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MARIA ASQUERINO

ES
MARÍA ASQUERINO
EN...

MARÍA, AL FIN Y AL CABO.


MARÍA, A CONTRALUZ...
A CONTRALUZ
SIMPLEMENTE MARÍA (ASQUERINO).
MARÍA, SIMPLEMENTE.
MARÍA SOLA.
BOMBONES, CARAMELOS... Y UN SORBITO DE TÉ AMARGO...
BOMBONES, CARAMELOS Y UNA TAZA DE CAFÉ.
BOMBONES, CARAMELOS... TENGO PRALINÉS.
CLAROSCURO
De mi corazón a mis asuntos...

1
Espacio escénico
Una mesa de cocina, en el centro, sobre ella: una botella de anís y una copa.
Otra mesa, en una esquina, sobre ella diversos elementos: una caja de
música, un par de retratos, un reloj, una flor, cartas, una caja de bombones,
libros, una pitillera, una caja de cerillas...
En un lateral, un maniquí con ropa masculina, lleva sombrero.
Un piano, sobre él, el tópico cráneo de Yorick, casi escondido.

Personajes:
ELLA, María Asquerino.

EL PIANISTA.

2
Prólogo: Cómicos.
Lentamente va entrando la luz iluminando uno a uno los diferentes objetos
que salpican el escenario. Suena la música introductoria del espectáculo que
procede de la cajita de música del recuerdo, que alguien ha abierto en la
oscuridad y que, con el efecto sencillo de los concentraluces, se empieza a
insinuar bajo su diminuta ducha de luz; pasamos de un objeto a otro:
podemos empezar aislando con la luz la botella, de allí pasamos a los
retratos, el reloj, una caja de bombones y el resto de objetos que pueden
componer ese mundo en miniatura y que se determinará una vez acabado el
guión, el maniquí, la luz termina depositándose en el falso cráneo, sobre el
piano...
A la música de la cajita se suma el pianista en directo, apoyando la misma
melodía.
Desde detrás del patio de butacas oímos la voz de María:
“Bombones, caramelos, tengo praliné...”
Un cañón de seguimiento la acompaña en su recorrido, lleva colgada la
bandeja con los dulces, tal como hacía en su debut en el teatro, en “ELOISA
ESTÁ DEBAJO DE UN ALMENDRO...”
Sube al escenario después de repartir alguna golosina, sobre todo si ve
alguien que le interese...
Llega hasta el piano, deja la bandeja, antes le ofrece un cigarro al pianista,
que no deja de tocar un instante. Le coloca el cigarro entre los labios, le
arregla la corbata: va algo desastrado. María coge el cráneo de Yorick, lo
levanta, e imita durante un par de segundos la actitud de Hamlet, el
requetesabido “ser o no ser”, que pronuncia casi imperceptiblemente,
después lo acerca hasta el pianista. El cráneo resulta ser un mechero y de su
calva frente sale la llama con la que le enciende el cigarro.

3
María va hacia la corbata, frente al público, primero repasa los objetos
iluminados que componen una porción de sus recuerdos, luego canta entre
nostálgica e irónica:
A veces resulta cómico
Ser cómico
A veces resulta trágico
Ser cómico
La vida es tan paradójica
Que resulta tragicómica
El gran teatro de la vida
No tiene lógica...
La vida y el teatro son mentiras diferentes
Y sin embargo como dos adolescentes
retozan y se acarician
Son amantes insistentes
Sus canas milenarias
Son ganas de quererse...
Y es que es tan cómico vivir
Y es que es tan cómico sentir
Cómicos, cómicos del alma
Cómicos del cielo
Cómicos del suelo
Cómicos... cómo os quiero...

Sigue la melodía para que no haya posibilidad de que los aplausos


interrumpan la acción. No debería pasar. El espectáculo –salvo algún mutis
bien medido- debe tener una continuidad que marque el ritmo. Así lo veo yo.
Sobre las variaciones de la melodía la actriz se enfrenta al público.

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Uno.
De verdad y de mentira.

La vida y el teatro son mentiras diferentes, no sé quien dijo esta


frase pero acertó.
Me llamo María Asquerino, que es un nombre de mentira pero que
es mi gran verdad de actriz...
Me llamé ... Maruja Asquerino –horror...!, incluso Maujita
Asquerino –más horror todavía-... pasemos página...
Aunque “Dulce Nombre de María Serrano Muro” es el nombre de
verdad que aparece en ese DNI de mentira plastificada que no
renuevo porque a ciertas edades cada vez que una renueva el carné
es como si diera diez pasos más hacia su tumba y yo prefiero
quedarme donde estoy...
Cuando venga la muerte, que me pille bien viva, vivita y coleando...
O, la verdad, es que debería llamarme María Urdiain y llevar el
apellido de mi padre verdadero que después resultó ser, visto y no
visto, un padre de mentira casi toda su vida hasta que, cuando el
pobre se iba a ir al otro mundo, descubrí que, en el fondo, era un
padre de verdad... y siempre lo echaré de menos...
Entre tanto nombre, mi madre, hecha un lío, me llegó a llamar...
Marija.

