En estas condiciones de vida sólo
sobrevivía el más fuerte o el más apto para conseguir alimento, refugio y autodefensa.

Con el pasar del tiempo fueron desarrollándose los primeros grupos pseudosociales cuyas principales razones
de existir eran las de buscar alimento y rechazar a los predadores. La reproducción de los diferentes individuos
probablemente se asemejaba a la de los modernos primates, donde la madre se apartaba de los machos del
grupo y se dedicaba a la crianza de sus retoños. De este modo, para conservar la vida y prolongar la especie, las
primeras agrupaciones humanas se desplazaban por los distintos territorios buscando climas propicios para
alimentarse y resguardarse de la intemperie.

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Por alguna razón se desarrollaron primitivas formas de comunicación que poco a poco derivaron en lenguaje
e hicieron posible el intercambio de experiencias, conocimientos, sentimientos y avisos sobre los peligros
circundantes. Esto motivó a la creación de grupos que se dedicaran exclusivamente a la caza, otros a la
recolección de alimentos tales como granos, frutas y verduras, algunos más a la elaboración de vestimentas,
armas y utensilios de uso más común a ellos.

Desde el momento en que el hombre se especializó en las diferentes ocupaciones que hicieron posibles los
asentamientos humanos, fue desentendiéndose poco a poco de otras labores que le eran propias. Debido a que
no se conocía por entonces la existencia de virus y bacterias, el aseo no se consideraba útil. La ropa no se
lavaba, el cuerpo no se aseaba, así que no era necesario confeccionar ropa más que en la medida en que ésta se
desgastaba; los escasos utensilios de cocina no se desinfectaban y la comida no se conservaba fresca mucho
tiempo. Esto obligaba a consumir lo que se podía, y tratar de conservar las carnes en sal o en embutidos secos
tales como chorizos, longaniza, tripas de animales rellenas, etc. y lo demás a intercambiarlo por otros bienes
necesarios para la vida. Las obligaciones de la mujer eran mucho menos complicadas, ya que se dedicaba por
entero a la maternidad, alimentación y cuidado de los hijos, ya que no existían casas con tantas piezas como
ahora, si acaso cuevas secas o chozas construidas con los escasos materiales disponibles, y en el mejor de los
casos, refugios construidos con lodos y barros; ni era necesario barrer, pues sólo se esparcía algo de agua sobre
el piso polvoriento, y los recipientes en que se consumían o preparaban algunos alimentos se limpiaban
frotándolos con tierra.

Las nuevas profesiones derivadas de los asentamientos humanos hicieron la vida más sencilla para los
hombres, ya que les evitaba recorrer grandes distancias para la obtención de sus alimentos, además de dedicar
cada vez menor tiempo en sus obligaciones cotidianas, y obteniendo a través del trueque los elementos que le
hiciesen falta para su labor y sobrevivencia, produciéndose entonces los primeros pueblos. Aparecen como
consecuencia de las nuevas actividades y sus resultados, los fermentos de las frutas, mismas que originan las
bebidas embriagantes, que adormecen los sentidos proporcionando sensaciones placenteras que relajan la
conducta y motivan - por sus excesos - conductas que atentan contra la unión de las comunidades recién
formadas. Entonces, debido a éstas y otras "ganancias" de la vida en común, aparecen los roces entre los
individuos y éstos provocan que se desee obtener más placer con menos esfuerzo. Y aunque la participación de
la mujer es importante, poco a poco se diluye como consecuencia de la necesidad cada vez mayor de protegerla,
pero ahora de los excesos en las conductas de aquellos que no poseían pareja, de quienes la habían perdido o
de los intoxicados con los fermentos de las frutas, que buscaban placer sin respetar los territorios y propiedades
de los demás. Esto originó con el tiempo a las primeras reglamentaciones de la vida en común para delinear
límites a la conducta y definir los alcances de libertad de los diferentes grupos sociales. Estas leyes a su vez se
basaban en la sobrevivencia, pero seguía imponiéndose la ley del más fuerte como la de aquél que merecía
mejor trato y mayores privilegios sobre los demás, quedando sin protección el respeto a la posesión privada, a la
privacía, a la libertad y al libre comercio.

Las modernas leyes civiles buscan regular el comportamiento de los miembros de la sociedad a la que
pretende proteger de los abusos, pero el desarrollo de estas reglamentaciones no considera todavía el auto
respeto ni la obediencia a las labores fundamentales de la supervivencia, como son el aseo propio, el
cooperativismo en las labores domésticas, y la protección del individuo en contra de sí mismo, ya que son
consideradas como obligaciones morales y familiares, pero de grandísima importancia para la sobrevivencia de la
sociedad misma.

Esto es: muchas de las cosas que son necesarias para una vida digna se basan en la sobrevivencia diaria, y
son tan elementales que se nos olvida que sin ellas no sería posible conservar la salud, la fuerza, y la capacidad
de autonomía dentro de los límites razonables de cualquier sociedad. No han variado realmente al través de los
siglos y son tan comunes a todos que ya no se ven como necesidades, sino como estorbosas obligaciones que
nadie quiere hacer y a las que no se les otorga mayor importancia, a pesar de que se está consciente de que no
podemos prescindir de éstas.

De esta manera, con las reglamentaciones "modernas" se permite que el hombre o la mujer se escondan de
sus obligaciones primarias y fundamentales y se pongan detrás de una ocupación "productiva" económica,
dedicando cada vez mayor tiempo al trabajo y menos a la convivencia familiar y sus necesidades, provocando
con esto que el equilibrio antiguo se perturbe, y promoviendo la aparición de nuevos escaños o estratos sociales
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que antes no eran necesarios, tales como la servidumbre doméstica, pública e industrial, los comederos o
restaurantes, las lavanderías y tintorerías, etc. Esto no significa que estas actividades sean malas, pero son
consecuencia de la suma de pequeños errores que siguen sin corregirse y se elevan a proporciones gigantescas,
haciendo cada vez menos valioso el cuidado del hogar y la preservación de la familia como fuente de
conocimiento, amor y paz.

Al pasar de los siglos se hizo necesario reconocer que el papel de la mujer no era reconocido cabalmente, y
que tenía el mismo derecho del varón a superarse intelectualmente y, ¿por qué no? económicamente. Por
desgracia, la transición hizo que la mujer deseara todo aquello que el hombre egoístamente tenía por supuestos
derechos y libertades, y motivó que ella misma provocara y sostuviera los mismos errores, fallas, abusos y
excesos que antes sufriera, perjudicando casi irremediablemente la unión familiar y el deseo de matrimonio, ya
no digamos la educación moral y la formación de los hijos.

Tenemos ahora que ambos, hombre y mujer, compiten diariamente por la sobrevivencia, estorbándose
mutuamente en lugar de cooperar y participar en la búsqueda de la felicidad. Al amparo de éstas leyes se siguen
cometiendo atropellos, marginaciones, calumnias y recelos quedando como estorbo y molestia la crianza de los
retoños de ellos mismos que, copiando las conductas de sus progenitores, ya no buscan cumplir con obligación
primaria alguna, evitando todas las responsabilidades, y anhelando sólo los goces y placeres que antes eran la
recompensa de una vida productiva y feliz, pero sin orden ni proporción.

Existen muchas versiones distintas de cómo este mundo perfecto se hizo defectuoso y vil, pero los
protagonistas pocas veces reconocen que están en el error, ya que todos creen que hacen lo correcto para
alcanzar la felicidad y la prosperidad, pero no notan que al hacerlo, culpan a otros de lo que no logran y de lo
que pierden, o de lo que no hacen, acusan a quienes les exigen y repudian a los que se defienden. Como
consecuencia de todo ello, aparecen nuevos estilos de vida para satisfacer las "necesidades" modernas para
evitar un colapso, y es cuando se multiplican los vicios y se convierten en "elegancias" tales como el consumo de
tabaco en sus distintas presentaciones, el alcohol, los estupefacientes y psicotrópicos - que dañan
irreversiblemente el cerebro y produciendo alucinaciones que alejan temporalmente a las personas de la realidad
en que viven -, la prostitución, la pornografía y sus derivados, etc. La lucha por conservar unos u otros acarrea
rivalidades entre grupos que, anhelantes del poder económico que despierta el consumo de estos nuevos
"servicios", agreden las reglamentaciones y leyes vigentes perjudicándose no sólo a sí mismos y sus clientes,
sino incluso a quienes no están involucrados con sus actividades.

Este es el mundo en que vivimos actualmente, esto es lo que conseguimos con la soberbia, la lujuria, la gula
y demás pecados capitales, ya que atentan contra la vida, pues los excesos en cualquier cosa por buena que sea
la convierten en mala e indeseable. Son las consecuencias, por así decirlo, del pecado original, aquél que
míticamente se cometió al principio de los tiempos por el anhelo de saber pero sin responsabilidad por el
conocimiento adquirido.

Existe una forma muy sencilla de controlar, parar y enderezar todo el daño que se causa diariamente, y es
tan sencillo, tan obvio, que, sabiéndolo toda la humanidad, nadie o casi nadie pone en práctica. Este está
totalmente relacionado con las obligaciones y deberes a los que hemos denominado primarios, ya que obedecen
a la más elemental supervivencia y son tan simples como el compartir en familia las actividades domésticas y el
cuidado de las personas que integran nuestra célula social que es el matrimonio, pero para poder aceptar este
camino a la felicidad conyugal es necesario que se aprenda desde la infancia, para evitar innecesarias mal
interpretaciones que ocurren precisamente porque se ha carecido del ejemplo de los padres y por la fuerza de la
inercia de costumbres y hábitos equivocados.

