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ANDRES LOPEZ
INDICE................................................................................................................................... ......................2
INTRODUCCION............................................................................................................... ..........................1
3
INTRODUCCION
Una y otra vez los argentinos, así como muchos extranjeros, se han interrogado acerca de las
razones del "fracaso" del país en recorrer un sendero de desarrollo sostenido durante el siglo
XX. La Argentina, que alguna vez ocupó un lugar entre las principales economías del mundo
en términos de su ingreso per cápita, que disponía de una enorme riqueza natural en su fértil
pampa húmeda y que contaba con una población predominantemente de origen europeo y
con calificaciones educativas relativamente favorables, estaba, en la primera mitad de este
siglo, aparentemente destinada a integrarse al "club" de los países ricos.
Las razones dadas para explicar este fenómeno han sido naturalmente variadas. Economistas,
sociólogos, politólogos e historiadores han tratado de indagar, desde distintos ángulos, sobre
el tema, sin que hoy exista un consenso más o menos significativo al respecto. Más aún, se
han propuesto explicaciones absolutamente contradictorias entre sí; sólo como ejemplo,
podemos señalar que mientras que para algunos analistas la causa principal del atraso ha sido
el excesivo intervencionismo del Estado post-1930, otros lo adjudican a los problemas y
limitaciones que hicieron que dicho intervencionismo no fuera tan efectivo como en otros
países -Japón, Corea, Taiwan, incluso Brasil-.
El área de discrepancias se extiende a la evaluación de los dos grandes períodos en los que
suele dividir la evolución de la economía argentina hasta la década de 1980. Mientras que
para algunos analistas la etapa agroexportadora fue la más brillante en términos del desarrollo
del país, para otros se trató meramente de una gran "burbuja" de crecimiento, basada en la
existencia de una significativa renta diferencial, que estuvo desde sus inicios inevitablemente
destinada a interrumpirse. En tanto, la industrialización sustitutiva de importaciones (ISI) es
vista por muchos como una fase en la cual, si bien de forma trunca, se avanzó por el camino
de la modernidad social y productiva, mientras que otros la identifican con la esencia misma de
la decadencia argentina.
Las diferencias respecto de cómo evaluar los años 1990 remiten a que si bien es evidente el
hecho de que se ha conseguido estabilizar, ya por casi una década, la economía, y que se ha
acumulado un significativo crecimiento del PBI per cápita y de la productividad desde 1991 al
presente -sugiriendo que podría haber comenzado un proceso de cierre de la brecha (catch
up) con las economías líderes-1, por otro lado se han agravado seriamente los problemas
sociales -desempleo, pobreza, etc.- y se han acentuado las desigualdades regionales y
personales en materia de dinámica de crecimiento y distribución del ingreso.
En tanto, desde una perspectiva de largo plazo, mientras que algunos analistas confían en
que el catch up se sostendrá a través de la preservación y profundización del esquema de
políticas market-friendly adoptado a comienzos de los años 1990, otros expresan
incertidumbre sobre la sustentabilidad del esquema macroeconómico vigente desde la
implementación del llamado Plan de Convertibilidad, a la vez que sugieren que existe una gran
fragilidad desde el punto de vista de la competitividad estructural y del patrón de
especialización productiva y comercial del país. Desde esta perspectiva menos optimista, la
acción del mercado debería ser complementada con algunas políticas más activas dirigidas a
resolver los problemas mencionados. Se advierte, en consecuencia, que los desacuerdos no
se limitan al pasado sino que también se refieren al futuro del proceso de desarrollo
económico de la Argentina.
Este trabajo intenta contribuir al debate sobre el proceso de desarrollo económico argentino
empleando un enfoque teórico relativamente nuevo pero ya rápidamente difundido, en
particular en los países avanzados: el del “sistema nacional de innovación” (SNI).
Consideramos que el uso de dicho enfoque permitirá realizar un fructífero análisis acerca de la
evolución de la economía argentina desde la etapa agroexportadora -comenzando
aproximadamente en 1860- hasta 1999, desde una perspectiva que otorga un rol central a la
influencia de los procesos de cambio tecnológico e innovación sobre el desarrollo económico.
No se trata, sin embargo, de proponer una nueva explicación mono-causal en relación con el
proceso de desarrollo argentino. Justamente, consideramos que una de las virtudes del
enfoque de SNI es que sitúa el examen del papel de la innovación y la tecnología en un
contexto analítico amplio, donde se ponen de manifiesto las múltiples interrelaciones
sistémicas que existen entre los procesos de innovación, los marcos institucionales, las
estrategias y desempeños empresariales y la dinámica macroeconómica de cada país. En este
sentido, el objetivo de este trabajo es testear la “potencialidad” explicativa del enfoque del SNI
mediante su aplicación al caso argentino.
De hecho, son numerosos los trabajos existentes sobre distintos aspectos del SNI en la
Argentina -incluyendo las políticas e instituciones de ciencia y tecnología (CyT), la dinámica del
cambio tecnológico en distintos sectores, la evolución del sistema educativo, etc.-. Sin
embargo, como se dijo antes, son pocos los que intentan plantear una discusión de conjunto
1
. En la literatura recibida, se entiende por catch up al proceso por el cual un país cierra la brecha con las naciones
líderes en términos de una determinada variable (usualmente el ingreso per cápita o la productividad).
2
sobre el tema en su relación con el proceso general de desarrollo económico-social del país
-es decir, yendo más allá del análisis parcial de algunos de los elementos constitutivos del SNI-2.
En nuestra opinión, a partir del enfoque del SNI es posible ofrecer una nueva lectura de las
distintas etapas y fenómenos clave dentro de la evolución histórica de la economía argentina.
En este sentido, cabe señalar algunos de los aportes que se enfatizarán a lo largo del trabajo:
vi) A partir del enfoque del SNI, presentaremos una interpretación de las tres grandes etapas
de la evolución de la economía argentina que va a diferir tanto de la que propone la economía
"ortodoxa" o neoclásica, como de las lecturas heterodoxas tradicionales (enfoque de la
dependencia, etc.). Así, pondremos de relieve fenómenos que ambos enfoques omiten o
tratan superficialmente, a la vez que daremos una nueva interpretación a hechos y tendencias
que han sido extensamente tratados en la literatura recibida.
Cabe aclarar que estamos conscientes de que la cuestión de la CyT excede el marco de la
economía, y de que cualquier discusión sobre sus aportes, objetivos o sobre las políticas con
2
. Probablemente, las excepciones más significativas, en cuanto intentos "abarcadores" de interpretación, sean los
trabajos de Katz y Bercovich (1993) y los de Nochteff (1994a y b y 1996).
3
ellas relacionadas debe ser planteada en un marco interdisciplinario, ya que están
involucrados aspectos culturales, sociales y políticos de la vida de un país, incluyendo
cuestiones tales como la salud de su población, las condiciones laborales de su fuerza de
trabajo, etc. Sin embargo, creemos, de todos modos, que es pertinente realizar un análisis de
las vinculaciones entre ciencia, tecnología e innovación y desarrollo económico en la
Argentina, sin que ello presuponga que subordinamos toda política o estrategia en dicho
campo exclusivamente a fines puramente económicos.
A su vez, desde el punto de vista metodológico, es necesario dejar claramente sentado que no
hemos intentado realizar un trabajo de historia económica. En general, y especialmente en los
capítulos 2 y 3, nos hemos basado en materiales de historiadores, economistas, sociólogos,
etc. que han hecho contribuciones relevantes sobre los distintos temas analizados a lo largo
de este trabajo. En el capítulo 4, en cambio, se emplea también evidencia empírica recogida
directamente por el autor a través de distintos estudios e investigaciones realizadas tanto
antes como durante el proceso de elaboración de la presente tesis.
También deseo agradecer a mi esposa y a mis hijos, que me han ayudado y también
soportado durante los dos años que me llevó desarrollar este trabajo de tesis, y sin cuyo amor,
comprensión y tolerancia, nunca hubiera podido finalmente terminar con mi labor.
4
CAPITULO I
INNOVACION, CAMBIO TECNOLOGICO Y DESARROLLO ECONOMICO
El propósito de este capítulo es discutir el marco conceptual a ser empleado en el presente
trabajo de tesis e introducir las principales premisas e hipótesis de trabajo que guiarán nuestra
investigación. En primer lugar, se analiza y critica la concepción del cambio tecnológico tal
como se lo trata en la teoría neoclásica, y se argumenta a favor de enfoques alternativos -en
particular, de aquellos vinculados con las corrientes "evolucionistas" (ver más abajo)- como
forma de entender mejor la dinámica involucrada en la generación y difusión de conocimientos
tecnológicos. Asimismo se discute acerca del rol central que juega la firma en los procesos de
innovación. Finalmente, se presenta un concepto clave para el análisis histórico de los
procesos de desarrollo económico, cual es el de paradigma tecno-económico.
3
. A lo largo de este trabajo emplearemos los términos enfoque neoclásico, ortodoxia o mainstream, indistintamente,
para caracterizar las ideas de lo que al presente es la corriente dominante en el campo de la teoría económica. Si
bien sería necesario hacer una discusión más precisa del tema, simplificadamente podemos decir que, a nuestro
entender, el enfoque neoclásico u ortodoxo no se distingue solamente por la defensa de algunas ideas o principios
básicos -el librecambio como régimen comercial óptimo, la confianza en el mercado como asignador de recursos-,
sino también por su adhesión a un determinado marco teórico -el del equilibrio general, en la tradición nacida a
partir de Walras-, por la defensa de ciertos supuestos altamente controversiales -como el de la racionalidad
sustantiva de los agentes económicos-, y por considerar como única forma de argumentación válida la
modelización y matematización de los fenómenos con el fin de proceder a la contrastación empírica -econométrica-
de las predicciones derivadas de los modelos propuestos. En este sentido, cabe señalar que algunas corrientes que
también adhieren a los principios básicos arriba señalados -librecomercio, primacía de la asignación de recursos
vía mercado-, no son ortodoxas en nuestra definición por no compartir las otras características recién mencionadas
(es el caso, por ejemplo, de la llamada escuela "austríaca").
4
. Existe una gran variedad de enfoques heterodoxos en teoría económica, a los cuales los une esencialmente el
cuestionamiento, con variados matices, a los argumentos, supuestos y paradigmas teóricos de la ortodoxia
neoclásica. De hecho, entre las "heterodoxias" -institucionalistas, neo-keynesianos, evolucionistas, regulacionistas,
marxistas, estructuralistas, etc.- las diferencias muchas veces son no de matiz sino de fondo. Tal como
precisaremos más adelante, en este trabajo nos concentramos básicamente en una de estas vertientes
heterodoxas, el evolucionismo, sin perjuicio de tomar también contribuciones de otros enfoques que son asimismo
útiles para arrojar luz sobre los fenómenos bajo estudio.
5
La sección 5 está dedicada a discutir las especificidades de los procesos de cambio
tecnológico e innovación, y la aplicabilidad del concepto de SNI, al caso de los países en
desarrollo. Nuevamente se presenta el debate entre enfoques ortodoxos y heterodoxos, y se
hace especial énfasis en la interacción entre insumos tecnológicos extranjeros y actividades
innovativas domésticas en los procesos de industrialización tardía5. Considerando el papel
clave que ha jugado el sector agropecuario en la dinámica del desarrollo económico en la
Argentina, en la sección 6 se hace una brevísima presentación de las principales ideas que
surgen de la literatura recibida respecto de las características específicas de los procesos de
innovación y cambio tecnológico en dicho sector.
Finalmente, se introducen las principales premisas e hipótesis de trabajo en base a las cuales
se estructurará nuestro análisis de la evolución del SNI en la Argentina y de la interacción
entre este último y el proceso general de desarrollo económico del país desde la etapa
agroexportadora hasta el presente.
Antes de discutir las distintas visiones que analizan las vinculaciones entre innovación6,
cambio tecnológico y desarrollo económico es preciso clarificar primero cuál es la lógica que
subyace a los procesos innovativos, así como sus fuentes, objetivos y modalidades, tal como
han sido entendidos en la teoría económica recibida7.
El punto de partida de cualquier teoría del cambio tecnológico debe ser el análisis del proceso
que lleva a que surjan y se difundan innovaciones. En particular, la preocupación central
remite a las relaciones entre “ciencia” y “tecnología”8, y a las condiciones y características de
5
. Siguiendo a Hikino y Amsdem (1995), por países de industrialización tardía entendemos aquellos que debieron
industrializarse tomando en préstamo y mejorando la tecnología que ya habían creado las empresas
experimentadas de las economías más avanzadas.
6
. Siguiendo al Manual Frascati (OECD, 1993), por innovación se entiende la transformación de una idea en un
producto nuevo o mejorado introducido en el mercado o en un proceso de fabricación nuevo o mejorado utilizado
en cualquier rama de la actividad económica. Sin embargo, tal como lo señala Edquist (1997), la idea de
innovación no se circunscribe a lo técnico, ya que también existen innovaciones organizacionales, institucionales y
sociales. A la vez, Nelson y Rosenberg (1993) interpretan que las actividades innovativas incluyen todos aquellos
procesos a través de los cuales las firmas dominan y utilizan en la práctica productos y procesos que son nuevos
para ellas, aún cuando no sean nuevos a nivel mundial o nacional. En este trabajo, siguiendo lo observado tanto
por Edquist como por Nelson y Rosenberg, utilizaremos una concepción amplia del término innovación.
7
. Ver López (1998) para una revisión de la literatura reciente sobre economía del cambio tecnológico.
8
. No siempre es fácil distinguir de modo tajante entre actividades "científicas" y "tecnológicas". Sin embargo, a los
fines de este estudio dicha distinción resulta inevitable y se mantendrá en las próximas secciones. A estos efectos,
resultan útiles los conceptos de actividad de “búsqueda” y “exploración”. Entre las diferencias centrales, se cuentan:
a) la primera es más “profit-oriented” que la segunda y fundamentalmente tiene lugar en -o es financiada por-
firmas privadas; b) la segunda es menos “goal-oriented” que la primera, caracterizándose a menudo por la
obtención de resultados impensados y a veces ni siquiera buscados claramente. Podríamos identificar a las
actividades de búsqueda -más cercanas a la producción e influenciadas por la lógica del sector empresario- como
tecnológicas y a las de exploración -vinculadas a investigación básica en universidades e instituciones similares-
como científicas (Lundvall, 1992). Complementariamente, Bisang (1994) señala que la diferenciación entre ciencia
y tecnología adquiere significado cuando se plantean preguntas concretas desde el punto de vista operativo:
tiempos de generación de los respectivos acervos, determinación del objeto de investigación, reglas que rigen el
dominio y la difusión del bien producido, mecanismos de apropiación de los beneficios, etc..
6
los procesos de “generación” y “difusión” de las innovaciones. En este sentido, el enfoque
neoclásico no tiene una teoría del cambio tecnológico -Rosenberg (1982) ha afirmado
acertadamente que el cambio tecnológico es una "caja negra" para dicho enfoque-.
Por otro lado, la tecnología es percibida como enteramente realizada con anterioridad a su
incorporación a la esfera productiva (no hay retroalimentación proveniente de esta última) y, en
general, se ignoran las innovaciones provenientes de actividades no formales, ya que las
actividades de innovación se identifican exclusivamente con las de investigación y desarrollo
(I&D)9. De hecho, la ciencia y la tecnología se conciben como situadas afuera del proceso
económico.
7
Estas ideas siguen permeando, aún hoy, el grueso de la producción teórica de la corriente
neoclásica sobre esta temática. Si bien probablemente muchos de quienes las usan
reconozcan su falta de realismo, siguiendo los preceptos de Milton Friedman preferirán
continuar empleándolas habida cuenta de que permiten construir modelos analíticamente
tratables y que dan lugar a predicciones (supuestamente) contrastables11.
Si bien no es éste el lugar para formular una reseña general del evolucionismo (al respecto,
véase López, 1996), vale la pena realizar una breve introducción para entender las
características centrales de dicho enfoque, más allá de que, como hemos señalado en el
trabajo recién citado, se trata de un enfoque que conserva cierta heterogeneidad en su interior,
producto del diverso origen de los propios autores evolucionistas12.
Dosi et al (1994a) definen al enfoque evolucionista del siguiente modo: “en una caracterización
extrema, los modelos evolucionistas se focalizan en las propiedades dinámicas de los sistemas
económicos guiados por procesos de aprendizaje, mientras que ignoran -en una primera
aproximación- la asignación óptima de recursos. Este enfoque consta de tres elementos
centrales: i) un conjunto de microfundamentos basados en agentes con racionalidad limitada;
ii) un supuesto general de que las interacciones entre agentes ocurren fuera del equilibrio; iii)
11
. Aunque no podemos en este trabajo discutir, desde la epistemología, las ideas de Friedman y la metodología
dominante entre los economistas neoclásicos, no se puede dejar de apuntar que han sufrido intensas críticas. Para
una discusión sobre estos temas, véase Wade Hands (1993), Caldwell (1982, 1991) y Redman (1991), además, por
supuesto, del clásico artículo de Friedman (1953) y de la defensa de Popper de la metodología neoclásica (Popper,
1992).
12
. Coriat y Weinstein (1995) señalan el doble origen del evolucionismo: por un lado, los trabajos de Richard Nelson y
Sidney Winter, iniciados en la Universidad de Yale y por otro, las investigaciones sobre los procesos de innovación
tecnológica realizadas por autores como Giovanni Dosi, Christopher Freeman y Keith Pavitt, nucleados en torno de la
Universidad de Sussex. La Universidad de Limburgo es otra base académica del evolucionismo, con autores como Luc
Soete o Gerald Silverberg. Asimismo, el enfoque se nutre del aporte de especialistas que han venido trabajando
independientemente en el tema del cambio tecnológico desde tiempo atrás (Brian Arthur, Paul David, Stan Metcalfe,
Nathan Rosenberg y David Teece, entre otros), así como de autores interesados en la aplicación de las ideas
evolucionistas en biología y otras ciencias “duras” al campo de las ciencias sociales (Peter Allen, por ejemplo).
8
la noción de que los mercados y otras instituciones actúan como mecanismos de selección
entre agentes y tecnologías heterogéneas”.
A lo largo de este capítulo -y de hecho en todo el trabajo que presentamos- nos apoyaremos
en gran medida en conceptos aportados por este enfoque, sin perjuicio de tomar también
algunos aportes de otras tradiciones que, a nuestro juicio, contribuyen a una mejor
comprensión de los fenómenos sobre los cuales estamos discutiendo.
Hay otras diferenciaciones que también son esenciales para definir la noción de tecnología: i)
entre tecnologías “universales” -conocimiento, usualmente científico, difundido y referido a
principios generales de vasta aplicación- vs específicas -conocimiento relativo a “maneras de
hacer cosas”, muchas veces producto de la experiencia-; ii) entre tecnologías públicas -por ej.,
aquellas que están descriptas en libros u otro tipo de publicaciones- vs privadas -por su carácter
tácito o por estar protegidas a través de patentes, secreto comercial, etc.- (Dosi, 1988a y b).
9
En consecuencia, el cambio tecnológico es una actividad fuertemente tácita, acumulativa y
“local” 13,14. No sólo la naturaleza de las técnicas en uso determina el rango y la dirección de las
posibles innovaciones, sino que generalmente la probabilidad de realizar avances tecnológicos
en firmas, organizaciones y aún naciones es función del nivel tecnológico alcanzado por ellas.
Las asimetrías o brechas tecnológicas entre firmas -y naciones- surgen como una
consecuencia natural de estas tendencias.
A su vez, no se puede asumir que las firmas -y menos aún los países- tienen acceso a la
misma función de producción, ya que la imitación no es trivial; incluso aún cuando distintas
firmas puedan acceder al mismo set de tecnologías, no necesariamente las emplearán con el
mismo grado de eficiencia. También la elección de tecnologías es un tema más complejo que
lo que supone la ortodoxia, ya que no siempre existe un conjunto bien definido de opciones
tecnológicas. Juzgar cómo funcionará una tecnología creada por un tercero es una tarea difícil
y necesariamente cada firma desarrollará una versión idiosincrática, con variantes -algunas
intencionales y otras no- respecto del original.
Esto nos conduce a resaltar el papel de la incertidumbre dentro de los procesos de innovación.
Como han señalado una gran cantidad de autores, los resultados de dichos procesos son
siempre inciertos, y la incertidumbre inherente a los mismos tiene cuatro dimensiones: técnica
(factibilidad de alcanzar el resultado esperado); temporal (tiempo necesario para alcanzar
dicho resultado); comercial (éxito o no del producto/proceso en el mercado) y estratégica
(reacción de los competidores). Significativamente, la incertidumbre no aparece únicamente
cuando se trata de desarrollar innovaciones "originales", sino que también surge al tratar de
adoptar tecnologías desarrolladas por otros agentes, por las razones señaladas en el párrafo
anterior.
10
interacciones y trabajos complementarios realizados en contacto cercano con las firmas
productoras y usuarias, las cuales muchas veces requieren de innovaciones “a medida” de sus
necesidades específicas. Asimismo, la “internalización” de las actividades de innovación evita
las dificultades -”costos de transacción”- que surgen al tratar de escribir, ejecutar y monitorear el
cumplimiento de contratos con organizaciones externas a la firma, teniendo en cuenta las
peculiares características ya señaladas de este tipo de actividades (Nelson, 1990; Teece, 1988).
Ahora bien, dentro de la tradición neoclásica es difícil entender las diferentes estrategias y
modalidades con las cuales las firmas abordan su relación con los procesos de cambio
tecnológico e innovación. En dicha tradición, la firma -al igual que el cambio tecnológico- es
una "caja negra" dotada de un objetivo invariante: maximizar beneficios. En esta perspectiva,
se omite tanto el análisis de la firma como una organización -con estructuras, reglas,
habilidades y estrategias diferenciadas- como también su dimensión institucional -por
referencia a su inclusión en contextos sociales, históricos, legales y políticos específicos-.
En contraste con esta visión, el evolucionismo afirmará no sólo que las firmas son distintas,
sino que, además, esas diferencias "importan" (Nelson, 1991). Las firmas difieren tanto en su
comportamiento como en su desempeño a partir de las opciones, discrecionales, que eligen.
Según Coriat y Dosi (1996), una buena parte de las diferencias inter-firmas se vinculan con la
naturaleza y calidad de sus rutinas15, así como con sus competencias organizacionales. Estas
competencias surgen como propiedad colectiva de las rutinas de una organización y, como se
dijo antes, son difíciles de transferir e imitar. En consecuencia, en cada momento del tiempo
habrá una pluralidad de estrategias puestas en juego por parte de las diferentes firmas. A su
vez, al quedar confrontadas con un determinado "ambiente selectivo", algunas firmas tendrán
un mejor desempeño que sus competidoras (en otras palabras, algunas estrategias
demostrarán estar mejor adaptadas a las condiciones ambientales imperantes).
Evidentemente, buena parte de las diferencias entre las firmas provienen de fuentes tales
como su estructura de propiedad -empresas familiares, sociedades por acciones, etc.-, su
tamaño, el origen del capital accionario -nacional o extranjero-, sus formas de gobierno
corporativo, etc. A su vez, estos factores repercuten en la posibilidad de las firmas de
desarrollar actividades innovativas de significación en cuanto son determinantes del acceso a
la información y a los recursos humanos y monetarios requeridos para dichas actividades.
Estas diferencias no sólo contribuyen a definir si una firma puede o no ser innovadora
"genuina", sino que también repercuten sobre el ritmo y las modalidades con las cuales las
empresas adoptan tecnologías generadas por terceros, así como con la utilización que hacen
de dichas tecnologías.
11
"búsquedas" que emprenden las firmas en respuesta a los "desafíos" u oportunidades que
surgen del ambiente en el que se desenvuelven son, en general, "locales". La naturaleza
misma de las competencias acumuladas en su seno y su capacidad para desarrollar los
aprendizajes necesarios determinan las trayectorias tecnológicas que van a seguir las firmas;
el sentido de su evolución, entonces, está predeterminado por la naturaleza misma de sus
activos específicos (es path-dependent16). Esto no significa que toda conducta empresaria
sigue patrones regulares y predecibles, ya que la teoría también contempla la presencia de
elementos estocásticos, tanto en la determinación de las decisiones como en su resultado.
En efecto, las firmas no innovan en aislamiento, sino que establecen diferentes clases de
relaciones con otros agentes -competidores, proveedores, institutos de I&D, universidades, etc.-,
sin las cuales los procesos innovativos serían más lentos y de menor alcance. De hecho,
según la OECD (1997a), los flujos de tecnología e información que circulan entre las personas,
las empresas y las instituciones son la clave de los procesos innovativos. La performance
innovativa de un país depende, entonces, de cómo estos actores se relacionan como
elementos de un sistema colectivo de creación y uso de conocimiento. Hay, además, un
creciente consenso en torno al hecho de que la pertenencia a redes o los vínculos con otras
firmas -así como también con otro tipo de instituciones, como universidades, centros de
investigación y asistencia tecnológica, etc.-, son cada vez más importantes para determinar el
desempeño y la competitividad de las unidades empresariales17.
16
. Se dice que existe path-dependence cuando la dinámica de un determinado fenómeno o proceso está
influenciada fuertemente por las condiciones iniciales o pasadas propias del mismo. Más ampliamente, el término
path-dependence se interpreta en el sentido de que la "historia es importante" (history matters) para entender el
presente. Por ejemplo, las rutinas de una organización, las estructuras de las instituciones, las conductas de los
agentes económicos, etc., tienen un fuerte elemento de inercia y dependencia respecto del pasado, lo que las hace
fuertemente path-dependent.
17
. En efecto, la naturaleza interactiva de los procesos de cambio tecnológico parece reforzarse al avanzar hacia la
llamada “economía basada en el conocimiento”, donde las firmas desarrollan vínculos para promover el aprendizaje
interactivo y buscan socios y redes que les provean de activos complementarios (Rothwell, 1994). Estas relaciones
ayudan a las firmas a repartir los costos y riesgos asociados con los procesos de innovación, ganar acceso a nuevos
conocimientos, adquirir componentes tecnológicos claves y compartir activos en la manufactura, la comercialización y la
distribución (OECD, 1996a). En el mismo sentido, se argumenta que los recientes cambios en el plano tecnológico y
organizacional, asociados con la difusión de la microelectrónica y el llamado sistema toyotista de producción, así
como las presiones emergentes de la globalización, también incrementan la importancia de la cooperación inter-
firma: “los costos crecientes de la innovación, la necesidad de un rápido ajuste ante los cambios tecnológicos y el
hecho de que las tecnologías se hacen crecientemente sistémicas o genéricas, implican que las firmas necesitan
compartir los costos y riesgos de sus actividades de I&D” (Dunning, 1994).
12
Otro elemento importante a considerar es que la visión convencional de los procesos de
innovación presta atención casi exclusivamente a las actividades “formales” realizadas en
universidades, centros de investigación o laboratorios privados de I&D. Ciertamente, la I&D
realizada en las firmas privadas ha jugado un rol central a lo largo de la historia del capitalismo
(Freeman y Soete, 1997; Mowery y Rosenberg, 1989; Nelson, 1990; OECD, 1992) y es
evidente la importancia que han tenido las universidades y otros centros de investigación como
generadores de nuevo conocimiento que impulsa el avance de la ciencia y la tecnología.
Sin embargo, una creciente literatura enfatiza sobre el papel clave de los procesos de
aprendizaje de carácter menos “formal”. Diversos aportes en la tradición evolucionista han
refinado no sólo el concepto de “aprender haciendo” (learning by doing) -apuntando que el
aprendizaje requiere una inversión específica de recursos, de distinta calidad y magnitud
según los casos-18, sino que han construido clasificaciones cada vez más abarcativas de los
distintos procesos de aprendizaje -”aprender con el uso” (learning by using), “aprender con la
interacción” (learning by interacting), ”aprender a aprender” (learning to learn), etc.-, resaltando
su carácter “social” y su enmarcamiento en estructuras institucionales y productivas
específicas. Por otro lado, no sólo los procesos de aprendizaje son importantes, sino también
los de “olvido”, ya que los hábitos adquiridos pueden “bloquear” la incorporación de nuevos
conocimientos (Johnson, 1992).
Así, Pavitt (1984) ha establecido una taxonomía, luego profusamente usada en los estudios
sobre cambio tecnológico en la industria manufacturera, en donde se distinguen cuatro tipos
de sectores: i) supplier-dominated (textiles, calzado, madera, cuero, algunos alimentos, etc.):
aquí, el cambio tecnológico -consistente básicamente en innovaciones de proceso- proviene
esencialmente de los proveedores de maquinaria y otros insumos. El proceso de innovación
consiste en la difusión de los bienes de capital e insumos intermedios de frontera hacia las
firmas productoras; ii) scale-intensive (acero, automóviles, vidrio, bienes durables de consumo,
cemento): las innovaciones pueden ser tanto de proceso como de producto. Las actividades
de producción involucran generalmente el dominio de sistemas complejos y las economías de
escala son significativas. Las firmas producen una proporción relativamente grande de su
propia tecnología de proceso y destinan un porcentaje significativo de sus ventas a I&D; iii)
specialized suppliers (bienes de capital, software, instrumental, etc.): las actividades de
innovación consisten básicamente en innovaciones de producto que ingresan a otros sectores
como bienes de capital y se caracterizan por una gran interacción usuario-productor; iv)
science-based (química, electrónica): la innovación se vincula directamente con los nuevos
paradigmas tecnológicos que son posibilitados por los avances científicos. Las firmas tienden
18
. Ya Arrow (1962) trató de endogeneizar el cambio tecnológico vía concepto de learning by doing (que se concebía
como proceso automático derivado de la propia acumulación de capital).
13
a ser grandes y destinar una significativa cantidad de recursos a I&D, la cual suele estar
altamente formalizada en sus propios laboratorios.
Esto no implica una mengua en la valorización del lugar que ocupa la ciencia en los procesos
de innovación, sino la búsqueda de una representación más adecuada de la complejidad
intrínseca de estos últimos. En este sentido, vale la pena señalar un interesante aporte
reciente dirigido a repensar el problema de las vinculaciones entre ciencia y tecnología desde
un enfoque neo-schumpeteriano. En efecto, Pavitt (1998) ha tratado de mostrar que los lazos
entre investigación básica y práctica tecnológica están geográfica y lingüísticamente
concentrados, dada la importancia central del conocimiento tácito en la construcción de dichos
lazos. Asimismo, señala que la investigación académica contribuye al desarrollo tecnológico no
sólo a través de la producción directa de conocimientos, sino también mediante aportes más
indirectos (y en ocasiones más significativos) tales como la capacitación de ingenieros y
científicos que luego pueden trabajar para el sector productivo, o el acceso de las firmas a
redes de conocimiento e información de las cuales participan o conocen los investigadores.
14
Esto implica que no es factible, al menos para los países avanzados, depender totalmente de
la investigación básica realizada en el exterior, ya que muchas veces lo más importante no son
las ideas y conocimientos en sí mismos, que podrían transmitirse internacionalmente con cierta
facilidad, sino los aportes de carácter más tácito y localizados19. A su vez, si bien la
investigación académica es, en parte, un bien público, no es un bien libre (sin costo para el
usuario). Así, los países se benefician de la investigación básica que se hace en otro lugar sólo
si pertenecen a networks profesionales internacionales.
Esto lleva a enfatizar la idea de que no se puede concebir a la “difusión” de tecnología como
un proceso trivial o simple, ya que, como se señaló antes, las innovaciones van siendo
transformadas gradual y continuamente a partir de su uso, mediante procesos de aprendizaje
generalmente interactivos. La difusión incluye, así, una serie de pasos que toma la firma para
adaptar a sus necesidades e incrementar la eficiencia con la cual emplea las tecnologías
adquiridas; de hecho, todo acto de adopción de una tecnología involucra ciertas
transformaciones y es en sí mismo una innovación incremental (OECD, 1992).
19
. Como señala Pavitt (1998), "los principales beneficios prácticos de la investigación académica no consisten en
información fácilmente transmisible o en ideas y descubrimientos disponibles en igualdad de términos para todos
en cualquier lugar del mundo. Por el contrario, son elementos de capacidad de resolución de problemas, que
involucran la transmisión de conocimiento tácito a través de la movilidad de personal y los contactos ‘cara a cara’”.
20
. En la interpretación schumpeteriana, la invención se concibe como una actividad creativa aislada del proceso
productivo y cuyo impacto se deriva de las etapas subsiguientes de innovación y difusión. La innovación consiste
en la primera introducción comercial exitosa de una invención, cuyas características técnicas básicas ya se
encontraban plenamente definidas. Finalmente, la difusión se entiende como una actividad esencialmente similar a
la copia, encarada por los imitadores del empresario que originalmente introdujo la innovación en cuestión.
21
. Se dice que existe una externalidad positiva o spillover cuando la tasa de retorno social de una determinada
actividad excede su tasa de retorno privada. En el caso de las actividades de innovación, distintos trabajos han
demostrado la existencia de importantes spillovers derivadas de las mismas (ver Jaffe, 1996).
15
Como resultado de los cambios en la forma de conceptualizar los procesos de innovación se
han ido transformando las propias formas de medición de dichos procesos. Así, el llamado
Manual Frascati (OECD, 1993) - concebido originalmente en 1963- se centraba en los
procesos formales de I&D, entre los cuales distinguía tres modalidades: i) investigación básica:
incluye trabajos experimentales o teóricos que se emprenden fundamentalmente para obtener
nuevos conocimientos acerca de los fundamentos de fenómenos y hechos observables, sin
pensar en darles ninguna aplicación o utilización determinada; ii) investigación aplicada:
consiste también en trabajos originales realizados para adquirir nuevos conocimientos; sin
embargo, está dirigida fundamentalmente hacia un objetivo práctico específico; iii) desarrollo
experimental: son los trabajos sistemáticos basados en conocimientos existentes, dirigidos a la
producción de nuevos materiales, productos o dispositivos, al establecimiento de nuevos
procesos, sistemas y servicios o a la mejora sustancial de los ya existentes.
Mientras que el Manual Frascati se corresponde con el antes mencionado "modelo lineal", el
más reciente Manual de Oslo (OECD, 1997b) -cuya primera versión es de 1992-, ya parte de
una comprensión sobre los procesos innovativos en donde se enfatiza su carácter sistémico e
interactivo, así como la necesidad de incorporar a la medición de los mismos a las actividades
innovativas de carácter más informal. Asimismo, se reconoce que puede haber tanto
innovaciones que impliquen la introducción de una "novedad" a nivel mundial, así como otras
que constituyan "novedades" a nivel de la nación o de la propia firma.
De todos modos, pese a estos esfuerzos, las dificultades para “medir” la “cantidad” de
innovación que se genera en una economía son bien conocidas. En varios trabajos se han
analizado las ventajas y desventajas de diferentes indicadores -que pueden tener distintos
niveles de referencia (la firma, regiones, naciones, etc.)-: patentes, recursos monetarios y
humanos destinados a I&D, número de nuevos productos lanzados en los últimos años, etc.,
sin que exista un consenso acerca de algún indicador o conjunto de indicadores bien definido
que permita hacer comparaciones intertemporales o entre distintos países (o firmas) de modo
completamente satisfactorio.
La OECD (1996a) señala cuatro razones por las cuales los indicadores vinculados con el
“conocimiento” no pueden alcanzar el mismo status que otros indicadores económicos
tradicionales (por ejemplo, los de las cuentas nacionales): i) no hay fórmulas que permitan
pasar de “insumos” para la “creación de conocimientos” a “productos derivados” de esos
conocimientos; ii) los insumos para la creación de conocimiento son difíciles de “mapear”,
debido a su intrínseca complejidad y carácter sistémico; iii) el conocimiento no puede ser
reducido a un agregado a partir del uso de un sistema de precios, ya que cada “pieza” de
conocimiento es, en cierto sentido, única; iv) la creación de nuevo conocimiento no
necesariamente es una adición al stock de conocimiento existente y la obsolescencia de las
unidades de conocimiento “en stock” no puede ser registrada adecuadamente.
16
d) Paradigmas tecno-económicos y ciclos de largo plazo
Schumpeter ya había destacado en los años 1940 el carácter evolucionario del capitalismo,
haciendo énfasis en las fuerzas endógenas que subyacen detrás del proceso de desarrollo
económico. Asimismo, había destacado la importancia fundamental de la innovación,
caracterizándola como un proceso de mutación que incesantemente renueva la vida
económica desde adentro -la "destrucción creadora"-.
Por otro lado, si bien no todos los autores evolucionistas están de acuerdo en este punto, se
retoma el tema de las ondas largas (long waves) de desarrollo capitalista, postulado por
primera vez por Kondratiev y recogido por Schumpeter. En Schumpeter, la explicación básica
del fenómeno de ondas largas consiste en que las diferentes épocas económicas estarían
asociadas con racimos (clusters) de tecnologías. Una fase de ascenso se caracteriza por la
aparición de un nuevo set de tecnologías e industrias, el cual estimula la inversión y la
expansión de la actividad económica. A su vez, el agotamiento de cada fase se vincula con la
desaceleración del cambio tecnológico y la disminución de las oportunidades de inversión.
Dentro del evolucionismo estas nociones han sido recogidas, entre otros trabajos, por
Freeman y Pérez (1988). La idea básica es que ciertos tipos de cambio tecnológico extienden
sus efectos sobre el conjunto de la economía. Estos cambios (“revoluciones tecnológicas”) no
sólo hacen aparecer nuevos productos, servicios, sistemas e industrias, sino que afectan
directa o indirectamente a todas las ramas de la economía. Freeman y Pérez emplean, para
referirse a estas transformaciones, el concepto de paradigma tecno-económico, dado que no sólo
influyen en las trayectorias tecnológicas de determinados productos y procesos, sino que
modifican las estructuras de costos y las condiciones de producción y distribución de todo el
sistema.
22
. Así, por ejemplo, existen sectores donde las presiones políticas o los juicios profesionales juegan un papel clave
-defensa, servicios médicos, etc.- (Nelson, 1995).
17
Un paradigma tecno-económico es concebido como un tipo ideal de organización productiva,
que define el contorno de combinaciones más eficientes y de menor costo durante un período
dado y sirve, en consecuencia, como norma implícita, orientadora de las decisiones de
inversión y de innovación tecnológica, tanto incremental como radical (Pérez, 1986). En esta
perspectiva, a lo largo del capitalismo se asiste a una sucesión de paradigmas tecno-
económicos, asociados con esquemas institucionales característicos. Freeman y Pérez (1988)
construyen una suerte de periodización de la evolución capitalista a partir de la detección de
cinco ondas de largo plazo del tipo de las de Kondratiev -de cuarenta a sesenta años de
duración-, caracterizadas, en cada caso, por un “insumo clave”, por un grupo de ramas
inductoras del crecimiento de la economía, ciertos requerimientos de infraestructura,
arquetipos de organización empresaria, patrones de competencia y cooperación, formas de
superar las limitaciones de los paradigmas previos y por una determinada configuración
jerárquica del sistema económico internacional.
Desde un punto de vista puramente técnico, las innovaciones asociadas con una revolución
tecnológica -las cuales surgen de modo interrelacionado y explosivo- podrían haberse
desarrollado de una forma más gradual. Sin embargo, Freeman y Pérez van a postular que
existen fuertes factores económicos y sociales que hacen que la dinámica del mundo real sea
otra. Por un lado, cuando aún existe la posibilidad de obtener aumentos de productividad y
existen economías externas y de red a ganar a partir de la profundización de un determinado
paradigma tecnológico, la difusión de innovaciones que alterarían los fundamentos de dicho
paradigma será lenta. Por otro, cuando los indicadores de productividad y rentabilidad
comienzan a decaer y dan lugar a crisis estructurales dentro del sistema capitalista, las fuerzas
del sistema van a impulsar un redireccionamiento de los esfuerzos hacia el desarrollo de
nuevas tecnologías que constituirán, a su vez, la base del paradigma entrante.
Se ha sugerido que este tipo de ideas tiene un sesgo de “determinismo tecnológico”. Pérez
(1986) toma directamente el punto y señala que la noción de paradigma tecno-económico no
23
. El autor no puede resistir la tentación de señalar el evidente paralelo entre estas ideas y las nociones del
materialismo histórico referidas a la relación entre fuerzas productivas, relaciones de producción y superestructura.
24
. Hay una variada literatura que trata sobre la aparente paradoja resultante de que mientras parece configurarse un
nuevo patrón tecnológico en las principales economías capitalistas y se asiste a una oleada de innovaciones resultantes
de la creciente importancia de los procesos de I&D, paralelamente se registra una desaceleración de las tasas de
crecimiento de la productividad que se prolonga ya por más de veinte años. En la misma línea de lo sugerido por
Freeman y Pérez, diversos trabajos han hecho hincapié en la necesidad de adaptar las instituciones y las estructuras
sociales al nuevo paradigma tecno-económico emergente (ver, por ejemplo, OECD, 1991). En particular, un trabajo de
David (1991) ilustra bien este argumento a través de una comparación con el desarrollo de la energía eléctrica a
comienzos de siglo.
18
implica determinismo tecnológico en la medida en que “un paradigma establece el amplio
espacio de lo posible. Dentro de él, las fuerzas sociales escenifican las confrontaciones,
experimentos institucionales y arreglos de compromiso o cooperación, cuyo resultado es el
marco que en última instancia moldea, orienta, selecciona y regula el curso definitivo que
asumirá el nuevo potencial. Esto significa que cada crisis, cada período de transición tecnológica,
es un momento de indeterminación en la historia”. Sin embargo, está claro que, en su visión, hay
una secuencia que parte del cambio tecnológico y se extiende hacia lo social e institucional. Esto
se contrapone a la posibilidad de que en muchos casos la secuencia sea precisamente la opuesta:
de los factores sociales e institucionales hacia las elecciones tecnológicas.
Más allá de este debate, y de las dudas que sigue suscitando, aún dentro del propio
evolucionismo, la idea de "ondas largas" (ver Nelson, 1992), a nuestro juicio el concepto de
paradigma tecno-económico aporta un marco útil para entender la evolución de las distintas
etapas del sistema capitalista. En particular, su empleo permite una mejor comprensión de los
procesos de ascenso, estancamiento y retraso de las distintas naciones, en tanto hay una
vinculación entre dichos procesos y la mayor o menor adaptación de las economías nacionales
a los sucesivos paradigmas tecno-económicos dominantes. En consecuencia, para el análisis
de la evolución histórica de un determinado SNI, resulta imprescindible otorgar un lugar central
al modo de inserción del país en cuestión en los paradigmas tecno-económicos dominantes en
cada momento del tiempo a nivel internacional.
Desde largo tiempo atrás los economistas han reconocido que el cambio tecnológico es el
determinante central de la evolución de las sociedades capitalistas a largo plazo. De hecho, la
obra "fundadora" de la economía moderna -la "Riqueza de las Naciones" de Adam Smith-
comenzaba justamente, ya en 1776, argumentando sobre la importancia del progreso técnico
(que Smith asimilaba a la "división del trabajo") -ilustrado con el famoso ejemplo de los alfileres-
como motor de la acumulación de riqueza en las sociedades más avanzadas de la época.
Más tarde, Friedrich List, hoy rescatado por varios economistas como precursor de muchas
ideas modernas sobre los procesos de desarrollo tardíos, hacia 1840 comprendía que para
que Alemania cerrara la brecha que la separaba del país líder a nivel mundial -Gran Bretaña-
eran necesarias políticas específicas para acelerar la industrialización y el crecimiento, muchas
de las cuales se vinculaban con el aprendizaje y la adopción de nuevas tecnologías25. Por la
misma época, justamente la necesidad de “aprender” era para John Stuart Mill, uno de los más
importantes defensores de la doctrina clásica del libre comercio, la única razón valedera para
25
. Más aún, List reconoció el rol clave de lo que hoy llamaríamos el capital "intangible" de una sociedad como
determinante de sus posibilidades de crecimiento: "the present state of the nations is the result of the accumulation
of all discoveries, inventions, improvements, perfections and exertions of all generations which have lived before us:
they form the intellectual capital of the present human race, and every separate nation is productive only in the
proportion in which it has known how to appropriate those attainments of former generations and to increase them
by its own acquirements." (List, 1841, citado en Freeman, 1998).
19
proteger una “industria naciente”26 (y, de hecho, el argumento de industria naciente era el único
válido para conceder protección a una industria).
Poco más adelante, Karl Marx, captará con gran lucidez el papel clave que la ciencia y la
tecnología desempeñan en la sociedad capitalista, concibiendo al cambio tecnológico como un
producto incesante de la propia dinámica del sistema, de la lucha competitiva inter-capitalista y
de la presión por la extracción del excedente o plusvalor a partir del proceso de producción.
Sin embargo, desde la segunda mitad del siglo XIX hasta mediados del siglo XX el cambio
tecnológico jugará un papel cada vez menos relevante dentro de la teoría económica -más allá
del ya mencionado problema estático de elección de técnicas-, coincidentemente con el
ascenso de la escuela neoclásica. Los modelos de crecimiento -que recién aparecerán luego
de 1930-, se centrarán, en tanto, en factores tales como el incremento de la población, la
distribución del ingreso y las tasas de inversión y de ahorro. Sólo Schumpeter, cuya obra
permaneció al margen del mainstream de la disciplina, se destacará en este período por dar un
lugar prominente al cambio tecnológico en el análisis de la lógica y dinámica de los sistemas
económicos capitalistas.
Será recién en los años 1950 -más precisamente en 1956/57-, de la mano de Robert Solow,
cuando el cambio tecnológico ingresa, dentro del mainstream, al escenario de los modelos
formales de crecimiento como variable explicativa clave. Esencialmente, lo que Solow
constataba era que el progreso tecnológico explicaba 7/8 del crecimiento de la productividad
en la economía americana entre 1909 y 1949; en otras palabras, probaba que más que la
acumulación de factores -capital y trabajo- el cambio tecnológico era el motor del desarrollo
capitalista a largo plazo (Solow, 1979)27.
26
. “Con frecuencia, la superioridad de un país sobre otro en una rama de la producción se debe tan sólo al hecho
de haber empezado antes. Puede no existir ninguna ventaja inherente de una parte, ni desventaja de la otra, sino sólo la
superioridad actual de la habilidad y la experiencia adquiridas. Un país que tiene aún que adquirir esta habilidad y esta
experiencia, puede, en otros aspectos, adaptarse mejor a la producción en cuestión que otros que se dedicaran a ella
antes ... Pero no puede esperarse que los particulares introduzcan a sus propios riesgos, o mejor exponiéndose a
pérdidas seguras, una nueva manufactura y soporten la carga de llevarla adelante hasta que los productores hayan
adquirido el nivel de conocimientos y de experiencia de aquellos que están de antiguo familiarizados con la misma. Un
derecho protector, sostenido durante un tiempo razonable, puede ser muchas veces la forma que presente menos
inconvenientes para que la nación contribuya a sostener ese experimento” (Mill, 1848, edición de 1978, p. 788).
27
. De hecho, como señala Nelson (1997), ya existían algunos trabajos que habían alcanzado resultados similares,
pero el carácter “seminal” que adquirió el artículo de Solow se debió a que por primera vez el análisis se
estructuraba dentro de un modelo y una teoría “formal”.
20
A partir del trabajo de Solow se desarrollaron varias líneas de trabajo. Una de ellas
corresponde a la llamada "contabilidad del crecimiento" (growth accounting) que, en esencia,
se dirige a medir la influencia de distintas variables explicativas sobre la dinámica de
crecimiento de largo plazo. En este sentido, los trabajos posteriores a Solow intentaron, por
medio de la introducción de nuevas variables -por ejemplo, economías de escala, cambios
estructurales, etc.-, la redefinición de los procedimientos de medición de la dotación de factores
-en particular, incorporando al factor trabajo los cambios “cualitativos” que se registran a través
del tiempo (acumulación de “capital humano”)- y el refinamiento de las técnicas de ajuste y
procesamiento de la información, reducir el "residuo" de Solow a una magnitud menor, tarea
en la que obtuvieron éxito, aunque en muchas ocasiones a partir de introducir lo que Dosi ha
llamado un verdadero "Kama Sutra" de variables (véase, por ejemplo, Denison, 1962 y 1967;
Jorgeson y Griliches, 1967).
Una parte importante de los trabajos de growth accounting se han vinculado con la cuestión de
la convergencia/divergencia entre las trayectorias de crecimiento de los distintos países28.
Asimismo, también han estado motivados por la intención de testear la hipótesis que surgía de
los modelos neoclásicos “a la Solow”, en el sentido de que, en el largo plazo, el PBI per cápita
de todos los países crecería a la misma tasa, determinada exógenamente por el ritmo de
acumulación del progreso tecnológico. Más aún, los países más pobres crecerían inicialmente
más rápido, ya que en ellos el capital es escaso (o la relación capital/trabajo baja), por lo que
en dichos países la tasa de beneficio debería ser superior a la de los más avanzados, lo cual
daría lugar a una mayor tasa de acumulación de capital y un mayor crecimiento (más aún si se
considera que el capital es móvil internacionalmente), efecto reforzado por la posibilidad de
acceder “gratuitamente” a las tecnologías de frontera ya disponibles en el mundo desarrollado.
Los trabajos sobre contabilidad del crecimiento de los años 1960 y 1970 se limitaban a los
países europeos y Japón, encontrando evidencias de convergencia para ese "club" de países
en relación con los EE.UU., aunque sus resultados fueron objeto de intensas críticas. Una de
las más habituales es que, como han señalado varios autores, este tipo de trabajos omite el
hecho de que existen interacciones entre las variables que se consideran como
“independientes” (capital humano, progreso tecnológico, economías de escala, bienes de
capital, etc.). Esto es, no puede evaluarse con precisión el “aporte” de cada una al crecimiento
económico ya que dicho aporte no puede materializarse efectivamente sin el concurso de una
o varias de las restantes variables (ver Fagerberg, 1994).
Por otro lado, estos trabajos seguían trabajando con una visión muy simplista de los procesos
de cambio tecnológico. Así, Denison (1967), por ejemplo, divide el “residuo solowiano” (ahora
reducido por la incorporación de nuevas variables explicativas) en dos elementos: el progreso
tecnológico -que supone idéntico en todos los países e igual al de la economía americana
(habría libre imitación de la tecnología de ese origen para el resto del mundo)- y el cierre de la
brecha con la frontera tecnológica - los EE.UU.- por parte de los países retrasados.
28
. Se dice que existe un proceso de "convergencia" cuando hay una reducción en el nivel de dispersión o variación
entre un grupo de países en términos de alguna medida de desempeño (productividad, PBI per cápita, etc.). En
general, se entiende que hablar de convergencia implica que los países retrasados están creciendo, como un grupo,
más rápidamente que los avanzados.
21
Más adelante, al calor de la creciente insatisfacción con el modelo “solowiano” -y con sus
predicciones en cuanto a los patrones de convergencia de las tasas de crecimiento-, surgieron
en el propio seno del mainstream neoclásico las llamadas "nuevas teorías del crecimiento",
cuyos representantes más notables son, entre otros, Romer (1986, 1990, 1993 y 1994),
Grossman y Helpman (1991), Aghion y Howitt (1992)29 y Lucas (1988)30.
Los modelos de crecimiento endógeno se diferencian internamente, entre otros factores, por la
variable que se supone como la fuente principal del crecimiento (el capital humano, las
actividades de I&D, el learning by doing asociado a la acumulación de capital físico, la
introducción de nuevos bienes de capital, la expansión de la variedad de los bienes
producidos, etc.). En cualquier caso, el crecimiento, a diferencia de lo que ocurría en Solow, es
explicado por el progreso técnico endógeno y por la presencia de externalidades provenientes
tanto de la formación de capital humano como de las propia actividad innovativa. El otro punto
esencial es que en buena parte de estas teorías se reconoce que las actividades de I&D son el
resultado de decisiones de maximización de beneficios de los agentes privados; por lo tanto,
estos modelos trabajan, en general, bajo marcos de competencia imperfecta31.
29
. De acuerdo con Possas (1999), el modelo de Aghion y Howitt está "a la frontera" (en cuanto a la incorporación de
elementos "heterodoxos" dentro del análisis formal) entre los modelos de crecimiento económico del mainstream.
30
. Para un análisis crítico de los avances y limitaciones de las nuevas teorías del crecimiento ver Nelson (1997),
Possas, 1999 y Hounie et al (1999).
31
. Por cierto, las investigaciones recientes sobre los determinantes del crecimiento incluyen muchos otros factores
más allá de los vinculados estrictamente al aspecto tecnológico. Por ejemplo, los niveles de estabilidad
macroeconómica, la distribución del ingreso, las formas de gobierno, la estabilidad política o social, el gasto en
infraestructura, el respeto por los derechos de propiedad, las políticas comerciales (o los niveles de apertura
comercial), entre otros (ver Temple, 1999). Uno de los temas que se incluye crecientemente como determinante de
la performance de crecimiento de las distintas naciones remite a la calidad de las instituciones y la infraestructura o
capital social. Si bien las medidas con las cuales se intenta captar estas variables son todavía muy "crudas", varios
trabajos han mostrado una significativa influencia de aspectos tales como el resguardo de los derechos de
propiedad, la calidad y autonomía de la burocracia, el respeto por los contratos, los niveles de "confianza"
interpersonal, la existencia de corrupción, la cohesión/fragmentación étnica o cultural, etc., sobre las trayectorias de
crecimiento (ver Rodrik, 1997; Knack y Keefer, 1995; Hall y Jones, 1999; Temple y Johnson, 1998).
22
Una de las características que enfatizan las nuevas teorías del crecimiento es el carácter no-
rival del conocimiento, ya que una vez producido, puede ser reproducido casi sin costos
adicionales. Esto implica que los países atrasados, tal como se suponía en las teorías
ortodoxas más antiguas, pueden beneficiarse del conocimiento desarrollado en las naciones
que están en la frontera tecnológica y, consecuentemente, lograr el “catch up” con los líderes.
En este sentido, Grossman y Helpman (1991) argumentan que el mayor beneficio que recibe
un país por participar en las corrientes de comercio internacional es el acceso al conocimiento
tecnológico existente en el resto del mundo. Los autores afirman que aunque los agentes
económicos de un país podrían adquirir información vía journals, charlas con expertos
extranjeros, inspección de prototipos, etc., el comercio internacional es la vía más importante
en términos de difusión del conocimiento. Esto se justificaría considerando que los bienes
importados pueden incorporar innovaciones valiosas para la economía local, a la vez que tanto
los compradores como los vendedores extranjeros pueden ser una fuente de mejoras
tecnológicas para los productores y exportadores domésticos (ver Cameron, 1996).
En la misma línea, Coe y Helpman (1995) encontraron que las actividades de I&D de un país
pueden generar externalidades al inducir aumentos de productividad en otros países que son
socios comerciales, externalidades que tienden a ser mayores para los países más pequeños, En
tanto, Eaton y Kortum (1994) han testeado un modelo de difusión internacional de tecnología,
encontrando que aún para los EE.UU. cerca de la mitad del crecimiento de su productividad
depende de mejoras tecnológicas generadas en el exterior (ver Temple, 1999). También han sido
estudiados los spillovers internacionales que pueden beneficiar a los países en desarrollo.
Algunos trabajos encuentran que dichos spillovers son mayores en la medida que se
incrementa el grado de apertura comercial de un país, su tasa de enrolamiento en la escuela
secundaria, la proporción de sus importaciones que proviene de países desarrollados y la
participación de las importaciones en el PBI doméstico (ver, por ejemplo, Coe et al, 1995 y
Evenson y Singh, 1997 -estos últimos testean la hipótesis de que los países pueden
beneficiarse de la I&D de sus socios comerciales para el caso del Este Asiático, obteniendo
una confirmación de la misma-).
Sin embargo, algunos autores enrolados en las nuevas corrientes contemplan también la
posibilidad de que los beneficios que pueden recibir los países en desarrollo de la existencia
de conocimientos tecnológicos de frontera en las naciones avanzadas sean menos
importantes de lo que suponía la ortodoxia tradicional. Por ejemplo, se ha sugerido que los
spillovers tecnológicos internacionales no son completos ni instantáneos, ya que tienden a
“agruparse” sectorial y geográficamente -por razones de distancia física y cultural, por la
existencia de secretos comerciales, etc.- y, por tanto, aunque pueden ser importantes no
pueden dar cuenta de la mayor parte del crecimiento de la productividad a nivel nacional
(Cameron, 1996, 1998; Jaffe et al, 1993; Keely y Quah, 1998). Otros trabajos han mostrado,
además, que los spillovers son aún más localizados en las industrias tecnológicamente
intensivas y que su aprovechamiento requiere esfuerzos importantes de investigación por
parte del país receptor. En tanto, algunos estudios no han encontrado, siguiendo metodologías
similares a las empleadas por Coe y otros autores citados más arriba, un impacto positivo de
las actividades de I&D realizadas en otros países sobre la productividad de las economías
nacionales (ver Fagerberg y Verspagen, 1999). Por tanto, como señala Cameron (1996), los
23
esfuerzos de las firmas y organizaciones domésticas serían los más importantes, ya que sus
spillovers van a beneficiar principalmente a otras firmas locales. Consecuentemente, puede
ocurrir que bajo ciertas condiciones y si hay externalidades tecnológicas puramente locales, los
países líderes incluso amplíen la brecha que los separa del resto del mundo a lo largo del tiempo.
Por otro lado, muchos autores enrolados en el enfoque de las nuevas teorías del crecimiento
reconocen que los países en desarrollo no acceden necesariamente a las mejores prácticas
tecnológicas internacionales, debido a las dificultades para su obtención o implementación
exitosas. Más aún, se rescatan incluso viejas ideas como las de “tecnologías apropiadas”,
señalándose que las tecnologías generadas en los países desarrollados pueden no ser
adecuadas para los países en desarrollo debido a las diferencias en las dotaciones factoriales
(Temple, 1998). Así, los innovadores actuarían pensando en países con ciertas características,
tales como una alta dotación capital-trabajo, mercados internos amplios y una buena
infraestructura de comunicación y transporte, elementos probablemente ausentes en la mayor
parte de los países en desarrollo. En la misma línea, Acemoglu y Zilibotti (1999) sugieren que
tecnologías generadas para ser empleadas por trabajadores altamente calificados en los
países desarrollados pueden ser usadas en los países en desarrollo por trabajadores de baja
calificación, lo cual hará que la productividad sea, en estos últimos, menor al potencial que
ofrece la tecnología en cuestión.
En esta línea, Temple (1998) señala que los niveles de eficiencia productiva varían entre los
distintos países y que sus tasas de crecimiento están correlacionadas positivamente con los
ratios capital-trabajo y negativamente con los niveles iniciales de eficiencia. Así, los países
más pobres no pueden aprovechar las “ventajas del atraso” hasta que llegan a tener ratios de
capital-trabajo o niveles de calificación similares a los de los países más ricos. Esto implica que
los países pueden crecer a tasas diferentes y no converger en el largo plazo, aún cuando la
tecnología sea de libre acceso. Interesantemente, Temple sugiere que una implicación de este
resultado es que los países en desarrollo deberían seguir el camino asiático de invertir
fuertemente en activos fijos y capital humano. Otra implicación es que los países en desarrollo
deberían estimular la generación de técnicas mejor adaptadas a sus dotaciones factoriales.
Otra novedad introducida por las nuevas teorías del crecimiento es que, al contemplar la
posibilidad de que la tasa de innovación resulte de decisiones de maximización de beneficios
24
de agentes privados, puede ocurrir que haya diferencias permanentes entre los niveles de
productividad y tasas de crecimiento de distintos países (Cameron, 1996). Otra de las
derivaciones de estas teorías es que el tamaño del mercado doméstico es un importante
determinante del retorno de las actividades de I&D. Así, algunos autores han encontrado que
la tasa de retorno de las actividades de I&D es mayor en las economías más grandes (Coe y
Helpman, 1995), aunque otros trabajos refutan dicho resultado (Fagerberg y Verspagen, 1999).
También dentro de las nuevas teorías del crecimiento en varios modelos se contempla la
posibilidad de que los países pobres se especialicen inicialmente, siguiendo sus ventajas
comparativas estáticas, en industrias con limitadas posibilidades de aprendizaje, lo cual en el
largo plazo los lleva a tener, permanentemente, menores tasas de crecimiento o menores
niveles de ingreso, según el caso, que los países ricos (ver Atkeson y Kehoe, 1998).
Indudablemente, las conclusiones de este tipo de trabajos se apartan considerablemente de
las ideas convencionales sobre el tema, expresadas en la tradición analítica originada a partir
de los llamados modelos Hecksher-Ohlin, en la cual están ausentes las preocupaciones
respecto de las consecuencias de largo plazo derivadas de la adopción de distintos tipos de
patrones de especialización productiva.
De hecho, este panorama más complejo presentado a nivel teórico por las llamadas nuevas
teorías del crecimiento se corresponde con las conclusiones que surgen de los trabajos más
recientes sobre convergencia a nivel global, que muestran que las predicciones de los
modelos neoclásicos tradicionales están lejos de verificarse en la realidad. En particular, la
idea de que todos los países operan con un nivel similar de eficiencia técnica sobre una
frontera tecnológica común "no es ni remotamente consistente" con la evidencia empírica, tal
como es señalado, incluso, por un reciente documento de trabajo del Fondo Monetario
Internacional (Crafts, 2000).
En efecto, si bien los resultados de los trabajos recientes sobre convergencia son
heterogéneos -e incluso están sujetos a controversias en términos de definición de variables,
formas de testeo, etc. (ver Temple, 1999)-, en general sólo encuentran evidencia de
convergencia en el largo plazo para un “club” restringido de países, que corresponden, en
general, a los de mayor nivel de desarrollo actual32.
La comprobación de que la dinámica global del sistema económico internacional ha sido más
compleja que la asumida por las teorías convencionales ha llevado a un revival del interés por
la tipología propuesta por Abramovitz (1986) en un ya clásico artículo, donde analizaba los
procesos a través de los cuales algunos países de desarrollo “tardío” -Alemania, Suecia,
Japón, etc.-, en distintos momentos de la historia del capitalismo, han logrado cerrar la brecha
que los separaba de los países líderes (“catching up”), hasta eventualmente -es el caso de los
EE.UU.- sobrepasarlos (“forging ahead”), mientras que naciones que ocupaban posiciones de
liderazgo mundial se retrasaban en términos relativos (“falling behind”) -el ejemplo
paradigmático es Gran Bretaña-. Un poco más tarde, Hikino y Amsdem (1995) introdujeron
32
. En este sentido, es iluminador un trabajo de De Long (1988), quien no encuentra evidencia de convergencia de
largo plazo tomando un grupo de países que hacia 1870 parecían estar en condiciones de incorporarse al grupo de
naciones más avanzadas. Incidentalmente, cabe señalar que la Argentina estaba incluida en esa muestra y que,
naturalmente, forma parte de los casos "fallidos" de convergencia que analiza De Long.
25
nuevas categorías para tipificar distintos senderos de desarrollo, incorporando, entre otras, la
de los países que se “tambalearon” y retrocedieron (“stumbling back”) durante el siglo XX33.
De hecho, esta dinámica histórica compleja no encuentra fácil explicación en las "viejas"
teorías del crecimiento, pero tampoco la halla en las "nuevas" teorías. Tal como lo señala
Crafts (2000), la evidencia disponible señala cada vez más claramente que tanto las políticas
como las instituciones tienen un rol central en la dinámica del crecimiento económico, y
sabemos lo difícil que resulta "modelizar" el comportamiento y el impacto de dichas variables (y
en particular de las instituciones). En este sentido, North (1996) critica el hecho de que las
nuevas teorías del crecimiento omiten analizar la estructura de incentivos vigentes en cada
sociedad, la cual determina las retribuciones a ser captadas por las inversiones en distintas
actividades (según North, dichas teorías suponen o bien que los incentivos son los correctos o que
no tienen relevancia).
Por otro lado, aún en las nuevas teorías del crecimiento sigue siendo deficiente, pese a los
avances observados, el tratamiento de la innovación y sus interacciones con los procesos de
desarrollo. En un penetrante artículo crítico, Nelson (1997) ha afirmado que las novedades
incorporadas por las modernas teorías del crecimiento no son tales para aquellos que han
estudiado, de un modo más cercano a los hechos históricos, los determinantes y
características de los procesos de desarrollo y cambio tecnológico a lo largo de la historia del
capitalismo, aunque, en línea con lo que decíamos antes, han adquirido una mayor legitimidad
al ser presentadas ahora en un marco formalizado. Más aún, el problema mayor sería que
estos nuevos modelos siguen omitiendo algunas otras cuestiones que la investigación histórica
ha señalado como igualmente importantes para explicar los procesos bajo estudio.
Tal como lo hicimos en las secciones anteriores, vamos a prestar especial atención, dentro de
las corrientes heterodoxas, al enfoque evolucionista. De acuerdo con Nelson (1994), las
teorías evolucionistas del crecimiento se distinguen por la introducción de dimensiones
33
. No sorprenderá que encontremos a la Argentina como exponente más claro de esta poco envidiable tendencia.
26
cualitativas -que habitualmente se identifican con el “desarrollo económico”-, en contraste con
las teorías convencionales que representan el proceso de crecimiento como algo puramente
cuantitativo. Así, el desarrollo se define como un proceso “multifacético”, en el cual el cambio
tecnológico, las características de las firmas y sus comportamientos y las instituciones son
vistos como los factores que modelan patrones evolutivos específicos. En consecuencia, es
preciso entender como se generan y difunden las innovaciones, la estructura de incentivos que
enfrentan los agentes, la organización interna, competencias y estrategias de las firmas y las
instituciones en las cuales los agentes están enraizados socialmente y que restringen y guían
tanto la coordinación microeconómica como el cambio macro (Dosi et al, 1994a).
En base a estas premisas, los autores evolucionistas coinciden en que las asimetrías a largo
plazo en el desempeño de las diferentes economías nacionales surgen y se mantienen a través
del tiempo a través de cuatro vías: i) la estructura productiva de cada país34; ii) las
características y estrategias de las firmas; iii) el contexto institucional; iv) el set de incentivos
económicos vigentes en cada sociedad (Cimoli y Dosi, 1994; Dosi, 1991).
A partir de este conjunto de hipótesis, se han desarrollado una serie de modelos formales
“evolucionistas” de crecimiento (véase, para un resumen analítico, Higachi et al, 1996)35. De todos
modos, desde la propia "heterodoxia" se advierte que los modelos formales de crecimiento
evolucionistas resultan aún demasiado "mecanicistas“ (ver Nelson, 1994 y 1995). En buena
medida esto ocurre porque la formulación y articulación de hipótesis acerca de la influencia de
la diversidad de firmas e instituciones sobre el crecimiento y desarrollo económicos es todavía
incipiente. Más aún, Nelson se muestra escéptico sobre la posibilidad de que modelos
evolucionistas formales de crecimiento a nivel agregado puedan captar los hechos que
caracterizan al “desarrollo”, dado que los procesos involucrados son muy variados y complejos.
Esto nos lleva a otros dos tipos de trabajos de inspiración “heterodoxa”, que en gran medida
arriban a resultados similares, aunque partiendo del empleo de metodologías distintas.
Adelantando nuestra exposición, diremos que la coincidencia entre ambos tipos de trabajos
pasa por enfatizar que las diferencias en las capacidades de aprendizaje e innovación son una
fuente mayor de divergencias entre las trayectorias de crecimiento de firmas/naciones/
regiones. Dichas capacidades estarán, en algunos casos, referidas a nuevos procesos,
productos o técnicas organizacionales “de frontera”, mientras que en otros se tratará de
absorber, adaptar y/o mejorar innovaciones desarrolladas en otros países, pero en ambas
situaciones esas capacidades juegan un papel crucial en la dinámica del crecimiento.
34
. Una de las razones clave por la cual la especialización productiva influye sobre la competitividad a largo plazo de
las naciones -aún si tienen similares propensiones a innovar- es que existen diferencias importantes en las
posibilidades de aprendizaje y de realizar innovaciones mayores y menores entre diferentes industrias (Andersen, 1992).
35
. Algunos “ejemplares” de este tipo de modelos son Nelson y Winter (1974 y 1982); Silverberg (1988); Silverberg
et al (1988); Silverberg y Lehnert (1994); Dosi et al (1994b).
27
importancia de los tres factores, así como el hecho de que su contribución depende del grado
de industrialización ya alcanzado y es, además, específica de cada país y región. En particular,
Fagerberg muestra que existe una relación entre actividades tecnológicas domésticas y PBI
per cápita, y que la importancia de los esfuerzos locales crece a medida que un país se
aproxima a la frontera tecnológica (ver también Verspagen, 1997b).
En esta línea, varios trabajos hacen hincapié en que, dado el carácter acumulativo de los procesos
innovativos, para ser capaz de absorber tecnología de los países más avanzados es necesario
contar con un suficiente stock de conocimiento en el país en desarrollo. Esto implica que la
brecha inicial no puede ser demasiado amplia (Lankhuizen, 1998). En el mismo sentido,
Verspagen (1991) muestra que los países caracterizados por una gran brecha vis a vis la
frontera internacional y escasa capacidad social endógena (ver más abajo), pueden estar en
una “trampa de crecimiento bajo”. En línea con estos argumentos, los trabajos basados en el
enfoque denominado de “brecha tecnológica” (Fagerberg, 1994) evidencian que mientras que
el catch up es posible, sólo es alcanzado por aquellos países que realizan suficientes
esfuerzos en materia de educación, I&D y acumulación de capital. Los hallazgos también
sugieren que un cierto nivel de I&D es necesario aún para la imitación exitosa.
Uno de los elementos enfatizados por estos enfoques es que los spillovers tecnológicos
internacionales son relativamente débiles. Por un lado, se argumenta que el conocimiento es difícil
de transferir de un país a otro; buena parte del mismo se acumula en las firmas en forma de
trabajadores especializados, tecnología propia y know how difíciles de copiar y también en sus
interacciones con proveedores, institutos de I&D, etc. (Dosi, 1991). También se señala que la I&D
se realiza más eficientemente cuando otras empresas o instituciones que realizan dicha actividad
están cercanas geográficamente, ya que esto permite estar en contacto con recursos humanos
calificados así como establecer interacciones provechosas en el plano de la innovación.
Si se considera que los spillovers tecnológicos están delimitados espacialmente, a la vez que
las capacidades innovativas de las firmas tienen un carácter acumulativo, surge la posibilidad
de que existan procesos auto-reforzantes de convergencia/divergencia entre diferentes naciones
y regiones. Así, una ventaja inicial -tal vez pequeña- de una región/nación en términos de
capacidad innovativa, puede generar altas tasas de crecimiento, atrayendo nuevas firmas
innovativas a la región/nación, que a su vez reforzarían la capacidad de crecimiento, etc.; de
forma similar, pueden concebirse procesos donde los feedbacks sean negativos (Verspagen,
1997a).
28
sociales para asimilar los spillovers que surgen del conocimiento que importan (Mowery y Oxley,
1995).
Así, como señala Freeman (1998), la notable variación en las tasas de crecimiento entre
distintos países a lo largo de las últimas décadas debe ser atribuida en gran medida a la
presencia o ausencia de las capacidades sociales necesarias para realizar cambios
institucionales, y en particular aquellos cambios institucionales que facilitan y estimulan una
alta tasa de innovación. De hecho, el proceso de desarrollo puede ser entendido a partir de
como la dinámica tecnológica interactúa con un marco institucional específico, en procesos
que han sido descriptos adecuadamente como de “co-evolución” (Nelson, 1994).
Desde este tipo de enfoque, Abramovitz (1994) ha hecho una contribución sustancial a la
comprensión de los procesos de convergencia/divergencia entre naciones. Según dicho autor,
por un lado está el potencial para que los países de menor productividad crezcan más
rápidamente que el promedio considerando que pueden aprovechar las best practices en
materia de tecnología y organización productiva vigentes en las economías más avanzadas
-este argumento reconoce sus orígenes en Gerschenkron (1970)-, y tienen margen para
aumentar su ritmo de acumulación de capital -ya que parten de bajos niveles de ratio
capital/trabajo- y mejorar la asignación de recursos dentro de sus economías -porque tendrían
buena parte de su fuerza de trabajo empleada en actividades de baja productividad-.
Al mismo tiempo, hay factores que pueden impedir o facilitar la realización de ese potencial.
Para Abramovitz, dichos factores son esencialmente tres: i) la dotación de recursos naturales
-ceteris paribus, a mayor dotación, mayor nivel de productividad relativa-; ii) la “congruencia”
tecnológica (la relevancia o utilidad para los países menos avanzados de las técnicas y formas
de organización vigentes en los países desarrollados, que dependen de las diferencias o
similitudes en materia de dotación de factores, mercados, escalas, etc.); iii) la “capacidad
social”: se trata de un elemento de difícil medición y vaga definición, pero que en principio
incluye el nivel de educación de cada sociedad, los comportamientos sociales vigentes
-niveles de cooperación, honestidad, confianza mutua, etc.-, las instituciones político-
económicas, el desarrollo del mercado de capitales, las capacidades empresarias, etc. Otros
factores que influyen sobre la realización del potencial de convergencia son: i) las condiciones que
gobiernan la difusión internacional de tecnología; ii) los elementos que influyen sobre la movilidad
y adaptabilidad de los factores a nivel doméstico; iii) el contexto macroeconómico.
29
actitudes “conservadoras”, que actuarían como retardantes del desarrollo. Por su parte,
Temple y Johnson (1998) señalan que la sociedad “importa” debido a que influencia la calidad
de las inversiones, el nivel promedio de eficiencia técnica y la capacidad de asimilar tecnologías
desde el exterior. Asimismo, dichos autores destacan el trabajo “pionero” de Adelman y Taft Morris
(1967), quienes crearon en los años 1960 un índice de “desarrollo social”36, que de hecho, resulta
un buen predictor de las trayectorias subsecuentes de los distintos países incluidos en su
muestra37.
Esta línea de argumentación se relaciona con un trabajo muy sugerente de Baumol (1990),
quien señala que la contribución social de las actividades empresarias varia según como se
asignen a actividades “productivas” (por ejemplo, innovación) o “improductivas” (por ejemplo,
rent-seeking). A su vez, dicha asignación depende del esquema social de incentivos, que
determina las retribuciones a obtener en cada actividad38.
30
tendencia al rent-seeking) e ingeniería (donde presumiblemente se generan "entrepreneurs"), y
encuentran que la cantidad relativa de ingenieros se vincula positivamente y la de abogados
negativamente con las tasas de crecimiento de la economía.
En este sentido, algunos autores destacan como en una economía de alta incertidumbre
macroeconómica los agentes generalmente elegirán conductas conservadoras y defensivas,
con obvias consecuencias negativas sobre la inversión y la innovación (Fanelli y Frenkel,
1996). El impacto de la “macro” sobre las conductas empresarias tiene, además,
especificidades sectoriales bien definidas, en función de la naturaleza diferencial de los
patrones de producción, el tipo y tamaño de las firmas, los patrones de competencia, etc.
(Katz, 1996).
En una línea similar, Erber (1999) ha señalado que las decisiones de las firmas respecto de las
actividades de innovación deben ser analizadas teniendo en cuenta que aquellas se enfrentan
generalmente a un portafolio de inversiones diversificado. Cada alternativa de inversión se
caracteriza por una cierta tasa de retorno esperada, diferentes condiciones de apropiación de
dichos retornos, variadas formas de incertidumbre (técnica, financiera, económica), una escala
mínima de gastos, distintas fuentes y condiciones de financiamiento, secuencias y timings
específicos en cuanto al desembolso de gastos, y diferentes niveles de liquidez y especificidad
de los activos en los cuales se invierte.
En este contexto, las inversiones en innovación y tecnología -que son obviamente un grupo de
actividades que incluye en su interior diferencias importantes en cuanto a las características
antes mencionadas- compiten con otras alternativas que enfrentan las firmas en una economía
capitalista de mercado. A su vez, el impacto que tienen las otras alternativas de inversión
sobre las decisiones relativas al nivel deseado de gastos en innovación probablemente es
mayor cuando la firma no tiene una tradición de actividades tecnológicas, que en los casos en
donde dichas actividades están más rutinizadas. Esto abre un amplio campo de estudios respecto
de la influencia de factores tales como el sistema de precios, y su estabilidad, del régimen
monetario, del funcionamiento de los mercados de crédito y de capitales, del régimen fiscal,
etc., sobre el nivel y tipo de actividades innovativas que se desarrollan en una economía
(Erber, 1999).
31
4) El concepto de sistema nacional de innovación
Dicho concepto -empleado por primera vez por Freeman (1987)- ha conocido una rápida
difusión, y ha sido objeto de distintas aproximaciones. Una de ellas, que informa la mayor
parte de los estudios nacionales contenidos en el libro pionero de Nelson (1993a), puede
caracterizarse como más “formalista”, ya que se centra en las organizaciones e instituciones
dedicadas a actividades de CyT. En contraste, los autores vinculados al grupo IKE (surgido en
la Universidad de Aalborg, Dinamarca) trabajan con una definición más amplia, que enfatiza la
interacción entre sistemas productivos y procesos de innovación e incluye también en su
análisis los procesos menos formales de aprendizaje (Lundvall, 1992b)39.
En esta última perspectiva, el SNI comprende todos los elementos que contribuyen al
desarrollo, introducción, difusión y uso de innovaciones. Un SNI incluye no sólo universidades,
institutos técnicos y laboratorios de I&D, sino también elementos y relaciones aparentemente
lejanos de la ciencia y la tecnología. Por ejemplo, el nivel general de educación, la
organización laboral y las relaciones industriales tienen crucial importancia para las actividades
innovativas, al igual que el funcionamiento de los mercados financieros y de capitales.
Una derivación importante de este enfoque es que siempre existe un SNI -y en este trabajo nos
atendremos a esta hipótesis-. En otras palabras, los SNI realmente existentes pueden
funcionar con mayor o menor grado de articulación, ser más o menos efectivos, tener mayor o
menor presencia estatal, depender más o menos de insumos científico-tecnológicos externos,
etc., pero en todo país existe un SNI, cuya configuración va a influir de forma decisiva sobre el
respectivo proceso de desarrollo económico-social.
ii) Ponen a los procesos de cambio tecnológico y aprendizaje en el centro del análisis y
establecen a la firma como el “epicentro” del proceso de innovación. Por ende, le otorgan
importancia fundamental a los aspectos organizativos de la empresa; más aún, conciben a los
cambios organizativos como una parte integrante clave de los procesos de innovación.
39
. Amable et al (1997) prefieren emplear el término sistemas sociales de innovación, que tiene la ventaja de poder
emplearse en referencia a distintos espacios geográficos (o de relaciones) no necesariamente limitados por
fronteras definidas desde un punto de vista político-legal.
32
iii) Destacan el rol central de las instituciones, incluyendo no sólo a las instituciones
directamente vinculadas al área de CyT, sino a otras tanto “formales” como “informales”
-normas, rutinas y lineamientos para la acción de los agentes y firmas del sistema-.
iv) Engloban bajo el rótulo “innovación” tanto a procesos de búsqueda de carácter formal y
“orientados a resultados”, como a aquellos que surgen del propio proceso de producción y
consumo de bienes económicamente útiles (learning by doing, learning by using, etc.). En
otras palabras, los “lugares” donde se innova no son sólo laboratorios y los agentes de los
procesos de innovación no son únicamente científicos, técnicos y profesionales del área de I&D.
v) Señalan el carácter muchas veces tácito, específico y local del conocimiento tecnológico,
puntualizando las dificultades que existen cuando se trata de transmitir conocimientos -al
contrario de lo que ocurre cuando el objetivo es transmitir información- entre agentes, firmas,
instituciones, etc. Así, se explica, por ejemplo, porqué existen diferencias persistentes -y en
ocasiones crecientes- en los niveles de productividad de distintas firmas e, incluso, naciones.
vii) La estructura productiva es un factor decisivo en cuanto al ritmo y características que asume el
proceso de cambio tecnológico. En otras palabras, lo que una nación “pueda hacer”, dependerá,
en gran medida, de lo que actualmente “está haciendo” (hay path-dependency), ya que la
estructura productiva abre oportunidades y determina senderos de avance del progreso
tecnológico.
33
otro lado, el progreso técnico no es un objetivo en sí mismo, sino en la medida en que se
supone que contribuye a metas socialmente deseables, las cuales pueden diferir según los
países y/o regiones. Asimismo, no existe un “ideal” de SNI; diferentes sistemas pueden
desarrollar modos de innovación específicos que, sin embargo, den lugar a senderos de
desarrollo igualmente exitosos. Como señala Albuquerque (1997), lo que destacan los análisis
sobre SNI es su diversidad, la cual es producto de diferentes condiciones históricas e
institucionales, así como de distintas trayectorias tecnológicas nacionales.
Asimismo, no hay una relación determinística entre SNI y desempeño económico. La interacción
entre ambos elementos está determinada, entre otros factores, por trayectorias históricas
relacionadas con sectores y estrategias tecno-productivas específicas, patrones de
especialización, restricciones provenientes de la balanza de pagos, políticas macroeconómicas,
etc. (Cimoli, 1998).
En consecuencia, podemos interpretar que, más que una “teoría” claramente establecida y
“probada” empíricamente, se trata de un marco que permite plantear ideas y argumentos en
torno a los problemas que nos ocupan40. Esto, sin embargo, más que ser un problema, puede
ser una invitación a pensar las relaciones entre ciencia, tecnología e innovación y desarrollo
económico-social desde una perspectiva social, histórica y culturalmente enraizada.
De todos modos, aunque se carece de un ideal único de SNI, Nelson (1993b) encuentra varias
características comunes entre los SNI exitosos: i) el país contaba con un grupo de firmas con
capacidades competitivas en sus respectivas líneas de negocios: ello implica la posesión e
competencias en el diseño de productos y procesos, management, comercialización, etc.; ii)
dichas firmas estuvieron sujetas a presiones competitivas intensas, sea interna o
externamente; su fortaleza justamente dependió en buena medida del hecho de haber sido
expuestas a esa competencia; iii) para contar con firmas fuertes, es necesario contar con sistemas
educativos y de entrenamiento que las provean con un flujo de personal con los skills necesarios.
También se ha mencionado que, más allá de su estado “rudimentario”, hay tres derivaciones
importantes que surgen a partir del enfoque de SNI -y que ya han sido adelantadas en gran
medida a lo largo de este capítulo-:
40
. Recientemente, Cimoli (1998) ha propuesto una operacionalización del concepto de SNI. El trabajo se basa en la idea
de que en cada país existe un set de capacidades tecnológicas, que evoluciona en el tiempo, y está definido por las
competencias y activos intangibles de las firmas (capacidades para resolver problemas técnicos y organizacionales) y del
país (representados por los gastos en I&D, las capacidades de absorción de las tecnologías extranjeras, etc.). Entre las
capacidades tecnológicas y la performance (competitividad) del país, se encuentra el SNI, que incluiría esencialmente el
aparato científico-tecnológico y el sistema educativo nacional. A su vez, la acción de estos elementos se daría en
ciertos contextos macroeconómicos y regulatorios, incluyendo las políticas industriales y comerciales vigentes.
34
rol clave en relación con las divergencias nacionales en los patrones de crecimiento y
desarrollo (Dosi et al, 1994a). De aquí se desprende que, tanto o más importante que el
aprendizaje o transferencia de “tecnologías”, son el aprendizaje institucional y las
transformaciones en la organización social, procesos imprescindibles para adaptar y emplear
eficientemente las prácticas tecnológico-organizacionales desarrolladas en otros países
(Johnson y Lundvall, 1994; Lazonick, 1994). Esto es particularmente relevante a la luz del
hecho de que hay un fuerte path-dependency en los procesos de cambio institucional y social,
lo cual puede dificultar la concreción de las transformaciones requeridas en ese ámbito.
iii) Todos los trabajos sobre SNI enfatizan la importancia de las interacciones y
retroalimentaciones como elemento clave de su desempeño. Así, se hace hincapié en la
relevancia de los flujos de información, conocimiento y tecnologías entre empresas
(actividades de investigación conjunta, colaboración técnica), entre empresas, universidades e
institutos de I&D públicos (investigaciones conjuntas, co-patentamiento, co-publicaciones); la
difusión de tecnología y conocimientos desde las instituciones de I&D a las empresas, la movilidad
de personal, etc. La performance innovativa de un país depende en gran medida de como se
relacionan los actores -empresas, universidades, etc.-, así como las tecnologías que ellos usan,
como elementos de un sistema colectivo de creación y uso de conocimiento (OECD, 1997a).
Esto ha llevado a poner énfasis en el hecho de que, tal como lo señalan David y Foray (1995),
desde el punto de vista social importa el “poder distributivo” (distribution power) de un sistema
de innovación, lo cual apunta a facilitar una eficiente distribución y utilización del conocimiento
científico y tecnológico disponible en la sociedad. Si por una parte esto implica, por ejemplo,
estimular las interacciones entre las instituciones y agentes dedicados a realizar actividades
“científicas” con aquellos que operan en el campo de la “tecnología”, así como con el mundo
de la producción, también supone que los mismos medios que se usan para asegurar un
mayor retorno privado de las actividades innovativas (patentes, secretos industriales, etc.),
pueden disminuir el “poder distributivo” del sistema. Consiguientemente, puede surgir un trade-
off entre “apropiabilidad” -que estimularía una mayor acumulación de nuevo conocimiento- y
“poder distributivo” -que favorecería que ese conocimiento sea socialmente más “útil”-.
Asimismo, se ha sugerido, siempre en vinculación con el “poder distributivo” del SNI, que es
importante como se asigna y organiza el personal dedicado a actividades de investigación.
Para alcanzar mejoras significativas en el plano tecnológico, sería preciso que, relativamente,
más científicos e ingenieros estén ocupados en investigaciones directamente integradas con la
producción de bienes y servicios, más que en la universidad o el sector público, más allá del
35
papel clave que juegan estos últimos ámbitos (Dahlman y Nelson, 1993). Asimismo, es necesario
que existan mecanismos que faciliten la coordinación e integración de varias clases de
conocimiento, lo cual implica estimular la interacción entre el personal que está en distintos tipos
de instituciones, tales como universidades, laboratorios públicos, firmas, etc., ya que el
conocimiento no se difunde automáticamente (Lankhuizen, 1998).
La necesidad de fomentar las interacciones incluye también a los agentes e instituciones del
sector educativo. En este sentido, cabe destacar que se ha argumentado repetidamente que
en los países de rápido crecimiento del Este Asiático han existido orientaciones selectivas en
materia de formación de recursos humanos -enfatizando los contenidos técnicos y carreras
tales como ingeniería y afines- y ha habido un gran involucramiento de la industria en el diseño
de los programas de enseñanza (Lall, 1995). En este sentido, recientemente se ha encontrado
una influencia significativa de los conocimientos de matemática y ciencias de los estudiantes
-medidos a partir de los programas internacionales comparativos existentes en dichas áreas-
sobre la performance de crecimiento a nivel nacional, influencia que sería mayor que la que
surge de comparar la cantidad de años de estudio en cada país (Hanushek y Kim, 1995).
La relación entre la dinámica del progreso tecnológico y la creciente brecha entre los países
industrializados y el resto del mundo ha sido un tópico tradicional de la literatura
latinoamericana sobre economía del desarrollo desde fines de los años 1940. Como recuerdan
Hounie et al (1999), ya en su manifiesto de 1948, con el que inauguraría el pensamiento
"cepalino", Raúl Prebisch atribuía dicha brecha a la difusión lenta e irregular del progreso
técnico en la economía internacional, el cual avanzaba a ritmo más rápido en el sector industrial
que en las actividades primarias –en las cuales tendían a especializarse los países en desarrollo-.
36
latinoamericana, abriendo paso a una rica tradición de estudios sobre el tema que aún hoy
continúa dando frutos41.
Al presente, si bien tanto el marco conceptual básico como la mayor parte de los estudios de
caso y temáticos realizados a partir del enfoque de SNI corresponden a países desarrollados,
creemos que es posible extender el empleo de dicho enfoque para analizar también casos de
países en desarrollo. Si bien en un estado muy preliminar, un intento interesante en dirección a
formular una tipología de SNI para dichos países se encuentra en Albuquerque (1997), quien
distingue entre sistemas maduros (los de los países avanzados), efectivos para el catching up (los
del Este Asiático) e "inmaduros" o inefectivos para el catching up (entre los cuales se ubicaría
la Argentina). Sin embargo, esta clasificación todavía tiene mucho de ex post facto. En otras
palabras, no están completamente claros los requisitos para que un SNI sea o no “efectivo”.
Una de las preguntas básicas en relación con los SNI de los países en desarrollo remite a la
combinación de insumos científicos y tecnológicos externos y domésticos. Para la visión
ortodoxa, al menos hasta la llegada de las “nuevas teorías del crecimiento”, la respuesta es
bastante simple. El punto de partida es que existe una distinción clara entre innovación y
difusión de tecnología. El primer tipo de actividades aparece concentrado en los países
desarrollados y su resultado es la creación de tecnologías que están incorporadas en la
“capacidad de producción”, esto es, en el stock de bienes de capital y en el know-how
operativo requerido para producir los bienes existentes dentro de la frontera de eficiencia
productiva. Se asume que los países en desarrollo pueden acceder a las innovaciones
tecnológicas generadas en los países desarrollados, de manera libre u onerosa según los
casos, pero siempre sin dificultades para usar dichas innovaciones con el mismo nivel de
eficiencia que en los países desarrollados, ya que, en esencia, la tecnología se asume como
similar a información. Tampoco se requieren adaptaciones a las condiciones locales y se
supone que existen alternativas tecnológicas disponibles para todos los niveles de precios
relativos de los factores de producción (ver, para una revisión crítica, Bell y Pavitt, 1993; Lall,
1992).
41
. Véanse, para el caso argentino, Ablin et al (1985); Ablin y Katz (1982); Berlinsky (1982a y b); Bisang (1994);
Castaño et al (1981); Chudnovsky (1979); Katz y Ablin (1978); Katz et al (1978); Katz y Kosacoff (1989); Maxwell
(1977); Sercovich (1978). Para una visión general sobre las experiencias de América Latina, Katz (1975, 1983, 1987
y 1990) y Teitel (1990), y para el conjunto de países en desarrollo, Chudnovsky et al (1984); Dahlman et al (1987),
Dahlman y Sercovich (1990), Fransman y King (1984), Lall (1984, 1990 y 1995) y Teitel (1993). Katz (1997) es un
intento en dirección a evaluar la dinámica del aprendizaje tecnológico durante los años ‘90, en el contexto de los
procesos de reforma estructural en América Latina.
37
Así, la configuración óptima de un SNI en un país en desarrollo se basaría en crear un
ambiente lo más receptivo posible a los insumos tecnológicos externos. Un régimen de libre
comercio llevaría a una continua mejora en la eficiencia del sector productivo vía la
competencia en el mercado local; a su vez, facilitaría el acceso a los bienes de capital de
última generación. En el mismo sentido, un régimen pro-exportador obraría también como
acicate para la competencia y como fuente de mejoras tecnológicas vía contacto con los
usuarios y competidores de países más avanzados. La inversión extranjera directa (IED) y la
transferencia de tecnología desincorporada (licencias, etc.), en tanto, promoverían la
incorporación y difusión del know-how necesario para operar las instalaciones productivas
modernas. Finalmente, sería imprescindible contar con un adecuado sistema de protección a
la propiedad intelectual, de modo no sólo de alentar las actividades tecnológicas locales, sino
fundamentalmente de dar garantías a las firmas extranjeras para que transfieran sus activos
tecnológicos al país en cuestión.
Sin embargo, el propio Romer relativiza -o más bien casi niega- la factibilidad de una
estrategia de promoción de la “producción” de ideas, basándose en el caso de Taiwan, en
donde dicha estrategia se persiguió exitosamente, pero bajo condiciones difíciles de replicar
-en particular en cuanto a la capacidad y autoridad del Estado- y con costos que pueden
resultar aún más altos que los beneficios obtenidos -especialmente en términos de corrupción y
autoritarismo políticos-. Así, aún cuando pudiera ser teóricamente factible, vía medidas de
política industrial y tecnológica, que un país en desarrollo pasara a integrar el “club” de
“productores de ideas”, dicha estrategia tiene, para Romer, muchos más riesgos que
potenciales beneficios, por lo cual aún en las "nuevas teorías" en general la recomendación
sigue siendo confiar primordialmente en los activos tecnológicos externos.
En segundo lugar, uno de los temas clave sobre los cuales tratan los enfoques heterodoxos,
que ya había adquirido significación antes de que surgieran las mencionadas teorías
38
“evolucionistas”, es que, a causa de las diferencias en la dotación de recursos, en el tipo y
calidad de los insumos, en los gustos locales, etc., siempre es preciso realizar adaptaciones en
alguna medida “idiosincráticas” a las tecnologías importadas para su operación en el medio local
(Teitel, 1990). Asimismo, se destacan los problemas de elección (Pack, 1990), y acceso a las
tecnologías, las diferencias en las capacidades para emplearlas con el mismo nivel de
eficiencia que en los países de origen, las distintas trayectorias de “aprendizaje” recorridas a
partir de la adopción de una nueva tecnología (Enos y Park, 1988), etc. Más modernamente,
se hace hincapié en el carácter muchas veces tácito de los conocimientos tecnológicos
transferidos desde el exterior, lo cual supone que el adquirente, para incorporar dichos
conocimientos y emplearlos eficientemente, debe contar con habilidades para decodificar las
instrucciones recibidas y transformarlas en rutinas y procedimientos adecuados (Burachik, 1999).
En América Latina, ya desde los años 1970 hay una larga tradición de estudios de caso sobre
la industria manufacturera, los cuales mostraban claramente la existencia de procesos de
innovación, no sólo adaptativos, sino también destinados a mejorar los procesos y productos
generados en el extranjero. A través de dichos procesos, las firmas de la región fueron
capaces de obtener significativos aumentos de productividad y en muchos casos lograron
avanzar hacia estadios más complejos en materia de actividades de innovación. Procesos
similares pero generalmente de mayores alcances han también sido documentados para
diversas naciones del Este de Asia. Como señala Burachik (1999), si bien estos procesos
fueron en buena medida resultado del llamado learning by doing, no tuvieron un carácter
meramente automático, sino que requirieron (de modo creciente, a medida que las actividades
líderes se hacían cada vez más science-based) esfuerzos deliberados e inversiones
específicamente orientadas hacia la adquisición de capacidades innovativas (esfuerzos e
inversiones que en general fueron mucho más efectivos en los países asiáticos que en
América Latina).
Esto es consecuencia del hecho, ya señalado más arriba, de que los procesos de adopción de
tecnologías extranjeras no son triviales, ya que no consisten en meras copias de los diseños
originales, sino que involucran una secuencia de actividades mediante las cuales se
transforman y adaptan las tecnologías extranjeras. A su vez, a través del desarrollo de dichas
actividades, cuando existen las condiciones institucionales y organizacionales adecuadas, se
acumulan capacidades tecnológicas locales.
39
calidad, optimización de procesos, etc.-, capacidades de inversión -estudios de factibilidad,
ingeniería básica y de detalle, gestión de proyectos, capacitación de la mano de obra, etc.- y
capacidades de innovación -desarrollo de nuevas tecnologías, mejoras, adaptaciones, etc.-. La
evidencia empírica muestra que la mayor parte de las firmas en los países en desarrollo
dominan, total o parcialmente, el núcleo básico de las capacidades de producción (operación,
mantenimiento y optimización de los procesos productivos). Sólo un grupo limitado de firmas
han conseguido el dominio de las capacidades de inversión. Finalmente, un grupo más
pequeño aún ha avanzado hacia el desarrollo de capacidades significativas de innovación, y
en algunos casos, incluso, se han convertido en exportadoras de tecnología.
En base a este marco analítico, se postula que la capacidad de las firmas para innovar depende
de su tamaño y naturaleza (empresas familiares, subsidiarias de ET, empresas públicas, grandes
firmas locales), de su campo de actividad y nivel de especialización, del acceso a la información
técnica y a los mercados de factores, de la disponibilidad de recursos financieros, de sus
competencias organizacionales y de planeamiento y de su capacidad para cambiar las
estructuras existentes para absorber nuevos métodos y tecnologías (Katz, 1990; Lall, 1992).
Lall (1992), en tanto, introduce la noción de capacidades tecnológicas “nacionales”, las cuales
no son simplemente la suma de las capacidades individuales a nivel de la firma desarrolladas
aisladamente, ya que existen externalidades e interacciones que potencian -u obstaculizan- el
desarrollo de los procesos innovativos. Por otro lado, el marco institucional, de políticas, el
funcionamiento de los mercados, la infraestructura física y tecnológica, etc., obviamente
generan un cuadro de incentivos y restricciones para el avance tecnológico a nivel nacional.
En particular, debe existir un adecuado balance entre incentivos a innovar (buena parte de los
cuales surgen de la necesidad de competir en el mercado) y la promoción de la modernización
tecnológica, incluyendo tanto importaciones de tecnología como esfuerzos endógenos.
Ahora bien, más allá de las críticas al enfoque neoclásico -que vienen ya desde los años 1950-, a
lo largo del tiempo han ido cambiando los argumentos y recomendaciones de política dentro
40
de la heterodoxia. En este sentido, lo primero a señalar es que en los años 1960 y 1970 la
literatura de este signo asumía esencialmente una posición “anti-dependentista”, enfatizando
los problemas de descansar en insumos tecnológicos extranjeros, y promoviendo
decididamente la necesidad de contar con un grado elevado de “autonomía tecnológica”. El
otro elemento central del pensamiento heterodoxo de aquellas décadas era que el actor básico
para alcanzar dicha autonomía no serían las firmas privadas sino el Estado.
En efecto, en los años 1960 y 1970 se hacía mucho hincapié en las condiciones de la
transferencia de tecnología, y en particular en los aspectos monopólicos de dicho proceso;
asimismo, se tenía gran confianza en que desde el Estado se podía realizar una tarea de
monitoreo y selección, de modo de asegurar que el país recibiera sólo las tecnologías
necesarias para su proceso de desarrollo y apropiadas a sus condiciones y requerimientos
específicos. Por tanto, la atención se dirigía esencialmente a establecer estrictas regulaciones
para importar tecnología, sin enfatizar demasiado en la realización de acciones positivas para
mejorar las capacidades tecnológicas locales. Otro rasgo central es que la tecnología se
asumía como una entidad discreta, y se hablaba de la necesidad de “desarmar” los paquetes
tecnológicos (UNCTAD, 1996).
Al presente, la heterodoxia tiene, como vimos antes para el caso de los países desarrollados,
menos confianza en el poder de la planificación estatal. Por ejemplo, Gu (1997) señala que las
economías de planificación centralizada, así como muchas de América Latina y Asia, pusieron
gran énfasis en la autodeterminación tecnológica y la intervención estatal en la economía,
dando lugar a procesos de desarrollo caracterizados por altas tasas de inversión, pero con
poco énfasis en el aprendizaje y la innovación. Así, estas economías crecieron cuantitativamente,
pero no tuvieron un desarrollo adecuado en términos de productividad o competitividad.
A diferencia de los años 1960 y 1970 –cuando era habitual la denuncia en contra de la
“dependencia tecnológica”-, se reconoce que los países de industrialización tardía que han
experimentado un significativo crecimiento económico post-Segunda Guerra Mundial -Brasil,
México, Corea, Taiwan, Japón- lo han hecho en base a la importación, adaptación y posterior
mejora de tecnologías ya disponibles en los países más avanzados (Hikino y Amsdem, 1995). A su
vez, dichos países, en lugar de intentar hacer un leapfrogging hacia la frontera tecnológica
mundial en las ramas más modernas -de casi imposible acceso, considerando la naturaleza
propietaria de los activos tecnológicos en dichas ramas y la gran cantidad de recursos necesarios
para replicar dichos activos- optaron inicialmente por avanzar en ramas de contenido tecnológico
medio, en las cuales la tecnología podía estar disponible en manos de proveedores
internacionales.
Las firmas de dichos países no sólo debieron importar tecnología, sino que, para mejorar sus
niveles de competitividad, desarrollaron procesos de aprendizaje que incluyeron adaptaciones
y mejoras incrementales de las tecnologías recibidas (proceso que se produjo, en lo esencial,
41
en las propias plantas y talleres fabriles), aumento de las capacidades empresarias y
organizacionales, incrementos en el nivel de calificaciones de la fuerza de trabajo, etc. En este
sentido, Dahlman y Nelson (1993) señalan que los esfuerzos tecnológicos en las firmas
industriales pueden contribuir más desde el punto de vista del desarrollo económico que el
trabajo en I&D en universidades o laboratorios públicos, especialmente considerando el
impacto acumulativo sobre la productividad de los cambios incrementales que se realizan en
las firmas industriales luego de adoptada una nueva tecnología.
Sobre estas bases, la heterodoxia hace al presente una revisión crítica de las experiencias de
políticas de CyT de los años 1960 y 1970 en América Latina. Así, Bell (1995), señala que
dichas políticas: i) identificaban CyT exclusivamente con I&D, por lo cual tenían una conexión
débil con las políticas relativas a otros aspectos del desarrollo tecnológico (por ejemplo, la
posibilidad de crear los tipos necesarios de capacidades de ingeniería y aptitudes para la
administración de proyectos industriales); ii) se centraban en las instituciones públicas
especializadas, las cuales generalmente tenían débiles vínculos con la actividad tecnológica de
otras organizaciones -y en particular con las firmas privadas-. A estas últimas se las consideraba
“usuarias” del sistema de CyT; iii) tenían pocas interrelaciones con otras áreas (por ejemplo, con
las políticas de importación de tecnología o de programación económica); iv) se basaban en el
modelo lineal de innovación, y pensaban al cambio tecnológico como “inyecciones
intermitentes” de tecnología dentro de la economía.
Aunque Bell reconoce que, en parte, la inadecuación de dichas políticas se ha revelado con el
propio paso del tiempo, que ha cambiado tanto el conocimiento sobre como la lógica misma de
los procesos innovativos, señala que los modelos conceptuales sobre los que se basaban
tenían una serie de problemas: i) omitían que son las empresas industriales mismas -y no las
instituciones especializadas- las que están en el centro de la estructura organizacional para el
cambio tecnológico; ii) tampoco prestaban suficiente atención al hecho de que las actividades
técnicas básicas que están detrás de los procesos de cambio tecnológico son las relacionadas con
los diversos tipos de ingeniería y no las vinculadas directamente con I&D; iii) también se omitía que
se requieren grandes capacidades para crear el amplio espectro de habilidades y destrezas
necesarias para realizar tales actividades técnicas básicas, capacidades que deben organizarse e
acumularse dentro de las empresas industriales mismas y no dejarse en manos de la estructura
especializada de las instituciones de educación y capacitación; iv) al concebir a las instituciones
especializadas como motor de la actividad innovativa nacional -generando tecnología “en nombre”
de las empresas industriales, a las cuales se consideraba pequeñas o incompetentes para
generar la propia-, se obviaba el hecho de que gran parte de la tecnología es tácita, y por
ende difícil de transmitir, y que usualmente es muy específica para ciertas empresas y
mercados.
De todos modos, aún habiendo un consenso bastante amplio respecto de los problemas de las
antiguas ideas “heterodoxas”, dentro de las nuevas corrientes siguen existiendo disidencias.
Por ejemplo, subsiste una tensión entre quienes señalan que los insumos tecnológicos
externos y locales son complementarios (Dahlman y Nelson, 1993; Mowery y Oxley, 1995) y
quienes afirman que pueden ser en parte complementarios, pero también substitutos (Lall,
1995). A su vez, mientras que los primeros tienden a dar gran crédito al esquema de incentivos -y
en particular a la competencia en el mercado- como medio esencial de promover la acumulación
42
tecnológica, los segundos generalmente defienden con más énfasis las políticas “activas” en el
plano productivo-tecnológico, y tienden a ser más escépticos respecto de la apertura comercial
y el papel del mercado -o al menos a no confiar excesivamente en ellos-.
Según Mowery y Oxley (1995) se comprueba que en todos los casos exitosos de
industrialización tardía han sido claves los insumos tecnológicos extranjeros, que pueden
provenir de distintas fuentes: IED, joint ventures, alianzas “estratégicas”, licencias,
importaciones de bienes de capital, etc. Cada una de ellas ha sido estimulada o restringida
según los casos, pero siempre se ha hecho hincapié en la presión competitiva y en la
formación de recursos humanos capaces de elegir, adoptar y eventualmente mejorar las
tecnologías recibidas. Según estos autores, las economías que se han beneficiado más con
las transferencias de tecnología son aquellas que tienen SNI que incluyen políticas públicas
que fortalecen sus capacidades nacionales de absorción. A su vez, dichas capacidades
descasan en inversiones en la fuerza de trabajo científica y productiva, junto con políticas
económicas y comerciales que estimulan la competencia entre firmas domésticas y no
discriminan contra exportaciones de bienes finales o importaciones de bienes de capital.
A la vez, Dahlman y Nelson (1993) argumentan que para los países en desarrollo son más
importantes los esfuerzos para adquirir, asimilar, adaptar y mejorar las tecnologías importadas,
que las actividades de I&D en sí mismas, excepto en lo que hace a la investigación necesaria
para resolver problemas especiales, tales como el uso de ciertas materias primas, u otras
características idiosincráticas. El rol de la I&D iría creciendo a lo largo del proceso de
desarrollo, primero para seguir y evaluar las tecnologías extranjeras relevantes, luego para
negociar más efectivamente con los propietarios de tecnología y finalmente para poder realizar
mejoras y desarrollos propios. Otro punto de concordancia con Mowery y Oxley remite al
sistema educativo, en cuanto se hace hincapié en las áreas técnicas y la vinculación de los
graduados con el sistema productivo, lo cual permitiría absorber y dominar las tecnologías
extranjeras y producir competitivamente bienes y servicios.
Además, Dahlman y Nelson van a enfatizar un punto muy significativo: según ellos, por más
que un país acumule capital humano o realice esfuerzos tecnológicos significativos, si existen
problemas macroeconómicos serios y si la estructura de incentivos es inadecuada, el SNI
funcionará mal y el proceso de desarrollo no “despegará”42. En este sentido, la estabilidad
macroeconómica, una tasa de acumulación de capital sostenida y un ambiente “competitivo”, y
probablemente outward oriented, serían condiciones básicas para no sólo estimular la
profundización de las actividades innovativas, sino también para elevar la contribución de
éstas al proceso de desarrollo económico-social.
Ahora bien, como mencionábamos antes, hay autores -como Lall, por ejemplo- que postulan la
necesidad de ir más allá en cuanto a los esfuerzos tecnológicos domésticos, planteando con
más énfasis los posibles efectos negativos de una dependencia demasiado pasiva con
relación a las tecnologías extranjeras. Significativamente, aún quienes postulan, como vimos
recién, la complementariedad entre tecnologías locales y extranjeras también señalan algunos
elementos negativos que podrían derivar de una dependencia excesiva respecto de estas últimas.
42
. Los autores mencionan explícitamente el caso argentino, como muestra de que contar con capital humano no es
suficiente, si hay inestabilidad macroeconómica y una estructura de incentivos errónea.
43
Los estudios sobre la relación entre importación de tecnología y actividades domésticas de I&D
muestran resultados variados. Si en algunos casos parece haber complementariedad entre
ambos elementos (esto es, ciertas importaciones de tecnología impulsan las actividades de I&D en
el país receptor), en otras situaciones la relación es la inversa; en particular, varios trabajos
muestran que la IED puede tener efectos adversos sobre la realización local de I&D (Kumar,
1996). En este sentido, una cuestión central pasa por saber si las ET realizan tareas de I&D en los
países receptores43. Si hay una tendencia a la descentralización de la I&D por parte de las ET
(Cantwell, 1994), la misma, según las evidencias disponibles, parece estar limitada esencialmente
a los países desarrollados (Chudnovsky, 1991), aunque por cierto esto no implica que las
filiales de los países en desarrollo no realicen otro tipo de tareas de innovación (Katz, 1990;
Kumar, 1996).
Asimismo, las ET no necesariamente traen a los países receptores sus tecnologías más
avanzadas; ello depende, entre otros factores, de los precios relativos en dichos países, de la
intensidad de la competencia doméstica, de los requisitos de los compradores locales, de las
estrategias globales de las ET, etc.
Según Dahlman et al (1987), la IED puede transferir con cierta rapidez información y medios
tecnológicos a un país, pero no necesariamente la comprensión (know why) de la misma. En
tanto, Mowery y Oxley (1995) reconocen que las políticas de requisitos de desempeño a la IED
fueron exitosas en países como Japón, Corea o Taiwan, pero que en un ambiente
excesivamente protegido, como el de la sustitución de importaciones en América Latina, puede
llevar a transferencias de tecnologías obsoletas o a imponer pocas exigencias sobre los
proveedores locales.
Finalmente, cabe decir que si se mide la relación entre IED y desempeño tecnológico de los
países receptores se encuentran resultados contradictorios. Así, tomando como indicador los
gastos en I&D sobre el PBI o el número de patentes otorgadas en los Estados Unidos, los dos
43
. Para una visión general sobre las actividades de innovación de las ET véase Cantwell (1989, 1993 y 1994),
Chesnais (1988 y 1992) y Pearce (1989 y 1995).
44
países con mejor desempeño son Corea y Taiwan, que han privilegiado las transferencias vía
importación de bienes de capital, licencias, joint ventures o ingeniería reversa. En tanto,
también hay casos de alta incidencia de la IED y buen desempeño tecnológico (Singapur) y
otros de baja presencia de ET y desempeño tecnológico pobre (India).
La importación de bienes de capital es otra forma de difusión de tecnologías hacia los países en
desarrollo. Nuevamente, los temas en discusión son varios. Por un lado, por esta vía se pueden
favorecer procesos de aprendizaje a través de ingeniería reversa (una de las claves del proceso
de desarrollo en Japón -Freeman, 1988-), learning by using y by doing, etc. (Mowery, 1993). Al
mismo tiempo, la importación de equipos, y particularmente la de plantas llave en mano, puede
implicar meramente la transferencia de activos físicos sin el correspondiente know-why.
Asimismo, muchas veces una nueva maquinaria exige cambios organizacionales para ser
aprovechada plenamente, cambios que las firmas compradoras no siempre están en
condiciones de realizar por sí solas (Dahlman et al, 1987), Así, por ejemplo, algunos estudios
sugieren que diferentes formas y secuencias de importación de plantas y equipos dan lugar a
distintas trayectorias de aprendizaje productivo y tecnológico, con obvias repercusiones sobre
el desempeño económico de las firmas en cuestión (Enos y Park, 1988; Sercovich, 1978).
También se ha afirmado que la importación de bienes de capital requiere menos esfuerzos
domésticos por parte del receptor que, por ejemplo, la compra de licencias (Mowery y Oxley,
1995).
Dahlman et al (1987) de algún modo resumen esta discusión, argumentando que más que las
diferencias en los métodos de transferir tecnología lo que importa es la posibilidad de
maniobra que deja cada método al país receptor. Más precisamente, lo relevante es cómo se
implementa cada método, lo cual implica que hay espacio, como lo prueba la experiencia de
varios países, para implementar estrategias y políticas que intenten extraer la mayor cantidad
de externalidades de la transferencia de tecnología recibida del exterior, y que logren que
efectivamente se transfieran no sólo los “medios tecnológicos” -máquinas, licencias, etc.-, sino
también la información y la comprensión (know why) de tales medios. En otras palabras, se
trata de lograr que la transferencia de tecnología sirva, vía entrenamiento de personal,
desarrollo de proveedores, etc., para la construcción de capacidades tecnológicas domésticas.
45
Otro de los puntos involucrados en la discusión sobre cuanto descansar en los insumos de
conocimiento provenientes del extranjero es si los países en desarrollo deben dedicar recursos
a la investigación en ciencia “básica”. Tanto los economistas neoclásicos como incluso algunos
economistas heterodoxos sugerirían que la respuesta es “nada” o “poco”. En gran medida,
esta respuesta viene influida por la propia experiencia de los países en desarrollo. Así, un
reciente trabajo de la UNCTAD (1996) señala que hay diversos diagnósticos que acreditan la
irrelevancia de la mayor parte de las instituciones de investigación en los países en desarrollo,
en particular por su excesiva orientación hacia la ciencia básica.
En este sentido, se argumenta que un país en desarrollo debe comenzar con políticas que
enfaticen la enseñanza en las escuelas técnicas y en las universidades de ingeniería y con el
establecimiento de instituciones de asistencia técnica para el sector productivo. Así, el apoyo a
la investigación básica vendría luego, en una etapa más avanzada del proceso de desarrollo.
Incluso en un comienzo no sería tan importante gastar gran cantidad de recursos en I&D,
factor que también se tornaría más relevante a medida que el país evoluciona hacia estadios
superiores en materia de sectores productivos líderes. Esto aparecería confirmado por la
experiencia de los países asiáticos, que primero explotaron fuentes externas de tecnologías
maduras, vía licencias, plantas llave en mano e importaciones de bienes de capital,
enfatizando la creación de capital humano que supiera explotar dichas tecnologías, pero con
menos énfasis en I&D -incluso, se señala que en los años 1960 el esfuerzo por estimular la
I&D local en Corea por parte del gobierno fue algo prematuro-. En las etapas iniciales, entonces, la
política de CyT debería centrarse en la demostración y difusión de tecnologías extranjeras, los
servicios de extensión y el desarrollo de estándares técnicos (Mowery y Oxley, 1995).
Otros trabajos muestran que la actividad científica de un país aumenta pari passu con el
proceso de desarrollo económico y se acelera a medida que el país avanza hacia la frontera
tecnológica mundial. Así, por ejemplo se comprueba que hay una relación entre cambios en el
porcentaje de publicaciones a nivel mundial de ciertos países, y su participación en el número
de patentes extranjeras otorgadas en los EE.UU. Entre los países asiáticos en desarrollo, son
Corea y Taiwan los que más han crecido en las últimas décadas en ambos rubros, pese a que,
inicialmente, la base científica era débil en dichos países. Se podría pensar, entonces, que, en
general, primero se realiza el catch up en tecnología, y luego, al irse cerrando la brecha en ese
plano, comienza a ser necesario avanzar más rápido en el campo de la ciencia.
En este sentido, además de los casos asiáticos, hay que destacar la experiencia
estadounidense: “relativamente poco del desempeño de los EE.UU. hasta la primera guerra
mundial se basó en la ciencia, ni siquiera en la educación técnica avanzada. La tecnología
americana era práctica, orientada hacia el taller y basada en la experiencia ... Un ingeniero
americano tan prominente como Frederick W. Taylor, que jugó un rol principal en el desarrollo
de maquinarias de alta velocidad antes de inventar el ‘scientific management’, tenía sólo un
título de grado y era muy escéptico sobre la utilidad práctica de la educación universitaria. La
búsqueda de derivados del petróleo era llevada adelante por gente con escaso nivel de
educación en química ... Muchas de las industrias en las cuales el desempeño americano era
46
más fuerte y claro, tales como maquinaria no eléctrica, acero, automóviles, se distinguían por su
aversión a la investigación science-based” (Nelson y Wright, 1992, p. 1940)44.
Sin embargo, existen otras posiciones que le adjudican un rol específico a la ciencia en los
procesos de desarrollo. Albuquerque (1998) argumenta que la ciencia puede desempeñar el
papel de "antena" en los países en desarrollo, creando vínculos con las fuentes
internacionales de tecnología y ayudando a focalizar las búsquedas. Así, en lugar de constituir
una fuente de oportunidades tecnológicas, como en los países maduros, la ciencia en los
países en desarrollo podría contribuir, como según Albuquerque lo hizo en Japón, a identificar
correctamente las oportunidades disponibles internacionalmente. El propio autor sugiere
también que a medida que el contenido científico de las ramas productivas líderes a nivel
internacional se incrementa, el papel de la ciencia en los procesos de desarrollo podría ser mayor
que en el pasado.
En otro trabajo (Albuquerque, 1999) se sugiere que del examen contrastante de experiencias
de países como Corea y Taiwan, con otros de Asia y Latinoamérica, surge la idea de que la
concentración de esfuerzos en el plano científico en actividades que puedan tener alto impacto
para las firmas industriales (ingeniería, química) es deseable.
Como balance de esta sección, surge que, más allá de los avances que se han producido en
este campo de conocimiento, existen de todos modos una serie de interrogantes respecto de
las relaciones entre innovación y procesos de desarrollo. Lall (1995) señala varios puntos
relevantes dentro de esta agenda; i) cuales son las relaciones entre la política comercial y la
promoción del aprendizaje tecnológico domésticos?; ii) cuáles son las relaciones entre los
modos de importar tecnología y el desarrollo local en las áreas de CyT?; iii) cuál es la relación
44
. Según Freeman (1992) la falla de Gran Bretaña en mantener su liderazgo tecnológico no se debió a la falta de
descubrimientos científicos; por el contrario, fueron investigadores británicos quienes hicieron las contribuciones
básicas para el desarrollo de la electricidad, por ejemplo. El problema era que las instituciones británicas eran
incapaces de difundir esas innovaciones y usarlas en una variedad de aplicaciones en sectores productivos, al
contrario de lo que ocurrió en EE.UU. y Alemania.
47
entre esfuerzo científico local y generación de tecnología?; iv) cuál es la mejor combinación
entre importación de tecnología y esfuerzos locales?; v) cuáles son las formas apropiadas de
extensión tecnológica y de linkages entre el sector productivo y el complejo de CyT?; vi) cuáles
son los arreglos institucionales más adecuados en materia de entrenamiento, educación,
sistemas de información y sistema financiero?; vii) en qué medida las respuestas a estas
preguntas difieren según el tipo de sector involucrado, el contexto internacional, la propia
historia del país, etc.? Ciertamente, estos temas serán motivo de discusión en los capítulos
subsiguientes, cuando se analice el caso argentino a lo largo de su evolución histórica.
Así, los cambios en los precios relativos de las maquinarias agrícolas vis a vis el trabajo
humano, o de los fertilizantes vis a vis la tierra arable, son vistos como las principales fuerzas
inductoras, a largo plazo, de los avances en la generación y adopción de tecnologías en el
sector agropecuario -aunque también se reconoce la influencia de otros factores, tales como la
demanda de mercado o los avances autónomos en el conocimiento científico-. A su vez, se
señala que cuando aparecen restricciones para el desarrollo agrícola provenientes de una
oferta inelástica de tierra o de trabajo, se generan poderosas señales para estimular el
desarrollo y difusión de tecnologías biológicas y mecánicas, respectivamente (Hayami y
Ruttan, 1971). De acuerdo con los autores que postulan este tipo de interpretación, la
evidencia histórica relativa a la evolución de la agricultura en los EE.UU. o Japón reflejaría
justamente la influencia decisiva de las modificaciones en la dotación de recursos y en los
precios factoriales sobre los procesos de cambio tecnológico (Ruttan, 1986) -ver, por ejemplo,
el clásico estudio de David (1971) sobre la mecanización de la agricultura estadounidense en
la década de 1850-.
A su vez, se señalaba que las actividades de I&D realizadas por el sector estatal se orientarán
en función de los precios relativos de los factores disponibles -como lo sugiere la teoría de la
innovación inducida- en la medida en que los productores agropecuarios estén mejor
organizados corporativamente para expresar sus demandas y tengan un acceso fluido a las
instituciones públicas que operan en ese ámbito (Hayami y Ruttan, 1971).
48
Ahora bien, algunos autores han cuestionado la aplicabilidad del modelo de innovación
inducida a la realidad latinoamericana. Así, Barsky y Piñeiro (1985) han sugerido que la
imperfección de los mercados, el papel particularmente importante desempeñado por el
Estado en la fijación de los precios relativos y la influencia que en muchos casos han tenido
determinados actores “no-agropecuarios” en la formulación de las políticas vinculadas con el
sector, generan un conjunto de especificidades del proceso de cambio tecnológico en la
agricultura de la región que limitan el poder explicativo de la teoría de la innovación inducida.
Hay consenso en que son las fuentes mencionadas en i) y ii) las más relevantes, en general,
para el avance tecnológico en el agro. A su vez, si bien los proveedores privados de insumos,
equipos y técnicas juegan un papel clave, el cambio tecnológico en el agro se caracteriza por
una gran presencia de las organizaciones públicas en la investigación y difusión de nuevas
técnicas de producción (Ruttan, 1986). Este autor estima que la investigación pública en el
sector agropecuario contribuyó con un cuarto del aumento de la productividad sectorial entre
comienzos de siglo y 1970 en los Estados Unidos -el aumento en el nivel educativo de los
granjeros habría aportado otro 25% al mencionado aumento de productividad-. A su vez,
recientemente se ha encontrado que los retornos sociales de la investigación pública en el agro en
los Estados Unidos se pueden estimar en un 35% anual. Según estos trabajos, la mayor tasa
de retorno se encuentra en la investigación básica (pre-tecnológica), seguida de la investigación
49
pública aplicada, la investigación privada, la educación de los productores y la extensión agrícola
(Fuglie et al, 1996).
Una de las razones que explican la fuerte presencia del sector público en los procesos de
innovación en el sector agropecuario es que frecuentemente no existen mecanismos
comerciales que permitan recuperar los gastos realizados en I&D, se trate de conocimientos
básicos o de técnicas productivas. Así, por ejemplo, es difícil percibir derechos por el desarrollo
de nuevos métodos de cultivo o técnicas de manejo agropecuarias. Al mismo tiempo, las
explotaciones agropecuarias son frecuentemente de tamaño reducido y no alcanzan la escala
necesaria para enfrentar el desarrollo de nuevas técnicas. Un factor adicional es que los
productores rurales -por el tipo de mercado en el que operan- no pueden diferenciar sus productos
a través de marcas u otros procedimientos. Esto reduce la posibilidad de desarrollar mercados
“cautivos” que aseguren la recuperación de los gastos iniciales en I&D (Trigo et al, 1983).
Sin embargo, la agricultura muestra una serie de características propias que es necesario
resaltar: i) sus bases técnicas de producción dependen fuertemente de las condiciones
naturales, lo cual, a su vez, afecta las tendencias tecnológicas en el sector. En particular,
existen ventajas naturales de fertilidad o posición geográfica que sólo parcialmente pueden ser
compensadas por innovaciones tecnológicas; ii) en general las reducciones de costos
asociadas con el tamaño de la explotación son muy limitadas, por lo cual son muy débiles las
tendencias a la formación de grandes unidades productivas; iii) como ya se señaló, el grado de
apropiabilidad tecnológica es limitado, lo cual hace que los esfuerzos innovativos y de I&D de
los productores sean muy bajos. Sin embargo, existen permanentes innovaciones a partir de
las industrias proveedoras, y también procesos de aprendizaje productor-usuario -por ejemplo,
con los productores de maquinaria- que crean ventajas competitivas significativas; iv) por otro
lado, los productores, al igual que en otros sectores, difieren en términos de aversión al riesgo,
ingresos, capacidad de aprendizaje, información, competencias técnicas, tamaño, etc.-, por lo
cual sus decisiones y comportamientos serán heterogéneos, aún ante un mismo escenario
exógeno. Consecuentemente, no es correcto afirmar que la agricultura puede caracterizarse
como un sector de competencia perfecta entre productores atomísticos, ya que habría
asimetrías competitivas entre las distintas firmas agrícolas. En base a este marco, Possas et al
(1996) sugieren que no se puede tomar al sector agrícola como una entidad homogénea con
una trayectoria tecnológica única, ya que existirán distintas trayectorias vinculadas a dinámicas
específicas de mercados en cada caso.
50
Para finalizar con esta breve presentación del tema, cabe referirse a las condiciones que rigen
la transferencia internacional de tecnologías agropecuarias. En este sentido, resulta útil
remitirse a lo señalado por Ruttan y Hayami (1973), quienes argumentan que existen tres
fases en el proceso de transferencia internacional de tecnología agraria. La primera -la
transferencia material- consiste en la simple incorporación de plantas, ganado o maquinaria,
por distintas vías -importación, inmigración, etc.--, cuya adaptación a las condiciones locales
se realiza predominantemente sobre la base de “prueba y error” (es no sistemática). La
segunda fase -transferencia de diseño-, supone un proceso de adaptación más sistemático, y
la transferencia se realiza de modo más consciente y premeditado por parte de los
destinatarios. Además, en el país receptor ya comienza a existir la producción local de
materiales y maquinarias, mientras que los diseños y técnicas se siguen importando del
extranjero. Finalmente, la tercer fase se conoce como de “capacidad de transferencia”, y allí ya
existe la posibilidad de generar localmente, en base a principios científicos, la tecnología
adaptada a las necesidades domésticas. La transferencia se realiza principalmente vía
intercambio entre científicos y conocimientos del país y del exterior.
En este capítulo hemos tratado de mostrar que los nuevos enfoques “heterodoxos”, y en
particular el concepto de SNI, pueden resultar más aptos, tanto vis a vis la ortodoxia
neoclásica como respecto de la “antigua” heterodoxia, para comprender las vinculaciones
entre ciencia, tecnología e innovación y desarrollo económico. En los capítulos siguientes, en
consecuencia, intentaremos examinar el caso argentino a la luz de estos nuevos enfoques,
para intentar evaluar en qué medida esa potencialidad se verifica a nivel del análisis empírico.
Teniendo en cuenta este punto de partida analítico, a continuación presentamos las principales
premisas e hipótesis sobre los cuales basaremos nuestro trabajo:
1. No compararemos al SNI en la Argentina contra un “ideal” teórico, sino que vamos a examinar
su evolución concreta situada en marcos histórico-institucionales específicos tal como se
fueron sucediendo a lo largo del tiempo. En este sentido, analizaremos su dinámica e
impacto en las distintas fases de la historia económica del país y sus interacciones con el
resto de los factores e instituciones que han definido la marcha del proceso general de
desarrollo económico desde la fase agroexportadora hasta nuestros días.
51
dominantes a lo largo de la historia del capitalismo. En este plano, trataremos de evaluar
en qué medida dichos contextos y paradigmas dominantes se constituyeron en
oportunidades y/o obstáculos tanto para el desempeño del SNI como para el avance del
propio proceso de desarrollo económico doméstico.
8. Se considerará que el “epicentro” de los procesos de innovación son las firmas, y no las
instituciones “especializadas” en CyT, aunque obviamente también éstas últimas serán
examinadas en profundidad (analizando tanto su lógica organizacional específica, como su
desempeño y repercusiones a nivel del proceso general de desarrollo económico). Del
mismo modo, se hará énfasis en la existencia o no de vínculos e interacciones entre firmas
así como entre éstas y las instituciones de CyT.
52
9. Las firmas serán analizadas no como un conjunto homogéneo de unidades que siguen
comportamientos idénticos, sino como agentes que difieren no sólo en su desempeño, sino
también en sus características, objetivos y estrategias. Asimismo, se examinará la dinámica
de las interacciones “micro-macro”, ya que las elecciones de las firmas están influidas por
el contexto institucional y macroeconómico global. Las firmas, a su vez, en cuanto definen
los recursos que destinan relativamente a distintas actividades -acumulación de capital,
innovación, capacitación, importación de tecnología, etc.- tienen una influencia decisiva
respecto de la dinámica general del proceso de desarrollo económico.
10. El análisis del SNI argentino se hará desde el punto de vista de un país en desarrollo,
donde los principales “insumos” tecnológicos vienen del exterior. En este sentido, se
discutirá el tema del mix insumos tecnológicos externos-actividades innovativas locales, las
vías dominantes a través de las cuales el país importa tecnologías -y sus distintas
repercusiones en términos de externalidades, complementariedad o rivalidad con la
actividad innovativa local, etc.-, así como ,especialmente, el problema de la “capacidad de
absorción” de dichos insumos externos y el recorrido del proceso de aprendizaje que lleva,
o no, a la formación endógena de capacidades innovativas domésticas.
11. Considerando que el capital humano es esencial tanto para el desarrollo de actividades
innovativas como para la absorción de tecnologías extranjeras, se enfatizará el papel que
ha jugado el sistema educativo. En particular, se hará hincapié no sólo en la cantidad de
recursos humanos generados, sino en sus orientaciones y capacidades específicas, en
tanto que el impacto del capital humano sobre el SNI, y a fortiori sobre el proceso general
de desarrollo económico, será más o menos positivo según las habilidades, actitudes y
ocupaciones de las personas que componen en cada momento la fuerza de trabajo.
12. El examen histórico de este conjunto de elementos permitirá, además, analizar la influencia
de los fenómenos de path-dependence, tanto sobre la conducta de los agentes
económicos, como sobre la organización institucional y la estructura productiva doméstica
(y, en consecuencia, sobre la evolución del SNI como un todo).
53
CAPITULO II
EL SISTEMA NACIONAL DE INNOVACION EN LA ARGENTINA: LA
ETAPA AGROEXPORTADORA (1860-1930)
Este capítulo tiene dos objetivos básicos: i) discutir acerca del surgimiento y la configuración
que asumió el Sistema Nacional de Innovación (SNI) en la Argentina durante la etapa
agroexportadora; ii) analizar la incidencia del SNI sobre el proceso de crecimiento basado en
las exportaciones agropecuarias que estuvo vigente hasta la crisis de 1930.
La historiografía argentina se debate entre dos extremos con relación a la evaluación del
período agroexportador. Si, por un lado, están quienes lo ponderan como el momento más
brillante de la historia del país -motivados, en particular, por la rápida modernización socio-
institucional y los espectaculares éxitos económicos alcanzados en aquella etapa-, hay
también voces críticas que, además de señalar la fragilidad de dichos logros, apuntan al
carácter social y políticamente excluyente del régimen vigente durante la mayor parte de aquel
período, a la falta de un proyecto de industrialización coherente y a la excesiva dependencia
de la economía argentina respecto del mercado mundial -y en particular respecto de Gran
Bretaña-. De hecho, estos dos últimos elementos son citados, habitualmente, entre las
causales últimas del enorme impacto de la crisis de 1930 sobre la Argentina.
