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EL POLÍTICO Y EL CIENTÍFICO

La política como vocación

Por política entendemos solamente la dirección o la influencia sobre la dirección de una


asociación política, es decir, en nuestro tiempo un Estado. Estado es aquella comunidad
humana que, dentro de un determinado territorio (el “territorio” es elemento distintivo),
reclama (con éxito) para sí el monopolio de la violencia física legítima. El Estado es,
entonces, la única fuente del “derecho” a la violencia. Política significará, pues, para
nosotros, la aspiración a participar en el poder o a influir en la distribución del poder entre
los distintos Estados o, dentro de un mismo Estado, entre los distintos grupos de hombres
que lo componen.
Quien hace política aspira al poder, como medio para la consecución de fines (idealistas o
egoístas) o al poder “por el poder”, para gozar del sentimiento de prestigio que él confiere.

Existen tres justificaciones de la legitimidad en la dominación del Estado:


1. La legitimidad del “eterno ayer” o legitimidad tradicional, por ejemplo los
patriarcados o los príncipes patrimoniales.
2. La autoridad de la gracia personal y extraordinaria (carismática), por ejemplo los
profetas, jefes guerreros, gobernantes publicitarios, jefes de partidos políticos, etc.
3. La legitimidad basada en la “legalidad”, es decir, una orientación fundada sobre
normas racionalmente creadas, hacia la obediencia de las obligaciones legalmente
establecidas, por ejemplo el moderno “servidor del Estado”.

Para ésta exposición quien nos interesa es el segundo pues, en este tipo de dominación se
arraiga, en su expresión más alta, la idea de vocación, en la entrega de los sometidos al
“carisma” puramente personal del “caudillo”. Más específicamente, el caudillaje político,
el cual surge primero en la figura del “demagogo” libre, aparecida en el terreno del Estado-
ciudad y, más tarde, en la figura del “jefe de partido” en un régimen parlamentario, dentro
del marco del Estado constitucional.
Estos políticos por “vocación” que luchan por el poder en la empresa política.
Para el mantenimiento de toda dominación por la fuerza se requieren ciertos bienes
materiales externos, al igual que una empresa económica.

Las organizaciones estatales pueden clasificarse en dos grandes grupos:


• La asociación política en la que los medios de administración son, en todo o en
parte, propiedad del cuadro administrativo independiente, a la cual se le llama
asociación “estamentalmente estructurada”. Por ejemplo, quien gobierna con el
concurso de una “aristocracia” independiente, con la que está obligado a compartir
el poder.
• La asociación política en la que el cuadro administrativo está separado de los
medios de administración, donde el titular del poder tiene los bienes requeridos
para la administración como una empresa propia, organizada por él, de cuya
administración encarga a servidores personales, empleados, favoritos u hombres de
confianza, que no son propietarios, que no poseen por derecho propio los medios
materiales de la empresa. Por ejemplo, formas de dominación patriarcal y
patrimonial, el despotismo de los Sultanes y el Estado burocrático, cuya forma más
racional es, precisamente el Estado moderno.
En el Estado moderno se realiza, al máximo, la separación entre el cuadro administrativo
(empleados u obreros administrativos) y los medios materiales de la administración.
El Estado moderno es una asociación de dominación con carácter institucional que ha
tratado, con éxito, de monopolizar dentro de un territorio la violencia física legítima, como
medio de dominación y que, a este fin, ha reunido todos los funcionarios estamentales que
antes disponían de ellos por derecho propio, sustituyéndolos con sus propias jerarquías
supremas.

Inicialmente las primeras categorías de “políticos profesionales” aparecen como servidores


de un príncipe como medio de ganarse la vida, de una parte, y un ideal de vida, de la otra.
Hay dos formas de hacer de la política una profesión: o se vive “para” la política o se vive
“de” la política, a pesar de que no son términos excluyentes, generalmente se hacen ambas,
la diferencia se sitúa netamente a nivel económico. Vive “de” la política quien trata de
hacer de ella una fuente duradera de ingresos; vive “para” la política quien no se halla en
éste caso, es decir, debe poseer un patrimonio o situación privada la cual le proporcione
ingresos suficientes, mas debe ser “económicamente libre”.

