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LOS HIJOS Y LA EDUCACION

CRISTIANA
“Bienaventurado todo aquel que teme a Jehová, que anda en sus caminos.
Cuando comieres el trabajo de tus manos, Bienaventurado serás, y te irá
bien. Tu mujer será como vid que lleva fruto a los lados de tu casa; Tus
hijos como plantas de olivo alrededor de tu casa. He aquí que así será
bendecido el hombre que teme a Jehová. Bendígate Jehová desde Sión, y
veas el bien de Jerusalén todos los días de tu vida. Y veas a los hijos de tus
hijos. Paz sea sobre Israel”. (Salmo 128).

A través de los capítulos anteriores hemos dicho que el hombre y su mujer,


unidos en el matrimonio, realizan uno de sus propósitos más significativos,
el, de ser fructíferos y multiplicarse sobre la tierra, con el fin de tener hijos y
contribuir así a la procreación de la raza humana. El amor de ambos
cónyuges encuentra su punto culminante en las relaciones íntimas, y el fruto
de esa unión amorosa son precisamente los hijos. Los hijos son los que traen
gran felicidad al hogar, contentamiento y nuevas obligaciones para la pareja.
Desde luego, el Creador podría darnos, de acuerdo con nuestros deseos, los
hijos por acción milagrosa como creó al hombre en, el principio; pero Dios
dispuso algo mejor, que el hombre engendrare los hijos en su mujer y que
ella, de sus propias entrañas, pariere al hijo de su amor como algo que
proviene de los dos y que ahora, en esta nueva relación de padres de familia,
une aún más el vínculo matrimonial de los esposos.

Es una cosa maravillosa ser padre y madre, tener el privilegio de tener


herederos de su nombre y la dulce compañía de criaturas que alegran el
hogar y que, muchas veces, nos hacen olvidar las penas que siempre se
presentan. A la verdad, los hijos son un gran tesoro. Lamentablemente, hay
muchos hombres y mujeres en el mundo que evidentemente no comprenden
la responsabilidad que como padres tienen frente a sus hijos. Hay
matrimonios que hasta aborrecen el hecho de tener un nuevo ser en su
familia; los maltratan y les niegan las cosas más esenciales que por derecho
legítimo corresponden a cada ser humano: amor, protección, alimentación y
cuidado. He conocido personas que, desgraciadamente, no han tenido una
infancia muy gloriosa, sino que tuvieron padres incapaces de brindarles un
hogar cálido, negándoles las cosas necesarias para su normal
desenvolvimiento. El resultado de esta tragedia es evidente. Casi siempre
crecen con algún trauma mental de gran seriedad; odian al mundo que los

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rodea y lo culpan de su desgracia; les es difícil comprender a otras personas
y sufren, frecuentemente, de tremendos complejos de inferioridad y de
persecución. Aún más, muchos de los jóvenes de nuestros días que terminan
su adolescencia detrás de las rejas de una prisión, han tenido la mala suerte
de no poder elegirse mejores padres. Es incuestionable que el padre y la
madre tienen la responsabilidad absoluta en la formación correcta de sus
hijos y son ellos los que con sus actitudes sabias o necias formarán el niño
de hoy, que será el hombre de mañana.

Un niño necesita mucho amor sincero de ambos padres, comprensión,


dirección, enseñanza, cariño y el ejemplo diario del padre y de la madre.
Pero no es esto todo. El hombre, como corona de la creación de Dios, tan
complejo y con múltiples necesidades, tiene en su infancia necesidades tales
como el juego sano, paseos, deportes, juguetes, y, como ser moral que es,
dirección disciplinaria que le conseguiría firmeza en la vida y el debido
respeto por las leyes y preceptos de Dios. Y aún más. Los padres que niegan
estas cosas esenciales a sus hijos sin, desde luego, llegar al otro extremo de
engreírlos, lo que más bien les dañaría, desarrollan seres insatisfechos, no
debidamente desenvueltos física y mentalmente, y con muchos rencores en
su mente, lo que tarde o temprano será una barrera cuando los niños mal
formados lleguen a ser adolescentes y luego adultos.

Las riquezas y las comodidades solamente no son suficientes tampoco para


formar un hombre. Con una buena educación escolar y universitaria no
hemos hecho aún todo. Dándoles muchos "caprichos", pensando que "los
muchachos se lo merecen y, en fin, que se diviertan", no hacemos ningún
bien. Lo que mas necesita el ser humano en su estado tierno es amor,
dirección y protección. Y en esto fallan muchos padres. Creo que podemos
evitar todos los problemas de la juventud. La mayor dificultad reside, como
ya lo hemos indicado, en los padres. Si nosotros como padres de nuestros
hijos nos dedicamos suficientemente a su desarrollo y los cuidamos
debidamente, pronto veremos qué clase de hijos sanos y felices tendremos.
Toda buena cosa requiere atención, dedicación de tiempo y entrega total. Y,
¿qué es más bueno que la vida de nuestros hijos?