5
O bien me podía haber llamado... por ejemplo, Betty Davis o Greta
Garbo, si en vez de haber nacido en la calle Colmenares de Madrid
me hubieran parido en Nueva York o Estocolmo...
Lo bueno, y lo malo de interpretarse a una misma, como yo estoy
haciendo ahora, es que cabe todo. Y más sobre un escenario, donde
la ficción y la realidad se entremezclan.
Quién soy yo: de verdad...
De mentira...
La vida, el teatro, separados por esta cuarta pared...
Para la música.
Me llamo María Asquerino y tengo... 39 años...
PAUSA. María sonríe al público.
Bueno, sí, claro, esos murmullos ya sé a qué vienen: últimamente
me he descuidado y estoy algo estropeada, pero si me vieran con el
maquillaje justo y después de haber dormido esas ocho horas que no
duermo desde hace cuarenta años... SUBRAYA LO DE
“CUARENTA”... entenderían que tengo treinta y...
PAUSA.
¡Setenta y cinco tacos!. La expresión lo dice todo: tacos.
A partir de los cincuenta ya no se cumplen años, se cumplen
¡hostias!, con perdón del personal, lo siento, es mi debilidad: soltar
el taco cuando me lo pide el cuerpo. Ya lo dijo aquél: no hay nada
más hermoso y verdadero que una palabra bien puesta.
Sí. Se cumplen tacos.

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Cuando tenía 14 “añitos”, ahí sí encaja la palabra, incluso en
diminutivo, pisé por primera vez un escenario, curiosamente
pisando el patio de butacas, con la voz de un vendedor de bombones
y caramelos.
Ahora que tengo 75 “ jodidos añitos” –queda patético- os puedo
decir que estoy aquí, delante de vosotros, tan viva como siempre,
con este cuerpo serrano- pata negra- algo devaluado y añejo pero
con pedigrí al que todavía le queda mucha caña que dar... o, por lo
menos, la caña que me quede quiero repartirla con la energía que da
el teatro y el cine... Estoy aquí, digo, para algo más que contaros mi
vida, mis historias, mis locuras....
... para deciros algo mucho más importante, contaros mis verdades
y alguna que otra mentirijilla –por aquello de despistar...-.
Y deciros, bien alto, que confieso que he vivido...
El pianista mueve con una mano un palo de lluvia que nos habla
del rumor del mar.
María se dirige hacia la mesita de cocina, se sienta junto a ella, la
mira... Se sirve una copita de anís...sonríe el pianista.
y jugado con la vida...
el pianista juega con las teclas...
y amado...
el pianista insinúa una melodía romántica.
Y soñado.
El pianista garabatea una melodía deliciosa.

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Confieso que he soñado tanto sobre el escenario como fuera de él...
Y me he dejado soñar y llevar por los sueños...
El pianista deja de tocar de golpe. Sigue moviendo rítmicamente, a
golpe de ola, su palo de lluvia.
Y, lo más importante de todo, confieso que, si vivo, es para poder
seguir compartiendo con vosotros, sobre este escenario, hasta que el
cuerpo aguante, todos los sueños del mundo...
Hay un cambio de luz, tamizada por la irrealidad, que da paso a la
escena dos.

2.
EL MAR Y EL TIEMPO.

María se sienta junto a la mesa. Coge la caja de bombones,


todavía con el lazo de regalo y le dice al maniquí:
Gracias, eres muy amable.
Se empieza a servir una copa de anís. El maniquí le responde con
la voz grabada de Fernando Fernán Gómez.
M: ¿Quieres tomar algo?
F.F.G: No, muchas gracias.
P (El pianista) sigue moviendo con una mano el palo de lluvia, con
el otro insinúa la melodía de la misma escena de EL MAR Y EL
TIEMPO.

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M: Yo sí voy a tomar una copita ¿Tú eres abstemio?
F.F.G.: No, pero aún no es mi hora.
M: Ya. Tú te controlabas mucho. Eras bastante frío.
F.F.G.: ¿Eso crees?
M: Yo así te recuerdo antes de que te fueras a Argentina... hace...
(demasiado tiempo, sin duda) ... pero cualquiera sabe. Demasiado
tiempo...
F.F.G.: Demasiado mar por medio...
M: y la memoria, que engaña mucho...
F.F.G.: Te recuerdo siempre alegre y vital. Te recuerdo jugando
al diábolo, saltando a la comba...
M: Pero eso era cosa de niños.
F.F.G.: Creciste y eras cada día más guapa.
M: Recuerdos.
Se sirve otra copa.
F.F.G.: ¿Recuerdas aquello que cantabas a la comba?
M: canta, el pianista le sigue con el piano:
Yo soy la canastera de capuchinos
Alegran los cantares la tierra mía...
F.F.G.: Te estoy viendo. Te estoy viendo saltar a la comba. Y
había otra canción, otra muy triste, de guerra...
M: canta: En el barranco del lobo
Hay una fuente que mana
Sangre de los españoles

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Que murieron por la patria...
F.F.G.: Ésa era...
M: Tú te quedaste ahí.
F.F.G.: No, no creas. Lo que pasa es que, al verte de nuevo, y al
encontrarte aquí... ¿éste es el aparador de mis padres, verdad?
M: Cuando Eusebio y yo nos casamos juntamos las cuatro
porquerías que tenía él con las que tenía yo. Y cuando nos
separamos él se portó muy gentil, muy caballeroso. A mí me dio lo
muebles viejos y él se compró otros nuevos.
F.F.G.: En ese cajón se guardaba el tablero de damas y el
parchís.
M: Ahora sólo hay trapos viejos. Y una baraja. Hago... solitarios...
Vuelve a servirse.
F.F.G.: No te conviene beber tanto.
M: Ya te habrá dicho tu hermano que soy una borracha.
Pregúntale quién tiene la culpa.
F.F.G.: Os queríais muchísimo.
M: Eso era antes.
F.F.G.: No tenías ojos más que para él.
M: A ti te miraba menos... Eras nuestro cartero. Y al cartero no se
le mira la cara, se mira el sobre. Nos traías y nos llevabas cartitas...
Mentías para taparnos cuando llegábamos tarde...
F.F.G.: él era el jefe de la panda...

