Sei sulla pagina 1di 3

Cuento de Bertrand Russel

El eminente teólogo doctor Thaddeus soñó que estaba muerto y se dirigía al cielo. Sus
estudios le habían preparado y no tuvo ninguna dificultad para encontrar el camino. Llamó
a la puerta del cielo y se encontró con un escrutinio más meticuloso de lo que esperaba.
-Solicito la admisión -explicó- porque he sido un hombre de bien y he dedicado mi vida a la
gloria de Dios.
-¿Hombre? -dijo el portero-. ¿Qué es eso? Y ¿cómo es posible que una criatura tan ridícula
como tú haga algo para promover la gloria de nadie?
El doctor Thaddeus se quedó perplejo.
-No es posible que desconozcas al hombre. Debes saber que el hombre es la obra
suprema del Creador.
-Lamento herir tus sentimientos -dijo el portero-, pero lo que dices es nuevo para mí. Dudo
que nadie de los que estamos aquí haya oído jamás hablar de esa cosa que llamas
“hombre”. Sin embargo, puesto que pareces afligido, tendrás la oportunidad de consultar a
nuestro bibliotecario.
El bibliotecario, un ser globular con mil ojos y una boca, bajó algunos de sus ojos hacia el
doctor Thaddeus.
-¿Qué es eso? -le preguntó al portero.
-Eso dice ser miembro de una especie llamada “hombre” que vive en un lugar de nombre
“Tierra”. Tiene la curiosa idea de que alguien se interesa especialmente por ese lugar y
esta especie. Pensé que quizá podrías ilustrarle.
-Bueno -dijo amablemente el bibliotecario al teólogo-, tal vez puedas decirme dónde está
ese sitio que llamas “Tierra”.
-Forma parte del Sistema Solar.
-¿Y qué es el Sistema Solar? -preguntó el bibliotecario.
-Pues... -replicó el teólogo- mi campo era el conocimiento sagrado y lo que preguntas
pertenece al conocimiento profano. No obstante, he aprendido lo suficiente de mis amigos
astrónomos para poder decirte que el sistema solar forma parte de la Vía Láctea.
-¿Y qué es la Vía Láctea? -preguntó el bibliotecario.
-Es una de las galaxias, de las que, según me han dicho, existen unos cien millones.
-Bueno, bueno -dijo el bibliotecario-. No esperarás que recuerde una entre un número tan
elevado. Pero sí recuerdo haber oído antes la palabra “galaxia”. De hecho, creo que uno
de nuestros bibliotecarios auxiliares está especializado en galaxias. Llamémosle y veamos
si puede ayudarnos.
Poco después se presentó el bibliotecario auxiliar galáctico, que tenía la forma de un
dodecaedro. Era evidente que en otro tiempo su superficie había sido brillante, pero el
polvo de los estantes le había vuelto mortecino y opaco. El bibliotecario le dijo que el
doctor Thaddeus, al esforzarse por explicar su origen, había mencionado las galaxias, y
confiaban en que sería posible obtener información al respecto en la sección galáctica de
la biblioteca.
-Bueno, -dijo el bibliotecario auxiliar-, supongo que sería posible con el tiempo, pero como
hay cien millones galaxias y a cada una le corresponde un volumen determinado. ¿Cuál
desea esta extraña molécula?
-Es la galaxia llamada Vía Láctea -dijo titubeante el doctor Thaddeus.
-De acuerdo -concluyó el bibliotecario auxiliar-. Lo encontraré, si es que puedo.
Unas tres semanas después regresó y dijo que el archivo extraordinariamente eficaz de la
sección galáctica le había permitido localizar la galaxia como la número QX 321.762.
-Hemos empleado a los cinco mil funcionarios de la sección galáctica en esta
investigación. ¿Desea ver al funcionario encargado especialmente de la galaxia en
cuestión?
Llamaron al funcionario, que resultó ser un octaedro con un ojo en cada superficie y una
boca en una de ellas. Estaba sorprendido y deslumbrado al verse en una región tan
brillante, lejos del umbrío limbo de sus estanterías. Se sobrepuso y preguntó con timidez:
-¿Qué desean saber acerca de una galaxia?
El doctor Thaddeus se lo explicó:
-Quiero informarme sobre el Sistema Solar, una serie de cuerpos celestes que giran
alrededor de una de las estrellas de su galaxia. La estrella en cuestión se llama “Sol”.
-Hum -dijo el bibliotecario de la Vía Láctea-. Ha sido bastante difícil encontrar la galaxia
precisa, pero encontrar la estrella precisa en la galaxia es mucho más difícil. Sé que hay
unos trescientos mil millones de estrellas en la galaxia, pero mis conocimientos no me
permiten distinguir una de otra. Creo, sin embargo, que cierta vez la administración pidió la
lista completa de los trescientos mil millones de estrellas y sigue guardada en el sótano. Si
cree que merece la pena, emplearé a un grupo especial del Otro Lugar para que busquen
esa estrella en particular.
Convinieron que, como la cuestión se había planteado y era evidente que el doctor
Thaddeus estaba angustiado, siendo en principio interesante que un ser tan rudimentario
se presentase de improviso, sería lo mejor que podían hacer.
Varios años después, un tetraedro muy cansado y desalentado se presentó ante el
bibliotecario auxiliar galáctico y le dijo:
-Por fin he localizado esa estrella particular sobre la que se han pedido informes, pero no
entiendo por qué ha despertado el menor interés. Tiene un gran parecido con muchas otras
estrellas de la misma galaxia. Es de tamaño y temperatura medios y está rodeada por
otros cuerpos mucho más pequeños llamados “planetas”. Tras una minuciosa y
microscópica investigación, he descubierto que por lo menos algunos de esos planetas
tienen parásitos, y creo que esta cosa que ha solicitado los informes debe de ser uno de
ellos.
Al llegar a este punto, el doctor Thaddeus rompió en un apasionado e indignado llanto:
-¿Por qué, díganme, por qué el Creador nos ocultó a los pobres habitantes de la Tierra que
no fuimos nosotros quienes le incitaron a crear los Cielos? Durante mi larga vida le he
servido con diligencia, creyendo que se fijaría en mis servicios y me recompensaría con
dicha eterna. Y ahora parece que ni siquiera tenía conocimiento de mi existencia. Me dicen
que soy un animalito infinitesimal en un pequeño cuerpo que gira alrededor de un miembro
insignificante de un grupo formado por trescientos mil millones de estrellas, que sólo es
uno entre muchos millones de tales grupos. ¡No puedo soportarlo, y ya no me es posible
adorar a mi Creador!
-Muy bien -dijo el portero-. Porque no hay ningún Creador que adorar, ya que la ilimitada
cavidad del Universo es eterna, nada la creó, y todo lo que ves no ha surgido más que de
la combinación aleatoria entre los elementos primordiales. Aunque tú, triste homúnculo, en
el Gran Libro de la Naturaleza, debes de ser una insignificante errata, con la que no
deberíamos haber perdido ni un ápice de nuestra enorme duración temporal.
En aquel momento se despertó el teólogo.
-El poder de Satán sobre nuestra imaginación, durante el sueño, es aterrador -musitó.

Potrebbero piacerti anche