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LA FORMACIÓN FAMILIAR

Desde la más tierna infancia todos nosotros descubrimos que el ser más importante en nuestra vida y futuro
es la madre. Ella es el centro de nuestro ser durante los primeros años de nuestra existencia, y es gracias a ella
que conocemos las primeras palabras, afectos y sensaciones de vida. La niñez de todos es muy importante, ya
que lo que vivamos en ella marcará el rumbo de nuestros pasos en la edad adulta, y es por ello que todo
individuo debe adquirir en esta etapa las nociones elementales de supervivencia, autocontrol, disciplina y
voluntad. La definición de la conducta que nos hace representantes de los dos sexos se origina durante estas
edades. Las ideas, costumbres, conocimientos, temores, atavismos y anhelos de los padres, pero principalmente
de la madre, son los que nos "visten" para el futuro desarrollo de los distintos individuos que formamos la
sociedad en que vivimos cotidianamente.

La forma en que respondemos a las primeras enseñanzas de la vida nos insta a copiar todos los actos que
descubrimos en nuestros progenitores, de tal suerte que, sin importar el sexo, si vemos a nuestra madre barrer,
intentamos copiarla, si lava trastes, arregla las camas, lava la ropa, prepara de comer, o si sale de compras,
buscamos imitar su conducta, y así ocurre con todo lo demás. Si las cosas salen bien, es decir, si nuestros padres
alientan nuestros esfuerzos para continuar con estas actividades, de forma aparentemente natural los hijos
crecemos con una idea y conducta de responsabilidad tan elemental como comer y dormir, y seremos vistos
como hijos ejemplares por el resto de nuestra vida. Desdichadamente esto no es lo común; por el contrario, las
ideas fijas de la mayoría de los adultos han definido estereotipos o patrones de conducta para el hombre y la
mujer por separado, y se castiga a veces muy severamente que un hijo varón dedique importancia a la labor
doméstica y se le ridiculiza hasta el punto de reprimir todo intento de colaboración en estos menesteres
cotidianos y muy necesarios. En algunos casos no se logra evitar que la burla hiera a los niños que ayudan a la
madre, y se les hace creer que son menos hombres y más mujeres o femeninos, y todo esto dicho y hecho en
formas despreciativas, propiciando conductas erradas, dañadas y a veces irremediablemente perjudicadas.

Con la mujer pasa algo parecido, pero no tan violento como con el hombre, aunque igual de cruel, ya que si
la niña desea jugar con los niños o si trata de imitar al padre se le tacha de marimacha, hombruna y demás
adjetivos. En cualquiera de los dos casos se considera que están dañados "de nacimiento" y se busca algún
culpable en lugar de apreciar el deseo y búsqueda de la propia identidad que ambos sexos anhelan descubrir
para completar su formación como individuos únicos, y que es vital para poder sustentar una vida de pareja feliz
y próspera.

El mejor de los caminos suele ser siempre el más sencillo, y si en vez de reprimir las conductas infantiles
aprovecháramos este caudal de buena voluntad y deseo de integración familiar, tendríamos mejores hombres y
mujeres que aceptan las labores primarias de supervivencia como una tarea noble e imprescindible de la vida
diaria. El mundo en que ahora vivimos ha propiciado que no siempre sea suficiente que el hombre trabaje, y esto
motiva ahora que ambos, hombre y mujer, compitan diariamente por la supervivencia, estorbándose
mutuamente en lugar de cooperar y participar en la búsqueda de la felicidad. De tal suerte ocurre que la mujer
llega a creer que es menos importante o menos persona, si se dedica a las actividades domésticas,
menospreciando la educación de los hijos y evitando compartir con el hombre las obligaciones. No es necesario
que la mujer deje de trabajar o evite hacerlo, pero sí es vital que entienda junto con el hombre que las
necesidades primarias deben ser satisfechas entre ambos para evitar que los hijos carezcan del ejemplo de
conducta adecuado y se conviertan en verdugos de otras personas o de sus propios hijos.

Para poder lograr recuperar el equilibrio familiar perdido y detener los problemas sociales tales como el
desempleo, la explosión demográfica, la delincuencia, la drogadicción y la prostitución, por señalar tan sólo
algunos de éstos, no se necesitan nuevas leyes ni castigos más severos, mucho menos invertir o gastar ningún
dinero por parte del gobierno. La solución la tenemos todos y cada uno de nosotros y se llama responsabilidad.
Nunca será suficientemente dicha esta palabra mientras la sociedad padezca agravios y sufra atentados, ya que
en sí misma porta todo aquello que nos permite vivir en armonía con los demás.

El modo en que hemos de aplicar este principio es fundamentalmente en el hogar, en aquél lugar donde
residimos y convivimos con los demás y con uno mismo, y se aplica reconociendo primero que todas aquellas
obligaciones que consideramos tediosas tienen como principal objetivo conservar la vida y por lo mismo la salud,
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ya que el más elemental aseo de la casa evita que gérmenes, bacterias, virus, hongos e insectos parásitos se
mezclen con nosotros y propicien enfermedades, mal olor, y por supuesto, reduzcan la calidad de vida de cada
uno de los habitantes. Desde que se descubrió que la vida del humano se reducía por la exposición a estos
agentes patógenos se hizo evidente que era necesario evitarlos con aseo. Para una madre en la actualidad es
bastante evidente que antes de comer hay que limpiar la mesa donde se ha de servir los alimentos con agua y
con jabón, aún a pesar de que se vea limpia, pero para cada uno de aquellos que ignoran estos "requisitos" de
aseo se le presentan riesgos de enfermedad que luego les sirven para culpar a la "mala suerte" o a cosas irreales
como la brujería, de sus desgracias y padecimientos de salud. Esto no es otra cosa que buscar culpables y no
reconocer el peligro que la ignorancia, la rebeldía y la terquedad propician en nosotros mismos.

Las obras más grandes de la inteligencia humana se alcanzaron gracias a la colaboración de muchos
individuos distintos que anónimamente participaron activamente en la culminación de los proyectos. El camino
entonces para poder lograr que los frutos de una pareja sean igual de grandiosos reside principalmente en el
apoyo mutuo para cumplir y satisfacer las necesidades cotidianas y propiciar la felicidad que permite la
aceptación de todos los individuos como parte de un todo. Conocemos entonces los caminos y tenemos los
medios para vivir en armonía, pero no se utilizan cabal ni oportunamente.

La ciencia y la tecnología han sido herramientas muy valiosas para construir el mundo en que vivimos, y han
facilitado las tareas y simplificado los esfuerzos necesarios para la sobrevivencia, hasta el punto que se ha
considerado inútil, superficial o tonto el realizar las labores primarias que nos sustentan. Esto afecta
directamente a los miembros jóvenes de la familia, ya que consideran poco digno dedicarse a satisfacerlas y a
considerarlas como un estorbo, debido a que los propios padres no disfrutan las labores domésticas y crecen con
la idea de que son la razón de sus problemas; pero en lugar de enfrentarlas, las evaden y rehuyen. Esto tiene
como consecuencia que los adultos originados con estas tendencias de comportamiento conservan
resentimientos, aversiones y recuerdos que sólo provocan que el dilema siga ahí y permanezca sin solución.

Entonces, para poder evitar que se disuelva el núcleo familiar, es necesario que ambos padres retomen el
valor que las labores domésticas tienen y fomenten voluntaria y agradablemente sus propias obligaciones diarias
como son el aseo propio, de la ropa que usan, de la ropa de cama, de la limpieza y orden de cada una de las
piezas de la casa y por supuesto, de los utensilios de mesa y cocina que usamos diariamente para comer.
Teniendo esto satisfecho y al día, poniendo padres e hijos de su parte en el cumplimiento de estas necesidades
primarias, quedará tiempo suficiente para convivir en familia, no habrá necesidad de gritos ni golpes, los hijos
serán mejores y los padres tendrán tiempo para disfrutarse mutuamente sin sobrecargarse de labores ni de
responsabilidades ajenas.

Pero si insistimos en posturas radicales y opuestas, donde el hombre no cuida de su mujer y ella se olvida de
sí misma y se sufre desgaste, los mismos hijos no serán mejores padres, sino por el contrario, serán adultos
golpeadores de mujeres y de sus hijos, convirtiéndose en borrachos, flojos, cínicos, gordos, necios y brutos,
además de infieles o promiscuos en el caso de los varones; y las mujeres serán frívolas, intrigosas, gordas,
criticonas, amargadas e inclusive indolentes en el caso que sobrevivan al maltrato del esposo, o mujerzuelas
baratas que buscan meterse con todos los hombres aunque sean casados, si es que pierden al marido, por
abandono o indolencia, o se quedan sin la pareja correcta.

Porque el descuido de las obligaciones cotidianas corrompe el deseo de perfección y permite que toda clase
de consecuencias y sufrimientos se provoquen, ya que al igual que un traste de cocina que se usa diario, debe
de limpiarse con igual frecuencia, ya que de lo contrario, toda clase de animales, basuras, impurezas y demás
complicaciones le ocurrirán por el descuido que se provoca con la indisciplina del aseo.

En otras palabras, cada una de las cosas que hacemos por conservar, recuperar y mejorar la salud puede y
debe llamarse correctamente virtud, puesto que esta palabra significa vida. Esto implica una constante atención
e interés por lograr un equilibrio de fuerzas, condiciones de vida y situaciones externas para lograr una vida feliz.
Un antiguo refrán dice que "En toda labor hay un fruto, y en todo fruto una labor". Es decir, todo lo que se hace
tiene una recompensa y la felicidad se consigue con esfuerzo, disciplina, paciencia y cooperación.