En este trabajo no proponemos una nueva evaluación general sobre este tema, ya que la
intención es, como se dijo antes, analizar el período agroexportador desde el punto de vista del
enfoque del SNI. Sin embargo, implícitamente estaremos trabajando con la idea de que el proceso
de crecimiento verificado durante la etapa agroexportadora, más allá de sus evidentes
limitaciones, resultó ciertamente exitoso, ya que la Argentina se acercó, como nunca antes ni
después en toda su historia, a la elite de los países más ricos, al menos en términos de su ingreso
per cápita.
El enfoque aquí propuesto no ha sido habitual en los trabajos que, desde el punto de vista de
la economía o la historia económica, se han dedicado a analizar el período agroexportador. La
mayor parte de dichos trabajos prácticamente ignora u otorga un lugar marginal a las
cuestiones vinculadas a ciencia, tecnología e innovación, aunque ciertamente se mencionan
algunos “hitos”, como los vinculados al transporte de carne congelada o la creación del
sistema de ferrocarriles, y se hace un tratamiento generalmente somero del papel de las
importaciones de bienes de capital o de los inmigrantes europeos como transmisores del
progreso técnico45.
De todos modos, al examinar la literatura recibida, el lector emerge con una cierta “imagen” de
lo ocurrido en el plano de la ciencia, la tecnología y la innovación durante la etapa
agroexportadora. Simplificadamente, dicha imagen constaría de los siguientes elementos:
45
. Seguramente es Díaz Alejandro (1975) el que mayor atención presta al tema tecnológico dentro del grupo de
autores que han escrito los trabajos tradicionales sobre la historia económica del país.
54
productos primarios, por lo cual estaba destinado a tener inevitablemente un carácter
transitorio -Nochteff (1996) lo califica de "burbuja"-46.
c) De esta forma, se habría consolidado un tipo de comportamiento de la elite nativa que iría a
perdurar mucho más allá de esta etapa, pese a los cambios en la economía argentina e incluso en
la composición de buena parte de dicha elite. Ese comportamiento se caracterizaría por una gran
capacidad de adaptación -de tipo especulativo- para aprovechar oportunidades de obtener cuasi
rentas de privilegio (gracias a su enorme influencia sobre las instituciones y las políticas públicas) y
por la rápida respuesta para cambiar y diversificar sus actividades. Dicha capacidad, sería, a su
vez, la contracara del bajo perfil en materia de inversión, innovación, eficiencia y especialización y
de la escasa demanda por políticas científicas, tecnológicas e industriales (Nochteff, 1994b).
d) Las relativamente escasas demandas por tecnología e innovación provenientes del sector
agropecuario se resolvían, en esencia, por el recurso a fuentes extranjeras (importación de
bienes de capital, etc.). De aquí habría nacido, a su vez, el germen de la "dependencia
tecnológica" que caracterizaría a la economía argentina incluso hasta nuestros días.
f) Las actividades científicas -impulsadas por el proceso de modernización social con epicentro
en las grandes urbes del país y en particular en Buenos Aires- nacieran desvinculadas de las
necesidades concretas del desarrollo productivo del país y se basaran esencialmente en una
cuestión de "prestigio" o "cultura", tanto a nivel individual como social.
46
. Di Tella (1985), por ejemplo, señala que es distinto crecer por la "bondad de la naturaleza" que por las destrezas
de la capacidad de invención humana, la cual promete “beneficios más evasivos”. Así, el proceso de crecimiento
basado en la incorporación de tierra fue "único e irrepetible".
47
. Así, Nochteff (1996) señala que en esta etapa existían rentas "ricardianas" que convivían con "cuasi rentas" de
privilegio (por las barreras institucionales al ingreso a la producción agropecuaria -derivadas de la legislación local
sobre tierras y arriendos, los sistemas de financiamiento para la adquisición de tierras, etc.-, por los distintos tipos
de preferencias concedidas por el Estado, etc.).
55
g) El Estado careciera de políticas e instituciones vinculadas a la adopción o generación de
tecnología o a la asistencia técnica a los productores locales.
En este capítulo argumentaremos que pese a que las afirmaciones presentadas en f), g) y h)
sean en lo esencial veraces, el diagnóstico expuesto desde a) hasta e) necesita ser re-
examinado. Este es un resultado totalmente inesperado para el autor de este trabajo, quien
comenzó la investigación sobre este período con la intención de aportar nuevos elementos de
sustento para todas las hipótesis mencionadas. Sin embargo, los resultados encontrados en el
curso de la investigación me han llevado a pensar que dichas hipótesis simplifican en modo
excesivo un proceso mucho más complejo y menos lineal.
En este sentido, hay que tener en cuenta que estamos frente a una etapa que duró alrededor
de 60 años, durante la cual la Argentina no sólo creció rápidamente, sino que ingresó en un
proceso de catch up con respecto a las economías líderes que la llevó a ubicarse, como se
señaló más arriba, entre los países con mayor nivel de ingreso per cápita en todo el mundo.
Cabría preguntarse si es legítimo analizar este período desde el punto de vista del SNI,
considerando que la falta de atención a los temas de ciencia, tecnología e innovación dentro
de las políticas públicas podría llevar a pensar que aún no existía tal SNI. Sin embargo, tal
como lo expusimos en el capítulo inicial, en nuestro enfoque siempre existe un SNI, más allá
de que su funcionamiento sea coherente o no, y de que tenga o no un impacto positivo sobre el
desarrollo del país en cuestión. Consecuentemente, se trata de averiguar si la Argentina creció
“gracias” o “a pesar” del SNI tal como se conformó durante la etapa del modelo agroexportador.
56
Adelantando las conclusiones del capítulo, trataremos de mostrar que la puesta en marcha de
dicho modelo, así como las sucesivas transformaciones ocurridas a lo largo de toda la etapa
bajo análisis, tuvieron como precondición la adopción de innovaciones, tanto de tipo
institucional como de orden tecnológico, productivo y comercial, tal que posibilitaron a los
productores locales -y, a fortiori, a la economía argentina en su conjunto- insertarse en los
mercados internacionales de productos primarios en forma exitosa. En otras palabras,
convertir a la Argentina en una potencia agroexportadora implicó un proceso que dependió de
algunos ingredientes adicionales a la “bondad de la naturaleza”.
Si bien es cierto que la base de estos progresos tecnológicos fue, en esencia, de origen
extranjero -como en la mayor parte de los procesos de construcción de “capitalismos tardíos”-,
el país no careció de una capacidad social de absorción de las tecnologías importadas, lo cual
permitió adoptarlas y adaptarlas de forma eficiente. El Estado, ciertamente, no tuvo una
participación activa en estos procesos -aunque sentó las bases generales para su desarrollo-,
sino que fue más bien el sector privado el actor principal de los mismos. En nuestra
interpretación, entonces, la conformación del SNI fue un factor importante dentro del proceso
de crecimiento verificado en la etapa agroexportadora.
48
. En cierta medida, este argumento ya ha sido avanzado por otros autores. Nun, por ejemplo, afirma que si bien
durante la fase del modelo “agroexportador” tuvieron lugar importantes avances en materia de educación y, en
menor medida, de organización de un sistema de investigación científica, los vínculos entre la esfera de la
“producción” y la “científico-educativa” fueron débiles. Aquí, y esto es lo importante para nuestro argumento, Nun
cree rastrear la “renuencia (de los investigadores argentinos) a dar un lugar de privilegio a las posibilidades
concretas de aplicación de sus hallazgos” (Nun, 1995, p. 73).
57
1) La economía del período agroexportador: evolución y características generales
a) El contexto internacional
Entre 1870 y 1929 se registra una aceleración significativa del ritmo de expansión de la
economía mundial. Así, contra un 0,1% de crecimiento anual del PBI mundial per cápita entre
1830 y 1870, se pasa a un 0,7% entre 1870 y 1890, a un 1,4% entre 1890 y 1913 y a un 2,4%
entre 1920 y 1929 -tras el periodo 1913-1920, afectado por la guerra, donde el PBI per cápita
mundial cae a una tasa de 0,8% anual- (Bairoch y Kozul-Wright, 1996).
Una de las características más notables del período 1870-1913 es la rápida expansión del
comercio internacional; si bien las fuentes difieren, hay coincidencia en que dicha expansión
-que habría procedido a un ritmo anual promedio de 3,5 a 4%- superó claramente al
crecimiento de la producción en el mismo período -entre 2,5 y 2,7% anual-. De hecho, hacia
1913 se alcanzó un nivel de incidencia del comercio en relación al PBI en los principales
países desarrollados que sólo se volvería a recuperar en los años 1970 (Bairoch y Kozul
Wright, 1996). Significativamente, dicho aumento del comercio se dio pari passu con un
incremento en los niveles de protección tarifaria observable desde los años 1880 en la mayor
parte de los países avanzados, y particularmente en los Estados Unidos.
En este sentido, uno de los debates más interesantes sobre este período concierne al rol de las
tarifas. Mientras que para Bairoch y Kozul-Wright (1996) la adopción del proteccionismo aceleró el
crecimiento industrial -el caso más obvio en este sentido es el de los EE.UU.- y la convergencia
entre la mayor parte de los países desarrollados a partir de 1880, O’ Rourke y Williamson (1995)
discuten dicho argumento y afirman que otros factores tuvieron más peso relativo para explicar los
patrones de divergencia/convergencia (índices de escolaridad, por ejemplo).
Si bien en esta etapa había un fuerte peso del comercio Norte-Sur en el contexto de la naciente
división internacional del trabajo (exportación de manufacturas por parte de los países avanzados
y de productos primarios por parte de los países periféricos), casi 60% del comercio mundial se
daba entre países industriales. A su vez, considerando que los países exportadores de productos
primarios no eran, en general, economías pobres, se puede decir que el comercio internacional
conectaba a las regiones más prosperas del mundo (Bairoch y Kozul-Wright, 1996).
De todos modos, los flujos de capital con un comportamiento más dinámico en este período
eran los financieros, los cuales estaban creciendo a tasas más elevadas que las corrientes de
49
. Resource seeking son las inversiones orientadas a explotar recursos naturales, o mano de obra no calificada,
cuya disponibilidad es, obviamente, la principal ventaja de localización que ofrece el país receptor. Este tipo de
inversiones generalmente se orienta a la exportación y muchas veces funcionan como enclaves en los países anfitriones.
58
comercio e IED. Más allá del aspecto cuantitativo, también hay evidencia sobre la significativa
integración alcanzada en este período en los mercados financieros internacionales.
Tras el quiebre producido con la Primera Guerra Mundial, la expansión del comercio retoma vigor,
y en 1929 se alcanza una participación sobre el producto mundial cercana a la que tenía en 1913.
También la IED crece significativamente en esta etapa, en particular la originada en los EE.UU.
El capital no fue el único factor de alta movilidad en esos años. También el trabajo fue
extremadamente móvil, y las grandes migraciones fueron una nota característica. Entre 1861 y
1920 los flujos de inmigración llegaron en los principales países receptores (EE.UU., Canadá,
Argentina, Brasil, Australia, Nueva Zelandia y Sudáfrica) a más de 45 millones de personas, y sólo
entre 1900 y 1920 más de 25 millones de personas fueron registradas como inmigrantes.
Argentina se ubicó en el tercer lugar en el ránking de países receptores en todo este período,
con cerca del 11% del total de la inmigración arribada a los mencionados países (Ashworth, 1975).
Otro aspecto notable de este período es la expansión del sector manufacturero y el cambio de
liderazgo mundial en dicho sector. En efecto, si Gran Bretaña generaba el 20% de la
producción industrial en 1860, dicho porcentaje baja hasta un 13,6% en 1913, año para el cual
ya había sido sobrepasada por los EE.UU. (32% en 1913 contra 7,2% en 1860) y Alemania
(14,8% contra 4,9%). Salta a la vista, además, el carácter altamente concentrado del proceso
de industrialización. Los tres países mencionados sumaban un 60% de la producción mundial;
agregando a Francia y Rusia se llegaba al 75% y todo el mundo desarrollado en su conjunto
superaba el 92% (Bairoch y Kozul-Wright, 1996).
La concentración del progreso industrial no impidió que los países exportadores de productos
primarios crecieran a un ritmo rápido durante esta etapa. Así, Argentina, Australia, Canadá y
Dinamarca registraron tasas de crecimiento claramente superiores al promedio de los países más
industrializados entre 1879 y 1913, ayudados por una mejora en los términos de intercambio para
los productos primarios que fue de 10 a 25% entre los años 1870 y la década de 1920. Esto no
implica, por cierto, que limitarse permanentemente a ser un exportador de productos primarios
fuera la mejor estrategia posible de desarrollo, sino simplemente que en aquel momento fue un
camino para crecer rápidamente en condiciones muy específicas de la economía internacional.
El período bajo análisis cubre dos grandes ondas largas de desarrollo según la periodización
de Freeman y Pérez (1988). La primera, que va desde 1830-1840 hasta 1880-1890, se
caracteriza por el advenimiento de la máquina de vapor como el elemento clave del paradigma
tecno-económico que se configura durante dicho período. No sólo el transporte ferroviario sino
también el naval se expande fuertemente en estos años, ayudados justamente por la nueva
fuente móvil de energía. La interconexión entre las distintas partes del globo se ve impulsada
no sólo por el desarrollo de los sistemas de transporte, sino también por nuevos medios de
comunicación, como el telégrafo. Asimismo es importante destacar, considerando sus
59
repercusiones sobre nuestro país, el desarrollo de los sistemas de generación de frío, que
facilitaron la conservación y el transporte de mercancías perecederas a largas distancias.
Este escenario va a cambiar radicalmente a partir de los años 1890, cuando nace un nuevo
paradigma tecno-económico, basado en la electricidad y la ingeniería pesada, y que tiene
como factor clave al acero. Se constituirá progresivamente, de este modo, un paradigma
crecientemente capital y escala-intensivo, pero también recurso natural-intensivo (Abramovitz,
1994). El motor eléctrico pasa a reemplazar a la máquina de vapor como principal fuente de
energía industrial, proceso que implica una difícil transición y que dura varios años hasta que
se obtienen las economías de escala y aprendizaje y las adaptaciones institucionales
necesarias para que la nueva fuente de energía entregue sus frutos en materia de aumentos
de la productividad manufacturera (David, 1991). Los sectores de bienes de capital, la
industria de maquinaria y productos eléctricos, la siderurgia y la química pesada van a ser los
líderes en materia de crecimiento, al tiempo que emergen ramas tales como automóviles,
bienes de consumo durables, aeronavegación, etc.
Nace, al mismo tiempo, el laboratorio de I&D en la firma, que va a pasar a ser, especialmente
en las ramas más cercanas a la ciencia, la usina básica de nuevos conocimientos
tecnológicos. En tanto, el Estado, en los países más avanzados, comienza a intervenir más
activamente en el plano tecnológico, estableciendo laboratorios, estándares, instituciones de
asistencia técnica, etc.
Esta es, además, la era de consolidación del llamado “sistema americano de manufacturas”, luego
perfeccionado por el taylorismo y el fordismo. Se trata, en lo esencial, de un progresivo movimiento
desde el predominio de técnicas artesanales basadas en la presencia de obreros “de oficio”, hacia
un cada vez mayor control de las rutinas y procedimientos de trabajo por parte de los
administradores, ingenieros y gerentes de las plantas. Al mismo tiempo, avanza la
estandarización de piezas, componentes y productos finales, así como las técnicas que
permiten la producción en masa, con consecuencias notables en materia de aumentos de
productividad.
60
Taylor con la introducción del cronómetro en el taller y la normalización de tiempos y movimientos
de los trabajadores (organización “científica” del trabajo), con los cuales logra enormes
aumentos de productividad; iii) 1913-1914: Henry Ford introduce la cadena de montaje, a la
cual agrega, luego, la cinta transportadora. Se profundizan las ganancias de productividad y la
reducción de tiempos muertos originadas en el taylorismo. Se consolida la era de la producción
en masa; iv) circa 1930: Alfred Sloan, en la General Motors, da nacimiento al “cambio anual de
modelos”, introduciendo una cuota de diferenciación y flexibilidad en el rígido modelo “fordista”, y
aporta innovaciones contables y comerciales dirigidas a perfeccionar la venta de bienes
producidos en masa en mercados oligopólicos (Coriat, 1991; Best, 1990).
El aumento del throughput implicaba una fuerte carga de tareas de coordinación dentro y fuera
de la fábrica -tanto con proveedores como con intermediarios, llegando hasta el cliente final-.
En consecuencia, se hizo necesario el surgimiento de una jerarquía de managers
profesionales organizados en líneas según funciones o áreas geográficas, junto con un staff
dedicado a tareas de planeamiento. Aparece, entonces, la llamada firma M (multidivisional), en
reemplazo de la tradicional firma unitaria (U) manejada verticalmente por un dueño-manager
-forma organizativa que pronto probó ser incapaz de adaptarse a las nuevas necesidades que
planteaban los avances tecno-productivos de la época- (Chandler, 1977, 1990; Williamson, 1989).
61
Es necesario resaltar la significación de estos cambios. Varios autores (notoriamente,
Lazonick, 1994) han destacado que la decadencia británica y su superación por los EE.UU. y
Alemania se debió a la incapacidad de dicho país para adaptarse a los cambios
organizacionales y tecnológicos en curso. Un hecho clave es que Gran Bretaña seguía
teniendo un liderazgo significativo en materia científica en esta época, sin poder, sin embargo,
trasladar esa ventaja al plano tecnológico en el mercado internacional. Uno de los elementos
explicativos en este sentido es que Gran Bretaña no pudo hacer el pasaje hacia el nuevo
modelo de firma dominante a partir de fines del siglo pasado, ni realizar los cambios
correspondientes en materia de estructuras de administración, producción y comercialización.
Lazonick (1994) ha destacado tres elementos para explicar esta incapacidad británica: i) el
ambiente social, que impulsaba a los industriales británicos a asimilarse a la aristocracia
tradicional y hacía que sus fortunas pasaran a depender de conexiones y reputaciones sociales
más que de sus capacidades innovativas; ii) el sistema educativo, que tenía un sesgo “anti-
industrial” y no contemplaba la necesidad de formar “tecnólogos”; iii) la falta de un sistema
financiero que favoreciera la desaparición del “capitalismo personal”, vía el surgimiento de grandes
sociedades por acciones y la separación de la propiedad del control gerencial de las firmas.
Hacia comienzos del nuevo siglo este escenario ya había comenzado a cambiar. Al surgir la
gran empresa, cambiar los métodos tecno-productivos dominantes y desarrollarse una serie de
industrias que exigían conocimientos científico-tecnológicos más complejos -la siderurgia, la
química, los frigoríficos, las vinculadas con la energía eléctrica, etc.-, las condiciones de
50
. El autor contrasta los casos de Gran Bretaña -que eligió la “ruta de la información”, tratando de dar a sus
ingenieros altas calificaciones formales- y EE.UU. o Japón -que prefirieron la “ruta del conocimiento”, vía
aprendizaje y experiencia práctica en la propia producción-.
62
transferencia se hacen más difíciles y el principal agente de difusión pasan a ser las grandes
corporaciones, que en muchos casos se convierten en empresas transnacionales (ET).
Como es bien conocido, la Argentina atraviesa, entre la segunda mitad del siglo XIX y 1930, lo
que se ha dado en llamar etapa “agroexportadora”, denominación que advierte que el notable
crecimiento económico registrado durante aquel período fue motorizado por el sector
agropecuario cuya producción se destinaba a los mercados externos.
Se ha señalado que el auge agroexportador fue una posibilidad abierta gracias a factores
externos, y fundamentalmente a partir de las transformaciones tecnológicas que abarataron
los costos de transporte e introdujeron nuevos métodos de conservación de la carne (cadena
de frío), del aumento de la demanda mundial de alimentos, de las tendencias a la mejora en
los precios relativos de los productos agropecuarios y de la existencia de un fluido mercado
internacional de capitales (Vitelli, 1999).
Sin embargo, el proceso a través del cual la Argentina pudo aprovechar las oportunidades que
surgían de un mercado internacional ávido de productos agropecuarios estuvo lejos de ser
espontáneo y se dio en condiciones histórico-institucionales muy precisas -creadas en gran
medida ex profeso por la clase dominante de la época-, que, por otro lado, afectarían
permanentemente la forma que adoptó el sendero de desarrollo económico del país.
Hacia 1860 la Argentina no contaba, en la práctica efectiva, con casi ninguna de las
condiciones, ni “físicas” ni institucionales, necesarias para convertirse en un exportador de
productos agropecuarios a escala mundial: una parte importante de la tierra, principal ventaja
competitiva potencial del país, estaba en manos del indio o sujeta a sus amenazas, la mano
de obra local era muy escasa y con un bajo nivel general de instrucción, el capital y el ahorro
interno insuficientes, y la infraestructura de transporte y comercialización muy deficientes.
63
A esto se adicionaba la inestabilidad política y la indefinición de la estructura que asumiría
finalmente la organización institucional de la Nación, que había sido causa de un gran número
de conflictos internos en distintos momentos del tiempo. La estructura de derechos de
propiedad era también poco segura, ya que el país carecía de un ordenamiento jurídico
estable en materia civil y comercial. El propio Estado debía regenerarse y adecuarse a las
nuevas épocas; en otras palabras, tal como señalan Roulet y J. F. Sábato (s.f.), mientras que
el Estado creaba las condiciones para transformar el país, a la vez esa transformación exigió e
impulsó la estructuración de un “nuevo Estado”.
A lo largo de un proceso cuya magnitud tal vez se subestima en ciertas ocasiones, la clase
dominante de aquella época acometió casi todas estas tareas en un lapso sorprendentemente
breve, ya que hacia 1880 el panorama era completamente diferente al recién descripto 51,52.
Esto permitió, además, que de ser una nación “atrasada” en la comparación internacional, la
Argentina pasara a ocupar una posición de privilegio entre los países más ricos de la tierra en
relativamente pocos años.
64
para la ejecución de obras o el suministro de servicios -que en algunos casos (como la
provisión de agua potable, por ejemplo) eran operados por el propio Estado-. Por otro lado, se
concedieron distintos tipos de beneficios y privilegios para el desarrollo de actividades
lucrativas por parte de empresarios privados, incluyendo garantías sobre la rentabilidad de
determinados negocios emprendidos con patrocinio estatal. Asimismo, el Estado proveyó de
factores productivos de forma gratuita o subsidiados -tierras fiscales, fuerza de trabajo
incorporada vía inmigración y educada gratuitamente, etc.-. A esto hay que agregar, en el plano
cualitativo, un elemento esencial: la producción de “confianza” como insumo crítico en una
etapa de constitución de nuevas formas de relación social (ver Oszlak, 1997). Ya hacia el final del
período bajo análisis, en tanto, la creación de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) para operar
en el naciente negocio petrolero fue un paso en dirección a un mayor involucramiento directo del
Estado en la actividad productiva, tendencia que se acentuaría durante el período de la ISI.
En la etapa agroexportadora el Estado nacional avanzó sobre el interior del país -además de lo
actuado en el plano “represivo”, vía aseguramiento del monopolio del uso de la fuerza a la
Nación (creación del Ejército nacional, con lo cual se liquidan centros locales de poder)-, a
través de un conjunto de obras, servicios, regulaciones y “recompensas” destinadas a
incorporar las actividades desarrolladas a lo largo del territorio nacional al circuito dinámico de
la economía pampeana, lo cual permitía ampliar el mercado doméstico así como extender la
base social de la alianza que sustentaba al nuevo Estado (Oszlak, 1997). En este sentido, la
propia organización del Estado nacional, al concluir con las barreras, tasas y derechos
provinciales, rompió con un aislamiento geográfico secular y permitió estructurar un mercado
nacional real, que reemplazó a los anteriores mercados locales o regionales (Cortés Conde, 1971).
65
La realización de este conjunto de tareas y el agregado de nuevas funciones a las que
previamente ejercía el Estado nacional implicaron, por otra parte, una fuerte carga fiscal
(Oszlak, 1997). En este sentido, la nacionalización de la aduana de Buenos Aires -principal
fuente de los recursos públicos en este período- y el establecimiento del primer presupuesto
nacional efectivo fueron no sólo requisitos para solventar dicha carga de gastos, sino que
sentaron las bases de la organización fiscal del país, condición necesaria, además, para hacer
posible el recurso al endeudamiento externo, profusamente utilizado en esta etapa.
Los datos más recientes (Cortés Conde, 1997) indican que entre 1875 y 1912 el PBI per cápita
creció a una tasa de 3,9% anual, cifra elevadísima si se considera el alto ritmo de crecimiento
de la población durante aquel período (cerca de 3,5% anual acumulativo). En contraste, entre
1912 y 1927 el PBI per cápita decreció levemente, a un ritmo de -0,3% por año, tendencia que
se explica por la fuerte caída producida durante la guerra, que no alcanza a ser compensada
por la recuperación posterior (entre 1917 y 1927 el PBI per cápita crece al 3,4% anual). Pese a
esta desaceleración, se observa un notable crecimiento del PBI per cápita a lo largo de toda la
etapa, que pasa de U$S 334 en 1875 a U$S 1542 en 1929 (calculado a precios de 1970).
En la misma dirección, las estimaciones de Maddison (1995) nos permiten verificar que, sobre
una muestra de 56 países -los más importantes de las distintas regiones del mundo- para los
cuales se cuenta con datos del PBI per cápita desde 1870 a la fecha, la Argentina se
encontraba en el puesto 17 en 1870, mientras que había trepado hasta el puesto 11 en 1929.
El cuadro II-1 evidencia con mayor claridad la magnitud del avance argentino en este período.
Además de mostrar que para 1929 había sobrepasado a varios países importantes que en
1870 la aventajaban en términos de su PBI per cápita (Austria, Italia, Suecia, España,
Alemania), se observa que entre dichos años la Argentina mejoró su posición relativa vis a vis
los 20 países allí presentados (sin excepción).
Cuadro II-1
PBI per cápita: comparación internacional. 1870-1929 (PBI per cápita de la Argentina = 1)
1870 1929
EE.UU. 1,9 1,6
Suiza 1,7 1,4
Holanda 2,0 1,3
Gran Bretaña 2,5 1,2
Australia 2,9 1,2
Nueva Zelandia 2,4 1,2
Bélgica 2,0 1,1
Dinamarca 1,5 1,1
Francia 1,4 1,1
Canadá 1,2 1,1
Alemania 1,5 1,0
Austria 1,4 0,9
Suecia 1,3 0,9
Italia 1,1 0,7
Noruega 1,0 0,7
Irlanda 1,4 0,7
España 1,0 0,7
Japón 0,6 0,4
Brasil 0,6 0,3
México 0,5 0,3
66
Fuente: Elaboración propia en base a Maddison (1995).
No sorprende, entonces, encontrar que la inversión extranjera tenía un fuerte peso en la economía
argentina, fenómeno que también se observaba en otras naciones de asentamiento reciente como
Australia, Canadá o Sudáfrica (cuadro II-2). El grueso de dicha inversión se concentraba en los
ferrocarriles (lo mismo ocurría en los casos de Australia y Canadá). En tanto, el cuadro II-3
muestra como el peso de la IED en la economía argentina fue decreciendo rápidamente en las
primeras décadas del siglo XX. El mismo cuadro también revela que hacia 1929 la Argentina
no tenía un nivel de IED excepcionalmente alto en la comparación internacional.
Cuadro II-2
Peso relativo de la inversión extranjera en varias economías. 1913
IE per cápita en U$S de 1900 IE como % del PBI
IE OIED IE OIED
Argentina 266 50 248 47
Australia 289 72 84 21
Brasil 62 18 270 81
Canadá 375 73 161 27
Chile 119 52 205 90
Egipto 70 35 116 59
Indonesia 12 11 93 86
Malasia 58 45 148 115
México 92 43 186 87
Perú 40 15 119 46
Sudáfrica 210 140 220 148
Fuente: Towmey (1998).
IE: inversión extranjera.
OIED: inversión extranjera directa fuera del sector ferrocarriles.
Cuadro II-3
Evolución de la IED como % del stock doméstico de capital. 1900-1929
1900 1913 1929
Argentina IED/K 36 24 16
OIED/K 12 7 6
Brasil IED/K 17 15
OIED/K 7 10
Chile IED/K 33
OIED/K 30
México IED/K 26 43 43
OIED/K 14 26 27
India IED/K 9 9
Indonesia OIED/K 53
Australia IED/K 9 7 8
Canadá IED/K 36 28 15
OIED/K 17 10
Egipto OIED/K 44 50 24
67
Sudáfrica IED/K 66
Fuente: Towmey (1998).
En esta etapa, los salarios reales en la Argentina (o, para ser más precisos, en la región
pampeana) fueron, al parecer, superiores a los de algunas ciudades europeas, al menos
durante ciertos períodos (Díaz Alejandro, 1975)54. Del cuadro II-4 surge que al menos estaban
alineados con los británicos y eran claramente muy superiores a los de otros países de Asia y
América Latina; en otras palabras, la Argentina era, comparativamente, un país de salarios
altos. Este hecho, que entre otros factores obedecía el menor precio relativo de los alimentos,
ha sido marcado como condición para que fuera económicamente rentable la inmigración
temporaria. En efecto, una parte considerable de la mano de obra agrícola estaba constituida
por trabajadores llamados “golondrinas”, que atravesaban el Atlántico y se instalaban en
Argentina durante los períodos de cosecha; la diferencia salarial debía ser tal como para
justificar el costo del traslado de dichos trabajadores.
Cuadro II-4
Salarios reales en relación al de Gran Bretaña. 1865-1929 (Gran Bretaña = 100)*
Argentin Sudeste Brasil Colombia México Uruguay Japón India Indonesia Corea Egipto Turquía
a
1865-1869 81,8 17,2 28,6 31 22 8,5 12,4
1870-1874 86,5 17,3 22,6 32 36 26 8,0 12,5
1875-1879 85,8 18,2 16,3 25 26 22 9,9 16,9
1880-1884 81,2 19,9 19,0 66,5 95,4 24 30 26 11,4 21,5
1885-1889 85,3 20,0 23,8 58,1 109,2 22 27 27 13,9 23,4
1890-1894 87,8 16,1 25,0 56,4 119,2 18 21 23 15,9 23,3
1895-1899 85,9 14,8 26,3 56,0 91,8 20 18 22 13,3 20,8
1900-1904 101,0 19,7 58,4 86,8 22 18 19 15,6 20,9
1905-1909 92,0 22,3 61,7 88,2 24 15 18 35 9,9 19,1
1910-1914 100,8 23,4 24,8 60,6 95,2 28 15 19 23 13,8 21,5
1915-1919 91,1 21,5 36,9 30,0 81,0 35 17 20 25 11,0 21,3
1920-1924 103,9 14,8 35,0 29,1 95,3 31 18 14 31 12,4 20,3
1925-1929 125,5 17,2 44,9 37,0 108,7 32 18 16 26 14,1 19,3
Fuente: Williamson (1999).
*: en general, corresponden al salario urbano de los trabajadores no calificados.
Sin embargo, hay consenso en que la posición social y política del sector asalariado, así como
la de los arrendatarios rurales (ver más abajo) era poco satisfactoria, la legislación social
escasa y, en el medio rural, la atención sanitaria y la provisión de educación deficientes. Más
aún, las comparaciones en materia de indicadores sociales vis a vis los países más avanzados
de aquel momento revela claras deficiencias de parte de la Argentina. Díaz Alejandro (1985)
sugiere que este retraso puede provenir en parte del carácter regionalmente concentrado del
crecimiento en este período, con Buenos Aires como una ciudad a la par de las regiones más
avanzadas del mundo, pero con fuertes niveles de atraso social en el interior del país.
54
. Veganzones (1997) refiere un estudio del Ministerio de Trabajo de la Argentina que muestra que, entre 1911 y
1914, los salarios argentinos eran superiores en un 80% a los de Marsella y en un 20% a los de París. También cita
el trabajo clásico de Scobie (1964) sobre el agro argentino; según dicho autor, un asalariado agrícola inmigrante
ganaba en Argentina, por cuatro o cinco meses de trabajo en el campo, de cinco a diez veces más de lo que
hubiera ganado en su país de origen. Por otro lado, los datos de O’Rourke y Williamson (1995) muestran que el
salario real de los trabajadores urbanos creció en Argentina entre 1870 y 1913 a una tasa anual de 0,94%, contra
un 0,01% de Australia y España, un 0,65% de Portugal y Francia, un 0,75% de Holanda o un 0,9% de Estados
Unidos y Gran Bretaña, aunque dicho crecimiento fue, a su vez, inferior al registrado en países como los escandinavos,
Italia o Canadá.
68
Como decíamos anteriormente, en esta etapa la economía argentina se articula alrededor de la
actividad agropecuaria de exportación. Esto implica no sólo la existencia de un sector productor de
carnes y granos para el mercado internacional, sino también de una serie de ramas que nacen y
se desarrollan, directa o indirectamente, gracias a su calor. Por un lado, las actividades
industriales, comerciales y logísticas necesarias para la exportación de aquellas materias primas.
Por otro, las manufacturas que se orientan al mercado interno para abastecer una demanda
creciente sustentada, en esencia, por los ingresos generados por la actividad exportadora.
En efecto, entre principios de siglo y fines de los años 1920 la economía argentina se fue
diversificando, con aumentos en el peso de la industria y los servicios en relación con la
dominante actividad agropecuaria. A comienzos de siglo, el conjunto del sector agropecuario
representaba alrededor del 38% del PBI -con base en precios de 1937- (cuadro II-5). En tanto,
las industrias manufactureras aportaban alrededor del 10% del PBI, mientras que la
construcción se ubicaba en algo menos del 3%. En tanto, hacia fines de la etapa agroexportadora
(1925-1929), observamos que la participación del sector agropecuario cae hasta un 31% -toda la
caída se vincula con el menor peso relativo de la ganadería-, mientras que las manufacturas
alcanzaban algo más del 13% del PBI, y la construcción seguía en los mismos niveles de
comienzos de siglo. Los otros sectores que incrementaron su participación a expensas del agro en
esta primera parte del siglo fueron comercio (16% del PBI en 1925-29) y transporte (8%).
Cuadro II-5
Estructura del PBI (a precios de 1937). 1900-1929 (%)
1900-04 1910-14 1915-29
Agricultura 19,6 18,8 19,1
Ganadería 18,4 13,6 11,7
Pesca 0,1 0,1 0,1
Subtotal sector rural 38,1 32,5 30,9
Minería 0,3 0,4 0,6
Industrias manufactureras 9,9 11,5 13,2
Construcción 2,7 4,6 2,8
Comercio 13,9 16,4 16,1
Transporte 4,0 6,2 8,1
Comunicaciones 0,4 0,6 1,0
Otros servicios públicos 0,4 0,8 1,3
Vivienda 13,1 11,2 9,5
Finanzas 1,4 1,6 2,0
Servicios personales 9,0 7,5 7,7
Servicios del gobierno general 6,7 6,6 7,0
Total 100 100 100
Fuente: Díaz Alejandro (1975).
Las exportaciones representaban el 15% del PBI en 1884, el 21% en 1913 y el 17% en 1929
(Cortés Conde, 1997). Las mismas estaban abrumadoramente concentradas en el sector
agropecuario, aunque, dentro de esos límites, existía una cierta diversificación55. Hasta 1860,
las exportaciones principales correspondían al tasajo, la lana, el sebo y los cueros y pieles. La
lana comienza a crecer en participación para llegar en la segunda mitad de los años 1870 a
cubrir cerca de la mitad del valor de las exportaciones. Más adelante son los cereales los que
pasan a liderar la pauta exportadora; entre 1900 y 1904 el trigo, el maíz, el lino y la harina
55
. Díaz Alejandro (1985) remarca que, comparando la situación argentina con la de Australia y Brasil, el patrón
exportador de nuestro país era el más adaptable y diversificado. El patrón exportador argentino también parece
haber sido más diversificado que el canadiense -en donde el peso del trigo era enorme-, pero este último incluía
una significativa y creciente porción de productos no tradicionales (Cortés Conde, 1985).
69
contribuían con casi el 50% total de las exportaciones argentinas. Las carnes -en las últimas
dos décadas del siglo pasado congeladas y luego, avances tecnológicos mediante, enfriadas-
y los cueros y pieles eran los otros grandes rubros de exportación de aquel período (cuadro II-6).
De todos modos, como se observa en el cuadro II-7, la concentración de las exportaciones del
país en los productos primarios no era una curiosidad para aquella época, sino más bien un
rasgo compartido por varias de las economías más dinámicas del período.
A su vez, el peso de las importaciones en la economía era muy significativo en este período;
según datos de Díaz Alejandro (1975) -los coeficientes no son necesariamente comparables
56
. Antes de 1925-29, el total de los rubros desagregados no suma 100 debido a falta de información sobre los
mismos, tal como surge de la fuente original consultada.
70
con los antes mencionados sobre exportaciones, considerando la diversidad de las fuentes-,
en base a precios de 1937, las importaciones representaban el 23,1% del PBI a costo de
factores entre 1900 y 1904, porcentaje que sube a 26,2% entre 1910 y 1914, y luego
desciende nuevamente hasta un 22,6% entre 1925 y 1929.
Cuadro II-8
Tasa anual acumulativa de crecimiento de las exportaciones (calculada en valores constantes, sobre la
base de dólares de 1990).1870-1929 (%).
1870-1913 1913-1929 1870-1913 1913-1929
Alemania 4,0 -0,5 Gran Bretaña 2,7 -1,2
Argentina 5,1 2,7 India 2,3 -0,8
Australia 4,7 0,4 Indonesia 4,1 5,9
Brasil 1,8 1,9 Italia 2,2 1,2
Canadá 4,0 3,9 Japón 8,3 5,7
Chile 3,3 3,9 México 5,3 2,7
China 2,5 2,4 Noruega 3,1 3,1
Colombia 2,0 6,8 Perú 1,6 6,2
Corea del Sur s.d. 12,6 Suecia 3,0 2,7
Dinamarca 3,6 3,6 Taiwan s.d. 8,0
España 3,4 -0,5 Tailandia 4,0 1,5
EE.UU. 4,7 2,7 URSS s.d. -3,8
Finlandia 3,8 2,9 Venezuela s.d. 3,8
Francia 2,7 2,3 Mundo 3,3 2,1
Fuente: Elaboración propia en base a datos de Maddison (1995).
Cuadro II-9
Participación en las exportaciones mundiales. 1870-1929 (%)
1870 1913 1929
Alemania 12,02 16,16 10,49
Gran Bretaña 21,76 16,65 9,57
EE.UU. 4,44 8,12 9,08
Francia 6,24 4,78 4,96
India 6,16 4,01 2,45
Canadá 1,29 1,71 2,34
China 2,49 1,78 1,87
Italia 3,18 1,96 1,70
Japón 0,09 0,71 1,30
Suecia 1,27 1,13 1,25
México 0,43 1,00 1,11
Australia 0,81 1,44 1,09
España 1,51 1,56 1,01
Argentina 0,39 0,83 0,93
Dinamarca 0,56 0,63 0,81
Brasil 1,52 0,80 0,78
Indonesia 0,31 0,42 0,78
Venezuela s.d. 0,58 0,78
Finlandia 0,55 0,68 0,77
Noruega 0,40 0,36 0,43
Chile 0,30 0,30 0,40
Mundo 100 100 100
Fuente: Elaboración propia en base a datos de Maddison (1995).
71
1929 el peso de los bienes de consumo en las importaciones continúa cayendo, aunque a
ritmos menores que en las décadas anteriores. Dentro de estos, la proporción de los durables
fue creciendo hasta llegar a un 11% del total de importaciones a finales del período
considerado (empujadas esencialmente por el ingreso de automóviles). Los productos
intermedios mantienen su participación al 35% del total de importaciones -con una leve
tendencia bajista-, en tanto que los bienes de capital crecen pasan de 20 a 27,5%, con
preponderancia, significativamente, de las maquinarias destinadas al sector industrial (cuadro
II-11). El mayor peso que tendencialmente adquieren los bienes de capital e intermedios es
uno de los signos del avance del proceso de industrialización durante esta etapa.
Cuadro II-10
Estructura de las importaciones, sobre la base de precios corrientes. 1876-1894 (%)
Bienes de Consumo Bienes de Capital Materias primas
1876-1879 83,3 10,4 6,3
1880-1884 65,5 18,0 16,5
1885-1889 49,9 22,0 28,1
1890-1894 56,0 15,5 28,5
Fuente: Vázquez Presedo (1971).
Cuadro II-11
Estructura de las importaciones, a precios de 1937. 1900-1929 (%)
1900-04 1910-14 1925-29
Bienes de consumo 38,7 36,7 37,1
No duraderos 36,6 31,8 26,0
Duraderos 2,1 4,9 11,1
Automóviles - 1,1 6,3
Otros 2,1 3,8 4,8
Productos intermedios y materias primas 36,2 32,6 35,1
Bienes de capital 20,0 29,9 27,5
Productos metálicos 7,6 6,2 5,9
Maquinaria y equipos rurales 1,6 2,3 4,9
Maquinaria y equipos industriales 12,1 14,2 13,3
Maquinaria y equipos para transp. y comunic. 0,7 2,6 3,4
Varios 3,1 0,6 0,4
Total 100 100 100
Fuente: Elaboración propia en base a datos de Díaz Alejandro (1975).
En el balance, éste, como todo proceso de transformación económica a gran escala, puede
ser entendido a la luz del concepto de “destrucción creadora”. Si las clases dominantes de la
época lo pensaban como la "creación de la civilización" y la "destrucción de la barbarie",
parece sensato, sin adherir necesariamente a este reclamo, dejar de lado la reivindicación de
las producciones del interior desplazadas por el avance de las fuerzas capitalistas, ejercicio del
revisionismo histórico argentino -que en dichas producciones, de carácter artesanal, pretende
hallar el germen de un supuesto desarrollo capitalista autónomo- que ha sido calificado de
“sensiblero y en buena medida estéril” (Oszlak, 1997, p. 140).
72
Tucumán, vinos en Cuyo, frutas en Alto Valle de Río Negro, algodón en Chaco y Formosa,
yerba mate en Misiones, etc.-.
No puede obviarse, sin embargo, el hecho de que a partir de la consolidación del modelo
agroexportador se va a configurar una situación de manifiesto desequilibrio entre las distintas
regiones del país en términos de su dinámica de desarrollo. Si el Litoral va a constituirse en la
región líder en cuanto a sus niveles de producción e ingresos, y va a generar el grueso de las
exportaciones, el resto del país participará sólo de manera derivada de esta dinámica, o
incluso quedará ausente de la misma en algunos casos. Progresivamente, entonces, se
asistirá a una creciente heterogeneidad en los indicadores económicos y sociales de las
distintas provincias, situación que persiste hasta nuestros días.
d) El sector agropecuario
Como ya adelantamos, antes de 1860 no estaban aseguradas las condiciones para que la
Argentina hiciera valer su potencial de especialización internacional como proveedora de
productos agropecuarios. En este sentido, Cortés Conde (1966) señala que “más que de la
utilización de los recursos abundantes se trató de la realización de un conjunto de operaciones
para ofrecer en forma abundante recursos hasta entonces escasos o que frente a las nuevas
características del mercado se convertirían en relativamente escasos” (p. 493)57.
Previamente a los años 1860, la actividad agrícola era de poca significación -y tenía
esencialmente un carácter de subsistencia-, y el sector pecuario se organizaba en torno a la
cría del ganado bovino y vacuno -realizada en las tradicionales estancias latifundistas-, del
cual se exportaba el cuero y la carne en forma de tasajo (proceso realizado en los llamados
“saladeros”, establecimientos manufactureros que, en general, empleaban técnicas primitivas).
En estas condiciones, la fertilidad innata del suelo facilitaba que estancieros tradicionales llevaran,
según la imagen legada por gran parte de la historiografía tradicional, una “vida sin esfuerzos".
Los fundadores del moderno orden institucional argentino veían con malos ojos esta situación,
por considerarla no sólo impropia de un país civilizado sino también enemiga del progreso
material y del esfuerzo productivo. Para hombres como Sarmiento, el latifundio, al cual
asociaban a las formas de colonización desarrolladas por España, era causa esencial del
atraso social (Barsky et al, 1992). A su vez, Juan B. Alberdi dirá que “el suelo que produce sin
trabajo sólo fomenta hombres que no saben trabajar” (citado en Barsky et al, 1992, p. 13). La
agricultura, la colonización y la división de la propiedad iban a jugar, en la opinión de estas
figuras, una función civilizatoria y casi “redentora” de la sociedad nativa.
57
. Es significativo que este mismo énfasis en mostrar que la realización del potencial de oferta de determinados
recursos primarios depende no sólo de la existencia de esos recursos sino de un conjunto de condiciones institucionales
muy precisas haya sido hecho en relación con la economía estadounidense por David y Wright (1995), para el caso de
los recursos minerales. Estos autores, por otro lado, recuerdan que en EE.UU. la primer forma de apoyo de los gobiernos
estatales a las actividades de ciencia y tecnología fue la creación de los geological surveys, hacia 1830.
73
Según estimaciones de Díaz Alejandro (1975), entre 1862 y 1900 la producción agropecuaria
se expandió a un ritmo no inferior al 4% anual. Para 1900-1929 el autor estima una tasa de
crecimiento de la producción del 3,5% anual, que puede descomponerse en un 4,4% para la
agricultura y un 2,6% para la ganadería. La expansión habría sido aún superior de acuerdo a
una estimación más reciente (Cortés Conde, 1997), según la cual la tasa de crecimiento del
producto agrícola entre 1875 y 1913 se habría ubicado en un 10,5% anual (en el cuadro II-12
se observan los datos sobre la expansión de la producción física y del área sembrada en el
sector agrícola pampeano entre 1900 y 1929).
Cuadro II-12
Superficie sembrada y producción de cereales y oleaginosas. 1900-1929 (miles has, miles tn, %)
Superf. sembrada Tasa prom. crec. Anual Producción Tasa prom. crec. anual
1900/04 6123 s.d. 6001 s.d.
1905/09 9939 12,4 9135 10,4
1910/14 12826 5,8 10520 3
1915/19 13390 8,1 10870 0,7
1920/24 12956 -0,6 13410 4,7
1925/29 17177 6,5 17151 5,6
Fuente: Barsky y Murmis (1986).
En este período, como señala Díaz Alejandro (1975), la Argentina, a diferencia de lo que
ocurre habitualmente en los países subdesarrollados, mostraba un sector agropecuario con
tasas de productividad similares a las del conjunto de la economía (y claramente superiores a
las del sector manufacturero). De hecho, ya hacia fines de los años 1920 quedaba muy poco
de la agricultura de subsistencia, y el grueso de la producción rural estaba orientada al
mercado (con un fuerte peso del mercado internacional)58. Hay que destacar, en este sentido,
el dinamismo del proceso de transformación, que llevó a una fuerte elevación de los
rendimientos agrícolas durante todo este período (ver el cuadro II-13 para la etapa 1910-1929). En
tanto, en el caso de la ganadería un trabajo constata que entre 1856 y 1900 el peso vivo
promedio de los vacunos creció de 280 a 350 kilos a los 5, 6 ó 7 años, hasta 600 kilos a los
cuatro años (Sesto, en prensa).
Cuadro II-13
Argentina. Rendimientos de cereales y oleaginosas. 1910-1929 (ton. por hectárea)
Trigo Maíz Avena Cebada Centeno Lino
1910/14 661 1362 996 809 568 510
1915/19 756 1340 979 930 597 536
1920/24 873 1754 1108 1035 641 709
1925/29 868 1974 1124 1083 709 703
Crec. acum. 1910/14-1925/29 31,3 44,9 12,9 33,9 24,8 37,8
Fuente: Barsky y Murmis (1986).
74
vacunos ocupaban tierras marginales, y eran animales sin mestizar cuya carne se vendía a los
saladeros para su posterior exportación y de los cuales también se aprovechaban los cueros.
En un primer momento, será el ovino el ganado elegido para aprovechar su carne en los
mercados de exportación. Esto implica un primer proceso de transformación en el sector, ya
que fue necesario introducir razas aptas para la producción de carne (Lincoln, Romney Marsh,
Hampshire Down, etc.) y mestizar los rodeos para adaptarlos al nuevo propósito dominante de
la explotación, desplazando al merino hacia las zonas periféricas (Ortiz, 1971).
Un poco más adelante se desarrolla un proceso similar con el ganado bovino. Dicho proceso
comienza cuando se abre la posibilidad de exportar a Europa ganado en pie, en los primeros
años de la década de 1890, y luego se acelera notablemente cuando, en la primera década
del siglo XX, se desarrolla rápidamente la exportación de carne vacuna, primero con el método
de congelado, y luego con el más avanzado de enfriado (chilled). Estos métodos, y en
particular el chilled, obligaron a importar animales finos, perfeccionar los rodeos y a realizar
importantes inversiones en la mejora de los campos (Giberti, 1986), lo cual implicó en varios casos
la incorporación de personal especializado proveniente de Inglaterra y Escocia (Ferrer, 1975).
En tanto, la agricultura nació en la zona del Litoral directamente con características modernas,
ya que: i) desde sus comienzos empezó como producción para el mercado; ii) ya existía una
tecnología avanzada a nivel internacional que era posible aplicar a regiones más atrasadas; iii)
no había una población anterior con hábitos de trabajo y pautas culturales “tradicionales”
arraigada en las áreas que se iban a explotar (Cortés Conde, 1966).
75
particular en el período 1900-1914, en el cual los cereales pasarán a ocupar el lugar
dominante en la pauta exportadora argentina por primera vez en la historia.
El sistema de arrendamiento, que comenzó a ser adoptado en la última década del siglo
pasado, tuvo distintas ventajas. Por un lado, la rotación trienal de cultivos y el péndulo entre
agricultura y ganadería permitieron conservar la calidad de las tierras, ya que la ganadería
incorporaba nitrógeno y los campos alfalfados renovaban la fertilidad de los suelos60. Por otro
lado, se trató de un sistema altamente flexible, que permitió sucesivas y muy rápidas
reconversiones de las explotaciones de modo de adaptarse a los cambios y oportunidades que
surgían del mercado internacional (H. Sábato, 1993). También parece haber sido eficiente
desde el punto de vista de la competitividad no sólo de la producción ganadera -un trabajo
reciente da cuenta de que ya hacia 1900 los vacunos criados en los establecimientos
modernos eran perfectamente equiparables a los similares producidos en los países más
adelantados y, capaces de cumplimentar con las exigencias de esos mercados en cuanto a peso y
calidad (Sesto, en prensa)-, sino también de la agrícola. Así, Solberg, (1981) señala que los costos
de producción de trigo eran menores en Argentina que en Canadá. En tanto, los cuadros II-14 y II-
15 muestran que los rendimientos argentinos eran similares o incluso en ocasiones superiores a
los de otros países exportadores de granos durante el período que estamos analizando.
Aunque existe un consenso bastante extendido respecto de las mencionadas ventajas derivadas
del sistema de arrendamiento, existen muchos analistas que han señalado otros tantos aspectos
negativos que habrían derivado del tipo de relaciones de producción, formas de propiedad y
esquemas de organización productiva específicos del agro argentino en esta etapa. A continuación
revisaremos brevemente algunos de los argumentos avanzados en este sentido, aunque
adelantamos que dichos aspectos negativos parecen haber tenido, al menos durante la propia
etapa agroexportadora, más implicancias en el plano socio-político que en el tecno-productivo.
Cuadro II-14
Rendimientos de trigo y maíz en Argentina y los EE.UU. 1920-1929 (kg. por hectárea cosechada)
Trigo Maíz
Argentina (1) 878,0 1878,0
EE.UU. (2) 939,0 1684,0
59
. Cabe también destacar que el sistema de arrendamiento fue propuesto explícitamente por un hacendado
bonaerense, Benigno del Carril, en 1892 como una forma de reducir la inversión de capital y el riesgo involucrado
en abordar el cultivo de cereales por parte de los estancieros (Giberti, 1986).
60
. Aparentemente, la explotación combinada agricultura-ganadería no era practicada exclusivamente por los
grandes terratenientes sino también por los propietarios de explotaciones medianas.
76
Razón (1/2) 0,94 1,12
Fuente: Díaz Alejandro (1975).
Cuadro II-15
Rendimientos en cereales. 1914-1937 (en quintales por hectárea -promedios anuales-)
Trigo Maíz Avena
1914/20 1930/37 1914/20 1930/37 1914/20 1930/37
Argentina 6,5 9,0 14,3 19,0 7,0 11,0
Australia 6,7 7,9 15,6 15,9 6,7 5,7
Canadá 10,6 8,0 31,4 24,5 12,4 9,6
EE.UU. 9,7 8,9 17,0 14,0 11,9 9,7
Fuente: Vitelli (1999).
Esto ocurrió pese a que los sucesivos gobiernos se preocuparon, al menos formalmente, por
asegurar una cierta equidad en la distribución de la tierra. Incluso se dictó una Ley del Hogar,
en 1884, copia de la famosa Homestead Act de los EE.UU. Esta y otras disposiciones
similares, sin embargo, habrían sido desnaturalizadas en su aplicación por la presión de los
factores de poder ya establecidos (Cornblit et al, 1971)62, y posteriores intentos de reforma
fracasaron en su intento de romper el modelo latifundista (Lowenthal, 1966).
77
Homestead. Solberg afirma que se desarrolló un espíritu de grupo “vigoroso y dinámico” y una
ética cooperativa entre los homesteaders. Apunta asimismo, que los inmigrantes británicos,
alemanes y escandinavos traían su legado de experiencias en el desarrollo de movimientos
cooperativos, los cuales dieron la base para una gran parte de la vida "cultural y material" de la
pradera.
De hecho, para Solberg la principal diferencia entre Argentina y Canadá en el plano agrícola
está en las políticas hacia la tierra, que en un caso crearon un sistema de grandes estancias
cultivadas por arrendatarios y en otro un sistema de granjas administradas por sus
propietarios. En el mismo sentido, Adelman (1992), señala que mientras la asignación de la
tierra era básicamente un asunto privado en el caso argentino, fue un "tema público" en Canadá.
Esto previno tanto la especulación en tierras como la formación de grandes latifundios. Asimismo,
un aspecto central de la política inmigratoria canadiense fue que discriminó contra quienes no
estaban interesados en asentarse permanentemente (esto contrasta con la alta tasa de retorno de
inmigrantes en el caso argentino, especialmente notable en los de origen italiano)63.
Consecuentemente, hacia 1910 el 90% de los granjeros canadienses poseían sus propias
tierras64.
¿Cuales habrían sido las consecuencias negativas de la peculiar forma que asumió la
expansión agropecuaria en Argentina? Algunas de ellas ya habían sido observadas repetidas
veces por los propios contemporáneos. Como destaca Halperín Donghi (1984), existía una
tradición cultural, incluso desde la época de la colonia, de ver a la agricultura como base del
proceso civilizatorio de la sociedad argentina. Sarmiento fue, indudablemente, una de las
voces más lúcidas en ese sentido. Estas aspiraciones de reforma social giraban en torno de la
creación de una sociedad rural dominada por una clase de productores independientes y
prósperos, libre de excesivas desigualdades y emancipada del peso del tradicionalismo
campesino.
Cuando, en la práctica, la agricultura, por los motivos antes expuestos, fue encarada
fundamentalmente por arrendatarios, fueron habituales los comentarios críticos de dicho proceso y
las expresiones que señalaban la necesidad de una reforma (ver Barsky et al, 1992 y Halperín
63
. Según Adelman (1992), cuando las agencias italianas empezaron a promover la emigración temporaria hacia
Canadá, el gobierno canadiense desalentó esas operaciones.
64
. Una comparación similar es realizada por Nun, quien destaca que mientras en Argentina se consolidó un modelo
de tenencia dominado por terratenientes que se dedicaban a la ganadería y arrendaban temporariamente tierras
para uso agrícola a inmigrantes -con una relativamente baja tasa de “asentamiento” de esos arrendatarios en las
zonas agropecuarias-, en Canadá se consiguió que, en general, los inmigrantes se radicaran permanentemente
como farmers, dando lugar a una configuración de tenencia de la tierra con gran peso de pequeños propietarios
“cuyo proceso de acumulación iba a depender más y más de una intensa mecanización que aumentase tanto la
superficie cultivada como la productividad del trabajo familiar” (Nun, 1995, p. 70).
78
Donghi, 1984). Las críticas no sólo apuntaban a las consecuencias socio-políticas del sistema de
arrendamiento, sino también a sus impactos sobre la eficiencia productiva. Así, se ha afirmado que
en Argentina los arrendatarios se desentendían de preparar bien las tierras y las trabajaban
superficialmente65, ya que trataban de no gastar dinero en maquinarias y sólo apuntaban al
rendimiento de corto plazo. Halperín Donghi (1984) cita trabajos de comienzos de siglo producidos
por técnicos del Ministerio de Agricultura, los cuales argumentaban que los terratenientes no
debían arrendar tierras a plazos tan cortos, ya que ello forzaba a los arrendatarios a adoptar
prácticas que destruían la fertilidad de la tierra66. Este último argumento ha sido repetido en
una gran cantidad de trabajos posteriores (por ejemplo, Cortés Conde, 1966)67.
Contemporáneamente, aún para alguien como Díaz Alejandro (1975 y 1981), quien formula un
análisis general esencialmente positivo de este período, el sistema de tenencia y
administración de la tierra fue compatible con el crecimiento de la producción, pero fracasó en
otros aspectos cruciales. Por un lado, no generó una clase media rural emprendedora como
ocurrió en otros países de “asentamiento reciente” 68. Por otro, los arrendatarios, al desinteresarse
por los asuntos de la comunidad, dado el carácter temporario de su instalación, descuidaban
asuntos tales como la sanidad, la educación y otros servicios sociales y tampoco participaban de
la vida política69. A su vez, Díaz Alejandro ha señalado que los extranjeros no se apegaban a la
Argentina, tanto por sus propios objetivos con los cuales llegaban hasta aquí (ver también Cornblit
et al, 1971), como por su situación subordinada en el plano político e incluso social.
Asimismo, se ha señalado que Australia y Nueva Zelandia modernizaron sus estructuras rurales
con anterioridad al "despegue económico", inhibiendo la formación de una clase alta tradicional y
desarrollando una sociedad de farmers. Esto habría eliminado la posibilidad de estrategias
rentistas, obligando a la modernización productiva y favoreciendo la aparición de un sistema
político que representaba mejor a la sociedad y permitió una más equitativa distribución del poder
social y político (Filgueira, 1997). En Argentina, en cambio, el poder fue retenido por la antigua
65
. Un observador argentino decía ya en 1897 que “en ninguna parte del mundo la tierra se cultiva tan
superficialmente como aquí” (citado en Adelman, 1992).
66
. Halperín Donghi (1984) se refiere en particular a varios trabajos de R. Campoleti, quien entre 1897 y 1929
avanza sobre el argumento de que la agricultura extensiva es vulnerable, señalando que su escasa productividad
era compensada por el bajo precio de la tierra en comparación con el vigente en zonas productivas rivales. En este
sentido, advertía sobre los peligros implícitos que podrían materializarse en el momento en que la tierra se
valorizara, justamente por ese éxito inicial. Por tanto, exhortaba a la modernización de las explotaciones y a una
mayor tasa de reinversión por parte de los terratenientes.
67
. Véanse también los escritos de Alejandro Bunge y del núcleo de colaboradores de la Revista de Economía
Argentina (ver Llach, 1985).
68
. Según Di Tella y Zymelman (1967) la ley de colonización de 1876 "puso fin a las esperanzas de promover una
colonización de clase media en el campo argentino".
69
. Cornblit (1967) ha destacado este punto para el conjunto de los inmigrantes a la Argentina, enfatizando el hecho
de que el porcentaje de naturalizados era extraordinariamente bajo y claramente inferior al de otros países que
recibieron fuertes corrientes inmigratorias.
79
clase terrateniente que residía en el país desde antaño, cuya no renovación, entre otras
consecuencias, tenderá, según varios analistas, a disminuir la "calidad" del liderazgo político.
La cuestión de la diferencia de distribución del poder político también ha sido enfatizada por
Armstrong (1985), que destaca el papel que continuó jugando durante todo este período la
oligarquía terrateniente en Argentina vis a vis la preponderancia de los sectores urbanos en
Australia y Canadá.
Otro gran tema de crítica se vincula con el carácter ausentista de los terratenientes y con la
organización de la producción en latifundios que empleaban métodos extensivos. En particular,
se señala que estos factores habrían impedido mejorar los rendimientos en la zona pampeana,
bloqueando la posibilidad de aumentos en la producción una vez que, en los años 1920, se
había cerrado la expansión de la frontera agrícola (Di Tella y Zymelman, 1967).
Más abajo, tendremos ocasión de volver sobre varios de estos puntos. Por el momento, sin
embargo, basta con señalar un par de cuestiones que matizan las críticas recién expuestas.
Por un lado, como ya se señaló, la producción agropecuaria creció vigorosamente en este
período, la Argentina aprovechó rápidamente las oportunidades que en distintos momentos
abría el mercado internacional y, hecho fundamental, los aspectos negativos del sistema no
parecen haberse traducido en una menor eficiencia del agro argentino, el cual trabajaba con
costos que competían exitosamente con los vigentes en otras zonas productoras importantes
como Canadá o Australia. Esto es muy importante, ya que aunque los rendimientos en Argentina
podrían haber sido mayores de haberse aplicado otras técnicas productivas, el hecho es que no
parecía haber, del lado de los costos, una presión para introducir cambios en las técnicas de
producción. Incluso J. F. Sábato (1981) señala que el sistema de arrendamiento promovió una
fuerte tecnificación de la agricultura pampeana e hizo que la producción agropecuaria se
expandiera a tasas superiores a las que se habían dado en las praderas norteamericanas y
canadienses. Asimismo, demostró ser muy flexible para enfrentar circunstancias externas
adversas.
Otro tema que cabe señalar, aunque no es central para nuestra argumentación general, es
que la visión negativa de la situación de los arrendatarios ha sido matizada o cuestionada en
varios trabajos: i) se ha sugerido que los arrendatarios nunca buscaron la propiedad de la tierra
con demasiada decisión, ya que gozaban de ventajas específicas derivadas del arrendamiento; en
particular, la escasa necesidad de inversiones y el hecho de que los contratos de corto plazo
evitaban sufrir la eventual caída en el rendimiento de la tierra (Adelman, 1994; Taylor, 1997; Ferns,
1973); ii) existía un mercado de tierras que se movió ágilmente al menos hasta fines del siglo
pasado (esto ha sido destacado tanto por autores “liberales” -Cortés Conde, 1997; Díaz
Alejandro, 1975- como “heterodoxos” -Barsky y Murmis, 1986; Barsky, 1988-).
80
permanente. Por tanto, los arrendatarios ya no habrían sido trabajadores transhumantes, sino que,
al menos una fracción de ellos, se habrían convertido en agricultores más permanentes, aunque
siempre subordinados a las decisiones de los propietarios. J. F. Sábato (1981), en tanto, afirma
que el sistema de arrendamientos resultó para los chacareros económicamente más conveniente
que el de la colonización y sugiere que buena parte de los arrendatarios eran capitalistas rurales,
que poseían suficientes fondos como para comprar una pequeña parcela, pero que preferían
arrendar una más extensa porque esperaban obtener mayores beneficios vía agricultura
extensiva.
En conclusión, a partir de 1860 se verifica una transformación radical en el agro argentino, que
del primitivismo de las técnicas y la orientación a la subsistencia, pasa a adoptar una orientación
predominantemente mercantil y consigue sucesivas, y exitosas, adaptaciones a las oportunidades
abiertas por el mercado mundial, las cuales involucraron la adopción de innovaciones tanto
institucionales como tecno-productivas (sobre esto vamos a insistir más adelante).
e) El sector industrial
En este período comienza el proceso de industrialización moderna en el país 70. Como han
señalado varios autores, previamente la producción de manufacturas se realizaba en unidades
pequeñas, que empleaban métodos artesanales y fuentes de energía humana o animal y
tenían un escaso o nulo grado de mecanización. Esto llevó a que al ingresar la Argentina en la
fase agroexportadora, partiera con una base industrial mucho más débil que la que poseían no
sólo los Estados Unidos sino también países como Australia o Canadá por la misma época.
81
período mencionado y avanzando un poco en el tiempo, Cortés Conde señala que el período
de crecimiento más acelerado fue el comprendido entre 1876 y 1900, cuando la producción
industrial creció al 8,2% anual. Entre 1890 y 1914 la tasa de crecimiento fue de 7,5% anual y
entre 1914 y 1934 de 4,2% por año. Por otro lado, ya en 1914 la fuerza de trabajo empleada en la
industria superaba a la ocupada en todo el sector primario -33,7 contra 29,1%- (Almada et al,
1961). De 1895 a 1914 el número de establecimientos industriales habría crecido en un 120%.
Otro dato que refleja el dinamismo del sector manufacturero es que el promedio de
importaciones de maquinaria industrial desde 1920 a 1930 fue, al menos hasta mediados de
los años 1960, el más alto jamás registrado en la historia argentina para un período de diez
años, y el que va de 1925 a 1930 fue el más alto para cualquier período de cinco años (Di
Tella y Zymelman, 1967). Probablemente, los niveles relativamente altos de los salarios
urbanos hayan inducido este proceso de rápida tecnificación en el sector industrial.
Como se dijo antes, el sector industrial había tenido un muy escaso desarrollo en la etapa previa a
1860 (más allá de las primitivas producciones manufactureras del interior del país a las cuales
hicimos referencia antes). Pese a la proteccionista Ley de Aduanas de 1833, no se logró impulsar
la producción fabril de la época en las condiciones de pobreza técnica en las que se hallaba
sumido el país en aquel momento. Esta debilidad es atribuida por varios autores a la
"herencia" del pasado colonial (sobre esto volveremos más abajo).
Según Schvarzer (1996) es recién en 1860 cuando aparece una primer oleada de iniciativas
relativamente “modernas” en el sector manufacturero, al influjo del crecimiento de Buenos
Aires. En general, se trata de empresas dirigidas por inmigrantes que traen al país su
conocimiento técnico o práctico (Bieckert, Bagley, Noel, Peuser, etc.). Un poco más adelante, la
instalación de los frigoríficos constituirá un hito en la evolución del sector manufacturero
doméstico.
El censo de 1914 muestra que más del 50% de la producción industrial bruta correspondía al
sector de alimentos y bebidas, el cual sólo ocupaba un 34,5% de la mano de obra. La
explicación es que buena parte de este sector operaba en plantas de gran tamaño, muchas de
las cuales destinaban su producción a los mercados de exportación (frigoríficos, industria
láctea, molinos harineros, etc.)71. Los otros sectores relevantes eran madera (8,7% del valor de
71
. Cortés Conde (1963) observa que las industrias subsidiarias de las actividades agropecuarias (frigoríficos,
saladeros, molinos, vinos, cerveza, ingenios, etc.) tenían, en 1895, un nivel de capital por establecimiento diez
veces superior al del resto de los sectores manufactureros.
82
producción), confecciones (7,9%), metales (6,3%), artículos de cuero (6,3%), piedra, vidrios y
cerámicas (3,8%), químicos (3,2%) y tabaco (3,2%) -cuadro II-16-. La industria metalmecánica
tenía una presencia pequeña en la estructura industrial de aquel momento y estaba constituida
esencialmente por pequeños establecimientos trabajo-intensivos (talleres de reparación de
ferrocarriles, etc.). De todos modos, si bien fue el sector de alimentos y bebidas el que más
contribuyó al aumento del valor agregado manufacturero entre 1900 y 1929, también fue
significativo el aporte de ramas como imprenta y publicaciones, químicos o metalurgia, cuyo
peso en el PBI manufacturero crece, consecuentemente, entre dichos años (cuadros II-17 y II-
18).
Cuadro II-16
Estructura del sector industrial según valor de la producción bruta y ocupación. 1914 (%)
Valor de la producción bruta Ocupación
Alimentos y bebidas 53,3 34,5
Tabaco 3,2 1,8
Productos textiles 1,7 3,4
Confecciones 7,9 10,5
Productos de la madera 8,7 12,9
Papel y cartón 0,6 0,8
Imprenta y publicaciones 2,0 3,1
Productos químicos 3,2 2,3
Derivados del petróleo 0,1 0,0
Productos de caucho 0,0 0,0
Artículos de cuero 6,3 7,5
Piedras, vidrio y cerámicas 3,8 7,5
Metales 6,3 9,9
Vehículos y maquinaria (exc. la eléctrica) 1,1 2,6
Maquinaria y artefactos eléctricos 0,4 0,8
Otras manufacturas 1,0 2,3
Total 100 100
Fuente: Díaz Alejandro (1975).
En las ramas productoras de bienes de consumo no durables operaban varias plantas que,
desde el punto de vista de las escalas y, en menor medida, de las tecnologías empleadas,
estaban cercanas a la frontera internacional de aquel momento. Por ejemplo, el frigorífico
Sansisena era el más grande del mundo a comienzos de siglo. Un poco más adelante Armour
erigió un frigorífico en 1915 que también fue considerado como el mayor y “más perfecto” del
mundo. Antes, en 1884, la firma textil Alpargatas había instalado una planta que, por sus
dimensiones, según noticias de la época, sólo era comparable a una en España y otra en Gran
Bretaña. La primer planta de cerveza de Bemberg-Quilmes era la mayor del mundo a
comienzos del siglo XX . La Martona también era una de las plantas más grandes del mundo
en su especialidad (lácteos). La lista de empresas grandes también llegaba al rubro
metalúrgico; Tamet, por ejemplo, era la mayor empresa metalúrgica de Sudamérica en los
años 1920 (Schvarzer, 1996). Así, Katz y Bercovich (1993) podrán afirmar que una parte
importante de la producción manufacturera de la época se llevaba adelante en instalaciones
modernas y era altamente competitiva según los estándares internacionales.
Así, se llegará a los años 1910 con un sector industrial que, siendo menos avanzado que el de
sus similares en Australia o Canadá, había alcanzado de todos modos un cierto grado de
desarrollo cuantitativo (cuadro II-19). En el cuadro II-20 se advierte, incluso, que el personal
ocupado por establecimiento era en Argentina similar o incluso claramente superior al de los
83
EE.UU. hacia fines del siglo pasado en las ramas vinculadas a recursos agropecuarios,
aunque resultaba más de tres veces menor para el conjunto del sector manufacturero.
Cuadro II-17
Participación de las ramas industriales en el incremento del valor agregado manufacturero. 1900/1929 (%)
Cifras BCRA/CEPAL Cifras CONADE/CEPAL
Alimentos y bebidas 34,3 27,5
Imprenta y publicaciones 12,2 12,2
Otras manufacturas 9,8 13,1
Artículos de cuero 6,6 4,1
Productos químicos 6,0 4,2
Confecciones 5,8 7,5
Metales 5,5 6,4
Piedras, vidrio y cerámica 5,4 4,9
Vehículos y maquinaria, exc. la eléctrica 3,7 3,3
Productos textiles 3,0 3,8
Productos de la madera 2,7 6,2
Papel y cartón 2,2 2,7
Derivados del petróleo 2,2 3,4
Tabaco 0,6 0,7
Productos de caucho 0,0 0,1
Maquinaria y equipo eléctrico 0,0 0,0
Total 100 100
Fuente: Díaz Alejandro (1975).
84
Productos textiles 2,7 2,9 3,3 3,7
Confecciones 10,3 6,9 13,2 8,9
Productos de la madera 4,8 3,2 11,2 7,4
Papel y cartón 1,3 1,9 1,6 2,4
Imprenta y publicaciones 2,5 9,8 2,5 9,8
Productos químicos 4,9 5,7 3,5 4,0
Derivados del petróleo 0,0 1,6 0,0 2,5
Productos de caucho 0,0 0,0 0,0 0,0
Artículos de cuero 6,4 6,5 4,0 4,0
Piedras, vidrio y cerámica 11,3 6,9 10,2 6,2
Metales 1,6 4,5 1,8 5,3
Vehíc. y maquinaria, exc. eléct 0,4 2,9 0,4 2,6
Maquinaria y artefactos eléct. 0,0 0,0 0,0 0,0
Otras manufacturas 9,1 9,6 12,0 12,9
Total 100 100 100 100
Fuente: Díaz Alejandro (1975).
Más allá de estos datos, la presencia extranjera en el sector industrial era dominante por otras
vías, ya que había un gran número de lo que en la literatura se conoce como empresas de
"expatriados" (o free standing companies). Así, en 1895 el 84% de los propietarios de industrias
había nacido en el extranjero (Sourrouille et al, 1985), cifra que baja hasta un 65% en 1913. Se
observa que el peso de los extranjeros era mayor en los lugares de radicación de las industrias
modernas (Capital Federal, Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, Mendoza), con excepción de
Tucumán -donde la crucial actividad azucarera estuvo generalmente en manos de las familias más
relevantes de la provincia-, mientras que los argentinos dominaban en las provincias en donde
prevalecían aún las actividades manufactureras de tipo artesanal (ver cuadro II-21).
Cuadro II-19
Comparación de indicadores industriales. Década de 1910
Número de Personal ocupado Personal ocupado por Personal ocupado en la
establecimientos establecimiento industria/población total
Argentina 38502 362312 9,4 5,10%
Australia 14455 311710 21,6 6,80%
Canadá 21845 606523 27,8 7,50%
EE.UU. 272402 7022322 25,8 7,10%
Fuente: Elaboración propia en base a Vitelli (1999).
Por otro lado, se advierte que los argentinos predominaban sólo en la rama textil, y tenían una
presencia relativamente importante en los sectores de alimentos y bebidas e imprenta y
publicaciones. En tanto, los extranjeros tendían a dominar con más claridad en las ramas
manufactureras más modernas -ver también Cornblit (1967)- (cuadro II-22).
La importancia de los vínculos con el exterior iba más allá de la presencia directa de firmas o
empresarios extranjeros en el país. Según Díaz Alejandro (1975), las fuertes conexiones entre
los mercados de capitales y trabajo argentinos y europeos otorgaron facilidades de las cuales
los empresarios de otros países en desarrollo no gozaban.
En este sentido, hay que destacar que el desarrollo del sector manufacturero fue de la mano
de la formación de un grupo de “capitanes de la industria” de aquella época, individuos que
formaban parte de la elite social, y que tenían conocimiento de los mercados locales,
capacidad de decisión y acceso al crédito y a los despachos oficiales (Schvarzer, 1996). Dado
que estas cualidades les otorgaban una posición privilegiada para captar las oportunidades de
negocios abiertas en aquel momento, no sorprende encontrarlos entre los principales
85
inversores de capital y como propietarios de varias de las firmas manufactureras más grandes.
Los grupos Tornquist73, Demarchi o Bunge y Born son ejemplos de este fenómeno.
Cuadro II-20
Personal ocupado por empresa. Argentina (1895) y EE.UU. (1899)
Argentina EE.UU.
Ingenios azucareros 145,2 24,9
Frigoríficos y saladeros 141,4 74,9
Bebidas alcohólicas 36,9 9,6
Molinos harineros 5,2 5,3
Químicos 14,9 20,7
Gráficos y anexos 11,9 11,1
Alimentación 6,6 7,3
Vestido y tocador 5,7 28,1
Muebles 5,6 52,2
Metales y anexos 4,6 34,7
Total 7,2 25,6
Fuente: Vitelli (1999).
Cuadro II-21
Argentina. Nacionalidad de los propietarios de industrias. 1913
Argentinos Extranjeros Mixtos Total
Número % Número % Número %
Capital Federal 2024 19,7 7869 76,6 382 3,7 10275
Buenos Aires 3681 24,8 10622 71,5 545 3,7 14848
Santa Fe 1318 22,6 4245 72,8 266 4,6 5829
Entre Ríos 866 36,4 1461 61,3 55 2,3 2382
Córdoba 772 27,2 1975 69,6 89 3,1 2836
Tucumán 349 44,3 425 53,9 14 1,8 788
Mendoza 687 26,9 1821 71,3 47 1,8 2555
Resto del país 6066 65,5 3065 33,1 135 1,5 9266
Total 15763 32,3 31483 64,5 1533 3,1 48779
Fuente: Tercer Censo Nacional.
Es importante enfatizar que no parece haber faltado en varios de los grupos empresarios más
importantes de la época una conciencia en sentido de la necesidad de avanzar en el sendero de
la industrialización. Por ejemplo, se cita que ya a comienzos del siglo XX Alfredo Hirsch, uno
de los principales directivos de Bunge y Born, advertía que “la exportación de cereales ...
debía ceder su primacía, tarde o temprano, a las tareas industriales" (Schvarzer, 1989, p. 15).
Así, ya en los primeros años de este siglo el grupo ingresará en actividades conectadas
verticalmente con la comercialización de granos (molinos, envases, bolsas), para más adelante
ir hacia pinturas y aceites (años 1920) y textiles y químicos (años 1930).
En tanto, un hecho sorprendente de este período es que la Argentina fue pionera, entre los
países en desarrollo, en cuanto al proceso de internacionalización de las firmas locales. En
efecto, los primeros casos de IED proveniente de un país periférico surgieron de Argentina hacia
fines del siglo pasado y comienzos del actual -Alpargatas en el sector textil, Bunge y Born en
granos y alimentos y Siam Di Tella en metalmecánica- (Katz y Kosacoff, 1983). Alpargatas incluso
planeó, sin concretar, la instalación de plantas en España e Italia (Gutiérrez y Korol, 1988).
Cuadro II-22
Clasificación de los propietarios de establecimientos industriales, según nacionalidad, por sector. 1914 (%)
Argentinos Extranjeros Propiedad mixta
Elaboración de alimentos 38 58 4
73
. En la década de 1910 este grupo controlaba cerca de 15 firmas industriales, en los sectores azucarero, cerveza,
carnes, metalurgia, maquinaria, muebles, tabaco, vidrio y jabón (Barbero, 1999).
86
Confecciones, zapatos y artículos de tocador 15 84 1
Construcción e industrias afines 26 72 2
Muebles e industrias afines 24 74 2
Objetos artísticos y decorativos 25 73 2
Industrias metalúrgicas y afines 20 77 3
Productos químicos 24 66 10
Imprenta, publicaciones y artes gráficas 39 56 5
Productos textiles 91 8 1
Otros 40 52 8
Total 32 65 3
Fuente: Díaz Alejandro (1975).
Si hay consenso en que la industria conoció una significativa expansión en este período, de
todos modos subsiste el debate sobre el papel que la misma jugaba en el modelo
agroexportador y sobre la actitud que los gobiernos de aquel momento tuvieron ante el sector.
En otras palabras, la pregunta clave es: ¿el estilo de desarrollo de aquella época, limitó o más
bien impulsó el crecimiento de las actividades industriales?
Adelantando nuestra propia posición sobre el tema, diremos que los argumentos tradicionales
que hacen hincapié en la falta de apoyo estatal o en la acción de los intereses
agroexportadores y/o pro-británicos como los elementos principales de obstáculo al desarrollo
industrial son, como máximo, parte de la explicación, pero pierden de vista otros factores tanto
o más relevantes para entender porqué la expansión de la actividad manufacturera estuvo
concentrada esencialmente en las actividades vinculadas con la exportación de recursos
naturales y en algunas ramas “livianas” -alimentos, bebidas, materiales para construcción, etc.-.
Tradicionalmente, la mayor parte de los analistas del tema (Cortés Conde en sus trabajos de los
años 1960 y comienzos de los años 1970, Di Tella, Ferrer, Ortiz, Dorfman) han señalado que el
limitado avance del sector industrial habría sido consecuencia, básicamente, de la ausencia de
protección estatal. Las tarifas aduaneras, además de ser reducidas, habrían estado determinadas
esencialmente por motivos fiscales, carecían de estabilidad a lo largo del tiempo y en ocasiones
gravaban más fuertemente a los insumos que al producto final -esto ha sido llamado
“proteccionismo al revés” (Cortés Conde, 1971)74-. Así, siguiendo a Di Tella y Zymelman (1967),
por lo menos desde 1914 se habría producido una “gran demora” en adoptar una política
adecuada en materia de protección al sector industrial, demora que sería una de las causantes, en
esta línea de interpretación, de la gravedad que asumió la crisis de 1929 en Argentina.
74
. Cabe señalar que la idea de que habría existido un “proteccionismo al revés” no puede ser aplicada
generalizadamente, ya que no ha podido ser probada para el caso de la industria textil (Díaz Alejandro, 1975).
87
sector financiero a los sectores vinculados a la actividad exportadora75,76; iii) la debilidad de la
burguesía industrial (entre otras razones porque, según vimos antes, el grueso de sus
miembros era de origen extranjero). En síntesis, habría existido una contradicción entre el
desarrollo industrial y los intereses ligados a las actividades predominantes de la época.
Ha sido común, además, que los autores que señalan la incapacidad de las políticas públicas
para brindar un suficiente grado de apoyo o protección para que el sector industrial pudiera
afianzarse destaquen el contraste con los casos de Australia o Canadá, por ejemplo, donde,
siempre según estas opiniones, esa protección a la industria doméstica sí existió (Diéguez,
1969; Solberg, 198177) -sobre esto volveremos más abajo-.
También se ha hecho la comparación con Australia y Canadá en cuanto a la acción del Estado
para fomentar la creación de una capacidad de entrepreneurship en el sector industrial
(Fogarty, 1985). Armstrong (1985) destaca que en ambos países se formaron ya en las
primeras décadas de este siglo conglomerados industriales con un elevado grado de
integración vertical y que ya habían superado la fase de control familiar, para pasar a
convertirse en firmas corporativas. En ambos países, el Estado habría tenido un papel importante
en la formación de estos conglomerados, una diferencia más con lo ocurrido en Argentina.
En contraste, a partir de los trabajos de Díaz Alejandro (y luego de otros autores, como Cortés
Conde -en sus estudios más recientes- y Gallo), surge la idea de que no habría habido
contradicción entre la expansión del sector agropecuario y el desarrollo industrial. En la
formulación original de Díaz Alejandro, este argumento deriva, en esencia, de la teoría del bien
primario exportable (staple theory)78. Según esta línea de razonamiento, en este período el
aumento de la demanda doméstica, resultado del desarrollo del sector agropecuario, habría
sido la variable clave para explicar el avance de la industrialización. Además, para Díaz
Alejandro, el desarrollo del sector primario impulsó el surgimiento de eslabonamientos hacia
adelante y atrás a partir de sus materias primas. Por ejemplo, el quebracho y la extracción de
petróleo se eslabonaron con las industrias químicas (para exportación) y de refinación de
petróleo (para el mercado interno). Lo mismo ocurrió con los cueros, la lana (lavaderos y
tejidos), las oleaginosas, etc.79. La industria de implementos agrícolas también se ve
75
. Esto pese a que algunas figuras políticas prominentes, como Carlos Pellegrini, insistieron en la necesidad de
que los bancos oficiales, como el Nacional, aumentaran sus créditos para el sector industrial.
76
. En Australia y Canadá la situación no habría sido muy diferente en lo que a orientación del crédito respecta (Armstrong, 1985).
77
. Como ya señalamos previamente, ha sido habitual que en estas comparaciones se destaque la diferente
composición de la clase dominante en cada país, y esencialmente el hecho de que ni en Australia ni en Canadá el
poder político haya estado en manos del sector terrateniente.
78
. La staple theory surgió y evolucionó entre los economistas canadienses. W. A. Mackintosh fue el primero en
sugerir la idea de que determinadas economías (el argumento se aplicó primero al caso canadiense, y luego se
extendió a otros países de “asentamiento reciente”) han crecido sobre la base de un producto de exportación
principal (o sucesivos productos de exportación) que se beneficia por la existencia de ventajas comparativas a nivel
internacional. El desarrollo económico sería, entonces, un proceso cuyas características están determinadas, en lo
esencial, por el tipo de bienes primarios que el país exporta en distintos momentos del tiempo. Esta idea fue luego
fue retomada por economistas como Harold Innis (en una versión más pesimista, sugiriendo la posibilidad de que
la especialización en un bien primario exportable cree una suerte de “trampa” que impida el desarrollo autónomo y
la profundización del grado de industrialización de un país) y H. Aitken, entre otros. En su versión actual, esta teoría
sugiere que no sólo los patrones de desarrollo, sino también la organización institucional de ciertos países, han estado
determinadas por las exportaciones de materias primas, cuya demanda es exógena.
79
. Un hecho interesante es el surgimiento de un eslabonamiento “cultural”, a partir del importante desarrollo de la
ciudad de Buenos Aires en ese plano, lo cual dio lugar al nacimiento de una industria gráfica y editorial, que incluso
llegó a realizar exportaciones significativas (Díaz Alejandro, 1975).
88
estimulada en este período, y ya hacia 1910 1/3 de las necesidades locales pudo ser
abastecida por la industria nacional (CEPAL, 1958)80. En tanto, la construcción dio también
impulso a sectores como madera, piedra, cerámica, etc. Villanueva (1972), a su vez, destaca
la formación de pequeños talleres de reparación, así como de firmas locales proveedoras
alrededor de las inversiones extranjeras en el sector manufacturero a partir de los años 1920.
Estos autores, por otro lado, están lejos de adscribir a la idea de que en esta etapa no hubo
protección para la industria local82. Uno de los primeros trabajos en esta línea fue el de Díaz
Alejandro (1975), quien, si bien reconoce que no hubo una política amplia de industrialización,
los aranceles, al menos entre 1900 y 1940, estuvieron en niveles que suministraban una eficaz
protección a un gran número de actividades manufactureras. Gallo (1998), en tanto, afirma
que entre 1870 y 1914 proliferaron las leyes proteccionistas (1876, 1883, 1887, 1891, 1905).
En el mismo sentido, Guy (1979), opina que hacia fines de siglo pasado la Argentina fue uno de
los primeros países del continente en avanzar hacia la ISI con apoyo del gobierno (tarifas
proteccionistas y facilidades para la importación de maquinarias y tecnología), aunque sus
ejemplos corresponden a industrias tradicionales (agroindustrias, bebidas, zapatos, cigarrillos,
etc.). Más recientemente, Rocchi (1998) ha mostrado que la actitud del Estado hacia la
industria en este período no puede ser analizada en términos de librecambio vs.
proteccionismo, sino en función de actitudes más pragmáticas que el Estado argentino fue
asumiendo según las circunstancias históricas y las presiones contrapuestas de los distintos
grupos sociales.
En el mismo sentido, cabe recomendar la lectura de los datos de Maddison (1992), quien en una
comparación internacional de aranceles para 1913 y 1925 incluye a la Argentina entre los
países “fuertemente proteccionistas”. Si bien seguramente los datos presentados en el cuadro
II-23 adolecen de varios problemas, de todos modos parecen avalar la presunción de que en la
Argentina existían barreras tarifarias relativamente significativas en esta etapa.
89
gravámenes a la exportación para resolver sus problemas fiscales, y aspiraba a que se
desarrollara localmente una industria textil que empleara las materias primas que resultaba difícil
colocar en el exterior por la crisis de sobreproducción por la que atravesaba el sector a nivel
mundial.
En cuanto a la comparación con Australia o Canadá, algunos autores han puesto en duda no sólo
que fuera la política proteccionista la principal causa de la mejor performance industrial de aquellos
países83, sino incluso el propio hecho de que las tarifas para el sector manufacturero fueran
inferiores en Argentina vis a vis dichos casos. Díaz Alejandro (1975) fue el primero en señalar que
las tarifas argentinas eran similares a las australianas y mayores que las canadienses y
europeas84.
Según Cortes Conde (1985), la diferencia esencial entre Argentina y Canadá no fue el
proteccionismo, sino que en Canadá las nuevas industrias estaban destinadas a los mercados
externos (la cercanía del enorme mercado estadounidense habría sido un elemento muy
favorable en este sentido), mientras que en Argentina el sector manufacturero -con algunas
excepciones- se orientaba esencialmente al mercado local. Esto habría tenido grandes
consecuencias en términos de escala, eficiencia, inversiones, tecnología, etc.
También se ha señalado que Australia y Canadá contaban con recursos que facilitaron su
desarrollo industrial y de los cuales se carecía en Argentina (minería en ambos países y
energía hidroeléctrica en Canadá). Vitelli (1999) ha destacado correctamente que la ausencia
de minerales metalíferos y combustibles -en particular, hierro y carbón-, desalentó la
implantación en Argentina de industrias modernas, considerando el papel clave que jugaban
ambos elementos en el paradigma tecnológico vigente en aquel momento. También para Gallo
(1998), el principal problema de la industrialización argentina fue la falta de hierro y carbón.
La ausencia de minería en Argentina puede haber tenido otras consecuencias negativas. Así,
tanto Díaz Alejandro (1985) como Fogarty (1977) destacan que el desarrollo del sector minero
en Australia contribuyó a generar interés en las actividades científico-tecnológicas85. Fogarty, en
particular, señala que la minería en Australia fue funcional para adquirir especializaciones
técnicas asociadas al trabajo con metales, el mantenimiento de maquinarias, etc. Destaca
explícitamente, asimismo, que la falta de minería en Argentina es indicativa de que su base
tecnológica no fuese tan diversificada en 1920 como su contrapartida australiana, donde a
partir de dicho sector se crearon escuelas técnicas, departamentos de metalurgia e ingeniería
83
Esto ha sido señalado, por ejemplo, por Gallo (1979), quien argumenta que la protección no jugó un rol tan
importante en la industrialización australiana como el que muchos le adjudican. Asimismo, algunos autores
canadienses no parecen tan seguros de que la protección tarifaria implementada en Canadá a partir de la llamada
National Policy en 1879 fuera causante primordial del desarrollo manufacturero en aquel país. Otros observadores
han destacado que en Canadá la política arancelaria, al igual que en Argentina, habría estado definida
esencialmente por motivos fiscales. Lo mismo habría ocurrido en el caso de Brasil, donde ya se aplicaban altos
aranceles desde las últimas décadas del siglo pasado (Schwartzman, 1973).
84
. O’Connell (1984) destaca algunos problemas que podrían existir con la medición de los aranceles argentinos.
Por ejemplo, sí se comparan solamente los bienes que contaban con protección arancelaria, el nivel tarifario pasa a
ser menor en Argentina que en Australia (por la mayor cobertura del arancel argentino). Por otro lado, destaca que
la protección efectiva era menor en el caso argentino ya que las materias primas industriales estaban exentas de
aranceles en países como Australia y Canadá y por el mencionado problema del proteccionismo “al revés”.
85
. También es interesante constatar que en Canadá los primeros laboratorios públicos aparecieron en 1842, con la
creación del Geological Survey, dedicado a la localización y evaluación de minas, bosques y cursos de agua.
90
minera en las Universidades, etc.86. Di Tella (1985) señala también el contraste de Argentina
con Australia, Canadá y Sudáfrica, en términos de disponibilidad de minerales, argumentando
que los minerales son un recurso no renovable, y por lo tanto su explotación induce la
búsqueda de nuevas fuentes, al contrario de lo que ocurre en el sector agropecuario. Esto,
para Di Tella, favoreció el pasaje en los otros países a un proceso de “innovation based growth”, lo
cual resultó imposible en la Argentina, donde esa tradición de “búsqueda” no existía.
Cuadro II-23
Niveles arancelarios medios. 1913 y 1925
1913 1925
Países de libre comercio
Reino Unido 0 3
Holanda 2,5 4
China 4 8,5
India 3,5 13,5
Indonesia 5,5 9
En este sentido, cabría destacar que la ausencia de minería en Argentina podría deberse, en
alguna medida, a la falta de un marco institucional propicio y de iniciativas empresarias
consistentes -Cortes Conde (1963) recoge una cita del comentarista del Censo Nacional de
1895 donde se afirmaba que si bien no existía actividad minera, “teniendo mil leguas de montañas
colosales, se sabe que todo eso abunda en el país”87,88-, aunque recientemente autores como
Vitelli (1999) han descartado esta explicación, sugiriendo que la geología no favoreció a la
Argentina en materia de disponibilidad de minerales, y en particular de carbón y hierro.
86
. En Australia se patentaron invenciones que luego fueron difundidas en otros países y se desarrollaron métodos
novedosos para resolver problemas planteados en la explotación minera y en la metalurgia ya desde fines del siglo
pasado. Por esa misma época se creó el Council of the Australian Institute of Mining and Metallurgy, en el cual
participaban los ejecutivos más representativos y los investigadores más importantes dentro del sector (Watson,
1993).
87
. Cabe recordar también que aunque se sabía que la Argentina contaba con petróleo desde 1880, recién comienza
a explotárselo en 1907.
88
. De todos modos, cabe señalar que algún interés en desarrollar la minería parece haber existido de parte de los
gobiernos de la época. Así, en 1885 se crea la Sección Minas, dependiente del Departamento de Obras Públicas.
Esta sección pasó a depender en 1898 del Departamento de Agricultura, reorganizándose en 1904 como Dirección
General de Minas, Geología e Hidrología. A dicha repartición se deben en gran parte los trabajos científicos
destinados a confeccionar el mapa geológico de la República, así como un extenso plan de perforaciones. Fue
precisamente una perforación en busca de agua subterránea la que llevó en 1907 al primer descubrimiento
petrolífero que tendría explotación comercial en el país, en Comodoro Rivadavia (Babini, 1954). También hay que
recordar que Sarmiento instituyó en 1870 un premio de 25000 pesos para quien descubriera una mina de carbón o
hierro económicamente viable, premio que nunca fue otorgado por falta de postulantes adecuados (Vitelli, 1999).
91
Un punto adicional a considerar, poco tratado en la literatura recibida hasta donde la
conocemos nosotros, es el impacto sobre la competitividad del sector manufacturero derivado
del hecho de que la Argentina era, en la comparación internacional, un país de salarios
relativamente elevados. En este sentido, es posible proponer la hipótesis de que dicha
situación resultó un obstáculo para desarrollar industrias trabajo-intensivas -como textiles, por
ejemplo-, mucho más cuando dichas industrias eran "nacientes" en la Argentina.
Por otro lado, algunos autores han señalado algunos aspectos del régimen institucional que,
sin pretenderlo explícitamente, dificultaban el desarrollo del sector industrial. Según Guy
(1982), el derecho comercial era uno de dichos aspectos ya que, por ejemplo, se planteaban
restricciones para el desarrollo de las sociedades por acciones, que perjudicaban
especialmente a las firmas no exportadoras y a las iniciativas de alto riesgo. También existían
disposiciones del Código Civil que obstaculizaban el acceso al crédito. Este cuadro
institucional llevó, según Guy, a que fuera difícil obtener financiamiento para empresas
industriales y contribuye a explicar porqué una parte importante de dichas empresas, en
particular las de gran tamaño, eran de propiedad o tenían participación de los ya mencionados
grupos de la elite como Tornquist o Bunge y Born.
Hay que considerar también la visión que tenía la sociedad en general acerca del sector
industrial. En este sentido, hay consenso en que la producción manufacturera local no tenía
una "buena imagen". Por ejemplo, Guy (1982) hace mención a una famosa novela de la
época, titulada “La Bolsa”, donde el centro de la trama se vincula con una estafa en el
mercado de valores vinculada al desarrollo de un proyecto industrial. Probablemente este tipo
de ideas se relacione con la cuestión de las llamadas industrias “artificiales” y con la idea de
que la Argentina debía concentrarse en aquellas actividades directamente ligadas al sector
agropecuario, así como también con la desconfianza hacia las sociedades de carácter
impersonal (lo cual llevó a que el movimiento bursátil fuera relativamente reducido).
Por otro lado, la manufactura local tenía mala reputación entre los consumidores. Era común el
“pirateo” de marcas extranjeras. Asimismo, se percibía a los productores industriales como
entidades “superfluas”, que contribuían a elevar el costo de vida (Guy, 1982). En general, la
producción local era sinónimo de baja calidad y oferta monopólica (tal es así que algunos
fabricantes presentaban sus productos como importados para venderlos en mejores
condiciones). En este sentido, también hay que considerar el peso de las pautas de consumo
que traían consigo los inmigrantes europeos.
Un hecho significativo es que el argumento de que la industria local era causante de aumentos
en el costo de vida habría sido el motivo de la resistencia de los partidos opositores (la Unión
Cívica Radical que expresaba, en general, a los sectores medios y el Partido Socialista, que
representaba a la incipiente clase obrera) a la sanción de aranceles proteccionistas elevados89.
En este sentido, es interesante la observación de Schwartzman (1973), quien destaca que
para algunos autores, como Diéguez, la existencia de un movimiento obrero fuerte y un partido
organizado de la clase obrera favorecieron el desarrollo industrial en Australia90, mientras que
89
. Gallo (1998) advierte que hacia comienzos de siglo la mayor parte de la opinión pública opinaba que el nivel de
las tarifas arancelarias era excesivo.
90
. En un sentido similar, Díaz Alejandro (1985) señala que en Australia existió una fuerte clase trabajadora que, en
coalición con los empresarios no rurales, creó una alianza dominante más diversificada y más dependiente de la
92
otros analistas, como Gallo, argumentan que la existencia de esos factores en Argentina fue
justamente uno de los principales obstáculos al avance del sector manufacturero91.
Schwartzman se inclina más bien por este segundo argumento, y apunta que en Brasil se
daba la misma situación, por lo que los industriales de aquel país no hicieron alianzas con los
grupos “progresistas” de la sociedad, sino con los terratenientes.
En este sentido, es sugerente que la etapa que Di Tella y Zymelman califican como de "la gran
demora" en impulsar una política de protección para el sector industrial haya coincidido
enteramente con los tres períodos de gobierno de la Unión Cívica Radical: “el carácter popular
del radicalismo y su falta de conexión con los intereses industriales ... lo lleva a ... adoptar un
punto de vista esencialmente liberal y distribucionista” (Cornblit, 1967, p. 684). También es
interesante recordar que Cornblit (1967) ha sugerido que en el Partido Radical predominaba
una actitud “anti-extranjera”, que dificultaba la cooperación con un sector manufacturero que,
como vimos, estaba mayoritariamente compuesto por inmigrantes.
Finalmente, Bagú (1961) señala que el sistema de valores de la época tendía a quitar a las
actividades secundaria y terciaria todo estímulo que no fuera el del lucro (ello facilitó, por otro
lado, que los inmigrantes se incorporaran a esas actividades).
Ahora bien, este conjunto de argumentos no apunta a negar ni el hecho de que el avance del
sector manufacturero estaba limitado esencialmente a ramas “livianas”, ni tampoco que con
otras políticas gubernamentales se hubiera podido impulsar un desarrollo cualitativamente más
significativo de la industria local, tanto en el plano de la eficiencia microeconómica como del
patrón de especialización.
En este sentido, la cuestión de las políticas industriales involucra una discusión más compleja
que el simple dilema “protección” versus “no protección”. Por ejemplo, Diéguez (1969) apunta
que en Australia la política arancelaria tenía un carácter selectivo, y se basaba en estudios
comparativos de costos y productividad con la oferta importada 92. Así, por ejemplo, en los años
1920 la protección para la fabricación local de baterías para automotores se basó en el
compromiso de las fábricas locales favorecidas de conseguir antes de un año un precio inferior
al vigente en el mercado de productos importados antes del cierre de las importaciones.
Diéguez también destaca la existencia de política activas para presionar a empresas
extranjeras a instalarse en el país con instalaciones productivas93.
En contraste, Schvarzer (1996) ha observado que los sucesivos gobiernos argentinos de aquel
momento protegieron a las industrias locales con garantías de ganancias, créditos, subsidios y
aranceles, pero señala que ese apoyo se daba a quien tuviera poder de lobby94 -la influencia
93
de los empresarios industriales sobre el Congreso y el Ejecutivo argentinos en búsqueda de
protección tarifaria ha sido bien descripta por Rocchi (1998)- y siempre y cuando las
inversiones proyectadas no interfirieran en la relación con Gran Bretaña (esto es, no ocuparan
industrias en donde dicho país estuviera interesado en mantener su cuota de abastecimiento al
mercado argentino). Schvarzer precisa, además, que no es correcto afirmar que se protegieran las
"industrias naturales" si por esto se entiende que lo eran porque procesaban materias primas
localmente disponibles. Por el contrario, destaca como muchas de las industrias protegidas
consumían esencialmente materias primas importadas. En su opinión, se carecía de una política
arancelaria coherente y estable a lo largo del tiempo e imperaban la corrupción y el favoritismo.
Veremos que este tipo de contraste entre políticas formalmente similares pero que en la
práctica son instrumentadas de modo muy diferente -y tienen consecuencias prácticas también
muy diferentes- se va a volver a verificar en la fase de la ISI, cuando la Argentina nuevamente
se va a destacar por aplicar de manera poco apropiada algunos instrumentos de política que
en otros países entregaron mejores resultados (sobre esto volveremos en el capítulo
siguiente).
iv) se configuró una desigual distribución regional de la actividad industrial, aunque algunas
manufacturas regionales -vino, azucar, etc.- alcanzaron un desarrollo significativo en esta
etapa;
v) en la mayor parte de este período existió una cierta voluntad de protección y apoyo del
sector estatal hacia el sector industrial pero esencialmente sujeta a favoritismos y
discrecionalidad, fuertemente atada a consideraciones fiscales y sin criterios de selectividad;
vi) las dificultades para el progreso del sector industrial no sólo provinieron de la errática
política oficial, sino de factores institucionales y sociales más profundos, que incluso hacen
que los sectores medios sean, en gran medida, tan poco a aún menos proclives a promover el
progreso de la industrialización que los gobiernos conservadores vinculados al grupo
terrateniente;
94
vii) asimismo, las transformaciones ocurridas a nivel de los paradigmas tecno-económicos
vigentes impactaron negativamente sobre las posibilidades de progreso de la industrialización
en el país, tanto por la falta de recursos minerales, como por el limitado tamaño de la demanda
doméstica y el subdesarrollo del mercado de capitales;
ix) los niveles relativamente elevados de los salarios medios en la Argentina probablemente
indujeron, por un lado, una intensificación del proceso de mecanización en el sector industrial
y, por otro, complicaron el desarrollo de industrias "nacientes" de carácter trabajo-intensivo.
Albornoz (1990) no duda en afirmar que durante la segunda mitad del siglo XIX existió una
política científica explícita en la Argentina. En aquel momento, varios de los principales
pensadores y figuras políticas expresaban su preocupación por la falta de desarrollo científico
del país, preocupación que encontró eco en los sucesivos gobiernos que adoptaron distintas
medidas para "implantar" la investigación científica en la Argentina. Albornoz va más allá aún,
al afirmar que durante la segunda mitad del siglo pasado "la ciencia ocupaba un espacio en el
corazón del proyecto político hegemónico" (p. 176).
Sin embargo, Albornoz señala que las ideas de la clase gobernante de la época sobre el papel
de la ciencia en la sociedad se basaban en un "positivismo ingenuo", que conducía a
identificar, linealmente, ciencia con progreso. Esto llevó a que no hubiera claridad respecto a las
formas de operacionalizar los propósitos esencialmente políticos que tenía dicha clase para
promover las actividades científicas en el país, y traducirlos en una política coherente y efectiva.
Por otro lado, dado que la ciencia argentina nació vinculada estrechamente a un proyecto
político específico, que se legitimaba bajo el ideal del "progreso", su desarrollo inicial,
evidentemente, tuvo poco que ver, en forma directa, con la economía (Albornoz, 1996). De
95
este modo, la tutela de las actividades científicas que ejercía el Estado nacional se amparó,
fundamentalmente, en nombre de la “cultura”.
Montserrat (1993) plantea una cuestión muy interesante respecto de las razones que llevaron
a Sarmiento a impulsar el desarrollo científico en el país. Para dicho autor, se trata de un
componente de la admiración que, globalmente, Sarmiento sentía por los Estados Unidos. En
esto entran tanto el modelo institucional y social de aquel país, como su sistema de valores
ejemplificado en la figura de Franklin, quien Weber ya había usado profusamente como
símbolo de lo que denominó “ética capitalista” (Weber, 1955). Dentro de este ideario general
habría que inscribir no sólo la intención de hacer ingresar la ciencia en el país, sino también el
impulso que Sarmiento pretendió darle a la educación, como medio de transformación social.
Lo significativo que refleja Montserrat es el repetido encono que suscitaron las ideas
sarmientinas en aquella época, en particular por su énfasis en importar las ideas americanas
en desmedro de las europeas, defendidas por la mayor parte de la elite de aquel momento
(Montserrat cita varias diatribas del diario La Nación, que argumentaba que los científicos
europeos eran superiores a los americanos, que “los imitaban mal”). Esto no deja de ser
interesante, considerando que por aquella época los EE.UU. incubaban su futuro liderazgo
científico-tecnológico a nivel mundial, hecho que probablemente advertía Sarmiento mas no
sus críticos.
Volviendo a los pasos iniciales de la política científica en el país, en esta fase aparecen los
primeros institutos científicos en función, primordialmente, de las necesidades que planteaban
la integración nacional, la expansión territorial y la delimitación de fronteras (Servicio
Meteorológico Nacional, 1872; Servicios de Hidrografía Naval, 1879; Instituto Geográfico Militar,
1879). Entre 1865 y 1875 también se fundaron la Academia de Ciencias de Buenos Aires y la
Sociedad Científica Argentina (Oszlak, 1976)96. Ya a comienzos del siglo XX se crean otras
instituciones científicas en el ámbito del sector estatal; por ejemplo, el Instituto de Bacteriorología
del Departamento Nacional de Higiene, luego llamado Carlos Malbrán (Estebanez, 1996)97.
95
. Sobre la intensa tarea de atracción de científicos extranjeros llevada adelante por el gobierno de Sarmiento y sus
sucesores, véase el detallado trabajo de Babini (1954).
96
. La Sociedad Científica Argentina organizó en 1875 un concurso de memorias y trabajos para promover el
adelanto de las ciencias y su aplicación a la industria nacional, en especial mediante la utilización de materias
primas nacionales. El concurso fue acompañado por una exposición industrial que fue una de las primeras
muestras de ese tipo realizadas en el país. Este concurso-exposición, que se repitió en 1876, motivó la creación del
Club Industrial Argentino, institución que tomó a su cargo la organización de esas muestras a partir de 1876
(Babini, 1954). Este tipo de iniciativas de vinculación entre CyT y sector industrial no proliferaron, sin embargo, en la
historia posterior del país.
97
. En ciertas regiones del interior del país también existía un fuerte interés por las actividades científicas. En este sentido,
cabe citar el caso de Tucumán, cuya clase dirigente promovió diversas iniciativas en ese plano, incluyendo la realización
96
Asimismo, hacia fines del siglo pasado y comienzos del actual, se establecieron los primeros
laboratorios de reparticiones estatales, por ejemplo, el de ensayo de materiales de Obras
Sanitarias de la Nación, instalado entre 1901 y 1903, coincidiendo con el proceso de
expansión urbana (Oszlak, 1976).
De todos modos, se puede afirmar que la investigación científica se hubo de desarrollar, al menos
hasta la década de 1950, en el marco institucional de la Universidad pública (Myers, 1992). De
hecho, hasta el corriente siglo era la Universidad de Buenos Aires (UBA) el único centro de
importancia en materia de actividades de I&D. Ya en 1865 se había fundado el Departamento
de Ciencias Exactas, que se convirtió en Facultad en 1874 y en 1891 adoptó el nombre de
Ciencias Exactas, Físicas y Naturales -aunque esta última fue, hasta bien avanzado este siglo,
esencialmente una facultad de ingeniería98,99-. Hasta los años 1940, ésta, junto con la Facultad
de Medicina100, serían los ejes de la actividad científica dentro del ámbito de la UBA.
Sin embargo, el modelo universitario vigente hasta la Reforma de 1918 -cuerpos vitalicios de
gobierno académico, ausencia de profesores con dedicación exclusiva, sueldos inadecuados,
etc.- tuvo, entre otras consecuencias, un claro relegamiento de las actividades de
investigación. En estas condiciones, la docencia era más una cuestión de "prestigio" que una
actividad científica. Si bien el régimen docente y de gobierno universitario fueron modificados
luego de la Reforma, las antiguas modalidades continuaron ejerciendo su influencia sobre el
desarrollo ulterior de las actividades de investigación (Myers, 1992). En este contexto, no
sorprende la observación de Babini (1954) según el cual la investigación tuvo grandes
dificultades para arraigar en territorio argentino, especialmente en lo que hace a las ahora
llamadas "ciencias duras".
En particular, como consecuencia del predominio, en una primera etapa absoluto, de docentes
con dedicación parcial, y de los bajos sueldos que abonaba la Universidad, se plasmó "una
imagen de la docencia terciaria como una actividad supernumeraria apéndice a otras más
importantes o más serias"; para el profesor universitario "las actividades intelectuales
dependientes de su función como docente contribuían al prestigio profesional y redituaban el
ejercicio privado de la profesión, terminando por ser consideradas casi un esparcimiento; o en el
mejor de los casos, una responsabilidad social del profesional, una tarea civilizatoria" (Myers,
1992, p. 93).
97
facultades en donde se dictaban materias científicas eran esencialmente escuelas
profesionales.
La persistencia de esta herencia fue tan fuerte que en los años 1970 un observador podía afirmar
que la Universidad había asumido, a lo largo de casi toda su historia, un carácter profesionalista,
que, salvo algunas excepciones, la investigación allí realizada había sido anárquica, creadora de
prestigio individual y desarraigada de las necesidades nacionales, y que el ejercicio de la función
docente había sido siempre “catedrático: verbalista, profesoral, masivo y aislado” (Azcoaga, 1974).
De todos modos, hay que señalar algunos momentos en este período de la historia argentina
en los cuales se produjo un cierto impulso hacia una mayor presencia de la investigación
dentro del sistema universitario. Uno de ellos es la creación de la Universidad de La Plata, la
cual desde su nacionalización en 1905 fue reorganizada como universidad científica sobre la
base del modelo alemán (humboldtiano), con fuerte énfasis en la investigación, bajo la
inspiración de Joaquín V. Gonzalez. El Instituto de Física de esa universidad alcanzó
importancia internacional entre 1909 y 1925 (Myers, 1992). Asimismo, el triunfo de Bernardo
Houssay en el concurso de la cátedra de Fisiología en la UBA en 1919, con un programa
centrado en el papel de la investigación en la universidad, también fue un hito simbólico
importante, ya que daba inicio a un proceso que fue ganando nuevos espacios con
posterioridad (Buch, 1994).
Fue justamente en el campo de la medicina donde la UBA contó con los primeros institutos de
investigación, ya a fines del siglo pasado. En 1919 esta tendencia recibió su consagración
institucional con la creación del Instituto de Fisiología, impulsado por Houssay, quien ya en su
tesis doctoral de 1911 abogaba por la promoción estatal de las actividades científicas. En el
Instituto de Fisiología aparecían algunos de los elementos básicos que son precondición de
toda actividad científica; por ejemplo, la dedicación exclusiva del investigador-docente. De ahí
en más, se crearían una serie de nuevos institutos universitarios de investigación, siguiendo el
modelo del Instituto de Fisiología. En la química -otra área que luego ocuparía un lugar
importante en el complejo de CyT - también se siguió más o menos rápidamente el mismo modelo.
En otros casos, en cambio (física o matemática por ejemplo), la "institucionalización" procedió más
bien por el impulso del "factor humano", esto es, investigadores que con su iniciativa llevaron a
la formación de algunos, escasos, grupos de investigación de alto nivel (Myers, 1992).
En este punto, vale la pena detenerse un poco en el pensamiento de Houssay, quien no sólo
juega un papel clave en esta época, sino también en el período siguiente, especialmente al
momento de crearse el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas
(CONICET) en 1958.
Por un lado, Houssay impulsó una serie de transformaciones que consideraba, con razón,
como exigencias básicas de cualquier proceso de "institucionalización" y de desarrollo de una
comunidad científica en la Argentina: dedicación exclusiva de los investigadores, salarios
razonables, becas de investigación, creación de institutos específicos, etc.
Al mismo tiempo, Houssay concebía a la ciencia como una suerte de "madre" de todo progreso
humano y social. La ciencia, entonces, sería, como señala Albornoz (1990), una actividad
esencialmente "bienhechora", condición que se extendería a quienes la practican, quienes
98
pasarían, por ende, a integrar una categoría diferente a la del resto de los habitantes de la
sociedad. De aquí al aislamiento de la comunidad científica del resto de la sociedad hay un
pequeño paso. Esta concepción, como veremos luego, influye aún hasta hoy en el "espíritu"
de los investigadores locales. Al mismo tiempo, abre la puerta a otra idea persistente en la
comunidad científica argentina: los investigadores serían los únicos autorizados a decidir sobre
el destino de los recursos que les asigna el Estado; por tanto, sólo ellos serían capaces de
opinar sobre la situación de la ciencia y la relevancia de las distintas líneas de investigación.
Por otro lado, siguiendo a Buch (1997), para Houssay la ciencia era un instrumento para hacer
de la Argentina un país moderno. Este objetivo adquiriría, en su pensamiento, un carácter
"misionario" y cuasi-religioso. Así, en sus propias palabras "... la Misión y Responsabilidad del
Investigador Científico ... ya no pide hombres sino superhombres. Para mencionar sólo las
cualidades que debe tener el investigador (ya no la misión, ni las responsabilidades, ni las
condiciones del investigador) podemos enumerar: vocación auténtica, idealismo, desinterés,
dedicación constante, generosidad, libertad intelectual, espíritu de investigación, imaginación
creadora, inteligencia clara, capacidad de síntesis, sentido de la responsabilidad, modestia,
concentración, laboriosidad, un mínimo de velocidad, estar informado, ser entusiasta, ser
optimista, tener iniciativa, ser profundo en el trabajo, etc., etc., etc. Y hay que admitir que, si
algún defecto existe en el investigador, es porque no se trata de un verdadero investigador
sino de un pseudo-investigador”. La ciencia se transforma, así, en un apostolado, una misión
que adquiere rasgos escatológicos: "No se si será en 10, 50, 100 ó 500 años, pero espero que
el día llegará en que la América Latina sea centro vigoroso de investigación científica original,
siempre que los hombres de hoy y los de mañana luchemos vigorosamente, con el máximo de
nuestras fuerzas, para conseguirlo" (citado en Buch, 1997).
Es interesante señalar que, a partir de este tipo de pensamiento, se constituye una suerte de
paradoja en el pensamiento de Houssay. Por un lado, rechaza la "aplicabilidad" como
horizonte de la práctica científica. Al mismo tiempo, se ve obligado a destacar la utilidad
"macrosocial" de la ciencia, como forma de presionar para que se aumente el apoyo a la
investigación (Buch, 1997). Ya que Houssay tuvo una influencia determinante sobre la
formación del “imaginario” de la ciencia en la Argentina, no es extraño que esta paradoja
continúe vigente en el pensamiento de una gran parte de los científicos locales.
99
Consecuentemente, la masividad de las universidades argentinas post-reforma, en un
contexto de recursos escasos, derivó en un modo de funcionamiento inapropiado para los
objetivos de investigación científica. En particular, se creó una estructura de contratación que,
dados los bajos salarios, imposibilitó la dedicación exclusiva a la universidad. Se frenó así la
posibilidad de formar una comunidad universitaria dedicada simultáneamente a la docencia y la
investigación.
Otro tema clave es que ya en esta etapa se percibe la desvinculación entre investigación
científica y sector productivo. Así, en 1919, uno de los impulsores de los estudios de Ingeniería
Química en el país, Horacio Damianovich, lamentaba el “distanciamiento que existía entre los
hombres de ciencia y los industriales argentinos y puso como ejemplo los notables adelantos
logrados por la industria química francesa, alemana y norteamericana, donde esos dos grupos
trabajan al unísono”; asimismo, sostenía que debía olvidarse “el error bastante difundido de
que las teorías científicas sólo sirven para divertir a los sabios” (Benvenuto, 1996, p. 4).
Sólo para dar una idea de lo que por aquel entonces ocurría en otras partes del mundo, cabe
señalar que hasta fines de siglo pasado los ingenieros industriales y agrónomos, así como los
científicos de las universidades americanas “estaban bajo una continua presión para
demostrar los beneficios prácticos de sus esfuerzos” (Nelson y Wright, 1992, p. 1942). Las
áreas en donde los EE.UU. mostraban fortaleza en materia de ciencia aplicada -geología,
química industrial- estaban vinculadas a intereses económicos específicos. Será recién en el
nuevo siglo cuando comience a formarse la idea de que los EE.UU. debían contar con una
investigación científica de primer nivel mundial independientemente de los requerimientos del
sector productivo, aunque la cooperación Universidad-empresas siguió siendo una constante
en la historia de aquel país.
100
b) La política tecnológica y la incorporación de tecnología en los sectores productivos
i) El sector agropecuario
El Estado cumplió con tres funciones esenciales para facilitar estos procesos de modernización.
Por un lado, brindó condiciones institucionales básicas tales como garantizar el respeto a los
derechos de propiedad o asegurar una cierta previsibilidad en materia de políticas para el sector
agropecuario. Por otro, no introdujo obstáculos para que los productores locales pudieran
incorporar desde el exterior los bienes de capital y las tecnologías que consideraran
necesarias. Finalmente, alentó la llegada de inmigrantes europeos, muchos de los cuales
101
. Newland (1996) no parece ser de la misma opinión. Así, entre las innovaciones técnicas que incrementaron la
productividad del sector ganadero en esta etapa, cita: i) la mejor conservación de los cueros secos desde 1816, por
la aplicación de arsénico; ii) el invento de un dispositivo que redujo el costo de manutención del ganado en tiempos
de sequía o en campos sin aguadas naturales permanentes (un balde, aparecido en 1820, que permitía extraer
agua de pozo con la mitad de los trabajadores habituales); iii) allí donde el medio lo permitía, como en Entre Ríos,
la construcción de aguadas artificiales, mediante tajamares; iv) el sector de los saladeros incrementó su
productividad con el uso de carros sobre rieles para mover las reses y, desde 1830, con el auxilio de tachos
calentados a vapor, que posibilitaron extraer más sebo de los animales (entre 1820 y 1845, estas mejoras permitieron
cuadruplicar la capacidad de procesamiento de los saladeros); v) mediante el cruce de las ovejas criollas pampas, de
lana corta, con las europeas de raza merino se logró un enorme aumento en el rendimiento de las inversiones ovinas; el
proceso, iniciado en 1820 y completado para 1860, condujo a que se duplicara la cantidad de lana obtenida por animal;
vi) la calidad del ganado vacuno exportado en pie mejoró mucho con la expansión de la siembra de alfalfa, que posibilitó
engordar adecuadamente la hacienda antes de llevarla a Bolivia y Chile; vii) hacia 1850 se empezaron a usar prensas de
vapor en algunas estancias de Entre Ríos para comprimir la lana, con el objetivo de reducir el impacto de los fletes.
101
trajeron consigo su experiencia y conocimiento en materia de técnicas agropecuarias (aunque
hay diferentes visiones respecto de la "calidad" del aporte de los inmigrantes en este plano
-ver Barsky y Murmis, 1986-).
Más allá de esto, no jugó ningún papel significativo, ya que, salvo algunas excepciones que
veremos enseguida, no alentó el desarrollo de actividades de investigación, no contribuyó a la
formación de personal y expertos competentes en materia de difusión o generación de
tecnologías, ni realizó tareas de asistencia e información tecnológica para los productores. El
Departamento de Agricultura contó siempre con muy bajos presupuestos, que recién
ascendieron a comienzos del siglo veinte, luego de haberse convertido en Ministerio. Los
servicios de investigación, educación y extensión agropecuaria no guardaban relación con la
importancia que el sector tenía en la economía argentina, hecho del cual, según Díaz
Alejandro (1975) eran responsables tanto el gobierno como los terratenientes. Cabe, de todos
modos, hacer mención a algunas de las contadas iniciativas que se alejaron de este patrón
general:
i) Los concursos impulsados por el Congreso de la Nación en 1868 y 1872 que estipulaban
premios para aquel que inventara el mejor sistema de conservación de carne fresca
-significativamente, ambos tuvieron que ser declarados desiertos- (Giberti, 1986). Si bien entre
1868 y 1882 se patentaron 20 invenciones en la materia, ninguna tuvo aplicabilidad práctica.
ii) Las iniciativas de Sarmiento. Luego de fundar la Quinta Normal en Mendoza, impulsó la
creación del Departamento Nacional de Agricultura en 1871 y de la Quinta Experimental en la
Capital Federal, en 1873 (Barsky et al, 1992).
102
. En cambio, la idea de erigir un ingenio modelo en dicha provincia fracasó (Schvarzer, 1996).
102
de presupuesto -recortado progresivamente luego de 1918-, como en relación a la finalidad a
la cual, según el poder político, debían dedicarse (Auza, 1996).
vi) Las tareas vinculadas a la difusión de semillas. En 1912 se trajo un especialista británico
-Guillermo Backhouse- para realizar pruebas experimentales con semillas de cereales (en
particular trigo). Los objetivos iniciales de la investigación se orientaron a mejorar la calidad
industrial, la sanidad y aumentar los rendimientos unitarios de los cultivos. Razones
presupuestarias hicieron que el contrato debiera terminarse abruptamente, pero Backhouse se
quedó contratado en forma privada. Poco después, en los años 1920 comienzan las tareas de
mejoramiento para producción de híbridos de maíz en la actual Estación Experimental
Agropecuaria Pergamino, con la contratación del científico Thomas Bregger por el Ministerio de
Agricultura, labores que también fueron discontinuadas a poco de iniciadas (Pizarro y
Cascardo, 1991).
De todos modos, cabe señalar que, de acuerdo con Gutiérrez (1991), la contratación de
Backhouse generó algunas externalidades, ya que con él se formaron técnicos (en particular
Buck y Brunini) que luego instalarían las primeras semilleras y estaciones experimentales
privadas del país. Incidentalmente, el forjador de otra de las primeras semilleras argentinas,
Klein, se había formado en Uruguay junto con un especialista europeo contratado por razones
similares a las que impulsaron la llegada de Backhouse a la Argentina. Así, siguiendo a Pizarro
y Cascardo (1991), se puede afirmar que en esta etapa tuvo primacía la investigación en
semillas realizada en el sector privado
Para finalizar con el tema semillas, también hay que destacar que en 1929 se creó el primer
Instituto de Genética de la Facultad de Agronomía y Veterinaria de la UBA, donde se formaron
buena parte de los fitomejoradores argentinos más experimentados (Katz y Bercovich, 1988).
Ha sido habitual contrastar el escaso involucramiento del Estado argentino en el área de las
tecnologías agropecuarias con lo ocurrido en otros países de asentamiento reciente, en donde
el Estado jugó un rol clave en el desarrollo tecnológico del sector103. En Canadá, las primeras
actividades públicas de investigación en el sector agrícola comenzaron en 1859 en la Escuela
de Agricultura de la Universidad de Laval, seguidas por otras similares en la Escuela
Agrícola de Ontario (De Bernardis y Actis, 1999). Luego apareció el llamado Dominion
Experimental Farms, en 1886, destinado a hacer investigación en el sector agrícola. En 1913
103
. Ciertamente -aunque existen diferencias de todo tipo con el caso argentino que hacen inapropiada una
comparación entre ambos países- también debemos mencionar el caso de los EE.UU., cuyo sector agropecuario
conoció un desarrollo altamente significativo en esta época. En dicho país ya en 1862 se había creado un sistema
universitario público, autónomo y descentralizado orientado a contribuir al progreso de la agricultura, al cual se dotó
de grandes extensiones de tierra. Estas escuelas universitarias agrícolas desde el comienzo se orientaron hacia la
investigación básica y aplicada, la educación rural y la extensión (Oteiza, 1992). A su vez, desde 1887 una ley
federal proveyó a cada Estado con fondos para una estación agrícola experimental. En 1914, por otro lado, surge un
importante servicio de extensión manejado sobre bases cooperativas y con apoyo estatal (Nelson y Wright, 1992).
103
se creó un Grain Research Laboratory dentro del Departamento de Industria y Comercio. En
1912 se fundó un Biological Board, que luego se convirtió en el Fisheries Research Board
(Niosi, 2000).
Por otro lado, ya desde mediados del siglo XIX se produjo una significativa difusión de equipos
y técnicas de cultivo en el agro canadiense, y se realizaron esfuerzos de divulgación de
información entre los agricultores. En este sentido, se destaca, entre otros factores, el rol
jugado por las sociedades de agricultores y los programas educacionales implementados en
los años 1840 y 1850, que permitieron a los granjeros aprender sobre nuevas prácticas
culturales. A su vez, las estaciones experimentales desarrollaron y difundieron nuevas
técnicas, así como variedades de semillas que permitían una maduración rápida del trigo -las
investigaciones sobre genética vegetal en el Ministerio de Agricultura fueron iniciadas en 1886
(Nun, 1995)-, factor importante teniendo en cuenta las heladas tempranas en la región de las
praderas (Solberg, 1981). Asimismo, se ha enfatizado el esfuerzo realizado no sólo por el
gobierno, sino también por las asociaciones del sector, para instar a los granjeros a que
conviertan sus instalaciones en “operaciones científicas” (Adelman, 1992). El gobierno también
facilitó herramientas y semillas a los agricultores (Fogarty, 1977 y 1979).
El caso de Australia es también muy ilustrativo. De hecho, al menos dos autores (Fogarty,
1977 y Diéguez, 1969) han argumentado que la diferencia en la evolución del sector rural
entre Argentina y Australia se vincula con las distintas actitudes hacia la cuestión tecnológica.
Fogarty (1979) es aún más explícito, y señala que mucho más que la política de protección a
la industria (que califica de excesiva en el caso australiano), lo que está detrás de las
diferencias de comportamiento de ambas economías, además de que Australia logró
consolidar sus instituciones políticas y captar las demandas de los distintos grupos sociales
más tempranamente, es el hecho de que aquel país tuvo más éxito en incrementar la
productividad del sector exportador al nivel necesario como para compensar los mayores
costos derivados de la protección al sector industrial, éxito que atribuye a la investigación
científica impulsada por el gobierno australiano tempranamente.
Ahora bien, ante la evidencia de que la Argentina no tuvo, al menos hasta 1930, dificultades
competitivas serias en el mercado internacional de productos agropecuarios, cabe preguntarse
cómo pudo ocurrir ello en ausencia de una activa intervención del Estado en el plano
tecnológico. En este sentido, se ha argumentado que el tipo de desarrollo agropecuario
104
adoptado en la Argentina no exigía, por naturaleza, esfuerzos significativos en dicho plano. Por
ejemplo, Sánchez Crespo (1975) señala que en el período de crecimiento agroexportador, la
necesidad e interés por introducir innovaciones tecnológicas resulta muy limitada. Esto se
explicaría porque en las actividades de exportación, las ganancias dependen más bien de la
abundancia y bajo costo del recurso que se explota que de la eficiencia con que se organiza
su explotación. Cornblit et al (1971) afirmaban que la ganadería, al no estar regida por una
lucha intensa por el mercado, no alienta, salvo algunos momentos específicos como la
aparición del frigorífico, la aparición de actitudes innovadoras. A su vez, Taylor (1948) -citado
en Díaz Alejandro (1975)-,señalaba que la explotación agrícola era tan extensiva que casi no
había habido necesidad de ampliar los conocimientos existentes ni de utilizar técnicas más
refinadas: "los bienes se producían a tan bajo costo que el conocimiento de métodos
científicos y el empleo de administración cuidadosa no eran requisitos para el éxito".
Al mismo tiempo, otros autores -como Giberti- han sugerido que la clase terrateniente
argentina careció de voluntad, estímulos y capacidad para emprender actividades de
innovación, las cuales, de haberse concretado, hubieran mejorado la productividad con la que
trabajaba el sector agropecuario. En este sentido, en gran parte de la literatura recibida se
sugiere que los terratenientes habrían realizado fáciles ganancias vía especulación de tierras,
devaluaciones y otros mecanismos, lo cual obviamente no habría impulsado a buscar vías
alternativas -más costosas e inciertas-, tales como la innovación tecnológica o la
modernización productiva.
104
. Además de los cambios tecnológicos propiamente dichos, fueron necesarias también innovaciones institucionales.
Así, se debieron crear reglas vinculadas a la emisión y confiabilidad de los certificados de pedigree, tarea realizada
originariamente por instituciones privadas (primero las asociaciones de criadores, y luego la Sociedad Rural Argentina).
105
avanzados, que a menudo empleaban como administradores a expertos extranjeros, se
difundían luego a otros ganaderos (así como el propio ganado refinado).
Así, cuando el mercado lanar entra en crisis en los años 1860, los ganaderos ligados al sector
se plantean la necesidad de mejorar sus productos (para competir con las lanas australianas y
neozelandesas), para lo cual era necesario refinar el ganado, valorizar la lana exportándola
lavada en lugar de sucia, desarrollar industrias que aprovecharan mejor la lana y los
subproductos del ovino (en 1873 se abre la primer fábrica de paños, cuyos accionistas eran en
buena parte ganaderos) e importar maquinarias para tecnificar la producción (Galleti et al, 1974).
También se ha destacado que la Sociedad Rural siempre estuvo al tanto de los nuevos
métodos y técnicas en uso dentro del sector. Según J. F. Sábato (1981), la Sociedad Rural fue
fundada en 1867 por un grupo de técnicos y estancieros progresistas con el propósito básico
de actuar como foro para difundir conocimientos y mejorar la explotación rural105, y recién en la
década de 1920 se hizo clara su identificación con los "estancieros" y su identidad
“corporativa”. Por su parte, Sesto (en prensa) destaca la existencia de una reducida
105
. Ya en 1870 la Sociedad Rural va a organizar un Instituto Agrícola, estableciendo campos de ensayos, y en 1875
inaugura la primera exposición exclusivamente agrícola-ganadera (Babini, 1954).
106
vanguardia de grandes terratenientes bonaerenses que realizaron múltiples creaciones
adaptativas, así como una "lectura inteligente" de la crisis por la que atravesaba el sector
vacuno hacia mediados del siglo pasado, lo cual llevó a dicho grupo a introducir nuevas
tecnologías en condiciones que, según el autor, eran de "alto riesgo". Aún un autor como
Fogarty (1985), que juzga negativamente lo ocurrido en Argentina durante esta etapa en
materia de tecnologías agropecuarias, señala que si bien los productores ganaderos
mostraron poca capacidad para la innovación “genuina”, se adaptaron creativamente a las
oportunidades internacionales.