El político de vocación que en un comienzo aparece como consejero de un príncipe, inicia


su mutación cuando bajo el rol de funcionario profesional, en lucha latente con la
aristocracia, se le enfrenta en el parlamento, gracias una evolución constitucional, y
adquiere aspiraciones al poder, convirtiéndose de esta manera en un político dirigente.

La transformación de la política en una “empresa” con preparación metódica de los


individuos para la lucha por el poder, determinó la división de los funcionarios públicos en
dos categorías: los funcionarios profesionales y los funcionarios políticos. Estos últimos
son quienes podían ser trasladados o destituidos a placer, o colocados en situación de
“disponibilidad”; los primeros solo se les cambiaba con el tiempo.

Frente a los estamentos, el príncipe se fue apoyando sobre distintas capas sociales
disponibles de carácter no estamental, en un primer momento fueron los clérigos su cuadro
administrativo, quienes tenían la capacidad de leer y escribir; en una segunda encontramos
a los literatos con formación humanista, quienes poseían habilidades poéticas e
historiográficas; en una tercera capa aparece la nobleza cortesana, quienes se
caracterizaron por poseer un profesionalismo político y de índole diplomática; luego, en
una cuarta capa tenemos a la “gentry”, figura específicamente inglesa, que desempeñaba
los cargos de la administración local gratuitamente, en interés de su propio poder social; en
la quinta capa aparecen los juristas universitarios (propia sobre todo en el continente
europeo), que poseían la capacidad de transformar la empresa política y convertirla en
Estado racionalizado.
En ésta última capa visualizamos la relación que los abogados tuvieron en la constitución
de los partidos políticos. La empresa política llevada a cabo a través de los partidos quiere
decir, justamente, empresa de interesados, y la función del abogado es dirigir con eficacia
un asunto que los interesados le confían. El abogado posee la capacidad de hacer triunfar
un asunto apoyado en argumentos lógicos débiles, y en este sentido “malo”, convirtiéndolo
en un asunto técnicamente “bueno”.
La política actual se hace cada vez más de cara al público, por ende, utiliza como
instrumento la palabra hablada y la escrita, tarea central y peculiarísima del abogado; no
del funcionario que no posee grandes capacidades de demagogo, éste debe limitarse a
“administrar”, sobre todo imparcialmente, afirmación válida también para el funcionario
político, mientras no esté en juego la razón de Estado, es decir, los intereses vitales del
orden predominante.

Los partidos políticos son los conformados por los primariamente interesados en la vida
política, en el poder político, quienes reclutan libremente a grupos de seguidores, se
presentan ellos mismos o presentan a sus protegidos como candidatos a las elecciones,
reúnen los medios económicos necesarios y tratan de ganarse los votos. Están constituidos
por una jefatura y una militancia, los cuales representan a los miembros políticamente
activos, los militantes tienen por objetivo conseguir el apoyo del electorado pasivo y de esa
manera lograr la elección del jefe.

En un primer momento se manifestó como una lábil vinculación entre parlamentarios, con
un pequeño número de notables, con programas elaborados por los candidatos o por sus
patronos en cada distrito y para cada elección. Luego, la fuerza que impulsa el
establecimiento del partido es el interés de los parlamentarios por hacer posibles
compromisos electorales interlocales y por disponer de la fuerza que supone una agitación
unificada, un programa también unificado y conocido en amplios sectores de todo el país;
aunque continua siendo una simple asociación de notables, con círculos sociales dirigidos
por personas “bien vistas” o notables extraparlamentarios que disponen de influencia
paralela a la del grupo de notables políticos, que ocupan un puesto como diputados en el
parlamento. En consecuencia, la política era predominantemente una profesión secundaria,
relegada a la dominación de los notables.