Por supuesto, todo esto significa que hemos de dedicar tiempo para satisfacer todas las necesidades
primarias, y este tiempo es de mucha más importancia para los hijos. Para una persona de 70 años decirle que
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espere un lustro, es decir, 5 años, no es mucho esperar. Pero para una criatura de 5 a 10 años decirle lo mismo
equivale a hacerle esperar todo lo que ha vivido o una gran parte de su existencia. También hemos de reconocer
que lo que para un adulto es poco importante para un niño es de suma importancia. Faltar a una promesa poco
importa para alguien acostumbrado a sufrir desilusiones y a su propia irresponsabilidad, pero para sus hijos
significa decirle "no me importas, no te necesito, tú no eres necesario". Cruel, ¿no es así? Pues es por todo ello y
por muchas otras razones que debemos dedicarle a los hijos el tiempo necesario para inculcarle los ejemplos, las
enseñanzas, la ideología y formas de conducta que le han de convertir en un adulto que con el pasar del tiempo
recordará lo que ha vivido y lo repetirá porque así ve la vida, o renegará de ello, por las heridas abiertas que le
provoque el desinterés y falta de compromiso que cometan los padres, los tíos, los abuelos, y en general, todo
aquél a quien haya sido encomendado para su formación y cuidado.

Esto es, cada persona tiene obligaciones que cumplir y necesidades que satisfacer para sobrevivir, y se
extienden de tal modo que se hace evidente que es necesaria la convivencia con otros individuos que nos
ayuden y apoyen en esta búsqueda de vida, que motiva a la creación de otras responsabilidades y deberes que
permitan la armonía entre los diferentes seres que nos rodean, ya que gracias a ellos obtenemos y logramos
prolongar y mejorar la vida. Si una persona que no cumple con sigo mismo, es decir, no puede procurarse
bienestar con su conducta, hábitos y conocimientos, no puede por consiguiente hacerse cargo de otro individuo
más, ya que pone en peligro su propia existencia y debilita la fuerza que obtiene de los recursos que posee.
Entonces, si los mismos padres no pueden salir adelante con los recursos que han conseguido, los hijos que
engendren sufrirán por la incompetencia de los progenitores, y en caso de que logren sobrevivir a la falta de
medios, lo harán en forma mediocre, débil e insuficiente, heredando a la siguiente generación errores pero no
aciertos. Si esto pasa cuando los padres fracasan, ¿qué sucederá si los hijos son encomendados a personas que,
sin importar el vínculo social o familiar, tampoco pueden con sus propias necesidades? Evidentemente es en este
momento en que aparecen aquellas personas s in moral, sin guía ni propósito en la vida, que al buscar sobrevivir
atentan contra la vida ajena, sobrepasando así los derechos y deberes a que son acreedores desde su
nacimiento.

¿Por qué entonces dejamos que otros cuiden a nuestros hijos? Porque creemos que somos los únicos que no
pueden educarlos, y damos más importancia a otras personas o instituciones que simbolizan conocimiento, pero
que no sustituyen el ejemplo y convivencia con los padres, por malos que éstos sean. De este modo, de
suposición en suposición, damos reconocimiento a otras esferas sociales o morales, debilitando el significado que
el núcleo familiar posee, y fomentamos estilos de vida y conducta opuestas a lo que deseamos conseguir.

No menospreciemos el poder que como seres adultos tenemos por encima de los pequeños y más aún sobre
nuestros propios hijos, ya que lo que hagamos por ellos hablará de nosotros a las personas que los traten y con
quienes convivan, y no podemos renegar de estas cosas diciendo que "cada hijo nace con su carácter", pues
para esto estamos los padres, para orientarlos y fortalecerlos con nuestra vida y sus consecuencias. Ellos nos
harán inmortales al conservar lo mejor de nuestro ejemplo y enseñanzas, además de continuar las obras morales
e intelectuales que les heredemos con la educación y convivencia, o nos convertirán en polvo inerte que se
pierde en el tiempo, si permitimos que el abandono, el menosprecio, el egoísmo, la superficialidad, la búsqueda
del propio placer material, sentimental o espiritual y la indolencia sean los maestros de los hijos de nuestra
propia carne.

AMOR Y JUVENTUD

Durante la adolescencia, que oscila entre los trece y los diecinueve años de edad, ocurren grandes cambios
hormonales y físicos que repercuten sobre la conducta de la persona en la cual todo esto ocurre, propiciando
frecuentemente confusión respecto de su posición dentro de la familia y por supuesto, de la comunidad que le
rodea. Sienten ansias que van de las depresiones a estados de euforia, dependiendo esto de la idea
preconcebida de lo que implica la pubertad. Si han sido educados con la idea de que ser adulto representa
sufrimientos, carencias, problemas y otras complicaciones, y además creen que éstos no tienen solución y que
deben tomarse con apática aceptación, entonces la conducta será buscando y anhelando el encierro y negando
los cambios que sufre el cuerpo, deseando conservar el comportamiento y la mentalidad de la niñez. Si por el
contrario, la educación recibida es en el sentido de engrandecer las posibilidades de la vida futura, junto con
mejores alternativas de progreso y solución a las necesidades sufridas o por satisfacer, junto con una idea clara y
definida de la responsabilidad de unos respecto de otros, las personas así orientadas sentirán entusiasmo, alegría
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y seguridad en ellos mismos y podrán integrarse cabalmente a la comunidad en que residen convirtiéndose en
mejores adultos.

En el proceso de todos estos cambios ocurre el redescubrimiento del sexo, que ya poseen de nacimiento, y
les ofrece misterios por desentrañar y placeres por descubrir. Tarde que temprano la convivencia con los padres,
los amigos y la sociedad en sí misma les hace apetecible de experimentar la vida sexual y satisfacer su curiosidad
respecto del sexo opuesto. Para esta edad ya están definidas socialmente las conductas que tanto hombres
como mujeres deben, pueden o convienen tener para poder diferenciarse externamente unos de otros, y es
cuando se inician o reinician las amistades entre personas del mismo sexo en busca de identidad dentro de una
comunidad juvenil ya existente o creando una nueva. La idea del amor entonces empieza a tener un significado
distinto al que se conocía anteriormente, y se descubre el valor de la belleza física, misma que depende de la
idea que esto significa para los padres, los amigos, la publicidad y generalidades culturales de la época, ciudad o
país en que se vive.

Hasta este momento, la idea de amor es vaga para la mayoría, ya que comúnmente es asociada a besos,
abrazos, obsequios, y compartir la vivienda junto con sus carencias. Desafortunadamente pocas veces se asocia
a procurar y cuidar primero de uno mismo para compartir las necesidades, las obligaciones y sus satisfactores
cotidianas comúnmente llamadas derechos. Mucha de la desorientación que sufren los jóvenes durante esta
etapa se debe principalmente al conocimiento exagerado, deformado y comercializado que los adultos hacen del
sexo y el amor en busca de su satisfacción, mismo que es inadecuado para el sostenimiento de cualquier
comunidad y menos propio para los jóvenes o los niños.

Podría alguien argumentar que todos tenemos derecho al conocimiento, sea cual fuere su origen, y que
depende de cada uno de cómo se aplique a la vida diaria, pero debemos reconocer que todo poder requiere de
responsabilidad de uso sobre el mismo, y la información sobre cualquier tema es un gran poder que nos permite
hacer uso de éste tanto para bien como para mal.

Como ejemplo de los problemas que involucra, imaginemos a un pequeño de ocho años que recibe de regalo
una pistola con balas en el cargador. Aunque se le explique detalladamente al niño el uso del artefacto, sus
cualidades y sus riesgos, la edad, la falta de desarrollo muscular y el concepto del bien y el mal que la criatura
posee, hacen evidentemente difícil que sea prudente, ya no digamos hábil. El mismo peso del arma conlleva el
peligro de un descuido, y la curiosidad puede permitir que ni el seguro de la pistola sea garantía suficiente.

La vida sexual y el conocimiento cabal de ella debe de administrarse en proporción de la capacidad del
individuo para responsabilizarse de sus actos y sus consecuencias, al igual que el uso de los medicamentos y las
sustancias tóxicas que aún los mismos adultos no manipulan o usan responsablemente. Si un pequeño o un
adolescente tienen el poder del conocimiento pero no la edad ni la responsabilidad para ejercerlo, ponen en
peligro su seguridad y la de los demás, además de que adquieren responsabilidades para las que no están
preparados para ejercer, como la paternidad, el trabajo y la procura del bienestar común.

La palabra amor académicamente significa "afecto que atrae el ánimo hacia lo que place" y que nos hace
pensar que todo lo placentero propicia sentimientos alegres y vitalizantes, pero no se hace referencia a que la
sensación de vida exaltada puede también producir ideas equivocadas e irreales sobre la responsabilidad que el
afecto promete. Es decir, cuando las sensaciones agradables se producen en una persona, y se desea conservar
o sostener ese estado, puede llegarse a conclusiones que atentan contra la propia seguridad, llegando a
convertirse en lo contrario de lo que inspiran. Para que este fenómeno no se produzca o se controle, es
necesario recurrir a la conciencia que cada individuo debe tener primero sobre la propia seguridad e identidad y
su relación responsable con los demás.

Lo mejor que puede hacerse durante las edades que dura la adolescencia, es buscar y conocer toda la
cantidad posible de personas de ambos sexos de manera tal que motiven al joven a reconocer las diferentes
formas de comportamiento que hacen precisamente únicos a los individuos, con la intención de adquirir
experiencias sociales que le permitan relacionarse sin problemas en el presente y el futuro inmediato. El tipo de
relaciones que conviene tener durante este tiempo con representantes del sexo opuesto es a través de noviazgos
breves y sin sexo, dedicándose más a conocerse y a aquilatar las cualidades que desean encontrar y lo que
hallan para permitir que esto ayude a elegir la pareja real en la madurez.
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LA VIDA DE PAREJA AUTOR: ERICK B. ESCOBAR MACIAS

NOVIAZGO

Como habíamos dicho anteriormente, si la formación de los jóvenes en el seno familiar ha sido la correcta y
posee ya las cualidades, conocimientos y responsabilidades para procurarse una mejor vida casi por sí mismo, la
primera vez que una relación de pareja sucede en su vida, lejos de serle cruel, será placentera. La necesidad de
encontrar a la pareja con la cual viviremos el resto de nuestra existencia nos empuja necesariamente a buscarla,
pero para poder reconocerle, es preciso saber qué es lo que queremos y con quién queremos compartirlo. Por
esto es tan difícil saber con quién estaremos unidos en el porvenir, ya que si el medio que nos rodea nos limita la
experiencia del noviazgo y nos fuerza a comprometernos con la primera o quinta persona a quien deseemos
conocer, nos impide resolver el misterio de la afinidad de pareja, ya que saber lo que conviene y con quién
queremos disfrutarlo no necesariamente nos hace conseguirlo. Es una función que debe darse entre dos y no
unilateralmente.