¿Qué ocurrió, en tanto, en el sector agrícola? Según Barsky (1988), la difusión de maquinaria
para el sector fue manejada exclusivamente por agentes privados, y especialmente por las
firmas que vendían maquinaria agrícola importada. Otros agentes del cambio tecnológico
fueron las empresas ferroviarias (había pequeñas estaciones experimentales promovidas por
dichas empresas) y los ya mencionados semilleros privados (Barsky, 1993). Estas iniciativas
dieron lugar a un mejoramiento en la calidad de las semillas empleadas en la agricultura
pampeana en esta época, específicamente en el caso del trigo. También había periódicos y
revistas que publicaban artículos sobre nuevos métodos agropecuarios.
Si bien varios trabajos han tratado de mostrar que la mecanización en el sector agrícola era
reducida en comparación con otros países de “asentamiento reciente” (esto lo hace Adelman,
1992, por ejemplo), son varios también quienes afirman que, por el contrario, el nivel de
mecanización era comparable a los estándares internacionales, al menos desde 1910 en
adelante. Así, según Barsky et al (1974) en los años 1920 la agricultura argentina presentaba
algunos índices de mecanización que sólo eran comparables con los correspondientes a los
EE.UU (por ejemplo, en cosechadoras). Se ha señalado, incluso, que la escasez relativa de
mano de obra favoreció la mecanización del sector106. Di Tella y Zymelman (1967), en tanto,
afirman que el nivel de mecanización era satisfactorio en términos internacionales. Fogarty
(1977), por su parte, indica que el grado de mecanización en Argentina era comparable con el
de Australia. Villarroel (1992), a su vez, precisa que no existía brecha tecnológica entre las
explotaciones capitalistas del agro pampeano y las de los países centrales, aunque no se
puede afirmar lo mismo para las unidades familiares de la pampa (volveremos sobre esto más
abajo). Lo mismo hace Díaz Alejandro (1975), quien señala que las prácticas agropecuarias en
la década de 1920 no diferían de las de otros países de asentamiento reciente.
107
como la asistencia en provisión de maquinarias y herramientas por parte del sector público,
podrían haber sido menos necesarias que en otros países donde predominaban cooperativas
y pequeños productores. Puede pensarse, entonces, que los productores argentinos, dado su
mayor tamaño y su posición social, podían acceder tanto al crédito como a la información
relevante y a los recursos humanos necesarios como para desarrollar eficientemente sus
tareas, lo cual no resultaba tan sencillo para los pequeños productores australianos y
canadienses.
Dicho esto, es cierto que la Argentina se vio favorecida con excepcionales condiciones
naturales de fertilidad y climáticas -en este último punto, las ventajas son muy claras en la
comparación con Canadá, por ejemplo-, lo cual también contribuyó a que hubiera una menor
"demanda" por innovaciones en el agro argentino.
Ahora bien, si la combinación “ventajas naturales” + “sector privado capaz de resolver los
problemas tecnológicos que se le presentaban” permitió el desarrollo del sector agropecuario
argentino pese a la ausencia del Estado en el área tecnológica, ello generaría problemas tanto
en la propia etapa agroexportadora como, particularmente, luego de ella:
ii) Se generó una significativa heterogeneidad tecno-productiva al interior del sector: algunos
análisis recientes destacan la cuestión de la heterogeneidad intrasectorial y muestran que los
problemas de productividad, climáticos, fitosanitarios, etc., afectaban en particular a los
108
pequeños productores rurales. En contraste, habría existido un conjunto de explotaciones,
generalmente de gran tamaño, en donde se realizaban inversiones destinadas a disminuir o
contrarrestar los efectos nocivos del clima, había un uso eficiente del recurso tierra y se
usaban tecnologías y prácticas análogas a los estándares internacionales, lográndose
rendimientos similares o superiores a las de las tierras europeas en donde se practicaba una
agricultura intensiva, y también a las tierras estadounidenses (Villarroel, 1992).
iii) Se dificultó el paso a la agricultura science-based luego de 1930: las ventajas naturales podrían
haberse transformado en una herencia negativa a la hora de pasar a una etapa en donde la
agricultura se iba a hacer cada vez más dependiente de innovaciones tecnológicas tanto
mecánicas como químicas. Fogarty (1977), por ejemplo, señala que en Australia ya a fines del
siglo XIX se alcanzó la frontera agrícola, lo cual hizo adoptar técnicas más intensivas de utilización
de la tierra, y otro tipo de innovaciones que mejoraron la eficiencia y los rendimientos de la
producción. A su vez, Ruttan (1986) afirma que en los EE.UU. se registró una caída en el ritmo de
aumento de la productividad agropecuaria desde los años 1890 por el cierre de la frontera de
tierras disponibles, lo cual indujo el tránsito hacia una agricultura más “science based”, tránsito
que, de todos modos, tomó dos décadas en reflejarse en resultados concretos en el plano de
la productividad.
En Argentina tales límites se alcanzaron más tarde, y por tanto se demoró el uso de las
aplicaciones "científicas". Así, al agotarse la frontera pampeana -lo cual ocurrió entre 1915 y 1930-,
la Argentina estuvo poco preparada para entrar a la era de agricultura basada en la ciencia. El
sistema de arrendamientos, que había sido útil para la fase expansiva, no servía para un
sistema de cultivos más estable e intensivo. En última instancia, se trataría de un problema
generado, paradójicamente, por la riqueza y fertilidad del suelo pampeano (Fogarty, 1977 y 1985).
109
como veremos en el capítulo siguiente, sólo muy lentamente se difundieron en la Argentina luego
de 1930.
Villanueva (1972), en tanto, señala que las inversiones extranjeras directas de los años 1920
fueron responsables de introducir nuevos productos así como nuevas formas de producción y
de organización, renovando el espectro manufacturero del país hacia el final de la etapa
agroexportadora. Podríamos, entonces, pensar que, si bien limitado a un abanico
relativamente estrecho de actividades, el sector manufacturero argentino -o al menos las
plantas de mayor tamaño dentro del mismo- operaba, en aquel período, con niveles de
eficiencia productiva y tecnológica aceptables.
Sin embargo, algunos autores señalan lo contrario. Schvarzer (1996) argumenta extensamente
en ese sentido. Por ejemplo, según dicho autor aunque los frigoríficos constituían unidades
industriales de avanzada, no exhibían, aparentemente, un gran despliegue de actividades
108
. Pearson cita el caso de una planta cementera abierta por un empresario extranjero ya en los años 1870 que,
aparentemente, contaba con un nivel tecnológico comparable al internacional (aunque rápidamente debió cerrar por
problemas económicos).
110
técnicas modernas. Durante varias décadas no se aprovecharon los subproductos cárnicos ni
se fijaron normas de trabajo o eficiencia. Siempre según Schvarzer, el grupo dominante dentro
del sector industrial (que el identifica, como señalamos antes, con los “capitanes de la
industria”) en aquel período ingresaba a la producción manufacturera como una actividad más
en la cual se podían obtener grandes beneficios y buscaban su expansión vía control de
mercado, incluyendo pedidos de protección arancelaria. Muchas empresas fabriles locales
erigidas al calor de la protección oficial109 y con posiciones monopólicas, carecían de iniciativa
técnica y cerraban cuando la coyuntura cambiaba las reglas de juego. Por ende, nunca tuvieron
como objetivo la demanda de tecnología -ya que la tasa de ganancia que obtenían era tan alta
que no tenían estímulos para desarrollar actividades innovativas110-, ni tendieron a incorporar
técnicos y profesionales en sus empresas, sino que estaban satisfechos con el mínimo de
conocimiento que tenían sus escasos especialistas para operar en condiciones rudimentarias
las máquinas que importaban. En la misma dirección, Lobato (1998) recoge las quejas de las
entidades representativas de los ingenieros por la escasa demanda por sus conocimientos de
parte de los industriales argentinos en esta época111.
Esta misma situación, siempre según Schvarzer, se repetía en las industrias del interior. Por
ejemplo, en la industria azucarera se verificaba la importación de maquinaria moderna y la
construcción de grandes ingenios, pero era notoria la carencia de conocimientos técnicos de
los dueños de las firmas, que eran más bien “barones” políticos del Noroeste antes que
verdaderos empresarios modernos112. Esta industria trabajaba con equipos costosos pero le
faltaban técnicos y profesionales para usarlos del mejor modo posible. En la industria
vitivinícola la situación era similar y no se conseguía producir vino de calidad estable.
109
. Aún los empresarios más dinámicos del período, como Torcuato Di Tella, habían construido buena parte de su
poder en base a sus relaciones con el Estado (en este caso, la fabricación de surtidores de nafta para YPF) -ver
Cochran y Reina (1965)-.
110
. Schvarzer (1996) refiere la creación en 1922 de un Círculo de inventores, el cual recogía el avance de la
“imaginación técnica” en este período, pero que careció de repercusión sobre los empresarios locales (su fundador
ponía, entre los argumentos para su creación, el interés por superar la indiferencia de los capitalistas y del gobierno
hacia los inventores locales). Véase Sarlo (1997) para una interesante reseña de la actividad de dicho círculo, que
se inscribe en lo que la autora detecta como una etapa -en los años 1920 y 1930- donde hay una suerte de eclosión
del interés por lo "técnico" en el país. Prueba de esa eclosión, entre otros elementos, sería el aumento del número
de patentes, que pasan de alrededor de 1000 por año en los años 1920, a 2800 en 1923 -aunque probablemente
muy pocas de ellas, fuera de las otorgadas a firmas extranjeras, tuvieron algún impacto práctico-; de ellas, 1269
habían sido otorgadas a argentinos. Asimismo, hay que considerar que por la misma época se otorgaban 40 mil
patentes en los EE.UU, 18000 en Francia o Alemania, y 6500 en Italia (Sarlo, 1997).
111
. Así, el famoso informe encargado por el gobierno en 1904 a Bialet Masse para conocer las condiciones de trabajo de
la población obrera en la Argentina, se quejaba por la ignorancia de los patrones en el sector manufacturero (así como
también de sus obreros) respecto de las técnicas modernas de organización del trabajo.
112
. Es interesante comparar esta descripción con lo ocurrido en la industria azucarera australiana. La empresa más
importante de dicha industria era la Colonial Sugar Refining Company, que operaba desde 1855. Purtell (1997)
refiere que esta firma desde temprano reconoció la importancia de contar con químicos que realizaran
investigaciones y tareas de difusión de nuevas técnicas, tanto en la manufactura como en el cultivo de azúcar. Así,
se pudieron establecer sistemas rigurosos de control de procesamiento y recolección de datos para el análisis de la
firma. Se contaba, además, con químicos y laboratorios en cada una de las plantas de la empresa desde los años
1880, se enviaban inspectores químicos desde el Laboratorio Central para relevar lo que ocurría en los distintos
establecimientos, se crearon áreas de investigación y estaciones experimentales tanto en las refinerías como en las
zonas de cultivo, se difundía información y se prestaba asistencia técnica a los productores de azúcar, se llevaban
concienzudos registros climatológicos, etc. Un aspecto sumamente interesante es que la empresa ha guardado una
documentación muy completa de todas estas tareas prácticamente desde su fundación. Contrástese esta
experiencia con la de la Refinería Argentina, instalada en 1890, donde casi ninguna de estas actividades parece
haberse llevado adelante, pese a que, por ejemplo, debió soportar faltantes de oferta de azúcar para refinar en gran
cantidad de años debido a dificultades climáticas. Considérese, además, que sus relaciones con los productores de
azúcar tendieron a ser más bien conflictivas (Guy, 1988).
111
Sin embargo, si uno se toma el trabajo de consultar algunas de las fuentes que cita Schvarzer
en apoyo de sus argumentos, encuentra un panorama algo más matizado. Por ejemplo, en el
caso de la firma azucarera Refinería Argentina, Guy (1988), quien hace un minucioso recuento
de su historia, resalta que la empresa tuvo un continuo impulso, mientras duró su existencia,
para incorporar modernos bienes de capital -tanto Balán (1978) como Guy (1988) destacan las
masivas incorporaciones de maquinaria realizadas por las firmas azucareras argentinas en
este período- y mejorar sus técnicas de producción (de hecho, argumenta que sus directivos
confiaban todo su destino a la incorporación de tecnología como solución a todos sus
problemas). Las dificultades parecen haber estado, más bien, en la carencia de una gestión
empresaria que les permitiera planificar y tomar decisiones estratégicas con bases sólidas,
aunque también es posible que la firma careciera de una capacidad de absorción de las
tecnologías que incorporaba de modo de aprovecharlas eficientemente.
En el caso de la industria vitivinícola, Balán (1978) afirma que mientras que hacia 1880 las
viñas mendocinas eran arcaicas, tanto en su cepaje como con respecto a la técnica de cultivo,
la modernización del sector vino de la mano de una renovación del cepaje mediante la
importación de cepas francesas traídas de Chile. Además, destaca la creación de la Escuela
Nacional de Agricultura en Mendoza y las publicaciones del Departamento Nacional de
Agricultura, que además ayudó a traer técnicos europeos.
Ahora bien, aún descartando la mencionada imagen negativa, cabe de todos modos formular
algunas preguntas respecto de la dinámica del sector manufacturero desde el punto de vista
tecnológico. En particular, es importante analizar en qué medida se introdujeron las
innovaciones tecno-productivas propias del paradigma tecnológico que se consolidó durante el
período bajo análisis en los países desarrollados, así como por la vinculación entre el patrón
de especialización industrial que adoptó el país y el sendero de aprendizaje tecnológico local.
En principio, aunque poco es lo que se sabe sobre el grado de difusión de las técnicas
tayloristas y fordistas en el país, algunos indicios apuntan a que se trató de un proceso lento,
salvo en el caso de las firmas más importantes (en particular, de origen extranjero). Según
Schvarzer (1996), recién con el ingreso de los frigoríficos estadounidenses (en la primera
década del siglo XX) aparecen en el país las primeras técnicas avanzadas y rutinas
productivas modernas, basadas en el “sistema americano de manufacturas” (en general las
inversiones estadounidenses son pioneras en exhibir alguna preocupación por los temas
112
técnicos -ver también Lobato, 1998-). Schvarzer, sin embargo, se sorprende del escaso “efecto
demostración” de estas instalaciones y apunta que rápidamente los frigoríficos también se
acostumbraron a la inacción técnica. Incluso en Cochran y Reina (1965) se sugiere que
solamente con el inicio de relaciones tecnológicas con la firma Westinghouse, en los años
1940, las plantas del grupo Di Tella comenzaron a adoptar eficazmente los procedimientos de
trabajo originados en la industria estadounidense.
Aceptando este diagnóstico, cabe señalar que el mismo no resulta sorprendente considerando
la escasa disponibilidad local de recursos humanos calificados, y en particular de ingenieros
-sin el concurso de los cuales resulta imposible incorporar las técnicas tayloristas-fordistas-.
Asimismo, tampoco sorprende que sean las corporaciones estadounidenses quienes traigan
las rutinas productivas modernas -ya que fue en aquel país donde dichas rutinas nacieron-,
considerando también que las mismas tuvieron una difusión no exenta de obstáculos de
diverso tipo en Europa -país de origen de los inmigrantes que constituían el grueso de la clase
empresaria industrial que se formó en Argentina-. Last but not least, el sistema taylorista-
fordista es una técnica de producción en masa de productos homogéneos, cuya implantación
exige un mercado que sea receptivo a tal tipo de producción, condición que probablemente
estuviera ausente en gran parte de los mercados de consumo en Argentina en aquella época.
113
Textiles y sus manufacturas 2,8 16,8 500,0 116,4 138,5 19,0
Manufacturas forestales 7,3 22,5 208,2 73,1 193,8 165,1
Papel, cartón y sus artefactos 147,3 119,2 -19,1 685,3 1241,3 81,1
Imprenta y publicaciones 3,1 10,4 235,5 9,8 31,0 216,3
Químicos y fármacos 7,6 23,4 207,9 127,3 425,7 234,4
Petróleo, carbón y deriv. 265,0 1829,3 590,3 260,8 1964,2 653,1
Caucho y sus manufacturas 12,7 258,4 1934,6 582,6 1423,0 144,2
Cuero y sus manufacturas 5,8 14,7 153,4 46,0 131,5 185,9
Piedras, vidrio y cerámicas 3,2 44,5 1290,6 101,0 446,4 342,0
Metales y sus manufacturas 3,1 28,1 806,5 320,4 1104,7 244,8
Maquinaria y vehículos 3,5 21,0 500,0 104,9 510,3 386,5
Total 7,4 28,2 281,1 81,8 287,1 251,0
Fuente: Elaboración propia en base a Vitelli (1999).
Yendo ahora al tema del patrón de especialización, resulta interesante examinar un argumento
avanzado por Nochteff (1994b), quien señala que dado que la mayor parte de la producción
industrial estaba formada por ramas tecnológicamente maduras y productivamente simples, su
competitividad dependía escasamente de la existencia de un sistema que proveyera recursos
humanos calificados, tecnología, proveedores eficientes, etc. Esto podría contribuir a explicar tanto
la debilidad de los esfuerzos tecnológicos endógenos, como la falta de demandas al sector público
para crear instituciones y organismos de asistencia e investigación en el área manufacturera.
En nuestra opinión, este argumento debe ser descompuesto en dos partes para su análisis.
Por un lado, aún dentro de las ramas industriales en las cuales la Argentina estaba avanzando
en aquella época había espacio para desarrollar senderos de aprendizaje en el plano de la
eficiencia productiva y las actividades de innovación. Si esos senderos se recorrieron de modo
insuficiente, el problema parece radicar esencialmente en el "ambiente" local -que no favorecía
o incluso bloqueaba esas trayectorias-, más que en una característica de dichas ramas per se.
Por otro lado, la falta de avances hacia las ramas más dinámicas dentro del paradigma
tecnológico que se consolidaba por aquella época -sobre cuyas causas se discutió más arriba-
indudablemente es un elemento que sí contribuye a explicar, tal como señala Nochteff, la poca
cuantía de los esfuerzos tecnológicos domésticos, considerando que eran aquellas ramas las
que abrían mayores oportunidades de aprendizaje e innovación en la etapa bajo análisis.
Cuadro II-26
Evolución del consumo de energía eléctrica industrial (en millones de KWh por año) en Buenos Aires y
suburbios (promedios por período)
Promedio anual
1910-1919 38,5
1921-1925 114,2
1927-1930 356,6
1931-1935 612,0
1936-1939 942,5
Fuente: Villanueva (1972).
Finalmente, cabe señalar que aún los autores que analizan más favorablemente este período
(como Díaz Alejandro, 1975) coinciden en destacar que si bien alcanzaron una cierta
significación en ciertos casos -tal como se vió más arriba-, hubo una insuficiente generación de
eslabonamientos hacia atrás a partir de los sectores de exportación y de infraestructura. La
ausencia de eslabonamientos en el caso de los ferrocarriles, por ejemplo, ha sido destacada
114
repetidas veces113 -y comparada con la presencia de esos eslabonamientos en Australia y
Canadá-. También hay autores que opinan que, más allá de las cifras antes mencionadas,
fueron relativamente débiles los eslabonamientos hacia la fabricación de maquinaria agrícola114
-en comparación con lo que ocurría en otras naciones de asentamiento reciente-, así como hacia
otras industrias metalúrgicas que potencialmente podrían haberse vinculado con el sector
agroexportador (lo mismo ocurrió con agroindustrias tales como la vitivinícola y la azucarera).
En suma, una visión general de lo ocurrido durante este período en el plano de la dinámica
tecnológica del sector industrial estaría compuesta por los siguientes elementos:
ii) se trataba de unidades manejadas, salvo raras excepciones, por empresarios extranjeros, que
habían traído a la Argentina conocimientos tecno-productivos adquiridos en sus países de origen,
y disponían de contactos, en Argentina y/o en sus países de origen, que les facilitaban el
acceso al capital necesario para financiar la instalación y operación de plantas de gran escala;
iii) en esas condiciones, dichos empresarios no requerían demasiado del aporte estatal en el
plano tecnológico, ya que además de sus propios conocimientos, contaban con la posibilidad
de importar tanto el capital físico como, en cierta medida, el capital humano necesarios para
operar de forma eficiente en el contexto local;
iv) probablemente las PyMEs hayan sido las principales afectadas por la ausencia de
instituciones estatales de tecnología industrial, más aún en el caso de que intentaran ingresar
a sectores más complejos desde el punto de vista de su dinámica tecnológica;
vi) la estructura del sector industrial -el cual estaba dominado por ramas "tradicionales"-, el
marco institucional de la época y la debilidad de los eslabonamientos generados por las
113
. Varios autores sugieren que la falta de encadenamientos a partir del sector ferroviario se debió a las presiones y
estrategias de los inversionistas británicos. Sin embargo, también se ha señalado que la escasez de minerales
también dificultó el desarrollo de las industrias proveedoras (Barbero, 1999).
114
. Por ejemplo, en Australia se estableció en 1890 la McKay Harvesting Machinery Company, que ya se había
convertido en 1904 en la mayor exportadora de maquinaria agrícola dentro del Commonwealth y tenía un amplio
mercado en la Argentina. Esta firma nació con la invención, por parte de su fundador, de una cosechadora especial que
resultó comercialmente exitosa, y luego continuó basándose esencialmente en desarrollos propios (Buckley-Moran,
1987).
115
actividades manufactureras líderes fueron los principales factores limitantes del desarrollo de
los procesos de innovación en el sector industrial doméstico.
Para cerrar con esta sección, finalmente cabe destacar que algunas empresas estatales
parecen haber exhibido una temprana preocupación por las cuestiones técnicas. De hecho,
Myers (1992) señala que la industria del petróleo habría de ser el principal foco de interés para
las iniciativas emanadas del Estado en lo referente a investigación científica original. Así, como
ya se mencionó, desde fines del siglo XIX funcionó en el Ministerio de Agricultura una Sección
de Minas que tenía como fin efectuar trabajos topográficos; en 1904 sobre esta base se crea
la División de Minas, Geología e Hidrología. Luego, una vez creada Yacimientos Petrolíferos
Fiscales (YPF), se estableció por convenio entre YPF y la UBA el Instituto del Petróleo. YPF
otorgó gran importancia a la incorporación de profesionales y, en base a dicho objetivo, en los
años 1920 concretó convenios con la Facultad de Ingeniería de la UBA, en lo que Schvarzer
(1996) califica como el primer intento de hacer una gerencia tecnocrática en el país. Estos
movimientos, sin embargo, no parecen haber tenido un efecto derrame significativo sobre el
resto del aparato productivo local, ni tampoco dieron lugar a una trayectoria significativa en
materia de desarrollo endógeno de tecnología para la industria petrolera.
Es notorio que durante este período se dio impulso a la enseñanza en todos sus niveles. Más
allá de la generalización de la educación primaria, a través de la antes mencionada Ley de
Instrucción Pública de 1884, se avanzó también en materia de educación secundaria. Hacia
1862 ya existían en el país ocho "colegios nacionales", en donde se otorgaba el título de
bachiller. La formación profesional de maestros se inicia durante la presidencia de Sarmiento
(1868-1874) y en 1891, bajo la presidencia de Carlos Pellegrini, se funda en Buenos Aires la
primera escuela de comercio (un intento iniciado en Rosario en 1876 tuvo vida efímera). En
tanto, los estudios industriales comienzan en 1898 cuando se anexa a la Escuela de Comercio de
Buenos Aires un departamento industrial, que poco más adelante daría origen a una Escuela
Industrial autónoma (Babini, 1954). Todo esto indica que la preocupación por avanzar hacia
contenidos técnicos en la escuela secundaria no comenzó con un retraso significativo vis a vis
otros países más avanzados, aunque, como veremos, progresó posteriormente a ritmos muy
lentos.
El esfuerzo realizado en materia educativa rindió frutos, tal como se observa en los cuadros II-
27 a II-29. Si bien el país continuó estando detrás de las naciones más desarrolladas en
cuanto a los indicadores básicos de educación general y alfabetismo (cuadro II-30), la lectura
de los datos comparativos debe considerar que durante toda esta época la Argentina recibió
fuertes contingentes de población inmigrante que generalmente contaba con muy bajos
niveles de instrucción (fenómeno que, obviamente, "empujaba" hacia abajo las estadísticas en
materia de educación).
Ahora bien, reconociendo obviamente el papel positivo de este esfuerzo para mejorar el nivel
educativo general de la población, nos interesa destacar que hay una sugestiva contradicción
entre el pensamiento de algunas de las personalidades más influyentes de la época con
relación al papel que debía jugar la educación en la sociedad argentina, y las modalidades que
116
efectivamente asumió el esfuerzo realizado en la materia. En particular, más allá del consenso
en relación a la necesidad de extender la educación a la mayor parte de la población,
prominentes figuras de la época pensaban que esa extensión debía canalizarse a través de
modalidades bien precisas, de modo de que la educación se convirtiera en un apoyo efectivo a
la transformación productiva de la sociedad.
Cuadro II-27
Evolución de los índices de escolaridad primaria. 1895-1914 (porcentaje por edades)
1895 30
1914 59
Fuente: Veganzones (1997).
Cuadro II-28
Población por nivel de educación (de 15 a 64 años). 1910-1930 (porcentajes)
Sin educación Primaria Secundaria Superior Total
1910 25,0 63,0 11,0 0,5 100
1930 22,0 69,0 8,0 0,7 100
Fuente: Veganzones (1997).
Cuadro II-29
Promedio de años de estudio de la población. 1910-1930
1910 3,3
1930 3,8
Fuente: Veganzones (1997).
Así, Alberdi abogaba por una educación que enfatizara las artes industriales y agropecuarias,
el entrenamiento técnico y las ciencias exactas, al tiempo que reprobaba la "herencia
española", que daba prioridad a la producción de abogados y la enseñanza del latín (Brown,
1993). Sarmiento, nombre prominente en el impulso a la masificación de la educación en el
país, era esencialmente de la misma opinión (Albornoz, 1990). Sin embargo, enseguida
veremos que no fue en este sino en otro muy diferente sentido hacia donde se orientó el sistema
educativo nacional.
Para enmarcar el tipo de esfuerzo realizado en la Argentina durante esta etapa en el plano de la
educación técnica y vocacional cabe, nuevamente, la comparación con otros países que eran o
estaban en camino de convertirse en “desarrollados”. Japón es un claro ejemplo en este sentido.
En el plano de la educación superior, ya en 1873 (apenas 5 años después de la Restauración
Meiji, que da comienzo a la era moderna en aquel país), se establece un Colegio de Ingeniería
con asistencia de profesores británicos. Uno de ellos, H. Dyer, a la sazón director del Colegio,
creó un programa que enfatizaba la interacción entre los estudios formales y el entrenamiento
en el lugar de trabajo. Aparentemente, en este sentido Japón se adelantó a varios países
europeos, e incluso el propio Dyer “exportó” la experiencia a su Glasgow natal (Odagiri y Goto,
1993).
Cuadro II-30
Comparación internacional de años de educación promedio, tasas de enrolamiento e índices de analfabetismo
Años de educación prom. Indic de escolaridad. Circa 1870- Tasas de alfabetismo. Circa 1870-1890
1913 90
Argentina 3,3 0,20 0,46
EE.UU. 7,9 0,93 0,88
Francia 7,0 0,80 0,96
117
Alemania 8,4 0,73 0,97
Holanda 6,4 0,65 0,97
Reino Unido 8,8 0,53 0,96
Japón 5,4 s.d. s.d.
Dinamarca s.d. 0,70 0,99
Finlandia s.d. 0,10 0,89
Noruega s.d. 0,64 0,98
Suecia s.d. 0,65 0,98
Italia s.d. 0,37 0,47
Portugal s.d. 0,23 0,38
España s.d. 0,46 0,42
Austria s.d. 0,59 0,66
Irlanda s.d. 0,45 0,91
Australia s.d. 0,84 0,97
Canadá s.d. 0,80 0,90
Fuente: Elaboración propia en base a datos de Maddison (1995), Veganzones (1997), y O’Rourke y Williamson (1995).
Finalmente, cabe señalar que se ha argumentado que una de las razones principales por las
cuales Alemania y los EE.UU. sobrepasaron largamente a Gran Bretaña y Francia en términos
de su nivel de desarrollo industrial hacia fines del siglo pasado es que en ambos casos los
sistemas universitarios eran mucho más receptivos a las necesidades del sector
118
manufacturero doméstico (Nelson, 1993b). De hecho, ya desde comienzos de siglo se genera
una fuerte tendencia a que las universidades estadounidenses contemplen explícitamente en
sus curriculas los requerimientos de las firmas privadas que utilizarían a sus graduados y
desarrollen programas cooperativos de entrenamiento con aquellas (Nelson y Wright, 1992).
¿Qué ocurrió, por la misma época, en Argentina? Como adelantábamos más arriba, en Argentina
existió, a nivel conceptual, una temprana conciencia sobre la necesidad de incorporar la formación
profesional a la enseñanza institucionalizada. Sin embargo, la estructura educativa real
rechazó toda tentativa de modificar su carácter, aún cuando ellas fueran encarnadas, en
distintos momentos de la historia, por figuras como Belgrano, Rivadavia, Alberdi o Sarmiento las
cuales pretendieron transformar la enseñanza con criterios “pragmático-utilitarios” (Tedesco, 1970).
La hipótesis central de Tedesco respecto del éxito de esta resistencia al cambio radicaría en
que “los grupos dirigentes asignaron a la educación una función política y no una función
económica; en tanto los cambios ocurridos en este período (se refiere a las últimas décadas
del siglo pasado) no implicaron la necesidad de recurrir a la formación local de recursos
humanos, la estructura del sistema educativo cambió sólo en aquellos aspectos susceptibles
de interesar políticamente”; de este modo, las fuerzas políticas, aún aquellas enfrentadas entre
sí, coincidieron en “mantener alejada la enseñanza de las orientaciones productivas” (p. 47).
Oszlak (1997), en el mismo sentido, afirma que “la educación se concebía más como garantía
del orden que como condición del progreso” y que “se privilegiaba ... la preparación de sujetos
aptos para el manejo de las funciones burocráticas ... desalentando la formación de recursos
humanos idóneos para insertarse en las actividades productivas” (p. 152). De allí, se tendió,
siempre siguiendo a Oszlak, al elitismo y el enciclopedismo, de los cuales son prueba el
énfasis en la enseñanza media, en desmedro de la primaria, y, dentro de la primera, en los
“colegios nacionales” (bachilleratos), por sobre las escuelas comerciales o técnicas.
Un poco más adelante, hacia fines del siglo pasado se produce un cierto avance del
movimiento favorable a la reforma de sistema educativo hacia orientaciones técnicas. Según
119
Tedesco (1974), la intención del gobierno era “apartar del camino político a un sector
importante de los que accedían a la escuela media”, ya que aquel temía estar contribuyendo a
la formación de sujetos políticos reformistas o revolucionarios (un proyecto del entonces
ministro Magnasco en 1899 fue la expresión más acabada de este ideal, pese a que en la
retórica estaba amparado por la idea de apoyar las necesidades de la estructura productiva)115.
En tanto, desde 1899, cuando se convierte en Ministerio al antiguo Departamento de
Agricultura, se trata de impulsar con más seriedad la creación de escuelas agrícolas
especializadas, aunque Tedesco atribuye este movimiento, en esencia, a la iniciativa de
algunos funcionarios preocupados por el tema. En consecuencia, se producirá un cierto auge
de los estudios técnicos entre 1900 y 1915.
En tanto, uno de los más lúcidos analistas de las deficiencias del modelo agroexportador
-Alejandro Bunge- señalaba, apenas terminada aquella etapa, que, pese a que la Argentina
era uno de los países del mundo que más gastaban (en términos relativos) en educación, la
enseñanza era demasiado enciclopédica, no respetaba las realidades y necesidades
regionales, ni favorecía el desarrollo de inclinaciones vocacionales y que en comparación con
otros países se observaba un descuido de la enseñanza manual y especial (Bunge, 1940 -ver
también los escritos de Bunge seleccionados en Llach, 1985-). Al mismo tiempo, anotaba la
existencia de problemas con el nivel de eficiencia obrera y técnica, por ejemplo, en el sector de
la construcción.
Una de las áreas en las cuales el descuido por la enseñanza técnica y profesional ha llamado
más la atención es la agropecuaria, considerando la importancia del sector en la Argentina116.
Antes de 1930, el sistema de enseñanza agropecuaria se basaba, por un lado, en las
llamadas escuelas especiales (había 4, todas creadas antes de 1912 -dos en la zona
pampeana y otras dos en Mendoza y Tucumán respectivamente-) -dirigidas a formar
profesionales capaces de dirigir establecimientos agropecuarios o convertirse en profesores o
extensionistas, y que eran en cierto modo pequeñas estaciones experimentales. De todos
modos, nunca tuvieron un presupuesto adecuado para su funcionamiento -aún cuando
contaban con ingresos propios por las cuotas abonadas por los alumnos y por la venta de la
producción que se obtenía en ellas-, el cual implicaba costos elevados y superiores a los
propios de las escuelas normales o nacionales (Auza, 1996). Por consiguiente, estas escuelas
carecieron de los insumos y maquinarias necesarias para cumplir adecuadamente sus
funciones. El otro obstáculo para su funcionamiento fue la carencia de personal idóneo para
cumplir todas las actividades necesarias.
115
. En 1916 el futuro Premio Nobel de la Paz, Saavedra Lamas, intentará que se apruebe un proyecto similar.
116
. Taylor (1948) afirmaba que los granjeros argentinos no habían aprendido en escuelas públicas y muy pocos lo
habían hecho en las estaciones experimentales y los servicios de extensión agrícola.
120
Por otro lado, existían las llamadas escuelas prácticas, dirigidas a mejorar el nivel de cultura
técnica de los agricultores. En 1930 había cinco de estas escuelas, todas creadas antes de 1915.
Al igual que en el caso anterior, en general se careció de los materiales e instalaciones necesarias
para su adecuado funcionamiento. También existía un sistema de enseñanza extensiva, por el
cual un conjunto de ingenieros agrónomos distribuidos en distintas regiones realizaban tareas
de instrucción directa sobre los productores rurales en sus propios terrenos. Para 1912 había
21 ingenieros trabajando en el marco de este programa, que suben hasta 40 en 1917. Por último,
se implementó la modalidad del tren escuela, que funcionó entre 1914 y 1918 (Auza, 1996).
¿Porqué fracasaron o tuvieron poca repercusión las tentativas de reforma? En principio, hay
coincidencia en apuntar a la falta de una base social que las sustentara117. En particular, los
sectores medios no jugaron un rol promotor del cambio y la modernización en este plano. De
hecho, la Unión Cívica Radical, expresión política de dichos sectores, en general se opuso a
los proyectos que pretendían enfatizar la educación técnica, y sus planes para el área se
destinaban primordialmente a formar “ciudadanos” -capa social de sujetos capacitados para
ejercitar funciones políticas- (Tedesco, 1970).
Siempre siguiendo a Tedesco, la política de los gobiernos radicales a partir de 1916 estuvo
lejos de favorecer la preparación técnica en el aparato educativo. El radicalismo creó
preponderantemente escuelas nacionales -pese a que había coincidencia en que ya era
excesivo su número hacia 1915-, más que industriales y comerciales118,119. En tanto, estableció
escuelas de artes y oficios, de nivel artesanal, para quienes no pudieran acceder al secundario
(de hecho, varias de estas escuelas no llegaron a ponerse en funcionamiento).
Cuadro II-31
Composición de la matrícula de la enseñanza media. 1900-1930 (%)
1915 1925 1930
Colegios Nacionales 44 48 49
Magisterio 41 33 37
Técnicas 15 14* 14
Fuente: Tedesco (1970).
*: sólo comercial.
117
. Esto no implica, por cierto, que no existiera conciencia del problema. Véanse, por ejemplo, las Actas de la
Segunda Conferencia Económica Nacional, organizada por la Confederación Argentina del Comercio, de la
Industria y de la Producción en 1924, donde se transcriben los reclamos para impulsar y dar a la enseñanza
agrícola una orientación más práctica, así como para complementar los esfuerzos de colonización con asistencia
técnica y granjas modelos (Confederación Argentina del Comercio, de la Industria y de la Producción, 1924). En
tanto, Gutiérrez (1991) menciona debates entre quienes querían darle a la enseñanza agrícola un contenido
práctico y aquellos que se inclinaban por una aproximación más “científica”.
118
. Según datos de Vázquez Presedo (1971), entre 1916 y 1930 se crearon 114 escuelas nacionales, contra 21
comerciales, 41 industriales, 31 “profesionales” y 11 de enseñanza agropecuaria (además de 55 normales). En
consecuencia, el número de matriculados en el bachillerato crece de 34,6 a 36,2% entre ambos años -ver también
cuadro II-31-.
119
. En 1924, durante la 2° Conferencia Económica Nacional, se sugería transformar los establecimientos normales
excedentes en institutos de enseñanza técnica (Confederación Argentina del Comercio, de la Industria y de la
Producción, 1924).
121
Si se podría sugerir que la carencia de escuelas y de contenidos técnicos en los planes de
estudios obedecía a la falta de oportunidades de empleo de sus potenciales egresados, hay
alguna evidencia que muestra que las empresas industriales que se estaban instalando en
este momento tenían demandas insatisfechas de trabajadores con calificaciones adecuadas.
Este habría sido el caso, por ejemplo, de la primera refinería de azúcar instalada en el país en
1890 (Guy, 1988). En tanto, Torcuato di Tella debió recurrir repetidas veces en los años 1920 y
1930 a "importar" trabajadores calificados desde el exterior (predominantemente desde Italia) para
cubrir las necesidades de sus fábricas ante la carencia de mano de obra local -Cochran y Reina
(1965)-.
En la enseñanza universitaria, autónoma respecto del Estado120, pero financiada por éste,
desde 1885 se repetía el mismo cuadro. En 1898, por ejemplo, en la Universidad de Buenos
Aires, una de las dos existentes en aquel momento, un 54% de los matriculados correspondía
a la carrera de Medicina y otro 34% a Derecho, siendo que sólo un 11% de los mismos
revistaba en la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas, la cual, por otro lado soportaba una
política discriminatoria de las propias autoridades gubernamentales. En Córdoba, donde el
número de matriculados era significativamente inferior, la importancia relativa de las carreras
técnicas era algo mayor, pero igualmente minoritaria (Tedesco, 1970).
Entre 1901 y 1930 casi un 30% de los egresados universitarios correspondió a medicina y
carreras afines, y cerca de otro 30% a abogacía, escribanía y especialidades similares. Algo
menos de un 7% de los egresados en dicho período correspondió a odontología y más de un 10%
a farmacia. En contraste, sólo un 4% de los graduados correspondió a carreras vinculadas a
contabilidad y administración, un 11% se graduó en ingeniería y otro 4% en agronomía y
veterinaria (cuadro II-32). Naturalmente, la proporción de médicos y abogados en la población
era muy superior a la de cualquier otra profesión (cuadro II-33). Asimismo, mientras que los
argentinos nativos eran predominantes en las profesiones liberales clásicas -particularmente en
abogacía y escribanía y ya, aunque en menor medida, en medicina-, los extranjeros eran mayoría
en las restantes disciplinas, y en especial en las científico-técnicas (Tedesco, 1970).
122
1901/1930 8207 2859 1857 7975 1140 644 308 3056 445 1065 27501
% 29,8 10,4 6,8 29,0 4,1 2,3 1,1 11,1 1,6 3,9 100
Fuente: ITDT (1962).
1: Medicina 2: Farmacia y bioquímica
3: Odontología 4: Derecho
5: Administración, contadores, economía 6: Filosofía, educación, ciencias políticas
7: Matemát., cienc. natur., biología, física, química 8: Ingeniería
9: Arquitectura 10: Agronomía y veterinaria
Cuadro II-33
Argentina. Cantidad de profesionales por cada 10 mil habitantes. 1925-1930
Médicos Abogados Contadores Ingenieros Ingenieros agrónomos Arquitectos
1925 4,4 3,53 0,55 1,65 0,29 0,28
1930 5,77 4,97 0,84 1,86 0,39 0,34
Un analista bastante crítico de las consecuencias del movimiento reformista señala que la
Reforma pretendía crear una universidad comprometida en las cuestiones sociales y políticas,
que participara en la construcción de un "pensar-hacer latinoamericanista", y que se pusiera al
servicio de un orden social más justo y de una mayor autonomía nacional. Sobre estas bases,
el Estado tenía como función primordial el financiamiento de las universidades y la
democratización del acceso a los claustros. De esto se siguió que era necesario facilitar el ingreso,
así como los métodos de cursado y aprobación de exámenes, de modo que las universidades se
convirtieron en "máquinas generadores de diplomas", ya que estos eran, o se pensaban como, la
base para la movilidad social ascendente de las clases medias121. En este contexto, el tipo de
diplomas preferidos eran los profesionalizantes (medicina, derecho, etc.), que eran justamente los
que podían cumplir mejor el objetivo de facilitar el ascenso social (Lovisolo, 1996).
Por cierto, con estos comentarios en mente no sorprende encontrar que la reforma no
contribuyera a cambiar otro aspecto negativo de la universidad argentina, cual es su debilidad
en tanto "formadora de empresarios". Este es, a nuestro juicio, uno de los problemas clave en
relación a la constitución del SNI en la Argentina en este período, y sobre el cual, hasta donde
conocemos, se ha trabajado relativamente poco hasta ahora.
Curiosamente (o no tanto), habrían sido los gobiernos conservadores los que realizaron algún
intento de reorientar la matrícula hacia carreras más vinculadas con la producción o la tecnología.
Pyenson (1985) -citado en Albornoz, 1990- decía que la universidad argentina, que a su juicio
tenía un nivel pobre en aquel momento, intentó moverse hacia dichas carreras hacia fines de
siglo, en parte por el tirón de la demanda de profesionales de ese tipo, pero también en parte
121
. En Lovisolo (1996) se presenta una cita de uno de los defensores de la reforma en sus años iniciales, quien
alegaba que la “obsesión por el título” se vencería multiplicando los títulos y degradando su valor.
123
por decisiones del gobierno, que quería promover una reacción frente al aborrecimiento del
trabajo manual y la educación orientada hacia los estudios humanísticos heredada de España.
En este contexto, las necesidades de recursos humanos del aparato productivo -así como la
"oferta" de empresarios- se cubrieron, esencialmente, vía inmigración. Sin embargo,
considerando que los flujos inmigratorios tuvieron, en esencia, un carácter espontáneo, y que,
en parte por razones vinculadas al "ciclo" mundial de migraciones, provinieron
fundamentalmente de países atrasados cultural, económica, técnica, política y educativamente
(ver cuadro III-30)122, la contribución de la inmigración fue inferior a la que puede haber tenido
en otros países de asentamiento reciente, algunos de los cuales -Canadá, por ejemplo-
siguieron políticas selectivas en la materia123,124.
En Argentina, hasta 1880 la política inmigratoria pretendía no sólo poblar el país, sino, como
vimos antes, "regenerarlo" y modernizarlo (más sobre esto en la sección siguiente), objetivo
que, en buena medida, fracasó (o, al menos, el resultado no se ajustó a las expectativas de
sus promotores). De ahí en adelante, sin embargo, lo que preocupará a la política inmigratoria
será, esencialmente, conseguir mano de obra. Estos inmigrantes se convertirán en
arrendatarios o peones asalariados, y muchas veces, luego de un tiempo de trabajo en el
campo, buscarán huir hacia las ciudades, creando una temprana urbanización que no se
condecía con el nivel de desarrollo industrial del país. En este contexto, no sorprende que a lo
largo del tiempo se registre un descenso en el porcentaje de inmigrantes que declaran como
profesión tareas vinculadas a las actividades primarias, en tanto aumenta el número de los
que señalan que su ocupación es la de jornalero (Beyhaut et al, 1971).
Por otro lado, la propia estructura productiva y social argentina también contribuyó a limitar la
inserción de los inmigrantes. Así, la limitada demanda de obreros especializados y técnicos
habría restringido el atractivo para que inmigre ese tipo de recursos humanos. Por ende, se
observa que los inmigrantes se desvían en gran medida hacia ocupaciones en el sector
terciario, que crece desproporcionadamente. Para Beyhaut et al (1971), la posibilidad de los
inmigrantes de dedicarse al comercio tuvo un efecto negativo sobre la evolución económica
del país. Los inmigrantes habrían podido encarar estos negocios gracias a la experiencia
adquirida, las facilidades para empezar sin riesgo ni grandes capitales, el ocasional apoyo de
sus connacionales y el conocimiento de lo que eran procesos inflacionarios. Según Beyhaut et
122
. La Argentina se convierte en un país receptor de inmigrantes cuando se había dado un vuelco hacia la
inmigración proveniente del sudeste europeo, región que, en general, presentaba un fuerte atraso cultural, y se
caracterizaba por la persistencia de estructuras económico sociales agrarias y pastoriles y de formas absolutistas
de decisión político-sociales (Cornblit et al, 1971).
123
. En Canadá, la orientación selectiva se profundiza especialmente a partir de 1910, cuando se pasa una
legislación que daba gran flexibilidad al gobierno para adaptar la política de inmigración según las necesidades
coyunturales del país. En esencia, Canadá trató de asegurarse predominantemente la llegada de granjeros y
trabajadores agrícolas provenientes de Gran Bretaña, las colonias británicas "blancas", los EE.UU y el norte de
Europa -se estableció un grupo de países de inmigración “preferida” (Gran Bretaña, EE.UU., Irlanda, Australia,
Nueva Zelandia, Sudáfrica), pero los inmigrantes de los países del Norte y Oeste de Europa también eran
bienvenidos-. En 1919 se introdujeron revisiones que continuaron con las tendencias selectivas, estableciendo un
test de alfabetización para los inmigrantes, entre otros cambios (Green y Green, 1996). Recordemos además que,
según vimos más arriba, existió una política de rechazo hacia los inmigrantes temporales.
124
. Así, se ha señalado, por ejemplo, que el nivel de educación promedio de los trabajadores inmigrantes no era, en
Argentina, muy superior al de la población nativa. De hecho, en 1895 el 40% de los extranjeros eran analfabetos, y
la mayor parte del porcentaje restante presentaba un bajo nivel cultural y educativo (Bejarano, 1974).
124
al (1971) el problema es que, “al afirmarse como hecho dominante, da una base inestable al
crecimiento urbano y prepara el clima para la voracidad especulativa” (p. 119).
Al mismo tiempo, parece interesante rescatar una afirmación de Cornblit (1967), quien señala
que “las ocupaciones no sólo se encuentran sino que también se crean y en esto interviene
muy significativamente el equipamiento mental con que llega provista cada camada
inmigratoria” (p. 651). Considerando lo antes dicho respecto del origen de los inmigrantes
-predominantemente de zonas económicamente atrasadas y donde el capitalismo había
penetrado débilmente- podemos también deducir que el grueso de los inmigrantes careció del
espíritu empresario suficiente como para generar negocios y ocupaciones en el sector moderno.
Como señala Tedesco (1974) fueron esencialmente los gobiernos conservadores quienes no
sólo implementaron los principios de enseñanza pública, gratuita y laica, sino también quienes
promovieron la introducción de criterios científicos en la enseñanza y quienes impulsaron los
intentos más relevantes de reforma tendientes a reorientar el sistema hacia finalidades
prácticas y utilitarias (por más que lo hicieran con objetivos principalmente políticos). En
contraste, los sectores medios se opusieron a las reformas y en lugar de propender a la
transformación de la escuela secundaria, consolidaron sus orientaciones clásicas. En el caso de
la Universidad vemos un panorama esencialmente similar.
125
se observa una interacción no virtuosa entre estructura productiva y elección de estudios y
profesiones, que tiende a obstaculizar la profundización del desarrollo técnico y productivo del
país.
d) El sector empresario
Si bien a lo largo de todo este capítulo se han hecho varias observaciones sobre la conducta de
los empresarios argentinos, creemos que vale la pena profundizar sobre el tema, para examinar
con más detalle en qué medida realmente el país ha tenido un problema de escasez de
empresarios "schumpeterianos" y, de haber sido así, cuales serían las causas de dicha
escasez. Este problema es relevante considerando que aún hoy es común encontrar argumentos
que adjudican la débil capacidad innovativa de la sociedad local a la ausencia de entrepreneurs.
Más recientemente Vitelli (1999) ha enfatizado que más que el origen de los colonos originales
de la Argentina, es importante analizar sus motivaciones, que diferían notablemente, por
ejemplo, de las de aquellos que arribaron a los Estados Unidos. Así, en lugar de buscar
asentamientos permanentes en donde se generaran patrones endógenos de acumulación, los
colonizadores españoles habrían arribado al país en búsqueda de catequizar a los nativos,
explotar la minería o comerciar con la metrópoli, siendo muy frecuente que observaran a estas
tierras como un mero asentamiento transitorio una vez cumplidos sus objetivos.
125
. Schwartzman (1973) apunta un contraste interesante entre Australia, que es verdaderamente una nación nueva
nacida de la expansión británica, y Argentina, que sería una “antigua nación nueva”, donde, si bien debió
progresivamente abrir la participación a otros grupos, la antigua clase hegemónica mantuvo durante buena parte de
este período el control político sobre el país, e impuso sus costumbres, tradiciones y actitudes.
126
y la educación)126. Se pensaba que era necesaria una nueva clase social, compuesta por
hombres “activos”, “pioneros”, de gran capacidad de iniciativa personal y espíritu de empresa.
Para Juan B. Alberdi la población nativa era incapaz de hacer progresar materialmente al país,
de lo cual deducía la necesidad de fomentar la inmigración: “porque lo que hay es poco y malo.
Conviene aumentar el número de nuestra población y, lo que es más, cambiar su condición en
sentido ventajoso a la causa del progreso” (citado en Barsky et al, 1992). Para Alberdi, la
inmigración no traería solamente mano de obra sino también las culturas y los hábitos de
trabajo de los europeos, sus aptitudes productivas y sus prácticas ciudadanas (Brown, 1993).
Sarmiento, en tanto, pensaba que el desarrollo industrial estaba ligado esencialmente con la
capacidad de invención, lo cual, a su juicio, era claramente perceptible en el caso de los
EE.UU. La difusión de capacidades innovadoras en dicho país tenía como condición necesaria
una amplia base educativa, pero también un cierto proceso histórico cultural que se vincula
con las ideas de Franklin, y en particular con la posibilidad de hacer fortuna por medio de la
economía organizando las actividades de una manera racional (Albornoz, 1990)127.
Así, se ha señalado que, ante este diagnóstico, los líderes políticos de la época habrían
concebido el proyecto de “sustituir” directamente una sociedad por otra vía inmigración masiva
(Bejarano, 1974). Aunque este proyecto no fue todo lo exitoso que pensaban sus propulsores, de
todos modos se logra formar, aunque un poco tardíamente, una burguesía industrial moderna,
que, como señalamos antes, va a ocupar una posición generalmente subordinada, ya que, por
su origen inmigratorio, la mayoría de sus miembros carecía de los derechos y oportunidades
políticas que tuvieron los burgueses modernos en Europa.
Bejarano (1974) señala, además, que la población inmigrante de este tipo exhibía una mayor
propensión a ahorrar y a organizar racionalmente sus empresas que sus pares de origen
nativo128. Más recientemente, Schvarzer (1996) ha argumentado que el hecho de que la
industrialización haya sido impulsada esencialmente por inmigrantes se debe a que estos
poseían capacidades técnicas y espíritu empresario, dos factores faltantes a nivel local.
126
. Sarmiento, en sus Viajes, hace una crítica demoledora de la sociedad española en cuanto a su falta de espíritu
de empresa e innovación, atribuyendo la similar situación en la naciente Argentina a la herencia de la colonización
de dicho origen. Interesante es notar que este “retraso” español era reivindicado como un valor positivo por
notables intelectuales como Unamuno, que rechazaban la superioridad de la sociedad moderna por sobre las
actitudes tradicionales vigentes en España en aquel momento.
127
. Obviamente, estas ideas tienen estrecha relación con la tesis de Max Weber sobre la vinculación entre espíritu
capitalista y ética protestante (Weber, 1955).
128
. Por ejemplo, Bagú (1961) apunta que existía una diferencia profunda entre las actitudes de los propietarios
agrícolas e industriales. Mientras los primeros vivían de la “fortuna fácil” -tierras- que habían obtenido del Estado,
controlaban los organismos estatales de financiación, seguían pautas de consumo onerosas, tendían a reinvertir
poco de sus ganancias, etc., los industriales tenían una mayor tendencia a la reinversión, no podían asumir una
postura “ausentista” y no estaban favorecidos por el poder político (al menos antes de asimilarse, como
supuestamente lo hicieron, según veremos más abajo, con el sector tradicional).
127
los empresarios inmigrantes. Así, las actitudes que habían distinguido a la dichos empresarios
a fines del siglo XIX, se habrían diluido dentro de un marco social en donde se tendía a imitar
las pautas de conducta de los sectores criollos de mayor prestigio y gravitación en la vida
nacional. En este sentido, Bagú (1961) apunta que los industriales van a comenzar a comprar
tierras -símbolo del prestigio social- y a asimilarse socialmente con el sector terrateniente.
A la vez, el sector industrial comienza a ser penetrado, según vimos más arriba, por
empresarios pertenecientes a la elite tradicional, para quienes la producción manufacturera era
una actividad más en la cual se podían obtener grandes beneficios. La lógica de expansión de
este tipo de agentes pasaba por el control del mercado, y por la demanda de apoyos por parte
del Estado, más que por la innovación de tipo schumpeteriano (Schvarzer, 1996)129.
En tanto, siguiendo a H. Sábato (1987 y 1993), hay que recordar que hasta los años 1960 era
común atribuir el predominio de métodos extensivos y el ausentismo de los terratenientes a su
carácter de clase "feudal", a su "irracionalidad", a su aversión al riesgo, o simplemente a su
ineficiencia. Los análisis dentro de la tradición marxista en los años 1940 y 1950 (como los de
Lebedinsky o Fuchs) trataban de mostrar que en el agro argentino primaban las relaciones de tipo
feudal y los estancieros de carácter retardatario y pintaban una imagen general de ineficiencia y
atraso. En última instancia, para estos autores, el tipo de relaciones de producción predominantes
en el campo argentino no sólo habrían frenado el desarrollo de las fuerzas productivas, sino
que habrían sido un obstáculo central para la construcción de un sistema capitalista.
La imagen negativa del terrateniente también se observa, por ejemplo, en especialistas como
Giberti (1986), quien apunta que los estancieros tradicionales estaban acostumbrados a llevar
una existencia "tranquila", alejada de la preocupación por las vicisitudes de la producción que
se realizaba en sus establecimientos. Cuando hacia los años 1880 -como vimos antes-, se
requiere adecuar las praderas para la adaptación de las nuevas especies ganaderas en lugar
de adquirir los implementos y realizar las tareas de siembra necesarias por sí mismos,
arriendan parte de sus campos para que esas tareas sean realizadas por terceros. En otras
palabras, eligen la opción que implica menores riesgos, menores inversiones y, esencialmente,
menores compromisos en términos de ocupación personal en la actividad130.
129
. Refiriéndose a Bunge y Born, por ejemplo, Schvarzer (1989) señala que su “experiencia industrial se limitó a las
ramas que podían ser controladas oligopólicamente, asegurando altas tasas de ganancias y en condiciones que
permitían desplazar los flujos de fondos de un sector de actividad a otro en función de los beneficios esperados (p. 64).
130
. Tenenbaum (1946, citado en Barsky et al, 1992) argumentaba que una razón esencial para haber elegido el
sistema de arrendamiento era el deseo de los estancieros de conservar una vida tranquila. “el estanciero, que no
quiere abandonar su tradicional hábito de vivir tranquilo, de llevar una vida de modorra, difícil de dejar, para no
molestarse mayormente en adquirir implementos y efectuar la siembra por cuenta propia, resuelve el problema
buscando algún gringo a quien da la tierra para que haga en ella su cosecha” (p. 98).
128
Giberti (1986) también destaca la falta de interés o el temor de los estancieros argentinos para
abrir frigoríficos de capital nacional, siendo para dicho autor evidente que los productores
agropecuarios podrían haber sido candidatos para hacer tales inversiones, integrándose hacia
adelante y mejorando su posición en la cadena sectorial131. Schvarzer (1996) enfatiza el mismo
punto, y destaca el contraste con Australia, donde los productores se incorporaron a las
empresas frigoríficas, asumiendo el riesgo de la comercialización132.
Varios autores extranjeros se han hecho eco de esta imagen negativa del empresariado local y
la han contrastado con las experiencias de otros países de asentamiento reciente. Por
ejemplo, Fogarty (1985), basándose en la ya mencionada teoría del bien primario exportable,
argumenta que en este período aparecieron distintos bienes en los cuales cada país se
destacó internacionalmente -el trigo en Canadá, la carne en Argentina, la lana en Australia-.
Sin embargo, observa que existieron diferentes respuestas que cada sociedad dio a las
oportunidades que abría el mercado mundial. Así, por ejemplo, Canadá se convirtió en líder
mundial en trigo, mientras que Argentina respondió sólo expandiendo la producción pero sin
alcanzar el liderazgo en los aspectos tecnológicos y de comercialización. Algo parecido ocurrió
con la lana en Australia vis a vis la Argentina. En la interpretación de Fogarty, estas diferencias
dependieron crucialmente de la calidad del “entrepreneurship” doméstico.
De este conjunto de argumentos surge una imagen de una clase capitalista doméstica muy
poco “schumpeteriana”, imagen que ya comienza a ser manejada desde comienzos de siglo
en el país por los observadores críticos del modelo agroexportador. Así, ya en los años 1920
autores como Bunge y varios de quienes colaboraban habitualmente en la Revista de
Economía Argentina manejaban la idea de que la clase dominante argentina se manejaba con
criterios especulativos y estaba acostumbrada a las ganancias fáciles (ver Llach, 1985).
La literatura más reciente sobre el tema tiende a descartar la idea de que los terratenientes
hayan sido irracionales o ineficientes. Por un lado están los trabajos de inspiración “neoclásica”,
para quienes los terratenientes, al elegir técnicas tierra-intensivas, simplemente habrían hecho una
asignación racional, dado que ése era precisamente el recurso abundante. Por otro, están
aquellos estudios -muchos de los cuales tienen inspiración marxista- que señalan que el
monopolio de la tierra y la existencia de una renta diferencial de carácter ricardiano pusieron
límites al proceso de acumulación. En consecuencia, los estancieros habrían sido “racionales”
pero no socialmente eficientes. Los trabajos de Flichman (quien señala que la existencia de
una renta especulativa y el hecho de que la incorporación de nuevas tecnologías no resultara
económicamente rentable a nivel individual permiten explicar la persistencia de las empresas
extensivas), y, en particular, los de Jorge F. Sábato son representantivos de esta tendencia.
Este último postula la existencia de una racionalidad empresaria peculiar de los estancieros
pampeanos, los cuales habrían diversificado riesgos a partir de la organización de grandes
estancias que les permitían desarrollar una estrategia combinada de producción de cereales e
131
. Esto no implica que el capital local haya estado ausente de la industria frigorífica, pese a que más tarde fue
desplazado por estadounidenses y británicos, en un movimiento que, según Sourrouille et al (1985), no tuvo que ver con
dificultades de acceso a la tecnología o el capital, sino a las “prácticas comerciales especiales” de los frigoríficos de
capital extranjero.
132
. En este sentido, Schvarzer (1996) recuerda una cita de Juan B. Justo, quien decía que los ganaderos tenían
una participación escasa en las ganancias derivadas del negocio de exportación de carnes por ser técnicamente
incapaces e ignorantes, lo que les impedía modificar el sistema de compra de los frigoríficos.
129
invernada de ganado. En este argumento, hacia fines del siglo XIX los grandes estancieros
habrían percibido que la diversificación era una estrategia rentable y que los arrendamientos,
más allá de servir para mejorar las pasturas, agregaban un nuevo y rentable rubro a sus
propiedades (esto explicaría porque la combinación agricultura-ganadería también se
encontraba en propiedades medianas). En esta visión, la progresiva sofisticación de la
combinación agricultura-ganadería dio lugar a que la adopción de nuevas técnicas estuviera
supeditada a que éstas no inhibieran el uso alternativo de los recursos. En consecuencia, se
desalentaron las tecnologías capital-intensivas, se fijaron techos tecnológicos y se limitaron en
el largo plazo la producción y los rendimientos -retomaremos esto al discutir sobre lo ocurrido
en el sector agropecuario durante la fase de la industrialización sustitutiva de importaciones (ISI)-.
Ahora bien, buena parte de la misma literatura que rechaza la idea del “terrateniente irracional”
tiende a considerar, como lo hacía ya en los años 1930 Alejandro Bunge, que el empresariado
de la época tenía un carácter inherentemente “especulativo”. Por ejemplo, Roulet y J. F.
Sábato (s.f.) señalan que el ausentismo de la clase terrateniente no era un signo patológico,
sino una conducta racional desde el punto de vista empresario. Esto sería así debido a que el
“verdadero negocio” en este período no estaba en la producción, sino en la especulación y la
compra venta. Para aprovechar estas oportunidades eran necesarias dos condiciones: tener
acceso al Estado (por ejemplo, para saber por donde pasará la traza de los ferrocarriles, influir
sobre la construcción de la infraestructura o sobre la fijación de aranceles y regulaciones,
participar de modo privilegiado en la distribución de tierras fiscales, etc.) y disponer de
significativos volúmenes de dinero (aquí se destaca que el acceso al mercado financiero,
incluso el de carácter oficial, estaba sumamente restringido). Según estos autores, si bien
ambas condiciones no fueron un activo exclusivo de la clase terrateniente tradicional -sino que
fueron accesibles a aquellos que, por su espíritu empresario o especulativo o por su
participación en el control del Estado, habrían de formar parte del núcleo de los “nuevos
privilegiados”-, dicha clase terrateniente tenía una ventaja. La forma de propiedad de la tierra,
propiedad que era justamente llave para el acceso privilegiado al crédito, permitía el
ausentismo, pero ese ausentismo, lejos de ser un rasgo de una clase ociosa, era lo que,
justamente, les permitía dedicarse al gran negocio que no estaba en el campo sino en la
ciudad, donde estaban las oportunidades de compraventa y especulación.
130
tema, o, como mínimo, será posible plantear algunas inquietudes respecto de la validez de la
“imagen recibida” sobre los empresarios de la época. Insistimos en este debate porque dicha
imagen recibida no sólo es relevante en cuanto elemento de análisis para la fase
agroexportadora, sino que apunta a establecer ciertos aspectos supuestamente “inmutables”
del empresariado doméstico que, según la tradición comentada, se habrían constituido en
factores de obstáculo para el desarrollo económico-social argentino aún hasta la época presente.
En tanto, en diversas oportunidades a lo largo de este capítulo hemos destacado que los
terratenientes no carecieron de iniciativa en el plano técnico. Tampoco parece haberles faltado
carácter emprendedor. Así, en 1908, Heriberto Gibson podía afirmar que “una vez persuadido
de la utilidad del objeto, ningún ganadero es más emprendedor que el argentino” (citado en
Barsky et al, 1992). Más aún, varios autores destacan la capacidad de los grandes productores
agropecuarios para adaptarse rápidamente a las oportunidades abiertas en el mercado133. H.
Sábato (1987) señala que la adopción permanente del sistema de arrendamiento se explica
porque la alta rentabilidad de la agricultura habría atraído al sector capitalista más fuerte,
flexible y dinámico, que estaba constituido por los principales estancieros de la región
pampeana. La autora -a quien difícilmente podamos sospechar de simpática con la clase
terrateniente- lo califica como un sector empresario no sólo poderoso, sino también alerta a
toda oportunidad de inversión y decidido a encarar cualquier negocio que fuera rentable.
Por otro lado, se han criticado los argumentos que suponen que la clase social terrateniente
no sufrió ninguna mutación a lo largo del proceso de transformación acaecido en el sector
agropecuario durante esta fase, como si los estancieros que vivían una "vida tranquila" durante
la primera mitad del siglo pasado hubieran sido capaces de emprender las iniciativas de
cambio tecnológico, institucional y productivo ya comentadas a lo largo de este capítulo. En
este sentido, se ha argumentado que la "vanguardia" terrateniente es como una clase que se
mueve en función de un objetivo similar a la de cualquier otra clase capitalista moderna:
apoderarse de los beneficios de la innovación tecnológica (Sesto, en prensa).
Incluso algunos casos de aparente "miopía" de los terratenientes también han sido analizados bajo
otra luz recientemente. Por ejemplo, O´Connell (1979) señala que en los años 1920 los
terratenientes no persiguieron con énfasis la mejora en la productividad de sus explotaciones
133
. Es interesante, por una vez, compararnos con una sociedad más cercana, no sólo geográficamente sino
culturalmente. Así, Millot et al (1995) destacan que el proceso de mestización para adaptar el ganado ovino a las
exigencias de los mercados internacionales de carne se hizo mucho más rápido en Argentina que en Uruguay.
131
-hecho del cual han sido acusados repetidamente- porque en su percepción el problema central
que enfrentaban era una crisis de sobreproducción en los mercados internacionales. Aumentar la
productividad habría sido, entonces, una respuesta irracional según el diagnóstico de los productores.
En lo que hace a la "vida tranquila", Cortés Conde (1997), por ejemplo, ha enfatizado que el
avance de los propietarios ganaderos hacia las zonas de frontera estuvo lejos de ser una tarea
sencilla, y destaca que, en los primeros momentos, debieron soportar costos importantes,
además de “la falta de seguridad y las pérdidas sufridas en la propiedad por bastante tiempo,
el aislamiento y la vida dura antes de la llegada del ferrocarril” (p. 58).
¿Qué ocurre con la “imagen recibida” cuando se la aplica al caso del sector industrial? Lo
primero que cabe señalar es que los reproches de Schvarzer y otros autores por la permanente
búsqueda de apoyo del Estado suenan, en cierto sentido, un tanto ingenuos y son, en última
instancia, contradictorios con la idea, que seguramente dichos autores comparten, de que todos
los procesos de industrialización tardía contaron con un fuerte apoyo del Estado.
En este sentido, los intentos por obtener protecciones arancelarias elevadas, preferencias en
las compras del Estado, créditos baratos, etc., no son de ningún modo una prerrogativa o
curiosidad del caso argentino, sino más bien una norma de conducta seguida en muchos
países por el sector manufacturero. Esto no significa que en todas partes el Estado haya
respondido del mismo modo a estos reclamos, o que otros países hayan avanzado más
rápidamente, en parte gracias a esas políticas pero también debido a otros factores, hacia la
producción de bienes más complejos desde el punto de vista tecnológico. Lo que se intenta
resaltar es que pedir apoyo del Estado no es incompatible con la existencia de un espíritu
empresario, sino, en general, una constituyente esencial del mismo.
El propio Schvarzer (1989) señala que “a comienzos de siglo los grupos dominantes del país
tenían la convicción de que podían ingresar al comercio mundial con productos primarios
manufacturados: la carne, el tanino, el azúcar y la harina eran actividades promovidas por el
gobierno y que se ofrecían promisorias para la exportación” (p. 66). Sin embargo, estos
intentos fracasaron por el proteccionismo imperante en los mercados europeos. Otro dato
significativo refiere a la experiencia del grupo Bunge y Born cuando decide ingresar a un
sector típicamente moderno como el químico en los años 1930. Schvarzer (1989) presenta una
imagen de un grupo que es capaz de entablar negociaciones con un gigante mundial como
ICI, la cual debió extremar recursos para limitar la expansión del grupo local en el sector,
llegando incluso a proponer un acuerdo de reparto de mercados.
Tampoco resultan muy compatibles con la “imagen recibida” varios hechos que hemos
comentado previamente y que más bien apuntan a la existencia de una clase empresaria
manufacturera bastante dinámica. Aquí habría que incluir, por ejemplo, el récord histórico de
importaciones de maquinaria industrial entre 1920 y 1930, las operaciones de IED encaradas
pioneramente por firmas argentinas desde comienzos de siglo, la construcción de un buen
número de plantas con tecnología moderna y escalas internacionales, etc.
Vale la pena señalar que otros autores ya habían avanzado observaciones críticas similares
respecto de lo que aquí hemos denominado “imagen recibida” del empresariado argentino. Por
ejemplo, Barbero (1995, 1998), en relación al argumento sobre el carácter inherentemente
132
"especulativo" de la clase empresarial nativa, señala que el mismo tiene un “carácter
deductivo”, que se apoya “en una evidencia empírica muy limitada” y que está condicionado
“por el carácter especulativo de la economía argentina en los años setenta y ochenta de este
siglo”, y, en última instancia, en realidad se halla influenciado esencialmente por un “prejuicio
antiempresarial” (p. 140). En particular, Barbero señala que J. F. Sábato ignora que la
diversificación de actividades es un fenómeno común en los países de industrialización tardía
-esto se confirma al examinar la experiencia histórica de países como Corea o Japón, por
ejemplo-. Asimismo, argumenta que los escasos datos disponibles sobre los empresarios de
aquel momento no parecen confirmar la hipótesis de una actitud especulativa generalizada,
que se evidenciaría, por ejemplo, en una resistencia a la inversión en capital fijo.
iii) Los empresarios son siempre buscadores de rentas. Por tanto, dirigen sus esfuerzos hacia
las actividades en donde esas rentas están potencialmente disponibles. La especulación, el
rent-seeking, etc., no son patrimonio de la Argentina, sino que también han estado presentes
en gran cantidad de experiencias de desarrollo exitosas. En nuestra perspectiva, durante la
fase agroexportadora convivieron las rentas “innovadoras” con las rentas “especulativas”, de
“lobbying”, etc, sin que esa convivencia afectara seriamente la dinámica de crecimiento
económico -tal como ha ocurrido en casi todas las experiencias exitosas de desarrollo
económico-. En la sección siguiente analizaremos la posibilidad de que bajo la ISI predominara
el segundo por sobre el primer tipo de rentas (afectando, ahí sí, las posibilidades de desarrollo
de la sociedad local). Pero aún si ello fuera así, las causas del problema no habría que
buscarlas tanto en una supuesta “herencia” del modelo agroexportador -ni mucho menos en la
“genética” de los empresarios locales-, sino en las especificidades de las estructuras
institucionales, productivas, etc. tal como se configuraron durante la ISI.
133
3) El sistema nacional de innovación durante el período agroexportador:
conclusiones
Así, se ha podido afirmar que el crecimiento de la economía argentina en este período se basó
en una “oportunidad que fue rápidamente aprovechada, fomentando el ingreso de capitales y
de mano de obra, y transformando al sector agrícola ... de manera de responder lo más
rápidamente posible a la demanda pero sin realizar innovaciones significativas -negritas en
el original- (Nochteff, 1994b, p. 46), lo cual habría impedido que se genere un proceso
autosostenible de innovación y especialización que permitiera continuar la expansión más allá
de la “etapa fácil” basada en precios agrícolas altos, expansión de la frontera agropecuaria y
aportes externos de factores y tecnología.
A lo largo de este capítulo hemos tratado de mostrar que este tipo de diagnósticos trazan un
panorama excesivamente simplificado de lo que ocurrió en la etapa agroexportadora. En
particular, si se considera que antes de 1860 la agricultura era de subsistencia, la ganadería
empleaba técnicas primitivas, el ganado ovino y vacuno local no satisfacía los requerimientos
de los mercados mundiales -por lo que debió ser totalmente reemplazado por nuevas razas-,
el sector manufacturero era extremadamente débil y el nivel educativo de la (escasa)
población nativa bajo -además de que las condiciones institucionales distaban de ser
suficientes como para garantizar un proceso de crecimiento sustentable-, entonces
concluiremos inevitablemente que aprovechar la "bondad de la naturaleza" no fue tan "fácil".
134
rápida respuesta del sector manufacturero ante la brusca contracción de las importaciones
industriales y la necesidad de atender la demanda doméstica de 1930 en adelante.
Parece ser un error, por tanto, suponer que porque el Estado no tuvo una presencia relevante
en materia de asistencia tecnológica al sector agropecuario, las bases tecnológicas del
régimen de crecimiento de aquel período fueron débiles. Tanto las condiciones naturales como
la prevalencia de grandes explotaciones capitalistas que empleaban estrategias de
combinación de actividades en el agro pampeano parecen ser elementos decisivos para
explicar por qué la acción estatal no fue imprescindible.
A su vez, la idea que circula en buena parte de la literatura recibida describiendo una clase
dominante absolutamente especulativa o rentística tampoco hace justicia a una realidad más
compleja y matizada. Si bien es cierto que no hubo un proceso de crecimiento basado en el
surgimiento de innovaciones endógenas "genuinas", parece haber existido una buena cantidad de
empresarios -nativos en el caso agropecuario y extranjeros en el sector industrial- que
aprovecharon todo tipo de oportunidades de negocios abiertas tanto localmente como en el
exterior, a través de iniciativas que no necesariamente eran "especulativas" o carentes de riesgos,
tal como lo prueban, por ejemplo, el proceso de refinamiento del ganado vacuno ocurrido
desde los años 1860 o las iniciativas de varios industriales que instalaban no sólo plantas
modernas de gran escala en el país, sino que incluso llegaban a realizar inversiones directas
en el exterior.
135
Por otro lado, también varios autores parecen suponer que la Argentina, por razones no
siempre bien especificadas, tuvo la "desgracia" de contar con una clase empresaria
particularmente dispuesta a la especulación o a la búsqueda de ganancias vía renta primaria.
Con relación a este tema, cabe señalar que: i) los empresarios capitalistas en cualquier lugar
del mundo tienen como único objetivo la búsqueda de ganancias, y no puede suponerse que
existan países en donde hay una preferencia "genética" particular por realizar esa búsqueda
de una u otra forma. Por el contrario, es el marco institucional vigente en cada sociedad el que
define las actividades en donde existen más probabilidades de encontrar ganancias; ii) si
existen -o pueden crearse- rentas monopólicas, especulativas o diferenciales, sería absurdo
suponer que la clase capitalista se abstenga de explotarlas; iii) la aparición de
emprendimientos "schumpeterianos" o basados en la innovación no depende únicamente del
"espiritu" de la clase empresarial, sino también de condiciones objetivas básicas, tales como la
existencia de mecanismos de financiamiento, la disponibilidad de una fuerza de trabajo con las
calificaciones necesarias, la existencia de instituciones de CyT, etc. En este sentido, está claro
que en la Argentina distaban de encontrarse garantizadas tales condiciones.
Sobre esta base, podemos señalar que el desarrollo industrial argentino avanzó lo esperable
en un contexto donde la "oferta" de empresarios, que provenía del exterior, hallaba un país
donde la educación no apuntaba a generar recursos humanos calificados para la actividad
productiva, donde la universidad no generaba ingenieros ni científicos en cantidades
apreciables -ni tampoco contribuía a engrosar la "oferta" de empresarios-, donde eran escasos
los instrumentos para conseguir financiamiento para actividades manufactureras, donde desde
el poder público se crearon -o no se eliminaron- distintas fuentes de rentas "no innovativas",
donde la base industrial previa era casi inexistente y donde no existía una base técnica de
apoyo para realizar actividades innovativas. Esto agravado en un contexto donde el avance
hacia las ramas más dinámicas a partir de fines del siglo XIX dependía de la existencia de
recursos minerales escasos o inexistentes en el país (creemos, además, que este conjunto de
argumentos ofrecen una explicación un poco más ajustada para el limitado desarrollo
manufacturero argentino vis a vis la tradicional que remite al insuficiente proteccionismo).
En cuanto a los empresarios del sector agropecuario, parecen haber realizado eficientemente
su tarea desde el punto de vista microeconómico, al menos desde el punto de vista técnico. En
este sentido, resulta un tanto contradictorio suponer que al mismo tiempo estaban atentos a
los cambios en el mercado mundial y se adaptaban rápidamente a las nuevas demandas y
oportunidades, y que eran "miopes" o "despreocupados" por optimizar el rumbo de sus
negocios. Sería también necio adjudicarles como un "error" no haber previsto la crisis de 1930,
y tampoco es sensato reprocharles, por ejemplo, que no elevaban la productividad en tiempos
de crisis cuando, como señalamos en este capítulo, su diagnóstico era que la crisis no era de
productividad sino de falta de demanda.
136
el cual tenía, además, dos características distintivas: predominio de la acción del sector
privado y fuerte dependencia de los insumos tecnológicos extranjeros.
Ahora bien, de aquí no se deduce que el SNI agroexportador no tuviera deficiencias, ni - más
importante a largo plazo-, que su configuración específica fuera adecuada para encarar los
desafíos abiertos a partir del cambio de estrategia de crecimiento post 1930.
En relación al primer tema, es indudable que los productores agropecuarios de menor tamaño
hubieran visto mejorada su situación de haber existido una red de instituciones de información
y asistencia técnica, así como un mayor énfasis en la educación práctica de los agricultores y
sus familias. A su vez, probablemente se perdieron oportunidades de mejorar la productividad
y calidad de la producción agropecuaria argentina.
Pero la cuestión más significativa para el análisis que haremos en el próximo capítulo es
discutir cuáles son los problemas que, a posteriori, traería la peculiar configuración del SNI
“agroexportador” con relación a las necesidades planteadas por el estilo de crecimiento que
adoptaría la Argentina luego de la crisis de 1930. En esencia, se trata de las dificultades
generadas por el carácter path-dependent de los procesos de cambio económico e
institucional, que en el caso argentino se vinculan tanto con el patrón de especialización
productiva como con la configuración institucional del aparato educativo y de CyT.
137
actividad científica fuertemente impulsada por el peso de ciertas personalidades y que se
postula como autónoma y autoevaluada con relación a la pertinencia de sus actividades.
En tanto, la ausencia del Estado en el plano tecnológico durante esta etapa va a dificultar su
adaptación a las necesidades de la ISI cuando, como veremos, se va a demorar mucho la
adopción de las políticas tecnológicas necesarias para ayudar tanto al sector agropecuario como
al industrial a enfrentar los nuevos desafíos que surgirán luego de 1930 (por ejemplo, el paso a la
agricultura science-based o la necesidad de profundizar el proceso de sustitución de
importaciones).
En el capítulo siguiente volveremos con más detalle sobre este conjunto de temas.
138
CAPITULO III
EL SISTEMA NACIONAL DE INNOVACION EN LA ARGENTINA: LA
INDUSTRIALIZACIÓN SUSTITUTIVA DE IMPORTACIONES (1930-1976)
El período que va de 1930 a 1976 –tanto el año de inicio como el de finalización coinciden con
sendos golpes de Estado- corresponde a la etapa en la cual la Argentina asumió un estilo de
desarrollo basado en la industrialización vía sustitución de importaciones (ISI).
En primer lugar, la crisis de 1930 marca el inicio de un período en el cual las políticas públicas
asumirán, cada vez con mayor énfasis e intencionalidad específica, un sesgo favorable al
desarrollo industrial. Más allá de la inestabilidad económica y política que caracteriza al
período, el sesgo pro-industrial no sólo aparecerá en la acción estatal, sino que se incorporará
progresivamente a la conciencia social. Así, habrá un consenso -mayor que en el pasado,
aunque no total, por cierto- respecto de que la Argentina sólo podría progresar como nación a
través del continuo desarrollo del sector industrial.
En tercer lugar, y en particular considerando las graves consecuencias que la crisis de 1930
tuvo sobre la economía local, los sucesivos regímenes de política económica asumirán una
orientación esencialmente mercado internista.
El golpe de Estado de 1976 marca el fin de la etapa sustitutiva. Entre 1977 y 1981 el país
conoce un experimento aperturista que, si bien se revertirá a raíz de la crisis de la deuda
externa desatada en 1982, pone por primera vez en cuestión las bases mismas de la ISI, al
plantear, al menos en la retórica, la necesidad de liberalizar y desregular la economía, eliminar
la preferencia hacia el sector industrial en las políticas públicas y abandonar la orientación
predominantemente mercado internista de la economía argentina.
Si bien es cierto que durante la ISI el país conoció distintos episodios de crecimiento
económico sostenido, paradójicamente, y a diferencia de lo ocurrido en otras experiencias
históricas, la aceleración del proceso de industrialización a partir de 1930 no coincidió con el
progreso sino con el retraso relativo de la Argentina en el contexto internacional. Mientras que
algunos analistas atribuyen este retraso a deficiencias específicas del modo que asumió la
industrialización sustitutiva en la Argentina -continuas dificultades del sector externo que dieron
139
lugar a ciclos de stop and go y crecientes presiones inflacionarias, falta de efectividad,
coherencia y/o profundidad de las políticas públicas pro-industrializantes, carencia de un
sector empresario doméstico dinámico, excesiva presencia de empresas transnacionales (ET)
y fuerte dependencia tecnológica en el sector manufacturero, etc.-, otros directamente lo
vinculan con la sustitución de importaciones -y su aparato institucional correspondiente- per
se. Es esta última posición la que sustentó el experimento aperturista de 1977-1981.
En este capítulo no vamos a discutir la ISI desde un punto de vista general ni a internarnos en
el debate sobre si fue razonable o no que la Argentina adoptara ese tipo de políticas después
de la crisis de 1930. Lo que pretendemos hacer es analizar la evolución del Sistema Nacional
de Innovación (SNI) en la Argentina en esta etapa, y evaluar su contribución al proceso de
desarrollo económico del país durante la ISI.
El hecho significativo en este sentido es que en la ISI coincide la creación de una gran
cantidad de instituciones en el campo de la ciencia y la tecnología con el ya mencionado
retraso relativo del país en el contexto internacional. En consecuencia, si en el capítulo anterior
se trataba de reflexionar sobre la paradoja de un crecimiento notable que convivía con un SNI
aparentemente inexistente y una economía basada en el sector primario, ahora la cuestión a
considerar es porqué la aceleración del desarrollo industrial y la articulación de una trama
institucional en el plano de las actividades de ciencia, tecnología e innovación coincidieron con
una fase menos exitosa, en la comparación internacional, de la economía argentina.
En gran medida, la reflexión acerca de esta nueva aparente paradoja gira en torno a ciertas
cuestiones adelantadas en el primer capítulo y que, a nuestro juicio, resultan claves para
entender lo ocurrido con el SNI durante el período bajo análisis: i) la importancia de la
estabilidad macroeconómica e institucional para la dinámica innovativa -tanto de agentes
económicos como de países enteros-; ii) el rol que juega el esquema de incentivos vigente en
cada etapa del desarrollo económico de un país, en tanto define los estímulos que tienen las
firmas para invertir y asignar recursos en distintos tipos de actividades; iii) el papel relativo de
las fuentes extranjeras de tecnología vis a vis los esfuerzos innovativos domésticos; iv) el
diseño y efectos de ciertos tipos de políticas públicas en ciencia y tecnología y, en particular, el
lugar que ocupan las universidades y las instituciones estatales de CyT en la dinámica del SNI
y en la vinculación entre dicha dinámica y los procesos más generales de desarrollo económico
en cada caso nacional específico; v) el peso del path-dependence en las conductas y patrones
de interacción sistémica de las instituciones y de los agentes económicos.
i) entre 1930 y 1976 la Argentina exhibió una marcada inestabilidad tanto en materia
macroeconómica como en el plano político e institucional, lo cual desalentó la realización de
esfuerzos en materia de incorporación de tecnología y desarrollo de actividades de innovación;
ii) las políticas económicas excesivamente inward oriented y el escaso énfasis de aquéllas en
impulsar a las firmas a avanzar en el plano de la eficiencia y la competitividad microeconómica
también obraron como elementos negativos desde el punto de vista de la dinámica del SNI. En
el caso específico del sector manufacturero, cabe apuntar también que el paradigma
tecnológico fordista, con su énfasis en las economías de escala, no se ajustaba
140
particularmente bien al contexto argentino, considerando el tamaño relativamente pequeño del
mercado doméstico, deficiencia no compensada -como sí pudo haber ocurrido en el Este
Asiático durante este mismo período- por el recurso a la exportación;
iv) es sólo hacia mediados de 1950 cuando aparecen políticas explícitas en materia de CyT,
las cuales en una primera etapa comienzan por la creación de grandes instituciones
vinculadas al plano de la investigación básica y aplicada -CONICET-, las tecnologías
agropecuarias e industriales -INTA e INTI- y el área nuclear -CNEA- (además de algunas otras
de menor tamaño e influencia). Más allá de que el desempeño de estas instituciones ha sido
visiblemente distinto -y seguramente el INTA se ha destacado relativamente en este sentido-,
en general se puede afirmar que, al igual que las universidades, no lograron incidir de modo
efectivo en la dinámica tecnológica de la economía local, ni tampoco establecieron
vinculaciones significativas con el mundo de la producción ni con el sector empresario.
Más adelante, desde fines de los años 1960, se adoptan distintos tipos de iniciativas que en
general apuntan, como se dijo más arriba, a regular el ingreso de tecnologías extranjeras y a
introducir criterios de planificación en el área de CyT. Si bien dichas iniciativas tuvieron poco
tiempo para mostrar resultados y se desarrollaron en un ambiente económico-político
crecientemente caótico, su enfoque excesivamente averso al ingreso de tecnologías extranjeras,
la poca atención a la necesidad de impulsar explícitamente la realización de actividades
locales de innovación y la focalización en el Estado -y en las empresas públicas- como
principal agente del SNI también deben computarse como elementos que contribuyeron a su
fracaso.
141
determinado sendero evolutivo del sistema educativo y de la incipiente actividad científica local
en el cual las vinculaciones con el mundo de la producción y la tecnología estaban poco
menos que ausentes. En este sentido, veremos que durante el período de la ISI no se
alteraron en lo esencial ninguna de dichas tendencias, lo cual limitó tanto las oportunidades
como las posibilidades de avance tecnológico de la economía argentina.
Además de presentar evidencia en favor de estos argumentos, se tratará de discutir una idea
difundida en buena parte de la literatura recibida que atribuye una responsabilidad principal a
los empresarios locales en cuanto al pobre desempeño innovativo de la economía argentina en
este período. En este sentido, trataremos de argumentar que el análisis de este tema debe
remitir a la influencia de ciertos marcos institucionales y de determinados regímenes de política
económica sobre las estrategias y desempeños de las firmas, más que apuntar a factores
“genéticos” o a conductas aparentemente “inmutables” de las clases dominantes o la “elite”
empresaria local.
También se revisará aquella literatura que destaca el carácter idiosincrático de los esfuerzos
innovativos locales y la progresiva acumulación de capacidades tecnológicas y competitivas en
un segmento relativamente amplio del espectro manufacturero local. En este sentido, si bien
se reconocerá la existencia de dichos fenómenos, e incluso se resaltarán particularmente
algunos casos en donde dichos procesos de aprendizaje innovativo alcanzaron cotas
relativamente altas, también se argumentará que el contexto local recién descripto brevemente
puso límites tanto a las oportunidades como a las posibilidades e incentivos para avanzar
sostenidamente en el proceso de construcción de un SNI que efectivamente contribuyera a
que la Argentina cerrara la brecha con los países más avanzados en el plano tecno-productivo
y, a fortiori, en materia de niveles de desarrollo económico-social (enseguida veremos que, de
hecho, dichas brechas se ampliaron significativamente durante la ISI).
a) El contexto internacional
La crisis de 1929 llevó no sólo a una profunda depresión económica y a un drástico aumento
del desempleo en los principales países desarrollados, sino que fue acompañada por la
142
destrucción del antiguo orden internacional, a través del abandono del patrón oro, el retorno
del proteccionismo y el derrumbe del mercado internacional de capitales.
Siguiendo a Maddison (1992), la depresión tuvo varios efectos en el plano internacional. Por
un lado, llevó a una reducción en la demanda y a un empeoramiento de los términos de
intercambio para los productos primarios de exportación. En segundo lugar, hubo un cese
repentino del flujo de capitales proveniente de Europa y los EE.UU. hacia la periferia.
Finalmente, la baja general del nivel de precios en todo el mundo elevó la carga real del
servicio de la deuda externa. En este contexto, los países latinoamericanos sufrieron serias
crisis externas, que obligaron a implementar políticas de restricción a las importaciones (los
países de la región debieron reducir el volumen de sus importaciones un 60% entre 1929 y 1932).
Una vez terminada la contienda, entre 1950 y comienzos de los años 1970 los países
desarrollados atravesaron una “Edad de Oro”, en la cual se registraron las tasas más elevadas de
crecimiento del producto y la inversión de toda la historia, en un contexto de pleno empleo, baja
inflación y continua mejora en los niveles de vida de la población (Armstrong et al, 1991; Glyn
et al, 1988).
Entre 1950 y 1975 el PBI de los principales países desarrollados se expande a un 4,9% anual
promedio, la productividad total de factores lo hace al 2,8% y la productividad laboral al 4,2%,
cifras que están muy por encima tanto de las registradas en la historia previa del capitalismo,
como de las que se verifican en las tres últimas décadas (Díaz Pérez y López, 1990).
A su vez, la alta tasa de acumulación de capital, juntamente con la dinámica del progreso
tecnológico, permitió la aceleración del crecimiento en la productividad del trabajo. Un hecho
clave es que en este período de prevalencia de un régimen de acumulación intensiva, se pudo
evitar tanto la tendencia a la caída en la tasa de beneficio como la aparición de desequilibrios
fuertes entre la producción de bienes de capital y la de bienes de consumo, gracias a la
143
dinámica virtuosa antes señalada entre inversión en capital fijo, aumento de la productividad
laboral e incrementos salariales que daban lugar a nuevos estímulos para la inversión.
El Estado adquiere en este período un rol fundamental dentro del proceso de acumulación, no
sólo a través de su presencia directa en la producción de bienes y servicios -presencia que se
expande en casi todos los países desarrollados, y principalmente en Europa-, sino también a
través de la gestión monetaria y fiscal (el Estado "keynesiano"). Al mismo nivel de importancia
debe situarse la intervención gubernamental en los mercados, especialmente en el de trabajo.
El Estado contribuye de este modo a la "construcción" de una demanda que encuentra un piso
en las fases de depresión gracias, justamente, a la aparición de mecanismos que aseguran
una cierta norma mínima de consumo obrero a través de seguros de desempleo, leyes de
salario mínimo, extensión del sistema de seguridad social, etc. Este tipo de intervención
gubernamental es la que dará lugar a la noción de Estado del Bienestar (Welfare State), cuya
expansión será otra de las características de esta etapa del capitalismo.
Si bien los EE.UU. se confirman como país líder dentro de la economía internacional, hay un
significativo proceso de convergencia, protagonizado esencialmente por los países que hoy
forman parte de la OECD. En este proceso de destacan especialmente los casos de Alemania
y Japón, cuyos niveles de productividad e ingresos se acercan, luego del brutal retroceso
experimentado durante la Segunda Guerra, a los de la potencia dominante.
A su vez, tras la segunda guerra mundial, en el plano internacional se creó un nuevo “orden”,
basado en las instituciones surgidas a partir de Bretton Woods -el FMI, el Banco Mundial, el
GATT-, que contribuyó a un desmantelamiento de las barreras comerciales y a una fuerte
expansión del comercio y los flujos internacionales de capital.
En efecto, en este período, el comercio internacional aumentó a una tasa anual media del
7,3%. La participación de los productos primarios -excluidos combustibles- en el comercio
internacional desciende sostenidamente, del 40% en 1955 al 17% en 1983, desplazados por
las manufacturas. En este sentido, hay que considerar que una parte esencial de la expansión
del comercio internacional en esta fase asume un carácter intrarrama o intraindustrial, y es de
tipo Norte-Norte -Europa, EE.UU. y Japón- (Hopenhayn y Rojo, 1990).
Por otro lado, en contraste con el período pre-1914 -de dominación de los flujos internacionales
del tipo inversión de cartera-, la IED se expande fuertemente en esta etapa, en particular la
dirigida desde los EE.UU. hacia el mercado europeo, pero también la que desde ambas
regiones se orientaba hacia América Latina o Asia, generalmente con el objetivo de atender los
mercados internos de los países receptores (“saltando” las barreras arancelarias o para-
arancelarias). En parte, esta expansión de la IED se vincula con el aumento del comercio
internacional, ya que una parte importante de este último asume un carácter intra-firma.
Otra de las características notables de este período es el creciente peso de las inversiones en I&D
en los países avanzados. Hacia 1965 dichas inversiones se situaban en un 1,6% del PBI en
promedio para Alemania, Francia, Gran Bretaña, Bélgica, Italia y Japón (Abramovitz, 1994), cifra
que para 1970 ya llegaba al 1,8% -en ese mismo año el gasto de los EE.UU. era del 2,7% del
PBI-.
144
Esta tendencia era resultado de dos movimientos. Por un lado, el masivo apoyo a la
investigación básica otorgado por los gobiernos de los principales países capitalistas a partir
de la Segunda Guerra Mundial. Por otro, el creciente involucramiento de las firmas privadas en
actividades de I&D, especialmente de aquellas que operaban en industrias de alto dinamismo
tecnológico o eran más science o knowledge-based.
Como señalan Freeman y Soete (1997), en este período se asiste a una creciente
"profesionalización" de la actividad de I&D en el sector industrial, el cual se realiza en
laboratorios o unidades especializadas por personal altamente calificado. Para los autores,
esta tendencia es resultado de: i) el carácter crecientemente "científico" de la tecnología
(especialmente en sectores como química, electrónica, etc.); ii) la mayor complejidad de las
tecnologías industriales, de la mano del predominio de la producción en masa.
En la periodización de Freeman y Pérez (1988) este período coincide casi enteramente con
una onda de Kondratieff que los autores denominan "de producción en masa fordista", en la
cual la energía, y en particular el petróleo, es el insumo clave del paradigma tecno-económico
dominante en aquel momento. Entre los sectores industriales que más crecen en esta etapa
se encuentran el complejo automotriz y el químico-petroquímico, así como varias ramas
productoras de bienes de consumo durable (televisores, radios, electrodomésticos, etc.). En tanto,
la competencia oligopolística entre grandes corporaciones crecientemente transnacionalizadas es
la morfología dominante en la mayor parte de los mercados manufactureros.
Para finalizar con este breve panorama respecto de la dinámica del cambio tecnológico en
este período, hay que referirse a lo ocurrido en el sector agropecuario, en el cual ya desde la
segunda mitad del siglo XIX venía registrándose un proceso de incorporación de nuevas
tecnologías a través de insumos químicos y bienes de capital. Dicho proceso se acelera
durante el siglo XX, en especial desde mediados de los años 1930, cuando comienza a
gestarse una revolución tecnológica de profundos alcances. Dicha revolución fue resultado de
la aparición de nuevos equipamientos e implementos agrícolas -sustituyendo trabajo humano y
energía animal-, de las mejoras en la fabricación y aplicación de fertilizantes, fungicidas,
pesticidas y herbicidas, del fuerte aumento en el uso de fertilizantes químicos, de la aparición
de semillas híbridas de maíz y nuevas variedades de plantas de alto rendimiento y resistentes
a plagas y sequías, del perfeccionamiento de las técnicas de irrigación, de la masiva
introducción de prácticas destinadas a un mejor manejo de suelos y cultivos, etc., todo lo cual
contribuyó a mejorar sustancialmente los rendimientos agrícolas y permitió que zonas con
menores ventajas relativas naturales se sumaran como productores significativos al mercado
mundial de alimentos. capital. Un hito en este sentido es la llamada "revolución verde",
ocurrida en la década de 1960, con su aporte de germoplasma de alta productividad,
transferido eficazmente a los países en desarrollo. Estos procesos se apoyaron en esfuerzos
145
realizados durante muchos años por los Estados de los países desarrollados para generar la
necesaria base científico-tecnológica y para fortalecer sistemas de articulación que permitieron
una rápida difusión y aceptación de estas innovaciones (Barsky, 1988; Cap, 1997; Vitelli, 1999).
El modelo de acumulación de la “Edad de Oro” encontrará sus límites a fines de los '60, por el
agotamiento de las ganancias de productividad obtenibles mediante la profundización de los
métodos fordistas. "Más allá de un umbral, los métodos fordistas pasan a ser antiproductivos"
(Boyer, 1986); esto ocurre tanto por razones técnicas (desequilibrios dentro de la línea de
montaje, tiempos muertos, falta de flexibilidad, etc.) como sociales (gran rotación de
trabajadores, ausentismo, baja intensidad en el esfuerzo laboral, efectos perturbadores de las
huelgas, costos crecientes de las exigencias de control y calidad del trabajo, etc.).
La crisis del petróleo desatada en 1973 terminará de derrumbar este modelo, y dará lugar al
fenómeno de la "estanflación" (recesión combinada con inflación) que afectará a la mayor
parte del mundo industrializado. Esta crisis será el prolegómeno de profundos cambios en el
plano de las políticas económicas (donde se asistirá a un progresivo retiro del Estado en sus
funciones de productor y regulador, a la desacreditación de las políticas keynesianas y a un
ataque fuerte al Estado del Bienestar) y de los métodos tecno-productivos dominantes (con el
surgimiento del toyotismo y el advenimiento de la llamada "revolución microelectrónica") -en el
capítulo siguiente se examinarán estas tendencias con más detalle-.
¿Qué ocurrió en esta época fuera del mundo desarrollado? El llamado Tercer Mundo no estuvo
ausente del boom de la posguerra y de hecho los países de ese bloque, y en particular los del
Este Asiático, crecieron más rápidamente que las economías avanzadas entre 1950 y 1970, y
progresaron significativamente en su sendero de industrialización (Ominami, 1987).
Durante los años 1950 y 1960 el “modelo ISI” dió lugar a procesos sostenidos de crecimiento
en buena parte de la región y a un significativo avance del nivel de industrialización promedio
en la mayoría de los países -siendo seguramente Brasil el exponente más exitoso de la ISI
latinoamericana-. Sin embargo, progresivamente se fueron acumulando dificultades,
especialmente en el sector externo, considerando la continua dependencia respecto de las
exportaciones primarias en la mayor parte de los países y el insuficiente ritmo de aumento de
la productividad y ganancias de competitividad en el sector industrial.
Estas deficiencias darán lugar a cuestionamientos cada vez más profundos del modelo
sustitutivo, provenientes particularmente de la ortodoxia neoclásica, la cual criticaba el sesgo
antiexportador de la ISI, la promoción de proyectos industriales con tasas sociales de retorno
bajas o negativas, la pérdida de bienestar de los consumidores como resultado del
encarecimiento de los bienes importados y de la oligopolización de los mercados derivada de
la instalación de ramas con fuertes economías de escala en países con mercados internos
pequeños, las distorsiones generadas en la asignación interna de recursos, etc. (véase Oman
146
y Wignaraja, 1991 para una reseña de la literatura respectiva). Así, y en el contexto de severas
crisis macroeconómicas en casi todos los países de la región, el modelo sustitutivo será
progresivamente abandonado a partir de los años 1980.
En tanto, los dinámicos países del Este Asiático adoptaron modelos de industrialización
diferentes, en los cuales se hizo más hincapié en la necesidad de obtener ganancias de
productividad y mejorar los niveles de competitividad de las ramas industriales que fueron
promovidas sucesivamente. El éxito de dichos modelos les permitió no sólo crecer
rápidamente, sino incrementar muy significativamente sus exportaciones y, con distinta
profundidad según los casos, diversificar gradualmente sus estructuras productivas,
abarcando crecientemente sectores de alta complejidad tecnológica, no sólo con producción
para el mercado interno sino también para los mercados internacionales.
Como ha señalado repetidamente la literatura sobre el tema, no existe "un modelo asiático",
sino varios (ver Perkins, 1994). Sin embargo, para los casos más exitosos -Corea y Taiwan-, se
puede señalar que la intervención del gobierno ha sido extensa y tuvo un carácter selectivo y
la relación con la economía internacional ha sido manejada estratégicamente, a través de
instrumentos de política comercial, tecnológica e industrial, así como de controles sobre el
mercado de capitales y la inversión extranjera directa.
Si bien formalmente varios de los instrumentos aplicados en estos países se parecen a los
utilizados en la ISI latinoamericana, algunos hechos importantes de estas experiencias
merecen ser remarcados. En primer lugar, si bien se ha argumentado que en estos países
también se desarrollaron industrias destinadas a sustituir importaciones (Noland, 1992;
Westphal, 1992), a diferencia de lo ocurrido en América Latina, dicha estrategia tuvo en el
Este de Asia un carácter extremadamente selectivo, donde las prioridades sectoriales se iban
modificando a medida que avanzaba el propio proceso de industrialización. Asimismo, la
protección concedida a los sectores elegidos siempre tuvo un carácter temporal, llevando a las
firmas a la necesidad de mejorar sus niveles de costos y productividad con el fin de enfrentar,
en el horizonte previsto, a la competencia extranjera en sus propios mercados. Por otro lado,
al insistir en un crecimiento rápido de las exportaciones los gobiernos de estos países hicieron
que la rentabilidad de las mismas dependiese principalmente de los esfuerzos para aumentar la
productividad (Westphal, 1992). En consecuencia, debió desarrollarse un acelerado proceso de
aprendizaje tecnológico de modo de elevar la competitividad internacional de las nuevas
industrias.
147
también podría deberse a haber descansado en las exportaciones como criterio de éxito,
elemento que estuvo ausente en general en las experiencias latinoamericanas (Ross Schneider,
1999).
En el cuadro III-1 presentamos los datos comparativos del PBI per cápita de la Argentina vis a
vis una lista de 22 países (los mismos incluidos en el cuadro análogo del capítulo II, más dos
de los llamados "tigres asiáticos" -Corea del Sur y Taiwan-). Antes vimos que entre 1870 y
1929 la Argentina había mejorado su posición relativa frente a todos los países allí
considerados. Entre 1929 y 1976, en contraste, vemos que la posición del país también
cambió uniformemente vis a vis el resto de los países, pero en este caso empeorándose.
Cuadro III-1
Relación entre el PBI per cápita de un conjunto de países y el de la Argentina (PBI per cápita de la Argentina
= 1). 1929-1976
1929 1950 1976
Suiza 1,4 1,8 2,1
EE.UU. 1,6 1,9 2,1
Canadá 1,1 1,4 1,9
Suecia 0,9 1,4 1,8
Alemania 1,0 0,9 1,7
Dinamarca 1,1 1,3 1,7
Francia 1,1 1,0 1,7
Holanda 1,3 1,2 1,7
Australia 1,2 1,4 1,6
Nueva Zelandia 1,2 1,7 1,6
Bélgica 1,1 1,1 1,6
Noruega 0,7 1,0 1,5
Austria 0,9 0,7 1,5
Gran Bretaña 1,2 1,4 1,5
Japón 0,4 0,4 1,4
Italia 0,7 0,7 1,4
España 0,7 0,5 1,2
Irlanda 0,7 0,7 0,9
México 0,3 0,4 0,6
Taiwan 0,3 0,2 0,5
Brasil 0,3 0,3 0,6
Corea del Sur 0,3 0,2 0,4
Fuente: Elaboración propia en base a Maddison (1995).
148
Entre 1950 y 1976 la decadencia se hace más evidente, y el descenso relativo se comprueba
en 21 de los 22 casos (la excepción es Nueva Zelandia).
Sólo a manera de ilustración, entre los indicadores del pobre desempeño de la economía
argentina en este período podemos señalar que entre 1950 y 1973, en una comparación de 39
países de distintos continentes, sólo cinco de ellos exhiben una tendencia divergente de su
productividad laboral con relación a la de los EE.UU., siendo la Argentina uno de ellos -junto
con Bangladesh, China, India e Indonesia- (cuadro III-2). El cuadro III-3, en tanto, muestra
como en la Argentina el desempeño en términos de la productividad total de factores fue, entre
1950 y 1980, significativamente inferior al de otros países latinoamericanos.
Cuadro III-2
Convergencia/divergencia de un grupo de países en relación con los niveles de productividad de la
economía de los EE.UU. 1950-1973 (tasas promedio anuales)
Japón 4,84 Brasil 1,02
España 3,60 Tailandia 0,94
Grecia 3,60 Perú 0,69
Portugal 3,20 Checoslovaquia 0,68
Alemania 3,18 URSS 0,64
Austria 3,12 Venezuela 0,63
Italia 2,98 América Latina 0,59
Taiwan 2,84 Colombia 0,56
Finlandia 2,62 Suiza 0,52
Francia 2,33 Reino Unido 0,39
Holanda 2,01 Canadá 0,23
Bélgica 1,70 Australia 0,21
Dinamarca 1,69 Chile 0,14
Irlanda 1,56 Pakistán 0,08
Noruega 1,48 Filipinas 0,00
Suecia 1,39 Indonesia -0,11
Corea del Sur 1,33 Argentina -0,19
México 1,25 India -0,59
Hungría 1,12 China -0,65
Polonia 1,03 Bangladesh -2,33
Fuente: Maddison (1995).
Cuadro III-3
Crecimiento de la productividad total de factores en América Latina. 1950-1980
Argentina Brasil Chile Colombia México Perú Venezuela
1950-60 0,8 3,6 0,7 0,9 1,0 -2,6 2,2
1960-70 0,2 1,4 1,3 0,8 1,2 1,0 1,4
1970-80 -0,3 1,1 1,0 0,6 0,1 -0,5 -1,7
Fuente: Elías (1992).
149
industrialización argentino -y también del desarrollo de su sistema de ciencia y tecnología-
quedará, especialmente a partir de 1943, bajo la influencia militar.
Entre los cambios ocurridos en esta etapa, también hay que destacar la reducción drástica de
los flujos inmigratorios y su cambio de composición (en lugar de Europa, son los países
limítrofes quienes van a comenzar a incidir en mayor medida como origen de dichos flujos). En
esta etapa, por otro lado, se registran significativas corrientes de migración interna, ya que las
grandes ciudades atraen población rural gracias a las oportunidades de empleo abiertas en el
expansivo sector industrial. En este contexto, se observa que la Argentina pasa a tener un
menor dinamismo en materia de crecimiento poblacional, lo cual limitará, junto con una
distribución del ingreso poco equitativa, el tamaño del mercado interno al cual podrá abastecer
la industria manufacturera doméstica (cuadro III-4).
150
En opinión de Cortés Conde, este período de crecimiento rápido es consecuencia de un ajuste
exitoso -por la sustitución de la producción manufacturera que anteriormente era abastecida
vía importaciones- al “shock” causado por la crisis de 1930 y, más tarde, por la Segunda
Guerra Mundial. Este éxito se explica en cuanto había una demanda existente insatisfecha
-primero por la crisis externa y luego por el desabastecimiento causado por la guerra-, y porque los
mayores costos de producción locales fueron compensados gracias a un tipo de cambio elevado y
a las ya mencionadas barreras comerciales.
Esta etapa se caracteriza no sólo por una actitud más favorable del Estado hacia el sector
industrial, sino también por el surgimiento de un conjunto de instituciones destinadas a regular
el desarrollo de distintos espacios de la actividad económica. Así, se crea el Banco Central, en
1935, así como las Juntas Reguladoras de Carnes y Granos. Por otro lado, se reforma el
sistema impositivo, ya que el comercio exterior no podía seguir siendo su soporte básico; se
introduce, así, un impuesto a las ganancias por primera vez en la historia del país.
En efecto, en los años 1930 y 1940 hay una intensa polémica sobre el "estilo” de desarrollo
argentino, en la cual están involucrados varios temas: las relaciones con Gran Bretaña y los
EE.UU., el grado de apertura de la economía a los flujos de comercio y capital extranjeros, el papel
de la industria y el agro, la necesidad o no de intervención del Estado en la economía, etc. (Llach,
1984).
Un hito importante en este debate se produce en 1940, cuando aparece el llamado "Plan
Pinedo", el cual buscaba conciliar la industrialización del país con la preservación de un
régimen económico relativamente abierto en materia comercial, fomentando las relaciones de
intercambio con los EE.UU. y los países limítrofes, promoviendo las exportaciones no
tradicionales -que de hecho ya venían aumentando desde algunos años atrás-, favoreciendo
151
el otorgamiento de préstamos a largo plazo para el sector industrial e impulsando la creación
de un mercado doméstico de capitales.
Este plan, cuya adopción fue finalmente rechazada por el Congreso, contó no sólo con la
oposición del sector agropecuario, de buena parte del sector financiero y de los intereses
vinculados a Gran Bretaña, sino también, significativamente (o no tanto, si se considera lo
expuesto en el capítulo anterior) de los representantes de la Unión Cívica Radical134.
Además de sus finalidades sociales, este programa se basaba en la idea de que el mercado
interno iba a ser la base del futuro crecimiento económico en la Argentina. En este sentido,
hay que destacar que las autoridades partían de la premisa de que era peligroso volver a
confiar en el mercado mundial como fuente de dinamismo para el país135.
134
. En respuesta al Plan Pinedo, el Partido Radical señalaba que “podrán caerse todas las chimeneas, pero
mientras el campo produzca y exporte, el país seguirá comprando lo que necesite” (citado en Llach, 1984).
135
. En un estudio sobre los orígenes de la ISI en los países en desarrollo, Waterbury (1999) argumenta que dicha
estrategia ofrecía un futuro de crecimiento y “fortaleza nacional”, mientras minimizaba, aparentemente, la exposición a
los shocks externos. Por otro lado, enfatiza que el “pesimismo exportador” era común en todo el mundo en los años
1950.
152
Consecuentemente con la filosofía redistribucionista del gobierno, se impulsaron fuertes
aumentos de salarios, así como medidas tales como controles de precios o subsidios para
artículos de consumo popular, control de alquileres y arrendamientos rurales e introducción del
sueldo anual complementario, entre otras. Asimismo, se introdujeron reformas sociales
profundas (establecimiento de indemnizaciones por desempleo, cobertura social, vacaciones
pagas, negociaciones laborales tripartitas, etc.).
Por otro lado, el gobierno peronista profundizó la presencia del Estado en la economía, tanto
en el plano regulatorio como productivo. Un dato esencial en este sentido fue la creación en
1946 del Instituto Argentino para la Promoción del Intercambio (IAPI), destinado a regular la
exportación de productos agrícolas y la importación de bienes esenciales. Asimismo, se
nacionalizaron los depósitos bancarios y se estatizaron la mayor parte de los servicios públicos
que estaban en manos extranjeras (Mallon y Sourrouille, 1975). La Constitución nacional
sancionada en 1949 -luego derogada en 1956- reservó en forma absoluta al Estado la
prestación de servicios públicos, y declaró imprescriptible e inalienable a la propiedad de la
Nación sobre los recursos minerales y el petróleo (Sourrouille et al, 1985).
Una parte importante del programa peronista consistía en transferir recursos del sector
agropecuario hacia la industria. Esto se logró, esencialmente, por la vía del uso de paridades
cambiarias diferenciales, que abarataban el ingreso de insumos y maquinarias para el sector
industrial y castigaban a las exportaciones agropecuarias. Así, al menos hasta 1950 se pagó a
los productores agropecuarios precios menores a los que hubieran recibido en caso de
comerciar directamente con el exterior.
Sin embargo, a partir de las dificultades que comenzó a atravesar el programa económico
desde 1948 -desaceleración del crecimiento, inflación y crisis externas- hubo un cambio de
rumbo, que se materializa con toda claridad a partir de 1952 y se expresa en el control de los
aumentos salariales, el fin de la discriminación hacia el sector agrario y una política más
favorable a las inversiones extranjeras -ver más abajo- (Mallon y Sourrouille, 1975).
La polémica sobre las políticas económicas del gobierno peronista es vastísima, y por sí sola
puede ser objeto de varios libros. Para nuestro objetivo, sin embargo, es útil dejar sentadas
algunas críticas que han sido formuladas a dichas políticas en cuanto son pertinentes para
nuestro argumento general.
Una de dichas críticas es que, al elevar los costos y las regulaciones laborales en el contexto
de un retraso significativo de la mayor parte del aparato industrial en términos de productividad
y niveles tecnológicos, impidió la formación de un sector manufacturero competitivo
internacionalmente. Esto puso estrechos límites estructurales a las posibilidades de
crecimiento de la economía, teniendo en cuenta, además, el tamaño limitado del mercado
doméstico. De hecho, la protección a la producción industrial local fue una consecuencia
inevitable del programa redistribucionista (Díaz Alejandro, 1975; Lingarde et al, 1998 -estos
últimos autores hacen una comparación explícita en este plano con lo ocurrido en Brasil, en
donde no se permitió que los salarios subieran tanto-). Esto es importante porque, como
señalan Hikino y Amsdem (1995), los salarios bajos -junto con otras condiciones- han sido
elementos importantes de todo proceso de industrialización, al menos en sus etapas iniciales.
153
Justamente, la prolongación y profundización del cerramiento de la economía argentina
durante este período (ver el cuadro III-6, donde se advierte la fuerte baja del peso de las
importaciones y las exportaciones en relación con el PBI entre 1935 y 1955) han sido objeto
también de fuertes criticas (Díaz Alejandro, 1975; Cortés Conde, 1997). Para estos autores, si
las restricciones a la importación implementadas luego de la crisis del 1930 se habían
originado por circunstancias externas fuera del control del país, las implementadas a partir de
1945, que fueron deliberadamente concebidas para impulsar inversiones sustitutivas de
importaciones en el sector industrial, causaron buena parte de los problemas económicos que
sufriría la Argentina a posteriori. En particular, se señala que las políticas inward oriented -que,
aunque atenuadas, se mantuvieron tras la caída del gobierno peronista- habrían aislado a la
Argentina del período de crecimiento más notable de la economía mundial en toda su historia:
la “edad de oro” transcurrida entre 1950 y 1973.
La protección arancelaria discriminó, en esta etapa, a favor de los bienes de consumo, cuyas
actividades fueron las que más crecieron; adviértase, además, la drástica caída del peso de
los bienes de consumo dentro de la canasta de importaciones (cuadro III-7). En este sentido,
está claro que este modelo de impulso a las industrias productoras de bienes terminados
estuvo lejos de eliminar las necesidades de importación, ya que las industrias protegidas
tenían una alta dependencia de insumos y bienes de capital extranjeros136.
Cuadro III-7
Estructura de las importaciones según uso (%)
1925-29 1930-34 1935-39 1945-49 1950-54 1955-59 1960-64
Bienes de consumo no duraderos 26,0 34,3 28,6 14,2 6,1 4,9 4,1
Bienes de consumo duraderos 11,1 5,5 5,1 9,7 3,7 4,2 4,7
Combustibles y lubricantes 4,7 6,5 5,9 6,8 18,4 21,5 9,7
Productos intermedios metálicos 5,9 6,5 7,8 10,3 14,0 17,6 13,8
Otros productos intermedios 20,2 27,4 27,3 29,1 32,9 26,7 24,8
Materiales de construcción 10,2 6,8 6,2 5,6 5,3 3,3 4,0
Maquinaria y equipos para la agricultura 4,9 1,4 1,7 2,2 3,3 3,1 2,6
Maquinaria y equipos para la industria 13,3 9,3 11,3 12,7 9,7 10,4 20,6
Equipos de transporte y comunicaciones 3,4 2,3 6,0 9,4 6,3 7,9 14,7
Otros 0,4 0,1 0,1 0,0 0,3 0,4 1,0
Total 100 100 100 100 100 100 100
Fuente: Díaz Alejandro (1975).
Al mismo tiempo, como ya señalamos, en general estas industrias estuvieron lejos de alcanzar
costos y niveles de productividad que les permitieran competir en los mercados
internacionales. Para Díaz Alejandro (1975), más allá de las obligadas políticas de protección
adoptadas a partir de 1930, hasta 1943 la industria argentina seguía sintiendo los efectos de la
competencia extranjera. En cambio, las políticas de protección adoptadas durante el gobierno
peronista implicaron que no se hiciera sentir la competencia a las ramas que ya habían estado
madurando desde las décadas pasadas (textil, etc.) y permitieron que la economía se
desarrollara con un grado importante de ineficiencia microeconómica.
En este contexto, no es extraño que las exportaciones manufactureras cayeran, luego del
incremento que habían registrado entre 1930 y 1943, y que las exportaciones agropecuarias se
mantuvieran en niveles similares a los previos a la crisis de 1930. Así, se observa como las
136
. Félix (1968) ha calculado que la elasticidad ingreso de la demanda de importaciones había sido entre 1935 y
1963 más del doble que la observada entre 1901 y 1934.
154
exportaciones argentinas caen entre 1929 y 1950 en un contexto de aumento de las
exportaciones mundiales, y mientras subían las ventas externas de países como Australia, Brasil o
Canadá (cuadro III-8). En consecuencia, la participación del país en las exportaciones mundiales
bajó de 0,93 a 0,55% entre 1929 y 1950 (cuadro III-9). Por otro lado, también se puede
observar como en comparación con otros países exportadores primarios las exportaciones
argentinas pierden un enorme terreno, en términos de cantidades, entre 1937 y 1948 (cuadro
III-10); lo mismo ocurre, incluso, en la comparación con Colombia o Uruguay (Vitelli, 1999).
Cuadro III-8
Tasa anual acumulativa de crecimiento de las exportaciones (calculado en valores constantes, sobre la
base de dólares de 1990).1929-1970 (%).
1929-1950 1950-1970 1929-1950 1950-1970
Alemania -4,4 13,7 Gran Bretaña 0,9 4,3
Argentina -1,8 3,4 India -1,8 2,7
Australia 1,8 6,2 Indonesia -0,7 7,1
Brasil 1,4 5,1 Italia 0,1 12,8
Canadá 2,2 7,7 Japón -0,9 17,0
Chile -0,7 2,7 México -2,8 4,7
China 0,1 3,0 Noruega 2,2 8,0
Colombia 1,4 4,2 Perú 0,1 6,4
Corea del Sur -10,5 22,5 Suecia 2,6 7,6
Dinamarca 1,3 7,6 Taiwan -1,7 17,9
España -2,3 10,1 Tailandia 2,7 4,8
EE.UU. 1,6 6,9 URSS 3,8 13,8
Finlandia 1,0 7,9 Venezuela 6,2 4,4
Francia 0,1 9,1 Mundo 0,5 6,6
Fuente: Elaboración propia en base a datos de Maddison (1995).
Cuadro III-9
Participación en las exportaciones mundiales. 1929-1970
1929 1950 1970
Alemania 10,49 3,51 13,43
EE.UU. 9,08 11,47 12,07
Francia 4,96 4,48 7,20
Japón 1,30 0,94 6,58
Gran Bretaña 9,57 10,47 6,55
Italia 1,70 1,56 5,03
Canadá 2,34 3,35 4,16
Suecia 1,25 1,96 2,38
Venezuela 0,78 2,59 1,64
Australia 1,09 1,43 1,30
Dinamarca 0,81 0,95 1,15
Finlandia 0,77 0,85 1,08
España 1,01 0,54 1,06
China 1,87 1,69 0,81
Noruega 0,43 0,61 0,81
Brasil 0,78 0,93 0,69
India 2,45 1,46 0,67
Indonesia 0,78 0,60 0,66
Corea del Sur 0,39 0,03 0,55
Taiwan 0,08 0,05 0,40
México 1,11 0,53 0,36
Perú 0,34 0,31 0,30
Argentina 0,93 0,55 0,29
Colombia 0,24 0,30 0,18
Chile 0,40 0,31 0,14
Mundo 100 100 100
Fuente: Elaboración propia en base a datos de Maddison (1995).
155
Finalmente, cabe mencionar que también han sido evaluados negativamente otros aspectos
de la política del gobierno peronista; entre otros: i) el descuido por las inversiones en
transporte e infraestructura, donde parecían existir problemas importantes de productividad
(CEPAL, 1958) -véase el retraso argentino en materia de expansión de su capacidad de
generación eléctrica entre 1937 y 1950 (cuadro III-11)-; ii) el aumento en los precios relativos
de los bienes de capital, decurrente del aumento de las tarifas arancelarias aplicadas a dichos
bienes, habría tenido un impacto negativo fuerte sobre la tasa de acumulación de capital (Díaz
Alejandro, 1975; Taylor, 1994). En este sentido, la combinación de aumentos de salarios y
dificultades para importar bienes de capital fue un factor que seguramente debe haber
contribuido a la ya comentada ineficiencia microeconómica de buena parte del sector
manufacturero local; iii) la operatoria del IAPI fue deficiente, entre otras razones por sus
decisiones de importar bienes costosos e ineficientes (Schvarzer, 1996), y por no haber
alterado significativamente el sistema tradicional de comercialización de productos
agropecuarios (Mallon y Sourrouille, 1975).
Cuadro III-10
Evolución del quantum físico de las exportaciones. 1937-1948 (base 1937=100)
Argentina Australia Brasil Canadá EE.UU.
1937 100 100 100 100 100
1938 64 106 121 95 100
1939 83 107 128 110 105
1940 66 110 100 127 123
1941 55 90 106 168 147
1942 46 94 74 230 191
1943 45 67 72 261 279
1944 49 74 87 273 270
1945 48 77 92 219 183
1946 55 93 123 155 191
1947 57 125 115 163 255
1948 47 117 125 165 198
Fuente: Vitelli (1999).
Cuadro III-11
Generación de electricidad. Kw/h. cada mil habitantes y porcentajes
Argentina Brasil Australia Canadá EE.UU.
1937 88,4 28,8 198,2 490,1 344,1
1950 78,5 36,3 289,7 616,3 544,1
Variación % -11,2 26 46,2 25,7 58,1
Fuente: Vitelli (1999).
En esta breve reseña se han resaltado especialmente los aspectos negativos de las políticas
adoptadas durante el gobierno peronista, considerando que, en general, no tendieron a
favorecer la competitividad de la economía local y adoptaron una orientación excesivamente
centrada en el mercado doméstico. Ambos factores, junto con otros que serán revisados más
abajo -falta de iniciativas para impulsar una transformación del patrón de especialización
industrial, proliferación de dificultades para incorporar tecnologías de origen extranjero, desinterés
por impulsar las actividades locales de ciencia, tecnología e innovación, etc.- tuvieron un impacto
negativo sobre la dinámica del SNI durante este período, lo cual explica que hayamos hecho
hincapié en ellos. Sin embargo, estamos conscientes de que ello no agota ni con mucho el
debate sobre este crucial período de la historia argentina, cuya evaluación general ha
merecido y seguirá mereciendo análisis mucho más extensos y profundos, que involucran una
problemática que excede la perspectiva que hemos planteado para este trabajo. En
156
consecuencia, vale aclarar que no hemos tratado de establecer una conclusión general sobre
el período peronista, sino sólo discutir su performance desde el punto de vista del enfoque del
SNI.
Otro hecho esencial a remarcar es que a partir de estos años se configuró un modelo, que
habría de perdurar durante todo el período de la ISI, en el cual coexistieron períodos breves de
crecimiento económico seguidos de fuertes caídas (stop and go). Los límites al crecimiento
provenían de la aparición de cíclicas crisis externas, causadas por importaciones que crecían
pari passu con el aumento del nivel de actividad interna y exportaciones -esencialmente
agropecuarias- prácticamente estancadas.
El funcionamiento de la economía argentina bajo la ISI fue modelizado por Braun y Joy (1968).
En su modelo, estos autores postulaban la existencia de dos sectores, uno que trabajaba
exclusivamente para el mercado interno protegido por fuertes tarifas (el industrial), y otro, el
agropecuario, que además de abastecer el consumo interno, exportaba. Con las divisas
generadas por este sector se cubrían las necesidades de importación de bienes intermedios y
de capital requeridas por el sector manufacturero. En las épocas de expansión, se generaba
una demanda creciente de importaciones, cuyo costo en divisas progresivamente superaba a
la cantidad de divisas aportadas por el sector agropecuario. Se gestaban, entonces, las
condiciones para una crisis del sector externo, que era resuelta vía devaluación, la cual se
transmitía a precios y derivaba, entre otras consecuencias, en caídas del salario real. La
devaluación generaba, entonces, recesión e inflación. En tanto, la menor demanda interna de
bienes salario liberaba saldos exportables y se cerraba, temporariamente, la brecha externa,
recreando las condiciones para el equilibrio macroeconómico.
Volviendo a la secuencia histórica, el golpe militar de 1955 desmantela varios de los cambios
institucionales introducidos por el peronismo. Así, se suprime la nacionalización de los
depósitos bancarios, el comercio exterior vuelve a estar en manos privadas, eliminándose el
IAPI, se cambia la orientación en la política laboral y se sancionan condiciones más ventajosas
que las previamente vigentes para la IED, en particular en lo que hace al giro de utilidades.
157
consecuencia, el recurso al ahorro externo, vía empréstitos internacionales e IED, se hacía
imprescindible.
El llamado desarrollista tuvo éxito, y se produjo un verdadero boom de la IED. Entre 1959 y
1962 se autorizaron radicaciones por U$S 500 millones, monto que duplica la suma de todas
las autorizaciones concedidas entre 1954 y 1958 y entre 1963 y 1970. De las radicaciones
autorizadas en este período, un 90% se concentró en las industrias químicas, petroquímicas,
derivados del petróleo, material de transporte, metalurgia y maquinarias eléctricas y no
eléctricas (Sourrouille et al, 1985).
De todos modos, si bien el gobierno desarrollista impulsó claramente el crecimiento del sector
manufacturero doméstico -y en particular de las ramas “pesadas”-, profundizando el proceso
de sustitución de importaciones, no logró quebrar la sucesión de ciclos stop and go. Las
tensiones económicas, entonces, se sumaron a las de origen político, dando lugar a la caída
del gobierno en 1962 -derrocado por un golpe militar-.
Luego de un breve interregno, en 1963 asume el poder un gobierno de origen radical. A partir de
dicho año y hasta 1974 se dará el último período de crecimiento sostenido de la ISI en la
Argentina, aunque a tasas muy inferiores a las de los anteriores períodos de crecimiento
registrados en el país -1,6% anual- (Cortés Conde, 1997), en un contexto de tasas de inversión en
el orden del 20% o algo más del PBI (cuadro III-12) y de un fuerte aumento del peso del sector
manufacturero, que llega a cerca del 38% del PBI en 1973 (cuadro III-13). En tanto, se ha
estimado que la tasa de crecimiento anual de la productividad total de factores entre 1960 y 1970
alcanzó el 1,3% anual, cifra que debe ser comparada con la de los períodos inmediatamente
anterior -0,19% entre 1947 y 1960- y posterior –0,7% entre 1970 y 1980- (Keifman, 1998).
137
. En los años 1970 se estimaba que dicha tasa llegaba a 95% en promedio para toda la economía, compuesta de
un -13% para la agricultura y de un 97% para la industria -llegando al 130% si se consideran sólo los productos
manufacturados destinados al mercado interno- (Veganzones, 1997).
158
En este contexto, no sorprende que hacia 1973 la economía argentina se encontrara entre las
más cerradas del mundo (tomando el comercio exterior como porcentaje del PBI), junto con
países continentales como Brasil y los EE.UU., así como con Japón (Veganzones, 1997).
Obsérvese también que entre 1950 y 1970 las exportaciones argentinas crecieron a poco menos
que la mitad del ritmo al que lo hacían las exportaciones mundiales y que la participación
argentina en estas últimas cayó de 0,55 a 0,29% entre dichos años (cuadros III-8 y III-9).
Cuadro III-12
Estructura de la oferta y demanda global a precios de mercado ($ de 1960). 1960-1973 (%)
Importaciones Consumo privado Consumo del Inversión bruta Exportaciones
gobierno interna
1960 11,3 70,5 9,1 21,5 10,1
1965 9,3 72,3 6,9 19,4 10,7
1970 9,5 69,5 6,5 22,0 11,6
1973 8,3 70,7 6,4 22,4 8,9
Fuente: BCRA (1976).
Cuadro III-13
Estructura sectorial del PBI a costo de factores a precios de 1960. 1960-1973 (%)
Agricult., caza, Mine- Indust. Electricidad, Construc Comercio Transporte y Finanzas Serv Total
silvicult. y pesca ría Manufact. gas y agua ción comunicac. personales
1960 16,6 1,1 31,1 1,2 4,0 18,9 7,9 4,0 15,2 100
1965 16,0 1,4 33,9 1,8 3,2 18,1 7,7 3,6 14,3 100
1970 13,7 1,8 35,2 2,3 4,8 17,8 7,5 3,5 13,4 100
1973 12,3 1,6 37,9 2,6 4,0 17,5 7,3 3,5 13,3 100
Fuente: BCRA (1976).
c) El sector agropecuario
La crisis del año 1930 impactó fuertemente sobre el sector agropecuario, y en particular sobre
los cultivos de la región pampeana, vía proteccionismo en los principales países consumidores
159
-incluyendo los bloques de políticas preferenciales como el Commonwealth- y deterioro de los
precios de los productos primarios. Sin embargo, si bien a ritmos inferiores a los de pasadas
décadas, tanto la producción agrícola como la superficie sembrada con cereales y oleaginosas
siguieron creciendo en la década de 1930 (cuadro III-14).
En contraste, a partir de 1940 y hasta la segunda mitad de los años 1950 se registra una
fuerte caída en la producción -entre 1950 y 1954 resultó un 35% inferior a la de 1935/1939- así
como en la superficie sembrada en la región pampeana -23,6% de reducción en el mismo
período- (cuadro III-14). Este retraso se dio en un contexto en el cual los principales países
agrícolas con los cuales la Argentina venía compitiendo exitosamente hasta entonces continuaron
expandiendo sus volúmenes producidos. Por ejemplo, mientras que de 1935-39 a 1960-64 la
Argentina incrementó su producción de trigo en menos de un 5%, la de Australia y Canadá
aumentó, respectivamente, un 90 y un 110% (Díaz Alejandro, 1975). En el cuadro III-15 se
observan datos más generales que confirman el retraso argentino en comparación con los
principales países productores.