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M: ¡El jefe! Eso era antes, cuando Eusebio era otro hombre. Tenía
pasión, entusiasmo. Quería hacer muchas cosas, cambiar el
mundo... Me quería a mí. Pero después de la guerra se convirtió en
ese desecho que es ahora.
F.F.G.: Yo lo encontré como siempre: comprensivo, tolerante...
M: ¿Tolerante? Otra copa.
F.F.G.: No, Marcela.
M: Déjame, coño. Lo que pasa es que ahora todo le da igual. Que
su madre está mochales, le da igual. Que se cruza una mujer en su
camino que pone en peligro la pareja: él, a por ella. Que su mujer le
pone los cuernos, le da igual. Que su querida es alcahueta, puta,
cotrabandista, usurera... le da igual. Fíjate, Jesús, fíjate qué
diferencia hay entre estos tiempos y los buenos tiempos, cuando
Eusebio, mi Eusebio, era otro hombre. Tu hermano, el de ahora, y
no el de antes de cuando yo saltaba a la comba y cantaba...
F.F.G.: La canastera...
M: Eso, la canastera... El Eusebio de ahora no ve a nadie. Se
levanta, se afeita frente al espejo, se ve a él, allí en el espejo, y ya es
como si no se quitase el espejo de delante. Vete, Jesús.
F.F.G.: ¿Cómo?
M: Que te vayas.
F.F.G.: Pero... por qué...
M: Porque a partir de ahora ya no se puede estar conmigo...
F.F.G.: Yo sí puedo...

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M: Vete de una vez...
Buen chico, obediente como siempre.
Gracias otra vez. Por los bombones.
F.F.G.: Nunca tuve la valentía necesaria para decirte que...
M: Gracias por tu silencio. Siempre lo supe...
Toma, te voy a dar los besos que no te di entonces...
Se va a levantar. Está demasiado borracha. Vuelve a caer
sobre la mesa.
El pianista toca unas notas sobre el piano, una variación
lenta del bolero que va a cantar. Esas notas dan pie a una coda de
la escena. María cambia de actitud, rompe el personaje que acaba
de interpretar y vuelve a ella:
Mar... cela. También me he llamado Marcela, de mentira.
Una mentira preciosa que se inventó mi amigo Fernando.
Mar, el tiempo, el mar... Amar.
Palabras mágicas, necesarias, que se parecen.
Necesito el mar –y amar- por eso cada poco tiempo viajo a la costa
y me pierdo en él...
“Sobre tu frente azul no han pasado los siglos...”, dice el poeta...
Yo digo: ¡qué suerte tienes, mar...!
El pianista toca una melodía alegre.

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La primera vez que necesité de verdad el mar tenía 17 años y
acababa de casarme ...
Te casaste y –con perdón:- El pianista para de tocar. ...la cagaste.
En mi caso: ¡vaya cagada!
Pasé mi “luna de... hiel” junto a la playa, en Alicante.
Acababa de cometer mi primera gran equivocación...
Las palabras de María han servido de contrapunto para que el
pianista le fuera dando vida y ritmo a la melodía de un bolero no
exento de humor –como tantos boleros- sobre el amor y sus
desengaños. Le pone en bandeja las notas introductorias de la
canción y el estribillo lo cantarán juntos:
Hay amores que matan,
Hay amores que asesinan
El amor siempre te atrapa
Con una suave caricia
El amor es una extraña mentira.
Cuando el amor te arrastra
Por el río de la vida
Es inútil que pretendas
Llegar hasta la orilla
Que nadar contra corriente
Es de suicidas
ES MEJOR ASÍ

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ES MEJOR DEJARLO IR
QUE LAS FALTAS DEL AMOR
SIEMPRE OBTIENEN SU PERDÓN
ES MEJOR...
Hay amores que matan
Amores que descuartizan
Cuando menos te lo esperas
El amor te abre una herida
Que te destroza por dentro
Día a día...
ES MEJOR ASÍ...
ES MEJOR DEJARLO IR
QUE LAS FALTAS DEL AMOR
SIEMPRE OBTIENEN SU PERDON
ES MEJOR...

3.- Amores que matan.


Hay amores que matan, como dice este bolero. Sí. Aquél estuvo a
punto, pero si no me había matado la guerra, Franco y su posguerra
–que no sé que fue peor- y el hambre, ese “hombre” no se iba a
salir con la suya.
No me mató, pero me dejó moratones por todo el cuerpo...

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Mi madre, con la que siempre fui uña y carne, no quiso ser cómplice
de aquella locura, firmó los papeles –para no oírme más- y se negó
a estar en mi boda.
Las madres, siempre, con su instinto infalible...
El pianista toca una breve melodía que nos trasporta al mundo de
los cuentos.
Él mismo dice en plan juglar ante un auditorio infantil:
“Había una vez una joven que se enamoró de un viscoso sapo que,
una vez pasado el hechizo, resultó ser un apuesto y encantador
príncipe...”
A una indicación de María, el pianista rompe la melodía con una
disonancia.
Continúa María:
Lo mío fue como el cuento... pero al revés.
Como casi todos los cuentos.
Mi príncipe azul era actor, galán de cine y teatro, cómo no, y no era
un sapo, simplemente me salió rana.
O algo más. Era un perfecto animal de bellota.
Se llamaba Alfonso, pero podía haberse llamado Otelo. Los celos lo
volvían negro.
El pianista ahora mantiene con María la siguiente charla
“conyugal”:
-qué miras...
-pero cómo que qué miro...