Entonces, muchas veces la desilusión forma parte de la juventud y de los noviazgos, ya que, debido al escaso
conocimiento que se ha adquirido no permite fácilmente reconocer que son sólo apariencias externas y no
conductas lo que muchas veces nos atrae.

Los estereotipos o patrones predefinidos de lo que debe o no debe ser la pareja ideal motivan a los jóvenes a
refugiarse en ellos, no siempre con la fortuna de ser correspondidos o comprendidos en sus anhelos y
búsquedas. Aquí es donde aparece la influencia de la moda, el clima, la religión, las costumbres de la región y
hasta el clima social que vive el país, donde para poder ser aceptados por el sexo opuesto se cae en un juego del
"gato y el ratón", donde lo importante se pierde, y sólo queda como meta el juntar más coqueteos, flechazos,
noviazgos, relaciones íntimas, o hasta perversiones, según el grupo social o antisocial que englobe o agrupe a los
jóvenes.

Es por todos estos factores del medio ambiente que se dificulta y complica la vida de pareja de los
adolescentes y de los jóvenes mayores de edad, ya que la competencia por alcanzar el o los ideales queda
muchas veces a la deriva.
Los padres, que son el modelo a seguir de todos los jóvenes - o al menos son el patrón de conducta conocido
-, influyen en manera determinante sobre la vida futura de éstos, y sin importar lo que dicen algunos estudiosos
en el tema, son la principal razón de los fracasos y los aciertos de la juventud moderna. La forma de demostrarlo
es muy sencilla. Tomemos por caso una pareja de personas, que cuando se conocen en su juventud, sólo creen
que lo importante es el amor libre y la libertad (los años sesentas) y cuando se casan, dolorosamente ven
reducida su independencia al notar que las necesidades de la vida diaria como la comida, la ropa, las diversiones,
la casa, tienen un precio en dinero, trabajo y atención que no habían notado antes. Por la ignorancia que
poseen, al principio se sobrellevan e ignoran las limitaciones culpando a la mala suerte, o al encarecimiento de la
vida, quizá al gobierno, y por fin, a la propia familia. Con el pasar del tiempo, cuando la suma de las
consecuencias y las obligaciones pendientes se hacen poco menos que insoportables, se culpan uno al otro de la
mala planeación y previsión de la vida marital. Los hijos fruto de esta relación crecen viendo únicamente parte
del problema, y aprenden que las diversiones, la flojera y la despreocupación son cosa buena, pero cuando los
padres empiezan a sufrir las consecuencias de sus actos, ellos también padecen. De esta forma son lanzados a la
vida, sin ejemplos claros ni acertados de la vida de pareja, y repiten los errores de los padres, pero les suman
sus propias inexperiencias, convirtiendo todo esto en un caos.

Algunas personas argumentan que los hijos tienen su propio criterio y que podrán solos salir adelante, puesto
que no desean continuar la mala vida de sus padres, y argumentan que la educación escolar les provee de los
conocimientos abundantes y suficientes para vivir dignamente, pero olvidan que en la escuela nadie enseña a
barrer, ni a asear la casa, mucho menos a lavar la ropa o a asear el cuarto. Todas estas necesidades se han
considerado tediosas e inútiles para la mayoría, y por lo mismo se han dejado al libre albedrío, el humor personal
y a la buena voluntad del individuo. Esto no hace más que confirmar el punto de la responsabilidad personal y
común que cada persona adquiere dentro de cualquier estructura social existente.

De esta forma podemos inferir que, por lo menos, los hijos tienden a repetir a los padres mientras no
adquieren el suficiente autocontrol de su propia vida, y éste no se consigue con la riqueza ni con el estudio, pero
sí con autosuficiencia. Si vemos a un joven greñudo, podemos saber automáticamente que la vida de sus padres
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LA VIDA DE PAREJA AUTOR: ERICK B. ESCOBAR MACIAS

no funciona bien y que el papá no convive suficientemente con sus hijos, y que esta convivencia no es
placentera para ninguno de los dos. Podemos obtener más conclusiones, pero bástenos decir que la imagen e
ideal que el adolescente busca en la pareja que considera ideal está estrechamente relacionada con el ejemplo o
falta de él que proveen ambos padres.

Por supuesto, si los hijos ven, conocen o se enteran de fallas graves de los progenitores respecto al amor, el
respeto y valor a la pareja y la familia, tenderán a repetirlos no porque lo deseen, mas bien por que no conocen
une mejor forma de hacerlo, y parten del principio de la buena voluntad y el libre arbitrio, pero carecen del
conocimiento y la experiencia que los padres deben aportar y que a su vez tampoco tienen.

Mucho se ha dicho sobre que la confianza y la franqueza entre padres e hijos acorta la brecha de
comunicación entre ambas generaciones, pero no es suficiente y mucho menos es una garantía. Porque un padre
libertino, irresponsable, vicioso o promiscuo que se abre a la convivencia con los hijos no puede hacer otra cosa
mas que dañar la autoestima de sus retoños y fomentar su ejemplo y perversión justificándose a través de su
charla amistosa. En el mejor de los casos el padre o la madre no conocen el camino a la felicidad, ni la han
alcanzado nunca, y por lo mismo justifican los errores de los hijos creyéndolos responsables y abnegados.
Incluso hasta llegan a fomentar los errores precisamente porque anhelan que la falsa alegría de los hijos llene
sus corazones vacíos.

Es por todo esto que todos, sin excepción, hemos de cumplir con nosotros mismos hasta lograr ser verdadera
y auténticamente autosuficientes, y que las experiencias de la juventud nos fortalezcan con sus alegrías, y no
nos absorban con sus ilusiones, para que ambos, responsabilidad y sociabilidad, nos permitan reconocer y
admitir que la pareja definitiva deberá ser para toda la vida, y será aquella persona que con su carácter,
personalidad, conducta, anhelos, metas y logros contribuya a enriquecer la propia sin perder la autoestima y
respetando los límites de la vida misma y la de los demás. No se puede dar algo que no se posee, y para
conseguir la felicidad sólo se necesita compromiso con uno mismo y con los demás; de esta forma, si ya tenemos
autocontrol, disciplina, moralidad, y esto a su vez nos provee de ahorro, trabajo, autoestima, sociabilidad y
armonía, esto mismo ofreceremos a la pareja que elijamos, y esta a su vez deberá corresponder con los recursos
similares que posea.

MATRIMONIO

Comúnmente, la elección de la pareja para vivir en unión, ya sea ésta avalada por la religión o la sociedad, se
lleva a cabo más por las emociones que por la razón. Aunque el amor es fundamental para que una relación
exista, muchas veces las personas lo definen como placer, atracción física, gustos o amistades en común, pero
no alcanzan a comprender o a diferenciar entre amor y emoción, y por ello, debe haber un equilibrio entre los
conocimientos que avalan el discernimiento y la sensación plácida que la persona ofrece con su presencia. Es
decir, al aceptar a alguien como aquél o aquella con la que hemos de convivir la mayor parte de nuestra
existencia, deben converger diferentes aspectos que aseguren la supervivencia y ayude a prolongar nuestras
obras a través de los frutos de la relación que son los hijos, junto con un profundo interés del uno para con el
otro donde se suman las individualidades para crear una nueva personalidad común donde las personas
conservan su identidad mientras se mejoran mutuamente a través del amor.

Esto ha provocado que las parejas formadas en base exclusiva a la emoción suelen carecer de objetividad y
permite entonces que se elija a alguien irresponsable, que carece de las bases fundamentales de moral, que ha
fallado en relaciones anteriores sin haber superado las fallas y menos reparando los errores, o que conserva
obligaciones con otras gentes tales como mujer e hijos. Esto no significa que debamos ser totalmente analíticos,
pero sí coherentes con el tipo de vida futura que deseamos alcanzar con la pareja a escoger. Todos y cada uno
de nosotros podemos lograr el suficiente grado de responsabilidad propia para ser elegibles en una relación tan
fuerte como el matrimonio, pero no siempre deseamos cumplir más que con nuestro capricho y deseos egoístas.
Es por ello que, a pesar del tiempo transcurrido, es necesario revitalizar el conocimiento acerca de la vida de
pareja, renovando y actualizando el saber acumulado a lo largo de los siglos para poder hacer un mejor uso de
él. Es por esto que se hace necesario recordar el origen de este pacto que se realiza entre dos personas de
diferente sexo y así conservar fresco el conocimiento que lo avala y sustenta.

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LA VIDA DE PAREJA AUTOR: ERICK B. ESCOBAR MACIAS

El matrimonio, considerado desde el punto de vista cristiano, tiene su origen en la Bodas de Canaán, que
Jesús de Nazaret santificó con su presencia y su bendición de acuerdo a las palabras de San Mateo: (Cap. 19,
vers. 3 al 6) "Y se llegaron a él los fariseos y le dijeron: «¿Es lícito a un hombre repudiar a su mujer por
cualquier motivo? - Y Jesús les contestó: "¿No habéis leído que Aquel que al principio creó el linaje humano, creó
UN SOLO HOMBRE y UNA SOLA MUJER, y que dijo: Por lo tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y
unirse ha con su mujer y serán dos en una sola carne"?. Así que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios,
pues, ha unido, no lo desuna el hombre».

