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ABSTRACT
La mediación aplicada a niños y jóvenes en conflicto con la ley penal, es un método alternativo al
proceso penal, cuya implementación no sólo resulta deseable, sino que incluso es apropiada y
recomendable para cumplir con compromisos asumidos por el Estado argentino internacionalmente
y con el mandato constitucional vigente a partir de la reforma de 1994.
Debe ser el Fiscal quien envíe el caso a mediación, antes de impulsar la acción penal, atendiendo a
razones de política criminal y judicial, sin perjuicio de que cualquiera de los interesados pueda
solicitarlo.
Dado que por sus funciones propias, ni las partes ni el juez deben mediar, será necesario crear
Programas de Mediación Penal, siendo recomendable la multidisciplinariedad en cuanto a la
formación profesional de base de los mediadores.
Se entiende que ser mediador penal es una especialidad dentro de la mediación, que requiere un
“plus” de formación cuando lo que se va a abordar son casos del ámbito penal juvenil.
Para que estos programas sean efectivos, en la mediación penal se debe involucrar al imputado, a la
víctima y a la comunidad, efectuando con su participación el seguimiento de los casos mediados
para dar mayor credibilidad al sistema.
SUMARIO
La vigencia de la Convención sobre los Derechos del Niño en nuestro país con rango
constitucional (art. 75 inc. 22), junto con el resto de los tratados internacionales de Derechos
Humanos, debió producir un cambio que aún no se advierte en materia de legislación orientada a
de un delito penal (aunque usando el pretexto de la “protección”) sigue siendo de uso corriente en
nuestro país.
(entre ellas la Mediación- conciliación penal o la suspensión del proceso a prueba) cuando éstas
apuntan claramente al reconocimiento del joven como sujeto de derecho, con todas las
consecuencias que ello implica y tal como lo ha dispuesto el nuevo paradigma constitucional.
“objeto de protección” y comenzar a verlo y tratarlo como “sujeto”, asumiendo que nadie puede
“disponer” de su vida y de sus derechos y que su opinión y sus deseos deben ser oídos y
considerados siempre antes de tomar cualquier decisión a su respecto, también implica que él debe
hacerse cargo, en su medida, de las responsabilidades que le competen por sus actos ante la
sociedad.
El art. 40 de la Convención sobre los Derechos del Niño a la que ya hemos hecho referencia,
establece que: “Los Estados Partes reconocen el derecho de todo niño de quien se alegue que ha
infringido las leyes penales o a quien se acuse o declare culpable de haber infringido esas leyes a
ser tratado de manera acorde con el fomento de su sentido de la dignidad y el valor, que fortalezca
el respeto del niño por los derechos humanos y las libertades fundamentales de terceros y en la
que se tengan en cuenta la edad del niño y la importancia de promover la reintegración del niño y
El mandato constitucional que impone el respeto por la dignidad del niño o adolescente,
lleva ínsita su propia responsabilidad, ya que este reconocimiento descarta toda posibilidad de
considerarlo un puro ente receptor pasivo de los derechos que los adultos están dispuestos a
reconocerle y lo convierte en un sujeto que como tal no puede ser manipulado ni cosificado.
Precisamente por eso, el joven también, en su medida, puede ser responsable por sus actos frente a
En el caso de los jóvenes infractores a la ley penal –por imperio de la ley 22278/803- ello no
implica una responsabilidad plena igual a la de los adultos, sino una diferente, con características
particulares, pero que de ningún modo permite descartar que el propio joven la asuma, si así lo
desea, ante la víctima del delito y ante la sociedad (víctima indirecta y potencial de toda conducta
En esta materia, la Convención dispone que los Estados Partes deben establecer
“instituciones específicas” (la mediación penal lo es) para los niños de quienes se alegue que han
infringido las leyes penales o a quienes se acuse o declare culpables, así como “medidas para tratar
a esos niños sin recurrir a procedimientos judiciales". En su art. 29 inc. d), la misma normativa
advierte a los Estados parte que están obligados a preparar a estos niños para “...asumir una vida
integrada al texto constitucional, prevén soluciones que importan incluir a estos jóveves en
programas encaminados a la reparación y asistencia a la víctima, en los que se prevé que ellos
Es por eso que consideramos que la mediación aplicada a niños y adolescentes en conflicto
con la ley penal, es un método alternativo que está previsto legal y constitucionalmente, pero
además que su implementación resulta apropiada, deseable y hasta necesaria, para cumplir con el
por su dignidad como sujetos de derecho, la desjudicialización de los casos que los involucren, y el
fortalecimiento de su sentido de la responsabilidad y respeto por los derechos humanos de terceros.