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-¿te crees que no me doy cuenta?
-cuenta de qué...
-de que no le quitas los ojos a aquel fulano...
-yo no estoy mirando a ningún fulano...
-¿no?
-¡no!
-¿estás segura?
- ¡segurísima!
-¡bueno, pues por si acaso...!
Vuelve María:
Empezó por no dejarme fumar:
El pianista, que se acaba de encender un cigarrillo:
“ ni que fueras una puta...”.
María:
Y terminó prohibiéndomelo todo. No podía salir sola a la calle.
El pianista y María, al alimón:
Peligro, peligro...
María:
Antes de que yo entrara en el plató a rodar una película me
amenazaba:
El pianista:
No se te ocurra mirar a los ojos de los actores con los que trabajas
porque...
¡te mato!

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María, sin levantar un ápice la mirada:
Y desde entonces en vez de mirar a los ojos de mis galanes, les
miraba a los pies, con un miedo en el cuerpo que para qué...
Lo sabía todo sobre el zapato masculino.
Parecía una mema, siempre con la mirada por los suelos...
Creo que fui la primera actriz “autista”...
Coge la rosa que hay en el florero, juega con ella:
Un día estaba rodando junto a un famoso actor italiano que recaló
en Barcelona. Yo hacía la protagonista y mi marido, mi sombra –
mala sombra-
Un contraluz ilumina al maniquí...
estaba también en el reparto y se las ingeniaba para estar presente
cuando yo tenía que rodar junto a Amadeo, que así se llamaba. En
una de las escenas tenía que darle un beso a aquel pedazo de actor,
guapísimo, por el que suspiraban todas las mujeres del mundo, un
beso tímido, pero beso al fin...
Acerca su boca lentamente a la rosa, oye un chasquido de
desaprobación que emite el pianista, aunque María mira temerosa
hacia el maniquí observador...
P: ¡Pss... ni se te ocurra, que la armo...!
M: Es que me lo exige el guión...
P: Pues ve y dile al guión que tu marido te exige todo lo
contrario...
Pausa. Vuelve a colocar la rosa en el florero.

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M: No hubo beso. Se tuvo que cambiar el guión. El siniestro de
mi marido hubiera quemado el plató y los productores decidieron no
correr riesgos.
Desde entonces él firmaba mis contratos y añadía una cláusula:
Se coloca una pegatina en la frente.
“Nada de besar. A esta mujer no se le puede besar.”
Y eso que con la censura oficial los besos “permitidos” no pasaban
de ingenuos suspiros. Pero ni eso. Torquemada siempre estaba al
acecho, así que yo, ni un suspiro.
Por eso, mis personajes de aquellos años estaban cortados por el
mismo patrón:
el de la tonta del bote...
Se despega la pegatina. Se quita uno de los anillos, el más
aparatoso, culminado con una horrible piedra preciosa...
Hasta que un día me armé de valor y escapé de la cárcel como pude.
Mete el anillo en la caja de música.
La libertad me costó más de una paliza.
El pianista se ha colocado en la mano izquierda un guante de
boxeo. Con él golpea las teclas del piano cada vez que María
habla de “violencia doméstica”.
Me pegaba en el hotel (“punch” al piano) –una noche me salvó el
conserje de que me rompiera del todo la nariz-, me pegó en el teatro
(id.), en presencia de mis compañeros...(id) me pegaba cuando
podía...(dos “punch”)

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... pero las pesadillas, algunas, tienen fin. Y ésta la tuvo.
Desperté de ella dos años y medio más tarde.
El pianista se ha quitado el guante. Interpreta un par de compases
del Aleluya de Haendel...
Aún no había cumplido los veinte años y tenía toda la vida, como
un gran escenario pintado con el azul del cielo, por delante.
Una vida azul en medio de la España negra.
El Aleluya se vuelve “patética” para derivar en una variación
compleja que se mueve desde el divertido can-can hasta terminar
en una melodía siniestra... Una “cabecita loca” como yo, alegre y
divertida, que iba mariposeando de “capullo en capullo” – nunca
mejor dicho- en medio de un país que todavía olía a esos muertos
que, hacía sólo unos años, descubría en los jardines de Madrid
cuando jugaba con mis amiguitos a encontrar tesoros y lo único que
hallábamos eran los cadáveres de los soldados, todavía fusil en
ristre, a los que nadie había podido enterrar.
Nadie les había enterrado porque a los pobrecitos no les quedaban
ni enterradores...
Y, por si fuera poco, yo era actriz y, además, hija de actores.
El pianista y María, al alimón:
¡Peligro, peligro...!
M: Hacía poco que mi madre, nada más acabar la guerra, había
querido meterme en un colegio de monjas. Cuando se enteraron de

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que mi madre, Eloísa Muro, primerísima actriz, era quien era, nos
dieron con la puerta en las narices:
(El pianista cierra la tapa del piano de golpe, junta sus manos
castas como si fuese a rezar y dice con voz atiplada: )
“Aquí somos muy decentes, en este colegio no se admiten hijas de
actores...”
La música ahora se vuelve divertida, algo frívola, acaso el cuplé
que antes no terminó de sonar, María dice:
Y yo, tan sólo porque quería vivir, respirar, sentir, me iba a ganar
esa fama de libertina, esa otra etiqueta de “come-hombres” que
durante años he llevado pegada en la frente, con el morbo que ya
en su día despertaba al personal masculino aquello de ser “joven,
farandulera, recién separada y, además, noctámbula”...
Fueron mis años de amores locos:
El amor, si no es “fou”, que dicen los franceses, no es ni fu ni fa...
En una España en la que todo era pecado, yo era una de sus grandes
pecadoras.
( Va hacia el maniquí y y se abraza a él como para iniciar un
baile).
Y eso que la gente necesitaba divertirse, olvidar, volver a sentir la
brisa fresca de la vida. A todos nos encantaba, por ejemplo, bailar. Y
las parejas pegaban sus caritas, qué tierno, ¿no? Siempre lo han
hecho así... Pues...
El pianista, inquisidor:

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¡Peligro, peligro!
María:
Todavía recuerdo aquel puñetero cartel en el que había un demonio
bailando con una señorita y una demonia bailando con un señorito.
El letrerito decía:
(Lo dice el pianista, en plan censor publicista del régimen:)
“No bailes pegado a tu pareja: baila separado”.
María:
Dice la canción “bailar pegados es bailar”; es decir: en España,
entonces, no se bailaba. En España bailar así era cosa del diablo.
Y el sexo, por encima de todo, era el pecado más gordo. Gordísimo.
Pecado mortal- cuatro erre- gravemente peligroso...
Un día, un encantador actor francés me invitó a “tomar café” a su
habitación en el hotel Savoy.
Lo de “tomar café” lo dice con retintín... mientras va hacia la
mesa, donde le espera una pequeña taza de café...
Yo no decía a todos que sí, ni mucho menos –que se lo digan a un
tal Orson Welles, por ejemplo, o a más de un productor que se
obstinaba en invitarme a “cenar” para “cerrar” contratos siempre
que abrieras la entrepierna...- pero no era tan estúpida de decir no
cuando el caballero se lo merecía. María remueve el supuesto café
con la cucharilla, de forma más o menos insinuante... Así que
fuimos a su habitación... a “tomar café”... y nada más cerrar la
puerta el conserje de turno ya estaba allí para evitar la tentación:

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El pianista golpea con los nudillos sobre el piano... carraspea y...
“La señorita no puede quedarse en la habitación a tomar café...”.
El pianista insiste en el retintín de” tomar café...”. María estaba a
punto de dar un apetecible sorbo... Continúa:
Los ángeles custodios aparecían en los rincones más insospechados
y tenían ojos para prohibirlo todo. Mi apuesto actor no daba crédito
a aquello, él venía de un país en el que se respiraba libertad y se
encontraba con aquella estupidez humana dispuesta a tirar la puerta
antes de que allí se cometiera tan atroz sorbo...
Tuve que salir por la puerta trasera del hotel, como una delincuente.
Dejamos “el café” para otro día.
Y mi amigo, indignado, se cambió de hotel.
Y es que yo, por lo visto, tenía escrito el pecado en los genes. Era
hija del pecado. Mis padres vivieron juntos sin pasar por la vicaría.
Soplaban aires de libertad...
El pianista insinúa con una variación jazzística el himno de la
república.
Y la República una de las cosas que no sabía era que un día se iba a
acabar y que la tortilla se iba a dar la vuelta de aquella forma tan
tremenda.
El himno se vuelve música religiosa.
Un día, cuando mi padre agonizaba, ya en plena posguerra, fui a
visitarlo al hospital. Iba con una hermana pequeña, fruto de la unión
de mi padre con otra mujer. Las dos estábamos con el corazón en un

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puño porque sabíamos que la vida de aquel moribundo se nos
escapaba para siempre.
De repente, un cura se interpuso en nuestro camino y nos cortó el
paso antes de que pudiéramos entrar en la habitación:
(El pianista es ahora el fraile: )
“Vds. no pueden entrar en esa habitación: ¡son hijas del pecado!”
M: Otra vez el dichoso pecado...
Aquel fraile, además de gilipollas, no sabía con quien hablaba. Me
lo llevé por delante, a él y a su sotana. Y por supuesto que
abrazamos a nuestro padre. Lo abrazamos con todas nuestras
fuerzas, porque sabíamos que no había Dios que nos pudiera
prohibir un último beso.
La música da un giro romántico.
He amado mucho, pero ahora, al cabo de los años, siento que nunca
se ama lo suficiente.
He amado y me han amado. Incluso fantasmas...
Todo por mi fama de mujer fatal, una mezcla de Juliette Grecó y Ava
Gadner, versión cocidito madrileño...
Cambia la luz. El pianista toca muy bajito, María le acerca un
vaso largo, que le coloca delante... Ambiente distendido, el
pianista ríe como si estuviera en animada tertulia de barra junto a
sus amiguetes...
Café Gijón, años cincuenta... allí me apasioné por las tertulias. Allí
aprendí a escuchar y, probablemente, a pensar.

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Claro que no siempre te encontrabas lo que esperabas...
El pianista, bebe un trago y comenta a sus compinches
imaginarios...
P: Así que me la tiré, a ver que voy a hacer yo. Estaba como un
tren, bueno lo está. Dicen que suele venir a este café y se sienta
junto al Fernán Gómez, Buero Vallejo, el Cela... Sí, nos liamos, y
qué os voy a contar, terminamos en la cama... vaya hembra...
María, se llama María Asquerino, es actriz...
Vaya tía, insaciable, menos mal que aquí este menda lerenda es una
máquina, que si no...
Ríe. María se está acercado al pianista hasta colocarse frente a él..
Un momento, que por ahí viene una gachí... Estoy en racha, joder...
Otra que cae...
P: Buenas noches, señorita...
M: Buenas noches... ¿Me conoces?
P: No tengo el gusto, pero eso tiene fácil arreglo...
Ríe en plan triunfador para que reconozcan su gancho los
amigos...
M: Me llamo María, María Asquerino
El pianista, que no ha dejado de tocar, suavemente, se queda
lívido y no da tecla con bola...
María rompe la escena y vuelva hacia el espectador...
He amado a muchos hombres de mentira...