Veamos lo que como padres de familia tenemos que hacer por ellos, a fin de
garantizarles un porvenir prometedor. La base sólida de toda educación
cristiana es la enseñanza de los preceptos de Cristo que encontramos en las
páginas del nuevo testamento. Debemos inculcar a nuestros hijos el respeto
por la Sagrada Escritura, porque es la palabra de Dios. "Y estas palabras que

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yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y
hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino y al acostarte,
y cuando te levantes" (Deuteronomio 6:6,7). Las palabras de Dios deben
estar presentes en la mente del niño desde los primeros días de la infancia.
Pero es menester dar ejemplo con nuestra propia vida. El padre o la madre
que habla de las cosas divinas como si se tratara de los cuentos de los
hermanos Grimm, jamás lograrán que sus hijos respeten las leyes de Dios y
se hagan buenos cristianos. Es preciso que nosotros vayamos delante de los
niños con un ejemplo legítimo. Debemos llevarlos a la iglesia, debemos orar
con ellos, debemos nosotros instruirlos en el camino de Dios. "Hijo mío, no
te olvides de orar hoy a Dios", suele a decirse a nuestros hijos, pero esto no
va a resultar, si el matrimonio nunca ora juntamente con sus niños. "Hablaré
cosas escondidas desde tiempos antiguos, las cuales hemos oído y
entendido; que nuestros padres nos las contaron, y no las encubriremos a sus
hijos ... a fin de que pongan en Dios su confianza y no se olviden de las
obras de Dios; que guarden sus mandamientos" (Salmo 78).

Los mandamientos de Dios dan al hombre inteligencia y sabiduría y son


como una lámpara a sus pies para que tenga luz en medio de este mundo
tenebroso. El niño bien instruido en este sentido, cuando llegue a ser una
persona adulta, no va a naufragar en la vida.

Dice Pablo (Efesios 6:4). "Vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros


hijos, sino criadIos en disciplina y amonestación del Señor". La disciplina
siempre es necesaria. No puede haber sociedad justa alguna sin disciplina.
Pero los hijos se disciplinan exigiéndoseles el cumplimiento de lo que les
enseñamos y no con provocaciones, iras y malos tratos. Muchas veces será
preciso utilizar la vara para exigir respeto de parte de nuestros niños. Dice la
Escritura que por usar el castigo no morirá tu hijo y que con palabras sólo no
entiende, pero la vara ayudará al hijo a gravarse la lección bien en sus
adentros. "El que detiene el castigo, aborrece a su hijo, mas el que le ama,
desde temprano lo corrige" (Proverbios 13:24). "La vara y la corrección dan
sabiduría; el muchacho consentido avergonzará a su madre. Corrige a tu
hijo, y te dará descanso, y alegría a tu alma" (Proverbios 29:15,17).

Yo sé que la educación de niños no es ninguna tarea fácil, pero también sé


que todos los problemas los podemos resolver si solamente tuviéramos la
voluntad que tanta falta nos hace. Decencia, moral, cultura, disciplina,
estudio, etc. todo gritamos a nuestros jovenes mil veces por día. En el futuro
sena mas factible y más conveniente el inculcárselo desde los días más

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tiernos, pero con amor y constancia, y así* lo aprenderán poco a poco, casi
sin darse cuenta. Que tampoco debemos exasperar a nuestros hijos,
llevándolos a la desesperación o amargura (Colosenses 3:21).

Se ha dicho que no hay cosa más hermosa en este mundo que un hogar
cristiano, basado en el amor de Dios, la comprensión y la ayuda mutua.
Todos estos factores son aquellos que el hombre en el mundo no encuentra y
se desespera por poseerlos. Tú, querido amigo, y yo, los tenemos a nuestra
disposición. Dios espera que utilicemos nuestra sabiduría para el bien de
nuestros hijos para que ellos sean hombres íntegros y felices.

El problema de divorcios es muy grave y no hay seres más infelices y


expuestos a una vida malograda que aquéllos que provienen de matrimonios
rotos o que viven al borde de la desesperación. Consideremos todo esto con
mucha seriedad y pensemos ampliamente sobre el enorme trauma que
formamos en la vida de los seres que deberían sernos más queridos: nuestros
hijos, el fruto de nuestro amor. Hagamos un esfuerzo grande, extraordinario,
para reparar los daños en nuestra casa matrimonial, para el bien de nuestros
hijos, y para que ellos tengan un porvenir agradable.

En los últimos 50 años los divorcios en los Estados Unidos, sólo para tomar
un ejemplo, han aumentado en un 300 por ciento. No obstante, y esto que se
está dictando cursos especiales en cuanto a este tema en los Colegios, las
Universidades y otros centros de instrucción y de enseñanza, el porcentaje
no ha encontrado mejoría alguna. Se supone que ahora el 51 por ciento de
los matrimonios estadounidenses terminarán en las cortes de divorcio. Pero
el divorcio, la separación del matrimonio, tiene una influencia devastadora
en la pareja, especialmente en los niños. Los hijos provenientes de tales
hogares destruidos tienen solamente el 25 por ciento de oportunidad de éxito
en la vida que aquellos niños de hogares normales. Hay, según cálculos
cuidadosamente elaborados, seis veces más peligro para los niños de padres
divorciados de terminar en una vida de delincuencia que el niño corriente
promedial. Precisamente del grupo anterior proceden los que cometen
crímenes y toda clase de males sociales. Debemos hacer un alto y pensar.