Todos sabemos que actualmente, un número mínimo de casos penales llega a juicio y
muchas veces ni siquiera son los más relevantes o los de mayor repercusión social, dado que el
método de selección “al azar” a que ha ido llevando el criterio de legalidad, suele desembocar en
que los que llegan a juicio sean los casos sencillos, de bagatela, preferentemente en flagrancia,
mientras que los más complejos o cuya investigación requiere de métodos más sofisticados
Por su parte, en el artículo titulado La reparación en el sistema de los fines de la pena, Claus
Roxin refiere que “la necesidad de la amenaza penal abstracta no funda imposición alguna de
punibilidad en cada caso particular. La punición es, conocidamente, la ultima ratio de la política
criminal”, para concluir a renglón seguido que el principio de subsidiariedad debe conducir a
utilizar “la reparación como sustituto de la pena o para su atenuación cuando se puede obtener con
Para paliar las fallas del sistema penal, es necesario mantener este criterio de ultima ratio y
considerar a la llamada “mediación penal” como “tercera vía” o método alternativo de resolución
del conflicto generado por el delito, dejando en claro que sumar nuevas formas de solución a esta
clase de conflictividad, no implica “privatizar” el sistema ni renunciar al respeto por los principios y
garantías que se encuentran en la base del Derecho Penal, sino simplemente aceptar que la Justicia
Penal necesita nuevos caminos y que para salir de la crisis en que se encuentra no basta con dictar
más leyes punitivas, bajar la edad de punibilidad o poner más jueces. [3]
De ese modo aventaremos toda posibilidad de que estos programas se conviertan en formas
de sustituir el sistema judicial por otro de control social ejercido por profesionales burocratizados
que responden a otras áreas de gobierno –como lo ha hecho por décadas, con las mejores
intenciones, la justicia de menores y sus áreas sociales complementarias a través de la “disposición”
e “institucionalización”- o que terminen como una mera mediación civil que sólo apunte al
Está claro que la justicia restaurativa o reparadora no será por sí misma suficiente para dar
respuesta a toda la conflictividad generada por el delito -ni siquiera de un sector acotado como lo es
el de los menores transgresores de la ley penal, pero quienes venimos transitando este camino
sabemos, por haberlo comprobado en los hechos, que existe un número significativo de casos que a
través de este medio obtienen una respuesta más adecuada que la que brinda el sistema penal
tradicional.
Cuando se trata de jóvenes que transgreden la ley penal, la mayoría de sus infracciones son hechos
de baja relevancia penal pero de alto impacto social. Casos que merecen una reacción nula o casi
nula del sistema penal tradicional pero causan gran alarma en la población, que imagina cómo
puede evolucionar un joven que a muy temprana edad manipula o dispara armas, tiene conductas
amenazantes o invasivas de la intimidad de los otros o carece del más elemental respeto por la
propiedad ajena.
Si la víctima acude en estos casos al sistema y realiza una denuncia penal, su conflicto real será
procesado en forma totalmente inadecuada por la maquinaria judicial, que generalmente terminará
con el “trámite” del proceso pero sin que los afectados hayan sido oídos ni, menos aún, obtenido
intereses, muchas veces descubrimos con sorpresa que, lejos de buscar venganza, lo que pretende
es algún grado de reparación por el daño que injustamente ha sufrido y, fundamentalmente, que la
situación no se repita, que el conflicto no se vuelva a manifestar o reeditar en el futuro.
Especialmente en el casos que involucran a niños o adolescentes entre sí, es clara esta preocupación
puesta de manifiesto por los padres o adultos que asisten al proceso mediatorio, pero incluso cuando
las víctimas son adultos, les causa un impacto especialmente favorable y descomprime la situación
el advertir que el joven admite que obró mal y está dispuesto a ofrecer una reparación o a pedir
Por el contrario, la falta de reacción, la ausencia de respuesta frente al hecho, el no ser escuchado y
sentir que a nadie le importa lo sucedido ni se va a hacer nada al respecto, genera sensación de
Esto no resulta favorable para su proceso de socialización ni es vivido como justo por ninguno de
Lograr que el joven y la víctima se escuchen y acuerden una forma de reparación que resulte
satisfactoria para ambos, les hará sentir que están dejando de formar parte de un problema para
pasar a construir de común acuerdo una solución. Pero para que estos métodos funcionen, debe
Ninguno de ellos puede ser ajeno a la solución y sólo en la medida en que los tres se comprometan a
tomado como base,[5] efectuando algunas modificaciones y aclaraciones propias, en particular para
a) Los casos en los que al aplicar la ley no se soluciona el conflicto originario (vecinos,
familiares, compañeros).
d) Cuando la víctima quiere evitar la incomodidad del proceso y del juicio penal, que
suele reavivar el conflicto y es tan desagradable para ella como para el imputado.
e) Cuando por las características del caso el Fiscal no tenga especial interés en promover
inimputabilidad.
Por mi parte, prefiero no establecer a priori casos no mediables o en los que se desaconseje
la mediación.
Como pauta general podemos decir que son “mediables” aquellos casos en los que existe la
posibilidad de que los tres agentes de los que hablamos en el punto anterior -imputado, víctima y
comunidad- acepten un tipo de solución como la propuesta, para lo cual deben ser concientes de las
ventajas que este sistema tiene para el caso, por sobre la opción clásica del proceso penal
tradicional.