Cuadro III-14
Superficie sembrada y producción de cereales y oleaginosas. 1930-1974 (miles has, miles tn, %)
Superf. Sembrada Tasa prom. crec. anual Producción Tasa prom. crec. anual
1930/34 19738 2,9 17476 0,4
1935/39 20721 1,0 18040 0,6
1940/44 20020 -0,7 18132 0,1
1945/49 17616 -2,4 13250 -5,4
1950/54 15827 -2,0 11662 -2,4
1955/59 17332 1,9 14868 5,5
1960/64 17600 0,3 16071 1,6
1965/69 19404 2,1 19491 4,3
1970/74 19932 0,5 23272 3,9
Crec. acum. 1930/34-1945/49 -10,8 -24,2
Crec. acum. 1950/54-1970/74 25,9 99,6
Fuente: Barsky y Murmis (1986).
Cuadro III-15
Evolución de la producción agropecuaria. Base 1932=100
Argentina Australia Canadá EE.UU.
1932 100 100 100 100
1937 113,4 s.d. 142,0 209,5
1942 135,8 145,3 281,4 265,0
1948 129,5 339,2 304,4 310,4
1951 119,7 541,0 348,2 277,2
Fuente: Vitelli (1999).
160
respectivas son de 18 a 6% (en trigo), de 65 a 17% (en maíz), de 34 a 16% (en avena) y de 25 a
7% (en carne ovina). Esto implica que si la Argentina hubiera elevado su producción en este
período podría haber competido con los restantes países productores para participar del activo
comercio internacional de productos agropecuarios post-Segunda Guerra Mundial (Díaz
Alejandro, 1975).
De todos modos, el sector agrícola en su conjunto mostró un leve crecimiento entre 1935-1939
y 1950-1954 (7%) en términos de volúmenes físicos, como producto de los fuertes aumentos
en productos tales como girasol, cultivos industriales, frutas y hortalizas, todos los cuales tenían
una participación relativamente baja en el producto agrícola antes de la crisis del ’30. Asimismo, se
elevó la producción ganadera, que ocupó áreas previamente reservadas a la agricultura.
No es extraño que estas tendencias hayan dado lugar a un amplio debate respecto de las
causas del llamado “estancamiento del sector agropecuario”. Las dos posturas básicas
respecto de dicho estancamiento remiten a la falta de progreso tecnológico, pero en un caso
dicho fenómeno es atribuido a la influencia de factores institucionales -entre los que hay que
incluir fundamentalmente el peso de los latifundios139 y las actitudes y comportamientos de los
terratenientes que habrían dificultado el paso de una agricultura extensiva a otra intensiva 140-,
permitió que Australia y Nueva Zelandia también se sumaran como proveedores en ese atractivo mercado (Vitelli, 1999).
139
. Para poner este fenómeno en una perspectiva adecuada, hay que considerar que el peso de los latifundios en
Argentina era sensiblemente menor que en otros países de América Latina (Barsky y Murmis, 1986) y que el grado de
concentración de la propiedad en el campo argentino en los años 1950 no era mayor al que existía en Australia, Canadá
o Estados Unidos (Vitelli, 1999). Asimismo, desde la última fase de la etapa agroexportadora se había venido observando
un proceso de subdivisión de la tierra y por lo tanto un aumento sustantivo del número de medianos y pequeños
propietarios.
140
. Estas explicaciones corresponden a lo que Barsky et al (1992) denominan vertiente “estructural”, en la cual se
incluyen el informe del CIDA de 1965, los trabajos de Giberti y los análisis de diversos autores de inspiración marxista
-los cuales generalmente hacen gran hincapié en la cuestión de la renta del suelo-, como Frigerio, Flichman o Murmis.
Por ejemplo, para Giberti (1966), mientras que los arrendamientos y la tenencia precaria de la tierra dificultaban realizar
las inversiones que demandaban los avances tecnológicos y aplicar prácticas organizacionales que preservaran la
fertilidad del suelo, la gran propiedad producía tal volumen de ingresos que, aunque no se la trabajara con
intensidad, de todos modos sus propietarios podían recibir ganancias significativas, a diferencia de lo que ocurría
161
mientras que en otro se enfatiza el peso de políticas económicas “erróneas” -especialmente en
materia de precios-, que afectaron la rentabilidad del sector agropecuario141. Ambas hipótesis
han sido fuertemente criticadas en la literatura más reciente sobre el tema (J. F. Sábato, 1981;
Obschatko et al, 1984; Barsky y Murmis, 1986).
Cuadro III-16
Argentina. Rendimientos de cereales y oleaginosas. 1930-1974 (ton. por hectárea)
Trigo Maíz Avena Cebada Centeno Lino Girasol Soja
1930/34 877 1864 1154 1149 593 684 683 -
1935/39 958 1752 943 948 564 654 834 -
1940/44 1091 1913 922 1170 686 655 923 -
1945/49 1103 1750 1071 1225 577 633 738 -
1950/54 1123 1444 1187 1209 688 695 723 -
1955/59 1324 1705 1156 1259 738 592 614 973
1960/64 1377 1762 1199 1162 724 659 668 1045
1965/69 1400 2059 1352 1200 703 666 826 1117
1970/74 1439 2439 1050 1271 733 767 719 1394
Crec acum. 1930/34-1945/49 25,8 -6,1 -7,2 6,6 -2,7 -7,5 8,1 n.c.
Crec acum. 1950/54-1970/74 28,1 68,9 -11,5 -5,1 6,5 10,4 0,6 n.c.
Fuente: Barsky y Murmis (1986).
Cuadro III-17
Rendimientos de trigo y maíz en Argentina y los EE.UU. 1920-1964 (kg. por hectárea cosechada)
1920-29 1930-39 1940-44 1945-49 1950-54 1955-59 1960-64
Trigo
Argentina 878,0 929,0 1098,0 1102,0 1151,0 1337,0 1382,0
EE.UU. 939,0 844,0 1098,0 1061,0 1123,0 1475,0 1592,0
Razón 0,94 1,10 1,00 1,04 1,02 0,91 0,87
Maíz
Argentina 1878,0 1842,0 1998,0 1766,0 1529,0 1734,0 1765,0
EE.UU. 1684,0 1572,0 2077,0 2322,0 2523,0 3213,0 3896,0
Razón 1,12 1,17 0,96 0,76 0,61 0,54 0,45
Fuente: Díaz Alejandro (1975).
El ya mencionado modelo propuesto por J. F. Sábato (1981), brinda, a juicio de varios autores,
una explicación más equilibrada de lo ocurrido entre 1940 y 1960 en el sector agropecuario. El
elemento destacado por Sábato es que los riesgos a los que estaban sometidos los
productores agrícolas pampeanos eran considerables, tanto desde el punto de vista del
mercado como, particularmente, en la producción. Por tanto, parece razonable que los
con la explotación pequeña y mediana. El mismo autor señalaba que “como frecuentemente los predios se reciben
por herencia, no por compra, falta también el sentido empresario de pretender que el capital reditúe un interés
acorde con la inversión. Además, razones de prestigio social y de salvaguardia de excedentes de capital inducen en
no pocas ocasiones a invertir en tierras a personas que por esa misma circunstancia no atienden tanto a la
rentabilidad del capital sino a la sencillez de la administración de la empresa. Es común, por otra parte, que las
familias terratenientes orienten a sus hijos hacia actividades profesionales o como dirigentes de grandes empresas,
financieras, comerciales o industriales, lo cual los desvincula más todavía de la rentabilidad máxima de las
empresas agrarias” (p. 29, citado en Barsky et al, 1992). Para autores como Flichman (1977), en cambio, si bien
hay factores estructurales, no son los que apunta Giberti -que postula, en esencia, que los terratenientes no
maximizan sus beneficios-, sino simplemente que en la región pampeana era posible producir carne y cereales con
costos bajos a nivel internacional mediante técnicas extensivas. Más aún, señala que hay evidencia de que un
aumento en la intensidad del capital no conduce a mayores beneficios unitarios para los productores extensivos. Para
Murmis, en tanto, sería la existencia de una significativa renta de la tierra la que impide la intensificación de las
técnicas productivas y de las inversiones (ver Barsky et al, 1992).
141
. Desde esta visión se señalan no sólo las políticas de precios para el sector agropecuario, sino también el aumento de
los salarios y de los costos laborales en el sector rural y la amenaza a los derechos de propiedad; dentro de esta línea
argumental, sería el período del peronismo el que mayor daño habría causado en esa dirección.
162
productores estuvieran más preocupados por controlar los riesgos que amenazaban su
supervivencia que por incorporar innovaciones para maximizar sus ingresos. Una manera de
reducir riesgos es combinando actividades que no están sujetas a las mismas contingencias. En
este contexto, la tierra es el factor de mayor adaptabilidad para usos alternativos, en tanto que el
capital no puede adecuarse a las fuertes fluctuaciones que sufre la actividad, tanto de origen
externo -precios y demanda mundial- como interno -variaciones climáticas, plagas, ciclos stop and
go, políticas económicas erráticas-. En particular, Sábato señalaba que lo esencial para entender
la agricultura pampeana era que las variaciones de precios internos había sido históricamente
mayores que en los países capitalistas más avanzados. Siendo las técnicas más “tierra intensivas”
las más flexibles, eran las más racionales en dicho contexto: “el modelo pampeano ofrecía una
alternativa simple y barata para compensar las fluctuaciones del mercado” (p. 58).
Cuadro III-18
Evolución comparativa de rindes agrícolas. 1934-años 1950
Argentina Canadá EE.UU. Francia México
Trigo
1934/38 980 710 810 1560 760
1952/56 1330 1500 1250 2170 1100
Variación % 35,7 111,3 54,3 52,5 44,7
Maíz
1934/38 1810 s.d. 1400 1580 560
1955/59 1600 s.d 2650 2240 810
Variación % -11,6 s.d 89,3 41,8 44,6
Fuente: Vitelli (1999).
Cabe citar, de todos modos, que este modelo propuesto por Sábato no ha concitado adhesión
unánime entre los analistas del sector. Así, Barsky (1988) destaca que dicho modelo puede
explicar la conducta de los productores agropecuarios, pero es insuficiente como modelo
explicativo global, ya que choca contra la evidencia empírica en distintos períodos de la
evolución del sector.
Esto lleva a plantear la necesidad de agregar factores explicativos para entender las causas
del estancamiento agrícola. En esta línea, Barsky y Murmis (1986) mencionan algunos
argumentos interesantes. Por un lado, señalan que durante la segunda guerra y los primeros
años de posguerra el cierre de los mercados internacionales y la falta de insumos y de medios
de transporte (que en parte fueron consecuencia del bloqueo decretado por los EE.UU. contra
nuestro país)142 contribuyen a explicar la caída en la producción agrícola en dicho subperíodo.
142
. Este bloqueo, que duró desde 1942 a 1949 y por el cual se prohibieron diversos envíos que dicho país
consideraba de carácter estratégico (incluyendo distintos tipos de equipos, artículos de acero, combustibles, etc.),
fue dictado como represalia por la neutralidad de la Argentina durante la guerra (y, de hecho, por las actitudes pro-
163
En tanto, con relación al IAPI, creado a imagen de organismos similares que existían en
Australia y Canadá, apuntan que, más allá de su política de precios agropecuarios, se
caracterizó por la utilización arbitraria de los recursos obtenidos y la falta de una política
coherente de desarrollo agrario. También señalan el peso de erróneas políticas de
comercialización que llevaron a perder mercados externos.
Asimismo, destacan el gran incremento de la brecha tecnológica vis a vis los principales
países productores. De hecho, la Argentina pierde el curso de la “revolución agrícola” de
Occidente en este período, ya que hay un retroceso tecnológico por el estancamiento del
proceso de mecanización (ver cuadros III-19, III-20 y III-21) y de cambio genético
(particularmente importante es el retraso en la aparición de híbridos, pese a algunos esfuerzos
públicos y privados en la materia -ver más abajo-) y la falta de avances o aún los retrocesos en
el sistema estatal de generación y difusión de tecnologías agropecuarias (Barsky, 1988).
Coincide el autor con la opinión de Díaz Alejandro, para quien el desfasaje tecnológico fue el
mayor responsable del estancamiento rural post 1945 así como con la evaluación que se hacía
desde el desarrollismo (en los años 1950, Rogelio Frigerio señalaba que “lo que frena (al
campo) en realidad no es la propiedad, sino lo exiguo del capital –máquinas, técnica y ciencia-
(...). Los métodos atrasados de labor: el bajísimo porcentaje de mecanización (...); el uso
limitado de plaguicidas, fertilizantes, etc., por falta de una industria química pesada en el país;
la falta de técnicos, energía, combustibles y transportes" -citado en Vercesi, 1999-).
Cuadro III-19
Argentina. Evolución del parque de tractores en uso (al 1 de enero). 1937-1979
Tractores
1937 17485
1940 22640
1945 12076
1950 13973
1955 47210
1960 110643
1965 143656
1970 120319
1975 130276
1979 150492
Fuente: Barsky y Murmis (1986).
Díaz Alejandro (1975), en tanto, también señala el problema derivado de la destrucción del
mercado de contratos de arrendamientos a largo plazo -producto del congelamiento de los
mismos, decretado por el gobierno peronista-, que llevó al agotamiento del suelo y a la
reducción de las inversiones, y reforzó la tendencia a favorecer la ganadería. Además de la
inseguridad en materia de derechos de propiedad, esto lleva a interrumpir la rotación
agricultura-ganadería, con consecuencias negativas sobre la fertilidad de los suelos.
Cuadro III-20
Evolución del capital en equipo y maquinaria agrícola
Promedios quinquenales Total (millones de pesos Pesos
1950) Por persona activa Por hectárea cultivada
1920/24 4134 3178 189
1925/29 6723 4521 283
1930/34 7923 4885 301
1935/39 7489 4336 273
164
1940/44 6378 3626 230
1945/49 5292 3047 195
1950/54 5737 3150 220
Fuente: Barsky y Murmis (1986).
Cuadro III-21
Número de tractores cada 1000 hectáreas de tierra arable y cultivable. 1948/1973
1948 1961/65 1973
Argentina 0,67 4,8 6,4
Australia 2,26 6,6 7,8
Canadá 7,68 13,5 14,1
EE.UU. 18,3 26,3 23,0
Nueva Zelandia 31,45 24,9 28,0
Uruguay 1,63 13,4 14,7
Mundo 2,7 8,9 10,9
Fuente: Vitelli (1999).
Más allá de este debate, hay que observar que a partir de 1952 comienza un proceso de
expansión agrícola que hace que a mediados de los años sesenta la producción llegara al
mismo nivel que los máximos alcanzados históricamente (ver cuadro III-14). En efecto, desde
1953 la producción de granos comenzó a recuperarse, al calor de un proceso de creciente
cambio tecnológico (Barsky et al, 1992). Significativamente, esta expansión agrícola se daba,
por primera vez desde la crisis, paralelamente a un aumento de la producción ganadera.
En la reversión del estancamiento jugaron un papel central las políticas de apoyo crediticio y
desgravaciones que aceleraron el proceso de mecanización (con un nivel de subsidios muy
alto -ver las cifras de J. F. Sábato, 1981-); más abajo se describe con más detalle la evolución
de este proceso. Para autores como J. F. Sábato esto evidenciaría la incapacidad de “cambio
endógeno” del sector, ya que las medidas para su reactivación les llegaban “desde afuera”, lo
cual permitía que incluso productores ineficientes y retardatarios se mecanizaran. De todos
modos es evidente que hay una modernización tecnológica y productiva en este período
(Obschatko et al, 1984), que da lugar a un proceso de “farmerización” de los chacareros
(capitalización de explotaciones familiares propietarias).
Un hecho destacable es que, según J. F. Sábato (1981), el salto del piso tecnológico con que
trabajaban las empresas pampeanas se produjo en un contexto donde no cambió el modelo
productivo tradicional de combinación de actividades, pero desapareció el esquema donde
coexistían grandes estancieros ganaderos, arrendatarios agricultores y mano de obra
temporaria, surgiendo otro donde se pasó a internalizar las funciones que cumplía cada grupo
dentro de una sola empresa, sea la chacra o la estancia.
A su vez, la producción agrícola se desplazó hacia unidades de mayor tamaño, debido a las
oportunidades de ganancia que ofrecía una agricultura más tecnificada y que no requería mayores
inversiones gracias a la presencia de los contratistas. En tanto, se liquidaba el régimen tradicional
165
de arrendamientos y decrecía la masa del proletariado rural, al tiempo que variaba su
composición, en dirección a una mayor proporción de permanentes y un grado de calificación
mayor. Los grandes propietarios, por su parte, modernizaban sus explotaciones impulsados por
las políticas estatales que abarataban los recursos financieros y promovían las instituciones de
asistencia técnica y la formación de profesionales vinculados al sector (Barsky et al, 1992).
Asimismo, se verificaba un aumento del número de propiedades administradas por sus
propietarios.
d) El sector industrial
Siguiendo a Katz y Kosacoff (1989), podemos detectar una primera etapa del proceso de
industrialización argentino durante la ISI entre 1930 y 1943. En este período, al calor del ya
comentado cerramiento de la economía, se acelera la expansión de la industria (cuadro III-5).
Los sectores que crecen con más rapidez son refinerías de petróleo, artículos de caucho, la
producción de maquinaria y metales y los textiles, cuyo peso en el PBI aumenta,
consecuentemente, durante este período (cuadros III-22 y III-23). También hay sustitución de
importaciones en cultivos industriales y cemento. La metalmecánica, en tanto, se mueve desde
los talleres de reparación hacia la fabricación de productos tales como electrodomésticos,
maquinaria textil y agrícola y máquinas herramientas sencillas.
Cuadro III-22
Tasas anuales medias de crecimiento de la producción bruta real en las industrias manufactureras. 1925-1961
(%)
1925-29/1937/39 1937-39/1948-50 1948-50/1959-61
Alimentos y bebidas 2,1 2,6 1,1
Tabaco 0,5 4,9 1,5
Productos textiles 10,8 9,1 0,8
Confecciones -0,4 4,4 0,7
Productos de la madera -2,2 6,4 0,1
Papel y cartón -1,7 6,3 4,4
Imprenta y publicaciones -2,2 2,3 -0,2
Productos químicos -0,4 7,7 6,5
Derivados del petróleo 12,6 5,0 6,7
Productos del caucho 39,01 3,0 7,1
Artículos de cuero -2,2 7,2 0,9
Piedras, vidrio y cerámicas -2,5 6,3 2,5
Metales 5,1 5,4 7,8
Vehículos y maquinaria, exc. la eléctrica 8,3 8,3 10,6
Maquinaria y artefactos eléctricos 40,51 8,7 17,6
Otras manufacturas 0,1 5,1 3,9
Artesanías s.d. 3,7 0,4
Total 3,4 5,0 3,7
Fuente: Díaz Alejandro (1975).
1: la producción era desdeñable en 1925-29.
Un analista ha señalado que no es extraño que el sector industrial haya respondido con
relativa rapidez a las nuevas condiciones internas y externas considerando que ya había una
experiencia adquirida en el período anterior en la producción manufacturera, se contaba con
una fuerza de trabajo relativamente adecuada, se había instalado un significativo capital social
fijo en las ciudades (infraestructura de energía, comunicaciones, transporte, etc.) y existían
grandes mercados urbanos disponibles (Díaz Alejandro, 1975).
166
A su vez, las exportaciones manufactureras crecieron, en particular durante la segunda guerra
mundial. Así, entre 1939 y 1943 el porcentaje de productos manufacturados no tradicionales
sobre el total de las exportaciones del país pasó de 2,9 a 19,4%; entre las ramas con mayor
peso exportador estaban alimentos y bebidas, textiles, químicos, confecciones y cueros. En
1943 la industria química, por ejemplo, exportaba el 11,4% de su producción. Esta significativa
conquista de mercados para los productos manufactureros argentinos se perderá luego de
finalizada la Segunda Guerra, primero por la aparición de restricciones a las exportaciones
industriales desde 1944 -motivadas por el temor a la inflación- y luego por el fuerte deterioro
de la relación tipo de cambio exportador/costo laboral (ver Llach, 1984). También se ha
señalado que la retracción de las exportaciones obedeció en parte al hecho de que los
empresarios obtenían ganancias de forma más sencilla en el mercado local (Schvarzer, 1996).
Cuadro III-23
Estructura del PBI manufacturero a costo de factores. 1925-1965 (%)
1925-29 1937-39 1948-50 1959-61 1963-65
Alimentos y bebidas 36,6 37,3 25,4 19,2 18,7
Tabaco 0,8 0,7 0,7 0,6 0,6
Productos textiles 2,9 7,4 11,7 8,4 7,8
Confecciones 6,9 5,4 5,9 3,4 2,9
Productos de la madera 3,2 2,1 2,1 1,9 1,7
Papel y cartón 1,9 1,3 1,6 1,8 1,8
Imprenta y publicaciones 9,8 6,3 4,0 3,6 3,4
Productos químicos 5,7 4,4 5,8 7,1 8,0
Derivados del petróleo 1,6 4,9 5,3 7,2 8,4
Productos del caucho 0,0 0,8 1,0 1,4 1,4
Artículos de cuero 6,5 4,2 4,7 4,1 2,6
Piedras, vidrio y cerámicas 6,9 4,3 5,1 4,6 4,3
Metales 4,5 6,4 6,5 8,8 10,1
Vehículos y maquinaria, exc. la eléctrica 2,9 5,6 9,6 14,1 16,5
Maquinaria y artefactos eléctricos 0,0 1,1 2,0 6,6 5,8
Total 100 100 100 100 100
Fuente: Díaz Alejandro (1975).
En este sentido, hay que tener en cuenta que el grado de concentración alcanzado por el
sector industrial era, en esta etapa, muy elevado. Partiendo de datos correspondientes a 1940,
se estimaba que 42 establecimientos -sobre más de 7300 en operación- empleaban el 22%
del personal y producían el 41% del valor generado por el sector industrial; tomando 140
establecimientos, se alcanzaba un 43% del personal y un 62% de la producción
manufacturera. Más aún, se observaba que en diversos rubros existía un virtual monopolio
doméstico, en condiciones de limitada competencia de la producción extranjera.
Se podría deducir que la elevada protección vigente en aquellos momentos permitía que
estuvieran operando un enorme número de pequeñas plantas que, en condiciones de
apertura, tal vez hubieran desaparecido. Al mismo tiempo, las plantas mayores de cada rubro
estaban obteniendo beneficios extraordinarios, cuando, probablemente, considerando la
escala con la que operaban, hubieran podido competir con la producción importada a una tasa
de protección razonable (Corporación para la Promoción del Intercambio, 1982).
A su vez, algunos autores afirman que el control de cambios no tuvo un carácter selectivo
respecto del tipo de importaciones a las que, desde el punto de vista del "interés nacional",
debían ser asignadas las escasas divisas disponibles. Por el contrario, el reparto habría estado
influido por el poder de lobby de los grandes grupos locales ya dominantes en aquel momento
167
(Schvarzer, 1996). Un punto también importante es que la “relación especial” mantenida con
Gran Bretaña, siguiendo el lema “comprar a quien nos compra”, hizo que se favorecieran
relativamente las importaciones de ese origen. Esto es significativo considerando que dicho
país ya había perdido hace tiempo el liderazgo industrial y tecnológico vis a vis los EE.UU.
Entre 1945 y 1952 se verifica un ciclo expansivo al calor de estas políticas. Las industrias de
bienes de consumo durables, los bienes de capital para la industria textil, la producción de
maquinaria agrícola y máquinas herramientas sencillas, la química y las industrias eléctricas de
consumo final toman la delantera en materia de crecimiento manufacturero en estos años
(Katz y Kosacoff, 1989), pero la industria textil también sigue teniendo un dinamismo
significativo (cuadros III-22 y III-23). En tanto, se verifica la expansión de un gran número de
PyMEs creadas muchas veces por inmigrantes europeos, que conocían fragmentaria y
parcialmente tecnologías pre-bélicas en áreas como electromecánica, química, maquinarias
diversas, etc.. Sin embargo, también es un período de aumento de la brecha tecnológica y de
estancamiento o incluso disminución de los índices de productividad en el sector
manufacturero (la productividad laboral media industrial crece apenas un 5% entre 1946 y
1954, con descensos significativos en ramas tales como textiles, madera, cuero calzados y
vehículos de transporte).
143
. Según Díaz Alejandro (1975), la expansión del crédito en este período fue concedida esencialmente a cierto
grupo de empresarios tanto por razones de favoritismo ad hoc como por antecedentes históricos.
168
Durante esta etapa la estructura arancelaria era compleja y discriminaba a favor de los bienes
de consumo. Las ramas productoras de bienes intermedios pesados estuvieron probablemente
sujetas a protección efectiva negativa hasta 1959. En tanto, los bienes de consumo tuvieron una
desproporcionada protección. Por su parte, los aranceles para bienes de capital eran una suerte
de variable de ajuste, ya que se elevaban cuando escaseaban las divisas. Esto llevó a que la
producción de este tipo de bienes estuviera sujeta a una fuerte inseguridad (Díaz Alejandro,
1975).
En tanto, la inflación obligó a los empresarios a dedicar demasiado tiempo a los problemas
financieros de sus firmas. También se ha mencionado el excesivo peso del autofinanciamiento
empresario y la poca importancia del mercado de capitales (Díaz Alejandro, 1975).
A su vez, las políticas anti IED también han sido criticadas, ya que se habrían perdido tanto
inversiones como tecnología, en tanto aquéllas se dirigían a países como Australia, Brasil y
Canadá (según Díaz Alejandro, en 1940 las inversiones directas de los EE.UU. en Argentina
superaban en un 60% a las realizadas en Brasil, en tanto que en 1955 fueron sólo el 40% de
la inversión de los EE.UU. en aquel país)144.
En este sentido, un hecho interesante es que hacia el final de este período el gobierno decide
recurrir al capital extranjero para financiar el proceso de acumulación industrial, cambio expresado
en la sanción de la Ley 14222, primera que regulaba de manera sistemática la radicación y
operación de capitales extranjeros. Al amparo de dicha ley, se firman convenios con firmas como
Squibb, Mercedes Benz, California Petroleum o Kaiser, los cuales supusieron la institucionalización
de monopolios de hecho o reservas de mercado e implicaron fuertes transferencias en materia
de transferencia de ingresos entre sectores de la comunidad (Katz y Kosacoff, 1989).
Se ha sugerido repetidamente que hacia comienzos o mediados de los años 1950 habría
finalizado la etapa “fácil” de la ISI, en la cual se desarrollaron las industrias de bienes de
consumo no durables (alimentos, bebidas, textiles), así como las actividades más sencillas
dentro de los complejos químico, metalmecánico y eléctrico. Así, en el cuadro III-24 podemos
observar que las industrias “tradicionales” aportaron el grueso del incremento del PBI
manufacturero entre fines de los años 1920 y fines de los años 1950.
144
. Esto también fue, en parte, consecuencia del bloqueo declarado por los EE.UU.
169
por ejemplo, en sectores tales como textiles, papel, cueros y confecciones y no estaba
demasiado por debajo en ramas más modernas como química, petróleo y productos metálicos.
Cuadro III-24
Participación de las ramas industriales en el incremento total del valor agregado por el sector
manufacturero. 1925-1929 a 1948-1950 (%)
Cifras BCRA/CEPAL Cifras CONADE/CEPAL
Productos textiles 21,6 23,7
Vehículos y maquinaria, exc. la eléctrica 17,1 11,3
Alimentos y bebidas 12,7 17,8
Derivados del petróleo 9,5 6,3
Metales 8,7 10,0
Otras manufacturas y artesanías 7,5 6,3
Productos químicos 5,9 4,3
Confecciones 4,6 4,4
Maquinaria y artefactos eléctricos 4,2 2,3
Piedras, vidrio y cerámicas 3,2 2,8
Artículos de cuero 2,6 2,6
Productos de caucho 2,0 2,2
Papel y cartón 1,2 1,4
Productos de la madera 0,9 3,8
Tabaco 0,6 0,6
Imprenta y publicaciones -2,6 0,1
Total 100 100
Fuente: Díaz Alejandro (1975).
Cuadro III-25
Evolución de la producción industrial. 1938-1953
Argentina Brasil Canadá EE.UU. México
1938 100 100 100 100 100
1948 165,4 178,3 215,6 217,6 129,5
1953 151,9 273,9 281,3 291,2 154,5
Fuente: Vitelli (1999).
Cuadro III-26
Variaciones porcentuales de la potencia instalada -HP- en el sector industrial. 1938-1948
Argentina Brasil Australia Canadá EE.UU.
Potencia por establecimiento -2,4 17,2 25,3 23,7 14,3
Personal por establecimiento -4,6 -20,1 6,2 35,8 8,1
Potencia por personal ocupado 2,1 46,7 18,2 -8,8 5,6
Fuente: Vitelli (1999).
En 1954 el panorama no varía demasiado. Los datos desagregados permiten ver que las
diferencias más significativas con los países avanzados en materia de electrificación del
parque industrial estaban en las ramas más modernas -química y metalmecánica- (cuadro III-
28); lo mismo ocurría, en general, en cuanto a tamaños de establecimiento (cuadro III-29). Si bien
la creación de un gran número de establecimientos industriales en esta etapa fue un signo de
dinamismo cuantitativo del sector, distó de acercarlo a los parámetros internacionales -entre 1948
y 1954 se crearon casi 70 mil establecimientos manufactureros en el país, contra poco más de 9
mil en Australia y 4660 en Canadá-, ya que en forma generalizada esos nuevos establecimientos
eran de muy pequeño tamaño y con bajos niveles de mecanización y electrificación (en 1948 el
promedio de HP por establecimiento resultó inferior al de 1935 -Vitelli, 1999-).
Cuadro III-27
Comparación de indicadores de avance en el sector industrial. 1948
Argentina Brasil Australia Canadá EE.UU.
Número de empresas 80436 82145 39006 33428 240807
Potencia instalada total HP miles 1920,8 2630,6 2706,1 8160 79000
170
HP por empresa 23,9 32 69,4 244,1 328,1
Total obreros y empleados (miles) 1000,3 1309,7 868,4 1154,2 14482
Obreros y empleados por establecimiento 12,4 15,9 22,3 34,5 60,1
HP/persona ocupada 1,92 2,01 3,12 7,07 5,45
Fuente: Vitelli (1999).
Cuadro III-28
Potencia instalada -HP- por persona ocupada en el sector industrial. 1954
Argentina Australia EE.UU.
Alimentos y bebidas 2,85 5,32 4,45
Textiles 1,71 2,48 4,42
Confecciones 0,3 0,46 s.d.
Maderas y muebles 2,11 6,67 5,81
Papel 6,27 9,11 15,52
Imprenta y public. 1,03 1,92 1,18
Cuero 2,03 3,18 2,79
Caucho 3,11 6,67 7,48
Químicos, petróleo 4,08 5,88 22,43
Mineral no metálico 2,39 6,55 9,62
Metales básicos 3,99 10 21,88
Productos metálicos 1,64 2,65 4,58
Otras manufacturas 1,08 2,11 2,81
Total 2,15 3,87 6,83
Fuente: Vitelli (1999).
Cuadro III-29
Personal ocupado por establecimiento en el sector industrial. 1938-1954
Argentina Australia Brasil EE.UU.
1938 1948 1954 1938 1948 1954 1938 1948 1938 1948 1954
Alimentos y bebidas 12,0 15,4 11,9 16,1 17,8 16,7 12,3 7,7 27,6 38,8 41,3
Textiles 66,2 62,6 28,8 75,5 58,9 50,3 105,5 114,9 179,6 151,5 128,9
Confecciones 9,6 9,1 5,7 19,8 18,3 16,0 15,3 15,1 52,5 41,5 43,8
Maderas y muebles 9,4 10,2 6,6 11,5 11,4 10,0 11,8 10,3 40,3 29,5 24,5
Papel 39,8 36,3 23,3 46,5 54,2 52,7 53,9 56,7 97,4 111,0 106,3
Imprenta y publicaciones 13,9 15,6 11,5 19,1 21,4 21,2 14,3 18 22,9 25,5 25,5
Cuero 12,4 11,6 7,5 20,3 18,5 15,7 11,3 10,1 51,7 38,7 37,4
Caucho 90,9 60,3 31,6 25,1 30,2 32,3 69,2 91,6 250,4 297,0 175,7
Químicos, petróleo 25,3 27,9 26,5 30,6 35,0 37,9 24,6 27,7 53,1 73,2 76,7
Minerales no metálicos 11,0 13,2 7,6 24,5 21,2 20,2 11,8 10,1 47,3 40,5 44,8
Metales básicos 72,5 55,7 30,4 46,7 47,2 52,5 42,0 46,3 220,1 216,4 191,7
Productos metálicos 10,4 10,7 8,2 22,2 26,6 21,9 36,9 38,1 99,4 107,2 92,0
Total 13,0 12,4 9,8 21,0 22,3 20,0 19,9 15,9 55,6 60,1 57,5
Fuente: Vitelli (1999).
De todos modos, hay que señalar que, pese a las deficiencias y limitaciones de la
industrialización argentina, el país todavía se hallaba por delante del resto de los países en
desarrollo hacia mediados de los años 1950 en cuanto a su progreso manufacturero (cuadro
III-30), lo cual agudiza la importancia de la pregunta por el posterior retraso argentino.
171
Volviendo a la evolución del proceso de industrialización en la Argentina, justamente en base
al diagnóstico de las insuficiencias de dicho proceso y con el objetivo de avanzar hacia la
etapa “difícil” de la ISI, el gobierno desarrollista provocará una transformación decisiva en la
estructura industrial del país. Gracias a una política de promoción y de concesión de amplios
beneficios, en esta etapa -1958/1962- el sector manufacturero va a recibir, como se mencionó
antes, cerca de U$S 500 millones -en valores corrientes- de IED de origen estadounidense,
instalándose cerca de 200 firmas extranjeras. El sector automotriz lidera la expansión industrial
de estos años, y “arrastra” tras de sí a una serie de sectores satélites que también reciben
gran impulso -máquinas herramienta, autopartes, etc.- (Katz y Kosacoff, 1989).
Cuadro III-30
Comparación de los avances en el proceso de industrialización. 1955
Ratio producto neto Producto neto industrial per
manufacturero/agropecuario capita (U$S)
Argentina 1,32 145
Brasil 0,72 50
México 1,00 60
Venezuela 1,43 95
Colombia 0,42 45
Corea 0,20 8
Tailandia 0,28 10
India 0,30 7
Indonesia 0,20 10
Fuente: Freeman (1998).
Un hito esencial del programa desarrollista es el dictado de una ley de promoción industrial en
1958. La misma buscaba profundizar la ISI, aprovechar los recursos naturales disponibles y
alcanzar el autoabastecimiento en ramas productoras de insumos de uso difundido tales como
petróleo, acero, pulpa y papel, etc-. El régimen permitía la libre importación de bienes de
capital, fijaba aranceles elevados o directamente la prohibición de importar bienes competitivos
con la producción local, otorgaba preferencias en materia de compre estatal, establecía
desgravaciones impositivas, etc. Este régimen tuvo efecto principalmente sobre tres sectores:
automotriz, siderurgia y petroquímica. Asimismo, en sus orígenes, favoreció netamente a las
grandes firmas, tanto de capital nacional como principalmente extranjero, estas últimas
beneficiadas, además, por un régimen específico de incentivos instaurado también en 1958.
A su vez, la política arancelaria jugó obviamente un papel central como estímulo a la producción
industrial también en esta etapa. Según Katz y Kosacoff (1989), dicha política siguió en cierta
medida los lineamientos de la etapa anterior; así, se observaban aranceles más altos para bienes
de consumo, menores para intermedios y más bajos para bienes de capital. Los aranceles
eran, por otra parte, mayores para bienes producidos que para los no producidos localmente.
En los cuadros III-22, III-23 y III-31 podemos observar el resultado de las políticas del
desarrollismo. En contraste con la etapa anterior de la ISI, ahora son las industrias de
vehículos y maquinaria -no eléctrica y eléctrica-, las metálicas y la química-petroquímica las
que lideran el proceso de desarrollo industrial. El avance en la producción de maquinarias se
comprueba, por ejemplo, en la significativa porción de la demanda interna abastecida por la
oferta nacional a comienzos de los años 1960 (cuadro III-32). En tanto, también hay que
destacar el aumento de la participación de las maquinarias industriales en la canasta de
172
importaciones en la primera mitad de los años 1960 (cuadro III-7), reflejo de la vitalidad de la
inversión bruta interna durante este período.
Cuadro III-31
Participación de las ramas industriales en el incremento total del valor agregado por el sector
manufacturero. 1948-1950 a 1961-1965 (%)
Cifras BCRA/CEPAL Cifras CONADE/CEPAL
Vehículos y maquinaria, exc. la eléctrica 26,6 29,1
Metales 15,4 20,1
Derivados del petróleo 13,1 9,4
Maquinaria y artefactos eléctricos 11,4 12,3
Productos químicos 11,2 8,3
Alimentos y bebidas 8,8 5,8
Piedras, vidrio y cerámicas 3,0 2,8
Imprenta y publicaciones 2,5 -2,0
Otras manufacturas y artesanías 2,3 2,6
Papel y cartón 2,1 2,3
Productos textiles 2,1 2,7
Productos de caucho 2,0 2,7
Productos de la madera 1,0 1,5
Tabaco 0,4 0,3
Artículos de cuero -0,4 0,7
Confecciones -1,5 1,0
Total 100 100
Fuente: Díaz Alejandro (1975).
Cuadro III-32
Participación de la producción interna en la demanda total de maquinaria y equipos seleccionados. 1962 (%)
Máquinas herramienta 31
Motores primarios 49
Maquinaria eléctrica 69
Instrumentos de medición y control 40
Bombas y compresores 50
Equipos industriales universales 96
Equipos para procesamiento de datos 16
Tractores y maquinaria agrícola 96
Equipos para transporte aéreo, marít y ferroviario 20
Equipos para industria siderúrgica 0
Equipos p/la indust. petrolera, química y petroquím. 77
Equipos para otras actividades "dinámicas" 22
Equipos para las industrias "tradicionales" 24
Total de los rubros indicados 52
Fuente: Díaz Alejandro (1975).
Entre las varias características de la IED industrial que arriba en este período, también debe
destacarse el hecho de que su objetivo principal era la producción para abastecer el mercado
doméstico, sobre la base de esquemas corporativos de tipo “multi-planta” (stand-alone), y
173
motivadas por el deseo de abastecer a mercados domésticos protegidos por tarifas elevadas.
Por otro lado, en general las inversiones de las ET fueron financiadas a través del ahorro
nacional y tendieron a generar, luego del impacto positivo de la inversión inicial, un aporte neto
de divisas negativo, considerando su baja propensión a exportar y las transferencias
realizadas a través de diversas vías -dividendos, royalties, etc.- hacia sus casas matrices.
En cuanto a las firmas locales, la mayoría de ellas -sin importar el tamaño- se mantenían bajo
control familiar, siendo destacable la casi inexistencia del mercado accionario, que en la Argentina
adquirió un carácter predominantemente especulativo. El desarrollo de los grupos empresarios de
capital nacional, estimulado por significativas transferencias de recursos, nunca llegó, sin
embargo, a concitar consenso y legitimidad (sobre esto volveremos en el capítulo siguiente).
Así, se llega a 1976 con una estructura industrial en donde las ramas “pesadas”, la
metalmecánica, los bienes de capital y las ramas tecnológicamente modernas participan,
estimativamente, con cerca de un 50% del PBI manufacturero (cuadro III-34).
En esta etapa la IED jugará un papel mucho menos relevante que en el período desarrollista,
siendo prácticamente inexistente entre 1964 y 1966. Luego tendrá un moderado repunte ya
bajo el gobierno militar instaurado en 1966, pero con un peso dominante de ampliaciones de
plantas ya existentes y compras de empresas de capital argentino. Los flujos de IED volverán
a bajar más adelante, hasta hacerse casi nulos en 1974 y 1975 (Sourrouille et al, 1985).
Cuadro III-34
Estructura del PBI manufacturero a precios de mercado, a precios de 1970. 1976 (%)
Alimentos y bebidas 18,2 Caucho 2,7
Química, petroq. y farmac. 9,1 Imprenta y editoriales 2,4
145
. Se ha estimado que entre 1960 y 1974 la producción industrial creció al 8% anual, mientras que el empleo y la
productividad lo hicieron al 2 y 6% anual respectivamente (Katz y Bercovich, 1993).
174
Textiles 7,6 Prendas de vestir 2,3
Productos metálicos 7,4 Celulosa y papel 2,0
Material de transporte 7,1 Madera y muebles 1,5
Petróleo y sus derivados 6,9 Cuero 0,9
Equipos y maquinaria 6,7 Plásticos 0,9
Otras manufacturas 5,8 Aluminio 0,8
Piedras, vidrio y cerámicas 4,7 Equipo profesional y científico 0,8
Tabaco 4,6 Calzado 0,4
Siderurgia 4,1 Total 100
Máquinas y aparatos eléctricos 3,0
Fuente: Elaboración propia en base a Katz y Kosacoff (1989).
Uno de los hechos más significativos de la evolución industrial durante este período es que a
partir de mediados de los años 1960 hay un fuerte aumento de las exportaciones de
manufacturas de origen industrial (MOI), las cuales, hacia mediados de los años 1970, van a
llegar a alrededor de U$S 900 millones, representando alrededor de un 20-25% del total de las
exportaciones argentinas -por la misma época el total de exportaciones industriales (incluye
también a las manufacturas de origen agropecuario) llegaba a más de U$S 2000 millones-. Entre
los sectores manufactureros con aumentos más relevantes en sus exportaciones cabe citar al
complejo automotriz, las máquinas herramienta, la maquinaria agrícola, los bienes de capital para
la industria alimenticia, el complejo químico-petroquímico, la siderurgia y las máquinas de cálculo.
Así, en el cuadro III-35 podemos advertir como en 1976 el rubro material de transporte se
había constituido, detrás de alimentos y bebidas, en el segundo en importancia en la pauta
exportadora manufacturera, seguido de equipos y maquinaria en tercer lugar. Incluso se
observaban exportaciones de cierta magnitud en equipo profesional y científico.
Son un conjunto de factores los que están detrás de estas tendencias: los aumentos de
productividad en el sector manufacturero, la disponibilidad de recursos naturales y mano de
obra calificada que permite hacer adaptación de productos y procesos, las políticas de
estímulos y subsidios a la exportación -que nacen en 1962-, las preferencias negociadas en el
marco de la ALALC y los acuerdos comerciales con otros países latinoamericanos -como el
firmado con Cuba- y, finalmente, la dinámica del comercio intra-firma de las ET.
Cuadro III-35
Exportaciones industriales. 1976 (%)
Alimentos y bebidas 52,9 Piedras, vidrio y cerámicas 0,5
Material de transporte 8,0 Equipo profesional y científico 0,5
Equipos y maquinaria 7,9 Calzado 0,3
Textiles 7,1 Celulosa y papel 0,3
Cuero 6,3 Otras manufacturas 0,3
Química, petroq. y farmac. 6,1 Aluminio 0,2
Siderurgia 3,8 Caucho 0,1
Productos metálicos 1,6 Tabaco 0,0
Máquinas y aparatos eléctricos 1,5 Madera y muebles 0,0
Imprenta y editoriales 1,1 Plásticos 0,0
Prendas de vestir 0,9 Total 100
Petróleo y sus derivados 0,7
175
Fuente: Elaboración propia en base a Katz y Kosacoff (1989).
En este último sentido, cabe destacar que la presencia de las ET en las exportaciones
manufactureras argentinas era significativa -fenómeno que también se observaba en buena
parte de los países latinoamericanos-, a la vez que era claramente superior a la que tenían en
los países asiáticos de rápido crecimiento, con la excepción de Singapur (cuadro III-36).
176
Singapur 11,4 48,3
Indonesia 10,2 19,5
Brasil 9,5 30,0
Malasia 8,1 15,9
Tailandia 8,0 17,7
México 7,1 14,8
Colombia 6,4 10,9
Hong Kong 6,1 9,9
Filipinas 5,5 10,9
Argentina 3,1 15,9
India 2,6 20,9
Países en desarrollo 6,6 13,8
Fuente: (OECD, 1992).
1: a mayor valor del índice, mayor intensidad del cambio estructural.
En nuestra opinión el tema es bastante más complejo, aún reconociendo que en parte la
crítica ortodoxa es correcta. En este sentido, Katz y Kosacoff (1998) han destacado los
siguientes factores que diferenciarían al caso argentino de lo ocurrido en los países asiáticos:
i) las mayores tasas de ahorro e inversión de dichos países; ii) la distinta presión competitiva
de entorno local; iii) la mayor presión del gobierno para volcarse hacia las exportaciones; iv) un
escenario sistémico caracterizado, en Asia, por un rápido mejoramiento de los recursos
humanos calificados y de la infraestructura tecnológica general de la sociedad.
También vale señalar que si bien en Argentina y en el Este Asiático se emplearon políticas
nominalmente similares en algunos aspectos, la forma de aplicación de las mismas difirió
bastante. Por ejemplo, Katz y Kosacoff (1989) señalan que en Argentina el manejo de política
arancelaria fue errático, escasamente racional y cargado de complejidades burocráticas. Las
tarifas fueron usadas más como instrumento de recaudación fiscal que como herramienta de
promoción de largo plazo, capaz de priorizar sectores y de otorgarles protección diferencial en
función de las respectivas brechas tecnológicas. En este sentido, destacan que es sintomático
que pese a que ya hacia fines de los años 1960 se comprobaba la existencia de ganancias de
eficiencia en un gran conjunto de actividades -en particular químicas y metalmecánicas-, no se
pudo ir retirando paulatinamente la redundancia tarifaria emergente de aprendizaje tecnológico
doméstico y del gradual acercamiento a frontera técnica internacional.
En relación con este tema, Nochteff (1994b) señala que a medida que las distintas ramas
industriales sustituían insumos importados por similares de origen local, ocurría que, aún
cuando la curva de aprendizaje de una etapa acercara sus costos a los internacionales, el
mayor contenido nacional incorporaba insumos producidos por otra etapa que estaba en un
punto anterior de la curva, absorbiendo la ganancia de productividad de la etapa más madura,
e impidiendo reducir las tarifas.
Tampoco el manejo de las políticas de promoción parece haber sido más eficiente. El hecho de
que en 1960, luego de la firma en 1959 del decreto que establecía las condiciones de
radicación de la industria automotriz -el cual fijaba un rápido calendario de creciente
integración nacional-, estuvieran operando 21 plantas para un mercado de 100 mil
vehículos/año da la pauta de la incapacidad del sector público para programas estrategias
sectoriales a largo plazo, incapacidad que, como señalan Katz y Kosacoff (1989) se va a
observar en varias ocasiones más adelante (y también ya se había verificado antes; por
177
ejemplo, la decisión de construir la siderúrgica estatal SOMISA fue tomada en 1947, pero la
planta fue inaugurada recién en 1961).
Asimismo, los proyectos de promoción industrial en sectores de insumos básicos han estado
plagados de conflictos, sospechas de corrupción, demoras y contramarchas, además de
haberse basado en muchos casos en decisiones “secretas” (Schvarzer, 1996)146. Por otro lado, en
general los regímenes de promoción en estos sectores han carecido de requisitos en materia
de tecnología, provisión local de equipamientos o exportaciones -a diferencia de sus similares
en Brasil o el Este Asiático-147. Más en general, como se mencionó antes, se suele considerar
que un elemento distintivo en las políticas aplicadas por los países asiáticos, en relación con
las experiencias latinoamericanas, es la aplicación -y efectivo enforcement- de políticas de
quid pro quo (reciprocidad), argumento que se aplica claramente al caso argentino.
a) El sector agropecuario
Como ya apuntamos antes, hay una extendida coincidencia en señalar el retraso relativo del
sector agropecuario en el plano tecnológico a partir de los años 1930 y hasta al menos fines
de los años 1950. Así, como señala Barsky (1988), si a fines de los años 1930 todavía los
rendimientos eran similares a los internacionales, se iniciaba en aquel momento un proceso de
profundización de la brecha tecnológica, considerando la carencia de políticas estatales
tecnológicas de largo plazo, la persistencia de problemas básicos tales como los vinculados a
la lucha contra plagas y malezas, la debilidad del sistema de transporte y almacenamiento y el
poco desarrollo de la industria proveedora de maquinarias.
Este problema era claramente advertido a mediados de los años 1950 y tanto el Plan
Prebisch148 como el diagnóstico sobre el estado del desarrollo argentino realizado en aquella
época por la CEPAL (1958), apuntaban a la necesidad de mejorar el nivel de productividad en
el agro, para lo cual era necesario un esfuerzo importante en materia de actividades de
innovación e introducción de nuevas técnicas.
178
En general, la Argentina estaba muy retrasada en la comparación del uso de fertilizantes150 y
agroquímicos vis a vis otros países (si bien las condiciones naturales favorecían un menor uso de
este tipo de insumos en relación a otras naciones productoras, de todos modos aparentemente
eran empleados en forma menos intensiva que lo aconsejable). El uso de insumos químicos se vio
restringido por los precios altos (consecuencia del proteccionismo) pero también por la falta de las
investigaciones necesarias para adaptar las innovaciones extranjeras a las condiciones
argentinas y por los deficientes servicios de extensión que debían encargarse de difundir las
nuevas técnicas (Díaz Alejandro, 1975).
En tanto, la mecanización se había retrasado luego de 1930 -abriéndose una fuerte brecha
con los principales países productores- por la vigencia de precios desfavorables para el sector,
la dificultad para importar equipos y repuestos y el hecho de que la industria nacional de
maquinaria agrícola no siempre producía con precios y calidad adecuados 151. Más en general, se
ha destacado que, en un contexto de escasez de divisas que introducía fuertes restricciones a la
capacidad de importar, la industria argentina estaba poco preparada para atender las
necesidades de insumos y equipos agrícolas, más aún considerando las transformaciones
tecnológicas que, según vimos antes, estaban ocurriendo en los principales países
productores (Vitelli, 1999).
Resumiendo en cierta forma este panorama, Becerra et al (1997) señalan que los elementos
básicos del “paquete tecnológico” en uso en el sistema agropecuario pampeano entre 1943 y
1952 consistían en: granos tradicionales, semillas con escaso mejoramiento, destractorización
relativa con predominio de la tracción a sangre y alta obsolescencia del parque de tractores,
no uso de agroquímicos y prácticas de rotación disminuidas. Como veremos más adelante, en
toda esta etapa el Estado careció de una política definida en materia de tecnología
agropecuaria. Pruebas de esta afirmación son, por ejemplo, la falta de iniciativas, o más bien
la introducción de obstáculos para que los productores puedan incorporar la maquinaria
agrícola necesaria para reemplazar la creciente escasez de mano de obra (escasez derivada
de la desaparición de los flujos de inmigración temporaria proveniente de Europa y del proceso
de migraciones internas desde el medio rural al urbano pari passu con el avance del proceso
de industrialización) y la debilidad extrema del sistema de extensión e investigación.
En contraste con el escenario anterior, como se señaló más arriba, desde fines de los años
1950 hay un claro proceso de incorporación de tecnologías en el sector agropecuario. Esto es
150
. Mientras en los EE.UU. se empleaban 170 kg. de fertilizantes por acre en la primera mitad de los años 1950, en
la Argentina se utilizaban menos de 5 kg. Considérese también que 100 kg. de trigo compraban 11 kg. de
fertilizantes en la Argentina, mientras que en los EE.UU. servían para adquirir 44 kg. (CEPAL, 1958).
151
. Barsky et al (1971) refieren que mientras que el nivel de tecnificación de la agricultura pampeana resultaba
comparable con el de los países más avanzados en la etapa agroexportadora, en 1947 había 1 cosechadora cada
165 hectáreas cultivadas, contra 1 cosechadora cada 120 hectáreas en los EE.UU. Asimismo, hacia 1955 los
EE.UU. tenían 15 veces más tractores por acre que la Argentina (Katz y Bercovich, 1993).
179
centralmente resultado, como veremos más abajo, de un cambio en la orientación dominante
de las políticas hacia el sector, y en particular de la aparición de instrumentos de distinto tipo
que facilitaron dicho proceso de incorporación de nuevas tecnologías.
En esta etapa también se introdujeron variedades mejoradas de semillas e híbridos, así como
nuevos cultivos (sorgo granífero, soja). Obschatko et al (1984) señalan la existencia de una
verdadera “revolución” en este campo, producto de la introducción de híbridos de maíz, sorgo
y girasol y del germoplasma mexicano y el desarrollo de variedades de ciclo corto en trigo.
Se observó también una creciente aplicación de herbicidas con nuevos métodos de uso, el
aumento del empleo de fertilizantes -en ambos casos su incorporación se vio facilitada por las
mayores ventajas para importar en relación con la etapa anterior-, el desarrollo de los sistemas
de inseminación artificial y de las técnicas sanitarias en la ganadería de cría, y el mejoramiento
del manejo de la empresa agrícola y de las técnicas de gestión (Barsky et al, 1992). En el
campo de la ganadería, también cabe mencionar el llamado Plan Balcarce -financiado por
Banco Mundial- cuyo fin era promover la adopción de nuevas modalidades de cría, mediante
asistencia crediticia y técnica. Según Peretti y Gómez (1991), dicho plan, que estuvo en
vigencia entre 1968 y 1979, logró un uso más eficiente de las inversiones realizadas en
pasturas y fertilizantes, impactando positivamente sobre la producción de carne vacuna.
180
1986; Obschatko et al, 1984). De todos modos, al menos hasta mediados de los años 1960, los
rendimientos siguieron retrasándose en la comparación con los EE.UU. (cuadro III-17).
El papel del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) -creado en 1956- y de los
grupos CREA en todo este proceso fue relevante (ver más abajo). Asimismo, en esta etapa el
Estado tiene una fuerte influencia en la forma como se introducen las innovaciones que se
producen a nivel internacional (híbridos, agroquímicos, soja, etc.), a través del control de diversos
mecanismos, tales como créditos, aranceles, etc. Por otro lado, se trata de un período en el cual
hay una expansión creciente de una serie de servicios privados o vinculados a instituciones
públicas, tales como laboratorios de análisis de suelo, fábricas de productos veterinarios,
centros de inseminación, contratistas de maquinaria especializada, etc. (Becerra et al, 1997).
Tratando de estilizar lo ocurrido en este período, Obschatko (1988) observa que el proceso de
cambio tecnológico en el agro pampeano se inicia a fines de los años 1950 con la
tractorización, la cual lleva progresivamente a la necesidad de contar con cultivos uniformes,
que se obtendrán gracias a la difusión de híbridos. Esto, junto con la difusión del paquete
tecnológico en soja y el doble cultivo trigo-soja, lleva a la empresa agropecuaria a modificar su
organización productiva hacia la especialización, la cual, a su vez, requirió la adopción de
nuevos insumos, fertilizantes y herbicidas. En esta interpretación, entonces, lo que importa es
la introducción de “paquetes” tecnológicos, más que de innovaciones aisladas, ya que ello
aumenta la potencialidad del cambio tecnológico. Esto es advertido tempranamente por
algunas empresas de punta -los llamados grupos CREA por ejemplo-, que empiezan a
despegarse en cuanto a productividad del resto de los productores agropecuarios (Obschatko
et al, 1984).
En tanto, para Becerra et al (1997) el paquete tecnológico dominante entre 1958 y 1973
incluye: reemplazo de tracción a sangre por tractores de fabricación nacional (cuya brecha
tecnológica con los similares de los países desarrollados se fue incrementando a lo largo del
período); introducción de nuevos granos; nuevas variedades de semillas e híbridos;
incorporación de cosechadoras. En este período, según los autores, ocurrió una coevolución
de semillas, implementos y prácticas que permitió que mejorara significativamente la
productividad después de la difusión de los híbridos. También destacan la aparición de
técnicas ahorradoras de mano de obra.
Es significativo señalar que, de todos modos, persistía, hacia comienzos de los años 1970, un
diagnóstico extendido sobre la insuficiente tasa de adopción de prácticas agronómicas
modernas en el campo argentino. Obschatko y De Janvry (1972) discuten las distintas
explicaciones propuestas para entender dicho fenómeno, incluyendo tanto las de tipo
económico (atinentes a la rentabilidad de las innovaciones y a la presencia de riesgo e
incertidumbre) como extra-económicas (estructuras de producción, comportamiento
empresarial, “medio ambiente”). La investigación de los autores sobre el tema mostraba que:
181
ii) si se incluía la valorización de la tierra en el cálculo de costos-beneficios y dado el punto real
de dedicación y tecnificación en que se encontraban la mayoría de los productores, el óptimo
económico se lograba con ausentismo y tecnologías tradicionales;
iii) los productores grandes eran, en promedio, los de mayor nivel de tecnificación. Según
Obschatko y De Janvry (1972) esto se explicaba porque al no considerar abandonar la
actividad agropecuaria, los productores no incluían la valorización de la tierra en la
comparación de inversiones alternativas. En tanto, el sistema nacional de investigación
difundía esencialmente información técnica, pero hacía poca referencia a cálculos económicos.
Así, los productores grandes, que estaban más en contacto con fuentes de información técnica, se
inclinaban a adoptar nuevas tecnologías sin conocer su rentabilidad relativa.
Los autores concluían que no era el ausentismo el causante del estancamiento tecnológico,
sino que eran la falta de beneficios altos derivados de introducir cambios tecnológicos y
aumentar la dedicación de los productores lo que permitía el ausentismo como
comportamiento empresarial racional.
Por otro lado, más allá del problema general de la continuidad de prácticas intensivas o del
retraso en la adopción de nuevas tecnologías, existían problemas poco advertidos en el
momento pero que hubieran ameritado una acción reparadora, tales como el proceso de
degradación del suelo, expresado en caída de fertilidad y pérdida de nutrientes, que hubiera
requerido de un esfuerzo de fertilización ya en esta etapa (Becerra et al, 1997), o el
enmalezamiento (Obschatko y Del Bello, 1986). Asimismo, y aún considerando el aumento
observado en su empleo a nivelo local, se ha señalado que la intensidad de uso de las
tecnologías incorporadas a insumos químicos (fertilizantes y biocidas) fue realmente muy baja
hasta, por lo menos, fines de la década de 1970 (Cap, 1997).
b) El sector industrial
En los comienzos de la ISI, surgieron gran cantidad de firmas locales, en general de tamaño
pequeño y mediano, y que comenzaron con la producción de artículos relativamente sencillos,
182
sobre la base de las demandas preexistentes de la sociedad que previamente se abastecían
vía importaciones, demandas que, en general, planteaban pocas exigencias de calidad, plazos
de entrega y precios (Katz y Kosacoff, 1998). En esta primera fase de la ISI era habitual que
los bienes cuya producción se iniciaba en el país fueran copia de un diseño extranjero
largamente rezagado respecto al state of art a nivel internacional y que fueran fabricados en
plantas donde el lay out fabril era primitivo y que operaban con equipamiento que, en buena
medida, era usado (por ejemplo, casi toda la siderurgia argentina montada en esos años lo fue
a partir de equipamiento usado) o autofabricado, y presentaba gran obsolescencia física y
tecnológica. Asimismo, el grado de integración vertical de estos establecimientos era muy
elevado, considerando la falta de subcontratistas y proveedores. Abundaban, además, los
criterios extraeconómicos en la búsqueda y contratación de personal calificado, en la compra
de maquinarias, etc., y era común el autofinanciamiento empresario ante la falta de un
mercado de capitales organizado (Katz y Kosacoff, 1989). Estos autores concluyen, entonces,
que, en general, estas plantas se encontraban, en términos relativos, más lejos de la frontera
internacional que las instaladas durante la fase previa de industrialización152.
Los informes de la época sugieren que el atraso relativo del sector manufacturero argentino
incluía también a las industrias que empleaban materias primas abundantes en el país. Por
ejemplo, en el llamado Informe Armour, realizado en 1943, se indican problemas en el sector
lácteo -falta de prácticas que aseguren calidad y uniformidad del producto- y en el de
curtiembres -establecimientos pequeños, generalmente con deficiencias de organización y
métodos antiguos- (Corporación para la Promoción del Intercambio, 1982).
La carencia de un "tejido industrial" denso indudablemente fue un obstáculo para el avance del
sector manufacturero en los primeros años de la ISI (décadas de 1930-1940). Por un lado,
faltaban proveedores que estuvieran en condiciones de abastecer a las industrias incipientes.
Por otro, había escasez de personal técnico e ingenieros calificados, así como de obreros con
adecuados niveles de capacitación. Desde el Estado, en tanto, se hacían pocos esfuerzos
para resolver estas dificultades, más allá de los intentos por fomentar la educación técnica, no
siempre bien sucedidos (ver más abajo).
Se ha argumentado que en este período, e incluyendo los años del gobierno peronista entre
1945 y 1955, el progreso tecnológico y la búsqueda de rendimientos crecientes a escala
estuvieron relativamente ausentes en la estructura industrial, la cual habría crecido de forma
“extensiva”, en función de una rápida absorción de la mano de obra que fluía del interior del
país hacia los principales centros urbanos (Katz, 1969). El autor sugiere que parte de la
dificultad para avanzar con nuevas técnicas en este período debe ser atribuida a que en los
primeros años de la posguerra las exportaciones de bienes de capital de los países
industrializados fueron relativamente escasas, no habiendo interés por exportar equipamiento
que debían utilizar en sus propios procesos de reconversión y recuperación.
Asimismo, hay que considerar que se carecía de capacidad local para fabricar bienes de
capital, que el país no generaba suficientes divisas con sus exportaciones como para financiar
las importaciones de bienes de capital y que no había crédito internacional disponible en los
152
. Aún una empresa muy dinámica y que empleaba en los años 1940 a más de 3000 obreros, como la metalmecánica
Siam Di Tella, operaba bajo control directo de su dueño, y presentaba un funcionamiento ineficiente desde el punto de
vista fabril, ya que su taller carecía de planificación técnica y de normas adecuadas a su dimensión (Schvarzer, 1996).
183
primeros años de la posguerra para esos fines (Schvarzer, 1996). También hay que tener en
cuenta el efecto del ya mencionado bloqueo declarado por los EE.UU. a la Argentina (dicho
país temía, sobre todo, que se desarrollara una industria pesada en la Argentina) 153. En este
sentido, tal como se señaló antes, en un contexto de salarios reales relativamente elevados154,
las dificultades para importar bienes de capital indudablemente supusieron un obstáculo mayor
para la competitividad de las firmas locales.
Otro factor señalado como adverso al progreso tecnológico en esta fase habría sido la
magnitud y forma en la que se concedía la protección arancelaria. Según adelantamos más
arriba, Díaz Alejandro (1975) afirma que mientras que en los años 1930 la protección se
otorgaba a través de la combinación de tarifas y controles de cambio, sin que se eliminaran
totalmente las amenazas de la competencia extranjera, en los años 1940 y 1950 el énfasis fue
puesto sobre las restricciones cuantitativas, suprimiendo los lazos entre mercados domésticos
y externos, y alentando la creación de estructuras oligopólicas.
Como ya señalamos, la llegada del desarrollismo supondrá un cambio fuerte en relación con el
modelo industrial previamente vigente. En lo que hace al plano tecnológico, hay que destacar,
en primer lugar, que para los dirigentes desarrollistas las ET serían el vehículo clave de
incorporación de nuevas tecnologías, necesarias para modernizar y elevar la productividad del
sector manufacturero doméstico, aunque siempre pensando en el mercado local como ámbito
casi exclusivo de desenvolvimiento de dicho sector (Sourrouille et al, 1985).
En general, la concepción del desarrollismo respecto del cambio tecnológico implicaba una
confianza en las fuentes externas -IED, bienes de capital, etc.- y prestaba escasa atención a la
necesidad de construir capacidades innovativas endógenas. Volveremos sobre este tema más
abajo, y en particular al discutir la cuestión de la llamada "dependencia tecnológica".
Katz y Kosacoff (1989) enfatizan varias características centrales de la dinámica del cambio
tecnológico durante la etapa del desarrollismo. Los autores examinan el caso de la industria
automotriz, y en particular el de la primer planta que, fuera de la producción que había
realizado la DINFIA de rastrojeros155, fabricó automóviles a nivel local: Industrias Kaiser
Argentina (IKA). Este grupo, en decadencia en su país de origen (EE.UU.), no contaba con
una buena ingeniería propia que le permitiera brindar a su subsidiaria local una adecuada
tecnología de producto y tampoco disponía de tecnologías de fabricación, organización y
métodos que hicieran innecesaria la creación de equipos locales de ingeniería.
153
. Bértola et al (1997) presentan un argumento más general en este sentido, señalando que hasta los años 1950
Argentina va estar vinculada esencialmente a Gran Bretaña, mientras que Brasil ya había establecido una relación
preferencial con los EE.UU., lo cual le permitió a dicho país un más fácil acceso a la tecnología moderna vía
importaciones de bienes de capital.
154
. Según datos de Williamson (1999), hacia fines de los años 1930 los salarios reales urbanos argentinos eran todavía
superiores a los británicos. Si bien no hemos encontrado datos posteriores, considerando las políticas adoptadas
por el gobierno peronista es factible sugerir que dicha situación no habría cambiado tanto durante los años 1940.
155
. Se habían instalado plantas de armado desde 1918, con un muy bajo grado de integración nacional.
184
vigentes en los países desarrollados. Se debieron difundir, además, rutinas y estándares
estrictos a los proveedores -hasta entonces inexistentes o no acostumbrados a tales
prácticas-, e inducir en varios de ellos el desarrollo de capacidades e ingeniería de diseño, así
como la adopción de nuevos métodos de fabricación y gestión.
Aún cuando un buen número de plantas instaladas posteriormente -Fiat, Ford, General Motors,
Chrysler, etc.- pertenecían a empresas que no tenían los problemas de la Kaiser, de todos
modos la industria siguió teniendo un carácter idiosincrático en términos de escalas,
tecnologías de procesos y también en relación al entorno en el que operaba. En general, se
trataba de plantas de pequeña escala, menos automatizadas y más integradas verticalmente
que sus similares de los países desarrollados. En este sentido, cabe apuntar que
indudablemente el paradigma tecno-económico “fordista”, con su énfasis en las economías de
escala, no se adaptaba bien a las condiciones argentinas, en particular por el tamaño
relativamente pequeño del mercado doméstico y la poca propensión exportadora del sector
manufacturero. La productividad industrial era, entonces, naturalmente baja.
En el balance, es significativa la opinión que emiten Katz y Kosacoff (1989) sobre este sector:
las plantas instaladas en este momento “acaban así juntando lo peor de varios mundos: una
tecnología subóptima de producción y una ingeniería doméstica dedicada, en buena medida, a
resolver los problemas intrínsecos de una escuela inadecuada y de una organización industrial
y división social del trabajo inmaduras. Surgen entonces deseconomías estáticas y dinámicas
de escala, y de organización industrial que son las que, en última instancia, impiden salir del
estrecho círculo del mercado doméstico o regional” (p. 55).
Más allá del caso automotriz, y generalizando los hallazgos de un gran número de trabajos sobre
el tema, Katz y Kosacoff (1998) han resumido las características básicas de lo que denominan “la
microeconomía de la ISI”. Los elementos que destacan son los siguientes:
i) el tamaño de las plantas industriales era muy inferior a la de sus similares en países
desarrollados (prototípicamente, se puede estimar la relación en 1 a 10), desventaja que, en el
contexto del paradigma “fordista” no podía dejar de tener serias consecuencias negativas en el
plano de la productividad microeconómica; ii) los lay out y los métodos de organización fabril eran
mucho menos sofisticados, debido a la falta de información, equipos y conocimientos
organizacionales adecuados (en otras palabras, la difusión dentro de la industria local de las
prácticas organizacionales de frontera, propias del sistema fordista, era débil); iii) los bienes de
capital utilizados eran frecuentemente usados o autofabricados; iv) el nivel de integración
vertical de las plantas era muy elevado, considerando la inmadurez del tejido productivo local y
la ausencia de proveedores independientes; v) el grado de roundaboutness era
significativamente menor, así como la extensión de la división del trabajo y la internalización de
economías de escala, siempre vis a vis la situación de los países desarrollados; vi) el mix de
productos tendía a ser mucho más vasto que el observable en una planta especializada de un
185
país maduro, lo cual implicaba series cortas de muchos productos diferentes y por ende
escasas economías de especialización.
En consecuencia, los autores argumentan que tanto la eficiencia estática como el sendero
dinámico de aprendizaje de este modelo productivo iban a acumular dificultades y rasgos
idiosincráticos a través del tiempo. Una de las consecuencias negativas en este sentido fue
que la producción manufacturera encontraría durante varios años serias dificultades para ser
exportada, considerando los relativamente bajos niveles de competitividad alcanzados156.
Sin embargo, siempre siguiendo a Katz y Kosacoff, aún en estas condiciones se generó un
conjunto de señales que indujeron a numerosos empresarios domésticos a realizar esfuerzos
tecnológicos destinados, secuencialmente, a mejorar diseños, procesos y formas de
organización de la producción (estudios de tiempos y movimientos, lay out, etc.), que
potencialmente podían entregar significativas ganancias de productividad teniendo en cuenta el
alto grado de ineficiencia operativa inicial y la necesidad de fabricar bienes más actualizados
respecto al estado del arte internacional. Así, un gran número de firmas crearon
departamentos o grupos ad hoc de asistencia técnica, ingeniería, etc., encargados de tales
tareas, y que muchas veces incluso diseñaban máquinas que luego se autofabricaban en los
talleres de mantenimiento de las propias empresas.
Esto condujo a que, progresivamente, madurara una capacidad tecnológica interna, que no
sólo era específica de cada establecimiento, sino que se difundía gradualmente al resto de la
sociedad vía circulación de información y capital humano. Como vimos antes, este proceso
permitió, en los años 1960, que se comenzaran a gestar exportaciones manufactureras,
particularmente dirigidas a los países vecinos. Los esfuerzos tecnológicos adaptativos llevaron,
además, a un gradual cierre de la brecha de productividad y calidad vis a vis los países más
avanzados.
En este contexto, fueron las ramas más modernas las que evidenciaron un mayor ritmo de
cambio tecnológico en esta etapa. En efecto, según los resultados de Katz (1972), las
industrias químicas, metalúrgicas y eléctricas registraron tasas de cambio tecnológico superiores a
las del conjunto del sector manufacturero en los años 1960. De todos modos, el propio Katz
mostraba que los esfuerzos tecnológicos locales en dichas ramas se limitaban a aspectos
adaptativos de diseños o productos previamente conocidos, o a la optimización o adaptación de
procesos al medio local.
Otro matiz necesario para entender la dinámica innovativa en el período de la ISI remite a las
diferencias significativas en materia de trayectorias tecnológicas dentro las firmas industriales,
según su tamaño y formas de propiedad. En este sentido, Katz (1999a) señala que en el caso
de las ET, aún cuando no se instalaron con la intención explícita de desarrollar una
infraestructura tecnológica local, advirtieron en una gran cantidad de casos que debían
hacerlo, considerando las necesidades idiosincráticas del país receptor. Su impacto fue
importante, ya que crearon departamentos de ingeniería y programas de desarrollo de
156
. La existencia de una brecha tecnológica en relación con la frontera internacional era aceptada ampliamente por
los propios industriales. Así, una encuesta mostraba que un 48% de los empresarios industriales consideraba que
la rama en la cual actuaba tenía, en Argentina, un nivel tecnológico "algo por debajo" del internacional, y otro 32%
juzgaba que el nivel tecnológico local estaba "muy por debajo" del internacional (Sautu y Wainerman, 1971).
186
proveedores que formaron parte importante del flujo incremental de conocimientos
tecnológicos que circulaban a través de la estructura de producción durante la ISI. Si bien sus
gastos en I&D no eran muy altos, estas firmas desarrollaron significativos skills en su fuerza de
trabajo, expusieron a su personal a la cultura tecnológica y empresaria de sus matrices, e
introdujeron normas de tolerancia y calidad que formaron parte central de las prácticas
industriales de la época.
En cuanto a las empresas familiares pequeñas y medianas, muchas de ellas nacieron con
layouts incoherentes, maquinaria usada o autofabricada y poco conocimiento técnico, pero
varias consiguieron crecer y crear equipos técnicos e ingenieriles para desarrollar nuevos
productos y procesos de producción, entrenar a su staff y progresar a lo largo de un sendero
de aprendizaje altamente idiosincrático. Este proceso se dio, en lo esencial, sin ayuda externa,
aunque era habitual la copia de tecnologías y muchos de sus dueños eran inmigrantes. Este
proceso de auto-enseñanza llevó a que los senderos de aprendizaje fueran muchas veces
azarosos, y si bien estas firmas lograron resolver problemas ciertos problemas técnicos y
sustituir eficientemente determinadas importaciones, pocas crearon productos o procesos
verdaderamente nuevos, o que tuvieran un impacto fuera de la economía local (Katz, 1999a).
La curva de aprendizaje de estas firmas empezaba, en general, con copias de productos que
estaban varios años atrás de la frontera internacional. Su primer objetivo era, en los primeros
años de la ISI, producir, sin considerar costos, calidad, rapidez de entrega o eficiencia, en
condiciones de mercados poco contestables por la competencia externa. Tampoco estaban
muy interesadas en exportar. Fue recién cuando las condiciones de abastecimiento del
mercado comenzaron a estabilizarse y apareció algún tipo de competencia extranjera, que los
esfuerzos tecnológicos se movieron hacia diseños más sofisticados y productos más cercanos
a la frontera, y apareció un interés por las actividades de organización y planificación y por la
mejora en los layout, la calidad, etc., así como en las actividades de exportación.
Finalmente, si bien con un carácter incipiente en este período, había un grupo significativo de
conglomerados locales, que en su mayoría operaban en ramas con productos altamente
estandarizados y donde el progreso tecnológico estaba generalmente incorporado en los
bienes de capital. Por ende, su performance tecnológica dependía en buena medida de sus
vínculos con los productores de tales bienes de capital. Muchas de estas firmas crearon
departamentos de ingeniería tempranamente para desarrollar mejoras de procesos. Sin
embargo, casi ninguna realizó intentos serios para moverse hacia segmentos
tecnológicamente más sofisticados, lo cual hubiera requerido esfuerzos sistemáticos de I&D, ni
tampoco contribuyeron a crear conocimiento en disciplinas científicas vinculadas con sus
actividades (Katz, 1999a).
187
En este contexto heterogéneo y con las limitaciones generales antes señaladas, de todos
modos el crecimiento industrial registrado en esta fase de la ISI (a diferencia de lo señalado
para el período peronista, cuando dicho crecimiento tuvo un carácter esencialmente
"extensivo"), estuvo basado en cierta medida en el progreso tecnológico. Así, Katz (1972)
encontraba que para el grupo de las 200 mayores firmas industriales argentinas el crecimiento
de su productividad durante los años 1960 se explicaba en parte por el aumento de su
producción, pero también por un factor tecnológico, que expresaba los esfuerzos de I&D y los
gastos de ingeniería realizados por las firmas.
El fenómeno de exportación de tecnologías fue analizado, entre otros autores, por Katz y Ablin
(1985), quienes mostraban que desde comienzos de los años 1970 un creciente número de
firmas argentinas había tenido éxito en la venta de paquetes tecnológicos completos en
distintos países de América Latina (y en especial en los limítrofes). Las ventajas comparativas
de los empresarios locales en ese plano parecían basarse no sólo en la proximidad geográfica
o cultural, sino también en la posibilidad de ofrecer paquetes más apropiados a las
circunstancias del país receptor en cuanto a escala, nivel de automatización, materias primas,
etc. A su vez, esta posibilidad era resultado de los esfuerzos que previamente se habían
realizado para adaptar diseños tecnológicos extranjeros al contexto argentino.
En el primer caso, se trataba de una industria nacida en los años 1950, pero con un alto peso
de importaciones de componentes. Aparentemente, si bien la producción electrónica argentina
estaba detrás de la de Brasil, era más avanzada en equipamiento tecnológico sofisticado. Se
188
producían tubos electrónicos, circuitos integrados y otros componentes. El personal, en tanto,
tenía mayor nivel de calificación que el de la industria coreana en aquel momento. Así, el sector de
instrumentos electrónicos para la industria, con pocas firmas con producción bajo licencia, alcanzó
calidad y precios competitivos con la producción de los EE.UU. Algo similar pasó con la fabricación
de instrumentos electrónicos para medicina, donde no había uso de licencias (Adler, 1987).
En este contexto, la firma FATE, que venía de la producción de neumáticos y aluminio, crea su
división de electrónica, para ir hacia productos I&D intensivos a fines de los años 1960. El primer
proyecto fue la manufactura de calculadoras de escritorio, el cual se concreta exitosamente, tanto
técnica como comercialmente. Un dato clave es el impulso proveniente de la existencia de
científicos que se habían alejado de la Universidad por persecuciones políticas, entre los que se
contaban los miembros del Laboratorio de Electrónica de la Facultad de Ingeniería.
Chudnovsky (1976) destacaba como los grandes laboratorios nacionales habían ido
reduciendo su dependencia en relación con las licencias otorgadas por ET, para comenzar a
avanzar por un sendero de mayor autonomía vía copia, diferenciación por medio de gastos en
publicidad e, incluso, intensificando las tareas de I&D. Así, los laboratorios nacionales
gastaban más proporcionalmente en I&D que las filiales de ET en el mismo sector (1,6% contra
1,11% en 1972). Por otro lado, hay que considerar que el sector farmacéutico era el que más
recursos destinaba a I&D dentro de la industria manufacturera en aquellos años; según una
189
encuesta realizada en 1966, dicho sector aportaba el 44% de todo el gasto manufacturero en
I&D (Arce et al, 1968).
Hacia los años 1970 un grupo de laboratorios nacionales se hallaba verticalmente integrado
hacia la producción de principios activos o materias primas farmacéuticas, mediante pequeñas
plantas químicas multipropósito en la que elaboraban cantidades reducidas de los mismos
para su uso cautivo en especialidades de marca propia (Burachik y Katz, 1997).
En este período, las firmas de capital nacional tenían prioridad en el registro de nuevos
productos, no se reconocían las patentes de producto en esta industria y había un alto nivel de
protección o directamente la prohibición de importar para las materias primas farmacéuticas.
Así, las firmas de capital nacional encontraron viable y rentable copiar tempranamente en el
ciclo de producto moléculas recién descubiertas en los países innovadores y entrar al mercado
doméstico con especialidades de marca propia (aunque sólo un puñado se integró hacia atrás,
operación intensiva en recursos humanos calificados y equipamiento). Incluso se llegó a
exportar un cierto flujo de materias primas desde fines de los años 1960.
Como parte de este proceso, en los años 1960 y primera mitad de los 1970 se desarrolló una
importante capacidad tecnológica local en el campo de la fermentación antibiótica, y se
consolidaron grupos de desarrollo de procesos en las plantas, permitiendo mejorar los
rendimientos e incursionar gradualmente en actividades de exportación de antibióticos a
granel. Llegaron a existir cinco plantas de este tipo -aunque sólo una de ellas era de capital
local-.
Este proceso se interrumpe a partir de la segunda mitad de los años 1970, cuando la
aceleración del cambio tecnológico a escala mundial generó una brecha creciente con las
plantas locales, que no pudieron replicar el ritmo de innovación de la frontera. Por otra parte,
pese a que la industria había nacido en los años 1950 con escalas que no diferían
sustancialmente de las internacionales, progresivamente aparecieron deseconomías estáticas
de escala ya que se registraba un bajo ritmo de reposición de los equipos de capital en función
de que las plantas sólo operaban para el mercado interno y bajo fuertes barreras de protección
tarifaria. Por otro lado, surgieron diferencias crecientes en materia de rendimientos, fenómeno
atribuido por Burachik y Katz (1997) a la falta de una masa crítica o base sistémica que
permitiera, al igual que ocurría en los países desarrollados, que la industria de medicamentos
se beneficiara de la interacción entre ciencias como la química, la biología, la genética, etc.,
interacción sobre la cual se basó el espectacular aumento de rendimientos verificado en esta
industria a nivel mundial desde los años 1960. En este contexto, no sorprende que con el
cambio en las condiciones de competencia a partir de 1976, las plantas locales de
fermentación debieran cerrar, a comienzos de los años 1980, sus puertas.
De otro lado, surgieron varias plantas de síntesis química, de tipo multipropósito, con escalas
reducidas, y dedicadas a copiar moléculas recientemente descriptas en la literatura
internacional. Para ello se requiere no sólo un equipo de recursos humanos calificados capaz
de lograr en poco tiempo un proceso propio de fabricación de la molécula, sino también rutinas
industriales de producción que le permitan a la firma elaborar cantidades relativamente
pequeñas de la droga en cuestión y llegar al mercado de especialidades con marcas propias.
190
También esta clase de esfuerzos fue discontinuándose a partir de los años 1980, aunque ese
tipo de lógica industrial persiste en alguna medida hasta nuestros días.
Ahora bien, el problema que enfrentamos remite a cómo se deben juzgar los procesos recién
descriptos. En efecto, algunos autores -Katz, Kosacoff, etc.- sugerirían que, si bien a un ritmo
insuficiente y con las ya mencionadas características "idiosincráticas", durante la ISI se habían
acumulado un conjunto de activos tecnológicos endógenos en una parte significativa del
aparato manufacturero argentino que, hacia el final de aquella experiencia, estaban dando sus
frutos, tal como lo probarían algunos de los datos antes señalados -aumento de las
exportaciones industriales, ventas de tecnología, internacionalización de varias firmas
manufactureras, desarrollos tecnológicos en el campo de la metalmecánica, la electrónica, la
química, etc.-.
No es ésta, sin embargo, la única interpretación acerca de este tema. Para la ortodoxia
neoclásica, por un lado, está claro que toda esa acumulación de activos era meramente una
respuesta a un conjunto de condiciones que alentaban la supervivencia de firmas y ramas de
actividad ineficientes que, en un contexto de apertura, hubieran desaparecido o nunca
hubieran surgido. En este sentido, para esta corriente no hay demasiados lamentos por la
mencionada pérdida de activos y capacidades, lo cual se entiende considerando que la
ortodoxia neoclásica no otorga relevancia a los procesos de aprendizaje y construcción de
capacidades innovativas, sino que sostiene que en un país como la Argentina, lo único
importante es garantizar una máxima apertura a las fuentes extranjeras de tecnología.
Desde la heterodoxia, en tanto, también hay argumentos que sugieren una visión menos
positiva que la que se desprende de la interpretación Katz-Kosacoff del desarrollo industrial
bajo la ISI. En particular, un autor como Nochteff (1994a, b), si bien reconoce y valora
positivamente las historias de desarrollo tecnológico endógeno antes reseñadas -en particular
en la industria electrónica-, parece juzgar que la dinámica de la ISI ponía límites estructurales
muy estrechos al proceso de construcción de capacidades innovativas, lo cual es indicio de
una menor confianza en la trayectoria de acumulación tecnológica propia del sector
manufacturero durante la ISI que la que surge de los trabajos de autores como Katz y
Kosacoff.
191
demanda y/o ciertos tipos de insumos, y no para penetrar en los mercados mundiales; ii) en
las ramas mas complejas había predominio de las filiales de ET; iii) las ramas de mayor peso
económico eran de tipo scale-intensive y/o supplier-dominated (ver capítulo 1). Por tanto, por
su propia naturaleza, eran relativamente poco "innovación-intensivas", ya que o bien las
actividades de I&D eran in house pero se realizaban en las casas matrices de las respectivas
corporaciones transnacionales (es el caso de buena parte de las scale intensive), o bien la
tecnología se incorporaba bajo la forma de insumos y bienes de capital que, en general,
provenían del exterior (en las supplier-dominated, pero también en algunas scale intensive,
como la siderurgia).
La otra cuestión que enfatiza Nochteff remite a las actitudes y conductas de los empresarios
argentinos, o más específicamente de lo que el llama la “elite empresaria argentina”, la cual,
siempre según el autor, difiere notablemente en cuanto a sus comportamientos respecto del
modelo de “entrepreneur schumpeteriano”. Los empresarios argentinos, en particular a partir
de los años 1950, habrían buscado esencialmente crear monopolios no transitorios (vía
protección arancelaria y otras barreras al ingreso en los mercados) que les permitieran obtener
cuasi rentas sin innovar. Los relativamente escasos entrepreneurs innovadores, que asumían
riesgos y buscaban aproximarse a la frontera de la best practice internacional en términos
productivos o tecnológicos -firmas como Turri (máquinas herramientas), Vasalli (maquinaria
agrícola), Di Tella (bienes de capital, industria automotriz)-, no formaron parte de la elite
económica, salvo esporádica o marginalmente, y, de hecho, las estrategias de dicha elite y las
políticas gubernamentales no sólo no fomentaron su actividad, sino que las habrían ignorado o
perjudicado. Según Nochteff, el comportamiento tradicional de la elite económica fue uno de
los factores decisivos para que no se adoptaran opciones de crecimiento basadas en la
construcción de capacidades científico-tecnológicas y el alcance de rentas en base a la
innovación, sino que se siguiera el camino del proteccionismo y la industrialización hacia
adentro.
Aquellos sectores en los que estos condicionamientos no tuvieron tanto peso fueron,
justamente, los que antes destacamos como de mayor avance tecnológico en la etapa bajo
análisis. Así, para Nochteff (1994b), las tres industrias en las que las firmas argentinas tuvieron
un mejor desempeño durante la ISI (electrónica, farmoquímica y máquinas herramienta) tenían
en común que: i) en ninguna de ellas las empresas nacionales pertenecían, por lo menos
hasta 1976, a la elite económica; ii) en las tres había fuerte competencia interna; iii) en
ninguna de ellas las ET eran predominantes. A partir de estas condiciones, no se podía
asegurar una cuasi renta monopólica basada en la capacidad de lobbying, por lo cual debía
regir la competencia vía “innovación”, y el hecho de que las ET no fueran dominantes permitía
que las firmas locales desarrollaran sus propios procesos de aprendizaje tecnológico.
192
En suma, estilizando un poco interpretaciones y líneas argumentales ciertamente complejas, a
nuestro juicio, Katz-Kosacoff y Nochteff comparten la valoración por los casos más destacados
de aprendizaje tecnológico endógeno en contra de la indiferencia o rechazo que éstos
suscitan en la ortodoxia neoclásica, pero Nochteff asume, junto con esta última, una postura
más crítica en torno del régimen de incentivos propio de la ISI y, por ende, tiene un juicio global
más negativo que el de Katz-Kosacoff sobre toda esa etapa. A su vez, tanto los autores
ortodoxos como Nochteff -y junto con éste, también otros como J. F. Sábato, Schvarzer, etc.-
prestan especial atención a la interacción entre políticas públicas y conductas empresarias,
aunque, como veremos enseguida, enfatizan causalidades diferentes en dicha interacción.
De hecho, ya en los años 1960 aparecieron varios trabajos que apuntaban a explicar las
supuestas debilidades del sector empresario industrial por convertirse en un agente dinámico
de cambio y modernización en la sociedad argentina y sus problemas para conseguir canales
de expresión política, lo cual, obviamente, habría dificultado el avance del proceso de
industrialización (Imaz, 1964; Cornblit, 1967; Cuneo, 1967 -ver Barbero, 1995, para un
comentario sobre estos y otros trabajos sobre historia y análisis de empresas y empresarios en
la Argentina-)157.
A su vez, las quejas por la falta de “espíritu innovador” de los empresarios industriales locales
han sido una constante en una gran parte de la vasta literatura dedicada al análisis del
desarrollo económico argentino, la cual hace hincapié en la aversión a tomar riesgos, en sus
comportamientos “rentísticos” (en particular, en referencia a la búsqueda de rentas en el seno
del sector público, en forma de tarifas elevadas, créditos subsidiados, diversos mecanismos
promocionales, etc.), en la presencia de factores “culturales” que llevarían a una actitud
“dependiente” de parte del empresariado local, en su asimilación con los comportamientos
(presuntamente “tradicionales” o más bien “retrógrados” desde el punto de vista de los
patrones de producción, inversión y consumo) del sector terrateniente, y en su ignorancia o
poca atención en lo que hace a las cuestiones relativas a CyT, entre otros aspectos158,159.
Estos rasgos, que -como vimos en el capítulo anterior- ya se rastrearían, según varios autores, a
partir de la propia conformación del sector manufacturero argentino durante la fase
agroexportadora, no habrían podido ser alterados durante la ISI, a la vez que tampoco se habría
podido crear una “elite sustituta”, pese a los esfuerzos de distintos gobiernos en ese sentido. Esta
opinión ha sido sustentada, por ejemplo, por Roulet y J. F. Sábato (s.f.), quienes señalan que el
peronismo, en el período 1945-55, proyectó crear una “burguesía nacional”, a la cual pretendía
157
. Díaz Alejandro (1975), por ejemplo, señalaba que “aún hoy (a los empresarios industriales) se los considera
timoratos y poco emprendedores, tanto en el plano comercial como socio político” (p. 214).
158
. Por ejemplo, Schvarzer (1996) refiere que una misión estadounidense arribada en los años 1950 observaba la
ausencia de conocimientos técnicos de los gerentes locales, quienes carecían de planes de largo plazo, no
conocían bien sus costos y no disponían de apoyo para mejorar sus plantas y estructuras productivas. Esta actitud,
según el autor, se verificaba especialmente en las antiguas firmas manufactureras. Cita también en este sentido el
informe de una comisión especial que estudió el tema fabril en 1963, en el cual se criticaba a los empresarios
locales que no se habían preocupado por sus costos durante largo tiempo a la espera de la inflación que resolviera
sus problemas o de la protección arancelaria. Asimismo, cita varios informes de fines de los años 1960 y
comienzos de los años 1970, señalando la falta de conocimientos tecnológicos de distintos sectores industriales, la
ausencia de controles de calidad, el pobre nivel de la mayor parte de los managers, etc. La idea de que la acumulación
de equipos era el corazón del cambio técnico era, según Schvarzer, muy difundida entre los empresarios locales.
159
. Aráoz (1969), inquiriendo por las razones de la baja demanda de CyT por parte del sector empresario, señalaba
que la industria argentina se caracterizaba por un manejo preponderantemente familiar, con tendencias al
nepotismo, aversión al riesgo, falta de interés en mejorar la eficiencia e inhabilidad para reinvertir.
193
ayudar mediante créditos, subsidios, aranceles, etc. Sin embargo, esta estrategia fracasó debido a
que los empresarios, a pesar de los "favores recibidos", siguieron exhibiendo comportamientos
“colonialistas” y “dependientes”, los cuales, a juicio de dichos autores, eran, de todos modos,
“adecuados y funcionales” en el contexto en que actuaban dichos empresarios.
En esta última línea argumental, la explicación más popular es que el marco institucional de la
ISI creaba incentivos que tornaban más beneficioso el “rent-seeking” vía búsqueda de
protección o subsidios, que la innovación “genuina”. Este diagnóstico se puede encontrar tanto
en autores cercanos a una interpretación “liberal” del desarrollo económico argentino, como en
otros más ligados al “estructuralismo” o situados a la “izquierda” en dicha materia (entre estos
últimos, como vimos antes, se incluye el propio Nochteff).
Así, en el primer grupo, encontramos que Cortés Conde (1997) argumenta que en el período
1930-1945 la existencia de una demanda insatisfecha -por las restricciones a la oferta
extranjera- permitió la realización de elevados beneficios que alentaron el crecimiento de la
inversión doméstica en el sector manufacturero. Sin embargo, una vez terminada la situación de
crisis internacional, los empresarios, habituados a los altos beneficios que los años de aislamiento
les habían permitido obtener en un mercado cerrado, y que habían aprendido a “negociar” con el
Estado, utilizaron su información y entrenamiento para prolongar situaciones similares obteniendo
de los sucesivos gobiernos la prolongación de las barreras a la entrada en sus mercados.
194
ciertos comportamientos empresarios, en tanto que la interpretación más de “izquierda” invierte
la causalidad, y enfatiza que la elite dominante impulsó la adopción de una orientación de
política económica favorable a sus intereses160. A su vez, para esta última corriente, aún
cuando en ciertas ocasiones se intentó, desde el Estado, alterar los patrones de
comportamiento de la elite empresaria, resultó imposible alcanzar ese objetivo.
Ciertamente, se trata de un debate muy complejo, que remite, entre otras cuestiones, al tema
de la autonomía del Estado. No pretendemos aquí ingresar a ese tipo de discusión, lo cual nos
llevaría al campo de las ciencias políticas. Creemos, sin embargo, que es posible presentar
algunos argumentos y evidencias relevantes, que arrojan luz sobre aspectos claves del debate.
Un primer problema con el razonamiento subyacente en los trabajos de autores como Nochteff
-no ocurre lo mismo con el argumento de Cortés Conde, por ejemplo- es que parece suponer
que en la Argentina existió una elite que se habría mantenido esencialmente al comando, o
con una fuerte influencia, sobre las decisiones y opciones de política económica no sólo en la
etapa agroexportadora -cuando se habría convertido en la fracción dominante- sino también
durante la ISI. Esto, sin embargo, no parece demasiado sensato desde un punto de vista
lógico, considerando los grandes cambios acaecidos en la sociedad argentina en esos cien
años, y tampoco está demasiado sustentado en pruebas empíricas, salvo algunas
declaraciones tales como que “muchas de las mayores firmas industriales pertenecían total o
parcialmente a terratenientes, o bien sus accionistas principales estaban vinculados por lazos
familiares, sociales, económicos y políticos a la elite agropecuaria” (Nochteff, 1994b, p. 72).
Por otro lado, dicha elite, a diferencia de lo que ocurrió en otras naciones, tendría un carácter
inherentemente especulativo, o averso al riesgo, y de este modo habría influenciado
decisivamente en la elección de un marco de políticas económicas que le permitiera obtener
rentas por la vía de la protección, los subsidios, etc., en lugar de vía innovación. Esto nos sitúa
en un marco conceptual en donde ciertos actores tienen capacidad absoluta de manipulación
de las reglas de juego, y dichos actores son en cierto modo “especiales”, en cuanto poseen
objetivos y desarrollan conductas diferentes de las exhibidas por sus pares de otras naciones.
Nos parece que este argumento implícitamente vuelve a sugerir alguna especificidad de la
elite empresaria argentina, suponiéndola inherentemente más especulativa o menos innovativa
que otras. A nuestro juicio, hay que volver a poner el peso en las instituciones, y trabajar con
una relación conceptual en donde hay una interacción entre instituciones y agentes, y no una
capacidad absoluta de estos últimos para moldear a las instituciones a su antojo. De este
modo, sería posible dejar de lado la idea de una especificidad negativa de la clase dominante
argentina, la cual resulta difícil de sostener a nuestro juicio.
Creemos también que en cualquier discusión sobre las conductas del empresariado argentino
durante esta etapa hay que tomar en cuenta otros factores. Así, debemos recordar, por
160
. Nogués (1988), quien pertenece a la vertiente “liberal”, hace explícito este contraste. Según el autor, es habitual
señalar que, dado que los empresarios nacionales han vivido fundamentalmente de privilegios derivados de la
presencia de altas barreras comerciales, carecen de capacidad innovadora y posibilidades de competir
internacionalmente. En cambio, para Nogués el problema es que la conducta innovadora y competitiva de los
empresarios domésticos se ha visto disuadida por las fáciles ganancias derivadas de las políticas proteccionistas,
con lo cual el argumento se invierte desde el tradicional (conducta empresaria → proteccionismo) a su opuesto
(proteccionismo→conducta empresarial).
195
ejemplo, el bajo nivel de calificaciones educativas de los empresarios locales -ver más abajo-.
Asimismo, la inestabilidad política, económica y social también puede haber sido un factor de
peso. Considerando este marco desfavorable, tal como señala Aráoz (1969), probablemente
las conductas aversas al riesgo hayan sido racionales.
En relación con este tema, por otro lado, es interesante comentar el único estudio que, hasta
donde conocemos nosotros, se ha dedicado a investigar las actitudes hacia el cambio
tecnológico de los empresarios locales durante la ISI (Sautu y Wainerman, 1971), el cual
aporta hallazgos muy relevantes respecto de las conductas de estos últimos. Si bien se trataba
de un trabajo que buscaba relevar actitudes hacia el cambio tecnológico basándose en
respuestas que no necesariamente se hubieran traducido en acciones concretas de los
empresarios en el mismo sentido de lo expresado verbalmente, se trata de un análisis de gran
solidez metodológica, lo cual amerita considerar seriamente sus conclusiones.
Uno de los hallazgos más sorprendentes del trabajo es que, contrariamente a la imagen que
previamente hemos descripto, casi el 90% de los empresarios consultados afirmaba desear
incorporar innovaciones tecnológicas en sus firmas. De ellos, sólo un 30% señalaba que existían
dificultades para incorporar dichos cambios, las cuales eran predominantemente de tipo financiero.
Como mencionamos en una sección previa, cerca del 80% de los empresarios consultados en
este trabajo percibía la existencia de una brecha tecnológica respecto de la frontera
internacional. El 53% de aquellos proponía soluciones que Sautu y Wainerman (1971) califican
como "coyunturales", esto es, pensaban que el problema de la brecha tecnológica era
solucionable con medidas posibles de ser instrumentadas de inmediato y con efecto también
relativamente inmediato. De este grupo, casi la mitad abogaba por favorecer la importación de
bienes de capital (esto no sería sorprendente), mientras que también se mencionaba la
necesidad de créditos. En tanto, muy pocos apuntaban a la difusión de información, o la
compra de licencias o conocimientos en el exterior.
A su vez, y dentro del 36% de los consultados que apuntaba a soluciones "estructurales"
-porcentaje que, siempre contrastando con la imagen habitual sobre el tema, parece
relativamente alto-, se destacaba la necesidad de planes de largo plazo que favorecieran la
expansión de la economía, así como de profundizar la investigación y la capacitación de
recursos humanos (36 y 32% respectivamente). También se mencionaba que era necesario
alcanzar una mayor estabilidad política y económica (19%).
Otra de las sorpresas que entregaba la encuesta era que, contrariamente a la idea de que los
empresarios locales tenían una admiración "ciega" por la tecnología extranjera y despreciaban
la posibilidad de realizar innovaciones a nivel local, algo más de un tercio de los empresarios
consultados prefería, ante la posibilidad de que el Estado asignara recursos incrementales a
mejorar la situación tecnológica de las firmas industriales, orientar preferentemente dichos
recursos a realizar actividades locales de I&D -básicamente en instituciones públicas-, antes
196
que a subsidiar la importación de tecnología, y algo más de otro tercio opinaba que debían
distribuirse los recursos en proporciones aproximadamente iguales. Como destacaban Sautu y
Wainerman (1971), no era despreciable el hecho de que un tercio de los entrevistados
manifestaran un decidido apoyo a la promoción local de tecnología como vía para la
modernización industrial del país.
En línea con este hallazgo, de la mencionada encuesta surgía que un 92% de los empresarios
juzgaba importante apoyar a los centros de investigación y un 65% estaba dispuesto a aceptar
una contribución obligatoria para sostenerlos. Asimismo, un 70% de los encuestados decía
conocer las labores del INTI y un 80% afirmaba estar dispuesto a asociarse a dicha institución
(aunque el porcentaje de los realmente afiliados era bajo -15%-).
Un último resultado interesante del trabajo que venimos comentando era que los empresarios
argentinos nativos y los inmigrados antes de los 15 años -que se suponían asimilados a la
sociedad argentina en sus pautas de comportamiento- manifestaban, en promedio, mayor
grado de apertura al cambio que los extranjeros, lo cual contradecía una idea difundida en
sentido contrario. Como vemos, no está tan claro que los empresarios argentinos respondieran
tan fielmente a la imagen de desprecio por la innovación y por las actividades locales de CyT.
En suma, la realidad es más matizada que lo que sugieren los argumentos “tradicionales”
sobre la conducta y actitudes de los empresarios argentinos. A nuestro juicio, en lugar de
suponer que dichos empresarios habrían tenido una actitud rentística y aversa a la innovación
en forma innata e inmutable a lo largo de las distintas etapas del desarrollo económico
argentino, es preferible, tal como se sugirió en capítulos anteriores, trabajar con un marco
analítico más complejo. En particular, es preciso considerar que son las reglas de juego que
emanan del ambiente institucional prevaleciente en un determinado período las que estimulan
ciertos tipos de conducta y desestimulan otras. En este sentido, en un ambiente caracterizado
por la inestabilidad económico/político/institucional, por la ausencia de iniciativas públicas
consistentes para fomentar el desarrollo de actividades innovativas por parte de las firmas
locales -sobre esto volvemos más abajo- y por el predominio de políticas económicas
excesivamente inward oriented, no es sorprendente encontrar una relativa escasez de
“empresarios innovadores” en el medio local durante el período bajo análisis.
Para finalizar con esta sección, se impone analizar uno de los temas más transitados dentro
del debate sobre la industrialización argentina durante la ISI, cual es de la llamada
“dependencia tecnológica”. Ya en los años 1960 y 1970 distintos trabajos contrastaban lo que
se erogaba en concepto de importación de tecnologías en Argentina con los escasos recursos
que se destinaban localmente a actividades de innovación. Así, Katz (1972) encontraba que
los gastos en I&D de las ramas industriales estaban, en promedio, en torno del 20% de sus
similares estadounidenses. Significativamente, las ramas en donde la proporción de gastos en
I&D sobre ventas era mayor en el contexto argentino (farmacéutica, maquinaria y equipo
eléctrico y no eléctrico, química -todas con gastos entre 0,7 y 0,8% sobre ventas-) eran las que
presentaban mayor distancia con los EE.UU. (en ningún caso los gastos locales en I&D eran
mayores, siempre en proporción con las ventas, al 13% de lo que se erogaba en los EE.UU.).
Al mismo tiempo, se comprobaba que mientras las firmas investigadas por Katz gastaban
aproximadamente el 1,3% sobre su valor de producción en regalías por patentes, marcas,
know-how, etc., erogaban menos de un 0,4% en actividades de I&D (cifra que subía hasta
197
1,2% si se incluían los gastos en “otras tareas técnicas asociadas” -control de calidad, etc.-). Más
aún, como señalan Katz y Bercovich (1993), incluso una parte de lo que las firmas declaraban
como I&D no hubiera sido cubierto por las estadísticas de la OECD (e.g. Manual Frascati), ya
que no correspondía a las definiciones allí utilizadas.
En tanto, un trabajo de la UNESCO (1970) señalaba que en 1966 los pagos por servicios
técnicos y regalías eran una vez y media mayores que todo el gasto nacional en investigación
en CyT. En cuanto a los aportes privados, se destacaba su bajo nivel, señalándose que el
mismo había sido menor al 7% del gasto total en CyT en todos los años entre 1961 y 1966. En
este sentido, es interesante observar la comparación que se presenta en el cuadro III-38,
donde se puede comprobar que la Argentina era el país que presentaba, entre los allí
incluidos, peor relación entre pagos por compra de patentes y licencias vis a vis ingresos por
dicho concepto. Asimismo, resultaba muy alta la proporción de lo pagado en licencias vis a vis
los gastos en I&D realizados por las firmas privadas argentinas (cuadro III-39).
Como veremos más adelante en este mismo capítulo, esta problemática movilizó
intelectualmente no sólo a los analistas del sector manufacturero, sino también a aquellos que
-como Jorge A. Sábato, O. Varsavsky, A. Herrera y otros- fueron protagonistas centrales del
debate sobre políticas de CyT en la Argentina en los años 1960 y 1970.
En el caso específico del sector manufacturero, diversos autores sugerían que la explicación a la
poca inclinación innovadora de los empresarios locales se encontraba en la excesiva apertura a
las fuentes extranjeras de provisión de tecnología 161. En otras palabras, para muchos autores, la
importación de tecnologías en forma indiscriminada habría ahogado las posibilidades de un
desarrollo innovativo endógeno. Katz (1972) presenta una versión algo distinta de este
argumento, en la cual la importación de tecnología más que ahogar condiciona seriamente el
tipo y magnitud de las actividades innovativas domésticas. Así, el autor señalaba que el
predominio del flujo de tecnología externa por sobre la actividad inventiva local como fuente
del progreso tecnológico determinaba que buena parte de dicha actividad inventiva revistiera
un carácter subsidiario y adaptativo, al estar primordialmente dirigida a obtener mejoras
marginales y/o adaptaciones al medio local, de productos y/o procesos previamente
empleados en el exterior.
Cuadro III-38
Balanza de pagos tecnológica (U$S millones)
País Pagos por compra de Recibos por venta de Saldo Relación 1:2
patentes y licencias (1) patentes y licencias (2)
EE.UU. 63 577 514 0,1
Alemania 135,3 49,7 -85,6 2,7
Francia 124,8 49,8 -75 2,5
Japón 133,6 5,4 -128,2 24,5
Italia 156,4 43,4 -113 3,5
Bélgica 55 46 -9 1,2
Canadá 19,6 2,2 -17,4 8,8
Suecia 10,3 8,7 -1,6 1,2
Noruega 7,9 4,2 -3,7 1,9
España 133,3 0 -133,3
Argentina 64,3 1,8 -62,5 35,7
161
. La preocupación por los aspectos monopólicos y otros problemas asociados a la transferencia de tecnología
desde los países desarrollados dominaba la literatura conceptual y empírica respecto de las cuestiones
tecnológicas en los procesos de desarrollo en los años 1960 y 1970 (UNCTAD, 1996).
198
Fuente: SUBCyT (1972).
1= Datos para 1961, excepto EE.UU. (1965), España (1964) y Argentina (1968).
Cuadro III-39
Pagos por transferencia de tecnología en relación con el gasto privado en I&D. 1971 y 1981 (%)
1971 1981
EE.UU. 1,3 1,3
Japón 15,0 7,2
Alemania 14,1 10,2
Francia 15,8 14,6
Reino Unido 14,8 10,5
Australia s.d. 36,4
Canadá 23,7 24,6
Italia 41,3 28,3
Holanda 26,3 41,9
Suecia 4,3 3,8
Austria 40,0 23,0
Dinamarca 33,6 22,8
Finlandia 34,1 26,4
Portugal 136,7 154,1
España 235,2 158,2
Argentina1 700,0 220,0
Fuente: OECD (1986) y estimaciones propias en base a datos de Adler (1987).
1: estimación propia para 1970 y 1979.
La dependencia, tal como señalaba Sercovich (1974), no era menor por el hecho de haberse
desarrollado una más que incipiente industria de bienes de capital en la Argentina (ver también
Chudnovsky, 1976), ya que sus raíces se encontraban en otros variados aspectos que hacían
a la dinámica tecnológica del sector manufacturero local, tal como veremos enseguida.
En cualquier caso, como vimos en el capítulo 1, este es uno de los debates clave no solo en
Argentina sino más en general en relación al análisis de los procesos de industrialización
tardía. Tal como fue reflejado en el mencionado capítulo, en contra de la posición antes
expuesta, hay autores que sugieren que la relación entre tecnologías extranjeras e
innovaciones domésticas es de complementariedad más que de substitución. Trataremos,
entonces, de explorar el caso argentino durante la ISI bajo la óptica de este debate.
199
operada en el sector industrial a partir justamente de mediados de los años 1950, ya que se
observaba que las empresas patentadoras eran fundamentalmente transnacionales.
Más tarde, Katz (1972) afirmará que el régimen de patentes fracasó rotundamente en cuanto
al propósito de inducir una actividad inventiva local y destacará que: i) era habitual el
patentamiento preventivo o de “bloqueo” -para preservar su participación futura en el mercado-
por parte de las filiales de ET; ii) parecía improbable que las filiales locales de ET con
patentamiento habitual en el país usaran más del 5% del total acumulado de patentes de sus
respectivas casas matrices; iii) la transferencia de regalías a cambio de patentes vencidas era
un fenómeno corriente; iv) no había mecanismos que controlaran efectivamente fenómenos
como los descriptos, u otros de abuso de los derechos legales por parte del poseedor de la
patente -por ejemplo, la “supresión” de patentes-.
Evidentemente, la cuestión de las patentes conducía al problema más general del papel de las
ET, sobre las cuales ya se hicieron algunos comentarios más arriba. En este sentido, hay que
señalar que, en general, en los años 1960 y 1970 la mayor parte de los economistas que se
ocupaban de los temas de la industria y el cambio tecnológico coincidían no sólo en que las
filiales de ET raramente realizaban actividades innovativas -más allá de las de carácter
adaptativo- sino que habitualmente empleaban tecnologías de producto y proceso obsoletas o
abandonadas en sus países de origen. Aquí entraba la crítica a los regímenes de promoción
industrial y de inversiones extranjeras, los cuales, en general, fallaron en condicionar las
características técnicas de los proyectos a implantar (Sourrouille et al, 1985) 163.
Otros aspectos relevantes detectados en aquel estudio eran los siguientes: i) el gran peso de
las marcas en los contratos de licencia; ii) el predomino de formas de transferencia “globales y
generales”, que denotaría una debilidad tecnológica por parte del licenciatario, en cuanto le
resulta difícil discriminar los conocimientos que necesita del “paquete” tecnológico que recibe
(esta tendencia era más marcada en las filiales extranjeras, ya que en las nacionales había
mayor peso relativo de los contratos más específicos); iii) el 60% de los contratos tenía fijado
el territorio argentino como ámbito exclusivo de aplicación (es decir que las exportaciones de
los productos bajo licencia estaban prohibidas). La cifra real de contratos con limitación de
exportaciones era seguramente mayor, ya que escribir las cláusulas restrictivas era superfluo
“productividad inventiva” media era baja en relación a otros países.
163
. Cabe, sin embargo, apuntar un hecho bastante excepcional pero significativo, relatado por Cereijido (1990).
Durante la Segunda Guerra Mundial la ET holandesa Phillips trasladó parte de sus grupos de trabajo en
investigación a la Argentina, empleando a varios científicos argentinos a trabajar en teoría de circuitos. Al terminar
la guerra, sin embargo, Phillips decide cerrar sus laboratorios en el país.
164
. Aquellos que comenzaron a exportarse de modo significativo a partir de 1960.
200
en el caso de las filiales de ET, cuyas estrategias comerciales eran controladas directamente
por las casas matrices por otras vías; iv) la exportación de productos licenciados era
fundamentalmente una actividad de las filiales de ET y restringida esencialmente a los países
de América Latina; v) la importación de tecnología estaba asociada a la presencia de dos
fenómenos específicos: presencia de filiales de ET y alta concentración en los sectores
respectivos; vi) por cada dólar devengado en concepto de regalías, las empresas de capital
mixto gastaban en I&D 0,80 pesos, las nacionales 0,49 y las extranjeras 0,22 -en promedio, las
firmas con licencia gastaban 0,9% de sus ventas en I&D- (Chudnovsky et al, 1974).
En otro trabajo, Katz (1972) encontraba que, por ejemplo en el caso de la industria
farmacéutica, una significativa proporción de los productos sobre los cuales se abonaban
derechos tenían patentes largamente vencidas, y que una significativa proporción de los
acuerdos de licencia estaban asociados a la cesión de derechos para el uso de marcas y
cargaban precios monopólicos a los diversos items objeto de transferencia. Sobre el mismo
tema, Vacchino y Pérez Pesado (1974) criticaban la existencia de contratos que implicaban
capacitación de personal y provisión de asesoría permanente o periódica, pese a la
disponibilidad de capital humano a nivel local. Asimismo, señalaban la sobrevaluación del
aporte tecnológico en muchos casos, lo cual llevaba a inflar las regalías.
En tanto, algunos autores analizaban otros aspectos, menos visibles y más estructurales, del
fenómeno de la dependencia. Así, Sercovich (1974) argumentaba que las reglas de juego de
la competencia compelían a las empresas manufactureras que operaban en la Argentina a
reproducir las formas de conducta vigentes en los países desarrollados, independientemente
de la estructura de propiedad de las firmas. Esto conducía a la dependencia respecto de un
conjunto de insumos tecnológicos extranjeros que alimentaban dicho proceso competitivo, ya
que no había capacidad de generar y controlar dichos insumos.
Varios de los argumentos recién expuestos deben considerarse indudablemente como válidos,
en particular en lo que hace a los abusos del régimen de patentes, el empleo por parte de las
ET de tecnologías obsoletas, el escaso nivel de recursos asignados por las filiales a
actividades de I&D, las limitaciones contenidas en los acuerdos de transferencia de tecnología,
etc. Creemos, sin embargo, que es preciso profundizar en esta cuestión para poner en
consideración otros aspectos importantes de la interacción entre importación de tecnologías y
esfuerzos innovativos domésticos y sus efectos sobre la dinámica del desarrollo económico.
201
Lo primero a advertir es que si bien, al igual que en todo proceso de industrialización tardía, la
importación de tecnología resultaba inevitable -y, más aún, las principales fuentes de progreso
tecnológico necesariamente debían ser extranjeras-, hay diferencias significativas entre la
experiencia argentina y la de otros países en desarrollo -y en particular con los del Este Asiático-
en relación a las modalidades predominantes de importación de tecnología y a las externalidades
y el impacto de dichas tecnologías importadas sobre las respectivas economías domésticas.
Si se comparan las cifras de pagos por transferencia de tecnología en Argentina vis a vis otros
países, tanto de industrialización tardía como desarrollados (cuadro III-40), se comprueba que
lo que se gastaba localmente no parecía desproporcionado en relación al tamaño relativo de la
economía165. En contraste, en Argentina, al igual que en otros países latinoamericanos durante
la ISI, las ET alcanzaron un rol de liderazgo dentro del sector manufacturero, lo cual no ocurrió
en las experiencias asiáticas más exitosas de desarrollo económico -Corea, Japón, etc.-,
donde se restringió, por distintas vías, la presencia de las ET, y se prefirió importar tecnologías
bajo la forma de licencias o bienes de capital, con el objetivo de fortalecer el desarrollo de una
capacidad innovativa significativa en los conglomerados económicos locales.
En Argentina, la contracara del excesivo peso de las fuentes extranjeras de tecnología era,
como señalamos antes, el escaso peso de las actividades locales de innovación. En este
sentido, cabe señalar que si bien la cuasi ausencia de restricciones a la presencia de las ET
puede haber contribuido a impedir el desarrollo de un proceso de aprendizaje tecnológico
endógeno -tal como sugería buena parte de la literatura cuestionadora de la “dependencia”
tecnológica-, también había otros factores que operaban para limitar el gasto doméstico en
actividades de innovación.
Cuadro III-40
Pagos por transferencia de tecnología en relación con el PBI. 1975 (%)
Reino Unido 0,21
Italia 0,18
Alemania 0,17
Brasil2 0,17
Corea4 0,17
Francia 0,16
Canadá3 0,11
Japón 0,11
Argentina1 0,10
Australia 0,10
EE.UU. 0,03
165
. De hecho, al tomar el año 1973 hemos puesto un año que aún resulta favorable a la hipótesis de que la
Argentina gastaba mucho en transferencia de tecnología, ya que si hiciera la estimación para 1975 (cuando ya
estaban en vigencia leyes restrictivas en la materia) la cifra respectiva sería bastante menor.
202
Suecia 0,03
Fuente: Elaboración propia en base a Vickery (1986), Dahlman y Frichstak (1993), Kim (1993), Adler (1987) y la OECD.
1: 1973. 3: corresponde sólo a firmas que realizan I&D.
2: 1979. 4: 1979.
A comienzos de la ISI las limitaciones que imponía el contexto doméstico para que pudieran
desarrollarse actividades de I&D a nivel local eran variadas, incluyendo, en particular, la
extrema debilidad de la infraestructura en CyT. Sólo para tomar un ejemplo, cabe recordar que
aún un empresario tan dinámico y emprendedor como Torcuato Di Tella, que contaba con un
cuerpo de hábiles ingenieros y técnicos en su firma, tuvo a comienzos de los años 1930
grandes dificultades técnicas para construir heladeras para uso doméstico en base a la copia y
la ingeniería reversa, y luego de algunos años terminó contratando una licencia americana,
pese a que ya tenía un know how previo en la producción de refrigeradores comerciales. De
hecho, como afirman Cochran y Reina (1962), en gran medida el éxito de Di Tella se basó en
la importación de know how, tanto vía acuerdos de licencias o asistencia técnica, como a
través de trabajadores calificados e ingenieros extranjeros (que en varias ocasiones eran
traídos ex profeso para trabajar en la firma).
A su vez, el tamaño del mercado también ponía límites al desarrollo de actividades innovativas
locales. El propio Katz (1972) encontraba que en los años 1960 la eficiencia marginal del gasto
en I&D en el sector manufacturero argentino, si bien significativa, era inferior a la que se
observaba en los EE.UU. Si bien dichas diferencias podían ser resultado del tipo de product
mix con que trabajaba la industria local, Katz señalaba que también tenía un peso significativo
la escala operativa de las firmas locales, que en general no les permitiría mantener planteles
adecuados de ingeniería capaces de aprovechar las economías de escala y los retornos
crecientes de las actividades de I&D (el tamaño de las firmas argentinas no alcanzaba en
ningún caso siquiera al 15% de la que correspondía a una similar de un país desarrollado).
Sebess (1974), además de enfatizar el mismo punto que Katz, discrepaba con algunos de los
comentarios críticos sobre la transferencia de tecnología del exterior que reseñamos
previamente. Así, con referencia al argumento de Vacchino y Pérez Pesado, afirmaba que la
gran proporción de contratos de tecnología que establecían como objeto de la transferencia la
provisión de conocimientos técnicos por planos y diagramas, lejos de ser negativa -como
sugerían los mencionados autores-, era beneficiosa, ya que era uno de los pasos previos para
generar tecnología localmente.
Este comentario nos lleva a un tema clave, que es el de la interacción entre fuentes de
tecnología extranjera y esfuerzos locales. En este sentido, como sugerimos previamente, a
nuestro juicio la literatura local de los años 1960 y 1970 tendía a poner excesivo énfasis en la
contradicción entre importación de tecnología y esfuerzos innovativos domésticos. Sin
embargo, vimos en el capítulo inicial que muchos autores argumentan que puede existir una
203
relación de complementariedad entre ambos -y el comentario de Sebess recién expuesto va
en ese sentido-, siempre y cuando el país receptor desarrolle, tal como se hizo en las
experiencias exitosas de industrialización tardía del Este Asiático, significativas capacidades
locales de absorción de las tecnologías importadas.
El trabajo destaca especialmente el caso de la firma Loma Negra, que aparentemente era
capaz de realizar buenas elecciones de tecnologías de frontera aún antes de que éstas
alcanzaran escala comercial. Asimismo, la firma, que evitaba los contratos “llave en mano”, se
preocupaba por conseguir que la transferencia de tecnología incluyera el traspaso de los
conocimientos técnicos del proveedor a su propio staff166.
Sin embargo, siempre según Pearson, la capacidad de innovación de Loma Negra estaba
restringida a su aplicación dentro de la propia firma, y no podía ser desarrollada en asociación
con proveedores locales de tecnología, por la débil infraestructura tecnológica del país. Esto
impedía, entre otras cosas, la vital interacción con los productores de bienes de capital, limitando
la posibilidad de que la firma continuara con su sendero de aprendizaje. Por otro lado, señalaba
que las capacidades técnicas desarrolladas eran complementarias de las tecnologías importadas.
Así, el tamaño del mercado, la falta de una estructura industrial integrada y la poca continuidad de
las inversiones limitaban la posibilidad de acumulación tecnológica doméstica en esta industria.
Este conjunto de reflexiones nos conduce a un escenario analítico bastante más complejo, en
donde están pesando un conjunto de factores que contribuyen a explicar los aspectos débiles
de la dinámica tecnológica del sector manufacturero argentino durante la ISI. En particular, con
relación a la cuestión de la “dependencia” tecnológica, tal vez la pregunta más significativa no
remita a si dicha dependencia existe o no, sino a analizar: i) qué tipo de canales de
importación de tecnología se privilegian o desestimulan en cada caso; ii) si existen o no las
necesarias capacidades locales de absorción de las tecnologías que se importan. Estos
elementos son clave para diferenciar las distintas dinámicas interactivas entre importación de
tecnología y esfuerzos innovativos locales en cada país, dinámica que tiene consecuencias
clave no sólo para el desempeño del SNI, sino que también impacta decisivamente a nivel del
propio proceso de desarrollo económico.
204
endógeno, mucho menos en ausencia -tal como ocurrió en la Argentina- de políticas
destinadas a potenciar las externalidades que podían derivarse de la masiva presencia de ET,
por ejemplo, vía realización de actividades de innovación por parte de las respectivas filiales.
Last but not least, la orientación excesivamente mercado internista del régimen de la ISI y la
inestabilidad económica e institucional característica de este período tampoco contribuyeron a
generar un ambiente favorable al desarrollo de una trayectoria innovativa endógena en el
sector manufacturero argentino.
Antes de los años 1950, la ISI transcurrió, en esencia, con un Estado tan ausente como en la
etapa agroexportadora en relación con las actividades científico-tecnológicas, más allá de la
creación de algunos institutos y reparticiones diversas en los años 1940, de poca efectividad
práctica (ver más abajo), y del intento, exclusivamente basado en objetivos geopolíticos, de
avanzar en el control de tecnologías nucleares bajo el gobierno peronista167,168.
167
. Siguiendo la comparación ya realizada en el capítulo anterior, cabe destacar lo ocurrido en este período en
Australia y Canadá. En este último país, a lo ya existente previamente, se agrega que en los años 1930 se crean
varios laboratorios federales, por ejemplo en minería, agricultura, transporte, etc. Este fuerte desarrollo institucional
llevaría a que en 1939 Canadá contara con 78 laboratorios públicos, y más de 200 en las universidades. Tal vez
más significativo, en ese momento el grueso de la ejecución de los gastos en I&D se llevaba adelante en el sector
industrial privado, donde existían cerca de 1000 laboratorios industriales (Niosi, 2000). En Australia, en tanto, ya en
1936 el gobierno decidió extender de un modo efectivo las actividades del CSIR hacia la provisión de asistencia al
sector manufacturero. Así, entre 1937 y 1940, se crearon el National Standards Laboratory, la División de Química
Industrial y los laboratorios de aeronáutica, radiofísica y otros. Esta extensión hacia el sector industrial, incluyendo
textiles, metalurgia y otros sectores, se profundizó luego de la Segunda Guerra Mundial (Buckley-Moran, 1991).
168
. Durante el gobierno peronista se creó un Ministerio de Asuntos Técnicos, que luego pasó a ser Secretaría, pero
su competencia no tenía nada que ver con el área de CyT tal como hoy se la entiende, sino con la formulación de
205
No es extraño que en toda la primera fase de la ISI el Estado haya seguido siendo
prescindente en esta área. En el caso del sector agropecuario, hasta que finalizó la Segunda
Guerra Mundial el diagnóstico prevaleciente era que el problema básico estaba en los
mercados internacionales, lo cual hacía poco conducente cualquier esfuerzo por elevar la
producción. Luego, el gobierno peronista mantendrá una actitud hostil hacia el sector, que
recién se revertirá, como vimos antes, en los años 1950.
En este sentido, como se señaló previamente, hay que considerar que el sector manufacturero
se encontraba protegido por fuertes barreras arancelarias y no-arancelarias, que permitían la
supervivencia de productores con niveles de eficiencia significativamente inferiores a los
internacionales. Por otro lado, el gobierno peronista sólo tardíamente dará prioridad a los
aspectos "cualitativos" del proceso de industrialización169. Estos elementos contribuyen, a
nuestro juicio, a explicar un poco mejor la ausencia de políticas tecnológicas para el sector
industrial en esta primera fase de la ISI.
Las razones para el "florecimiento" de instituciones vinculadas a CyT a partir de 1956, son
variadas, aunque ha sido habitual que se resalte el hecho de que su creación coincida en el
tiempo con la maduración de la ISI. Bisang (1994) argumenta ampliamente en este sentido,
señalando que los problemas del modelo sustitutivo tendían a perfilar una demanda para generar
endógenamente cierto tipo de tecnologías capaces de solucionar las dificultades emergentes de
las características del modelo industrial y macroeconómico vigente en aquel momento.
Esta percepción está avalada por el hecho de que, al menos en el discurso y las intenciones,
había un explícito reconocimiento de la necesidad de crear un complejo de CyT que se
articulara y atendiera los requerimientos tecnológicos del sector productivo doméstico -tanto
agropecuario como industrial-. De hecho, uno de los elementos motivadores de la creación del
INTA y el INTI fueron las recomendaciones contenidas en el llamado Plan Prebisch, formulado a
mediados de los años 1950, en el cual se advertía sobre la falta de capacidad para generar
localmente los conocimientos necesarios para desencadenar un proceso dinámico de
incorporación y adaptación de tecnología por parte de los sectores de la producción (Oteiza,
1992).
Sin embargo, parece también necesario apuntar que existieron otros factores que estuvieron
detrás de la creación de las mencionadas instituciones: i) la imitación de lo que sucedía en
206
otros países170: esto es notorio, por ejemplo, en los casos de la CNEA o el CONICET 171; ii) la
percepción del retraso de la Argentina en materia de recursos destinados a CyT. En el
proyecto de creación del CONICET se señalaba, con preocupación, que la Argentina gastaba,
en 1954, sólo un 0,06% de su PBI en actividades de CyT, lo cual se contrastaba con los datos
correspondientes a EE.UU. (1,39%), Francia (0,43%), Gran Bretaña (0,65%), Italia (0,23%) o
Australia (0,11%). Más aún, se informaba respecto de la muy escasa participación del sector
privado en dichos gastos -23,1%-, contra más del 70% en Australia y EE.UU., más del 60% en
Francia e Italia, y más del 55% en Gran Bretaña (Secretaría de Asuntos Técnicos, 1957); iii) las
presiones de los grupos interesados en la creación de los distintos organismos (la comunidad
científica en el caso del CONICET, los militares en el de la CNEA172, etc.).
En otras palabras, si bien lo que algunos autores han llamado "el clima desarrollista" de la
época estuvo en la mente de las autoridades que diseñaron las nuevas instituciones de CyT,
no parece haber habido en ningún momento un planteo orgánico y consistente desde el
Estado respecto de la necesidad de contar con una política de CyT porque el país estaba
ingresando en una etapa más compleja de la ISI. En este sentido, si la coincidencia temporal
entre ambos acontecimientos no es casual, tampoco hay una causalidad manifiesta (de lo
contrario, tal vez hoy tendríamos otro sistema de instituciones de CyT).
El propio Bisang (1994) señala que las instituciones de CyT fueron la respuesta a problemas
tecnológicos puntuales o a lo sumo sectoriales pero sin la correspondiente articulación tanto
interinstitucional como intersectorial. Ello es resultado del hecho de que cada una de esas
instituciones se diseñó y desarrolló, en la casi totalidad de los casos, de forma autónoma
-económica y administrativamente-, aislada del resto -sin que exista una instancia superior que
armonice y coordine sus políticas- y como respuesta a problemas o iniciativas de políticas
puntuales. Entonces, los organismos fueron creados, se le asignaron fondos y se reglamentaron
sus actividades, pero esto no ocurrió como parte de un programa estructurado en base a objetivos
claros.
170
. Ver Oteiza (1992), sobre el tema de los problemas derivados de la transferencia de modelos institucionales en el
área de CyT en la Argentina.
171
. Así, en uno de los proyectos para la creación del CONICET se señalaba el atraso de la Argentina en cuanto a la
creación de consejos nacionales de investigación, que ya habían comenzado a funcionar tan temprano como en
1916 y 1917 en Gran Bretaña y Canadá. Asimismo, el proyecto cita como países que ya contaban con dichos
consejos a Italia, España, Bélgica, Francia, Brasil, Nueva Zelandia, Filipinas, Indonesia, India, Pakistán e Israel,
entre otros (Secretaría de Asuntos Técnicos, 1957).
172
. La influencia de las fuerzas armadas sobre el desarrollo del complejo de CyT no sólo abarcó el caso de la energía
nuclear, sino también a los institutos vinculados al área industrial y los laboratorios de las firmas estatales (Bisang, 1994;
Myers, 1992). En este sentido, hay que anotar que ya desde comienzos de siglo el cuerpo de Ingenieros del Ejército
se profesionalizó y mejoró su nivel técnico, siendo cuna de aquellos oficiales que liderarían durante la ISI la
campaña a favor de una mayor vinculación entre fuerzas armadas y producción industrial. Esta vinculación entre
modelo de desarrollo económico y las aparentes necesidades geopolíticas llevaron a varios oficiales a proponer como
meta una mayor articulación entre la investigación científica y el polo económico industrial-militar. Luego de 1945 estas
iniciativas se concretaron en un espacio institucional autárquico y permanente con la cuestión atómica (ver más abajo).
207
(Bisang, 1994); cabe agregar también, disputas entre los distintos organismos del complejo. Esta
ausencia de instancias de coordinación efectivas se extiende en muchos casos incluso dentro de
las propias instituciones -hecho lógico teniendo en cuenta que el crecimiento de éstas fue muchas
veces inorgánico, adicionando funciones y modificando sus reglas operativas según fueran
surgiendo demandas específicas a resolver-, lo cual multiplica los problemas señalados.
Ya en la segunda mitad de los años 1960 había una creciente insatisfacción con el estado de
la CyT en la Argentina. Si bien la creación de las grandes instituciones de CyT en los años
208
1950 llevó a un aumento de los gastos en I&D en relación con el PBI vis a vis el 0,06% antes
mencionado para 1954 (cuadro III-41), la situación comparativa del país en la materia no
mejoraría en años siguientes respecto de la situación de partida (cuadro III-42). La Argentina
también aparecía retrasada en la comparación por número de científicos e ingenieros
afectados a I&D (cuadros III-43 y III-44), y en cuanto a gastos en I&D por científicos e
ingenieros (cuadro III-45); en este último sentido, hay que anotar que ya en los años 1960 se
advertía sobre el deterioro salarial de los investigadores locales (UNESCO, 1970).
Los problemas se vinculaban no sólo con el nivel del gasto sino también con su distribución.