Para la iglesia católica el matrimonio es un sacramento: la unión de un solo Adán con una sola Eva. El fin del
matrimonio es la conservación de la especie, la preparación y conservación del reino de Dios en la tierra. Ambos
esposos tienen la obligación de cuidar, proteger y educar a los hijos en tanto lo necesiten. El valor de una
sociedad es la suma de los valores familiares y el matrimonio religioso tiende a proteger la institución familiar
contra todas las eventualidades.

Pero las cosas no siempre fueron así. Durante el florecimiento de la civilización griega las parejas se unían
mediante ceremonias especiales, pero el matrimonio no era una institución muy estable. El ateniense iba a los
baños, a los tribunales, al gimnasio, al ágora, etc., sin decir a su mujer nada acerca de sus actividades. Ella era
solamente la esposa y madre de los hijos. Sus ocupaciones eran los quehaceres domésticos y su arreglo
personal. Las jóvenes en el gineceo recibían escasa instrucción: cocinar, coser y cantar. Llegadas a cierta edad,
los padres las casaban a su conveniencia social ó económica. Ellas no tenían voz ni voto en este asunto. La
esposa era sólo un instrumento de procreación, mientras que el amor sólo se creía podía permitirse entre los
hombres, e incluso se esperaba que un hijo varón a los 12 años de edad debía ser requerido sexualmente por
otro hombre, de otro modo era una vergüenza y deshonor, razón por la cual esta antigua sociedad decayó y se
autodestruyó.

En el imperio romano el matrimonio era ya una cosa más seria; de mucha mayor importancia que en Grecia.
Aunque la mujer estaba encargada de la administración de la casa, ejercía influencia (aunque no oficialmente) en
los negocios de su consorte y aparecía en público con su esposo compartiendo los honores que a éste se le
tributaban. Era la señora, la Matrona, importante e influyente. Lo común era que el hijo fuera criado y educado
por la madre, al contrario de lo que ocurría con los griegos, que eran arrancados de su madre desde muy chicos.
Sin embargo, entre los romanos, la mujer podía ser repudiada con la simple fórmula de decirle: «Collige
sarcínulas et exi» (Toma tus enseres y márchate). Esta civilización también decayó progresivamente y se
corrompió hasta su destrucción.

En la actualidad los gobiernos entienden la importancia de conservar y proteger a la familia por medio del
matrimonio civil que establece legalmente los derechos y deberes de cada uno de los cónyuges y los derechos de
los hijos resultantes del matrimonio. El cristiano pertenece a la Iglesia; pero el ciudadano pertenece al Estado y
éste tiene la obligación de velar por él y su familia. Desde su nacimiento hasta su muerte, el ciudadano se
encuentra bajo la protección de las leyes que, si bien le imponen obligaciones, también le otorgan derechos,
protección y asistencia.
Es por ello muy importante para el ciudadano cumplir con sus deberes con respecto al Estado, para que éste,
a su vez, pueda cumplir con las suyas con respecto a los ciudadanos y sus familias. La omisión en el
cumplimiento de los deberes, anula los derechos y puede originar a la familia muchas dificultades innecesarias.

Para que una relación pueda entonces funcionar, se elaboraron leyes humanas de las que ya hemos hablado
brevemente en el capítulo de "FUNDAMENTOS HISTORICOS", y aunque éstas abarcan extensamente las
libertades y las obligaciones de la comunidad, deja a la libre interpretación la satisfacción de las necesidades
cotidianas que promueven la sobrevivencia. Desde los tiempos de Jesucristo, quien con su nacimiento y muerte
marca el principio de los modernos cálculos de tiempo, fueron establecidos los fundamentos principales de la
sociedad conyugal, quedando éstos asentados en una carta de San Pablo y que dice así:

EPISTOLA DE SAN PABLO A LOS EFESIOS


(Cap. 5, vers. 22 a 33)

"Esposos, amen a sus esposas como Cristo amó a la iglesia y dio su vida por ella. Esto lo hizo para
santificarla, purificándola con el baño de agua acompañado de la palabra para presentársela a sí mismo como
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LA VIDA DE PAREJA AUTOR: ERICK B. ESCOBAR MACIAS

una iglesia gloriosa, sin mancha ni arruga ni nada parecido, sino santa y perfecta. De la misma manera deben los
esposos amar a sus esposas como a sus propio cuerpo. El que ama a su esposa, se ama a sí mismo. Porque
nadie odia su propio cuerpo, sino que lo alimenta y lo cuida, como Cristo hace con la iglesia, porque ella es su
cuerpo. Y nosotros somos miembros de ese cuerpo. «Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre para
unirse a su esposa, y los dos serán como una sola persona.» Aquí se muestra cuán grande es el designio secreto
de Dios. Y yo lo refiero a Cristo y a la iglesia. En todo caso, que cada uno de ustedes ame a su esposa como a sí
mismo, y que la esposa respete por ello al esposo."

Es evidente con esto último, que si la mujer ha de ser cuidada al igual que como lo haga el hombre consigo
mismo, equivale a decir que debe de procurarse que tenga tanta vida y calidad de ella como el propio varón
desee para él. Si una mujer conoce y encuentra a su paso por la vida a un individuo masculino que le parezca
agradable según su parecer, pero éste a su vez no posee las cualidades de salud, supervivencia, moralidad,
conducta y hábitos que le permitan llevar una vida próspera y digna, ella misma cometerá error y se faltará a sí
misma si le elige como pareja, o si permite que él la corteje. Desdichadamente, este principio tan elemental y
sencillo no se aplica casi nunca en la actualidad para elegir al cónyuge, ya sea por desconocimiento, apatía, o
simple libertinaje, pero permite a su vez la existencia de hijos que no poseerán - al menos no por parte de los
padres - del ejemplo suficiente para vivir en paz y menos para elegir correctamente a su pareja futura. Entonces
el hombre, que busca la pareja ideal, ha de considerar el valor que la mujer en sí misma posee, contando con
elementos tan sencillos y elementales como el saberse atender y procurar una vida digna a través del trabajo y
el ahorro, además de cuidar y conservar su salud, casa, apariencia y conocimiento de forma tal que se provea de
una mejor calidad de supervivencia. Haciéndolo así, tendrá la certeza de que su mujer le apoyará en sus anhelos
de felicidad, continuidad de linaje y capacidad de triunfo.

El desorden en que vivimos actualmente se basa principalmente en la ignorancia de las personas sobre los
derechos y las responsabilidades que conlleva la propia existencia de cada individuo. Es por ello que llega a
parecer misterioso y de origen divino el poder encontrar a la pareja adecuada y además vivir en armonía con
ella. Cada uno de los habitantes de este planeta busca la felicidad, pero con creencias muchas veces equivocadas
y distorsionadas que a través de los milenios y causados por la indolencia, la superficialidad y el egoísmo, donde
se llega a creer que el ser humano es todo poderoso y se ignoran las necesidades de los demás. Es por todo esto
que escritos como éste son necesarios, ya que nos permiten recordar y retomar los principios elementales de
supervivencia que nos ayuden y nos retroalimenten para alcanzar una mejor calidad de vida y en armonía con los
seres que nos acompañan en el recorrido de la existencia que disfrutamos. Como evidencia de lo anterior, existe
un documento elaborado hace más de 100 años que aclara, define y extiende las obligaciones entre el hombre y
la mujer, pero que ha sido arrancado cual cosa inútil para evitar que la mujer sea plena a través de su marido, y
para permitir que el hombre se esconda en el desconocimiento de sus obligaciones naturales y adquiridas.
Transcribimos dicho texto a la letra:

LA EPISTOLA DE MELCHOR OCAMPO

«Declaro en nombre de la ley y la Sociedad, que quedan ustedes unidos en legítimo matrimonio, con todos
los derechos y prerrogativas que la ley otorga y con las obligaciones que impone; y manifiesto: "Que este es el
único medio moral de fundar la familia, de conservar la especie y de suplir las imperfecciones del individuo que
no puede bastarse a sí mismo para llegar a la perfección del género humano. Este no existe en la persona sola
sino en la dualidad conyugal. Los casados deben y serán sagrados el uno para el otro, aún más de lo que es
cada uno para sí. El hombre cuyas dotes sexuales son principalmente el valor y la fuerza, debe dar, y dará a la
mujer, protección, alimento y dirección, tratándola siempre como a la parte más delicada, sensible y fina de sí
mismo, y con la magnanimidad y benevolencia generosa que el fuerte debe al débil, esencialmente cuando este
débil se entrega a él, y cuando por la Sociedad se le ha confiado. La mujer, cuyas principales dotes son la
abnegación, la belleza, la compasión, perspicacia y la ternura, debe dar y dará al marido agrado, asistencia,
consuelo y consejo, tratándolo siempre con la veneración que se debe a la persona que nos apoya y defiende, y
con la delicadeza de quien no quiere exasperar la parte brusca, irritable y dura de sí misma, propia de su
carácter. El uno y el otro se deben y tendrán respeto, deferencia, fidelidad, confianza y ternura, y ambos
procurarán que lo que el uno se esperaba del otro al unirse con él, no vaya a desmentirse con la unión.

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LA VIDA DE PAREJA AUTOR: ERICK B. ESCOBAR MACIAS

Que ambos deben prudenciar y atenuar sus faltas. Nunca se dirán injurias, porque las injurias entre los
casados deshonran al que las vierte, y prueban su falta de tino o de cordura en la elección, ni mucho menos se
maltratarán de obra, porque es villano y cobarde abusar de la fuerza.

Ambos deben prepararse con el estudio, amistosa y mutua corrección de sus defectos, a la suprema
magistratura de padres de familia, para que cuando lleguen a serlo, sus hijos encuentren en ellos buen ejemplo y
una conducta digna de servirles de modelo. La doctrina que inspiren a estos tiernos y amados lazos de su afecto,
hará su suerte próspera o adversa; y la felicidad o desventura de los hijos será la recompensa o el castigo, la
ventura o la desdicha de los padres. La Sociedad bendice, considera y alaba a los buenos padres, por el gran
bien que le hacen dándole buenos y cumplidos ciudadanos; y la misma, censura y desprecia debidamente a los
que, por abandono, por mal entendido cariño o por su mal ejemplo, corrompen el depósito sagrado que la
naturaleza les confió, concediéndoles tales hijos.