La “mediabilidad” de un caso concreto depende entonces, no tanto del tipo de delito como
de:
• las condiciones personales del joven y el apoyo que tenga de parte de su familia para asumir
• la buena predisposición de la víctima para participar del Programa y aceptar una solución
consensuada;
• la madurez y voluntad de la comunidad para comenzar a admitir –en ciertos casos- este tipo
de soluciones.[6]
caso a mediación, antes de impulsar la acción penal, renunciando de ese modo a ejercerla si es que
el resultado del proceso mediatorio resulta favorable y surge un acuerdo que soluciona el conflicto
de base. Ello sin perjuicio de que cualquiera de los interesados pueda solicitar al Fiscal que el caso
Esto es posible especialmente en materia penal juvenil porque, si incluso después de declarada
la responsabilidad del imputado el Fiscal puede renunciar a la imposición de una pena si la estima
innecesaria (art. 4º , último párrafo de la ley 22278/803), más aún puede hacerlo efectuando una
evaluación del caso “a priori”, evitando el desgaste, tiempo y recursos que demanda llevar el
aconsejable.
No obstante, la Fiscalía no puede ser el órgano que realice la mediación, porque podría tomar
conocimiento de pruebas –en caso de que la mediación fracase y el proceso penal siga adelante- o
de otros delitos revelados durante la instancia mediatoria, que por su propio rol no podría dejar de
Tampoco la Defensa o el Juez pueden mediar por similares razones, vinculadas con los roles
que les son propios, por lo que lo óptimo es que exista un Programa De Mediación Penal al que
estos casos puedan ser derivados por la Fiscalía antes de instar la acción que inicia formalmente el
proceso.
Debe ponerse especial énfasis en el perfil y la formación del mediador penal. Se trata de un tipo
de mediación que versa sobre conflictos en los que se ponen en juego bienes y consecuencias
jurídicas que tienen un alto valor para los involucrados, por lo que quien facilita el proceso
mediatorio debe tener presente esta circunstancia y poner especial cuidado en el tratamiento que se
da a los temas que los interesados traen a la mesa de negociación, saber qué es negociable y qué no
lo es, tener en cuenta que equilibrar el poder será una tarea más compleja que en otros casos.
El mediador penal que interviene en conflictos en los que están involucrados menores de 18
años, debe tener además formación adecuada para el abordaje de niños y adolescentes, conociendo
En definitiva, ser mediador penal es una especialidad y para actuar en el ámbito penal juvenil se
requiere un plus, tanto en materia de formación de base –profesión del mediador- como una
designar a aquel o aquellos que resulten más adecuados para tratar cada caso, prefiriendo siempre la
co-mediación (dos mediadores actuando en forma conjunta), sobre todo en los casos multipartes o
De ese equipo irán surgiendo aquellos mediadores que por su profesión de base o por su propio
perfil resultan los más adecuados para abordar la Mediación penal específicamente juvenil. [7]
Debe existir un sistema adecuado de seguimiento y “monitoreo” de los casos mediados, a fin de
conflictos, tanto para quienes participaron del proceso como para la comunidad en general.
Finalmente, volvemos un concepto que hemos reiterado pero aún así conviene resaltar: los
sistemas alternativos, para ser realmente eficaces, no sólo deben involucrar a la víctima y al
imputado, sino que también deben contar con la aceptación y participación de la comunidad en la
que se aplican.
VII- CONCLUSIONES - PONENCIA
• Para cumplir con compromisos asumidos por el Estado argentino internacionalmente y con el
• Debe ser el Fiscal quien envíe el caso a mediación, antes de impulsar la acción penal. La
• Ni las partes ni el juez deben mediar, deben crearse Programas de Mediación Penal,
• Ser mediador penal debe considerarse una especialidad dentro de la mediación, que requiere
un “plus” de formación cuando lo que se va a abordar son casos del ámbito penal juvenil.
con su participación el seguimiento de los casos mediados para dar credibilidad al sistema.
[1] También las Reglas de Beijing en su punto 11.4 determinan que en los casos que involucren a
menores infractores, “se procurará facilitar a la comunidad programas de ... restitución y
compensación de las víctimas.". Las Directrices de Riad para prevención de la delincuencia juvenil
establecen, por su parte, la necesidad de planes que contemplen la “Participación de los jóvenes en
... la aplicación de programas de autoayuda juvenil y de indemnización y asistencia a las víctimas;”
(Regla nº 9, inc. h).
[2] ROXIN, CLAUS, La reparación en el sistema de los fines de la pena, p. 152, en De los delitos
y de las víctimas- AD HOC 1992
[4] Ver KEMMELMAJER DE CARLUCCI, Aída Justicia restaurativa: posible respuesta para el
delito cometido por personas menores de edad- Rubinzal Culzoni, Sta. Fe 2004
[5] PRUNOTTO LABORDE, Adolfo mediación penal. Ed. Juris, 2006. pag. 22
[6] Conf. URRA PORTILLO, JAVIER, Menores, la transformación de la realidad, Siglo XXI
España Editores S.A. (1995)
[7] En Neuquén quien está a cargo del Programa de Mediación Penal Juvenil es un docente.