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Se mira los dedos de ambas manos. Están llenos de anillos. Enseña
la mano derecha, a la que le falta el anillo que se acaba de quitar...
Alfonso...
Se toca el dedo huérfano. Abre la cajita de música, con cuidado,
enseña el anillo un segundo y lo vuelve a guardar enseguida. El
pianista, mientras, hace una variación jocosa-patética de la
marcha nupcial.
Amores de almanaque: en ese calendario que todos guardamos en el
corazón la cosa dura -o debería durar - apenas lo que una estación...
Eduardo...
Se vuelve a quitar otra sortija... para guardarla en la cajita, y lo
mismo hará con los siguientes nombres...
Rubén..., Luis Miguel, Domingo, Jose Mª, Fernando, Juan
Ignacio, Agustín, Arturo, Joaquín, Paco, Daniel, Rocabruna –éste es
un pseudónimo, para que no haya mosqueos- y detrás de la mayoría
de los nombres hay apellidos que todos conocéis...
Se quita dos anillos...
Me faltan dedos...
Antes de dejar en la cajita el último anillo, se lo piensa...
Este anillo me lo regaló Jorge, uno de mis amores más atractivos –
en todos los sentidos-.
Me quería con locura.
A mí y a cien más, claro que yo no lo sabía.

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Me lo regaló por sorpresa y yo no sabía cómo compensar aquel
presente, así que hice lo primero que se me ocurrió: le correspondí
entregándole mi anillo de bodas... Total, mi marido – ya mi ex –
creía que formaba parte ya de mi leyenda negra, pero... no. Mira por
donde un día me lo encuentro por la calle:
Se levanta de la mesa, se topa de golpe con el maniquí, da la
vuelta para salir zumbando, pero la voz del pianista le detiene:
P: tranquila, que no te voy a hacer nada...
María tiene detrás al maniquí, se toca la mandíbula, la
nariz: le traen “dolorosos” recuerdos esas palabras...
M: La última vez que no me hiciste “nada” me rompiste la nariz...
P: Sólo quiero hablar contigo, tranquilamente...
Verás: me gustaría que me devolvieses aquella sortija que te
regalé, es que... me gustaría tenerla... ¿sabes?... como recuerdo...
M: ¡la... sortija...!
P: ¡Mi sortija...!
M: ¡Tu... sortija...!
P: Nuestra sortija...
M: Es que... no sé... dónde estará... verás... creo que la dejé... no
sé... espera que lo piense... debe de estar...
P: Aquí.
(El pianista enseña la sortija, la lleva en la mano...)
M: (Al público: ) Fue la única bofetada que me dio sin siquiera
tocarme...

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P: Me la entregó una amiga mía a la que un “amigo” tuyo se la
había regalado...
Como ves... al final... todo lo tuyo vuelve a mí...
M: Quitándose el anillo de Jorge, definitivamente, y
devolviéndolo a la cajita de música...
Aquello me enseñó un poquito más la calaña de algunos
hombres...
Todos los hombres son iguales. Dijo aquél.
Pero algunos hombres son más iguales que otros.
Y a pesar de todo, los adoro.
Es el momento de interpretar una escena adaptada, sacada
de LA VIDA EN UN BLOC, de Carlos Llopis.
El pianista ha ido hinchando- o tiene preparado entre
bastidores- una especie de muñeco –versión masculina de la
“erótica muñeca hinchable”- al que sienta a la mesa. El pianista
se coloca detrás y lo mueve de vez en cuando –un brazo, una
pierna, le hace rascarse con la mano la cabeza...- como si fuera
una marioneta bunraku (de esas en las que el manipulador se
coloca detrás).
La voz del muñeco, pregrabada, es la de Fernando Fernán
Gómez...
M: ( Insinuante, sentándose...)¿No me ofrece un cigarrillo,
doctor?
F: Por supues... ¿cómo? ¿Me conoce?

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M: ¿Y Vd. a mí...? ¿No recuerda?
El muñeco dice no con la cabeza.
En casa de su tía Patrocinio...
El muñeco se rasca la cabeza.
Yo estaba allí, de lavandera...
F: ¡Calixta!
El muñeco se levanta de golpe y se vuelve a sentar.
M: No chille, señorito, que aquí me llamo Lupe. Recuerde el día
que dando de comer a los cerdos, me hice una herida en la pierna y
el señorito...
F: Ya... ¿y cómo tú, por aquí...?
M: Cosas de la vida. Estuve en Portugal, allí pasé hambre, pasé
frío. Quise también pasar café y tabaco, pero me cogieron. Luego
me hice bailarina, actué en La Habana, en Puerto Rico, donde
tropecé con un hombre encantador, todo un caballero... un caballero
casado... ya me entiende...
F: ¡Hombres!
M: Así que regresé a España y aquí me tiene el señorito, en
Madrid...
F: ¡Qué casualidad! Pero, por favor: no me llames de usted ni
señorito... Llámame Nicomedes...
M: ¿Por qué, señorito?
F: Porque a mí me gustaría, me gustaría eso...
M: ¿Eso?

28
F: Y lo otro...
M: ¿Qué otro?
F: ¡Calixta, yo no tengo más remedio que hacerte el amor!...
Claro, si tú me lo permites...
M: ¿Por qué no tienes más remedio?
F: No sé... pues... porque... cuando te vi entrar en el hotel, yo...
ya... ya... yo... ¡como somos paisanos! ¿verdad?
M: Sólo porque somos paisanos...
F: Y porque estás estupenda, nena... No tengo más remedio que
hacerte el amor... pero si me llamas señorito...
M: Qué...
F: En vez de pedirte un beso voy a pedirte que me planches la
camisa...
M: Entonces te llamaré Nico...
F: Eso es, Nico...
Pausa.
M: Espero tus noticias... Nico.
F: ¿Cómo?
M: Dijiste que me ibas a hacer el amor... Tengo la curiosidad de
saber cómo hacen el amor los médicos... Pero antes he de decirte
algo...
Cuando me curaste aquella herida... ¿sabes? ... por la noche no
dormí...
F: Sería el proceso infeccioso...