Y por último, que cuando la Sociedad ve que tales personas no merecían ser elevadas a la dignidad de los
padres, sino que sólo debían haber vivido sujetas a tutela, como incapaces de conducirse dignamente, se duele
de haber consagrado con su autoridad la unión de un hombre y una mujer que no han sabido ser libres y
dirigirse por sí mismos hacia el bien."».
México, julio de 1859

EL TRABAJO Y LA PAREJA

Una vez logrado el compromiso de matrimonio, empezamos a notar que el simple hecho de adaptarse en
pareja es bastante difícil, ya que lo común es que cada uno de los cónyuges posee hábitos que llegan a ser
molestos y hasta desagradables para el otro. Estas diferencias se dan hasta en los mejores casos, donde ambos
son responsables y autosuficientes, pero con estilos de conducta distintos, y estas diferencias existen por que
cada pareja tiene ideas muy particulares del aseo, la conducta, y en fin, sobre el bien y el mal.

Esta incapacidad del ser humano de distinguir o discriminar los actos y sus consecuencias está totalmente
relacionada con la ignorancia, que se origina en la indolencia del prójimo al no compartir sus experiencias útiles a
los demás en afán de control, dominio y riqueza, pues es bien sabido que quien posee más conocimiento está
más capacitado para triunfar en la vida y distinguirse por encima de los demás.

Entonces, para subsanar las deficiencias, muchas personas aceptan con indolente resignación el mundo
oscuro en el que habitan, y es cuando se originan los mitos sobre cualquier cosa, que va desde la creencia en la
"generación espontánea" - que supone que de la basura, la descomposición de la materia orgánica o del fango
aparece la vida sin existir un huevo o semilla -, hasta la existencia de brujas que se alimentan de niños y bebés.
Todo esto para evitar responsabilizarse de las consecuencias de sus actos y esconderse en la ignorancia, los
malos hábitos y el conformismo a la vida misma.

Es por ello que para poder entender porqué el trabajo es un obstáculo a la vida de matrimonio, es preciso
explicar paso a paso cómo era la vida en la antigüedad, compararla con la de ahora, estimar las mejoras y las
fallas y encontrar el punto de equilibrio que nos permita la vida en armonía.
Decíamos en el principio, que el crecimiento de las ciudades diminuye la oportunidades de triunfo al haber
necesidad de repartir la riqueza de la comunidad entre más habitantes, tocando cada vez menos. Esto es: las
personas dedicadas al campo vieron disminuida su capacidad de cultivo por la ignorancia en el manejo de los
terrenos, junto con la creciente necesidad de alimento de las poblaciones cercanas, lo que los obligó a refugiarse
en las grandes ciudades en busca de mejores oportunidades de vida, y con la creencia equivocada de que eran
los únicos que dejaban el campo y creyendo que alguien más los trabajaría. Esto se ha repetido a lo largo de los
milenios y los sociólogos aún no aciertan a encontrar una solución. Los economistas especulan sobre
mecanismos de comercio y aprovechamiento de recursos sin dar pie con bola. Entonces, si ellos, que están bien
preparados - aparentemente -, ¿cómo podremos nosotros encontrar esa solución? y todo esto, ¿qué tiene que
ver con el matrimonio y el trabajo?

Pues bien, continuemos la explicación para aclararlo. En el antiguo reino egipcio existían diferentes clases
sociales que, además, heredaban su oficio tradicional y obligatoriamente a los hijos. De esta forma, cada cual
conocía su papel en el reino y la vida y tenía que conformarse con él. Las personas que no poseían familia por la
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LA VIDA DE PAREJA AUTOR: ERICK B. ESCOBAR MACIAS

razón que fuere, los cautivos por rebeldía, invasión o guerra y los menesterosos, solían ser esclavizados para
servicio de quien pudiese comprarlos y de esta manera se sustituía la obligación a un oficio determinado. Es
decir, los únicos que recibían alguna clase de paga por dedicarse a servir a los demás y que podían considerarse
como empleados eran los esclavos. Tenían derechos, como el poder obtener y conservar su propiedad privada,
casarse con quien quisieran sin importar la clase social, y podían comprar su libertad según el arreglo de tiempo
y precio al que llegaran con su amo. Todos los demás habitantes eran libres y se poseían a sí mismos,
sujetándose únicamente a las leyes del reino. Cuando por la escasez de agua que se sufrió durante los tiempos
bíblicos, el faraón egipcio en turno compró la vida de sus súbditos, fue a cambio del grano y alimento que el
reino guardaba, y con el cual pagó el precio de su propio pueblo, apropiándose de sus terrenos, propiedades y
vidas. Con esto, las personas ya no eran dueñas del fruto de su esfuerzo, y comenzó el final de esta antigua
civilización, ya que la gente no se veía con el mismo interés de cuidar de sus oficios, pues ya nada les
pertenecía. Con el pasar del tiempo, éstas y otras divisiones de la fuerza faraónica propiciaron la inconformidad
de príncipes, nobles, ricos y pobres, que se sublevaron y terminaron con el yugo de esclavitud que permitieron el
derrumbe de esta milenaria cultura.

En la actualidad, aquellas personas que poseen negocios sin importar su tamaño, equivalen a los antiguos
artesanos libres e independientes, y los esclavos de antaño se repiten en los empleos al gobierno y a las
empresas grandes, medianas y hasta a las pequeñas. Pero el grueso de la población actual está subordinado;
esto significa que la mayoría no es suficientemente dueña de sí misma y debe su prosperidad o falta de ella a un
patrón. De esta manera, las personas nacidas bajo el signo del empleo crecen con la idea de que lo mejor que
les puede suceder es colocarse en un buen trabajo; y estudian y se preparan para ser mejores esclavos, ya que
consideran que poseer un negocio propio es altamente difícil e incluso hay quienes ven abominable la palabra
comercio, y la apartan de su vocabulario, de sus pensamientos y hasta de su familia, debido a que viven
creyendo que el mal, el pecado y la corrupción se originan en el anhelo de riqueza que promete la creación de
una empresa.

De esta forma, el caudal de conocimientos acumulados a través los milenios no puede aprovecharse y se
pierde lenta e inexorablemente, ya que se transmitía a través de la necesidad que se tenía de unos para con
otros a través del comercio, el trueque, las tradiciones familiares, religiosas y el linaje que ofrecían los oficios que
se transmitían de padres a hijos. Es decir, al perderse el interés de conservar el oficio del padre, el no aprender
de los aciertos y errores de la familia misma, y buscar acomodo en trabajos estériles que difícilmente pueden
heredarse a los propios hijos, ya no parece necesario recordar el pasado, ni a los parientes fallecidos, o asistir a
ceremonias religiosas que nos hablen de tiempos antiguos, ni acumular experiencias de ningún tipo, ya que todo
ello no parece ser suficiente debido a que un empleo "moderno" no permite la autosuficiencia, y la creatividad
propia es mediocremente utilizada y fomentada ya que sólo importa lo que beneficie a la empresa, el estado, el
instituto o la corporación, pero no al individuo o a su familia.

¿Cómo afecta todo esto a la vida de pareja? Debido a que ya no importa la calidad de trabajo sino la cantidad
del mismo, y a que la competencia entre unos y otros para obtener mejor colocación y ganar más dinero, se cae
en el error de dedicar cada vez más tiempo a satisfacer la necesidad económica pero sin buscar mejor trabajo,
ocupación o recursos, mas bien haciendo más de lo mismo y consumiendo un tiempo que sería mejor empleado
en el hogar en compañía de la pareja y los hijos, y transmitiendo el saber con el ejemplo y la propia conducta.
Esto mismo motiva a que hombres y mujeres por igual se consuman en el deseo de un bienestar temporal
arrebatándose las recompensas y el disfrute de sus personas a cambio de un insuficiente salario que no siempre
es suficiente para satisfacer las necesidades de la vida cotidiana. Entonces, sumido el ser humano en sistemas de
subordinación y auto esclavitud, ya no puede distinguir lo bueno de lo malo, que ya no es tan evidente gracias a
que la percepción de la felicidad y sus satisfactores cambian de significado para adaptarse a un conformismo y
mediocridad, propiciando la miopía tanto visual como de mentalidad y de humanidad. La miopía es un defecto de
la visión que sólo permite que la visión sea clara con los objetos muy próximos, impidiendo ver con claridad a
distancia; de este modo, ya no se ve la consecuencia de los actos a la larga y sólo se entiende el momento que
se vive de modo que únicamente nos deja como meta clara el satisfacer lo presente, lo cotidiano, lo urgente,
pero lo verdaderamente importante se pierde y olvida, que es la responsabilidad que la propia vida exige, y que
demanda atención a todos los que componen nuestra familia y nos proveen de la inmortalidad tan deseada.

Entonces, ahora que sabemos que el trabajo moderno reduce la calidad de vida matrimonial y familiar, sólo
nos queda deducir la solución a este problema. El camino que nos falta por recorrer es el de la verdadera y
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auténtica autosuficiencia, que se resume en un negocio o empresa propia. Muchas personas argumentan que no
es posible ni viable esta conclusión, y para dar respuesta clara y concreta a esta duda, hemos de hacer la
siguiente explicación.
Así como al principio del linaje humano se fueron especializando las tareas para satisfacer la demanda
creciente de protección, alimento, vestimenta y refugio, aparecieron los oficios, el trueque y la religión. Cualquier
conocimiento que pueda ser usado para ayudar o servir a los demás permite al que lo posee pedir algo a cambio
de su servicio. Para evitar el abuso de los demás acerca del cobro o pago es necesario que cada persona tenga
libertad para elegir cómo desea ser retribuido o recompensado, quedando a su vez limitada la esclavitud que
somete al humano y su voluntad al capricho de otros. Aunque las leyes que se han elaborado por el hombre
podrían controlar los abusos, no lo hacen realmente, debido que la mayoría de los gobiernos se han convertido
en entidades paternalistas que buscan cuidar de los distintos individuos pero propiciando modelos de trabajo que
limitan el desarrollo personal y reprimen el libre arbitrio y la capacidad de administración del propio tiempo,
dinero y esfuerzo.