En particular, cabe resaltar la situación del INTI, que en los años 1960 y 1970 recibía cifras
significativamente menores a las otorgadas a instituciones como la CNEA o el INTA, por
ejemplo, pese a la gran expansión del sector manufacturero por aquella época (cuadro III-
46)173. Mallman (1969), en tanto (citado en Forni y Bisio, 1975) señalaba que, en comparación
con los EE.UU., el monto de investigación básica per cápita era 18 veces menor, pero era 38
veces menor si la comparación se hacía en el campo de la investigación aplicada174.
Cuadro III-41
Argentina. Evolución de los gastos en I&D como % del PBI. 1961-1975
1961-66 0,31
1968 0,28
1970 0,25
1975 0,40
Fuente: Adler (1987).
Cuadro III-42
Comparación internacional del nivel de gastos en I&D. 1967 y mediados años 1970 (% y U$S)175
1967 Mediados años 1970
como % del PBI en U$S por habitante como % del PBI en U$S por habitante
EE.UU. 3,0 114,0 2,3 168,0
Alemania Federal 1,9 40,0 2,2 128,9
Holanda 2,3 40,8 2,1 118,2
Japón 1,5 16,9 2,0 86,1
Reino Unido 2,3 45,2 2,0 75,5
Suecia 1,4 41,6 1,8 128,8
Francia 2,2 47,8 1,8 98,9
Noruega 1,1 23,5 1,4 93,1
Australia 1,0 s.d. 1,4 58,4
Canadá 1,5 40,6 1,1 63,6
Dinamarca 0,7 17,5 1,0 45,3
Italia 0,7 8,5 0,9 25,1
Irlanda 0,6 6,2 0,9 19,1
Finlandia 0,7 13,1 s.d. s.d.
Austria 0,4 7,8 s.d. s.d.
Turquía 0,4 0,9 s.d. s.d.
Egipto s.d. s.d. 0,82 2,1
Corea 0,32 s.d. 0,64 5,1
India s.d. s.d. 0,52 0,6
Argentina 0,28 2,1 0,46 5,5
España 0,2 1,9 0,3 6,3
173
: Si bien, como señala Azpiazu (1992a), sólo una parte del presupuesto real del INTI figura en el Presupuesto
Nacional como asignado a dicha institución -recién en los años 1980 se solucionará este problema contable-, de
todos modos los recursos con los que contaba eran claramente inferiores a los de la CNEA o el INTA.
174
. El excesivo énfasis en la investigación básica en América Latina, expresado en una proporción más elevada de
recursos hacia dicha área que la que se destinaba por la misma época en los países desarrollados, ha sido un
tema tradicional de la literatura sobre CyT desde los años 1970 (Herrera, 1995; UNCTAD, 1996).
175
. Los datos para 1967 parecen estar sobreestimados en algunos países. Sin embargo, considerando la magnitud
de las diferencias, igualmente son ilustrativos de la tendencia que tratamos de describir.
209
México s.d. s.d. 0,2 1,5
Brasil 0,24 s.d. s.d. s.d.
Países en desarrollo1 0,32 s.d. s.d. s.d.
Países desarrollados1 2,4 s.d. s.d. s.d.
Fuente: Aráoz (1974), Teitel (1985), Freeman (1998) y Kim (1993).
1= 1970.
Cuadro III-43
Científicos e ingenieros en actividades de I&D. 1967 (cantidad cada 10000 habitantes)1
Científ. e ing. cada 10000 hab. Científ. e ing. cada 10000
hab.
EE.UU. 27,0 Yugoslavia 5,9
Japón 16,0 Finlandia 4,5
Holanda 12,5 Irlanda 4,2
Reino Unido 12,0 Italia 3,8
Alemania Federal 10,9 Austria 3,2
Francia 10,2 Argentina2 2,4
Noruega 9,3 Grecia 1,4
Canadá 9,0 España 1,1
Suecia 8,3 Corea3 0,8
Dinamarca 8,0 Países en desarrollo (PED)4 0,8
Fuente: Aráoz (1974), Freeman (1998) -PED- y Kim (1993) -para Corea-.
1= tiempo completo equivalente en I&D. 3= 1971.
2= 1969. 4= 1970.
Cuadro III-44
Empleo de científicos e ingenieros en tareas de investigación y desarrollo experimental en relación con el
stock total de científicos e ingenieros. Mediados años 1970 (%)
EE.UU. 22,7
Australia 16,9
Japón 9,6
Alemania 9,4
Chile 7,8
Uruguay 6,1
Nueva Zelandia 5,6
Holanda 5,3
Finlandia 4,3
Italia 4,1
Irán 3,2
Argentina 1,9
Grecia 1,3
Fuente: Teitel (1985).
Cuadro III-45
Gastos anuales en I&D por científico e ingeniero. 1967 (U$S corrientes)
Gastos en I&D por número de cient. e ing.
Suecia 49800
Francia 46700
Reino Unido 38000
Alemania Federal 36600
Holanda 32700
Finlandia 28900
Noruega 25300
Austria 24300
Italia 22700
España 17500
Irlanda 14800
Grecia 9000
Argentina 7400
Yugoslavia 5100
Fuente: Aráoz (1974).
210
Comenzaban a aparecer además, en este período, los primeros trabajos analíticos sobre el
complejo de CyT en la Argentina, con un tono generalmente crítico. Uno de los primeros
trabajos de este tipo es el de Arce et al (1968). Allí, se señalaba que: i) no existía una política
científica definida ni tampoco coordinación e información adecuada sobre las actividades del
complejo de CyT; ii) la acción de los organismos de CyT se basaba en la solución de
problemas del momento o proyectos específicos de duración limitada; iii) cada instituto decidía
con bastante independencia sus propios objetivos y líneas de acción; iv) el presupuesto
nacional en CyT no se definía racionalmente de forma global, sino por la suma de los
presupuestos individuales, los cuales se obtenían generalmente vía iniciativas independientes
y decisiones aisladas, en donde pesaban la amistad personal, la habilidad individual, la acción
de los grupos de presión y las decisiones políticas subjetivas.
En este contexto, desde mediados de los años 1960 surge con fuerza un movimiento tendiente a
estimular al Estado argentino a asumir una política más proactiva en la materia. Esta necesidad se
planteaba no sólo a partir del diagnóstico sobre las deficiencias del complejo de CyT en sí mismo,
sino, fundamentalmente, como medio de revertir lo que se caracterizaba como la "dependencia
tecnológica" de la Argentina, cuya superación era, según una opinión bastante difundida en la
época, condición sine qua non para ingresar en un proceso de desarrollo autónomo.
Cuadro III-46
Distribución del gasto público en CyT. 1961-1981 (%)
1961 1966 1972 1973 1974 1975 1976 1977 1978 1979 1980 1981
Presidencia (CNEA) 13,8 16,0 9,9 4,3 5,3 7,2 13,3 8,9 9,5 15 21 23,1
Defensa 16,3 14,1 5,5 11,9 6,3 8,3 12,5 19 19,9 19,6 11,2 10,2
INTI 4,6 3,6 3,6 0,9 0,6 0,7 0,3 0,5 0,3 0,3 0,2 0,1
INTA 26,1 22,5 37 35,8 43,9 38,1 29,6 29,2 34,6 26,7 26,3 24,8
CONICET 3,8 3,7 12,5 10,2 10,2 12,8 25,4 15,9 19,1 23,5 31,4 31,5
Universidades 20,5 23,8 27,9 19,6 23,1 26 8 5,8 8 9,5 8,2 8,3
Otros 15,0 16,2 3,6 17,3 10,6 6,9 10,9 20,7 8,6 5,4 1,7 2
Total 100 100 100 100 100 100 100 100 100 100 100 100
Fuente: UNESCO (1970) -datos de 1961 a 1966-, Adler (1987).
Considerando la desconfianza que los miembros de estas corrientes tenían hacia las ET, y su
juicio poco optimista respecto de las capacidades de las empresas domésticas para impulsar
un proceso de desarrollo tecnológico autónomo, no sorprende que pusieran al Estado en el
centro de la escena. Así, si modernamente se concibe a las empresas como el epicentro del
SNI, los "antidependentistas" ubicaban en ese sitio al Estado, el cual debía emitir juicios sobre
las clases de tecnología a ser impulsada y controlar las decisiones concernientes a
transferencia de tecnología.
Cabe señalar que el surgimiento de este tipo de posiciones no era de ningún modo una
peculiaridad del caso argentino, sino que se enmarcaba en un contexto en donde desde
211
mediados de los años 1960 numerosos intelectuales provenientes de países en desarrollo (u
originarios de países industrializados pero preocupados por la problemática del desarrollo y la
"dependencia") propugnaban la adopción de regulaciones estrictas en materia de transferencia
de tecnología, de modo de mejorar el poder de negociación de los países receptores y tender
a aumentar los beneficios y disminuir los costos de las operaciones de transferencia para los
países en desarrollo (ver, por ejemplo, Vaitsos, 1974). Este tipo de recomendaciones encontró
eco en un gran número de países periféricos que desde fines de los años 1960 y comienzos
de los años 1970 introdujeron nuevas legislaciones en la materia (ver UNCTAD, 1996).
Según Adler (1987), en aquel momento coexistían en Argentina dos programas que
propugnaban una mayor acción del Estado en materia de CyT, que él denomina como
"antidependentistas estructurales" y "antidependentistas pragmáticos". Los "antidependentistas
estructurales" (Amílcar Herrera, Oscar Varsavsky, por ejemplo), eran fuertemente críticos de la
forma asumida por la ISI, en particular por haber impulsado la incorporación de tecnologías no
apropiadas para el desarrollo económico-social de la Argentina. Según esta corriente, bajo la
ISI las clases urbanas y medias y altas demandan la misma clase de bienes que los
consumidores de los países desarrollados, de modo que es necesario importar las tecnologías
necesarias para fabricarlos. La redefinición de los patrones de consumo era, entonces, parte
esencial del proceso de generación de un estilo tecnológico "propio". A su vez, la marginación
de la ciencia del proceso de desarrollo sería consecuencia de la dependencia tecnológica que
caracterizó a la ISI; por ende, también el subdesarrollo científico sería un efecto de la vigencia de
estructuras económicas y sociales específicas. De hecho, el "antidependentismo estructural"
estaba fuertemente identificado con la idea de "socialismo nacional", y vinculaba los cambios
en las estructuras de CyT con transformaciones globales en la propia estructural económico-
social176.
Un reflejo vívido del "estado de ánimo" del antidependentismo estructural con relación al complejo
de CyT en este período lo da la lectura de las exposiciones presentadas en unas "Jornadas de
Política Científica y Política Tecnológica para la Reconstrucción y Liberación Nacional",
realizadas en 1973, donde participaron representaciones de diversas instituciones del sistema
de CyT y de la Universidad y destacados científicos e intelectuales como Oscar Varsavsky.
Uno de los elementos centrales que recorre buena parte de las presentaciones es la crítica al
estado de la actividad científica en el país. Así, Varsavsky (1973) planteaba que los proyectos
de investigación científica eran decididos por los grupos de investigación "en función de
inquietudes o vocaciones personales, y no estaban orientados a la resolución de problemas
concretos ni tenían en cuenta la posibilidad de transferencia científica y tecnológica hacia el
medio y los sectores productivos” (p. 11). Se señalaba, además, que los temas y métodos de
investigación, e incluso las actitudes de los investigadores, estaban dictados por las normas
del hemisferio norte, que gran parte de la ciencia que se hacía hasta aquel momento era
176
. Significativamente, hasta donde conocemos nosotros, no existieron movimientos críticos respecto de la
situación en materia de CyT ni desde las posiciones políticas de “derecha” -que, por otro lado, no dejaban de estar
representadas en la comunidad científica local, particularmente dentro del CONICET así como en varias
universidades- ni, menos aún, desde los economistas “liberales”, para quienes, de hecho, el tema estaba fuera de
su campo de interés, tal como sigue ocurriendo aún hoy en la Argentina, salvo en lo que hace a la recomendación
de desregular y abrir lo más ampliamente la economía de modo de facilitar la importación de bienes de capital, la
llegada de inversión extranjera directa y la compra de tecnología extranjera desincorporada.
212
“deportiva”, careciendo de utilidad social (Varsavsky, 1973)177 y que, en general -salvo
excepciones como algunos centros y grupos del INTI, el INTA y la CNEA (sobre algunos de los
cuales se arrojaban sospechas respecto de su posible “cooptación” por parte de sectores
privados muy específicos), todo el aparato de CyT tenía una orientación fundamentalmente
académica (Dussel, 1973).
Por otro lado, se planteaba que “Tecnología y Ciencia son sectores productivos que deben
estar al servicio de los objetivos nacionales, del Proyecto Nacional. Sólo en segunda prioridad
puede aceptarse una tecnología suntuaria, una ciencia deportiva ... No hay ciencia básica y
aplicada sino ciencia útil e inútil” (Jornadas..., 1973, “Conclusiones Generales”, p. 6).
Asimismo, se trabajaba con una suerte de modelo lineal “al revés”: “los objetivos populares de
Justicia Social y Liberación determinan las metas de producción, de corto y largo plazo ... la
producción deseada y los recursos disponibles orientan la política tecnológica. A su vez, ésta
permite descubrir las principales carencias de conocimientos científicos, necesarios para resolver
los problemas tecnológicos planteados” (Jornadas..., 1973, “Conclusiones Generales”, p. 7).
Se planteaba también una fe muy grande en la acción del Estado y en los mecanismos de
planificación: “se pidió la creación de un organismo de vigilancia, tanto para aprovechar los
adelantos que se hacen en el resto del mundo, como para impedir la importación de tecnología
innecesaria o no acorde con el estilo tecnológico a desarrollar ...(así como) tener un proyecto
global en ciencia y tecnología que permita la cosmovisión y la recuperación de la capacidad de
decisión del país, inserto en la Reconstrucción y Liberación Nacional, cuyos objetivos sean
definir un estilo tecnológico para satisfacer las necesidades populares y una tecnología de
liberación, que determine prioridades, que permita recuperar la capacidad creativa de un
pueblo y que controle la tecnología importada y que mantenga la información actualizada”
(Jornadas..., 1973, “Conclusiones Generales”, p. 9 y 19).
Los empresarios, en tanto, obviamente eran ignorados a lo largo del documento. El tono de
varios trabajos sugería que no era la empresa, sino los organismos del Estado los que fijarían
no sólo los objetivos y métodos de trabajo en el plano tecnológico, sino que serían incluso los
encargados centrales de realizar las tareas de investigación.
177
. Es interesante señalar que en los inicios de la vida del Korean Science and Technology Institute (KIST) creado
en 1966 en Corea, los investigadores, entrenados casi en su totalidad en el exterior, estaban interesados
esencialmente en hacer investigación básica. Con el tiempo, sin embargo, el gobierno logró cambiar el foco de las
actividades del KIST, hacia los objetivos de estimular la difusión y adopción de tecnologías (Mowery y Oxley, 1995),
cambio que, como veremos en este estudio, no logró hacerse en el caso argentino en casi ninguna de las
instituciones de CyT.
213
según nuestros cálculos, tales desequilibrios en el balance de pagos que sólo una enorme
afluencia de capital extranjero puede compensarlos” (p. 14).
Los fondos provenientes de contratos de I&D cubrían sólo el 1,6% de los gastos de los
organismos públicos de CyT, aunque tomando las instituciones que habían celebrado este tipo
de contratos, los ingresos por los mismos representaban alrededor del 40% de sus gastos en
I&D. Otro hecho a destacar es que la mayor parte de los contratos habían sido celebrados con
organismos estatales (distintos de empresas públicas).
El sector universitario contaba con el grueso de los institutos y el personal científico, pero su
participación en los gastos corrientes en I&D era menos significativa. Esto se traducía en una
situación en la cual existían dentro de la universidad muchos institutos pequeños -que
difícilmente alcanzaban una mínima "masa crítica" para realizar eficientemente actividades de
investigación- y en un bajo gasto por año-hombre de investigación. En cambio, el gasto por
hombre era más alto en las instituciones del sector público descentralizado (INTA, INTI,
CNEA). De todos modos, se comprobaba que el 56% de las unidades tenía menos de 10
investigadores, y muchas de ellas estaban muy por debajo de ese número.
. El área Metropolitana contaba con 1/3 de los institutos y la mitad de los recursos disponibles. El área
178
pampeana, en tanto, se llevaba otro 20%. Entre ambas regiones tenían el 66,5% del personal científico y el 73,5%
de los recursos disponibles.
214
sociales, las agropecuarias e ingeniería y arquitectura, cada una con entre 11 y 14% de
participación en los distintos rubros considerados (cuadro III-47). La comparación internacional
mostraba, en aquel momento, una muy alta proporción de científicos en el área de medicina y,
en contraste, una presencia baja en la disciplina de ingeniería179 (Aráoz, 1974).
Cuadro III-47
Institutos de CyT clasificados por disciplina científica. 1969 (%)
Institutos Personal científico Personal científico investigador (por
investigador tiempo equivalente de dedicación)
Ciencias Exactas y Naturales 24,7 26,5 29,5
de las cuales Biología 7,3 9,5 10,6
Ciencias de la Ingeniería y Arquitect. 13,3 11,5 12,0
Ciencias Médicas 28,7 34,4 30,7
Ciencias Agropecuarias y Veterinaria 12,8 12,2 14,2
Ciencias Sociales 14,6 12,0 10,6
Ciencias Humanas y Morales 5,9 3,4 3,0
Fuente: SUBCyT (1972).
Desagregando los gastos por tipo de actividad, se comprobaba que los gastos corrientes en
I&D se destinaban en un 30% a investigación básica; otro 49% correspondía a investigación
aplicada y un 21% a "desarrollo", cifra pequeña en la comparación internacional. Esto era
atribuido principalmente a que en el área de ingeniería -donde el 42% de los gastos en I&D se
destinaba a desarrollo-, participaba con sólo el 10% de los gastos totales en I&D, mientras que
otras áreas, y en particular la de Ciencias Exactas y Naturales, se volcaban hacia la
investigación básica. El área de ciencias agropecuarias se inclinaba, en tanto, prioritariamente
a la investigación aplicada.
Aráoz planteaba que las condiciones para hacer I&D eran poco favorables y no parecían ser
conducentes a una tarea de investigación seria, productiva y de utilidad para la sociedad,
considerando: i) la pequeña dimensión de los institutos de CyT, ya que sólo un 15% de los
mismos parecía tener un tamaño razonable. Este problema era especialmente crítico en el
caso de la universidad; ii) la baja dedicación del personal científico. Más de la mitad del mismo
trabajaba con dedicación parcial, y de esa mitad casi uno de cada cinco no recibía
remuneración. Un 38% de los institutos no tenía personal científico de dedicación exclusiva. El
nivel de dedicación era especialmente bajo en la universidad y en el área de medicina; iii) los
escasos recursos destinados a la actividad. Se señalaban en este sentido los bajos sueldos,
los pocos recursos disponibles para gastos operativos adicionales -en especial para personal
de apoyo-, el subequipamiento de los institutos, la falta de bibliografía, etc.; iv) la dispersión de
esfuerzos: si bien se contabilizaba casi un proyecto por investigador, una gran cantidad de
estos últimos se ocupaba de más de un proyecto a la vez; v) la elevada proporción del personal en
las categorías más altas del escalafón, lo cual llevaba también a la atomización de esfuerzos.
Otra conclusión central del estudio de Aráoz (1974) era que el esfuerzo de I&D se vinculaba
poco a las cuestiones principales del desarrollo económico argentino. Por ejemplo, tomando el
campo de aplicación "probable", el 31% de los proyectos se dirigía a "adquirir conocimientos",
el 21% a salud e higiene, el 20% a agro, el 14% a infraestructura física, económica y social, el
6% a industria, el 3% a energía nuclear, espacio y defensa y el 1% a minería y energía no
179
. Por ejemplo, mientras el 10% de los investigadores argentinos revistaba en el área de ciencias de la ingeniería,
esa cifra se elevaba al 41% en Noruega, al 37% en Yugoslavia, al 22% en España y al 27% en Grecia.
215
nuclear. En otras palabras, poco más de un cuarto del esfuerzo de I&D se dirigía a sectores
productivos (hay que considerar, además, que este número surgía de ver la rama de
"aplicación probable", lo cual no significaba que existieran vínculos efectivos en todos los
casos). Por otro lado, se comprobaba que varias de las ramas más dinámicas de la industria
tenían muy pocos contratos de investigación.
En general, las instituciones de CyT revelaban una escasa ligazón con la sociedad. Sólo en
algunos casos, como el del INTA, se veían esfuerzos para transferir los resultados de las
actividades de I&D a los usuarios. Por ejemplo, en el caso de ingeniería los gastos en extensión
eran inferiores al 7% de los gastos en I&D, relación que llegaba a un máximo de 25% en
ciencias agropecuarias. Como ya vimos, en tanto, los contratos de investigación no eran
importantes -y pocos de ellos tenían como contrapartida a empresas privadas y/o públicas- y
una parte pequeña de los gastos en I&D tenían como finalidad la realización de proyectos de
desarrollo.
Otros indicios respecto de la escasa vinculación de las instituciones de CyT con los sectores
productivos eran: i) el 70% de los proyectos de I&D se ejecutaba en universidades, donde la
relación proveedor-cliente con la industria era muy débil; ii) el grueso de los proyectos eran de
investigación básica y aplicada, que en el mejor de los casos tendrían una influencia indirecta
y a largo y mediano plazo sobre el sector productivo; iii) el 66% de los proyectos se llevaba
adelante en institutos que no tenían ingresos por contratos de investigación, por lo cual no
respondían a demandas específicas para el diseño de sus actividades; iv) el 62% de los
proyectos de desarrollo experimental, así como el 70% de los de investigación aplicada,
estaban a cargo de 1 o 2 investigadores; lo mismo ocurría en los proyectos de desarrollo
experimental en ingeniería. Esto inducía a sospechar que se trataba de proyectos que se
dirigían a resolver problemas de poca relevancia.
Por la misma época, en otro estudio, Aráoz y Martínez Vidal (1974) señalaban que las
instituciones del complejo de CyT estaban, en Argentina, más conectadas con la “ciencia
mundial” que con el sistema socio económico nacional. Por un lado, esto ocurría porque la
industria no demandaba CyT local debido a razones: i) actitudinales: desconfianza hacia la
ciencia nacional, desconocimiento de las instituciones de CyT, condicionamientos culturales; ii)
estructurales: carencia de firmas de suficiente dimensión como para encargar tareas serias en
CyT; elevada presencia de ET; gran cantidad de empresas nacionales con vínculos de
dependencia tecnológica con el exterior (vía licencias, patentes, etc.); escasez de personal en el
sector privado con conocimiento para tomar decisiones complejas en el campo de la
tecnología; existencia de una clase empresarial poco profesionalizada, con orientación
financiero-comercial; iii) económicas: esto se vinculaba con los mayores costos, riesgos y
plazos involucrados en la generación de tecnologías locales, ya que las tecnologías externas
ya están probadas y se pagan muchas veces como porcentaje en base a las ventas futuras de
las firmas.
Este conjunto de razones hacía que en Argentina se comprara no sólo know how y patentes,
sino frecuentemente toda la ingeniería de un nuevo proyecto, junto con la maquinaria y los
servicios técnicos necesarios para instalar la planta y ponerla en funcionamiento.
216
En tanto, había pocas políticas que promovieran la demanda de CyT local, y las pocas que
existían, ya mencionadas, habían generado escasos efectos. En tanto, como rasgos negativos
se destacaban: i) en el campo de la educación no había medidas tendientes a formar personal
que realizara el acople entre ciencia e industria, tanto a través de su actividad en la misma
industria como en el aparato científico; ii) no existían medidas de difusión que crearan un clima
receptivo en el sector privado para los esfuerzos locales de CyT; iii) las firmas del Estado no
hacían un suficiente empleo de científicos y encargaban pocos contratos de investigación; iv)
se hacía poco uso del poder de compra estatal (salvo en el caso de la CNEA); v) no había
subsidios ni provisión de capital de riesgo.
En este contexto, Sábato pensaba que las empresas del sector público podían ser pioneras
-por su dimensión, por operar en sectores dinámicos, por su acceso al crédito, porque a su
alrededor se generaban importantes “constelaciones” de proveedores, porque la
“triangulación” resultaba más fácil considerando que las instituciones de CyT también eran del
Estado, etc.- para lograr la deseada articulación, pudiendo producir una suerte de efecto
demostración sobre el resto de la estructura. Aún así, las empresas públicas no carecían de
problemas para encarar esta tarea considerando la inestabilidad de los cuadros directivos, la
variación en las políticas estatales, las presiones del “patronazgo” político, la seguridad de que
no podían quebrar (lo cual, obviamente, no las impulsaba a innovar), la falta de flexibilidad
operativa, la inclinación a importar tecnología, etc. (J. A. Sábato, 1975).
Asimismo, afirmaba que las actividades de I&D "implícitas" (no formales) que en una gran
cantidad de plantas industriales argentinas habían dado lugar a importantes aumentos de
productividad eran prácticamente ignoradas por las instituciones gubernamentales de CyT, ya
que no respondían al modelo aceptado en aquel entonces según el cual tecnología es ciencia
aplicada que debe ser producida en institutos de investigación donde se hace “buena ciencia”.
Esto llevaba a la política de establecer instituciones nacionales de investigación industrial y confiar
en que en su momento generarían la tecnología requerida por la estructura productiva. Sin
embargo, estas instituciones no funcionaban como empresas de tecnología, sino que estaban
más interesadas en la calidad científica y técnica de sus resultados (J. A. Sábato y Mackenzie,
1982).
180
. El famoso “triángulo” de Sábato vinculaba, o debía vincular, a Estado, sector privado y complejo de CyT, como
forma de avanzar hacia grados crecientes de autonomía tecnológica.
217
En el mismo sentido, se refería a la inadecuación de las políticas tecnológicas seguidas hasta
el momento, debido a que se basaban en la pretensión de introducir la tecnología en el
proceso productivo de “afuera hacia adentro” y de “arriba hacia abajo”, esquema que calificaba
de mecanicista -ya que suponía que el conocimiento científico y técnico generado por la I&D
se incorpora automáticamente a la realidad- y artificial -ya que proponía soluciones que no
resultaban del comportamiento propio del proceso productivo- (J. A. Sábato, 1973).
El movimiento "antidependentista" logró influir, a partir de la segunda mitad de los años 1960,
en ciertos niveles del aparato estatal, dando lugar a algunas iniciativas que quebraron el
antiguo laissez-faire en materia de CyT, al menos durante el período 1969 y 1976 181. Como se dijo
más arriba, esta tendencia se enmarcaba en un fenómeno más amplio, que llevó en buena parte
de América Latina -y en general entre los países en desarrollo- a la introducción de distintas
formas de control y regulación de la importación de tecnologías, fenómeno del cual probablemente
la llamada “Decisión 24” del Pacto Andino sea el ejemplo más representativo.
Mientras que entre 1969 y 1972 prima la "antidependencia pragmática" (en este período cabe
señalar el peso del que fuera ministro de Obras y Servicios Públicos a comienzos de los años
1970, Aldo Ferrer, quien favorecía la adopción de un enfoque más activo en materia de política
tecnológica), entre 1973 y 1974 avanza la "antidependencia estructural" -lo cual se traduce en
una actitud más hostil a las ET y en un intento de controlar mucho más estrictamente la
trasferencia de tecnología-. Finalmente, la antidependencia estructural va a perder peso, en
gran medida por el desplazamiento de los sectores de "izquierda" dentro del gobierno
peronista, a partir de 1975, y en general toda la política de CyT se va a ver subsumida en la
confusión que sumió a dicho gobierno en los años 1975-76.
Una de las líneas de acción en este período se dirige a tratar de introducir algún tipo de instancia
de coordinación en el complejo de CyT. Así, en 1969 surge, como desprendimiento del CONICET,
el Consejo Nacional de Ciencia y Técnica (CONACyT), con una Secretaría (SECONACyT),
dependiente de la Presidencia de la Nación. En la práctica, esta institución -que tuvo numerosas
denominaciones y dependencias jerárquicas desde entonces (cuadro III-48)-, nunca cumplió
efectivamente con el rol de coordinación y planeamiento que le fue asignado originalmente 182. A la
vez, este intento de mejorar la coordinación del complejo de CyT no dejó de provocar
conflictos, ya que cuando se creó el CONACYT una parte significativa de la comunidad
científica cuestionó la idea de que la ciencia pudiera ser de algún modo orientada por el Estado.
También como parte de los esfuerzos por mejorar el grado de coordinación e información
respecto de las actividades de CyT en el sector público en 1971 se crea un item específico en
el Presupuesto Nacional para los recursos destinados a dichas actividades (la llamada Finalidad
8).
181
. Previamente a esta fecha cabe destacar la Ley 17189 de 1967, que estableció un aporte del 1% sobre las
ventas de productos farmacéuticos a distribuirse en un 75% al Instituto de Farmacología y Normalización de
Drogas y otro 25% al CONICET para realizar estudios e investigaciones vinculadas con la industria farmacéutica
(UNESCO, 1970).
182
. Por ejemplo, intentos de coordinación tales como la creación del Sistema Nacional de Institutos y Centros de
Investigación Científica en 1974, que amenazaban con reducir la autonomía de los organismos que entraran a formar
parte del sistema y competían con el CONICET, no tuvieron apoyo político ni recursos para cumplir con su misión.
218
Cuadro III-48
Evolución del organismo estatal coordinador en ciencia y tecnología. 1969-1999
Denominación Dependencia
1969 a 1972 Secretaría del Consejo Nac. de Ciencia y Técnica (SECONACyT) Presidencia de la Nación
1972 a 1973 Subsecretaría de Ciencia y Técnica (SUBCyT) Secretaría de Planeamiento y Acción de
Gobierno de la Presidencia de la Nación
1973 a 1981 Secretaría de Estado de Ciencia y Tecnología (SECyT) Ministerio de Cultura y Educación
1981 a 1982 Subsecretaría de Ciencia y Tecnología (SUBCyT) Ministerio de Cultura y Educación
1982 a 1983 Subsecretaría de Ciencia y Técnica (SUBCyT) Secretaría de Planeamiento de la
Presidencia de la Nación
1983 a 1989 Secretaría de Ciencia y Técnica (SECyT ) Ministerio de Educación y Justicia
1989 Secretaría de Ciencia y Tecnología (SECyT ) Presidencia de la Nación
1996 Secretaría de Ciencia y Tecnología (SECyT ) Ministerio de Cultura y Educación
1999 Secretaría de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva Presidencia de la Nación
Fuente: Matera (1992) y SECyT.
Por otro lado, la creciente toma de conciencia de parte del Estado sobre la necesidad de dar
algún marco general de desenvolvimiento a las actividades de CyT llevó a la formulación de
varios planes de desarrollo que incluían componentes de política científica y tecnológica,
especialmente entre 1970 y 1976. En particular, es interesante señalar que en 1971 se dicta el
Primer Plan Nacional en Ciencia y Técnica para el período 1971-1975183.
Por su parte, el Plan Nacional de Desarrollo 1971-75 estimaba alcanzar, en dicho período, una
tasa de crecimiento de la inversión privada en I&D superior a la tasa de crecimiento del
producto, y planteaba que en 1975 no menos que la mitad de las inversiones en CYT debían
apoyar la investigación en sectores prioritarios.
Un poco más adelante, en 1973, se sanciona el llamado Plan Operativo 1973 para la política
nacional en CyT, que establecía prioridades y objetivos específicos para las actividades de
investigación, así como los llamados programas nacionales prioritarios (alimentos, electrónica,
enfermedades endémicas, vivienda). Estos programas, que continuaron funcionando durante
varios años bajo la órbita de la SECyT, no alcanzaron a cumplir con sus objetivos (Gargiulo y
Melul, 1992). La falta de adecuación entre recursos asignados y objetivos fijados para los
programas, el subfinanciamiento general del complejo de CyT, que llevó a que los recursos de
los Programas fueran de hecho empleados para paliar necesidades básicas de las unidades
de investigación, y la inestabilidad de los recursos presupuestarios -atentatoria de una
planificación plurianual eficiente- son razones señaladas para este fracaso.
En tanto, las leyes de promoción industrial e inversión extranjera de 1970 y 1973 expresaban
preferencia por el desarrollo de tecnologías locales y por mejorar las condiciones de recepción
de la tecnología extranjera. Asimismo, incluían incentivos para crear asociaciones entre el
capital extranjero y el nacional, en búsqueda no sólo de objetivos tales como aumentar las
183
. Pese a su escasa incidencia efectiva, es interesante reflejar algunos de los objetivos que presentaba aquel
primer plan de 1971. Por un lado, se señalaba la necesidad de vincular el aparato de CyT con las prioridades de
desarrollo sectorial fijadas en el Plan de Desarrollo Nacional que había sido formulado por la misma época. Asimismo,
se mencionaba la exigencia de estimular un desarrollo más equilibrado de las actividades de CyT en términos regionales.
219
exportaciones, sino también de promoción de tecnologías modernas y participación de
técnicos y profesionales argentinos (Adler, 1987).
A su vez, en 1970 se sanciona la ley 18875 de compre público, que contenía disposiciones
dirigidas a promover la industria nacional y el desarrollo tecnológico local. Además, se
establecieron regulaciones que determinaban la obligación de que los servicios de ingeniería y
consultoría de sector público fueran contratados localmente, y otras que impulsaban al Estado
a involucrarse en el desarrollo de nuevas tecnologías, en la adaptación de tecnologías
complejas, etc. Asimismo, se intentó promover el desarrollo de sectores tecnológicamente
sofisticados tales como bienes de capital, químicos, y actividades vinculadas a defensa.
Por estos años hay también una proliferación de instrumentos legales que intentan impulsar
las actividades locales de CyT. En 1970 se dicta la Ley 18587 para promover la creación de
organizaciones de I&D y asistencia técnica, con participación estatal, así como de parques
industriales. También hay que mencionar la Ley 18527 que establecía incentivos fiscales para
estimular la I&D mediante desgravaciones impositivas -nunca se puso en práctica- (los
incentivos estaban limitados a temas que fueran aprobados por el Estado).
Tal vez la más significativa medida tomada en este plano haya sido el dictado de la primer ley de
transferencia de tecnología en 1971 (previamente, no existía ningún instrumento legal que
regulara sobre dicha materia), seguida por otra en 1974. En ambas -y especialmente en la
segunda- primaba una intención de contralor de la importación de tecnología en orden a los
objetivos de desarrollo nacionales. La ley de 1974 era, por otro lado, más estricta y fijaba, por
ejemplo, topes para los pagos de transferencia y, consideraba los pagos por importación de
tecnología de las ET como remisión de utilidades. En el cuadro III-49 se puede observar como
cayeron las remesas por transferencia de tecnología y los acuerdos autorizados a partir del
dictado de esta última ley, lo cual no había ocurrido con la legislación anterior.
Por otro lado, por la misma época se buscó redefinir -con éxito relativo- el perfil del INTI (a través
de la reducción de la importancia de los servicios de rutina, la colaboración con empresas,
entidades y emprendimientos estatales, el mayor acercamiento a las necesidades de las PyMEs,
la regionalización de sus actividades, etc.), institución que, además, asumió funciones como
autoridad de aplicación del régimen de transferencia de tecnología y del sistema métrico legal
argentino -creado en 1972- (Adler, 1987 y Valeiras, 1992). Estos cambios no tuvieron, de todos
modos, la suficiente continuidad como para lograr una efectiva reconversión de la institución
(en el apartado dedicado específicamente al INTI se vuelve a discutir este tema).
Cuadro III-49
Acuerdos y pagos por transferencia de tecnología (U$S millones). 1968-1981
220
Número de acuerdos de Pagos autorizados de Remesas enviadas
transferencia autorizados transferencia de tecnología al exterior
1968 64,3
1969 127,7
1970 70,5
1971 79,8
1972 1706 81,6 54,3
1973 129 82,0
1974 125 100,9
1975 11 54,4 66,7
1976 116 32,0 38,7
1977 120 34,0 53,7
1978 323 157,0 169,6
1979 510 321,0 129,6
1980 495 582,0
1981 528 579,0
Fuente: Adler (1987).
En tanto, el Banco Nacional de Desarrollo (BANADE) abrió una línea de crédito para promover la
fabricación de bienes de capital con tecnología local. Asimismo, se establecieron créditos para
adquirir y perfeccionar prototipos industriales (calificados de engorrosos, con pocos beneficios y de
trámite dificultoso debido a la poca familiaridad del personal del banco con dicho tipo de créditos
-Aráoz y Martinez Vidal, 1974-), y se crearon mecanismos de promoción para exportaciones de
tecnología. Por otro lado, en 1974 se crea un centro nacional para consejerías en CyT y se
implementa un sistema nacional de información en CyT, ambos fracasados (Adler, 1987).
En tanto, los gastos en I&D crecieron durante todo este período y llegaron al 0,4% de PBI en
1975, el grueso de los cuales correspondía a erogaciones de carácter corriente. Además, los
ya mencionados problemas en la composición de dichos gastos seguían vigentes. El gasto en
I&D industrial era escaso, así como el dedicado a investigación experimental. El Estado
participaba con alrededor del 90% de los fondos para I&D en este período, en tanto que el
aporte de fuentes privadas seguía rondando en torno del 7%, pese a los instrumentos dispuestos
por el gobierno que, supuestamente, deberían haber inducido un aumento en dicho aporte. Por
otro lado, dentro de los fondos públicos, el reparto seguía siendo altamente desequilibrado,
agravándose aún más la situación discriminatoria en contra del INTI (cuadro III-46). Finalmente,
hay que destacar que si bien los gastos públicos en CyT subieron levemente en relación con el
PBI, cayeron de manera clara si se los compara con el total del gasto público entre 1973 y
1976 (cuadro III-50).
En este sentido, cabe señalar que en 1971 Corea gastaba una cifra similar a la de la Argentina
en I&D en relación con su PBI (0,32%), pero el sector privado ya estaba aportando casi el 32%
de dicho gasto. En 1976, en tanto, el gasto en I&D sobre el PBI había subido al 0,44%, y el
sector privado financiaba más del 35% del mismo. Considérese, además, que entre 1971 y
1976 los recursos para I&D en aquel país casi se triplicaron en términos absolutos (Kim, 1993).
221
Un indicador adicional respecto de la posición argentina en materia de CyT en este período surge
de los datos de participación del país en las patentes otorgadas en EE.UU. a residentes
extranjeros. Previsiblemente, la Argentina aparece con un muy escaso número de patentes
otorgadas, inferior al de países como España o México, pero, significativamente, todavía mayor al
de Brasil y al de los países asiáticos de industrialización rápida -Corea, Taiwan, etc.- (cuadro III-
51). Veremos que poco después dichos países también van a superar a la Argentina en este
ámbito.
Cuadro III-50
Gasto público en ciencia y técnica. 1972-1981 (%)
Gastos en Ciencia y Técnica
Como % del presupuesto Como % del PBI
1972 1,85 0,21
1973 1,83 0,25
1974 1,62 0,27
1975 1,34 0,27
1976 1,54 0,26
1977 2,24 0,29
1978 2,33 0,33
1979 1,81 0,31
1980 1,95 0,37
1981 1,88 s.d.
Fuente: Adler (1987).
Cuadro III-51
Patentes otorgadas en los EE.UU. por país de residencia del titular. 1963-1976
Número % Número %
Alemania 63502 25,3 Israel 804 0,3
Japón 43566 17,3 Finlandia 762 0,3
Reino Unido 38980 15,5 Hungría 507 0,2
Francia 25148 10,0 Argentina 309 0,1
Suiza 15416 6,1 Polonia 290 0,1
Canadá 14728 5,9 Nueva Zelandia 258 0,1
Suecia 9521 3,8 Rumania 255 0,1
Italia 8194 3,3 Brasil 219 0,1
Holanda 7917 3,2 Irlanda 186 0,1
Bélgica 3248 1,3 India 180 0,1
URSS 3136 1,2 Hong Kong 140 0,1
Austria 2798 1,1 Grecia 126 0,1
Australia 2266 0,9 Corea del Sur 53 0,0
Dinamarca 1806 0,7 Taiwan 52 0,0
Checoslovaquia 1307 0,5 Chile 49 0,0
Noruega 968 0,4 Singapur 29 0,0
México 890 0,4 Malasia 13 0,0
España 859 0,3 Tailandia 5 0,0
Sudáfrica 840 0,3 Total extranjeras 251130 100
Fuente: Elaboración propia en base a datos de la US Patent and Trademark Office (USPTO).
En este contexto, no sorprende que hacia el final del período que estamos analizando Oszlak
(1976) formulara un diagnóstico esencialmente negativo del estado de la CyT en el país. El
autor señalaba que en Argentina no existía un sistema de CyT porque no se había llegado a
articular un conjunto de instituciones cuya organización y funcionamiento estuvieran
subordinados a condiciones de interdependencia funcional, jerárquica y presupuestaria: "Lo
que hay es un conjunto heterogéneo de instituciones, que crecieron en función -entre otros
factores- de la calidad y magnitud de sus recursos, la legitimidad y prioridad de sus objetivos,
la estabilidad de sus elencos directivos, la mayor o menor conflictividad de su misión y los
222
apoyos recibidos de sus clientelas ... En diversas ocasiones se han explicitado políticas de
CyT en los documentos oficiales, tales como Planes de Desarrollo o Políticas Nacionales. Pero
estas definiciones constituyen a veces abstractas verbalizaciones de aspiraciones dentro de
las cuales caben prácticamente toda suerte de sub-objetivos, metas, planes o programas, y a
veces meras racionalizacionales -formuladas en términos igualmente abstractos- de aquello
que se está efectivamente haciendo. En este último caso, se acaba legitimando el desigual
desarrollo de las diferentes instituciones y programas implícitos en las actividades cumplidas".
Por otro lado, afirmaba que el criterio de inclusión o exclusión de las instituciones en el complejo
de CyT estaba determinado por la finalidad de las mismas. Así, seguían incluidos organismos que
habían pasado a tener otras funciones principales, mientras que se excluían otros en donde se
realizaban investigaciones para uso interno (INDEC, CFI, INPE). En consecuencia, el sistema de
CyT se constituía como un agregado construido inferencialmente a partir de una realidad
existente.
Pero Oszlak iba más allá, y afirmaba que el área de CyT en Argentina no había traspuesto aún
la frontera que separa una cuestión académica de una cuestión socialmente problematizada,
que implique la toma de posición por parte de actores relevantes de una sociedad, a diferencia
de aquellos países que habían alcanzado altos niveles de desarrollo en dicha área.
Por otro lado, vinculaba el desarrollo del sistema de CyT con la opción por una estrategia de
sustitución de importaciones con fuerte peso de ET, pese a que, según su opinión, existía una
capacidad científico-tecnológica capaz de soportar otras elecciones. Esto influyó tanto en el
escaso apoyo a actividades de I&D como en la asignación de los recursos destinados a CYT.
Así, la expansión y diferenciación del área de CyT en el sector público reflejaba las vicisitudes y
contradicciones del proceso de construcción del capitalismo argentino, pero también se vinculaba
con las circunstancias que rodearon la creación e inserción estructural de los distintos organismos.
Oszlak también señalaba que dado que varias de las instituciones de CyT habían sido creadas
por demandas e intereses específicos de distintos sectores, no era extraño que su entramado
hubiera resultado caótico. Asimismo, tampoco sorprendía que hubieran nacido con distintos
privilegios -dependiendo del poder o prestigio de los fundadores, del interés de los sectores de
apoyo de la sociedad civil, de la significación del área temática, de la disponibilidad coyuntural
de recursos, etc.-. Esto hizo que los organismos fueran ocupando las dimensiones geográfica,
223
temática y funcional de la actividad en un proceso inorgánico, caracterizado por
complejidades, incoherencias, duplicaciones y superposiciones de funciones.
Algunas de las instituciones del sistema -Oszlak los llama organismos “holding”- habían nacido
ya como intentos de integración de esfuerzos dispersos, agrupando institutos de menor
proyección que habían proliferado merced a iniciativas y decisiones no programas globalmente
para un área, disciplina o sector (por ej., el INTI). Asimismo, como vimos antes, se intentaron
crear distintas entidades que articularan el sistema de CyT a nivel sistémico (CONACYT, etc.).
En ningún caso, sin embargo, pudieron cumplir su misión. De acuerdo con Oszlak, no tuvieron
tiempo ni legitimidad para implementar estrategias integradoras ni pudieron superar la resistencia
de unidades operativas que eran conscientes de que, a través de un comportamiento autónomo,
podían evitar comprometerse con lineamientos de política conflictivos y seguramente efímeros.
Otro problema señalado por Oszlak era la autonomía financiera de los institutos, que hacía
que no se pudieran reasignar recursos sobrantes a otras finalidades de CyT. Así, por ejemplo,
los excedentes del INTA o el INTI se destinaban a la compra de títulos públicos. Esto, en un
contexto donde la afluencia inicial de recursos indujo un proceso de expansión institucional
que se reflejó en el crecimiento desequilibrado de las distintas unidades y rubros del gasto. El
continuo aumento de las dotaciones de personal condujo a que las correspondientes
erogaciones pasaran, en el caso del INTA por ejemplo, de 50,4 a 70% entre 1963 y 1976. Así,
al comenzar las épocas de restricción presupuestaria, y frente a la relativa inflexibilidad hacia
abajo de los gastos salariales y de las inversiones, los gastos destinados a funcionamiento y
conservación descendieron drásticamente. Mientras que en 1962 el INTA gastaba 55 pesos en
funcionamiento y conservación por cada 100 pesos afectados a remunerar personal, en 1971
sólo gastaba 25. En el INTI la situación era semejante, aunque aparentemente no tan crítica.
El problema posterior fue que, al reducirse o desaparecer los excedentes, en lugar de reducir
personal, se disminuyeron los gastos corrientes.
Oszlak también destacaba que en los laboratorios de CyT de las empresas públicas o en la
CNEA, se verificaba una mayor integración con el resto de la organización y hacia la
producción. En el caso de la CNEA, enfatizaba la importancia de haber definido un objetivo y
una política específica en la cual se encuadraba la actividad de CyT. En cambio, en los casos
del INTA o el INTI no existían políticas de CyT para los sectores respectivos, y buena parte de
las iniciativas para la promoción de nuevos planes o líneas de trabajo se originaban en los
propios técnicos, quienes definían en última instancia los contenidos substanciales de los
objetivos que guiaban la labor de estos organismos.
224
de la CNEA, dejó de tener su ámbito principal en la Universidad. Gracias a ello, tuvo acceso a
una infraestructura y a fondos superiores a los de cualquier otra disciplina. Sin embargo, al
mismo tiempo su programa de investigaciones estuvo condicionado por problemas exteriores
al propio campo científico y por las llamadas “razones de Estado”.
Antes de finalizar con esta sección vale la pena referir dos argumentos adicionales
significativos respecto de las políticas de CyT adoptadas durante esta etapa. Por un lado,
Adler (1987) compara los casos de Argentina y Brasil señalando que este último país tuvo más
éxito en vincular el aparato de CyT con el sistema productivo -pese a su relativo atraso en
ambos planos vis a vis la Argentina hasta mediados de los años 1960-. Según Adler la
diferencia entre ambos países no está en la “dependencia” -Brasil tuvo, de hecho, una ISI más
“dependiente” de las ET que la Argentina-, sino en los siguientes factores: i) las elites
dirigentes de la Argentina carecieron de acuerdos respecto del papel de la CyT en el proceso
de desarrollo económico-social (en muchos casos era reducida a una dimensión puramente
cultural); ii) una ideología de “fracasomanía” en la Argentina y falta de consenso acerca de la
“imagen” de futuro a nivel del país; iii) la mayor estabilidad de las políticas, las burocracias y las
instituciones vinculadas a CYT en Brasil, frente a los frecuentes cambios de rumbo en la Argentina;
iv) en Argentina se enfatizó el esfuerzo en ciencia básica -basada en carreras individuales de
investigadores que operan según sus propias prioridades-, mientras que en Brasil se puso más
hincapié en la investigación tecnológica, los estudios de ingeniería y los vínculos entre el complejo
de CyT y sector productivo.
Por otro lado, Katz (1999a) señala que en esta etapa nació una “cultura tecnológica” nacional
fuertemente basada en el Estado, la cual progresivamente derivó en rutinas altamente
burocráticas de los procesos de innovación en las instituciones de I&D del sector público, que
carecieron de profundidad en términos de su vinculación con la estructura productiva. Así,
dichas instituciones se movieron gradualmente hacia una cultura operacional y mecanismos de
disciplina basados en jerarquías, seniority y rutinas burocráticas de manejo del gasto que poco
tienen que ver con una verdadera dinámica innovativa. Dado que estas instituciones no
usaban estándares de performance o esquemas adecuados de incentivos para su personal,
comenzaron a parecerse a las empresas socialistas en términos del manejo burocrático. Esto
conspiró contra la eficacia y eficiencia de estas instituciones y deterioró el desempeño y
creatividad de su personal. Así, aún cuando existieron éxitos individuales significativos, dichas
instituciones jugaron un rol subsidiario a la hora de incorporar cambios tecnológicos en el sector
productivo local, aún cuando se tratara de firmas estatales, prefiriéndose la compra de tecnología
en el exterior, muchas veces bajo la forma de plantas llave en mano. Sin embargo, también Katz
(1999a) recuerda que las instituciones de CyT del sector público contribuyeron formando recursos
humanos calificados que en buena medida fueron absorbidos más tarde por el sector privado.
En suma, la voluntad exhibida durante esta etapa para armonizar la evolución del complejo de
CyT con la realidad sectorial y regional y con las prioridades de desarrollo vigentes no se
tradujo en la práctica en cambios concretos significativos. De hecho, la formulación de la
política de CyT -a excepción de lo referente a transferencia de tecnología desde el exterior-
nunca estuvo integrada -o siquiera considerada seriamente- en el marco más amplio de las
sucesivas políticas económicas e industriales en vigencia. Este hecho no se debe atribuir sólo
a la indiferencia hacia el tema de CyT por parte de los policy-makers en el área económica,
225
sino también a la poca voluntad de coordinación y cooperación evidenciada desde la
conducción de las instituciones del complejo de CyT 184 y a la divisoria de aguas en el
empresariado local entre quienes apoyaban los intentos de crear una base tecnológica
doméstica y aquellos, esencialmente las firmas de mayor tamaño y/o de origen extranjero, que
eran poco entusiastas en relación con tales proyectos. Por otro lado, también hay que
destacar que el grueso de las iniciativas tomadas partía de la concepción de que el actor clave
en cuanto a actividades de innovación era el Estado, siendo relativamente escasas las
iniciativas dirigidas a impulsar un mayor involucramiento en el tema de parte del sector privado
(obsérvese, por ejemplo, la ausencia de iniciativas serias destinadas a establecer mecanismos de
créditos185 o de incentivos fiscales para I&D en las firmas privadas). Más aún, no todos los actores
que promovían cambios en el área concordaban en cuanto al modelo de sociedad a perseguir, ya
que la idea del “socialismo nacional” era fuerte al menos hasta 1974. Last but not least, la
inestabilidad política y económica que predominó durante toda esta etapa no fue, obviamente,
el mejor contexto para que fructificaran estas transformaciones en el plano de la CyT.
226
Habrá que esperar a la década de 1950 para que el Estado institucionalice un espacio y un
mecanismo específico para estimular el desarrollo de las actividades científicas en el medio
local. El hito esencial en este sentido es la creación del Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas (CONICET) en 1958187, el cual va a constituirse, con el correr del tiempo,
en el principal organismo argentino dedicado a ciencia y técnica en términos de presupuesto, y
en la institución articuladora no sólo de la política sino de la propia actividad científica nacional.
Lo primero a considerar es que hay consenso respecto de que la creación del CONICET
respondió más a una reivindicación sectorial de los científicos, a la necesidad de “prestigio” del
Estado por su apoyo al desarrollo científico y a la voluntad "modernizadora "de los
protagonistas del momento, antes que a una efectiva demanda por parte de los sectores de la
producción (Caldelari et al, 1992). En el mismo sentido, Vacarezza (1990), señala que la
creación del CONICET es un producto de la “política corporativista de la ciencia”. De aquí que
la política implícita del organismo se elaborara hacia adentro de la comunidad científica, en
función de sus necesidades y relaciones endógenas, consecuencia lógica de su base
"corporativista"188.
En la ley de creación del CONICET se dejó abierta una gama de posibilidades respecto de la
orientación que asumiría el nuevo organismo. Por un lado, se especificaba que entre las
funciones del Consejo estaban la de “coordinar y promover las actividades científicas”. Por
otro, tanto se mencionaba la importancia de la institución para la cultura, la seguridad nacional
y la defensa del Estado, como también se subrayaba -considerando especialmente la
experiencia de los países más avanzados por aquel entonces- su relevancia para los sectores
productivos y el bienestar colectivo (Caldelari et al, 1992).
De aquí que se hayan enfrentado dos tendencias que intentaron imprimirle sesgos bien
diferenciados a la institución (Bisang, 1994; Cereijido, 1990). La primera, triunfante a la larga,
encabezada por Houssay, estaba volcada a la priorización de las ciencias química, física y,
especialmente, biomédicas. La segunda apuntaba a crear un organismo más cercano a la
planificación y coordinación de actividades científicas y tecnológicas, con una marcada
orientación hacia la producción, en el marco de un proyecto de desarrollo económico orientado
desde el Estado. Por otro lado, para la corriente triunfante, el complejo de CyT se edificaba a
partir del investigador individual, por lo cual promovía una institución orientada a subsidiar las
actividades de aquellos. En cambio, el segundo grupo promovía una concepción más colectiva
del crecimiento del conocimiento científico. Esta idea de la generación de CyT a partir del
investigador individual implica, entre otras consecuencias, duplicación de tareas, escasa
captación y potenciación de externalidades de avances individuales, dificultad para evaluar
resultados y tensiones por asignación de fondos.
Si bien es difícil especificar completamente las causas del triunfo de la corriente asociada a
Houssay, podemos suponer que además de los factores vinculados a la propia historia de la
ciencia en la Argentina, del prestigio del cual gozaba Houssay en el país y de las razones
187
. Como antecedentes inmediatos previos a la creación del CONICET, hay que mencionar que en 1950 se crea la
Dirección Nacional de Investigaciones Técnicas y en 1953 el Departamento Nacional para la Investigación en
Ciencia y Tecnología, iniciativas que no lograron fructificar.
188
. Esto no implica que hayan pesado también otras motivaciones, tales como la influencia del "clima desarrollista"
de la época y de los modelos jurídico-institucionales europeos (en este caso, tomados directamente de Francia).
227
-como ya señalamos, esencialmente “endógenas” a la corporación científica- que llevaron a la
creación del CONICET, también debe haber pesado la inestabilidad política y económica que
caracterizó la vida nacional en todo este período, la cual jugó indudablemente un papel
negativo para cualquier intento de planificación sistemática, e inviabilizó la existencia de
proyectos de desarrollo sostenidos a lo largo del tiempo.
Por otro lado, al definir que el ámbito de acción del Consejo sería la investigación en ciencias
puras y aplicadas no se esclareció ni la ubicación de la investigación tecnológica ni la
articulación entre el complejo de CyT y los sectores productivos (Oteiza, 1992).
Cuadro III-52
Miembros de la Carrera de Investigador Científico del CONICET por disciplina. 1974.
Número %
Médicas 196 28,0
Biológicas 135 19,3
Químicas 105 15,0
189
. En el primer directorio del CONICET había siete representantes de las ciencias biomédicas, cinco provenientes
del campo de las ciencias exactas y sólo un representante del área tecnológica -no había miembros de carreras del
área de ciencias sociales- (Caldelari et al, 1992).
190
. En contraste, ya desde sus comienzos el CONICET otorgó poca relevancia al estímulo de las actividades de
investigación en ciencias sociales, las cuales en algunos casos avanzaron en dicha área vía fundaciones o
instituciones privadas.
191
. Esto pese a intentos tímidos de cambio, como los impulsados durante el gobierno de Onganía, cuando la
composición del directorio pasa a mostrar un predominio de ingenieros y un desplazamiento del área de medicina
(Caldelari et al, 1992).
228
Matemática, Física y Astronomía 101 14,4
De la tierra 47 6,7
Filosofía, Psicología, Cs de la Educación 35 5,0
Antropología, Arquitectura e Historia 32 4,6
Tecnológicas 29 4,1
Sociología, Economía y Jurídicas 19 2,7
Total 699 100
Fuente: Oszlak (1976).
En esencia, esta situación no parece haber sido consecuencia de un olvido u omisión de los
encargados de definir la operatoria del CONICET, sino de una concepción bien determinada
de las relaciones entre ciencia y tecnología. Como ya señalaba J. A. Sábato (1984) -citado en
Oteiza (1992)-, esa concepción parte de que la tecnología es ciencia aplicada, lo cual lleva a
pensar, por ejemplo, que "tener buenos científicos y buenos técnicos es condición necesaria y
suficiente para tener buena tecnología" (p. 30). Empleando la terminología adelantada en el
capítulo inicial, dicha concepción corresponde al llamado "modelo lineal de innovación".
Cuadro III-53
Institutos y Centros de Investigación administrados, creados o patrocinados por el CONICET existentes a 1974
Número %
Biología 11 23,9
Ciencias de la Tierra 9 19,6
Medicina 8 17,4
Humanidades 4 8,7
Ingeniería 3 6,5
Matemáticas 2 4,3
Física 2 4,3
Arquitectura 2 4,3
Sociología 1 2,2
Química 1 2,2
Psicología 1 2,2
Farmacología 1 2,2
Ciencias Agropecuarias 1 2,2
Odontología 0 0,0
Economía 0 0,0
Total 46 100
Fuente: Oszlak (1976).
229
de su dependencia, se había caracterizado por la total ausencia de planificación y criterios de
selección en función de prioridades, y por haber reforzado el individualismo y el "elitismo" de
los científicos, y su desvinculación con el medio externo local. También se señalaba que “los
investigadores (del CONICET) que querían dedicarse a colaborar en el desarrollo de
tecnología, para mantenerse en la Carrera del Investigador, deben recurrir a ... presentar
programas de trabajo en los que lo tecnológico está 'disfrazado' de científico básico, como
condición para que sus programas sean aceptados” (Dussel, 1973, p. 127).
De hecho, la vinculación con el aparato productivo se consideró no sólo poco relevante sino
más bien indeseable por parte del CONICET. Entre 1958 y 1983 se firmaron sólo 103
convenios de vinculación, la mayor parte de ellos de carácter institucional192. Lo más
impactante es que en una publicación oficial del organismo, donde se detallaban sus
actividades en dicho período, no figuró una sola línea dedicada a dichos convenios o a la
vinculación tecnológica en general (Nívoli, 1989). De hecho, sólo una minoría de
investigadores pensaba que la vinculación tecnológica era legítima y deseable. Probablemente
esto se vincule con un cierto “elitismo intelectual que lleva a distinguir entre disciplinas más
importantes, dignas de apoyo, y otras prescindibles, ya que abordan problemas secundarios”
(Caldelari et al, 1992, p. 179).
De todos modos, más allá de las consecuencias, negativas, de esta autonomización de los
científicos respecto de las necesidades del medio local, no es ilógico que los investigadores,
considerando además sus inclinaciones naturales y la propia historia de la actividad científica
en la Argentina, hayan optado por "endogeneizar" el desarrollo de sus actividades. En efecto,
en el contexto de inestabilidad política y de sucesión de programas económicos que muchas
veces eran no sólo diferentes sino contradictorios con los de los gobiernos previos, hubiera
sido altamente desgastante y probablemente ineficiente que atendieran a las prioridades,
seguramente diferentes para cada gobierno, que pudiera fijar el Estado nacional.
En el balance, entonces, para explicar la escasa vinculación del CONICET con el medio socio-
productivo local hay que recurrir a un conjunto de elementos explicativos, que incluyen la
propia historia del surgimiento de las actividades de investigación científica en la Argentina, la
personalidad dominante de Houssay con su particular versión de las relaciones entre ciencia y
sociedad, las motivaciones que llevaron a la creación del CONICET, el esquema institucional
adoptado para su funcionamiento y la inestabilidad económico-política que caracterizó a la
mayor parte del período de la ISI. En este contexto, se reforzaron tendencias que ya venían
incubándose desde las primeras décadas de este siglo y que, como veremos en el capítulo
siguiente, serán muy difíciles de revertir en el período post-ISI.
Hasta mediados de los años 1950, la Universidad había sido el núcleo central de las
actividades científicas en la Argentina, posición que será erosionada a partir de la aparición de
las nuevas instituciones creadas en la segunda mitad de aquella década. Para Oteiza (1992)
este relegamiento de la Universidad es, como ya señalamos, producto de que los gobiernos de
cortes autoritario tuvieron una mayor propensión para asignar recursos para investigación en
192
. De estos 103 convenios, 98 corresponden al período 1975-1983 y sólo 5 se gestaron entre 1958 y 1974.
230
CyT en ámbitos extra-universitarios, donde el grado de autonomía es menor. Siguiendo a Cereijido
(1990), también Houssay, al momento de crearse el CONICET, optó por una organización
separada de la universidad, a la cual consideraba como demasiado politizada y burocratizada.
Así, el mayor apoyo estatal a actividades de CyT a partir de 1956 no significó la consolidación
de las universidades ya que el CONICET, como copia de su modelo francés, convirtió a los
investigadores en miembros de una carrera científica de un organismo estatal, en lugar de
considerarlos en su carácter de profesores situados en la Universidad (función que, de hecho,
seguían ejerciendo en el grueso de los casos).
De todos modos, recordemos que en el capítulo anterior se señalaba la poca relevancia de las
tareas de investigación en el conjunto del sistema universitario. Como también ya mencionamos
previamente, fue obra esencialmente de algunas personalidades, y notoriamente de Bernardo
Houssay, de donde provino el impulso a las actividades científicas dentro de la Universidad.
Al menos hasta los años 1950, el relegamiento de la investigación seguía siendo visible. Esto era
señalado por el propio Houssay, quien apuntaba a algunos factores estructurales dentro de la
propia Universidad como obstáculos para la investigación. Por ejemplo, era crítico de la relación
alumnos-docentes-recursos, y se quejaba por el hecho de que debía dedicar la tercera parte de su
tiempo para tomar exámenes a los alumnos de su cátedra (Lovisolo, 1996). Asimismo, criticaba la
expansión del número de cátedras sin un correlato en la cantidad de recursos, lo cual llevaba a la
duplicación de gastos y esfuerzos en materia de investigación (Myers, 1992). Sin embargo, la
preocupación por las actividades de investigación no estaba en la agenda del grueso de los
miembros de la comunidad universitaria, sea porque seguían percibiendo a la institución como
un ámbito de formación profesionalista, o bien porque, en el caso de los miembros del
movimiento reformista, porque le asignaban funciones más bien políticas que académicas.
Ciertamente, las persecuciones que se desatan a partir de los años 1930 y en particular
durante el gobierno peronista -etapa en la cual Houssay fue separado de la Universidad- no
contribuyeron a cambiar este estado de cosas.
Entre la segunda mitad de los años 1950 y mediados de los años 1960, la investigación dentro
del sistema universitario alcanza probablemente su punto más alto, ayudada, en parte -pese a
la separación institucional antes mencionada- por la creación del CONICET. Esta tendencia es
particularmente notable en algunas unidades, como por ejemplo la Facultad de Ciencias
Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires. Sin embargo, aún así el grueso del
sistema permaneció aferrado a la tradición profesionalista, y las dictaduras militares que se
sucedieron a partir de 1966 interrumpieron, con la renovación de las persecuciones políticas, la
incipiente tendencia al crecimiento de la importancia de las actividades de I&D en este ámbito.
231
encontraban en una posición marginal y subordinada y carecían de nexos con el sistema
productivo (ver cuadros III-54, donde se observa el bajísimo aporte privado para I&D en la
universidad, y III-55, en el cual se advierte la escasa importancia de los gastos en
investigación vinculados a tecnología). Babini et al (1992), por su parte, apuntan que el bajo
número y la debilidad de los posgrados ubicados en el ámbito de la investigación y el carácter
predominantemente profesional de las instituciones de educación superior resultaron en una
abundante producción de egresados que fueron más un obstáculo que un apoyo para el
desarrollo nacional en CyT. Oteiza (1992), a su vez, remarcaba que la historia de las
Facultades de Ingeniería mostraba que la investigación tecnológica había estado casi ausente
de su seno, por lo que los eslabonamientos hacia las ciencias básicas o hacia los sectores de
la producción fueron débiles. Las facultades de Ingeniería, con excepción tal vez de algunas
de Ingeniería Química, no fueron focos dinámicos de investigación e innovación tecnológica
desde donde pudieran inducirse procesos innovativos interesantes en el sector industrial. Esta
debilidad, según Oteiza, fue en parte resultado de un enfoque demasiado profesionalista,
“falsamente práctico”, basado en profesores con dedicación parcial no ligados a la investigación.
Cuadro III-54
Origen de los fondos para investigación en las universidades argentinas (%)
Sector público Sector privado Sector externo Total
1961 89,7 0,8 9,4 100
1962 87,0 0,8 12,3 100
1963 89,6 1,6 8,8 100
1964 87,8 1,2 11,0 100
1965 97,6 1,1 1,3 100
1966 96,9 1,7 1,4 100
Fuente: UNESCO (1970).
Cuadro III-55
Gastos en investigación científica realizados por las universidades argentinas
Exactas, Físicas y Naturales Medicina y afines Humanidades Tecnología Agronom. y Veterin. Total
1961 26,4 31,3 14,3 7,5 20,6 100
1962 22,2 36,4 18,9 5,2 17,3 100
1963 19,3 36,5 17,7 8,2 18,3 100
1964 18,2 33,9 16,8 7,5 23,6 100
1965 16,8 33,2 20,3 7,8 21,9 100
1966 17,0 32,8 20,1 9,3 20,8 100
Fuente: UNESCO (1970).
Ciapuscio (1975), en tanto, señalaba que en la primera mitad de los años 1970, período de
“radicalización” del movimiento universitario, las prioridades para los dirigentes de dicho
movimiento -en tanto llegara la revolución socialista- no pasaban por la investigación ni por la
realización de actividades de CyT, sino que se referían más bien a la potenciación cuantitativa
(universidad para todos), ideológica (universidad para el socialismo) y de bienestar (universidad
de autoservicio para sus miembros), con el objetivo de la edificación del poder universitario como
agente dinámico del cambio en la sociedad. Tampoco les interesaba el tipo de ciencia y tecnología
en uso, ni que la universidad se pusiera al servicio de los mecanismos productivos de la sociedad,
lo que significaría fortalecer un sistema socioeconómico que rechazaban.
232
científica, propuesto por Eduardo Braun Menendez; otro, de corte profesionalista confesional,
propuesto por monseñor Derisi (Cereijido, 1990; Oteiza, 1992). El triunfo de esta última propuesta
bloqueó hasta el presente la posibilidad de desarrollar un modelo de universidad privada con
actividades de investigación, otro rasgo negativo del SNI argentino.
Lovisolo (1996) presenta una interesante comparación con lo ocurrido en Brasil durante este
mismo período en cuanto a la investigación dentro del sistema universitario. Según este autor,
Brasil contaba, a mediados de los años 1970, con una comunidad científica más legitimada,
profesionalizada, formada y organizada que la Argentina, particularmente si la comparación se
hacía considerando los indicadores sociales de ambos países (plano en el que la Argentina
estaba claramente adelante).
Esta comparación desfavorable se observaba pese a que la educación argentina estaba mejor
distribuida -vis a vis la brasileña- en términos de acceso de la población (era más
“democrática”) y a que desde comienzos de este siglo existían sectores medios influyentes
que demandaban al Estado cultura, estudios y conocimientos (en contra de la mayor
polarización social existente en Brasil). Asimismo, la Argentina empezó antes su desarrollo
científico, hecho no extraño a la luz del mejor “clima” social existente para ese tipo de actividad
hacia fines del siglo pasado -siempre en la comparación con el vecino Brasil-.
Para Lovisolo, uno de los hechos centrales que explica el posterior relegamiento de la
Argentina es la partidización de la vida universitaria, y la continua intromisión del poder político
en la misma, lo cual llevó a diferentes episodios de renuncias, exilios, despidos, etc. Estas
tendencias, que serían producto de un patrón de enfrentamiento entre intelectuales y
cientistas por un lado y Estado y elites económicas y políticas por otro, no se habrían
registrado, al menos con la misma intensidad, en el caso de Brasil.
233
separación de ciencia y política -de hecho, la renuncia a intervenir en la política desde la
ciencia- y defiende la idea de que la aplicación de los conocimientos científicos es una
consecuencia espontánea de los descubrimientos.
Pero más que el predominio de una u otra de ambas corrientes, lo más interesante es que en
Argentina ambas corrientes habrían sostenido duros enfrentamientos que habrían impedido la
formulación de acuerdos, que llevaran a prácticas eficientes de organización y acción colectiva
en el plano científico, acuerdos que sí habrían existido en el caso brasileño. Una diferencia
señalada en relación con las distintos comportamientos en uno y otro país es el hecho de que
en Argentina en muchas ocasiones predominó una actitud "antiimperialista" que llevó, entre
otras consecuencias, al rechazo de ofertas de fondos de origen estadounidense por parte de
una fracción importante de la comunidad científica, hechos que no ocurrieron en el caso
brasileño (sin que podamos de ningún modo decir que en Argentina el "antiimperialismo" en
general haya sido más fuerte, o más efectivo, que en Brasil).
Por otra parte, en Argentina, siempre siguiendo a Lovisolo (1996), la universidad de gran
tamaño acaba creando una “entropía burocrática”, en donde la democratización de la gestión
se contradice con los objetivos de realizar actividades de investigación y formar graduados de
excelencia, lo cual dificulta la formación de una comunidad científica (opinión que, de hecho,
parecía ser la que tenía Bernardo Houssay -ver Cereijido, 1990-).
Poco se hizo en la década de 1940 por cambiar de manera significativa esta situación, más
allá de algunas iniciativas aisladas; en 1944 se creó la Dirección Nacional de Estaciones
Experimentales y hacia 1948 se adquirieron terrenos para el Centro Nacional de
Investigaciones Agropecuarias. Ambas entidades tuvieron poca gravitación concreta. A su vez,
en 1943 el Ministerio de Agricultura estableció el Instituto de Suelos y en 1944 el Instituto de
Microbiología y el Instituto de Fitotecnia. También vale destacar que en 1935 se crea el
234
Instituto de Investigacion Agrícola Ganadera Angel Gallardo en Santa Fe, donde se
desarrollaron los primeros híbridos de maíz hacia 1945. Varios investigadores de este instituto
pasaron luego a firmas privadas, incluso extranjeras193. Cabe citar también la Ley 14155/52, que
creó el Instituto Nacional de Carnes, determinando que el 10% de los aportes de los ganaderos a
dicho Instituto se destinarían a investigación pecuaria (Giberti, 1986). Recién en 1952 se ponen en
marcha algunas iniciativas piloto de extensión dentro del Ministerio de Agricultura (Caracciolo
de Basco, 1998).
En este contexto, las instituciones de CyT en el agro funcionaban con pobres recursos y, por
ende, difícilmente podían tener un impacto significativo sobre el sector. Por ejemplo, en 1956
sólo existían 70 técnicos del Ministerio de Agricultura en las 47 estaciones y campos
experimentales existentes en aquel momento (Barsky y Murmis, 1986). Como señala Barsky
(1988), en esta etapa los esfuerzos para apoyar la agricultura desde el campo de la CyT
enfrentaron una “notable indiferencia”194. Asimismo, hay que señalar que el boicot
estadounidense a la Argentina impidió que el país participara de los programas internacionales
de I&D agronómica que promovían los EE.UU. (Becerra et al, 1997).
Esta situación va a cambiar radicalmente con la creación del INTA en 1956, sobre la base de
las antiguas estaciones experimentales y de los Institutos creados en el Ministerio de
Agricultura. Se estableció que la fuente principal de financiamiento del INTA provendría de un
gravamen del 1,5% sobre las exportaciones agropecuarias. Sobre esta base, se ha estimado
que los recursos públicos destinados a investigación y extensión agrícola crecieron entre 1962
y 1977 a una tasa anual del 2,8%; a su vez, la relación entre dichos recursos y el producto
bruto agrícola aumentó a un ritmo de 3,5% por año. Sin embargo, dado que hubo un crecimiento
aún más rápido del número de investigadores, se estima que la relación recursos/investigador
cayó, siempre en el mismo período, a un 2,6% anual (Sonnet et al, 1997).
Un punto esencial es considerar que la creación del INTA no respondió a presiones de los
productores agropecuarios -de hecho la Sociedad Rural Argentina mostró algunas reticencias al
respecto inicialmente-, sino que fue obra de funcionarios técnicos del sector público, altamente
influenciados por la recomendación de Prebisch sobre la necesidad de generar un rápido cambio
técnico para aumentar la producción y las exportaciones pampeanas, en un contexto donde se
advertía que la falta de productividad agropecuaria constituía un verdadero “cuello de botella”
para el sector externo y, por ende, para la economía argentina en su conjunto (J. F. Sábato, 1981).
193
. Se afirma que Cargill, firma que empezó sus actividades en semillas aquí antes que en el resto del mundo,
comenzó dichas actividades en la Argentina con uno de estos investigadores (Gutiérrez, 1991).
194
. Félix (1968) ha sugerido un argumento que podría explicar en parte la demora de la Argentina en establecer un
sistema estatal importante de asistencia técnica al agro, afirmando que la “izquierda” sólo podía acordar con una
iniciativa semejante con una simultánea redistribución sustancial de tierras -ya que identificaba sector agropecuario
con grandes terratenientes retardatarios- y la “derecha” temía esa posible redistribución, así como la posibilidad de
que los costos de dicho sistema fueran financiados con mayores impuestos a la tierra.
235
El modelo institucional adoptado por el INTA se basa en dos ideas centrales: i) la percepción
de que la incorporación de tecnología constituía el elemento central del desarrollo
agropecuario; ii) el convencimiento de que en el ámbito internacional existía una amplia gama
de tecnologías que el país podía utilizar (Barsky y Piñeiro, 1985).
Como señala Oteiza (1992), hay un antes y un después en el sector agrícola a partir de la
creación del INTA. En este sentido, el autor recuerda la afirmación de Piñeiro, para quien la
creación del INTA fue una verdadera revolución institucional en América Latina, ya que hasta
ese momento la investigación agropecuaria estaba radicada en facultades de Agronomía y en
los Ministerios respectivos, los cuales tenían, en general, una limitada capacidad científica195.
Dos características importantes deben ser remarcadas en relación con la modalidad que asumió el
INTA desde sus orígenes: i) la necesidad de adoptar una amplia ocupación tanto desde el punto
de vista temático así como territorial; ii) la participación del sector privado en su Consejo Directivo.
Hay que señalar, además, que por esta misma época el sector privado también creó
instituciones destinadas a favorecer la difusión de tecnologías en el agro. Así, en 1957 se
establecen los Consorcios Regionales de Experimentación Agrícola (CREA), tomando como
base un modelo desarrollado originalmente en Francia y adaptándolo a las modalidades
extensivas de cultivo predominantes en la Argentina. Poco después, en 1960, se formó
AACREA (Asociación Argentina de Consorcios Regionales de Experimentación Agrícola). Un
grupo CREA está formado por 10 a 12 agricultores de una determinada región, que comparten
conocimientos y proyectos, y reciben asistencia técnica relativa a producción y
comercialización. Se trata de una organización manejada por los propios productores, que se
asocian para la adopción y puesta a punto conjunta de técnicas agronómicas, favoreciendo así
su difusión por efecto demostración. Dichos grupos se habrían destacado por su acción
relativa a conservación de los suelos y por la adopción de tecnologías avanzadas, así como
por su contribución a la capacitación de los productores en materia de gestión empresarial y
195
. Para ilustrar la relevancia de la presencia estatal en el plano de la tecnología agropecuaria, cabe citar que Trigo
y Runsten (1989) -citados en Sonnet et al (1997)- estimaron que los países latinoamericanos con mayor inversión
en I&D agropecuaria habían obtenido, vis a vis el resto, crecimientos 20% superiores en la producción entre 1973 y
1983. A su vez, los países con menores gastos relativos en I&D habían visto caer su producción en el mismo período.
236
manejo de la explotación y por el desarrollo de personal técnico que extendió las modalidades
de trabajo de los CREA a diversos ámbitos de la región pampeana (Barsky y Pineyro, 1985).
Sin embargo, pese a que la actividad del INTA se constituye en uno de los componentes
principales del modelo de generación y/o transferencia de tecnología en el sector
agropecuario, el grado de participación y/o integración de los sectores privados en la
orientación de dichas actividades fue bastante limitado. Como apuntan Piñeiro y Trigo (1982),
este hecho es llamativo considerando que en el modelo conceptual que dio origen al INTA se
reconoce la necesidad de vínculos estrechos entre los sectores productivos y el organismo,
planteo que incluso encuentra expresión concreta en varios niveles del esquema organizativo
del INTA. Sin embargo, en la práctica, las vinculaciones de ese tipo no han sido significativas;
de hecho, se constata una falta de interés por parte de los productores para orientar las
actividades de generación y transferencia, más allá de demandas localizadas. Un ejemplo en
este sentido es lo ocurrido al nivel del consejo directivo de la institución, donde no es posible
identificar acciones claras por parte de los representantes del sector privado dirigidas a
encaminar las actividades técnicas del INTA en función de objetivos sectoriales específicos. De
todos modos, según los autores, la pasividad de los productores para tratar de influir sobre las
actividades de las instituciones puede explicarse por naturaleza multiproducto de producción
pampeana y por la activa presencia de sectores privados como oferentes de tecnología.
J. F. Sábato (1981) presenta un argumento más amplio en este sentido, señalando que la
experiencia del agro pampeano muestra que las organizaciones de productores no actúan
siempre como lo supone el modelo de Hayami y Ruttan (1971) mencionado en el capítulo 1.
Así, la heterogeneidad de las organizaciones de productores y los enfrentamientos que han
tenido entre sí, sumadas a la ya mencionada estrategia de combinar actividades agrícolas y
237
ganaderas196, habrían influido para que ejerzan un bajo grado de presión para que el Estado
genere instrumentos similares a los existentes en otros países en ámbitos como
comercialización, créditos, seguros y, en particular, en materia tecnológica.
Pese a sus éxitos iniciales, el diagnóstico sobre algunos de los problemas del INTA ya estaba claro
tempranamente. En los primeros años de la década de 1970 el Centro de Investigaciones en
Administración Pública (CIAP) realizó una detallada evaluación del funcionamiento de la institución
(CIAP, 1973). La conclusión era que el INTA había sido creado a partir de una imagen incorrecta
de su contexto de operación, ya que se suponía la existencia de una política agropecuaria
nacional de ciertas características -que en la práctica no existió-, de lo cual habían derivado ciertas
estrategias y estructuras organizacionales que, considerando el diagnóstico erróneo sobre el cual
se basaban, resultaron inadecuadas, menguando la eficacia del organismo197.
Asimismo, se señalaba que el sistema de dirección del INTA era débil, lo cual perjudicaba la
eficacia de las actividades de programación de investigaciones, donde el mencionado informe
encontraba "fallas graves". También se afirmaba que la acción del INTA se había visto restringida
debido a que no se planteó una acción sistemática dirigida a influir en los parámetros básicos
sobre los cuales se decidía la adopción de nuevas tecnologías en el sector agropecuario.
Consecuentemente, el sistema de extensión resultaba, por sí solo, insuficiente para conseguir que
el INTA concretara en "acciones sobre el medio" las potencialidades derivadas de su capacidad de
investigación y generación de conocimientos. Así, la actividad de extensión se percibía como de
efectos limitados (por la falta de una política agropecuaria adecuada) en tanto que la de
investigación aparecía como relativamente autónoma y menos perjudicada por los problemas
196
. Los productores más especializados de otras regiones del país debieron plantearse mayores exigencias de
solidaridad y mayores reclamos al sector público considerando la multiplicidad de problemas que enfrentaban.
197
. Así, por ejemplo, se ha señalado que los cambios de prioridad dentro del INTA entre la agricultura y la
ganadería obedecieron más bien a cambios en el plano político, que en distintos momentos del tiempo privilegiaron
a uno u otro sector (Becerra et al, 1997).
238
del contexto. En este escenario, muchos técnicos se volcaban hacia investigación no tanto por
vocación propia, sino por la pobreza de la alternativa que ofrecía la actividad de extensión.
Más aún, la investigación comenzó a considerarse como "la actividad central y ejemplar del INTA"
y no sólo se constituyó en el modelo "de lo que debía hacerse en el INTA" sino también de "como
debía procederse en general" (subrayados en el original), pese a que el tipo de programas útiles
para organizar el área de investigación resultaban visiblemente inadecuados para otras funciones.
Obschatko y De Janvry (1972), por su parte, señalaban que hasta aquel momento los
esfuerzos de investigación se habían orientado más al desarrollo de tecnologías congruentes
con el ausentismo (mejoras genéticas) que al desarrollo de técnicas que requiriesen cambios
en dicho orden social. Este sesgo, según los autores, surgía a partir del hecho de que el
sistema de investigación se veía orientado naturalmente a la resolución de problemas de los
productores con los cuales tenía mayor contacto (los grandes propietarios de poca dedicación)
ya que eran estos los transmisores de información sobre los problemas del sector. Por otro lado,
se ha señalado que los cultivos industriales y de exportación han sido beneficiados relativamente
a los alimentos básicos en términos de recursos para I&D y extensión (Sonnet et al, 1997).
Más tarde, Obschatko y Del Bello (1986) señalan otros problemas que fueron apareciendo con
el tiempo. Por ejemplo, la degradación de los recursos humanos como consecuencia de las
restricciones presupuestarias. Asimismo, enfatizan la ausencia de políticas agropecuarias, lo cual
llevó al INTA a definir autónomamente y no siempre de forma adecuada sus prioridades 198.
También apuntan a las rigideces normativas y administrativas que dificultaron la transferencia
de tecnología -en particular, por ejemplo, los problemas para percibir ingresos por
comercialización de tecnología o para realizar acuerdos con firmas privadas-. Finalmente,
destacan el problema derivado del hecho de que la I&D del INTA se realizara en estaciones
experimentales y no en los campos de los agricultores, lo cual disminuía la eficiencia del gasto
respectivo.
198
. En este sentido, Sonnet et al (1997) apuntan que no había siempre consistencia entre la asignación de recursos
para investigación y extensión a ciertos productos y la relevancia de estos para el conjunto del sector agropecuario.
239
Asimismo, se han destacado casos en donde por falta de políticas estatales claras el INTA no
tuvo una actuación importante en ciertos procesos de cambio tecnológico. Uno de esos casos
sería el de la tractorización, tema en el cual el Estado falló en asumir un rol activo en la fijación
de normas claras sobre transferencia de tecnología. El INTA, entonces, acompañó con retraso
el proceso de tractorización. Pero este retraso también obedeció a problemas internos. Según
Becerra et al (1997), en el seno del INTA existió un divorcio entre el Departamento de Suelos y
los estudios sobre maquinaria rodante. Así, los primeros trabajos sobre compactación, piso de
arado, etc., que datan de fines de la década de 1960, fueron ignorados por los fabricantes de
maquinaria. En tanto, la tarea de extensión en lo que se refiere a asesoramiento sobre
elección de maquinaria no pudo impedir el proceso de sobremecanización, y los estudios
pioneros sobre consumo y uso eficientes de la maquinaria no pudieron generar efectos más
profundos sobre las políticas destinadas a favorecer la compra de tractores.
En este contexto de problemas internos al propio INTA, no sorprende que haya debates sobre su
verdadero aporte a la significativa transformación tecnológica-productiva del agro argentino en los
años 1960 y 1970. Como se señaló antes, entre los principales hitos tecnológicos de los años
1970 se destacan el surgimiento de híbridos de maíz, sorgo y girasol, la introducción del
germoplasma mexicano en trigo y el desarrollo del cultivo de soja. Entre ellos, el INTA sólo tuvo
participación decisiva en la difusión del germoplasma exótico (en los años 1980 el 60% de la
240
producción de trigo pertenecía a variedades desarrolladas por el INTA) 199. En contraste, la difusión
de los híbridos, a pesar de la labor de investigación básica desarrollada por INTA, fue mérito
esencialmente de criaderos privados y de acciones de investigación adaptativa (Valeiras, 1992).
En relación a este último tema, hay que considerar que en 1960 el INTA lanza un plan nacional
de producción de semillas de forrajeras con apoyo del servicio de extensión. En ese momento,
el INTA buscó asociarse con productores que pudieran adoptar las técnicas de producción de
semillas ya desarrolladas por el INTA. Así, nacen algunos semilleros privados a partir de
cooperativas de productores. Luego, en 1968, considerando las restricciones que tenía el INTA
para producir semilla original por falta de campos, comienza a realizar convenios con
agricultores que inscriben sus propiedades como campos dependientes de las Estaciones
Experimentales del INTA. Así, los híbridos de carácter público llegarán a tener un peso de
entre el 10 y el 20% del total de semilla híbrida de maíz hasta 1975, porcentaje que luego cae
aceleradamente por el crecimiento de los proveedores privados y porque el INTA se vuelca
hacia la investigación básica (Jacobs y Gutiérrez, 1985). Asimismo, como señalan Becerra et
al (1997), progresivamente serán las ET las que aprovecharán las investigaciones realizadas
por el INTA, y comenzarán a dominar el mercado de híbridos, contando tanto con la protección
legal como con las externalidades derivadas de las investigaciones del INTA.
En relación a este predominio privado, hay que destacar que, más allá de la validez de los
argumentos que señalan que las firmas privadas se aprovecharon de las investigaciones
básicas del INTA, aquellas realizaban paralelamente esfuerzos de investigación muchas veces
significativos. Así, por ejemplo, la estructura de investigación de Cargill en la Argentina insumía
aproximadamente un 8% de las ventas de semillas a comienzos de los años 1980, ya que,
más allá de la estructura de I&D de la firma en los EE.UU., era necesario complementar ésta
localmente considerando los requerimientos específicos de la producción en la Argentina200. Al
mismo tiempo, también había productores de semillas privados nacionales, sobre los cuales ya
hablamos previamente, que hacían actividades de I&D (Jacobs y Gutiérrez, 1985).
En este escenario, Barsky y Murmis (1986) concluyen que en la década de 1970 habrá una
preeminencia de la acción privada en materia tecnológica por el peso de los insumos
importados -fundamentalmente agroquímicos- y por la presencia de firmas privadas. Esto no
está desvinculado del hecho de que las tecnologías empleadas en el agro estaban
incorporando crecientemente componentes de origen industrial por aquella época.
199
. Las tareas de mejoramiento de material genético de origen mexicano en trigo, con apoyo del Centro
Internacional de Maíz y Trigo (CIMMYT), comenzaron en 1962. Esta actividad dio origen a nuevas variedades que
permitieron una mayor eficiencia en términos de rendimientos y costos y mayor seguridad de cosecha y
rendimiento. Asimismo, se logró alcanzar niveles internacionales de calidad en trigos (Pizarro y Cascardo, 1991).
200
. Gutiérrez (1991) señala que la industria de semillas es un caso atípico de ET con filiales que tienen un alto
grado de capacitación y autonomía en sus departamentos de I&D, en gran parte por la necesidad de adaptación a
las especificidades de cada medio rural.
241
Pese a los esfuerzos de las sucesivas direcciones del INTA por cambiar esta situación, la
tendencia a la pérdida de importancia del organismo en el plano tecnológico no va a revertirse.
Asimismo, desde 1975 se suma el debilitamiento del aparato de CyT en el agro por razones
político-ideológicas (ver capítulo siguiente). Así, se irá reduciendo la capacidad de intervención del
INTA en la oferta de novedades competitivas para el sector agropecuario (Becerra et al, 1997).
Previamente a la creación del INTI, fueron casi nulas las iniciativas, públicas o privadas,
dirigidas a establecer organismos relacionados con CyT en el área industrial. En 1935 se crea un
organismo en normalización, el Instituto Argentino de Racionalización de Materiales (IRAM), como
asociación civil sin fines de lucro, de carácter privado, al cual en 1938 el Estado le reconocerá su
carácter de organismo centralizador en lo referente a normas. Para su creación, el IRAM se inspiró
en los organismos de normalización que ya existían desde varios años atrás en países como
Alemania, EE.UU., Gran Bretaña o Francia y fue el primero de su tipo en América Latina.
Por otro lado, más allá de la creación en 1949 de la Dirección Nacional de Materias Primas y,
en 1950, de la Dirección Nacional de Industrias, donde funcionaba, con cierta precariedad, un
Instituto Tecnológico, sobre el cual se establecería más tarde el INTI, es notorio el retraso del
país en crear una institución vinculada al desarrollo industrial, cuando en otros países
latinoamericanos que habían avanzado en igual o aún menor medida en su estructura
manufacturera dichos institutos surgieron antes que en la Argentina (son los casos de Brasil -1921
y 1934- y México -1950-). Otra referencia del retraso argentino en este campo -siempre en
comparación con países de "industrialización tardía"- remite al caso de Japón, donde ya en
1900 se había creado un Instituto de Investigación Industrial, que para 1920 contaba con 220
personas. Asimismo, en 1917 se crea el Instituto de Investigación en Física y Química, que
tenía una orientación fuertemente “práctica”. Los fondos de este instituto provenían mitad del
gobierno y mitad del sector privado (Odagiri y Goto, 1993).
El INTI fue establecido en 1957 bajo la órbita del Ministerio de Comercio e Industria como un
organismo descentralizado, característica que conserva hasta hoy en día. En su creación
influyeron fundamentalmente dos factores, uno del lado de la “oferta” y otro del lado de la
“demanda” tecnológica: i) la disponibilidad de profesionales capacitados formados en los
laboratorios de ensayo y certificación de las empresas estatales; ii) el incipiente desarrollo de
la industria manufacturera doméstica, que estaba ingresando a la segunda etapa de la ISI a
través de la expansión en ramas productoras de insumos intermedios, bienes de consumo
durables y bienes de capital.
En sus inicios, el INTI se estructuró en base a dos principios organizativos básicos: i) ayudar y
facilitar la investigación mediante la creación de laboratorios centrales en las ramas principales
de la ciencia aplicada (Química Analítica, Física y Metrología y Ensayos de Materiales); ii)
242
promover la I&D en la industria, mediante la formación de centros de investigación con grupos de
industriales. Asimismo, desde un comienzo estaba previsto que el INTI fuera un lugar de
entrenamiento y formación de personal para la industria (Del Carril, 1964, citado en Valeiras,
1992).
Entre 1957 y 1962 se consolidó la institución a través de algunos hitos básicos: i) obtención de
autarquía financiera merced a la percepción del 0.25% del valor de los créditos otorgados a
empresas industriales por el Banco Industrial de la República Argentina (luego denominado Banco
Nacional de Desarrollo -BANADE-) y por el Banco de la Nación Argentina 201; ii) obtención de un
predio de 30 hectáreas en el Gran Buenos Aires, donde se instalarían la mayor parte de los
centros y laboratorios202; iii) diferenciación del régimen salarial del INTI del vigente en la
Administración Pública; iv) primeras iniciativas para constituir centros de investigación.
La constitución del sistema de centros de investigación fue uno de los rasgos destacados del INTI.
Se preveía que en estos centros, formados preferentemente en base a especialización por ramas
industriales, tuvieran activa participación los empresarios privados, asociándose al INTI en la
dirección y financiamiento de los mismos. Asimismo, se contemplaba la posibilidad de asociación
de institutos universitarios y entes públicos nacionales o provinciales. Si en sus comienzos la
mayoría de los centros se originaba a partir de requerimientos de instituciones estatales, ya a
mediados de los años 1960 se observa una mayor participación de las cámaras empresarias203.
Originalmente los centros se suponían destinados a tener gran apoyo del sector industrial, lo
que implicaba que una vez que alcanzaran un alto grado de autofinanciamiento, del orden del
70%, podrían proceder a independizarse totalmente del INTI (Varotto, 1993). Sin embargo,
veremos que no fue ésta la evolución que tomó el organismo en la práctica.
En la primera consulta a los consejeros del INTI sobre los objetivos y organización de la
institución, algunos de ellos señalaban que la concentración de esfuerzos en ensayos, análisis
y otros servicios de rutina debería desplazarse al sector industrial. Los problemas derivados de
esta concentración en tareas rutinarias serían: i) predominio de mentalidad burocrática; ii)
201
. Desde 1975 se amplió a todos los créditos industriales.
202
. Se trata del llamado Parque Tecnológico Miguelete, que aún hoy concentra la mayor parte de las unidades del
INTI. La denominación de Parque Tecnológico incluía la expectativa de radicación en dicho predio de empresas
públicas y privadas, esperanza que no se concretó en la práctica.
203
. Los primeros centros apuntaban a fortalecer la industrialización de algunos bienes primarios y algunos procesos
metalmecánicos, textiles y alimenticios.
204
. En sus estatutos se mencionan, por ejemplo, los siguientes objetivos: “Realizar investigaciones y estudios con
el fin de mejorar las técnicas de elaboración y proceso de materias primas”...”Estimular a los industriales a emprender
estudios susceptibles de mejorar la producción”...”Mantener una estrecha vinculación con la industria y con los centros
de estudio a fin de apoyar aquellos aspectos de su labor que puedan beneficiar a la industria”. Se plantea, incluso,
que el INTI se convierta en la piedra angular de la política tecnológica global. Entre ambos extremos se mencionan
otras funciones: extensionismo industrial de técnicas ya desarrolladas, desarrollo de técnicas menores, adaptación
de tecnologías, “desarme de paquetes tecnológicos”, capacitación, etc. (Bisang, 1994).
243
aumento del aparato administrativo; iii) descuido de las tareas fundamentales que debería
realizar el instituto, esto es, investigar para la resolución de problemas tecnológicos en el
sector industrial (O. Adot y S. Delpech, citados en Valeiras, 1992).
También se advertía el contraste entre el grado de vinculación del INTA con la dirigencia
agropecuaria frente al muy inferior del INTI con los industriales205 y se hacía notar que la actitud de
los industriales privados ante la cuestión tecnológica era determinante de las posibilidades de
desarrollo de la institución. Así, se señalaba que un grupo de industriales no acude al INTI porque
no le es útil, ya que dependen para su funcionamiento del know how importado; otro conjunto de
empresas, “desconfían... de toda intromisión oficial, si ésta no se traduce en alguna medida de
protección que ampare su producción, buena o mala” (J. Puiggari, citado en Valeiras, 1992)206.
Yendo a los análisis retrospectivos del accionar del INTI en esta etapa, Bisang (1994) observa
que el concepto de tecnología implícito en la formulación de objetivos y tareas para el INTI
parecía girar en torno a la resolución de problemas ingenieriles en algunos campos
específicos; asimismo, tenía una fuerte relación con la necesidad de asistir al sector productivo
en la provisión de servicios concretos. Menor o nula relevancia tuvieron aspectos tales como
métodos de gestión y dirección empresarias, capacitación de mano de obra como conducto de
difusión de tecnología, estrategias y técnicas de comercialización, etc.
Por otro lado, se ha señalado que, entre los principales organismos del complejo de CyT, el
INTI fue el más débil en cuanto a estrategia formativa de recursos humanos de investigación,
ya que no logró incidir en las políticas de posgrado ni impulsó la actualización de la enseñanza
de la ingeniería, vinculando docencia con investigación. Tampoco tuvo capacidad de llenar el
vacío existente en materia de aspectos tecno-económicos vinculados al sector industrial.
Asimismo, no logró generar capacidad de investigación en economía industrial o de la
innovación, en contraste con el INTA, el cual fomentó la economía agraria desde los años
1960 formando grupos de investigadores a nivel de doctorado (Oteiza, 1992).
El mismo autor afirma que el INTI no pudo apoyar su proyecto en ninguna tradición nacional
importante en materia de I&D tecnológico para el sector industrial, ya que no aquella no
existía. Por otro lado, se careció de una estrategia para superar esta deficiencia, ya que su
conducción estuvo en manos de personas que provenían de las cátedras de ensayo de
205
. En efecto, aún considerando los reparos antes mencionados en relación a la actuación del INTA, hay consenso
en la mayor efectividad de éste vis a vis el INTI. Sin pretender ahondar ahora en el tema, detrás de estas
diferencias parecen jugar varios factores: mayor cantidad de recursos monetarios y humanos asignados al INTA;
mejor vinculación con sus usuarios naturales -y paralelamente un mayor interés de los productores agropecuarios
por incorporar avances técnicos-; adopción de un modelo -similar al estadounidense- que enfatiza la investigación
aplicada y la extensión; menor grado de apropiabilidad privada, y consecuentemente la posibilidad de generar
mayores externalidades -al menos en el contexto del viejo paradigma tecnológico-, de las innovaciones en el agro.
206
. Es interesante señalar que a comienzos de los años 1970 se desmantela el Centro de Investigación de Métodos
y Técnicas para Pequeñas y Medianas Empresas (CIME), que había venido trabajando en las áreas de capacitación de
PyMEs, asesoramiento en gestión y promoción de servicios del INTI, campos que justamente permitirían mejorar la
vinculación con los productores industriales, tal como se sugería en los diagnósticos recién mencionados.
244
materiales de las escuelas de Ingeniería Civil y de los laboratorios de empresas y servicios
públicos en las que también se hacían fundamentalmente ensayos de materiales y control de
calidad (Oteiza, 1992). En este contexto, no es sorprendente su orientación hacia servicios
rutinarios.
Si bien durante el período 1973-1976 se buscó redefinir el perfil de actuación del INTI (a través de
la reducción de la importancia de los servicios de rutina, la colaboración con empresas, entidades
y emprendimientos estatales, el mayor acercamiento a las necesidades de las PyMEs, la
regionalización de las actividades del instituto, etc.) y se asumieron las funciones otorgadas al
Instituto referentes al ingreso de tecnología del exterior, durante el período militar de 1976-1983 se
retornó en algún sentido al sendero anterior, priorizándose los servicios técnicos y cumpliendo un
rol meramente registral en lo referente a transferencia de tecnología extranjera (Valeiras, 1992).
Resumiendo lo expuesto en esta sección, está claro que la incidencia del INTI en la dinámica
tecnológica del sector manufacturero fue limitada. Vale resaltar en este sentido, por ejemplo,
que en los dos casos reseñados más arriba en donde hubo un significativo proceso de
aprendizaje tecnológico en el medio industrial -farmacéutica y electrónica- el papel del INTI fue
más bien escaso o casi nulo. Si en parte esto fue producto de las características del proceso
de industrialización argentino -y en particular de la escasa propensión a realizar actividades
innovativas por parte de las firmas manufactureras-, también hay que considerar las propias
deficiencias y limitaciones del INTI, que no le permitieron convertirse en un interlocutor
apropiado para el núcleo de firmas que en aquel período intentaron avanzar en un proceso de
construcción de capacidades tecnológicas endógenas.
En definitiva, el INTI no jugó un papel relevante en la historia industrial del país, lo cual fue
producto tanto de las propias características del proceso de industrialización argentino, como
de factores internos a la propia institución. En cualquier caso, una buena prueba de nuestra
afirmación es que dos expertos en el tema han escrito un excelente resumen de la evolución
del sector manufacturero doméstico, prestando gran atención a cuestiones tecnológicas, sin
siquiera mencionar una sola vez al INTI (Katz y Kosacoff, 1989).
No es arriesgado afirmar que en ningún otro campo la Argentina avanzó tanto en materia
tecnológica como en el de la energía nuclear. Para Bisang (1994) es “uno de los
emprendimientos tecnológicos de mayor envergadura y solidez técnica encarado por la
Argentina ... Por su dinamismo tecnológico y su articulación productiva se convirtió rápidamente en
un conjunto de emprendimientos productivos que conforman un círculo virtuoso de avance en el
campo de la ciencia, la técnica y finalmente la producción”, configurando el más cercano ejemplo
real de lo que luego se llamó el 'triángulo de Sábato'”.
245
Además de intentar averiguar las causas de esta “anomalía” exitosa en un territorio bastante
desolado en el plano científico-tecnológico, cabe preguntarse en qué medida hubo una
generación significativa de externalidades para el resto de la sociedad a partir de dicho éxito.
Con relación a la primer cuestión, parece imposible escindir el éxito de la CNEA en el plano
tecnológico, de su origen y evolución como proyecto que, en esencia, se vinculaba con
objetivos militares y estratégicos. En este sentido, hay que recordar que la energía nuclear
comienza su desarrollo en el país en 1949 con la Planta de Altas Temperaturas, en Bariloche.
Un año más tarde se crea el Centro Nacional de Radiación Atómica (con los experimentos
secretos y finalmente fracasados del Dr. Richter en la isla Huemul). Luego, en 1951 se crean la
Planta Nacional de la Energía Atómica, el Laboratorio Nacional de Energía Atómica y la
Dirección Nacional de Energía Atómica.
En cuanto a la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), había sido creada en 1950 pero es
recién en 1952 cuando asume el rol de entidad de investigación y desarrollo, para finalmente
encontrar su marco legal definitivo a partir del decreto ley 22498 de 1956, el cual le otorga
carácter de ente autárquico. Ya en 1955 la CNEA contaba con cerca de 250 científicos y 300
técnicos.
Desde sus orígenes, la CNEA estuvo vinculada a la Marina; desde 1952 hasta 1983 tuvo sólo
cuatro presidentes, y todos ellos pertenecieron a dicha arma (entre 1956 y 1973 estuvo
dirigida, salvo en el intervalo 1958-1960, por el capitán de navío y físico Oscar Quillihalt). De
aquí surgen tres cuestiones centrales para explicar los logros de la CNEA: i) la gran estabilidad
de la institución en un contexto de fuertes cambios políticos a lo largo de todo este período
(entre dichos años hubo 16 presidentes de la Nación); ii) la estrecha vinculación con los
intereses militares; iii) el acceso prácticamente ilimitado a los fondos públicos.
Por otro lado, como señala Adler (1987), la CNEA tuvo un gran consenso social puesto que era
del agrado tanto de peronistas como no-peronistas, así como de la izquierda y la derecha
política del país. Mientras las elites políticas y militares toleraban la ideología
“antidependentista” de una gran cantidad de los investigadores de la CNEA por razones
estratégicas, energéticas y/o de prestigio -considerando, obviamente, que esa ideología había
logrado resultados prácticos concretos-, la izquierda apoyaba a la CNEA porque corporizaba la
idea de que era posible reducir la dependencia externa.
También es necesario tener en cuenta que desde sus inicios, la CNEA incluyó entre sus filas a
investigadores que en muchos casos estaban en oposición al “academicismo” que reinaba en
aquellos momentos en la Universidad, y apuntaban, en cambio, a la investigación aplicada y
experimental (Valeiras, 1992). En este sentido, no puede obviarse la presencia de varias figuras
del movimiento "antidependentista”, y notoriamente de J. A. Sábato, quien contribuyó
decisivamente a impulsar la persecución de una estrategia tecnológica autónoma dentro de la
CNEA.
Esto nos conecta con el segundo tema: ¿en qué medida la CNEA logró “derramar” hacia el resto
de la sociedad, y en particular hacia el sector productivo, sus logros tecnológicos? El primer paso
relevante en relación con este tema se da con la creación del Laboratorio (luego convertido en
Departamento) de Metalurgia, dentro de la CNEA, en 1955. Aunque en el país ya había una
246
industria metalúrgica liviana y semipesada, no existían carreras de ingeniería metalúrgica, ni
investigación organizada y moderna en ningún laboratorio estatal, universitario o privado en
dicha área. Pese a este panorama en principio adverso, los investigadores de la CNEA
convencieron a las autoridades del organismo de que, en lugar de establecer un laboratorio
dedicado a investigar problemas específicos de los combustibles nucleares, era preferible
crear un laboratorio de investigaciones metalúrgicas, que pudiera resolver los problemas
nucleares pero también con capacidad de tratar problemas más generales.
Fue sobre la base de este Laboratorio que la Argentina pudo construir íntegramente su primer
reactor nuclear de investigaciones en el país en 1958, un hito tecnológico pionero para un país
en desarrollo en aquel momento. El éxito de esta iniciativa no se limitó a la construcción
efectiva del reactor, sino que permitió incluso realizar la primera exportación de tecnología
nuclear, hecho inédito hasta aquella fecha en todo el mundo en desarrollo (Adler, 1987).
Esta fue la primera de una serie de logros de la CNEA, que incluyen la realización del estudio de
factibilidad para la instalación de la primer central nucleoeléctrica del país, la producción de
radioisótopos, el dominio de la tecnología de enriquecimiento de uranio, el desarrollo de la
tecnología de fabricación de las vainas de los elementos combustibles así como para la
producción de agua pesada, la puesta en marcha de un acelerador electrostático de iones
pesados, etc.. Otro logro destacado por Adler (1987) es que una de las minas de uranio es
manejada por una firma privada a partir de un proyecto concebido íntegramente en la
Argentina y en el cual se emplea tecnología local, habiendo sido el primero de su tipo fuera del
mundo desarrollado.
El desarrollo de una capacidad local en el área metalúrgica permitió, por otro lado, realizar
tareas de enseñanza y capacitación de las cuales participaron no sólo investigadores del
sector público, sino también personal de firmas privadas. Asimismo, estimuló el surgimiento de
diversas instituciones donde comenzó a realizarse investigación y docencia en dicha área.
En este sentido, si bien la CNEA hizo un esfuerzo notable en materia de formación de recursos
humanos, incluyendo la creación del Instituto Balseiro, donde se dicta la carrera de ingeniería
nuclear, Oteiza (1992) remarca que si bien dicho instituto ha funcionado como un centro de
excelencia, en los países desarrollados las instituciones vinculadas al área nuclear
implementaron programas similares pero realizando convenios con universidades ya
existentes, con la ventaja de fortalecer a éstas para beneficio general de la sociedad.
247
Entre 1961 y 1971 el SATI recibió 450 consultas, de las cuales 280 fueron sin cargo (eran
básicamente pedidos de información) y 170 condujeron a trabajos con pago de aranceles (la
mitad de estos fueron encargados por empresas grandes). En tanto, el 80% de los trabajos
realizados fueron de mediana y gran complejidad, aunque eran minoritarios los trabajos
calificados como "de desarrollo". Mientras que las empresas privadas extranjeras solicitaban
pocos trabajos de gran complejidad (y se concentraban en análisis de fallas y control de calidad no
rutinario), las estatales casi no requerían trabajos de baja complejidad (en principio, porque
contaban con laboratorios propios). De hecho, casi todas las consultas que posibilitaron la
realización de desarrollos tecnológicos o que se tradujeron en la obtención de nuevos productos,
provinieron de firmas o entes estatales (Altos Hornos Zapla, Ministerio de Marina, etc).
Por su parte, las empresas de capital nacional privado -las vinculaciones con este grupo de
firmas eran promovidas por distintas vías por parte del SATI- solicitaban mayormente trabajos
de menor complejidad, aunque también demandaban activamente trabajos de desarrollo, aún
aquellas de tamaño pequeño (Aráoz y Martinez Vidal, 1974).
De los trabajos de desarrollo realizados en dicho período, sólo 12% habían llegado a escala de
fábrica, un 42% alcanzó la etapa de planta piloto y otro 46% se interrumpió en la escala de
laboratorio. La explicación que se esgrime con relación a estas proporciones se basa en las
dificultades prácticas operativas surgidas de la resistencia al cambio tecnológico por parte del
personal de producción de las firmas que se vinculaban con el SATI. Ya que superar dichas
resistencias implicaba esfuerzos desproporcionados por parte del SATI, se optó por capacitar al
personal de las propias firmas para que se encargue de dicha etapa (Aráoz y Martinez Vidal, 1974).
El informe que venimos comentando respecto de las actividades del SATI destaca que “se ha
conseguido motivar al personal, el que exhibe una fuerte inclinación para poner su actividad
científica al servicio de la sociedad ... Esto lo ha llevado a interesarse por problemas aplicados,
en solución de compromiso con la producción de resultados en investigación fundamental,
presentados a revistas científicas internacionales de alto nivel” (p. 81). Sin embargo, también
apunta que en muchos casos la relación entre los miembros del SATI y los del Laboratorio de
Metalurgia era compleja, ya que la posición de los científicos, en muchas ocasiones, era la de
subestimar el problema “nimio” que el SATI le sometía.
El SATI, por otro lado, también trabajaba para la propia CNEA, en particular a partir de 1965,
cuando se decide hacer el estudio de factibilidad para la construcción de la primera central
nuclear del país (Atucha). De hecho, ya a comienzos de los años 1970, más del 60% del
trabajo del SATI se destinaba a cubrir actividades propias de la CNEA.
248
Una parte importante del trabajo del SATI en relación con la construcción de Atucha fue
maximizar la participación de la industria local. Si bien el contrato de Atucha fue formalmente
de tipo "llave en mano", se incorporó la modalidad de “paquete abierto”, sobre la base de un
contrato que reglaba las características de los suministros y prestaciones de origen argentino,
unida a una sistemática prospección de las posibilidades de los fabricantes locales, los cuales
recibieron asistencia técnica de los investigadores de la CNEA. Esto obligó a la CNEA a
introducirse en el estudio de modernas técnicas de fabricación, diseño y evaluación de seguridad
de componentes electromecánicos, dando lugar a diversos grupos de I&D (Valeiras, 1992).
Es interesante destacar que no sólo se hicieron estudios de factibilidad técnica, sino también un
cálculo del sobrecosto por la participación de firmas locales. Así, se estimó que dicho sobrecosto
implicó una protección promedio del 23,8%. La participación nacional en Atucha alcanzó al 40% de
la obra, con un 90% de presencia en la obra civil y un 12% en los suministros electromecánicos
(Aráoz y Martinez Vidal, 1974). Este intento de maximizar la participación de los proveedores
locales no redundó, aparentemente, en un perjuicio de la eficiencia operativa de Atucha; en 1981
un survey de las estaciones nucleares instaladas en los países capitalistas encontró que Atucha
era la tercera en términos de eficiencia a nivel mundial (Aráoz y Martinez Vidal, 1974).
Para la construcción de la segunda central nuclear (Embalse), la CNEA debió actuar, debido a
circunstancias técnicas y económicas que obligaron a modificar los contratos primitivos, como
subcontratista principal de la firma canadiense que había ganado la licitación para su
construcción. Así, la CNEA participó del montaje de las instalaciones electromecánicas y
eléctricas en los edificios del reactor y de servicios. La participación de los productores locales
en Embalse llegó al 58% de la obra.
Para la tercer central (Atucha II) -que nunca llegó a construirse por problemas presupuestarios- se
desecha la modalidad de contratos llave en mano y se autoriza un llamado a licitación para la
provisión de equipos para la central y para constituir una empresa argentina de ingeniería, que
actuaría como "arquitecto industrial" en la ejecución del proyecto. Así, en 1980 se crea Empresa
Nuclear Argentina de Centrales Eléctricas (ENACE), con un 75% de participación de CNEA y 25%
de la firma alemana KWU -cuyo porcentaje accionario iba a decrecer en el tiempo- (Valeiras,
1992). Se preveía que la participación local en Atucha II llegaría al 65% del valor de la obra.
La CNEA también estableció otras vínculos con entidades públicas y privadas a través de la
creación de empresas conjuntas basadas en el anticipo de demandas o mercados potenciales en
los cuales era posible aprovechar o transferir tecnologías previamente desarrolladas o adquiridas
por la CNEA. Son los casos de INVAP, empresa dedicada a la tecnología de enriquecimiento de
uranio creada en 1976 en asociación con el gobierno de la provincia de Río Negro; Nuclear
Mendoza, establecida en 1977 en asociación con la provincia de Mendoza y vinculada con el área
de minerales nucleares y CONUAR, creada en 1981 en asociación con la firma privada nacional
Pecom Nuclear y dedicada a la producción de combustibles para las centrales nucleares. Con
respecto a estas empresas, Oteiza (1992) señala que hay dudas no respecto de las bases
tecnológicas de las mismas, sino en relación a los análisis tecno-económicos sobre los cuales
se basó su creación, así como sobre la necesidad de haber evaluado desarrollos alternativos.
Esta observación nos permite formular un interrogante de carácter más general. El "proyecto
CNEA" fue ciertamente exitoso desde el punto de vista tecnológico, pero cabe la duda
249
respecto de cuanto se beneficiaron la sociedad y el aparato productivo local a partir de dicho
éxito. Por un lado, para su desarrollo se destinaron una enorme cantidad de fondos que
obviamente podrían haber tenido otros destinos, incluso dentro de la propia área de CyT, sin
que, hasta donde sepamos, haya habido ningún tipo de evaluación sobre distintas alternativas
de asignación de dichos recursos. Por otro, los estudios disponibles muestran que si bien la
antes referida afirmación de Bisang (1994) respecto de que la CNEA es el ejemplo real más
cercano al "triángulo de Sábato" en la Argentina, la comparación se hace contra otras
instituciones que no se destacaron por su éxito en la vinculación con el mundo productivo sino
más bien por su debilidad en ese plano (CONICET, INTI). En otras palabras, la evidencia
disponible no permite avalar la idea de una CNEA que generó consistentemente
externalidades tecnológicas para el aparato productivo, y la duda planteada por Oteiza en el
párrafo anterior también habilita a plantear el interrogante respecto de la viabilidad económica
de los emprendimientos productivos propios del organismo. En suma, creemos que es posible
plantear fundadas inquietudes respecto de la contribución efectiva de la CNEA como parte de
un SNI que debería haber sido un factor esencial para fortalecer el proceso de industrialización
del país, más aún considerando, insistimos, que el organismo recibió enormes cantidades de
recursos del erario público durante toda la etapa bajo análisis.
En 1935, por ejemplo, YPF inaugura el que por entonces era el más importante laboratorio
dentro del sector público, para luego, en 1942, crear un Directorio de Investigaciones. Al
mismo tiempo, la empresa fue dejando de lado la vinculación que había generado con la UBA,
según habíamos mencionado en el capítulo anterior.
De todos modos, hay dudas sobre la efectividad de estos laboratorios más allá de lo que hace
a las tareas de realización de ensayos y control de calidad. Por ejemplo, Di Benedetto y
Herrera (1992) señalan que los laboratorios del Estado en el campo de las telecomunicaciones
funcionaron casi en el vacío y no alcanzaron nunca una escala que los hiciera útiles;
asimismo, la capacidad de compra de ENTEL nunca integró un circuito concebido y
administrado como para lograr un proceso acumulativo de capacidades domésticas de
innovación tecnológica, ya que la firma estaba sometida a los deseos de las empresas
productoras de equipamiento instaladas en el país. Ni siquiera parecen haberse cumplido
fielmente los mecanismos de transferencia de tecnología (capacitación de personal y uso de
licencias por parte de terceros fabricantes) establecidos en los contratos de compra de equipos.
Según Oteiza (1992), el panorama fue similar en casi todas las empresas públicas, aunque
con situaciones desiguales. Ferrocarriles Argentinos sería el caso más deficiente, seguido de
SEGBA -aunque J. A. Sábato (1975) destacaba el programa de I&D llevado adelante en
250
SEGBA, que había logrado avances significativos desde 1971 cuando se puso en marcha-, en
tanto YPF y Gas del Estado habrían tenido un mayor éxito en sus tareas en este plano.
En tanto, son contados los ejemplos de instituciones de CyT creadas a nivel provincial en esta
etapa. En 1958 se instala la Comisión de Investigaciones Científicas (CIC), que es algo así
como el equivalente del CONICET en la provincia de Buenos Aires. También vale mencionar el
caso del Laboratorio de Ensayo de Materiales y de Investigaciones Tecnológicas (LEMIT),
creado en 1945 en la provincia de Buenos Aires.
En este período la Argentina continúa con un significativo esfuerzo destinado a mejorar el nivel
educativo de su población. La tasa de analfabetismo se reduce a niveles comparables a los de
los países más avanzados y se produce un aumento importante de los indicadores de
escolaridad (cuadro III-56). Ya en 1947 el porcentaje de población en edad de trabajar que
había asistido a la escuela primaria (completando o no todo el ciclo), llegaba a casi el 80%
(cuadro III-57). La educación secundaria también cobra impulso, en particular a partir de los años
1950. Para 1970 el porcentaje de población trabajadora sin educación era cercano al 5%.
Cuadro III-56
Evolución de los índices de escolaridad. 1960-1980 (porcentaje por edades)
Primaria Secundaria Superior
1960 98 27 11
1970 105 45 15
1980 106 56 22
Fuente: Veganzones (1997).
Cuadro III-57
Población por nivel de educación (de 15 a 64 años). 1930-1980 (porcentaje)
Sin educación Primaria Secundaria Superior Total
1930 22,0 69,0 8,0 0,7 100
1947 13,6 77,4 7,8 1,2 100
1960 9,5 71,0 16,0 3,5 100
1970 5,7 69,0 20,5 4,7 100
1980 2,9 65,0 25,1 7,1 100
Fuente: Veganzones (1997).
De todos modos, pese al progresivo aumento del número de años de estudio de su población
(cuadro III-58), la Argentina seguirá mostrándose retrasada en dicho plano vis a vis los países
más avanzados a lo largo de todo este período (cuadros III-59 y III-60).
Cuadro III-58
Promedio de años de estudio de la población. 1930-1980
1930 3,8
1950 4,9
1960 5,6
1970 6,3
1980 7,4
Fuente: Veganzones (1997).
Cuadro III-59
Comparación internacional de los años equivalentes de educación por persona (entre 16 y 64 años). 1950-1973
1950 1973
EE.UU. 11,27 14,58
251
Japón 9,11 12,09
Bélgica 9,83 11,99
Francia 9,58 11,69
Reino Unido 10,84 11,66
Alemania 10,40 11,55
Suecia 9,50 10,44
Holanda 8,12 10,27
Chile 5,47 7,98
Italia 5,49 7,62
Taiwan 3,62 7,35
Argentina 4,80 7,04
Corea 3,36 6,82
España 5,13 6,29
México 2,60 5,22
Colombia 2,66 4,91
Portugal 2,53 4,62
Venezuela 2,21 4,41
Brasil 2,05 3,77
India 1,35 2,60
Fuente: Maddison (1995).
Al mismo tiempo, si bien las cifras son significativamente distintas según las fuentes
consultadas, la Argentina, al menos hasta los años 1970, aparece igual o incluso mejor que
naciones como España, Italia, Taiwan o Corea, y ciertamente muy por encima de los países
latinoamericanos -excepto Chile- (ver también cuadros III-61 y III-62). Lo interesante es que
varias de dichas naciones van a tener un desempeño superior al de la Argentina durante este
período. En otras palabras, la Argentina parecía estar situada en una posición de privilegio, al
menos dentro del grupo de países en desarrollo, en términos del nivel educativo de su
población. La pregunta, entonces, es porqué, pese a la posesión de este valioso activo, el país
tuvo una performance económica, y tecnológica, relativamente pobre.
En el capítulo anterior se señalaban dos grandes problemas en cuanto a la evolución del sistema
educativo: i) la falta de estímulo a los estudios técnicos en el nivel secundario; ii) la orientación de
la matrícula universitaria hacia profesiones “liberales”. Cabe preguntarse, entonces, si estos
dos factores -que son parte del fenómeno más general de "desvinculación" del sistema
educativo en relación con el mundo de la producción- siguieron pesando durante la etapa de la
ISI.
Cuadro III-60
Comparación internacional del promedio de años de estudio de la población. 1950-1980
1950 1980
EE.UU. 9,5 12,6
Canadá 11,7
Australia 11,1
Alemania 8,5 10,4
Japón 8,1 9,8
Taiwan 3,4 8,6
Chile 4,9 8,1
Corea 3,1 8,0
Grecia 7,9
Argentina 4,6 7,4
España 6,2
Francia 8,2 6,2
Brasil 1,8 5,6
Portugal 4,5
México 2,3 4,5
Reino Unido 9,4
252
Italia
Fuente: Veganzones (1997).
Cuadro III-61
Tasas de enrolamiento comparativas. 1965
Primaria Secundaria Terciaria
Argentina 101 28 14
Brasil 108 16 2
Chile 124 34 6
México 92 17 4
Corea 101 35 6
Singapur 105 45 10
Hong Kong 103 29 5
Fuente: Jaspersen et al (1994).
Cuadro III-62
Composición de la fuerza de trabajo por máximo nivel educacional alcanzado. 1950-1970
Argentina Brasil Chile Colombia México Perú Venezuela
1950
Analfabetos 14,4 48,3 a) 37,7 a) s.d. a)
Primaria 76,9 44 77,4 54,8 93,5 s.d. 89,7
Secundaria 7,5 6,6 20,2 5,4 4,4 s.d. 8,1
Universidad 1,2 1,1 2,3 1,1 2,1 s.d. 2,2
1960
Analfabetos 10,5 41,5 a) 27,1 a) 33 47,8
Primaria 71,6 50,5 75,1 63,7 92 52,6 43,9
Secundaria 14,7 6,8 22,3 6,1 5,7 11,2 6,5
Universidad 3,2 1,2 2,6 0,8 2,3 2,3 1,8
1970
Analfabetos 5 28,3 8,3 s.d. a) 24,2 20,2
Primaria 69,1 58,1 52,2 s.d. 83,4 52,7 55,6
Secundaria 20,6 11,7 31,5 s.d. 13,9 17,8 17
Universidad 5,6 1,9 3,3 s.d. 2,7 5,3 3,5
Fuente: Elías (1992).
a): incluidos en educación primaria.
Según la CEPAL, dicho problema había venido siendo resuelto vía inmigración -en ese
sentido, citaba datos del censo de 1947, que revelaban que el 30% del personal calificado en
la industria, la energía, el transporte y otros servicios básicos era extranjero, proporción que
era aún mayor en las categorías profesionales más altas-, pero no parecía que fuera a resolverse
por la misma vía en el futuro (esto fue efectivamente así considerando que el grueso de la
inmigración a partir de los años 1950 provendrá de países limítrofes y estará compuesta por
trabajadores de bajo nivel de educación y con escasas o nulas calificaciones profesionales).
253
En 1956 había un déficit de 8% en la oferta de obreros calificados (los cuales representaban
un 28% del total de fuerza de trabajo obrera). Ese déficit era mayor en los sectores más
modernos de la industria y en particular en el complejo metalmecánico (automotriz,
maquinarias, industrias metálicas). Por otro lado, se afirmaba que la calidad de esta fuerza de
trabajo calificada era apenas “regular” (CEPAL, 1958).
Más allá de algunos otros factores, como la pequeña diferencia de remuneración vis a vis el
personal no calificado, la CEPAL diagnosticaba que la causa fundamental de esta escasez de
mano de obra calificada era la inadecuación del régimen de capacitación laboral, considerando
que el sistema de aprendizaje en las empresas, instaurado legalmente en 1944, había venido
perdiendo peso -en los años 1960 había apenas una docena de empresas importantes que
mantenían escuelas propias-, y las escuelas técnicas o cursos oficiales complementarios del
aprendizaje profesional todavía no alcanzaban a compensar esa disminución.
No deja de resultar interesante señalar que mientras la CEPAL realizaba este diagnóstico, el
sistema educativo parecía marchar a contramano de sus recomendaciones, e incluso
revirtiendo algunas tendencias positivas que había mostrado en el primer período de la ISI,
pese a algunos avances “formales”, tales como la creación del Consejo Nacional de Educación
Técnica (CONET) en 1959, como sucesor de Dirección Nacional de Enseñanza Técnica y de la
ex-Comisión Nacional de Aprendizaje y Orientación Profesional.
254
y alumno parecía haber una discriminación en contra de las escuelas comerciales y,
particularmente, de las profesionales, lo cual seguramente limitaba la eficiencia de ese tipo de
educación. Incluso el presupuesto por establecimiento de las escuelas normales era
sensiblemente superior al de las industriales, cuando el sentido común dicta que la situación
debería ser la inversa207.
En la primera mitad de los años 1940 la tendencia al impulso de las escuelas industriales
parece haber continuado. En efecto, entre 1938 y 1946 -tomando datos de las escuelas de
jurisdicción nacional- el número de alumnos crece en mayor medida en las escuelas técnicas
-119%-, seguidas de las comerciales -102%- (ITDT, 1962).
A comienzos de los años 1960, el trabajo del ITDT (1962) repetirá esencialmente el mismo
diagnóstico que la CEPAL, señalando que los problemas de escasez o falta de capacitación
de la mano de obra se presentaban en las categorías de ejecutivos y empresarios, técnicos y
personal científico y universitario, administradores y obreros con ciertas calificaciones. Los
datos disponibles para 1960 van a mostrar, asimismo, un muy bajo nivel educativo en la
207
. En efecto, el presupuesto por establecimiento, tomando al total de unidades educativas como base 100, era de
130 en las escuelas normales, 112 en las industriales y 108 en el bachillerato, contra 99 y 39 en las comerciales y
profesionales. Al mismo tiempo, el presupuesto por alumno, siempre tomando como base 100 al universo de
escuelas, era de 139 en las escuelas industriales, 123 en las normales y 106 en el bachillerato, pero sólo de 97 y 36
en las comerciales y profesionales (datos para 1939 extraídos de Vázquez Presedo, 1971).
255
categoría laboral “gerentes y administradores”, ya que sólo el 4,7% de los mismos eran graduados
universitarios, un 7,3% había realizado estudios universitarios sin obtener el título respectivo y
otro 13% tenía educación secundaria completa.
En tanto, el trabajo del ITDT analizaba la distribución por carrera de los egresados
universitarios, confirmando que la desigual distribución del período agroexportador antes
comentada, se mantuvo, aunque algo atenuada, durante la ISI. Entre 1931 y 1960 el 25% de
los diplomas expedidos por las universidades argentinas correspondió a medicina y carreras
afines208, y el 19% a las especialidades vinculadas al derecho (contra el 30 y el 29% del
período 1900/1930). La tercera carrera más numerosa era ingeniería (15% de los graduados,
contra 11% del período anterior), seguida de farmacia y bioquímica (9,7%), odontología (8,8%)
y administración, contabilidad y economía (8%) -cuadro III-64-. Si consideramos a las llamadas
profesiones “liberales”, tenemos que participaban, en una estimación de mínima, con un 55% de
los egresados entre 1931 y 1960 (incluyendo medicina, abogacía, odontología y arquitectura); sin
embargo, esta cifra es seguramente mayor considerando que el grueso de los graduados en
farmacia y bioquímica corresponde a personas que se dedicaron a manejar farmacias y que una
parte también muy significativa del grupo administradores y contadores corresponde a personas
que abrieron sus propios estudios para atender clientes por asuntos impositivos básicamente.
Véanse también los datos del cuadro III-65, donde se comprueba que entre 1930 y 1960 las
profesiones con mayor crecimiento habían sido las de contadores y arquitectos, mientras se
mantenía largamente el predominio cuantitativo de médicos y abogados en relación con las
otras profesiones universitarias. En tanto, el grupo de matemáticas, ciencias biológicas, física y
química sólo produjo el 3% de los egresados en este período (contra el 1% del período previo).
Dentro de los análisis dedicados al tema durante estos años, se destaca el de Oteiza (1965),
por presentar una evidencia parcialmente contradictoria con los argumentos hasta ahora
mencionados -al menos en lo que hace a educación universitaria-. En efecto, el autor apunta
que la Argentina no estaba demasiado atrás en términos del número de ingenieros en relación
con la población en 1959 -de hecho, tenía una cifra superior a la de Italia, Bélgica o EE.UU.-
(cuadro III-66). El país tampoco aparecía retrasado si se consideraban los ingenieros
ocupados sobre el total del empleo industrial (cuadro III-67).
Cuadro III-64
Cantidad de diplomas expedidos por todas las universidades argentinas. 1901/1960
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 Total
1931/1960 30411 11882 10782 23268 9733 6177 3989 18535 3078 4438 122293
% 24,9 9,7 8,8 19,0 8,0 5,1 3,3 15,2 2,5 3,6 100
Fuente: ITDT (1962).
1: Medicina. 2: Farmacia y bioquímica.
3: Odontología. 4: Derecho.
5: Administración, contadores, economía. 6: Filosofía, educación, ciencias políticas.
7: Matemát., cienc. natur., biología, física, química. 8: Ingeniería.
9: Arquitectura. 10: Agronomía y veterinaria.
Cuadro III-65
Argentina. Cantidad de profesionales por cada 10 mil habitantes. 1930-1960
Médicos Abogados Contadores Ingenieros Ingenieros agrónomos Arquitectos
1930 5,77 4,97 0,84 1,86 0,39 0,34
208
. Según Cereijido (1990), había en los años 1950 más estudiantes en la facultad de medicina de la Universidad
de Buenos Aires que en las 75 escuelas de medicina que existían en aquel momento en los Estados Unidos.
256
1935 7,1 4,61 1,05 2,15 0,44 0,49
1940 8,35 5,4 1,39 2,68 0,59 0,65
1945 9,5 6,41 1,9 3,41 0,87 0,75
1950 10,63 6,99 2,45 4,32 1,11 0,9
1955 11,8 7,53 3,29 5,32 1,33 1,1
1960 13,54 8,59 4,31 7,28 1,48 1,54
1960/1930 2,3 1,7 5,1 3,9 3,8 4,5
Fuente: Oteiza (1965).
Cuadro III-66
Porcentaje de graduados en ingeniería sobre total de graduados universitarios. 1959
Austria 44 Yugoslavia 13
Dinamarca 30 Suiza 13
Noruega 27 Canadá 13
Francia 20 Argentina 12
Países Bajos 17 Irlanda 12
Alemania Federal 17 Bélgica 12
Suecia 15 Italia 12
Reino Unido 14 EE.UU. 10
España 13 Grecia 5
Fuente: Oteiza (1965).
Oteiza comprobaba también que los ingenieros no ocupaban posiciones inferiores a su nivel
en las firmas en las que actuaban. Sin embargo, reconocía que dado que en la Argentina, por
aquella época, el 24% de los dirigentes empresarios sólo había completado su educación
primaria y otro 42% sólo tenía nivel secundario, consecuentemente un ingeniero tenía grandes
posibilidades de trabajar bajo el mando de una persona con menor nivel de educación (lo cual
podría haber producido “insatisfacción ocupacional”).