29
M: El único proceso eras tú...
El muñeco se ha vuelto a poner de pie, de un salto.
F: ¡Calixta, digo Lupe...!
Se sienta.
M: Mientras me vendabas yo deseaba de todo corazón que aquella
herida no curase nunca, nunca, para tenerte a mi lado todos los
días...
F: ¡Calixtalupe!
M: Aquella noche soñé contigo. Me decías: te adoro, en vez de...
¡cuidado con el tétano!
F: ¡Bah! Serían cosas de niña...
Cruza las piernas... en plan interesante.
No era de mí de quien te enamoraste. Fue que fui... el primer
hombre que fue... Eso fue... y por eso... fui...
M: Es que hoy sigo pensando lo mismo...
F: ¿Entonces, me quieres? ¿Me quieres...? ¿Me quieres dar un
poco de...
El muñeco se ha ido desinflando poco a poco...
...aire...
El muñeco está hecho una piltrafa. MARÍA lo coge de un
brazo y lo aparta unos metros hacia el interior del escenario, mira
al espectador y dice:
M: Los hombres de mentira se desinflan cuando les hablas de
amor de verdad...

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El pianista ya está junto a su piano. Interpreta una breve
melodía de transición.
También he amado a hombres de verdad. Esos amores que el
corazón te dice que son para siempre aunque, al final, terminan
siendo, también, de almanaque...
Muestra la mano izquierda, llena de anillos:
-Fernando, Adolfo, Luis, Ricardo...
Y como le pasaba a la Lupe de “mi vida en un bloc” o estaban
comprometidos o casados... ¿Qué culpa tengo yo de enamorarme de
quien no debo?
Se acerca al maniquí. Le va quitando alguna de las
prendas con las que va vestido: la chaqueta, por ejemplo, el
sombrero...
Es curioso: me he enamorado de verdad cinco o seis veces en
mi vida. Y al cabo de los años me he dado cuenta de que detrás de
esos romances no me ha importado que hubiera hombres bajitos, o
feos- también los ha habido guapos-, gordos o flacos, rubios o
morenos... porque los hombres que me han conquistado hasta la
médula lo han hecho siempre con su talento.
Le coloca en la cabeza un turbante...
Mi corazón sólo ha sabido latir fuerte a golpe de admiración:
Aunque, ya digo, fueran, simplemente, amores imposibles...
María se coloca detrás del maniquí convertido ahora en Minaya y
le dice –como susurrándole al oído- palabras extraídas de

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ANILLOS PARA UNA DAMA, ahora convertidas en un breve
monólogo.
María/Jimena:
A mí no puedes engañarme Minaya, tú y yo sabemos que el
oficio que te ha dado la vida fue muy cómodo: echar de menos.
Soñar siempre con alguien que, cuando conociste, iba a ser de otro.
Tener un ideal inalcanzable... Ay de aquellos cuyos deseos se
cumplen... Con los moros has sido muy valiente... es muy fácil, el
caballo te lleva... Conmigo, no.
¿Te crees que el Cid no sabía que estabas enamorado de mí?
Pues claro que lo supo. Y yo. Y el rey. Y el caballo Babieca... De eso
te acuso ahora, por cobarde, de no habérmelo dicho. Qué poco
conoces a las mujeres. Lo único que queremos que nos digan es lo
que ya sabemos: lo que no sabemos es que no nos importa... Me
hacía tanta falta, en mi soledad, saber que alguien soñaba con que
yo fuera suya... No mi marido, no. Yo ya era suya.
A ti y a mi, Minaya, la historia nos ha partido por el eje.
María/Jimena le ofrece la mano para ser besada... Es la
mano en que lleva anillos, se lo piensa mejor y le acerca la otra a
los labios del maniquí...
Mejor ésta. Ésta no tiene anillos...
María se dirige hacia uno de los hombros del escenario, o
simplemente mira el escenario... recita:
Dos eslabones forman tu cadena,

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con dos te basta para cada día
transfigurar en corazón la escena.

Tan hecha estás de vida y agonía,


tan en su casa se halla en ti Jimena,
que ya eres más Jimena que María.

Va a entrar en el siguiente proceso...


El telón de fondo se va abriendo lentamente, detrás el ciclorama
descubre los puntos de luz de diablas y candilejas...
De todos mis amantes... tú has sido, sin duda, el número uno,
teatro...

4. mi mejor y peor amante


María sonríe. El pianista juega con el piano, da unas notas
musicales divertidas que le introducen en una canción sobre ese
mágico disparate que nace cada vez que se abre el telón. María
canta...
Se abre el telón
Hamlet busca a Ofelia
Para darse un revolcón
Y el pobre Laertes
Siempre con tan mala suerte
Ha tenido que alistarse

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En la Legión...

Se abre el telón
Romeo y Julieta
Están bailando un rock
Y los Capuleto
Despiden el milenio
Invitando a los Montesco
A una orgía cotillón

Se abre el telón
Se abre la puerta
De la imaginación
Es la verdad
Sin trampa ni cartón
Esa verdad
Que supera a la ficción
Se abre el telón
Que todo cabe
En este cajón
El sueño eterno
O el más triste rencor
desde el trasero
hasta el corazón...

