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LAS MALDICIONES
En el Antiguo Testamento, Dios trataba de manera directa con el hombre, debido a que el
proceso de revelación de su persona no se había completado; los profetas asumían el imperfecto rol
que se perfeccionaría en Cristo y que después culminaría con la ejecución de los dones de revelación
que una vez finalizado el mismo proceso, dejarían de ocupar un rol de preponderancia espiritual
cediendo el paso a las virtudes de Cristo las cuales deben desarrollarse como una obligación del Hijo
de Dios.
Este trato directo de Dios con el hombre antiguo, da otros matices a muchos pasajes de la
Escritura. Por ejemplo, Moisés diciendo al Faraón: “Libera a mi pueblo ahora” era Dios directamente
tratando con el rey de Egipto David increpando al gigante mercenario: “Yo vengo a ti en el nombre de
Jehová. Dios de los ejércitos” era el mismo Dios en el valle, demostrándole a su pueblo que las
promesas de protección suele cumplirlas hasta el final. De lo anterior, podemos entonces entender que
cualquier cosa para bien o para, era directamente con Dios y no de manera ajena a él.
Al contender el hombre con Dios, perdía todo derecho de bendición de parte de él, en
consecuencia, quedaba en la condición de maldición. En este contexto tenemos que entender
maldición como la ausencia total de bendición en una persona o cosa, lo que implica no solo destruir
cualquier punto de bondad en ello sino también recibir una condición que impidiera el recibir cualquier
cosa buena y por consiguiente recibir cosas negativas que podrían llegar incluso a la muerte.
Es por ello, que cualquiera que desobedeciera los mandamientos de Dios, de inmediato quedaba
en esta condición. (Deuteronomio 21.22-23; 27.15-26). Además de ello se asume del análisis de los
diez mandamientos (Éxodo 20.4) que la condición de maldición puede repercutir en las generaciones
subsecuentes a la del pecador, lo que se vuelve una maldición generacional.
Gálatas 2.20 no identifica con Cristo, el murió por mí como si yo hubiera muerto con él.
Podemos unir las dos ideas: Estoy en Cristo, no con Cristo, lo que implica que el juicio y las
maldiciones de Dios por rechazar la oferta de su amor, trasgrediendo sus mandamientos ha quedado
cancelado, ha desaparecido. En consecuencia, el creyente goza de una condición permanente de
bendición.
Si esto es así, entonces ¿porque a veces, el creyente no disfruta de una vida de victoria
permanente al creer en Cristo?, y la parte más importantes que contesta todas nuestras preguntas
tiene que ver precisamente con lo que hicimos, creer en Cristo. ¿Qué implica creer en Cristo? Al menos
implica las siguientes áreas: arrepentimiento, CONFESIÓN, RENUNCIACIÓN, conversión, aceptación,
restauración y restitución Bajo estas condicionantes, retiramos completamente la presencia de cualquier
cosa pecaminosa que favorece la opresión del maligno en la vida del creyente.
POR SI ACASO
Al hacer esta valoración en nuestra vida, bien valdría por sí acaso, asumir una posición de
arrepentimiento semejante a la que adoptó Esdras al confesar su pecado (Esdras 1.4-6). Se arrepintió y
confesó no solo los pecados de su generación, sino de las generaciones pasadas. Confesó no solo los
pecados patentes, sino también los ocultos.
Regresando al inicio. En los tiempos del Antiguo Testamento, Dios le dio su nación una
advertencia de las cosas que sucederían si ellos le desobedecían (cayendo en condición de maldición),
de ellas, tomamos tres apreciaciones acerca de lo que me pueden indicar lo que me puede estar
pasando. Josué 7.13. No poder hacer frente a los enemigos. Deuteronomio 28.21. Condición de
enfermedad inexplicable y Deuteronomio 28.28-40. Pobreza recalcitrante.
CONCLUSIÓN
Amemos al que se hizo maldición por amor a nosotros y la mejor manera de hacerlo es
consagrando todas las áreas de nuestra vida, pasado, presente y futuro para lograr esa condición
REAL de más que vencedores.