Cuadro III-67
Porcentaje de ingenieros ocupados en la industria sobre total de ocupación industrial
Francia 1,1
Canadá 1
Noruega 0,7
Austria 0,6
Bélgica 0,5
Dinamarca 0,5
Argentina 0,4
Grecia 0,4
Suecia 0,4
Italia 0,3
Países Bajos 0,3
Fuente: Oteiza (1965).
257
en dicho ámbito, como por las mejores perspectivas profesionales y económicas que existían en
otros países (Oteiza, 1971)209.
Estos datos parecerían señalar que no había un déficit de oferta de ingenieros -por el
contrario, Oteiza afirmaba que la industria hacía un uso “tímido” de los recursos existentes en
ese campo- y tampoco avalarían la idea de que existían problemas con la calidad de la
enseñanza, ya que ello no sería compatible con el hecho de que el personal calificado en la
Argentina consiguiera ocupación en otros países.
Considerando el contraste entre las afirmaciones de Oteiza y los hallazgos de los estudios
antes mencionados -y también de otros que veremos enseguida-, cabe preguntarse cómo es
posible conciliar ambas evidencias, o si ello no es factible, discernir de qué lado está la razón
respecto del diagnóstico sobre el sistema educativo argentino en estos años.
Con relación al argumento del brain drain, el mismo en realidad no es totalmente contradictorio
con el planteo de que había deficiencias cualitativas en la formación de ingenieros en el
sistema universitario argentino. En primer lugar, hasta donde conocemos no hay evidencias
sólidas respecto de cuantos ingenieros habían efectivamente emigrado en el período bajo
análisis ni, mucho menos, sobre qué tipo de tareas desempeñaban en los países en donde se
radicaban. En segundo lugar, es factible que una parte significativa de los ingenieros que
egresaban estuvieran dentro del grupo más calificado dentro de la profesión y, por tanto,
pudieran conseguir buenos empleos en el exterior, sin que ello implique que, en promedio, la
formación obtenida en la universidad fuera adecuada.
Un segundo punto en el cual las conclusiones de Oteiza pueden ser debatidas remite al tema
de si los ingenieros ocupaban o no empleos inferiores a su nivel profesional en las empresas
en las cuales se desempeñaban. En este sentido, como veremos más abajo, la evidencia de
Oteiza directamente se contradice con la de otros trabajos, por lo cual resulta difícil
pronunciarse sobre el tema en forma definitiva.
Finalmente, hay que considerar que el grueso de los ingenieros graduados en la Argentina
pertenecía a la rama civil y de construcciones (entre 1950 y 1960 el 44% de los graduados de
ingeniería correspondió a la rama civil, y otro 6% a la de construcciones, aunque las tasas de
crecimiento eran mayores en las otras especialidades)210. Aráoz (1969) planteará este punto,
señalando que el sistema universitario producía demasiados ingenieros civiles.
De todos modos, podemos aceptar que el problema de los ingenieros no era tanto el de su
escasez relativa -en este sentido, lo señalado por Oteiza pareciera tener cierta validez- sino el
del tipo y calidad de la formación recibida, así como la posibilidad de que hubiera una
"sobrecalificación" en el desempeño de ciertas tareas que en las empresas eran realizadas por
ingenieros pero que en realidad exigían meramente una formación de nivel técnico.
209
. Téngase en cuenta que en 1970 el 72% de la población argentina emigrada a los EE.UU. tenía un nivel de
estudios de más de 10 años, cuando sólo el 10% de la población argentina alcanzaba dicho nivel en ese año; los
mismos porcentajes eran 84 y 18% en 1980 (Veganzones, 1997). Oteiza (1965) observaba que entre 1950 y 1960
la cantidad de ingenieros que emigró a los EE.UU. representó el 8% del total de graduados en aquel período.
210
. El propio trabajo de Oteiza revela que en 1950 sólo el 24% de los ingenieros estadounidenses correspondían a
la especialidad civil.
258
Un poco más tarde la OCDE (1967) producirá un extenso estudio sobre el sistema educativo
argentino, reafirmando varios de los conceptos ya vertidos por los diagnósticos anteriores, a la
vez que introduciendo nuevos matices y elementos al escenario. Una de las principales críticas
que efectuaba la OCDE aludía a las altas tasas de repetición y/o deserción en el ciclo primario,
en las escuelas técnicas y en las universidades, que reducían notablemente la eficiencia
"cuantitativa" del sistema educativo.
Uno de los elementos que señalaba la OCDE para explicar este escenario era que la
universidad parecía el camino “normal” a seguir después del secundario, lo cual llevaba a que
emprendieran estudios superiores individuos que carecían de vocación y/o condiciones para
dicha tarea211. En este sentido, el informe señalaba que la educación secundaria era
básicamente "pre-universitaria", y que no prestaba atención a las necesidades de la economía
y del mundo de la producción.
Asimismo, el estudio denotaba sorpresa por la casi inexistencia de escuelas de nivel secundario
orientadas hacia la agronomía. Consecuentemente, no era extraño encontrar que más del 65%
de los granjeros no tenían educación o habían ido sólo hasta 4° grado de la escuela primaria y
que el 85% de los mismos no había completado la escuela primaria (era en aquel momento
una de las ocupaciones con peores calificaciones educacionales).
En relación a este tema, un poco más adelante otro trabajo señalaba que la educación -que
creaba valores y actitudes empresariales “modernas”-, pese a su carácter gratuito y abierto, no
estaba igualmente disponible para todos los productores agropecuarios. En particular, se
afirmaba que las escuelas técnicas y las universidades no estaban al alcance físico ni
económico de los productores pequeños y medianos que vivían en el campo o en las ciudades
del interior del país. El sistema educativo no era, entonces, neutro sino sesgado, en favor de
los grandes productores. Por tanto, se observaba que era necesario elevar el nivel de
educación de los productores pequeños y medianos que vivían en el campo -y el de sus hijos-
lo cual implicaba introducir escuelas técnicas y enseñanza agronómica superior en el medio
211
. De hecho, Cereijido (1990) señala que ya en esos años comenzaba a advertirse que la universidad funcionaba
como “dique de contención” para la fuerza de trabajo que egresaba del secundario, postergando su ingreso al
mercado laboral, lo cual explicaba que la sociedad no se preocupara por la deserción o por el excesivo tiempo que
tardaban los estudiantes en graduarse.
259
rural, ya que no era suficiente con tener un abundante número de ingenieros agrónomos de
alta especialización en Buenos Aires (Obschatko y De Janvry, 1972).
Poco era lo que parecía hacerse para resolver estos problemas por fuera del sistema
educativo formal. En este sentido, otro de los aspectos que llamaba la atención era la
debilidad de los esquemas de "vocational training" y el poco interés de las firmas privadas por
estos temas. Así, se mencionaba que el Centro Argentino de Productividad, creado en 1960
(reemplazaba al Instituto Nacional de Productividad nacido en 1957), que tenía como objetivo
impulsar la capacitación laboral en el sector industrial en los distintos niveles profesionales, veía
limitado su accionar por la dificultad para interesar a las firmas privadas en dichas actividades.
Fuchs (1994) señala que en años 1960 y 1970, con el ingreso masivo de filiales de ET,
comienza a prestarse más atención al tema capacitación y formación en el sector industrial (en
particular, las ET se preocuparon por la formación de sus managers y técnicos locales). Sin
embargo, estos esfuerzos fueron, en general, poco imitados por las empresas de capital
nacional, en las cuales la capacitación seguía siendo una actividad a lo sumo esporádica.
En cuanto al agro, el INTA tenía sistemas de consejería para los agricultores, pero en 1965 se
calculaba que se necesitaban de 5 a 8 veces más consejeros para dar un servicio efectivo a la
comunidad rural. Otras iniciativas del INTA en el plano de la capacitación de los granjeros, al igual
que algunas surgidas desde el sector cooperativo, tenían muy escasa incidencia efectiva. En
concreto, no había ningún sistema de vocational training en el sector agropecuario.
Por otro lado, la Argentina tenía una proporción relativamente alta de ingenieros en contraste
con un bajo número de agrónomos y graduados en ciencias puras dentro de su fuerza de
trabajo; también se advertía una carencia en materia de administradores de empresas. En el
caso de los agrónomos, se observaba que no sólo eran relativamente escasos, sino que, además,
una proporción anormalmente elevada estaba ocupada en el sector industrial.
Se advertía también que la Argentina tenía un bajo nivel de empleo de técnicos y profesionales
en el sector industrial, en electricidad, agua y gas y en transporte y comunicaciones; el
panorama era peor si sólo se consideraban científicos y tecnólogos. Si bien la proporción de
técnicos y profesionales en toda la economía no era tan baja -era mayor que en España, Grecia
y Portugal, por ejemplo-, esto se debía al gran peso del sector servicios en la economía (en el cual
se incluían los servicios personales). La misma escasez de personal técnico y profesional, y
también en las áreas de administración, gerencial y de ventas, dentro del empleo
manufacturero, se puede ver en el cuadro III-68.
Más aún, se observaba que existían personas que ocupaban posiciones de ingeniero sin las
credenciales educativas necesarias, y otras que eran ingenieros pero que ocupaban posiciones
por debajo de sus posibilidades ocupacionales (20% de los ingenieros estaban en esa situación)
260
-esto contradecía lo que un par de años antes había afirmado Oteiza-. En este sentido, cabe
señalar que Aráoz (1969) también observará que era probable que en Argentina los ingenieros
estuvieran realizando funciones que en otros países se confiaba a personal de nivel técnico.
Cuadro III-68
Proporción de personal técnico y profesional en el empleo manufacturero. Primera mitad de los años 1960 (%)
Personal técnico y profesional Personal administ., gerenc. y de ventas
EE.UU. 7,4 20,9
Reino Unido 5,6 17,4
Francia 5,5 16,1
Canadá 5,2 15,4
Alemania 5,1 14,1
Suecia 5,0 18,7
Holanda 4,4 16,5
Yugoslavia 4,4 10,8
Noruega 4,0 11,8
Finlandia 3,6 11,1
Bélgica 2,9 13,6
Israel 2,9 15,2
Nueva Zelandia 2,4 19,7
Japón 1,8 18,2
Irlanda 1,8 13,8
Argentina 1,2 11,1
Chile 1,0 8,8
Fuente: Teitel (1993).
Otra observación importante era que existían demasiados profesionales en relación con el
número de técnicos dentro de la fuerza de trabajo. En este sentido, había que considerar que
sólo el 27,5% de la población activa había completado la escuela primaria, mientras que un
45% contaba con educación primaria incompleta.
Hacia fines de los años 1960, Aráoz (1969) presenta un nuevo diagnóstico sobre la cuestión
de la formación de recursos humanos. Allí, señalaba que los científicos no encontraban
muchas posibilidades de ocupación en la industria argentina, ya que allí se realizaban pocas
actividades de investigación (esto mismo ya era observado por Oteiza), considerando los
relativamente escasos laboratorios del sector industrial que se dedicaban a ensayos, control
de calidad y solución de problemas inmediatos. Consiguientemente, los principales
empleadores de personal científico eran las instituciones del sector público (CONICET, INTI,
INTA, CNEA, etc.).
En tanto, y confirmando lo que ya señalaba la CEPAL una década atrás, afirmaba que había
pocos contactos entre la universidad y sus graduados y el sistema productivo 212. Así,
212
. Un informe de la SECYT (1999), por ejemplo, reporta que hacia los años 1960 la carrera de matemática en la
Universidad de Buenos Aires respondía a una orientación básicamente “pura”, con escasa carga de matemática aplicada
y, de hecho, un desprecio de los profesores por ese tipo de estudios. El Instituto de Cálculo que funcionaba en la Facultad
de Ciencias Exactas, donde habían comenzado a realizarse trabajos serios en dirección a construir un campo de
261
destacaba que no era común el trabajo de estudiantes full time durante las vacaciones de
verano a diferencia de lo que ocurría en otros países. Asimismo, argumentaba que las
universidades daban poca preparación para la práctica industrial, carecían de materiales, sus
bibliotecas eran magras, los laboratorios estaban mal equipados, la proporción de profesores
full time era baja y la mayoría de estudiantes trabajaban.
Asimismo, hay que señalar que ya en aquel momento había comenzado un proceso de
deterioro cualitativo de la enseñanza universitaria que, al menos en buena medida, puede
adjudicarse a las persecuciones políticas desatadas desde 1966, que llevaron a salir de la
Universidad o incluso emigrar del país a un gran número de docentes e investigadores.
Confirmando lo señalado por la OCDE en relación con el escaso nivel educativo del grupo de
gerentes y administradores en la Argentina, Aráoz encontraba que el país estaba no sólo
detrás de los países desarrollados, sino también incluso de naciones como Portugal a
comienzos de los años 1960 (cuadro III-69).
En cuanto al nivel secundario, muchas de las fallas del sistema de educación técnica industrial
derivaban de que este no perseguía, en realidad, la formación de técnicos, como ocurría en
los países europeos, sino que intentaba combinar la educación general con la educación
técnica (y así, las escuelas técnicas se parecían cada vez más al resto de las escuelas del
sistema). De hecho, los cursos de las escuelas técnicas se orientaban más hacia el ingreso a
universidad que hacia la preparación de los graduados para desempeñarse como técnicos en
el sector industrial. Sin embargo, los egresados de la escuela técnica, si bien se sentían
impelidos a continuar en la universidad, mostraban grandes problemas para encarar estudios
superiores, y en su mayoría desertaban. Un hecho sorprendente en teoría, pero no en el
contexto de lo que hemos venido describiendo sobre el tema, es que los egresados de la
enseñanza secundaria no técnica tenían mejor desempeño que sus pares de las escuelas
técnicas en las carreras de ingeniería (Aráoz, 1969). Por otra parte, el autor señalaba que la
enseñanza práctica en el taller era escasa y de poca calidad, y que faltaban contactos con el
sector industrial.
Cuadro III-69
Estructura educativa del grupo gerentes y administradores. Primera mitad de los años 1960 (%)
A B C D
Argentina 3,6 5,5 11,6 79,3
EE.UU. 18 19 31 31
Canadá 10 9 29 52
Suecia 13 2 18 68
Japón 18 15 35 33
Portugal 6 1 18 75
Yugoslavia 18 13 26 43
Fuente: Aráoz (1969).
A: Graduados universitarios C: Educación secundaria completa.
B: Estudios universitarios, sin título D: Educación secundaria incompleta, o menos.
investigación y docencia en matemática aplicada en la Argentina fue destruido por el golpe militar de 1966. En tanto,
tampoco había interés por parte de la industria en formar grupos de I&D en matemática aplicada, salvo el creado por la
firma FATE en 1970 cuando comenzó su proyecto de avanzar en el área de la electrónica, sobre el cual ya hablamos
previamente.
262
Aráoz también apuntaba que los sistemas de aprendizaje y los cursos de formación eran
escasos y que las calificaciones se obtenían principalmente de manera no formal en el mismo
trabajo, ya que eran pocas las firmas con programas de capacitación. Señalaba también que la
práctica desaparición del sistema de aprendizaje que había sido implantado tiempo atrás obedecía
a que resultaba caro para las empresas, pero también al temor de los sindicatos respecto de que
los aprendices desplazaran a los obreros ya ocupados.
No sorprende, en este panorama, encontrar que el respaldo educacional del personal obrero
era deficiente (había pocos con educación técnica y una gran cantidad sin primaria completa) y
que aproximadamente el 50% de los técnicos de la industria no habían recibido educación
adecuada para los empleos que cubrían.
Luego de esta revisión de diagnósticos sobre la situación argentina, cabe hacer una
comparación con lo que por la misma época ocurría en otros países. Por ejemplo, en Taiwan
en 1970 el ratio entre estudiantes secundarios de escuelas generales vis a vis los que estaban
en escuelas vocacionales era de 1 a 1; en tanto, para 1980 ya será de 1 a 2 (comparar con las
cifras para Argentina en el cuadro III-63). Esto habla del extraordinario impulso otorgado por el
gobierno a la educación técnica en aquel país, como parte de su esfuerzo pro-industrialización
(Hou y Gee, 1993).
Analizando lo ocurrido en general en los países del Sudeste Asiático, Lall (1995) señala que la
política educativa selectiva estuvo altamente ligada a la política industrial en dicha región,
buscando promover la creación de las capacidades específicas que necesitaba el sector
manufacturero. Así, el sector industrial cooperó en el diseño de las currículas y en el
entrenamiento de los trabajadores, ingenieros y gerentes. Asimismo, se dieron incentivos
impositivos y de otros tipos para que las firmas realizaran tareas de entrenamiento.
En tanto, Nelson (1993), en su revisión comparativa de los SNI de quince países, encuentra
que una parte significativa del desempeño de dichos sistemas en este siglo tiene que ver con
263
la extensión y calidad de los sistemas de entrenamiento de la fuerza de trabajo, sean internos
a la firma o externos (muchas veces en combinación con el sector público).
Vale ahora retornar a la pregunta que formulamos al comienzo de esta sección en relación a
porqué la Argentina tuvo en este período una performance más pobre que otras naciones que
por aquella época contaban con un menor nivel de capital humano medido por el nivel general
de educación de la población. En este sentido, podemos sugerir que, además de otros
factores que obviamente también contribuyen a explicar esa diferencia -inestabilidad
macroeconómica, etc.-, las formas específicas a través de las cuales el sistema educativo
-tanto en el nivel secundario como en el universitario- evolucionó en nuestro país llevaron a que
esa acumulación de capital humano tuviera menos repercusiones positivas en el plano del
desarrollo tecno-productivo local que en otras experiencias históricas de desarrollo económico
exitoso.
Vamos a cerrar esta sección con una cuestión más especulativa que remite al papel de la
universidad como formadora de empresarios. No hemos encontrado evidencia empírica sólida
sobre este tema, más allá de que las estadísticas antes mencionadas indican que los
universitarios -incluyendo tanto los que completaron como los que no finalizaron el respectivo
ciclo de estudios- eran una relativamente pequeña minoría entre los dirigentes empresarios. Al
mismo tiempo, numerosa evidencia fragmentaria y en buena medida anecdótica da cuenta de
que muchas empresas pequeñas y medianas creadas durante la ISI nacieron como iniciativas
de profesionales (en particular ingenieros) o ex-estudiantes universitarios, hecho notorio, por
ejemplo, en la rama química o en la producción de bienes de capital.
Schvarzer (1996), por ejemplo, ve surgir una clase de nuevos empresarios a partir de los años
1950, que operan en ramas fabriles relativamente modernas (maquinaria agrícola, máquinas
herramienta, radios y televisores, etc.). Según el autor, las universidades y escuelas técnicas,
por el mismo hecho de formas especialistas, actuaban ya como semilleros de pequeños
empresarios. Además, la clase media disponía de la formación y el monto mínimo de capital
requerido para lanzar iniciativas de ese orden. Asimismo, el hecho de que buena parte de
estas empresas nacieran en zonas del país donde habían existido capas importantes de
pequeños y medianos productores agrícolas lleva a Schvarzer a postular una relación entre
esquemas de tenencia de la tierra, formación educativa y desarrollo de nuevos empresarios.
Mientras que en las zonas donde predominó la gran explotación el surgimiento de estas
264
nuevas empresas será poco relevante, en algunas regiones de Santa Fe, Córdoba y Buenos
Aires habría existido una clase media rural cuyos hijos tenían la formación técnica y la
vocación empresaria para entrar a la industria.
Más allá de que faltan datos concretos que permitan corroborar estas hipótesis de Schvarzer,
podemos señalar que la evidencia respecto de las calificaciones educativas de los
empresarios, y en relación con la orientación, tanto en términos de contenido como de
matrícula, de la enseñanza universitaria en la Argentina, no terminan de avalar la idea de que
la universidad fuera un “semillero” relevante de empresarios.
La conclusión principal de este capítulo es que si bien son obviamente diversos los factores
que están detrás del stumbling back de la Argentina durante la ISI, el análisis realizado desde
el punto de vista del SNI puede también contribuir a esclarecer dicho proceso.
Así como la ISI reconoce dos etapas -una “fácil” hasta comienzos de los años 1950 y otra
“difícil” a partir de dicho momento-, también en la evolución del SNI en estos años se detectan
dos fases, que a grosso modo coinciden con las de la propia ISI. Mientras que en la primera de
ellas las políticas públicas en CyT siguieron ausentes, aunque en un contexto de significativa
reducción de los flujos externos de tecnología -inmigración, IED, importaciones de bienes de
capital-, en el segundo surgen las grandes instituciones públicas de CyT y el Estado, con más
énfasis hacia fines de los años 1960, comienza a formular políticas en dicho ámbito.
265
bajo el desarrollismo-, en la mayor parte de los casos “los eslabonamientos entre el desarrollo
tecnológico y el económico no eran percibidos” (Adler, 1987).
Como mencionamos recién, hacia fines de los años 1960 y hasta mediados de los 1970 hay,
por primera vez en toda la historia del país, un movimiento significativo en búsqueda de
integrar la política de CyT en la problemática más general del desarrollo económico-social. La
panoplia de medidas tomadas en aquel momento, sin embargo, no fructificaron, por: i) la
existencia de deficiencias intrínsecas (entre otras, su inspiración en el “modelo lineal” de CyT);
ii) la inestabilidad económica y política de la época; iii) la resistencia al cambio tanto de las
instituciones públicas como de las firmas privadas; iv) porque pese a los esfuerzos de sus
impulsores, nunca estuvieron seriamente integradas con el resto de las políticas públicas, y en
particular con las políticas económicas.
Dicho activismo mostraba, de forma acentuada, la influencia de dos ideas fuerza: i) el mayor
problema en el área de CyT era la dependencia tecnológica (en otras palabras, primaba la
idea de que las tecnologías extranjeras sustituían más que complementaban a los esfuerzos
innovativos locales); ii) el principal protagonista de las nuevas políticas en el área debía ser el
sector público. Si bien nuestro juicio puede ciertamente estar gozando de las ventajas que
siempre otorga analizar un fenómeno varios años después, diremos que aunque ambos
argumentos podían tener cierta justificación en el contexto local, no hacían suficiente mérito a
dos aspectos que hacen a cualquier proceso de desarrollo capitalista tardío: i) la dependencia
de insumos tecnológicos extranjeros es inevitable: la cuestión es qué tipos de canales de
transferencia se privilegian y como se complementan con una capacidad local de absorción
que, eventualmente, luego puede dar lugar a un proceso de aprendizaje y acumulación de
capacidades innovativas endógenas; ii) son las firmas -tanto privadas como públicas- y no el
Estado el epicentro de los procesos de innovación.
Esto no implica de ningún modo que las políticas seguidas durante la ISI hacia la importación
de tecnología -antes del breve predominio del “antidependentismo”- fueran “correctas”. De
hecho, podría argumentarse que una de las diferencias importantes con las experiencias del
Este Asiático fue que las ET alcanzaron, en la economía argentina, un rol excesivamente
protagónico, sin que tampoco existieran iniciativas que buscaran aprovechar las
externalidades que podrían haberse derivado de su masiva presencia -vía desarrollo de
actividades de innovación por parte de las filiales locales, por ejemplo-. Luego, con el
“antidependentismo”, se pasó de la casi total liberalidad frente a la IED a un enfoque
excesivamente confrontativo, sin que esos drásticos virajes pudieran, por cierto, generar
efectos positivos sobre el SNI local.
266
Por otro lado, retomando lo dicho en el capítulo inicial, la reflexión crítica sobre temas
tecnológicos en el país, reconociendo sus indudables aportes, seguía presa de algunos
problemas -en particular, el tratamiento de la tecnología como una entidad discreta-. Esto se
nota, por ejemplo, en el por otro lado notable texto de J. A. Sábato “Bases para un régimen de
tecnología”, donde se hace mucho hincapié en el control de la transferencia y generación de
flujos de tecnología, pero mucho menos en los procesos de aprendizaje y en los cambios
tecnológicos incrementales que resultan de ellos (ver Sábato, 1973).
Aquí, lo esencial a tener en cuenta es que el esquema de incentivos enviaba señales débiles
para que los empresarios industriales compitieran vía innovación, considerando las altas tasas
de protección durante la ISI (que permitían obtener importantes rentas por vías diferentes a la
innovación) y la orientación mercado-internista de los regímenes económicos en vigencia en
esta etapa. Asimismo, el carácter trunco de la estructura productiva -en donde las ramas
science-based estaban poco desarrolladas y en general dominadas por ET- también explica la
escasez de actividad innovativa local. Last but not least, el marco económico-institucional
exhibía un alto grado de inestabilidad, castigando a las conductas basadas en la toma de
riesgos vía innovación y premiando opciones socialmente menos ventajosas.
En este contexto, no sorprende que, probablemente con la excepción del INTA -y en este caso
sólo hasta cierto punto-, las instituciones de CyT no tuvieran una influencia significativa sobre
el proceso general de desarrollo de la época. Esto resulta en cierto modo previsible si se
tienen en cuenta, entre otros factores, los orígenes “particularistas” de cada institución, por lo
cual la suerte relativa de cada una dependió de la influencia de su “clientela” o soporte
institucional, y de la percepción que esta última tenía de la dependencia pública que
supuestamente estaba destinada a satisfacer sus requerimientos.
Así, la CNEA progresó gracias al peso de los militares en la vida institucional del país -que
indudablemente tuvo consecuencias globalmente negativas no sólo en el obvio ámbito de la
política sino también en el de la CyT-, el CONICET por los intereses de la corporación
científica, etc. El caso del INTI sería el más evidente ejemplo de una institución que, dado que
su “clientela” natural no apreciaba su valor, careció casi completamente de influencia sobre la
evolución del sector al que teóricamente debía brindar servicios en el plano tecnológico. En
general, no sorprende que encontremos, entonces, que para el sector productivo -y en
particular para el sector industrial- el complejo de CyT fuera primordialmente un lugar a donde
recurrir para resolver problemas rutinarios (ensayos, metrología, etc.).
El sistema educativo, por su lado, siguió moviéndose bajo los lineamientos del modelo
agroexportador, más allá del aumento de la matrícula de las carreras de ingeniería y de
algunas ciencias “duras”. A nivel secundario, los intentos de promover la educación técnica
267
conocieron su auge en los años 1930 y parte de los años 1940, para luego estancarse, sin que
pueda decirse que dicho sistema de educación haya contribuido de manera significativa a
cubrir los requerimientos de capital humano de las firmas locales. A nivel universitario, no hubo
nunca intentos serios de establecer mayores vinculaciones con el sector productivo, la
matrícula siguió concentrada en profesiones “liberales” y la universidad no parece haber sido
una fuente significativa de generación de nuevos empresarios.
En este sentido, también hay que considerar que una de las principales fuentes de insumos
tecnológicos del extranjero durante el modelo agroexportador -la inmigración-, no realizó una
contribución significativa durante la ISI, ya que cambió de composición -proviniendo ahora de
países más atrasados que la Argentina-. De hecho, en esta etapa se produce el fenómeno
inverso: el brain drain. Por otro lado, si bien continuaron ingresando inmigrantes europeos que
se convertían en empresarios, claramente los requerimientos técnicos y de capital que
enfrentaban eran mayores a los de la etapa agroexportadora, considerando el cambio de
paradigma tecno-económico, lo cual limitaba la posibilidad de que emprendedores individuales
pudieran construir en un país como la Argentina empresas e industrias en ramas
tecnológicamente sofisticadas.
En cuanto a la IED, tuvo gran relevancia bajo el gobierno desarrollista y en algunos años de la
década de 1960, lo cual alcanzó para convertir a las ET en un actor dominante de la segunda
fase de la ISI. Sin embargo, las particulares condiciones de recepción vigentes en la Argentina
en este período -tamaño limitado del mercado doméstico, economía cerrada, falta de
iniciativas destinadas a que las ET desarrollaran actividades de I&D a nivel local, etc.- pusieron
límites estrechos a su contribución en el plano tecnológico.
De todos modos, y aún con las limitaciones señaladas en los tres puntos recién expuestos, las
fuentes extranjeras siguieron siendo dominantes en cuanto a la dinámica tecnológica del
sector productivo local, ya que los esfuerzos innovativos endógenos, y en particular los
realizados a nivel de las firmas, siguieron siendo escasos -y, como se señaló, antes, nunca
fueron seriamente impulsados desde el Estado, ni aún en aquellos períodos en los que se
buscó limitar el ingreso de tecnologías extranjeras-.
268
De hecho, en las experiencias exitosas de industrialización tardía en el Este Asiático también
las fuentes extranjeras de tecnología fueron dominantes. La diferencia con el caso argentino
radicó, en gran medida -junto con factores tales como la mayor estabilidad macroeconómica e
institucional y la orientación más outward oriented de las políticas económicas implementadas
en Asia-, en que dicha dependencia fue mejor manejada en aquellos países, a partir de
iniciativas destinadas a que, a partir de la importación de tecnologías, en la economía local se
desarrollaran gradualmente procesos de aprendizaje que permitieran, a lo largo del tiempo,
construir significativas capacidades innovativas endógenas. Ello permitió que países como
Corea o Taiwán dejaran de ser puramente importadores, para convertirse también en cada vez
más importantes exportadores de tecnología en el contexto internacional.
Aún en aquellos sectores en donde hubo avances más significativos desde el punto de vista
tecnológico -la industria farmacéutica, algunas ramas específicas de la electrónica-, de todos
modos se trató en general de "islas" en las cuales se recorrieron trayectorias innovativas que
más o menos rápidamente chocaron con las limitaciones propias del ambiente local.
En suma, y tal como lo señala Katz (1999a), lo que dejó la ISI fue, esencialmente, una base de
recursos humanos capacitados y un conjunto de culturas tecnológicas e institucionales. En
contraste, el SNI estaba severamente fragmentado, carecía de profundidad y fue incapaz de
funcionar como verdadero vehículo de modernización tecnológica para la sociedad argentina.
En nuestra opinión, compartiendo el diagnóstico de Katz, los problemas del SNI no derivaron
únicamente, como sugiere buena parte de la literatura recibida, de la falta de empresarios
schumpeterianos o de un comportamiento intrínsecamente perverso de la elite local. Tampoco
la explicación se agota alegando que hubo un insuficiente control del ingreso de tecnologías
extranjeras, aunque ciertamente se podrían haber diseñado mejores políticas en esta área, de
269
modo que la importación de tecnologías generara mayores externalidades (incrementando las
capacidades de absorción domésticas, impulsando en mayor medida la incorporación de
tecnologías vía licencias y bienes de capital a la vez que se regulaba “estratégicamente” el
papel de las ET en la economía local, etc.). Finalmente, tampoco se puede pensar que la
solución de la débil performance del SNI pudiera hallarse exclusivamente en un aumento de
los escasos recursos asignados por el Estado a actividades de CyT, considerando que existían
determinantes de orden estructural -relativos al esquema macroeconómico de incentivos
vigente durante la ISI, a la trayectoria tecnológica de los principales sectores productivos y al
propio origen y conformación de las instituciones locales de CyT- que limitaban severamente el
retorno social de los fondos públicos destinados a I&D.
Luego de lo expuesto en este capítulo, creemos que es necesario prestar más atención a otros
temas, incluyendo la cuasi permanente inestabilidad de las reglas de juego y la prevalencia de
regímenes económicos excesivamente inward oriented, factores que, combinados, generaron
un ambiente pobre en incentivos para competir vía innovación. Asimismo, los fenómenos de
path-dependence también han sido resaltados, en particular en lo que hace a las políticas
públicas en educación y ciencia y técnica. En este sentido, pensamos haber argumentado
convincentemente acerca del hecho de que los problemas de diseño institucional en dichas
áreas de política tal como fueron manejadas en Argentina durante la ISI, llevaron a que los
esfuerzos y recursos allí asignados generaran menores beneficios sociales -y en particular
desde el punto de vista del SNI- que los que potencialmente podrían haberse derivado en caso
de haberse adoptado una orientación más explícita acerca de la necesidad de vincular en
forma estrecha la educación, la ciencia y la investigación con el mundo de la producción.
270
CAPITULO IV
EL SISTEMA NACIONAL DE INNOVACION EN LA ARGENTINA: LA APERTURA
Y REESTRUCTURACION DE LA ECONOMIA (1976-1999)
Durante la dictadura militar 1976-1981 se produjo el primer intento, fallido e incompleto, de dar
por terminada la etapa de la industrialización por sustitución de importaciones (ISI). Dicho
intento se dio, en esencia, por la vía de la apertura comercial unilateral y de una relativamente
tímida movida en dirección a una menor presencia del Estado como regulador de la economía.
Este proyecto terminó de forma catastrófica, con una severa crisis financiera y externa a
comienzos de los años 1980, que pronto se agravó con el cambio en las condiciones
internacionales que dio lugar en toda América Latina a la llamada “crisis de la deuda externa”.
Los años 1980 fueron caóticos, como en toda la región, con permanente inestabilidad de
precios y un retroceso del PBI. La crisis externa obligó a cerrar la economía nuevamente, más
que por razones de política comercial, por motivos estrictamente vinculados a la imposibilidad
de financiar déficits en la cuenta corriente con créditos internacionales tomados en el mercado
voluntario de deuda (vedado desde 1982 hasta comienzos de los años 1990 para la
Argentina).
De algún modo, los años 1980 fueron el último estertor de la ISI, pero también en cierta
medida vieron surgir, en germen, algunas de las tendencias que se impondrán como notas
dominantes en la década siguiente. En particular, al calor de la presión de los organismos
internacionales de crédito y de las restricciones fiscales, se fueron abandonando los
principales instrumentos de política industrial de la ISI -regímenes de promoción industrial,
créditos subsidiados, etc.- y se comenzó a abrir, hacia fines de la década, la economía local.
En paralelo, comenzó un inicialmente tímido proceso de integración comercial con Brasil.
El gradualismo de las reformas de los años 1980 fue “barrido” con la hiperinflación desatada a
fines de la década, que generó condiciones de extrema incertidumbre hasta que a comienzos
de 1991 se adopta el llamado Plan de Convertibilidad, que ha logrado una drástica reducción
de la inflación, llevándola a niveles internacionales.
271
El crecimiento de los años 1990 se dio, por otro lado, sobre la base de la incorporación de
tecnologías extranjeras, vía importación de bienes de capital, flujos de IED, licencias, adopción
de prácticas tecno-productivas modernas, etc., sin que el gobierno, más allá de algunas
iniciativas puntuales, haya tenido en ningún momento una intención orgánica de orientar el
proceso de transferencia de tecnología ni de estimular la generación de innovaciones a nivel
doméstico (sólo a partir de 1997 se pusieron en marcha iniciativas relativamente serias en este
último plano). A la vez, tampoco se produjeron grandes reformas en las instituciones públicas
de CyT, ni se incrementaron sus (escasas) vinculaciones con el resto de la sociedad. Tampoco
se ha observado un aumento significativo de las actividades innovativas realizadas por el
sector privado, ni un desarrollo de las interacciones sistémicas que, según el enfoque del SNI,
estimularían una mejor performance de las economías nacionales. Finalmente, el patrón de
especialización productiva y comercial no mostró cambios importantes, ni, mucho menos, un
avance hacia actividades más “conocimiento intensivas”, las cuales ocupan un lugar clave en
el nuevo escenario competitivo de la economía internacional.
Es evidente que al analizar un proceso que aún está abierto, las conclusiones a las cuales se
puede arribar son necesariamente menos firmes que las que hemos podido formular en los
capítulos anteriores. Si bien existen debates en torno a cómo deben evaluarse los períodos
agroexportador y sustitutivo, se trata de procesos históricos ya cerrados y que pueden ser
analizados con el beneficio que nos otorga el largo tiempo transcurrido desde su finalización.
En cambio, las transformaciones abiertas por las reformas económicas de los años 1990 aún
están en pleno desarrollo, y sólo conocemos sus efectos inmediatos pero no sus
consecuencias a largo plazo. En otras palabras, no podemos saber, aunque sí especular, si el
cierre de la brecha evidenciado en los años 1990 será un procesos sostenible en el tiempo, o
si se retornará al estancamiento o al stumbling back de las décadas previas. Esto no nos
impedirá, sin embargo, proponer algunos elementos para debatir qué tipo de condiciones
serían necesarias, desde la perspectiva del SNI, para que la brecha de ingresos con los países
desarrollados continúe cerrándose en los próximos años.
Hay otro factor que tiende a complicar el análisis que nos proponemos realizar. Si bien los debates
sobre la historia económica de nuestro país son ciertamente acalorados y tienen una fuerte
272
carga político-ideológica, aquí se trata de discutir sobre hechos y protagonistas actuales, lo
cual introduce inevitablemente una gran cantidad de elementos "extra-académicos" en el
análisis.
Por ejemplo, no puede obviarse el hecho de que el ministro de Economía que dio el mayor
impulso a las reformas económicas de los años 1990, Domingo Cavallo, en algún momento
mandó a "lavar los platos" a los investigadores del CONICET. Si bien obviamente se trata de
un exabrupto, es indudable que si proponemos a un miembro de la carrera del CONICET que
analice lo ocurrido en los años 1990 en la Argentina desde el punto de vista del SNI, le será
difícil despegarse, en su evaluación, de la carga negativa que tiene la figura del mencionado
ministro para la mayor parte de la comunidad científica local.
Al mismo tiempo, las posiciones en torno a la evolución de la economía argentina en los años
1990 aparecen como absolutamente irreductibles. Así, se pueden escuchar desde
evaluaciones absolutamente positivas hasta juicios que sugieren que la Argentina se
encuentra, luego de dicha década, en su peor momento histórico o en situación de "desastre",
con una amplia gama de posiciones intermedias. Si bien estas discrepancias remiten a
diferentes esquemas de prioridades y valores -los optimistas tienden a mirar esencialmente los
datos macroeconómicos y las cifras de crecimiento, mientras que los críticos apuntan a temas
como desempleo y pobreza-, también es indudablemente importante el hecho de que hay
distintos juicios en relación a los instrumentos y la orientación misma de la política económica -en
otras palabras, hay diferentes posiciones a priori sobre el tema, y en particular acerca del rol
del Estado y del mercado-.
Si bien, como señalamos antes, no vamos a introducirnos en este tipo de debate desde un
punto de vista general, es indudable que resulta imposible despegarse completamente de la
influencia que tienen los factores recién descriptos, tanto para el autor como para los lectores
de este trabajo. Esto es así aún cuando nos mantendremos en nuestro propósito de analizar
los años 1990 desde una perspectiva relativamente delimitada, como es la del SNI.
En efecto, incluso desde este tipo enfoque, resulta inevitable obviar qué existen diferentes
concepciones a priori respecto de temas tales como "investigación básica" vs. "desarrollo
tecnológico" o tecnologías extranjeras vs. tecnologías locales, por ejemplo. Asimismo, hay distintas
posturas en torno al papel que debe jugar el Estado en esta materia, con mayor o menor
inclinación a dotarlo de roles orientativos, regulatorios, ejecutivos o incluso planificativos en el área
de CyT.
273
Repitiendo en forma resumida los lineamientos básicos del enfoque del SNI, haremos hincapié
en: i) la importancia de la estabilidad del marco macroeconómico y de un régimen de
incentivos que favorezca la competencia vía innovación; ii) la concepción de la relación entre
tecnologías importadas y actividades innovativas endógenas como un proceso interactivo que,
según el contexto en el que se desarrolle, puede dar lugar (o no) a una trayectoria virtuosa de
aprendizaje tecnológico al estilo de la ocurrida en otros casos de industrialización tardía
-Japón, Corea, etc.; iii) el hecho de que es la firma -y no las instituciones de CyT ni las
universidades- el locus central de las actividades innovativas en el sistema capitalista; iv) la
necesidad de abandonar el "modelo lineal", para adoptar una comprensión más amplia del
proceso de cambio tecnológico, que enfatice las múltiples interacciones sistémicas que existen
entre las distintas instancias y agentes que intervienen en dicho proceso.
a) El contexto internacional
A partir de los años 1970 se pueden detectar tres grandes tendencias que implican sendas
transformaciones en el contexto económico y tecno-productivo internacional: i) la consolidación
de un nuevo esquema dominante de política económica, mucho más "pro-mercado" que el del
período 1930-1970; ii) el surgimiento de un nuevo paradigma tecno-económico, basado en la
microelectrónica y en el uso del conocimiento como factor productivo clave, y el reemplazo de
las prácticas fordistas por una nueva lógica de organización del proceso de trabajo; iii) el
avance, notable desde comienzos de los años 1980 pero acentuado en la década siguiente,
de la globalización.
Como se señaló en el capítulo anterior, hacia fines de los años 1960 comienza a quebrarse el
régimen de acumulación fordista, a partir de la rápida declinación del ritmo de aumento de la
productividad, que se traduce en significativas caídas en la tasa de ganancia en las principales
274
economías capitalistas. El shock del petróleo será el determinante final de la crisis del fordismo, al
afectar el precio del insumo clave del paradigma tecnológico dominante en aquella etapa.
Como consecuencia de estos procesos, en los años 1970 aparece un fenómeno económico
nuevo, la llamada “estanflación”. En efecto, en dicha década las tasas de crecimiento del
producto y la inversión descienden bruscamente, al tiempo que la inflación y el desempleo
suben rápidamente y la productividad y la tasa de ganancia continúan cayendo en casi todas
las economías industrializadas.
La crisis dio lugar a un renacer de algunas de las ideas fundamentales del liberalismo
económico clásico, especialmente en los EE.UU. y Gran Bretaña. En un breve resumen, las
nuevas corrientes del liberalismo entendían que la crisis se explicaba, en última instancia, por
una excesiva regulación estatal de la economía, que progresivamente habría ido afectando el
desenvolvimiento de las firmas privadas y la acción de las fuerzas del mercado. A su vez, la
inflación sería resultante del desmedido crecimiento de los gastos públicos, que llevaron a
crecientes déficits fiscales y a una incontrolada expansión monetaria y del endeudamiento público.
Se argumentaba, además, que el Estado había sido sobrecargado de demandas por parte de
diversos grupos sociales que pugnaban por obtener distintos tipos de transferencias de ingresos.
Debido a ello, por un lado, se habrían "politizado" temas que deberían haber sido reservados a la
acción del mercado (vivienda, salud, educación, seguridad social) y por otro, el Estado se habría
introducido indebidamente en la esfera productiva, tanto nacionalizando empresas como
subsidiando a diversos sectores industriales. Finalmente, el desempleo se explicaba por el
excesivo poder de los sindicatos y las pesadas regulaciones laborales, lo cual llevaba, además, a
cuestionar toda la trama social creada por el Estado del Bienestar. Se abandona el concepto
keynesiano de desempleo (vinculado a la falta de demanda efectiva) y reaparece la idea de que la
rigidez en el mercado laboral, que no permite el ajuste (a la baja) de los salarios a los niveles de
equilibrio, es el origen del desempleo.
275
una recuperación fuerte de la economía estadounidense, que ha venido mostrando un
comportamiento netamente expansivo desde 1992, acentuado en la segunda mitad de la
década. De todos modos, los años 1990 han sido, para el mundo, menos dinámicos que los
1980 -contra un crecimiento del 3,2% promedio anual en los años 1980, el producto mundial
creció un 2,4% entre 1990 y 1998, de acuerdo a datos del Banco Mundial-. Así, si bien los
Estados Unidos se han acercado progresivamente a una situación de pleno empleo, en
Europa las tasas de desocupación son todavía elevadas, e incluso en Japón ha venido
registrándose una gradual suba del porcentaje de desempleados.
En base a estas tendencias, se argumenta que al presente se atraviesa una transición hacia
sociedades “basadas en el conocimiento”, las cuales se organizarían en torno de la
producción, distribución y uso de conocimiento e información. La inversión en activos
intangibles -I&D, patentes, licencias, entrenamiento y capacitación, información, etc.- se hace
más significativa y crece a ritmos más rápidos que la inversión física. Así, la capacidad de
innovación -entendida en un sentido “amplio”- se convierte -más que nunca en el pasado- en el
factor determinante del desempeño económico y la competitividad de firmas, regiones y
naciones (OECD, 1996ay b).
En este ambiente complejo, se observa, en los países desarrollados, que las firmas buscan
estrategias y formas de organización y producción más flexibles e innovativas, con el objetivo
de responder a la creciente globalización y las cambiantes preferencias de los consumidores.
Para alcanzar este objetivo, no basta con incorporar tecnologías modernas, sino que, en
general, es preciso, simultáneamente, adoptar nuevas formas de organización de los procesos
de investigación, diseño, gestión, producción y comercialización Estas reestructuraciones
internas muchas veces están acompañadas de estrategias que incrementan las transacciones
y los lazos con otras firmas, en orden a reducir costos, incrementar la especialización, ganar
economías de escala y scope y repartir riesgos (OECD, 1996b).
276
hecho, el empleo no ha crecido o ha declinado desde los años 1970 en los países
desarrollados-213. Al mismo tiempo, dentro de esta última, se han expandido los sectores de
alta tecnología, con un patrón innovativo de fuerte base científica y donde se pagan salarios
elevados -industria aeroespacial, computación, semiconductores, equipos de comunicación,
maquinaria eléctrica, farmacéutica, etc.-. Mientras que el empleo se ha mantenido estable en
los sectores de intensidad tecnológica media -química, plásticos, aluminio, maquinaria no
eléctrica, automóviles, etc.-, ha caído en las industrias de baja intensidad tecnológica, algunas
de las cuales, además, se caracterizan por ser trabajo-intensivas -textiles, alimentos, bebidas,
papel, madera, etc.- (OECD, 1996b; Sakurai, 1995).
Por otro lado, el mercado de trabajo ha venido favoreciendo, en los principales países
desarrollados, a los trabajadores calificados (skilled) vis a vis los no calificados (unskilled). En
general, a mayor nivel de calificación (comenzando por los ocupados con estudios de post-
grado), mejor evolución del nivel real de ingresos (es básicamente el caso de los EE.UU.), o
mayor generación de puestos de trabajo y/o menor nivel de desempleo (también en EE.UU.,
pero principalmente en Europa). Se presume que estas tendencias continuarán en el futuro, lo
cual acrecentará la brecha que hoy existe en el mercado de trabajo en dichos países.
Asimismo, se advierte, como fenómeno general, que se ha venido elevando el “piso” de
conocimientos necesarios para estar ocupado en tareas productivas. Así, se ha afirmado que
crecientemente se exige una base educativa equivalente a la escuela secundaria para manejar
los nuevos “paquetes tecnológicos”. Areas como matemática, computación o ciencias básicas,
son cada vez más importantes para la formación no sólo del personal de CyT, sino también de
los propios operarios industriales (Guellec, 1996; OECD, 1996b; Petit, 1995; Wolff, 1996).
En lo que hace a los procesos productivos y de organización del trabajo, uno de los cambios
fundamentales se vincula con el reemplazo del equipamiento especializado y mono-propósito
típico de la producción fordista por maquinarias y dispositivos programables y multitarea, que
pueden ser cambiados de una a otra operación rápidamente y con bajos costos. De esta
manera, es posible producir eficientemente una diversidad de productos en pequeños lotes
(batches).
La reducción de los lotes se asocia con el acortamiento del ciclo de vida de los productos y
con la minimización de inventarios, tanto de productos en proceso y terminados, como de
insumos y materias primas. La reducción de inventarios es una característica central del
llamado sistema “toyotista” u “ohnista”, donde se materializa a través del esquema just in time
(JIT) -que se aplica tanto dentro de la firma, como externamente, en las relaciones con
proveedores y subcontratistas-, basado en el sistema de tarjetas conocido como kanban (Coriat,
1992b). A su vez, es una de las bases de lo que se conoce como "lean production", el nuevo
paradigma dominante dentro de la industria automotriz internacional (Womack et al, 1990).
277
rapidez en las entregas. La velocidad es, de hecho, uno de los determinantes de la
competitividad en el nuevo escenario (Milgrom y Roberts, 1990). Asimismo, la producción “a
pedido” es cada vez más significativa, así como la constante renovación del mix de productos,
teniendo en cuenta la creciente segmentación de los mercados, y el rápido cambio en los gustos
de los consumidores.
Al mismo tiempo, la calidad también se convierte en un factor determinante del éxito de una
firma. La posibilidad de combinar calidad y productividad es uno de los elementos distintivos
más notables del "toyotismo", y se basa en la filosofía del kaizen (mejora continua), la cual se
operacionaliza en los denominados "círculos de calidad", y en el sistema de gestión llamado de
"calidad total". A su vez, las firmas también han debido incorporar crecientemente la dimensión
ambiental a sus actividades, de modo de contribuir a lo que actualmente se conoce como
“desarrollo sustentable”. La difusión de las certificaciones ISO, tanto de la serie 9000 como de
la 14000, es uno de los elementos más visibles de estas nuevas tendencias.
278
El hecho de que este conjunto de transformaciones esté ocurriendo de manera simultánea se
debe a que existen fuertes complementariedades entre ellas, de modo que la adopción de una
requiere o induce la introducción de varias de las otras nuevas tecnologías, estrategias y
prácticas emergentes. Se trata de un cambio de naturaleza sistémica, que afecta a la mayor parte
de las actividades productoras de bienes y servicios, y se extiende no sólo al proceso productivo
propiamente dicho, sino que también transforma las actividades y prácticas dominantes en las
áreas de comercialización, diseño, ingeniería y organización (Milgrom y Roberts, 1990).
Por otro lado es necesario dejar sentado que tanto el paradigma basado en la microelectrónica
como el surgimiento de nuevas prácticas organizacionales y de trabajo aún se encuentran en
estado "de flujo", esto es, sus características no están todavía plenamente definidas. En
particular, resulta interesante observar, con Boyer y Durand (1998), que los esquemas de
organización productiva no parecen converger linealmente hacia el modelo toyotista, del cual
de todos modos toman en préstamo una gran cantidad de elementos como se dijo
anteriormente, ya que existen una variedad de estrategias puestas en juego en distintos
sectores y firmas sin que pueda definirse con certeza, aún, un modelo "dominante", tal como lo
fueron en su momento el taylorismo y el fordismo.
Asimismo, se destaca el creciente peso que han alcanzado los agentes privados en la
generación y difusión de las innovaciones agropecuarias. En una economía como la
estadounidense, el sector privado ya está gastando mucho más dinero que el sector público
en I&D agropecuaria, e incluso financia una parte creciente de la investigación que se hace en
las instituciones estatales. Una de las tendencias más significativas en este sentido es el
fortalecimiento de los derechos de propiedad intelectual para las nuevas tecnologías
biológicas, lo cual ha impulsado la investigación básica en el sector privado. Esto, a su vez, ha
dado lugar a temores respecto de que el patentamiento de las invenciones biotecnológicas pueda,
en el largo plazo, disminuir el ritmo del progreso científico en dicha área (Fuglie et al, 1996).
Ahora bien, pese a la masiva introducción de estas nuevas tecnologías, el ritmo de crecimiento
de la productividad en los países de la OECD, si bien superior, en general, al registrado en los
años 1970 -en plena crisis fordista-, es en los años 1990, no sólo inferior al que se registraba
durante la "Edad de Oro", sino también al que se observó en los años 1980. Aún cuando entre
1995 y 1999 la productividad de la economía estadounidense creció a tasas muy altas, un
reciente trabajo de Gordon (1999) ha mostrado que dicho crecimiento ha estado concentrado
279
en el propio sector informático, mientras que el resto de la economía continúa exhibiendo
aumentos de productividad bajos.
Como señalamos al comienzo de esta sección, otra de las transformaciones clave de las dos
últimas décadas es el avance de la llamada “globalización”, que se expresa en la rápida expansión
de las corrientes internacionales de comercio, capitales y tecnología, y en la cada vez mayor
interconexión e interdependencia de los distintos espacios nacionales y la paralela creciente
“transnacionalización” de los agentes económicos (Dunning y Narula, 1997; Ernst, 1997; Oman,
1994; Zysman et al, 1996).
Las exportaciones mundiales de bienes y servicios casi se triplicaron entre los años 1970 y 1997
en términos reales. Mientras que las exportaciones de bienes y servicios representaban el 20% del
producto mundial en 1980, para 1998 ese porcentaje se elevaba hasta un 25%. Así, hacia fines
de la década de 1990 el ratio comercio internacional/PBI representaba más del 40% en una
gran cantidad de países desarrollados -en particular los más pequeños, pero también otros de
mayor tamaño como Canadá-, y alrededor del 30% en naciones como Alemania, Francia, Italia
o España, siendo EE.UU. y Japón los países industrializados con menor coeficiente de
apertura -aunque también allí dicho coeficiente ha venido creciendo sostenidamente en los
últimos años-.
Con relación al incremento del comercio, vale agregar un par de datos adicionales. Por un
lado, que el comercio internacional de bienes industriales de alta tecnología ha venido
ganando sostenidamente participación vis a vis el comercio de bienes de baja intensidad
tecnológica. Por otro, que el comercio intraindustrial sigue teniendo un peso muy fuerte,
llegando a más de un 45% para el conjunto de países de la OECD.
Otra parte clave del proceso de globalización es la fuerte expansión del rol de las ET en la
economía mundial. La vía principal a través de la cual las ET expanden sus actividades es la
IED, cuyos flujos se multiplicaron -considerando valores corrientes- por doce comparando el
promedio anual de 1980-1985 con la cifra registrada en 1998 (U$S 640 mil millones). En tanto el
stock de IED, que representaba un 4,6% del PBI mundial en 1980, llegó a 11,7% del PBI en 1997.
En la década de 1990, a diferencia de los recientes booms anteriores de la IED a nivel mundial
-el de 1979-81, liderado por la inversión en los países productores de petróleo, y el de 1987-
90, concentrado en los países desarrollados, tanto en el continente europeo (especialmente
280
atraído por las perspectivas del proyecto Europa 1992) como en los EE.UU.-, los países en
desarrollo tienen un papel destacado. Contra un 18,3% de participación en los ingresos para el
período 1986-1991, estos países reúnen un 37,2% en 1997 (luego de un pico de 39,3% en
1994). Consecuentemente con su mayor absorción de flujos de IED, ha aumentado la parte
del stock de IED que está localizada en países en desarrollo, de 22,2 a 30,2% entre 1980 y
1997. Han sido los países del este y sudeste asiáticos, así como algunas economías
latinoamericanas (incluyendo la Argentina) los receptores privilegiados de estos crecientes
flujos de IED.
Los movimientos internacionales de capital distintos de la IED se han incrementado aún más
rápidamente en los años 1990, al calor de la liberalización de los movimientos de capital y los
avances tecnológicos en el plano de la informática y las comunicaciones. Como parte de este
proceso, se puede observar que entre 1990 y 1997 los países de ingreso medio y bajo vieron
crecer casi 7 veces los flujos recibidos de IED, mientras que la inversión de portfolio ingresada
a dichos países subió más de 21 veces en el mismo período.
La globalización ha interactuado con los procesos de cambio tecnológico, que han acortado
las distancias y los tiempos de transporte y comunicación de manera brutal. Así, ambos
procesos han confluido para elevar a niveles históricamente sin precedentes la
interdependencia entre las economías nacionales así como los condicionamientos que surgen
desde la economía mundial limitando el margen de acción de las políticas nacionales. Los
movimientos internacionales de capital financiero, en particular, se han convertido en una de
las fuerzas más poderosas en cuanto a su influencia sobre el crecimiento y la estabilidad de
las naciones, y en particular de aquellos países hoy llamados "emergentes" -categoría en la
que se incluyen naciones asiáticas, latinoamericanas y economías en transición del este europeo-.
¿Qué ocurrió, en tanto, con los países en desarrollo, y en particular con América Latina,
durante todo este período? Los años 1970 fueron positivos en general -en términos del
crecimiento del PBI-, tanto para América Latina -con excepciones notorias en los casos de
Argentina y Chile- como para Asia. Sin embargo, en una gran cantidad de países se fueron
acumulándose significativos montos de endeudamiento externo, resultado de la estrategia de
financiar el crecimiento vía préstamos externos en el contexto de un mercado financiero
internacional líquido y ávido de encontrar colocaciones para sus excedentes.
Cuando a comienzos de los años 1980 los países de la OECD comienzan a aplicar políticas
monetarias restrictivas, las tasas de interés internacionales sufren un brusco incremento,
dando lugar a la llamada “crisis de la deuda”, iniciada en 1982 con la moratoria mexicana. A
partir de allí, los años 1980 serán recesivos en el continente latinoamericano, en tanto que los
países asiáticos afectados pudieron remontar mucho más rápidamente los efectos de la crisis,
lo cual llevó a aumentar aún más el contraste que ya venía evidenciándose desde tiempo atrás
entre el dinamismo de una y otra región. Así, entre 1981 y 1988 el PBI de América Latina
creció a un 1,4% anual, contra el 6% registrado en los países del Este y Sudeste de Asia.
281
comercial, desregulación de mercados internos, privatización de empresas estatales, etc.-,
tendencia en la cual habían ingresado pioneramente Chile y México.
Esta fase terminó abruptamente con la crisis del “Tequila” en México en 1995. A partir de allí, el
desempeño latinoamericano tendió a empeorar, en particular en el plano del crecimiento.
Asimismo, en los últimos años las economías de la región han estado sujetas a una fuerte
volatilidad e incertidumbre, derivadas esencialmente de las tensiones que surgen de los
mercados financieros internacionales, tal como se observa a partir de 1997, primero con la
crisis asiática y luego con la crisis rusa. De todos modos, contra una caída del 1% anual en el
PBI per cápita regional en los años 1980, los años 1990 terminaron con un aumento del 1,4%,
también como tasa promedio anual, de acuerdo a datos de la CEPAL.
Para finalizar, cabe señalar que el conjunto de transformaciones descriptas en esta sintética
presentación, aunque logró un substancial abatimiento de la inflación en la mayor parte del
mundo no ha entregado, aún, los resultados esperados en materia de crecimiento y bienestar.
El PBI per cápita mundial creció solamente un 1,1% anual entre 1975 y 1995. Mientras que el
de los países desarrollados lo hizo a un ritmo anual de 1,9%, el de los países en desarrollo
creció ligeramente más rápido -2,3% anual-. A la vez, dentro del grupo de países en desarrollo las
diferencias han tendido a ampliarse. Entre los años mencionados, los países de Asia Oriental
registraron un aumento anual del PBI per cápita de 7,3%, en tanto que el de América Latina sólo
se incrementó a razón de 0,7% por año y el de Africa cayó a una tasa cercana al 1% anual.
282
sólo hace falta, como sugiere el argumento de David antes mencionado, una adecuación de
las instituciones, formas organizativas y rutinas productivas a dicho paradigma, sino también
una redefinición del régimen dominante de políticas económicas, tanto a nivel nacional como
global, que tenga en cuenta no sólo las condiciones impuestas por el nuevo paradigma tecno-
económico, sino también el avance del mencionado proceso de globalización, de modo de
contribuir a un crecimiento más rápido y sostenido en las próximas décadas.
Cuadro IV-2
Relación entre el PBI per cápita de un conjunto de países y el de la Argentina (PBI per cápita de la Argentina
= 1). 1987-1998
214
. Es importante aclarar, para evitar confusiones, que tanto el cuadro IV-1 como el IV-2 se basan en datos de PBI
obtenidos según metodologías que intentan abstraer los efectos distorsionantes que suelen surgir cuando se
comparan datos de PBI en base a tipos de cambios nominales, ya que se basan en la técnica conocida como
paridad de poder adquisitivo (PPA). La mejora argentina de los años 1990, por tanto, no obedece, como muchos
podrían suponer, a una mera revaluación del tipo de cambio doméstico.
283
1987 1998
EE.UU. 3,12 2,88
Singapur 1,88 2,81
Suiza 3,26 2,61
Noruega 2,42 2,38
Canadá 2,59 2,36
Bélgica 2,32 2,30
Japón 2,33 2,27
Francia 2,36 2,19
Holanda 2,18 2,12
Gran Bretaña 2,20 2,02
Italia 2,21 1,98
Australia 2,18 1,97
Suecia 2,37 1,91
Irlanda 1,26 1,80
España 1,57 1,57
Nueva Zelandia 1,97 1,55
Chile 0,77 1,26
Corea 0,85 1,20
México 0,87 0,80
Brasil 0,75 0,60
China 0,18 0,32
Fuente: Elaboración propia a partir de datos del Banco Mundial.
284
EE.UU. 4,74
Colombia 3,74
Perú 3,12
Chile 2,91
México 2,30
Fuente: Katz (1999b).
Estas tendencias podrían sugerir que la Argentina habría ingresado en un proceso de catch
up, asociado a la adopción de un nuevo “modelo” económico más abierto y desregulado.
Como señalamos en la introducción de este capítulo, en el presente trabajo vamos a analizar
esta hipótesis desde el enfoque del SNI, el cual si bien no agota el tema -que merecería
también ser evaluado desde otros puntos de vista- indudablemente supone una perspectiva
desde la cual se pueden generar aportes sumamente relevantes para el debate.
Por otro lado, para facilitar el ingreso de tecnología y capitales extranjeros se reforman las
leyes relativas a transferencia de tecnología e IED. En 1977 se dicta una nueva ley de
transferencia, que eliminaba algunas restricciones previas, pero mantenía un control de los
acuerdos y pagos de licencias. Más tarde, en 1981 se sanciona la ley 22.426 (actualmente
vigente), que es una de las más liberales de América Latina; en ella, se desregula casi
totalmente el régimen de importación de tecnología. Al mismo tiempo, como parte del proceso
de liberalización comercial, se redujeron derechos arancelarios y se facilitó la importación de
bienes de capital.
A su vez, en 1976 se dicta una nueva ley sobre IED, que introdujo una amplia liberalización en
la materia y eliminó casi todas las restricciones introducidas durante el gobierno peronista.
Esta liberalización, si bien condujo a un aumento del ritmo de ingreso de inversiones
extranjeras, no se tradujo en un boom de la IED en la Argentina, boom que recién sucedería
en la década de 1990, tal como veremos más abajo. Las diferencias de respuesta se
285
encuentran tanto en factores internacionales -los años 1990 son de gran aumento de la IED en
todo el mundo y en particular de la dirigida hacia países en desarrollo- como locales -el programa
económico 1976-1981 nunca llegó a consolidar en forma clara un sendero macroeconómico de
estabilidad y crecimiento-.
A partir de 1979 se lanza un nuevo programa económico. Por un lado, se adopta un modelo
basado en el llamado “enfoque monetario del balance de pagos”, que pretendía igualar la tasa
de inflación interna con la externa por medio de un cronograma de devaluación decreciente en
el tiempo (la llamada "tablita"). Por otro, se profundiza la apertura, lo cual, junto con el retraso
cambiario, iba a servir, teóricamente, como elemento disciplinador de los precios domésticos.
Así, se estableció un calendario anticipado de reducción de aranceles que debía concluir con
una tasa máxima de 20% en enero de 1984. Al igual que en la primera etapa de reducción de
aranceles, se implementó una mayor apertura relativa en los bienes finales, de capital y
consumo, mientras que los sectores de bienes intermedios, en particular, las industrias
siderúrgica, papelera y del aluminio, permanecieron protegidos por barreras no arancelarias.
En este sentido, tal como señala Keifman (1998), el programa lanzado en 1979 fue más un
plan de estabilización que un programa destinado a lograr mejoras en la eficiencia de la
economía doméstica (pese a que la retórica oficial también incluía este propósito). Esto se
advierte, por ejemplo, en el mantenimiento de una protección especial para los sectores de
insumos intermedios, en los cuales, por otro lado, había influencia militar215 y una creciente
presencia de los conglomerados económicos de capital doméstico.
De allí se derivó una fuerte crisis económico-financiera en 1981, que dio lugar a una profunda
recesión (cuadro IV-5). Como parte de las respuestas frente a la crisis se devalúa el peso, al
tiempo que se adoptan políticas que, vía seguros de cambio y refinanciación de deudas, llevan
a que el Estado se haga cargo de buena parte del endeudamiento externo que había sido
contraído por el sector privado a partir de 1978.
Así, la experiencia aperturista terminará con un crecimiento del PBI de sólo 1,3% anual y con
un aumento casi nulo de la inversión bruta interna doméstica a lo largo de todo este período
(cuadro IV-5). Otro de los aspectos que conforman el balance negativo de la década de 1970
215
. Las fuerzas armadas, en particular a través de la Dirección General de Fabricaciones Militares (D.G.F.M.), incidieron,
hasta los años 1980, en la definición y ejecución de políticas para los sectores petroquímico y, especialmente,
siderúrgico (la D.G.F.M. tenía, incluso, participación accionaria en varias empresas de ambos sectores).
286
para la economía argentina es la caída de la productividad total de factores, la cual, según
estimaciones de Keifman (1998), cayó a un ritmo de -0,7% anual entre 1970 y 1980.
287
ingresos orientada a quebrar la inercia inflacionaria (congelamientos de precios, salarios, tipo
de cambio y tarifas) que debería haberse combinado con medidas fiscales y monetarias
tendientes a reducir el déficit fiscal y el ritmo de creación de dinero. Luego de un efímero éxito
inicial, la fragilidad de los frentes fiscal y externo y los cambios de precios relativos dieron por
tierra con el Austral, que fue sucedido inmediatamente por distintos intentos de estabilizar la
economía que obtuvieron resultados cada vez más pobres, hasta desembocar en la
hiperinflación en la primera mitad de 1989.
Cuadro IV-6
Composición de la oferta y demanda global. 1976-1998 (en % sobre el PBI a precios de mercado, calculados
a precios de 1993)
Importaciones Consumo Inversión bruta interna Exportaciones
1976/1980 4,5 74,0 25,4 5,1
1981/1985 4,5 79,3 19,2 5,9
1986/1990 3,9 80,3 16,7 6,9
1991/1995 9,0 82,9 18,3 7,8
1996/1998 12,5 82,0 20,2 10,2
Fuente: Elaboración propia en base a datos del Ministerio de Economía.
La inflación rebelde se combinó, desde fines de 1987, con una pronunciada tendencia
recesiva -particularmente concentrada en la industria manufacturera y la construcción-, fuerte
caída de la tasa de inversión, salarios reales declinantes y desocupación en ascenso. En
tanto, el superávit comercial ingresó en una etapa de rápido crecimiento, pasando de U$S 540
millones a U$S 5.400 millones entre 1987 y 1989. El ajuste consistió, esencialmente, en
reducir en forma drástica el grado de absorción doméstica, poniendo un "freno" a las
importaciones e incentivando el crecimiento de las exportaciones (ver cuadro IV-5).
288
aunque se continuó concediendo nuevos subsidios, bajo la forma de avales públicos y
redescuentos del Banco Central (BCRA). Por otro lado, se inició un proceso de desregulación
para permitir la inversión privada en áreas hasta entonces reservadas al Estado, se anunció la
venta de un 40% de las empresas estatales aérea y telefónica (estas ventas no se concretaron
y las empresas luego fueron privatizadas totalmente en la administración Menem) y, a partir de
1988, comenzó un proceso de fuerte reducción del gasto público. A su vez, se implementó un
programa de conversión (capitalización) de deuda externa, que favoreció la reactivación del
ingreso de IED en 1988 y 1989.
La administración del presidente Menem, asumida en julio de 1989, hizo inicialmente fuerte
énfasis en la reducción del déficit fiscal, buscando simultáneamente elevar la recaudación
tributaria y disminuir las erogaciones. Sin embargo, hasta 1991 se sucedieron varios intentos
fallidos de estabilización y perduraron condiciones de fuerte volatilidad cambiaria y de precios.
Con la puesta en marcha del esquema de convertibilidad se produjo una drástica caída en la
tasa de inflación. Sin embargo, la deseada convergencia entre la inflación doméstica y la
internacional tardó en producirse, erosionando la cotización de partida del tipo de cambio, la
que no podía ser considerada como elevada en términos históricos. Si bien de menor
magnitud, también se hizo evidente en un primer momento el deterioro del tipo de cambio
efectivo para las exportaciones agropecuarias e industriales. De ahí en más, el "ancla
cambiaria" ha condicionado todo el esquema de políticas económicas.
Pese a estos éxitos, ya existían señales que introducían dudas sobre la sustentabilidad del
programa. En esencia, se señalaba que, hasta el momento, dichos éxitos se habían fundado
en buena medida en dos circunstancias no reproducibles indefinidamente en el tiempo: la
disponibilidad de recursos extraordinarios vía venta de activos estatales y el mantenimiento de
condiciones externas favorables en términos de acceso y costo del crédito -traducidas en un
fuerte ingreso de capitales extranjeros voluntarios en el período ya mencionado-. Según sus
críticos, estos dos hechos habían permitido que el programa perdurara a pesar de la no
resolución de algunos problemas básicos: la débil tasa de ahorro interno, la dificultad para
cerrar la brecha fiscal y los significativos déficits acumulados en la cuenta corriente del balance
de pagos (producto de la situación deficitaria de la balanza comercial, causada a su vez por el
efecto conjunto del retraso cambiario, la apertura comercial y la reactivación económica local).
289
Asimismo, se observaba que las exportaciones crecían muy lentamente, contra el fuerte
dinamismo de las importaciones, y que la inversión, pese a su recuperación, era todavía muy
inferior, como porcentaje del PBI, no sólo a las cifras de los años 1970 (cuadro IV-6) sino también
a las tasas necesarias como para garantizar un crecimiento sostenido de la economía en el
largo plazo.
Al mismo tiempo, si bien luego del Tequila la economía local volvió a crecer fuertemente entre
1996 y 1998 -con la inversión y las exportaciones como "motores" del crecimiento (cuadros IV-5 y
IV-6)-, la persistencia de problemas fiscales y el creciente nivel de endeudamiento del sector
público, así como la continua dependencia de los mercados financieros internacionales para
financiar el déficit en cuenta corriente, siguen siendo puntos débiles dentro del esquema
macroeconómico.
290
nacionales para que efectuaran un descuento en el precio de venta de sus máquinas en el
mercado doméstico. Aunque dicho reintegro tenía como objetivo mantener algún tipo de
preferencia para los productores locales, las demoras en su implementación y gestión lo
convirtieron en poco efectivo desde el punto de vista práctico (Chudnovsky y Erber, 1999). Otro
instrumento que favoreció la compra de tecnología incorporada de origen extranjero fue el
régimen para importar sin aranceles plantas "llave en mano". En 1995, a partir de las
negociaciones en el MERCOSUR, se elevó el arancel para bienes de capital, que en 1996
llegó hasta 14%, pero manteniendo exenciones para bienes no producidos localmente.
Asimismo, por razones de necesidad fiscal, se decidió suspender el régimen de importación
para plantas llave en mano.
En tanto, los acuerdos de integración con Brasil se redefinieron en dos sentidos. En primer
lugar, se extendieron a Paraguay y Uruguay, constituyéndose el Mercado Común del Cono Sur
(MERCOSUR). En segundo lugar, se adoptó un esquema general y automático de
desgravación arancelaria que, partiendo de una preferencia mínima de 50% para el comercio
intrazona, lo liberaba totalmente a fines de 1994, momento en el que, además, los cuatro
socios debían unificar su política comercial externa completando una Unión Aduanera.
Se aprobó asimismo una Ley de Reforma del Estado, la cual regularía el proceso de
transferencia de activos públicos al sector privado. El masivo programa de privatizaciones del
nuevo gobierno comenzó en 1989/1990 con la venta de la compañía telefónica -ENTEL-, la
aerolínea de bandera -Aerolíneas Argentinas-, áreas petrolíferas, medios de comunicación,
ferrocarriles y mantenimiento de rutas (concesiones de peaje), y luego se extendió a otras
áreas tales como servicios de electricidad, gas natural y agua potable; también se privatizaron
las firmas estatales que operaban en el sector manufacturero en áreas tales como siderurgia y
petroquímica. Al mismo tiempo, se autorizó el otorgamiento de licencias para la explotación y
exploración de minas y yacimientos de petróleo y gas -sin alterarse el régimen de propiedad
estatal- y se desreguló la comercialización interna y externa de petróleo crudo y combustibles.
En tanto, se abandonaron casi totalmente las políticas de carácter sectorial, aunque con una
significativa excepción en el caso del sector automotriz (ver más abajo) y otras dos de menor
significación, pero igualmente importantes, como son las relativas a los sectores minero y
forestal, en los cuales existen regímenes de estabilidad tributaria y desgravaciones impositivas.
291
Consecuentemente, si bien a lo largo de la década se tomaron algunas medidas destinadas a
elevar el nivel de protección arancelaria (por ejemplo, el aumento de la tasa de estadística de
3 a 10% en 1993), se hizo un uso más activo de mecanismos de protección alternativos
(antidumping, salvaguardias, etc.) -a consecuencia esencialmente de presiones sectoriales y
de la acumulación de fuertes déficits comerciales- y los compromisos asumidos en el
MERCOSUR sólo se cumplieron de modo parcial (alcanzándose una Unión Aduanera
“imperfecta”), está claro que las reformas han modificado de manera radical el funcionamiento
de la economía doméstica en relación a lo que ocurría durante el período de la ISI.
Por otro lado, como se señaló antes, las reformas de los años 1990 dieron lugar a un aumento
tanto de las exportaciones como, con mayor significación, de las importaciones. Así, luego de 10
años de superávit comercial -lo cual durante los años 1980 era una condición para servir el
endeudamiento externo- en 1992 se pasó a una situación de déficit (U$S 2.637 millones), que sólo
se revertiría, a lo largo de la década, en 1995 y 1996 (como consecuencia de la recesión inducida
por el “Tequila”). Los principales factores detrás de esta tendencia, con distinta incidencia relativa
en diversos momentos del tiempo, son los siguientes: a) el crecimiento del nivel de actividad
292
doméstico; b) la mayor apertura comercial; c) la apreciación del tipo de cambio; d) el deterioro
de los términos de intercambio. A su vez, la persistencia de los déficits también expresa un
problema de competitividad estructural de la economía, y en particular de su sector industrial,
que reconoce tanto causas microeconómicas como macroeconómicas e institucionales.
En los años 1990 también se redefine el patrón geográfico del comercio exterior. Esta
redefinición es producto, esencialmente, de los acuerdos en el MERCOSUR, que conducen,
como se observa en el cuadro IV-10, a un fuerte aumento del porcentaje de las exportaciones
argentinas con ese destino, en desmedro de la Unión Europea y de países fuera de los
bloques comerciales más importantes. A su vez, hay una gran concentración de las
exportaciones MOI en el MERCOSUR, en tanto que las ventas a la Unión Europea son casi
excluyentemente (alrededor de un 90%) de productos primarios y de MOA.
Cuadro IV-9
Estructura de exportaciones por grandes agregados. 1980-1998 (U$S millones corrientes y porcentajes)
Total Productos Primarios MOA MOI Combustibles y energía
Total % Total % Total % Total %
1980 8.021,0 3.194,0 39,8 2.951,0 36,8 1.596,0 19,9 280,0 3,5
1985 8.397,0 3.607,0 43,0 2.597,0 30,9 1.557,0 18,5 636,0 7,6
1990 12.487,5 3.339,0 26,7 4.681,2 37,5 3.364,0 26,9 1.103,3 8,8
1995 21.161,0 4.816,0 22,8 7.528,0 35,6 6.504,0 30,7 2.313,0 10,9
1998 26.441,0 6.603,0 25,0 8.762,0 33,1 8.625,0 32,6 2.451,0 9,3
Prom. 1980-1985 8.187,8 3.595,7 43,9 2.738,0 33,4 1.389,8 17,0 464,3 5,7
Prom. 1986-1990 8.855,6 2.406,8 27,2 3.625,2 40,9 2.474,4 27,9 349,2 3,9
Prom. 1991-1995 14.999,4 3.724,8 24,8 5.634,9 37,6 4.127,2 27,5 1.512,5 10,1
Prom. 1996-1998 25.638,3 6.041,7 23,6 8.786,0 34,3 7.809,0 30,5 3.001,7 11,7
Fuente: Elaboración propia en base a datos del INDEC.
En cuanto a las importaciones, en los años 1990 resultaron, en promedio, cuatro veces mayores a
las registradas en los años 1980 (medidas en valores corrientes). Asimismo, hay un cambio en la
composición, con ascensos en la participación de los bienes de consumo y de capital, así como
de vehículos automotores, y caídas relativas en bienes intermedios y combustibles. En este
sentido, es importante consignar que las importaciones de bienes de capital, que son un canal
crucial de transferencia de tecnología, se multiplicaron por cinco entre ambas décadas (cuadro
IV-11).
Cuadro IV-10
Patrón de destino de las exportaciones argentinas. 1980-1998 (porcentajes)
Prom. 1980-1985 Prom. 1986-1990 Prom. 1991-1994 Prom. 1995-1998
Total 100 100 100 100
ALADI 18,3 22,9 36,6 47,9
MERCOSUR 9,6 13,1 24,0 34,5
EE.UU. 10,5 12,6 10,5 8,4
Unión Europea* 25,7 28,8 28,7 18,0
Japón 3,4 3,6 3,3 2,2
Resto del mundo 42,1 32,0 20,9 23,4
*: hasta 1994, los datos corresponden a lo que era la Comunidad Económica Europea.
Fuente: Elaboración propia en base a datos del INDEC.
293
La industria fue la principal receptora de las importaciones de bienes de capital (36% entre 1990 y
1998), seguida de transporte y comunicaciones -sectores que recibieron fuertes inversiones a
partir de los procesos de desregulación y privatización encarados en los años 1990- (cuadro
IV-12).
En cuanto al origen de las importaciones, se advierte también un aumento del peso del
MERCOSUR, aunque de menor magnitud relativa que en el caso de las exportaciones. La Unión
Europea es el principal bloque proveedor y los EE.UU. también ocupan una posición muy
relevante, siendo el principal país de origen de nuestras importaciones junto con Brasil (cuadro IV-
13). Interesa destacar, en este sentido, que si se consideran sólo las importaciones de bienes de
capital, la distribución por origen cambia significativamente, ya que entre la Unión Europea,
EE.UU. y Canadá aportan casi 2/3 de las mismas en los últimos años de la década de 1990, en
tanto que de Brasil proviene apenas el 14%. Esto indica que el proceso de modernización vía
bienes de capital importados ha tenido como fuente, en lo esencial, a las economías más
avanzadas.
Cuadro IV-11
Composición de las importaciones. 1980-1998 (U$S millones corrientes y porcentajes)
Total Bienes de Bienes Bienes de capital Piezas y accesorios Combustibles Vehículos autom. de
consumo intermedios p/bs. de capital pasajeros
% % Total % Total % % %
1980 10.540,6 19,5 34,2 2.323,1 22,0 1.255,0 11,9 9,3 2,3
1981 9.430,2 17,6 32,1 2.096,9 22,2 1.395,2 14,8 9,1 2,6
1982 5.336,9 8,3 43,7 982,3 18,4 888,7 16,7 12,1 0,5
1983 4.504,1 5,4 50,4 786,7 17,5 746,9 16,6 10,0 0,1
1984 4.584,7 6,2 50,8 691,9 15,1 810,2 17,7 10,3 0,0
1985 3.814,1 6,2 44,5 701,5 18,4 718,5 18,8 12,0 0,1
1986 4.724,1 7,3 50,0 663,4 14,0 920,2 19,5 8,9 0,2
1987 5.817,8 6,0 43,5 1.041,0 17,9 1.217,1 20,9 10,9 0,3
1988 5.321,5 5,1 48,5 904,4 17,0 1.052,7 19,8 9,3 0,2
1989 4.230,2 5,2 51,1 745,6 17,6 697,8 16,5 9,2 0,2
1990 4.196,6 7,9 49,3 635,6 15,1 691,0 16,5 10,1 0,3
1991 8.402,7 18,0 40,7 1.435,0 17,1 1.236,6 14,7 6,7 2,4
1992 14.981,7 21,4 31,7 3.095,2 20,7 2.591,1 17,3 3,4 5,3
1993 16.782,3 20,9 30,0 4.114,9 24,4 2.808,9 16,6 2,7 5,0
1994 21.675,1 18,0 28,8 6010,6 27,7 3396,1 15,7 3,1 6,5
1995 20.199,7 15,7 35,7 4745,6 23,5 3373,2 16,7 4,3 3,8
1996 23.855,1 15,0 35,2 5606,9 23,5 4108,1 17,2 3,9 5,0
1997 30.450,2 14,9 33,1 7717,9 25,3 5540,9 18,2 3,2 5,1
1998 31.398,7 15,6 32,0 8417,7 26,8 5505,3 17,5 2,7 5,2
1980-1990 (prom.) 5.720,6 10,3 43,1 1.051,9 18,5 945,2 16,6 10,0 0,9
1991-1998 (prom.) 22.777,3 16,9 32,9 5.684,3 24,5 3.906,0 17,0 3,5 5,0
Fuente: Elaboración propia en base a datos del INDEC.
Cuadro IV-12
Importaciones de bienes de capital, por sector productivo (U$S millones y %)
1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998 Acum 90-98 %
Agro 0,0 43,1 77,4 98,8 178,3 150,3 258,2 314,1 329,1 1.449,2 3,5
Minería 0,0 2,9 12,4 12,3 25,2 16,4 24,1 28,0 34,9 156,2 0,4
Industria manufacturera 305,0 641,4 1.228,8 1.551,3 1.991,0 1.838,9 2.160,9 2.504,5 2.752,2 14.974,0 35,9
Electricidad, gas y agua 60,4 113,4 201,2 263,3 370,5 334,5 385,0 515,6 549,1 2.793,0 6,7
Construcción 54,0 99,0 222,9 325,1 491,5 357,7 419,5 600,6 623,0 3.193,3 7,6
Transporte 44,5 80,4 408,6 604,9 1,180,1 686,7 930,0 1.494,9 1.810,0 7.239,9 17,3
Comercio, bancos y seguros 55,9 156,4 272,4 378,6 550,6 403,9 463,6 608,5 620,3 3.510,2 8,4
Comunicaciones 41,9 182,2 461,2 662,5 924,0 685,9 752,3 1.314,7 1.267,9 6.292,7 15,1
Salud 23,5 70,3 148,6 139,9 219,4 153,7 165,6 224,0 235,4 1.380,4 3,3
Investigación 9,5 21,5 21,7 24,7 35,1 31,4 34,1 42,3 41,7 262,0 0,6
Resto sin clasificar 12,1 24,4 40,2 53,5 72,1 86,3 52,4 70,7 76,7 488,4 1,2
TOTAL 635,5 1.435,0 3.095,2 4.114,8 6.037,8 4.745,6 5.645,8 7.717,9 8.340,3 41.768,0 100
Fuente: GACTEC (1999).
Cuadro IV-13
294
Patrón de origen de las importaciones argentinas. 1980-1998 (porcentajes)
Prom. 1980-1985 Prom. 1986-1990 Prom. 1991-1994 Prom. 1995-1998
Total 100 100 100 100
ALADI 26,0 32,6 32,1 30,5
MERCOSUR 14,9 19,7 24,2 24,5
EE.UU. 21,2 18,3 22,6 20,1
Unión Europea* 24,7 28,3 26,0 28,2
Japón 8,7 6,0 3,9 3,8
Resto del mundo 19,4 14,8 15,4 17,3
*: hasta 1994, los datos corresponden a lo que era la Comunidad Económica Europea.
Fuente: Elaboración propia en base a datos del INDEC.
Cabe señalar, de todos modos, que más allá del gran aumento de las importaciones y del
crecimiento de las exportaciones en los años 1990, la Argentina dista aún de ser una
economía "abierta", al menos en la comparación internacional, como se observa en el cuadro
IV-14, en el cual se ve que sólo la India, Japón y Brasil (2 economías "continentales" y el
segundo país más desarrollado del mundo, tradicionalmente cerrado al comercio por otro lado)
están por debajo de la Argentina en este plano.
Cuadro IV-14
Participación de las exportaciones e importaciones en el PBI en un grupo de países. 1998 (%)
X/PBN M/PBN X+M/PBN
Hong Kong 110,0 119,2 229,2
Singapur 115,5 106,7 222,2
Malasia 91,8 73,4 165,2
Irlanda 93,7 64,7 158,4
Bélgica 66,3 61,3 127,6
Holanda 51,0 47,4 98,4
Filipinas 37,2 40,5 77,7
Tailandia 39,9 31,1 71,0
Canadá 35,0 33,5 68,5
Suecia 37,2 29,8 67,0
México 30,8 33,9 64,7
Corea 36,0 25,2 61,3
Finlandia 34,1 25,7 59,8
Suiza 27,6 28,1 55,7
Indonesia 35,3 19,8 55,1
Portugal 22,1 33,0 55,1
Dinamarca 26,7 26,0 52,6
Noruega 26,1 23,8 49,9
Alemania 25,4 22,0 47,4
Chile 20,9 26,4 47,3
Sudáfrica 22,1 24,6 46,7
Reino Unido 21,6 25,0 46,6
Nueva Zelandia 21,7 22,4 44,1
España 19,7 24,0 43,7
Francia 20,9 19,6 40,5
Venezuela 21,2 19,2 40,3
Italia 20,7 18,3 39,0
Turquía 13,0 23,1 36,2
China 19,8 15,1 34,9
Australia 14,7 17,8 32,5
Perú 9,1 16,4 25,5
Colombia 10,3 14,9 25,2
EE.UU. 8,6 11,9 20,5
Argentina 8,8 10,5 19,3
India 7,9 10,2 18,1
Japón 9,5 6,9 16,3
Brasil 6,7 8,0 14,8
Fuente: Elaboración propia en base a datos del Banco Mundial.
295
Esta comprobación es sumamente importante considerando que existen distintos argumentos
respecto de la relación entre apertura comercial y esfuerzos innovativos domésticos. Por un
lado, retomando las hipótesis de autores como Dahlman y Nelson (1993), una apertura amplia
-tanto importadora como exportadora- genera un marco de incentivos adecuado -vía
competencia- para que las firmas incrementen su propensión a innovar. Por otro lado, se
podría pensar que una apertura demasiado amplia a las importaciones, tanto por la posible
destrucción de firmas domésticas como por la dificultad que implica competir con producciones
que están en la frontera tecnológica internacional, desalienta las actividades innovativas
locales y favorece una excesiva importación de tecnología.
En este sentido, los datos para la Argentina no parecen sugerir que el grado de apertura
comercial sea en modo alguno exagerado, al menos en la comparación internacional; por el
contrario, en el argumento Dahlman-Nelson, se debería seguir estimulando una mayor
competencia, tanto en el mercado doméstico como en los mercados de exportación, de modo
de impulsar a las firmas domésticas a realizar continuos esfuerzos en materia de innovación e
incorporación de nuevas tecnologías. Esto no niega, sin embargo, que la apertura haya tenido
consecuencias negativas como las sugeridas en el párrafo anterior, en particular en algunos
sectores como bienes de capital, en gran medida por la ausencia de políticas complementarias
de asistencia a las firmas locales y por la falta de gradualismo con la que fue implementada en
el caso argentino. Sobre este tema volveremos más abajo.
En cuanto a la IED, mientras que en toda la década de 1980 la Argentina recibió U$S 5859
millones, entre 1990 y 1999 la IED ingresada alcanzó una cifra más de once veces mayor -U
$S 65183 millones- (ambos datos están medidos en valores corrientes). Los flujos de IED han
estado en la mayor parte de los años 1990 por encima del 2% del PBI, y del 10% de la
inversión bruta en capital fijo, en tanto el stock de IED como porcentaje del PBI ha escalado
del 7,5% en 1992 al 21,9% en 1999.
En cuanto a la distribución sectorial de los flujos de IED recibidos por el país, en el acumulado
1992-1998 se observa que la industria manufacturera recibió el 31,7% de aquellos
-concentrados en los sectores de alimentos, bebidas y tabaco, químicos y automotriz-;
electricidad, gas y agua el 19,5% -producto de las privatizaciones realizadas-; bancos -se
desreguló el acceso de instituciones extranjeras- el 16,3%; petróleo -donde hubo una amplia
desregulación, además de privatizarse la petrolera estatal-, el 11,2%; comercio -donde también
hubo desregulaciones- el 5,3%; y comunicaciones -también objeto de privatización- el 4,5%.
296
También resulta relevante el contraste con las cifras correspondientes a la estructura sectorial
de la IED en otros países y regiones. En este sentido, interesa destacar que el stock de IED
industrial en la Argentina es, proporcionalmente hablando, significativamente menor al
registrado en 1997 en los países del Sur, Este y Sudeste de Asia -donde llega a más del 60%
del total de la IED-, y al del conjunto de países en desarrollo -59,3%-. Asimismo, es inferior
también al que se observa en América Latina y el Caribe -39%- y en total mundial -42,5%-
(cuadro IV-15). A su vez, petróleo, bancos, electricidad, gas y agua y comunicaciones
aparecen como sectores que tienen en la Argentina un peso relativo dentro del stock de IED
significativamente superior al que se observa en la mayor parte de las áreas mencionadas.
Cuadro IV-15
Estructura del stock sectorial de IED. 1997 o año más cercano (%)
Sur, Este y Sudeste de Asia América Latina y Países en desarrollo Mundo Argentina
Caribe
Actividades 3,4 5,7 3,8 6,3 13,0
Primarias
Manufacturas 61,5 38,8 59,3 42,5 32,8
Servicios 32,8 55,5 34,6 48,5 41,5
No especificadas 2,3 0,0 2,1 2,8 12,7
Total 100 100 100 100 100
Fuente: Elaboración propia en base a UNCTAD (1999) y Ministerio de Economía (1998).
c) El sector agropecuario
297
La expansión se interrumpe, sin embargo, a partir de la campaña 1984/85 (cuadro IV-16), y
recién en 1994/95 se superará el pico alcanzado diez años atrás. Siguiendo a Barsky (1993) la
necesidad del Estado de extraer ingresos fiscales del agro se conjugó con una situación de
precios internacionales en claro descenso a partir de 1984 para provocar una crisis de
rentabilidad en el sector, de la cual se derivó la mencionada caída de la producción. Más en
general, la inestabilidad del contexto macroeconómico -que determinó variaciones fuertes en el
nivel de tipo de cambio real y en los precios relativos domésticos-, en un contexto
tendencialmente recesivo y donde las necesidades fiscales del Estado encontraban en las
retenciones al agro una fuente importante de recursos, no podían sino haber tenido un efecto
negativo sobre la rentabilidad y, por ende, la inversión y la producción en el agro pampeano.
Cuadro IV-16
Superficie sembrada y producción de cereales y oleaginosas. 1975-1998 (miles has, miles ton., %)
Superf. Sembrada (prom. anual) Crecimiento acum. Producción (prom. Crecimiento acum.
anual)
1975/1979 20490098 0,5 28410328 17,0
1980/1984 22257636 8,6 39324992 38,4
1985/1989 19994576 -10,2 33699513 -14,3
1990/1994 20165214 0,9 40955244 21,5
1995/1998 24459531 21,3 54504187 33,1
Fuente: Elaboración propia en base a datos de la Secretaría de Agricultura, Ganadería y Pesca.
En este contexto, una de las tendencias más significativas del sector agropecuario en los años
1980 es la acelerada “agriculturización” que se produce como consecuencia de los altos precios
relativos de los granos vis a vis el ganado, que hacían irracional, desde el punto de vista
microeconómico de corto plazo, mantener el esquema de rotaciones, situación agravada por los
bajos niveles de productividad de la ganadería. De acuerdo con Chudnovsky et al (1999a), la
consecuencia más visible de la agriculturización fue un agravamiento de la erosión de los suelos
con su consiguiente pérdida de fertilidad, que fue compensada parcialmente mediante la
incorporación de materiales genéticos de alto rendimiento.
Por otra parte, continuaron las tendencias al cambio en la estructura de relaciones sociales y
productivas dentro del sector. Así, el contratismo siguió ganando peso, por la mayor demanda
de labores asociada a la agriculturización y a la introducción de cultivos más exigentes, como
la soja (Becerra et al, 1997). De acuerdo con Obschatko (1997), la expansión del contratismo
ha significado una mayor flexibilidad para el sector agropecuario, permitiendo aprovechar
mejor el parque de maquinarias existente, así como facilitando una mayor difusión de las
innovaciones tecnológicas disponibles.
La política económica adoptada en los años 1990 tuvo, en general, un efecto positivo sobre el
sector agropecuario, tanto por el lado de los costos como por el de los precios. Se derogaron
casi todas las retenciones a la exportación, así como otro conjunto de tasas y cargas
vinculadas al comercio exterior que significaban sendas detracciones del ingreso de los
productores y exportadores. Asimismo, se eliminó la contribución del 1,5% sobre las
exportaciones agropecuarias de origen pampeano que se destinaba al financiamiento del INTA
(el cual pasó a financiarse a través de las rentas generales del presupuesto nacional).
298
A su vez, se redujeron o eliminaron aranceles para la importación de maquinarias e insumos,
facilitando la incorporación de tecnología de origen extranjero. Se desregularon diversos
mercados, se eliminaron casi todos los entes reguladores pre-existentes –Junta Nacional de
Granos, Junta Nacional de Carnes, etc.- y se mejoró tanto la infraestructura de transporte y
comunicaciones como los puertos.
Este contexto doméstico favorable, que dio lugar a significativos procesos de aumento de la
productividad y la competitividad de la región pampeana viabilizados por las inversiones y la
actualización tecnológica llevados adelante por una buena parte de los productores, se vio
complementado favorablemente por un contexto internacional de alza de precios de los
commodities agropecuarios a mediados de la década de 1990. Así, se alcanzaron sucesivos
récords históricos de cosecha en 1996/97 y 1997/98 -con 54 y 67 millones de toneladas de
granos respectivamente- (véase también cuadro IV-16).
Si bien en 1998 y 1999 se revirtió este panorama favorable para el sector por la combinación
de diferentes factores -baja de precios internacionales, aumento de impuestos locales, la crisis
y devaluación de la moneda brasileña, etc.-, que derivaron en serios problemas de
299
endeudamiento y caídas de rentabilidad, en el balance se trató indudablemente de una
década altamente positiva para la actividad agropecuaria en su conjunto, aunque, como
veremos enseguida, vino acompañada de una mayor polarización al interior del sector.
En este contexto, surgieron nuevas formas de organización empresaria, cuyo impulso provino,
entre otros factores, de las nuevas exigencias en materia de capital y tamaño para competir en
el nuevo escenario local e internacional. Así, aparecieron los llamados pools de siembra (que
muchas veces replican el ya mencionado modelo de diversificación de riesgo de precios y
clima mediante el control de establecimientos en distintas zonas del país), los fondos de
inversión directa, la agricultura por contrato con la agroindustria y las asociaciones de
productores para concretar integraciones horizontales o verticales (Estefanell et al, 1997).
Estas nuevas modalidades empresarias, que reemplazan a la figura tradicional de la
explotación familiar o unipersonal, han permitido mejorar los niveles de productividad física de
los insumos y la rentabilidad, al mismo tiempo que han diversificado el riesgo frente a la
volatilidad de los precios internacionales de los granos en los años 1990 (Sonnet, 1999).
Así, los efectos de las reformas de los años 1990 han implicado un crecimiento del tamaño medio
de las explotaciones –la superficie promedio de las unidades se incrementó un 46% entre 1992 y
1997-; se ha estimado que desaparecieron una cuarta parte de las explotaciones existentes en
1990 (Sonnet, 1999). De todos modos, algunos analistas estiman que el proceso de concentración
avanzará aún más, considerando, por ejemplo, que en los EE.UU. el 75% de la producción es
realizada sólo por el 17% de los agricultores, cifra que se eleva al 37% en el caso argentino.
Las restantes regiones agropecuarias también han conocido, como se dijo antes, significativos
procesos de transformación estructural. Algunas actividades han ingresado en profundas crisis
(azúcar, ovinos) generalmente como producto de una combinación de causas internas y
externas, mientras que otras han atravesado fuertes reconversiones (frutihorticultura, algodón,
etc.), en las cuales generalmente han ganado peso los medianos y grandes propietarios que
pudieron tecnificarse frente a los pequeños productores descapitalizados que han tendido a
abandonar las actividades productivas. Asimismo, al igual que en la región pampeana, han
avanzado tanto las grandes empresas locales y extranjeras como las nuevas formas de
organización empresaria arriba mencionadas (Estefanell et al, 1997).
300
d) El sector industrial
Como señala Kosacoff (1998), desde 1975 hasta el presente el sector manufacturero ha
perdido la capacidad de dinamismo productivo, generación de empleo y liderazgo del proceso
de inversiones que lo distinguía durante la etapa de la ISI. Al mismo tiempo, se han producido
profundas transformaciones que resultan en un modelo de organización muy diferente del que
estaba en vigencia en aquella etapa.
Como se señaló antes, la dictadura militar asumida en 1976 da inicio a lo que se llamó un
proceso de “sinceramiento” de la economía que comenzó con una significativa rebaja de
aranceles. Sin embargo, en una primera etapa el sector industrial todavía no se ve
mayormente afectado por el aumento de importaciones -indicios de la existencia de “agua” en
las tarifas-. A posteriori, la combinación de la apertura comercial y del retraso cambiario, junto con
un mercado financiero en el que prevalecían altas tasas de interés en un contexto de retracción
del consumo doméstico, dieron lugar a comienzos de los años 1980 la crisis más profunda de
la historia para el sector industrial local (ver cuadro IV-8). Por ejemplo, entre 1976 y 1982 la
producción de textiles, ropa y calzado cayó un 35%, la de madera y muebles un 40% y la de
productos metálicos, maquinaria eléctrica y material de transporte un 30% (Kosacoff, 1989).
Interesa destacar especialmente que la experiencia aperturista significó una fuerte pérdida de
las capacidades productivas y tecnológicas acumuladas durante la ISI en el sector fabricante
de bienes de capital. En este sentido, hay que tener en cuenta el rol clave que ha jugado dicho
sector en la mayor parte de las experiencias exitosas de industrialización tardía, considerando
301
su carácter de difusor de progreso técnico y generador de externalidades, así como la
importancia que tiene la interacción entre productores y usuarios de bienes de capital para
sostener la competitividad de estos últimos.
Cuadro IV-18
Composición del producto bruto manufacturero. 1976-1983 (%)
1976 1983 1976 1983
Alimentos 13,9 14,7 Caucho 2,7 2,8
Bebidas 4,5 4,3 Productos plásticos 0,9 1,1
Tabaco 4,0 4,0 Cerámicas 0,5 0,4
Textiles 7,7 7,0 Vidrio 0,9 0,9
Prendas de vestir 2,3 1,1 Minerales no metálicos 3,3 3,2
Cuero 0,9 0,7 Siderurgia 4,1 5,3
Calzado 0,4 0,3 Aluminio 0,8 1,2
Madera y sus productos 1,1 0,8 Productos metálicos 7,5 7,8
Muebles 0,4 0,5 Maquinaria no eléctrica 6,7 4,7
Celulosa y papel 2,1 2,4 Maquinaria y aparatos eléctricos 3,1 2,7
Imprentas y editoriales 2,4 2,0 Material de transporte 7,2 6,6
Sustancias Químicas industriales 2,8 3,7 Equipo profesional y científicos 0,8 0,5
Otros productos químicos 6,3 6,4 Otras manufacturas 5,8 5,8
Refinerías de petróleo 6,7 8,6 Total 100 100
Fuente: Elaboración propia en base a datos de Katz y Kosacoff (1989).
En tanto, pese al contexto legal favorable para las ET, durante esta etapa no hay ingresos de
nuevas firmas extranjeras de importancia, sino que más bien hay retiros de varias empresas
de gran significación. En efecto, se verifica el abandono del país de algunas grandes firmas
metalmecánicas internacionales, tales como General Motors, Olivetti, Fiat o Citroen, que
cierran, venden o ceden sus líneas de producción en respuesta al poco estimulante contexto local,
tanto político como económico. Así, la participación del capital extranjero en la producción
industrial cayó del 30,4 al 26,8% entre 1973 y 1984 (Azpiazu, 1992b). Este movimiento es
producto tanto del mencionado retiro de varias ET del país como de la pérdida de peso relativo
de algunas ramas donde las ET tenían una posición dominante (Chudnovsky, 1988).
A su vez, se observa un crecimiento -que se prolongará durante los años 1980- de un conjunto
de grandes conglomerados de capital local, que crecen al amparo del aprovechamiento de las
leyes promocionales, así como de las posibilidades abiertas por la apertura del mercado de
capitales y el acceso al endeudamiento externo (Bisang, 1996). Buena parte de la literatura
sobre estos conglomerados destacará su carácter rent-seeking, evidenciado por su
dependencia respecto de distintos mecanismos de promoción y subsidios del Estado, así como de
la capacidad de compra de este último (Azpiazu et al, 1986; Schvarzer, 1996).
302
En la etapa del gobierno radical (1983-1989) el sector alternó años de expansión con otros
recesivos, acompañando la inestabilidad característica de aquellos años en la economía local.
Hacia fines de dicho período, la crisis que terminó con dicho gobierno tuvo un impacto muy
significativo sobre la industria, cuya producción acumuló una caída del 15% entre 1988 y 1989.
Ya con la nueva administración, como producto de la continuidad de los problemas
macroeconómicos, 1990 resultó el año de menor producción industrial en tres décadas. En
este contexto, no sorprende encontrar que en el total de la década la industria acumulara una
nueva caída, esta vez del orden del 0,9% anual acumulativo (cuadro IV-8).
En este contexto, continúa el proceso de transformación estructural del sector industrial, con la
consolidación de algunos cambios iniciados en la fase de la dictadura militar, tales como el
aumento de la presencia de los grandes conglomerados de capital doméstico y la pérdida de
peso relativo de las industrias metalmecánicas (cuadro IV-19) en favor de los ramas productores
de insumos de uso difundido y algunos alimentos (en particular, aceites vegetales).
Cuadro IV-19
Composición del valor agregado manufacturero. 1980-1996 (%)
Industria Alimentos Textil, prendas Madera, Papel, Químicos, deriv. de Minerales Industrias Prod. Otras
manufact. , bebidas de vestir, incluidos imprenta y petróleo, caucho y no metálicas metálicos, industrias
y tabaco cuero muebles editoriales plásticos metálicos básicas maq. y equipo manufact.
1980 100 19,5 10,9 2,4 4,3 24,2 5,7 3,5 28,6 0,9
1986 100 23,1 12,6 2,4 5,1 24,6 4,4 3,7 23,3 0,9
1990 100 25,1 14,1 2,3 4,8 25,8 3,7 4,0 19,2 0,9
1996 100 24,3 10,8 2,2 6,3 25,0 3,9 5,3 21,3 0,9
1980-1985 100 21,5 11,7 2,2 4,7 25,0 5,1 3,5 25,5 0,9
1986-1990 100 23,5 12,5 2,4 5,1 24,8 4,3 4,1 22,4 0,9
1991-1996 100 23,9 11,6 2,5 6,0 24,9 4,0 4,4 21,9 0,9
Ambas tendencias fueron favorecidas por la continuidad de los regímenes de promoción, que
progresivamente estuvieron sujetos a cada vez más fuertes críticas, incluyendo: i) la escasa
selección de actividades dentro de un modelo de industrialización coherente; i) el elevado
costo fiscal; iii) la ausencia de evaluaciones ex-post y de mecanismos efectivos de
fiscalización (Kosacoff, 1993). Cabría agregar, también, la ausencia de estímulos para el
desarrollo de actividades innovativas en las empresas promocionadas, así como la escasa
preocupación por incentivar la búsqueda de ganancias de competitividad en el plano
microeconómico.
Por otra parte, durante toda esta etapa se observa un crecimiento altamente significativo de
las exportaciones de manufacturas, que pasan, en valores corrientes, de U$S 2000 millones a
mediados de los años 1970 a U$S 8000 millones hacia fines de la década de 1980. Son las
MOI las que están a la cabeza de ese movimiento dinámico, ya que crecen de U$S 680 a
alrededor de U$S 3300 millones, siempre en los mismos años (cuadro IV-9).
Entre las manufacturas de origen agropecuario se destacan las ventas de aceites vegetales
-por gran distancia el rubro más significativo, habiendo registrado un crecimiento explosivo a
partir de mediados de los años 1970 (ver Obschatko, 1997, para un análisis del desarrollo de
303
esta actividad, en la cual se registraron notables aumentos de escala y productividad 216, así
como un rápido proceso de modernización tecnológica, que complementaron las ventajas
competitivas propias de la disponibilidad del recurso natural)-, frigoríficos y curtiembres. En
tanto, las exportaciones MOI son muy distintas de las que habían sido las más dinámicas
hasta mediados de la década de 1970. En efecto, hay un desplazamiento de las exportaciones
metalmecánicas y textiles, a favor de industrias tales como la siderurgia, la refinación de
petróleo, el aluminio y la petroquímica (Bisang y Kosacoff, 1995).
Si por un lado este aumento de las exportaciones industriales puede verse como continuidad
de la dinámica previa que venían evidenciando desde los años 1960, hay otros factores
importantes a considerar: i) el desarrollo de actividades vinculadas al sector primario que
lograron buena inserción en el mercado internacional (aceites vegetales); ii) la concreción en
los años 1980 de diversos proyectos en el sector de insumos difundidos que, originalmente
planificados para sustituir importaciones, debieron salir a exportar cuando, como producto del
estancamiento macroeconómico y de la desarticulación de la cadena industrial, encontraron
una demanda doméstica muy inferior a la estimada al momento de definir las escalas de
planta; iii) un conjunto de actividades, incluyendo la automotriz y otras metalmecánicas,
redefinieron sus estrategias de funcionamiento incluyendo una mayor apertura hacia los
mercados externos (Bisang y Kosacoff, 1995).
A modo de breve balance, puede señalarse que en el período 1975/1990 la actividad industrial
cayó en un 25%, lo cual llevó a una pérdida de peso del sector manufacturero en el PBI desde
un 24 a un 19% aproximadamente. En tanto, el perfil de especialización sectorial cambió
fuertemente, con expansiones de ramas asociadas a recursos naturales, tanto primarios como
minerales, y de las productoras de insumos difundidos -actividades que, en general, son
capital intensivas y que en Argentina no avanzaron hacia la producción de bienes
"diferenciados" con mayor valor agregado-, en detrimento de otras actividades más asociadas
al uso intensivo de recursos humanos calificados y con mayores requerimientos de esfuerzos
tecnológicos domésticos -en particular, el complejo metalmecánico y electrónico- (Kosacoff, 1993).
La introducción del Plan de Convertibilidad dio lugar a una fuerte recuperación del sector
industrial entre 1991 y 1994, ya que al calor del fuerte aumento de la demanda doméstica y de
la reaparición del crédito para consumo, se registró un significativo aumento de la producción
manufacturera, paralelamente a una fuerte expulsión de personal consecuencia de la
generalización de procesos de racionalización de los puestos de trabajo. Esta reactivación
tuvo, sin embargo, un impacto heterogéneo dentro del sector industrial, con las ramas
automotriz y otras de bienes de consumo durable encabezando el aumento de la producción,
mientras que la industria de maquinarias y equipos no podía aprovechar los frutos del
incremento de la inversión doméstica ya que enfrentaba una competencia de importaciones
que llegaban al país con arancel cero -incluyendo los bienes de capital que eran adquiridos por la
vía del régimen especial para importar plantas llave en mano- y financiamiento muy favorable.
Luego del derrumbe de la producción industrial en 1995, derivado del llamado "efecto Tequila",
se retoma la expansión en 1996, la cual, a diferencia de la etapa anterior, se hace en un
contexto de incremento en el nivel de empleo manufacturero. Esta nueva fase expansiva se
216
: Según la autora, la productividad de las firmas argentinas es similar a la de sus principales competidores
internacionales.
304
detiene en 1999, cuando el sector -al igual que la economía en su conjunto-, ya afectado por
las consecuencias de las crisis asiática y rusa y por el endurecimiento del mercado financiero
internacional, recibe un nuevo golpe con la devaluación del real a comienzos del año.
En el balance, en los años 1990, pese al buen desempeño promedio del sector industrial, el
mismo siguió perdiendo peso en la estructura global de la economía (cuadros IV-7 y IV-8). Hay
que considerar, además, que el punto de partida de este proceso de recuperación de la
producción industrial era muy bajo, teniendo en cuenta el retroceso acumulado en los años
1980; así, recién en 1994 el PBI industrial supera al de 1977.
Dentro de este panorama general, se destaca la evolución del sector automotriz, beneficiado
por un régimen comercial especial que incluye cupos para la importación de vehículos
terminados, preferencias arancelarias para que las terminales que producen localmente
importen automotores y autopartes y un régimen especial de intercambio compensado con Brasil.
En este contexto, de poco menos de 100 mil vehículos producidos en 1990 se pasa a más de 450
mil en 1998 (el pico histórico anterior se había alcanzado en 1973, con 290 mil unidades). Por otro
305
lado, se ha verificado una significativa actualización en materia de modelos producidos, los cuales
ya casi no presentan rezagos frente a la oferta internacional, se han modernizado las tecnologías
de proceso y organización y se han realizado significativas inversiones en equipo fijo, incluyendo
la instalación de dos nuevas fábricas. De todos modos, esto no ha impedido la persistencia de
brechas importantes en materia de calidad y productividad en la comparación internacional.
Asimismo, si bien las exportaciones de automotores han crecido sustantivamente, ello ha sido, en
esencia, producto de las obligaciones introducidas en el mencionado régimen automotriz. Por otro
lado, el grueso de dichas exportaciones se concentra en Brasil (ver Bastos Tigre et al, 1999).
Los datos del cuadro IV-20 permiten ver la transformación de la estructura industrial argentina
a largo plazo de un modo estilizado, advirtiéndose tanto la pérdida de peso del sector
metalmecánico y de las industrias intensivas en mano de obra (textiles, etc.), como el avance
de las actividades vinculadas a recursos naturales.
Cuadro IV-20
Cambios en el peso relativo de los distintos sectores industriales (% sobre el PBI manufacturero). 1970-1996
1970 1990 1996
Metalmecánica, excluyendo automotores 15,6 14,3 13,1
Equipo de transporte 9,9 8,5 12,1
Alimentos, bebidas y tabaco e industrias procesadoras de recursos naturales 36,2 46,7 45,7
Industrias tradicionales intensivas en mano de obra 38,2 30,5 29,0
Fuente: Katz (1999b).
Las tendencias reseñadas han tenido una evidente vinculación con la forma en que impactó el
proceso de apertura comercial sobre la industria. Por un lado, la participación del comercio
exterior en el valor bruto de la producción industrial pasa de 10 a 23% entre 1990 y 1997,
aumento motorizado esencialmente por las mayores importaciones. En efecto, el coeficiente
de importaciones sobre consumo aparente pasó de 3 a 13,7%, en tanto que la participación de
las exportaciones en el valor bruto de producción aumentó sólo de 7 a 9,7%, siempre entre
1990 y 1997, lo cual implicó una reversión del signo del balance comercial del sector
manufacturero (Alvaredo et al, 1998).
Las exportaciones de manufacturas pasaron de U$S 8045 millones en 1990 a U$S 17387
millones en 1998. A su vez, las exportaciones MOI crecieron de U$S 3364 a U$S 8625
millones en el mismo período. De este modo, las exportaciones MOI pasaron de 27 a cerca de
33% del total de exportaciones argentinas, siempre entre 1990 y 1998 (cuadro IV-9).
Pese a este significativo avance, se ha argumentado que sin incluir las exportaciones
automotrices, impulsadas por el régimen especial antes señalado, el peso de las exportaciones
MOI hubiera caído en los años mencionados. Asimismo, como se señaló más arriba, las ventas
MOI han tendido a concentrarse fuertemente en el MERCOSUR, hecho que indica, a la vez,
tanto su vulnerabilidad como la dificultad para alcanzar niveles de competitividad internacionales.
306
A su vez, Bekerman y Sirlin (1997) comprueban que, pese al aumento de las exportaciones
MOI, las desventajas comparativas de dicho grupo de exportaciones se han incrementado en
los años 1990 (considerando que las importaciones MOI han crecido aún más rápidamente),
acentuando el tradicional patrón dual del comercio exterior argentino. En otras palabras, la
mejora de la competitividad y la eficiencia microeconómicas no parecen haber tenido hasta
ahora un correlato en cuanto a un incremento significativo de la presencia exportadora del
sector manufacturero, en particular fuera de la región MERCOSUR.
Por el lado de las importaciones, las mismas han impactado de modo muy diferente en las
distintas ramas manufactureras. Así, por ejemplo, como se señaló antes, la producción de
bienes de capital sufrió fuertemente la competencia extranjera, especialmente luego de que se
impusiera un arancel cero para las importaciones de ese tipo de bienes. Las industrias trabajo
intensivas -textiles, calzado, juguetes, etc.- también se encontraron entre las más afectadas,
así como los segmentos con menores capacidades competitivas dentro del complejo de
insumos difundidos -papel, por ejemplo-. En este sentido, hay que advertir que en los años
1990 sólo muy tardía y débilmente se implementaron algunas políticas de asistencia para la
reestructuración de los sectores que debían reconvertirse desde bajos niveles de
competitividad inicial para enfrentar la competencia de las importaciones.
307
En este marco, durante los años 1980 predominaron las actividades rent-seeking y las estrategias
de valorización financiera y especulativa del capital por sobre las dirigidas hacia la ampliación de
capacidades productivas. Las escasas inversiones relevantes se dirigieron exclusivamente hacia
sectores y regiones en los que la aplicación de capital se encontraba fuertemente subsidiada.
En los años 1990, ante el drástico cambio en las reglas de juego, las estrategias privadas
presentan, en un primer momento, un fuerte componente inercial, basado no sólo en su propia
historia sino también en la demora en evaluar como irreversibles las nuevas señales exógenas
(Chudnovsky et al, 1992). En líneas generales, excepción hecha de las compras de activos
públicos o de los traspasos accionarios entre firmas privadas -concentrados en pocos sectores-,
en un primer momento predominaron las acciones dirigidas a garantizar la sobrevivencia o
permanencia de la empresa por sobre las que incluían un componente de dinamismo inversor
o tecnológico importante.
La respuesta más generalizada y más rápida de las firmas al nuevo conjunto de reglas
económicas fue la reducción de personal, el cierre de líneas de producción y aún de plantas
completas, la disminución o eliminación de los planteles tecnológicos y la racionalización de
estructuras administrativas y comerciales. A su vez, este movimiento se combinó con la
creciente adopción de modernas técnicas de organización y manejo del proceso productivo y
de nuevas estrategias de comercialización y distribución.
Las dificultades de las PyMEs para adaptarse a las nuevas reglas de juego derivaron en el
cierre de gran cantidad de establecimientos a lo largo de los años 1990. Esto llevó a adoptar
distintas políticas públicas de carácter "horizontal" a partir de 1994 (la mayor parte de ellas
orientada a reducir el costo del endeudamiento para las empresas), dirigidas especialmente a
aquel segmento de firmas. Si bien estas políticas aún no han sido evaluadas en cuanto a su
eficacia, como mínimo puede decirse que fueron implementadas demasiado tardíamente.
A medida que avanzaba la década de 1990, con la consolidación del nuevo régimen de política
económica comenzaron a hacerse más nítidas las estrategias de las firmas industriales, así
como los lineamientos básicos del proceso de reestructuración. A su vez, la inversión en el
sector manufacturero tomó mayor fuerza a lo largo de la década, lo cual se refleja en el
aumento de las importaciones de bienes de capital destinados al sector industrial y en la
aparición de algunos nuevos proyectos de inversión greenfield o que involucran significativas
ampliaciones de capacidad en diversos sectores. De todos modos, cabe acotar que las
inversiones greenfield han sido relativamente escasas dentro del sector manufacturero, y se
concentraron en algunas ramas específicas como alimentos y bebidas y automotriz, entre otras.
308
A lo largo de los años 1990 se observan una serie de transformaciones que incluyen: i) un
sesgo hacia "funciones de producción" menos trabajo-intensivas; ii) una fuerte disminución de
la "verticalidad" de la producción interna originada, centralmente, en la sustitución de valor
agregado doméstico por mayores contenidos de origen externo217; iii) una especialización
mayor de las firmas locales, vía reducción del mix de productos y complementación con oferta
importada; iv) una creciente externalización de actividades de servicios auxiliares
(outsourcing); v) la introducción de innovaciones organizacionales que han elevado
notablemente la productividad de la industria, pero cuyo dispar ritmo de introducción ha
derivado en un mayor nivel de heterogeneidad al interior del sector (Kosacoff, 1998).
En el plano del empleo, en tanto, como se dijo antes, se verificó una fuerte expulsión de
personal del sector manufacturero, producto tanto de la introducción de técnicas más capital
intensivas -por el abaratamiento relativo de los bienes de capital- como de procesos de
racionalización y terciarización de la producción en la mayor parte de las ramas industriales.
En cuanto a las estrategias empresarias, encontramos que las firmas han reaccionado de
distinta forma frente al nuevo contexto competitivo de los años 1990. Así, se comprueba que
en la mayor parte de los casos la performance de los agentes no está directamente asociada
al dinamismo de la rama a la que pertenecen, lo cual es evidencia de una fuerte
heterogeneidad estructural y de la existencia de respuestas muy variadas al interior de los
distintos sectores (Yoguel y Rabetino, 1998).
Siguiendo a Kosacoff (1998), las estrategias pueden agruparse en dos grandes categorías.
Por un lado, lo que llama “reestructuraciones ofensivas”, protagonizadas por unas 400 firmas -que
representan alrededor del 40% del producto industrial en 1995-, que realizaron fuertes inversiones
217
: Bisang y Malet (1998) señalan, sobre la base de una encuesta reciente (INDEC, 1998), que mientras la canti dad
de proveedores locales se incrementa entre 1992 y 1996 un 30,6%, la de proveedores extranjeros crece un 41%.
309
y llevaron adelante profundos cambios organizacionales -del tipo de los mencionados algunos
párrafos más arriba-, a resultas de lo cual han obtenido significativas mejoras de productividad
que las acercan a las mejores prácticas internacionales.
Si bien las alrededor de 25 mil empresas que conforman el resto del universo manufacturero
argentino también han obtenido significativos aumentos de productividad en estos años
-gracias a racionalización de personal, introducción de cambios organizacionales e inversiones
menores en debottlenecking y optimización de procesos-, aún están lejos de la mejor práctica
internacional y operan en general con escalas bastante inferiores a las económicamente
eficientes, lo cual complica sus posibilidades de competir en una economía abierta.
En cuanto a las PyMEs, en general este tipo de firmas encuentra, con relación a las empresas
más grandes, mayores obstáculos desde el punto de vista de: i) dificultades para obtener y
procesar adecuadamente la información necesaria para redefinir sus objetivos y estrategias; ii)
mayor exposición a las fallas de mercado -en el área financiera, tecnológica, etc.-; iii)
restricciones para el acceso a recursos humanos calificados; iv) un sendero previo de
desarrollo caracterizado por esquemas de gestión familiar y organización interna poco
profesionalizada que dificultan su adaptación al nuevo ambiente competitivo. Asimismo,
persisten problemas tales como el bajo ritmo de nacimiento de empresas; el aislamiento del
310
entorno socio-productivo, la baja participación en redes empresariales y la escasa interacción
con instituciones oferentes de servicios tecnológicos; los escasos niveles de inversión que no
permiten alcanzar un adecuado nivel de actualización tecnológica; el bajo nivel de especialización
productiva; la ausencia de una conducta exportadora sostenida; las dificultades de acceso al
financiamiento, etc. (Gatto, 1998; Gatto y Yoguel, 1993; Yoguel, 1996, 1998 y 1999).
En este contexto, no sorprende que Yoguel y Rabetino (1998) encuentren que en los años
1990 los agentes más dinámicos han sido los de mayor tamaño, mientras que entre las
actividades que registran la mejor performance predominan las filiales de ET, las empresas
locales de gran tamaño y aquellas que hacen un uso intenso de mano de obra con calificación
media. En tanto, las PyMEs y las actividades con menor peso de filiales de ET y calificación
promedio reducida de la mano de obra evidencian las conductas más vegetativas y han tenido
la mayor reducción del numero de ocupados en los años 1990.
En suma, y tal como es esperable desde el enfoque evolucionista de la firma, hay distintas
conductas, estrategias y desempeños empresarios en el nuevo ambiente de los años 1990.
Las reacciones de las firmas, a su vez, están influenciadas tanto por su historia previa (esto
es, hay un peso importante del path-dependence), como por sus posibilidades de
reconvertirse, las cuales dependen tanto de los activos y capacidades acumuladas
internamente como de su inserción o no entornos o redes inter o intra-empresa que les
pueden proveer de recursos y asistencia en el plano financiero, tecnológico, etc. Así, resulta
previsible encontrar una vinculación entre el desempeño de las firmas y su tamaño, tipo de
propiedad del capital y disponibilidad de recursos humanos in house.
311
Más adelante se presentan datos, adicionales a los incluidos en la sección anterior, sobre la
absorción de tecnologías extranjeras (IED, importación de bienes de capital, licencias, etc.)-.
En todos los casos, se trata de ver la evolución reciente en Argentina de las variables
analizadas. Asimismo, cuando es posible, se incluyen algunas comparaciones internacionales
para evaluar el posicionamiento relativo de la Argentina en cada plano. Al final de la sección,
se incluye un cuadro con indicadores de competitividad tecnológica estimados como resultado
de un proyecto encargado especialmente por la National Science Foundation de los EE.UU,
así como un conjunto de datos relativos a la utilización de las nuevas tecnologías de la
información y las comunicaciones, en ambos casos comparando a la Argentina con un grupo
de naciones de distintas partes del mundo.
i) Indicadores de "insumos"
• Los gastos en actividades científicas y tecnológicas (ACyT)218 son en 1998 2,7 veces más que los
realizados en 1985 -casi todo el incremento se verificó en los años 1990-. En consecuencia, la
proporción de dichos gastos en relación al PBI pasó de 0,3 a 0,51% entre ambos años (cuadro IV-21).
Cuadro IV-21
Gastos en ACyT (miles de pesos constantes de 1998). 1985-1998
Gastos en ACyT % del PBI
1985 575.883 0,30
1986 638.089 0,31
1987 660.235 0,31
1988 660.588 0,32
1989 610.633 0,34
1990 647.143 0,33
1991 747.986 0,34
1992 854.839 0,36
1993 1.015.736 0,43
1994 1.124.936 0,44
1995 1.252.748 0,48
1996 1.353.058 0,50
1997 1.466.288 0,50
1998 1.529.515 0,51
Fuente: SECyT.
• De todos modos, pese al aumento registrado en los años 1990, la Argentina continúa
evidenciando un claro retraso en materia de recursos asignados a actividades de CyT. Así,
la comparación con otros países muestra no sólo una previsible gran distancia con lo que
gastan los países desarrollados y con los “tigres asiáticos” (la Argentina eroga, en términos
relativos, una cifra entre 4 y 7 veces inferior a la que gastan países como EE.UU., Japón,
Francia, Alemania, Corea, Taiwan, Australia o Canadá), sino también un rezago en la
comparación con naciones vecinas como Brasil y Chile, e incluso también -tomando el
indicador de gastos en ACyT- con Colombia y Panamá (cuadro IV-22).
• En Argentina, el cambio más notable en la composición del gasto por sector de ejecución
es el aumento del peso del sector empresas, que pasa de un entorno cercano al 16% en la
segunda mitad de los años 1980 a poco más del 30% hacia fines de la década de 1990 (esto
pese al desmonte de la mayor parte de los equipos de I&D que operaban en las firmas
privatizadas en el área de servicios públicos). Consecuentemente, disminuye el peso relativo
218
. Los gastos en ACyT incluyen las actividades de I&D más otras tales como difusión, formación de recursos
humanos en CyT, servicios tecnológicos (bibliotecas especializadas, etc.).
312
de los gastos en ACyT realizados por las instituciones estatales y las universidades (cuadro IV-
23).
• Dentro del poco más de 40% de gastos en ACyT correspondientes a organismos públicos,
el CONICET absorbe un 12%, el resto de los organismos nacionales un 24% y los
organismos provinciales un 4%. En tanto, las universidades privadas sólo ejecutan
alrededor del 10% de los gastos en ACyT del sistema universitario.
Cuadro IV-22
Gastos en ACyT e I&D en relación con el PBI -comparación internacional- (%)
GACyT/PBI GI&D/PBI (%)
Japón 1997 s.d. 2,92
Corea 1997 s.d. 2,90
EE.UU. 1998 s.d. 2,79
Alemania 1998 s.d. 2,33
Francia 1997 s.d. 2,23
Taiwan 1997 s.d. 1,81
Australia 1996 s.d. 1,68
Canadá 1998 s.d. 1,60
Irlanda 1997 s.d. 1,40
Italia 1998 s.d. 1,11
España 1998 s.d. 0,88
Brasil 1997 1,24 0,76
Portugal 1997 s.d. 0,65
Chile 1997 s.d. 0,64
Argentina 1998 0,51 0,42
Colombia 1997 0,65 0,41
Panamá 1997 0,94 0,38
México 1997 0,42 0,31
Uruguay 1997 0,42 s.d.
Venezuela 1997 0,33 s.d.
Fuente: Elaboración propia en base a datos de la SECyT y del National Science Council de Taiwan.
Cuadro IV-23
Gastos en ACyT por sector de ejecución (%). 1985-1998
Total Gobierno Empresas Educación Superior Entidades sin fin de lucro
1985 100 53,1 16,0 29,1 1,7
1986 100 54,2 15,0 28,8 2,0
1987 100 53,4 16,0 28,7 2,0
1988 100 52,1 17,6 28,3 2,0
1989 100 54,3 18,0 25,7 1,9
1990 100 50,7 21,6 25,6 2,0
1991 100 52,1 18,7 27,3 1,9
1992 100 52,0 20,0 26,1 1,9
1993 100 51,3 21,0 25,7 2,0
1994 100 43,3 26,1 28,3 2,3
1995 100 42,7 25,4 29,6 2,3
1996 100 40,7 27,2 29,5 2,5
1997 100 39,2 30,2 27,7 2,8
1998 100 40,7 30,5 25,8 3,0
Fuente: Elaboración propia en base a datos de la SECyT.
• Tomando ahora los gastos en I&D se advierte una distribución por sector de ejecución muy
similar a la descripta para los gastos en ACyT (cuadro IV-24).
Cuadro IV-24
Gastos en I&D por sector de ejecución (%). 1996-1998
1996 1997 1998
Total 100 100 100
313
Organismos Públicos 40,9 39,6 41,1
Universidades Estatales 29,4 27,6 25,2
Universidades Privadas 2,1 2,3 2,5
Empresas 25,9 29,1 29,4
Entidades sin fin de lucro 1,7 1,5 1,8
Fuente: Elaboración propia en base a datos de la SECyT.
• Pari passu con el mayor peso del gasto privado en CyT, también ha crecido el número de
firmas que realizan actividades en dicha área, las cuales, según un relevamiento de la SECyT,
pasaron de 586 a 1.179 entre 1993 y 1996. Significativamente, las firmas que incorporaron
actividades innovativas en dicho período son en su gran mayoría PyMEs (cuadro IV-26).
Cuadro IV-26
Estimación de la cantidad de empresas que realizan actividades de CyT, por tamaño. 1993-1997.
1993 1994 1995 1996 1997
Muy Grande 43 46 48 49 50
Grande 93 127 131 145 162
Mediana 177 242 266 308 388
Pequeña 273 371 402 469 579
Total 586 786 847 971 1.179
Fuente: GACTEC (1999).
• De todos modos, la participación del sector privado en el financiamiento del gasto total en
I&D -inferior al 30%- es aún baja en el contexto internacional, tanto si se la compara con la
que se alcanza en los países desarrollados, como con relación a lo que ocurre en las naciones
asiáticas en desarrollo. Lo mismo ocurre con la ejecución del gasto en I&D (cuadro IV-27).
Estos datos indican que el rezago argentino en materia de ejecución y financiamiento para
actividades de I&D es relativamente mayor en el caso del sector privado (cuadro IV-28). Solo
314
para ejemplificar, digamos que, en términos del PBI, la diferencia entre lo que ejecuta el sector
gobierno en la Argentina y los restantes países de la muestra es, como máximo, de 3,5 a 1 (la
comparación es contra Taiwán). En cambio, si tomamos la diferencia relativa en lo que hace a
ejecución por parte del sector privado, la diferencia máxima llega a 23 veces (contra Suecia).
Esto aparece como un elemento claramente negativo considerando que todos los enfoques
basados en el concepto de SNI enfatizan, como ya mencionamos en el capítulo inicial, que la
firma es el locus por excelencia de los procesos de innovación en el capitalismo.
• En parte, la baja proporción del gasto privado en I&D en Argentina es producto del escaso
desarrollo de aquellos sectores productivos que, en los países avanzados, son los que más
erogan en proporción a sus ventas o su valor agregado en I&D (informática, aviación,
química fina, etc.). Sin embargo, también hay que anotar que sectores que en los países
desarrollados dedican porciones significativas de sus ventas a I&D, como por ejemplo
farmacéutica, automotriz o químicos industriales, no replican ese mismo comportamiento
en la Argentina. En consecuencia, el problema del bajo gasto en I&D es en parte, pero no
solamente, resultado de diferencias en el patrón de especialización productiva entre
Argentina y los países más avanzados.