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Se abre el telón
Edipo y Yocasta
Han montado un sex shop
Y la Celestina
Por orden divina
Está en pleno proceso
De beatificación
Se abre el telón
Después de tanto tiempo
Por fin llega Godot
tiene un cita
Con una señorita
Que responde al nombre
De Pigmalión.

Se abre el telón...
Se acerca al piano, todavía colean las últimas notas de la canción,
toma en una de sus manos el cráneo del principio.
Les presento a Yorick, muchos de ustedes ya lo conocen, era el
bufón de Hamlet, el que alegraba los días infantiles del príncipe de
Dinamarca y que –como todo mortal- mudó su gesto risueño por
esta horrible mueca de la muerte. Yorick, mi peor y mejor amante.

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Posiblemente el único.
Puede resultar feo –está en los huesos, el pobrecito- y sin embargo
para mí su atractivo estuvo por encima de todas las cosas. Por él,
posiblemente, nunca tuve un amante de verdad; por él,
posiblemente, nunca me lié la manta a la cabeza y tuve el hijo que
ahora iluminaría mis días. Por él he estado a punto de morir un par
de veces: casi me descalabro pisando uno de esos puñeteros
“trávellíns” que cruzan los platós y también casi me desangro
cuando al falso cuchillo le falló el resorte y resultó ser de verdad...
Por él, por el amante de mis sueños... desde los catorce años mi vida
ha sido un ir y venir: ser una mujer independiente, sin ataduras. Por
él me lié el petate de los cómicos y me hice trashumante: de aquí
para allá, de París a Roma, o Buenos Aires o Almería... Por él me he
sentido libre en la piel de tantos personajes, aunque me vistieran
tanto de mujer mala –sólo me ha faltado hacer de Cruella de Vil-,
por él me hice tolerante y comprendí que mi verdad no existe, que
la verdad es de todos los personajes que en el mundo han sido y me
he sentido atada a una profesión que me embrujaba.
Por él hasta aprendí a hablar sin hablar...
María vuelve a dejar el cráneo, ahora sobre la mesa.
Hay un cambio repentino de luz, un cenital la aísla. María dice
una frase casi ininteligiblemente, sin proyectar la voz, al tiempo
que mueve sus manos, con el lenguaje de los sordomudos. El piano
ha callado. No se sabe bien qué está pasando. La frase –

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cualquiera de ellas, sacada del texto de EL SUEÑO DE LA
RAZON- retumba desde el eco en el silencio con la fuerza de quien
necesita comunicarse desesperadamente con alguien.
Vuelve la luz anterior. María coge un bastón y se va poniendo unas
gafas oscuras...
Por él también me volví ciega y conocí el pánico cuando una se
siente sola, en la oscuridad...
Nuevo cambio de luz, María está indefensa y sola, en medio del
escenario. Un par de segundos. El silencio mete miedo. Del piano
salen unas cuantas notas siniestras. Vuelve el silencio. El chirriar
de una puerta, la puerta que se cierra... otro golpe... pasos...
Sonidos amplificados que tienen que sonar de verdad...
M: ¿ Mike? ¿Eres tú, Mike? ¡Contesta!
María agita el bastón al aire. Son palos de ciega. Da unos cuantos
pasos hacia atrás hasta tropezar con el maniquí; se dirige
asustada hacia la mesa, tira un par de objetos al suelo.
El sonido de los pasos, angustioso, seco, va creciendo mientras se
acercan a ella.
¡Contesta!
Los pasos indican que el asesino está muy cerca. Se detienen. El
pianista la apunta con una pistola. Oscuro. Suena un disparo.
Vuelve la luz sólo sobre el pianista, reclinado sobre las teclas del
piano. Como muerto. María se ha quitado las gafas y se acerca a
él, que va soltando los dedos, todavía reclinado, y empieza a

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juguetear, insinuando la melodía del principio, mientras va
“resucitando”.
Definitivamente: la vida y el teatro son mentiras diferentes.
Mentiras, al fin y al cabo.
Pasiones.
El piano se para.
Puede haber llegado el momento del final.
María dice, distanciada, sobria, como siempre ha interpretado,
aunque
-ésta es la clave:-
no se sabe bien si ahora es ella o su personaje.
O los dos a la vez.
Dice:
Estar ciega es como vivir por dentro...
A veces pienso que ahora estoy ciega de verdad, aunque les pueda
ver con mis propios ojos, aunque haya sido capaz de ponerme tantas
veces el mundo por montera...
Porque, posiblemente, no haya mayor ceguera que la soledad.
Necesitar, querer ver y no tener nada que ver...
Va hacia la cajita de música, la abre: suena su música.
Me llamo María Asquerino,
María, al fin y al cabo.
Tengo 75 años.
Soy actriz....

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PAUSA.
Y estoy sola.
Cierra la cajita. Se hace el silencio, de golpe. Y oscuro.

APLAUSOS. EL ESCENARIO ESTÁ VACÍO. VUELVE LA LUZ


SOBRE LA MESA Y SUS OBJETOS. LA CAJITA ESTÁ ABIERTA.
VUELVE EL OSCURO.
EL SALUDO PUEDE HACERSE EN PLAN CONVENCIONAL:
SALE PRIMERO EL PIANISTA Y SACA A MARÍA, O...
MARÍA ENTRA POR EL PATIO DE BUTACAS, COMO AL
PRINCIPIO, ENTRE APLAUSOS: VA PREGONANDO
“BOMBONES, CARAMELOS, TENGO PRALINÉS...” LLEGA A
LA CORBATA DONDE LE RECIBE EL PIANISTA. Y, SI SE
TERCIA, PUEDE HACER UN BIS CON LA CANCIÓN DEL
PRINCIPIO...

Alicante, verano de 2002

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