No olvidemos que Dios odia la actitud que mira hacia la separación del
matrimonio, el divorcio (Malaquías 2:16). La voluntad de Dios para con el
hombre es "un hombre y una mujer para toda la vida". Los niños necesitan
nuestro cuidado, nuestro ejemplo, nuestro amor, nuestra vida misma.

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¿Qué dejará usted a sus hijos? He aquí unos consejos, algunos de los cuales
ya han sido mencionados; cosas útiles que podemos y debemos dejar como
herencia a nuestros hijos, para que tengan éxito en la vida.

Un buen nombre (Proverbios 22: 1; Eclesiastés 7: l). "Mejores la buena fama


que el buen ungüento". Mala fama es una carga pesada y un mal social muy
grande.

La memoria de un hogar cristiano. Cuando el hijo pródigo se fue para probar


la vida por su propia cuenta, en la miseria y estando en la lejanía de su
hogar, se acordó con cariño de su casa paterna, y, por fin, fue atraído
nuevamente por el recuerdo de su hogar. Su vida se rectificó por el buen
recuerdo del hogar decente, aunque tuvo que pasar por el fuego de las
pruebas.

Un ejemplo personal. Es correcto decir a nuestros niños que hagan esto y


que dejen de hacer aquel. Pero el ejemplo nuestro es el mejor maestro.

Una educación cristiana. La educación perfecta está descrita en Lucas 2:52


donde se dice que Jesús creció en sabiduría y estatura, y en favor con Dios y
los hombres.

Una apreciación de lo hermoso. Dios ha rodeado al hombre de lo bello y


valioso en esta vida en la naturaleza, la música, la literatura, el arte y, sobre
todo, en santidad de una vida justa. Queramos dejar a nuestros hijos la
habilidad de apreciar lo hermoso y de contemplar lo bello en esta vida y en
toda la creación de Dios. Demasiadas personas viven en frustración, con
mentes vacías, una vida sin sentido, mientras que todo en su derredor es
bondad inspiradora de un mundo maravilloso en todo el ancho y largo.
Niños que sabrán apreciar lo bello de este mundo serán enriquecidos
sobremanera y más allá de toda imaginación. Pero no te olvides: un mundo
mejor comienza contigo mismo.

Una fe genuina en Dios. En una época de escepticismo, dudas y cinismo, es


maravilloso poder dejar a nuestros hijos la fe auténtica en el Dios viviente
por medio de nuestro Señor Jesucristo (Romanos 10:17). Vayamos con ellos
a los cultos de la iglesia y practiquemos la religión de Cristo con ellos.

De nuestra enseñanza y educación dada a los hijos depende el que ellos


obedezcan a Dios y a nosotros y muestren fidelidad en sus vidas. Los hijos
son el tesoro más, apreciado de los padres y de la nación. Sin hijos sanos no

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habría familias sanas, ni tampoco naciones sanas, y la raza humana se
extinguiría. Pero para que la nación sea poderosa, fuerte, sabia y progresista,
el hombre y la mujer, en su calidad de padres, deben inculcar a sus hijos el
respeto por las leyes divinas y del país; inspirarles espíritu de trabajo, de
superación y de exactitud, proveerlos de una rígida disciplina hogareña y
cristiana (el estado en miniatura), en la cual el amor no fingido y verdadero
es la base. También deben darles la mejor educación escolar para así
alistarlos para la vida práctica y el futuro. Es responsabilidad de los' padres
el hacer lo que hemos dicho, y velar por el bienestar material de sus niños.

El hogar es el fundamento de cada pueblo. Si el hogar individual es débil, la


nación será débil. Si el niño de hoy no es adoctrinado de acuerdo con las
enseñanzas divinas, con disciplina y respeto, el hombre de mañana será un
elemento inútil para la familia, la sociedad y el Estado en el que vive, y para
Dios. No olvidemos que el niño de hoy será el hombre de mañana, y lo que
como padre y madre le daremos hoy, esto se reflejará en el niño mañana
cuando ya sea una persona adulta y consciente.

Mucho ha sido escrito acerca del matrimonio, la educación de los hijos, y el


valor del hogar. Sabemos a ciencia cierta que los hogares de nuestros días se
están derrumbando más y más. Reconocemos el peligro y también
discutimos acerca de la espantosa y peligrosa verdad de este hecho. Pero,
querido lector, ¿qué hemos hecho para analizar nuestra propia vida que corre
peligro? ¿Estamos seguros de que todo marcha bien y que no hay peligro de
ninguna clase? Este pequeño estudio ha sido escrito con el fin de hacernos
pensar y reflexionar sobre nuestro propio hogar, nuestra propia condición
como padre y madre, y para meditar en el futuro de nuestros hijos. Es el
deseo del autor que este escrito pueda resultar en una gran bendición para su
hogar, que es lo más bello en este mundo, y que la luz roja de alarma pueda
ser advertida a tiempo.

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