Cuadro IV-27
Gastos en I&D por sector de ejecución y financiamiento -comparación internacional- (%). 1998 (o año más
cercano)
Ejecución del gasto Financiamiento del gasto
Empresas Gobierno Universidad Otros Gobierno y otros Empresas
Corea 73,7 17,0 8,2 1,1 27 73
EE.UU. 72,7 9,8 14,6 2,9 36 64
Japón 70,3 10,4 14,5 4,8 27 73
Suecia 69,9 4,1 25,7 0,3 32 68
Alemania 66,3 18,1 15,6 0,0 38 62
Reino Unido 65,5 14,5 18,8 1,2 50 50
Canadá 62,2 14,9 21,7 1,2 51 49
Francia 61,5 20,4 16,8 1,3 51 49
Italia 57,7 19,9 22,4 0,0 56 44
Taiwan 52,7 33,3 14,0 - 45 55
Holanda 52,2 18,1 28,8 0,9 51 49
España 48,6 31,8 18,5 1,1 55 45
Irlanda 73,6 7,1 18,6 0,7 30 70
Australia 47,0 26,5 24,6 1,9 53 47
Brasil 45,5 11,0 43,5 - 60 40
Argentina 29,4 41,1 27,7 1,8 73 27
Nueva Zelandia 27,0 42,2 30,7 0,1 66 34
México 20,8 33,0 45,8 0,4 82 18
Chile 3,0 49,3 46,8 0,9 85 15
*: en Argentina, los datos sobre financiamiento corresponden a los gastos en "actividades científicas y
tecnológicas", agregado que es algo más amplio que el definido estrictamente como I&D.
Fuente: Elaboración propia en base a datos de la OECD, SECyT, el National Science Council de Taiwan y la RICYT.
Cuadro IV-28
Ejecución y fuentes de financiamiento del gasto en I&D como % del PBI
Ejecución Financiamiento
Empresas Gobierno Universidad Empresas Gobierno
Alemania 1,55 0,42 0,36 1,42 0,84
Argentina 0,12 0,17 0,12 0,12 0,27
Australia 0,79 0,45 0,41 0,79 0,78
Brasil 0,35 0,08 0,33 0,30 0,43
Canadá 1,00 0,24 0,35 0,78 0,52
Corea 2,14 0,49 0,24 2,10 0,66
315
Chile 0,02 0,32 0,30 0,10 0,45
EE.UU. 2,03 0,27 0,41 1,74 0,86
España 0,43 0,28 0,16 0,39 0,38
Francia 1,37 0,45 0,37 1,13 0,96
Holanda 1,10 0,38 0,60 1,01 0,87
Irlanda 1,03 0,10 0,26 0,99 0,31
Italia 0,64 0,22 0,25 0,48 0,54
Japón 2,05 0,30 0,42 2,08 0,53
México 0,06 0,10 0,14 0,05 0,20
Nueva Zelandia 0,27 0,42 0,31 0,33 0,51
Reino Unido 1,24 0,28 0,36 0,93 0,57
Suecia 2,73 0,16 1,00 2,61 0,97
Taiwan 0,95 0,60 0,25 0,72 0,99
Fuente: Elaboración propia.
• La composición del gasto en ACyT en Argentina revela un desbalance muy notorio entre lo
que se destina a personal -en torno al 70%- y lo que se eroga en concepto de inmuebles y
equipamiento -6-7%- (cuadro IV-29).
• La composición del gasto en I&D por tipo de actividad revela, como tendencia más clara, la
disminución del peso de la investigación aplicada y el aumento de la importancia de las
actividades de desarrollo experimental, que de todos modos siguen siendo ampliamente
minoritarias (cuadro IV-30). Este movimiento estaría, en principio, en línea con los objetivos
de las autoridades nacionales del área de CyT (ver más abajo). Cabe apuntar, sin embargo,
que el porcentaje de gastos destinados a investigación básica, luego de descender hasta
1997, vuelve a subir en 1998 situándose por encima del 30% del total de erogaciones en
I&D.
• Desagregando los datos por sector de ejecución se ven diferencias previsibles (cuadro IV-
31). Las empresas casi no hacen investigación básica. En tanto, las universidades y los
organismos públicos se dedican en escasa medida al desarrollo experimental, y la
investigación básica tiene un peso muy alto (dominante en el caso de las instituciones
estatales). Finalmente, tanto las entidades sin fines de lucro como las universidades
privadas se dedican principalmente a investigación aplicada (en ambos casos, buena parte
de las actividades de I&D se concretan en el campo de las ciencias sociales).
Cuadro IV-29
Composición del gasto en ACyT (%). 1994-1998
Personal Inmuebles y equipamiento Otros gastos
1994 71,6 6,9 21,5
1995 72,9 5,8 21,2
1996 71,2 7,3 21,4
1997 70,3 6,3 23,4
1998 69,2 7,1 23,6
Fuente: Elaboración propia en base a datos de la SECyT.
Cuadro IV-30
Gastos en I&D por tipo de actividad (%). 1994-1998
1994 1995 1996 1997 1998
Total 100 100 100 100 100
Investigación básica 28,8 28,6 28,1 25,8 30,2
Investigación aplicada 53,0 48,1 49,6 49,8 46,7
Desarrollo experimental 18,2 23,3 22,3 24,4 23,1
Fuente: SECyT.
Cuadro IV-31
316
Gastos en I&D por tipo de actividad y sector de ejecución (%). 1998
Universidad estatal Universidad Organismos Empresas Entidad. s/ fines de lucro
privada públicos
Total 100 100 100 100 100
Investigación básica 42,6 21,7 44,1 1,1 23,7
Investigación aplicada 46,8 72,1 37,1 57,0 63,8
Desarrollo 10,5 6,2 18,8 41,9 12,5
experimental
Fuente: SECyT.
• Las categorías del Manual Frascati destinadas a clasificar los gastos en I&D según su
finalidad o destino -investigación básica, investigación aplicada, desarrollo experimental-
(ver capítulo 1) tienen bastante de arbitrario -entre otras razones porque los límites
conceptuales entre dichas categorías son habitualmente difusos- y los datos de base sobre
los que se construyen las estadísticas seguramente son cuestionables -ya que, en gran
medida por la razón anterior, no siempre es sencillo asignar los gastos realmente realizados
a cada categoría-. Sin embargo, aún teniendo en mente estas reservas, es posible emplear
dicha clasificación para extraer algunas conclusiones comparativas respecto de la finalidad
y posibles repercusiones de los recursos que se destinan a CyT en distintos países.
• La Argentina destina más del 75% de sus recursos en I&D a investigación básica y aplicada
y sólo el 25% a desarrollo experimental -que sería el tipo de actividades con más
posibilidades de tener impacto cierto en el plano tecnológico-; en la mayoría de los países
avanzados, así como en los asiáticos en desarrollo, entre el 50 y el 60% de los gastos en
I&D van a desarrollo experimental. Así, no sorprende que si los comparamos en función del
respectivo PBI, la Argentina gasta en investigación básica de tres a cinco veces menos que
Alemania, Japón, Corea, EE.UU. o Francia, y dos veces menos que Taiwan. El contraste,
en tanto, es muchísimo mayor en el campo del desarrollo experimental, donde se gasta
menos de diez a veinte veces menos en la comparación con cualquiera de los mencionados
países (cuadro IV-32). El poco peso de los gastos en desarrollo experimental no es extraño
si consideramos lo antes dicho respecto de la escasa participación de las empresas como
financiadoras y ejecutoras del gasto en I&D.
• En cuanto a la distribución geográfica de los esfuerzos nacionales, los datos reflejan un alto
grado de concentración. En efecto, en todas las instituciones se observa un patrón de
distribución común: las 2/3 partes de las actividades de CyT se desarrollan en la región
metropolitana, y el otro tercio se distribuye entre Santa Fe y Córdoba y, en menor medida, en
el resto de las provincias. Las regiones del Noreste y de la Patagonia son las que tienen menor
participación, reuniendo entre ambas aproximadamente el 9% del gasto nacional en 1998.
Cuyo y el Noroeste, por su parte, alcanzan conjuntamente una participación del 15% sobre el
total de gastos (GACTEC, 1999).
Cuadro IV-32
Gastos en I&D según finalidad (% del PBI). 1997 (o año más cercano)
Investigación básica Investigación aplicada Desarrollo experimental
Alemania 0.55 s.d. 2,05*
Suecia 0.58 0.44 1.88
Japón** 0.36 0.64 1.68
Corea 0.34 0.71 1.65
EE.UU. 0.43 0.63 1.64
317
Francia 0.50 0.76 1.14
Taiwan 0.25 0.50 1.06
Australia 0.40 0.52 0.48
Italia 0.23 0.61 0.46
España 0.18 0.33 0.39
México 0.06 0.14 0.10
Argentina 0.13 0.20 0.10
*: el dato corresponde a investigación aplicada y desarrollo experimental.
**: hay gastos adicionales por un 0,22% del PBI que no tienen destino especificado en las estadísticas
respectivas.
Fuente: estimaciones propias basadas en datos de la OECD, SECyT y del National Science Council de Taiwan.
• Analizando el personal dedicado a actividades de CyT por función, se observa que entre
1994 y 1998 se pasó de 45.300 a 58.300 puestos de trabajo -28% de aumento-. Si en
términos absolutos el incremento mayor se da en la categoría investigadores, el crecimiento
relativo mayor se da en el rubro personal de apoyo -más del 70%- (cuadro IV-33).
318
Personal técnico de apoyo en CyT 6089 6909 6951 7836 8411
Personal de apoyo en CyT 4565 5406 6480 7900 7906
• Si ahora se analiza la evolución del personal por tipo de entidad, se observan tendencias
muy divergentes y que ameritarían un mayor examen para analizar sus causas. En un
contexto donde crece el personal total dedicado a ACyT en todos los tipos de entidades, el
aumento mayor se da en los organismos públicos (de 13.300 a 18.400 personas
equivalentes a jornada completa). En términos porcentuales, en tanto, es también muy
fuerte el incremento del personal en empresas, universidades privadas y entidades sin
fines de lucro, mientras que las universidades públicas casi no incorporan personal,
perdiendo el lugar de privilegio que tenían en 1994 (cuadro IV-36).
Cuadro IV-35
Investigadores en ciencia y tecnología y gasto por investigador. 1998 -o último año disponible- (en U$S miles)
Cantidad de Investigadores/ Investigadores en Gto. Púb. en CyT/Invest. Gto. empresas en Gto. total en CyT/Total
investigadores* PEA** empresas/Total en gob. y otros*** CyT/Invest. en empresas de investigadores
Alemania 230.401 58,0 56% 126 190 162
Argentina 27.937 18,3 17% 46 101 55
Brasil 49.702 6,7 8% 65 644 110
Corea 100.456 48,0 67% 120 166 151
EE.UU. 962.700 73,7 79% 232 178 189
España 51.633 32,5 21% 68 249 106
Francia 151.249 60,0 44% 129 262 188
Inglaterra 148.000 52,0 57% 115 167 144
México 19.434 5,5 10% 40 92 46
*: Expresado como equivalente a jornada completa; incluye becarios.
**: Cantidad de investigadores por cada 10.000 miembros de la Población Económicamente Activa.
***: Gobierno y otros incluye organismos del gobierno, educación superior pública y privada y asociaciones sin fines de lucro.
Fuente: (GACTEC, 1999).
Ahora bien, de los 5.000 nuevos puestos de trabajo en ACyT en los organismos públicos,
casi 2900 corresponden a personal de apoyo -cuya cantidad crece un 152%- y otros 1200
a personal de apoyo técnico, mientras que casi no se incrementa el número de becarios.
En las universidades, en tanto, crecen los investigadores y el personal de apoyo técnico,
en tanto que bajan los becarios y el personal de apoyo no técnico.
Cuadro IV-36
Personal dedicado a ACyT por función y tipo de entidad, equivalentes a jornada completa. 1994-1998
Investigadore Becarios Personal Técnico CyT Personal de Apoyo CyT Total
s
Org. Públicos
1994 6.160 2.545 2.673 1.931 13.309
1998 7.083 2.636 3.876 4.801 18.396
Universidades Estatales
1994 9.019 2.776 1.012 1.176 13.983
1998 10.035 2.151 1.591 989 14.766
Universidades Privadas
319
1994 421 36 128 96 681
1998 591 107 166 232 1.096
Empresas
1994 2.695 855 2.083 1.136 6.769
1998 3.792 852 2.512 1.563 8.719
Ent. s/f.de lucro
1994 384 95 193 226 898
1998 522 168 266 321 1.277
Fuente: Elaboración propia en base a datos de la SECyT.
• Al igual que lo que sucede con el gasto, los recursos humanos involucrados en las actividades
de CyT se encuentran fuertemente concentrados en Capital Federal y la provincia de Buenos
Aires, donde se localizan casi el 60% de los investigadores y del personal de apoyo. Más allá
del área metropolitana sobresalen las provincias del Centro y Litoral, que reúnen casi el 20% de
los recursos humanos a nivel nacional y entre las que se destacan Santa Fe y Córdoba. De las
restantes, sólo Mendoza, Tucumán y San Juan contaban con más de 1.000 personas
equivalentes a jornada completa dedicadas a tareas de CyT en 1998 (GACTEC, 1999).
• Una simple comparación entre los recursos disponibles para los organismos de CyT vinculados
directamente a diferentes sectores productivos nos muestra que lo asignado para el sector
manufacturero es -en términos proporcionales a su importancia en la generación interna de
riquezas- significativamente menor a lo que se destina a los sectores primarios (cuadro IV-38)219.
Cuadro IV-37
Recursos monetarios y humanos asignados a las instituciones públicas de CyT y las universidades (miles
de pesos corrientes y %)
Presupuesto Investigadores*
1998 1999 1998 1999 1997
monto monto % % número %
Administ. Nacional de Laboratorios e Institutos de Salud 28,0 30,1 3,9 4,4 70 0,4
(ANLIS)
CITEFA 15,3 14,6 2,1 2,1 s.d. s.d.
CNEA 102,3 84,6 14,1 12,3 536 3,4
Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE) 26,8 28,4 3,7 4,1 65 0,4
CONICET 186,4 193,9 25,7 28,1 3150 20,1
Instituto Nacional de Aguas y el Ambiente (INA) 19 19,4 2,6 2,8 107 0,7
219
. Obsérvese que existen otras instituciones del complejo de CyT que tienen actividades de investigación
vinculadas al sector agropecuario, tales como el Instituto Nacional de Semillas o el SENASA.
320
INIDEP 10,5 11,9 1,5 1,7 106 0,7
INTA 133,3 114,4 18,4 16,6 1019 6,5
INTI 43,9 37,3 6,1 5,4 514 3,3
Servicio Geológico Minero Argentino (SEGEMAR) 23,3 21,0 3,2 3,0 100 0,6
Universidades 123,9 123,9 17,1 18,0 9896 63,1
Plan Antártico 11,2 10,0 1,5 1,5 112 0,7
Total 723,9 689,5 100 100 15675 100
*: equivalentes a jornada completa.
Fuente: Elaboración propia a partir de GACTEC (1999) y Dvorkin (1999).
Cuadro IV-38
Comparación entre los recursos monetarios y humanos destinados a asistencia tecnológica para sectores
productivos y la participación de cada sector en el PBI. 1998 (%)
Recursos Recursos Participación del sector en el PBI
monetarios Humanos (sin incluir servicios)
INTA 63,2 58,6 17,5*
INIDEP 5,0 6,1 *
SEGEMAR 11,0 5,8 5,8
INTI 20,8 29,6 76,7**
TOTAL 100 100 100
*: el dato sobre participación del sector agropecuario en el PBI incluye al sector pesquero.
**: el dato incluye al sector construcción, dado que hay varios centros del INTI dedicados al tema.
Fuente: Elaboración propia en base a datos del cuadro IV-37.
321
• Otro dato significativo es la caída de la tradicionalmente muy baja participación argentina en las
patentes otorgadas en EE.UU. a no residentes. En este sentido, es interesante constatar que
en la comparación con 1963-1976, en el decenio 1987-1997 la participación argentina es
inferior (en algunos casos marcadamente) a la de naciones que en el primer período tenían
una presencia menor o similar Taiwan, Corea del Sur, Brasil, Irlanda, Hong Kong, Nueva
Zelandia, China, Singapur-. Asimismo, Argentina es uno de los países que menos crece en
términos de promedio de patentes otorgadas entre los mencionados períodos (cuadros IV-40 y
IV-41).
322
Taiwan 0,02 0,35 2,49 1,32
Australia 0,90 1,09 0,99 0,99
Bélgica 1,29 0,91 0,82 0,96
Austria 1,11 1,04 0,79 0,94
Corea del Sur 0,02 0,08 1,58 0,80
URSS 1,25 1,12 0,28 0,74
Israel 0,32 0,49 0,78 0,59
Finlandia 0,30 0,53 0,73 0,57
Dinamarca 0,72 0,57 0,47 0,56
Noruega 0,39 0,32 0,28 0,32
España 0,34 0,27 0,32 0,31
Sudáfrica 0,33 0,31 0,24 0,28
Hungría 0,20 0,37 0,17 0,23
Checoslovaquia 0,52 0,21 0,06 0,21
México 0,35 0,14 0,09 0,17
Nueva Zelandia 0,10 0,16 0,12 0,12
Hong Kong 0,06 0,08 0,13 0,10
Irlanda 0,07 0,08 0,13 0,10
Brasil 0,09 0,09 0,11 0,10
Argentina 0,12 0,07 0,05 0,08
China 0,04 0,01 0,11 0,06
India 0,07 0,04 0,06 0,06
Singapur 0,01 0,01 0,09 0,05
Venezuela 0,04 0,04 0,05 0,05
Chile 0,02 0,01 0,01 0,01
Indonesia 0,03 0,00 0,01 0,01
Malasia 0,01 0,01 0,02 0,01
Tailandia 0,00 0,00 0,01 0,01
Fuente: Elaboración propia en base a datos de la US Patent and Trademark Office.
Cuadro IV-41
Promedio anual de patentes otorgadas en EE.UU. según país de residencia del titular. 1963-1997
1963-76 1977-1986 1987-1997 Aumento del promedio entre
1963/76 y 1987/97 (%)
Taiwan 4 90 1112 29848,3
Corea del Sur 4 21 707 18570,7
China 7 2 48 4727,3
Singapur 2 4 38 1734,5
Tailandia 0 1 4 1070,9
Malasia 1 2 8 732,2
Japón 3112 8790 20730 566,2
Israel 57 127 347 503,4
Finlandia 54 139 327 500,0
Hong Kong 10 22 60 497,3
323
Irlanda 13 21 56 320,8
Yugoslavia 5 10 19 253,0
Venezuela 7 10 24 243,3
Brasil 16 23 50 217,9
Nueva Zelandia 18 41 52 183,2
Australia 162 283 442 173,3
España 61 70 143 132,5
Hungría 36 96 76 111,1
Italia 585 785 1210 106,8
India 13 11 26 101,5
Canadá 1052 1138 1961 86,4
Sudáfrica 60 80 108 80,2
Noruega 69 84 124 79,7
Austria 200 271 353 76,5
Chile 4 3 6 63,6
Dinamarca 129 148 210 63,1
Francia 1796 2090 2896 61,2
Alemania 4536 5901 7277 60,4
Bélgica 232 236 365 57,5
Holanda 566 665 877 55,2
Suecia 680 760 776 14,2
Suiza 1101 1199 1214 10,2
Argentina 22 20 24 6,7
Reino Unido 2784 2339 2600 -6,6
Indonesia 5 1 4 -15,2
Filipinas 6 5 4 -20,0
México 64 36 40 -36,4
URSS 224 290 125 -44,1
Polonia 21 25 10 -49,5
Checoslovaquia 93 54 25 -73,0
Total extranjeras 17885 26007 44558 149,1
Fuente: Elaboración propia en base a datos de la US Patent and Trademark Office.
• En los años 1990 la única forma de estimar los montos involucrados en transferencia de
tecnología es recurrir a las cifras del balance de pagos. Por razones metodológicas, las
estimaciones obtenidas por esta vía deben ser tomadas como “techo” del verdadero valor
de las transferencias220. Con esta observación en mente, se advierte que si bien hay un
fuerte crecimiento de la importación de tecnología no incorporada durante los últimos años
-los egresos pasan de U$S 551 millones en 1992 a U$S 873 millones en 1998-, los mismos
se mantienen en cifras cercanas al 0,3% del PBI (cuadro IV-43), cifra similar a la que se
registraba en la década de 1980.
220
. Dado que no existen cifras oficiales sobre transferencia de tecnología, estos datos han sido estimados considerando
los rubros “regalías” y “servicios profesionales, empresariales y técnicos” incluidos en la nueva metodología adoptada
para la confección del balance de pagos. En este sentido, hay que señalar que ambos rubros incluyen pagos por
conceptos no vinculados a tecnología (uso de marcas, consultorías, derechos de autor, etc.) y que en la estimación
presentada hay un fuerte peso de los pagos a los operadores técnicos de las firmas privatizadas. Por tanto, las
mencionadas estimaciones han de tomarse como “techo” del verdadero valor de los pagos por transferencia de
tecnología.
324
Cuadro IV-42
Publicaciones en ciencias e ingeniería por país. 1981-1995
N° Publicaciones* Participación (%) N° Pub/PBI (U$S bill.)
1981 1995 1981 1995 1995
EE.UU. 132.278 142.792 35,9 32,5 20
Canadá 14.440 17.359 3,9 4,0 25
Gran Bretaña 30.794 32.980 8,3 7,5 29
Francia 18.567 23.811 5,0 5,4 20
Alemania 26.837 30.654 7,3 7,0 21
Italia 7.803 14.117 2,1 3,2 13
España 2.362 8.811 0,6 2,0 16
Japón 25.088 39.498 6,8 9,0 15
Taiwan 366 3.884 0,1 0,9 13
Corea del Sur 168 2.964 0,0 0,7 5
Argentina 892 1.581 0,2 0,4 6
Brasil 1.438 2.760 0,4 0,6 3
Chile 561 700 0,2 0,2 6
México 648 1.408 0,2 0,3 2
Israel 3698 4.322 1,0 1,0 54
Otros 102.994 111.126 27,9 25,3 -
Total mundial 368.934 438.767 100 100 -
*: Excluye las ciencias sociales.
Fuente: GACTEC (1999).
Cuadro IV-43
Evolución del balance de pagos tecnológico en Argentina. 1992-1998 (en millones de dólares y %)
1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998
Egresos 551 668 799 761 770 811 873
Ingresos 32 63 51 27 36 47 46
Saldo -519 -605 -748 -734 -734 -764 -827
Egresos como % PBI s.d. 0,28 0,31 0,29 0,28 0,28 0,29
Fuente: Elaboración propia a partir de datos del Ministerio de Economía.
• Esta proporción es bastante superior a la que erogan algunos países -EE.UU., Japón, Australia-
pero inferior a la de Alemania, Gran Bretaña, Holanda, Corea, México o Bélgica; en otras
palabras, no parece una magnitud exorbitante -más aún, cuando insistimos que se trata de una
estimación "de máxima"-. Lo que aquí se destaca, sin embargo, es sobre todo el muy bajo nivel
de ingresos que registra Argentina en este rubro, quedando muy por debajo de países como
Brasil, México o Corea. Además, los pagos efectuados al exterior en este concepto son
claramente superiores al gasto privado en I&D -la relación es de 2,31, el cual es un registro
ampliamente superior al de países como Brasil, Corea o España- (cuadro IV-44). A nuestro
juicio, este conjunto de datos sugiere que existe un desbalance evidente entre importación de
tecnología y esfuerzos innovativos domésticos, pero cuya corrección debe centrarse
esencialmente en aumentar los segundos más que en disminuir la primera.
Cuadro IV-44
Balance de pagos tecnológico (U$S millones y porcentajes). 1995*
Transferencia de tecnología (U$S millones) Egresos/Gasto privado en I&D Pagos/PBI
Ingresos Egresos Balance
EE.UU. 22436 5666 16770 0,06 0,08%
Japón 3180 2216 964 0,04 0,04%
Gran Bretaña 3990 3339 651 0,01 0,30%
Suecia 397 45 352 0,49 0,02%
Canadá 1394 1094 300 0,18 0,19%
Holanda 6208 6139 69 1,85 1,55%
325
Nueva 20 8 12 0,05 0,01%
Zelandia
Noruega 121 183 -62 0,24 0,13%
Bélgica 2336 2411 -75 1,09 0,90%
Australia 169 325 -156 0,10 0,09%
Finlandia 43 307 -264 0,23 0,24%
Austria 96 381 -285 s.d. 0,16%
Italia 1237 1601 -364 0,22 0,15%
Brasil 550 990 -440 0,18 0,14%
Argentina* 46 873 -827 2,31 0,29%
Francia 2012 2792 -780 0,17 0,18%
México 289 1189 -900 2,65 0,48%
España 80 1106 -1026 0,19 0,20%
Alemania 7290 9207 -1917 0,34 0,38%
Corea 299 2384 -2085 0,21 0,52%
*: excepto para Argentina, donde los datos corresponden a 1998, y Brasil, donde corresponden a 1996.
Fuente: Elaboración propia en base a datos de la OECD (1998), Hasenclever y Cassiolato (1998), el World Bank y
la Dirección de Cuentas Internacionales del Ministerio de Economía de la República Argentina.
• Como vimos antes, en los años 1990 ha habido un ingreso masivo de IED, lo cual ha
llevado a la Argentina a ubicarse por encima del promedio mundial, en términos del peso
del stock de IED sobre el PBI, aunque de todos modos el país sigue estando por detrás de
buena parte de los países más avanzados, así como de varias naciones en desarrollo y de
países latinoamericanos como Brasil, México o Chile. Si bien en términos de flujos recientes
de IED en relación con la formación bruta de capital el lugar de la Argentina asciende, de
todos modos no aparece de ningún modo como un caso outstanding -cuadro IV-45-. Estos
datos, que tenderían a sugerir que el país no se destaca particularmente en cuanto a la
influencia de la IED dentro de la economía local, deben ser contrapuestos, sin embargo,
con lo señalado anteriormente respecto del fuerte peso que han alcanzado las ET en la
estructura productiva doméstica, peso que sí aparece como extraordinariamente elevado en
la comparación internacional. Este es un dato sumamente relevante, ya que ubicaría a las
ET como los agentes líderes de la economía argentina y, por tanto, como protagonistas de
la eventual continuidad del proceso de catch up en los próximos años, siendo que la
experiencia histórica de los países de industrialización tardía muestra que dichos procesos
han sido casi invariablemente liderados por conglomerados económicos de capital local, los
que en general han contado con fuerte ayuda por parte de los respectivos Estados.
Cuadro IV-45
El peso de la IED en distintas economías nacionales. 1992-1996 (%)
Flujos de IED/IBKF* Stock de IED Stock de IED emitida/PBI
recibida/PBI
1992-1996 1996 1996
Singapur 25,4 72,4 39,9
Nueva Zelandia 26,6 51,8 14,6
Holanda 12,6 30,4 49,1
Australia 9,8 29,7 11,7
Chile 11,4 27,3 17,7
China 13,8 24,7 2,6
México 12,1 22,3 2,5
Canadá 7,0 22,0 21,3
Irlanda 15,4 21,0 7,1
Gran Bretaña 10,9 20,5 30,7
España 8,0 18,1 6,7
Hong Kong 5,6 15,7 71,9
Brasil 3,5 14,2 1,1
Suecia 24,1 13,7 28,3
326
Unión Europea 6,0 13,0 16,8
Argentina 9,9 11,9 4,5
Francia 8,1 10,1 13,1
EE.UU. 5,0 8,3 10,4
Italia 2,0 7,4 10,6
Taiwan 2,4 7,3 12,0
Alemania 0,7 5,9 12,4
Corea del Sur 0,8 2,6 2,8
Japón 0,2 0,7 5,6
Países desarrollados 3,2 7,6 10,8
Países en desarrollo 6,8 15,6 4,9
Total mundo 4,7 10,6 10,8
*: IBKF: Inversión bruta en capital fijo.
Fuente: Elaboración propia a partir de datos de la UNCTAD (1998), Chudnovsky et al (1999b) y la
Dirección de Cuentas Internacionales del Ministerio de Economía de la República Argentina.
• En donde sí existen claras diferencias significativas con otros países es en la casi nula
inclinación de las ET por radicarse en los sectores de la frontera tecnológica -inversiones
que en los países desarrollados son buscadas activamente por distintos medios por los
gobiernos nacionales y locales-. Asimismo, no hay evidencia de que las ET -más allá de
haber contribuido a que el país reduza la brecha con las mejores prácticas en materia de
tecnología de producto y, en menor medida, de procesos- estén generando significativos
spillovers tecnológicos vía capacitación de recursos humanos, desarrollo de proveedores,
realización de actividades de I&D, etc. (ver Chudnovsky y López, 1998), tema que en otras
naciones -por ejemplo en las del Este Asiático- es objeto de políticas específicas destinadas
a que el país receptor se beneficie en la mayor medida posible de las externalidades que
pueden surgir de la presencia de filiales de ET. Last but not least, investigaciones recientes
muestran que las las ET no han contribuido a diversificar el patrón geográfico de las
exportaciones argentinas, ni a mejorar un perfil exportador fuertemente basado en recursos
naturales y con escasa presencia de ramas conocimiento o skill intensivas (Chudnovsky y
López, 2000).
• A su vez, también el país muestra un retraso cierto -pese al fuerte aumento registrado en la
década de 1990 (ver Kosacoff, 1999)- en cuanto a la emisión de IED, siempre en la
comparación internacional, a la vez que las "multinacionales argentinas" están básicamente
ausentes de los sectores skills o conocimiento intensivos, a diferencia de sus pares de otros
países en desarrollo como Corea o Taiwán.
327
De hecho, la Argentina no está aprovechando las potencialidades propias de la interacción
usuario-productor que se generan cuando existe una capacidad de fabricación local de
bienes de capital. Esto, a su vez, debe ser analizado teniendo en mente que, como
señalamos previamente, durante la ISI se había generado una trayectoria de aprendizaje en
el sector productor de bienes de capital, que fue interrumpida bruscamente con el episodio
aperturista de 1976-1981, sin que luego pudieran volver a recrearse las capacidades
perdidas en esa ocasión.
Cuadro IV-46
Importación y exportación de maquinarias (%). 1994-1996
Import. de Import. de Import. de Export. de maquinarias/Export.
maquinarias/PBI maquinarias/IBKF maquinarias/Import. totales totales
Taiwan 12,5 52,1 34,4 42,8
Corea 9,1 24,9 32,8 36,4
Canadá 8,8 47,6 31,2 14,6
China 8,8 22,1 35,0 16,8
México 8,1 45,6 35,5 36,3
Suecia 8,0 54,9 30,5 30,5
Chile 6,4 23,7 29,1 1,1
Gran Bretaña 6,2 41,2 27,4 31,6
Australia 5,1 22,6 32,4 7,9
España 4,2 20,4 21,7 16,2
Alemania 4,0 18,2 21,8 29,8
Italia 3,2 19,0 19,0 28,1
EE.UU. 3,2 18,3 29,9 34,0
Argentina 2,1 11,3 24,9 4,7
Brasil 1,8 8,3 26,9 12,1
Japón 1,0 3,4 17,2 46,2
Fuente: Elaboración propia en base a datos de la UNCTAD y del Ministerio de Economía de la República Argentina.
221
. El significado de los indicadores estimados es el siguiente:
• Orientación Nacional: muestra si una nación está tomando acciones -en el plano del Estado, las firmas
privadas, etc.- dirigidas a fomentar la competitividad de base tecnológica.
• Infraestructura tecnológica: cantidad y calidad de las instituciones y recursos que contribuyen al desarrollo,
producción y venta de nuevas tecnologías.
• Capacidad productiva: cantidad de los recursos físicos y humanos dirigidos a producir bienes de alta tecnología.
• Posición tecnológica: indicador del éxito de un país en producir y exportar bienes de alta tecnología.
• Enfasis tecnológico: indicador de la participación relativa de los bienes de alta tecnología en el mix de
exportaciones de un país.
• Tasa de cambio técnico: indicador de la rapidez con la que un país mejora su performance en la exportación de
bienes de alta tecnología.
328
Taiwan 90,2 42,9 49,9 31,5 56,0 40,6 51,8
Malasia 81,0 31,9 43,1 28,2 82,8 42,9 51,6
Francia 75,9 61,3 64,1 45,7 30,0 29,3 51,0
Corea del Sur 78,9 44,4 50,6 32,6 54,5 41,4 50,4
Reino Unido 70,9 59,4 52,3 48,6 43,4 24,7 49,9
Suecia 66,8 53,7 52,6 32,2 31,3 38,5 45,9
México 54,8 30,2 31,7 20,1 43,2 83,3 43,9
Filipinas 73,6 35,3 48,1 14,0 39,1 49,0 43,2
Suiza 57,8 51,1 52,9 30,5 41,5 22,0 42,6
Australia 66,2 51,3 47,7 20,6 10,1 58,0 42,3
Rusia 48,9 55,6 42,6 33,8 6,2 57,3 40,7
Canadá 69,0 47,5 40,2 28,2 18,5 32,1 39,2
China 65,3 39,3 32,8 22,5 26,7 48,1 39,1
Italia 66,3 48,6 51,4 29,5 17,7 21,0 39,1
Tailandia 63,5 28,2 33,1 18,1 43,5 42,5 38,2
India 57,4 39,3 49,1 18,3 6,0 53,6 37,3
Hungría 67,0 36,4 39,8 17,1 16,2 41,9 36,4
Polonia 69,7 38,1 39,8 16,4 9,9 s.d. 34,8
Nueva Zelandia 66,7 48,3 45,6 13,5 5,5 26,6 34,4
Brasil 58,0 37,4 40,3 19,1 11,1 36,3 33,7
España 63,8 39,1 43,6 16,0 17,4 21,2 33,5
Venezuela 56,6 38,4 40,7 16,8 2,7 s.d. 31,0
Indonesia 54,8 17,8 19,6 11,2 11,1 66,8 30,2
Sudáfrica 49,2 40,3 30,0 15,4 6,9 s.d. 28,3
Argentina 41,5 27,4 31,0 9,6 8,1 36,3 25,6
Fuente: Roessner et al (1997).
• Finalmente, dado que las tecnologías de la información y la comunicación son los soportes
o la infraestructura material básica sobre la cual se asienta la llamada "economía basada en
el conocimiento", a la vez que están llamadas a tener un papel crecientemente significativo
como determinantes de la competitividad de las firmas y aún de las economías nacionales
como un todo en las próximas décadas, interesa analizar cuánto ha avanzado la Argentina
en este terreno. En el cuadro IV-48 vemos que, previsiblemente, se encuentra muy lejos de
los países desarrollados, así como de Corea y de casi toda la "periferia" europea, e incluso
está algo detrás de otras economías latinoamericanas como Chile y Uruguay, aunque aún
supera a naciones como Brasil, México o Venezuela. En cualquier caso, está claro que es
necesario también realizar un gran esfuerzo en esta área para avanzar hacia niveles
crecientes de competitividad y progreso tecnológico a futuro.
Cuadro IV-48
Disponibilidad de tecnologías de la información y la comunicación (cantidad cada 1000 personas)
Líneas Teléfonos Computadoras Número de hosts Promedio
telefónicas celulares personales de Internet simple
EE.UU. 640 165 362 44.2 303
Suecia 682 282 215 32.1 303
Dinamarca 618 250 304 26.0 300
Noruega 555 287 273 47.5 291
Suiza 640 93 409 20.8 291
Finlandia 549 292 182 65.4 272
Australia 519 208 311 38.2 269
Nueva Zelandia 499 138 266 42.4 236
Canadá 602 114 193 22.8 233
Hong Kong 547 216 151 7.5 230
Singapur 513 141 217 19.6 223
Gran Bretaña 528 122 193 14.9 214
Alemania 538 71 233 10.7 213
Holanda 543 52 232 21.9 212
Japón 489 214 128 7.6 210
Francia 564 42 151 5.0 190
Austria 466 74 148 10.8 175
Bélgica 465 47 167 8.5 172
Italia 440 112 92 3.7 162
329
Corea 430 70 132 2.9 159
Irlanda 395 82 145 9.1 158
Grecia 509 53 33 1.9 149
España 392 33 94 3.1 131
Portugal 375 67 61 1.8 126
República Checa 273 19 53 4.8 87
Uruguay 209 25 22 0.3 64
Turquía 224 13 14 0.4 63
Chile 156 23 45 1.3 56
Argentina 174 16 25 0.5 54
Venezuela 117 35 21 0.2 43
Colombia 118 13 23 0.2 39
México 95 11 29 0.4 34
Brasil 96 16 18 0.4 33
Fuente: Elaboración propia en base a datos del World Bank (1999).
A partir del conjunto de evidencia presentada en esta sección, creemos que es posible derivar
el siguiente diagnóstico estilizado:
• Del lado de los “insumos”, si bien la Argentina aumentó los recursos destinados a CyT en
los años 1990, aún se encuentra muy por detrás en la materia no sólo respecto de las
naciones desarrolladas, sino también de los países asiáticos de rápido crecimiento e incluso
de naciones vecinas como Brasil o Chile. Asimismo, los rezagos relativos son mayores en
cuanto a los gastos en innovación realizados por el sector privado (pese a que estos últimos
incrementaron su peso relativo), así como en lo que hace a recursos destinados a las
actividades de CyT más directamente vinculadas al desarrollo tecnológico. En otras
palabras, la composición del gasto argentino en CyT muestra un sesgo excesivo, si se lo
compara con los parámetros internacionales, hacia actividades en investigación básica
financiadas y ejecutadas por organismos públicos y/o universidades. Ciertamente, la
solución de este desbalance no debería pasar por una reducción de este último tipo de
actividades, sino por un mayor impulso hacia las que muestran mayores rezagos, siempre
en la comparación internacional.
330
tampoco sorprende a la luz de algunos datos expuestos anteriormente, tal como, por
ejemplo, el alto peso relativo de la investigación básica.
• Asimismo, cabe analizar con atención, a futuro, el impacto del masivo ingreso de IED sobre
la dinámica tecnológica del aparato productivo local. En este sentido, cabe recordar que,
como señalamos anteriormente en este trabajo, en las experiencias exitosas de desarrollo
del Este asiático se privilegiaron otras formas de importación de tecnología -licencias,
bienes de capital-, con el objetivo de impulsar un proceso de aprendizaje que pudiera llevar
a la construcción de un conjunto de capacidades innovativas endógenas. Pareciendo difícil
que ello ocurra en el caso argentino en el actual contexto, queda como preocupación el
hecho de que las filiales de ET no parecen desarrollar localmente actividades significativas
en I&D, no están contribuyendo activamente al desarrollo de capacidades tecnológicas en
sus proveedores, no participan activamente en redes innovativas con otras firmas e
instituciones de CyT y no se insertan en actividades skills o conocimiento intensivas.
• Esto nos lleva al tema final de esta sección. Como se dijo previamente, a nivel global se
está ingresando en la etapa de la llamada “economía basada en el conocimiento”, en la
cual la competitividad dependerá aún más que en el pasado de las capacidades
tecnológicas de cada país, y en donde las tecnologías de la información y la comunicación
jugarán un rol clave. En ambos planos la situación relativa de la Argentina aparece
claramente rezagada en la comparación internacional, lo cual introduce preocupación
respecto de uno de los temas centrales que nos ocupan en este capítulo, cual es el de la
sustentabilidad del proceso de catch up iniciado en los años 1990.
331
b) El sector agropecuario
Si bien con oscilaciones, el proceso de modernización tecnológica del sector agropecuario iniciado
en la segunda mitad de los años 1950 parece haber continuado hasta los primeros años de la
década de 1980, con repercusiones positivas, como vimos antes, a nivel de la producción y la
productividad. Entre 1962 y 1984, la productividad de la tierra más que se duplicó y la
productividad de la mano de obra casi se cuadruplicó (Obschatko, 1988). A su vez, Obschatko
et al (1984) han calculado que entre 1969 y 1983 los aumentos en la producción tuvieron su
origen en un 73% en mejoras tecnológicas y en un 27% en un aumento de la superficie
sembrada.
Sonnet et al (1997) presentan una serie de coeficientes que ilustran sobre el proceso de
incorporación de tecnologías químicas y mecánicas en el sector agropecuario durante esta
etapa. En el caso de tractores, entre los años 1960 y los años 1980 se pasó de 4,5 a 2,4
hectáreas por CV y de 4,6 a 15,6 CV por trabajador. Como consecuencia de la mecanización,
el promedio de hectáreas por trabajador creció desde 21 en 1960-69 a 37 en 1990. A su vez,
entre los años 1960 y comienzos de los 1990 hubo un aumento de 1500% en el uso de
fertilizantes y de 2000% en el de pesticidas y herbicidas.
Por su parte, en lo que hace a los avances específicos de los años 1980, Martínez Nogueira
(1988) da cuenta de tendencias orientadas al uso de mejores instrumentos de gestión y a una
mayor atención a lo técnico-productivo en las unidades productivas pampeanas. Asimismo,
detecta mayores interacciones con proveedores, contratistas, firmas de servicios técnicos, etc.,
de modo que la empresa rural pasa a ser integrante de una red de transacciones múltiples
más vinculada a la problemática local y atenta a los procesos de modernización tecnológica.
Así, Obschatko (1988) afirmaba que a mediados de los años 1980 había un perfil sectorial
caracterizado por un alto grado de innovación en los principales cinco cultivos (híbridos en
maíz, sorgo y girasol, paquete tecnológico complejo en soja y germoplasma exótico en trigo);
mecanización total de tareas con un nivel tecnológico actualizado; uso de implementos
diferenciados y elevada potencia por hectárea; alto grado de difusión de nuevos herbicidas;
nuevos mecanismos de aplicación para la lucha contra malezas perennes; comienzo de la
incorporación de fertilizantes en trigo; mejoramiento de sistemas de almacenajes y secado y
mejoramiento y especialización en el manejo empresario.
Esta disparidad de niveles tecnológicos se traducía en que a comienzos de los años 1980 la
Argentina era uno de los países con menores índices de densidad y potencia media de
332
tractores por hectárea cultivada entre los principales productores agropecuarios del mundo
(cuadros IV-49 y IV-50), aunque también cabe reconocer que dichos índices no eran muy
diferentes de los de Australia, país de clima similar al argentino. Por otro lado, se señalaba que
en la Argentina la maquinaria se usaba con más intensidad en relación a otros países
productores de bienes agropecuarios de clima templado (Huici, 1988).
Cuadro IV-49
Potencia media por hectárea (tractores) -CV/ha.-. 1982
Francia 4,71 Gran Bretaña 4,61
EE.UU. 1,28 Canadá 0,95
URSS 0,70 Australia 0,47
Brasil 0,45 Argentina 0,31
Fuente: Huici (1988).
Cuadro IV-50
Número de tractores cada 1000 hectáreas de tierra arable y cultivable. 1973/93
1973 1978/81 1993
Argentina 6,4 6,8 10,3
Australia 7,8 7,7 6,8
Canadá 14,1 14,6 16,3
EE.UU. 23 25 25,6
Uruguay 14,7 22,7 25,3
Mundo 10,9 15,3 17,8
Fuente: Vitelli (1999).
Por otro lado, Peretti y Gómez (1991) señalaban que la adopción de tecnologías por parte del
sector ganadero en los años 1980 había sido limitada y que se constataban retrasos en materia
de indicadores de producción y productividad. En este sentido, argumentaban que a partir de
1977, en un contexto de precios en descenso para la ganadería, se descuidó el manejo
sanitario de rodeos, así como las prácticas de suplementación, manejo, etc., y se produjo una
descapitalización de las unidades productivas. En este contexto, si la tecnología ganadera
disponible era suficiente como para lograr un impacto significativo en la producción, ese potencial
no se traducía en la práctica debido al escaso grado de adopción de dichas tecnologías.
Asimismo, hay que considerar que, como se señaló antes, en la segunda mitad de los años
1980 el sector agropecuario atravesó, al igual que el resto de la economía local, una situación
crítica, con repercusiones negativas en el plano de las inversiones y la adopción de
tecnologías. Por ejemplo, Chudnovsky et al (1999a) afirman que, debido al retraso tecnológico,
el deterioro del recurso suelo alcanzaba en aquella época niveles alarmantes. Asimismo, como
consecuencia de la reducción de inversiones y la falta de reposición, disminuye el stock y
aumenta el grado de obsolescencia del parque de tractores. Consecuentemente, la brecha con
la frontera internacional vuelve a expandirse.
222
. Según Chudnovsky et al (1999a), la base tecnológica de este ciclo es, en buena parte, resultado del carácter
homólogo que tienen las condiciones de la agricultura pampeana con las del grain belt de los Estados Unidos y la
consecuente facilidad con que se pueden aprovechar las inversiones en I&D desarrolladas en ese contexto.
333
liberalización comercial y desregulación de la economía local, que redujeron sustantivamente
los precios relativos entre los insumos químicos y mecánicos y el precio de los granos.
Uno de los cambios tecnológicos más notables es la expansión del llamado sistema de
siembra directa, cuya incidencia pasó de 0,3% de la superficie cultivada en 1988/89 a 30% en
1998/99 (ver cuadro IV-51, donde se advierte la tendencia creciente en las ventas de equipos para
siembra directa). La adopción de este sistema generó un mejor aprovechamiento de los recursos
productivos y dio lugar a mayores rendimientos de los cultivos. Asimismo, permitió una extensión
temporal del ciclo agrícola, al eliminar la necesidad de rotación agricultura/ganadería, y contribuyó
a detener los procesos de erosión y degradación de los suelos (Sonnet, 1999).
Cuadro IV-51
Evolución de las ventas de tecnología incorporada a bienes de capital (unidades)
1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997
Tractores 3.790 4.871 4.550 6.393 4.329 7.380 7.440
Cosechadoras 760 415 490 1.011 775 1.550 1.511
Cosechadoras de algodón S/D S/D 27 52 173 340 91
Maquinaria Agrícola S/D 320 391 487 416 815 748
Sembradoras de Siembra Directa S/D 1.140 1.860 2.280 2.290 2.500 2.800
Fuente: Chudnovsky et al (1999a).
El ritmo de adopción de esta tecnología en la Argentina no sólo ha sido muy alto, sino que ya
ha superado a los EE.UU. como proporción del área cultivada. Los determinantes de su
adopción en el caso argentino son básicamente tres: i) disponibilidad en el mercado de las
sembradoras; ii) efectos acumulados de la erosión de suelos que afectan el resultado
operativo de las empresas agropecuarias; iii) reducción de costos directos por hectárea por
eliminación de labores. Esto significa que, la internalización de la externalidad negativa
representada por el deterioro de los suelos agrícolas fue inducida por señales de mercado, no por
consideraciones intergeneracionales ni marcos regulatorios específicos (Chudnovsky et al,
1999a).
Las nuevas tecnologías de riego también han constituido un "hito tecnológico" en los años
1990, comenzando a resolverse los problemas de déficit hídrico que afectan a los cultivos y a
corregir los perjuicios de las alteraciones climáticas. La Región Pampeana Húmeda, por ejemplo,
tiene un régimen pluviométrico de gran variabilidad, lo que incrementa significativamente el riesgo
de las producciones agrícolas extensivas. Aunque no se cuenta con datos confiables del área
efectivamente irrigada en la región (las estimaciones varían pero la cifra con más consenso es de
100 mil hectáreas), las ventas de equipos de riego han crecido de manera muy significativa y
algunos analistas estiman que, para el primer quinquenio del siglo XXI, puede haber hasta un
millón de hectáreas de cultivos extensivos con riego (Chudnovsky et al, 1999a).
334
En el campo de la ingeniería genética, el hecho más relevante ha sido la aparición de las
variedades de sojas transgénicas a partir de 1996. En particular, mediante la incorporación a la
soja de un gen de origen bacteriano -denominado RR- se ha logrado conferirle resistencia al
glifosato, que es un herbicida de acción total. También se han desarrollado transgénicos en
maíz, algodón, etc. (entre 1991 y 1998 se extendieron 286 permisos para liberar al medio
cultivos genéticamente modificados, incluyendo maíz, soja, algodón, girasol, trigo, tomate,
etc.223). Argentina es, luego de los Estados Unidos, el país que está a la vanguardia en cuanto
a adopción de variedades transgénicas; entre 1996 y 1997 el área sembrada con soja
transgénica se multiplicó por 13, para alcanzar 1.4 millones de ha, extensión que, a su vez, se
multiplicó por tres entre 1997 y 1998.
Esta rápida expansión encuentra su origen principalmente en dos factores: i) las nuevas
variedades, especialmente en el caso de la soja transgénica, ofrecen grandes ventajas
económicas para los productores, tanto en lo que hace a la intensidad de manejo requerida
por el cultivo, como en los costos de producción; ii) la muy temprana instalación en el país de
esquemas de bioseguridad e información pública acerca del manejo de los productos de la
biotecnología y de los organismos modificados genéticamente (Chudnovsky et al, 1999a).
Sin embargo, hay que considerar que si este ciertamente puede ser un avance desde el punto
de vista tecnológico, han surgido dudas respecto de sus impactos en el plano comercial,
considerando las resistencias a los productos transgénicos que existen especialmente en
Europa como consecuencia del temor a sus efectos sobre la salud humana, lo cual puede
afectar las exportaciones argentinas con ese destino224.
223
. Casi un 90% de los permisos solicitados correspondieron a iniciativas de empresas y semilleros que operan en
el país (Chudnovsky et al, 1999a).
224
. Según Chudnovsky et al (1999a), desde el punto de vista ambiental la expansión de la utilización de
transgénicos ofrece amplios beneficios. Las evaluaciones de riesgo desarrolladas en el marco de la CONABIA
(Comisión Nacional Asesora de Biotecnología Agropecuaria; esta entidad actúa como instancia de consulta y apoyo
técnico para asesorar al Secretario de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentación sobre la formulación e
implementación de las regulaciones para la introducción y liberación al ambiente de materiales animales y
vegetales obtenidos mediante la ingeniería genética), indican que los impactos ecológicos por la utilización de las
nuevas variedades no difieren, en lo sustantivo, de los involucrados en la producción basada en las variedades
tradicionales, mientras que existe un conjunto importante de efectos positivos a contabilizar. Entre estos el más
importante es en relación a la reducción en la cantidad total de agroquímicos y la naturaleza de los herbicidas
utilizados, que en el caso de la soja transgénica son de rápida degradación y, por lo tanto, de bajo impacto sobre
los recursos locales, suelo y agua, y sin valor residual sobre la cadena alimentaria.
335
EE.UU. 99 100 102 111 107 116 114
Argentina 11 12 19 22 33 40 61
Fuente: Chudnovsky et al (1999a).
336
maneras, Estefanell et al (1997) siguen apuntado a la existencia de una brecha tecnológica
entre los sistemas potencialmente aplicables y los aplicados masivamente en la ganadería.
Asimismo, subsisten problemas tales como la falta de adecuación de la producción a los
hábitos de consumo del mercado internacional.
Con todo, se ha estimado que en la región pampeana todavía subsiste una apreciable brecha
con relación a los rendimientos potenciales. Así, se cita que el promedio potencial del
rendimiento para soja en secano en el país tendría un valor superior a 5000 kg./ha, mientras
que el rendimiento promedio se sitúa en el orden de los 2200 kg./ha, aunque de todos modos
la Argentina está en la vanguardia mundial en materia de productividad. En girasol, en tanto, el
rendimiento potencial es de 4000 kg./ha contra un rendimiento promedio entre 1700 y 1800
kg./ha. En trigo, con 25 quintales por hectárea, se está aún por debajo de la media mundial. La
superación de esta brecha exigiría adoptar esfuerzos tanto en extensión, aprovechando la
información tecnológica ya disponibles, como en investigación nueva (INTA, 1999).
225
. En este caso han aparecido en los años 1990 “megaproductores” totalmente mecanizados gracias al
abaratamiento relativo de los bienes de capital a partir del proceso de apertura.
337
Por otro lado, el problema de brecha de productividad se asocia con el proceso de concentración
antes mencionado. En efecto, los protagonistas de la mayor demanda de maquinarias e
insumos químicos han sido las explotaciones de mayor tamaño226, en tanto que las pequeñas
han tenido serios problemas de endeudamiento y rentabilidad. Lo mismo ha ocurrido con la
adopción de nuevas técnicas de gestión y comercialización. En consecuencia, el problema de
heterogeneidad estructural interno al sector parece haberse agravado en los años 1990.
c) El sector industrial
Los años 1980, caracterizados por una cada vez más exacerbada inestabilidad
macroeconómica, no fueron un escenario especialmente propicio para que los empresarios
domésticos incrementaran su propensión a desarrollar actividades innovativas, mucho más
cuando existían importantes fuentes de rentas tanto en el mercado financiero como por la vía
de transferencias a través de subsidios estatales (Nochteff, 1996). La permanencia de un
escenario de economía cerrada, con un tipo de cambio real elevado y un escaso o nulo
crecimiento del PBI, tampoco alentaron precisamente una reversión de dicha situación.
Por otro lado, tampoco fue significativa, como vimos antes, la incorporación de tecnologías
extranjeras por la vía de importaciones de bienes de capital, IED, licencias, etc. En este contexto,
todo indica que la distancia con las mejores prácticas internacionales en el plano tecnológico
siguió acentuándose, más allá de un puñado de excepciones correspondientes a plantas
inauguradas en los años 1970 y 1980 en sectores promovidos, o algunas inversiones puntuales
en el sector automotriz, por ejemplo. Asimismo, fue lenta la adopción de las nuevas tecnologías
organizacionales y de proceso que se estaban difundiendo en el mundo desarrollado, aunque
también aquí hubo excepciones como las de IBM (ver Vispo y Kosacoff, 1991) y otras filiales de
ET.
En los años 1990 el panorama es muy diferente, especialmente a partir de 1993-94, cuando
ya comienza a disminuir fuertemente el nivel de incertidumbre macroeconómica que venía
arrastrando el país desde la década pasada. En efecto, tal como se señaló más arriba, una
buena parte de las firmas manufactureras han incorporado en su función de producción
máquinas y equipos de ultima generación importados -tendencia estimulada no sólo por el
abaratamiento relativo de los bienes de capital sino también por la necesidad de reducir la
brecha con la frontera tecnológica internacional (CEP, 1999)- y se han difundido un conjunto
de cambios organizacionales (gestión de calidad, disminución de inventarios, trabajo en
equipos, etc.), lo cual ha redundado en mejoras de eficiencia, productividad y calidad.
Ciertamente, como también se mencionó previamente, estos avances han sido incorporados a
velocidades y con alcances heterogéneos dentro del sector manufacturero, encontrándose
diferencias tanto por tipo de firmas como por ramas o segmentos de actividad específicos.
338
mayor facilidad para incorporar partes, piezas, subconjuntos y materias primas importadas se
avanzo notablemente en la tecnología de producto, a la vez que las tecnologías de proceso se
mejoraron, en esencia, por la vía de la incorporación de bienes de capital de origen extranjero.
La contracara de estos procesos fue el debilitamiento de los encadenamientos con
proveedores y subcontratistas locales (Yoguel y Rabetino, 1998).
En este nuevo escenario, y tal como lo señala Katz (1999b), la necesidad de esfuerzos
tecnológicos adaptativos es mucho menor que en el pasado, en tanto aumenta el peso de los
insumos importados en los procesos de producción y se facilita la renovación del equipamiento
vía importación, lo cual hace innecesarios los esfuerzos locales de ingeniería de planta que
antes se realizaban para prolongar la vida útil del parque de maquinarias instalado. Asimismo,
en el caso de las filiales de ET, se transita hacia la cada vez más completa homologación del
mix de productos fabricados localmente con el de la casa matriz, se “globalizan” los modelos
de organización industrial de las corporaciones y se hace cada vez más fácil operar online con
los departamentos de ingeniería de las respectivas casas matrices -en otras palabras, se
tiende a cerrar la brecha con las mejores prácticas, en particular en materia de tecnología de
producto, pero también en tecnologías "blandas" y de proceso-.
339
ii) Mientras que el empleo total de las firmas encuestadas se contrajo notablemente durante el
período (6%), aumentó el número de personas dedicadas a actividades de I&D (14%). Esto implica
que se ha tendido a mantener lo que Bisang y Malet (1998) llaman el “núcleo tecnológico interno”.
A la vez, desmiente la "creencia generalizada" -tal como la denominan Yoguel y Rabetino
(1998)- de que se habrían reducido los equipos de ingeniería de planta y de investigación y
desarrollo formal como consecuencia de que el recurso a las fuentes extranjeras de tecnología
se habría traducido en menores esfuerzos domésticos en el plano tecnológico.
¿Cómo se concilia esta evidencia con el argumento de Katz mencionado más arriba
-resaltando el hecho de que al presente hay menores exigencias de esfuerzos adaptativos
locales ante la pérdida del carácter “idiosincrático” de la producción manufacturera
doméstica-? Por un lado, cabe señalar que, si bien ya no idiosincráticos, los esfuerzos
adaptativos han debido seguir realizándose, mucho más considerando que fue necesario
“digerir” las tecnologías modernas incorporadas durante la década. Por otro lado,
evidentemente hubo un redireccionamiento de las actividades tecnológicas hacia temas como
eficiencia, calidad, etc., producto de la mayor competencia que enfrentan las firmas locales en
el nuevo escenario.
iii) Las firmas innovadoras (35% del total) aumentaron sus ventas durante el período
considerado en 42%, mientras que las no innovadoras lo hacían en un 29%. Además, mientras
que el primer grupo redujo el número de empleados en 2%, el segundo lo contrajo en un 10%.
A pesar de ello, las ventas por empleado crecieron algo más rápidamente en el caso de las
firmas innovadoras -45%- que en el de las no innovadoras -42%-228 (cuadro IV-53).
iv) Si bien es similar el crecimiento de las exportaciones en las dos categorías de firmas
(cuadro IV-53), se advierte que un 55% del total de firmas innovadoras de la encuesta son
exportadoras, contra 45% en el caso de las no innovadoras. Ese diferencial es más acentuado
en las firmas de menor porte; en otras palabras, es sobre todo entre las PyMEs donde la
correlación entre innovación y exportación aparece como más fuerte.
Cuadro IV-53
Desempeño de las firmas manufactureras innovadoras y no innovadoras en 1992-1996 (tasas de crecimiento)
Innovadoras* No innovadoras Total
Número de firmas 534 999 1.533
Ventas 42% 29% 35%
Empleados -2% -10% -6%
Ventas/empleado 45% 42% 44%
Exportaciones 87% 88% 88%
*: Firmas que realizaron gastos en actividades de innovación durante 1996.
Fuente: GACTEC (1999).
340
(mayoritariamente informales) innovativas, el cual en general cuenta entre su personal con un
porcentaje (reducido) de profesionales o ingenieros y puede considerarse, por lo tanto, como
el más dinámico. Este grupo no alcanza a representar el 20% del universo PyME (excluyendo
a las microempresas, con menos de 10 empleados) en Argentina -serían unas 2.000-2.500
firmas-. Hay, además, un segundo grupo de PyMEs constituido por una gran cantidad de
firmas (aproximadamente 8.000) que no desarrollan actividades innovativas en sentido estricto
pero que cuentan con alguna capacidad tecnológica mínima propia, puesto que poseen al
menos algún profesional o ingeniero entre sus filas. Finalmente, un 20% directamente no
realizan actividades innovativas porque carecen de recursos humanos calificados.
vi) La proporción de firmas innovadoras entre las ET (57%) casi duplica la de las nacionales
(30%). Sin embargo, las firmas nacionales gastan, en promedio, un 0,18% de sus ventas en
actividades de I&D y un 0,4% en actividades de innovación definidas en sentido amplio, contra
un 0,14 y un 0,31% respectivamente de las ET. En tanto, si tomamos los gastos en tecnología
incorporada y no incorporada vemos que las ET han destinado un 2,89% de sus ventas a tal
fin, contra un 3,13% de las firmas locales.
vii) En cuanto a la variable IED medida según participación de las ET en las respectivas ramas,
su relación con la actividad de I&D es clara. Considerando la partición hasta 10%, de 10 a 30%
y más de 30% de participación, crecen sistemáticamente los porcentajes de firmas que
introducen todo tipo de innovaciones; en particular, las que realizan mejoras de producto y de
proceso específicamente, aumentan de 33% a 40% y a 48%. Por otro lado, en las ramas
donde un 30% o más del producto sectorial es aportado por filiales de ET, el personal de I&D
duplica al registrado en los otros estratos.
Esto podría sugerir que si bien las firmas nacionales gastan relativamente más en innovación
que las ET, en aquellas ramas en donde hay fuerte presencia de este último tipo de firmas las
empresas de capital local se ven impelidas a realizar mayores esfuerzos innovativos, de modo
de preservar su posición competitiva en el mercado (esta hipótesis, de todos modos,
necesitaría ser testeada de modo más riguroso).
x) El grueso de la tecnología intangible que incorporaron las firmas en el período analizado provino del
exterior, y también más de la mitad de las inversiones en bienes de capital correspondieron a equipos
341
importados; además, entre 1992 y 1996 las inversiones en bienes de capital de origen extranjero
crecieron casi tres veces más que las destinadas a adquirir bienes de capital fabricados
localmente.
xi) La vinculación de las firmas industriales con las instituciones de CyT sigue siendo muy baja. Por
ejemplo, se les pidió a las empresas encuestadas que rankeen, entre un conjunto de 15
opciones posibles, las principales fuentes de información para realizar actividades innovativas.
Sólo 57 firmas mencionaron a los organismos públicos como fuente de información relevante
(3,5% del universo encuestado). De este modo, dichos organismos aparecen rankeados en el
lugar 14 entre las fuentes posibles de información sobre innovación (insistimos, sobre un total
de 15 opciones disponibles). A su vez, en 1996 sólo 31 firmas (menos de 2% de la muestra)
tenían acuerdos vigentes de cooperación para I&D con organismos públicos.
En general, el grado de conocimiento que tienen las firmas acerca de las instituciones y los
programas oficiales de CyT está asociado al tamaño de los agentes, a la importancia de la IED
y al grado de calificación media de la rama a la que pertenecen.
xiii) Las firmas encuestadas elevan la proporción de ingenieros dentro de su personal. Mientras que en
1992 los ingenieros eran el 2,3% de la plantilla de las empresas de la muestra, en 1996 dicho
porcentaje sube hasta 2,8%. Las firmas con IED, que ya desde un principio tenían el mayor porcentaje
de ingenieros, son también quienes más lo elevan, desde 3,5% a 5,1% en el período mencionado.
xv) El principal obstáculo mencionado por las firmas para aumentar sus esfuerzos innovativos
es la falta de financiamiento adecuado, además del excesivo riesgo y los elevados costos de
las actividades de innovación. En este sentido, la encuesta revela la escasa importancia
alcanzada por los programas públicos de financiamiento, siendo relevante –en especial entre
342
las firmas de menor tamaño- el autofinanciamiento. Incluso, el rol de las actividades financieras
privadas es considerablemente superior al del apoyo estatal considerado en forma conjunta.
Para analizar este fenómeno correctamente es preciso volver a insistir en que el proceso de
liberalización fue de profundo alcance y se implementó en un muy corto lapso, sin
gradualismos ni políticas complementarias. En este sentido, considerando que las firmas
argentinas estaban acostumbradas a operar en un ambiente protegido y que en la caótica
economía de los años 1980 los incentivos para desarrollar actividades innovativas domésticas
habían disminuido aún en comparación con los ya reducidos niveles de la ISI, no sorprende
que, ante la necesidad de producir una rápida reconversión de su parque tecnológico, se
privilegien los caminos más rápidos -importación de bienes de capital, etc.- y no se elija el más
largo y difícil sendero del aprendizaje tecnológico endógeno, mucho más en ausencia de
políticas públicas que emitan señales a favor de esta última alternativa.
Estos hallazgos confirman otros anteriormente expresados por otros estudios, como el de
Yoguel y Boscherini (1996), quienes argumentaban que existía un umbral mínimo en términos
de tamaño de firma, recursos humanos y perfil tecno-organizativo necesario para alcanzar una
capacidad innovativa tal que posibilite un impacto significativo en la competitividad de la firma.
343
de tecnologías -fundamentalmente “incorporadas”- de origen extranjero. A su vez, la
modernización y aumento de la competitividad de la industria local procedieron con ritmos y
alcances muy heterogéneos dentro del propio sector, a favor, por ejemplo, de las firmas de
mayor tamaño y las filiales de ET. Si bien aumentaron los recursos asignados domésticamente
a I&D, los mismos siguen jugando un rol menor dentro de la dinámica tecnológica de la
industria argentina, sin que se hayan superado problemas básicos tales como el escaso uso
de ingenieros in house, la debilidad de las interacciones tanto con otras firmas como con las
instituciones de CyT, la falta de financiamiento adecuado para actividades de innovación, etc.
344
Asimismo, se advierte que las exportaciones de manufacturas aún se basan fuertemente en
recursos naturales, en tanto que hay un peso muy bajo -al igual que lo que ocurría durante la
ISI- de aquellas ramas cuyo desarrollo requiere mayores esfuerzos innovativos domésticos
-proveedores especializados e industrias intensivas en I&D-, las cuales, contrastantemente, tienen
una presencia muy fuerte en las importaciones que realiza el país (cuadros IV-55 y IV-56).
Por otro lado, como se ha señalado incluso en documentos oficiales (GACTEC, 1999), al
analizar la estructura de las exportaciones manufactureras, y si se considera el desempeño de
los 15 mayores exportadores entre los países en desarrollo durante el período 1985-95,
Argentina evidencia una de las trayectorias menos dinámicas. En efecto, es el único país
donde las exportaciones de productos de alta tecnología no aumentan su participación sobre
el total y la única mejora estructural observable corresponde al aumento de los productos de
mediano contenido tecnológico -lo que en gran medida es atribuible a los acuerdos de
comercio compensado del complejo automotriz en el Mercosur- (cuadro IV-57).
Finalmente, cabe destacar el escaso peso de las firmas de high-tech en la cúpula empresarial de
la Argentina en comparación con otros países en desarrollo (cuadro IV-58). En este sentido,
también vale la pena señalar que en 1992 había 91 empresas de high tech que operaban en
EE.UU. en manos de capitales provenientes de los cuatro “tigres asiáticos” (Rausch, 1995), en
tanto no había, naturalmente, ninguna de origen argentino en esa condición. Esto muestra, el
escaso grado de avance de los conglomerados económicos locales hacia actividades
conocimiento intensivas, a diferencia de las experiencias asiáticas (e incluso en la comparación
con el vecino Brasil), y la poca inclinación de las ET a invertir en dichas actividades en un país
como la Argentina.
Cuadro IV-55
Composición de las exportaciones argentinas. 1986-1997 (U$S millones y porcentajes)
1986-1990 1991-1997
Acumulado % Acumulado %
Productos Primarios 13.280,5 30,00 41.232,8 33,2
Agrícolas 12.888,1 29,1 32.201,9 25,9
Mineros 114,5 0,3 258,0 0,2
Energéticos 277,9 0,6 8.772,8 7,1
Productos Industriales 30.942,6 69,9 82.867,3 66,7
Industrias Intensivas en RR NN 19.069,9 43,1 46.771,7 37,6
Agroalimentos 13.865,8 31,3 33.700,3 27,1
Otras intensivas en recursos agrícolas 1.300,9 2,9 4.385,7 3,5
Mineras 2.445,3 5,5 4.137,4 3,3
Energéticas 1.457,9 3,3 4.548,3 3,7
Manufacturas 11.872,7 26,8 36.095,6 29,0
Ind. Intensivas en trabajo 3.814,8 8,6 11.230,4 9,0
Ind. Intensivas en economías de escala 5.371,9 12,1 15.931,7 12,8
Proveedores especializados 1.791,6 4,1 5.216,5 4,2
Ind. Intensivas en I&D 894,4 2,0 3.717,0 3,0
Residuo 41,0 0,1 191,3 0,1
Total 44.264,1 100 124.291,4 100
Fuente: Chudnovsky et al (1999a).
Cuadro IV-56
Composición de las importaciones argentinas. 1986-1996 (U$S millones y porcentajes)
1986-90 1991-1996
Acumulado % Acumulado %
Productos Primarios 4065,0 16,8 6363,2 6,0
Agrícolas 1258,3 5,2 3381,0 3,2
345
Mineros 1130,9 4,7 1533,3 1,5
Energéticos 1676,4 6,9 1449 1,4
Productos Industriales 20011,4 82,9 98691,3 93,7
Industrias Intensivas en RR NN 5278,1 21,9 17922,6 17,0
Agroalimentos 512,1 2,1 4053,0 3,9
Otras intensivas en recursos agrícolas 457,9 1,9 3098,9 2,9
Mineras 3688,7 15,3 8693,9 8,2
Energéticas 619,4 2,6 2076,7 2,0
Manufacturas 14733,3 61,0 80768,7 76,7
Ind. intensivas en trabajo 767,1 3,2 11509,0 10,9
Ind. intensivas en economías de escala 5272,9 21,8 30846,1 29,3
Proveedores especializados 5003,4 20,7 23321,1 22,1
Ind. intensivas en I&D 3690,0 15,3 15092,4 14,3
Residuo 63 0,3 319,7 0,3
Total 24140,0 100 105374,2 100
Fuente: Chudnovsky et al (1999a).
Cuadro IV-57
Composición de las exportaciones manufactureras (%). 1985-1995
1985 1995
BRN BCT MCT ACT BRN BCT MCT ACT
Filipinas 39,6% 17,1% 6,4% 36,9% 9,5% 13,1% 8,6% 68,9%
Singapur 43,5% 8,6% 23,4% 24,5% 13,9% 7,0% 19,3% 59,8%
Malasia 53,7% 8,0% 11,4% 26,9% 18,0% 11,2% 19,9% 51,0%
Taiwan 9,9% 52,9% 26,0% 25,9% 5,4% 30,0% 27,5% 37,2%
Tailandia 37,9% 35,4% 22,0% 4,7% 19,3% 25,3% 20,5% 34,8%
Corea 8,6% 41,4% 37,2% 12,8% 10,9% 20,3% 39,0% 29,8%
México 21,1% 13,2% 55,4% 9,0% 7,3% 19,8% 45,2% 27,7%
Hong Kong 3,2% 63,0% 19,1% 14,8% 6,0% 52,0% 15,1% 27,0%
China 38,8% 43,7% 12,2% 5,2% 10,9% 51,8% 19,8% 17,4%
Indonesia 75,2% 15,5% 6,4% 3,0% 44,1% 30,3% 16,0% 9,5%
India 40,6% 45,3% 10,1% 4,1% 30,2% 48,7% 14,6% 6,6%
Brasil 44,0% 21,3% 29,8% 4,9% 38,0% 16,7% 38,6% 6,6%
Turquía 21,8% 53,1% 23,5% 1,6% 16,9% 56,9% 21,4% 4,8%
Argentina 60,2% 16,3% 19,0% 4,4% 41,8% 17,4% 36,5% 4,4%
Sudáfrica 53,4% 16,4% 21,2% 9,0% 49,7% 16,4% 30,0% 3,9%
Egipto 62,0% 35,2% 1,7% 1,1% 50,3% 39,3% 8,1% 2,3%
Chile 90,6% 2,2% 6,8% 0,3% 79,1% 7,9% 11,9% 1,1%
Países en desarrollo 34,1% 32,9% 21,0% 12,1% 17,6% 29,9% 27,2% 25,3%
Países industrializados 19,9% 16,4% 45,0% 18,7% 17,9% 15,9% 43,8% 22,4%
Mundo 22,1% 18,9% 41,3% 17,7% 17,8% 19,4% 39,7% 23,2%
BRN= basadas en recursos naturales. BCT= bajo contenido tecnológico.
MCT= mediano contenido tecnológico. ACT= alto contenido tecnológico.
Fuente: Lall (1999).
Cuadro IV-58
Distribución de las mayores 200 mayores empresas industriales de los países en desarrollo por tipo de
industria. Principio de los años 1990
High-tech1 Mid-tech2 Low-tech3 Petróleo Total
Asia 23 40 36 19 118
Corea del Sur 11 13 11 35
India 7 15 10 7 39
Taiwan 5 7 5 1 18
Malasia 2 3 1 6
Filipinas 3 3 6
Otros 3 4 7 14
América Latina 4 15 20 12 51
Brasil 3 5 7 3 18
Argentina 4 6 2 12
México 2 3 1 6
Venezuela 1 1 3 1 6
Chile 3 1 1 5
Otros 4 4
346
Medio Oriente 2 3 2 6 13
Turquía 1 2 2 1 6
Otros 1 1 5 7
Africa 2 10 6 18
Total 29 60 68 43 200
1= química, farmacéutica, computadoras, prod. eléctricos y electrónicos, aviones, equipo científico y profesional.
2= productos de caucho, vidrio, metalurgia, maquinaria general, automóviles y equipo de transporte.
3= alimentos, textiles, confecciones, papel, madera, manufacturas varias.
Fuente: Hikino y Amsdem (1995).
Otro trabajo señalaba que "de ejemplos aislados es posible inferir que existe una capacidad de
desarrollo local muy apreciable que se canaliza por equipos de las grandes empresas y de
grupos profesionales y pequeñas empresas con diverso grado de profesionalismo que actúan
como contratistas. Los equipos de ingeniería con recursos propios de diseño son escasos pero
existen numerosos grupos que toman trabajos de ‘outsourcing’ consistentes en tareas de
programación. Existen desarrollos realizados en el seno de diversas empresas que poseen un
alto grado de complejidad. Hay ejemplos en informática bancaria, programas de facturación de
servicios telefónicos y software industrial de mediano y alto nivel de complejidad para
automación, control y adquisición de datos" (Perazzo, 1998).
Finalmente, el informe más reciente sobre el tema (IAD, 2000) proporcionaba la misma
estimación que Correa en cuanto a número de empresas, y proyectaba exportaciones que
estaban alrededor del 8% del total de facturación del sector (apenas de unos $ 300 millones).
El grueso de las firmas de software relevadas en dicho trabajo trabajaba en el área de
administración, gestión y contabilidad, y atendían esencialmente a PyMEs, en tanto que las
grandes firmas trabajaban con sistemas de gestión internacionales. En esencia, la ventaja de
las firmas locales de software se basaba fuertemente en la presencia de aspectos
idiosincráticos contenidos, por ejemplo, en la legislación laboral o tributaria del país, ventaja
que, según el referido informe, corría riesgo de verse erosionada rápidamente por distintos
motivos. En tanto, había pocos avances hacia otras áreas de software -por ejemplo,
347
programas educativos-, y se señalaban distintas debilidades competitivas del sector para
encarar una estrategia de desarrollo "high road" (oferta poco diversificada, pocas firmas con
capacidad exportadora, clientes poco sofisticados que tienen demandas de baja exigencia y
limitan posibilidades de aprendizaje, carencia de habilidades en marketing y comercialización,
etc.)
Cabe agregar, en relación con este tema, que para las firmas argentinas de este sector
resultaban más relevante, como fuente de información, los journals y libros de referencia que
los contactos con instituciones locales de CyT. Este resultado era combinación de dos
tendencias: para las firmas que operaban en temas tecnológicamente "maduros", lo que
hacían las instituciones de CyT estaba más allá de su alcance e interés. En tanto, las que
habían ingresado a actividades más "modernas" consideraban que sus conocimientos sobre el
tema eran superiores a los disponibles en las instituciones públicas (Correa, 1997).
En este escenario, surge claramente que las estructuras locales de producción y comercio
exterior muestran una presencia débil de sectores difusores de progreso técnico y/o intensivos
en “conocimiento”, que, según indica la evidencia disponible a nivel internacional, son los que
más contribuyen a la consolidación de un proceso de desarrollo sustentable a largo plazo. Más
en particular, el país no ha ingresado, o lo ha hecho en forma muy débil, en carácter de
productores en aquellas actividades que van a ser más dinámicas en el contexto del nuevo
paradigma tecnológico que se está difundiendo en la economía internacional, lo cual es
indudablemente un factor preocupante a futuro.
Tras el breve y finalmente poco efectivo boom de activismo en CyT de la primera mitad de los
años 1970, la asunción del gobierno militar en 1976 supone un claro regreso al laissez-faire en
el área, aunque esta vez montado sobre un experimento liberalizante en el campo de la
política económica. Como parte de este cambio de rumbo, comienza a enfatizarse la
necesidad de que la industria doméstica se acerque a los niveles de eficiencia de sus
348
competidores extranjeros. Para este objetivo, la modernización tecnológica jugaba un rol
importante y, en la visión del gobierno de la época, la opción natural era la importación, vía bienes
de capital, flujos de IED y acuerdos de transferencia de tecnología, lo cual llevó a adoptar,
como se mencionó más arriba, políticas destinadas a favorecer dichas vías de incorporación
de tecnología.
En el plano de las instituciones específicas del sistema de CyT, poco fue lo que se hizo, más
allá de desandar los tímidos intentos de transformación encarados en la etapa previa. La
SECyT, que nunca había logrado asumir plenamente su supuesto rol coordinador del área, fue
relegada a un rol que ya también formalmente era pasivo y secundario, reforzándose la
autonomía de las instituciones de CyT. En este sentido, hay que apuntar que no existió, en
este período, ninguna iniciativa consistente tendiente a transformar el funcionamiento de los
organismos estatales de CyT. Seguramente el éxodo -por desaparición o exilio- de varios de
sus miembros fue el principal perjuicio que dichos organismos debieron soportar durante la
dictadura militar de aquella época.
La asunción del gobierno democrático -1983- no alteró sustancialmente las líneas generales de la
política de CyT; la supresión de la persecución ideológico-política implantada por el régimen militar
fue su mayor contribución. Si bien se formularon algunos loables objetivos para la SECyT, en
la práctica quedaron truncos: “la articulación de las políticas de CyT con las vinculadas al
desarrollo económico y social” -no lograda, en parte por la ausencia de ambas y en parte por
la separación de jurisdicciones en el aparato burocrático-administrativo-, “el financiamiento
adecuado al complejo de CyT” -ocurrió lo contrario, ajuste fiscal mediante- y “el
establecimiento de un régimen de importación de tecnología” -no se modificó el régimen de
1981, sea por convencimiento, desidia o compromisos con organismos internacionales- 229
(Oteiza, 1992). En tanto, la restricción externa llevó a elevar los niveles de protección para los
bienes de capital, aunque se abrieron algunos mecanismos especiales que favorecieron la
importación proveniente de países como España o Italia.
En los hechos, entonces, el gobierno radical continuó con el laissez-faire tecnológico, a pesar
de que exhibía propósitos opuestos a nivel de su discurso. Si bien ubicar las causas de esta
tendencia es una tarea compleja, podemos apuntar: i) los problemas derivados de la situación
macroeconómica absorbieron la mayor parte de los esfuerzos de la administración y
subordinaron las definiciones -incluidas las vinculadas a asignación de recursos- en otras
áreas; ii) en un contexto donde se comprometían objetivos de desregulación y liberalización
229
. En la primera etapa del gobierno radical se elaboró un proyecto de ley de transferencia de tecnología
(Chudnovsky, 1985), el cual nunca fue aprobado por el Congreso.
349
con organismos internacionales, la re-regulación de los flujos de transferencia de tecnología,
por ej., hubiera implicado una anómala “marcha atrás” en la dirección general de las políticas
públicas; iii) el convencimiento de las autoridades sobre la importancia de la variable
tecnológica era, más allá de las palabras, bastante débil.
Así, en los años 1980 el complejo de CyT evolucionó en un contexto general sumamente
difícil, y se vio afectado especialmente por significativos recortes presupuestarios. Se puede
estimar que entre 1984 y 1990 los recursos asignados en el Presupuesto de la Nación para
CyT cayeron -según cual sea la metodología de actualización elegida- entre un 22 y un 29%
aproximadamente. La caída es mucho más fuerte en relación con 1986, año en el cual los
recursos destinados a CyT alcanzaron el nivel máximo para toda la década de 1980. A su vez,
en términos relativos al PBI, el gasto del sector público argentino en CyT cayó de 0,27% para
el período 1980-1987 a 0,24% entre 1989-91.
Las políticas adoptadas por la administración Menem a comienzos de los años 1990 pueden
incluirse dentro del concepto de laissez-faire en materia tecnológica. Si bien, como ya hemos
señalado a lo largo de este trabajo, el laissez-faire tecnológico había sido dominante, salvo el
breve período 1969-1976, a lo largo de la historia del país, en los años 1990 se enmarcó, por
primera vez de forma consistente en el caso argentino, dentro de un esquema de pensamiento
bien definido, que es el de la teoría económica ortodoxa, particularmente tal como se corporiza
en el llamado "Consenso de Washington".
Así, se retoman, pero con mayor énfasis y consistencia, algunos temas que habían sido
levantados por primera vez durante la dictadura militar 1976-1983. La apertura de la economía
a las importaciones estimularía una mejora en la eficiencia del sector productivo a través de la
mayor competencia en el mercado local; al mismo tiempo, facilitaría el acceso a maquinaria y
equipo de última generación. A su vez, la liberalización del régimen de IED promovería la
incorporación y difusión de los conocimientos técnicos y gerenciales de los inversores
extranjeros. La desregulación de los acuerdos de transferencia de tecnología sería otro
estímulo al proceso de modernización, así como el reforzamiento de los derechos de
propiedad (patentes) sobre los activos tecnológicos.
Como señalamos antes, en los años 1990 el gobierno adhirió a este enfoque de políticas,
liberalizando completamente el ya bastante desregulado régimen de IED, fijando un arancel
230
. En un documento oficial se estimaba para 1989 una obsolescencia de 10 años en el equipamiento de los
laboratorios científicos y tecnológicos (CONICET, 1993).
350
cero para la importación de bienes de capital así como para la importación de plantas llave en
mano231, eliminando los pocos elementos regulatorios que quedaban en la ley de transferencia
de tecnología232 y adoptando una nueva ley de patentes de invención233.
Estas políticas tuvieron éxito en sus propios términos, ya que estimularon, efectivamente, una
mayor importación de tecnología, según vimos en la sección anterior -luego discutiremos en
qué medida han sido suficientes o no para inducir un proceso efectivo de desarrollo
tecnológico a nivel local-. De todos modos, más allá de la evidente centralidad de las políticas
mencionadas, progresivamente fueron surgiendo un conjunto de instrumentos en materia de
CyT que indudablemente hacen pensar que, al menos desde mediados de los años 1990, hay
un nuevo episodio de “activismo” en esta área, aunque de carácter muy distinto al registrado a
fines de los años 1960 y comienzos de los 1970.
Este "activismo" tiene una serie de fundamentos objetivos, que enseguida veremos, pero al
mismo tiempo se explica por circunstancias de índole más subjetivo, y en particular por el
impulso generado por el Secretario de Ciencia y Tecnología que asume en 1996, Juan Carlos
del Bello, quien moviliza una serie de significativas transformaciones en dicha área. A nuestro
juicio es muy importante tener esta consideración en mente, ya que de lo contrario se corre el
riesgo de pensar que el activismo en CyT surge de un cambio de actitud general del gobierno
con relación al tema tecnológico. Este no ha sido el caso, y está claro que en los años 1990
para los hacedores de política económica el estímulo al desarrollo de actividades locales de
innovación estuvo lejos de ser una prioridad, manteniéndose la confianza en el rol que juegan
la competencia en el mercado y las fuentes extranjeras de tecnología.
Más allá de esta importante consideración, como decíamos antes, el activismo de los años
1990 también tiene fundamentos más objetivos, que parten tanto de la historia previa del
complejo de CyT en la Argentina, como del impacto producido por el proceso simultáneo de
ajuste, reformas estructurales y transformaciones tecno-productivas de los años 1990, tanto
sobre los organismos públicos de CyT y las universidades como sobre el sector privado.
En el caso del complejo de instituciones públicas de CyT y del sistema universitario, el punto
de partida es el diagnóstico relevado en el capítulo anterior. Si ya en los años 1960 y 1970 se
hablaba de la desconexión del complejo de CyT con las necesidades sociales y del sistema
productivo, la desarticulación se profundizó en los años 1980, en un contexto institucional y
económico inestable y de recortes de recursos públicos para CyT, a la vez que de incubación
de transformaciones en el plano de la estructura socio-económica.
231
. Si bien, como se señaló antes, desde mediados de los años 1990 se subió el arancel para bienes de capital y se
suspendió el régimen de importación de plantas de llave en mano, ello obedeció a compromisos con Brasil en el
marco del MERCOSUR y a restricciones de orden fiscal, y no a un cambio de ideas respecto de la conveniencia de
ambas políticas.
232
. Como señalamos antes, el régimen de transferencia de tecnología ya había sido liberalizado casi totalmente en
1977 y la administración Menem completó esta tarea al propiciar la libre transferencia de tecnología entre las
filiales locales de ET y sus casas matrices, subsistiendo un registro de transferencia con fines informativos e
impositivos, pero sin regulación alguna por parte del Estado sobre la materia.
233
. La nueva legislación sobre patentes sigue en gran medida los lineamientos del acuerdo TRIPs (Trade-Related
Aspects of Intellectual Property Rights) firmado durante la Ronda Uruguay del GATT, reforzando la protección de los
derechos de propiedad industrial e intelectual. Entre sus principales repercusiones prácticas está el reconocimiento
de la patentabilidad, luego de un período de transición de 5 años, de los productos farmacéuticos, a la cual se
resistían los laboratorios de capital nacional y que era solicitada de forma vehemente por las empresas
farmacéuticas extranjeras, llegándose a amenazar con sanciones por parte de los EE.UU.
351
El otro tema importante, también ya comentado en el capítulo anterior, remite a la falta de
coordinación intra-complejo. Así, se señalaba que: a) los objetivos de las instituciones de CyT
estaban acotados a campos específicos de actividad, lo cual dificultaba la posibilidad de
operar “horizontalmente” a lo largo de temas tecnológicos concretos; b) las metas y estrategias
de cada institución surgían endógenamente y luego eran convalidadas por las autoridades
gubernamentales, que ejercían un contralor de última instancia a través de las necesidades de
financiamiento que convergían en el Presupuesto Nacional. En consecuencia, la fijación de
objetivos tenía una carga inercial fuerte que era acotada sólo desde la óptica presupuestaria
por estamentos de la Administración Central, que a su vez, operaban descoordinados de otras
jerarquías públicas orientadas a la CyT (Bisang, 1995).
No sorprende entonces que, fuera de las buenas o malas razones para asumir tal postura, a
comienzos de los años 1990 existiera una cierta desacreditación de las instituciones de CyT
entre diversos estamentos sociales234. Consecuentemente, es lógico que a partir de una cierta
consolidación de un nuevo modelo basado en una mayor apertura a los flujos internacionales
de capital, comercio y tecnología y en un escenario de transformaciones profundas en cuanto
a las tendencias dominantes a nivel mundial en el plano tecno-productivo, fuera generalizada
la inquietud por reformular el modelo institucional del complejo de CyT, de modo de adecuarlo
al nuevo contexto.
En este escenario complejo para las instituciones públicas de CyT, es interesante señalar que,
contrariamente a lo que podía suponerse inicialmente, luego de la caída registrada en los años
1980, en la década de 1990 se registra un significativo aumento en los recursos públicos para
CyT -en un marco general de expansión del gasto público nacional-. En valores constantes, los
fondos disponibles para organismos públicos de CyT para las actividades de investigación en
universidades se duplicaron entre 1990 y 1998 (de $ 435 a $ 870 millones -a precios de 1997),
pasando de 0,23 a 0,29% del PBI.
Este aumento de fondos se dio pari passu con un movimiento general tendiente a la adopción
de normas más estrictas de evaluación del funcionamiento de los organismos de CyT, así
como a la exigencia, al menos en la retórica, de profundizar los vínculos y las articulaciones
234
. Nívoli (1989) caracteriza la situación diciendo que el sector científico es percibido por la sociedad como
estructurado en función de sus propios fines (endogenerado y autoevaluado).
352
con las necesidades sociales, y en particular con las demandas del sector privado -en otras
palabras, el objetivo era que dichos organismos demuestren su "utilidad"-.
Los otros fundamentos “objetivos” del nuevo activismo en CyT se vinculan, por un lado, con el
reconocimiento de que existen distintos tipos de fallas de mercado que llevan a una asignación
insuficiente de recursos privados para actividades innovativas. Por otro lado, los efectos de la
globalización y de un nuevo paradigma tecno-económico, en un contexto de liberalización
comercial, implican nuevos desafíos para las firmas privadas, lo cual lleva a la necesidad de
diseñar nuevas formas de asistencia, en particular para las PyMEs, que enfrentan distintas
restricciones para afrontar dichos desafíos.
Así, veremos que, sin adoptar un enfoque restrictivo en lo que hace a la transferencia de
tecnología desde el exterior -esta es una diferencia central con el activismo de los años 1970-,
se ha buscado promover los esfuerzos privados en I&D y asistir más activamente al proceso
de modernización tecnológica de las firmas locales, y especialmente de las PyMEs, a través de
distintos instrumentos. Indudablemente, este énfasis en las acciones privadas en el campo de
la innovación es también otra diferencia clave con el antiguo activismo, más centrado en el
papel del Estado y de las empresas públicas.
235
. Varios documentos oficiales reflejan esta postura. Por ejemplo, en una publicación oficial editada en 1993 por el
CONICET, bajo el título de “Innovación y Transferencia Tecnológica”, se señalaban como objetivos del CONICET
“favorecer la participación institucionalizada del sector científico-tecnológico en el asesoramiento al sector
productivo de bienes y servicios públicos o privados, en la selección y adaptación de tecnología disponible y en la
transferencia de los resultados de la investigación” e “incrementar el financiamiento del organismo a través de la
obtención de recursos propios y aportes del sector productivo, mediante la prestación de servicios, asesoramientos,
realización de obras, usufructo de patentes y cualquier otra actividad que implique transferencia de conocimientos y
mejoramiento tecnológico”. Luego se afirmaba que “los lineamientos generales de política científica y tecnológica
establecidos por la SECyT ... tienden al aprovechamiento integral de los recursos y resultados del Sistema
Científico Tecnológico argentino en beneficio del sistema productivo para aportar a la comunidad mejores bienes y
servicios que redunden en un aumento de la calidad de vida”...”Estos ejemplos (por algunas iniciativas de
vinculación tecnológica originadas en el complejo de CyT) son demostrativos de la voluntad del sector público de
ciencia y tecnología de orientar y programar sus actividades en función de una mayor articulación con la
producción y a generar recursos financieros adicionales a los originados en el presupuesto ordinario”. En el
Presupuesto Nacional del año 1994 se reafirma esta voluntad, enunciando para el CONICET el objetivo de:
“incrementar en el mediano plazo el financiamiento del organismo a través de la obtención de recursos propios y
aportes del sector productivo mediante la prestación de servicios, asesoramientos, realización de obras, usufructo
de patentes y cualquier otra actividad que implique transferencia de conocimientos y mejoramiento tecnológico”.
A su vez, una publicación de la Secretaria de Industria se afirmaba, en relación al INTI, que “el objetivo general es
entonces el logro de un mayor grado de adecuación de las actividades del INTI respecto de las necesidades
concretas del sector industrial”. Luego, se decía que “el INTI continuará desarrollando su capacidad tecnológica
propia, pero encuadrada estrictamente en su destino como mecanismo de promoción y transferencia de
tecnología”. Durante toda la década, por otro lado, ha sido pública la intención de las autoridades de elevar el nivel
de generación de recursos propios por parte de la entidad.
353
ii) Las políticas dirigidas a transformar el funcionamiento del complejo de CyT
Una de las primeras medidas adoptadas en esta etapa, como parte de los esfuerzos por integrar
la problemática de CyT, coordinar esfuerzos y definir prioridades y líneas de acción conjuntamente
con otras áreas de gobierno, fue la creación, en 1996, del Gabinete Científico Tecnológico del
Gobierno Argentino (GACTEC)237. En relación con esta iniciativa, más allá de la intención de
superar el tradicional aislamiento en que se venía moviendo el área de CyT con relación al
resto de las políticas públicas, hay también razones que hacen a la inserción institucional de
los distintos organismos de CyT. Así, hay que recordar que la SECyT sólo tiene bajo su
dependencia directa al CONICET, en tanto que las restantes instituciones discuten sus
presupuestos de manera autónoma con el Ministerio de Economía y tienen asignadas partidas
específicas. Obviamente, esto dificulta cualquier intento de coordinación que se quiera hacer
desde la SECyT y hace más importante, al menos en teoría, la formación de un ámbito como
el GACTEC.
El GACTEC tiene entre sus principales funciones decidir la asignación de los recursos de la
finalidad CyT dentro del presupuesto nacional. También está llamado a definir las prioridades
nacionales en materia de CyT, que se expresan en el llamado Plan Nacional Plurianual de
Ciencia y Tecnología (PNP). En diciembre de 1997 el GACTEC aprobó el primero de estos
planes, correspondiente al período 1998-2000 -en 1998 y 1999 se repitió el mismo ejercicio
para los respectivos trienios siguientes-, que se plantea como objetivo central “el desarrollo y
fortalecimiento del Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación” (GACTEC, 1997).
Como señala Chudnovsky (1999), es la primera vez que en la Argentina se plantea a nivel
oficial el enfoque del SNI. Asimismo, se trata de la segunda vez que en el país se elabora un
plan para CyT (en el capítulo anterior se mencionó el plan elaborado en 1971, que no tuvo
cumplimiento efectivo). Los PNP deberían servir para articular los esfuerzos nacionales,
regionales y sectoriales, públicos y privados, en CyT en torno a las prioridades definidas por el
GACTEC.
236
. Entre estas iniciativas, cabe destacar la creación de los Programas Nacionales Prioritarios -continuidad de los
ya citados y fallidos Programas Nacionales-, destinados -en principio- a detectar necesidades en materia de CyT
que permitieran a la SECyT concertar, conjuntamente con los interesados y las instituciones de CyT, la realización
de las actividades tendientes a satisfacer las demandas detectadas. En la práctica, sin embargo, su efectividad fue
mínima.
237
. El GACTEC es presidido por el Jefe de Gabinete de Ministros e integrado por los Ministros de Economía,
Educación, Salud, Relaciones Exteriores, Defensa y la Secretaria de Recursos Naturales y Desarrollo Sustentable y
cuya secretaría ejecutiva es ejercida por la SECyT. El GACTEC es asistido por un Consejo Consultivo integrado por
científicos y empresarios.
354
Según Chudnovsky (1999), la principal novedad que ofrecen los PNP es que, en lugar del
enfoque tradicional de centrarse casi exclusivamente en la oferta, las políticas que allí se
plantean se proponen orientar los esfuerzos nacionales y provinciales en CyT en función de
las demandas del sector productivo y de las necesidades sociales y regionales. A su vez, al
inspirarse en el enfoque del SNI, hacen hincapié en la promoción de la articulación y los
vínculos entre los actores e instituciones, tanto públicos como privados, que participan en el
proceso de generación, difusión y absorción de conocimientos e innovaciones.
Sin embargo, aún no está claro el aporte efectivo generado por esta nueva institucionalidad, y
en particular hay dudas sobre la eficacia del GACTEC. Así, por ejemplo, se ha destacado el
desigual grado de elaboración de las prioridades sectoriales en los PNP, que es un reflejo del
distinto interés con el que los responsables respectivos han encarado la tarea, pero también
de la debilidad del GACTEC como mecanismo de coordinación y planificación (Chudnovsky,
1999). Asimismo, Chudnovsky et al (1999c) plantean que si bien el GACTEC parece ser una
buena solución institucional para abordar los problemas de corte transversal que implica la
política de CyT, el mismo todavía está lejos de funcionar como un ámbito de articulación de la
política científica y tecnológica con las políticas sectoriales, y menos aún de diseño de una
visión de largo plazo que oriente los esfuerzos de inversión en activos tangibles e intangibles y
de formación de recursos humanos en el país. Esencialmente, esa deficiencia se atribuye al
escaso grado de compromiso con la problemática científica y tecnológica por parte de los otros
Ministerios y Secretarías de Estado involucradas y, en particular, del Ministerio de Economía.
Estos problemas han sido reconocidos oficialmente, ya que el Plan 2000-2002 plantea que,
por diversas razones, el funcionamiento efectivo del GACTEC ha sido hasta ahora limitado y
que el antes mencionado Consejo Consultivo no ha tenido la oportunidad de brindar el
asesoramiento técnico para el cual fue originalmente convocado (GACTEC, 1999)238.
Por otro lado, en esta etapa, la SECyT también ha tratado de inducir cambios en la gestión de
los organismos públicos de CyT y en la asignación de fondos para investigación, introduciendo
mecanismos competitivos. El objetivo de estos cambios es tanto favorecer la articulación entre
los propios organismos y con el sector productivo, así como diluir el carácter “endogenerado” y
“autoevaluado” del complejo de CyT.
Una de las iniciativas tomadas en esta dirección es la exigencia a todos los organismos de
CyT de formular planes estratégicos y de transformación que deben identificar las prioridades
institucionales, las metas a alcanzar, los indicadores de resultados e impacto y los
mecanismos de autoevaluación. Según se señala en el PNP 2000-2002, el objetivo de estas
iniciativas es avanzar hacia una mayor vinculación de las instituciones públicas de CyT con el
sector productivo. Este objetivo parte del hecho de que, en la perspectiva del gobierno, las
instituciones de CyT, aunque con desempeños dispares, en general no han avanzado
suficientemente en el replanteo de sus actividades en sintonía con el nuevo contexto en que
se desenvuelve la economía argentina ni en dirección hacia una mayor articulación con las
demandas sociales y en particular con el universo empresarial (GACTEC, 1999).
238
. Con relación a este tema, cabe señalar que el nuevo gobierno asumido a fines de 1999 -o, más
específicamente, las nuevas autoridades de la SECyT- aún no ha mostrado voluntad para continuar con la práctica
de confeccionar planes plurianuales de CyT.
355
Como contrapartida de la formulación de estos planes y de la aceptación de mecanismos de
evaluación externa, los organismos accederían a condiciones de gestión y de manejo
presupuestario más flexibles, incluyendo la posibilidad de incorporar mecanismos de incentivos
para el personal basados en el logro de metas y resultados. De todos modos, siguiendo a
Chudnovsky (1999), considerando la historia previa de los organismos, la inercia institucional y
las dificultades presupuestarias con que se desenvuelven, así como la desigual voluntad
política que parece existir dentro del GACTEC, hay dudas acerca del éxito que puede llegar a
tener un proceso tan complicado. Cabe agregar, en este sentido, que problemas tales como la
falta de coordinación entre las actividades de las instituciones, la rigidez de sus campos de
acción, su orientación ingenieril, etc. no sólo todavía no han sido resueltos, sino que
probablemente requieran de un replanteo general en el cual se evalúe desde un punto de vista
global qué tipo de instituciones son necesarias en el nuevo contexto, cómo deberían
organizarse y financiarse, cuáles serían sus objetivos y campos de acción, etc.239
Al presente, la ANPCYT cuenta con dos fondos, el FONCyT y el FONTAR -sobre este último
trataremos más abajo-. El FONCyT subvenciona mediante concursos públicos: a) proyectos de
investigación científica y tecnológica a cargo de grupos de investigadores que se desempeñen
en instituciones públicas o privadas sin fines de lucro cuyos resultados son a priori publicables
en revistas de circulación abierta; b) proyectos de investigación y desarrollo presentados por
grupos de investigación en asociación con uno ó más adoptantes (empresas o instituciones
públicas o privadas) que cofinancian como mínimo el 50% del proyecto. Los resultados son a
priori de propiedad pública pero pueden estar sujetos a condiciones de confidencialidad
comercial, reservándose el adoptante la prioridad de adquirir el conocimiento producido. Como
parte del esfuerzo por orientar los proyectos de investigación hacia las áreas prioritarias, y de
incrementar la vinculación de las instituciones de CyT con el sector privado, las sucesivas
convocatorias fueron incorporando mayores cupos para los proyectos ubicados dentro de las
prioridades temáticas, sectoriales y regionales definidas en el PNP.
Las novedades introducidas con la creación del FONCyT son el carácter abierto de los llamados a
concurso por los fondos -hasta el momento, en esencia, cada institución efectuaba su propio
reparto de fondos y se carecía de un mecanismo estable de financiamiento de actividades de I&D
en instituciones privadas o sin fines de lucro-, y el hecho de que una parte de los recursos que
administra se asignan siguiendo las prioridades definidas en el PNP. Como señala Chudnovsky
239
. De todos modos, una iniciativa interesante, considerando el tradicional aislacionismo de las instituciones de
CyT, es la formación del llamado “Polo Tecnológico Constituyentes”, que agrupa a centros dependientes del INTI, el
INTA, la CNEA, el SEGEMAR y el CITEFA, así como a la Universidad Nacional de General San Martín (UNGSM). El
objetivo de este Polo no es solamente crear una red académico-tecnológica, sino también empresarial (más abajo se
menciona el incipiente desarrollo de una incubadora de empresas), aprovechando las potencialidades de la acción
coordinada y sinérgica de las instituciones que en él participan. Un resultado concreto de este nuevo ámbito de
colaboración es la creación del el INCALIN (Instituto de Calidad Industrial), en convenio entre el INTI y la UNGSM.
356
(1999), estas novedades son las que han generado más resistencias y críticas de parte de
importantes segmentos de la comunidad científica (como el Foro de Sociedades Científicas
Argentinas) que, obviamente, preferirían seguir con el sistema previo, con mecanismos de
asignación y control puramente internos a cada institución de CyT. Si bien la experiencia de este
nuevo fondo es muy reciente, los datos sobre distribución de recursos según áreas del
conocimiento sugieren que la fijación de prioridades ha dado lugar a un incipiente proceso de
modificación en los patrones de asignación de recursos para I&D en relación con la que existía en
el pasado.
Por otra parte, se creó el Consejo Federal de Ciencia y Tecnología -COFECyT- presidido por el
Secretario de CyT de la Nación e integrado por los máximos responsables del área en las 23
provincias y la Ciudad de Buenos Aires. En teoría, el COFECyT tiene como finalidad, entre otras,
la de promover el aumento de la participación de las provincias en el Sistema Nacional de CyT e
impulsar una distribución de los recursos del área que sea geográficamente más equilibrada.
Como parte del intento de "federalizar" las políticas de CyT, se han realizado ejercicios de
evaluación de la oferta y demanda científico-tecnológica de las provincias, de los cuales ha
surgido la existencia de “áreas de vacancia geográfica”, esto es, especialidades que
responden a prioridades definidas a nivel provincial o regional, pero para las que no se cuenta
con capacidades adecuadas en el ámbito local. A su vez, se han incluido dentro de los PNP
temas de prioridad provincial y se han realizado algunos trabajos de campo destinados a
promover, en ciertas localizaciones de subsectores productivos concretos, la interacción entre los
productores y las instituciones científicas y tecnológicas, y el fortalecimiento y desarrollo de los
mismos240.
240
. Entre los problemas encontrados para atender las necesidades regionales y provinciales en materia de I&D se
han citado, entre otros factores, la falta de investigadores de nivel en las temáticas prioritarias y el hecho de que en
muchos casos se presentaban proyectos que parecían congruentes con las prioridades, pero que en un segundo
análisis se revelaron como no respondiendo a aquellas.
357
A lo largo de los años 1990, y con más énfasis desde la segunda mitad de la década, se han
adoptado diversas iniciativas destinadas a favorecer la modernización tecnológica y la
realización de actividades innovativas en las firmas locales. Cabe destacar tres grandes líneas
de acción en este sentido: i) el establecimiento, por primera vez en la historia del país, de
líneas de crédito específicas para actividades de innovación realizadas por firmas privadas; ii)
la creación, también con carácter inédito, de un crédito fiscal para I&D (similar a esquemas
difundidos en casi todos los países desarrollados y en varias naciones en desarrollo); iii) la
puesta en marcha de esquemas de asistencia técnica, dirigidos preferentemente a las PyMEs,
entre los cuales se destaca el programa de “Consejeros Tecnológicos”. A continuación,
discutiremos cada una de estas políticas.
241
. Es importante tener en cuenta que esta ley no fue una iniciativa del Poder Ejecutivo sino del Parlamento. En
este sentido, está claro que no formaba parte de las prioridades de la política económica de aquel momento y más
bien marchaba a contramano de la general oleada de “desmonte” de todos los mecanismos promocionales que
caracterizó los primeros años de la convertibilidad.
242
. En los años 1990 se pusieron en marcha algunas otras iniciativas de financiamiento para actividades de
innovación en las firmas privadas, tales como el Fondo de Riesgo Compartido -creado dentro del CONICET- o una
línea especial dentro del Programa Trienal de Apoyo y Fomento de la PYME -creado en 1993 dentro de la
Secretaría de Industria-, pero ninguna de ellas tuvo éxito práctico (las otras líneas del Programa Trienal, que daban
financiamiento subsidiado para capital de trabajo y para adquirir bienes de capital, en contraste, fueron altamente
demandadas por las PyMEs).
243
. Cabe agregar que esta ley también introdujo una nueva figura, las unidades de vinculación, destinadas a
funcionar como "interfase" entre las instituciones de CyT y las firmas privadas que podrían demandar sus servicios,
así como a flexibilizar los mecanismos de vinculación entre ambas esferas. Sin embargo, al presente, existen
dudas acerca del rol que efectivamente han jugado estas organizaciones. Como mínimo, debe decirse que su
desempeño ha sido heterogéneo y que varias no han cumplido la función para la cual estaban originalmente
destinadas. Las diferencias de apreciación sobre su funcionamiento llevan a que mientras algunos defienden su
intervención en la gestión de préstamos o proyectos de asistencia técnica –que es en algunos casos mandatoria-,
otros le otorguen un rol secundario y apunten a desmontar los mecanismos que hacen necesaria su participación
en la tramitación y ejecución de distintos tipos de proyectos.
244
. El aporte del Estado no podía superar el 80% del costo total del proyecto.
358
para las provincias y la Ciudad de Buenos Aires, estableciéndose un coeficiente de asignación
de fondos para cada distrito.
Hacia 1995 el total de proyectos aprobados era aproximadamente 140. La información era
completa para aquellos administrados por la Nación y muy parcial para los controlados por las
provincias. A partir de dicha información, se advertía una clara declinación en la cantidad de
proyectos presentados y seleccionados (mientras en 1992 se declararon elegibles 19
proyectos, entre 1993 y 1995 sólo se aprobaron 5). Un análisis realizado en aquel momento
señalaba que el bajo número de proyectos presentados dificultaba la introducción de criterios
de selectividad, que los proyectos generalmente se encontraban mal presentados y que en la
mayor parte de los casos involucraban bajos niveles de riesgo tecnológico, ya que en general
consistían en mejoras sobre procesos y productos ya existentes (Chudnovsky y López, 1995).
En suma, tres años después de puesta en marcha la ley, la evaluación que se hacía de ésta
misma era poco positiva. Entre las razones que explicaban el bajo interés de las firmas por los
mecanismos de promoción establecidos se citaban: i) el mecanismo de obtención de fondos
era engorroso. Esto era consecuencia de un diseño legal destinado a introducir la máxima
seguridad jurídica y económica en la evaluación de los proyectos; ii) el sistema de información
era inadecuado. En la ley no estaban previstos fondos para tareas de difusión, lo cual
obviamente le restaba eficacia; iii) los beneficios obtenibles eran magros y las condiciones de
financiamiento no tan atractivas como para compensar los exigentes requisitos de acceso al
préstamo; iv) en consecuencia, las firmas pequeñas no recurrían al fondo por falta de
información, dificultades para cumplir con los requisitos y/o excesivo costo, mientras que las
grandes no lo hacían porque podían conseguir recursos de manera más sencilla y a un costo
no necesariamente superior (Chudnovsky y López, 1995).
Con la creación de la ANPCyT, la administración de los fondos de la ley 23.877 pasa a ser
responsabilidad de dicha agencia (y, dentro de ella, del FONTAR). Para 1999 se habían
financiado, a nivel nacional, 60 proyectos a partir de la ley 23.877; 37 de ellos habían obtenido
los beneficios respectivos en 1998 y 1999, lo cual supondría que a partir de su traspaso a la
ANPCyT se dinamizó la operatoria de los mecanismos promocionales de la ley.
Significativamente, mientras que esos 37 proyectos habían insumido un monto de préstamos de
alrededor de U$S 850 mil, entre 1993 y 1997 los restantes 23 proyectos habían contado con cerca
de U$S 10 millones (esto podría explicarse por un "cambio de perfil" en el tipo de proyectos
financiados). Un balance reciente indica que si bien algunos de los proyectos apoyados por la ley
23.877 habían finalizado exitosamente, una decena habían tenido que ser suspendidos o
359
rescindidos por diversas razones (GACTEC, 1999). Chudnovsky (1999) señalaba, además,
que estos créditos presentaban una elevada tasa de incobrabilidad -45% considerando los
otorgados hasta 1997-. Por otro lado, las provincias habían otorgado 372 préstamos por U$S
35 millones, no habiendo información más detallada sobre su composición ni sus resultados.
Otra iniciativa importante en materia de créditos para innovación adoptada durante estos años
fue el llamado “Programa de Modernización Tecnológica” (PMT). Se trata de un programa que
originalmente contaba con U$S 190 millones, financiados con un crédito del BID (U$S 95
millones) y una contrapartida local aportada por el Estado nacional y el sector privado (U$S 76
y 19 millones, respectivamente).
En su diseño inicial, el PMT constaba de dos sub-programas. Por un lado, el llamado Fondo
Tecnológico Argentino (FONTAR), orientado a promover la modernización tecnológica de las
empresas locales y apoyar proyectos de instituciones públicas que presten servicios
tecnológicos al sector productivo. El monto disponible previsto para los cuatro primeros años
era de U$S 80 millones y se estimaba que se financiarían unos 250 proyectos. Los proyectos
que consistían meramente en la incorporación de equipos o infraestructura estaban
explícitamente excluidos del programa. En tanto, se contemplaban cuatro posibles objetivos de
los proyectos a financiar: i) investigación y desarrollo de nuevos procesos o nuevos productos;
ii) modificación o mejora de tecnologías de productos o procesos en uso; iii) construcción de
plantas piloto, desarrollo y producción de prototipos de productos y de series de prototipo de
producto; iv) introducción de tecnologías de gestión de la producción.
Ya desde su diseño original se temía que las estrictas condiciones de evaluación de los proyectos
y el hecho de que la tasa de interés establecida no tuviera características de “promocionalidad”
pudieran hacer fracasar el programa, teniendo en cuenta las dificultades de las PyMEs para
presentar proyectos técnicamente aceptables, atravesar la evaluación financiera y conseguir
avales adecuados, y el hecho de que las firmas grandes podían conseguir financiamientos
análogos en el mercado sin estar expuestas a las evaluaciones previstas en el programa.
Asimismo, se señalaba la poca experiencia del Banco de la Nación en conceder este tipo de
préstamos y la casi imposibilidad de aprobar proyectos presentados por empresas nuevas.
Sin embargo, luego de un comienzo poco promisorio en 1995 -se aprobaron sólo 12
proyectos-, a partir de su incorporación a la ANPCyT se dinamizó, al igual que lo ocurrido con
los fondos de la Ley 23.877, la operatoria del FONTAR, a la vez que se hicieron algunos
cambios que mejoraron su diseño y flexibilizaron las condiciones de acceso a los créditos. Al
presente, el FONTAR cuenta con las siguientes líneas de crédito: i) Proyectos de Modernización
Tecnológica, ii) Proyectos de Innovación Tecnológica, iii) Préstamos para fortalecer las
instituciones que presten servicios tecnológicos al sector productivo privado y especialmente a
PyMEs.
360
manufactureras -en particular de los sectores textil, químico, caucho y plástico, maquinaria y
alimentos-, mientras que se registran sólo 5 proyectos del sector terciario y 4 del primario. En
general se trata de proyectos de modernización tecnológica, abarcando modificaciones en las
tecnologías de proceso y producto, cambios organizacionales, etc. Solamente un pequeño
porcentaje corresponde a proyectos de desarrollo tecnológico, tanto de productos como de
procesos (GACTEC, 1999). Asimismo, hay que tener en cuenta que este monto de préstamos
sólo ha podido ser concretado flexibilizando las condiciones de otorgamiento, y en particular
admitiendo que parte de los fondos puedan ser destinados a compra de bienes de capital.
En cuanto a los proyectos de Innovación Tecnológica, hasta 1999 se habían aprobado 36, con
una inversión total de U$S 19,9 millones y un monto financiado de U$S 12,2 millones. La suma
promedio financiada por proyecto fue de U$S 340,2 miles. La gran mayoría de los proyectos
fue presentada por empresas privadas, en general, PyMEs.
Cuando los fondos de este programa pasan a ser competencia de la ANPCYT, y teniendo en
cuenta estos antecedentes, se redefine el programa a fin de lograr un compromiso más
efectivo de los potenciales adoptantes de los proyectos, por la vía de exigir aportes efectivos
para el financiamiento de los mismos. Si bien, pese a las mayores exigencias, se financiaron
en 1997 y 1998 una cantidad significativa de proyectos, entre los adoptantes predominan
diversas instituciones públicas y privadas sin fines de lucro, siendo reducida la participación de
empresas.
Por primera vez en la historia del país se incluyó un crédito fiscal para actividades de I&D de $
20 millones en el Presupuesto Nacional de 1998 245, aprovechando la posibilidad habilitada en
la antes mencionada Ley 23.877 y que hasta el momento no había sido reglamentada. Este
crédito es administrado por el FONTAR. El crédito fiscal está destinado a incentivar la inversión
privada en I&D e innovación, a través del otorgamiento de certificados para la cancelación de
obligaciones emergentes del impuesto a las ganancias de los beneficiarios, que pueden cubrir
hasta un 50% del costo de los proyectos. Los certificados de crédito fiscal tienen una validez
máxima de 3 años y se estipulan porcentajes máximos cancelables en cada ejercicio, que son
decrecientes en función del importe anual de impuesto a las ganancias del beneficiario.
245
. Previamente, el único y muy débil incentivo fiscal que existía al respecto era el artículo 146 de la
reglamentación de la ley de Impuesto a las Ganancias, que establecía que los gastos de investigación, estudio y
desarrollo destinados a la obtención de intangibles podrían deducirse en el ejercicio en que se devenguen o
amortizarse en un plazo no mayor de cinco años, a opción del contribuyente.
361
Las actividades que pueden beneficiarse del Crédito Fiscal son: investigación básica,
investigación aplicada, investigación tecnológica precompetitiva y adaptaciones y mejoras.
Pueden financiarse todas las erogaciones necesarias para la ejecución de los proyectos,
excluyendo: costos de carácter administrativo, consumo de energía y telecomunicaciones, compra
o locación de inmuebles y valor de uso del equipamiento afectado a la ejecución del proyecto.
A los efectos de tratar de impedir los abusos a que dan lugar este tipo de incentivos, los
certificados de crédito fiscal se adjudican por licitación a los proyectos de I&D que se
concursen ante la ANPCYT. Las presentaciones pasan por una primera evaluación técnica, se
ordenan en forma inversa al porcentaje de Crédito Fiscal solicitado y se adjudican en dicho
orden respetando cupos por jurisdicción y priorizando hasta un 50% las solicitudes de PyMEs.
En el primer concurso público de crédito fiscal, 125 empresas presentaron 147 proyectos
diferentes que significaban una inversión total de $ 137,8 millones. De ese total de
presentaciones, sólo 94 proyectos consiguieron calificar como innovativos y fueron
adjudicados, involucrando una inversión total de $ 58 millones y un crédito fiscal de $ 18,5
millones. Al segundo concurso público de este instrumento, realizado en 1999, 187 empresas
presentaron 243 proyectos diferentes por una inversión total de $ 240,6 millones. Esto implica
que se registró un sustancial aumento en todos los órdenes respecto al primer concurso: el
número de empresas se incrementó en 34%, la cantidad de proyectos en 40% y la inversión
total involucrada en 43%.
Con relación al tamaño de las firmas beneficiadas, las pequeñas empresas tuvieron una alta
participación dentro del universo de firmas beneficiadas (71% y 83% en la primera y segunda
convocatoria, respectivamente) y además concentraron, en el segundo llamado, el 78% del monto
de los proyectos aprobados y el 52% de la inversión total involucrada. Ello indica que el
instrumento está operando también, y preferentemente, en apoyo a la innovación en el segmento
industrial con menor dinamismo innovativo (Chudnovsky et al, 1999c).
362
lado, también introducen un grado de incertidumbre a nivel de las firmas acerca de los costos de
sus actividades futuras de I&D, que variarán en función de su inclusión o no dentro del incentivo.
Este inconveniente penaliza particularmente a aquellas firmas que intentan iniciar actividades
innovativas de largo aliento y no apenas iniciativas acotadas de modernización (Chudnovsky
et al, 1999c).
En la primera mitad de los años 1990 se adoptaron algunas políticas destinadas a favorecer el
proceso de modernización tecnológica del sector productivo, especialmente dentro del ámbito
de la Secretaría de Industria. Tal como se señalaba en Chudnovsky y López (1995), como
caracterización general, se podía afirmar que su inserción institucional era precaria, que no
contaban con un financiamiento definido -o bien que éste era inestable- y que estaban poco
articuladas a otras iniciativas en marcha en distintos ámbitos del complejo de CyT.
Por un lado, en 1994 se dictó un decreto creando el Sistema Nacional de Normas, Calidad y
Certificación. Este sistema funcionaría como la instancia de coordinación, ausente hasta el
momento, entre los distintos actores vinculados con la cuestión de la calidad en el país.
Asimismo, impulsaría la promoción del concepto y las técnicas de calidad. Finalmente, a través
del facilitamiento de la firma de convenios internacionales de reconocimiento mutuo de las
certificaciones emitidas localmente, abarataría el costo de las certificaciones para las PyMEs.
Si bien es difícil atribuir este resultado al funcionamiento del mencionado Sistema Nacional
-sobre el cual se carece de estudios que puedan aclarar la efectividad de su operatoria real-,
es importante destacar que mientras que en 1991 no había ninguna certificación ISO 9000 en
el país, entre 1992 y 1997 se emitieron en la Argentina 251 certificados y para julio de 1999 ya
había 869 empresas totalizando 1.112 certificaciones. A su vez, también se comenzaron a
difundir las normas ISO 14000 de sistemas de gestión ambiental: de 5 certificados en 1996 se
pasa a 37 en 1998 y a 68 en julio de 1999. Las empresas con certificaciones de esa norma
ambiental eran 24 en 1998 y llegaban a 47 en julio de 1999. También hay que mencionar que
la obtención de certificaciones ISO 9000 ha sido facilitada por diversos tipos de subsidios y
créditos promocionales implementados en distintos niveles de gobierno en los años 1990.
También hay que señalar que en los últimos años se ha asistido a un significativo incremento
del interés por incorporar el tema calidad en el ámbito formal del sistema educativo. Entre los
movimientos en este sentido, cabe destacar la creación del Posgrado en Calidad dictado en el
recientemente creado INCALIN (Instituto de la Calidad Industrial) -establecido por convenio
entre el INTI y la Universidad Nac. de Gral. San Martín-, que se suma al ya existente que se
dictaba en el Instituto Tecnológico Buenos Aires (ITBA).
Por otro lado, se creó el llamado Sistema de Fortalecimiento de las Estructuras de Apoyo a las
PyMEs. Con esta iniciativa se apuntaba a proveer servicios de extensionismo industrial a partir
de las estructuras del INTI y del INTA. En la única evaluación que conocemos sobre este
programa se señalaba que, habiéndose trabajado con un primer tramo de 150 firmas, se
encontró que gran parte de los problemas detectados correspondían a deficiencias en la
363
estrategia comercial y en la organización interna de las empresas (Magariños et al, 1995). De
todos modos, este programa no tuvo continuidad más allá de este diagnóstico inicial.
En la segunda mitad de los años 1990, mientras que la Secretaria de Industria discontinuó los (en
general poco efectivos ciertamente) instrumentos mencionados previamente, fue desde el ámbito
de la SECyT, que tradicionalmente no había tenido injerencia en la materia, que se puso en
marcha una iniciativa interesante. En efecto, a partir de un diagnóstico sobre los problemas que
enfrentan las PyMEs en el plano de las actividades de innovación, se diseñó un Programa de
Mejoramiento de la Capacidad Tecnológica de las PyMEs, cuyo eje es el esquema de “consejeros
tecnológicos”, que ayuda a detectar los problemas tecnológicos de grupos de PyMEs y facilita el
desarrollo de las relaciones con las instituciones públicas y privadas de CyT para la solución de
dichos problemas.
Las novedades de este programa son: i) es de tipo demand-driven -esto es, se basa en las
necesidades concretas de firmas específicas-; ii) facilita las vinculaciones del sector
empresario con instituciones de CyT y universidades; iii) se basa en un enfoque de redes de
empresas, de modo de evitar el tradicional aislacionismo de las PyMEs argentinas y favorecer
procesos colectivos de aprendizaje capaces de generar múltiples beneficios (reducción del
costo del servicio para cada firma, aprendizaje recíproco, uso compartido de soluciones,
ganancias de escala, incentivos a la cooperación empresarial, entre otros); iv) permite que estas
364
últimas incorporen (en muchos casos por primera vez) ingenieros a sus planteles de personal y
empiecen a valorizar la importancia de sus servicios. También se ha señalado que la exigencia de
coparticipación de las empresas en el financiamiento del servicio es visto como un medio de
permitir a los empresarios exigir un servicio acorde a sus necesidades y de forzar a los
oferentes a atender la especificidad de sus demandas. Finalmente, el esquema provee
oportunidades de empleo a jóvenes ingenieros y facilita el contacto con la realidad del sector
productivo desde el inicio de la carrera profesional y también hace que los profesionales con
experiencia se vinculen mejor con las necesidades específicas del sector productivo (Chudnovsky,
1999; Chudnovsky et al, 1999c)246.
El relativamente largo plazo previsto para los proyectos parte de la idea de que la construcción
de capacidades requiere un proceso de maduración y absorción que demanda un tiempo
considerable. Esto implica que el programa no trata apenas de dar respuesta a requerimientos
puntuales de las firmas sino básicamente de inducir a las PyMEs a tener una conducta activa y
permanente de mejoramiento de sus capacidades tecnológicas. A su vez, una misión central
de los consejeros es facilitar a las empresas el acceso a los servicios de las instituciones
científicas y tecnológicas del sector público y de hacer que éstas tengan mucho más en cuenta
las especificidades de las demandas del sector productivo (Chudnovsky, 1999).
De los 50 proyectos presentados a la primer convocatoria se aprobaron 32, por un monto de 4,54
millones de pesos, involucrando a 204 PyMEs, o sea 6,5 empresas por proyecto. Los proyectos
los llevan a cabo 159 consejeros tecnológicos, y cada consejero atiende en promedio 1,3
empresas. Un primer balance de la operatoria de estos proyectos de consejerías indica que se
concentraban en tres actividades principales: aseguramiento de la calidad, organización de la
producción y aumento de la productividad. Se trata generalmente de empresas que recién
inician un proceso de modernización, que no habían tenido previamente contactos (por lo
menos regulares) con organismos de CyT y que no poseen una capacidad ingenieril propia como
para formular demandas precisas ni mucho menos estrategias más abarcativas de reconversión.
Precisamente, uno de los resultados preliminares de los programas de consejeros tecnológicos
ha sido el de ayudar a definir y, al mismo tiempo, potenciar las demandas de las firmas,
algunas de las cuales comienzan a mostrar interés por programas de reconversión más
amplios y mecanismos más sofisticados de apoyo a la innovación (Chudnovsky et al, 1999c).
En tanto, entre las dificultades que puede enfrentar el programa se han citado: i) las empresas
pueden ser renuentes a participar del mismo por: aversión a trabajar en grupos, desconfianza
hacia la capacidad de los consejeros o de las instituciones para proveer un buen servicio,
dificultades para financiar la parte de los servicios que no está subsidiada desde el Estado,
etc.; ii) las universidades y otras instituciones pueden no estar suficientemente motivadas para
encarar tareas a las que no están acostumbradas y en las que los beneficios directos no son
significativos; iii) los conocimientos que tienen los jóvenes graduados pueden no resultar
adecuados para las tareas que se plantean y las PyMEs pueden sentirse rápidamente
246
. Cada proyecto se estructura con un director y un cierto número de Consejeros Tecnológicos jóvenes que se
instalan a tiempo completo durante 10 meses en las PyMEs asociadas. El FONTAR otorga una subvención por proyecto
de hasta el 50% del costo total y hasta un máximo de $ 110.000. Las PyMEs participantes cofinancian la diferencia
entre el costo total del proyecto y la subvención del FONTAR. Además de esta modalidad de "consejeros
institucionales", se estableció luego otra de "consejeros individuales", donde la unidad técnica está constituida por un
único consejero especializado destinado a la atención de un grupo de entre dos y seis empresas (o una o más
cooperativas).
365
decepcionadas. Al mismo tiempo, se ha argumentado que la imposibilidad de realizar
consejerías individuales impide contar con un primer diagnóstico de las firmas que podría tener
un efecto desencadenante de demandas varias hacia la oferta de servicios de apoyo. También se
ha afirmado que dado que los contratos de los consejeros están acotados al tiempo que duran los
proyectos (6-10 meses), la expertise acumulada por dichos profesionales puede perderse y no ser
transmitida a futuras experiencias, amén de desestimular la inversión en capacitación específica y
actuar como un desincentivo al propio involucramiento del consejero. Ello conspiraría contra el
necesario proceso de aprendizaje individual y colectivo requerido para el perfeccionamiento del
instrumento a lo largo del tiempo (Chudnovsky, 1999; Chudnovsky et al, 1999c).
Para finalizar con esta sección, vale mencionar dos iniciativas manejadas por la Secretaría de
la Pequeña y Mediana Empresa que si bien no están directamente vinculadas a actividades de
innovación formales, apuntan a facilitar la reestructuración y mejora de la competitividad de las
firmas locales en el plano de la gestión, la calidad, la productividad, etc. Por un lado, el
llamado Programa de Apoyo a la Reestructuración Empresarial (PRE), lanzado en 1999, que
otorga aportes no reembolsables para PyMEs que intentan mejorar su competitividad por la vía
de mejoras en calidad, gestión empresaria, capacitación, desarrollo de productos y servicios,
etc. Las firmas contratan libremente los profesionales o consultoras que elijan previa
aprobación del plan de trabajo que presentan. El programa cuenta con un monto de U$S 77
millones y cofinancia hasta U$S 75.000 por proyecto y U$S 125.000 por empresa. No hay, aún,
información sobre su funcionamiento efectivo, aunque ya se han aprobado una gran cantidad
de proyectos.
366
c) Las principales instituciones estatales
Entre 1976 y 1983 el CONICET, al igual que el sistema universitario en su conjunto, sufrieron
los efectos de las persecuciones político-ideológicas desatadas por la dictadura militar
gobernante. Poco se hizo, en este período, por mejorar los aspectos problemáticos del
funcionamiento del CONICET, ni mucho menos para vincularlo más efectivamente con las
demandas de la sociedad y del aparato productivo.
Con el advenimiento del régimen democrático en 1983, se incorporan más activamente las
disciplinas de ciencias sociales al CONICET, al tiempo que comienza a plantearse, por lo
menos al nivel del discurso, la necesidad de una mayor conexión con la universidad -teniendo
en cuenta lo deseable de mantener juntos docencia e investigación, tanto a nivel institucional
como de los investigadores en particular-. En arreglo a este último objetivo, se creó el Sistema
de Apoyo a Investigadores Universitarios (SAPIU). Asimismo, se revitalizó la figura de los
investigadores individuales y/o grupales con programas de asistencia anuales o plurianuales,
así como el apoyo a los laboratorios estatales y a bibliotecas especializadas. Consecuentemente,
decreció relativamente la importancia de los centros propios del CONICET.
Entre 1984 y 1989 la OTT intentó poner en marcha instrumentos que crearan las condiciones para
el desarrollo de actividades de transferencia: sistemas de gestión de convenios de vinculación
tecnológica (VT); régimen de asesorías rentadas; régimen de propiedad de resultados de la
investigación; servicios sujetos al pago de un arancel; becas industriales; sistemas de
información de oferta tecnológica; núcleos de VT; fondo de riesgo compartido (Nívoli, 1989)247.
Estas iniciativas produjeron una cierta revitalización de la actividad de VT. Así, la cifra de
convenios firmados pasó de 103 entre 1958 y 1983 a 421 entre 1984 y 1989248. Si bien, como
rasgo positivo, se advertía un mayor peso de las firmas privadas, y en particular de las PyMEs,
dentro de estos nuevos convenios (vis a vis el que tenían en la etapa anterior), la importancia
económica de dichos convenios fue, generalmente, escasa: salvo media docena de ellos, que
tenía previstos ingresos superiores a cien mil dólares, y otros quince que rondaban los 15 mil,
el resto oscilaba en torno a los 5 mil dólares anuales.
247
. De estas iniciativas, las de los de sistemas de información de oferta tecnológica y los núcleos de VT nunca se
llevaron a la práctica.
248
. Cabe aclarar que anteriormente a la creación de la OTT, numerosos grupos de investigación tenían actividades
de vinculación consolidadas, pero dada la falta de encuadre institucional aquellas no estaban formalizadas o bien
se canalizaban a través de convenios firmados con la intervención de otras instituciones (Nívoli, 1989).
367
Entre las (auto)críticas realizadas a la experiencia de la OTT cabe mencionar las siguientes: a) la
oficina tuvo poca capacidad de canalizar e identificar las demandas de las empresas; b) los grupos
de investigación tenían serias dificultades para evaluar el potencial económico de los
conocimientos involucrados y el posible valor de mercado de los resultados que se obtendrían con
el convenio, sin que la OTT haya podido formular un criterio “objetivo” de evaluación; c) faltó
institucionalizar un sistema de seguimiento y control de gestión de los convenios (Nívoli, 1989).
Asimismo, se intentó implementar un sistema de becas industriales, por el cual los becarios
que hubieran cumplido el período de 4 años abarcado por las becas de iniciación y
perfeccionamiento que tradicionalmente otorga el CONICET pudieran continuar con su
formación a través de un plan de investigación acordado con una empresa. Esta iniciativa
fracasó debido al escaso interés que despertó entre becarios y empresas.
Otra novedad interesante fue que durante este período se incorporó por primera vez -en un
programa de préstamos del BID al CONICET- una línea específica destinada a VT. Entre las
actividades a financiar estaban la promoción de la oferta tecnológica del sistema, por una
parte, y el estímulo de las actividades de vinculación, a través de la creación de los ya
mencionados núcleos de VT y del Fondo de Riesgo Compartido.