Las formas modernas de organización de los partidos tienen como características que son
hijas de la democracia, del derecho de las masas al sufragio, de la necesidad de hacer
propaganda y organizaciones de masas, de la evolución hacia una dirección más unificada y
una disciplina más rígida. La empresa política está en manos de profesionales a tiempo
completo, los cuales se mantienen fuera del parlamento. Los candidatos se designan en las
asambleas de miembros de partido.

Con la instauración de la democracia plebiscitaria, las nuevas “maquinarias políticas”


poseen como elemento “carismático” fundamental, de todo caudillaje, la entrega de los
partidarios a la persona de un jefe por su efecto demagógico de ganancia de votos y
mandatos para el partido en la contienda electoral.

Para quienes están obligados a vivir “de” la política, se presenta la alternativa de ser
periodista, funcionario de un partido, funcionario de la administración municipal o de
organizaciones que representan intereses determinados.

Para el político son tres las cualidades decisivamente importantes: la pasión, en cuanto a
entrega apasionada a una causa se refiere; el sentido de responsabilidad, para con esa causa
como objetivo que orienta su accionar; y mesura, referida a la capacidad para dejar que la
realidad actúe sobre uno sin perder el recogimiento y la tranquilidad, es decir, para guardar
la distancia con los hombres y las cosas.
La fuerza de una personalidad política reside en la posesión de estas cualidades.
El “instinto de poder” también está entre sus cualidades normales, pero cuando esta ansia
de poder deja de ser positiva, el político empieza a pecar en contra de su profesión. Hay dos
pecados mortales en el terreno de la política, la ausencia de finalidades objetivas y la falta
de responsabilidad. La vanidad, la necesidad de aparecer siempre que sea posible en primer
plano, es lo que más lleva al político a cometer uno de estos pecados o los dos a la vez.

Lo importante es que siempre exista algún fin, alguna fe, cuando falta, incluso los éxitos
políticos aparentemente más sólidos, y esto es perfectamente justo, llevan sobre sí la
maldición del agotamiento.

Toda acción éticamente orientada puede ajustarse a dos máximas fundamentalmente


distintas entre sí e irremediablemente opuestas, puede orientarse a la ética de la convicción,
en cuanto a la fe en algo determinado (dios, una idea, etc.), desde un punto de vista
religioso: “el cristiano obra bien y deja el resultado en manos de Dios”, donde la autocrítica
es nula frente a consecuencias negativas, buscando causas externas a sí mismo; o puede
orientarse a una ética de la responsabilidad, que ordena tener en cuenta las consecuencias
previsibles de la propia acción, con autocrítica. En el momento en que estos términos se
vuelven complementarios en un hombre, éste se convierte en un hombre auténtico, en un
hombre que puede tener vocación política.

La ciencia como vocación

En la actualidad la situación interior de la vocación científica está condicionada, en primer


lugar, por el hecho de que la ciencia ha entrado en un estadio de especialización antes
desconocido. En segundo lugar la ciencia solo se experimenta por medio de la “pasión” por
un tema específico y por la capacidad de poder validar una hipótesis determinada, para
lograr esto se necesita fundamentalmente de “inspiración” u ocurrencia valiosa, la cual
llega sorpresivamente o puede no llegar.

El trabajo científico está inmerso en una corriente de progreso, todo “logro” científico
implica nuevas “cuestiones” y ha de ser superado y ha de envejecer.

El proceso científico ha adquirido un desarrollo a partir de la aparición de determinados


instrumentos: en el mundo helénico y con Platón fundamentalmente, aparece el “concepto”,
lo cual abstrae al hombre de la Antigüedad de la vida real; luego, como fruto del
Renacimiento aparece el segundo gran instrumento, el “ experimento racional” como medio
de experiencia controlada y digna de confianza, sin la cual, no sería posible la ciencia
empírica actual, de la experimentación se pasó a la ciencia, especialmente por obra de
Galileo, luego a la teoría, a través de Bacon, y más tarde a cada una de las disciplinas
científicas singulares en las universidades del continente europeo.

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