Esto es: un empleado rinde cuentas a un patrón, y aunque la categoría sea de "confianza", sigue siendo
subordinado, y si se le pide que labore más allá de su jornada regular de trabajo, tiene que acatarlo, y aunque se
le pague una compensación por ello, nada le restituye el tiempo perdido que ya no puede aprovecharse junto
con la familia, y la educación de los hijos queda a la deriva de sustitutos, que nunca podrán igualar el ejemplo de
los padres. El hombre y la mujer quedan entonces sujetos al parecer de los patrones o jefes, olvidando que la
razón por la cual trabajan es para poder lograr una buena vida familiar a través de los frutos producidos por el
trabajo cotidiano, mismo que debe procurar el tiempo suficiente para la convivencia y el disfrute de los logros.

DIVORCIO

La palabra divorcio proviene del latín divortium, que a su vez se origina de divertere, que significa apartarse.
Es la disolución del matrimonio durante la vida de los esposos a causa de la sentencia de una autoridad
competente. Puede ser vincular (absoluto), y entonces los cónyuges pueden contraer nuevo matrimonio con
otras personas; o relativo, que es una simple separación de cuerpos, sin derecho a contraer nuevo matrimonio.
El derecho civil de casi todos los Estados modernos (con excepción de España y algunas repúblicas
iberoamericanas) reconoce el divorcio absoluto. La iglesia católica sostiene la doctrina de que un matrimonio
válido entre personas bautizadas, una vez consumado, no puede ser disuelto por ningún poder humano, ni por
otra causa que la muerte de uno de los cónyuges; por consiguiente, no admite el divorcio absoluto; pero la Santa
Sede sí puede declarar, en ciertos casos especiales, que el vínculo no existió nunca por no haberse consumado el
matrimonio, y en tales casos deja a los cónyuges en libertad para volver a casarse. También en algunos casos,
por graves razones, la Iglesia autoriza la separación definitiva de dos cónyuges, pero esto es sólo un divorcio
relativo y los separados no pueden contraer nuevos matrimonios.

Debido a que en la antigüedad se solía apartar a la mujer y lanzarla del seno familiar con la mayor facilidad y
sin haber razones suficientes para ello, y a que existían organizaciones sociales que permitían la poligamia, es
decir, que el varón tuviese más de una esposa, consorte o concubina, fue que se instituyeron las primeras
reglamentaciones para proteger principalmente a la mujer, no al hombre. Esto quiere decir que la persona que
solía deshacerse de su cónyuge era el marido, y con muy raras excepciones, la esposa. Pero, ¿protegerla de
qué? De la intemperie, la vergüenza del rechazo, del estigma, de la mancha que la hacía ver como indeseable y
por ello incapaz de dar o recibir honor, familia, amor o respeto. Un hombre divorciado solía buscar rápidamente
una sustituta y muchas veces ésta ya existía antes de la separación, haciendo evidente su falta de cumplimiento,
pero que muchos no deseaban ver y mucho menos denunciar.

Las razones por las cuales actualmente una persona decide divorciarse ante la ley civil son muy diversas, y se
entiende que todas ellas impiden la vida armoniosa en pareja, y sobre todo, la mayoría suele justificarse en la
infidelidad, ya sea por parte del hombre o de la mujer.

Pero, ¿por qué alguien decide separarse de su pareja, sin intentar resolver el conflicto o conciliar los intereses
comunes? Desgraciadamente se debe a la falta de conocimiento, madurez y responsabilidad de uno de los
cónyuges o de ambos, donde, al no tener idea de lo que significa el compromiso que adquirieron, ya sea por la
edad, la insuficiente educación, la necedad y las "costumbres" que no siempre se entienden y sólo se imitan, es

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que buscan esconder su incapacidad para vivir culpando a las circunstancias de la vida y hasta a la familia, con
tal de satisfacer su necesidad de libertad como consuelo a sus sufrimientos y pesares.

Podríamos enumerar muchas razones para el divorcio, tales como el maltrato físico, el abuso sexual, la
pobreza, la infidelidad, la promiscuidad, el resentimiento, etc., y la lista se extendería largamente sin que
pudiésemos clasificarlas o agruparlas en unas cuantas. Lo que sí podemos hacer es reconocer que cuando una
persona no satisface las necesidades más elementales de propia supervivencia, ignora el derecho propio y ajeno
a la felicidad y se expone a sí mismo a la extinción, ya que no posee las cualidades suficientes para conservar la
especie, ni su propio linaje, oficio, conocimiento o experiencias.

La falta de preparación que tanto el hombre como la mujer obtienen de sus padres, y la indiferencia del
Estado a procurar el conocimiento moral y social que hace posible la responsabilidad provocan que no existan o
sean escasas las bases en las que se fundamenta la vida de pareja que se consuma en el matrimonio. Esto se
hace cada vez más difícil de entender para la mayoría, que tiene ideas equivocadas de lo que su propio papel
significa, y se acomodan a costumbres, ideas y mitos que impiden reconocer el límite de la obligación y el
comienzo del derecho. En otras palabras, para poder tener derechos, ya sea como ciudadano, religioso,
estudiante, trabajador, empresario, etc., es necesario haber satisfecho primero las obligaciones que acreditan al
individuo para responsabilizarse de sus propios actos. Todos pretenden defender sus derechos, pero casi nadie
desea hacer respetar sus obligaciones, y es precisamente lo que la mayoría de las personas en este mundo
"moderno" vienen haciendo, y sobre todo los varones, que se consideran, al igual que los antiguos griegos y
romanos, como representantes de la voluntad divina en la tierra y merecedores de todo tributo, respeto y poder.
Por supuesto, no consideran necesario luchar o esforzarse por ganarse este título, pues creen que lo reciben de
nacimiento y de forma automática, desde el momento que se conoce su sexo masculino.

Pero, si el divorcio se impedía para poder proteger a la mujer, ¿qué pasa cuando la sociedad lo permite y qué
ocurre después? Infortunadamente la mujer se ve obligada a trabajar si antes no lo hacía; a depender de la
pensión que el hombre le dé para sufragar los gastos; a sufrir por el rechazo de familiares y amigos; y por
supuesto, a creer que el matrimonio es la tumba del amor y por ello a decidir no tomar en serio un compromiso
de pareja, ya que no ve en ello ninguna garantía de felicidad o respeto. Lo común es que la mujer se las ingenie
para no depender directamente de un hombre, pero eso no significa que logre ser feliz, ya que empieza a
conformarse con una vida sentimentalmente vacía. Todo esto dicho en el mejor de los casos, ya que, aunque
existen francas excepciones donde la mujer encuentra una mejor pareja o se refugia en los hijos y la familia,
pero logra evitar mayores desastres, lo "normal" en estos casos es que aparezca la desvalorización que
comúnmente sigue a una desilusión. Esto provoca que la indolencia, la frialdad y la superficialidad parezcan ser
los mejores aliados de la divorciada, donde acepta y tolera el convertirse en amante, promiscua o amargada,
haciendo sufrir consecuentemente a los hijos cuando los hay. Entonces, ¿qué puede hacerse al respecto? La
intervención del Estado y sus leyes puede y debe aplicar sanciones que exijan del hombre y de la mujer
responsabilidad, obligación y cumplimiento de los deberes originados con el matrimonio, pero sin propiciar la
separación. De esta forma, al no poder ninguno de los dos zafarse del compromiso, además de ser castigados y
reprendidos, poco a poco se logrará que las conductas irresponsables sean menos evidentes.

JESUS ENSEÑA SOBRE EL DIVORCIO


(San Mateo 19.1-12; san Lucas 16.18; san Marcos 10.1-12)

Algunos fariseos se acercaron a Jesús y, para tenderle una trampa, le preguntaron:

- ¿Le está permitido a uno divorciarse de su esposa por un motivo cualquiera?

Jesús les contestó:

¿No han leído ustedes en la Escritura que el que los creó en el principio, 'hombre y mujer los creó'? Y
dijo: “Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su esposa, y los dos serán como una

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sola persona”. Así que ya no son dos, sino uno solo. De modo que el hombre no debe separar lo que Dios ha
unido.

Ellos le preguntaron:

- ¿Porqué, pues, mandó Moisés darle a la esposa un certificado de divorcio, y despedirla así?

Jesús les dijo:

Precisamente por lo tercos que son ustedes, Moisés les permitió divorciarse de su esposa; pero al
principio no fue de esa manera. Yo les digo que el que se divorcia de su esposa, a no ser en el caso de una
unión ilegal, y se casa con otra comete adulterio.

Le dijeron sus discípulos:

- Si este es el caso del hombre en relación con su esposa, no conviene casarse.

Jesús les contestó:

- No todos pueden comprender esto, sino únicamente aquellos a quienes Dios les ha dado que lo
comprendan. Hay diferentes razones que impiden a los hombres casarse: unos ya nacen incapacitados para el
matrimonio, a otros los incapacitan los hombres, y otros viven como incapacitados por causa del reino de los
cielos. El que pueda entender esto, que lo entienda.

INFIDELIDAD

Como ya hemos explicado antes, el varón que no cuida bien a su mujer la expone al maltrato físico y moral
que después es la razón del desprecio a la pareja, y como consecuencia de esto, aparece la idea de que es
necesario buscar alguien que sustituya la alegría, el placer y la atención que deseamos tener pero que no
sabemos propiciar. También es cierto que existen mujeres que, sufriendo las consecuencias de una mala vida
familiar, caen en el libertinaje, mismo que va desde la simple vanidad y utilitarismo - donde ellas manejan al
hombre para ver “que le sacan” -, hasta las que se venden por dinero y se prostituyen con esto. Todos estos
temas se encuentran explicados con claridad en los libros de las Sagradas Escrituras de la Biblia, especialmente
en dos libros: en el de Sirácida o Eclesiástico y en Proverbios. Pero para algunos, leerlos o tan sólo mencionar la
fuente de donde provienen, les resulta molesto, incómodo e incluso se "asustan" tan sólo de pensarlo.