Dentro de esa misma línea de préstamo, se incorporaron otros programas que pretendían
estimular las actividades de transferencia y prestación de servicios tecnológicos al sector
productivo. El Programa de Investigación y Desarrollo (PID) orientaba el 70% de los fondos
disponibles hacia proyectos de transferencia tecnológica al sector productivo. Sin embargo, en
la práctica su repercusión fue escasa, ya que no había ningún mecanismo efectivo de
monitoreo respecto de la real posibilidad de dicha transferencia.
Por otro lado, se pusieron en marcha los Laboratorios Nacionales de Investigación y Servicios
(LANAIS), los cuales contarían con financiación del CONICET para adquirir equipamiento científico
no existente en el país con el objeto de permitir el desarrollo de investigaciones y brindar servicios
-arancelados y rentables- a organismos del sector público y entidades del sector privado.
Desde 1990 a 1995 sólo se firmaron 37 convenios de vinculación, contra los 421 gestados
entre 1984 y 1989. En términos de comitentes, se retornó a la situación pre-1984, ya que un
60% de los convenios se firmaron con organismos del Estado y sólo un 24% con
organizaciones empresarias (PyMEs en todos los casos). Asimismo, la abrumadora mayoría
(73%) correspondieron a casos de asistencia técnica.
Con el nuevo recambio en la dirección del CONICET en 1994, se decidió retomar la figura de
la OTT, esta vez bajo el nombre de Dirección de Relaciones con la Producción (DRP), la cual
trató de reactivar la gestión de los convenios de vinculación y encaró una tarea de promoción
de los servicios y capacidades disponibles en el CONICET.
368
En 1996 se produce un nuevo cambio, con la creación de una nueva estructura organizativa en la
cual el CONICET es gobernado por un directorio con un presidente y ocho miembros
seleccionados a partir de ternas que son elevadas al Poder Ejecutivo para su consideración.
Cuatro de dichas ternas representan a las principales áreas del conocimiento y son elegidas por
los miembros de la Carrera del Investigador Científico y Tecnológico por elección directa. Las
restantes son propuestas por las instituciones representativas de la industria, del agro, de las
universidades y de los organismos de ciencia y tecnología de las Provincias y de la Ciudad de
Buenos Aires. También se crearon dos Vicepresidencias, una de Asuntos Científicos y otra de
Asuntos Tecnológicos.
Al presente, el CONICET tiene una estructura funcional basada en 104 Unidades Ejecutoras,
compuestas por Centros, Institutos y LANAIS, y 7 Centros Regionales que se encargan de la
ejecución de investigaciones científicas, tecnológicas y de desarrollo y promueven la
interrelación y brindan apoyo a los investigadores y grupos de investigación y Unidades
Ejecutoras de la zona de influencia.
La nueva dirección del CONICET encaró varias tareas, incluyendo notoriamente la reactivación
del ingreso a la carrera de investigador y de nuevos becarios. Así, mientras que en 1999 la
planta de personal constaba de 9172 cargos -incluyendo 3765 investigadores y 2320 becarios-, en
1997 había 3061 investigadores y 1314 becarios sobre un total de 7626 personas.
En este nuevo escenario, algunos antiguos problemas del CONICET siguen presentes. Por
ejemplo, la desigual distribución de los investigadores por región geográfica y área temática.
Así, un 56% de los investigadores está radicado en la región metropolitana, un 8% en la región
pampeana y otro 10% en la región centro. En tanto, siguen siendo dominantes las ciencias
biológicas y de la salud entre las grandes áreas de dedicación de los investigadores (cuadro
IV-59). Asimismo, es importante considerar que dentro de los 541 investigadores de ciencias
agrarias, de la ingeniería y de los materiales hay sólo 3 clasificados en el área "tecnología".
Esta situación intentó ser corregida en los últimos años mediante la fijación de cupos
diferenciales para becas e ingresos a la carrera de investigador a favor de las áreas y
disciplinas científicas consideradas como prioritarias por el Plan Nacional Plurianual de Ciencia
y Tecnología y por el Directorio del CONICET, así como de las zonas geográficas con menor
concentración de recursos humanos dedicados a CyT. Este intento parece haber resultado
más fructífero desde el punto de vista regional (en el trienio 1997-1999 sólo un 34% de los
ingresos a la carrera fueron en el área metropolitana, aunque la mayor cantidad de
presentaciones se siguió concentrando en dicha región), que en lo temático (la composición de
los ingresantes a la carrera reprodujo aproximadamente los porcentajes antes citados en el
cuadro IV-59).
Cuadro IV-59
CONICET. Distribución de los investigadores por grandes áreas del conocimiento. 1999
Cantidad de Investigadores %
Ciencias Biológicas y de la Salud 1331 35,4
Ciencias Sociales y Humanidades 733 19,5
Ciencias Exactas y Naturales 1144 30,4
Ciencias Agrarias, de la Ingeniería y de los Materiales 541 14,4
Otros 16 0,4
Total 3765 100
Fuente: Elaboración propia en base a datos del CONICET.
369
Otro de los énfasis de la nueva gestión fue promover las actividades de vinculación y asistencia
técnica por parte de las unidades e investigadores del CONICET. Una medida importante en dicha
dirección es que la celebración de convenios para tareas de investigación o asistencia ha sido
incorporada como elemento a considerar por el CONICET dentro de las actividades de sus
institutos e investigadores, y en consecuencia es valorada como factor de promoción y evaluación.
Por otro lado, si bien hay que considerar que entre 1997 y 1999 se firmaron 72 convenios y
293 asesorías, sólo una pequeña parte de los mismos fue con el sector privado. Así, de los 31
convenios celebrados en 1998, sólo 3 fueron con empresas privadas y uno con la Sociedad
Rural Argentina, mientras que el resto se realizó con universidades, ONGs, centros de
investigación, distintas dependencias gubernamentales, etc.
En este punto, cabe efectuar algunas reflexiones de carácter más general sobre las
dificultades que encuentran los promotores de las tareas de vinculación en el CONICET para
llevar adelante su cometido. Una de estas dificultades, ya señalada, es el sistema de
evaluación de los miembros de la carrera de investigación, basado en la producción y
publicación de papers en revistas científicas, preferentemente internacionales. Además de un
argumento interesante que hace Nívoli (1989) sobre el significado económico de esta actividad
de publicación en el extranjero250, es obvio que son pocos los incentivos que los investigadores
del organismo tendrán para dedicarse a tareas aplicadas cuando ello no redunda ningún
beneficio para su progreso personal dentro del CONICET251. Si bien, como se dijo más arriba,
249
. El volumen real de los servicios a terceros sería algo mayor porque parte de los servicios que prestan las
unidades ejecutoras son facturados a través de fundaciones, universidades, etc.
250
. Si bien en ocasiones se argumenta que en los convenios de vinculación el conocimiento científico-tecnológico
que proveen los grupos de investigación está siendo vendido “barato”, Nívoli propone comparar esa alternativa, a
través de un análisis costo-beneficio, con la actividad de publicar -gratuitamente- resultados de proyectos de
investigación en el país o en el extranjero.
251
. Este problema también se extiende al ámbito del sistema universitario. En relación con algunos grupos de
investigación de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, García de Fanelli (1993) afirma que “los
afectan las señales contradictorias que reciben desde las autoridades de las unidades en las que se desenvuelven:
se organizan seminarios y conferencias sobre la importancia para el país de la formación de recursos humanos que
contribuyan con el avance tecnológico pero simultáneamente sólo se los evalúa de acuerdo a la cantidad de
artículos publicados en revistas con referato de nivel internacional”.
370
recientemente se ha empezado a intentar modificar esta situación, seguramente se tratará de
una tarea de largo alcance para cambiar toda una cultura organizacional firmemente instalada.
Otros problemas detectados que obstaculizan las actividades de asistencia y vinculación son
la falta de autonomía de los institutos del CONICET para vincularse con terceros -lo cual obliga
a recurrir al propio CONICET para formalizar los convenios y contratos-, las rigideces en
materia de percepción y asignación de los recursos generados por esas actividades, las
demoras administrativas para disponer de los fondos -decurrente de la antes mencionada
necesidad de centralización del trámite y ejecución de los convenios -, entre otros.
En suma, han sido tímidos los cambios en el funcionamiento del CONICET durante los últimos
años. Así, si bien hay que reconocer los intentos de transformación realizados a partir de 1997,
todavía puede compartirse en gran medida el siguiente diagnóstico del CONICET, efectuado
originalmente a mediados de la década de 1990: i) el modelo de actividad científica del
CONICET se basa en grandes personalidades y no en instituciones; ii) las disciplinas
biomédicas son las principales y su impronta y especificidades tiñen la dinámica de la
institución; iii) las temáticas principales derivan de los intereses de los propios investigadores;
iv) casi todos los subsidios son internos a las unidades funcionales del CONICET, olvidando la
tarea de orientar la investigación en el país; v) el criterio de evaluación por pares se ha
extendido indebidamente; así, de la necesidad de que los resultados o la cientificidad de las
actividades de investigación sean evaluadas por los propios científicos, se pasa a suponer que
estos últimos también pueden decidir sobre montos a gastar y temas; vi) al constituirse el
directorio de la entidad por representantes de distintas disciplinas, aquel se convierte en ámbito de
negociaciones parciales, siendo la burocracia del organismo la que piensa sobre el conjunto del
mismo; vii) no hay incentivo para una mayor relación institucional con el mundo universitario;
viii) la estructura del CONICET no responde a las necesidades socio-económicas de la Argentina
(Villanueva, 1996).
El crecimiento del número de universidades ha sido muy fuerte durante las últimas décadas.
Mientras que al presente existen 81 universidades (36 públicas nacionales, 4 públicas
provinciales y 45 privadas), en 1970 existían 20 (10 públicas y 10 privadas). Esta gran
diversidad de instituciones y ofertas cuenta, sin embargo, con una débil coordinación, pese a
la existencia de organismos tales como el Consejo Interuniversitario Nacional y el Consejo de
Rectores de Universidades Privadas. Así, el sistema se caracteriza como inorgánico, con
371
superposiciones, carencias y rigideces (más adelante se analizan algunos de los problemas
vinculados con el funcionamiento general del sistema universitario).
Según las estimaciones oficiales, el gasto en ACyT de las universidades ha venido creciendo
fuertemente en los últimos años, pasando de $ 148 millones en 1985 -medidos a precios de
1997- a $ 351 millones en 1998. Así, las universidades han acompañado el aumento del gasto
nacional en esa área, participando con alrededor del 25-30% de dicho gasto durante toda la
década de 1990. En tanto, otra fuente estima el gasto de las universidades en investigación en
una cifra significativamente inferior -U$S 180 millones- (Bisang y Malet, 1998). En
consecuencia, en comparación con el presupuesto total de alrededor de $ 1400 millones, se
puede suponer que las universidades destinan entre un 13 y un 25% a actividades de I&D.
En primer lugar, todavía sigue siendo escasa la inclinación de los docentes universitarios a
realizar actividades de investigación. Al presente, se puede estimar que hay alrededor de
19.000 investigadores dentro del sistema universitario nacional, cifra que debe ser comparada
con los más de 100 mil docentes con que cuenta dicho sistema -sólo algo menos del 10% de
los mismos son de dedicación exclusiva-. Esto implica que menos de un 20% de los
profesores universitarios tiene algún tipo de dedicación a actividades de I&D. Por otro lado,
sólo un 50% del personal involucrado en I&D tiene dedicación exclusiva (Bisang y Malet,
1998).
En tanto, siguiendo a Bisang y Malet (1998), se puede presumir que los proyectos
universitarios de I&D tenían un gasto medio de 20 mil dólares anuales y contaban con 2
investigadores a jornada completa (o 4 investigadores en total). Esto implica que, en promedio,
en la universidad se siguen ejecutando proyectos pequeños y que los grupos de investigación
usualmente no tienen una masa crítica suficiente.
372
En cuanto al tipo de actividades de investigación desarrolladas dentro del sistema, según datos de
Bisang et al (1995) de un total de 9530 personas con actividades en CyT 252, 8474 se dedicaban a
investigación básica, investigación aplicada -la más importante- o desarrollo experimental. En
contrapartida, se otorgaba poca importancia a los temas de difusión y otras actividades asociadas,
existiendo universidades que sólo registraban actividades de I&D. Tomando los recursos
presupuestarios, se obtiene una conclusión similar: 90% de los recursos se destinaban a I&D.
En cuanto a los resultados de las actividades de CyT, mientras que en las universidades más
orientadas hacia ciencia básica y aplicada la vía principal de “salida” eran las publicaciones, en
otros casos -por ejemplo, la UNSJ o la UTN- primaban las actividades de asistencia técnica.
De todos modos, en general la vinculación con el medio productivo era débil. La tecnología no
era una práctica difundida y sólo era importante en los casos del PLAPIQUI (UNS), la UBA, la
UNSJ (ingeniería eléctrica y minería), la UMDMP y la UNLP253.
Por otra parte, se ha afirmado que la Argentina presenta una situación “extrema y
paradigmática” por el bajo grado de estructuración del mercado de las profesiones académicas
(Carullo y Vaccarezza, 1997). Las razones para este juicio serían las siguientes: i) aunque
existen miembros del plantel docente con dedicaciones laborales altas a la universidad, una
gran mayoría hace de su trabajo académico un pasatiempo marginal en su vida profesional; ii)
ello deriva en que tanto las normas y obligaciones de los académicos, como los recursos para
el ejercicio de su rol, estén difusamente formuladas o sean de aplicación eventual; iii) el bajo
252
. En este caso, los datos corresponden a un universo restringido de universidades para las cuales se contaba con
datos completos.
253
. De todos modos, en términos relativos el aporte de la Universidad hacia algunas áreas productivas era relevante.
Según datos de Bisang et al (1995), tomando sólo un subconjunto de universidades para el cual se contaba con datos
precisos -que no incluye, por ejemplo, a la UBA-, el sistema universitario aportaba en actividades de CyT industrial
-preponderantemente en química y metalurgia- un 15% de lo que se destinaba al INTI por el Presupuesto de la Nación.
373
salario de los docentes universitarios, cualquiera sea su dedicación, es otro factor de
debilitamiento del mercado profesional académico; iv) si la profesión docente encontró su
argumentación funcional en la masificación de las universidades, la de investigador
universitario se debatió en un esfuerzo infructuoso por definir su función. Así, la debilidad de la
“demanda” obligó a la “oferta” a diseñar sus propios lineamientos y orientaciones, y la
comunidad de investigación creció como un grupo periférico, de baja relevancia respecto de la
comunidad científica de los países desarrollados -su principal punto de referencia profesional-,
y de nula relevancia en el plano de la sociedad argentina.
En este escenario, tanto desde el gobierno nacional como desde distintos estamentos del
sistema universitario, durante los años 1990 se intentó impulsar las actividades de
investigación en las universidades, así como la mayor vinculación de éstas con el medio
productivo.
Entre los propósitos que guiaron la política universitaria del gobierno nacional en los años
1990 se incluye la reorientación de la planta docente hacia cargos con dedicación exclusiva,
de modo de fomentar el tiempo consagrado a la investigación. Asimismo, a través del Decreto
2427/93 se creó un Programa de Incentivos a los Docentes-Investigadores, por el cual se
dispone un incentivo al personal docente de las universidades nacionales que participe en
proyectos de investigación -los cuales deben ser acreditados por la autoridad de aplicación-.
De acuerdo con Bisang y Malet (1998), en los últimos años se han ido trasvasando los fondos
para investigación disponibles en el sistema universitario hacia el mencionado programa de
incentivos, en desmedro de otros mecanismos, lo cual resulta una tendencia positiva en la
medida en que, por su diseño, el programa de incentivos permitiría una mejor evaluación de
las actividades de investigación.
En tanto, pese a la poca inclinación del sistema universitario hacia las actividades de VT,
desde hace varios años se evidencia una cierta tendencia hacia un crecimiento de su importancia,
tendencia en la cual juega un papel preponderante la crisis del financiamiento estatal del sistema.
En el mismo sentido, las actividades de VT también han sido estimuladas desde el Ministerio
de Cultura y Educación de la Nación a través de varios instrumentos -por ejemplo, el Programa
de Vinculación Tecnológica en las Universidades-.
374
ejemplo Consejos Profesionales: dado que las tareas de vinculación son básicamente -hasta
el momento- de consultoría y asistencia técnica, no está claro el límite con el ejercicio
profesional, con el consiguiente riesgo de competencia desleal con el sector privado; c) entre
grupos de investigadores y el resto de la facultad o universidad correspondiente: hay grupos
de investigadores que tienden a considerar que la vinculación la deben realizar directamente
entre el grupo y el sector productivo, no correspondiéndole ni a la facultad ni a la universidad
participación alguna en los beneficios que se obtienen (García de Fanelli, 1993).
De todos modos, tal como se señala en García de Fanelli (1993) la promoción de una mayor
vinculación entre la universidad y el medio socio-económico es tal vez una de las nuevas
políticas que cuentan con mayor consenso tanto entre autoridades como en los propios
docentes e investigadores. Esto se explica considerando tanto los mencionados problemas
presupuestarios, como la evidencia de que dicha vinculación es un hecho en la mayor parte de
los sistemas universitarios de los países desarrollados.
Una de las iniciativas más interesantes en este sentido fue la creación de UBATEC SA en
1991, que es una sociedad comercial con fines de lucro y sujeta a las normas del derecho
privado, en la que participan como accionistas la UBA y la Municipalidad de la Ciudad de
Buenos Aires (ambas con el 31,66% del capital accionario), la Unión Industrial Argentina (25%)
y la Confederación General de la Industria (11,66%). Se trató del primer caso de organización de
la vinculación universidad-empresa a través de una estructura empresaria en América Latina.
Más allá del caso de la UBA, en Nívoli (1992) se diagnosticaba que en materia de generación
de instrumentos para promover la comercialización de tecnología poco es lo que se había
avanzado dentro del sistema universitario (“salvo la venta de servicios sujetos a un arancel y
las limitadas funciones que cumplen las respectivas Secretarías de Ciencia y Técnica
Universitarias, el panorama está prácticamente desierto”). De todos modos, en diversos
trabajos se rescatan algunas experiencias positivas, tales como la de la Universidad Nacional
de Mar del Plata (Correa, 1992 ; Petrillo y Arias, 1992), la Universidad Nacional del Litoral, la
375
Universidad Nacional de San Juan, la Universidad Nacional del Sur (UNS) 254
y la Universidad
Nacional de la Plata (García de Fanelli, 1993).
En este sentido, también cabe aclarar que si bien algunas instituciones universitarias han
percibido significativas cifras en concepto de convenios de vinculación en los últimos años, las
mismas se originan muchas veces en contrataciones con entidades gubernamentales que
tienen como objetivo sortear los obstáculos -derivados de la restricción fiscal en vigencia
desde tiempo atrás- para incorporar personal o realizar contratos de servicios en la
administración pública. No responden, por tanto, a los objetivos teóricos que impulsan a
aumentar la vinculación universidad-medio social.
Por otra parte, las universidades privadas -que han proliferado en forma notable en la
Argentina en los años 1990- sólo tenían 533 investigadores y 85 becarios mientras que las
entidades sin fines de lucro registraban apenas 198 investigadores y 58 becarios en 1997, lo cual
es indicio de que continúan escasamente inclinadas a realizar tareas de I&D (GACTEC, 1998).
En suma, más allá de algunas excepciones y de ciertas iniciativas todavía incipientes, poco
parece haber cambiado aún en relación con el diagnóstico formulado en el capítulo anterior
respecto de las actividades de investigación en la universidad y su vinculación con el medio
productivo. Baste citar como muestra del camino que falta recorrer para cambiar ciertas
actitudes del medio universitario que se ha reportado que el grupo Techint, por lejos el más
dinámico de los conglomerados de capital local, no ha podido incorporar matemáticos, a pesar
de su interés al respecto, porque en la Argentina hay muy poco interés por la matemática
aplicada, y, con alguna excepción, las universidades forman egresados especializados en
matemática pura (SECyT, 1999).
376
aumento del número de investigadores (6,8% anual) y con el producto bruto agropecuario
(5,8% anual) (Sonnet et al, 1997).
Un aspecto importante de lo ocurrido en estos años tiene que ver con el tema semillas.
Siguiendo a Gutiérrez (1991), ya en la segunda mitad de los años 1970 el sector semillero privado
había alcanzado una cierta madurez y contaba con cultivares de alto rendimiento. Existían 30
criaderos de semillas privados que realizaban I&D en los cultivos más importantes y alrededor de
600 establecimientos multiplicadores. En este contexto, el gobierno militar impulsó una división de
tares según la cual INTA hacía investigación fundamental, mejora de poblaciones y provisión de
germoplasma y el sector privado “terminaba” las variedades para lanzarlas al mercado. Esta
política, siempre según Gutiérrez, tenía el problema de omitir que el proceso innovativo es
continuo y que cierta presencia pública es deseable en cuanto al tipo de variedades producidas, y
también como forma de apoyar a las firmas locales (que, a diferencia de las filiales de ET, no
cuentan con la asistencia de casas matrices que también realizaban I&D en el área). En
cualquier caso, el efecto fue disminuir el peso del INTA como proveedor directo de semillas
para los agricultores.
En 1987 se creó una unidad de proyectos y programas para pequeños productores, tendiente
a mejorar los niveles de vida de este sector. Estos proyectos se localizaban en regiones
extrapampeanas (Catamarca, La Rioja, Santiago del Estero, Chaco, Formosa, Mendoza, San
Juan y Misiones) y su propósito era hacer el mejor uso posible de la fuerza de trabajo familiar e
impulsar nuevas alternativas de producción rural y agroindustrial (Sonnet et al, 1997).
Asimismo, se comenzó a hacer más énfasis en un enfoque de los problemas del sector
agropecuario basado en el concepto de cadena de sistemas agroindustriales o de “cadena de
valor”, lo cual permitiría articular mejor las actividades de generación y difusión de tecnología
con una visión "desde la demanda" para el logro de un mayor impacto social.
377
En tanto, en el nuevo escenario en donde crecientemente hay una apropiación privada del
conocimiento científico-tecnológico en el agro, y para no continuar perdiendo presencia dentro del
sector, el INTA debió agregar a su tradicional función de extensionismo (donde mantuvo un rol
central, entre otras razones, por la existencia de problemas no atendidos por los agentes
privados), la capacidad de vincularse con empresas privadas para movilizar su potencial de
resultados de la investigación. Para ello creó en 1988 una estructura de gestión que denominó
unidad de vinculación tecnológica -antes de que la ley 23877 creara la figura legal
correspondiente-, a través de la cual se gestionó una importante cantidad de convenios sobre
temas de tecnologías agropecuarias innovativas. Se señalaba, incluso, el hecho de que “el
prestigio social del INTA hace que para las empresas privadas sea atractivo desarrollar un
producto cuya colocación en el mercado pueda ser publicitada como resultado de una asociación
con el INTA” (Nívoli, 1992).
Como resultado de esta política, desde fines de los años 1980 aparece la figura de los
convenios de vinculación tecnológica, en los cuales el INTA coparticipa junto con empresas
privadas o asociaciones de productores en la financiación de determinadas investigaciones,
así como en la apropiación comercial de sus resultados. Bajo esta modalidad, se firmaron en
una década 150 convenios (Obschatko, 1997).
Por otra parte, en los años 1990 el INTA creó dos organizaciones de derecho privado para
servir de apoyo a sus actividades y con la intención de agilizar algunos mecanismos operativos
en lo que hace a transferencia y difusión de tecnología. De acuerdo con lo expresado por el
propio INTA, este movimiento se vincula con la mayor importancia tendencial de las
tecnologías apropiables, lo cual lleva a la necesidad de cambiar las formas de relacionamiento
institucional con el sector privado. Así, la Fundación ArgenINTA se ocupa de vinculación y de
difusión de tecnologías en su fase precompetitiva, mientras que Innovaciones Tecnológicas
Agropecuarias (INTEA) SA, que está en una fase menos avanzada de desarrollo, tiene como
objetivo apoyar las actividades de negociación y captación de resultados derivados de la
transferencia de tecnologías concretas y en fase competitiva (Bisang y Malet, 1998). De
acuerdo con Estefanell et al (1997), la Fundación ArgenINTA, a la cual definen como una
iniciativa de “desregulación-privatización periférica”, se constituyó como reemplazo del objetivo
que se habían planteado las autoridades del INTA en aquella época de transformar toda la
institución en una fundación, movimiento que no prosperó por diversas razones.
Estos avances en la vinculación con el sector privado y el intento de no perder presencia local
en el plano de las tecnologías agropecuarias chocó, sin embargo, con las realidades propias
del proceso global de cambio tecnológico en el sector, así como con las limitaciones propias
del país y la institución. En este sentido, resulta ilustrativo considerar que autores como Katz y
Bercovich (1988) apuntaban que el INTA había logrado un significativo avance en el plano de
la investigación genética y la biotecnología durante los años 1980 (hecho ejemplificado por el
exitoso desarrollo de un nuevo procedimiento de selección de híbridos en el cultivo de
cebada), pero los mismos autores admitían que la institución se encontraba muy atrás de la
frontera internacional en materia de biología molecular y genética (Katz y Bercovich, 1993).
Avanzados los años 1990 se apuntó a intensificar la vinculación con el sector privado a través de
la instalación de parques de innovación tecnológica o incubadoras de empresas, que ofrecen un
espacio físico para la radicación de empresas de base tecnológica así como un entorno de mayor
378
relación con investigadores y otras fuentes de conocimientos y servicios. Asimismo, se ha
tratado de profundizar la inserción del INTA en áreas estratégicas para una mejor penetración
de la producción nacional en el exterior, incluyendo biotecnología, agroindustria y
agroclimatología.
En esta línea, entre 1993 y 1998 el INTA desarrolló 130 convenios de actividades conjuntas de
investigación, con predominio de genética vegetal y salud animal. Se estima que la
recaudación propia derivada de estos convenios y de la prestación de otros servicios y la
percepción de regalías llega a U$S 6/7 millones anuales (Bisang y Malet, 1998), sobre un
presupuesto total que en 1998 superó los U$S 130 millones (al cual hay que sumarle unos
U$S 40 millones que provienen de los Programas Cambio Rural y Pro Huerta).
Otro ejemplo de la apertura institucional del INTA se verifica en el caso de la lucha contra la
aftosa. Si bien, como se dijo antes, la innovación tecnológica básica para dicha lucha fue la
vacuna oleosa desarrollada por el organismo, su difusión se dio en el marco de una
desregulación y privatización del Plan de Erradicación de la enfermedad elaborado por el
SENASA, en conjunto con la aparición de la llamada red de Fundaciones de Lucha contra la
Aftosa, organizada por los propios productores del sector.
Otra área de cambios se vinculó con los mecanismos de selección y evaluación del
desempeño del personal gerencial. En los años 1980 se habían desvirtuado los procesos
internos de evaluación de desempeño, los cargos de alto nivel estaban cubiertos en gran
medida en base a criterios de antigüedad y había dificultades administrativas para establecer
mecanismos transparentes de evaluación y selección de personal –en buena medida, por la
influencia de presiones políticas que afectaban el funcionamiento de la institución. Para
modificar esta situación, desde comienzos de los años 1990 se introdujeron cambios en las
formas de contratación de los gerentes, estableciendo condiciones estrictas de selección y
evaluación de su desempeño, mediante la introducción de un nuevo esquema de incentivos.
En este sentido, se ha señalado que más allá de una mejora general de la calidad de su
cuerpo directivo, el progreso más visible se dio en aquellas localidades menos atractivas -las
cuales previamente no tendían a atraer al personal de mayor calificación- (Hobbs et al, 1996).
Al presente, luego de este largo proceso de reformas institucionales, las actividades del INTA
se organizan a partir de programas nacionales bajo la órbita del INTA central –son los llamados
PLANTA (Plan Nacional de Tecnología Agropecuaria)- y de programas regionales manejados
por los respectivos centros regionales -PLANTAR (Plan Nacional de Tecnología Agropecuaria
Regional)-. Las actividades de extensión se incluyen en el PLANTAR.
Además de los servicios tradicionales de extensión, el INTA opera el programa Cambio Rural,
el cual se basa en consultores que asesoran a grupos de productores pequeños sobre
problemas específicos. Este programa atiende a 25 mil productores –entre el 12 y el 15% del
379
total de pequeños y medianos productores del país (los cálculos difieren según la fuente)- y es
el de mayor cobertura entre los implementados en toda la historia del país. Un aspecto
interesante de este programa es que permite incorporar en forma part time gran cantidad de
profesionales provenientes de la actividad privada que son supervisados por la estructura
estable del INTA (Estefanell et al, 1997). Hay también programas para minifundistas y
propietarios de huertas (Pro-Huerta, Programa Social Agropecuario, etc.).
La planta estable del INTA llegaba en 1998 a los 3880 cargos, de los cuales 1019 se
dedicaban a actividades de I&D. Sumando los agentes de planta transitoria y los contratados
para distintos programas se llegaba a un total cercano a las 5000 personas (Bisang y Malet,
1998). En 1996 el 80% del presupuesto se destinó a pagos al personal, contra un 2,6%
dedicado a bienes de uso. Aunque la institución ha recurrido a fuentes extra-presupuestarias
para la adquisición de equipamientos (créditos, cooperación, etc.), es indudable que la
distribución de los gastos resulta altamente desproporcionada.
Más allá de las tareas desarrolladas por el INTA, en esta fase siguen operando o nacen
distintas instituciones aplicadas a tareas de extensión y asistencia técnica: los grupos CREA 256
-ya mencionados en el capítulo anterior-, el sistema de Acción Cooperativa de Extensión Rural
(ACER) de la Asociación de Cooperativas Argentinas, la Fundación para el Desarrollo en
Justicia y Paz (FUNDAPAZ), el Centro Andino de Desarrollo, Investigación y Formación
(CADIF), el Instituto de Desarrollo Social y Promoción Humana (INDES), etc.. Si bien estas
instituciones tienen objetivos, estrategias y modalidades de acción bastante heterogéneos, varias
de ellas se ocupan de los sectores más pobres dentro del ámbito rural. También hay distintos
programas de asistencia técnica manejados en diversos estamentos del sector público
(Programa de Servicios Agrícolas Provinciales -PROSAP-, Programa de Iniciativa de Desarrollo
Rural -PROINDER-, Programa NEA, entre otros). Obviamente, también cumplen tareas de
extensión y asesoramiento distintos agentes privados tales como empresas agroindustriales,
semilleras, empresas de servicios de apoyo a la producción, asesores particulares, etc.257.
En contraste, no parece que las universidades sean una fuente significativa de asistencia y
extensión para el sector agropecuario. Si bien se señalan sus contribuciones en investigación
básica en áreas tales como genética y botánica, así como otras de menor porte en
alimentación animal, fertilidad de suelos, fruticultura, etc., existe poca comunicación entre
universidades y productores agropecuarios. Si bien cada universidad posee al menos una
estación experimental, pocas se han dedicado a esfuerzos de investigación tendientes a
resolver los problemas agropecuarios claves de su región de influencia (Sonnet et al, 1997).
380
de productores) cubriría algo más de un 60% -la incidencia de estos agentes es
previsiblemente mayor entre los productores grandes y mediano grandes- y el sector privado
sin fines de lucro a un 4%. En tanto, la misma fuente estima que un 53% de los técnicos que
trabajan en extensión y asistencia para el sector agropecuario lo hacen en organizaciones
privadas (47% como particulares o como empleados de empresas de servicios, 4,5% en
organizaciones de productores y cooperativas y 1,5% que trabajan en firmas agroindustriales),
mientras que el sector estatal emplea otro 44% de los técnicos y las ONGs un 3%. Un 72% de
los técnicos se concentra en la región pampeana, la cual concentra el 44% de las
explotaciones agropecuarias.
En este escenario, se observa que no sólo hay una cantidad apreciable de productores no
alcanzados por los servicios disponibles de extensión y asistencia, sino que hay distintos
factores que limitan la posibilidad de los productores que acceden a dichos servicios para
hacer explícitas sus demandas. Entre los causales de esta situación se mencionan: i)
insuficiente conocimiento de los productores sobre las relaciones causales que operan en sus
sistemas productivos y en las demandas de los mercados; ii) inadecuadas prioridades de las
instituciones que brindan dichos servicios (debido a que tienen sus propias agendas políticas y
zonas prioritarias, a que sus técnicos, por fallas en el diseño del sistema interno de incentivos
y monitoreo, pueden no responder a las necesidades de los productores, etc.); iii) falta de
poder de algunos segmentos de productores para conseguir apoyo por parte de las
instituciones de asistencia. Previsiblemente, estos problemas afectan en mayor grado a los
productores más pequeños (Caracciolo de Basco, 1998).
Estas debilidades se dan en un contexto donde hay demandas por asistencia tanto de
aquellos agricultores que intentan intensificar o diversificar sus producciones, transformar sus
commodities en productos diferenciados o encarar nuevas formas de organización como
también de productores minifundistas, que plantean problemas mucho más básicos. Antes
este contexto, se señala que en los programas antes mencionados generalmente falta
articulación entre asistencia, experimentación adaptativa e investigación, así como
evaluaciones del impacto de la asistencia en los ingresos de los productores. Asimismo, faltan
desarrollos de tecnologías sociales y conocimientos sobre los procesos macro que constituyen
oportunidades y amenazas para los productores del sector.
Durante la dictadura militar, y tras los intentos de cambio registrados durante el gobierno
peronista, el INTI retornó a su sendero previo, priorizándose los servicios técnicos y
cumpliendo un rol meramente registral en relación con la importación de tecnología.
381
En este período, un cambio fundamental para la dinámica financiera de la institución fue la
anulación -a fines de 1980- de la retención sobre los créditos otorgados a la industria y su
reemplazo por un aporte del Estado contemplado en el Presupuesto Nacional como un organismo
descentralizado. Si bien desde el punto de vista fiscal, e incluso del diseño de una política
tecnológica racional, el mecanismo previo de financiamiento pudiera parecer inconveniente -ya
que la disponibilidad de fondos quedaba atada a la evolución de la masa de créditos industriales y
de ese modo, indirectamente, al ciclo económico-, una justificación para su existencia radicaba en
el hecho de transferir el costo de mantener el INTI a quienes serían sus usuarios naturales.
Más allá de esta discusión, lo concreto es que con esta modificación, y de la mano de la
profunda crisis fiscal en la que el Estado nacional se desenvolvió en los años 1980, los
ingresos del INTI se fueron reduciendo en términos reales, llevando a la necesidad de ajustar
gastos. Este proceso comenzó con la inversión en equipamiento -que pasó a depender
fundamentalmente de la asistencia internacional258- y luego se extendió a los salarios,
impulsando a parte del personal más capacitado a emigrar (Bisang, 1994).
Desde la asunción del régimen democrático a fines de 1983 hasta 1995 se sucedieron
diversas conducciones en el instituto, habiendo sido nombrados 9 presidentes (a razón de uno
por año prácticamente)259. Obviamente, esta inestabilidad en los mandos directivos de la
institución llevó a que los distintos proyectos -buenos o malos- de reorganización del INTI que
pudieron haber impulsado cada una de las sucesivas conducciones no hayan tenido el tiempo
de maduración necesario como para mostrar sus resultados.
Durante este período las diversas administraciones del INTI intentaron introducir algunas
innovaciones institucionales que apuntaban a superar -sin tener finalmente éxito en la tarea-
algunas deficiencias de la institución. Entre las iniciativas más importantes cabe citar dos
tomadas en los años 1980: a) la creación de los Centros de Asistencia Técnica e Información
(ATI), como forma de descentralizar las actividades del INTI260. Estos centros estaban
constituidos por el propio INTI, el Banco Nacional de Desarrollo (BANADE), la Secretaría de
Industria y Comercio Exterior y la provincia interesada261; b) la participación del personal en los
ingresos provenientes de la facturación de servicios. Ambas iniciativas fueron desarticuladas
luego de haberse retirado del INTI quienes las habían impulsado.
En tanto, se ha señalado que los centros creados en los años 1980, a diferencia de aquellos
constituidos en los años 1960 y 1970, que se vinculaban al desarrollo general de la industria
doméstica, surgieron en función de situaciones de desarrollo puntual (telefonía, informática) o de
acuerdos con asistencia técnica internacional en temas muy específicos (trigo, maíz, envases). Se
258
. Tendencia que llevó a una pérdida de la autonomía de la institución en materia de elección de la tecnología que
consideraba necesaria.
259
. El primer presidente del INTI ejerció su mandato durante casi quince años, sobreviviendo a continuos vaivenes
políticos, entre 1957 y 1972.
260
. Se ha señalado que uno de los problemas que surgieron con los centros ATI fue su excesivo grado de
autonomía, que generó una progresiva descoordinación entre sus funciones y dificultó las políticas de control sobre
su modo de funcionamiento y la eficacia de su accionar. Asimismo, su grado de inserción en las realidades
regionales en las que operaban fue reducido.
261
. Luego de disolverse los centros ATI se creó, en 1993, el Centro de Información y Estadística Industrial (CIEI),
destinado a brindar información y asesoramiento al sector empresario a través de delegaciones abiertas en varios
puntos del interior del país; el CIEI fue también disuelto a poco de haber empezado a operar.
382
destaca, por contraste, la ausencia de relaciones con los sectores industriales de crecimiento
más destacado en aquella década -aluminio, siderurgia, petroquímica, pesca- (Bisang, 1994).
En este contexto, se realizaron distintos diagnósticos sobre el INTI, que en general señalaban
diversos puntos críticos para la institución. Uno de ellos fue producido por una misión de la
ONUDI que visitó la institución en 1984, la cual señaló los siguientes puntos débiles: i) escaso
nivel de relación horizontal entre los distintos departamentos, sectores y centros de
investigación del INTI, así como de este con otras instituciones de CyT; ii) baja capacidad de
comercialización de los resultados de las investigaciones realizadas; iii) falta de definiciones en
cuanto a la distribución y asignación de responsabilidades específicas para las diversas áreas
(Nayudamma y Mariwalla, 1984).
Otra misión externa que produjo un interesante diagnóstico sobre el INTI fue encabezada por
el Ingeniero Hiroshi Amano, enviado por la agencia de cooperación japonesa JICA a solicitud
de las autoridades del INTI, quien residió en la Argentina entre fines de 1990 y fines de 1993.
El llamado Informe Amano (Amano, 1990-1993), que de hecho consiste en una extensa serie
de conferencias y de memorándums preparados para la dirección del INTI, enumeraba los
siguientes elementos críticos: i) el INTI carecía de conocimiento y capacidad para las
tecnologías de producción y poseía capacidades limitadas para las actividades de desarrollo
de tecnología. La mayoría de sus actividades se concentraban en ensayos y análisis, así como
en la preparación de estándares técnicos; ii) el INTI no había tenido un rol activo en proveer
asistencia tecnológica a las PyMEs en áreas claves para el desarrollo de aquellas, tales como
diseño, calidad y productividad; iii) la excesiva independencia de los centros llevaba a
superposición de actividades. Asimismo, la división vertical de la mayor parte de los centros
-por tipo de industria o área científica-, con la consecuente distribución de los recursos
humanos -escasos- en forma fija entre las distintas áreas, imposibilitaba seguir flexiblemente el
proceso de cambio tecnológico a nivel internacional y dificultaba el desarrollo de
conocimientos en tecnologías horizontales o funcionales, tales como diseño, tecnología de
procesos y manufactura, etc.; iv) la concentración de actividades en el PTM restringía el área
efectiva de actuación del INTI a las industrias del Gran Buenos Aires; v) muchos
investigadores e ingenieros dejaron el INTI por los bajos salarios, el ambiente laboral poco
propicio y la falta de objetivos claros como organización de investigación. Por otro lado, faltaba
un sistema objetivo de evaluación de los investigadores; vi) las actividades de investigación
habían sido llevadas a un mínimo debido a la concentración de los recursos humanos en
tareas de ensayos y análisis. Esto disminuía la efectividad de la asistencia técnica que se
brindaba a la industria -por falta de experiencia directa del personal en los temas a resolver-,
desmotivaba al personal más capacitado -que no quería concentrarse en tareas rutinarias- y
dificultaba la posibilidad de monitorear las investigaciones que se realizan en otras
instituciones; vii) la mayoría de los técnicos e ingenieros eran especialistas en su área
particular, careciéndose de personal suficiente entrenado en un conocimiento multidisciplinario.
Los trabajos cooperativos eran obstruidos por una fuerte individualidad. Si bien en parte podía
haber un trasfondo cultural detrás de este fenómeno, su razón principal era la falta de
conocimiento y práctica de métodos modernos de administración de proyectos.
383
“fordista”, destacándose en ese sentido, las siguientes características: i) contaba con una alta
relación de capital inmovilizado; ii) los científicos y tecnólogos presentaban un alto grado de
especialización por áreas; iii) el INTI producía, en muchos casos, tecnología en forma integrada
(a veces desde el nivel de la ciencia básica); iv) la relación capital-trabajo era relativamente alta.
En ambos casos, implícita o explícitamente, se derivaba inmediatamente la idea de que una
institución fordista pudo haber sido funcional durante el anterior paradigma tecnológico-
productivo, pero que en aquel momento, tanto por razones externas -cambio de paradigma,
modificación en las políticas económicas domésticas- como por razones internas -necesidad de
elevar la eficiencia institucional- ese esquema organizativo era claramente inadecuado.
Un poco más adelante, Bisang (1994) señalaba que como consecuencia de la diversidad de
objetivos y actividades que debía encarar262, la institución efectuaba simultáneamente: a)
actividades de cierta excelencia asociadas a la producción privada (metrología, ensayos, etc.);
b) tareas de investigación básica de algunas tecnologías; c) difusión de tecnología. Sin
embargo, el cumplimiento eficiente de tareas tan diversas habría requerido diferentes tipos (y
formas organizacionales) de institución.
Por otro lado, los distintos objetivos competían entre sí por la restricción presupuestaria. La
creciente escasez de fondos generaba obvias tensiones en torno a la asignación de recursos
al interior de la institución, la resolución de las cuales necesariamente demandaba un sistema
de arbitraje interno y de evaluación de alternativas. A su vez, las características de la
organización institucional del INTI explicarían las siguientes tendencias: a) la existencia de
tensiones entre los centros y los departamentos a la hora de utilizar equipos y asignar
presupuestos; b) la magnitud del peso administrativo respecto de las actividades específicas
del INTI; c) la escasa capacidad de reacción ante cambios en la demanda proveniente del
sector industrial; d) la superposición de tareas respecto a iniciativas efectuadas por otras
instituciones (Bisang, 1994).
Bisang (1994) también apuntaba que la definición de los usuarios potenciales de la institución
no había sido clara; en consecuencia, en algunos períodos operó volcada hacia el sector
privado -especialmente hacia las PyMEs- y en otros apuntó hacia las empresas estatales. En
cambio, permaneció al margen de los avances productivos efectuados por las firmas que
lideraron el sector industrial en los años 1980. En el Informe Amano, en cambio, se afirmaba
que el INTI, al menos en el Parque Tecnológico Miguelete, se había concentrado en las 300
firmas líderes para obtener recursos. De todos modos, esos recursos provenían básicamente
262
. En una publicación institucional del organismo de mediados de los años 1990, las funciones del INTI se
(auto)definían del siguiente modo: “Realizar más de 3000 tipos de análisis y ensayos, efectuar desarrollos para
generar y adaptar tecnologías apropiadas y trabajar junto a las empresas o institutos del país y del exterior, en
tareas de investigación tendientes a mejorar u originar nuevos productos y procesos de elaboración de materias
primas y subproductos..., certificar productos industriales, intervenir en la implementación de la normalización
industrial y llevar a cabo programas especiales que en particular incrementen o diversifiquen las exportaciones del
país...o tiendan a la preservación del medio ambiente”.
384
de la venta de servicios rutinarios, por lo cual se mantiene la afirmación de que el INTI había
estado marginado del progreso tecnológico de las firmas líderes.
Oteiza (1992) agregaba una consideración importante, al distinguir entre capacidad técnica
-acumulada efectivamente en el INTI- y capacidad técnico-económica, de la cual la institución
carecía. Evidentemente, la falta de capacidad para evaluar costos de proyectos, valor de las
tecnologías transferidas, etc., dificultaba enormemente la actividad de transferencia y
comercialización de tecnología.
• Cada centro orientaba sus actividades de modo totalmente autónomo. Si bien en la propia
constitución de la figura de centros estaba previsto un alto grado de autonomía, ello
presuponía un compromiso fuerte del sector industrial en su dirección y financiamiento. Como
ello no había ocurrido, quedaban sólo las desventajas derivadas de la excesiva autonomía:
dificultad de realizar labores interdisciplinarias, duplicación de tareas y esfuerzos, etc.;
• En esta situación de “deriva”, cada centro había elegido diversas alternativas para
sobrevivir y resultaba evidente que la actividad y el desempeño de las diferentes unidades
técnicas que conformaban el INTI no eran en modo alguno homogéneos. Más allá de los
obvios sesgos introducidos por el sector o área del conocimiento en la que operaban, su
tamaño, etc., existían diferencias importantes en cuanto a la orientación predominante en
sus actividades, que dependían de factores tales como la personalidad de sus integrantes,
las relaciones establecidas con los usuarios y socios, etc. Así, por ejemplo, algunos centros
tenían como actividad predominante al extensionismo, mientras que otros habían
incorporado a su oferta la realización de estudios de mercado, capacitación laboral, control
de gestión, medio ambiente, calidad, etc., extendiendo su operatoria más allá de la
dimensión puramente ingenieril, que caracterizaba a la mayor parte de los centros.
Finalmente, también había casos en donde predominaba la inactividad como respuesta al
contexto externo e institucional poco favorable.
• El desempeño de los centros no sólo era distinto por la orientación de sus actividades;
indicadores tales como ingresos extrapresupuestarios o la imagen que tenían los clientes
de cada uno de los centros por separado mostraban importantes variaciones. En este
sentido, un factor relevante en la diferenciación del desempeño por centros era la
vinculación que había establecido cada uno con el sector industrial al cual dirigía sus
actividades. Así, parecía haber centros con un Comité Directivo muy dinámico, con
participación activa de los socios privados, y que eran vistos como lugares aptos para
acudir en orden a resolver problemas tecnológicos no rutinarios, cosa que ciertamente no
ocurría en todos los casos.
• También era importante el marketing que hacían los centros de sus capacidades. En
muchos casos esa actividad parecía estar subdesarrollada, mientras que en otros se
realizaba de modo más eficiente. Aquí pesaba una de las tantas contradicciones que
surgen alrededor del tema de la vinculación entre el complejo de CyT y el sector
productivo, ya que Varotto (1993) observaba que en el caso del Centro de Investigación de
Materiales y Metrología (CIMM) el realizar una actividad de propaganda de los trabajos
385
realizados -lo que forma parte de algo así como el curriculum del centro- confirmaba el temor
de los empresarios privados sobre la falta de confidencialidad de los trabajos que allí se
encargaban. Al mismo tiempo, algunos centros temían que si hacían una exagerada
propaganda de sus vínculos con el sector privado, la dirección del INTI, suponiendo que
generaban una significativa masa de recursos extrapresupuestarios, les recortara la
asignación de fondos.
• El principal activo de una institución de estas características -sus recursos humanos- se había
ido degradando paulatinamente. El personal de edad intermedia altamente capacitado
había emigrado del INTI, generando una ruptura en la cadena de aprendizaje dentro de la
institución. La edad promedio del personal alcanzaba los 42 años y el promedio de
antigüedad de los técnicos dentro de la institución era de 15 años, lo cual mostraba que
gran parte de su formación se había producido dentro del INTI. Estas cifras contrastaban
fuertemente con los datos disponibles para 1984, cuando la edad promedio del personal
era de 38 años y la antigüedad promedio de los profesionales y técnicos 7 años (Valeiras,
1992). Esto mostraba: a) un proceso de envejecimiento de la planta de personal; b) la muy
escasa incorporación de recursos humanos en los últimos años. Los esquemas de retiro
voluntario habían tenido gran influencia para producir esta tendencia, ya que tendían a generar
incentivos para que se retiraran recursos altamente capacitados y de edad intermedia,
condiciones que les permitían conseguir con relativa facilidad ocupaciones alternativas.
• La moral del personal que permanecía en la institución era baja. De hecho, la mayor o
menor actividad desplegada por los distintos centros era función en buena medida de la
personalidad de quienes los dirigían. En ese contexto, una posibilidad era refugiarse en la
inactividad o bien dedicarse -clandestinamente- a actividades que redundaran en un
beneficio personal para el investigador. Uno de los pocos estímulos para permanecer en el
INTI eran los cursos de capacitación a los cuales se podía acceder vía cooperación
internacional, pero aquí aparecía el peligro263 de que una vez que el personal adquiría
calificaciones superiores, se retirara de la institución en búsqueda de una remuneración acorde
con su formación técnico-académica.
• Según una encuesta realizada en 1991 un 69% del equipamiento mostraba un grado de
obsolescencia de medio a alto. Era probable que la situación en materia de equipamiento se
hubiera deteriorado aún más desde aquel momento. En 1993, por ejemplo, la partida “Bienes
de Capital” absorbió sólo el 4% del presupuesto de la institución, mientras que para el año
1994 no hubo asignación presupuestaria alguna para dicho fin. Varios reportes, incluso
oficiales, señalaban que la necesidad de reequipar la institución era urgente.
• Otro de los impactos negativos de las dificultades presupuestarias era la dificultad para
mantener suscripciones de publicaciones internacionales. Una institución donde se hace
investigación no puede subsistir eficientemente si su personal no tiene acceso directo al
state of art a nivel internacional dentro de su campo de conocimiento.
263
. Ciertamente, en tanto el personal no emigrara hacia el exterior -o hacia actividades ajenas a su carrera por no
encontrar ocupación profesional-, se trataba de todos modos de recursos humanos que podrían contribuir desde el
sector privado a mejorar las capacidades tecnológicas con los que contaba el sector industrial.
386
• Aún en el contexto de mayor competencia en el mercado doméstico las firmas no estaban
recurriendo en mayor medida que en el pasado a los servicios que podía prestarles el INTI.
En este sentido, si bien la imagen del instituto no parecía ser mala entre sus clientes264
-encuestas más recientes confirman esta impresión, aunque persisten quejas por la lentitud
de las respuestas y la excesiva burocracia-, hay que recordar que abrumadoramente tales
clientes se vinculaban con el INTI por servicios rutinarios. En este sentido, que ellos
tuvieran confianza en los ensayos y análisis del INTI, no implicaba que dicha confianza se
trasladara a la posibilidad de que allí encontraran soluciones para sus problemas de
productividad, calidad, diseño, etc. (Chudnovsky y López, 1995).
• Esto se reflejaba en el tipo de tareas realizadas por el INTI. En el primer semestre de 1994
el 80,7% de las órdenes de trabajo recibidas (que correspondían al 56,5% de los ingresos
obtenidos por servicios a terceros) consistían en análisis y ensayos y el 16,4% de las órdenes
-24,6% de los ingresos- se referían a servicios de asistencia técnica. Sólo el 2,7% de las
órdenes de trabajo -17% de los ingresos- provenían de servicios de desarrollo. Grosso modo,
estas proporciones se repetían en casi todos los centros. Esto confirmaba lo señalado en el
capítulo anterior respecto de la excesiva concentración del INTI en actividades rutinarias.
• En el Presupuesto Nacional 1994 se afirmaba que el INTI contaba con una cartera de 3500
usuarios y generaba unos 10 mil contratos anuales. En cambio, una publicación de la
Secretaría de Industria informaba que durante 1993 se celebraron 6300 contratos con el
sector industrial. En cualquier caso, el número de usuarios parecía relativamente bajo al
compararlo con los más de 90 mil establecimientos industriales relevados durante el último
Censo Nacional Económico (1995).
De todos modos, pese a este panorama general poco alentador, se señalaba que el INTI
contaba aún con una serie de activos que podían ser usados provechosamente con el objetivo
de contribuir al progreso tecnológico del sector manufacturero doméstico (Chudnovsky y López,
1995): i) existían capacidades técnicas acumuladas con amplia experiencia y conocimientos sobre
un conjunto de problemáticas vinculadas al sector industrial en la Argentina. En lo esencial, esas
capacidades estaban corporizadas en los recursos humanos que trabajaban en el INTI. Asimismo,
en un panorama de general deterioro, algunos “nichos” de la institución contaban -generalmente
gracias a convenios internacionales- con equipamiento moderno único dentro del país; ii) pese a la
desmoralización predominante en el personal de la institución, la falta de dirección clara por parte
de las sucesivas autoridades y el deterioro del presupuesto y las remuneraciones asignadas, en
algunas unidades técnicas -y como producto esencialmente de la voluntad personal de sus jefes e
investigadores- se había logrado generar una adecuada capacidad de respuesta a las demandas
del sector industrial; iii) como se mencionó antes, varios centros habían incorporado funciones
que excedían la problemática puramente ingenieril, para avanzar hacia una concepción más
integral de la asistencia tecnológica, incorporando servicios tales como estudios de mercado,
capacitación del management, control de gestión, sistemas de calidad, etc..
A tono con los diagnósticos reseñados, a mediados de los años 1990 en el gobierno nacional
parecía predominar una opinión muy crítica de la situación del INTI, lo cual generó situaciones
altamente conflictivas al interior de la institución. Cabe apuntar, a la vez, que aún en un
264
. Esto se desprendía de una encuesta a los clientes realizada en 1992 por parte de la División Comercialización
de Tecnología del INTI (INTI, 1992).
387
contexto en donde se estaban transformando radicalmente las reglas de juego para el sector
manufacturero y exponiéndolo a un nivel de competencia mucho más elevado que en el
pasado, desde el gobierno nacional nunca se pensó seriamente en que el INTI pudiera asistir
a las firmas del sector para reconvertirse y adaptarse al nuevo escenario.
En este contexto, en 1994 tomó curso legal el Decreto 2804/93, que dispuso una nueva
estructura organizativa para el INTI, basada en gerencias cuyos ocupantes se eligen por
concurso abierto. Si bien las autoridades de aquel momento no tuvieron una influencia positiva
sobre el desempeño del INTI, entre otras razones porque hacían un excesivo hincapié en la
necesidad de que el INTI genere fondos -apuntalando aún más la tendencia a concentrarse en
servicios técnicos- y porque generaron un ambiente de confrontación con la mayor parte del
personal, la actual estructura institucional del INTI es, en esencia, resultado del mencionado
decreto y su implementación.
Este cambio de estructura surgió como resultado del interés por racionalizar y descentralizar
las acciones del organismo. A su vez, se ha intentado mejorar la vinculación con el sector
privado y tender a un mayor autofinanciamiento. Otro aspecto de la restructuración del INTI ha
sido la fuerte disminución de personal; en 1998 la dotación de personal estable alcanzaba los
884 cargos -de los cuales 514 estaban vinculados con I&D-, contra los 1860 puestos de 1989
y los 975 de 1994. Para remediar el problema de la alta edad promedio del personal de la
institución y la migración de los profesionales jóvenes destacados, se instrumentó desde 1998
un programa de incorporación de jóvenes profesionales. Asimismo, se puso en marcha un
sistema de incentivos para el personal en función del rendimiento, desempeño y productividad,
y se creó la carrera de "tecnológo".
388
El presupuesto total de la institución se ubicó en algo más de U$S 30 millones para la mayor
parte de los años 1990, con la excepción de 1994 y 1995 -cuando se ubicó en U$S 25 y 28
millones respectivamente- y 1998 -año en el que superó los U$S 40 millones, incluyendo
ingresos extrapresupuestarios (facturación propia)-.
En cuanto a los ingresos extrapresupuestarios, hacia 1994 se estimaba -no había cifras
oficiales al respecto- que ascendían a cerca de un 10% de los recursos presupuestarios, esto
es, unos U$S 3 millones, de los cuales unos U$S 400 mil provenían de las cuotas que
aportaban los socios privados de los centros (Chudnovsky y López, 1995). Más adelante,
Bisang y Malet (1998) informaban de una cifra de U$S 4,6 millones para 1997. Una fuente
oficial (Montaña et al, 1998), en tanto, reporta ingresos mayores y ascendentes en el tiempo:
U$S 5,2 millones en 1995, U$S 7 millones en 1996 y U$S 8,4 millones en 1997.
De esta última cifra, cerca de la mitad correspondía a análisis y ensayos, mientras que lo
facturado por "desarrollos tecnológicos" seguía siendo marginal dentro de los ingresos
generados por los centros del INTI. Esto no debe sorprender ya que, como han señalado
distintos trabajos, ante la presión por aumentar el autofinanciamiento los centros recurren a las
actividades más rutinarias, que son las más fáciles de vender.
Si bien el INTI parece desarrollar razonablemente estas tareas, de todos modos hay quejas
serias respecto de las demoras y de la excesiva burocracia en los trámites. De hecho, una
reciente evaluación oficial de la institución señala que el INTI debe reducir los tiempos de
respuesta para los servicios solicitados y transformarse en una organización más centrada en
el cliente. Asimismo, destaca que la rigidez de las normas existentes sobre estructuras,
dotaciones y remuneraciones de su personal genera un sistema de incentivos que da lugar a
ambiente "algo deprimido en términos de entusiasmo y motivación" (Cuervo et al, 1999).
A su vez, este énfasis en los servicios de rutina habría llevado a descuidar la formación de
capacidades en otras áreas en las cuales el INTI debería jugar un rol esencial, como por
ejemplo la de extensionismo industrial. Así, se señala que el personal del INTI tiene una
formación demasiado "analítica", que en general está lejos de conocer la realidad en la que se
desenvuelven las firmas industriales locales, que ha quedado desactualizado en cuanto a las
tecnologías más avanzadas en uso dentro de cada sector y que no ha incorporado aún
suficientes capacidades para trabajar con tecnologías "no ingenieriles" -gestión, organización,
389
marketing, etc.-, las cuales son crecientemente claves para el desempeño de las firmas
manufactureras. En suma, el INTI en general parece tener poca capacidad para "resolver
problemas" que les puedan plantear las firmas manufactureras.
En cuanto a la regionalización del INTI, si bien algunos de los centros creados o reorganizados
sobre una base "multipropósito" para atender las demandas de las regiones en las que se
insertan parecen haber avanzado en la buena dirección, aumentando su vinculación con el
medio local y con las empresas industriales que operan en sus cercanías, aparentemente
todavía hay bastante que recorrer para que la regionalización del INTI implique efectivamente que
la institución tenga un papel importante para las firmas manufactureras del interior del país265.
Además, persisten otros problemas de vieja data, como el exagerado rango de tareas que se
exige que desempeñen los centros del INTI. Asimismo, se han hecho pocos esfuerzos
concertados para estimular actividades de innovación dentro de las empresas, así como para
adoptar estrategias de transferencia de tecnología más proactivas. A su vez, también se afirma
que es limitada la capacidad de la institución para servir de “puente” entre las universidades y
el sector industrial, debilidad atribuida a la escasa cantidad de personal con títulos de
investigadores. Otro problema que no ha sido resuelto es el de la falta de coordinación entre
centros, que limita las posibilidades de resolver problemas que requieren abordajes conjuntos.
265
. Una muestra de la muy desigual presencia relativa del INTI en distintos puntos del país surge de una encuesta
reciente en donde se revela que más del 80% de las firmas del Gran Buenos Aires conoce al INTI (aunque un número
mucho menor ha tenido vinculación con el organismo), proporción que desciende al 46% en Rosario y al 40% en
Córdoba.
390
Los ingresos totales de la CNEA en 1998 alcanzaron algo más de U$S 100 millones, de los cuales
cerca del 4% provinieron de contratos y/o ventas de bienes y servicios a terceros. Su personal
alcanza 2060 cargos, de los cuales 560 se dedican a actividades de I&D (Bisang y Malet, 1998).
Los problemas comienzan en 1983, cuando la crisis financiera paraliza los proyectos de
Atucha II y de la planta de agua pesada en Arroyito, y comienza un éxodo de recursos
humanos a causa del retraso salarial que empieza a acumularse en la institución (Bisang y
Malet, 1998). Hay que considerar también que lo nuclear aparece crecientemente cuestionado
desde el punto de vista ambiental y que su empleo se hace menos atractivo en la medida en
que hay un creciente uso del gas natural y que el precio del petróleo se sitúa a niveles
claramente inferiores a los de los años 1970 y 1980. A esto se le va a sumar la pérdida de
gravitación de los militares en la vida política –recordemos el carácter estratégico de la CNEA
para las Fuerzas Armadas- y las presiones de la comunidad internacional –en particular de los
EE.UU.- para que Argentina desactive varios componentes de su plan nuclear.
En 1994 hay un nuevo hito en la evolución de la institución, ya que se separa la gestión de las
centrales nucleares (destinadas a privatizarse), se crea un Ente de Control Nuclear -que se ocupa
de temas de seguridad- y la CNEA “remanente” se queda con actividades vinculadas a la
producción de algunos insumos nucleares, la docencia y la I&D. Además del directo impacto de
esta separación en cuanto dificulta la interacción entre los distintos componentes de la cadena
nuclear, la institución ingresa en una etapa de fuerte incertidumbre estratégica sobre su futuro,
agravada por la ausencia de pautas generales de política para el área nuclear (Bisang y Malet, 1998).
Aún en este contexto menos favorable para su desenvolvimiento, de todos modos se logran
algunos éxitos técnicos significativos, tales como el desarrollo de una nueva técnica de
producción de agua pesada, la puesta en marcha del Acelerador Electrostático de Iones
Pesados (TANDAR) y la elaboración de cerámicos de excelentes propiedades
superconductoras en Centro Atómico Bariloche (Valeiras, 1992). Asimismo, al presente continúa
desarrollando actividades de investigación vinculadas primordialmente a energía y salud.
Durante el período bajo análisis la CNEA continuó también con su política de creación de
empresas independientes. Probablemente el caso más destacado en este sentido haya sido la
constitución de INVAP, creada en 1976 como sociedad anónima estatal entre la CNEA y la
provincia de Río Negro, la cual se constituyó como "empresa de tecnología", uno de los pocos
ejemplos en tal sentido dentro del país. La CNEA, a través del Plan Nuclear, fue
tradicionalmente su principal cliente, aunque en los últimos años el INVAP ha diversificado su
cartera de usuarios -obligado, en gran medida, por la menor demanda de la CNEA decurrente
de las reducciones de presupuesto y los recortes al Plan Nuclear- y ha concretado
significativas operaciones de exportación de tecnología (entre ellas, una muy reciente a
Australia). Si bien hay consenso en señalar que esta experiencia ha constituido un éxito
significativo, en todo caso resulta poco trasladable por haber podido abrevar en una fuente de
391
potencial tecnológico única en el país -la CNEA- y aplicarse a un rango reducido de paquetes
tecnológicos con mercado potencialmente accesible en las circunstancias actuales.
En el período bajo análisis se han creado varias instituciones públicas dedicadas a actividades
de CyT. Una de ellas es la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE), creada en
1991 y que está a cargo del denominado Plan Espacial Nacional. Uno de los hitos de la
CONAE fue la puesta en órbita en diciembre de 1998 de un satélite, el cual por un fallo en el
proceso de lanzamiento no pudo realizar los estudios previstos. Asimismo, se ha desarrollado
la aplicación de la información satelital a actividades productivas, como por ejemplo pesca,
agricultura, minería y medio ambiente. Está previsto el lanzamiento de un nuevo satélite,
destinado al estudio de ecosistemas terrestres y marinos, entre otros temas. Según
Chudnovsky (1999) la CONAE se destaca, entre los organismos públicos de CyT, por tener un
Plan Estratégico en el que define claramente sus metas y tareas y por haber sido uno de los
primeros organismos públicos en donde se han concretado acciones de auditoría y evaluación.
En tanto, el Servicio Geológico Minero Argentino (SEGEMAR) fue creado en 1996 a partir de la
fusión del Instituto Nacional de Tecnología Minera (INTEMIN)266 -que a su vez había sido
creado en 1994 como desprendimiento del INTI-, el Instituto Nacional de Prevención Sísmica,
el Centro Regional de Aguas Subterráneas y la Dirección Nacional del Servicio Geológico. El
SEGEMAR cuenta con algo más de 500 profesionales, técnicos y personal de apoyo. Entre
sus objetivos está el de brindar asistencia a la industria minera -tanto a grandes como a
pequeñas y medianas empresas- en lo que hace a información, estudios de mercado,
diagnósticos tecnológicos, ensayos y procesamiento de minerales, materiales y productos.
Si bien según sus responsables entre 1996 y 1998 se incrementó en un 80% la facturación por
servicios técnicos a empresas -lo cual daría cuenta de la vitalidad de las relaciones con los
usuarios- se ha señalado que existen una serie de problemas que afectan al funcionamiento
266
. El INTEMIN se constituyó con el fin teórico de apoyar desde el punto de vista tecnológico la expansión del
sector minero que se preveía iba a ocurrir a partir del dictado de una nueva ley en la materia en 1993. Así, en una
publicación oficial se afirmaba que “se ha comprendido que la actividad minera tiene características diferentes de
las otras industrias, por lo que merece una atención particular. Es en este contexto que el Estado decide concretar
un importante esfuerzo para construir una herramienta tecnológica que sea capaz de acompañar y potenciar el
desarrollo minero”. Debe tenerse en cuenta que la minería es una de las escasísimas actividades que cuenta con
un régimen de promoción especial para la inversión en la Argentina.
392
del SEGEMAR, incluyendo un desbalance entre gastos salariales y gastos operativos y de
equipamiento -con excesivo peso de los primeros-, escasa interacción con otras instituciones
de CyT y con organismos reguladores vinculados al área, debilidad de las tareas de marketing
e información hacia los potenciales clientes, falta de capacitación y edad promedio demasiado
elevada dentro del personal del organismo, etc..
A la vez, dentro del Ministerio de Defensa se creó una Subsecretaría de Investigaciones Científicas
y Tecnológicas cuya misión es coordinar las actividades de I&D de los distintos centros e institutos
en función de las necesidades de tecnología relacionadas con su jurisdicción. Como órganos
ejecutores más importantes podemos citar el Instituto de Investigaciones Científicas y Tecnológicas
de las Fuerzas Armadas (CITEFA), el Instituto Antártico Argentino, el Instituto Geográfico Militar, el
Servicio de Hidrografía Naval, el Servicio Meteorológico Nacional, el Servicio Naval de
Investigación y Desarrollo y la Dirección General de Fabricaciones Militares. El CITEFA, el más
importante de estos institutos, tiene como objetivo el desarrollo, obtención y homologación de
armas y otros equipos y realiza investigaciones aplicadas y desarrollo de sistemas de armas,
subsistemas y componentes, investigaciones aplicadas y desarrollos tecnológicos.
Finalmente, cabe citar al Instituto Nacional de Aguas y del Ambiente (INA) -sucesor del
INCYTH-, especializado en temas de hidrología, alertas hidrológicos, modelación física y
matemática, navegación fluvial, calidad de agua e ingeniería ambiental aplicada al
aprovechamiento, uso y control de cursos fluviales, tratamiento de agua y efluentes, análisis
de riesgo hídrico y economía, planificación y administración del agua y el ambiente.
Cabe mencionar, además, otras instituciones de CyT que surgen durante estos años. Una de
ellas es el Centro Argentino-Brasileño de Biotecnología (CABBIO), que nace a partir del
Protocolo No 9 de Biotecnología firmado en 1986 entre Argentina y Brasil. Se trata de un ente
de coordinación y de promoción que brinda un marco de funcionamiento en el cual se integran
una red de grupos de trabajo en el área de ambos países -oficiales y privados- a través de
proyectos definidos y actividades de formación de recursos humanos. Se suponía que los
proyectos financiados por el CABBIO debían tener posibilidades de producir, en plazos
relativamente breves, resultados factibles de transferir a los sectores productivos.
En una primera evaluación de las actividades del CABBIO (Chudnovsky, 1994) se señalaban
ya algunas dificultades con relación al tema de la apropiabilidad de los resultados de las
investigaciones promovidas por el centro. Asimismo, se hacía notar el escepticismo del sector
privado con relación al CABBIO, mencionándose que el único joint venture binacional en
biotecnología que estaba en funcionamiento en aquel momento -Biocedes (Agroceres/Biotica)- no
era financiado por el Centro. Asimismo, se destacaban los problemas derivados de la irregularidad
en la provisión de fondos, que estaban, además, por debajo de los previstos originalmente.
Por la misma época, Carullo (1994) y Chudnovsky y López (1995) señalaban que si bien su
aporte al desarrollo de las actividades científico-tecnológicas había sido positivo, tanto en el
campo de proyectos de I&D como en el de formación de recursos humanos, había un déficit
en cuanto al objetivo de vinculación con el sector productivo, que no logró concretarse
plenamente, aunque las empresas privadas parecían manifestar interés por las actividades de
formación de recursos humanos. Entre las razones enunciadas para esta escasa vinculación
se encontraban la escasa propensión “innovadora” de las empresas domésticas, que se
393
habían mostrado poco interesadas en ingresar al campo de la biotecnología y los problemas
con la apropiabilidad de los resultados -que habían llevado en algún caso a que cuando el
proyecto alcanzara una cierta etapa de desarrollo, dejando atrás lo que podría llamarse fase “pre-
competitiva”, la empresa privada interesada prefiriera continuarlo por su cuenta-. Aparentemente,
el problema de falta de vinculación no ha podido ser subsanado hasta el presente, aún cuando se
anotan algunos proyectos exitosos desde el punto de vista científico en el haber del CABBIO.
También las provincias de Mendoza, Santa Fe, San Luis y Río Negro tienen algunas actividades
de significación, mientras que en el resto de las jurisdicciones los recursos para CyT son
marginales.
394
d) El sistema educativo
Crecientemente, a lo largo del período que estamos analizando, fue perdiendo fuerza la idea
-como hemos ido viendo en capítulos anteriores, no necesariamente correcta, pero sí difundida
en el imaginario social- de que una de los activos más importantes con los cuales contaba la
Argentina era su capital humano. De hecho, en los últimos años se habla más bien de la crisis
del sistema educativo, aunque las preocupaciones actuales no pasan tanto por los temas que
nos han ocupado preferentemente a lo largo de este trabajo -debilidad de la educación técnica
y de los sistemas de formación profesional, excesivo predominio de estudiantes que cursan
carreras “profesionalistas”, débil vocación de la universidad por ser “semillero” de empresarios-,
sino más bien por asegurar una adecuada calidad educativa para el grueso de la población
estudiantil, y en particular para aquella que proviene de los hogares y las regiones más pobres.
395
alumnos, y en particular de aquellos que provienen de hogares y/o regiones más pobres -que
ya son los más desfavorecidos antes de ingresar al sistema justamente por provenir de
hogares con ingresos muy bajos, situación que a su vez da lugar a otros tipos de problemas
sociales, sanitarios, etc.-.
El diagnóstico más reciente sobre el tema (Llach et al, 1999) indica que la Argentina: i) tiene un
bajo gasto por alumno tanto en la escuela primaria como secundaria, no sólo en comparación
con los países desarrollados, sino también contra las naciones asiáticas en desarrollo e incluso
contra otros países latinoamericanos como Chile; ii) muestra una alta tasa de escolaridad en la
escuela primaria, pero la tasa de retención es relativamente baja, así como la cifra de
estudiantes que se gradúan a tiempo; iii) en la escuela secundaria la tasa de escolaridad es
aún baja e incluso es menor que la que se observa en países vecinos como Chile o Uruguay,
al mismo tiempo que la graduación a tiempo es también muy reducida; iv) hay bajos
rendimientos promedio de los alumnos tanto en la escuela primaria como secundaria; iv) existe
una gran disparidad en el rendimiento de alumnos de distintas jurisdicciones y provenientes de
familias con distintos niveles de ingresos -previsiblemente, favoreciendo a los distritos y familias
más prósperos-.
Cuadro IV-63
Comparación internacional de los años equivalentes de educación por persona (entre 16 y 64 años). 1973-1992
1973 1992 1973 1992
EE.UU. 14,58 18,04 España 6,29 11,51
Francia 11,69 15,96 Italia 7,62 11,20
Bélgica 11,99 15,24 Chile 7,98 10,93
Japón 12,09 14,86 Argentina 7,04 10,70
Suecia 10,44 14,24 Venezuela 4,41 10,18
Reino Unido 11,66 14,09 Colombia 4,91 9,14
Taiwan 7,35 13,83 Portugal 4,62 9,11
Corea 6,82 13,55 México 5,22 8,22
Holanda 10,27 13,34 Brasil 3,77 6,41
Alemania 11,55 12,17 India 2,60 5,55
Fuente: Maddison (1995).
Una de los aportes significativos que entrega el mencionado estudio es que tomando los años
promedio de escolaridad de la población de más de 25 años, la Argentina se encuentra
ubicada sobre la línea de tendencia internacional si se compara dicho indicador en relación al
PBI per cápita. En cambio, se encuentra bastante por debajo si la comparación se hace en
términos de población con enseñanza secundaria completa o más, lo cual indicaría que hay
una carencia de recursos humanos de nivel más sofisticado.
396
recursos humanos, que en muchos casos incluso debieron exiliarse temporaria o
definitivamente. Asimismo, las dificultades presupuestarias también han contribuido a la
pérdida de calidad de la enseñanza, especialmente en un contexto donde los recursos
monetarios han crecido mucho menos que la cantidad de alumnos que debe atender el
sistema (debe recordarse que desde 1983, con la remoción del sistema de cupos de ingreso
instaurado por la dictadura militar y el reemplazo de los exámenes de ingreso por un curso
básico preparatorio de un año, se registró una verdadera explosión de la matrícula
universitaria en el país) y los salarios de los docentes -que han venido a convertirse en el rubro
casi excluyente al cual se dedica el presupuesto universitario- se han deteriorado de modo
significativo.
Cuadro IV-64
Rendimientos comparativos en matemáticas y ciencias
Tipo de escuelas
Privadas de "elite" Privadas de clase baja o Públicas de Públicas Promedio
públicas de clase alta clase baja rurales nacional
Matemáticas
Argentina 50 41 33 29 s.d.
Colombia 66 32 27 35 s.d.
Costa Rica 72 59 44 43 s.d.
Rep. Dominicana 60 41 29 31 s.d.
Venezuela 44 29 55 33 s.d.
Thailandia s.d. s.d. s.d. s.d. 50
EE.UU. s.d. s.d. s.d. s.d. 52
Ciencias
Argentina 45 43 37 28 s.d.
Colombia 47 29 36 37 s.d.
Costa Rica 66 59 50 50 s.d.
Rep. Dominicana 52 38 29 29 s.d.
Venezuela 55 38 37 35 s.d.
Thailandia s.d. s.d. s.d. s.d. 55
EE.UU. s.d. s.d. s.d. s.d. 55
Fuente: Puryear (2000).
397
En este escenario, también existen críticas respecto del manejo de las universidades públicas,
y en particular acerca de su excesivo nivel de politización, que afectaría su desempeño en
tanto unidades académicas. Así, se ha señalado que en muchas universidades nacionales “el
poder real está en manos de un 'funcionariado' con fuertes vínculos político-partidistas, que
actúa por cuenta y orden del grupo al que pertenece y usa procedimientos incongruentes -por
no denominar incompatibles- con la vida académica. En tales circunstancias, no debe
sorprender que el prestigio social de las universidades sea escaso y que ellas sean tratadas
por el gobierno y percibidas por la opinión pública como un competidor más en el juego de
presiones orientadas a obtener parcelas de poder” (Ciencia Hoy, 1998b).
Obviamente, es muy temprano para evaluar el resultado de estas iniciativas. Sin embargo, hay
un factor que indudablemente debe tenerse en cuenta para analizar el tema, cual es que una
parte muy importante de las universidades públicas ha estado conducida por la oposición política
a la administración Menem, lo cual indudablemente ha complicado enormemente el manejo de la
politica universitaria al introducir continuas tensiones políticas en el área.
También parece haber problemas con la calidad de la oferta de posgrados. En este sentido,
Barsky (1994) señala que en los años 1990 se registró una explosión de la oferta de
posgrados en la Argentina, pero que lamentablemente buena parte de la misma "está basada
mucho más en el atractivo de la matrícula que pueden pagar los estudiantes que en una oferta
genuina de alto nivel formativo". Por otro lado, destaca la poca vinculación que se observa en
muchas actividades de posgrado con las de investigación, así como el hecho de que también
398
es habitual que la demanda de posgrados simplemente se base en la desvalorización del título
de grado y en la búsqueda de calificaciones que permitan ascensos burocráticos en la carrera
profesional. Otro problema es que raramente los estudiantes de posgrado son full-time.
A su vez, otro tema que sigue concitando atención es el del llamado brain drain. Si bien es
difícil precisar una cifra que dimensione el fenómeno en forma concreta, está claro que existe
un número considerable de graduados universitarios, científicos y técnicos argentinos en el
exterior, lo cual da cuenta, también, de un desaprovechamiento de recursos humanos que son
formados en el país pero que terminan desempeñándose fuera de sus fronteras (Oteiza, 1992).
En suma, mientras que en los capítulos anteriores se hacía hincapié en algunos problemas
específicos del sistema educativo argentino -sobre los cuales igualmente vamos a volver
enseguida para ver que ocurrió con ellos en la etapa bajo análisis-, en los últimos años parece
haberse configurado una situación de deterioro más general que afecta tanto la cantidad como
la calidad de los egresados en los distintos niveles del sistema.
En efecto, en la comparación con diversos países de América Latina y Asia se advierte que el
rendimiento de la educación en Argentina es, en general, inferior al de dichos países (cuadro
IV-66). Veganzones (1997) atribuye esta debilidad a la degradación de la calidad de la
enseñanza, así como a la insuficiencia de avances cuantitativos y cualitativos respecto de la
educación técnica -nótese, en este sentido, que el rendimiento privado de la educación técnica
es, en la Argentina, inferior al de otros tipos de educación secundaria- (cuadro IV-67).
Cuadro IV-66
Comparación internacional de rendimientos de la educación (%)
Social Privado
Primaria Secundaria Universidad Primaria Secundaria Universidad
Argentina 1989 8,4 7,1 7,6 10,1 14,2 14,9
Brasil 1989 35,6 5,1 21,4 36,6 5,1 28,2
Chile 1989 8,1 11,1 14,0 9,7 12,9 20,7
Colombia 1989 20,0 11,4 14,0 27,7 14,7 21,7
Hong Kong 1976 s.d. 15,0 12,4 s.d. 18,5 25,2
México 1984 19,0 9,6 12,9 21,6 15,1 21,7
Singapur 1966 6,6 17,6 14,1 s.d. 20,0 25,4
Corea del Sur 1986 s.d. 8,8 15,5 s.d. 10,1 17,9
Taiwan 1972 27,0 12,3 17,7 50,0 12,7 15,8
Venezuela 1989 23,4 10,2 6,2 36,3 14,6 11,0
Fuente: Psacharopoulos-Arriaga (1992).
Cuadro IV-67
Comparación internacional de rendimientos por tipo de educación secundaria (%)
399
Académica/general Técnica/Vocacional
Social Privado Social Privado
Argentina 1989 s.d. 12,3 s.d. 11,0
Brasil 1980 s.d. 12,0 s.d. 10,0
Chile 1989 s.d. 9,4 s.d. 13,1
Colombia 1981 9,1 s.d. 10,0 s.d.
Indonesia 1986 12,0 s.d. 14,0 s.d.
México 1984 s.d. 12,4 s.d. 12,3
Taiwan 1970 26,0 s.d. 27,4 s.d.
Venezuela 1989 s.d. 8,9 s.d. 13,1
Fuente: Psacharopoulos-Arriaga (1992).
Cabe señalar, a su vez, que las deficiencias en el plano del capital humano no sólo inciden
negativamente sobre las posibilidades de desarrollo del país y sobre el desempeño del SNI,
sino que repercuten directamente sobre las posibilidades de empleo y los niveles de ingreso
de las personas, siguiendo las tendencias ya mencionadas a nivel mundial. Así, el CEA (1997)
encontraba que había una relación inversa entre niveles de educación y tasa de
desocupación; entre las personas sin instrucción o con primaria incompleta el desempleo era
mayor que entre aquellos con primaria completa o secundaria incompleta, quienes a su vez
sufrían la desocupación más que aquellos con secundaria completa y universitaria incompleta.
En tanto, las menores tasas de desocupación se daban entre los que habían terminado su
educación superior. Según el CEA (1997), el corte básico se daba a nivel de la escuela
secundaria completa, ya que entre quienes alcanzan ese requisito la tasa de desocupación era
la mitad de la que se daba entre aquellos que no habían terminado la escuela secundaria267.
El mismo trabajo del CEA mostraba que las firmas privadas habían venido reemplazando
personal de menor nivel de educación por nuevos empleados con mayor calificación. Se
encontraba, asimismo, que la tasa de reemplazos era mayor entre las firmas grandes -29% de
dichas firmas habían hecho cambios en ese sentido, contra 8% de las medianas y 5% de las
pequeñas-. A su vez, el “piso” de la demanda, que era la escuela primaria completa para operarios
y la secundaria para supervisores y capataces, también se elevaba en las firmas grandes. De
hecho, un 25% de las firmas habían incrementado sus requisitos mínimos de educación en los
años 1990, nivel que subía a más de la mitad entre las firmas grandes. Esta tendencia era más
visible a partir del nivel de supervisores y capataces. En tanto, alrededor de un 20% de las firmas
encuestadas mencionaban a la dificultad para encontrar personas calificadas como uno de los
tres factores que inhibían una mayor utilización de mano de obra (CEA, 1997).
267
. A su vez, sólo el 8,5% de los desocupados que cursaron como mínimo la secundaria completa atribuyeron sus dificultades
para conseguir trabajo a su nivel educativo, contra un 32% de quienes estaban por debajo de ese nivel educativo.
400
¿Qué ha ocurrido, en tanto, con los temas que en los dos capítulos anteriores habían sido
detectados como especialmente negativos desde la perspectiva del desempeño del SNI
-debilidad de la educación técnica, desvinculación del sistema educativo con el sector
productivo, excesivo peso de las disciplinas "profesionalistas", etc.-?
En cuanto a la educación técnica, hacia fines de los años 1980 poco parecía haber cambiado
respecto de lo visto en capítulos anteriores. Winkler (1990) mencionaba que el equipamiento
de las escuelas era obsoleto y presentaba estimaciones en donde se veían tasas
particularmente bajas de rendimiento social del sistema de educación técnica.
Asimismo, Fuchs (1994) daba cuenta de varios estudios que en los años 1980 exhibían
preocupación por la desvinculación entre sistema educativo y ambito empresario, a la vez que
enfatizaban el desinterés por el tema de las entidades gremiales y empresarias. También se
señalaba allí que la formación educativa era deficiente desde el punto de vista del sistema
productivo y que no respondía a las necesidades de las empresas.
Esta continuidad del pobre desempeño del sistema de educación técnica se verificó aún en
presencia de distintas iniciativas destinadas a transformar ese estado de cosas. Así, en 1978
se introduce en el país el sistema dual, basado en el conocido modelo alemán, iniciativa en la
que participaron numerosas empresas locales. Se introdujo además un financiamiento
específico -a través de un sistema de crédito fiscal- para fomentar la inversión en capacitación
por parte de las firmas, cuya ejecución fue, en un comienzo, monopolizada por el CONET, que
debía aprobar los cursos propuestos por las empresas. Además, continuaron vigentes las
escuelas fábrica, administradas por las propias empresas, las cuales operaban con planes
comunes a las demás escuelas técnicas -su articulación con las empresas se expresaba en
pasantías en fábrica que sus alumnos realizaban durante las vacaciones y mediante algunas
asignaturas dictadas por el personal de las firmas- (Gallart y Novick, 1995).
Avanzada la década de 1990, una de las principales iniciativas en esta área fue la creación del
Instituto Nacional de Educación Tecnológica (INET), con la función de diseñar políticas educativas
para la vinculación con el mundo del trabajo. Asimismo, se desarrollaron centros tecnológicos en
escuelas técnicas de localidades de distintas provincias y se diseñaron programas de asistencia
técnica, capacitación y financiamiento para la formación profesional complementaria de la
enseñanza general básica, para la capacitación de jóvenes egresados o que abandonaron la
educación formal, para la capacitación de trabajadores en actividad, para la reconversión de
desempleados y para la formación de formadores y actualización docente en el área de CyT.
401
A su vez, dentro del INET se creó el Centro Nacional de Educación Tecnológica (CENET), el
cual se dedica a la investigación, experimentación y desarrollo de nuevas propuestas en materia
de educación tecnológica. El CENET teóricamente debería articular esfuerzos conjuntos entre las
instituciones educativas, los docentes, el sistema científico y técnico y las empresas en procura
de mejorar el nivel de la educación técnica y la capacitación laboral en el país.
Si bien es temprano para evaluar el impacto de este conjunto de cambios, cabe señalar que en un
trabajo reciente se ha mostrado que los alumnos de escuelas técnicas tenían un mejor
rendimiento promedio que el conjunto de alumnos secundarios estatales, aunque dicho
rendimiento era inferior al de los alumnos de escuelas privadas. De todos modos, se comprobaba
la existencia de un impacto positivo de la asistencia a escuelas técnicas sobre el rendimiento de
los alumnos, en particular en el área de matemáticas (Llach et al, 1999). La información disponible
no permite, sin embargo, plantear explicaciones para este hallazgo, que contradice varios de los
diagnósticos formulados previamente en esta área y de los cuales hemos dado cuenta a lo largo
de este trabajo.
¿Qué ha ocurrido, en tanto, con las actividades de formación y capacitación realizadas por el
sector privado en forma directa, las cuáles habían sido tradicionalmente débiles en la
Argentina, a diferencia de otros países -como Japón, por ejemplo-, en los cuales tienen una
402
gran relevancia? Según la antes mencionada encuesta del INDEC (1998), un 38% de las
empresas industriales argentinas realizaron desembolsos en capacitación entre 1992 y 1996,
gastando un porcentaje de 0,15% sobre su facturación; significativamente, las ET gastaron
casi tres veces más, en promedio, que las firmas locales en este tipo de actividades. A su vez,
otra encuesta realizada a PyMEs industriales reveló que el 55,% de las firmas encuestadas encaró
algún tipo de actividad de capacitación en 1998 -aunque no necesariamente hayan implicado
gastos- (citado en Kulfas y Ramos, 1999).
403
Industrias 0,32 1,59
Informática 5,97 6,31
Ingeniería 14,29 8,11
Meteorología 0,05 0,02
Tecnología 0,00 0,01
Ciencias Básicas 4,60 3,41
Biología 1,72 1,25
Física 0,58 1,14
Matemáticas 0,84 0,48
Química 1,45 0,55
Ciencias de la Salud 15,76 14,30
Medicina 8,93 7,38
Odontología 2,25 2,39
Paramédicos y auxiliares de la medicina 2,78 3,00
Veterinaria 1,79 1,53
Ciencias Humanas 12,80 13,19
Arqueología 0,01 0,04
Artes 1,30 1,61
Educación 3,06 2,84
Filosofía 0,52 1,63
Historia 1,49 0,95
Letras e Idiomas 2,25 1,86
Psicología 4,17 4,26
Ciencias Sociales 33,44 41,81
Ciencias de la Información y de la Comunicación 1,42 3,56
Ciencias Políticas, Relaciones Internacionales y Diplomacia 0,35 0,70
Demografía y Geografía 1,15 0,80
Derecho 14,04 12,91
Economía y Administración 13,99 19,66
Otras Ciencias Sociales 0,25 0,38
Sociología, Antropología y Servicio Social 2,22 3,80
Fuente: Elaboración propia a partir de datos de la Secretaría de Políticas Universitarias.
404
Colombia 4.9 Thailandia 1.7
Holanda 4.8 Francia 1.2
Gran Bretaña 4.7 Brasil 1.1
Dinamarca 4.6 Sud Africa 0.6
Fuente: Elaboración propia en base a datos del World Bank (1999).
En suma, el sistema educativo, factor clave para el desempeño del SNI, presenta en Argentina un
conjunto de deficiencias, algunas de las cuales son resultado del path-dependence del propio
sistema, mientras que otras son relativamente nuevas. En cualquier caso, considerando que la
calificación de los recursos humanos jugará un papel cada vez mayor tanto para la competitividad
de países y regiones, como para las oportunidades de empleo e ingresos para las personas, y
que el nuevo paradigma tecnológico exigirá una creciente cantidad de graduados en áreas como
ingeniería, física, biología, matemáticas, etc., la necesidad de resolver tanto los antiguos como
los nuevos problemas de la educación argentina aparece como urgente.
Ello exigirá, además de recursos provenientes tanto del sector público como del privado
-condición fundamental, considerando el grave deterioro de las condiciones de trabajo y de
enseñanza-, y de reformas estructurales dentro del propio sistema educativo, el superar una
desvinculación histórica -la de dicho sistema con el sector productivo-. Esto puede implicar, por
ejemplo, la necesidad de adaptar las curriculas a los requerimientos del mundo de la
producción (como ocurre, por ejemplo, en casi todos los países de industrialización tardía del
Este Asiático). Asimismo, podrá ser necesario generar alguna forma de orientación de la
matricula de estudiantes universitarios hacia las áreas consideradas más relevantes dentro del
nuevo contexto tecnológico internacional. Ambas tareas, sin embargo, son sencillas de
405
enunciar pero muy difíciles de implementar, especialmente desde el punto de vista político.
Esto nos vuelve una vez más al tema del path-dependence, y a la dificultad de cambiar
culturas institucionales y actitudes sociales firmemente arraigadas desde largo tiempo atrás.
La etapa que analizamos tiene claramente dos subperíodos diferenciados. Entre 1976 y 1990
la Argentina atravesó una fase caracterizada por crecientes dificultades en el ámbito
macroeconómico, que llevaron a tener un crecimiento negativo en la década de 1980, la cual
culminó, además, con una hiperinflación.
En este contexto, poco podía esperarse en cuanto al desempeño del SNI. Por un lado, la
permanente inestabilidad e incertidumbre macroeconómicas distaban de constituir el mejor
ambiente para que las firmas privadas decidieran asignar recursos para actividades de
innovación. El elevado nivel de cerramiento de la economía en los años 1980 -en un marco
donde existían importantes fuentes de renta tanto en el mercado financiero como por la vía de
distintos regímenes de subsidios estatales- en tanto, tampoco impulsaban la competencia vía
cambio tecnológico. Canales clave de transferencia de tecnologías extranjeras, a su vez,
funcionaron muy débilmente; mientras la IED se mantuvo en niveles bajos en la mayor parte
del período comentado, las importaciones de bienes de capital fueron también muy reducidas,
en particular en los años 1980, como producto de su encarecimiento relativo -vía protección- y
de la baja tasa de inversión doméstica. Finalmente, las preocupaciones de los distintos
gobiernos estuvieron fuertemente concentradas en los problemas de la “macro”, lo cual
obviamente condujo a que la política científica o tecnológica no figurara en ninguna agenda de
prioridades. En este escenario, los antiguos problemas del SNI doméstico estuvieron lejos de
solucionarse.
En los años 1990, en contraste, el país logró recuperar la estabilidad en materia de precios,
así como retomar el sendero del crecimiento. Si bien con evidentes deudas en el plano social,
y con sobresaltos que todavía ensombrecen la sustentabilidad del Plan de Convertibilidad
adoptado en 1991, hay algunos hechos positivos notorios que resulta difícil negar. En esta lista
se inscriben, por ejemplo, el aumento de la productividad de la economía, el fenomenal
incremento de la producción agropecuaria pampeana o el cierre de la brecha de ingresos
frente a los países más avanzados, todos elementos significativos aún considerando que el
punto de partida era la “década perdida” de los 1980.
¿Qué papel ha jugado el SNI en este proceso de incipiente catch up? Ciertamente, los
recursos destinados a realizar actividades de innovación a nivel local han tenido un aumento
durante la década de 1990. En efecto, han crecido en valores constantes y en relación con el
PBI los gastos totales que realiza el país en actividades de CyT, así como los recursos que las
firmas privadas destinan a I&D y otras actividades innovativas en relación con sus ventas
totales (y, a su vez, dichos recursos ya no se destinan tanto a actividades “idiosincráticas” sino
esencialmente a emplear más eficientemente las tecnologías importadas así como a mejorar la
eficiencia y la calidad de la producción local de modo de mejorar su competitividad). Asimismo,
diversos indicios sugieren que se ha avanzado en la adopción de sistemas modernos de calidad y
406
también en la incorporación de nuevos esquemas de gestión y organización empresaria, aunque
estos progresos han sido desiguales a nivel regional y por tamaño de firmas.
En este sentido, tal como lo señala Katz (1999b), la economía argentina ha avanzado hacia la
frontera tecnológica internacional, pero al mismo tiempo hace un uso relativamente menos
intensivo de los conocimientos técnicos y los equipamientos de origen local. Estilizadamente,
se puede señalar, siempre siguiendo a Katz, que el abaratamiento de los bienes de capital
importados tiende a acelerar el ritmo de obsolescencia del capital humano local. El SNI en su
conjunto se vuelca más hacia el exterior y se hace más “globalizado” y “genérico”, y menos
“localista” e “idiosincrático” respecto de lo que ocurría durante la ISI.
Desde el punto de vista institucional, no han habido tampoco cambios significativos en los
organismos de CyT, los cuales, pese a algunos intentos de reforma, continúan estando poco
vinculados con el mundo de la producción -la excepción relativa sigue siendo el INTA-. Lo
mismo puede decirse del sistema educativo, el cual, por otra parte, se ha deteriorado
visiblemente en términos cualitativos y ha visto reducidos seriamente los recursos cuantitativos
de los que dispone. En tanto, las políticas públicas más influyentes desde el punto de vista del
SNI han sido las dirigidas a facilitar el ingreso de tecnologías extranjeras -abaratamiento
relativo de los bienes de capital importados, desregulación total de la IED y del régimen de
transferencia de tecnología-. Así, la apertura -tanto comercial como “tecnológica”- ha sido la
principal política de modernización en los años 1990, sin que se impulsasen iniciativas
significativas destinadas a aumentar los esfuerzos innovativos domésticos, ni a mejorar las
capacidades locales de absorción de las tecnologías extranjeras, y ni siquiera a asistir a las
firmas que, por problemas de información, tamaño, acceso al crédito, etc., tenían dificultades
para incorporar nuevas tecnologías -en particular, las PyMEs.
Si bien las políticas de CyT instrumentadas con la gestión Del Bello desde 1997 han estado
correctamente orientadas, son aún muy recientes -y tienen una dimensión relativamente
pequeña- como para modificar sustancialmente el funcionamiento general del SNI doméstico,
y tampoco alcanzan a alterar el diagnóstico que presentábamos hace unos años en otro
trabajo, donde se señalaba que, en esencia, los años 1990 habían sido la continuidad del
tradicional “laissez-faire” tecnológico en la Argentina (Chudnovsky y López, 1995).
407
mantenimiento de un régimen de incentivos que genere un alto nivel de competencia en el
mercado interno (vía apertura) y en el libre ingreso de tecnologías extranjeras.
El autor no se encuentra entre quienes sustentan esta opinión. Sin negar el papel positivo que
han jugado las fuentes extranjeras de tecnología en la reestructuración de la economía
argentina en los años 1990, ni tampoco discutir el hecho de que la estabilidad
macroeconómica e institucional y la preservación de un ambiente competitivo dentro del
mercado doméstico son precondiciones para favorecer los procesos de cambio tecnológico, la
cuestión es saber si por esta misma vía el país podrá mantener el proceso de cierre de la
brecha de productividad e ingresos con las economías avanzadas en los próximos años.
En nuestra opinión, la respuesta a la pregunta esbozada algunos párrafos más arriba es que
el proceso de catch up no podrá mantenerse simplemente preservando el esquema económico
implementado desde comienzos de los años 1990. Asimismo, creemos que un análisis desde
el punto de vista del SNI resulta fructífero en términos de analizar que tipo de cambios e iniciativas
serían necesarias para que el catch up pudiera sostenerse en las próximas décadas.
En este sentido, de lo expuesto en el presente capítulo surge que el SNI argentino evidencia
una serie de nuevos y viejos problemas que deben ser superados en orden a impulsar un
proceso sostenido de catch up con las economías líderes:
ii) Los gastos domésticos en actividades innovativas son muy bajos -lo cual es más notorio en
el caso del sector privado-. Este bajo nivel de gastos es producto no sólo de la débil presencia
de aquellas ramas que a nivel internacional más gastan en I&D -informática, aviación, química
408
fina, etc.-, sino también del hecho de que en casi todas las ramas productivas se gasta en I&D,
en la Argentina, bastante menos que lo erogado en países desarrollados, así como también en
naciones tales como Corea o Taiwán. Esta situación lleva, además, a que las tecnologías
importadas sean empleadas de modo ineficiente y a que no se aprovechen totalmente las
externalidades que ellas pueden generar.
iii) Las interacciones entre los agentes del SNI -empresas, instituciones de CyT, universidades,
etc.- son escasas.
iv) Hay una desvinculación estructural entre los sistemas de CyT y de educación y el mundo de
la producción.
v) El patrón de especialización muestra la ausencia de las ramas más dinámicas dentro del
nuevo paradigma tecnológico que se viene constituyendo en las tres últimas décadas.
vi) Hay una débil difusión de las tecnologías de la información y la comunicación, así como de
las rutinas tecno-productivas que definen la competitividad en el nuevo escenario de la
economía internacional.
En lo que sigue discutiremos una serie de temas estrechamente vinculados con este
diagnóstico. Si bien estamos conscientes de que existe una gran incertidumbre sobre cuáles
son las políticas “correctas” en esta área -recordemos lo dicho en el capítulo inicial sobre la
débil capacidad “normativa” del enfoque del SNI-, de todos modos es posible presentar una
serie de sugerencias respecto de qué tipo de cambios e iniciativas podrían mejorar el
desempeño del SNI argentino y hacerlo un instrumento más efectivo para contribuir al catch
up de la economía local con las naciones líderes.
En cuanto a la educación, hemos visto que persisten problemas serios, tales como la falta de
vinculación con aparato productivo -por ejemplo, la poca adecuación de los conocimientos que
se adquieren en el aparato educativo formal respecto de las exigencias que surgen del mundo
de la producción-, la debilidad de la enseñanza técnica, la escasa inclinación del sistema
universitario a producir “entrepreneurs”, el continuo predominio de las carreras
“profesionalistas” en la matrícula universitaria y el divorcio entre docencia e investigación. En
tanto, se han sumado otros nuevos, como el grave deterioro de la calidad de la enseñanza, el
409
fuerte descenso en los salarios de los docentes y las debilidades específicas en áreas clave
para el nuevo paradigma tecno-económico, tales como matemática o ciencias “duras”.
De este diagnóstico surge la necesidad de una serie de acciones destinadas a fortalecer las
capacidades sociales domésticas, las cuales están llamadas a jugar un papel clave en un
proceso de catch up con las naciones líderes, tal como lo muestra la experiencia histórica.
Dichas acciones surgen de modo relativamente lineal de los problemas señalados, abarcando
políticas destinadas a fortalecer el mercado de capitales doméstico, mejorar el perfil de las
capacidades empresariales locales -mediante políticas de extensionismo industrial que
incluyan asistencia técnica, información, consejerías tecnológicas, etc.-, promover
selectivamente la formación de determinados tipos de recursos humanos y el desarrollo de
ciertas calificaciones y habilidades en la fuerza de trabajo, mejorar la educación técnica y
estimular a las firmas a aumentar los recursos que destinan a capacitación y entrenamiento de
su personal, etc. Ciertamente, el aumento de los fondos destinados al área de educación es
otra prioridad fundamental en este sentido, ya que sin recursos materiales resulta imposible
pensar en cambios y mejoras en los esquemas de enseñanza y formación.
Hemos mostrado abundantemente que el país destina pocos recursos domésticos a ciencia,
tecnología e innovación, de lo cual se deduce, como recomendación obvia, que es necesario
aumentar dichos recursos. Sin embargo, es necesario discutir cómo debe financiarse dicho
incremento y dónde y en qué tipo de actividades debe emplearse.
Ante esta cuestión, la reacción automática de mucha gente -y en particular de aquellos que
trabajan en o cerca del complejo de CyT- sería pensar que el gobierno debería aumentar los
recursos que destina a esta área vía mayor presupuesto para instituciones tales como el
CONICET, el INTA, el INTI, etc. Indudablemente, es preciso que dichos recursos aumenten en una
magnitud significativa. Sin embargo, a nuestro juicio la mayor prioridad, en función del diagnóstico
expuesto en este capítulo, pasa por la necesidad de aumentar el nivel de gasto privado en CyT.
En efecto, hemos visto que la mayor distancia relativa entre lo que asigna la Argentina a
actividades de ciencia, tecnología e innovación vis a vis los países desarrollados o los países
asiáticos de rápido crecimiento está en el plano del gasto privado y de la investigación
aplicada y el desarrollo experimental. Sería allí, entonces, en donde habría que inducir, a
través de diversas vías, la aplicación de mayores recursos.
Se podría pensar que sólo a medida que se avanza en el proceso de desarrollo el sector
privado se involucra más activamente en la realización de actividades de innovación. El punto
es que ese mayor involucramiento raramente se ha dado en ausencia de marcos
institucionales y políticas específicamente diseñadas para promover y asistir al sector privado
en dicha tarea.
Este gobierno, a través de la apertura comercial, ha introducido un "garrote" que debería estimular
a las firmas privadas a destinar mayores recursos a actividades de innovación (y en este sentido,
ese "garrote" debería mantenerse, ya que la competencia en el mercado es el principal
impulsor de la innovación en el sistema capitalista). El problema es que si bien ha
410
implementado, muy tardíamente, algunas iniciativas que están en la “dirección correcta” (por
ejemplo, los mencionados sistemas de crédito fiscal y las líneas de financiamiento para
actividades de I&D), no ha podido o sabido acompañar al "garrote" con otras políticas e
iniciativas que -siguiendo prácticas habituales en los países desarrollados- promuevan y
faciliten las actividades de innovación que se realizan en las empresas. Estas iniciativas son
tanto más importantes en un país como la Argentina, en donde, retomando el argumento de
Erber (1999) presentado en el capítulo inicial de este trabajo, el impacto que tienen las otras
alternativas de inversión sobre las decisiones relativas al nivel deseado de gastos en
innovación es mayor cuando las firmas no tienen una tradición de desarrollo de actividades
tecnológicas.
En este sentido, las iniciativas involucradas para elevar el gasto privado en innovación
incluyen no sólo reformas en las instituciones o la legislación vinculada directamente a CyT,
sino que abarcan también áreas tales como educación, mercado laboral, mercado financiero y
de capitales -por ejemplo, fondos de capital de riesgo para empresas innovadoras-, e incluso a
las orientaciones generales de política económica, comercial e industrial a nivel nacional.
En tanto, de ningún modo tratamos de afirmar que un país en desarrollo no necesita realizar
ciencia básica. La cuestión clave es que los aportes de la ciencia sólo se materializan si
existen rutas de vinculación e interacción con el medio social y productivo, a diferencia de lo
que supone el "modelo lineal" de innovación. En este sentido, a lo largo de este trabajo hemos
mostrado que hay un extendido diagnóstico respecto de la “separación” del sector científico
con relación a las necesidades del medio social y productivo. Ciertamente, no se puede
plantear que estas tendencias son un producto de la actitud de los científicos locales, sino que
son resultado de una historia, un determinado contexto institucional y una compleja evolución
de la economía argentina. Sin embargo, lo dicho pretende simplemente ilustrar sobre el hecho
de que disponer de una buena capacidad de investigación en ciencia básica -que ciertamente
existe en algunas especialidades- no es suficiente en sí mismo para garantizar que un país
tenga capacidades innovativas endógenas.
Para resumir el argumento, no se propone disminuir sino aumentar lo que se gasta en ciencia
básica o los recursos que figuran en el presupuesto nacional para CyT. Sin embargo, creemos
que la mayor prioridad debe estar en tratar de incrementar el gasto privado -recordando que la
firma es el locus por excelencia del cambio tecnológico- y el más directamente vinculado con
actividades de innovación ligadas al sector productivo. Esto es seguir, simplemente, lo que se
hace en otros países que, desde el punto de vista de su desarrollo económico-social, están
más avanzados que la Argentina y lo están en gran medida justamente gracias a ese
involucramiento privado y a ese peso significativo de la I&D vinculada a las necesidades y
oportunidades abiertas en el sector productivo.
En distintas partes de este trabajo se ha dicho que las interacciones entre las firmas,
instituciones, universidades, etc. que forman parte del SNI son un factor clave para su
desempeño, y que de hecho su importancia se ha incrementado en el nuevo contexto de la
globalización y de la “economía basada en el conocimiento”.
411
El SNI argentino muestra debilidades evidentes en este plano. Como se ha dicho repetidas
veces hay pocos vínculos entre sistema educativo y sistema productivo, así como entre las
instituciones de CyT y las empresas. La movilidad de personal entre esos distintos ámbitos
también parece ser relativamente escasa. En tanto, las firmas tienden a cooperar e interactuar
de forma débil (y esto ocurre no sólo en el plano de las actividades de innovación), a la vez
que la restructuración de los años 1990, con su secuela de desaparición de firmas que no
pudieron sobrevivir con las nuevas reglas de juego, implicó la desarticulación de un gran
número de cadenas de proveedores, a la vez que hizo “menos denso” el tejido productivo.
Last but not least, la pequeña dimensión del sector productor de bienes de capital (que había
llegado a alcanzar un cierto grado de maduración durante la ISI), implica la pérdida de las
potenciales ganancias que se derivan de la interacción entre usuarios y productores de dicho
tipo de bienes que, como se ha dicho, son por naturaleza difusores del progreso técnico.
Como se señaló más arriba, la fuente principal de los aumentos de productividad registrados
en la economía argentina en los años 1990 ha provenido del exterior por la vía de diversas
formas de importación de tecnología -IED, bienes de capital, licencias, etc.-. Desde el enfoque
de la “dependencia”, se argumentaría que, más allá de sus efectos inmediatos positivos, ha
habido una “excesiva” apertura del país a las fuentes extranjeras de tecnología, bloqueando la
realización de esfuerzos innovativos endógenos -y más aún, como se dijo antes, tendiendo a
reducir los ya escasos montos asignados a dicha área y destruyendo capacidades
competitivas valiosas acumuladas durante largos años en sectores como bienes de capital-.
Repitiendo una vez más lo expuesto en diversas ocasiones a lo largo de este trabajo, la
experiencia histórica muestra que la industrialización tardía es siempre dependiente de la
importación de tecnología. Asimismo, hemos mostrado que, en la comparación internacional, el
peso relativo de los insumos tecnológicos extranjeros -bienes de capital, licencias, etc.- en la
economía argentina no parece, en general, exagerado, aunque sí resulta desproporcionado
con relación a los gastos y actividades innovativas domésticas. En este sentido, cabe
preguntarse porqué en otros países en desarrollo se logró que el ingreso de tecnologías
extranjeras no bloqueara la realización de esfuerzos innovativos endógenos de significación.
412
asumieron un papel mucho más significativo que en los países en desarrollo exitosos del Este
Asiático, lo cual probablemente marque una diferencia importante entre dichas experiencias.
En cualquier caso, está claro que es necesario, como se señaló recién, aumentar los recursos
domésticos para ciencia, tecnología e innovación, incluso para aprovechar en mayor medida
las tecnologías que se importan. Por ejemplo, considerando los escasos recursos que las
empresas destinan a actividades innovativas in house y los problemas de organización y
management que existen en buena parte de las firmas locales, tanto la literatura recibida como
la experiencia de otros países sugerirían que los bienes de capital importados se deben estar
usando con un grado importante de ineficiencia. Asimismo, la IED seguramente tiene menores
externalidades que las potenciales a partir de esta debilidad de las actividades innovativas locales.
Como se ha dicho repetidamente durante este trabajo, el área de CyT en el sector público se
caracteriza por una doble desarticulación: una interna, producto de la escasa coordinación
entre sus distintas unidades y niveles, y otra externa, con el resto de la sociedad y, en
particular, con el aparato productivo. Como señalan Bisang y Malet (1998), en una
caracterización extrema, se puede decir que hay un subsistema público centrado casi
exclusivamente en lo científico, y otro privado centrado en lo tecnológico, este último con una
413
fuerte articulación con el exterior. Ambos sistemas no están articulados, y a su vez el sistema
público tiene mayor facilidad para vincularse con sus pares del exterior.
Esta es una situación estructural, que se arrastra desde la creación del propio sistema de CyT
durante la ISI. Teniendo tras de sí este contexto histórico-institucional, los organismos de CyT
a fines de los años 1980, se vieron enfrentados a una serie de transformaciones que alteraron
algunos parámetros básicos sobre los cuales habían venido basando su funcionamiento hasta
ese momento: i) la crisis fiscal del Estado argentino; ii) el avance del proceso de apertura de la
economía local a los flujos de comercio, capital y tecnología internacionales; iii) el surgimiento
de un nuevo paradigma tecno-económico a nivel mundial.
La crisis fiscal, en tanto, llevó al gobierno a presionar a las instituciones de CyT para que
demuestren su "utilidad", tarea que se hizo particularmente compleja para varios de los
organismos, considerando, por ejemplo, que la privatización de empresas públicas hizo
desaparecer una de las fuentes "naturales" de demanda de sus servicios. En el mismo sentido
tendió a operar el proceso de transferencias a manos extranjeras de las firmas privadas de
capital local. Por otro lado, los cambios en el paradigma tecno-económico dominante a nivel
internacional, sumados a la "globalización" y a la liberalización de la economía doméstica
llevaron al surgimiento de nuevos desafíos y demandas por parte de las firmas privadas, ante
las cuales los organismos públicos de CyT no siempre estuvieron preparados para dar
respuestas y soluciones adecuadas.
No sorprende, entonces, que en los primeros años de la década de 1990 fuera habitual
detectar actitudes fuertemente cuestionadoras del funcionamiento de ciertos institutos de CyT,
o aún de su propia justificación; en otras palabras, en muchos casos se los tendía a ver como
obsoletos, o incluso como superfluos.
En este sentido, es importante tener en cuenta que el país no puede dilapidar los activos
humanos y la experiencia acumulada en estas instituciones, pero al mismo tiempo es
imprescindible mejorar su funcionamiento, aumentar el nivel de coordinación intra e inter-
institucional, introducir nuevos esquemas de incentivos para su personal e incrementar la
414
cantidad y calidad de las interacciones con el resto de la sociedad y, en particular, con el
aparato productivo doméstico.
De hecho, los datos disponibles indican que incluso está retrasado en el uso de las nuevas
tecnologías de la información y la comunicación, que están redefiniendo completamente las
rutinas innovativas, productivas, comerciales, financieras, etc., así como también la propia
forma de vida de buena parte de los habitantes del planeta, y que han llevado a afirmar que
estaríamos ingresando en la era de las “economías basadas en el conocimiento” -knowledge-
based economies-. Incluso la incorporación de las nuevas rutinas tecno-productivas que desde
hace dos décadas vienen reemplazando a las prácticas heredadas del taylorismo y el fordismo
también viene progresando a ritmo lento y heterogéneo en la economía local.
Desde el gobierno nacional, y en particular desde los equipos que han conducido el influyente
Ministerio de Economía en los años 1990, se ha prestado poca atención a estos temas. En
este contexto, es necesario avanzar en ambos frentes. Por un lado, sin necesidad de
415
abandonar las ramas basadas en recursos naturales, está claro que a futuro se debe hacer un
esfuerzo importante para inducir el desarrollo local de sectores conocimiento-intensivos, así
como para mejorar el perfil general de competencias de la fuerza de trabajo local, de modo de
fomentar mayores oportunidades de empleo e ingresos. Por otro, es preciso acelerar el ritmo
de adopción de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, así como el de las
nuevos modelos de organización productiva (“lean production”, etc.). De otro modo, la
Argentina, o al menos una parte importante de su población, quedará al margen de la
dinámica de la economía capitalista internacional en las próximas décadas.
416
CAPITULO V
SISTEMA NACIONAL DE INNOVACIÓN Y DESARROLLO ECONÓMICO:
LAS CONCLUSIONES PARA EL CASO ARGENTINO
En cada uno de los tres capítulos de este trabajo en los que se examinaron las distintas
etapas de la evolución histórica de la economía argentina a la luz del enfoque del SNI se
expusieron las principales conclusiones relativas a esas distintas etapas. Corresponde ahora
retomar las premisas e hipótesis presentadas hacia el final del primer capítulo para destacar los
principales aportes y hallazgos del trabajo de tesis en su conjunto. Dichos aportes y hallazgos son
los siguientes:
1. La inscripción del análisis del caso argentino en el marco de la evolución del contexto
internacional y de las transformaciones ocurridas a nivel de los paradigmas tecno-
económicos dominantes en las distintas etapas de la historia del sistema capitalista ha
permitido arrojar luz sobre las oportunidades y obstáculos que debió enfrentar el país en su
proceso de desarrollo. En particular, se ha mostrado que la forma en que repercuten los
cambios en los paradigmas tecno-económicos sobre un determinado país es función no
solamente de las características de dichos paradigmas y de las del país en cuestión, sino
también de las políticas y estrategias puestas en juego tanto desde el gobierno como de
parte del sector privado en los momentos de cambio.
3. Sin embargo, han sido más las oportunidades no aprovechadas como los obstáculos no
superados a lo largo de la historia del país. Por ejemplo, en la segunda posguerra se
aprovechó insuficientemente la extraordinaria dinámica de crecimiento que exhibía la
economía internacional -la “Edad de Oro”- a causa de la adopción de políticas económicas
excesivamente "mercado-internistas". En tanto, la adaptación al paradigma "fordista"
-dominante en aquella época- fue incompleta. Por un lado, la difusión de los métodos de
organización del proceso productivo propios de dicho paradigma tuvieron una difusión
parcial en la Argentina. Por otro lado, si bien algunas de las características propias del
paradigma fordista no se ajustaban bien a la dotación de recursos de la Argentina -su
carácter intensivo en el uso de minerales, la importancia de las economías de escala (que
llevaban a la necesidad de contar con un mercado amplio)-, también existieron factores de
política doméstica que pesaron en contra (por ejemplo, el mencionado carácter mercado
internista de la política económica de la ISI no permitió que la restricción derivada del
tamaño limitado del mercado interno fuera compensada vía exportaciones).
417
4. A su vez, en el modelo agroexportador el país no pudo ingresar como productor, por
distintas razones (ausencia de minerales, por ejemplo), a aquellas actividades que
lideraban la dinámica económica internacional en aquel momento -en particular luego de la
consolidación del paradigma tecno-económico basado en la electricidad y la ingeniería
pesada-. En tanto, en la ISI se avanzó hacia la industria automotriz, química, etc. -que eran
las que más crecían en el contexto del paradigma fordista a nivel mundial-, pero,
esencialmente por las limitaciones del mercado doméstico y por la falta de políticas
internas adecuadas, se generó una réplica menos eficiente -en cuanto a escalas y
tecnología- de lo que ocurría en los países más avanzados.
418
dinámica que se truncó a partir del experimento aperturista comenzado en 1977. A la vez,
los fuertes cambios de orientación de las políticas hacia el sector agropecuario llevaron a
un retraso tecnológico de este último vis a vis los principales productores internacionales
-acentuado en los años 1940 y luego recuperado, pero sólo parcialmente a partir de
mediados de los años 1950-, más allá de que en esta etapa se produjeron hechos
significativos, tal como la creación del INTA.
10. A su vez, el carácter drástico -tanto por su alcance como por su velocidad- del cambio de
régimen, hizo que la inevitable "destrucción creadora" que debía sobrevenir en el pasaje de
la ISI a un esquema más abierto y desregulado de política económica, tuviera una alta
cuota de "destrucción", tanto de firmas como de puestos de trabajo. Esta destrucción
"excesiva" fue resultado de que en el cambio de régimen se ignoró, desde el gobierno, que
la adaptación a las nuevas reglas de juego debía ser gradual -considerando el peso del
path-dependence en las estrategias y comportamientos de los agentes económicos- y que
tenía que estar acompañada de políticas de asistencia para la reestructuración de las
empresas y de capacitación o reconversión para la fuerza de trabajo.
11. Como ha ocurrido en todos los países de industrializacion tardía, las tecnologías
importadas han jugado un rol clave en la dinámica de cambio tecnológico a nivel doméstico
en las distintas etapas del proceso de desarrollo argentino. El predominio de las fuentes
extranjeras es notorio en la etapa agroexportadora, vía importación de bienes de capital,
IED, inmigración , etc., en un contexto de amplia apertura hacia dichas fuentes. En la ISI, la
importación continuó siendo el canal principal de difusión de nuevas tecnologías -en este
caso, con un mayor rol para la IED, en particular a partir de 1958-, más allá de que en
distintos momentos, en particular a partir de 1969, se adoptaron algunas políticas de
restricción en la materia (poco efectivas en la práctica).
419
12. La diferencia principal entre ambas etapas, sin embargo, está en el hecho de que en la
fase agroexportadora había una mayor presión por operar con tecnologías cercanas al
"estado del arte" internacional. En cambio, durante la ISI, la sumatoria de un mercado
interno cuasi-cerrado y la ausencia de políticas públicas que indujeran, por otras vías, a las
firmas a operar cerca de los niveles de eficiencia de frontera, llevó a que el empleo de
tecnologías obsoletas o alejadas del "estado del arte" fuera más habitual -hecho que se
advierte, por ejemplo, en la operatoria de una buena parte de las ET manufactureras
instaladas en esta etapa-. En los años 1990, en tanto, con la completa desregulación de la
importación de tecnología -incluyendo el arancel cero para bienes de capital- y la presión de la
liberalización comercial, nuevamente hay un impulso para emplear tecnologías cercanas a la
frontera internacional, aunque obviamente no todas las firmas estuvieron en condiciones
de incorporar dichas tecnologías, especialmente por restricciones de tipo financiero.
13. Lo que unifica a los tres períodos considerados es que la actividad innovativa doméstica
tuvo siempre, en relación a la importación de tecnologías, un rol secundario en la dinámica
de cambio tecnológico de la economía argentina, tal como lo muestran los diversos
indicadores cuantitativos así como los estudios y trabajos de investigación disponibles. A su
vez, contrariamente a lo ocurrido en los casos exitosos de industrialización tardía, no se
advierte que dicho rol haya crecido a lo largo del tiempo. De hecho, fue probablemente
durante la ISI cuando el papel de los esfuerzos innovativos domésticos alcanzó una
dimensión relativa mayor, aunque, como señalamos más arriba, los esfuerzos domésticos
tuvieron un carácter esencialmente idiosincrático.
14. En tanto, las ET, canal privilegiado de transferencia de tecnología tanto en la ISI como en
los años 1990, pudieron operar muchas veces, como se señaló antes, con tecnologías
alejadas de la frontera internacional, a la vez que raramente los gobiernos intentaron
aprovechar las potenciales externalidades tecnológicas derivadas de la presencia de ese
tipo de firmas -realización local de actividades de I&D, desarrollo de proveedores, etc.- Más
en general, hubo escasa preocupación, desde los sucesivos gobiernos, por elevar las
"capacidades de absorción" necesarias para aprovechar las tecnologías importadas.
15. A la luz de las consideraciones expuestas por la literatura evolucionista, la debilidad de los
esfuerzos innovativos endógenos implica tanto que las tecnologías importadas se usan con
un grado de ineficiencia importante como que se recorre solo muy lentamente el camino
por el cual las firmas de los países en desarrollo se convierten, de manera gradual a través
de procesos de aprendizaje, en innovadoras "genuinas", tal como ocurrió en varias
naciones del Este Asiático. El contraste entre las capacidades innovativas de las firmas
argentinas con las coreanas o taiwanesas se ha mostrado, por ejemplo, a través de la
comparación del número de patentes que las empresas de los respectivos países obtienen
en los EE.UU. A la vez, es probable que, tal como se sugiere en parte de la literatura
recibida, un estilo de desarrollo con fuerte presencia de ET haya dificultado la recorrida del
sendero de aprendizaje tecnológico acumulativo, mucho más cuando, como se señaló
recién, en el caso argentino no ha habido políticas destinadas a aprovechar las
externalidades tecnológicas que pueden generar dichas firmas.
420
16. La estructura productiva argentina no sólo ha estado siempre muy vinculada a su base de
recursos naturales (vinculación todavía mucho más notoria en el caso de las
exportaciones), sino que ha tenido, históricamente, una débil presencia de aquellas
actividades en donde la posesión de habilidades (skills) técnicas especiales, personal
calificado o capacidades innovativas juega un rol clave en la dinámica competitiva. De
hecho, las capacidades acumuladas en algunas de esas actividades durante la ISI se han
perdido en su mayor parte, a partir primero de la experiencia aperturista de 1977-1981,
luego con el escenario económico adverso de los años 1980 y, finalmente, en el contexto
de la veloz y amplia apertura implementada en los años 1990.
17. En este escenario, siguiendo los argumentos de la literatura evolucionista, concluimos que
la estructura productiva, por su propia conformación, ha tendido a abrir limitadas
oportunidades para el avance tecnológico endógeno. Ambos factores, a su vez, se han
realimentado en un proceso de co-evolución, ya que al no "rutinizarse" dentro de la
dinámica productiva local las actividades de innovación, se han generado pocas
capacidades para avanzar hacia actividades más intensivas en conocimiento Esta
observación es importante a futuro, considerando que al presente se repite el mismo
fenómeno de ausencia de las ramas más intensivas en conocimiento o I&D.
19. Se ha mostrado que las diferencias entre las firmas -tanto industriales como
agropecuarias- en cuanto a sus capacidades para adoptar, mejorar y generar cambios
tecnológicos son importantes determinantes de su evolución microeconómica. Estas
diferencias han estado vinculadas en gran medida al tamaño y formas de propiedad de las
empresas, pero también a sus estructuras organizativas y esquemas de gestión.
20. Además de los determinantes internos, las estrategias y desempeños de las empresas han
estado fuertemente influenciados por el ambiente macroeconómico y el esquema de
incentivos vigente en las distintas etapas de la evolución de la economía argentina. Los
sucesivos "ambientes" económicos e institucionales, a su vez, generaron diferentes marcos
de posibilidades y limitaciones, en cada momento del tiempo, para la expansión de los
distintos grupos de agentes. Por ejemplo, el contexto de la ISI -y en particular la protección
del mercado doméstico- dio oportunidad para que un buen número de PYMEs industriales
avanzaran, fundamentalmente vía learning by doing, en la acumulación de significativas
capacidades tecno-productivas, en particular en el sector metalmecánico. Sin embargo, al
mismo tiempo, ese esfuerzo fue acompañado débilmente por otro tipo de políticas e
421
instituciones que podrían haber apoyado ese proceso de acumulación de capacidades, a la
vez que las señales que recibían las empresas no marchaban en el sentido de tratar de
cerrar la brecha con la frontera de productividad, sino de adaptar su producción a las
necesidades idiosincráticas del medio local y, eventualmente, regional.
22. La Argentina tiene una larga tradición de política científica, que se remonta a la etapa
agroexportadora. Pero el interés por la ciencia, de parte del Estado, siempre ha estado
vinculado a una motivación política y cultural, más que a la posibilidad de que, a partir de la
actividad científica, se generara un stock de conocimientos locales tal que pudieran servir
de base para un desarrollo tecnológico autónomo. A su vez, la ciencia ha sido percibida
tradicionalmente por la sociedad argentina como un objeto cultural más que como un
elemento clave desde el punto de vista del desarrollo económico-social. En tanto, la
institucionalidad de la ciencia argentina, tal como lo ilustra el caso del CONICET, favorece,
entre otras razones por los métodos de selección y evaluación de sus integrantes, más el
contacto con la ciencia "mundial" -vía papers, etc.- que con la realidad local.
23. En este contexto, no sorprende que los contactos entre ciencia y tecnología, y ciencia y
producción, en el caso argentino, hayan sido tradicionalmente débiles. Este divorcio se
percibe, por ejemplo, al contrastar el peso relativo de la Argentina, en el contexto
internacional, en publicaciones científicas -el cual es relativamente alto para un país en
desarrollo- y en patentes obtenidas en los EE.UU -el cual es casi nulo-. A su vez, el patrón de
especialización científica de la Argentina -sesgado hacia la biomedicina- no está vinculado, a
diferencia de lo que ha ocurrido en otras experiencias exitosas de industrialización tardía,
con los patrones de especialización productiva del país. Finalmente, contrariamente a lo
esperado por algunos autores evolucionistas, la ciencia no ha jugado en la Argentina el
papel de "antena" de las oportunidades tecnológicas disponibles en la frontera
internacional. En suma, si bien el avance de la ciencia en Argentina ha sido en buena
medida exitoso en sus propios términos, y puede haber tenido impactos positivos en
distintas áreas de la vida social -por ejemplo, en el caso de la salud-, indudablemente no
ha aportado una contribución relevante para el proceso de desarrollo económico.
422
24. En cuanto a la política tecnológica, la misma, más allá de la creación de instituciones como
el INTA y el INTI en los años 1950 y de lo vinculado al área nuclear, ha sido, por acción u
omisión, de "laissez faire". En ese sentido, puede haber existido una suerte de "herencia"
de la fase agroexportadora -en la cual se desarrolló un vigoroso sector agropecuario sin
asistencia de políticas tecnológicas explícitas, hecho posible por la peculiar configuración
que asumió el sector en Argentina-, que llevó a que en la ISI se demorara mucho la
adopción de ese tipo de políticas, que sí eran necesarias en el nuevo contexto.
25. Las excepciones al "laissez-faire" son el período 1969-1975 -cuando predominó una
orientación "antidependentista"- y las iniciativas tomadas en la segunda mitad de los años
1990 -tratando de adoptar instrumentos de política empleados habitualmente en los países
más avanzados-. Sin embargo, en ninguno de los dos casos esas políticas tecnológicas
estuvieron integradas o vinculadas a otras áreas, y en particular tuvieron escasa o nula
relación con las políticas económicas generales adoptadas en esos períodos.
26. La creación de las grandes instituciones de CyT en la Argentina, que coincidió con el
ingreso a la fase "difícil" de la ISI, se inspiró, tal como en la mayor parte del mundo en
desarrollo, en el "modelo lineal". En este escenario, no sorprende que compartieran -esto
es particularmente notorio en el caso del INTI- gran parte de los problemas que similares
instituciones mostraron en otros países en desarrollo -débiles vínculos con las firmas
privadas (que eran consideradas “usuarias” de las instituciones de CyT)-, excesivo sesgo
hacia lo "ingenieril" en desmedro de otras áreas clave para el desempeño competitivo de
las firmas (gestión, organización del proceso de trabajo, comercialización), etc.-
27. En el escenario de los años 1990, donde la inadecuación de las instituciones de CyT se
hace más visible -considerando que fueron pensadas para operar en otro contexto local e
internacional-, los intentos de reforma chocan contra el path-dependence impreso en las
rutinas y estrategias consolidadas a lo largo de décadas en dichas instituciones.
29. Las "capacidades sociales", tal como las define Abramovitz, han sido, en general, débiles
como para aprovechar las oportunidades abiertas en la frontera tecnológica internacional.
Los mercados de capitales locales nunca han alcanzado un grado de desarrollo
significativo. Las capacidades empresariales para gerenciar el cambio tecnológico, en
423
tanto, han estado muy desigualmente repartidas, y sólo una pequeña fracción de las firmas
locales han sido capaces de recorrer significativas trayectorias de aprendizaje innovativo.
30. Si bien la Argentina se destacó tempranamente, dentro del mundo en desarrollo, por sus
esfuerzos en el plano de la educación, logrando acumular un importante capital humano a
lo largo del tiempo (que incluso en parte se perdió vía brain drain), la particular orientación
que asumió tanto el sistema de educación secundaria como el universitario llevaron a que
las repercusiones de esa acumulación de capital humano fueran menores a las
esperables. En este sentido, se destacan la debilidad del sistema de enseñanza técnica
(incluyendo la vinculada al agro) y la orientación "profesionalista" del sistema universitario.
Más en general, puede afirmarse que ha habido una fuerte desconexión entre educación y
sistema tecno-productivo a lo largo de casi toda la historia del país.
31. Tanto a lo largo del trabajo en su conjunto como en este capítulo final, hemos dejado
expuestas varias dudas respecto de que el proceso de catch-up pueda sustentarse con la
misma configuración de políticas públicas que permitieron el fuerte crecimiento registrado
en los años 1990. En particular, un aumento significativo de los recursos destinados a
actividades de innovación, así como de las capacidades de absorción de las tecnologías
importadas, y el ingreso a las actividades más dinámicas dentro del paradigma tecno-
económico que se está configurando en la economía internacional, son condiciones, junto
con el mantenimiento de la estabilidad macroeconómica e institucional, para que el
proceso de catch-up pueda continuar durante las próximas décadas.
Para concluir, diremos que sólo muy lentamente parece estar penetrando en el país el debate
público sobre el conjunto de temas tratados en este trabajo. Es indudable que los problemas
de la macroeconomía son urgentes y deben ser atendidos, ya que la estabilidad y el
crecimiento son condiciones necesarias para estimular el avance de las actividades de ciencia,
tecnología e innovación. La cuestión es que no son condiciones suficientes. A su vez, la
acumulación de capacidades en CyT es requisito para ir superando ciertos problemas
macroeconómicos recurrentes en la historia del país, como los de la balanza comercial, para
asegurar empleos e ingresos en crecimiento para sus ciudadanos y para continuar
acercándose a la frontera internacional de productividad.
268
. Unicamente como referencia, es útil recordar que Japón tiene sólo 5 Premios Nobel en Ciencias y que Corea y
Taiwan no tienen ninguno.
424
Esperamos que este trabajo pueda contribuir a ampliar el espacio del debate para esta
problemática tan compleja como vital para el futuro sendero de desarrollo de la Argentina.
425
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