Pero las leyes son bastante claras: aquél que las respeta, protege su vida, familia y dinero, obtiene respeto,
dignidad y aprecio de los demás, y alcanza una mejor calidad de vida y abundantes recompensas en los cuatro
aspectos del ser: material, mental, espiritual y mundano. Pero, si las recompensas son altas, ¿por qué entonces
no nos esforzamos?

Para poder contestar a este gran interrogante, hemos de recordar que el ser humano, al ir especializándose
en sus habilidades, cree conveniente subordinarse en el empleo, sujetándose a superiores, sean
gubernamentales o de la iniciativa privada. En esta forma logra, parcialmente, bienestar económico, que se
entiende como comodidades, lujos y diversiones que hacen suponer al individuo que ya no ha de esforzarse más
que por conservar ese estilo de vida, sobreentendiendo que todo podrá conseguirse con dinero. De esta forma,
hombres y mujeres por igual encuentran un falso refugio de las obligaciones caseras o domésticas, y reniegan de
los deberes familiares como son la convivencia, la educación, el aseo del hogar y la formación del carácter propio
y de la familia con la disciplina y el orden.

Esto no significa que el trabajo moderno sea un mal, pero sí que se le ve como una solución mágica a los
necesidades y obligaciones de la vida, mismas que debieran ayudarnos a ser mejores personas, pero que
evitamos por creerlas innecesarias, tediosas e inútiles hasta las más pequeñas responsabilidades.

Por ello, cuando la conducta cae en un abandono de la propia autosuficiencia, es que aparece la indolencia y la
indiferencia, que poco a poco nos hace sentir que hacen falta alicientes para continuar con una rutina que hemos
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hecho sosa, y se empieza a buscar alguna emoción que exalte los sentidos y haga la vida emocionantemente
peligrosa. No es necesario decir que todo esto ocurre porque olvidamos la razón por la cual existimos en este
planeta, y que, al fallar en la meta sobrenatural que todos tenemos, buscamos justificar nuestra presencia en el
mundo a través de la falsa necesidad de satisfacer los anhelos de los sentidos corporales.

La infidelidad, vista desde un punto de vista moral, social y religiosa, es un atentado contra las buenas
costumbres, la solidez familiar y la economía individual. Por estas mismas razones, se le ve como algo
emocionantemente peligroso, ya que el atractivo del placer sensual junto con la excitación motivada de
transgredir alguna regla social o moral sin ser aparentemente descubierto, incita al individuo a buscar patrones
de conducta indeseables para llenar el vacío que se ha producido con el abandono y la monotonía promovidas
por un empleo fijo subordinado e incluso por una riqueza o bienestar temporal que nos absorbe en tiempo,
dinero y esfuerzo.

El precio que se paga por la infidelidad siempre es muy alto, y va desde el simple rechazo terminante de la
pareja hasta altos gastos económicos, que pueden acarrear la bancarrota. Todo esto sin mencionar las
agresiones físicas, asesinatos pasionales, mutilaciones por celo, etc. que suelen acompañar a la promiscuidad, y
luego nos preguntamos ciegamente, ¿por qué enojarse tanto por algo tan natural como el sexo? Porque se
supone que el amor de pareja se da entre dos, no entre tres o m s. No de balde se dice: casa - dos, o junta -
dos, para referirse a la pareja. Si dijera: casa - tres, o junta - tres, quizá es porque el común de la población lo
acepta, pero ni siquiera las masas de gentes aceptan la formación de familias con 2 hombres y una mujer, ni
dos mujeres y un hombre, o tres mujeres o tres hombres. Hasta los disfuncionales homosexuales aceptan esto.

Es necesario recordar y reconocer que lo que une a una persona con otra es el "me importas tú" que cada
uno siente por el otro. Y por lo mismo, este interés del uno por el otro debe fortalecerse día con día, al igual
que hacemos con la comida, el aseo, el sueño, la oración, el acercamiento a Dios, el ejercicio físico, etc.
Cada vez que rompemos este esquema de cotidianidad, algo malo ocurre y es en la dirección en lo que esa
obligación procura proteger y cuidar.

SEPARACION

Hay como siempre, muchas razones por las cuales una pareja decide separarse. Hay quienes al hacerlo, no
solo no se divorcian, sino que se acomodan a un estilo de vida que les hace aparecer decentes porque
conservan el matrimonio, pero es sólo un pretexto para poder tener múltiples relaciones sexuales sin
preocuparse por tener que prometer algo, con la excusa de "no estoy listo para otra relación", "el matrimonio
es sagrado y no me puedo volver a casar", "quedé muy lastimado", "ya no creo en el matrimonio", y muchas
más.

Pero cuando ocurre, las consecuencias son las mismas que cuando se da el divorcio: existan hijos o no, las
personas separadas fallan a sus responsabilidades como individuos, como pareja, y como humanos, ya que
fallan en la caridad que se deben unos para con otros. Por supuesto, espiritualmente la falla es grave, ya que
es un atentado contra el Espíritu Santo, porque la persona impide con su actitud y malicia, la acción de la
gracia, la cual solemos atribuir al Espíritu Santo en particular como fuente de todo bien. Y la gracia es un don
divino que nos hace ser hijos de Dios y herederos de su gloria, misma que al perderse o impedirse, impide que
nuestras obras sean satisfactorias y meritorias ante Dios.

Entonces, una vez que se ha cometido el error de la separación, quien quiera que sea el que tenga la "culpa"
de ello, se transgreden los mandamientos 1º, 4º, 8º, 9º y 10º . ¿Por qué‚? Fácil: el primero porque si amo a
Dios sobre todas las cosas, pero no hago su voluntad, y ésta es vivir en armonía; falto a este mandato; el cuarto,
porque deshonra a los padres el que un hijo (a) sea incapaz de darles honor con su conducta y familia; el octavo
porque es mentira que no se puedan resolver los conflictos y también es falso que el amor se termina; el noveno
porque el que se separa desea consciente y voluntariamente cosas que ofenden a la pareja, a Dios y a los hijos
si los hubiere; y el décimo, porque despierta de uno para otro deseos de bienes materiales que pertenecen a la
pareja y ya no a uno solo; el sueldo o ganancia económica percibida ya no pertenece a uno sino a la familia
constituida, y desearla para uno o separar cantidades para uno es codicia.

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CONCLUSIONES

Desde el principio de los tiempos, la necesidad de continuidad de la especie humana le ha hecho comprender
lo importante de la vida de pareja; el aprender a ser autosuficiente es principalmente para poder lograr una
mejor calidad de vida, además de elegir al ser con quien emprenderemos esa aventura de vivir.

Existen tantas cosas interesantes que podrían hacerse aprovechando las mismas garantías que permite el
trabajo, que sería interminable mencionarlas, pero todas ellas conllevan el sello de "responsabilidad" tan temido
por el ciudadano promedio, que busca específicamente evitar comprometerse con algo, alguien e incluso consigo
mismo. Para poder entonces vencer la temporalidad de los placeres mundanos y cotidianos, hemos de buscar
conveniencias más duraderas que sobrepasen los egoísmos y la superficialidad, y éstas se entienden o traducen
en "lazos". Los lazos son vínculos que nos atan a personas, instituciones, empresas, gobiernos y credos que se
manifiestan a través de otros hábitos relacionados con el bienestar de mayores números de personas, que a su
vez originan responsabilidades comunes que permiten enfrentar constantes retos y riesgos que nos ponen en
contacto con las emociones que buscamos para encontrarle el verdadero sentido a la existencia.

Pero, nos guste o no, el ser humano tiene un origen divino, y la función de la humanidad en este mundo no
es la de conseguir riqueza, placer, lujo, comodidad o inteligencia. El hombre ha sido creado para conocer, amar y
servir a Dios en esta vida y después gozar de Él en la vida eterna. Y cuando esta misión se cumple, todo lo que
se hace es placentero, estimulante, creativo, estético, funcional, eficiente y permite el progreso.

Entonces, el hombre no fue creado para estar solo, ya que no habría motivación ni aliciente para hacer las
cosas. Debemos entonces cuidar de la pareja al igual que se trata a nuestro propio cuerpo; por ello, debemos
también cuidarnos para esa persona por amor, respeto y obediencia al Creador.

Pero si no lo hacemos y buscamos justificarnos en nuestra egoísta búsqueda de placer temporal, entonces
debemos atenernos a las consecuencias, pues si bien la ley del hombre no recompensa las obras buenas, aunque
castiga las que considera que son de su competencia, la ley de Dios sí recompensa toda obra buena hecha en su
nombre – es decir, procurando construir su reino en la tierra –, y sanciona toda acción egoísta e indolente del
hombre contra del hombre. Y aunque Dios no es cruel, el precio que se paga por ignorar sus leyes es tan grande
como el que a nadie le importe lo que se haga ni lo que se sufra o lo que sienta, además de otras consecuencias.

Nuestra propia conveniencia nos debe de aclarar que debemos dar en la misma proporción de lo que
esperamos recibir y por los mismos conductos. No podemos creer que por resolver una cuestión económica ya
tenemos derecho a una vida de pareja plena.

Si Dios no puede vivir en una casa que le construyamos, y es tan grande que no alcanzamos a verle, la forma
en que le servimos es cuidando el planeta que nos encargó, estar sujetos en servicio los unos a los otros como
hermanos que somos, cuidarnos, corregirnos, apoyarnos como única forma de construir el reino de Dios en la
Tierra.

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